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Créditos
Moderadora de Traducción
Flor
Traductoras
Kiki
Flor
Jessibel
Another Girl
Anavelam
Moderadora de Corrección
Lelu
Correctoras
Adricrisuruta
Flopyta
Jessibel
Dai
Lectura Final
Jessibel
Diseño
Ina
Contenido
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Epílogo
Agradecimientos
Próximo Libro
Melissa Foster
Sinopsis
Ocho meses es un maldito largo tiempo para sentir atracción por
una mujer que mantiene a un hombre a distancia. Pero Crystal Moon
no es una mujer ordinaria. Es una mujer pecaminosamente sexy,
descarada, y el objeto de las fantasías de medianoche de Bear Whiskey.
También es una de sus mejores amigas.
Justo cuando Crystal cree que tiene su vida bajo control, Bear,
abrasador, posesivo, agresivo y ferozmente leal, presiona todos sus
botones sexuales, implacable en su intento de hacerla suya.
Cuanto más presiona Bear, más arde su pasión, desenterrando
los recuerdos de Crystal, que es mejor mantener enterrados. Pero no
hay forma de detener la colisión de su pasado y su presente,
catapultando a los dos amantes por un camino cargado de emociones
que les hace cuestionarse todo lo que creían saber de sí mismos.
Capítulo 1
El estómago de Crystal Moon se anudó mientras conducía a
través de las puertas de West Millstone Estates el miércoles por la
noche. Urbanización. Se burló, y sus ojos se dirigieron a un grupo de
hombres de aspecto desaliñado que fumaban junto a la oxidada valla
metálica que rodeaba el parque de caravanas en el que había crecido.
La "verja" no había funcionado desde que tenía diez años, cuando un
vecino drogado la había atravesado con su camioneta. Hizo todo lo
posible por ignorar las miradas lascivas de otro grupo de chicos que se
encontraban junto al remolque destartalado a su derecha, se centró en
la carretera, marcando mentalmente los únicos nombres que había
asociado a las personas que habían vivido en ellos a medida que pasaba
por delante de cada uno.
Odioso. Espeluznante. Dulce. Mantente alejado.
A excepción de su madre, ya no tenía ni idea de quién vivía en
cada remolque, pero los nombres que les había puesto de niña se le
quedarían grabados para siempre, al igual que la sensación de suciedad
que se le pegaba como una segunda piel cada vez que volvía.
Aparcó detrás del viejo Toyota de su madre. Las hojas
descompuestas yacían como esqueletos sobre el capó. La suciedad
cubría los huecos de las ruedas y la mitad inferior de la puerta. Había
cometido el error de darle dinero para que comprara una batería nueva
hacía tiempo, pero se lo había gastado en alcohol. Buscó en la calle la
camioneta de su hermano mayor, Jed. Pronunció una maldición, sacó
su teléfono y lo llamó.
Contestó al primer timbre.
—Hola, tú.
—No me digas hola, tú. Estoy sentada frente a la casa de mamá.
¿Lo olvidaste? Tercer miércoles del mes.
—Oh, demonios. Conseguiré que me lleven y estaré allí en diez.
La comunicación se cortó. Había olvidado que su carnet de
conducir le fue suspendido por demasiadas multas sin pagar. Mike
McCarthy, un policía local, tenía una venganza personal contra Jed, y lo
detenía cada vez que podía, imponiendo los puntos más altos posibles.
Jed juró que el hombre tenía un dispositivo de localización para seguirle
la pista, pero ella sabía que su odio se remontaba a sus días de
instituto, cuando él se acostó con todas las chicas con las que Mike
había salido. Tenía la sensación de que no había cesado después de la
graduación, aunque esa era una confirmación que no necesitaba.
Quería a Jed hasta el fin del mundo, pero era un poco rufián había
pasado su adolescencia entrando y saliendo de problemas, y de adulto
estuvo unos meses en prisión por robar. Decía que lo llevaba en la
sangre, pero Crystal podía dar fe de que, a menos que hubiera nacido
de padres diferentes, no era así. Era simplemente Jed.
Se subió la cremallera de la sudadera y miró la pila de diseños
que había estado preparando para Princess for a Day, la boutique en la
que trabajaba con su mejor amiga, Gemma Wright. La conoció en una
cafetería poco después de escapar de su segundo encuentro con el
infierno. Cuando abandonó la restos del parque de casas rodantes,
pensó que había dejado atrás esa pesadilla. Unos años más tarde,
descubrió que el infierno tenía muchas formas, y que el parque de
casas rodantes no parecía tan malo. Sin embargo, no iba a regresar. Se
sentía rota, no estúpida.
Alejó esos oscuros pensamientos y apagó el motor.
Sin confiar en el tipo esquelético y sin camisa que estaba de pie al
otro lado de la calle, sujetando el collar de un perro ladrador de aspecto
feroz, metió los diseños en su bolso y deslizó la correa por encima de la
cabeza y sobre su cuerpo. Una barrera. Por muy pequeña que fuera esa
delgada correa, cualquier cosa que separara a la persona en la que se
había convertido de la madre que la había parido, valía su peso en oro.
Hizo un último recorrido de su auto, en busca de algo digno de
ser robado. El Ford Fusion 2010 podía no ser gran cosa, pero era suyo.
Sus ojos se fijaron en la colorida muñeca quitapenas1 que colgaba del
espejo retrovisor, un regalo de su padre. La había hecho con ramitas,
tela e hilo cuando ella tenía ocho años, y se la regaló la primera semana
que se mudaron al parque de remolques. Llevaba años haciéndoselas,
pero esa vez le había dado un motivo. Entrégale a estas muñecas todas
tus preocupaciones, y entonces te librarás de ellas. Como por arte de
magia. Sus ojos se dirigieron a la más pequeña que colgaba de su
llavero. Pequeños recordatorios de que una vez tuvo un padre que la
había amado. Tomó la muñeca del retrovisor y la metió en su bolso. Se
enfadaría si se la robaran. La colgaría de nuevo cuando se fuera.
Salió del auto y lo cerró, preparándose para la visita. Es solo una
vez al mes. Una hora, doce veces al año. Podía aguantar una hora.
Luego volvería a su vida en Peaceful Harbor, Maryland, a cuarenta y
cinco minutos de distancia. Lo suficientemente lejos como para
permitirle fingir que esta parte de su vida no existía.
Su teléfono vibró con un mensaje de texto y lo sacó, dispuesta a
hacerle pasar un mal rato a Jed por cualquier excusa que utilizara para
saltarse la cena. En el identificador de llamadas apareció la palabra Él.
Puso los ojos en blanco, tratando de evitar que su cuerpo se calentara
de pies a cabeza. No funcionó. Nunca lo hacía. Había guardado al
condenadamente caliente Bear Whiskey cómo Él en sus contactos, en
un esfuerzo por engañar a su mente para que pensara en él en forma de
hombre genérico. El problema era que no había nada genérico en el
motero tatuado de metro noventa centímetros, dueño de un bar y de un
taller mecánico.
Abrió el texto y leyó.
Bear.
Una palabra fue todo lo que necesitó para que el fuego rebotara
por su cuerpo como un rayo. Cuerpo traidor. El hombre era implacable.
Había actuado como si ella fuera suya desde que lo conoció hacía más
de ocho meses, cuando Gemma había conocido a su prometido, Truman
Gritt, quien era el mejor amigo de Bear. Cuanto más se alejaba de él,
1Los muñecos o muñecas quitapesares o quitapenas son unas figuras muy pequeñas,
originarias de Guatemala. Si una persona (normalmente un niño) no puede dormir
debido a sus problemas, puede contárselos al muñeco y guardarlo bajo la almohada
antes de acostarse.
más decidido se volvía. Había estado enviando mensajes de texto con su
nombre durante semanas, siempre de improviso. No era que supiera él
que había cambiado su nombre en el teléfono. Solo estaba siendo Bear.
¿Realmente creía que enviarle un mensaje con su nombre la haría
cambiar de opinión?
No era necesario. Tragó saliva contra esa realidad. No solo le
atraía, sino que no podía dejar de pensar en él. Lo más difícil era que,
en los últimos ocho meses, había crecido en ella como un tercer brazo:
excitante, fiable e incómodo a la vez. Era engreído y arrogante cuándo
se metía en su vida, lo que debería haberla hecho desconfiar, pero se
sentía atraída como una polilla a la llama. También porque era un
amigo leal, generoso, y divertido de una manera que le hacía
preguntarse cómo sería experimentar todos esos atributos, juntos, en
su cama.
Ay. Tenía que dejar de pensar en él.
Su teléfono volvió a vibrar con un mensaje de Gemma. Lo abrió y
encontró una foto de Bear pintando. Genial. Ahora nunca dejaría de
pensar en él. Tenía un brazo musculoso y tatuado sobre su cabeza
mientras pintaba a lo largo del borde de la ventana. Su camisa se ceñía
a su ancha espalda, se estrechaba y desaparecía en un par de jeans de
tiro bajo que abrazaban su frustrante y sexy trasero. Llegó otro
mensaje.
Disfrutando de ver a mi hombre pintar. Pensé que querrías
ver el tuyo.
Puso los ojos en blanco. Gemma sabía que no estaba con Bear de
esa manera. Después de la cena, había quedado con ella y Truman para
ayudarlos a pintar su salón en preparación para su boda, la cual se
celebraría en el patio trasero, y sabía que Bear estaría allí. Su grupo,
muy unido, incluía a los cuatro hermanos Whiskey, así que siempre
estaba cerca, como una picazón que no debía rascar. Se le revolvió el
estómago y gimió. Lo último que necesitaba, en su ajetreada vida de no
vivir en un parque de casas rodantes, era estar deseando a un hombre.
En especial, uno que asumía que era su dueño.
Se metió el teléfono en el bolsillo, inhaló profundamente y se
enfrentó a la casa rodante amarillo mostaza de su madre, deseando
poder subir a su auto y volver a su vida normal.
Cada una de las casas rodantes tenía un pequeño terreno
delante. La mayoría se convirtió en tierra con el paso de los años por
haber sido pisoteada o atropellada. Pero antes de que su padre muriera
en un accidente de auto, había colocado enormes rocas alrededor del
perímetro, donde él y Crystal plantaron un jardín. Ahora ese pequeño
terreno estaba cubierto de hierba larga y de arbustos del tipo espinoso
que siempre evitaba, como si las ramas fueran garras nudosas que
pudieran atraparla al pasar.
Toda la urbanización se siente así.
Pisó la mohosa alfombra del interior y exterior debajo un toldo
verde que colgaba del costado del remolque. Jed lo colocó cuando eran
adolescentes. El hedor a cigarrillo y sudor flotaba en el ambiente. Dos
antiguas sillas de jardín y una mesa de plástico se encontraban en el
extremo de la alfombra. La vida al aire libre en su máxima expresión.
Dudó, deseando que Jed se diera prisa, y, al final, alcanzó el
picaporte metálico de la puerta mosquitera, que no tenía mosquitera.
—¿Jeddy? ¿Eres tú? —La voz ronca de su madre podría sonar
sexy si su discurso no fuera arrastrado, y la ronquera no fuera
claramente el sonido de papel de lija de una garganta desgastada por
demasiados cigarrillos.
Entró en la casa, asaltada por el mismo hedor de antes, solo que
cien veces más fuerte. La costumbre le hacía respirar por la boca, lo que
le parecía menos repulsivo que oler el aire rancio con cada inhalación.
Sus ojos recorrieron las paredes de paneles oscuros, la alfombra de
cabello bajo y el sofá a cuadros eran sellos distintivos de su juventud.
Las mismas cortinas verdes y amarillas que había cuando se mudaron
colgaban de las barras de metal, oscureciendo las ventanas. Las dos
sillas de madera que Crystal y su padre habían pintado de color
aguamarina brillante el primer verano que vivieron allí, estaban ahora
desconchadas y estropeadas. Eran el último proyecto en el que ella y su
padre habían trabajado juntos. Dos botellas de cerveza vacías se
encontraban sobre la mesa de centro, junto a un cartón de cigarrillos
vacío, cuya parte superior estaba rota. Bienvenida a casa.
—¿Chrissy? —Su madre se hallaba junto a la estufa removiendo
algo en una gran olla. Un cigarrillo colgaba de sus labios, como si
hubiera echado raíces—. Estaba esperando a Jeddy.
Las cenizas flotaban en el suelo mientras hablaba. Pamela Moon
era una borracha rubia parecida a Peg Bundy. Desde su cabello
excesivamente alborotado, su camiseta rosa de tirantes, sus mallas
negras, su cinturón blanco ancho y sus tacones altos, hasta la forma de
agitar una mano de manera constante.
Crystal se encogió ante el nombre que abandonó cuando se fue
para la universidad. Habían pasado años y su madre no se había dado
cuenta. Eso o simplemente no le importaba. Imaginó que era un poco
de ambas cosas.
—Lo siento, mamá. Solo yo.
Esperaba que su madre recordara que quedaron para cenar. A
veces se olvidaba. Solía llevar la cena en sus visitas mensuales, pero su
madre se quejaba de todo y había dejado de intentarlo.
Esta tomo una cerveza del mostrador y dio un largo trago. Crystal
midió su inestabilidad, contando las cinco botellas vacías que tenía a la
vista y sabiendo que probablemente no era la cuenta total del día. Su
madre se había hundido después de que perdieron a su padre por culpa
de un conductor borracho, lo que no tenía sentido para Crystal. Su
muerte surtió un profundo efecto en ella en demasiados aspectos como
para contarlos, pero lo más importante era que se cuidaba de no beber
en exceso. Al principio había pensado que la bebida de su madre era un
mecanismo de adaptación, pero con el paso de los meses, y luego de los
años, se dio cuenta de que tenía un problema y la animó a ir a AA y
buscar ayuda. Su madre había ignorado sus esfuerzos, volviéndose fría
y amargada. No tenía ni idea de cómo funcionaba con la cantidad de
alcohol que consumía.
Crystal se asomó a la masa oscura de la olla.
—¿Qué estás haciendo?
—Chili. ¿Tienes hambre?
Más cenizas cayeron al suelo.
—Sí, claro.
Revolvía la comida en su plato y elogió la cocina de su madre.
Luego la envolvía y se la dejaba para que la consumiera al día siguiente.
Colocó su bolso en la mesa de café y se acomodó para la próxima hora,
esperando que transcurriera rápido.
—¿Cómo estás, mamá? ¿Va bien tu trabajo?
Su madre trabajaba en una tienda de conveniencia a tres
manzanas de distancia.
Asintió, inhalando ruidosamente mientras se sacaba el cigarrillo
de la boca, y agitaba una mano.
—Veinte o treinta horas a la semana. Todavía están hablando de
hacerme gerente, pero ya sabes. —Guiñó un ojo y metió el cigarrillo
entre sus labios pintados—. Me encontraré un buen hombre antes de
que eso ocurra.
—Claro.
Hacía tiempo que había dejado de creer las historias de su madre
sobre los ascensos, y también renunció a intentar convencerla de que
un hombre nunca sería la respuesta a sus problemas.
Puso la mesa, escuchando a su madre parlotear sobre una mujer
con la que trabajaba. Por una vez le hubiera gustado que le preguntara
cómo estaba o qué novedades había en su vida, como había hecho antes
de que su padre perdiera el trabajo y se vieran obligados a mudarse de
su casa en Peaceful Harbor. Pero su madre no era esa mujer desde
hacía años. Había cambiado cuando se mudaron, y empeoró aún más
después de la muerte de su padre.
La puerta se abrió de golpe y Jed entró en la habitación, haciendo
que el reducido espacio se sintiera aún más pequeño. Con su casi metro
noventa, el cabello rubio claro, una barba un poco más oscura y unos
penetrantes ojos azules, era la viva imagen de su padre.
Besó la parte superior de la cabeza de Crystal.
—Hola, camarón. ¿Sigues con el rollo gótico?
Puso los ojos en blanco. Se había teñido el cabello de negro justo
después de mudarse a Peaceful Harbor. Eso ocurrió hace más de cuatro
años. Pensó que ya se habría acostumbrado.
—¿Sigues robando?
Señaló hacía su chaqueta de cuero mientras bajaba la cabeza
para besar la mejilla de su madre.
Se tumbó en el sofá y subió los pies en la mesa de centro.
—No. Ayudé a un chico a arreglar su auto. —Quitó una mota
invisible de suciedad del cuero oscuro—. Me gané el dinero para esto
legalmente.
—Ajá. —Crystal le empujó los pies de la mesa de café y fue a
llenar vasos de agua para la cena—. No recuerdo la última vez que no
ganaste dinero por las malas. ¿Dónde vives estos días?
—Me quedo en casa de un amigo. Un apartamento en el sótano.
—¿Tienes mis cigarrillos? —preguntó su madre.
—Oh, demonios. —Jed se estremeció—. Sabía que olvidaba algo.
—Dios, Jeddy —dijo su madre mientras servía el chili en tres
platos—. ¿Qué has estado haciendo? Te he esperado todo el día.
—Ma. Estaba trabajando. No te preocupes —respondió—. Los
traeré después de la cena.
Crystal aguzó el oído.
—¿Trabajando? ¿De verdad?
—Estoy tratando de ordenar mis cosas. Por fin, poniendo en
práctica ese entrenamiento en mecánica y tomando algunas horas aquí
y allá en un restaurante.
Su madre se burló.
—De acuerdo. Siéntate y come.
Se sentaron a la mesa, con el silencio solo siendo interrumpido
por el tintineo de los cubiertos sobre los platos. Crystal revolvió su
comida, observando a su madre fumar y comer. Tenía vagos recuerdos
de ella sin los dientes manchados por el cigarrillo, los dedos
amarillentos y la amargura de alguien a quien el mundo había
perjudicado. Recuerdos de una mujer que la enviaba a la escuela
primaria con una bolsa de papel para el almuerzo y la saludaba con
una sonrisa cuando bajaba del autobús al final del día. En cierto
sentido, la muerte de su padre les había robado a ambos.
—¿Dónde trabajas? —preguntó, echando un vistazo más largo a
su hermano. No era un gran bebedor, y nunca había sido un
consumidor de drogas. Por desgracia, no había ningún signo externo
para un ladrón.
—Mi amigo tiene una gasolinera. Le estoy ayudando.
—¿Cuánto te embolsas? —le preguntó su madre.
—¡Mamá!
Puede que Crystal no se creyera que su hermano estuviera de
repente tratando de limpiar sus actos después de toda una vida de
problemas, sin embargo, no le gustaba la actitud condescendiente de su
madre. Ya era bastante malo que nunca hubiera creído una maldita
cosa que dijera, pero al menos podía entender el enfado hacia ella. Se
fue de casa a los dieciocho años con una beca Pell2 para ir a la
universidad y nunca miró atrás. Pero Jed había estado a su lado, la
había llevado a la cama cuando se encontraba demasiado borracha
para caminar y había hecho todo lo que le había pedido durante años.
—¿Qué? —Dio una calada a su cigarrillo—. No puedes confiar en
la palabra de un mentiroso. Es igual que su padre.
—Alguien tiene que mantenerte —espetó Jed.

2
La Beca Pell es un subsidio federal que se otorga a los estudiantes para la educación
post instituto. Las subvenciones Pell se conceden en función de la necesidad
financiera y, a diferencia de los préstamos, generalmente los estudiantes no tienen
que regresar el dinero.
—Jesús, Jed. Por favor, dime que no le estás dando dinero. —No
podía perderse en eso ahora mismo, se encontraba demasiado enojada
por lo que había dicho su madre—. Papá no era un mentiroso.
Se cruzó de brazos, sin querer librar la batalla familiar. Su madre
afirmaba que su padre le había prometido una buena vida. No era su
culpa que lo hubieran despedido. ¿No era eso lo que significaba amar a
alguien en lo bueno y en lo malo? ¿Aguantar en los momentos difíciles?
Les dio a todos una buena vida, y los amó. No era su culpa que a la
primera señal de problemas su madre hubiera empezado a beber.
Nunca había entendido qué más podía querer su madre, y en ese
momento simplemente no le importaba.
Su madre se quitó el cigarrillo de la boca para hablar, y Jed le
puso una mano en el brazo.
—Mamá, no lo hagas.
—Bien, ¿sabes qué? —Crystal apretó los dientes—. No he venido
aquí para escucharte agredir a Jed o a papá.
—¿Por qué viniste entonces? —le preguntó su madre.
—Me hago esa pregunta cada vez que vengo de visita. —Miró
hacia otro lado—. Algún tipo de sentido retorcido de la lealtad, supongo.
Su madre se puso de pie, hablando alrededor de su cigarrillo.
—No seas tan engreída. Saliste de mi vientre. Llevas mi sangre,
niña. No eres mejor que yo, así que no te atrevas a juzgarme.
Crystal se obligó a respirar profundamente y a encontrar la voz
tranquila que utilizaba con los padres prepotentes en la boutique.
—No te estoy juzgando, mamá. Solo me gustaría que dejaras de
hacerlo con Jed y con papá.
—Oye, ¿qué tal si cambiamos de tema? —Jed le guiñó un ojo—.
¿Cómo está tu novio?
—¿Qué novio?
Se rio.
—Oh-oh. ¿Rompieron?
Puso los ojos en blanco.
—¿Quién...?
—¿Bear? ¿El chico que tenía su brazo alrededor de ti en la fiesta
de Navidad de Tru y de nuevo en el desfile de Pascua? ¿Olvidaste que
estaba allí?
—No es mi novio. —Aunque ha protagonizado mis sueños durante
meses—. No hay ningún novio. Lo mismo que la última vez y
probablemente lo mismo que la próxima.
Su madre se burló.
—Ella no puede mantener a un hombre. Un hombre la toca y
enloquece.
La noche de ataque, y la razón por la que había dejado la
universidad, volvieron a su mente. Por qué pensó que podía confiar en
su madre no lo sabía. Al diablo con esto.
Cruzó la habitación y agarró su bolso.
—Lo siento, Jed. Tengo que salir de aquí.
—Eso es. Huye, como siempre.
Su madre agitó una mano y tomó su tenedor, apuñalando la
comida.
—Como sea.
Estaba harta de la misma mierda de siempre; su madre apenas
valía la energía de su respuesta a medias.
—Jesús, mamá. Dale un respiro. —Jed se puso de pie y se colocó
entre la mesa y Crystal, afortunadamente bloqueando la vista de su
madre—. Ignórala. Está loca de remate.
—¿Necesitas que te lleve?
Se moría por darse una ducha y quitarse el humo y la suciedad
de su pasado.
—Sí. Me devuelven el carnet en seis semanas, pero ¿puedes
dejarme en casa de mi amigo? —
Miró a su madre, y vio la culpa que le corroía.
Volvió a rodar los ojos.
—Te llevaré a buscar sus cigarrillos primero, pero no sé por qué lo
sigues haciendo.
—La misma razón por la que estás aquí cada mes. El viejo
sentimiento de culpa.

Crystal entró por la puerta principal de Truman y Gemma como


un fuego incontrolado, devorando todo lo que encontraba a su paso. Su
melena de cuervo estaba empapada, enmarcando su bello y fruncido
rostro mientras irrumpía en el salón. Su sudadera negra con capucha
estaba abierta sobre una camiseta de los Rolling Stones, y sus
penetrantes ojos azul bebé lanzaban dagas. Sus jeans negro ajustado
tenía desgarros a lo largo de los muslos y debajo de las rodillas,
revelando destellos de su piel bronceada. Una piel que le gustaría tocar,
saborear y envolver.
Se detuvo a unos metros de Bear y puso la mano en la cadera.
—Dame una brocha, o un rodillo, o una maldita pistola por lo que
me importa. Solo dame algo y sal de mi camino.
Hacía diez minutos que habían terminado de pintar. Bear se rio
de su vehemencia. Era sexy como el pecado sin importar el estado de
ánimo en que se encontrara, pero esta tigresa que tenía ante sí le hacía
desear consolarla y tomarla a la vez.
—¿Una noche dura, cariño?
Ella entornó los ojos.
—No lo suficientemente dura. Y no soy tu cariño. Necesito
descargar mis frustraciones.
Extendió una mano, obviamente esperando una brocha.
Agarró esa delicada manita y la atrajo contra él. Todo su cuerpo
ardía. Varios meses jugando al gato y al ratón eran demasiado. Sus ojos
se oscurecieron y su respiración se hizo más superficial. Bear se había
cansado de jugar. Esta descarada belleza no solo lo quería, sino que lo
necesitaba. Solo que aún no lo sabía.
—¿Qué crees que estás haciendo? —Hablaba en voz baja y
probablemente pretendía parecer amenazante, pero sonaba sensual y
difícil de resistir.
Le elevó la barbilla y le pasó el pulgar por el labio inferior, y el aire
salió disparado de sus pulmones. Deslizó la mano por su cadera. Tenía
las curvas elegantes y sexys de una Harley-Davidson Duo-Glide del 61,
y él se moría de ganas por acelerarla y hacerla ronronear.
—Darte lo que necesitas. Una noche salvaje con un Whiskey es el
remedio perfecto para tus frustraciones.
—¡Tío Be-ah! —Kennedy, de tres años, entró corriendo en la
habitación con un camisón de Dora la Exploradora y agarrando el
peluche de Winnie-the-Pooh que le regaló Dixie, la hermana pequeña de
Bear. Se apretujó entre ellos. Truman había rescatado a sus hermanos
pequeños, Kennedy y Lincoln, de una casa de crack después de que su
madre sufriera una sobredosis. Gemma y él los estaban criando como
propios.
Crystal sonrió a Bear y arqueó una ceja.
La soltó de mala gana. Pene bloqueado por un niño de tres años.
—Hola, chica bonita. —Crystal le lanzó una mirada sarcástica
mientras se agachaba y abrazaba a Kennedy—. Esta monada es todo lo
que necesito después de una tarde frustrante.
—¿Po qué estás fustada, tía Cystal? —A Kennedy todavía le
costaba pronunciar las "r", y la forma en que hablaba hacía que las
entrañas de Bear se volvieran papilla.
—Ya no lo estoy, gracias a ti.
—Vine a dar las buenas noches a ti y a Beah.
Le dio a Crystal un fuerte abrazo y un beso, luego extendió sus
enjutos brazos hacia Bear y se puso de puntillas.
La levantó y ella le rodeó el cuello.
—Gacias por dejame ayudate a pinta. —Kennedy bostezó y apoyó
la cabeza en su hombro—. La casa está peciosa para la boda de mamá y
Tuman, es decir, papá.
Aunque Kennedy y Lincoln eran hermanos de Truman, cuando
Lincoln empezó a hablar, había llamado a Truman papá, y Kennedy
había dicho que también quería llamarlo así. A veces se le olvidaba y lo
llamaba Tuman.
Bear le pasó la mano por la espalda. Era difícil creer que había
transcurrido menos de un año desde que Truman los encontró.
Kennedy pasó de ser una niña delgada y asustada a ser una integrante
sana y feliz, no solo de la familia de Truman, sino también de la de
Bear.
—Eres la mejor pintora que hay, cariño. Gracias por ayudarme.
Elevó la vista y vio que Crystal lo observaba con una mirada
cálida e interesada. Eso le gustó mucho.
Ella desvió los ojos.
—Oye, ¿Ken? ¿Dónde está mamá?
—Le está dando a Lincoln un baño.
Crystal sonrió.
—¿Quieres que te lleve a la cama?
—Sí —dijeron al mismo tiempo Bear y Kennedy.
Crystal puso los ojos en blanco ante Bear y se acercó a Kennedy.
Él le puso un brazo alrededor de la cintura, ignorando su mirada.
—Estoy acompañando a dos de mis chicas favoritas arriba.
Acéptalo.
La guio hacia las escaleras, donde se encontraron con Truman
que descendía.
Él se quedó frente a frente con Bear, sus oscuros ojos se
desplazaban entre los dos. Sus labios se curvaron y sacudió la cabeza.
Debió leer la expresión de fastidio en el rostro de Crystal, porque
alcanzó a Kennedy.
—Creo que voy a intervenir. Gracias, chicos.
Después de bajar, Crystal dijo:
—Ya puedes soltarme.
—No, gracias. —Se mantuvo agarrado a ella mientras volvían a la
sala de estar—. ¿Quieres contarme lo que pasó esta noche?
—No. Quiero pintar.
Se zafó de su agarre y él volvió a tirar de ella.
—Si crees que voy a dejar pasar esto, te equivocas. Háblame.
¿Qué te tiene tan irritada?
—Jesús, Bear —espetó—. No soy tuya. No tienes que protegerme.
Ignoró su comentario porque ella sabía muy bien cómo
funcionaban las cosas con los Whiskey. Y, lo que es más importante, le
conocía lo suficiente como para saber que nunca se quedaría de brazos
cruzados y dejaría que le hicieran daño. Si alguien la había hecho
enojar, él lo arreglaría.
—Todavía no eres mía —concedió.
—Dios, eres tan arrogante y manoseador y... ¡Uf! —Se apartó—.
Solo tuve una visita difícil con mi madre, eso es todo.
—¿Qué pasó?
Que no quisiera entrar en detalles no le sorprendió. Siempre
había sido reservada con sus padres.
Agarró la escalera y la arrastró hacia la pared del fondo. Él se la
quitó y ella volvió a mirarlo con desprecio. Era la mujer más testaruda
que había conocido. También era perpicaz, segura de sí misma y,
quizás, la persona más sensible que conocía, aunque nunca lo
admitiría. Esas eran solo algunas de las cosas que le parecían
absolutamente fascinantes en ella.
Tenía los brazos cruzados y él estaba bastante seguro de que, si
fuera posible, le saldría vapor por las orejas.
—¿Podemos simplemente pintar?
—Lo siento, cariño, pero hemos terminado por esta noche.
—¿En serio?
Miró alrededor de la habitación, y su estómago gruñó. Sus labios
se curvaron en las comisuras mientras extendía una mano sobre su
vientre.
Perfecto. Sacó su teléfono, enviando un mensaje a Tru y
diciéndole que iba a llevar a Crystal a comer algo.
—Toma tu bolso. Vamos a salir a comer.
Le pasó el brazo por encima del hombro y se dirigió a la puerta
principal.
—No tengo hambre.
Le lanzó su mejor mirada inexpresiva.
El desafío surgió en sus hermosos ojos.
—No me digas lo que tengo que hacer.
—Muy bien. Tu estómago está gruñendo. Es obvio que tienes
hambre. Vamos a comer algo.
Cruzó los brazos sobre el pecho.
—Eso es revelador.
—Cristo, mujer. —Ella no tenía ni idea de cuánto adoraba él esta
faceta. Nunca habían tenido una cita oficial, pero habían ido a comer de
improviso muchas veces—. ¿Tienes hambre?
—Podría comer.
—Genial —dijo—. Vamos.
—Oh, Dios mío. ¿De verdad? ¿Nadie te enseñó a preguntarle a
una mujer si quiere salir a comer?
—¿Me estás diciendo que te pida una cita?
Volvió a deslizar el brazo alrededor de su cintura y movió las
cejas.
—No. —Se rio.
Le encantaba su risa. Era descarada y ruidosa, como ella.
—Maldita sea. Pensé que había tenido suerte. Chrystal Moon, ¿te
gustaría comer una hamburguesa conmigo?
Recogió su bolso del suelo.
—De acuerdo. Pero tengo que avisarle a Gemma. Eres tan
mandón.
—Te gusta mucho que sea mandón, y ya le envié un mensaje a
Tru para decírselo.
—Presuntuoso y mandón.
Abrió la puerta. El cielo sin estrellas hacía que la noche fuera aún
más oscura, e incluso con las luces de la calle parecía que la noche se
había tragado el suelo.
Crystal se dirigió hacia su auto, y él apretó su agarre.
—Tomaremos mi camioneta.
—Puedo conducir. Entonces no tienes que traerme de regreso.
Abrió la puerta del pasajero de la camioneta y dijo:
—Tampoco me gustaría traerte de regreso. Sube.
—Mandón.
Se apoyó en el estribo y él le dio una palmada en el trasero. Ella
lo miró por encima del hombro.
—Sabes que me gusta cuando me miras mal.
Rodeó la camioneta y se subió al asiento del conductor,
debatiendo si desabrocharle el cinturón de seguridad y arrastrar su
bonito trasero hacía él. Pero su expresión se tornó seria, y recordó que
había tenido una noche dura. La empatía hizo a un lado sus deseos.
Condujeron hasta Woody's Burgers en silencio, y así supo que
probablemente había algo más que una desagradable visita a su madre.
También sabía que no iba a decirle lo que de verdad estaba ocurriendo.
Al menos no todavía. Él fue muy directo, pero tenían una sólida amistad
que se sentía más como una relación y que iba más allá de su deseo de
probar, por fin, su deliciosa boca. Se preocupaba por ella y, de un modo
u otro, encontraría la forma de hacerla hablar. Tenía que hacerlo,
porque saber que estaba sufriendo y no poder solucionarlo le daban
ganas de arrancarle la cabeza a alguien.
Aparcó la camioneta y se acercó a su asiento, dándole un apretón
reconfortante en la mano.
—Hola. —Esperó hasta que ella se encontró con su mirada—.
Pase lo que pase, sabes que puedes hablar conmigo.
Sus ojos se posaron en sus manos, y el atisbo de una sonrisa se
dibujó en sus labios.
—Sí, lo sé. Gracias.
Woody's era una hamburguesería discreta con paredes de ladrillo
pintadas de blanco y mesas y bancos de color verde brillante. Helechos
crecidos y luces de hierro decorativas colgaban de barras metálicas a lo
largo del techo. El suelo era un mosaico de tablones de madera
desiguales. No parecía gran cosa, pero tenían las mejores
hamburguesas y patatas fritas de Peaceful Harbor, y además esta noche
Bear llevaba del brazo a la chica más hermosa del puerto. Era una gran
noche, a pesar de la nube que se cernía sobre la cabeza de Crystal. Él la
protegería de cualquier tormenta que se le presentara.
Se deslizó en la cabina junto a ella.
—Por algo hay dos bancos —señaló.
—Oh, claro.
Subió los pies en el banco frente a ellos, las puntas de sus botas
de cuero negro quedaron visibles sobre el borde de la mesa.
Se rio.
—Tu turno.
Le dio un golpecito en el muslo, dejando la mano allí, mientras
ella levantaba los pies junto a los suyos.
Apartó la mano de su muslo sin decir nada y él estiró el brazo por
el respaldo del banco.
—¿Siempre eres así?
Tomó el menú y lo leyó por encima.
—Me conoces desde hace mucho tiempo. Dímelo tú.
—Sé cómo eres conmigo. Quiero decir con otras chicas. Nunca he
tenido una cita contigo.
Comenzó a masajear la tensión de su hombro.
—Entonces tal vez sea hora de remediarlo.
La camarera interrumpió antes de que pudiera responder, y
ordenaron hamburguesas y patatas fritas, Crystal pidió un batido.
—Mixto de chocolate, vainilla y fresa, por favor.
Era única en todo lo que hacía, y a él le encantaba eso. La comida
llegó rápidamente, e hicieron una pequeña charla sobre los preparativos
de la boda de Tru y Gemma.
Cuando no pudo soportar más el filo de su voz, le dijo:
—Háblame de tu madre.
Se encogió de hombros.
—No hay nada que contar. No somos muy amigas.
—¿Por qué esta noche fue tan difícil?
Tomó una patata frita y la mojó en su batido mientras ella se
llevaba la hamburguesa a la boca.
—¿Eh...? —Bajó la hamburguesa al plato—. ¿Qué estás haciendo?
—Mojando mi patata frita en tu batido. —Se la metió en la boca—.
¿No hemos hecho esto antes?
—No.
—¿Nos conocemos desde hace casi un año y nunca habíamos
comido patatas fritas y batidos? Eso no es cierto y lo sabes.
—Nunca has mojado tu patata frita en mi batido —aclaró.
Rozó su hombro con el de ella.
—¿De quién es la culpa? Me encantaría enterrar mi patata frita en
tu delicioso batido.
Soltó una carcajada.
—Eso no está sucediendo.
Dio un gran bocado a la hamburguesa, con las mejillas abultadas
como una ardilla, claramente tratando de evitar hablar de eso.
Terminó su hamburguesa y volvió a rodearla con el brazo,
mojando otra patata frita en su batido. Se lo tendió, y ella le apartó la
mano, señalando su boca llena. Tenía los ojos muy abiertos, pero
sonreía, lo que a él le gustó mucho.
—De acuerdo, te diré qué. Dime por qué esta noche fue tan difícil,
y dejaré tu batido en paz.
Negó, y él mojó otra patata frita. Gimió, tratando de tragar su
hamburguesa tan rápido como pudo.
—Mi chica no traga bien. Tomo nota.
Soltó una risa y resoplido, y se atragantó. Él le dio una palmadita
en la espalda y ambos se rieron.
—Te ayudaré con eso de tragar —le ofreció, lo que la hizo reír más
fuerte, haciéndola resoplar de nuevo.
Trató de recuperar el aliento, y él mojó otra patata frita.
—¡Oye!
—Solo prueba una. Te gustará. Te lo prometo.
Miró la patata frita como si fuera veneno.
—Un bocado. —Llevó la patata frita por su labio inferior.
Acercándose más, dijo—: Será mejor que lo lamas antes que yo.
Sus ojos se entrecerraron y su lengua pasó por su labio inferior.
—Cristo todopoderoso —refunfuñó.
Se rio.
—Sabe muy bien. Salado y dulce.
—Quédate conmigo, nena. Me aseguraré de que tengas tu ración
de salado y dulce.
Negó, riendo suavemente.
—Nunca respondiste a mi pregunta sobre si eras así con todas las
mujeres.
—Nunca respondiste a la mía acerca de lo que realmente pasó
esta noche.
Sumergió otra patata frita y la sostuvo para ella.
Sus ojos se quedaron atrapados, con un calor imparable que latía
entre ellos. Ella desvió su mirada hacia la patata frita, sus dedos se
enroscaron alrededor de su muslo. No se movió, no dijo una palabra,
solo miró fijamente a la patata frita, como si eso pudiera enfriar el
infierno que los seguía como una sombra.
Él se inclinó hacia delante para comer la patata frita al mismo
tiempo que ella, y acabaron nariz con nariz, con las bocas separadas
por una patata frita.
Ella se lamió los labios, y él bajó la patata, despejando el camino
para el beso con el que había estado fantaseando durante meses.
—Tuve que llevar a Jed a su casa —dijo suavemente.
Tardó un segundo en darse cuenta de que estaba respondiendo a
su pregunta.
—Tengo muchos diseños en los que trabajar para la boutique
ahora que estamos intentando confeccionar y vender nuestro propio
vestuario. Y no he tenido tiempo de realizar la inspección de mi auto,
que tengo que hacer antes de que me pongan una multa. Esta noche ha
sido una auténtica pérdida de tiempo. No ahora —aclaró—. Antes. Con
mi madre y Jed.
Se vestía y actuaba con dureza, pero había breves momentos
como este en los que bajaba la guardia lo suficiente como para que él
pudiera vislumbrar a la mujer vulnerable que había detrás de los
muros. Quería tomarla en sus brazos, protegerla y amarla a la vez.
Pero, por fin, le había dejado entrar y se dio cuenta de que aún le debía
una respuesta a su pregunta.
La verdad llegó fácilmente.
—Me preguntaste si era así con todas. Soy así porque eres tú.
La observó evaluar su respuesta con una expresión escéptica.
¿Percibió la honestidad de su confesión? Los segundos pasaron como
minutos, los minutos como horas. Meses de energía sexual acumulada
se encendieron entre ellos. Deslizó la mano por debajo de su cabello,
acercándola. Ella lo miraba como si quisiera disolverse en él. Por fin. Se
inclinó para besarla y, con la misma rapidez con la que crecía su
pasión, la frialdad descendió sobre su rostro, bajando la dulce curva de
sus labios mientras se inclinaba hacia atrás, poniendo espacio entre
ellos.
Giró su cuerpo hacia la mesa y bajó los pies al suelo, sentándose
más erguida y dejando que él se preguntara qué demonios acababa de
pasar. Había estado así de cerca de recibir el beso que ansiaba desde
hacía meses.
—¿Crystal...?
El estridente tono de llamada del Club de Motociclistas Caballeros
Oscuros al que pertenecían él y sus hermanos, y que dirigía su padre,
rompió su confusión y sacó el teléfono del bolsillo. El corazón le
retumbó, ya sea por el beso que casi se dieron o por la alerta del club,
no podía estar seguro.
Respondió a la llamada y escuchó a su hermano mayor, Bullet,
transmitir la información sobre Trevor "Scooter" Mackelby, un niño de
siete años cuya madre había llamado la atención de uno de los
miembros del club cuando publicó en Facebook que su hijo estaba
siendo acosado. Los Caballeros Oscuros lo habían adoptado en su club
y juraron protegerlo. Había habido un incidente en la escuela y ahora
Scooter tenía miedo de irse a dormir. Esta noche los miembros del club
se reunirían en torno a la casa de Scooter y se quedarían hasta la
mañana, para asegurarse de que se sintiera seguro.
—Tengo que dejar a Crystal en su auto y tomar mi moto —le dijo
a Bullet—. Nos vemos allí.
Salió de la cabina y arrojó dinero sobre la mesa, deseando poder
profundizar en su casi beso, pero no había tiempo.
—Lo siento, cariño, el deber me llama. Tengo que irme.
La confusión nubló sus ojos.
—¿Deber?
—Asuntos del club.
Se apresuraron a llegar a la camioneta, y él le explicó lo de
Scooter en el camino de vuelta a casa de Truman para que ella tomara
su auto. Su bisabuelo había formado los Caballeros Oscuros, y su
padre, que se hacía llamar Biggs, por su estatura de metro noventa y
cinco, era el presidente. Bear y sus hermanos habían sido educados
para respetar la hermandad y honrar su credo.
—El amor, la lealtad y el respeto por todos, corren tan densos
como la sangre por nuestras venas. Es una bendición y una maldición.
—Continuó explicando cómo conectaron con Scooter y le dio ejemplos
de cuando habían ayudado en situaciones similares en pueblos vecinos.
—Entonces, si un niño o un adulto es intimidado...
—Abusado —la corrigió.
—O abusado, ¿todos se sitúan fuera de su casa hasta que se
sienta seguro?
—Esencialmente, pero no siempre. Depende de la situación. Las
escuelas, los profesores, incluso la policía, no pueden hacer mucho
cuando se trata de acosadores. Las víctimas se sienten débiles y
vulnerables. Nosotros les damos el poder de contarlo y de saber que
tienen apoyo. Al involucrarnos y aparecer con fuerza, fuera de su casa,
por ejemplo, o en su calle, o acompañándolos a la escuela o al trabajo,
la persona que los está lastimando se da cuenta de que la víctima no
está sola y vulnerable. Estamos ahí para protegerlas.
—Pero ¿qué pasa si son maltratados y no acosados, por un
adulto?
Bear rechinó los dientes para evitar el enfado que le provocaba la
pregunta.
—También estamos ahí para esos casos. Y cuando van al juzgado,
los escoltamos. Todo el club, en nuestras motos, delante y detrás de los
autos de sus padres. Y hacemos fila en el juzgado para mostrar nuestro
apoyo.
—¿Intimidando al abusador?
—Ese es un buen efecto secundario, pero nuestro objetivo es
empoderar a la víctima y hacerla sentir segura.
Se detuvo frente a la casa de Tru y bajó de la camioneta,
acercándose para abrir la puerta de Crystal y ayudarla a salir.
—Piénsalo así. Si llaman a un trabajador social a las diez de la
noche, no van a obtener respuesta. Una vez que son adoptados por
nuestro club, son miembros de por vida, y los apoyamos sin importar la
hora del día o de la noche. Todo empezó hace unos años, cuando mi
padre conoció a una familia que había perdido a su hijo por suicidio
después de haber sido acosado. Eran de Florida, pero eso le abrió los
ojos. Llevó la misión a los miembros, y ahora forma parte de lo que
somos.
Buscó las llaves en su bolso.
—Es impresionante. Me sorprende que no existan artículos sobre
ustedes.
Finalmente, encontró sus llaves y abrió la puerta del auto.
—No queremos prensa. Se trata de ayudar a las víctimas.
Se acercó y ella retrocedió, dándole una clara señal de que lo que
la había asustado en Woody's seguía rondando.
—Me lo he pasado muy bien esta noche —dijo—. Gracias por
dejarme mojar mi patata frita en tu batido.
Sonrió y sacudió la cabeza, su mirada bajó hacia el suelo. Se veía
adorablemente sexy. Otro vistazo a ese lado más suave de su chica
dura.
Con un dedo bajo su barbilla, le elevó el rostro para que tuviera
que encontrar su mirada.
—Eso también va por ti. Si no te sientes segura en cualquier
momento, a cualquier hora, sabes que puedes llamarme.
Lo miró durante un largo instante, como si se esforzara por
decidir si debía hacer un comentario inteligente, o seguir con el calor
entre ellos. Parecía ser la mirada del día.
Una sonrisa se dibujó en su rostro, y subió a su auto.
—¿Y alimentar esa gran cabeza tuya? No necesito protección, pero
me alegra que ayudes a ese niño.
Se inclinó y le besó la mejilla. La había besado a hurtadillas
varias veces, pero siempre se sentía como la primera vez. Sus labios se
detuvieron en su cálida piel, empapándose de su femenino aroma.
—Todavía no has visto mi gran cabeza, cariño. Pero estoy seguro
de que te gustará aún más que la que has estado mirando toda la
noche. Conduce con cuidado.
Cerró la puerta y bajó la ventanilla.
—¿Por qué sigues enviándome mensajes con tu nombre?
Se sintió sonreír.
—Puede que me pierdas de vista, pero me aseguraré de que no me
olvides. Buenas noches, cariño. Envíame un mensaje para decirme que
llegaste bien a casa, y cierra las puertas.
Puso los ojos en blanco.
—Lo haré si quiero.
—Oh, sí quieres.
Le lanzó un beso, escuchando el sonido del cerrojo en su lugar y
preguntándose cuánto tiempo pasaría antes de que su teléfono vibrara
con un texto.
Capítulo 2
Crystal esparció los diseños en los que había estado trabajando
sobre la mesa de la boutique el jueves por la tarde y dio un paso atrás,
dejando a Gemma espacio para evaluarlos. Hacía unas semanas, ella le
había mencionado que quería ampliar la boutique y habían discutido
varias opciones, entre ellas crear y vender su propio vestuario. Crystal
había ido a la universidad para estudiar administración de empresas y
diseño de modas, desde entonces había jugado a diseñar su propia
ropa. Había transformado su comedor en un cuasi estudio cuando se
mudó por primera vez y desde entonces había logrado avances en la
confección de su propia vestimenta. Últimamente había empezado a
jugar con algunas ideas de vestuario nuevo. Compraban ropa al por
mayor a grandes proveedores, lo que les permitía tener una buena
variedad en el inventario.
—Vaya, has estado muy ocupada.
Gemma se acomodó el cabello castaño y dorado detrás de la oreja,
estudiando los diseños.
Princess for Day fue idea de Gemma, y lo que más le gustaba era
que no tenía nada que ver con los estereotipos de las niñas como
princesas con volantes y sí con permitir que las pequeñas de cualquier
edad se convirtieran en lo que quisieran, al menos durante unas horas.
Ofrecían disfraces para casi todo, desde roqueras y princesas
académicas hasta obreras de la construcción y princesas góticas. Las
chicas podían vestirse de cuero o de encaje, con disfraces poco
femeninos o con cualquier otra cosa que se les ocurriera. Mientras
Crystal pensaba en nuevo vestuario, se dio cuenta de que, con sus
propios diseños, las posibilidades eran infinitas.
Gemma y Crystal vestían los disfraces que ofrecían, y a ella le
encantaba que Gemma los llevara más allá de los límites propios de las
normas sociales. Hoy lucía un extravagante disfraz de princesa
Blancanieves sensual, con medias blancas hasta el muslo, unas
brillantes Mary Jane negras y un vestido corto lo suficientemente
parecido al de Blancanieves como para que los niños hicieran la única
conexión que debían hacer. Aunque eran mejores amigas, el traje de
animadora gótica de Crystal, con medias de rejilla y una gargantilla
negra de pinchos, subrayaba sus diferencias. Pero mientras que
Gemma llevaba los disfraces que correspondían a lo que era por dentro
y por fuera, los de Crystal solo se guiaban parcialmente por lo que ella
era. En su mayoría, se derivaban de la imagen que necesitaba
transmitir para sentirse segura.
—Son solo bocetos —respondió finalmente Crystal—. Pero creo
que darán un toque único al reino de las princesas. Tomé la idea de la
princesa guerrera de Juego de Tronos. ¿Conoces a esa rubia alta que
lleva la espada? Es mi inspiración. Creo que muchas niñas sueñan con
ser así de poderosas. Y la diosa de la nieve es una de mis favoritas.
Podemos hacer los cubre botas de piel sintética blanca, y darles la
posibilidad de elegir entre un vestido largo y fluido acentuado con
apliques dorados y brillantes para simular los copos de nieve, o un traje
hasta la rodilla con mallas. Me encanta la idea de la princesa nerd, y la
de la princesa banquera, porque, admitámoslo, algunas niñas son cómo
ninjas.
Jugueteó con los bordes irregulares de su falda, ansiosa por
escuchar la opinión de Gemma sobre sus diseños. En el silencio, su
mente regresó a la noche anterior. No le había enviado ningún mensaje
a Bear cuando llegó a casa, como él le pidió. Quiso hacerlo, pero habían
estado tan cerca de besarse que sintió que estaban a punto de llevar su
larga historia de coqueteo insoportablemente caliente al siguiente nivel.
Y no se sentía preparada para eso. Todavía.
Durante meses, su atención la había hecho girar como un
tornado, y trabajar en estos diseños la devolvieron a sus días de
universidad, trayendo una avalancha de buenos y dolorosos recuerdos.
La combinación de ambos era abrumadora. Decidida a no ser definida
por su familia disfuncional o por su origen, se había reinventado a sí
misma cuando fue a la universidad, e hizo un gran trabajo. Incluso
cambió de nombre. Chrystina había sido todo lo que Chrissy no era, y a
la gente le había gustado. Era femenina, correcta e inteligente, por
supuesto, porque su padre siempre le había inculcado la importancia
de las buenas notas. Y a pesar de la caída de su madre en la
madriguera, no era una mujer estúpida. Pero cuando llevaba poco más
de dos años en su nueva y maravillosa vida, una fiesta y una mala
decisión traicionera hicieron que su mundo se derrumbara a su
alrededor y que naciera no jodas conmigo Crystal, una mujer sin pelos
en la lengua, dura como un clavo y con quien no se juega. Crearse una
reputación de que le gustaban los tipos duros y una afición por las
relaciones de una noche la habían hecho emocionalmente intocable, y
eso la mantuvo segura y cuerda.
—Son geniales —dijo Gemma, devolviendo la mente de Crystal al
momento—. Pero ¿realmente crees que podemos hacerlos y seguir
manteniendo el negocio? Entre los niños y la boutique, tengo muy poco
tiempo libre.
—Creo que sí, si empezamos con algo pequeño. Tal vez hagamos
unos pocos de un mismo conjunto para que la producción sea rutinaria,
y ver cómo se venden. Si lo hacen bien, podemos reclutar estudiantes
de diseño para trabajar...
—No puedo permitirme personal de producción —interrumpió
Gemma—. Supongo que podríamos ver lo que costaría mandar a
fabricarlas en el extranjero o algo así.
—No creo que tengamos que hacer eso. Solo escúchame. —Crystal
movió los papeles y se sentó en la mesa, emocionándose más a cada
segundo. Ni en sus sueños más salvajes había pensado que encontraría
una amiga tan fabulosa, y mucho menos que tendría la oportunidad de
formar parte de algo tan apasionante—. Como he dicho, podemos
empezar por hacer nosotras mismas algunos disfraces. Lo haré después
horario laboral.
—Dice la chica que va a recibir una gran multa por no tener
tiempo de hacer que le inspeccionen su auto —le recordó Gemma.
—Lo sé. Lo haré esta semana.
Sabía que probablemente eso no iba a suceder, dado el limitado
horario de la estación de inspección, pero esperar que fuera cierto
mantenía a raya mi ansiedad.
—Tengo una máquina de coser. Solo necesito los materiales de
producción. Si se venden bien y hay suficiente demanda, podemos
contratar a estudiantes de diseño de moda y ofrecerles una parte del
pastel. Habría dado cualquier cosa por tener una oportunidad como
esta cuando estaba en la escuela. Básicamente, trabajarán gratis
durante los primeros meses. Hasta que obtengamos ganancias. Luego
se llevan una comisión de cada pieza vendida. Es una situación en la
que todos ganan. Pueden utilizar su experiencia en sus currículos,
como unas prácticas por encargo.
—O mejor aún, tal vez algunos de ellos se queden y podamos
formar un equipo. —Los ojos verdes de Gemma brillaron con
entusiasmo—. Ya sé cómo conseguiremos liberar algo de tu tiempo.
Llamaré a la tienda donde encargamos mi vestido de novia y concertaré
una cita de prueba en lugar de que tú le hagas el dobladillo y lo ajustes.
Su vestido no era el típico traje de novia. Hacía dos semanas se
había enamorado de un vestido de satén blanco hasta la rodilla con un
corpiño cruzado sin tirantes, una capa de gasa sobre la falda y un fajín
con joyas. Estaba preciosa con él, pero tuvieron que pedir su talla y
Jewel Braden, la encargada de la boutique Cheleas, donde había
encontrado el vestido, le había advertido que ese en concreto casi
siempre necesitaba ser ajustado.
—¿Estás segura? ¿Acaso Chelsea hace arreglos?
—Sí, estoy segura. Jewel dijo que tienen una costurera a tiempo
parcial. Es perfecto. Podemos llevar a Dixie y buscar sus vestidos a la
vez. Eso es, si no te importa ir conmigo. Es una cosa de dama de honor,
¿no?
Crystal se rio.
—Es una cosa de mejores amigas, y estoy totalmente de acuerdo
con ello. Avísame cuando puedan hacerlo. —Nunca se había imaginado
ser la dama de honor de nadie, y en cuanto Gemma se lo había pedido,
en realidad había llorado—. Hay tantas cosas que puedes hacer con la
compañía si realizamos nuestros propios disfraces. Sé que no estabas
convencida de dar el paso con franquicias, y si esto va bien, puedes
vender tus diseños a boutiques similares de todo el país. No hay
necesidad de concesiones. Entonces solo tendrías que contratar a
alguien para gestionar la producción.
—¿No sería increíble? Pero, aunque creo que podemos
permitirnos los costes de material de unos pocos disfraces, si se trata
de hacerlos en masa, hay otros gastos adicionales.
—Correcto —aceptó Crystal—. También he pensado en eso.
Dependiendo de lo grande que quieras ir en ese momento, podemos
hacer algo de mercadeo de base o conseguir un préstamo bancario.
Gemma volvió a revisar los diseños.
—Empezar poco a poco es lo mejor. Si despega, ya pensaremos en
el resto. Tienes mucho talento, Crys. Nunca me dijiste por qué dejaste
de ir a la universidad.
—Claro que sí. —Se bajó de la mesa y reunió los diseños en una
pila—. Me quedé sin dinero.
Odiaba mentir, pero lo último que quería era compasión,
especialmente de Gemma. Se conocieron poco después de que regresara
a Peaceful Harbor, y apenas había podido mantener la calma. Gemma
fue su gracia salvadora. Le había ofrecido su amistad y un trabajo que
adoraba, dos cosas que no le habría dado tan fácilmente si hubiera
sabido lo destrozada que se sentía en aquel momento.
Alejó esos pensamientos, fue detrás de la caja registradora y
guardó los diseños en su bolso para trabajar más tarde esa noche.
—Empezaré a sacar los disfraces.
Entró en la trastienda, revisó los trajes para asegurarse de que
tenían todas las piezas, y tiró de la alta estantería metálica de ropa
hacia la parte delantera de la tienda.
Gemma levantó la vista de donde estaba agachada junto al cubo
de accesorios en la zona de juegos.
—¿Vas a contarme cómo te fue anoche con Bear? ¿O debo fingir
que no viniste y te fuiste sin saludarme?
Se rio.
—¿Celosa?
Dejó el perchero junto al vestidor y volvió por otro, pasando por
delante de Gemma en su camino.
—Olvidé decírtelo. La degustación del pastel de bodas está fijada
para dentro de dos semanas. He pedido varios sabores porque ¿cuántas
veces se puede hacer una degustación de pastel de bodas?
Gemma era lo más parecido a una hermana que jamás tendría, y
esperaba que estuviera haciendo lo suficiente para ayudarla a preparar
la boda. Ella y Truman querían una boda sencilla en el patio trasero.
Habían encargado flores a Petal Me Hard, una florería local, y Crystal ya
había organizado el alquiler de mesas y sillas. Uno de sus clientes les
había sugerido que llamaran a Finlay Wilson, una empresa de catering
que acababa de mudarse a Peaceful Harbor y aún no había reabierto su
negocio. Era muy dulce y era muy fácil trabajar con ella. Se llevaron
bien al instante. Además, era asequible y le entusiasmaba la idea de
hacer el catering de la boda.
—Suena divertido. No puedo esperar. ¡Pero deja de cambiar de
tema y cuéntame qué pasó con Bear! Te conté todo sobre Tru cuando
empezamos a salir.
Crystal levantó un pulgar sobre su hombro.
—Voy a buscar los otros disfraces. No hay nada que contar.
Comimos hamburguesas. Mojó su patata frita en mi batido.
Gemma jadeó.
—¿Lo hizo? ¿Fue increíble?
—Eres una princesa de mente pervertida —se burló—. Fuimos a
Woody's. No puedo hablar más o mi jefa me descontará por platicar en
tiempo laboral.
—Suena como una verdadera perra —dijo Gemma tras ella.
Atravesó las puertas de la trastienda, colocó unos cuantos trajes
más en otro estante y se dirigió de nuevo a la tienda, arrastrando el
estante tras ella. La puerta de entrada sonó, tocando la melodía especial
de la boutique y se sorprendió al ver entrar a Bear.
Sus ojos se clavaron en los de ella y una sonrisa perversa se
dibujó en sus labios mientras acortaba la distancia entre ellos como un
león al acecho. Vestía la misma ropa que la noche anterior. El cabello
alborotado y la mandíbula cincelada cubierta por una gruesa capa de
bigotes oscuros. Saber que había pasado una noche en vela para
asegurarse de que un niño pequeño se sintiera seguro provocó una
colisión de emociones abrumadoras.
Su mirada recorrió la longitud de su cuerpo, despertando todas
las partes que ella se esforzaba por ignorar mientras colocaba una
mano posesivamente en su cadera y le besaba la mejilla.
¿El beso en la mejilla de anoche había abierto una puerta? Había
robado dos o tres besos en la mejilla en el pasado, pero este no era un
beso robado. Se sentía como un beso de propiedad. ¿Era este su nuevo
y mejorado saludo? Le gustó mucho más de lo que probablemente
debería.
—Buenas tardes, cariño —dijo con voz ronca llena de lujuria y
fatiga. Se deslizó bajo su piel y se instaló como el vapor de una plancha.
Su corazón se derretía un poco cada vez que él la llamaba cariño,
pero escucharlo con esa voz la hacía preguntarse cómo sonaría cuando
sus cuerpos se entrelazaran. Apartó los ojos, alejando los pensamientos
lujuriosos que últimamente la sorprendían con más frecuencia. Hubo
un tiempo en el que el miedo a estar cerca de un hombre podía
engullirla por completo. Después de años de terapia, finalmente había
tenido algunas citas y, de manera sorprendente, nunca sintió nada. Ni
pánico, ni lujuria. Nada. Pero cuando jugaba con esos pensamientos
con Bear, el deseo la consumía. Estaba segura de que se sentía
demasiado atraída por él, y si se encontraban cerca, es probable que
perdiera la cabeza.
—Anoche no enviaste el texto. La próxima vez envíalo. —Su tono
estaba entre la exigencia y la preocupación. Pasó el dorso de sus dedos,
con suavidad, por su mejilla—. Me preocupo por ti.
Tragó con fuerza tratando de recuperar el control de sus
hormonas desbocadas, pero los recuerdos de la noche anterior la
invadieron. Soy así porque eres tú. Quería ese casi beso. Él la había
hecho desear más desde casi la primera vez que se conocieron. Lo había
visto ponerse en modo protector, y lo había visto derretirse por los
bebés de Tru y Gemma. Era un protector tan feroz e intimidante como
un amigo amable y gentil, e intuía que amaría a una mujer con una
ternura y una devoción que antes creía que solo se daba en los libros de
cuentos.
Fueron esos pensamientos los que la hicieron buscar a tientas su
voz.
—Hola. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo te fue anoche?
Un pensamiento horrible pasó por su mente. ¿Y si no había
estado en casa del chico toda la noche? ¿Y si este era su aspecto de la
mañana después de una aventura al azar? Una manada de elefantes
pisoteó su estómago.
—Salió bien —dijo, ignorando su primera pregunta al estilo típico
de Bear—. Acompañamos a Scooter al colegio esta mañana, y se acercó
a ese matón y le dijo: Ya no te tengo miedo. Fue increíble verlo tan
seguro de sí mismo.
Suspiró aliviada. Después de todo, había estado allí toda la
noche.
—Supongo que la intimidación llega muy lejos. —Al darse cuenta
de su mordacidad, añadió—: Lo digo en el buen sentido. Cualquiera se
sentiría seguro con moteros fornidos como tú y tus hermanos de su
lado.
—¿Sí? —Se inclinó más cerca—. Entonces, ¿cómo te hago sentir?
Acalorada, molesta y con miedo a perder el autocontrol.
—Como si necesitara volver al trabajo.
—Hola, Bear —dijo Gemma al pasar.
—Hola, Gemma. Siento haberme llevado a Crystal anoche, pero
su estómago gruñía como si no hubiera comido en semanas. Temía por
su vida.
Crystal se rio.
—No te preocupes. —Gemma le guiñó un ojo—. Todavía estoy
esperando los detalles.
Bear puso su brazo alrededor de la cintura de Crystal.
—¿Quieres decir que aún no te ha dicho que somos pareja?
—No somos pareja. —Se zafó de su agarre y empujó el estante en
su lugar—. Nada ha cambiado.
—No seas tímida, cariño. Gemma está apostando por nosotros.
Se pavoneó detrás del mostrador y Crystal le lanzó a Gemma una
mirada de qué demonios.
—¿Qué? Tiene algo de razón —dijo Gemma.
Bear tomó las llaves del auto de Crystal del gancho donde las
guardaba.
—Oye. ¿Qué crees que estás haciendo? —le preguntó mientras él
rodeaba el mostrador—. Dame mis llaves.
Bear se los metió en el bolsillo delantero de los jeans con una
sonrisa coqueta.
Oyó la risa de Gemma.
—Entrégalas.
Volvió a extender la mano y él la sujetó de la muñeca, atrayéndola
hacía él como había hecho la noche anterior. Olía a tierra y a hombre,
como Tarzán. Los pensamientos de jugar en la jungla de Tarzán
pasaron por su mente, haciendo saltar las alarmas, se apartó.
La confusión arrugó su frente. Se inclinó más cerca y bajó la voz.
—Me estoy ocupando de la inspección que necesitas, cariño. No
hace falta que te pongas así. Te traeré las llaves más tarde.
—¿Eres... mi inspección? ¿Cómo sabías que necesitaba una?
—Volvió a mirar a Gemma, preguntándose si se lo había dicho. Esta
sacudió la cabeza.
—Lo mencionaste anoche —le recordó.
Santo cielo. ¿Se acordó?
—Pero no has dormido, ¿verdad?
—Tomé una siesta de una o dos horas en el césped. Estoy bien
para ir.
Las campanas repicaron sobre la puerta y un grupo de chicas
riendo entró con sus madres a cuestas.
—Hola. Bienvenidas a Princess For Day —dijo Crystal al grupo, y
luego volvió a prestar atención a Bear mientras Gemma iba a saludar a
las clientas.
Sus ojos recorrieron su traje de animadora, emitiendo un sonido
de apreciación puramente masculino lo bastante fuerte solo para sus
oídos, y maldita sea, sus entrañas se encendieron.
—Tal vez puedas animarme más tarde.
Le sopló un beso y se dirigió a la puerta.
Le vio salir de la tienda preguntándose cómo iba a concentrarse
en una fiesta de cumpleaños para siete niñas cuando su cuerpo de niña
grande estaba en llamas.
Bear se paseaba por el aparcamiento de Whiskey Automotive con
el teléfono pegado a la oreja, discutiendo los acontecimientos de la
noche anterior con su padre. Aunque ya no montaba, seguía dirigiendo
a los Caballeros Oscuros. Escuchó su discurso lento y ligeramente
difícil de entender, un duro recuerdo del derrame cerebral que sufrió
poco después de la graduación de Bear en el instituto. La apoplejía le
quitó algo más que su rápida y exigente capacidad verbal. Había
debilitado su lado izquierdo, su mano izquierda era torpe, y le había
impedido a Bear perseguir su sueño de ir a la universidad para
convertirse en diseñador de motocicletas. Con Bullet fuera del país en
una gira militar, Bones atrincherado en la facultad de medicina, Dixie
con apenas quince años y su madre, enfermera, cuidando de su padre
mientras este soportaba meses de terapia, Bear había intervenido para
gestionar el bar. Unos años más tarde, su tío Axel, que dirigía el taller
de automóviles y había enseñado a Bear todo lo que sabía sobre autos,
falleció. Dejó el negocio a su familia, y este se hizo cargo de la gestión
del mismo.
—Parece que ha ido bien —dijo su padre—. Tenemos que
reunirnos para hablar del bar.
Ambos negocios eran propiedad a partes iguales de su padre,
Bear, y de cada uno de sus hermanos. Desde el regreso de Bullet a la
vida civil, se había hecho cargo de las operaciones diarias del bar,
mientras que él y Dixie se encargaban de la gestión empresarial tanto
del bar como del taller. Dixie y su madre, ya jubilada, trabajaban a
tiempo parcial en el bar, y Bear hacía turnos de camarero cuando era
necesario. Todos tenían poco tiempo, pero su padre se negaba a
contratar a personas ajenas a la familia. Estaba esperando que esa
decisión les pasara factura.
—Creo que es hora de hacer algunos cambios —dijo su padre—.
¿Puedes venir a la casa mañana por la mañana?
No, si todo va bien con Crystal esta noche.
—No estoy seguro, Pa. Probablemente no, pero hablaré con Dixie
y me aseguraré de que esté allí. Ella puede informarme.
Su padre se quedó en silencio durante un tiempo. Un tiempo muy
incómodo. Dixie era socia a partes iguales en los negocios, pero a pesar
de ello, su padre se negaba a darle la posibilidad de opinar sobre ellos.
Biggs había sido criado por un motero empedernido con creencias de la
vieja escuela que se remontaban a varias generaciones. Los hombres de
su familia llevaban el peso de todas las responsabilidades importantes.
Iba de la mano con la mentalidad de un club de motociclistas
exclusivamente masculino. Bear no tenía problemas con la
responsabilidad. Había asumido más que su parte a lo largo de los
años. Pero no le gustaba excluir a su hermana, sobre todo porque ella
no solo había ayudado a mantener los negocios a flote, sino que los
había hecho aún más rentables.
La lucha entre la lealtad familiar y la falta de equidad en el trato a
Dixie por parte de su padre le dejó albergando un poco de
resentimiento, como una herida supurante que no se cura.
—Lo haremos en otro momento —dijo su padre, apartando a Dixie
una vez más y sin dejar espacio para la negociación.
Harley, la favorita de Bear de la nueva camada de gatitos nacidos
de Mami Grande, la gata del taller, se frotó contra su pierna. Se agachó
y la recogió, arropándola contra su pecho. Era la que ronroneaba más
fuerte de la camada y se le pegaba como si fuera pegamento. Su ternura
le ayudó a alejar la familiar incomodidad que acompañaba a las
conversaciones de negocios con su padre.
—¿Sigues intentando atar a esa chica? —le preguntó su padre,
como si no acabara de molestarle.
Bear sonrió ante su elección de palabras. Tratar de estar con
Crystal a menudo le hacía sentir como si estuviera intentando echar el
lazo a un poni salvaje. Le había molestado mucho que no le hubiera
enviado un mensaje de texto anoche. Creía que habían abierto un
nuevo camino. Pero no estaba dispuesto a rendirse. Los ojos nunca
mentían, y los de Crystal gritaban: te deseo.
—Crystal —le recordó. Sus padres la habían conocido de pasada,
cuando estuvo en el bar con el resto, pero su padre nunca fue muy
dado a los nombres—. Y sí, se puede decir que sí.
Acarició la parte superior de la cabeza de Harley. La pequeña
gatita manchada se acurrucó contra él.
—Ha pasado mucho tiempo, hijo. ¿Seguro que no estás ladrando
al árbol equivocado?
A sus treinta y tres años, Bear había tenido más que su cuota de
aventuras salvajes, pero nunca había conocido a una mujer que le
hiciera desear más que unas cuantas noches calientes. Hasta Crystal.
Ella tenía una chispa de rebeldía que había captado su atención desde
el primer momento, y un lado aún más dulce y vulnerable que se
esforzaba por ocultar. La combinación lo había atraído. Quería
despojarla de todas esas capas y llegar al corazón de quién era en
realidad. Y después de meses de conocerla, de entablar una amistad
que rozaba el de pareja, sin el lado físico, tenía la sensación de que se
compenetrarían a la perfección.
—Definitivamente no —respondió—. Escucha, Pa, tengo que
correr. Tengo su auto y debo devolvérselo antes de que salga del trabajo.
Y, al fin, esperaba convencerla de que cediera al innegable calor
que había entre ellos y le diera una oportunidad. Tenía que trabajar en
el bar mañana por la noche, y no quería esperar un día más. No
después de haber estado tan cerca de cruzar la línea de amigos a algo
más.
Hablaron durante un minuto más, y su padre le deseó suerte con
Crystal. Conocía a muchos chicos que no soportaban a sus padres, y
Bear se consideraba afortunado en ese aspecto, a pesar de sus
diferencias. Su padre siempre había sido duro con ellos, empujándolos
a ser lo mejor que podían ser. Cuando creas que has terminado con algo,
revísalo de nuevo y ve cómo puedes mejorarlo. Y su madre era tan
directa como un dardo. En casa de los Whiskey no se aceptaban las
tonterías. Pero él sabía, sin lugar a dudas, que, si estaba en problemas,
siempre estarían ahí para respaldarlo. Al igual que él en los momentos
de necesidad de su padre. Nunca había cuestionado su amor o su
devoción por ninguno de sus hijos, incluida Dixie, a pesar de que su el
hombre era de la vieja escuela con respecto a los negocios.
Entró en la tienda y se dirigió a la sala de juegos. Cuando
Truman apareció con Kennedy y Lincoln la mañana siguiente a su
rescate, tuvo miedo de dejarlos con alguien más. Habían renovado el
taller para incluir una sala de juegos con una zona exterior vallada, y
ahora él y Dixie ayudaban a cuidarlos. Con el tiempo, tendrían que
contratar a una niñera, ya que cada vez era más difícil y peligroso hacer
su trabajo con los pequeños curiosos bajo sus pies, pero a Bear le
encantaba tenerlos cerca.
Tru había llevado a Kennedy a una cena de padre e hija, y Dixie
estaba cuidando a Lincoln mientras Gemma iba al supermercado. Ella
levantó la vista de donde se encontraba sentada en el suelo con Lincoln
en su regazo.
El adorable chiquillo le agarró un puñado de mechones rojos y se
acercó a Bear, tirando de su cabello.
—¡Bababá!
—Ay. Pequeño bribón. —Dixie desenredó los dedos de su cabello y
besó su mano regordeta—. Ahora entiendo por qué Bullet se afeitó la
barba. Este hombrecito tiene un poderoso agarre.
Bear dejó a Harley en el suelo y se acercó a Lincoln. Pasar tiempo
con él y Kennedy había alimentado su amor por los bebés. Siempre
había sabido que quería una familia, y ver a Truman, Gemma y los
bebés construir su vida juntos había aumentado ese deseo.
—Podría ser tu hijo con ese cabello rubio cobrizo.
—Babababá —balbuceó Lincoln mientras Bear le besaba la
mejilla.
—No me maldigas. Necesito un bebé como un agujero en la
cabeza. —Dixie era la menor de sus hermanos, y la más bocazas. Con
un metro setenta, era alta y delgada, con tatuajes de colores que
rivalizaban con los de sus hermanos. Era la única que se parecía al lado
materno de la familia. Era pelirroja y de ojos verdes, mientras que Bear
y sus hermanos se parecían a Biggs, de cabello oscuro y ojos
marrones—. Deberías llevarte a Harley a casa. Quiere ser tuya.
—Ella puede ser mía aquí. Me gusta tenerla en la tienda conmigo.
La echaría de menos si estuviera en mi casa todo el día.
—Eres un blandengue —se burló Dixie, acariciando a la gatita—.
Tru me dijo que te dejó en el trabajo de Crystal esta mañana y que se
suponía que te recogería después de que hicieras la inspección de su
auto. Pero ¿aún tienes su auto...?
De todos sus hermanos, siempre se había sentido más unido a
Dixie. Juntos habían superado la apoplejía de su padre, habían
ayudado a su madre a salir adelante y llevaron ambos negocios a
nuevas alturas. Dixie era tan sobreprotectora con él como él y sus
hermanos eran con ella.
—Nuestra cita se interrumpió anoche. Espero compensarla esta
noche.
—¿Sabía ella que era una cita? Tru dijo que te fugaste con ella.
Le hizo cosquillas en la barriga a Lincoln y le devolvió el risueño
niño a Dixie.
—Te preocupas demasiado, y Tru me conoce mejor que eso. La
has visto conmigo, Dix. Sabes lo que siente por mí.
—Siempre parece que se van a arrancar la ropa, aunque eso no
significa que sean una pareja. Sabes que adoro a Crystal, pero ya son
meses de este coqueteo que estás jugando. Me preocupa que vayas a
asfixiarla y que te rompan el corazón.
—Si tengo suerte, la asfixiaré bien.
Hizo sonidos de besos y se dirigió a la puerta, saludando al salir.
Pensó en lo que Dixie había dicho mientras conducía por la
ciudad, pero por más vueltas que le diera, no podía quitarse de encima
la sensación de que, fuera lo que fuera lo que había entre él y Crystal,
la espera había merecido la pena.
La puerta de la tienda se encontraba cerrada. Las luces de la
parte delantera estaban apagadas, pero trasera se hallaba iluminada.
Miró a través de la puerta de cristal y vio a Crystal inclinada sobre una
mesa. La falda de su traje de animadora apenas le cubría el trasero, y
sus medias hasta el muslo lo llevaron a lugares oscuros. Se imaginó un
tanga de encaje negro que le llegaba a las caderas por debajo de esa
faldita tan sexy, y quitándosela con los dientes. Se le hizo agua la boca
al pensarlo.
Crystal se estiró, arqueando la espalda y empujando sus
magníficos pechos hacia delante. Su camiseta roja y negra de
animadora se levantó, dejando al descubierto algunos centímetros de
piel tonificada. Sus dedos ansiaban tocarla. Ansiaba sentir su piel
desnuda y caliente debajo de él, ver su cabello abanicado sobre su
almohada mientras ella gritaba su nombre en la agonía de la pasión.
Joder. Se puso duro como el acero. No estaba seguro de cuánto tiempo
más podría soportar esto.
¿A quién quería engañar? No se había empalmado con otra mujer
en meses.
Como si sintiera su presencia, Crystal miró hacia la puerta, y su
cuerpo palpitó. Jesús, ¿qué era? ¿Un adolescente cachondo?
No, idiota. Un tipo que lleva demasiado tiempo sin hacer nada y
sabe que solo hay una mujer para satisfacerlo.
Crystal se pavoneó por el centro de la tienda con la confianza de
una modelo en una pasarela. Sus caderas se balanceaban, sus
hombros se enderezaban, y ese largo cabello negro que él quería
enrollar en sus dedos caía en cascada por detrás de ella, como si
caminara contra el viento. O tal vez era solo su mente hambrienta de
sexo la que trabajaba horas extras, porque también la imaginó
completamente desnuda, salvo por esas medias y esos tacones tan
sexys, haciéndole señas para que se acercara con una mirada
seductora. Ven, cariño, ven.
El sonido de las cerraduras al girar puso en marcha su cerebro.
Sacudió la cabeza y así despejar sus lujuriosos pensamientos mientras
ella empujaba la puerta para abrirla.
—¿Estás bien? —Arrastró sus ojos por su cuerpo, deteniéndose
en la erección que no tenía posibilidad de ocultar—. ¿Una noche difícil?
Entró en la boutique y giró la cerradura. Tenía la reputación de
ser una chica a la que le gustaban los tipos duros. Bear se preguntó si
no había sido lo suficientemente agresivo con sus bromas juguetonas.
Esta noche se intensificaría y le daría lo que parecía encontrar atractivo
en otros hombres. O al menos lo que ella solía encontrar. Hacía meses
que no la oía hablar de otros chicos, y su instinto le decía que era
porque él le gustaba totalmente, al cien por cien. Solo tenía que superar
lo que la retenía.
—Cariño, no tienes ni idea de lo que me haces. —Avanzó,
haciéndola retroceder hasta que chocó con los disfraces colgados en un
perchero—. No estoy seguro de cómo me siento con que te vistas así en
público.
—No tienes nada que decir sobre cómo me visto.
La abrazó y ella se retorció.
—¿Qué estás haciendo?
—Más de ocho meses, cariño. —Sus manos bajaron por su
espalda hasta la base de su columna vertebral—. Es mucho tiempo
para pensar en ti como lo hago.
—Entonces no lo hagas —desafió.
Tocó con sus labios su mejilla, sintiendo su corazón martilleando
contra el suyo.
—¿Qué esperas, Crystal? Sabes que te deseo. Sé que me deseas.
—Lo que sé —dijo con voz firme—, es que, si mueves las manos
un centímetro más abajo, mi rodilla va a poner fin, de forma
permanente, a tu capacidad de tener dura cualquier cosa
—¿Qué pasa, cariño? —preguntó con suavidad—. ¿Qué te asusta
tanto que tienes que jugar conmigo?
Ella se aferró a su pecho, el color drenándose de su rostro.
—Bear, por favor, detente.
Dio un paso atrás, sorprendido por las emociones contradictorias
que le devolvían la mirada, y luchó contra el impulso de a estrecharla
de nuevo entre sus brazos y protegerla. ¿De sí mismo?
—Crystal, sabes que nunca te forzaría. Solo estaba jugando.
Ella rodó los ojos, burlándose mientras se alejaba.
—No me digas.
—Entonces, ¿qué pasa? Demonios, nena. Lo último que quiero
hacer es asustarte.
—Tu medidor de chicas está apagado. No estoy asustada.
Simplemente no estoy de humor para esto. Ha sido un día muy largo, y
aún no ha terminado.
—Cristo. —Dejó escapar un suspiro de alivio—. Me has dado un
susto de muerte.
—¿Seguro que fue un susto? —Ella miró sus jeans y enarcó las
cejas. Se había ablandado ante el miedo que creyó ver en sus ojos—.
Parece que nos hemos encargado de esa poderosa espada tuya.
—No del todo como lo había imaginado —murmuró.
Capítulo 3
—De verdad, Bear. Puedo dejarte en tu casa antes de ir a la
tienda de telas.
Crystal arrancó el auto, sintiéndose más en control que mientras
se encontraban en la tienda. Odiaba la forma en que se había congelado
cuando las cosas se calentaron entre ellos. Ella lo deseaba. Después de
someterse a tres años de terapia, lidiando no solo con el trauma del
ataque, sino con la mierda de su madre y la pérdida de su padre, estaba
segura de que podía manejar cualquier cosa. Había salido con otros
chicos desde que dejó la universidad sin problemas. ¿Por qué tenía que
ser diferente con el único chico al que quería tener cerca? Le molestaba
que su pasado siguiera siendo dueño de una parte de ella, y necesitaba
superarlo antes de que Bear se hartara y se alejara definitivamente.
—Tengo que ir a la tienda de todos modos. —Mostró una de sus
sonrisas—. Podríamos ir juntos.
—¿Necesitas ir a la tienda de telas? —dijo rotundamente,
sabiendo que bromeaba. Se dio cuenta de que su auto olía diferente,
más limpio. Los asientos brillaban, el salpicadero estaba libre de
polvo—. ¿Limpiaste mi auto?
—Profundicé un poco —dijo con indiferencia, como si hiciera este
tipo de cosas todos los días. Por lo que ella sabía, lo hacía—. Cambié el
aceite, le rellené los fluidos. Realmente hay que hacer esas cosas cada
tres mil millas. —Tocó la muñeca que colgaba de su espejo retrovisor—.
También desempolvé esto, aunque me preocupa un poco que sea un
muñeco vudú.
No iba a decirle que era una muñeca quitapenas que amaba más
que a la vida misma.
—Bear. —No pudo reprimir una sonrisa por lo del muñeco vudú
mientras conducía hacia la tienda—. De verdad tienes que dejar de
actuar como si tuvieras que cuidar de mí. Te agradezco que te
encargues de la inspección, que te estoy pagando, por cierto. Pero no
tienes que hacer todas estas cosas por mí. Ya me gusta quién eres.
Incluso si me cuesta demostrarlo.
—Sé que es así —dijo, tan engreído como siempre.
¿Por qué eso es tan excitante?
—No lo hice para llamar tu atención. Demonios, uno noventa,
noventa kilos. —Flexionó sus bíceps y guiñó un ojo—. Estás sentada
junto al oro de Peaceful Harbor, nena. Tengo tu atención.
No pudo reprimir una carcajada.
—Eso es cierto, y tal vez la mitad de las mujeres de esta ciudad.
—¿Solo la mitad?
La hizo reír durante todo el camino hasta la tienda de telas, y era
justo lo que necesitaba. Realmente había sido un día largo. Habían
organizado tres fiestas y una de las madres resultó ser la mujer más
odiosa del mundo. Había presionado a su hija para que se vistiera de
rosa con volantes durante la primera media hora, cuando lo único que
quería la pequeña era disfrazarse de la princesa del patín. Gemma se
dio cuenta de que Crystal iba a estrangular a la mujer, y le sugirió con
calma que se dirigiera a Jazzy Joe's para tomar un café. El resto del día
no había sido mucho mejor. Además, se había pasado la mañana
pensando demasiado en todo lo referente a su relación con Bear, y quizá
por eso antes se había asustado cuando se moría de ganas de besarlo.
Aparcó delante de la tienda de telas. Había algunas cosas que no
encajaban en el mundo tal y como Crystal lo conocía, y Bear Whiskey
vestido con una camiseta negra ajustada, que decía Whiskey Bro's en
su enorme pecho, unos jeans negros ajustados y de corte bajo, con
unas botas de cuero, pavoneándose en Jennilyn's Fabric, estaba en lo
más alto de la lista.
Sacó su lista del bolso mientras sus ojos recorrían la tienda. ¿En
qué estaba pensando al venir con ella? Esa era una dedicación que no
podía ignorar. La personificación del compromiso.
Eso es Bear.
¿Mi Bear?
Jugó con eso mientras él le pasaba el brazo por encima del
hombro. Se preguntó por qué había tardado tanto. Esperaba que lo
hiciera en cuanto saliera del auto, pero quizás estaba conmocionado
porque iban a ir a una tienda de telas. Sonrió para sus adentros cuando
él se acercó y le rozó la mejilla con la nariz.
—¿Puedo ayudarte? —preguntó riendo.
—Hueles a gominolas, y resulta que me gustan las cosas
azucaradas.
—En serio, no puedes tener tan buen olfato.
Le dio un beso inesperado y deliciosamente cálido en la mejilla,
metió la mano en su bolso, sacando una bolsa de gominolas.
—¿Acumulándolas? ¿O íbamos a esconderlas después en tu
cuerpo y dejar que las encontrara? —Acercó su boca a su oreja y le
susurró—: Con los ojos vendados. Con las manos atadas a la espalda.
La empujó hacia el interior de la tienda. Vaya por Dios. Había
dejado de caminar. ¿Respiraba? ¿Y eso era una cosa? ¿Con los ojos
vendados? ¿Manos atadas a la espalda? Oh, el control que eso le daría.
No correría el riesgo de ser dominada. ¿Pero querría tanto el control? Se
imaginó a sí misma yaciendo desnuda en la cama, observando cómo su
boca codiciosa se movía por sus pechos, por su vientre, y sintió que se
humedecía.
No, no, no.
Helados. Baños de hielo. ¡Caca de vaca!
Su cuerpo seguía vibrando de adentro hacia afuera. Esto era
malo. Muy, muy malo. Como un virus del que no podía librarse.
Necesitaba una píldora contra Bear. ¡Inmediatamente!
Se concentró en encontrar los artículos de su lista y evaluó los
rollos de tela que se hallaban contra la pared. Bear le mostró una
gominola verde. Cuando la iba a tomar, él la apartó y sacudió la cabeza,
luego se la llevó a la boca. El hombre podía hacer que cualquier cosa
fuera sexual. La mirada de él cuando se puso aquel caramelo verde en
la lengua era fuego líquido, y la hizo sentir traviesa y sexy.
Su expresión debió delatarla, porque una sonrisa torcida y
cargada de maldad se dibujó en sus labios.
—Tela. —La palabra cayó de su boca como una piedra—. Necesito
tela.
—Yo también. —Se acercó a ella por encima de su hombro y tocó
un trozo de satén rojo—. ¿Algo como esto, tal vez?
Sábanas de satén rojo, sus manos atadas, los ojos vendados,
gominolas verdes estratégicamente colocadas. Sus manos empezaron a
sudar. Se escabulló de debajo de su brazo.
—Arpillera. Arpillera gruesa y fea.
Se alejó tan rápido como pudo, esperando que el otro lado de la
tienda tuviera más oxígeno.
Casi dos horas, una larga discusión sobre los disfraces que
estaba haciendo y varias gominolas verdes más tarde, Crystal empezó a
descargar el carro en la caja registradora. Recogió varios metros de
satén rojo y encaje negro que estaban metidos entre los pernos que
había elegido. Debió de hacerlos cortar cuando ella estaba ocupada
hablando con la vendedora. Cosa furtiva. Cosa sexy y furtiva. Cosa sexy
a escondidas en una tienda de telas.
Tengo muchos problemas.
—¿Ejem...? —Levantó la tela pecaminosamente suave.
Bear sonrió.
—¿Qué?
—No voy a comprar esto. —Se sacudió el cabello por encima del
hombro en una muestra de firmeza—. Ese material no tiene lugar en los
disfraces que estoy haciendo.
Tomó la tela de sus manos, y vaya que se veía bien en las suyas.
¿Qué me pasa? Se había convertido en una especie de zorra
hambrienta de sexo.
¡Las gominolas!
¿No era ese el chiste en el instituto? ¿O eran los M&M verdes los
que se suponía que ponían cachonda a una persona? Miró la sonrisa
pecaminosa de su fornido motero y supo que no tenía, en absoluto,
nada que ver con el verde.
—Obviamente, estás haciendo el tipo de disfraces equivocados.
Pasó el satén por su antebrazo musculoso y entintado.
Necesitaba esa tela.
Se la arrebató de las manos y lo arrojó sobre la encimera.
—Esa es mi chica.
Su brazo volvió a rodearla.
Estaba bastante segura de que se había instalado allí.
—No soy tu chica.
Estaba mintiendo tan descaradamente que sus ojos azules eran
probablemente marrones. Puede que no fuera suya en el sentido que él
deseaba, pero era un pez en la línea, y no iba a ninguna parte sin
perder un trozo de sí misma. ¿Por qué se resistía tanto cuando en
realidad no quería resistírsele? Había besado a hombres desde el
ataque, pero no había sentido nada por ellos. Sentía tanto por Bear que
se estaba volviendo loca. Tenía que dejar de preocuparse y dar el primer
paso.
Jugó con la idea de dar un salto de fe y ceder a sus sentimientos.
De camino a su apartamento, Bear puso una emisora de música
country y, cuando sonó su canción favorita, "Setting the World on Fire"
de Kenny Chesney, la cantó palabra por palabra, derribando un poco
más sus muros. Cada nota le provocaba un pulso de expectación. Había
visto ese vídeo más veces de las que le importaba admitir. De hecho,
Bear se parecía al caliente hombre del vídeo, solo que era más sexy,
más grande y la miraba como si fuera el batido de su patata frita.
Frituras de carne. De las grandes. Ella había sentido el calor que
desprendía, y ese bebé no era una insignificante patata frita de
McDonald's.
Llegaron a su complejo de apartamentos sintiéndose más feliz y
nerviosa de lo que había estado en años. Pero era un buen tipo de
nervios. Se habían divertido mucho, y él había mantenido su cuerpo en
vilo toda la noche. Casi todo el año.
Rodeó el auto mientras ella tomaba su bolso y le abrió la puerta,
ayudándola a ponerse en pie. No se metió en su espacio personal como
lo había hecho en la tienda, y se sintió aún más atraída por él. No
quería seguir luchando contra la atracción entre ellos, y no había razón
para ello. Ambos eran solteros, eran buenos amigos y...
Se cansó de pensar. Se acercó a la seguridad de sus brazos,
atraída por sus cálidos ojos color miel. Las manos de él subieron por su
espalda y se posaron en cada hombro, como los cinturones de las
montañas rusas, uniéndolos.
—Cariño, eres increíblemente hermosa.
Oh, Dios. No puedo dejar de mirar tus labios.
—Eres divertida e inteligente...
Sus palabras flotaban en sus oídos, pero estaba hipnotizada por
su boca, que se movía justo fuera de su alcance. Lo había observado
durante muchos meses, había soñado con él noche tras noche. Su
lengua recorrió el labio inferior, dejándolo resbaladizo y tentador. Quería
probar esa lengua, sentirla moverse sobre la suya. Hacía tanto tiempo
que no besaba a un hombre que no estaba segura de recordar cómo
hacerlo. Pero aquí mismo, bajo el cielo sin estrellas, entre los brazos del
hombre que la había perseguido implacablemente, no le importaba si lo
hacía mal. Solo necesitaba hacerlo. Necesitaba besarlo.
—Por favor, dime, cariño. ¿Cuándo vas a dejarme besar...?
Ella metió las manos en su camisa y se puso de puntillas, tirando
de él hacia abajo, y ahogó sus palabras con la dura presión de sus
labios. La boca de su estómago se llenó de calor y excitación. Las manos
de él se movieron por su espalda, apretando aún más sus cuerpos. Su
beso fue sorprendentemente suave, exploratorio, delicioso. Se besaron
durante mucho tiempo, junto al auto de ella, en medio del
estacionamiento. Cuando por fin tomaron aire, Bear la mantuvo cerca,
lo cual era bueno, porque estaba segura de que sus piernas se habían
convertido en fideos y, si la dejaba ir, se deslizaría hasta el pavimento.
Le rozó la mandíbula con la barba, provocándole escalofríos.
—Jesús —fue todo lo que dijo.
Le temblaban las manos cuando levantó una y le tocó el rostro.
Llevaba tanto tiempo soñando con él que creía saber cómo era su piel,
pero estaba muy equivocada. A pesar de lo escarpado y cincelado de sus
rasgos, sus mejillas eran suaves y tersas por encima del vello.
Le cubrió la mano con la suya, manteniéndola allí, y le tocó los
labios de nuevo, rozando sus labios antes de darle un beso. Y otro. Y
otro más. Hasta que él reclamó su boca, más exigente esta vez,
profundizando, tomándola con más rudeza y, de alguna manera, aún
con ternura. Besó como si las olas se deslizaran, suaves y uniformes, y
luego poderosas y penetrantes, para volver a relajarse. Justo en el
momento en que ella se encontraba con su ritmo, él intensificaba sus
esfuerzos. Cada ola era más fuerte que la anterior, y cuando estaba tan
drogada de él, que creía que iba a desmayarse, le insufló aire en los
pulmones, llevándola a otro nivel de intimidad que nunca imaginó
posible. Todo en un único e increíble beso.
Señor mío.
Si podía ponerla del revés con sus besos, ¿qué haría cuándo la
tocara? ¿Cuándo le hiciera el amor?
¿Cómo iba a sobrevivir a Bear Whiskey?
El pánico comenzó a ser un remolino en la boca del estómago, y
luchó contra él, negándose a permitir que se arraigara. Habían pasado
años, no días, ni meses. Años desde aquel horrible ataque. Había hecho
todo lo correcto. Se había reinventado a sí misma, había ido a terapia
cada maldita semana. Había evitado que su secreto arruinara su vida, o
al menos eso creía. Pero a medida que las manos de Bear bajaban,
acunando su trasero, y que él apretaba sus caderas contra ella,
mareándola, embriagándola, sintió que se desvanecía.
Perdiendo el equilibrio.
No tengo miedo.
Quiero estar contigo.
La ansiedad le subió por las extremidades, poniéndola rígida a
pesar de sus deseos. Respiraba rápido y con fuerza.
—¿Crystal?
La voz de Bear sonaba lejana.
Estoy bien. Estoy bien. Te deseo tanto, maldición.
—Crystal, mírame. ¿Qué pasa?
Casi perdió el equilibrio al ver la preocupación en sus ojos.
—Nada —logró decir finalmente—. Yo —Necesitas controlarte—.
Solo estoy cansada, y ese beso. Maldita sea, Bear. Ese beso...
Extendió las manos sobre su espalda, buscando en sus ojos.
—Más de doscientos cincuenta días de juegos previos tienen sus
beneficios. —Volvió a acariciar su mejilla—. ¿Segura que estás bien? No
lo pareces.
—Estoy bien —dijo, tratando de ignorar las palpitaciones de su
corazón decididas a acabar con ella. ¿Qué demonios estaba ocurriendo?
Había pasado meses manteniéndolo a distancia, y no quería seguir
haciéndolo—. Fue el beso.
Maldita sea, no quería decir eso en voz alta.
—Crystal —dijo con un tono compasivo—. Puedes hablar
conmigo.
Se apartó de sus brazos, necesitando espacio para bajar su
armadura invisible en su lugar. No tenía ningún miedo a intimar con
Bear, y este pánico le estaba haciendo perder la cabeza. Agarró la
puerta trasera y la abrió de un tirón, recogiendo las bolsas del asiento
para que sus manos tuvieran algo que hacer antes de que se
enroscaran en puños que no podía desplegar.
—Estoy bien, ¿de acuerdo?
No tenía intención de desmoronarse, pero si él presionaba,
desaparecería en su cabeza, y no quería eso. No quería esto. Esta
negatividad entre ellos, la maldita preocupación en sus ojos. Quería
besar al hombre al que deseaba tener más cerca y que su corazón no se
acelerara, que su mente no se precipitara hacia el maldito que la había
tomado contra su voluntad. Y no tener a Chrystina asomando su jodida
y débil cabeza en la vida de Crystal.
Quería la normalidad.
Alcanzó las bolsas.
—Déjame ayudarte con esos.
—No —dijo demasiado rápido.
—¿No? —La confusión acribilló su frente, y con la misma rapidez
se transformó en frustración—. ¿Qué está pasando, Crystal? Un minuto
eres caliente y al siguiente fría. ¿Cuál es tu problema?
Puso los ojos en blanco, un ademán que había dominado
sabiendo que volvía loca a la gente, la manera perfecta de mantenerla
alejada. En pleno modo Crystal, enderezó la columna vertebral y se
encontró con esos ojos color miel, que derritieron y, a la vez,
fortalecieron su determinación. La autopreservación era para ella lo que
la respiración para los demás. Cuando se preparaba para darle una
respuesta rápida y marcharse, se dio cuenta de que él no tenía su
camioneta ni su moto. Maldita sea. Tenía que llevarle a casa. ¿Qué le
estaba haciendo el universo? Dejó caer los hombros y volvió a meter las
bolsas en el auto.
—Sube. Te acercaré a casa y podrás ir al bar a buscar a alguien
que te ayude con esas bolas azules que seguro llevas.
Se tragó la bilis que subía por su garganta. Odiaba decir algo tan
vil y mezquino, pero era la única manera. Necesitaba estar sola para
aclarar su mente, y no había forma de detener este tren desbocado,
excepto para descarrilarlo por completo.
Bear la agarró del brazo y la hizo girar.
—¿De qué diablos estás hablando?
Ella liberó su brazo.
—Sólo sube. Te llevaré a casa.
Tal vez algunas chicas en su situación le dirían que podía hacerlo
mejor, o que no podían ser lo que él necesitaba, pero ella no lo creía. Ni
por un solo segundo. No iba a dejar que un imbécil de su pasado
arruinara su oportunidad de ser feliz. Era buena, inteligente y fuerte.
Tan malditamente fuerte. Era más que suficiente para quien quisiera ser
lo bastante valiente. La autoestima no era el problema, y lo sabía con la
misma seguridad que sabía que tenía que alejarse de Bear para lidiar
con la guerra que libraba en su cabeza. Solo tenía que averiguar cómo
superar la ansiedad que le producía estar cerca del primer y único
hombre que había deseado.
Se frotó la nuca.
—Crystal, ¿qué...?
—¿Quieres que te lleve?
Porque será mejor que subas ahora antes de que pierda la cabeza
por pensar en ti y en otra mujer.
—No. —Su voz era bastante calmada, su mirada fija en ella.
—¿No? Bear, no vas a subir.
Sonaba fría y distante. Ella odiaba el frío y la distancia, pero lo
necesitaba. Era la única manera.
Sus ojos se entrecerraron.
—Lo has dejado tan claro como esos bonitos ojos tuyos que
provocan penes.
Echó los hombros hacia atrás, sus bíceps tatuados se flexionaron
cuando sacó su teléfono del bolsillo.
Lo vio alejarse, con sus botas negras devorando el pavimento,
mientras se lo acercaba a la oreja, dirigiéndose a la calle.
Capítulo 4
Bear se secó el sudor de la frente, escuchando los sonidos
familiares del taller de automóviles. Después de una semana entera de
frustrantes días y noches inquietas debatiendo la posibilidad de
presentarse en la puerta de Crystal e insistir en que hablaran de sus
cosas, por fin lo había logrado. Se había levantado al amanecer del
viernes y decidió que esto era todo. Había terminado de darle espacio.
Siete días eran suficientes para que ella admitiera lo que quería. No
sabía qué pasó la otra noche, pero era imposible que el beso que
compartieron fuera el de una mujer que no lo quería. Ella lo deseaba, y
era hora de que lo reconociera.
Decidido e incapaz de volver a dormirse, había bajado a su garaje
a las cinco y media, con la esperanza de distraerse durante unas horas.
Había pasado la mañana trabajando en la motocicleta que estaba
construyendo. Las motos eran su primer amor. Según sus padres,
desde que aprendió a caminar y hablar se sintió atraído por ellas. Si
bien su padre había estado feliz de compartir la cultura motociclista con
sus hijos, fue el hermano de su padre, Axel, quien tomó a Bear bajo su
protección y le enseñó todo lo que sabía de mecánica y, más
específicamente, de motocicletas. Desde muy joven, había trabajado
bajo la tutela de su tío en el taller de automóviles. Para cuando cumplió
los dieciséis, no había nada que no pudiera reparar o construir. A los
dieciocho ya diseñaba motos.
Había asistido a una escuela secundaria técnica. Allí estudió
reparación de colisiones y tecnología automotriz, y le fue lo bastante
bien como para recibir una beca e ir a la universidad a estudiar
ingeniería y diseño industrial. Pero eso se quedó en el camino cuando
su padre sufrió el derrame cerebral. Había pensado que sus sueños
nunca se harían realidad, pero unos años más tarde, Bear conoció a
Jace Stone en un rally. Jace era el copropietario de Silver-Stone Cycles,
que se encontraba entre los más codiciados en motocicletas
personalizadas. En aquel momento, acababan de abrir un nuevo local
en Pensilvania, Jace quedó impresionado con sus diseños y le dijo que
se pondría en contacto cuando estuvieran listos para expandirse de
nuevo. Esto le había dado a Bear una pizca de esperanza de que,
incluso sin el título, aún podría tener la oportunidad de convertir su
pasión en realidad. Pero cuando volvieron a hablar el mes pasado para
discutir su expansión en Peaceful Harbour, querían que se
comprometiera en un empleo a tiempo completo. Por mucho que
quisiera llevar su diseño al siguiente nivel, no se hallaba preparado
para alejarse por entero del negocio familiar. Hace dos semanas le
ofrecieron un puesto a tiempo parcial. Era justo lo que esperaba. La
oferta estaba sobre la mesa. Solo faltaba que se comprometiera con un
horario antes de concretar los detalles finales.
Él también estaba esperando. Y cada día vacilaba en su decisión.
Trabajar para ellos significaba reducir sus horas en la tienda y en el
bar. Se había hartado de este, pero la tienda era un juego
completamente diferente.
Se aclaró la garganta para sacarse los frustrantes pensamientos
de la cabeza e hizo un rápido inventario visual de las piezas del motor
esparcidas por el suelo y en los bancos de trabajo. Después de trabajar
en el garaje de su casa durante una hora y media, había entrado en
Whiskey Automotive y se pasó el día reconstruyendo un motor. Debería
haber sido el remedio perfecto para una dura noche de mierda. Pero
incluso después de horas de trabajo, mientras desmontaba el cigüeñal,
los tapones centrales, los soportes, los pasadores, siguiendo los pasos
para verificar las cabezas de las válvulas, los vástagos y reemplazar los
tubos desgastados, su mente volvía de nuevo a Crystal. La conocía lo
suficiente como para entender que, por muy frustrante que fuera para
él, ella necesitaba espacio para resolver sus propias cosas. Sin embargo,
lo mataba no tener idea de cuál era esa mierda.
Harley le rozó la pierna y maulló. La levantó y le besó la cabeza,
mirando sus inocentes ojos.
—¿Crees que puedes tener una charla con Crystal por mí? Dile lo
que se está perdiendo.
Maulló de nuevo y él la apretó contra su pecho mientras sacaba el
teléfono por centésima vez desde que se había marchado la semana
pasada. Lanzó una maldición al ver la pantalla en blanco.
Tru se acercó, con sigilo.
—¿Aún no se sabe nada?
Truman había recorrido un largo camino desde aquel chico
perdido de dieciséis años que intentaba mantenerse a flote, y que había
conocido toda una vida atrás. Como buen amigo que era, no había
hecho ninguna pregunta cuando lo recogió y le llevó a casa desde el
complejo de apartamentos de Crystal. Aparte de algunas miradas de
apoyo, Tru había mantenido sus pensamientos sobre su cuasi relación
con Crystal. Pero no tuvo que decir una palabra. Llevaba sus emociones
en las mangas, tan claras y presentes como la tinta azul serpenteando
por sus brazos. Bear sabía que Tru se sentía tan desconcertado como él
por este giro de los acontecimientos. Puede que Crystal y él no se
hubieran besado antes de la semana pasada, pero la atracción
magnética entre ellos la podía sentir todo el mundo.
—No.
Metió el teléfono en el bolsillo y levantó la vista hacia las nubes
que se acercaban. Maldita sea, perfecto. Esperaba dar un largo paseo
en motocicleta después del trabajo y aclarar su mente. Se dirigió hacia
la parte trasera de la tienda para lavarse las manos. Eran más de las
siete y Gemma había recogido a los niños hacía una hora. Se moría por
preguntarle a Tru si ella había dicho algo sobre Crystal. Las chicas
hablaban, ¿no? ¿O ella dejaba a todos de lado de la misma forma en
que lo había excluido a él?
Seguro como el infierno esperaba que no, porque eso sería
horrible para ella. Tenía a su familia y a Tru. También a todo el club si
los necesitaba. Una llamada telefónica y tendría más apoyo del que
podría desear, y le reconfortaba saberlo de la misma manera que sabía
que lo sabían los demás miembros. Pero, ¿a quién tenía Crystal? Había
mencionado una visita difícil a su madre, y aunque sabía que ella y Jed
estaban en contacto, no tenía la impresión de que fueran
particularmente cercanos. Contaba con Dixie y Gemma, solo que por
razones obvias no parecía estar acercándose a Dixie. La verdad era que
ella también tenía a Bullet, Bones y Tru, aunque sabía que nunca
recurriría a ellos. En especial, después de cómo dejaron las cosas la
semana pasada.
Le entregó Harley a Tru y se lavó las manos.
—¿Estás seguro de que no hiciste o dijiste algo para enojarla?
—Tru le tendió una toalla de papel—. Amo a Gemma hasta los confines
de la tierra, pero, amigo, las mujeres están conectadas de manera muy
diferente a nosotros. La inflexión de voz incorrecta puede cambiar el
significado de una oración, y si eres como yo, podrías no tener ni idea.
—No me digas. —Le quitó a Harley y le acarició la cabeza a la
gatita—. Crecí con Dixie, ¿recuerdas? Lo he repasado un millón de
veces. —¿Era posible que a pesar del beso más ardiente que había
experimentado en su vida, ella no estuviera interesada de la forma en
que él lo estaba? No podía creerlo. Había visto el calor en sus ojos
durante meses—. Tru, ¿crees que ha terminado con lo que sea que haya
entre nosotros?
—Por los pequeños detalles que me ha dicho Gemma, parece que
Crystal ha sido un desastre toda la semana.
Se deleitó mucho con eso, más de lo que debería.
—Es su culpa.
En cuanto las palabras salieron de sus labios, supo que no las
decía en serio. Quería saber qué estaba pasando dentro de esa hermosa
cabeza suya.
—No estás pensando en rendirte, ¿verdad?
Bear, al igual que Truman, no era ajeno al dolor físico ni al
emocional. Bullet era impenetrable, Bones era práctico y, ¿Bear?
Bueno, sentía el dolor por las personas que amaba como si fuera
propio. Había soportado batallas emocionales junto a Tru y su
hermano, Quincy, cuando Tru fue sentenciado a prisión, acusado de un
crimen que Quincy cometió. Y de nuevo cuando este se perdió en las
drogas y desapareció. Recordaba cada caso con el dolor de una herida
reciente y había sido afectado de nuevo cuando se enteró de las
condiciones en las que Kennedy y Lincoln habían estado viviendo. Esto
se sentía así, solo que diferente. Su estómago estaba en llamas, y por
segunda vez en su existencia, la primera fue cuando su padre estuvo en
el hospital con su vida pendiendo de un hilo, el corazón le dolía
intensamente.
—¿Cuándo me has conocido por renunciar a algo? —respondió
finalmente.
Le había enviado a Crystal un mensaje de texto esta mañana,
Bear, esperando que su silencio de radio3 no significara lo que él
pensaba. Ella no había respondido.
Tru esbozó una sonrisa.
—Hubo aquella vez que te estaba pateando el trasero en los
dardos.
—Maldición.
Bear se echó a reír mientras colocaba a Harley en la cama para
gatos con dos de los otros gatitos y cerraban la tienda.
—Supe que estabas metido en un lío cuando me dijiste que ibas a
una tienda de telas. —Sus ojos bailaron con picardía—. Amigo, lo más
seguro, es que te perdió todo el respeto.
Bear tiró el brazo como si le fuera a darle un puñetazo, y Tru cayó
de lleno en el juego de pelea falsa que habían jugado demasiadas veces
para contarlas. Riendo, palmeó el hombro de su amigo y lo acompañó
hasta su camioneta.
—Besa a esos bebés por mí, ¿quieres? Hoy no pasé mucho tiempo
con ellos. Y gracias de nuevo.
—¿Por qué? —preguntó Tru—. ¿Por crear problemas?
Bear sacó las llaves del bolsillo y se sentó a horcajadas sobre su
motocicleta.
—Por conectarte con Gemma y presentarme a Crystal.
—No puedes culparme de esta mierda.
3
Jerga militar. Silencio de radio: término que significa cese total de las
comunicaciones por radio. Que no se permite transmitir nada ni en telefonía ni en
morse, hasta que se dé la orden de restaurar la emisión.
Tru negó con la cabeza al subirse a su camioneta.
—Claro que puedo.
Encendió la motocicleta y se puso el casco, saludando mientras
Tru se alejaba. Su teléfono vibró en el bolsillo y lo sacó. El nombre de
Crystal apareció en la pantalla y su pulso se aceleró al leer el texto.
Siento lo de la semana pasada. Tengo muchas cosas
sucediendo en este momento. ¿Quizás podamos hablar este fin de
semana?
—A la mierda.
Envió una respuesta.
¿Dónde estás? Iré ahora.
Su teléfono vibró segundos después.
No puedo. Estoy en Harbour View en una reunión.
No puedo no estaba en su vocabulario. Metió su teléfono en su
bolsillo y se fue.
Se le daba bien esperar el momento oportuno. Llevaba meses
haciéndolo. Pero estar de pie afuera de Harbour View Professional Park
esperando a Crystal lo puso más ansioso que un pavo en Acción de
Gracias. Se paseó por el estacionamiento, preguntándose qué tipo de
reunión tendría ella en el complejo de consultorios médicos. Mientras
analizaba mentalmente las posibilidades, las puertas delanteras se
abrieron y Crystal salió. Su corazón se desbocó cuando se dirigió en su
dirección, observando cómo se palpaba los bolsillos. ¿Por sus llaves?
¿Su teléfono? Las puertas se abrieron de nuevo y un hombre alto con
pantalones de vestir y una camisa blanca de botones, corrió tras ella,
sosteniendo su bolso. Bear apretó los dientes mientras lo tomaba y
abrazaba al tipo.
—Solo estaba buscando mis llaves. Gracias, David.
Crystal abrazó al hombre que había estado con ella durante años,
ayudándola a superar los acontecimientos más traumáticos de su vida.
—Estoy aquí si me necesitas —le aseguró.
Sus ojos navegaron por encima de su hombro justo cuando la
profunda voz de Bear penetró en el aire.
—Crystal.
Se giró, la felicidad burbujeó en su interior. Necesitó toda su
fuerza de voluntad para permanecer donde estaba y no correr hacia él.
Tenía un aspecto severo y rudo con un par de jeans manchados de
grasa y una camiseta ajustada, como si hubiera venido directo del
trabajo. Sus ojos, que habían perseguido sus sueños, eran suaves y
duros a la vez. Era bellamente intimidante, devorando el pavimento
entre ellos, su rostro era una máscara de fuerza y determinación
mientras reivindicaba su reclamo con un beso en su mejilla.
—Hola, cariño. —Levantó la barbilla hacia David en una muestra
de pura dominación alfa—. ¿Qué tal? —dijo, con brusquedad.
Que Dios la ayude. Se sintió sonreír como una tonta. Pensó que lo
había perdido, y había anhelado al presuntuoso y apuesto hombre
durante toda la maldita semana.
—Bastante bien, gracias. —David echo un vistazo a Crystal.
Ella asintió. Sí. Este es el chico que me tiene atada. Entre la
mirada posesiva en los ojos de Bear y la recién descubierta libertad que
se agitaba en su interior, buscó a tientas las palabras.
—Yo... eh... Bear...
David extendió su mano.
—David Lantrell. Soy un viejo amigo de Crystal.
Bear le estrechó la mano.
—Un placer conocerte.
Optó por la ligereza para romper la tensión.
—Ahora que hemos pasado esa etapa incómoda, gracias de nuevo
por recibirme con tan poca antelación, David. Estaré en contacto.
David hizo una rápida salida, por lo que estuvo agradecida.
—Antes de que preguntes —le dijo a Bear—, estoy dispuesta a
contarte lo que está pasando, pero no aquí. ¿Te importa si vamos a otro
lugar para hablar?
—Gracias a Dios, porque no hay mucha mierda que un hombre
puede soportar sin perder la cabeza. —Hizo un gesto hacia su
motocicleta—. Súbete.
—No me voy a subir en esa cosa.
—¿Por qué no?
—Solo quieres que te abrace.
Los viejos hábitos son difíciles de superar. Había hecho un buen
trabajo vendiéndose como una chica motociclista dura, sabía que él
pensaba que tenía experiencia montando en una moto.
Sus labios se arquearon.
—¿Y eso es malo porque...?
Tenía razón. ¿No era ese el motivo por el que había ido a ver a
David? Ella miró la motocicleta. Supongo que este es un lugar tan bueno
para empezar como cualquier otro.
Inhalando una bocanada de coraje, dijo:
—Tendrás que enseñarme a montar.
La piel de gallina persiguió la ansiedad alrededor de su pecho
como un ratón en un laberinto, aunque lo esperaba. David le había
advertido. Nada de esta noche iba a ser fácil. Pero ella no sabría qué
hacer con la manera fácil de todos modos.
Una V profunda se formó entre las cejas de Bear.
—¿Perdón?
—Tienes que enseñarme a montar. Ahora cállate y hazlo, o
cambiaré de opinión.
Recorrió con la mirada el logo de Harley-Davidson en su camiseta,
bajando a lo largo de sus jeans ajustados negros, hasta sus gruesas
botas de cuero negro de motociclista.
Lo sé. Tengo mucho que explicar.
—Olvídalo. Puedo conducir.
Dio un paso hacia su auto.
Él tomó su mano entre las suyas, caminando hacia la
motocicleta.
—¿Los ocho piercings en tu oreja también son falsos?
—Tal vez si no eres un idiota te dejaré averiguarlo.
Él colocó sus manos en las caderas de ella, inclinando su rostro
hacia abajo con una expresión seria.
—¿Estás nerviosa?
Abrió la boca para darle su habitual respuesta ágil y se detuvo.
—No hay nada entre la carretera y yo. No hay bolsas de aire. Es
aterrador.
—No tenemos que hacer esto. Podemos conducir tu auto, o
puedes ir en él y yo en mi motocicleta. Puedo enseñarte a montar en
otro momento. Sin presión por mi parte. Me alegra que estés dispuesta
a hablar, así que es tu decisión.
Había terminado de fingir, al menos para sí misma. La verdad era
que se moría por viajar en la parte trasera de su motocicleta desde
hacía meses. Ella siempre tenía su auto o él su camioneta cuando
hacían recados o comían algo juntos. Pero era como una extensión de él
y quería experimentarlo. Podría estar sometiéndose a una sobrecarga
emocional, sin embargo, ¿qué mejor manera de arrancar una tirita que
hacerlo todo de una vez?
—Quiero ir contigo en la motocicleta.
Sus labios se curvaron hacia arriba como si estuviera satisfecho
con su decisión, aunque sus ojos permanecieron serios.
—¿Estás segura?
Asintió antes de que pudiera acobardarse.
—De acuerdo. Después de ponerte el casco, vas a querer
presionar tu cuerpo tan cerca del mío como sea posible. Los brazos
alrededor de mi cintura, así. —Se dio la vuelta, acercando su espalda al
ras con su pecho, y tomó sus manos, guiándolas alrededor de su
cintura y colocando sus palmas en su estómago—. Agárrate tan fuerte
como puedas. —Tomó las dos manos de ella con una de las suyas,
extendió la otra detrás y presionó su trasero, acercándolos aún más—.
¿Entendido?
¿Entendido? ¿Todos esos músculos presionados contra ella? Lo
comprendió muy bien. El problema era que no quería soltarlo.
—Si. Lo tengo.
Él se rio, la ayudó a ponerse el casco y luego a subirse a la
motocicleta.
—¿Estás bien? —preguntó, evaluándola visualmente.
—Me sorprende lo monstruosa que es.
Sus ojos se volvieron volcánicos.
—Ay Dios mío. ¡La motocicleta!
—Si me salgo con la mía, esta no será la última vez que sientas
algo monstruoso entre tus muslos.
No se detuvo lo suficiente para que ella pensara más allá del
recuerdo de lo enorme que se había sentido cuando se besaron la
semana anterior y, de paso, la razón por la que había venido a ver a
David.
Con tono serio de nuevo, dijo:
—Si necesitas que me detenga, quiero que me des una palmadita
en el estómago una vez. Si quieres que baje la velocidad, hazlo dos
veces, ¿de acuerdo?
Asintió, poniéndose más nerviosa a cada segundo.
—Estás a salvo conmigo, cariño. Nunca te pondré en peligro.
Lo sabía y, lo que es más importante, le creía.
—Podemos conducir tu auto si no estás preparada.
Su expresión era tan seria, su preocupación tan sincera, que se
calmó.
—No. Estoy bien. ¿Me puedes llevar al parque de Eternity Lane?
—¿En el otro extremo de la ciudad? Hay un parque a la vuelta de
la esquina. ¿Quieres ir allí?
—Si no te importa conducir, prefiero ir a Eternity.
—Buzz Lightyear, a tu servicio.
Se rio. ¿Cómo puede un malote ser tan condenadamente lindo?
—Creo que dijo hasta el infinito y más allá, no eternidad.
—¿En serio? Vaya, lo arruiné. —Se subió a la motocicleta y, antes
de ponerse el casco, añadió—: Intenta no excitarte demasiado.
La rodeó con sus brazos y se estiró hacia atrás, presionando su
mano en su trasero y acercándola tanto que sintió como si estuvieran
pegados. La motocicleta rugió, retumbando entre sus piernas como un
vibrador supersónico. No es que alguna vez hubiera usado uno, pero
era imposible que tuviera algo que ver con este monstruo.
La motocicleta rodó hacia adelante y ella le golpeó en el estómago.
Debe haber sido un reflejo o algo así, porque no necesitaba que él se
detuviera, no obstante, lo hizo. De inmediato.
—¿Qué ocurre?
—Nada —respondió—. Avanza.
Esperó hasta que estuvo pegada a él de nuevo, con el corazón
bailando contra su espalda. Condujo a través del estacionamiento y ella
le dio una palmada en el estómago otra vez.
Se detuvo y miró por encima del hombro sin un ápice de
irritación.
—¿Qué pasa?
—Nada. Es extraño no tener el control.
Torció su cuerpo, sujetándola del brazo.
—Cariño, tienes el control total. Tú dices ve, yo voy. Dices
detente, me detengo. Soy tu chofer. Eso es todo. Aún podemos tomar tu
auto...
Movió la cabeza de lado a lado con vehemencia.
—No. Creo que necesitaba saber que te detendrás.
Eso le valió una sonrisa sexy.
—Cariño, no hay nada que no haga por ti.
Tragó saliva audiblemente, le indicó que se diera la vuelta y se
acurrucó junto a él de nuevo.
Peaceful Harbour no era muy grande, y cruzar la ciudad
significaba recorrer solo unos pocos kilómetros. Bear conducía
despacio, dejando mucho espacio entre ellos y los otros autos, y
vigilándola en cada semáforo. Le sorprendió la sensación de libertad
que le proporcionaba estar en la motocicleta y lo segura que se sentía
con él. David había arrojado nueva luz sobre la profundidad de sus
sentimientos, permitiéndole reconocerlos y percibirlos con más fuerza.
Condujeron por las sinuosas calles laterales de antiguos terrenos
hacia Eternity Lane, pasando por casas que no había visto en años.
Cuando subió por la empinada carretera que conducía al parque, sus
nervios resurgieron.
Aparcó en el estacionamiento y apagó el motor, pero su cuerpo
seguía vibrando. Se quitó el casco y se bajó de la motocicleta. Sus
largas piernas hacían que todo pareciera natural y fácil, aunque cuando
pasó la pierna por encima de la motocicleta, se imaginó a sí misma
luciendo como una araña tratando de desmontar de un caballo.
Bear envolvió sus manos alrededor de sus costillas, levantándola
del asiento y colocando sus pies junto a los de él. Le quitó el casco y lo
puso en la motocicleta.
—¿Qué te pareció tu viaje inaugural?
—Fue un poco aterrador al principio, pero luego fue estimulante.
Lo necesitaba esta noche. Gracias.
Ella miró hacia el cielo nublado, contenta de que no hubiera
llovido.
Él le echó un brazo por encima de los hombros, como si la pelea
de la semana anterior nunca hubiera existido. Se dio cuenta de que en
todo el tiempo que lo conocía, él le pasaba un brazo por encima del
hombro o alrededor de la cintura, manteniéndola lo más cerca posible,
en lugar de tomarla de la mano como hacían la mayoría de las parejas.
Por otro lado, no eran una pareja, y Bear no era un chico típico. Casi
todos los hombres habrían presionado para conseguir algo más hace
mucho tiempo, o se habrían rendido y marchado sin más.
—¿Qué tenías en mente cuando me pediste que viniera aquí? ¿Un
pequeño baile sin pantalones en la hierba?
Ella se rio y él la atrajo contra sí, mirándola a los ojos. Esperaba
ver calor, tener que rechazarle para que pudieran hablar, y no podía
estar más equivocada.
Bear intentó mantener las cosas ligeras y no permitir que la
preocupación creciera en su interior. No podía dejar de pensar en su
breve visita al edificio médico y sentía curiosidad por su amigo David.
¿Cuántas veces le había dicho su hermano Bones, oncólogo, que la
salud de una persona podía cambiar en un instante? El derrame
cerebral de su padre le había dado pruebas suficientes. Ahora, mientras
miraba fijamente a los ojos de Crystal, la chispa de sarcasmo que por lo
general le devolvía, se atenuaba por la preocupación, y eso le
inquietaba.
Tocó su frente con la de ella y su fachada se desvaneció.
—No quiero bromear. Déjame entrar, cariño. Déjame ayudarte con
lo que sea que haya robado esa chispa de tus hermosos ojos.
—Bear —susurró.
En su nombre escuchó una súplica y una advertencia. Quería
cederle las riendas, dejarla guiar, pero percibió que tenía problemas con
eso.
—Dime lo que necesitas. —Fue lo mejor que pudo ofrecer.
Ella se movió de entre sus brazos y le tomó la mano. No le pareció
una buena señal, y no le gustó no tenerla donde pudiera sentir sus
emociones tan claramente como podía verlas, sin embargo, la acompañó
hasta la cima de la colina, donde se sentaron en la hierba con vista a la
calle de abajo.
Quedaron en silencio durante un largo momento, y la
incertidumbre le devoró vivo.
—Esto es lo que sé de ti. —Su suave voz rompió el silencio—.
Creciste en Peaceful Harbour con tus hermanos y hermanas y tus
padres, que ayudan a administrar el bar. Tú y Dixie dirigen el taller de
automóviles. Eres miembro de un club de motociclistas y creo que eres
la persona más leal que he conocido en mi vida, aunque Truman está a
tu altura. Amas a Tru y Quincy como si fueran tus hermanos, y cuando
los bebés y Gemma llegaron a sus vidas, también los amaste. Entonces,
ahí estaba yo, prácticamente unida a la cadera de Gemma. Y por alguna
razón me abriste tu corazón y tu familia también. Siento que eso es
mucho para saber sobre una persona, aunque hay un millón de cosas
que no sé.
—Te diré todo lo que quieras saber.
—Sé que lo harías. Puede que tuviéramos que ir de un lado a otro
cientos de veces antes de que salieras del modo de broma, no obstante,
sé que al final lo conseguiríamos. El caso es que —afirmó con un poco
más de confianza—, me di cuenta de que lo que sé de ti no importa
tanto como lo que sabes de ti mismo. Es obvio que sabes que me atraes,
pero, sobre todo, me siento atraída por lo que hay dentro de ti, que en el
fondo es que sabes quién eres. Esa confianza brilla más que la luna, las
estrellas y el sol juntos.
Levantó los ojos hacia él y, por primera vez en su vida, no tuvo
una respuesta rápida. De hecho, no tenía ninguna palabra.
—Sé que parezco una loca —dijo.
—No. Suenas más cuerda que nadie que conozca. Solo estoy
procesando lo que has dicho. Es una sensación extraña saber que te
atrae lo mismo que te aleja de mí.
Asintió, una pequeña sonrisa se elevó en sus labios, y bajó la
mirada hacia la casa al otro lado de la calle.
—Sí, también es extraño para mí. Por favor, escúchame y, con
suerte, entenderás por qué. Todos tienen una historia. Hay algún lugar
donde comenzaron sus vidas y cosas que los llevaron a donde terminan.
Para la mayoría de la gente, es bastante claro. Y para personas como tú,
que han vivido en un pueblo pequeño, con una familia que los adora y
padres que les enseñan a manejar la vida, el amor y todas las cosas que
hacen que una persona esté completa, tu historia es bastante fácil de
seguir.
Hizo una pausa, con una mirada atormentada en sus ojos.
No podía soportar estar separado ni siquiera por unos pocos
centímetros entre ellos. Todo el mundo necesitaba a alguien que
cruzara las líneas que pusieron cuando tenían demasiado miedo de
abrir una puerta. Nunca la había escuchado tan solemne y seria.
Quería estar allí para ella, ayudarla a soltarse y compartir la carga de lo
que fuera que le pesara. Sabía todo acerca de llevar el peso del mundo
sobre sus hombros, y era un lugar solitario para estar.
Aproximándose, la apretó contra su costado. Se puso rígida
durante uno o dos segundos, y luego la tensión desapareció. Esto era
mejor. Esto era legible, real. Esto era seguro.
Sus ojos vagaron por el horizonte, hacia las casas al otro lado de
la calle, y se posaron en el nivel dividido al pie de la colina.
—Algunas personas saben dónde comienzan sus historias —dijo
en voz baja—. Pero como en el caso de Truman, Quincy, Kennedy y
Lincoln, algunas tienen lagunas y saltos, y se reconstruyen con
pegamento y cinta adhesiva. Esas personas eligen un nuevo punto de
partida, y ahí es donde comienza su nueva vida o su nueva historia.
Bear sabía que todo el mundo tenía sus secretos, sus peleas
privadas con el infierno, y por su respiración acelerada podía decir que
estaba a punto de revelar los suyos. La abrazó más cerca, sintiéndose
propietario y agradecido de que ella confiara en él lo suficiente como
para compartir lo que fuera.
—Y mi historia no es diferente —dijo en un susurro—. Aquí es
donde comenzó, y después de tropiezos, lagunas y puntadas que nunca
se sostuvieron, decidí empezar de nuevo. David me ayudó. Es terapeuta
y lo conozco desde que me mudé aquí. Lo vi semanalmente durante
unos tres años, y luego me detuve porque pensé que había superado
todas las cosas malas que habían sucedido.
Hablaba rápido, como si temiera que si no pronunciaba las
palabras con rapidez podrían pudrirse dentro de sí misma. Se giró hacia
ella, queriendo protegerla, sujetarla entre el círculo de sus brazos y
atrapar los pedazos que se derramaban en medio de ellos. Se movió
para que su cuerpo estuviera entre sus piernas, sus rodillas levantadas
como barreras del mundo exterior.
—Pero luego entraste en mi vida —dijo rápida y con suavidad—.
Como un príncipe asesino de dragones en una misión, recogiendo los
pedazos rotos de todos y volviéndolos a unir. Me haces querer cosas que
hace mucho tiempo dejé de esperar, o incluso de pensar, y...
Ella levantó los ojos, el cielo y el infierno colisionaron dentro de
ellos. Trató de procesar lo que había dicho, sin embargo, faltaban
demasiadas partes. Saltos, lagunas y puntadas que nunca aguantaron.
No podía encontrarle sentido. Aunque lo deseaba desesperadamente.
—No soy un príncipe, cariño, sin embargo, quiero entender. ¿Qué
sucedió en esos saltos y lagunas que te llevaron a David?
El hombre al que parece que le debo gran gratitud.
—Vivimos allí —señaló una vivienda al pie de la colina—, en esa
casa hasta que cumplí ocho años, cuando mi padre perdió el trabajo.
Era agente de seguros y viajaba mucho, no obstante, mientras estaba
en casa, lo intentaba, ¿sabes? Hacía proyectos conmigo en la casa y, a
veces, no a menudo porque se ausentaba demasiado, íbamos juntos a
los mercadillos. Compraba hilo y tela que usaba para hacer estas
muñecas con ramitas, tejidos e hilo, y los dejaba en mi tocador antes de
irse de viaje. Los encontraría por la mañana sin una nota ni nada. A
veces preparaba una paella y ponche caliente, y nos sentábamos los
cuatro alrededor de una fogata en nuestro patio trasero. Una vez fuimos
una verdadera familia. —Su voz se desvaneció y una mirada de
nostalgia la invadió—. Eran buenos tiempos, y esas muñequitas tontas
significaban mucho para mí.
—Deberían, y creo que todavía lo hacen. ¿Las muñecas en tu auto
y en tu llavero?
—Sí, así es. —La mirada atormentada regresó—. Sin duda,
siempre lo harán. Cuando nos mudamos del puerto a la casa rodante
donde vive mi mamá, fue bastante horrible. Pero no pasaba nada,
porque tenía que concentrarme en la escuela y esperar esas muñecas,
lo que hizo que fuera más fácil ignorar a los horribles vecinos. Y
entonces, un día, mi padre no regresó a casa. Fue asesinado por un
conductor ebrio. Ahí es donde mi historia tropezó y finalmente se
derrumbó.
—Cristo. No tenía ni idea. Lo siento bebe.
Pensó en el tío al que había seguido desde el momento en que le
permitieron entrar al taller de automóviles. Bear tenía veintidós años
cuando lo perdieron de cáncer. Ese fue el año en que se hizo cargo de la
gestión del taller de automóviles y el año en que se enteró de lo
diferente que era el duelo de la gente. Su padre había pasado por todas
las etapas del dolor en diversos grados de silencio e ira, mientras que él
necesitaba hablar de su pérdida. Por suerte, su familia sabía que era un
conversador, y el resto de ellos había sufrido sus largos y emocionales
viajes por el carril de la memoria. Se preguntó cómo había lidiado
Crystal con la muerte de su padre y quién había estado allí para
ayudarla a superarla.
Ella lo observaba con la mirada inexpresiva, como si viera los
recuerdos desplegarse ante su ojos.
—Mi madre y mi padre solían beber en ocasiones, y por mi vida,
no recuerdo que fueran grandes bebedores. Pero perderlo lo cambió
todo. Mi madre se volvió odiosa, bebiendo hasta el estupor noche tras
noche. Pensé que era solo su forma de afrontar la situación y que se le
pasaría, sin embargo, no fue así. Y Jed comenzó a ir y venir a horas
extrañas, vigilándome de vez en cuando. Creo que fue entonces que
empezó a robar. Así que me centré en la escuela, decidida, incluso a los
malditos nueve años, a no perderme en la espiral descendente de mi
madre. Para controlar el único aspecto de mi vida que podía controlar.
Pasé horas en la biblioteca, como si fuera mi segundo hogar. Tengo que
admitir que era mejor que estar en casa, por lo que me escondía allí.
Le dolía el corazón por ella. Sonaba como si nunca le hubieran
dado la oportunidad de llorar.
Enmarcó su rostro entre sus manos, deseando lo imposible.
—Lo siento bebe. Ojalá pudiera haber estado ahí para ti.
—En mi vida no hubo caballeros asesinos de dragones. Tomé mi
clase de inglés de último año durante el verano y me gradué de la
escuela secundaria un año antes. Mi consejero me ayudó a conseguir
una beca Pell y me fui a estudiar. No muy lejos, solo a Lakeshore State,
estaba lo bastante alejado como para que nadie me conociera. Y me
reinventé.
Lakeshore State era una pequeña universidad a unas dos horas
de Peaceful Harbour.
Su fuerza y coraje lo dejaron boquiabierto.
—Crystal, no necesitaste un caballero. Pateaste traseros por tu
cuenta.
—Pensé que sí, pero...
Apartó la mirada, no sin que él viera cómo se le llenaban los ojos
de lágrimas.
Su estómago se desplomó.
—¿Extrañas a tu papá?
—No —dijo, secándose las lágrimas—. Sí. Siempre. Aunque eso no
es todo.
Él movió sus piernas debajo de las suyas y la acercó más,
enjugando las lágrimas que resbalaban por sus mejillas.
—¿Qué ocurre, bebé?
—Parte de reinventarme fue aprender a encajar. No quería que mi
pasado me definiera. Quería que la gente me viera como una chica más
que fue a la universidad porque era lo que la mayoría de los niños
hacían después de la secundaria. Los primeros dos años de escuela
fueron estupendos. Me mantuve al margen, me maté a estudiar y
obtuve las mejores calificaciones. Siempre he sido buena en la escuela,
y entonces hacía amigos con facilidad. Incluso tuve algunos novios,
aunque no era fiestera. La verdad es que también intentaba hacerlo
bien en la escuela por mi padre. Siempre estuvo orgulloso de mis notas.
—Él te amaba. —Gracias a Dios, porque parecía que su amor la
había sacado de una situación terrible.
—Lo hacía. —Eso le valió una genuina sonrisa—. Pero en mi
tercer año levanté los ojos de los libros y miré a mi alrededor. —Las
comisuras de su boca se curvaron hacia abajo, haciendo que la boca de
su estómago se desplomara con ellos—. Había un mundo a mi alrededor
con fiestas, viajes por carretera y cosas que no me había permitido
disfrutar. Tenía miedo de beber por mi mamá y por lo que le había
ocurrido a mi papá.
—Lo que explica por qué nunca tomas más de una copa o dos
cuando nos reunimos con Tru y Gemma junto a la fogata o pasamos el
rato en el bar.
—Si. Soy cuidadosa. De todos modos, una noche una amiga me
convenció de ir a una fiesta. No había alcohol allí porque era en el
edificio de arte para homenajear a algunos chicos que habían calificado
para un premio nacional o algo así. Aunque ya sabes, era la
universidad, de manera que ellos tenían alcohol en sus latas de
refrescos y botellas de agua, y algunos venían de otras fiestas en las
que sí había alcohol.
Volvió a apartar la mirada y el aire se espesó a su alrededor. Bear
tocó su rostro y haciendo que sus ojos preocupados regresaran a los
suyos.
—Cariño, respira conmigo. —Él inhaló y exhaló despacio, y ella
hizo lo mismo—. Eso es. Está bien. Estoy aquí y no voy a ir a ninguna
parte.
—Tengo miedo de decírtelo. —Su voz temblaba.
Rechinó los dientes, presintiendo la oscuridad que se avecinaba.
—No hay nada que no haya visto, tratado o ayudado a superar a
alguien a través del club o atendiendo el bar. Puede que no seamos una
pareja oficial, todavía, sin embargo, eso no significa que no tengamos
una relación. Llevamos meses de estrecha amistad. Me importas y no
he estado con una mujer desde la primera semana que te conocí. Diría
que es una base muy sólida, y no creo que estuvieras sentada aquí
conmigo ahora mismo si no confiaras en mí.
—Confío en ti —dijo rápidamente—. Espera. ¿Es eso cierto?
¿Sobre qué no has estado con ninguna otra mujer desde la primera
semana que nos conocimos?
—Sí, por supuesto. Puede que bromee mucho, pero no miento. Al
menos no para las personas que me importan, y desde luego no para ti.
No he estado con otra mujer y me hice la prueba para asegurarme de
que estaba limpio. —Él sonrió—. Por si acaso. Estoy dentro con todo,
Crystal, y lo he estado durante mucho tiempo.
Lo miró como si estuviera sopesando su honestidad por el olor del
aire.
—Vaya. No esperaba escuchar eso.
—No esperaba decirlo, sin embargo, es cierto y debes saberlo.
—Eso es… gracias. Confío en ti. Es que me da miedo. No se lo he
contado a nadie. Ni siquiera a Gemma.
Ese conocimiento lo detuvo en seco. Eran tan unidas como
hermanas.
—Aunque quiero decírtelo.
Tomó su mano y le dio un beso, sujetándola con fuerza, por el
bien de ambos.
—Estoy aquí, y te escucho.
Ella inhaló profundamente, y cuando habló, su voz era
temblorosa.
—Esa noche, con mi amiga conocimos a estos chicos. Eran
mayores y habían venido a visitar a uno de sus hermanos menores o
algo así. La verdad no me importó lo suficiente como para escuchar los
detalles, aunque ahora desearía haberlo hecho. De todos modos,
estábamos jugando en los pasillos, y ¿sabes cómo un minuto puedes
estar con un grupo y al siguiente la gente se empareja...?
Su estómago se estremeció. No le gustó la dirección en la que iba
esto.
—Sí.
—Bueno, en algún momento el chico con el que estaba me llevó
por unas escaleras oscuras y terminamos en lo que pensé que era un
salón de clases. Dijo que quería mostrarme esculturas que el hermano
de su amigo había hecho y que iban a presentarse a la siguiente ronda
de premios. Estaba oscuro y sabía que se encontraba borracho, había
mucha gente abajo y él había venido con un grupo de chicos. No me
preocupé hasta que noté que no había esculturas en la habitación. Solo
enormes equipos y computadoras en cada mesa, y me di cuenta de que
no estaba bien. Pero para entonces…
Su voz se interrumpió.
—Se hallaba sobre mí, y tienes que entender. Había pasado tres
años deshaciendo todo en lo que me había convertido en el parque de
casas rodantes. Me vestí de forma más correcta, actué más femenina, y
donde podría haber pateado el trasero a cualquiera cuando llegué por
primera vez a la universidad, había enterrado a esa chica para encajar.
Los músculos de Bear se endurecieron hasta convertirse en
nudos de rabia. Apretó los dientes para evitar que esas tensas espirales
desataran una bestia de venganza.
Su mano sudaba y las lágrimas brotaban de sus ojos.
—Y luego él estaba encima de mí, empujando mi falda,
arrancando mi ropa interior, diciéndome que lo deseaba. Fue como si
estuviera viendo cómo sucedía desde arriba, y entonces mi cerebro se
puso en marcha. Luché, Bear. Luché y golpeé, y me convertí de nuevo
en Chrissy, la chica del parque de casas rodantes, tratando de matarlo.
Lo agarré por el cabello en el mismo momento en que se estrelló contra
mí, y el dolor… —Las lágrimas cayeron por sus mejillas—. El dolor era
insoportable. No era virgen, pero ser ultrajada en contra de tu voluntad
no se parece en nada al sexo consensuado. Se acabó rápido. Estaba
horrorizada, herida y tan enojada que no podía ver bien. Me levantó y
nunca olvidaré la expresión de su mirada cuando dijo: “Ahora tienes
algo sobre lo que escribir.”
Capítulo 5
Crystal cerró sus ojos, esperando que Bear reaccionara a su
horrible confesión. Cuando ella volvió a mirarlo, segundos
interminables pulsaron y se aumentaron como bombas de tiempo,
mientras esperaba a que él dijera algo, hiciera algo. Él movió los ojos
por encima de su hombro, flexionando los músculos de su rostro, los
hombros y los brazos. Estaba metida dentro de los confines de su
cuerpo, como si quisiera tragarla y protegerla. Pero él no podía
protegerla del pasado, y podía ver el dolor escrito que le causaba en
todo su rostro.
La voz de David susurró en su mente. El hecho de que estés lista
para compartir tu pasado no significa que él esté listo para escucharlo.
—Bear —dijo en voz baja, deseando poder ver dentro de su
cabeza. ¿Pasaría a alguien sin ese bagaje de mierda, sin fantasmas?
¿Alguien que tuviera una familia normal y funcional como la suya? La
tristeza trajo más lágrimas. Las obligó a alejarse, preparándose para lo
peor. Claro, había sido su amigo durante meses, y había dejado todo
para recogerla cuando necesitaba que la llevaran y se había presentado
para ayudar cuando estaba cuidando a Kennedy y Lincoln. Pero no
importaba cuánto coqueteara o cuán buen amigo hubiera sido, había
un mundo de diferencia entre querer acostarse con una persona y
querer revelar sus secretos. Había pasado por el infierno y había
regresado, y había sobrevivido. Ella podría sobrevivir a esto.
Sus ojos enojados rodaron desde su frente hasta sus mejillas, su
boca, hasta su barbilla, y volvieron a subir. Cuando finalmente se
encontró con su mirada, las líneas de tensión que se extendían en
abanico desde los bordes de su boca se suavizaron y la compasión se
elevó en sus ojos.
—¿Está bien si te abrazo?
Su corazón dio un vuelco dentro de su pecho. El hombre que le
dijo, que tomó, que poseyó, le preguntó si podía abrazarla.
—Sí.
Mientras la tomó en sus brazos, sosteniéndola con la fuerza de
cien hombres y la ternura de mil más, pensó en el día que había
intentado contárselo a su madre, y el dolor la atravesó de nuevo. Esto
era lo que había necesitado muchos años atrás, cuando la mujer que la
había criado, que se suponía que debía amarla y cuidarla
incondicionalmente, solo escupió veneno. Y este hombre, este hombre
cálido y maravilloso, que la conocía desde hacía menos de un año, sabía
exactamente lo que necesitaba.
Bear la abrazó con más fuerza.
—Está bien, cariño. Te tengo.
La abrazó durante mucho, mucho tiempo, consolándola y
haciéndola sentir segura. Cada palabra, cada dulce y tierno beso que él
presionaba en su cabeza, despedazó más del muro que ella había
construido alrededor de su corazón, desatando años de miedo y dolor
tácito. Ella se aferró a él, sollozando no solo por el ataque, sino por la
pérdida de su padre y la descendencia de su madre, dejando escapar
toda la tristeza que había mantenido encerrada hasta que no tuvo más
lágrimas para llorar. Y luego jadeó en busca de aire, gimiendo como una
niña que se enfrenta a una herida que ya no amenazaba con robarle la
vida, sino que le dolía como un corte de papel: doloroso y tenaz, pero
llevadero.
Dentro de la seguridad de los brazos de Bear, su corazón latió
seguro y constante contra el suyo, sus fantasmas se desprendieron de
algún calabozo oculto en lo más profundo de ella, escapando a través de
su confesión y las lágrimas, y encontró una sensación de paz.
—Gracias por confiar en mí. —La voz de Bear estaba llena de
emoción—. No hay suficientes palabras para expresar cuánto lamento
todo lo que has pasado.
Ella se echó hacia atrás lo suficiente para ver sus ojos brillantes,
lo que hizo que los de ella volvieran a llorar. Le apartó el cabello de
delante de su rostro y le besó la frente. Su mirada se volvió arrepentida.
—Todo lo que hice la semana pasada, cariño. Jesús. Lo siento
mucho. Lo que dije. La forma en que presioné. Maldición. Lo siento
mucho. Debes haber estado aterrorizada. Crystal, no me iré a ninguna
parte y no espero nada de ti. Si deseas que este, si quieres algo de mí,
voy a ser el hombre que necesitas que sea. Iré contigo a terapia.
Hablaré. Escucharé...
—Bear —interrumpió, incapaz de contener sus sentimientos por
más tiempo—. Eres el hombre que yo quiero.
Su mandíbula se tensó de nuevo.
—No necesito volver a la terapia, pero me encanta saber que, si
alguna vez lo hago, estarías dispuesto a ir conmigo. Eso significa más
para mí de lo que puedas imaginar. La razón por la que fui a ver a
David era porque quiero explorar lo que sea esto entre nosotros. Lo
quiero tanto que es prácticamente todo en lo que pienso. Eres todo en lo
que pienso. Y en mi cabeza, me preocupaba asustarme si nos
acercábamos, no por miedo a tener intimidad, porque no tengo miedo
de tener intimidad contigo. Retrocedí por nerviosismo. Finalmente,
había encontrado a alguien con quien quería seguir adelante, y me
preocupaba asustarme, aunque no estaba asustada. Por eso me tomó
tanto tiempo. Y podría haberme tomado más tiempo si finalmente no
me hubieras besado. Te lo prometo, me he ocupado del.… incidente
real. Fueron todos esos meses de deseo y preocupación, no el asalto, lo
que me asustó.
Ella tragó saliva, reuniendo el coraje para contarle el resto de la
verdad.
—No he tenido intimidad con un hombre desde antes del ataque.
Me cuesta mucho confiar y, hasta ti, no había conocido a nadie que me
hiciera sentir nada.
Él frunció el ceño y la culpa la rodeó como un buitre. Además de
engañar a todos para que pensaran que era una especie de chica
motociclista, les hizo creer que estaba metida en aventuras sin sentido
con hombres inquietos.
—Sé que nada de esto tiene sentido, dado lo que te he hecho
creer, pero para mí sí lo tiene —dijo, buscando las palabras adecuadas
para explicar sus mentiras.
—Cuando era pequeña, era Chrissy, una niña a la que le
encantaba la escuela y la vida, pero cuando nos mudamos a la casa
móvil, el vecindario era peligroso y yo me volví dura. Aprendí a luchar y
responder. Una niña solo puede aceptar tantos abucheos antes de
estallar. Luego, en la universidad, quise fingir que parte de mi vida no
existía, así que me convertí en Chrystina. La chica de al lado inteligente,
dulce, un poco presumida y con orientación académica. Tuve algunos
novios y salí con cada uno de ellos por un tiempo, pero por una razón u
otra no duraron. Pero después de esa noche, ya no era la misma
persona. No quería ser la chica que gustaba a todos, porque, bueno,
mira lo que me atrapó. Y no quería volver a ser Chrissy, porque esa era
una chica perdida que extrañaba a su padre, tenía una madre muy
desordenada y quería ser otra persona. Entonces me convertí en
Crystal. Todo esto, —se señaló hacia su ropa— y esto. —Levantó un
mechón de cabello—. Mi cabello, la actitud, todo, incluidas las historias
sobre aventuras de una noche, estaba destinado a mantener a la gente
alejada.
—Jesús, bebé. Has estado corriendo o escondiéndote durante
años.
Ella asintió con la cabeza, sintiendo el escozor de las lágrimas
simplemente porque él entendía y todavía estaba allí. No la estaba
juzgando ni le estaba diciendo cómo debería haberlo manejado. Él la
sostenía y todavía la miraba como si ella fuera la gasolina de su motor,
y ella quería serlo.
—Pero incluso mis mejores esfuerzos en mantener a la gente lejos
no mantuvieron a Gemma a distancia, y no te mantuvieron lejos.
—O a mis hermanos, o Dixie, o Tru y los bebés —señaló—. Eres
parte de nosotros y no importa cómo te llames o de qué color sea tu
cabello.
Arqueó una ceja y se le escapó una risa suave.
Dios, se sentía bien reír.
—Rubio claro. —Ella le dio unos golpecitos en la barbilla—.
Puedes hacer tantos comentarios traviesos como quieras sobre eso, pero
no ahora, por favor.
El atisbo de una risa salió de sus labios, pero ella pudo ver que él
no se lo estaba tomando más a la ligera que ella.
—¿Nunca le dijiste a Gemma?
—No. Y me siento terriblemente culpable por eso. Ella siempre ha
sido honesta conmigo en todo. Yo también me siento mal por mentirte.
Lo siento, Bear. Lamento haberte llevado a ti y a todos los demás a creer
que yo era alguien que no era. Para cuando te conocí, estaba demasiado
metida. Pero necesitas saber, no tuve aventuras de una noche, y antes
de conocernos hubo algunas primeras citas aburridas, pero ni una sola
desde que me rodeaste con el brazo y decidiste que yo era tuya, así me
gustaba o no.
Ella sonrió y con la misma rapidez su sonrisa se desvaneció.
—Y con Gemma, finalmente había encontrado una verdadera
amiga. Cada vez que pensaba en contárselo, no sabía cómo. Pero
quería. Lo necesito. Pero todavía no. Sé que te pone en una posición
difícil, ya que tú y Tru están muy unidos, pero realmente te agradecería
que mantuvieras esto entre nosotros.
Rechinó los dientes y suavemente pasó una mano por un lado de
su rostro.
—Lo que necesites. Siempre que lo necesites.
Dejó escapar un suspiro de alivio.
—Gracias.
—¿Qué le pasó al idiota que te hizo esto?
—Nada. Tuve ataques de pánico durante dos días seguidos, así
que empaqué mis cosas y me fui. Traté de decírselo a mi madre, pero
estaba borracha y básicamente me hizo sentir como si de alguna
manera se lo hubiera pedido y...
—Espera. Jesús. Primero, ¿tu madre?
—Lo sé. Por favor, no hablemos de ella.
—Está bien, pero, cariño, ¿no le pasó nada al chico? ¿No fuiste a
la policía? —Su voz se elevó con ira, pero ella sabía que no estaba
dirigida a ella.
—No. No fui a la policía. Ni siquiera sabía su nombre real. Sus
amigos lo llamaban Cas, pero escuché a uno de ellos decir que era por
Casanova. Todo lo que quería era seguir adelante y nunca, nunca volver
a pensar en eso, lo cual era ridículo. Lo supe incluso entonces, pero al
menos he hecho un buen trabajo al empezar de nuevo.
La ira ardía en su pecho con los recuerdos de lo difícil que había
sido empezar de nuevo. Había pasado semanas vacilando entre llorar,
gritar y sobrevivir cada día como un autómata. Se odiaba a sí misma
por ser demasiado débil para quedarse y terminar sus estudios, pero no
estaba en forma para las clases. El miedo que había sentido al entrar a
la oficina de David por primera vez había sido paralizante. Pero el peso
que se había desprendido de ella cuando finalmente le dijo la verdad
sobre el ataque, sus padres y el robo de Jed había sido igualmente
curativo.
—¿Qué hay de Jed? —preguntó con brusquedad—. ¿Le hizo algo
al chico?
Sintió que sus músculos se tensaban.
—Él no lo sabe.
—Así que este imbécil, este hijo de puta —dijo con los dientes
apretados—, ¿todavía está ahí fuera? ¿Nunca ha sido castigado por lo
que hizo?
—Bear, escúchame, por favor. Tienes que dejar ir esa ira. No
puedes buscar venganza. Quiero tener una vida normal. Necesito tener
una vida normal. Y no puedo hacer eso si vuelvo a quedar atrapada en
él.
—¿Atrapado en él? —gruñó—. Voy a asegurarme de que nunca
más se sienta seguro. Voy a encontrar a ese hijo de puta y lo destrozaré.
Ella se echó hacia atrás, la ansiedad subió por su columna.
—No. No soy uno de los niños a los que puedes ayudar
intimidando a un matón. Soy una mujer adulta y he superado ese
momento de mi vida. Tengo una nueva vida, una buena vida.
Bear apartó los ojos llenos de rabia.
—Mírame. —Ella agarró su rostro, acercándolo a la de ella, y forzó
la voz más tranquila que pudo, que no era muy tranquila en absoluto—.
Sé que quieres venganza o justicia, pero no se trata de eso. No hay
venganza por lo que hizo. Entre perder a mi papá, el alcoholismo de mi
mamá y lo que sucedió, no tengo un pasado bonito. No he tenido a
nadie a quien recurrir desde que tenía nueve años, y había tanta
mierda en mi plato que sentí que me desmoronaba bajo el peso de todo.
Hice una elección. En lugar de estrellarme y quemarme, me fui y
comencé de nuevo. Tenía que hacerlo. Sé que hay gente que nunca
entenderá que no vaya a la policía. Pero ellos no son yo. No tenía a
nadie en quien confiar lo suficiente a quien acudir. Ni mi padre, ni un
mejor amigo, ni un consejero. Y para cuando conocí a David y habíamos
resuelto suficientes problemas que podría haber considerado ir a la
policía, ya era demasiado tarde. No hubo testigos y, sinceramente,
quería seguir adelante. Tomé la decisión correcta para mí y la respaldo.
Y ahora eso está todo en el pasado y nada de eso se puede arreglar con
venganza. Solo está lo que sucedió y cómo lo supere. Y —atenuó el tono
de voz—, cómo quiero tener una relación contigo. Por favor, no permitas
que tu enojo por lo sucedido se interponga entre nosotros, porque lo
hará.
—Demonios. —Cerró los ojos. Luego tomó su rostro entre sus
manos, la rabia contenida estaba presente en la dura presión de sus
dedos—. Me estás pidiendo que vaya en contra de todo lo que creo. Me
estás pidiendo que deje libre a un violador.
—Sí, lo estoy. Fue hace más de cuatro años, Bear. No hay
evidencia. Dijiste que serías lo que necesitaba. Esto es lo que necesito.
Bear entró al estacionamiento de Whiskey Bro's alrededor de la
medianoche, sorprendido de ver el auto de su padre estacionado entre
la típica línea de motocicletas y camiones. Su padre venía a menudo al
bar, pero no solía quedarse tan tarde. Bear revisó su teléfono para ver si
había perdido una llamada de Bullet pidiéndole que tomara un turno.
Estaba programado como barman el miércoles por la noche, pero a
veces lo llamaban de improviso si el bar se llenaba. Se había quedado
tan impresionado por lo que Crystal le había dicho, que no le habría
sorprendido si se hubiera perdido un mensaje de texto.
Afortunadamente, no hubo mensajes perdidos de su hermano.
Para un transeúnte, el edificio de madera con pilares toscos y
estropeados, frecuentado por ciclistas y evitado por la mayoría de los
demás, no parecía mucho más que una inmersión sombreada. La casa
club de los Caballeros Oscuros, ubicada detrás de la barra, era
igualmente impresionante. Pero para Bear, quien prácticamente se
había criado en el bar, entrar en Whiskey's era como volver a casa, y
con la forma en que su interior se agitaba y su mente estaba librando
una guerra total, necesitaba la mayor estabilidad posible.
Entró en el bar, inhalando los aromas de cuero y alcohol,
comodidad y estabilidad. Solo había un puñado de clientes sentados en
las mesas y alrededor de la barra, saludando con la cabeza a Bear
mientras pasaba. Su padre estaba sentado en una mesa con dos chicos
del club, y Bear se dirigió directamente detrás de la barra, donde Bullet
estaba absorto en algo en su teléfono.
—¿Qué pasa?
Bullet no levantó la vista de su teléfono. Sus espesas cejas
oscuras se arquearon hacia abajo en concentración. Con sus seis pies4
de altura, era el más intimidante de los hermanos de Bear. Bullet tenía
un guerrero dentro de él. Del tipo mortal que podría matar a un hombre
4
Medida de altura.
de un solo golpe. Bear había visto a su hermano mayor conseguir que el
más formidable de los retadores retrocediera con nada más que la
mirada letal, que había dominado durante sus años en las Fuerzas
Especiales. Pero Bear también lo había visto poner a las mujeres de
rodillas cuando esos ojos helados y negros como el carbón ardían de
seducción.
¿Qué pasa? Quiero localizar a un hijo de puta y torturarlo hasta
que no pueda respirar, y luego quiero ayudarlo a respirar para poder
torturarlo de nuevo.
Bear se preparó un trago doble de whisky. Desconfiando en sí
mismo para dar una respuesta más civilizada, ignoró la pregunta.
—¿De qué habla Pa con Viper y Bud?
Viper y Bud Redmond eran hermanos y miembros de los
Caballeros Oscuros. Eran dueños de Snake Pit, un bar de lujo en el otro
extremo de la ciudad, así como de Petal Me Hard, una floristería local.
—Por lo que puedo reconstruir, él está en otros rumbos para
expandir Whisky Bro's y le están dando consejos.
Su padre había hablado de ampliar la barra de forma intermitente
durante los últimos años. Era una buena idea, pero una empresa
importante que Bear sabía que recaería sobre sus hombros.
Los ojos de Bullet se posaron en Bear y guardó el teléfono en el
bolsillo.
—¿Qué diablos te pasó?
Bear dejó el vaso en la barra y fue al otro lado, subiéndose a un
taburete, sintiendo el peso de la confesión de Crystal carcomiéndolo. Se
quedó mirando el líquido ámbar, que había estado listo para tomar tres
segundos antes.
Apartó el doloroso recordatorio de lo que Crystal había soportado
a través de la barra.
—Llévate esto, ¿quieres?
Bullet lo agarró, lo bebió de un solo trago y apoyó los antebrazos
en la barra, poniéndose cara a cara con Bear.
—Ahora sé que algo pasó.
—Sí, algo pasó de acuerdo, pero…
No puedo hablar de eso.
Sus ojos se deslizaron alrededor de la barra mientras repetía la
noche por enésima vez. Después de que él y Crystal dejaron el parque,
la llevó de regreso a su auto y luego la siguió a su casa. La acompañó
hasta la puerta, esperando entrar y abrazarla, hacerla sentir segura,
pero ella le había dicho que solo necesitaba dormir y se había
disculpado profusamente. Había visto la fatiga en sus ojos y en la caída
de sus hombros. Donde su confesión lo había destripado y luego llenado
el agujero con una bola de fuego de rabia y tristeza, había agotado a
Crystal de toda su energía. Lo había matado no presionarla para que lo
dejara quedarse, pero sabía que ella había dado un gran salto de fe al
confiarle sus secretos, y juró respetar sus deseos, sin importar lo difícil
que fuera para él.
—¿Pero...?
Bullet lo niveló con una de sus miradas. Tenía la paciencia de un
santo cuando se trataba de los hijos de Tru, pero tenía olfato para las
tonterías y los problemas, y en lo que a la familia se refería, Bullet
tampoco aguantaba.
Esa mirada amenazante fue casi suficiente para hacer que Bear
se confesara. Casi. Pero nunca traicionaría la confianza de Crystal. Ni
siquiera por Bullet.
—Nada.
Bullet se inclinó tanto que Bear podía oler el alcohol en su
aliento.
—O dices lo que te pasa, hermanito, o borras esa expresión de tu
rostro. Parece que o le vas a arrancar la cabeza a alguien, en cuyo caso
necesito respaldarte, o vas a empezar a destrozar la mierda, en cuyo
caso necesito tirarte al suelo.
Bear sonrió.
—No necesito respaldo. Solo necesito un consejo.
Su hermano se rio y se apartó de la barra, negando con la cabeza.
—Esa es la primera vez. Por lo general, eres el psicólogo del sillón
que está de este lado de la barra, repartiendo consejos de la misma
manera que las prostitutas reparten mamadas.
—No me digas.
—¿Qué te tiene tan molesto?
Bullet llenó un vaso con agua helada y lo empujó a través de la
barra, mirándolo como un halcón.
Bullet tenía una forma de meterse en la cabeza de la gente. Por
esa razón, Bear miró fijamente el cristal mientras hablaba.
—Gracias. ¿Qué harías si tomaron ventaja de alguien que te
importa, pero ella quisiera que retrocedieras?
Bullet se rio de nuevo y, al segundo siguiente, sus ojos lanzaron
puñales.
—Nadie me dice que retroceda. —Apoyó las palmas de las manos
en la barra, inclinándose más cerca de nuevo—. Siempre haces lo
correcto, hermanito. Es así de simple.
—No, hermano. Es así de complicado. —Bebió el agua—. Es
Crystal.
Las cejas de Bullet se inclinaron con desaprobación.
—Alguna mierda pasó hace años, pero... Demonios, B. No sé qué
hacer.
Bear sintió que la mano de su padre le agarraba el hombro.
Inclinó el rostro hacia arriba, asimilando la conocida ruta de las
arrugas. La piel de su padre era como cuero gastado por sus años de
transitar en motocicleta todo el día y de fiesta toda la noche. Una vez
motociclista, siempre eres motociclista. Estaba en su sangre. No había
duda del motociclista de Biggs, desde su chaleco de cuero negro con los
parches de los Caballeros Oscuros hasta las botas de cuero que tenía
desde que Bear era un niño, y cada centímetro tatuado en el medio. Su
padre parecía pertenecer a una máquina roñosa, salvo por el bastón y
la ligera caída del lado izquierdo de su rostro, que estaba bastante bien
oculto por su desaliñada barba blanca y su bigote.
—Hola, pa.
—¿Qué tiene tus pelotas en un nudo, muchacho? —Se hundió en
el taburete junto a Bear y asintió con la cabeza hacia Bullet—. ¿Te
importaría traerme agua, hijo?
Su padre casi nunca los llamaba por sus nombres de pila o por
los nombres de las carreteras. Siempre fue chico, hijo o niño. Preguntar
nunca había sido su fuerte, tampoco, hasta después de su ataque. Aún
así, fue una ocurrencia extraña. Bear supuso que era donde había
aprendido a hacer o tener o contar. Su padre le había estado exigiendo
cosas desde que tenía memoria. Ve en motocicleta al bar después de la
escuela para ayudar con el inventario. Corre a la tienda y compra (lo que
necesite en ese momento). Su padre no repartió lecciones de vida como
lo hacían la mayoría de los padres, con discusiones reflexivas y
conversaciones amables. No señor. Biggs cree que las lecciones fueron
aprendidas para ser hechas no escuchadas. Desde el momento en que
Bear obtuvo su licencia de conducir, su padre sacaba su trasero de la
cama con una llamada telefónica para llevar a los clientes borrachos a
casa. Bear conduciría el automóvil del cliente y uno de sus hermanos, o
Dixie, cuando aprendiera a conducir, lo seguiría y lo llevaría de regreso
a casa. Cuando no había nadie más disponible, Bear llevaba al cliente a
su casa y luego tomaba un taxi de regreso. A él le habían importado
esos viajes como si no fuera asunto de nadie, hasta que un día en que
llevó a un hombre borracho a casa y el tipo había divagado todo el
camino sobre su hermosa e inteligente niña y su hijo, que puso a
prueba su paciencia en todo momento. Cuando lo dejó, vio a una niña
mirando por la ventana. Entonces supo que, independientemente de lo
cansado que estuviera al día siguiente en la escuela, su padre había
hecho lo correcto. La imagen del rostro de esa niña presionada contra la
ventana se le había quedado grabada.
—Su chica ha pasado por una mierda y quiere que Bear lo ignore
—explicó Bullet.
—Jesús, B. ¿Crees que puedes dejarme hablar?
Bullet levantó su hombro y fue a ayudar a un cliente al otro
extremo de la barra.
—¿Demonios, que necesitas arreglar? —preguntó su padre.
—Maldición, alguien debería pagar.
—Haz siempre lo correcto, hijo. —Su padre tomó un sorbo de
agua—. ¿Necesitas involucrar a la ley?
El instinto de Bear le dijo que sí, pero Crystal le había dicho que
no, dejándolo en una posición infernal. Miró a su padre, que de
ninguna manera era perfecto, pero había llevado una vida bastante
limpia y había ayudado a mucha gente. Había acumulado mucha
sabiduría en sus sesenta y nueve años.
—¿Lo correcto? ¿Qué pasaría si descubrieras que una mujer
tenía… —maldición, tenía que tener cuidado con la elección de las
palabras— ...ha sido herida, pero ella no quiere que te ocupes de eso?
¿Actuarías en consecuencia o lo dejarías ir? ¿Es lo correcto respetar sus
deseos o rastrear al imbécil y sacarlo de las calles?
—Hay todo un mundo de dolor ahí fuera, hijo. Supongo que
depende del nivel de dolor del que estés hablando. Has visto muchas
cosas en tu vida, así que pregúntate esto: cuando ayudamos a ese niño
la semana pasada, ¿tu objetivo era hacer que se sintiera seguro? ¿O fue
para enviarle un mensaje al matón para que nunca volviera a hacer esa
mierda?
—Ambos.
Pero no fue tan fácil, Bear no sabía quién era el enemigo más que
un apodo usado probablemente por cientos de chicos en fiestas
universitarias.
—Entonces creo que tienes tu respuesta.
Su padre se acarició la barba, señal segura de que también quería
hablar de algo pesado.
No importaba que Bear no viera ninguna respuesta real en la
respuesta de su padre. Sabía que Crystal tenía razón. Sin pruebas, no
habría justicia por lo que le había sucedido. Pero él se aseguraría de
que ella estuviera a salvo de ahora en adelante.
—Tengo algo más en lo que pensar —dijo su padre—. Es hora de
que ampliemos este lugar.
Bear apretó los dientes. Su tiempo estaba al máximo entre cubrir
turnos en el bar, manejar la tienda y, con suerte, pasar más tiempo con
Crystal. Y si arreglaba sus cosas y aceptaba la oferta de Silver-Stone,
estaría trabajando menos horas en el bar, no más. Miró a Bullet, quien
arqueó una ceja. Bullet ya trabajaba más de sesenta horas a la semana.
—¿Qué estás pensando? —preguntó Bear, considerando contarle
a su padre sobre la oferta y cortar la expansión de raíz.
—Estoy pensando que uniremos nuestras cabezas y lo haremos
realidad —dijo su padre—. Es hora de cambiar las cosas y atraer más
clientes. Quiero dejarles algo de valor, chicos. Un legado de los Whiskey.
Los recuerdos dolorosos regresaron rápidamente. Nunca olvidaría
la devastación en la voz de su madre cuando lo llamó para decirle que
su padre había sufrido un derrame cerebral, o el miedo que lo había
consumido ante la posibilidad de perder al hombre que significaba
tanto para él.
—Pa, no vas a ir a ningún lado pronto.
Se mordió la lengua sobre la oferta. No podía quitarle el sueño a
su padre cuando solo pensaba en sus hijos.
—En realidad, me voy ahora mismo. Tengo que irme antes de que
tu madre conduzca aquí y lleve mi trasero a casa. Los amo, chicos. —Se
puso de pie y le dio una palmada a Bear en la espalda—. Tenemos
iglesia el lunes por la noche. Entonces podemos discutirlo. Empezar a
pensar en cómo lo harán funcionar.
Las reuniones de los Caballeros Oscuros se llamaban iglesia.
Cuando se fue, Bear y Bullet intercambiaron una mirada larga y
estresada. No era ningún secreto que su padre cargó a Bear con
responsabilidades como un Sherpa.
—Amigo, ¿tienes esto? —preguntó Bullet—. Lo ofrecería, pero no
sé una mierda sobre otra cosa que no sea mantener el lugar en orden y
servir bebidas.
—Sí. Lo tengo. No lo defraudaré.
Sacó su teléfono y le envió un mensaje rápido a Crystal en caso
de que estuviera despierta y no pudiera dormir. Odiaba la idea de que
ella estuviera sola esta noche.
Pensando en ti. Estás bien
—¿Necesitas ayuda para cerrar? —preguntó a Bullet.
—Nah. Lárgate de aquí. Te ves como una mierda. —Bullet rodeó
la barra y le puso una mano en el hombro—. No hagas nada estúpido.
Bear se metió el teléfono en el bolsillo y se dirigió a la puerta.
—Sin promesas, hermano. Sin promesas.
Capítulo 6
El apartamento de Crystal no estaba frente al mar. Era apenas
con vista al agua. Pero si se ponía de puntillas y se inclinaba de la
manera correcta sobre la barandilla, balanceándose con una mano
contra la pared de ladrillos, podía ver el agua, como estaba haciendo
ahora. Se emocionaba un poco cada vez que lo hacía, como si estuviera
vislumbrando algo sagrado. Ver el agua ayudó a despejar su mente, y lo
necesitaba esta mañana. Se puso en cuclillas, con teléfono en mano,
pensando en enviarle un mensaje de texto a Bear. La noche anterior
había sido una de las noches más difíciles y emotivas de su vida, pero
también había sido la más liberadora. Se había despertado sintiéndose
más ligera que nunca, y sabía que se lo debía. Y probablemente a
David, por no dejar que ella lo usara como muleta, pero por apoyarla de
la mejor manera que pudo. Haciéndole saber que él estaba allí para ella
y recordándole que había hecho todo lo correcto y tenía todas las
herramientas que necesitaba para tener una vida plena y una relación
íntima cuando estuviera lista. No trató de engañarla para que pensara
que sería fácil, pero le recordó que era una mujer inteligente, capaz y
emocional que podía tomar sus propias decisiones. No necesitaba su
permiso para tener intimidad con Bear. Ella solo necesitaba el suyo.
Apretó el teléfono con más fuerza. Era una sensación extraña,
querer llamar a Bear y simplemente escuchar su voz. Queriendo confiar
en él. Siempre se había sentido segura con él, pero la noche anterior lo
había llevado aún más lejos. Se había convertido en su refugio seguro, y
eso la hacía sentir bien y un poco asustada. No había tenido a nadie en
su vida en quien realmente pudiera confiar desde que su padre murió.
Se desplazó a través de sus mensajes, saltándose el auto retrato
que Jed le había enviado anoche con la leyenda: ¡El nuevo y mejorado
Jed!
Esperaba que fuera cierto, pero todavía no cantaba victoria. Ella
leyó el reflexivo texto de Bear por décima vez, y la sensación cálida y
confusa que había tenido las primeras nueve veces que regresó. Ella
había respondido esta mañana con, estoy bien. Gracias. Fue una
respuesta poco convincente, pero no tenía idea de lo que era apropiado.
¿Debería haber dicho la verdad más importante?
Me haces sentir feliz y segura, y quiero volver a estar en tus
brazos. ¿Puedes venir por favor?
Ni siquiera sabría cómo ser la persona que envía un mensaje de
texto como ese. Pero ella quería. Dios, tenía tantas ganas de hacerlo.
Ella odiaba haberle dicho que estaba demasiado agotada para
invitarle en la noche anterior, pero había estado agotada
emocionalmente, y tenía un poco de miedo a abrir otra puerta. Subirse
a la parte trasera de su motocicleta había sido un pequeño paso,
aunque se había sentido enorme. Confesar su secreto era como
entregarle su corazón en una bandeja, y él lo había manejado con
tiernos y amorosos guantes. Si ella le hubiera permitido entrar y
consolarla, tenía miedo de adónde podría haber llevado eso, por su
acción, no por la de él. Y no quería dar ese paso hasta que él tuviera
tiempo de procesar por lo que había pasado.
Pero ella deseaba a Bear.
Y quería escuchar su voz.
Se dejó caer en la silla del balcón, mirando su teléfono, como si
tuviera valor.
¿Por qué es esto tan difícil? Es un mensaje de texto. Solo pídele que
venga.
Se dijo a sí misma que no se apoyaba en él; solo quería verlo.
Exhaló en voz alta, sabía muy bien por qué era tan difícil. Porque
las personas con las que debería haber podido contar, que deberían
haber estado allí para ella, la habían defraudado. ¿Cómo podía confiar
en alguien que no fuera ella misma?
Dejó su teléfono a su lado y se cubrió el rostro, gimiendo.
También necesitaba pensar en contárselo a Gemma. Los padres
adinerados de Gemma la habían colmado con todo lo que no fuera amor
y atención. Sus sueños habían girado en torno a tener hijos propios y
darles todo el amor que nunca había experimentado, pero debido a
problemas médicos, nunca podría tener sus propios hijos. Cuando
conoció a Truman, él tenía poco más que la camisa en la espalda, dos
bebés que había rescatado de una casa de crack y un hermano adicto a
las drogas por el que Truman había ido a la cárcel para proteger. Ahora
sabía lo que no sabía cuándo se conocieron. Si alguien podía manejar
su pasado, era Gemma. La culpa de haberle mentido pesaba mucho
sobre Crystal.
Pequeños pasos.
Se sentó allí durante mucho tiempo, tratando de aclarar su
mente. Hoy solo tenían dos fiestas programadas en la boutique, y no
empezaron hasta las once. Demasiado tiempo para salir de mi cabeza
antes de ir a trabajar. Un viaje rápido a la heladería estaba en orden. O
quizás a la panadería. Azúcar, definitivamente azúcar. Entró, agarró su
bolso y abrió la puerta de su apartamento, casi chocando contra Bear.
—Hola —dijo con una sonrisa sexy.
Sorprendida, abrió la boca, pero no salió ninguna palabra.
Sostenía una caja con dos tazas grandes de batido de leche de la
heladería Luscious Licks en una mano y el gatito calicó más lindo que
había visto en la otra. Pero no era la sensualidad de esa sonrisa, o
incluso el adorable gatito en sus manos, lo que le había robado la voz.
Era que había aparecido momentos después de que ella lo deseara.
Como un milagro. Le tomó unos segundos superar el vacío que él
estaba llenando rápidamente dentro de ella y encontrar su voz.
—¿Estás aquí? Simplemente estaba pensando en ti. Y...
Se mordió el labio inferior para evitar que su yo sobreexcitada
divagara. ¿Cómo sabía que ella lo necesitaba? Sus ojos se posaron en el
precioso gatito en sus manos. ¿Había algo más ardiente que un gatito
pequeño acurrucado contra un brazo fuerte y tatuado? ¿El fuerte brazo
tatuado de Bear? Estaba un poco celosa de esa linda gatita, lo que le
permitió a Bear abrazarlo tan fácilmente.
—¿Puedo…? ¿Es tuyo? ¿Puedo abrazarlo?
—Ella es tuya, cariño. Su nombre es Harley.
Se inclinó hacia delante y le entregó a la pequeña gatita.
Ella jadeó.
—¿Mía? ¿Me compraste una gatita? —Frotó su barbilla sobre su
suave pelaje—. ¿Bear…?
—Odiaba la idea de que estuvieras sola anoche.
Chip, chip, chip. Cayeron más de sus paredes.
—Eso es...
Sintió que iba a llorar. ¿Qué diablos estaba pasando? Ella no era
una llorona. Era una mujer atrevida y osada. Pero mientras estaba de
pie ante el hombre que le había hecho llorar anoche y luego la abrazó a
través de ellas, la revisó en medio de la noche, y ahora estaba parado
allí con ella, esa mujer audaz se negó a aparecer. Se dio la vuelta para
que él no viera sus ojos húmedos y parpadeó para secarlos.
—Eso es tan lindo, y esta gatita es tan increíblemente linda.
Gracias. —Miró a la gatita y bajó la voz—. ¿Qué piensas, lindura?
¿Deberíamos invitar a la bestia sexy a entrar?
Su estómago se volvió loco en seis sentidos cuando deslizó su
mirada hacia Bear. Esto se sintió más como un salto enorme que como
un pequeño paso.
Levantó la caja con las tazas.
—Te traje un batido de mango, pistacho, arándanos y limón, pero
no te preocupes, no hay papas fritas para mojar.
Ella se rio de las papas fritas.
—¿Cómo sabes mi combinación de helado favorita?
—Del desfile de Pascua con Tru y los niños. ¿Cómo podría
olvidarlo? —Su voz se hizo profunda—. No podía apartar los ojos de ti
lamiendo ese cono de cuatro helados.
El desfile había sido hace varias semanas. ¿Cómo había
recordado algo tan trivial? Eso ahora parece significativo. Recordó las
miradas lujuriosas que él le había dado y se volvió de nuevo, con la
esperanza de ocultar el calor que le quemaba la piel.
—Creo que recuerdo a Dixie limpiando la baba de tu boca
—bromeó—. Hoy es como una sobrecarga de dulzura. Gracias. —Besó
la parte superior de la cabeza de Harley—. ¿Dónde la conseguiste?
—Ella es una de las crías de Mami Grande.
—¿En serio?
¿Podría su corazón llenarse más? No había estado en su tienda
desde que Truman y Gemma se mudaron a su nueva casa y Quincy, el
hermano de Truman, se había mudado a su antiguo apartamento
encima de la tienda hace varias semanas. Pero había visto a Bear con
Mami Grande y sabía cuánto la amaba.
—Eso la hace aún más especial —dijo.
Él la siguió y dejó las bebidas en el baúl de madera desgastado
que ella usaba como mesa de café, junto a las velas y la revista de
diseño que había estado revisando a principios de semana.
—Tengo todo lo que necesitas para ella.
Volvió a salir y trajo una bolsa de suministros para gatos y una
caja para gatos, que debió haber dejado en el pasillo.
—Bear, no tenías que hacer eso, pero gracias. Me ahorraste un
viaje a la tienda antes del trabajo. Oh Dios, no quiero dejarla. Me la voy
a llevar conmigo.
—¿Crees que Gemma estará bien con eso?
—Ella ama a los gatitos. La mantendré en la oficina. No quiero
que esté sola todo el día.
Ella lo vio inspeccionar su ecléctico apartamento de un
dormitorio. Nunca antes había tenido un hombre en él, y Bear era tan
grande y ancho que hacía que el espacio se sintiera un poco más
reducido, pero en el buen sentido. Muy buena forma. Le gustaba verlo
allí entre sus cosas.
—He pensado en cómo se vería tu casa siempre.
Se acercó a las estanterías que separaban la cocina de la sala de
estar. Estaban llenas de libros, plantas, jarrones de vidrio y, por
supuesto, un puñado de muñecas que su padre le había hecho.
Guardaba sus favoritos en su dormitorio, donde necesitaba sentirse
más segura.
Tomó una de las muñecas, la examinó de cerca y la sonrisa más
cálida apareció en su hermoso rostro.
—Me encanta que tengas tantas de estas.
Desde donde estaba, no podía ver el comedor, su estudio de
diseño, donde había más muñecas preocupadas alineadas en el alféizar
de la ventana.
—Gracias. Mi padre me hizo muchas de ellas. Muestra la
frecuencia con la que viajó. —Ella lo vio mirar por encima de sus cosas
y se sintió un poco expuesta. Pero no fue un mal presentimiento. Era
simplemente nuevo—. Son solo hilo, tela y ramitas, pero llevan muchas
de mis preocupaciones. Me han ayudado a superar muchas cosas.
—Te has ayudado a superar muchas cosas. —Dejó la muñeca en
el estante—. ¿Fue este el primer apartamento que alquilaste aquí?
—Este es el único lugar que ha sido mío. Pasé de vivir con mis
padres a la universidad, luego aquí. Cuando alquilé el apartamento por
primera vez, no tenía dinero y viví con nada más que una silla de playa
y un colchón en el suelo durante las primeras semanas. Sin embargo,
no me importó porque era mío. Cada vez que iba a comprar muebles
baratos, me dolía el estómago, porque me recordaban a la persona en la
que se había convertido mi madre.
—Lo siento cariño.
—Está bien. Jogs y gaps y todo eso. Trabajaba en la tienda
departamental y no ganaba casi nada. Pero cuando comencé a trabajar
con Gemma, trabajaba horas extra y buscaba gangas. Encontré piezas
como la alfombra a rayas de cebra y ese tocador antiguo a precios
increíbles. —Señaló el tocador antiguo junto al balcón—. Este fue mi
nuevo comienzo. Mi hogar. Quería que me encantara volver a casa, y lo
hago. Fue mi primer refugio seguro.
—Puedo ver por qué. —Pasó su mano sobre un cofre antiguo,
tocando cada una de las velas de colores en la parte superior, y miró
afuera—. Casi se puede ver la playa. Es una excelente ubicación.
Observó cómo su mirada se movía sobre el sofá gris tapizado de
terciopelo, que le recordaba a la cafetería hipster local. La pared detrás
del sofá era de ladrillo rojo y negro; las otras paredes estaban pintadas
de color melocotón. En el lado opuesto de la habitación había un sillón
rojo mullido con una muesca gastada que se ajustaba perfectamente a
su trasero, y un taburete de retales de Pier One. Le encantaba ese
taburete. Detrás de la silla colgaba un enorme reloj azul pizarra de dos
metros de circunferencia, rodeado de fotografías que había ido
coleccionando a lo largo de los años.
—Me gusta tu lugar —dijo después de lo que pareció una hora,
pero en realidad probablemente fueron dos minutos—. Es muy genial.
Muy tú.
Se acercó a ella con una mirada tierna en sus ojos. Él todavía
estaba preocupado por ella y eso la ponía nerviosa. Ella estaba bien. Al
menos estaba bien por ahora, y necesitaba que él lo supiera.
—Me alegra que quieras llevarte a Harley contigo. No está
acostumbrada a estar sola todo el día. —Rascó la cabeza de la gatita—.
Le gustas.
—Por supuesto que le gusto. Soy bastante increíble. ¿Cómo puedo
no gustarle?
—No puedo pensar en una maldita cosa. —Sus ojos ardieron
cuando la alcanzó, y con la misma rapidez, rechinó los dientes y se
detuvo antes de tocarla—. ¿Puedo darte un beso en la mejilla?
Su estómago se desplomó.
—Bear…
Enarcó las cejas con una expresión de disculpa.
—No hagas eso, ¿de acuerdo? Por favor, no me trates con guantes
para niños. Sé que tienes buenas intenciones, pero eso solo me hará
sentir extraña. No te dije lo que pasó para que retrocedieras. Te lo dije
para que pudiéramos acercarnos. Me gusta quien eres. Y lo creas o no,
me gusta que seas presuntuoso. Solo, ¿tal vez no seas demasiado
agresivo? Al menos hasta que pueda lidiar con la intimidad como una
persona normal, lo que creo que soy, pero después de mi reacción a
nuestro beso, quién sabe.
Él colocó una mano gentil en su cadera y sonrió, con una sonrisa
ferozmente sexy que le dijo que podría estar tratándola de manera
diferente, pero no sentía de manera diferente por ella.
—Nena, eres una persona normal. La gente normal tiene cosas
con la que lidiar. Lo hago. Gemma y Tru lo hicieron. Kennedy y Lincoln
lo harán. Todos lo hacemos. Es posible que tengamos diferentes
problemas, pero sigue ahí. Trataré de no ser demasiado agresivo, pero
me preocupa que contigo me deje llevar. Solo soy humano, y estar cerca
de ti, sosteniéndote en mis brazos, es todo lo que he soñado durante
meses. Entonces, si, o cuando, me deje llevar y te bese demasiado
fuerte, o te abrase demasiado fuerte, u olvide que no puedo desnudarte,
tirarte en ese sofá y amar todo de ti, por favor golpéame en la cabeza, o
muérdeme la lengua, o haz algo para decirme que retroceda. —Sus ojos
llamearon de nuevo—. Espera. No me muerdas la lengua. Puede que me
guste.
Ella rio.
—Eres horrible. ¿No deberías decirme que nunca te
entusiasmarías demasiado o algo así?
—Solo si quieres que mienta. Nunca más te empujaré más allá de
tu zona de confort, pero si nos besamos y mis manos se desvían, es por
deseo, no por agresión. Necesitaré señales, como una luz de neón
intermitente que diga: “Hoy no puede pasar de la segunda base”.
Frotó la espalda de la gatita.
—¿Bear?
—¿Si?
—No tengo luces intermitentes, pero por favor, dame un beso.
Tocó sus labios con los de ella en un beso suave y ella se rio.
—Un beso de chica grande, por favor.
Sus fuertes brazos la rodearon, la gatita quedó acunado entre
ellos. Su cuerpo hormigueó con anticipación cuando su boca descendió
sobre la de ella en un beso ardiente. Esperó a que entrara el pánico,
pero cuanto más se besaban, menos se preocupaba. Los besos de Bear
derribaron la fuerza de sus rodillas, acariciaron su boca tanto como él
la poseía, y justo cuando él alivió el beso y ella pensó que se alejaría.
No, todavía no. La tomó más profundo, luchando contra su habilidad
para pensar. Había besado a suficientes hombres para saber que había
besos, y luego besos. Esto era diferente a un beso dulce, más poderoso
que un beso caliente. Este fue un beso íntimo que evocó confianza y
deseo.
La prodigó con una serie de besos tentadores y temblorosos,
haciéndola sentir mareada y lánguida.
—Hola, dulce niña —dijo con una voz grave que la electrizó tanto
como sus besos. Sus cálidos ojos se movieron sobre su rostro—.
¿Estuvo bien?
—Eh. No estoy segura. Creo que deberíamos intentarlo de nuevo.

Gemma estaba ocupada desplegando la alfombra roja para la


primera fiesta cuando Crystal llegó a la boutique. Dejó el porta gatos de
Harley dentro de la puerta. Otro regalo de Bear, que había estado
escondido en su camioneta.
—¿Viste mi mensaje de texto?
Crystal le había enviado un mensaje de texto para preguntar si
estaba bien que trajera un gatito al trabajo, pero Gemma no respondió.
—No. Lo siento. Mi teléfono debe estar en mi bolso. Llegué un
poco tarde. Tru y yo estábamos decidiendo los colores de pintura para
la sala de juegos. Todavía no puedo creer que nos casemos en menos de
tres meses. Y me alegro mucho de que celebremos la boda en el patio
trasero. Se siente bien con los niños.
Gemma sonrió mientras se levantaba con unas botas negras altas
hasta la rodilla. Un corpiño negro y rojo abrazó sus curvas,
ensanchándose en una falda negra corta. Llevaba guantes largos de
color púrpura y una capa negra y roja adornada con oro.
—Vaya, mamá. La princesa Reina de Corazones nunca se había
visto tan sexy. ¿Quieres que me encargue de la fiesta para que puedas
ir a sorprender a Tru y jugar un poco?
—No, pero tal vez lo use en casa esta noche. —Gemma movió las
cejas—. ¿Sobre qué me enviaste un mensaje de texto?
Crystal cogió el porta gatitos.
—¿Tienes un gatito? —Rodeó los bancos que separaban la
pasarela de la entrada de la tienda y sacó a la gatita del porta gatos—.
Esto se parece a Harley.
—Es Harley. Bear me la dio.
—¿Bear te la dio? Ama a esa gatita tanto como ama a Lincoln y
Kennedy. —Ella jadeó, sus ojos muy abiertos—. Ay Dios mío. ¡Me has
estado ocultando!
—No. ¿Tal vez un poco? Pero no a propósito.
¿Amaba a la gatita tanto como a los bebés? ¿Y me la dio? Su
corazón se llenó un poco más.
—Crystal Moon, cuéntamelo todo, ¿te has estado juntando con
Bear y me has mantenido en la oscuridad?
—No, no, no. —Crystal hizo un gesto con la mano—. Eso no es lo
que quise decir. No nos hemos acostado. Lo prometo. Solo nos hemos
besado. Estamos... probando las aguas.
—¿Probar las aguas? Eso suena como algo que yo diría. Creo
recordar que te burlaste de la princesa tragona y el príncipe
Cunnilingus.
—Tienes que admitir que fue divertido.
Siempre habían bromeado así. Crystal incluso había inventado
chistes sobre los chicos con los que había fingido salir.
—Fue muy gracioso, pero vamos. Bear puede tener un corazón
enorme, pero no puedo verlo probando aguas. Es más, un tipo de
hombre que se lanza de cabeza y sale a tomar aire más tarde. No hay
forma de que ese hombre se quede sentado.
Las emociones que Crystal no reconoció la atrajeron. Gemma
tenía razón. Bear era un tipo de chico que se lanzaba de cabeza. Podía
tener a cualquier mujer que quisiera, y definitivamente parecía
demasiado sexual para prescindir de ella. El hombre emitía testosterona
como colonia. Por supuesto, Gemma pensaría que estaban chocando el
colchón. La culpa atravesó a Crystal. Gemma merecía saber la verdad
sobre por qué no jugaban al motociclista, pero aún no estaba lista para
compartir su secreto. No después de contárselo a Bear. Solo podía
manejar una confesión monumental a la vez.
—¿Podemos por favor no hablar sobre las inclinaciones sexuales
de Bear? —Le quitó a Harley a Gemma—. ¿Te importa si la dejo en la
oficina? Tengo una caja para gatos y todo lo que necesita en el auto.
—Por supuesto. Oye. —Gemma le tocó el brazo—. Lo siento. No
quise molestarte. Pensé que me estabas engañando. Honestamente,
pensé que Bear y tú habéis estado lidiando durante mucho tiempo.
Nunca imaginé que no lo hubieras estado.
—No me molestaste. Me sorprendió que pensaras que nos
habíamos acostado. Te lo habría dicho si hubiera deshuesado al
motociclista.
Su típico sarcasmo se sentía mal cuando estaba ligada a
acostarse con Bear. La verdad era que, si no hubiera tenido el pasado
que tenía, probablemente se habría metido en la cama con Bear hace
mucho tiempo, y probablemente se lo habría contado a Gemma.
Añadió rápidamente:
—Es diferente de lo que pensábamos, Gem. Pero, de nuevo, ¿no lo
somos todos? Voy a poner a Harley en la oficina y conseguir sus cosas
para tener tiempo de cambiarme. Pensé que hoy sería la princesa de
Pocahontas.
—La Pocahontas más sexys de la historia —la llamó Gemma.
Mientras se dirigía a la oficina, su mente se desplazó por un
camino oscuro que conducía directamente a un grupo de pensamientos
horribles sobre Bear y otras mujeres. Cerró la puerta de la oficina
detrás de ella y se sentó en una silla con Harley en su regazo.
Cualquiera que conociera a Bear no creería que se quedaría sin sexo.
¿Lo haría él?
La gatita ronroneó ruidosamente. Supuso que la gatita de Bear
tenía un motor monstruoso. Ella miró a la dulce y tierna gatita. Nunca
la regalaría si no supiera que todavía podría ser parte de su vida.
Presionó un beso en la cabeza de Harley, alejando la preocupación
fugaz.
Durante meses, Bear había estado allí con ella, incluso cuando
ella lo había rechazado. Pensó en la noche en casa de Woody y en la
mirada de preocupación en sus ojos cuando se apartó de su beso. Aún
podía sentir sus brazos alrededor de ella cuando la había abrazado la
noche anterior, aún podía escuchar su voz cuando le había dicho la
verdad y le había pedido luces intermitentes en lugar de mentir sobre lo
que era capaz de hacer o no hacer.
Bear le dijo que no había estado con otra mujer desde la primera
semana que se conocieron y, por asombroso que pudiera parecer, ella le
creyó.
Capítulo 7
Bear sostuvo a Mami Grande y miró por encima del hombro de
Dixie, revisando las hojas de cálculo de contabilidad del mes pasado
para Whiskey Automotive e intentando como el infierno evitar que los
pensamientos sobre el ataque de Crystal lo consumieran. Pero estaban
tan presentes como los malditos números en la pantalla de la
computadora.
—Planeta Tierra a Bear.
Dixie agitó la mano frente a su rostro.
—Si. Lo siento.
Apartó esos pensamientos oscuros y trató de concentrarse en
Dixie.
—¿Dónde estuviste toda la mañana?
—En el bar. Bullet no pudo llegar a tiempo para recibir la entrega
de hoy.
Bullet lo había llamado poco después de dejar a Crystal. Había
tenido negocios en la ciudad vecina y se había olvidado de la entrega.
Bear había aceptado la entrega y luego su padre había aparecido y
quería hablar sobre la expansión. Había tenido que apresurarse a hacer
las reparaciones en las que estaba programado, saltarse el almuerzo, y
aún tenía que decirle a un cliente que su automóvil estaría listo el lunes
por la mañana en lugar de hoy. Odiaba decepcionar a los clientes.
—He estado trabajando con algunos de nuestros proveedores.
Creo que puedo reducirlos en uno o dos por ciento. —Navegó hasta el
presupuesto del próximo año—. Lo que ayudará para el próximo año.
Cuando hicimos inspeccionar el edificio, el hombre dijo que
necesitaríamos un techo nuevo en los próximos cinco o seis años. El
año que viene serán cinco años, así que lo he presupuestado.
Cuando se hizo cargo de la gestión de la tienda, apenas estaba
obteniendo beneficios. Pero Bear era un maestro en redes y
negociaciones, y Dixie tenía una habilidad increíble para las finanzas y
los negocios. Juntos habían expandido su clientela más allá de la
comunidad de motociclistas, que era donde su tío había encontrado su
nicho. Estaban obteniendo buenas ganancias todos los meses, pero
estaba estirado el tiempo hasta su límite. No tenía idea de dónde se
había metido su padre en la cabeza que tendría tiempo para gestionar
la expansión de la barra.
Por otra parte, su padre nunca se había preocupado por el tiempo
de Bear. Dio por sentado que Bear lo haría posible, como siempre lo
había hecho. Difícilmente podía culpar a su padre por su propia
incapacidad para establecer límites.
—Estaba pensando —agregó Dixie—. Quizás es hora de rehacer la
cocina del apartamento.
—¿Quincy se está quejando?
—No, pero siempre dijimos que lo haríamos mejor cuando
pudiéramos. Y ahora podemos.
Se había olvidado por completo tanto de la sugerencia del
inspector como de la cocina, pero como siempre, Dixie los mantuvo en
el objetivo.
—Dix, ¿te gusta lo que haces aquí en la tienda?
—Oh sí. Me encanta. —Se cruzó de brazos y entrecerró sus ojos
verdes felinos—. ¿Por qué? No puedes despedirme. Soy copropietaria.
Él rio.
—¿Como si alguna vez te despediría? ¿Quieres hacer más?
—Obvio. Siempre.
Revolvió papeles en su escritorio y los guardó en un cajón.
—Papá está hablando de expandir la barra.
—Lo sé. Mamá me lo dijo, y ella dijo que él quiere que tú lo
manejes.
—Si. —Apoyó la cadera en el escritorio—. Pero si voy a dedicar
más tiempo a algo, será diseñar motocicletas, no revitalizar una barra
que se tambalea.
—La barra no se tambalea. Obtenemos ganancias todos los
meses. Además, eres increíble para transformar negocios y expandir la
clientela, y yo te ayudaré. Me encantaría tener en mis manos Whisky
Bro's y traer un cocinero, camareros y hacer el tipo de cosas que hacen
en la microcervecería del Sr. B, como las subastas de caridad para la
comunidad. Está totalmente en línea con la visión de los Caballeros
Oscuros y de papá de ayudar a los demás. Podríamos organizar un viaje
de caridad y terminar en el bar, rifar comidas gratis para traer dinero
para la comunidad y atraer nuevos clientes.
Continuó con una idea fantástica tras otra, llevando a casa lo que
Bear ya sabía. Dixie necesitaba dirigir la barra.
—Hablaré con papá sobre cómo manejarás la expansión. De todos
modos, estás allí la mitad del tiempo, y la planificación y la supervisión
empresarial es donde brillas. Tiene sentido.
—Ahorra tu energía —dijo con voz desinflada—. Lo amo, pero el
hombre es un idiota cuando se trata de mujeres. Pero reuniré las
proyecciones financieras, porque sabes que él las querrá a
continuación. Debería comenzar con el plan de expansión.
Debería armar algo, pero no tenía prisa por perpetuar las
desigualdades y no podía comprometerse con el proyecto cuando
todavía estaba considerando la oferta de Silver-Stone.
—Gracias, Dix. Pero no puedo evitar pensar que tal vez es hora de
que salgas y encuentres otro negocio que dirigir. Algo en lo que pueda
obtener el crédito por el trabajo que está haciendo. Te mereces algo más
que ser un segundo violín para mí. Puedo encontrar a alguien más para
que haga los libros y dirija la tienda.
—¿Estás loco? Me encanta trabajar contigo y con Tru y trabajar
en el bar con todos. Por muy atrasado que sea papá, prefiero trabajar
con mi familia que trabajar para un idiota que cree que sabe más que
yo.
Bear no se sorprendió por su vehemencia.
—Entonces necesitas manejar la expansión.
Pensó en hablarle de la oferta de Silver-Stone, pero no quería
ponerla en medio. Dixie se molestaría por aceptarlo, y primero
necesitaba resolver las cosas por sí mismo.
—Estoy limitado por el tiempo, y con Crystal en el panorama, no
estoy buscando exactamente llenar mis noches con la gestión de un
nuevo proyecto de esa magnitud.
Se recogió el cabello sobre un hombro y dio unos golpecitos con
una uña roja en el mostrador, mirando a Bear.
—Ella es para ti, ¿no es así?
Acarició al gato.
—Mami Grande y yo somos bastante cercanos, pero no estoy
seguro de que seamos compatibles en el fondo. —Sonrió y bajó la voz—.
Lo siento, Mami Grande.
—Eres un idiota. —Dixie se rio—. Me refiero a Crystal. Todavía no
puedo olvidar que le diste a Harley.
—Ella la necesitaba más que yo.
La verdad era que quería ser Harley y estar allí para Crystal día y
noche. Retenerlo lo estaba matando. Casi tanto como lo estaba
carcomiendo que ella había pasado por tanto entre perder a su padre,
lidiar con su madre alcohólica y tener un idiota forzándola.
—¿Por qué? ¿Ustedes dos son pareja ahora?
—Vamos, Dix. Sabes tan bien como yo que hemos sido pareja
durante meses, pero no una convencional.
Sus ojos se entrecerraron con especulación.
—Entonces, ¿por qué de repente necesita a Harley?
La puerta de la tienda se abrió y Quincy entró, evitando que Bear
tuviera que dar una respuesta. Quincy había recorrido un largo camino
desde la adicción al nerviosismo en el que se había convertido mientras
Truman estaba en prisión. Sus ojos azules eran claros, y con su pelo
marrón alargado y largo pescuezo, era la viva imagen de Brad Pitt en la
Primera Guerra Mundial Z. Estaba engrosando y actuando orgulloso y
confiado.
—¿Cómo te va?
Caminó por el suelo y se inclinó sobre el escritorio.
—Hola, Quincy —dijo Bear—. ¿Qué pasa?
Hubo un momento en que su relación se había tensado. Cuando
Truman fue a prisión por primera vez, dejando a Quincy de trece años
en manos de su madre adicta a las drogas, Bear había tratado de
mantener a Quincy en un camino recto y estrecho. Había llevado a
Quincy a visitar a Truman todas las semanas hasta que Quincy
comenzó a desaparecer, juntarse con las multitudes equivocadas,
emborracharse y drogarse. Bear había intentado ayudarlo hasta el día
en que Quincy desapareció para siempre, solo para resurgir años más
tarde, de pie junto a su madre en la casa de crack donde había tomado
una sobredosis.
Pero eso quedó atrás ahora. Quincy había pasado por una intensa
rehabilitación, aprobó su escuela secundaria y ahora estaba tomando
cursos universitarios y tenía un trabajo estable en una librería local.
Incluso había limpiado el nombre de su hermano por el crimen que
había cometido.
—¿Alguno de ustedes tiene algún problema con que consiga un
compañero de cuarto? —preguntó Quincy—. El colegio comunitario no
ofrece algunas de las clases que quiero tomar, y las clases en línea de
las universidades más grandes son más caras.
Dixie intercambió una sonrisa orgullosa con Bear.
—¿Por qué nos importaría? ¿Pero eso no te obstaculizará con las
damas?
—¿Por qué? Hay dos habitaciones. No es que los dos nos
quedemos en la mía. —Se pasó una mano por el cabello—. Aunque,
podría ser interesante si consigo una chica como compañera de
habitación.
Bear se rio.
—No hay problema. Sabes las reglas. Sin drogas, sin
escandalosos. Tenemos bebés aquí todo el día y su bienestar tiene que
ser lo primero.
—Amigo, lo sé mejor que nadie. ¿Crees que arruinaría todo lo que
tú y Tru han hecho por mí? —Se inclinó más sobre el mostrador y su
expresión se volvió seria—. De ninguna manera. La familia primero.
Nunca volveré a estropear eso.
Él y Bear golpearon los puños.
—Eso es, hermano —dijo Bear.
—Antes de que me olvide, Tru me dijo que te dijera que lo
ayudarás con las tareas de los niños y que pintarás la sala de juegos de
la casa el próximo martes mientras las niñas salen de compras.
—Estamos arreglando el vestido de novia de Gemma y escogiendo
vestidos para mí y Crystal. —Dixie empujó a Bear en el costado—. Eso
significa que eres libre, porque tu chica estará ocupada.
A Bear le encantaba que Dixie se refiriera a Crystal como su
chica.
—Suena bien. ¿Adónde te diriges?
—Tru —dijo Quincy—. Cena con mi hermanito y mi hermana,
luego a Luscious Licks. Un día, Penny se dará cuenta de que soy la
mejor lamida que jamás obtendrá.
Penny era dueña de Luscious Licks, y Quincy había estado
enamorado de ella desde que se conocieron.
—Dios. —Dixie puso los ojos en blanco—. Realmente necesitas
pensar en algo mejor que eso para que esa mujer te note. ¿No saben
nada sobre el romance?
—¿Romance? —Bear se burló—. Esto de la mujer que clava las
pelotas de los hombres en la pared por cada pequeña cosa…
Se puso de pie y se echó el cabello por encima del hombro.
—Romance. Flores, chocolates y todo eso. Puede que sea dura,
pero al menos sé lo que me gusta.
Quincy se dirigió a la puerta.
—Me aseguraré de hacerle saber a Crow que el romance podría
llevarlo a la puerta.
Bear lo fulminó con la mirada.
—Lárgate de aquí antes de que te meta ese pensamiento en la
garganta.
Crow era un motociclista con el que habían crecido y había
sentido algo por Dixie desde que eran niños. Tenía la reputación de una
serpiente y no se acercaría a la hierba de la hermana de Bear.
La risa de Quincy lo siguió hasta la puerta.
Bear bajó los ojos hacia Dixie, que sonreía mientras se desplazaba
por sus mensajes de texto.
—Limpia esa sonrisa de tu rostro. Crow no se acercará a ti.
—Debería acostarme con él solo para mostrarte que no eres mi
jefe.
Caminó alrededor del escritorio con un movimiento dramático de
sus caderas, enfatizando su independencia.
—Esa es una forma de hacer que maten a un hombre.
Bear sacó su teléfono vibrante de su bolsillo, feliz de ver un
mensaje de texto de Crystal.
La abrió y apareció una imagen de Crystal vestida con el disfraz
más sexy que jamás había visto. Una gargantilla de cuero con un dije de
aguamarina en el centro le rodeaba el cuello, un minivestido de ante
con flecos y un dobladillo pecaminosamente corto le llegaba a la altura
de los muslos. Harley estaba en sus brazos, luciendo un collar negro
con tachuelas plateadas con un lazo rosa. Se había tomado la foto en el
espejo y tenía una sonrisa sexy y burlona. El texto decía: Hola,
motociclista. ¿Quieres venir a ver a tus chicas esta noche?
Oh, sí.
Después de una ducha rápida, Bear se detuvo junto a Petal Me
Hard. Él estaría condenado si cualquier mujer tuviera un romance
mejor que su chica. El penetrante aroma floral aclaró sus sentidos
después de haber pasado el día en el taller de automóviles.
—Hola, Bear —dijo Isla, la hija de Bud, desde detrás del
mostrador, donde estaba arreglando un ramo—. Estaré contigo.
—Estupendo. Gracias.
Caminó por la tienda, mirando todas las flores. Nunca antes le
había comprado flores a una mujer, y no tenía idea de que había tantas
para elegir.
—¿Qué te trae?
Se inclinó sobre el jarrón de flores, su espeso cabello rubio cubría
su rostro.
—Estoy buscando algo especial.
—¿Para Crystal?
Ella saltó y arqueó una ceja oscura. Su camisa de franela estaba
atada a la cintura, revelando un fragmento de piel sobre un par de
jeans ajustados.
—¿Qué sabes sobre Crystal y yo?
Se secó las manos en los jeans y cruzó los brazos sobre el pecho
con una sonrisa descarada.
—¿Qué saben todos en esta ciudad sobre ti y Crystal? Solo que
cada vez que los hermanos Whiskey están fuera de casa, tú la rodeas
con el brazo. Se dice en la ciudad que estás tomado. Supongo que eso
significa algo.
Eso era una novedad para él y estaba emocionado por ello.
—Significa muchísimo.
—Entonces necesitas algo especial. ¿Cómo una rosa roja, en
especial que diga te amo?
—Necesitas un anzuelo más grande que ese para ir a pescar en mi
lago, pequeña.
Isla tenía veintidós años y era rebelde cuando llegaron, y debido a
la relación de su padre en el club, se la consideraba de la familia. Como
otra hermanita entrometida.
—No eres divertido. —Dio la vuelta al mostrador—. ¿Ninguna
alergia?
—No estoy seguro, pero necesito algo seguro con los gatitos. Y me
gustaría algo que no sea común. Ella es única y las flores también
deberían serlo.
—Ahora estamos llegando a alguna parte. Me gusta un hombre
con una misión. Dime cómo es ella.
Pensó en su pregunta mientras miraba a su alrededor, viendo las
flores más hermosas que había visto en su vida. Perfecta. Señaló al otro
lado de la tienda.
—¿Son seguras para los gatitos?
Lo que había comenzado como una misión en la competencia
romántica terminó saliendo directamente de su corazón. Media hora
después, subió los escalones del apartamento de Crystal de dos en dos,
recordándose a sí mismo que no debía abrumarla y abrazarla. Pero se
sentía como una eternidad desde que la había abrazado, y sabía que en
el momento en que viera su sonrisa iridiscente y esos profundos ojos
azules que lo desafiaban y lo seducían a la vez, le costaría contenerse.
Oró, pidiendo fuerza de voluntad mientras tocaba.
La puerta del apartamento se abrió y su diosa de cabello negro
azabache se paró ante él con un suéter gris que colgaba de un hombro,
revelando un tirante de sostén negro con calaveras moradas en él, una
minifalda negra con pequeños diamantes blancos cosidos en el
dobladillo, hasta la rodilla. botas, y la pasión rebosante en sus ojos
ahumados. Santo infierno.
La Restricción. Se marchó.
La empujó contra él, respirando con demasiada dificultad,
abrazándola con demasiada fuerza y odiándose a sí mismo por eso.
—Por favor, dime que te bese.
Ella entrecerró sus ojos azules, empujando sus manos en su
cabello, desenredando con el toque posesivo.
—Deja de hablar y bésame.
Al escuchar el deseo en su voz, su cuerpo se incendió. Él aplastó
su boca contra la de ella, y ella le devolvió los esfuerzos con imprudente
abandono, tirando de su cabello hasta el punto del dolor que le atravesó
el cráneo y se dirigió hacia el sur. Ella se puso de puntillas, presionando
sus suaves curvas contra él y poniéndolo duro como una piedra. El
deseo, la lujuria y la codicia se enrollaron juntos, enroscándose dentro
de él como el diablo, instándolo a seguir. Una mano presionada plana
contra su espalda; la otra todavía agarraba las flores. Debería tratar de
no aplastarlas, pero en ese segundo le importaban un comino las flores,
o cualquier otra cosa que no fuera finalmente (Dios, finalmente) tener a
Crystal en sus brazos.
Maldición. Necesitaba reducir la velocidad.
Pero ¿cómo podría alguna vez dejar de besarla? Se sentía
demasiado bien, sabía demasiado dulce.
Un pequeño maullido se deslizó a través de la guerra furiosa en
su mente, y sintió las pequeñas garras de Harley subiendo por sus
jeans, recordándole que todavía estaban en el rellano fuera de su
apartamento.
Crystal gimió mientras se separaba de mala gana y recogía al
gatito bloqueador de miembros. Reclamó a su chica con un brazo
alrededor de ella, manteniéndola cerca, y susurró:
—Lo siento.

Crystal intentó organizar los pensamientos en su cabeza llena de


lujuria. Había pensado en Bear todo el día, y tener a Harley con ella
solo la había hecho extrañarlo más. Recordar sus besos, las cosas
dulces que había dicho y recibir sus reflexivos mensajes de texto
durante toda la tarde la había puesto aún más ansiosa por verlo.
—Espero que te refieras a detenerte y no al beso en sí, porque yo
quería ese beso —aseguró—. Puedes compensarme más tarde.
Él se rio entre dientes, pero ella no podía perder el alivio que lo
invadió. No quería que él se preocupara, pero le encantaba que lo
hiciera.
—No queremos que nuestra gatita baje las escaleras y se pierda.
—Mientras entraban al apartamento, su corazón se derretía ante el uso
de la palabra “nuestra” agregó—: Define más tarde.
¡Dios, ese lado agresivo era tan Bear! ¡Ella lo amaba!
—Eso es ser determinado.
Estaba un poco sorprendida de que, incluso después de todo lo
que había revelado, y sabiendo que no estaba lista para meterse en el
saco, los comentarios sarcásticos y sexys todavía salían de su lengua
con facilidad. Le preocupaba que los cambios que estaba
experimentando al abrirse a él pudieran alterar su personalidad, y se
había reinventado tantas veces que ya no estaba del todo segura de cuál
era la verdadera. Tal vez su sarcasmo fuera parte de ello, después de
todo. Ella sonrió con el pensamiento, porque a pesar de pasar del
cabello rubio al negro azabache y tener que adoptar un nuevo nombre,
personalidad e historial de citas falsas, pensó que era una chica
bastante genial.
Presionó un beso en la parte superior de la cabeza de Harley,
haciendo que las entrañas de Crystal se derritieran un poco más.
Llevaba el chaleco de cuero con el emblema de los Caballeros Oscuros
en la espalda que ella lo había visto usar a menudo, pero esta noche lo
hacía lucir aún más rudo. O tal vez era sólo porque ella fue finalmente
dejándose realmente, verdaderamente ver todo de Bear en lugar de
mantenerlo en condiciones de mercado. Incluso había cambiado su
nombre de contacto en su teléfono de Él a Bear, lo que se sentía
realmente bien.
Cerró la puerta detrás de ellos y notó que estaba sosteniendo un
hermoso ramo de orquídeas. Debe haber habido al menos una docena
de diferentes colores. Asombrada, dijo:
—Chico motociclista, ¿me trajiste flores?
Observó el ramo con expresión juguetona.
—Estas eran para Harley, pero supongo que puedes quedarte con
ellas.
Dejó a Harley en el sofá. El gatito los miró con ojos tristes.
—Ella sabe que acabas de regalar sus flores —bromeó Crystal.
Le entregó las flores y ella aspiró su hermoso aroma. Contarle lo
que había sucedido había sacado a relucir un lado más suave de
ambos. Se sorprendió de lo mucho que le gustó, pero sus emociones
crecientes la hicieron preocuparse por cómo se habría encontrado.
¿Demasiado femenina? ¿Muy débil? Se fue con lo que le resultaba
cómodo y familiar, una broma.
—Nunca me han regalado flores. ¿Significa esto que vamos
estable? Novio y novia…
—Significa que eres mi mujer. —La empujó contra él de nuevo con
tanta fuerza que sus pechos chocaron, haciéndola reír de su
posesividad—. Ahora tienes que usar una gargantilla con la palabra
“Propiedad de Bear Whiskey” impresa.
—En tus sueños. —Ella se sentó en el sofá mirando más de cerca
las flores y él se sentó a su lado—. Estas son realmente hermosas.
Gracias.
—¿Qué tal una gargantilla que diga, Bear?
Ella rio.
—¿Qué tal si admito que soy tu novia y lo sabes aquí? —Ella tocó
su pecho sobre su corazón—. ¿Puede ser suficiente para un chico
posesivo como tú?
—Cariño, después de todo este tiempo, creo que me merezco la
gargantilla. Pero diablos, lo aceptaré.
Se inclinó para darle un beso y ella no pudo evitar pensar que se
merecía un premio al Novio del Año. Él había asumido ese papel antes
de que ella se lo permitiera, y sí, era agresivo, pero también protector y
cariñoso, y muchas más cosas que la habían mantenido cautivada por
él durante tanto tiempo. Gracias a Dios que de alguna manera había
sabido que estaban bien el uno para el otro y se había negado a darse
por vencido. Ella no usaría una gargantilla, pero estaba orgullosa de
estar voluntariamente en su brazo de ahora en adelante.
Olió el hermoso ramo de nuevo.
—Ni siquiera sabía que las orquídeas venían en todos estos
colores.
Pasó un brazo por encima de su hombro.
—Yo tampoco, y honestamente, no tenía idea de que fueran
orquídeas. Por cierto, están a salvo para los bloqueadores de miembros
allí. Pregunté.
Ella rio.
—No la llamemos así.
—Quizás no en voz alta. —Él susurró—: La amo, pero es ella.
Sonriendo, presionó sus labios contra los de ella.
—Quería ofrecerte algo especial.
Le quitó el ramo y señaló una de las flores.
—Estas hermosas chicas todavía están encontrando su camino.
Están superando su base amarilla inocente, atacando por sí mismas
con las manchas de color naranja y rojo oscuro. Parecen duras, pero un
poco inseguras. Esas dicen “Chrissy” por todas partes. La niña cuya
vida dio un vuelco y se vio obligada a crecer demasiado pronto en un
mundo más duro de lo que se merecía.
Chrissy. Había escuchado cada palabra que ella había dicho. Se
acercó a Harley, tratando de distraerse de la inesperada oleada de
emociones. Ella nunca había tenido la oportunidad de resistirse a él. Él
podía ser arrogante y posesivo, pero era igualmente tierno, cariñoso,
divertido y dulce, y no podía creer que después de todo lo que había
pasado, Bear estaba resultando ser el hombre que ella pensaba que era,
y mucho más.
La abrazó con más fuerza, presionando un beso a un lado de su
cabeza.
Señaló las flores rosas y blancas.
—¿Estas delicadas damas? —dijo con una voz tan llena de amor
que ella quería envolverse en ella y acurrucarse dentro—. Eran tan
inteligentes que sabían cómo integrarse y pasar desapercibidas.
Míralas, tan femeninas y fuertes. Me dejan boquiabierto. Chrystina.
—Y estas lindas chicas son audaces y cautivadoras. —Tocó una
de las orquídeas azul y violeta—. Dicen: “No me jodas. Puede que sea
venenosa, pero soy demasiado tentadora para resistirme”.
—Como tú. Crystal.
Ella apretó los labios para evitar que sus emociones se
derramaran, pero cuando él guio su rostro hacia el suyo con una suave
presión de su dedo debajo de su barbilla, su mirada seria la mantuvo
cautiva y sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Dicen que las orquídeas son símbolos de amor y afecto —dijo en
voz baja—. Y cuanto más difíciles de encontrar, más amor y afecto
tienen. Cuando juntas todas estas magníficas bellezas, obtienes la flor
más singular del mundo.
La miraba como si pudiera ver sus pensamientos más íntimos, y
todo lo que los rodeaba se desvaneció. Él era todo lo que podía ver, oler
y oír. Cuando tomó su mano entre las suyas, una corriente familiar
viajó por su brazo. ¿Podría ser posible simplemente vivir en este
momento para siempre?
—Algunas personas pueden ver esos colores atrevidos y pensar
que son demasiado —dijo, trayéndola de nuevo a la tierra—. Pueden ver
el delicado rosa y blanco como demasiado suaves, o los demás y pensar
que son demasiado ásperas. Pero cuando las veo. Cuando veo eso. Veo
a la mujer que me detuvo en seco la primera vez que la vi. Y cuando
abriste esa boca tuya increíblemente sexy, sarcástica y, a menudo,
demasiado adorable para las palabras, supe que estaba en un gran
problema.
Por un largo momento ella no se movió, no respiró, no pensó,
simplemente se sentó a su lado, entumecida por la honestidad escrita
en su rostro. No sabía cómo manejar esto, y se dio la vuelta, abrumada
y avergonzada por los sentimientos que se acumulaban dentro de ella.
—Creo que soy alérgica a esas líneas de sacarinas.
Volvió a atraer su rostro hacia el suyo.
—No hagas eso.
—¿Moverme?
Se odiaba a sí misma por ser sarcástica. No había planeado
reinventarse a sí misma nunca más, pero no podía negar los cambios
que estaban teniendo lugar dentro de ella. Se había estado escondiendo
de sí misma, de la verdad, de ser juzgada, durante tanto tiempo, que la
calidez y el amor que él le dio la hicieron sentir vulnerable y no sabía
cómo manejarlo.
—No te desvíes. —Su tono era puro control, diciéndole qué hacer,
no sugiriendo.
El puro instinto la hizo burlarse y, con la misma rapidez, se
arrepintió. Esta no fue una reinvención nacida del miedo o la
necesidad. Ella no estaba en modo de supervivencia. Ella no estaba en
ningún modo en absoluto, y ese era el sentimiento más increíble del
mundo. Pero también era aterrador, porque ya no estaba segura de
quién era. Pero cuando miró a Bear, quiso averiguarlo.
Desesperadamente.
—Lo siento. Es...
—¿Hábito? —Levantó a Harley de su regazo y tomó su mano entre
las suyas—. Lo entiendo. Pero si vamos a estar juntos, y lo estamos, así
que ni siquiera pretendas que otra cosa es una opción, voy a decir lo
que siento. Si tengo que contener mi demostración física de afecto, mis
emociones tienen que salir de alguna manera.
—Entonces, ¿ese beso abrasador fue contenido? Demonios, Bear.
Ahora te estoy construyendo en mi mente a proporciones épicas que
nunca podrás alcanzar.
Sus ojos ardían.
—¿Quieres apostar?
Ella no quería apostar; ella quería averiguarlo.
—¿Es esto una estratagema? ¿Tengo que soportar este tipo de
cumplidos vergonzosos en mi cara o dormir contigo? Y cuando
durmamos juntos, ¿entonces qué? ¿Las cosas dulces se detienen?
¿Cómo atrapar veintidós?
Él rio.
—¿Qué pasa en esa hermosa mente tuya?
—No quieres saber. Confiar es un poco difícil, incluso cuando no
quiero que lo sea. —Se puso de pie, su corazón latía a una milla por
minuto—. Voy a poner estas en agua.
La siguió hasta la cocina.
—Estás equivocada, Crystal. Quiero saber en qué estás pensando
y qué sientes. Quiero saberlo todo sobre ti.
Él se paró detrás de ella mientras llenaba un jarrón con agua, y
sus brazos se deslizaron alrededor de su vientre. Fue amable y
reconfortante, borrando el miedo a lo desconocido.
Pero cuando bajó la boca al lado de su oído y susurró:
Háblame, bebé —el deseo que trepaba por sus extremidades creó
ansiedad por sí mismo.
Dejó el jarrón sobre la encimera y apoyó la cabeza en su pecho.
—No estoy acostumbrada a escuchar esas cosas y no sé cómo
confiar en ellas. Pero confío en ti. Y la parte más difícil de todo esto es
que no soy una persona débil, y no saber cómo manejar esto me hace
sentir como si lo fuera. Y eso es frustrante, porque lo que realmente
quiero hacer es besarte. Quiero darme la vuelta y que me levantes sobre
este mostrador y me beses hasta que no pueda ver con claridad como
en las películas. Quiero envolver mis piernas alrededor de tu cintura sin
tener que preocuparme si estás preocupado por mí o si yo lo estoy.
Se dio la vuelta, con el pulso acelerado y dijo:
—Solo quiero seguir con lo que siento y dejar de pensar, y tal vez
eso me ayude a aceptar el resto.
En el segundo siguiente ella estaba sentada en el mostrador, con
las anchas caderas de Bear entre sus piernas, su boca bajó sobre la de
ella. El primer toque de sus labios fue como saltar de una cascada, y
luego ella se elevó por el aire. Sus brazos y piernas lo rodearon,
abrazando su libertad, su pasión, su afecto por el hombre increíble que
la poseía más a cada segundo. Sus manos se movieron como el viento
sobre su espalda, en su cabello, bajaron por sus brazos y se posaron en
sus caderas. Ella sintió su resistencia y se enamoró más de él por
reprimirse.
Ella lo agarró por el trasero, haciéndole saber que no tenía miedo,
y gracias a Dios, él deslizó sus manos hacia su trasero e hizo lo mismo,
uniendo sus cuerpos. Apenas respiraba en sus besos, perdida en el
placer de permitirse sentir su calor y disfrutarlo. Maldita sea, lo
disfrutó. No estoy rota. Una ráfaga de energía excitante la atravesó,
como nada que hubiera experimentado nunca. Ni siquiera en sus besos.
Ella se estaba liberando. Realmente, verdaderamente permitiéndose
dejar el pasado atrás. La comprensión la golpeó y se apartó del beso,
jadeando, sonriendo y riendo como una loca.
Ella estaba loca. Loca por Bear Whiskey.
—Quiero besarte para siempre —se apresuró a sacar las palabras
de sus pulmones.
Ella agarró su cabeza, uniendo su boca a la de él nuevamente, y
lo sintió sonreír en su beso. La levantó del mostrador, sin romper nunca
su conexión mientras daba unos pasos, disminuyendo la velocidad para
profundizar el beso. Su espalda chocó contra la pared con un golpe y la
lujuria subió por su columna. Sus ojos se abrieron de golpe y él
retrocedió tan rápido que la llenó aún más de él.
—Me gustó —le aseguró, sintiéndose tan sorprendida como él—.
Eso fue intenso y tremendamente caliente. Como un trago de… whisky.
Quiero más whisky, por favor.
La sonrisa de satisfacción que le devolvía la mirada llegó hasta
sus ojos, convirtiéndose en fuego líquido cuando la tomó en otro beso
increíble. La llevó a través de la sala de estar y se hundió en el sofá con
sus rodillas a horcajadas sobre él. Había esperado que él la acostara,
que la dominara sin pensar, pero se dio cuenta de que le estaba dando
un escape. Dándole el control. Y al hacerlo, le dio ganas de ceder el
control.
Empujó sus manos en su cabello, su boca se movió a lo largo de
su mandíbula, hasta el punto sensible debajo de su oreja.
—Dulce como el azúcar —susurró.
En el momento siguiente, estaba devorando su cuello, enviando
escalofríos de lujuria por todo su cuerpo. Cerró los ojos, deleitándose
con los placeres ilícitos que había deseado durante tanto tiempo. Inhaló
los embriagadores aromas del cuero y el potente macho, se concentró
en la sensación de su lengua, sus labios presionaron con fuerza contra
su piel, en el centelleante roce de sus dientes. Estaba excitado debajo
de ella, y cuando su boca se movió a lo largo de su hombro desnudo,
sus pezones se tensaron más, ardiendo de anticipación.
Con los ojos aún cerrados, siguió la longitud de su brazo hasta su
mano y la llevó a su pecho, susurrando:
—Tócame.
La reclamó en otro beso apasionado mientras la acariciaba,
provocando los sensibles picos a través de su camisa. Un hormigueo de
calor abrasó el centro de su cuerpo, se acumuló entre sus piernas y
provocó un largo y bajo gemido de sus pulmones. Ella movió su mano
debajo de su camisa, ganándose un gemido embriagador de Bear que
borró todos sus pensamientos. Su mano grande y áspera cubrió su
pecho y ella se arqueó hacia él, queriendo sentir su deseo por todas
partes. La besó con más fuerza, meciéndose debajo de ella al mismo
ritmo que ella movía sus caderas, y cuando tomó su pezón entre los
dedos y el pulgar, la lujuria se extendió hasta las puntas de los dedos
de las manos y los pies.
—Oh Dios, eso se siente bien.
Ella se retorció contra él, descansando su frente sobre la de él y
usando sus hombros como palanca.
Él tomó su cabello en su mano y selló su boca sobre su cuello,
chupando, besando y sacándola de su mente. Ella había soñado con
esto, con él, pero sus sueños no se habían acercado a lo increíble que
se sentía. Inclinó su boca sobre la de ella de nuevo, urgente y
hambriento, empujando su lengua al mismo pulso mientras sus
caderas se elevaban debajo de ella. Cuando le apretó el pezón, ella no
pudo detener la corriente de gemidos y maullidos provenientes de algún
lugar profundo de su interior. Le tomó el labio inferior entre los dientes
y le dio un suave tirón.
—Oh, Dios —se escapó—. Otra vez —suplicó.
Lo hizo de nuevo, y luego bajó la cabeza, reclamando su cuello en
un acto de tortura divina. Jadeó, atrapada en las abrumadoras
sensaciones que la recorrían. Su mano cayó desde su cabello hasta la
parte superior de su trasero, aplicando más presión a su exquisita
fricción. Sí, sí, sí. Ella se meció con más fuerza y bajó la boca hasta su
cuello, probando por primera vez su piel salada. No pudo resistir sus
deseos mientras lamía y chupaba, ganándose otro gemido hambriento
de Bear y varias maldiciones.
—Necesito mi boca sobre ti, nena. Pero…
Sin peros. Ahora no. Jamás. No contigo.
—Sí. Sí.
No podía levantar su camisa y desabrochar el broche delantero de
su sostén lo suficientemente rápido. Ella guio su boca hacia su pecho y
lo mantuvo allí, sintiéndose triunfante en las profundidades de su
confianza en él. Esto era lo que había anhelado. La capacidad de
dejarse llevar y el coraje de permitirse sentir sus deseos, de
experimentar la pasión reprimida de la que había estado huyendo todos
estos meses. Esto estaba bien.
Su boca encendía todo su cuerpo con cada fuerte succión. Ella se
aferró a su vida mientras los rayos de placer la atravesaban. Lo montó
con fuerza, la ropa entre ellos aumentaba su deseo. Cuando gimió,
vibró a través de su pecho, haciéndola más febril, más húmeda, más
codiciosa. Estaba completamente perdida en él y nunca quiso que la
encontraran. Quería vivir en este refugio mágico de Bear para siempre.
El calor subió por sus extremidades, enterrándose en su pecho,
ardiendo más y más profundamente. La presión aumentó en la unión
de sus muslos, levantándola, más y más. Ella colgaba del borde de un
acantilado, apenas respirando, todo su cuerpo palpitaba, a punto de
explotar, y luego él apretó su agarre, poseyéndola tan completamente,
que ella saltó en espiral sobre el borde, en caída libre en un mundo de
Bear.
Capítulo 8
Crystal colapsó contra Bear, susurrando:
—Vaya, vaya, vaya.
Bear la abrazó con fuerza, besando su mejilla mientras su
corazón se calmaba.
—Te tengo, nena. —Verla llegar al orgasmo, sentirla rendirse a su
pasión, fue tan malditamente caliente que casi pierde el control.
—Eso fue increíble. Intenso. ¿Cómo lo hiciste sin...? —Apoyó su
mejilla en su hombro—. Definitivamente lo estamos haciendo de nuevo.
—Y otra y otra vez —prometió él—. Pero no hace falta que me
pongas a tono, nena. Será aún mejor cuando nos acerquemos.
Ella articuló: ¿Mejor? Los ojos de ella se abrieron de par en par y
él comprendió.
—¿Nunca has...?
Ella negó con la cabeza, y la vergüenza le sonrojó las mejillas.
Él la besó de nuevo, con ternura y dulzura, y con la esperanza de
tranquilizarla.
—¿Ni siquiera... dándote placer? —le preguntó suavemente.
—Dios, esto es tan vergonzoso. No, no me he frotado el frijol, y no
porque esté en decadencia. He tenido sexo antes, en la universidad,
pero nunca fue particularmente placentero. Y aunque sé que las cosas
placenteras son posibles, nunca quise intentar hacerlo sola. Y entonces
te conocí, y pensé tanto en ti, que quise intentarlo, pero... Digamos que
cada vez que pensaba en ello, cuando realmente pensaba en ir allí, me
preocupaba no ser capaz, ya sabes. Y no quería otra cosa mala asociada
a esa parte de mi cuerpo. Así que nunca lo intenté.
—Oh, cariño. —La abrazó—. Te prometo que compensaremos
todos los orgasmos que te has perdido.
Ella se rio.
—Eres muy generoso. Me he perdido muchos. Como horas y
horas.
Movió su trasero.
—No hagamos eso ahora.
Él la levantó de su regazo, absorbiendo la mirada curiosa y
sensual de sus ojos. La combinación le hizo desear que ella siguiera
moviendo su buen cuerpo sobre él, pero ya se sentía como un volcán a
punto de estallar, y sería una tortura tener que parar de nuevo.
—Jesús, nena. No me mires así.
Se puso en pie, ajustando su dolorosa erección.
Ella se levantó del sofá y rodeó su cintura con los brazos.
—Lo siento. No estoy preparada para ello, pero puedo ofrecerte
una revista de moda y la intimidad de mi baño para aliviar esa presión.
—Cristo —pronunció—. Vas a ser mi muerte, mujer.
—Estaba hablando en serio. No es que tenga una experiencia
reciente en la que basarme. Nunca he tenido un hombre en mi
apartamento. No sé qué hacen las parejas en momentos como éste, pero
me siento mal dejándote todo revolucionado sin línea de meta a la vista
después de la forma en que incendiaste mi mundo.
La besó de nuevo.
—Cariño, no tienes que hacer nada al respecto. No soy un animal.
—Tu nombre sugiere lo contrario.
Se rio suavemente.
—He esperado ocho meses, y esperaré ocho más, o cien más, si
eso es lo que hace falta para que estés preparada.
Ella miró el bulto en sus pantalones, con el ceño fruncido.
—¿Seguro que no quieres esa revista?
Él le dio una palmada en el trasero.
—¿Qué? —Ella se rio—. Me ofrecería a ayudar, pero no confío en
mí misma.
Rechinó los dientes.
—Nena, no me pongas imágenes así en la cabeza, o nunca me
calmaré.
—No te emociones demasiado. Nunca he...
Ella hizo un círculo con la mano y la movió como si lo estuviera
masturbando.
—Genial. Otra imagen que nunca podré olvidar.
Alguien tocó la puerta.
—Salvada por el golpe. ¿Esperas a alguien?
Se desabrochó la camisa para cubrir su excitación mientras se
dirigía a la puerta.
—No.
Abrió la puerta y se encontró con un joven que sostenía una caja
de pizza.
—Por fin, amigo. Estuve aquí hace quince minutos, pero nadie
respondió.
—¡Oh no! —Crystal tomó su bolso de la mesa junto a la puerta y
empezó a rebuscar en él—. Olvidé que pedí pizza para nosotros antes de
que llegaras.
—No te preocupes, nena. —Sacó la billetera y le pagó al
repartidor—. Perdón por la espera. Gracias por traerla de nuevo.
Cerró la puerta y rodeó a Crystal con un brazo.
—Eso fue considerado, pero yo te habría invitado a cenar.
—Vivo a base de pizza y comida china. Ah, y puedo hacer
tostadas, pero eso es todo.
Él arqueó una ceja.
—¿En serio?
—No juzgues.
Fue a la cocina y tomó dos platos de un armario.
Hizo una nota mental para prepararle una cena increíble en algún
momento cercano y se dirigió al comedor.
—Además, esta pizza es genial —dijo ella mientras llegaba a su
lado—. No vas a encontrar espacio para comer allí.
—Ya lo veo.
Dejó la pizza en una silla y entró en la sala.
Había tres mesas largas alineadas bajo las ventanas, cubiertas
por capas de telas de colores con dibujos esparcidos por ellas. En el
alféizar de la ventana había varios muñecas más que había hecho su
padre. Su pecho se contrajo. Las latas de botones, las bobinas de hilo y
otros materiales de costura cubrían todas las superficies. En un rincón
de la habitación, un maniquí llevaba una falda de lunares blancos y
negros; un trozo de tela de color rosa brillante le colgaba del hombro.
En una gran pizarra de corcho había diseños de moda dibujados a
mano y muestrarios de telas, junto con fotos de trajes y prendas
arrancadas de revistas y periódicos. Al otro lado de la habitación, una
camisa con una sola manga, una falda con varios alfileres que
aseguraban el encaje al dobladillo y otras piezas de ropa en diversas
fases de diseño colgaban de un estante metálico junto a una máquina
de coser. Le encantaba su caos colorido y creativo.
—Parece que algo explotó aquí.
—Una explosión de mi mente, tal vez. —Ella abrió la caja de
pizza—. Todo el mundo necesita un lugar para desaparecer. Este es el
mío.
Puso una porción de pizza en cada plato y le entregó uno.
—Mi chica tiene más secretos, y quiero conocerlos todos.
Se inclinó para darle un beso y se obligó a concentrarse en la
visión del mundo que ella le estaba ofreciendo.
—Sabía que estabas haciendo trajes, pero no tenía ni idea de que
te dedicabas a diseñar ropa. ¿Son todos tuyos?
Estudió los bocetos clavados en el tablero de corcho mientras
comía.
—Mmm. Estudié diseño en la escuela. Me dedico a jugar. Diseño,
rediseño, intento hacer algunas cosas cada año.
Dio un mordisco a su pizza.
—Eres increíblemente talentosa. —Miró los bocetos repartidos por
las mesas, asombrado por la complejidad de los diseños—. ¿Tú y
Gemma van a hacer todo esto por su cuenta? Eso es impresionante.
—Vamos a hacer unos cuantos y ver si se venden. Si lo hacen,
entonces intentaremos reclutar a algunos estudiantes de diseño para
que nos ayuden.
—¿Es eso lo que te gustaría hacer eventualmente? ¿Diseño de
moda?
Se encogió de hombros.
—Me encanta trabajar con Gemma, y si conseguimos vender
nuestros propios trajes, será suficiente por ahora. No estoy preparada
para volver a la escuela, y necesitaría hacerlo para realmente hacerme
un nombre en el diseño de moda, sin mencionar las prácticas en Nueva
York y todo eso. Nada de lo cual me interesa realmente. Quizá algún día
eso cambie, pero ahora mismo soy feliz.
Él señaló un boceto sobre la mesa de costura, reconociendo el
estampado de rombos.
—¿Es de la falda que tienes puesta?
—Sí. —Dio otro mordisco a su pizza—. La terminé hace unas
semanas. Mira esto. —Terminó su trozo de pizza y levantó un gran rollo
de tela, señalando el extremo del cartón en el que estaba enrollado—.
Esto se llama un rollo de tela. Deberías saberlo por si decides
frecuentar las tiendas de telas para alimentar tu adicción al satén y al
encaje.
—Creo que te refieres a mi adicción a Crystal.
Se acercó para leer la etiqueta del rollo “Black Bird” y se rio.
—No pude resistirme —dijo con una sonrisa sexy—. Lo encontré
hace tres meses y tuve que comprarlo todo.
—¿Hace tres meses? Realmente te gustó todo este tiempo.
Puso los ojos en blanco.
—No tienes ni idea...
Él deslizó un brazo alrededor de su cintura, abrazándola.
—¿Ves? Hasta los dioses de la tela quieren que estemos juntos.
—Apretó sus labios contra los de ella. El sabor de la pizza y de la lujuria
se mezcló con el sabor único de Crystal—. Maldita sea, cariño. Nunca
voy a tener suficiente de ti.
—Estupendo. —Ella se puso de puntillas, presionando un beso en
el centro de sus labios—. Entonces tenemos mucho en común.
—Eso está muy lejos de "no soy tu dulce". ¿Seguro que quieres
reclamarme tan descaradamente? Porque podría promulgar una regla
de “no devolución".
—Como si alguna vez tuviera la opción de reclamarte. —Una
sonrisa se asomó en los labios—. Hiciste que me fuera imposible pensar
en otra cosa que no fueras tú.
—Nena, eres lo único en lo que he pensado durante tanto tiempo,
que no puedo recordar en qué pensaba antes de ti.
—Esa es una frase bastante impresionante.
—Soy un tipo bastante impresionante. ¿Ves? Tengo aún más
cosas en común con mi increíble chica.
Se rio.
—En realidad tenemos mucho en común —dijo más seriamente—.
Tú diseñas ropa. Yo diseño motocicletas.
—Sal de la ciudad.
La sorpresa enarcó las cejas.
—Lo siento, nena, pero estoy en esta ciudad para quedarme. De
hecho, puede que te resulte difícil conseguir que me vaya de este
apartamento.
—Ya quisieras. —La mirada acalorada de sus ojos rebatió sus
palabras—. ¿Cómo te conozco hace tanto tiempo y no sabía que diseñas
motos?
Les sirvió a cada uno otra porción de pizza y llevó la caja a la sala
de estar.
—Podría decir lo mismo de que diseñas ropa.
—Lo digo en serio. Eso es enorme. Quiero decir que diseño ropa
en la intimidad de mi comedor. Nadie lo sabe excepto Gemma y Dixie.
Pero, ¿motos? Eso es enorme.
—Es solo un pasatiempo. Lo hago en el garaje de mi casa.
—¿Qué te impide hacerlo como algo más que un pasatiempo?
—Necesito tiempo para invertir en el proceso para hacerlo bien, y
no puedo alejarme de los negocios de mi familia.
—Pero diseñar y construir motos, no es algo que pueda hacer
cualquiera. Estoy segura de que entenderían que quisieras abrirte
camino por tu cuenta. Bones es médico, y Bullet ingresó en el ejército.
Se aclaró la garganta para intentar superar la incomodidad que le
producía esta conversación.
—Tengo una oferta de Silver-Stone Cycles para trabajar con ellos
a tiempo parcial diseñando motos.
—¿Silver-Stone Cycles? Son tan grandes como Harley-Davidson.
Eso sería increíble.
Increíble, era cierto, pero la tierra tendría que cambiar para que
esa quimera se hiciera realidad.
—¿Vas a aceptarlo?
La emoción en su voz le hizo querer decir que sí, pero aún no
estaba allí.
—Hay mucho que considerar. —No quería desviarse con una larga
conversación sobre su dilema en este momento, así que trató de desviar
el foco de atención—. ¿Cómo sabes sobre Silver-Stone Cycles?
Ella movió los hombros burlonamente.
—Una chica tiene que hacer algo en las noches de los fines de
semana cuando pretende vivir una vida chabacana de ligues con
moteros calientes. Veo Chop Shop y Sons of Anarchy, y...
Se rio.
—Creo que te has vuelto diez veces más sexy.
—Todo en nombre de la investigación. Me encantan los tatuajes,
las barbas desaliñadas y el cuero. Mm, el cuero. ¿Y verte en tu moto?
Ese es el mejor juego previo de la historia.
—Lo recordaré —dijo mientras se sentaban en el sofá—. Y
recordaré no llevarte al bar cuando los chicos estén allí.
—Eres el único chico motero que quiero. Empecé a mirar porque
necesitaba aprender la jerga, pero el atractivo visual no está mal. —Dijo
"atractivo visual" con un tono burlón.
Puso sus platos en la mesa de café y le hizo cosquillas en las
costillas, haciéndola chillar de risa.
—No más atractivos visuales.
—No te pertenezco —dijo ella entre risas—. Atractivo visual,
atractivo visual, atractivo visual.
Volvió a hacerle cosquillas y ella chilló más fuerte.
—De acuerdo, de acuerdo, de acuerdo —jadeó ella—. No más
atractivos visuales.
Su boca bajó sobre sus labios risueños, tomándola en un largo y
sensual beso que convirtió esas dulces risas en lujuriosos gemidos.
Harley se subió a la pierna de Bear y él se apartó de mala gana
para tomarla y besar su pequeña nariz rosada.
—Hola, pequeña CB.
—¡No la vas a llamar así! —Crystal tomó a Harley.
Él sostuvo a la gatita más lejos. Crystal se inclinó sobre su regazo
intentando agarrarla, y él le pasó un brazo por la cintura y le besó el
cuello.
—Ahora, eso está mejor. —Besó un camino a lo largo de su
hombro—. Mm-mm. Dulce como el azúcar.
Ella se rio.
—Y tú eres perverso como una especia cajún.
—Nena, aún no has visto la maldad. —Movió las cejas, abrazando
al gatito—. Estoy superado en números por hembras. Debería haberte
comprado un gato.
—Tengo uno que se llama Bear.
Lo golpeó con el hombro y tomó su pizza.
—Ya no soy un gato.
No se arrepentía de sus experiencias pasadas, pero necesitaba
que ella supiera que era la única mujer que quería.
Metió los pies debajo de ella. La falda se subió por los muslos y su
mirada la siguió.
—Sigues siendo un gato, aunque yo sea tu única presa. Apuesto a
que los chicos de tu gran club de moteros te reñirían por estar con una
sola mujer.
—No es así como funciona, nena.
—¿Entonces cómo funciona?
—Depende de con quién hables, y no son solo tipos del club. Son
tipos normales. Algunos son solteros; otros tienen novias o familias. Los
chicos son diferentes. Algunos solo se acuestan por ahí, y otros tratan
de ser dueños, o poseer a sus mujeres, mientras que otros...
—Suena como mi chico —murmuró ella.
—No, no es así. Puede que sea posesivo y protector contigo, pero
no creo que sea tu dueño.
—¿Entonces no me venderás al mejor postor?
—Su sonrisa le dijo que estaba bromeando.
—No, a menos que te comportes mal.
Puso a Harley en su regazo. Ella los conocía a él y a sus
hermanos desde hacía tiempo para entender que su club estaba
formado por personas que compartían el interés por las motos y la
cultura motera, a diferencia de una banda de moteros, que suelen ser
conocidos por participar en actividades ilegales.
—No hay ninguna diferencia entre salir conmigo y salir con un
tipo que no esté en un club de moteros, excepto que yo soy más guapo,
más rudo, más inteligente y un millón de veces más ardiente en la
cama.
Se rio.
—Eres una mujer fuerte, Crystal, y me imagino que no te van a
gustar algunas cosas de cómo funciona el club.
Eso hizo que los ojos se volvieran serios.
—Dixie me dijo que no se le permite ser miembro, así que no me
vas a sorprender con lo de que no se permiten mujeres.
El alivio lo invadió. Gracias, Dix.
Sé que suena machista, pero respeto las razones que hay detrás
de lo que empezó como una tradición y perdura como hermandad entre
los miembros. Piensa en ello como un club de chicos. Una vez que
añades mujeres a la mezcla, comienzan los romances entre los
miembros, se producen rupturas y la hermandad se divide.
—Me encanta esa hermandad. La forma en que tú y tus
hermanos están ahí para Tru, Gemma y los niños es increíble. ¿Y lo que
hiciste por ese niño la otra noche? De eso están hechos los verdaderos
héroes.
—No, cariño. De eso debería estar hecha la humanidad. —Estaba
encantado de que, después de todos estos meses, ella finalmente
admitiera sus sentimientos hacia él en lugar de repartir comentarios
sarcásticos—. Mi padre nos enseñó bien en ese sentido. Solo me
gustaría que hubiera más equidad en lo que respecta a Dixie.
—¿Dónde encaja Dixie? No parece importarle la mentalidad de
club de chicos de los Caballeros Oscuros, o al menos no deja ver que lo
hace.
—Desgraciadamente, Dixie está atrapada en el lugar de “princesa”
en la cabeza de la vieja escuela de nuestro padre.
Crystal se rio.
—¿Princesa? Tu hermana no es una princesa. Es la mujer más
dura que he conocido en mi vida. No acepta mierda de nadie.
—No me refiero a “princesa” como si se creyera una princesa. Es
la hija del presidente del club. Ella es casi oro. Nadie se mete con la
familia del presidente. Especialmente con las mujeres. Y mi padre la
adora, pero es tan anticuado que la retiene. Trabaja tan duro como mis
hermanos y yo, pero no tiene voz en ninguna de las decisiones
empresariales más importantes. Respeto a mi padre, pero eso no
significa que esté de acuerdo con todo lo que hace.
—Pero ella dirige su tienda y trabaja en el bar. ¿Cómo es que está
retenida? Le encanta trabajar allí.
—Ha hecho grandes cosas por nuestra tienda porque la puse en
ese puesto en contra de los deseos de mi padre. Le di una oportunidad y
demostró su valía. Pero su talento se desperdicia trabajando en la
tienda y siendo camarera en el bar. Si alguna vez hubo una persona que
debería dirigir un negocio, es Dix. Si la dejara hacerse cargo de la
expansión, podría hacer grandes cosas. Pedirme que lo haga con Dixie
ayudando entre bastidores es un desaire para ella.
Sus ojos se llenaron de desafío.
—Entonces, ¿qué va a hacer al respecto, señor “haré que me
quieras” Whisky?
—No funciona así. Se trata de respeto, nena, y yo respeto
muchísimo a mi padre.
—¿Y qué pasa con Dixie?
Ahí está el problema. ¿Qué pasa con Dixie?

Crystal vio cómo se levantaban las paredes de Bear en cuanto


empezó a hablar de su familia. Conocía bien a sus hermanos y a Dixie,
pero a sus padres solo los conocía de pasada. Estaba un poco
preocupada ahora que conocía los verdaderos sentimientos de su padre
sobre el lugar de una mujer en el mundo. No era precisamente buena
para morderse la lengua.
—Salgamos de aquí.
Se puso en pie y llevó la caja de pizza y su plato a la cocina para
envolver las sobras. Bear la siguió.
—¿Adónde, preciosa?
Ella le rodeó la cintura con los brazos y dijo:
—Whispers.
Whispers era uno de los locales nocturnos más concurridos de
Peaceful Harbor. Habían estado lidiando con emociones tan pesadas los
últimos días, que ella esperaba que Whispers fuera justo la distracción
que necesitaban para relajarse por un rato.
Él gimió, besó la cabeza de la gatita y la dejó junto a su plato de
comida.
—¿Qué tal si vamos a Whiskey Bro's en su lugar?
—Si vamos a Whiskey's, te quedarás en ese lugar de tu cabeza
que tiene tu cara tensa. —Ella deslizó un dedo en la cintura de sus
jeans—. Quiero bailar en tus brazos sin pensar en nada más que en ti.
Y tal vez esa increíble sensación que me diste antes.
Sus ojos se oscurecieron y le agarró el trasero.
Ella guio sus manos hasta la cintura.
—Llévame a bailar, motero.
—No te vas a sentar en mi moto con esa falda a menos que
quieras presenciar cómo mato a todos los hombres que miren.
—¿En serio? Todas mis cosas estarán apretadas contra ti. Nadie
puede ver nada. Pero me cambiaré para calmar tus celos. Dame un
segundo.
Se dirigió a su dormitorio, sintiendo el calor de su mirada en su
espalda y amándolo. Se puso unos pantalones cortos de cuero negro
que sabía que a él le encantarían y se tomó un minuto más para
arreglarse el pelo y el maquillaje y cepillarse los dientes.
Entró en la sala de estar esperando una mirada hambrienta en
sus ojos, pero nada podría haberla preparado para los traviesos
pensamientos que pasaron por su mente cuando lo encontró de pie, de
espaldas a ella. Sus jeans oscuros se ceñían a sus poderosas caderas y
se extendían por los musculosos isquiotibiales. Se había metido la
camisa dentro, lo que acentuaba sus anchos hombros y su cintura. Se
humedeció los labios mientras se acercaba y rodeó su cintura con los
brazos, amando la forma en que era capaz de abrazar esas sensaciones.
Él se giró, con una sonrisa pecaminosa en los labios, y la mente
de ella se fue directamente a la cuneta, recorriendo un laberinto de
bailes en el colchón. Su anterior sesión de besos había abierto una
especie de vórtice a su zorra interior. Las imágenes de Bear en su cama
volaron por su mente a una velocidad vertiginosa. Tragó con fuerza.
Todavía no estaba preparada para eso. ¿Lo estaba?
Quería estarlo.
Se obligó a dar un paso atrás y a controlar sus hormonas
desbocadas. Señalando sus pantalones cortos, dijo:
—¿Mejor?
—Jesús, nena. Eres lo más sexy que he visto nunca.
Se inclinó para darle otro beso.
—Baile —dijo ella, un poco aturdida, y le entregó las llaves—.
¿Bolsillo?
Él se rio y se guardó las llaves mientras se dirigían a la puerta.
El viento azotaba los muslos de Crystal y los abdominales de Bear
se flexionaban bajo sus manos mientras bajaban hacia Whispers. Se
sentía liberada, como si se hubieran cortado muchas de las ataduras
que la unían a su pasado. Si tan solo pudiera descubrir cómo manejar
la única atadura que se volvía más tensa cuanto más tiempo se
aferraba a su secreto.
Cuéntale a Gemma.
Capítulo 9
Hacía mucho tiempo que Bear no estaba en un club nocturno de
moda como Whisper’s, donde la tensión sexual corría tan libremente
como la cerveza por un grifo. Apretó su agarre sobre Crystal, buscando
la cara de cada hombre mientras se movía entre la multitud y
preguntándose si sería el hijo de puta que la había atacado. Sabía que
tenía que dejarlo pasar, pero podía estar en cualquier parte. ¿Cómo lo
superaría si luchaba contra el impulso de encontrar al cabrón y matarlo
a cada minuto?
Los dedos de ella se clavaron en su costado, devolviéndolo al
momento.
Las mujeres que llevaban demasiado maquillaje se desplazaban
contra los hombres cargados de testosterona, chocando y moliendo,
manoseando y besando con la boca abierta. Crystal se zafó de su abrazo
y se volvió hacia él. Tomando su mano, caminó hacia atrás,
arrastrándolo hacia la multitud con una mirada depredadora que
podría poner duro a un hombre impotente. Sus hombros se
balanceaban al ritmo de la música mientras el mar de gente se abría
para ella, haciendo que Bear se preguntara si frecuentaba el club con
regularidad. Los celos le subieron por la columna vertebral. Estaba muy
sexy con esos pantalones cortos tan ajustados, que casi le habían hecho
poner crema en sus pantalones, y la idea de que bailara con cualquier
otro tipo le hacía hervir la sangre.
Se detuvo en el centro de la pista de baile, con las luces púrpuras
empañando su hermoso rostro mientras lo acercaba. Muslo con muslo,
pecho con barbilla, se movía con la fluidez de una serpiente y la
sensualidad de una pantera en celo. Sus manos se deslizaron por
debajo de su chaleco, subiendo por su pecho y luego por encima de su
cabeza en una sensual danza. Sus largos y gráciles dedos se flexionaron
con el ritmo mientras sus caderas se mecían contra él. El calor se
deslizó por su torso, haciendo que el animal de sus pantalones saliera a
la luz.
Santo infierno. Recorrió la multitud y vio a varios tipos observando
su espectáculo erótico, y los fulminó con la mirada.
Bear no era un bailarín, y su metro noventa, con su chaleco de
cuero y sus tatuajes, lo hacía destacar entre la multitud lujosa. No se
dejaría superar por un imbécil con camisa de botones. Centrándose en
Crystal, siguió su ritmo. Sus manos se movieron posesivamente
alrededor de ella, atraídas por su seductora danza. Ella se movió,
acercando el muslo de él a sus piernas, aumentando la tensión sexual
que había estado hirviendo entre ellos toda la noche. Le rodeó el cuello
con los brazos y él bajó la boca hasta la suya, entregándose en el beso,
devorando su dulzura.
Bailaron al ritmo de cada canción, besándose y manoseándose,
alejando el estrés de sus confesiones. Un telón de fondo oscuro para
sus deseos, que tocaban con un ritmo propio. El tiempo transcurrió
entre besos profundos y sensuales, y el calor opresivo hizo que su baile
sucio fuera aún más libidinoso. La hizo girar entre sus brazos, rozando
su trasero, sus manos bajando por sus costillas, sobre sus caderas y
descansando sobre su vientre mientras le besaba el cuello. Su piel era
resbaladiza, salada. Deliciosa. Ella se apretó contra su erección, con las
manos agarrando la parte posterior de sus muslos. Volvió la cara,
capturando su boca con la suya por encima del hombro y haciéndolo
perder la cabeza. La hizo girar en sus brazos, aplastando su suave
cuerpo contra su dura estructura.
Se perdió en su elevado estado de excitación. Enterró su mano en
el cabello de ella, ahuecando la base de su cráneo y acercando su boca
para poder intensificar sus besos. En algún lugar bajo la lujuria, bajo la
avidez que empujaba sus caderas más fuerte contra ella, empujando su
lengua más profundamente, llegó una nebulosa advertencia.
Se echó hacia atrás, prestando atención a la precaución que
necesitaba recordar. Los ojos oscuros de ella lo tenían cautivo, llenos de
decepción y transformándose rápidamente en una mirada de feroz
determinación. La música se enfocó, y reconoció el provocativo ritmo de
"Way Down We Go" de Kaleo. Los ritmos sensuales subían lentamente,
aumentando hasta alcanzar crescendos explosivos, y luego bajaban
hasta alcanzar vibraciones provocativas antes de volver a escalar hasta
un dominante estruendo de electricidad.
Crystal guio sus manos con más fuerza alrededor de su cintura,
frotando su magnífico cuerpo contra él y causando estragos en su
control.
Ella dijo:
—No me sueltes —y se arqueó hacia atrás, con los brazos cayendo
sin fuerza a los lados y los hombros balanceándose como ramas en el
viento. Si él la soltaba, se caería, y él sabía que era otra muestra de
confianza.

Crystal se entregó a la adrenalina que corría por sus venas, al


deseo que crecía en su interior. La mirada penetrante de Bear calentaba
cada centímetro entre su cara y la unión de sus cuerpos, donde sus
fuertes manos la mantenían anclada contra él. Había lanzado miradas
tan amenazadoras a los otros hombres de la pista de baile que ella se
preguntó si se relajaría lo suficiente como para bailar, pero su intento
de atraer toda su atención había funcionado.
Había empezado a dejarse llevar por la música cuando estaba sola
por la noche en su apartamento después de volver a Peaceful Harbor.
Las noches en las que estaba tan inquieta que nada acallaba sus
fantasmas. Había venido a Whispers unas cuantas veces con Gemma
antes de que ésta y Tru se juntaran, pero nunca había bailado así con
un hombre. Ahora, cuando partes de sí misma que creía haber perdido
hace tiempo volvían a la vida, necesitaba esta liberación oscura y
erótica. Era un paso más para encontrarse a sí misma, para confiar en
sí misma. Y estaba segura de explorar ese reino con Bear.
Ella se agarró a su chaleco de cuero, sintiendo su poder en la
presión de sus manos sobre su espalda, empapándose de su fuerza
mientras se incorporaba. Guiados por la seducción auditiva, sus
cuerpos se unieron como si el sol se fundiera en el horizonte. La música
se desvaneció hasta convertirse en un susurro, el ritmo casi silencioso
que latía bajo su piel. Los ojos de Bear ardían de deseo.
—Bésame otra vez.
Atrajo su boca hacia la suya, anticipando el dominante estruendo
del coro.
La besó con la fuerza de un trueno. Ella correspondió a sus
esfuerzos con fervor, su cuerpo vibró en recuerdo de lo que habían
hecho antes. Sus manos bajaron por los bíceps de él, sintiendo las
crestas de sus músculos mientras él la apretaba.
Cuando la canción terminó y sus bocas se separaron, ella dijo:
—Quiero seguir besándote.
Su confesión llegó sin proponérselo, pero era tan cierta como
podía serlo.
—Aquí no. —Su voz ronca la emocionó.
Su brazo rodeó su cintura, sujetándola con tanta fuerza que ella
pensó que le gustaría abrir su piel y meterla dentro. Se abrió paso entre
la multitud, directamente hacia las puertas. El aire frío corrió sobre su
piel acalorada, poniendo la piel de gallina. Cuando salieron de la cúpula
de luz que proyectaba el club, Bear la atrajo contra él, dándole un beso
tras otro. Tropezaron y se abrieron paso besándose por la acera.
—¿Dónde aprendiste a bailar así? —preguntó.
—Aprendí sola. Necesitaba una forma de desestresarme. Sólo
bésame.
Y lo hizo. Urgente y rudo, luego lento y profundo, en un ritmo
embriagador que la hacía desear, y desear, y desear. Sus manos estaban
por todas partes a la vez, y cuando llegaron a su motocicleta, ambos se
detuvieron y la miraron fijamente. Subir a la moto significaba dejar de
besarse. Ella quería seguir besándolo. Miró a Bear y supo, por su
mueca, que él estaba luchando con el mismo dilema.
Acercó sus labios a los de ella en un beso tan dulce que sus
entrañas se derritieron.
—También amo esos besos.
—Dulzura, tengo meses de besos con tu nombre.
La abrazó, besándola hasta que se mareó.
Le agarró el chaleco.
—Tienes que parar.
Lo hizo. Inmediatamente.
Se golpeó la frente contra su pecho, odiando que tuviera un
pasado que interfiriera en cualquier nivel, pero especialmente en este.
—¿Tienes que ser tan bueno escuchando?
—Claro que sí.
Le levantó la barbilla y la miró a los ojos con expresión seria.
—Me encanta que seas cuidadoso, y quiero que lo seas. Pero me
refería a que necesitaba que te detuvieras porque estaba tan atrapada
en ti que mis rodillas se estaban debilitando.
Sus labios se curvaron en señal de agradecimiento.
—¿Sí?
—Sí. Y odio que la sensualidad de lo que quería decir se pierda en
la preocupación de lo que crees que necesito. No sé cómo enviar las
señales correctas. Pero lo descubriré.
—Confía en mí, nena. Estás enviando todas las señales correctas.
Un grupo de chicos salió de un auto situado a unas cuantas
plazas de aparcamiento, y Bear la acercó.
—Vamos, volvamos a tu casa, donde no tengo que ver a otros
hombres mirando de reojo a mi mujer.
—Para un hombre que dice que sabe que no es mi dueño, eso es
algo muy de propietario.
La ayudó a subir a la motocicleta, ignorando su burla.
—¿Qué tan rápido puedes llevarnos con seguridad a mi casa?
—Menos de diez minutos. ¿Por qué?
—¡Porque quiero besarte!
Ella tiró de él para que le diera otro beso, y él se sentó a
horcajadas en la moto, de cara a ella, y procedió a besarla hasta que
cada centímetro de su cuerpo quedó casi entumecido. Cuando él se
inclinó para darle otro, ella le plantó la palma de la mano en el centro
del pecho y sacudió la cabeza.
—Un beso más como ese y me caigo de la moto.
—Nada de besos, entonces, pero hay una enorme bestia vibradora
debajo de ti. —Le guiñó un ojo y le dio un último beso—. Agárrate
fuerte, dulce niña.
Después de ponerse los cascos y resituarse, Bear metió la mano
por detrás y la arrastró hacia delante, como había hecho la otra noche.
El motor rugió y sus partes femeninas se pusieron en marcha. Lo rodeó
con sus brazos, sintiendo la cintura de sus jeans bajo sus dedos
mientras él salía del aparcamiento. Su mente seguía pensando en sus
besos y su cuerpo estaba completamente absorto en la vibración que se
producía abajo. Se preguntaba si a él también le afectaba, y cuanto más
tiempo pasaban, más curiosidad sentía. Cuando él entró en el
aparcamiento de su complejo de apartamentos, ella dejó que su mano
se dirigiera hacia el sur, hacia la cremallera de él. El gran bulto de tela
vaquera estaba caliente. Muy caliente. Miró por el espejo y pudo ver que
él sonreía.
Él aparcó, y cuando ella movió la mano, él puso la suya sobre
ella, apretando ligeramente para que ella pudiera sentirlo todo. Ella
enterró la cara en su espalda, como un niño al que han atrapado con
un petardo y no había pensado en las repercusiones de ser descubierto.
Lo sintió crecer bajo su palma y su pulso se aceleró, pero no intentó
apartarse. Le gustaba este descenso silencioso a la travesura. Sintió que
los dedos de él se entrelazaban con los suyos y él retiró su mano de
entre sus piernas. Se quitó el casco y se volvió hacia ella con una
sonrisa lobuna. Durante un rato no hablaron; ella ni siquiera estaba
segura de haber respirado.
Le quitó el casco, porque estaba congelada y rígida por haber sido
atrapada tocándolo y le dijo:
—¿Quieres resolver alguna otra curiosidad?
—Um. —Sí, por favor—. ¿Te hago una lista?
Se bajó de la moto y colgó los cascos. Luego la recolocó para que
se sentara de lado en el asiento. Se colocó entre sus piernas y tiró de
ella hacia delante. Sólo la posición hizo que su corazón se acelerara de
la mejor manera. Acunó su rostro entre las manos, acercando sus
bocas hasta que ella se preparó para un beso. Un beso ardiente. Sus
labios se separaron y ella se sintió mareada por la anticipación, pero él
se limitó a mantenerla allí, mirándola a los ojos como si esperara que
dijera algo. No estaba segura de qué, porque lo único que quería era
volver a pegar su boca a la de él.
—¿Te pongo nerviosa? ¿Parado así? —preguntó apenas por
encima de un susurro.
—Sólo porque estoy esperando que me beses y no lo haces.
Eso se ganó otra sonrisa pecaminosa.
—Oh, voy a besarte, nena. Voy a besarte hasta que no puedas
recordar que me lo pediste. Y luego voy a seguir besándote, hasta que
estés tan excitada y molesta que no puedas pensar con claridad.
Lo único que podía hacer era mirarlo fijamente, imaginando esos
besos.
—Pero primero voy a pasar otro minuto de pie aquí. Sin besarte.
—¿Porque te gusta torturarme?
—No, dulzura. Porque esa curiosidad que sientes es jodidamente
sexy, y quiero que seas aún más curiosa.
Él se humedeció los labios, y ella salivó al ver el rastro que dejó.
—Está funcionando —admitió—. Soy súper curiosa.
Lo que pareció una hora más tarde, pero que en realidad fue
probablemente un minuto, ella se levantó de la motocicleta, tratando de
acercarse, y él la levantó con un brazo alrededor de la cintura y
comenzó a caminar hacia el apartamento.
—Bájame —dijo ella, riendo.
Él aflojó su agarre y ella se deslizó por su cuerpo, con los dedos
de los pies tocando el suelo. Él volvió a tirar de ella hacia arriba. Se
rieron y se besaron durante todo el camino hasta el rellano, donde él la
tomó en brazos y la apoyó contra la puerta, besándola tan
profundamente que ella lo sintió todo. Ella le agarró el bolsillo,
buscando las llaves y deseando desesperadamente sentir el duro calor
entre sus piernas. Él se apartó lo suficiente para sacar las llaves y abrir
la puerta. Entraron a trompicones en el apartamento y él cerró la
puerta de una patada. Ella fue vagamente consciente del sonido de las
llaves golpeando el suelo mientras caían en el sofá.
Él se apartó de ella, y echó de menos al instante su peso. Lo
acercó y él inclinó sus caderas para que estuvieran acostados uno al
lado del otro, con la rodilla de ella entre las suyas y el muslo de él sobre
el de ella.
—¿Está bien? —preguntó entre besos.
—Mejor que bien —jadeó, tirando de él para darle otro beso.
Se besaron durante mucho tiempo. Los lentos y cariñosos roces
de sus lenguas se convirtieron en una danza de dominación, y luego
volvieron a ser dulces y tiernos. Era suficiente para volverla loca. Ella
tiró de su camisa y él le sujetó suavemente la mano.
—Dime, cariño.
—Quiero sentir tu piel.
Se encogió de hombros, dejó el chaleco sobre la mesa de café y
comenzó a quitarse la camisa.
—¿Fuera? —preguntó.
Oh, cómo le gustaba que se lo preguntara. Y cómo lo odiaba. Le
dio tiempo para detenerse, para pensar, y negó con la cabeza.
—Sólo desabrochada por ahora.
La expresión más cálida recorrió su rostro. Se levantó la camisa
alrededor de la cintura y guio su mano por debajo del suave algodón.
Aquel primer contacto probablemente no debería ser diferente de tocar
su brazo o su mejilla, pero no había nada familiar en explorar esta parte
de su cuerpo sin la cobertura de la tela. Su piel era más suave que la de
sus mejillas, brazos o manos. Más cálida. Los músculos que había
debajo eran tentadoramente duros. Subió la mano por la espalda de él,
sintió que los músculos se agolpaban y aplastó la palma de la mano
entre los omóplatos. Sus dedos recorrieron los profundos surcos de su
piel, áspera y desigual en algunas partes y resbaladiza y suave en otras.
—Cicatrices —dijo en voz baja.
Ella había oído historias sobre cómo había conseguido su apodo.
—¿Entonces es verdad? ¿Tru dijo que obtuviste tu apodo porque
luchaste con un oso negro?
—Sí, pero no quiero hablar de eso ahora.
Ella sabía una o dos cosas sobre no querer hablar de ciertos
recuerdos, y lo dejó pasar.
Bajó la boca junto a su oreja y le susurró:
—Soy tuyo, cariño. Sin presión, sin expectativas. Me tocas cuando
quieres tocarme. Tienes el control total. Quiero que te acostumbres a
estar cerca de mí sin pensar que tiene que ser algo sexual.
—¿Y si quiero que sea sexual? —preguntó suavemente.
Le mordió el labio inferior.
—No hay nada malo en querer tocar a alguien que te atrae.
Seremos tan sexuales como tú quieras.
—Bésame, Bear.
Sonrió.
—Te gusta besarme.
—Es como un tentempié, que me ayuda a mantenerme hasta que
esté lista para más.
—Bocadillo, nena. Bocadillo.
Sus besos la consumían. Sus manos se movían por sus caderas,
bajaban por sus muslos y volvían a subir. Sus dedos se deslizaban por
el dobladillo de sus pantalones cortos con un ritmo hipnotizante. Las
caderas de ella siguieron el ritmo, y las de él lo acompañaron. Mientras
se besaban, sus cuerpos se movían el uno contra el otro, el pecho de él
bajó sobre ella y ella se relajó sobre su espalda. Él mantenía su cuerpo
medio alejado de ella, medio encima. Cuando la mano de él tocó su
cintura, se apartó del beso, pidiéndole permiso en silencio. Ella movió
su mano por debajo de la camisa, sosteniendo su mirada.
Levantó su pecho del de ella, bajando la cabeza para besar su
vientre. Un escalofrío de placer le subió por el pecho. Siguió besando,
acariciando su vientre y sus costillas, subiendo, acariciando sus
pechos, frenando lo suficiente para obtener su aprobación visual antes
de desabrocharle el sujetador y desplazar las copas hacia un lado.
Le dio un beso en un pezón y volvió a mirar a los ojos de ella.
—Si quieres que pare, sólo tienes que decirlo. Tú tienes el control
de todo lo que hacemos.
—¿Puedes quitarte la camisa? Quiero sentir tu piel en la mía.
Mientras él se la quitaba y la tiraba al suelo, ella se quitó el
sujetador, dejándose la camiseta puesta. Un truco que había aprendido
en el vestuario de la escuela secundaria, cuando era demasiado
modesta para cambiarse delante de todos. Sus manos bajaron a los
hombros de él, que ahora se sentían más grandes y fuertes que
vestidos.
—Sigue tocándome —dijo ella, ganándose una risita baja
mientras él volvía a bajar la cabeza, provocándola y convirtiéndola en
un lío retorcido y necesitado.
Desplazó su cuerpo entre las piernas de ella, palmeando sus
pechos con ambas manos y besando el centro de su vientre. Ella cerró
los ojos, dejándose llevar por los placeres que la recorrían. La lengua de
él se movía alrededor de su ombligo, sumergiéndose en él, y luego
dando vueltas y más vueltas. La arrastró a lo largo de su cintura y sus
caderas se levantaron de los cojines. Volvió a besar entre sus pechos,
hasta la punta de cada uno, donde se detuvo lo suficiente como para
arrancarle varios gemidos.
Cuando su boca descendió sobre la de ella, se contoneó y se
retorció bajo él. Él estaba siendo cuidadoso. Ella sintió que sus dedos
se enroscaban alrededor de su cadera. Ella se movió para que sus
piernas no quedaran atrapadas y desenganchó el cierre de sus
pantalones.
—Nena —susurró.
—Quiero que me toques.
Esperó por el miedo o la vergüenza, o algo que la detuviera, pero
estaba tan envuelta en Bear que no había espacio para nada más. Lo
había deseado durante mucho tiempo, y su cuerpo le estaba dando luz
verde. Ya no había nada que la retuviera, y quería deleitarse con él,
experimentar lo que había estado soñando sin remordimientos y sin que
su pasado colgara como una soga alrededor de su cuello.
La besó cariñosamente mientras su mano se desplazaba por su
vientre y se deslizaba por debajo de las bragas. Sus entrañas se
contrajeron y se calentaron a la vez cuando los gruesos dedos de él
ahuecaron su sexo, como si estuviera esperando de nuevo una última
señal de aprobación. Ella inclinó las caderas, de modo que las puntas
de los dedos de él tocaron su humedad, y cuando él los sumergió entre
sus piernas, gimió. El sonido lleno de placer vibró por su garganta y
envolvió su corazón. Sin interrumpir el beso, ella se sacó los
pantaloncillos y se los quitó de una patada, dejándose las bragas
puestas. Los gruesos dedos de él se movieron entre sus resbaladizos
labios, haciéndola temblar de necesidad.
—Bear —suplicó finalmente, con los ojos cerrados—. Por favor,
toca más de mí.
—Mírame, cariño. Necesito saber que estás bien.
Ella abrió los ojos y él le sostuvo la mirada mientras deslizaba sus
dedos dentro de ella. El calor de su mirada, la picardía de mirarlo a los
ojos mientras la complacía, hizo que lo que estaban haciendo fuera
mucho más excitante. Los ojos de ella se agitaron cuando él se movió
sobre el punto mágico que le provocó descargas de calor.
—¿Sigues conmigo, cariño?
Ella abrió más las piernas en respuesta, y él bajó su boca a la
suya, besándola mientras acariciaba su entrepierna. Utilizó su pulgar
en sus nervios más sensibles, enviando descargas de calor que subían
por su torso. El hormigueo comenzó en sus muslos, subiendo por su
cuerpo y bajando por sus extremidades, doblando los dedos de sus pies.
Su respiración se volvió superficial y su cabeza se inclinó hacia atrás.
Incluso con los párpados cerrados, sintió la mirada de él clavada en
ella, aumentando la emoción de todo aquello. Sus vellos le rozaron la
mejilla, otra sensación centelleante.
—Soy tuyo, cariño —dijo con voz áspera—. Suéltate por mí.
Luego su boca estaba en su cuello, y sus dedos se movían más
rápido, su pulgar presionaba más fuerte, y su excitación se mecía
contra su muslo. Cuando llevó su boca a su pecho, la primera succión
tentadora hizo que su clímax se desplomara sobre ella.
—¡Bear, Bear, Bear! —Una avalancha de placer la atravesó. Apretó
los muslos, atrapando su mano—. Bésame, bésame, bésame.
Y lo hizo. Besos profundos y apasionados que no cesaron,
llevándola hasta el último pulso de su orgasmo, y luego la besó un poco
más.

Inundado de emociones demasiado grandes para salir de ellas,


Bear se concentró en la valiente y hermosa mujer que adoraba y que
yacía en sus brazos. Sostuvo a Crystal durante las estremecedoras
réplicas de su clímax, durante sus dichosas exhalaciones, hasta que
empezó a dormirse. Le dio un beso en la sien, con un te amo en la
punta de la lengua.
—Quédate —susurró ella, acurrucándose más y metiendo su
pierna entre las de él.
No necesitó pedirlo dos veces.
Capítulo 10
Cuando la niebla del sueño se disipó, Bear se dio cuenta de que
estaba solo en el sofá de Crystal, salvo por un gatito que ronroneaba
muy fuerte acurrucado en su pecho. Abrió los ojos y Harley levantó la
cabeza y se impulsó con sus patas, clavando sus garras en su pecho
mientras se estiraba. Se deslizó por su vientre, atravesando su pierna,
hasta el otro lado del sofá, donde se acurrucó y cerró los ojos.
—No hay nada como un poco de arañazos por la mañana.
Se limpió un punto de sangre en el pectoral y se volvió hacia
Crystal, que estaba sentada en el viejo arcón que usaba como mesa de
centro, con su camiseta. Tenía una mirada seria, y sus preciosas
piernas estaban cruzadas, con los pies cubiertos por unos calcetines
rosas peludos. Estaba inclinada hacia delante, con el codo apoyado en
la rodilla y la barbilla apoyada en la palma de la mano, observándolo
mientras se metía gominolas en la boca. Le preocupaba que Crystal se
despertara sintiéndose diferente a la noche anterior. Estaba preparado
para lo peor.
—Hola —dijo, metiendo otro caramelo en la boca.
—Hola, nena. ¿Estás bien?
Se incorporó hasta quedar sentado, estirando los brazos a los
lados. Le encantó la mirada lujuriosa que apareció en sus ojos cuando
colocó una pierna a cada lado de ella.
—Mm-hm. —Sus ojos se movieron a lo largo de cada uno de sus
brazos, bajando por su pecho desnudo, hasta el bulto en sus
pantalones—. ¿El pequeño Bear nunca hiberna?
Se rio.
—En primer lugar, no hay nada pequeño en ninguna parte de mí.
En segundo lugar, necesita sustento antes de poder hibernar, y ha sido
un invierno largo y frío.
—Hm. —Pareció pensar en eso durante un minuto—. Lo siento.
He sido un poco egoísta en el departamento de orgasmos, ¿eh?
—En absoluto. No te preocupes por esas cosas.
Me tendió un puñado de gominolas.
—No, gracias, dulzura. Me gusta que mis mañanas comiencen
con un líquido caliente y oscuro.
—Qué vergüenza. —Se metió otro en la boca—. Pensé que
querrías empezar con una hembra caliente y oscura a la que le gusté el
sabor del caramelo por la mañana.
Se los arrebató de la mano y los masticó, ganándose una sonrisa
juguetona.
—Aprendes rápido. —Ella se levantó y él vio un par de bragas
rosas antes de que su camisa bajara hasta la mitad de sus muslos. Sus
pezones se clavaron en el suave algodón mientras ella se subía a su
regazo, con su cabello oscuro revoloteando alrededor de sus rostros—.
¿Esto es demasiado injusto?
Apretó los dientes contra el dolor palpitante detrás de su
cremallera.
—Lo único injusto en ti es que tus labios están demasiado lejos
de los míos. —Inhaló los aromas de caramelo y felicidad, enterró las
manos en su cabello y la atrajo para darle un dulce y azucarado beso de
buenos días—. Mm, cariño. Después de todo, me gusta el sabor de las
gominolas por la mañana.
Le sonrió y le pasó los dedos por la barba.
—¿Cuánto tiempo llevas viéndome dormir?
Podría sentarse así todo el día, con Crystal mirándolo como si
nunca quisiera que se fuera y tocándolo como si realmente creyera que
es suyo.
—Me desperté demasiado excitada para dormir hace unas dos
horas y media, y puede que te haya observado durante unos minutos.
—Entonces, estás de acuerdo con esto. ¿Con nosotros?
—¿Después de ocho meses de estar en una relación sin sexo ni
besos ni nada? Creo que has dado en el clavo, motero. No tengo pánico,
y eso me dice que ya estoy ahí. —Se puso la mano sobre el corazón—.
Sólo necesitaba darme permiso y superar el miedo de entrar en pánico.
La preocupación genera ansiedad, al menos eso dice David. Así que, sí.
Estoy bien con nosotros.
La acercó más.
—Cariño, eso me hace tan feliz.
—Me gustó despertarme en tus brazos. Y me gustó especialmente
que me abrazaras de verdad mientras dormías.
—¿A diferencia de pretender abrazarte? —se burló.
—Cada vez que me movía, me abrazabas más fuerte. Se sentía
bien. Segura. —Apoyó su mano en la mejilla de él y presionó sus labios
contra los de él—. También me sentí sexy. Intenté volver a dormir, pero
el pequeño Bear seguía frotándose contra mí, y mi cueva se volvió
demasiado acogedora, así que me levanté y trabajé en los disfraces.
No pudo reprimir su sonrisa. Saber que ella lo había deseado
mientras dormía le infló el pecho.
—¿Tu cueva?
Se agarró a sus caderas, queriendo explorar esa cueva. Con su
boca.
Ella bajó y le besó la mejilla.
—Todo Bear necesita una cueva.
Le besó la otra mejilla y luego sus cálidos labios tocaron los
suyos.
¿Era eso una invitación? Su mente recorrió un camino
esperanzador, mientras sus manos se dirigían a su trasero, acercándola
mientras profundizaba el beso. Le acarició los brazos en una serie de
toques seductores, deteniéndose en el tríceps, bajando luego hasta el
codo y volviendo a subir. Imaginó esos delicados dedos envolviendo su
pene. Jesús, ¿le estaba dando pistas? Eso esperaba. Pero no podía
permitirse el lujo de equivocarse, así que se contuvo y disfrutó al
máximo de sus besos.
Volvió a tocarle las mejillas, besando los bordes de su boca y
haciendo que sus nervios ardieran. Le besó el centro del pecho y se le
escapó un gemido atormentado.
—Lo siento —susurró—. Algo así.
Él volvió a gemir y ella se rio.
—¿Demasiado injusto? —preguntó con una chispa de picardía en
los ojos.
—¿Lo estás arreglando?
Le rozó con los dientes las manchas del cuello que la habían
vuelto loca la noche anterior y le levantó la camiseta, acercando los
senos a su pecho, tanteando el terreno.
—Me encanta verte con mi camiseta, pero creo que quedaría aún
mejor en el suelo.
Se inclinó hacia atrás, jugueteando con el dobladillo de la camisa,
sus ojos se mostraron oscuros y curiosos.
—No quiero burlas.
—No es una burla, pero no lo hagas si te sientes incómoda.
Se mordisqueó el labio inferior, todavía jugueteando con el
dobladillo. Y entonces se pasó la camisa por encima de la cabeza y la
dejó flotando en el suelo.
Maldita sea. Estaba bien en mí camisa, pero ¿Crystal Moon con
nada más que un par de bragas de encaje rosa y una sonrisa confiada?
Malditamente increíble.
—Me gusta estar con la piel desnuda contigo, pero estar
completamente desnudos podría ser difícil para los dos. ¿Sería mucho
pedir que me dejara las bragas puestas? —Ella arrugó la nariz, con un
aspecto adorable y caliente, y fue suficiente para que él perdiera la
maldita cabeza.
Nada es demasiado, nena, estaba en la punta de su lengua.
Excepto esto. Esto es demasiado. Sus dedos se enroscaron alrededor de
sus caderas. Estaba salivando ante la perspectiva de devorarla.
—En... —repitió, más para sí mismo que para ella.
Su sonrisa se amplió, como si le leyera la mente. Arrastró su dedo
por el centro de su pecho, hasta el botón de sus jeans.
—Bueno, ya que estás sin camisa, pero tienes los pantalones
puestos.
—Puedo arreglar eso malditamente rápido —salió antes de que
pudiera detenerlo, y rápidamente añadió—: Lo siento. Estoy
bromeando.
Desplazó sus ojos por su pecho, excitándolo aún más. Tortura
visual, era demasiado buena en eso.
—Todavía no estoy preparada para hacer más, así que creo que
mis bragas deben permanecer puestas. Y por puestas, me refiero a que
cubran la cueva de Bear.
—Los pantalones y las bragas se mantienen. Entendido.
La levantó de su regazo y la puso sobre el baúl de madera del
centro más rápido de lo que podía parpadear.
—¿Me moviste?
Ella hizo un mohín.
Se arrodilló en el suelo entre las piernas de ella y le pasó las
manos por los muslos.
—Sólo para poder alcanzarte mejor.
Le dio un beso en el interior del muslo y ella enroscó los dedos en
los bordes del baúl. Le besó el otro muslo y ella dejó escapar un largo y
lento suspiro. Su pulso se aceleró mientras él seguía besando, pasando
las manos por sus piernas, abriéndolas más. Ella lo observó con una
mirada hambrienta mientras él pasaba su lengua por el pliegue entre
su muslo y su sexo.
—¿Quieres que me detenga? —susurró.
Sacudió la cabeza.
—Lo haré si esto te incomoda.
—Es el mejor tipo de incomodidad.
La arrastró hasta el borde del baúl y subió aún de rodillas,
reclamando su boca en un beso voraz, como si quisiera acostarla, para
hurgar en lo más profundo. Saborear todo de ella. Cuando sus labios se
separaron, los ojos de ella permanecieron cerrados, y él bajó su boca
hasta su pecho, amándola como había aprendido que a ella le gustaba.
Ella se arqueó hacia atrás, ofreciéndole más, y él lamió con su lengua
sobre los tensos picos, luego arrastró besos por su vientre. Cuando llegó
a las bragas, rozó con la nariz su montículo, inhalando el aroma de su
deseo, y volvió a besar sus muslos.
—Dios... —Su susurro perduraba en sus oídos.
Sus ojos se encontraron, el aire entre ellos chisporroteaba.
—No te detengas —me instó.
Llevó su boca al centro de ella, por encima de sus bragas,
saboreando su esencia a través del fino material. Estaba tan
empalmado, tan dispuesto a hacerle el amor, que sentía que iba a
reventar, pero quería que ella disfrutara de cada segundo de su
intimidad y decidiera lo rápido que se movía sin presiones. Forzando
sus deseos en lo más profundo, presionó su lengua contra sus bragas,
moviéndose fuerte y lentamente a lo largo de su centro. Ella respiró más
fuerte, agarrando el pecho con tanta fuerza que sus nudillos
palidecieron. Él levantó una mano y le pellizcó el pezón entre el dedo y
el pulgar, decidido a hacerla llegar al orgasmo. La devoró a través del
fino material, con cuidado de no romper sus reglas, cuando lo que
realmente quería hacer era destrozar esas sexys bragas y enterrar su
lengua en lo más profundo de ella.
Se levantó de nuevo, inclinando su boca sobre la de ella y
besándola con fuerza. Una mano le acariciaba el pezón, mientras la otra
se movía sobre su sexo, frotando, acariciando y acompañando el ritmo
de sus caderas. Ella se arqueó, gimiendo en sus besos, y justo cuando
él estaba dispuesto a pedir permiso para deslizar sus dedos dentro de
ella y darle lo que necesitaba, sus caderas se levantaron y su cabeza
cayó hacia atrás, con los ojos cerrados. Se aferró a sus bíceps y de sus
labios brotaron los gemidos más sensuales que jamás había escuchado.
Su sexo se contrajo contra su mano y él bajó la boca para captar el
ritmo, el sabor, el amor.
Cuando el último estremecimiento la recorrió, él tomó su cuerpo
tembloroso entre sus brazos.
—Soy adicta a los orgasmos —jadeó ella, con la mejilla apoyada
en su hombro.
Se rio.
—Como dije, nena. Tienes años para ponerte al día.
—No quiero ponerme al día en nada. —Lo miró a los ojos con la
mirada brumosa de una amante satisfecha—. Creo que es porque siento
mucho por ti. No dejaría que nadie más lo hiciera. Hace falta un mundo
de confianza. Es demasiado íntimo.
Al cavernícola que había en él le encantaba ser el único.
—He salido con chicos desde la universidad. No muchos. Sólo
algunas primeras citas aquí y allá. Nunca me asusté cuando les di un
beso de buenas noches porque no había nada. Ningún deseo de tener
una segunda cita. Y entonces llegaste tú, y te metiste en mi vida como
si fueras de allí.
—No voy a disculparme.
Se rio.
—No quiero que lo hagas. Estoy tratando de decir que no son los
orgasmos a los que soy adicta. Es al hombre que me los da.
—Yo también, nena. Tengo un caso grave de adicción a Crystal
Moon. Pasa el día conmigo y podemos intentar luchar juntos contra
nuestras adicciones. Nos asearemos, desayunaremos y luego podemos
ir a dar un paseo.
—¿Desayuno? Ya me he comido las sobras de la pizza. —Miró a
su cocina—. Supongo que puedo hacerte unas tostadas si te sientes
aventurero.
Recogió su camisa para ayudarla a vestirse.
—Gracias, pero creo que paso.
—Voy a buscar mi propia camisa para que no tengas que volver a
casa sin ella. —Se apresuró a ir por el pasillo mientras hablaba—. Me
encanta la pizza para el desayuno. Sin juzgar, ¿recuerdas?
Vio cómo sus bragas rosas desaparecían en su dormitorio, y un
minuto después salió con un par de bragas negras nuevas y tirando de
una camiseta por encima de la cabeza.
—Bien, entonces no hay desayuno. —Se puso la camisa—. Dime
que eres mía por hoy y déjame prepararte una cena de verdad esta
noche.
—¿Cocinas? ¿Qué otros talentos ocultos tienes?
Le rodeó la cintura con los brazos y le miró con una dulce
sonrisa.
—Nena, tengo talentos que te harán girar la cabeza.
—Seguro que sí, y cada vez tengo más curiosidad. —Lo abrazó
más fuerte—. Prometo no torturar más al pequeño Bear. Es que llevaba
horas pensando en ti, como el helado cuando estás a dieta. Sólo podía
pensar en ti.
—Creo que sé un par de cosas sobre querer lo que no se puede
tener.
Arqueó una ceja.
Ella enterró su cara en su pecho.
—OhPorDios. —Soy una… calientapenes.
Le levantó la barbilla.
—Un hermosa calientapenes, y valió la pena la espera. ¿Qué tal
nuestra cita?
Su sonrisa llegó hasta sus ojos.
—Tengo que trabajar en los disfraces un rato más. ¿Podemos ir
más tarde? ¿Tal vez alrededor del mediodía?
—Perfecto. Te dejaré volver al trabajo y te veré sobre el mediodía.
Ponte pantalones largos y tu chaqueta de cuero.
—Hoy va a hacer calor —se quejó.
—Vamos a dar un largo paseo. Puede que no sea tu dueño, pero
quiero protegerte. Cuero, pastelito. Si quieres llevar un par de tus sexys
shorts en la bolsa, adelante. —Se inclinó y le plantó un duro beso en los
labios—. De hecho, por favor, trae tus sexys shorts.

Crystal trabajó en los disfraces durante la mayor parte de la


mañana, tomando un breve descanso para hacer un cubrecama para
Harley con el satén rojo que Bear había elegido. Añadió unas tiras de
encaje negro y lo colocó sobre la cama de la gatita. Harley ronroneó
mientras se acurrucaba en la lujosa tela con uno de sus ratones de
juguete. Crystal tomó el teléfono para enviar un mensaje a Gemma, y
miró las preciosas orquídeas que le había regalado Bear. Las había
colocado junto a las ventanas para poder disfrutarlas mientras
trabajaba.
Se sobresaltó cuando el tono de llamada de Jed sonó en su mano.
—¿Hola?
—Hola, hermana. Parece que tienes demasiada energía.
Se paseó.
—Lo siento. Tengo un gran día planeado.
—¿Con...?
—No comparto los detalles —dijo con una sonrisa.
—Iría a torturarte, pero no puedo conducir, por eso te llamo.
Se quedó mirando al techo.
—Oh, Jed. ¿Qué has hecho ahora?
—Traje cigarrillos a mamá, que por desgracia no está en mi
camino hacia o desde el trabajo. El imbécil de McCarthy me detuvo.
—Estás a unas semanas de recuperar tu licencia. ¿Por qué te
arriesgas por ella?
—Porque ella me obligó a hacerlo. Pero voy a llevar la multa al
juzgado para intentar evitar los puntos y, con suerte, recuperar el
carnet a tiempo. Mi amigo me remitió a un abogado, pero necesito que
me lleven el martes a la una. ¿Hay alguna posibilidad de que me lleves?
Puso los ojos en blanco.
—Sí. Tendré que aclararlo con Gemma, pero ella te quiere, así que
seguro que no le importará.
—Gracias. Y dale las gracias a Gemma de mi parte, también.
Tengo que pedir otro favor.
—Jesús, ¿necesitas que pelee la multa por ti también?
—Pensé que era mejor decir todo de una vez. La mujer de mi
amigo va a ser operada y yo voy a hacer más horas en el trabajo.
¿Puedes hacer la cena en casa de mamá dos domingos a partir de hoy
en lugar de durante la semana?
—Claro. ¿También necesitas que te lleven a su casa?
—Te lo haré saber.
—De acuerdo.
—Camarón, ¿seguro que no quieres decirme con quién vas a
salir?
Su curiosidad la tomó por sorpresa. Nunca se metía en su vida
personal.
—Estoy segura.
Intentó bromear con ella. Cada broma era peor que la anterior.
—Jed, por favor. ¿Por qué te importa?
—Hace mucho tiempo que no hablamos de verdad. Supongo que
te echo de menos.
Quería creerle, pero la habían defraudado tantas veces en su vida
que tenía miedo de dejarlo entrar. Porque dejarlo entrar haría que fuera
mucho más difícil cuando él la defraudara.
—Gracias, Jed. Yo también te echo de menos. Nos pondremos al
día cuando cenemos.
Después de terminar la llamada, abrió y releyó el mensaje que
Bear había enviado media hora después de que se hubiera ido.
El gran Bear te echa de menos. Ella le devolvió el mensaje con uno
juguetón. ¿Cómo puede un texto hacer que me desmaye? Su respuesta
había sido inmediata. No es el texto. Son los recuerdos de mis manos
sobre ti. Sintiéndose descarada, respondió: Me gustan tus patas, y tu
boca, y tu... Ahora déjame trabajar antes de que mi novio te descubra
enviando mensajes y te dé una patada en el trasero. Él respondió con
un emoticono de un oso y la palabra gruñendo.
Le encantaban los sentimientos que él despertaba y se deleitaba
permitiéndose a sí misma experimentarlos por fin. Pero lo que más le
gustaba era compartir esa nueva confianza con él.
Sonriendo como una tonta, sacó una foto del disfraz en el que
había estado trabajando y se la envió a Gemma con el texto ¡La princesa
guerrera está casi lista!
Entró en su dormitorio y sacó del armario sus gruesas botas
negras con tachuelas plateadas. Había elegido uno de sus conjuntos
favoritos para su cita con Bear. Un vestido corto de encaje negro con un
cinturón de cuero con tachuelas, pendientes de tachuelas y un puñado
de pulseras negras y plateadas. Se puso unos leggins de cuero debajo
del vestido para el paseo.
Su teléfono vibró, se sentó en el borde de la cama y abrió el
mensaje de Gemma mientras se ataba las botas. Aparecieron una serie
de fotos de penes tatuados y se rio a carcajadas. Eran las fotos que le
había enviado a Gemma cuando ésta había empezado a salir con Tru.
Crystal le había preguntado burlonamente si Tru tenía tinta debajo del
cinturón.
Una ola de culpabilidad cada vez más familiar la invadió cuando
recibió un segundo mensaje de Gemma.
¿Y bien?
Su sonrisa se desvaneció mientras escribía su respuesta aún no
he explorado esa zona preocupada por cómo podría revelar sus
mentiras a su mejor amiga sin perderla. Su dedo se posó sobre el botón
de envío mientras contemplaba la posibilidad de escribir algo como
—¿Podemos hablar más tarde?
Pero estaban planeando la boda de Gemma. Si le decía la verdad
ahora, se sentiría herida y enfadada, y...
La garganta de Crystal se espesó ante la idea de herirla. No podía
hacerlo. No hasta después de la boda. Había esperado tanto tiempo, y
no era como si Gemma supiera que tenía algo que confesar. Al menos
después de la boda no la lastimaría y arruinaría su gran día. Un golpe
en la puerta hizo que sus pensamientos se dispersaran. Transmitió
rápidamente el texto y fue a saludar a su hombre.
Abrió la puerta de golpe y enseguida se vio sorprendida por Bear,
que tenía un aspecto endiabladamente malo, vestido de negro de pies a
cabeza. Se había recortado el cabello, resaltando su cincelado mentón y
haciéndolo aún más sexy. Le recorrió con la mirada desde el rostro
hasta los dedos de los pies y, como una hoja en una tormenta de viento,
su cuerpo se estremeció.
—Maldita sea, pastelito. Te ves lo suficientemente bien como para
comerte.
Lo agarró por la camisa y lo tiró hacia delante, con el estómago
revuelto por los recuerdos de lo que él había hecho antes.
—Si vamos a salir de mi apartamento, no puedes decir cosas
como esa, porque mis hormonas recién desatadas son como cables
vivos buscando desesperadamente un enchufe.
Enarcó una ceja.
Sí, por favor.
—No —dijo ella con firmeza, y apretó sus labios contra los de él,
apartándose rápidamente—. Tampoco besos largos y lujuriosos. Haces
que mis entrañas se sientan como el 4 de julio.
—Me encanta esta nueva Crystal que cuenta todos sus secretos.
El brazo de él rodeó su cintura y la besó tan deliciosamente que
ella se debatió mentalmente en tirar la cautela al viento y olvidarse de
su cita.
Harley se enrolló alrededor de los pies de Bear.
—CB. —Recogió a la gatita—. ¿Me has echado de menos?
—Se llama Harley.
Recogió su mochila y metió las llaves en el bolsillo donde había
metido una muñeca quitapenas. Un poco de coraje extra nunca hace
daño a nadie. Su teléfono vibró y comprobó rápidamente el mensaje de
texto. Era una foto de Jed sosteniendo un cheque de pago con la
leyenda Te dije que estaba trabajando de verdad.
—¿Todo bien? —preguntó Bear.
—Es de Jed. Creo que realmente está tratando de limpiar su vida.
Me envió una foto de su cheque de pago.
Ella le devolvió el mensaje.
¡Esto me hace tan feliz! ¡Te quiero!
Luego metió su teléfono en la mochila.
—Eso es genial. ¿Cuándo lo volverás a ver?
—Dentro de dos semanas, cuando veamos a mi madre para cenar.
—¿Sí? Me encantaría conocer a la mujer que te crio.
—No, no lo harías. Confía en mí. Es un desastre. —Ella levantó su
bolsa sobre su hombro.
—No me importa. Aun así, me encantaría ir.
—¿Tus padres nunca te enseñaron que es de mala educación
invitarte a ti mismo a los sitios?
—No en lo que respecta a ti. Quiero conocer a tu madre para
saber a qué te enfrentas. Quiero salir con Jed y escuchar todas las
historias embarazosas de cuando eras pequeña. Y no quiero discutir
sobre nada de esto.
—Eres un pesado.
A pesar de lo avergonzada que se sentía por lo de su madre, se
sentía extrañamente complacida de que él se esforzara tanto por
conocerla.
Besó a Harley y la colocó en su nueva cama de satén con
expresión de sorpresa.
—¿Eso es lo que hiciste con el satén y el encaje que elegí?
—Solo con una parte.
Ella le agarró el chaleco y lo tiró por la puerta. No iba a decirle
que tenía una idea sexy para el resto. Una chica necesitaba tener
algunas sorpresas bajo la manga.
Veinte minutos después, cruzaron el puente y dejaron atrás
Peaceful Harbor. Viajar en la motocicleta de Bear por carreteras anchas
y abiertas era completamente diferente a los cortos viajes con paradas
que habían hecho en la ciudad. A medida que pasaban por largas
extensiones de terreno rural, el aire olía más fresco, y aunque llevaba
su chaqueta y pantalones de cuero, seguía percibiendo a ratos aire más
cálido o frío. Intentó relacionarlo con las nubes, pero fue imposible.
¿Qué otras cosas misteriosas y maravillosas se había perdido por
ir en su auto con las ventanillas arriba?
Se aferró con fuerza, preguntándose a dónde iban. Bear había
sido reservado, pero a medida que pasaba el tiempo, los penetrantes
olores del mar volvieron a aparecer y la calzada se hizo visible. Se dio
cuenta de que se dirigía a la isla de Capshaw. Apretó las manos contra
el estómago de él, y la emoción la invadió. Nunca había estado en la
isla, aunque estaba a poco más de una hora de distancia. La isla
Capshaw era un pequeño pueblo pesquero y había escuchado historias
sobre ponis salvajes y la falta de comercialización en el lugar, y eso
había despertado su interés. Se sorprendió de que su rudo motero
quisiera ir a un lugar tan tranquilo. Se había imaginado que irían a la
autopista y se detendrían en los bares de moteros de la carretera. Por
otra parte, Bear sabía cómo había perdido a su padre, y él había sido
muy cuidadoso con ella en todos los demás aspectos. Este era otro
gesto de consideración. Y hacía que su primer viaje fuera aún más
especial.
Mientras conducía por la calzada, deseó poder quitarse el casco y
dejar que el aire le besara la cara. Las largas hierbas pantanosas
brotaban en el agua ondulante. Los practicantes de paddle board se
movían sin problemas por el agua y, a lo lejos, una lancha motora
avanzaba dejando una estela de olas blancas.
Bajaron por la calle principal, que parecía anticuada en
comparación con Peaceful Harbor. Los escaparates de ladrillo pintado y
madera contaban con toldos festoneados que daban sombra a bancos
de madera y jardineras llenas de flores de verano. Por lo que pudo ver,
sólo había dos cuadras de negocios, tal y como había oído.
Bear aparcó en una calle lateral. Sonreía mientras encadenaba
los cascos, observando cómo lo asimilaba todo.
—¿Has estado antes aquí?
—No, pero siempre he querido hacerlo.
—Entonces me alegro de haber venido. He pasado por aquí con el
club, pero nunca me he parado a pasear. Una primera vez para los dos,
no hay nada más genial que eso.
—Hablando de genial. —Enganchó los dedos en la parte superior
de sus leggins de cuero y se los quitó. Cuando llegó a la parte superior
de sus botines, se rio—. Uy. Ya no es tan genial.
Bear ya se estaba agachando para desatar sus botines.
—La sensualidad tiene un precio.
Le guiñó un ojo mientras le quitaba uno.
Ella se apoyó en el hombro de él mientras le deslizaba los
pantalones por el pie.
—Si te aburres ahí abajo, puedo pensar en algo para mantenerte
ocupado.
El deseo se encendió en sus ojos.
—Cuidado con pinchar a un Bear hambriento.
Cuando terminó de ayudarla a quitarse los pantalones, y a
ponerse las botas, le pasó las manos por la parte exterior de los muslos
mientras se ponía en pie y ajustaba con bastante descaro el formidable
bulto de sus jeans.
—Lo siento —susurró, con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Qué fue lo que me dijiste anoche? ¿Qué lo compensarías más
tarde? Quid pro quo, nena.
La besó de nuevo y le metió los leggins en la mochila. Ella la
quería tomar y él le lanzó una mirada perspicaz mientras se la colgaba
al hombro.
Nunca había tenido a nadie que la cuidara como él lo hacía, y
aunque secretamente le encantaba, no podía resistirse a burlarse de él.
—A mí me suena a soy tu dueño.
Su brazo le rodeó el hombro y ella se acurrucó en su lugar
favorito.
—Llámalo como quieras —dijo.
Caminaron hacia la calle principal, los ojos de Bear escudriñando
los rostros de todos los hombres con los que se cruzaban, emitiendo de
nuevo esa vibración amenazante, como había hecho en Whispers.
Estaba aceptando que estar con él implicaba ser vigilada como un
halcón. Tal vez eso no fuera tan malo, pero tenía la sensación de que
había algo más detrás de su vigilancia que la mera protección de un
novio. Él no había dicho nada más sobre lo que había pasado en la
universidad, pero ella sentía que lo estaba comiendo vivo.
Mientras deambulaban por una galería de esculturas y pinturas
náuticas, ella se debatía sobre lo que realmente le estaba pidiendo. ¿Era
justo que esperara que dejara atrás su pasado? Ella había tenido años
para enfrentarse a él, pero se lo había echado encima y le había exigido
que no hiciera nada.
Salieron de la galería y visitaron una tienda de suministros
marinos, y mientras caminaban, ella se dijo a sí misma que su decisión
era la correcta. Era lo que ella necesitaba y, con suerte, él acabaría por
dejar de lado el modo asesino. Al salir, Bear compró un mosquetón de
color morado oscuro.
Cuando salieron de la tienda, abrió la mochila y enganchó el
mosquetón a sus llaves.
—¿Para qué es eso? ¿Vas a comprar una correa después?
—Si no tienes cuidado, puede que lo haga. —La burla en sus ojos
la atrajo mientras enganchaba el mosquetón a un lazo de cuero dentro
de la mochila—. Puedes enganchar esto a tus llaves, luego en tus jeans
o dentro de tu bolso. Así no tendrás que buscar siempre las llaves. Es
más seguro así.
Volvió a acurrucarse contra él, encantada de que se hubiera fijado
en todo lo relacionado con ella.
—Realmente te importa.
—Nena, si lo está notando recientemente, eres muy despistada.
Puede que sí, pero se estaba poniendo al día rápidamente.
—Me vigilas con mucho cuidado, y te lo agradezco. Eras protector
antes de que te contara lo que pasó, pero desde entonces, eres aún más
protector.
La guío fuera del centro de la acera para dejar pasar a otra pareja,
y su rostro se volvió serio.
—Mientras ese hombre esté ahí fuera, me preocuparé.
Se le hizo un nudo en el estómago.
—Bear, por favor. Sé que es difícil, y siento pedirte que lo dejes
pasar, pero me gustaría que pudieras olvidar que sucedió. Dejé atrás
esa parte de mi vida.
—Y todo lo que quiero hacer es asegurarme de que se quede ahí.
Visitaron algunas tiendas más y pararon en una cafetería para
comer. Después de que Bear pidiera patatas fritas, Crystal añadió un
batido a su pedido.
Bear mojó una patata frita en su batido y se la dio, observándola
atentamente mientras su boca se cerraba en torno a ella.
—Te encanta que moje mi patata frita en tu batido.
—Si lo estás notando recientemente, eres muy despistado —se
burló.
Se besaron por millonésima vez, y ella esperaba que se besaran
un millón de veces más.
La camarera les habló del mercado semanal de los domingos en la
isla, junto al agua, y de una plataforma de observación situada en
Ocean Drive, donde podían ver a los ponis salvajes en su hábitat
natural. Cuando terminaron de comer, bajaron hasta el mercado,
pasando por hileras de pequeñas casas de campo desgastadas por el
tiempo.
—Es agradable salir de la ciudad para algo que no sea ver a mi
madre.
—Daremos muchos paseos juntos. —Sonrió y añadió—: ¿Sabes
cuánto tiempo he querido salir en mi motocicleta contigo?
—Siento haber tardado tanto en venir. Pero eres un poco
intimidante, en el buen sentido, no en el sentido del miedo. Sólo estar
cerca de ti hacía que mi pulso se volviera loco. No hay manera de fácil
de entrar en territorio Bear.
Levantó la vista hacia el brillante sol, disfrutando del calor en sus
mejillas.
—No lo sientas, cariño. Habría esperado más tiempo. Podría
haberme frustrado, pero no me habría rendido hasta que me dijeras
que no tenía ninguna posibilidad.
—Qué montón de tonterías. —Se rio—. Te dije docenas de veces
que no pasaría nada entre nosotros.
—Verbalmente, sí. Pero tus ojos decían otra cosa.
Ella sabía que eso era cierto. Gemma se lo había dicho. —Me
alegro de que hayas sido tan perspicaz.
Cuando llegaron al mercado, la carretera estaba bloqueada con
barreras de construcción de color naranja y blanco. Los globos de helio
danzaban con la brisa y una pancarta azul brillante se extendía por la
carretera con la leyenda MERCADO DOMINICAL. Más allá de las
barreras, una multitud de personas se arremolinaba bajo un mar de
toldos blancos. Se unieron a la multitud que pasaba por los puestos de
venta de frutas y verduras, mermeladas y jaleas caseras, artesanías y
joyerías. El aroma de las palomitas de maíz flotaba en el aire de un
vendedor al final de la calle.
—Pastelito, mira esto. —Señaló con la cabeza hacia un vendedor
de camisetas, donde un hombre bajo y fornido hablaba con los clientes
mientras una mujer alta y delgada trabajaba en una prensa de hierro—.
Quiero comprarles a Kennedy y a Lincoln una cosita.
Miraron a través de las camisetas de los niños.
—¿Qué te parecen estas? —sugirió, sosteniendo camisetas que
decían Amo a mi mami y Amo a mi papi.
—Esas son siempre buenas opciones —dijo el hombre detrás de la
mesa, mostrando una sonrisa amable.
—¿Puedo tener algo personalizado? —preguntó Bear.
—Claro. —El hombre tomó un bloc de papel y un bolígrafo—.
¿Qué deseas?
—Me gustaría una camiseta rosa de niña de la talla tres que diga
Amo al tío Bear, pero escriba Bear con una H al final en lugar de una R.
—Bear bajó la voz y le dijo a Crystal—: Necesita algo único, como tú.
—Al hombre le dijo—: Y también quiero otra, una camiseta negra para
un niño de un año que diga Futuro Caballero Oscuro, con una C.
—Nadie puede decir que no eres el mejor tío de la historia —dijo
Crystal mientras el hombre y la mujer empezaban a trabajar en su
pedido—. Mientras esperas, voy a usar el baño.
Señaló un cartel que indicaba los baños.
—Iré contigo en cuanto terminen.
—No seas tonto. Soy una chica grande. —La besó como si se fuera
a la guerra, y luego la besó de nuevo hasta que ella se rio en el beso—.
Volveré en unos minutos.
—Me parece mucho tiempo.
Le tomó la mano cuando se alejaba, sus dedos se deslizaron hasta
la punta de los dedos de ella y finalmente se separaron.
Siguió las indicaciones hacia los baños públicos y esperó en la fila
para usar las instalaciones. Después, mientras se lavaba las manos, se
miró largamente en el espejo. Se sentía diferente por dentro, pero
también se sorprendió de lo diferente que se veía. Sus ojos parecían
más claros e incluso su piel parecía brillar. Deseó que su padre pudiera
verla ahora. Se alegraría por ella y estaría orgulloso de que le fuera tan
bien. Pensar en él le dejó una buena sensación, y sonrió durante todo el
camino de vuelta al mercado.
Bear estaba hablando con un tipo de barba espesa en otro
puesto. La mochila estaba más llena que antes, y ella supuso que ya
había conseguido las camisetas de los niños. Pidió al vendedor que le
hiciera una camiseta y, tras pagarla, esperó a que Bear terminara su
conversación. Sujetó la camiseta a la espalda, rebotando en los dedos
de los pies, intentando, y sin conseguirlo, contener su emoción.
Bear se giró, sus ojos se fijaron en ella mientras acortaba la
distancia entre ellos. Cuando estuvo a unos pasos, ella sacó la camisa
de su espalda y la levantó, observando cómo leía las letras doradas.
Mójame en miel y dame de comer a Bear.
La aplastó contra él, besándola con fuerza, como un tsunami a
punto de desatar su ira.
—Cuidado, cariño —dijo bruscamente—. Te estás metiendo con
un Bear hambriento.
—Tal vez no quiero tener cuidado. Tal vez me gusta meterme con
un Bear hambriento.
Capítulo 11
Bear nunca había dedicado mucho tiempo a pensar en las
relaciones, pero mientras él y Crystal se dirigían a la plataforma de
observación para observar a los ponis salvajes, lo único que podía
pensar era que no sabía que era posible enamorarse más de alguien en
tan sólo unas horas. Aparcó al final de la carretera y ayudó a Crystal a
bajar de la motocicleta. Se había puesto los leggins y la chaqueta para
el viaje, y parecía que pertenecía a la portada de un calendario de Biker
Babe. Pero no era sólo lo sexy y hermosa que era lo que le hacía
enamorarse más con cada minuto que pasaban juntos. Era ella. Toda
ella. Su lado dulce y vulnerable. Su confianza descarada y sarcástica.
Su naturaleza cariñosa, que había ocultado tan bien durante tanto
tiempo. Le encantaba la forma en que ella se estaba recuperando, y no
había lugar en el que prefiriera estar que a su lado. Y no importaba si
ella tardaba un día, una semana o un año en aceptar su relación tan
plenamente como él.
No se le escapó el hecho de que se sintiera así y aún no se
hubieran acostado juntos. Tampoco se le escapó que se había sentido
así mucho antes de que se besaran.
Siguieron un camino hasta la plataforma de observación, y no
podía recordar la última vez que había pasado una tarde tan agradable.
Crystal se inclinó sobre la barandilla, mirando a través de los árboles.
—¡Mira! Ahí están. —Señaló a través de un hueco entre las ramas
a un grupo de ponis salvajes que pastaban en la hierba al borde de la
playa. Eran robustos y peludos—. ¿No son hermosos?
—Salvajes y libres. Me recuerda a cierta persona.
La rodeó con sus brazos por detrás.
Ella se acomodó por debajo de su brazo, moviéndose a su lado.
—Gracias por lo de hoy. El mercado me recordó a los que solía ir
con mi padre.
—Me alegro de que lo hayas disfrutado. No recuerdo la última vez
que tuve un día tan bueno. Gracias por dejar que te acapare. Pero tengo
malas noticias.
Sus cejas se fruncieron.
Él rozó sus labios sobre los de ella.
—Hoy no ha hecho nada para disminuir mi adicción. Creo que
necesito otra dosis.
—Por suerte para ti, resulta que tengo una gran cantidad de dosis
de besos.
Se puso de puntillas, y él se reunió con ella a mitad de camino
para alimentar su adicción.
Observaron a los ponis hasta que algo los asustó y salieron
despavoridos, con sus musculosas patas galopando en la tierra y
levantando tierra a su paso. Volvieron a casa mientras el sol se ocultaba
en el cielo. En Peaceful Harbor, pasaron por delante de Whiskey Bro's,
donde estaban aparcadas las motocicletas de sus hermanos y de Dixie,
junto con el auto de su madre. El bar no abría los domingos, pero Dixie
entraba para ocuparse de los libros, y algunos miembros de la familia
solían acabar pasando el rato con ella. Normalmente se pasaba por allí,
pero esta noche lo único que quería era estar con Crystal.
Atravesó el pueblo y se desvió de la carretera principal hacia las
montañas, serpenteando por carreteras estrechas y arboladas hacia su
casa. Una de las cosas que más le gustaban a Bear de Peaceful Harbor
era que, además de todas las ventajas de la playa, a pocos kilómetros
también ofrecía el aislamiento de la vida junto al lago en las montañas.
Entró en el camino de entrada y se detuvo frente al garaje. La
propiedad estaba a oscuras, salvo por la luz de la luna que se colaba
entre los árboles y brillaba en el lago que bajaba por la colina a su
derecha. Su madre siempre le insistió en que pusiera luces solares para
que no llegara a casa a oscuras, pero nadie se metía con un Caballero
Oscuro.
Pulsó el botón de la puerta del garaje en su llavero y metió la
motocicleta. Mientras se bajaba, se imaginó a Crystal llegando allí sola.
Se estaba adelantando a los acontecimientos, pero incluso esas pocas
horas de separación esa mañana lo habían vuelto loco. Había
aprovechado el tiempo para preparar lo que esperaba que fuera una
bonita sorpresa, pero eso no le había quitado las ganas de tenerla allí
mismo, a su lado. Hizo una nota mental para poner unas cuantas luces
solares.
—No sabía que vivías junto al lago. —Sus ojos recorrieron su
motocicleta parcialmente montada y las estanterías metálicas del
perímetro, que estaban repletas de equipos, herramientas y diversas
piezas de vehículos. Una grúa para motocicletas y viejas cajas de
herramientas de madera se encontraban en la pared del fondo, junto
con tres bancos de trabajo—. Y pensabas que mi estudio de diseño
parecía haber explotado. ¿Qué es todo esto?
—Esa es la motocicleta que estoy construyendo actualmente.
Todavía no parece gran cosa, pero está llegando a ello.
Se acercó a él, sorteando las herramientas y demás parafernalia
que había en el suelo.
—Parece como mucho trabajo —dijo con una sonrisa—. ¡Qué
emocionante! No puedo esperar a ver cómo queda cuando esté
terminada.
Señaló hacia las motocicletas aparcadas en el altillo de la parte
trasera del garaje.
—¿Y esas motocicletas? ¿Son tus extras?
—Diseñé y construí dos de ellas.
—Realmente deberías aceptar esa oferta con Silver-Stone. Quiero
decir, mira este lugar. Las motos son tu vida. Dijiste que diseñaste y
construiste dos de ellas. Entonces, ¿son esas otras dos motocicletas
adicionales las que compraste?
—Esas eran de mi tío Axel. Le compré este lugar antes de que
falleciera. Muchas de estas cosas eran suyas. —Una ola familiar de
vacío lo invadió—. Él me enseñó todo lo que sé sobre... —Agitó una
mano—. Lo perdimos por un cáncer pulmonar cuando yo tenía
veintidós años.
Le tomó la mano.
—Lo siento mucho.
—Fue hace mucho tiempo.
Echó vistazo más largo a las motocicletas y luego su mirada se
dirigió a los cuadros que había detrás de su mesa de trabajo. Se acercó,
y sus ojos se fijaron en el calendario sexy de pin-ups que había sido de
su tío. Se preguntó qué tendría que decir ella sobre la vista lateral de
una morena desnuda a horcajadas sobre una moto, con la espalda
arqueada, el cabello colgando sobre un hombro, su mirada sensual y
sus labios rojos como el rubí seduciendo a la cámara.
Crystal lo miró con un brillo de calor en los ojos.
—Quizá podamos sustituir a esa chica desnuda por otra —se
acercó a él—, más familiar.
—Cariño, si crees que voy a colgar una foto tuya desnuda en la
pared de mi garaje donde mis hermanos puedan verla, estás muy
equivocada. —La tomó en sus brazos—. Pero colgaré con orgullo esa
foto en mi dormitorio.
—Mm, la verdadera cueva de Bear. Estoy ansiosa por ver cómo es
tu casa. Me imagino una alfombra de piel de oso y mucho cuero.
Se rio y recogió la mochila.
—Tienes mucha imaginación.
La condujo por el sendero cubierto de mantillo hacia la casa,
inhalando los aromas de pino y agua dulce, tan diferentes de los del
mar. Su cabaña de cedro y piedra, con dos habitaciones, estaba situada
en una colina a unos diez metros de la orilla del agua. No era enorme,
pero además de los dormitorios, tenía un estudio y un desván, y el
amplio porche delantero y la cubierta con mosquitera para dormir le
proporcionaban espacio adicional.
Crystal estaba en la cima de la colina, flanqueada por altos
árboles, y contemplaba el lago. Su vestido de encaje se movía con la
brisa. Se la había imaginado allí tantas veces que apenas podía creer
que aquello fuera real.
—¿Te despiertas con esto cada mañana?
—La mayoría de las veces, en todo caso. Hoy me he despertado
con una vista mucho más hermosa.
—Chico motero —dijo ella mientras se dirigían a la casa—. Tienes
unas líneas muy buenas.
—Tengo todo muy bueno.
Le encantaba jugar así con ella porque la hacía sonreír, y no era
su sonrisa sarcástica normal ni su sonrisa cálida y seductora. Era la
sonrisa de una chica que siempre estaba pensando, tratando de
procesar lo que él decía. ¿Se le ocurrían réplicas ingeniosas?
¿Intentando decidir si él era realmente tan engreído? No lo sabía, pero
le encantaba esa mirada.
Desbloqueó la pesada puerta de madera y la abrió de un
empujón, siguiéndola al interior de la casa que había considerado su
segundo hogar cuando crecía, y dejó la mochila en el suelo junto a la
puerta.
La sorpresa iluminó sus ojos.
—Vaya, esto es como el último piso de soltero de los adictos a los
equipos. ¿Tienes una mesa de billar en lugar de una mesa de comedor?
Es increíble.
Pasó los dedos por el borde de madera pulida, mirando hacia el
altillo que daba a la sala de estar.
—Gracias. Mi tío y mi abuelo construyeron la cabaña. Mis
hermanos y yo actualizamos la cocina, repintamos la chimenea y
reacondicionamos los suelos de madera hace unos años. No hace falta
una mesa de comedor. Suelo comer allí.
Señaló la barra que separaba el salón de la cocina. El espacio
abierto se ajustaba a su estilo de vida, al igual que el mobiliario de los
adictos a los engranajes, como la lámpara de araña que colgaba sobre la
mesa de billar, hecha con cuero, cadenas y una rueda procedente de
una motocicleta Silver-Stone. Y la mesa auxiliar que su amigo hizo con
viejas herramientas, tuercas y tornillos.
—Espera hasta que veas el baño.
—¿El baño?
—Tengo la sensación de que mis aparatos te van a gustar.
Ella recorrió su cuerpo con la mirada.
—Me encantan tus aparatos. —Miró el sofá seccional—. ¿Tengo
que preocuparme de atrapar una enfermedad en tu pozo sexual?
Sonrió ante su descarada pregunta. Había comprado el sofá
extragrande por su versatilidad. Pero le gustaba mucho más su idea.
—Eso sería difícil, teniendo en cuenta que nunca he tenido sexo
en él.
Ella le dirigió una mirada incrédula.
—Cariño, tienes una impresión equivocada de mí. Mis escapadas
terminaron hace mucho tiempo. —La ayudó a quitarse la chaqueta de
cuero y la tiró en el sofá, acercándola—. No quiero que te preocupes por
mi pasado, ¿de acuerdo? Eres la única mujer que quiero, así que lo que
se te pase por la cabeza sobre cualquier otra persona, déjalo ir. ¿De
acuerdo?
Ella asintió.
—Tenía algunas chicas aquí cuando compré el lugar, pero cuando
lo renové, las cosas cambiaron. Pasó de ser un lugar de reunión a un
hogar, y desde entonces ninguna mujer ha estado aquí conmigo. Bueno,
aparte de Dixie, mi madre, las novias y esposas de los chicos, pero no
conmigo. ¿Entendido?
Lo agarró por el chaleco.
—Entendido, motero.
Ver a Bear en la cocina debería ser como ver al abominable
hombre de las nieves caminar por el desierto. No deberían ser
compatibles. Pero lo eran, de una manera muy sexy. Cortó pimientos,
salchichas y pollo como un profesional y echó la carne en un bol con
aceite de oliva y un puñado de condimentos sin consultar nunca una
receta. Después de cubrirlo, colocó el cuenco en la nevera, que estaba
llena de alimentos saludables, lo que avergonzaba a su nevera. Calentó
el aceite de oliva en una sartén y echó el ajo, el arroz y el pimiento rojo.
Crystal se apoyó en el mostrador junto a él. Ambos se habían
quitado las botas, y ella se había quitado los leggins entre besos y
manoseos, realmente la había invitado a cenar, no sólo para besarse. Le
encantaba estar en su casa, y el hecho de que no hubiera tenido una
puerta giratoria en el dormitorio decía mucho de él.
—¿De verdad no vas a dejarme ayudar con ese plato secreto?
No le dijo lo que estaba haciendo.
—No.
Le dio un beso casto y volvió a remover, mezclando el caldo de
pollo y una serie de especias y otros ingredientes. Lo llevó a ebullición,
bajó el fuego y tapó la olla. Sus manos rodearon su cintura y su boca
empezó a explorar su cuello de forma tentadora.
—Mm. Me gusta ayudarte a cocinar. —Sintió que se reía—.
¿Quién te enseñó a hacerlo?
—El mismo hombre que me enseñó sobre motocicletas y autos.
Cuando crecí, mi madre trabajaba por turnos como enfermera y mi
padre estaba siempre en el bar. Pasaba mucho tiempo en el taller. Iba
después del colegio y seguía a mi tío. A veces me quedaba con él hasta
casi la hora de dormir.
Colocó una pierna a cada lado de ella. Incluso su postura era
posesiva, y a ella ya no le sorprendía lo mucho que le gustaba.
—Hacía mis deberes mientras él cocinaba la cena, y me guiaba
por los pasos de lo que estaba haciendo. Supongo que su destreza se
impuso en mí. Cuando llegué a la adolescencia, ya cocinaba con él, y
cuando se ponía enfermo, yo cocinaba para él. Incluso en sus últimos
días, cuando no podía digerir nada, me pedía que cocinara. Creo que
sabía que ambos necesitábamos la distracción.
Su corazón se abrió de par en par.
—¿Estuviste con él, aquí, al final?
Sacó otra sartén, colocó un poco de aceite de oliva y echó los
ingredientes que había marinado.
—Mi madre lo cuidó aquí. Ella había presionado para que lo
ingresaran en un centro de cuidados paliativos, pero era un bastardo
luchador. Resistió hasta el final.
Cortó cebollas y las puso en la sartén, parpadeando para luchar
contra los ojos húmedos. Si era debido a las cebollas o a los recuerdos,
no podía estar segura.
Ella se acercó a él.
—Siento que hayas perdido a alguien tan importante para ti.
Parece que tenían una relación especial.
Pasó un brazo por su cuello y la abrazó.
—Era un hombre estupendo. Cuando estaba en el instituto, me
ayudó a solicitar becas y a rellenar solicitudes para la universidad.
Se lavó las manos y guardó silencio mientras removía el resto de
los ingredientes.
—Quería dedicarme al diseño industrial y a la ingeniería. Gané
una beca, pero entonces mi viejo enfermó. Bones estaba en la escuela
de medicina. Bullet estaba desplegado en el ejército.
—Así que nunca fuiste —dijo, dándose cuenta de que su lealtad
era aún más profunda de lo que había pensado.
Se quedó callado durante unos minutos antes de responder.
—Mi familia me necesitaba. Y cuando nos dimos cuenta de que mi
tío no iba a superar su cáncer, supe cuál era mi sitio.
Abrió otro armario y empezó a mezclar ron, zumo de lima, azúcar
morena y agua en una olla grande. Luego revolvió un tazón de
camarones en la otra sartén, y se dio cuenta de lo que estaba haciendo.
—Estás haciendo paella y ponche caliente.
¿Cómo había tardado tanto en darse cuenta? Y después de todo lo
que le había confesado aquella noche en la colina, ¿cómo había
recordado cada pequeño detalle?
—Para mí chica. Fui a la tienda mientras estabas trabajando esta
mañana.
Se le hizo un nudo en la garganta.
—Bear —fue todo lo que pudo decir.
—Ese es mi nombre, nena.
Tomó dos platos del armario y extendió el arroz en ellos y los
cubrió con las mezclas de carne y marisco.
—Gracias. —Abrió los cajones en busca de los cubiertos—. Huele
increíble.
—Espero que sepa aún mejor.
Se acercó a ella y abrió el cajón de los cubiertos, revelando
utensilios que parecían herramientas.
Ella enarcó las cejas.
—¿Qué? ¿Tus tenedores no tienen extremos de llave inglesa?
—Recogió los utensilios y le mostró cada uno de ellos—. ¿No tienes
cucharas con una llave inglesa o un cuchillo con un alicate por mango?
—No. Tengo a Bear con una caja de herramientas.
Se rio.
—Eso sí, nena. Una caja de herramientas muy grande.
—Deberías tener cuidado al aumentar el tamaño de tus trastos.
—Bajó la voz a un susurro—. ¿Y si me decepciono?
—Lo has sentido —dijo, tan arrogante como siempre mientras
metía la mano en un armario y sacaba dos copas de vino—. Sé que te
gusta tener cuidado con la bebida, así que si quieres saltarte el ponche,
me parece bien.
Había pensado en todo.
—No. Me gustaría un poco. Suena perfecto.
Sacó una bandeja de plata brillante de un armario inferior
cercano al lavavajillas y la puso sobre la encimera. En su interior había
dos círculos, en uno de los cuales se leía BLUE HAWK y en el otro,
STAINLESS-STEEL MAGNETIC MECHANIC'S TRAY. Colocó los platos en su interior
y, al introducir los utensilios, éstos tintinearon.
—¿En serio estás usando la bandeja de un mecánico?
—Un buen mecánico siempre tiene las herramientas adecuadas
para el trabajo. —Le dio una palmada en el trasero y luego sirvió el
ponche en una gran jarra—. ¿Te importa llevar esto?
Ella llevaba la jarra y él ponía las copas en la bandeja. Salieron de
la cocina a un pasillo en el que ella no había reparado cuando llegaron.
Después de estar tanto tiempo de pie, sintió que le empezaban a doler
los músculos.
—Me duelen las piernas y el trasero por el viaje.
—No te preocupes, nena. Te daré un masaje para quitarte todos
los dolores y prometo comportarme.
—Rayos —se le escapó antes de que pudiera detenerlo—. Quiero
decir... Eh. Maldición.
Se rio.
—Tú diriges y yo estoy feliz de seguirte.
—Me gusta cómo suena eso.
Se detuvo a mirar una serie de fotos en la pared. Estudió una
fotografía de tres adorables jóvenes de cabello largo sin camiseta y una
chica de cabello rojo enmarañado. Estaban sentados en un escalón de
hormigón. La chica se inclinaba hacia delante pero miraba a los chicos,
como si no quisiera perderse nada. Crystal localizó fácilmente a Bear,
todo codos y rodillas, sosteniendo un gato en su regazo y observando a
los otros chicos.
—¿Eres tú, tus hermanos y Dixie? —preguntó.
—Sí. Tomada en casa de mis padres.
Pasó a la siguiente foto, en la que un chico de ojos miel, cabello
negro y grueso, que sólo podía ser Bear, miraba por debajo del capó de
un auto. A su lado, un hombre delgado y con barba estaba con un
brazo alrededor de los hombros de Bear, señalando algo en el motor.
—Mi tío Axel y yo —explicó Bear.
Una punzada de tristeza lo recorrió cuando pasaron a las otras
fotos.
—Esta fue mi primera motocicleta.
Señaló con la cabeza una foto suya de joven junto a una brillante
motocicleta negra. Su padre estaba a su lado, con las manos en las
caderas, mirando a Bear, pero éste sonreía orgulloso a la cámara.
Señaló otra foto.
—Este es Bullet, como probablemente puedes adivinar por su
tamaño, y ese soy yo sobre su hombro.
Bullet miraba a la cámara con el ceño fruncido, sujetando las
piernas de Bear. Las manos de Bear estaban en puños, atrapadas en el
aire, como si estuviera golpeando la espalda de su hermano.
—¿Qué hacían?
—El imbécil se estaba haciendo el tonto. Me tiró al lago. No fue mi
momento de mayor orgullo, pero amo a ese imbécil.
—Estoy segura de que no lo dejaste salirse con la suya.
—No, por supuesto que no. ¿Ves ese cabello desgreñado? Se lo
corté mientras dormía. Casi me mata a golpes al día siguiente. Los dos
acabamos con la cabeza rapada ese verano.
Sonrió mientras se dirigían a las escaleras, pasando por un
dormitorio, un estudio y un baño.
Se asomó al cuarto de baño, observando el grifo de la bomba de
gas y el taladro de mano utilizado como soporte del papel higiénico.
—No estabas bromeando sobre tu baño. Es muy masculino.
—Mientras subían las escaleras hacia el desván, dijo—: Tienes suerte.
Tu infancia parece tan normal. La mía fue así, hasta que nos mudamos.
—Si consideras normal sentarte en la trastienda de un bar, pasar
varias noches a la semana en un taller de autos o que te despierten a
todas horas cuando eras adolescente para llevar a clientes borrachos a
casa, supongo que sí. Pero está bien. Tuvimos buenos momentos.
Cuando llegaron al rellano, dijo:
—Mi habitación.
Las paredes de pino y el alto techo de vigas a la vista daban a la
habitación una sensación de calidez. Un ventanal, con un asiento
acolchado, ofrecía una vista espectacular del lago. Se imaginó
acurrucándose con él en ese asiento y viendo la puesta de sol en
invierno, cuando el lago estaba helado, con Harley acurrucada a sus
pies. Un sillón de cuero estaba junto a una mesa de madera flotante y
cristal, con cuatro libros apilados. En el centro de la habitación estaba
la cama más grande que había visto nunca, envuelta en una manta
granate.
—Tu cama es enorme.
—No es lo único de mí que es enorme. Vamos, cariño.
Desplazó la bandeja contra su cadera.
—Puede que sea una pregunta estúpida, pero ¿por qué es tan
grande?
—No es una estupidez en absoluto, y no por la razón que crees.
Cuando era pequeño, todos nos amontonábamos en la cama de mis
padres los fines de semana por la mañana para despertarlos. Los
cuatro. Mi padre refunfuñaba, pero acabábamos luchando y riendo. Es
una tontería, pero es uno de mis mejores recuerdos. Cuando fui a
comprar una cama, decidí que me hicieran una lo suficientemente
grande para eso.
Cuanto más aprendía de él, más se enamoraba.
—Entonces... ¿quieres una familia?
—Definitivamente, algún día. —Sus cejas se fruncieron—. ¿Tú?
Sopesó su respuesta, preguntándose si la verdad lo asustaría, y
rápidamente decidió que con Bear, nada más que la verdad serviría.
—Renuncié a querer una familia después de que mi madre cayera
en el alcohol. Tenía miedo de acabar como ella, y no quería hacerle eso
a un niño. Pero pasar tiempo con Kennedy y Lincoln, y ver el amor que
les dan Gemma y Tru, me ha hecho volver a pensar en ello. La gente
dice que te conviertes en tus padres por mucho que te esfuerces en no
hacerlo, pero no creo que eso sea cierto. Puede que cueste esfuerzo,
pero creo que elegimos nuestros propios caminos.
«Respeto a mi padre —dijo Bear con un tono serio en su voz—.
Pero que me condenen si me convierto en él. Creo que Tru y Gemma
son un testimonio del hecho de que no estamos destinados a
convertirnos en nuestros padres, y tú has demostrado que elegimos
nuestros propios caminos. Lo único que estamos destinados a ser es lo
que decidimos que queremos ser. Todo lo demás son tentaciones, malas
y buenas. Pero al final, nosotros tenemos el control.
Abrió una puerta detrás de él, revelando un rústico porche con
una vieja mesa de madera y cuatro sillas que habían visto días mejores
y otra cama, que se sentaba bajo el suelo. Encima de la mesa había un
farol. Al igual que las paredes, el techo estaba enrejado, ofreciendo la
luz natural y la belleza del cielo nocturno. Las vigas estropeadas y rotas
hacían juego con la madera anudada bajo sus pies.
—Me encanta esto. —Puso la jarra sobre la mesa y miró hacia el
lago—. ¿Sientes esa brisa? ¿No te gustaría tener toda la casa con
mosquitera y luego, de alguna manera, sólo para el invierno, cubrirla
bien?
Puso la bandeja sobre la mesa y sus brazos la rodearon por
detrás. Este era su segundo lugar favorito para estar, el primero era
arropada contra su costado.
—Paso casi todas las noches aquí. Pensé que te gustaría.
Ella se giró en sus brazos, completamente encantada por este
lado al aire libre de él.
—Más que gustarme.
Él le sostuvo la mirada durante tanto tiempo que ella pensó que
debía estar leyendo entre líneas, tal y como ella esperaba.
Cenaron a la tenue luz del farol, compartiendo el ponche y
demasiados besos para contarlos. La paella estaba aún más deliciosa de
lo que recordaba, pero eso podía deberse a que sabía hasta dónde había
llegado Bear para preparar una noche tan especial para ella.
Ahora estaban acostados de espaldas en la cama, con los dedos
entrelazados, mirando a través de la pantalla las estrellas de arriba y
hablando.
—¿Cuál es tu sueño más grande? —preguntó.
—Eso es difícil. ¿Aparte de ti? —Le apretó la mano—.
Probablemente hacerme un nombre en el negocio de las motocicletas.
¿Y tú?
—Mi mayor sueño es este. He trabajado mucho para tener una
vida normal, y sé que parece simplista. ¿Pero estar aquí contigo, así? Es
tan grande para mí.
Se quedaron en silencio, escuchando los sonidos de la naturaleza.
Era agradable, no pensar demasiado ni estresarse. El mero hecho de
estar allí con Bear era maravilloso.
—Tu nombre —dijo en voz baja—. ¿Tienes alguna preferencia
para que te llame?
Sus nervios se agudizaron. No quería entrar en una discusión
sobre su pasado, pero le gustaba que él le preguntara.
—Mi verdadero nombre es Christine, pero el único nombre que
encaja ahora es Crystal. —Ella se puso de lado y él hizo lo mismo—.
Pero lo que más me gusta es que me llames cómo tú quieras. Cariño,
pastelito, tu chica.
—Pensé que no te gustaban los nombres posesivos.
—No me gustan. Pero no eres un imbécil que me trata como una
posesión. Si lo fueras, no estaría aquí contigo.
Él rozó sus labios con los de ella.
—Eso es porque te adoro, y si me convierto en un imbécil, estoy
seguro de que me pondrás en mí lugar.
Ella deslizó los dedos por la barba, sonriendo ante su respuesta.
—Te he contado muchas cosas sobre mí. Me dio la impresión de
que no querías hablar de tu apodo, ni de las cicatrices, pero me
gustaría escuchar la historia. Si prefieres no hacerlo, lo entiendo.
Su rostro se volvió serio.
—Nena, la única razón por la que no quería hablar de ello era
porque quería estar cerca de ti. No porque no quisiera contártelo.
Se quitó la camisa y se puso boca abajo, apoyando la mejilla en
los antebrazos.
Entre sus omóplatos había largas cicatrices en picada. Algunas
eran resbaladizas y más pálidas que su piel, otras fruncidas y oscuras.
Tres parecían más prominentes, más anchas y angulosas que las
demás.
—Puedes tocarlas —dijo, observándola.
Pasó los dedos por la longitud de cada una, contando en silencio
mientras lo hacía. Cinco.
—Debe haber dolido mucho.
—Estaba demasiado cargado de adrenalina para notar el dolor.
Nos habíamos ido a acampar con algunas familias del club. Fui a orinar
fuera del campamento y cuando me encontré con dos oseznos, supe que
estaba en problemas. Se me erizó el vello de la nuca cuando oí gruñir a
la mamá osa y, al girarme, sus garras se abalanzaron sobre mi espalda,
haciéndome caer de rodillas. Recuerdo haber gritado, pero no tengo ni
idea de lo que grité. Luché con todo lo que tenía. Bullet había boxeado
desde que tenía ocho años, y siempre me molestaba con lo de ser duro.
Por eso me hacía cosas como tirarme al lago. Me estaba endureciendo.
De todos modos, él había hecho su trabajo para enseñarnos a todos a
luchar. Incluso cuando era un niño, Bullet era gigante. No se podía
discutir con él. Así que aprendí a boxear y a pelear en la calle, lo que
significaba soportarlo como mi oponente.
Se rio un poco, como si recordara aquellos combates de boxeo.
—Le di un golpe en el hocico a esa osa, lo que la aturdió durante
unos segundos, dándome tiempo suficiente para ponerme de pie. Y el
tiempo suficiente para que Bullet atravesara el bosque como un
murciélago y se interpusiera entre la osa y yo. Todo ocurrió en cuestión
de segundos, y alguien nos estaba cuidando, porque esa osa volvió a
rugir y se alejó con sus cachorros.
Aplastó su mano sobre las cicatrices.
—Tu corazón está palpitando fuertemente.
—La adrenalina. Es como si volviera a enfrentarme a esa bestia.
Hombre, Bullet no dudó en ponerse entre nosotros. Le debo la vida.
—Son muy valientes.
Ella se acostó de nuevo a su lado y él la acercó.
—Creo que te llevas el premio a la valentía —dijo suavemente—.
Supongo que ambos sabemos un poco de supervivencia.
Ella se recostó en sus brazos, escuchando el sonido del lago y el
roce de las hojas con la brisa. Estar acostados juntos, hablando y
compartiendo pedazos de sí mismos se sentía como un nuevo nivel de
intimidad. Se sorprendió de cuánto tiempo había perdido
preocupándose por ello.
—¿Alguna vez has deseado haber acudido a la policía? —preguntó
finalmente.
Cerró los ojos. Había percibido que él había estado reflexionando
sobre lo que ella había pasado, pero esperaba que no volviera a sacar el
tema.
—La verdad es que no, pero a veces me arrepiento de no haber
sido lo suficientemente fuerte para seguir estudiando, de haber tenido
el control suficiente para completar mi carrera. Y devolver una parte de
la beca Pell fue un fastidio. Pero, ya sabes, con el tiempo llega la
perspectiva —admitió—. A veces miro hacia atrás y me sorprende haber
salido del parque de caravanas, y otras veces siempre supe que lo haría.
¿Alguna vez te arrepientes de no haber ido a la universidad?
—No estoy seguro de que arrepentimiento sea la palabra
adecuada. Pero ¿desearía haber aprendido más? Claro, ¿quién no lo
haría? Por cierto, esta semana va a apestar. Tengo una reunión del club
mañana por la noche, y estoy ayudando a Tru a pintar el martes por la
noche. Pensé que podría verte después, pero quiere pintar el cuarto de
juegos y el de recreo. Creo que está nervioso porque la casa no esté lista
para la boda. Y el miércoles y el jueves tengo que hacer de barman
hasta las dos de la mañana.
Los músculos de su mandíbula se tensaron.
—No apestará, y me alegro de que ayudes a Tru y a Gemma. Eso
me da tiempo para trabajar en los disfraces.
Y tiempo para echarte de menos.
—¿Puedo verte el viernes por la noche? Podemos ir a dar un paseo
por el agua y cenar algo.
—Creo que puedo arreglármelas.
Él deslizó la mano por el muslo.
—¿Cómo te metiste tanto en mi piel que la idea de no verte por
una noche se siente como si me arrancaran el corazón?
—No le digas eso a Bullet —se burló—. Querrá abnegarte, y a mí
me gustas tal y como eres. Y no puedo responderte, porque todavía
estoy tratando de entender cómo conseguiste que te contara todos mis
secretos y bajara la guardia tan rápido.
—¿Rápido? Han pasado más de ocho meses. Eso no es rápido.
Ella se rio. La tenía ahí.
—¿Cuál es tu verdadero nombre? ¿Freddy el Rápido? —Estaba
bromeando, pero se dio cuenta de que no sabía su verdadero nombre—.
¿Cuál es tu nombre de pila?
—Bob. Por mi abuelo. Robert Whiskey.
—Bobby. Me gusta mucho. Tal vez te llame así.
Sus ojos se entrecerraron.
—Nena, puedes llamarme como quieras, siempre que lo hagas a
menudo. —Le apretó el trasero y ella se estremeció—. ¿Qué pasa?
—Me duele el trasero —susurró—. No estoy acostumbrada a
montar durante tanto tiempo.
Sus ojos se oscurecieron, y eso la hizo reír.
—Eres un motero pervertido.
—Ni siquiera has empezado a conocer mi lado pervertido, cariño.
Su voz ronca y la picardía de sus palabras la atrajeron como un
imán. Le masajeó las nalgas y la tomó en un dulce beso que
rápidamente se volvió intenso. Sus cuerpos se tocaron y ella pudo sentir
cada centímetro duro de él.
Rozó sus labios con los de ella.
—Déjame aliviar tus músculos doloridos. Quítate el vestido, nena.
Puedes dejarte las bragas puestas.
Capítulo 12
Bear le dio privacidad a Crystal para que se desvistiera y fue al
dormitorio a buscar el aceite corporal que Dixie le había regalado la
pasada Navidad. Rebuscó en su mesita de noche y lo encontró debajo
del resto de las porquerías del cajón. Cuando volvió al porche, se detuvo
justo en el umbral. Ver a Crystal tumbada sobre su vientre en medio de
su cama llevando sólo un par de bragas de encaje negro era una
tortura, pero estaba decidido a cumplir su palabra y comportarse.
Al menos lo intentaría.
Ella se sonrojó cuando se acercó al lado de la cama.
—Estoy más nerviosa que esta mañana, cuando estaba igual de
desnuda.
Se tumbó a su lado, apartando el cabello de su hombro y pasando
los dedos por su mejilla. Estaba tan rebosante que deseaba
tranquilizarla tanto como hacer el amor con ella.
—No tienes que estar nerviosa. Te hice una promesa y la voy a
cumplir. No voy a tocarte en ningún sitio que no quieras.
Atrapó su labio inferior entre los dientes y luego susurró:
—Creo que ese es el problema. Quiero que me toques. Y quiero
tocarte. Pero no sé si estoy preparada para...
La besó lenta y dulcemente para tranquilizarla.
—Entonces no lo haremos —prometió—. ¿Confías en mí lo
suficiente como para dejar que me quite los jeans para que no se
manchen?
—Sí.
Lo observó quitárselos, sus dedos se enroscaron en las sábanas
mientras sus ojos bajaban por su cuerpo, deteniéndose en su erección.
Se agachó junto a la cama.
—¿Segura que te parece bien?
—Sí.
Sus ojos bajaron por su esbelta espalda, hasta la depresión en la
base de la columna vertebral y sobre el encaje negro.
—¿Dónde te duele más?
—Los muslos y las nalgas, un poco en la parte baja de la espalda.
Y los hombros, de tanto agarrarme a ti. —Su sonrisa se amplió—. Creo
que necesito un masaje de cuerpo entero.
Se rio y se sentó a horcajadas sobre sus caderas sin poner ningún
peso sobre ella. Se echó aceite en la palma de la mano y se frotó las
manos para calentarlas antes de masajearle los hombros. Ella soltó un
largo suspiro. Bajó por cada brazo, amasando la tensión. Le frotó entre
los omóplatos, alejando la tensión de su cuerpo, alejándola de la
columna vertebral y recorriendo sus costados, sintiendo cómo su
respiración se ralentizaba y luego se aceleraba cuando sus dedos
rozaban sus pechos. Bajó la boca hasta la mejilla de ella y le dio un
beso en la mandíbula, el cuello y el hombro. Las caderas de ella se
agitaron bajo él, y él volvió al masaje prometido.
Bajó, le frotó la tensión de la cintura y las caderas. Ella gimió
dulcemente y él vio que una sonrisa se dibujaba en sus labios.
—Levántate, nena.
Se acercó a la cabecera de la cama, dejándole espacio para
masajear su pie. Al amasar la tensión de la planta del pie, se produjo
otro sonido fascinante. Le dedicó la misma atención al otro pie antes de
subir por las pantorrillas. No pudo resistirse a besar la parte posterior
de sus rodillas.
—Hazlo otra vez.
Lo hizo, deslizando la lengua por la sensible piel. Sus caderas se
levantaron del colchón.
—Eso es caliente —susurró.
No tenía ni idea de lo caliente que estaba.
Su cuerpo ardía con una sed insaciable de ella. Siguió
masajeando sus piernas y, cuando llegó a los muslos, redujo la
velocidad, frotando profunda y sensualmente, sabiendo que era allí
donde se concentraba la mayor parte de sus dolores. Ella abrió más las
piernas, permitiendo que las rodillas de él cupieran entre ellas, y él le
acarició los isquiotibiales, subiendo por la curva de su trasero,
acariciando suavemente sus nalgas. Apretó los labios primero en una
nalga y luego en la otra. Su cuerpo estaba muy relajado, pero con cada
presión de sus labios, sintió que se ponía un poco rígida, así que se
retiró.
Se echó más aceite en las manos y le acarició suavemente el
interior de los muslos, pero era demasiado seductora para no besarla.
Cuando sus pulgares rozaron sus bragas, besó el pliegue donde su
trasero se unía a su pierna. Apretó más las manos en las sábanas,
excitándolo aún más. Le pasó las manos por las costillas, rozando los
lados de los pechos, los brazos y hasta las yemas de los dedos.
Bajando sobre ella, susurró:
—¿Todavía estás bien?
—Oh Dios mío, sí —dijo con voz embriagadora.
—¿Puedo quitarte las bragas, cariño? No quiero que se manchen.
—Sí.
Ella levantó las caderas de la cama.
Cuando él le había pedido que le quitara las bragas, en realidad
había sido para evitar que se mancharan. Pero mientras se movía a un
lado y se las quitaba, apretó los dientes contra los oscuros
pensamientos que pasaban por su mente. Y cuando la tocó, esos
pensamientos se precipitaron, poniendo a prueba su control. Tuvo
mucho cuidado al amasar su trasero. Sus manos cubrieron los flexibles
globos y ella se movió con él, abriendo las piernas cuando sus pulgares
se acercaron a su sexo, una invitación abierta. Era una tortura resistir
el impulso de tocarla allí, pero no quería asumir que la había leído bien.
—Está bien —dijo ella suavemente—. Tócame.
Dejó escapar un suspiro que no se había dado cuenta de que
estaba conteniendo y continuó masajeando su trasero, provocando su
sexo con los pulgares. Cada caricia se ganó un sonido de necesidad.
Besó con la boca abierta cada nalga mientras acariciaba entre sus
piernas. Cuando ella levantó el trasero, fue demasiado para resistirse.
Separó sus nalgas y pasó la lengua por su centro húmedo, cubriendo su
excitación con su lengua. Auténtico placer. Gimió, levantando más el
trasero, y él no dudó en mover un brazo alrededor de su vientre para
provocarla por delante mientras la lamía. Su pene ansiaba participar en
el sensual festín.
—Haz que llegue al orgasmo —suplicó—. Necesito llegar al
orgasmo.
Oh, claro que sí. Llevó una mano a su pecho, usando la otra entre
sus piernas, y la devoró con la boca, metiendo la lengua en su dulce
centro al mismo ritmo que quería usar para hacerle el amor. Se retorcía
contra su boca y él deslizaba sus dedos dentro de ella, buscando el
punto secreto que le daría lo que necesitaba. Emitió un sonido grave,
retorciéndose contra él mientras gritaba su nombre. Él la rodeó con el
brazo y le besó la espalda mientras ella se dejaba llevar por las olas del
éxtasis.
La giró suavemente sobre su espalda, colocó las piernas de ella a
ambos lados de sus rodillas y sus párpados se agitaron.
—¿Estás bien, nena? —preguntó, viendo cómo se curvaba una
sonrisa en los labios.
—Estoy en coma de Bear. No pares.
Él se rio mientras besaba el centro de su pecho y llevaba su boca
a su pecho, su lengua rodeando su pezón. Ella se inclinó hacia arriba,
agarrando la manta con más fuerza mientras él bajaba su boca sobre el
tenso pico.
—Bear —suplicó—. Siento todo mi cuerpo como un cable vivo.
Él se puso de rodillas y notó por primera vez el mechón de rizos
rubios entre sus piernas. Su corazón se estremeció. Había cambiado su
aspecto exterior, pero no tendría necesidad de cambiar lo que la gente
no veía. Un doloroso recordatorio de lo que había pasado y una
confirmación aún mayor de lo mucho que confiaba en él.
Abrió los ojos.
—Por favor, no te detengas. Te necesito.
Ni la mitad de lo que yo te necesito.
Bajó su boca hasta la de ella y la besó con todo el amor que sentía
en su interior. Bajó rápidamente por su cuerpo, deseándola tanto como
ella lo necesitaba a él, y acercó su boca a su resbaladizo calor,
llevándola de nuevo al límite.
Mientras ella se tumbaba en el colchón intentando recuperar el
aliento, él se tumbó a su lado intentando ignorar el calor que latía en su
interior.
Ella abrió los ojos y rodó sobre él, presionando sus labios contra
su pecho.
—Me encanta que me toques. —Sus dedos subieron por sus
costados mientras le besaba desde el esternón hasta justo por encima
del borde de su bóxer—. Me encanta el cuidado que tienes conmigo.
Introdujo sus dedos en la cintura de su bóxer.
—Nena —advirtió.
—No. —Sus ojos se entrecerraron, desafiando su advertencia—.
Soy una chica grande. Puedo decidir para qué estoy preparada. Quiero
que sepas lo mucho que me excitas, no que sopeses mis respuestas o
me protejas de mis propios deseos.
—Voy a sopesar tus respuestas, porque me estoy enamorando
tanto de ti que no puedo ver bien. —Las palabras salieron con firmeza
de sus labios—. No quiero estropearlo pasando algo por alto o
presionando demasiado.
—Nunca me presionas —dijo en voz tan baja que casi pasó
desapercibido. La seducción brilló en sus ojos—. No quiero que te eches
atrás, ni que me hagas retroceder. —Deslizó el dedo por el labio inferior
y él lo atrapó entre los dientes—. No estoy preparada para el sexo, pero
sí para más. Quiero más contigo.
Tomó su mano entre las suyas y le dio un beso en la punta de los
dedos.
—Estoy dispuesto a más.
—Bien. Entonces túmbate y déjame...
Hizo una pausa y sus mejillas se sonrojaron.
—Nena. No tienes que hacer nada.
—Cállate, motero. Me acabo de dar cuenta de que puede que no
sea muy buena en esto. Toda mi experiencia en esto ha sido en mis
pensamientos. —Arrugó la nariz, con un aspecto muy bonito—. Tal vez
debería ir a buscar a alguien con quien practicar.
Se apartó con una sonrisa burlona y él la tiró encima de él,
ambos riendo.
—Ni siquiera bromees con eso.
—Pensé que no eras posesivo.
—¿Tu boca en otro hombre? Demonios, sí, soy posesivo en ese
sentido.
Se rio mientras se deslizaba por su cuerpo, besando entre risas.
—Mi chico motero tiene muchos huesos celosos en su cuerpo.
—Y tú estás torturando hasta el último de ellos. Ven aquí, nena.
Se acercó a ella y ella presionó su dedo sobre sus labios,
haciéndolo callar de nuevo.
—¿Qué tan duro puede ser? —se rio y dejó caer su rostro sobre
su estómago, riéndose más fuerte—. Quiero decir, ¿qué tan difícil puede
ser?
Él se sentó y ella apretó su mano contra su pecho, empujándolo
hacia el colchón.
—No te atrevas a moverte. ¿Cuál es esa canción? ¿Candy Shop?
Lo lameré como si fuera una piruleta.
—Cristo —murmuró.
La agarró por debajo de los brazos, y en un rápido movimiento
ella estaba debajo de él y él la estaba besando hasta que sus risas se
convirtieron en sensuales y necesitadas súplicas.
Ella tiró de su bóxer.
—Fuera, Bear —dijo entre besos—. Quítatelos.
Se los bajó y los tiró al suelo. Sentir la suave piel de ella contra él
era casi demasiado. Sabía lo que tenía que hacer. Retroceder, entregar
las riendas por completo, pero mientras se movía sobre ella, con los
dedos de ella aferrándose a su espalda, se sentía impotente para dejar
de besarla. Quería desaparecer dentro de ella.
El amor surgió desde lo más profundo de su ser.
—Nena. —La besó de nuevo—. Esto es suficiente para mí. —Besó
su hombro—. Eres suficiente para mí. Así de simple.

Crystal luchó por contener sus emociones mientras yacía debajo


de Bear. Se estaba enamorando de ella. Quería oírlo decir una y otra
vez.
—Entonces déjame mostrarte lo mucho que me estoy enamorando
también —dijo finalmente.
Lo empujó sobre su espalda, disfrutando de su tentador físico.
Era ancho y de cuerpo macizo, pero la profundidad de las emociones
que le devolvía la mirada atenuaba todas las asperezas de su chico
motero. Cuando sus ojos se desviaron hacia su dura longitud,
enraizada entre un nido de cabello oscuro y que llegaba hasta su
ombligo, su corazón tronó a un ritmo errático. Estaba nerviosa, pero no
por lo que quería hacer, ni siquiera por su falta de experiencia. Estaba
bastante segura de que no había forma de que su boca no se sintiera
bien en él. Sus nervios nacían de las profundas emociones que sentía
por él. El hecho de estar sentada en su cama desnuda, queriendo
amarlo con su boca, era, en su mente, tan íntimo como el coito.
Le tendió la mano.
—Nena —dijo suavemente, atrayendo sus ojos hacia los suyos.
Señor. Podía ahogarse en sus ojos amorosos.
—Sin presión, cariño. —Acarició la cama a su lado—. Túmbate
aquí y deja que te abrace.
Su afecto incondicional le dio el valor que necesitaba para
permitirse agarrar el anillo de bronce.
—Lo haré. Pronto.
Apretó los labios contra el estómago de él y bajó besando,
rodeando su grosor con los dedos. No pensó en el bien o el mal, ni en
las cosas que había leído sobre cómo tocar a un hombre. No pensó en
absoluto. Dejó que su corazón la guiara mientras deslizaba su lengua
desde la base hasta la punta, saboreando su calor, la sal de su piel y
deleitándose con los gemidos que provocaba. Lamió la cabeza ancha y el
glande hinchado, sintiendo la contención en la rigidez de su cuerpo, y
volvió a deslizar la lengua a lo largo de él, mojándolo bien para poder
acariciarlo con la mano. Cuando la metió en su boca, él gimió y sus
caderas se movieron por encima del colchón, pero se detuvo
abruptamente y ella supo que se había detenido para su beneficio. Lo
acarició con la mano y la boca, sintiendo cómo se hinchaba en su
interior. Era consciente de todo: su potente aroma masculino, la rigidez
de su excitación, su respiración acelerada.
—Nena, nena, nena —suplicó.
Ella aceleró sus esfuerzos y sintió la mano de él acariciando el
dorso de su muslo. Los dedos de él rozaron su sexo, enviando corrientes
eléctricas a través de ella. Se perdió en su ritmo, vagamente consciente
de los movimientos del cuerpo de él, de sus manos levantándola.
—Ponte a horcajadas sobre mi rostro, nena —dijo y ella lo hizo.
Y luego su boca estaba sobre ella y ella estaba en el ángulo
perfecto para tomarlo aún más profundo. Exploró, lamiendo su eje,
alrededor de sus bolas, el interior de sus muslos. Él lamía su sexo aún
más vorazmente con cada deslizamiento de su lengua.
—Apriétame más —dijo con urgencia—. Cerca de la cabeza.
Lo hizo, cosechando los mismos beneficios y amando que le dijera
lo que le gustaba. Apretó y lamió, chupó y acarició, retorciéndose por el
exquisito placer que él le estaba proporcionando. Las piernas le
cosquilleaban y ella lo acarició más fuerte, más rápido, queriendo más
de él. Quería que él llegara al orgasmo con ella.
Gimió, un fuerte y tortuoso ruido que la hizo retroceder.
—¿Te he hecho daño?
Dios, qué vergüenza.
—No —jadeó—. Vas a hacer que estalle. Sólo usa tu mano. No
tienes que...
Ella no iba a perderse de experimentar toda su pasión.
—Llega al orgasmo conmigo —dijo, sonriendo mientras lo tomaba
de nuevo en su boca, tan profundo que lo sintió golpear la parte
posterior de su garganta.
—Nena, nena…
La agarró por los muslos e hizo algo con la lengua que la llevó al
límite, sin tener en cuenta el tiempo ni el espacio, mientras él soltaba
un gemido salvaje y el primer chorro salado de su liberación se
deslizaba por su garganta. Estuvo a punto de atragantarse, pero se lo
tragó, sintiendo cómo el calor cubría su garganta con cada empuje de
las caderas de él mientras su propio orgasmo la desgarraba en una
serie de temblores de tierra.
Le temblaron las piernas cuando se apartó de él. Él la acercó,
haciéndola girar fácilmente como si fuera parte de él, y la rodeó con sus
fuertes brazos. Olía a ella, con la barba aún húmeda por su excitación.
El sabor de él permanecía en su lengua, pero nada podía detener la
hipnótica atracción entre ellos. Sus bocas se fundieron, sus sabores se
mezclaron, salados, cálidos y extrañamente satisfactorios. El muslo de
él se acercó al de ella y profundizó el beso, como si quisiera sellar el
momento. Para reclamarla y no soltarla nunca.
Ella también quería eso.
Cuando sus labios se separaron por fin (un minuto, o veinte,
después), ella anheló que los suyos volvieran.
—Me equivoqué. —Sus palabras salieron con urgencia de sus
pulmones—. Te pertenezco.
—No, cariño. No somos dueños. Somos uno. Compartimos,
amamos, protegemos, pero no somos dueños.
Capítulo 13
El club de los Caballeros Oscuros estaba situado detrás de
Whiskey Bro's en un edificio similar que necesitaba ser actualizado.
Bear se sentó en una mesa con Bullet y Bones el lunes por la noche en
la iglesia mientras los miembros discutían sobre las perspectivas, un
próximo paseo benéfico programado para el otoño y la situación con
Scooter, que parecía haberse calmado después de mostrar su apoyo. Si
bien Bear se alegró de escucharlo, su mente no estaba en la reunión.
Después del fin de semana que había pasado con Crystal, quería pasar
más tiempo con ella, no menos, que era lo que tendría si ayudaba con
la ampliación del bar. Por si eso no fuera suficiente distracción, había
recibido una llamada a primera hora del día de Jace Stone. Él y su
socio, Maddox Silver, estaban listos para finalizar su oferta.
Bear se quedó después de la reunión, esperando a que su padre
viniera a hablar del bar. Mientras los chicos jugaban al billar y a los
dardos, hablando de su último viaje, o del próximo, Bear se debatía con
su futuro.
Bones dio un trago a su cerveza, mirándolo. Su hermano venía
directamente de hacer la ronda en el hospital. Se había puesto una
camisa de los Caballeros Oscuros. Su camisa de vestir desechada yacía
sobre el respaldo de su silla. De día era el doctor Wayne Whiskey, la
personificación del profesional pulcro, que cubría sus tatuajes y
cuidaba su lenguaje, y de noche se convertía en Bones, el motero
empedernido que Bear conocía.
—Bullet me ha dicho que lo estás pasando mal por algo que pasó
con Crystal —dijo Bones—. ¿Quieres hablar de ello?
Bullet se recostó en su silla, acariciando su barba y dirigiéndole a
Bear una mirada que conocía demasiado bien. La que decía: Cuéntalo
todo. Te cubrimos las espaldas.
—Le hice una promesa —dijo Bear, deseando haber nacido con un
mejor rostro inexpresivo—. No voy a romperla para satisfacer la
curiosidad de nadie.
Bones inclinó la barbilla hacia abajo, mirando seriamente a Bear.
—¿Sigue en peligro?
Esa era la peor parte de toda esta situación. El hombre seguía ahí
fuera. Bear apretó las manos bajo la mesa.
—No es inminente. Quizá no lo sea en absoluto. Pero sigo
queriendo localizar al hijo de puta y matarlo.
Se levantó de la mesa, necesitando aire.
Bullet le agarró del brazo.
—No te vengues, hermano. Acabarás en la cárcel y Tru puede
decirte lo terriblemente divertido que es eso. Y esa linda potranca tuya
no disfrutará esperando las visitas conyugales. —Se puso en pie,
deslizando una oscura mirada hacia Bones y apretando más a Bear—. Y
hagas lo que hagas, no lo hagas solo. Si caes, caemos nosotros.
¿Entendido? No te ocupas solo de lo que sea.
Sí, lo entendió bien. Ahora estaba en el radar de problemas de
Bullet, lo que significaba que cualquier movimiento que hiciera, su
hermano lo estaba vigilando. Hay que amar la hermandad.
Bear se desprendió de su agarre y salió al exterior. Inhalando una
bocanada de aire fresco de la noche, se paseó, tratando de calmar sus
entrañas, y envió un rápido mensaje de texto a Crystal.
¿Cómo está mi chica?
Despertarse con ella en sus brazos lo había mantenido en pie todo
el día. Le había preparado el desayuno, que ella había admitido a
regañadientes que le gustaba más que la pizza fría. Lo que más le costó
fue despedirse cuando la dejó en su apartamento esta mañana, pero un
mensaje de Gemma recordándole que tenía que llegar pronto a la tienda
para hablar de sus horarios los había impulsado.
Su respuesta fue rápida.
Ocupada amando a Harley y trabajando en los trajes.
La puerta del club se abrió y Bones asomó la cabeza.
—Vamos. El viejo está listo.
—Ahora mismo voy.
Su teléfono vibró de nuevo y apareció una foto de Crystal besando
la nariz de Harley. Maldita sea, las echaba de menos a ambas. Envió
otro mensaje, deseando no tener que apresurarse a volver a entrar.
¿Todavía tienes tiempo para tu novio el viernes por la noche?
Su teléfono vibró con una respuesta antes de que llegara a la
puerta del club.
Sí. Tu niña peluda te echa de menos.
Entró en el club y se dirigió a una mesa del fondo, donde sus
hermanos y su padre estaban hablando. El sonido de las bolas de billar
rodando, las risas sinceras y el denso golpe de los dardos en la diana
eran tan reconfortantes como una comida casera. O tal vez una última
comida, dada la conversación que iban a tener.
Sacó una silla, ignorando la mirada inquisitiva que le dirigía
Bullet.
Adivina qué, B. Esto no está bajo tu control.
—Papá me estaba contando sus planes para ampliar Whiskey
Bro's —explicó Bones.
—Está en ello —dijo su padre con su lento acento, como si
hubiera algo en lo que Bones tuviera que estar metido además de
invertir capital.
Bones era el único de la familia que no trabajaba en el bar o en la
tienda, pero como socio igualitario y varón, estaba incluido en las
decisiones importantes. Había asistido a la escuela de medicina
después de la universidad y, tras graduarse, se había dedicado
directamente a la práctica de la medicina. Bear no dudaba de que
Bones lo dejaría todo para ayudar a su familia, si fuera necesario, y por
eso nunca había hecho un gran esfuerzo por ser el que se hiciera cargo
del bar tras el ataque de su padre. De ninguna manera habría robado
los sueños de ninguno de sus hermanos.
Su padre se sentó en su típico estado de relajación, con el bastón
colgando de la silla. Bear no se dejó engañar. Su viejo era un pensador,
un planificador. Bear sabía que, incluso después de la apoplejía, en
caso de necesidad, no dudaría en poner su cuerpo en medio de una
pelea para proteger a sus seres queridos, o a los extraños que
necesitaran ayuda.
Como el resto de nosotros.
—He estado pensando en ello —dijo Bear—. Habrá que renovar la
cocina y contratar personal. Ofrecer comida hará que este lugar sea
demasiado grande para ser administrado como un negocio familiar.
Tienes que estar de acuerdo con eso antes de hacer nada.
Su padre miró alrededor de la casa club.
—Nada es demasiado grande para la familia. Tenemos una familia
muy grande.
—Estos chicos tienen trabajo —recordó Bear—. Y hemos estado
trabajando duro. Necesitaremos un cocinero, un lavaplatos,
camareros... No puedes esperar que Dixie, Bullet, Red o yo nos
encarguemos de todo.
Llamaba a su madre Red desde que era pequeño, cuando escuchó
a sus amigos llamarla Wren, su nombre de pila y pensó que habían
dicho Red. El nombre se le había quedado.
La boca de su padre se curvó en una sonrisa torcida, con el lado
izquierdo anclado hacia abajo.
—¿Ves? Sabes exactamente lo que necesita el bar. Por eso vas a
gestionarlo y hacer que sea rentable.
Bear se sentó, apretando los dientes.
—Llevo la tienda y ayudo en el bar una o dos noches a la semana.
Estoy al máximo. Pero Dixie puede encargarse de esto. Ella está en el
bar la mayoría de las noches de todos modos y se encargó de las
renovaciones en la tienda cuando añadimos la sala de juegos. Ella
podría...
—Se irá, se casará y tendrá hijos antes de que nos demos cuenta
—dijo su padre—. ¿Entonces qué?
—¿Así que vuelves a descartarla? —resopló.
Ya había librado esta batalla antes, y sabía muy bien que su
padre ganaría, porque sin el apoyo de sus hermanos, después de que él
dijera lo que tenía que decir, el respeto ganaría, y Bear se echaría atrás.
Cada. Maldita. Vez.
—Está haciendo un gran trabajo en la tienda y es una buena
camarera —dijo su padre—. Ella no necesita hacer más. Puede
ayudarte, como lo hizo la última vez.
—¿Ayudarme? Venía a casa los fines de semana mientras estaba
en la universidad y trabajaba tan duro como yo para sacar adelante el
Whiskey Bro's. Y después de que se graduó, también trabajó duro en la
tienda —le recordó Bear—. La presionaste en la universidad para
asegurarte de que sobresalía. ¿No fue eso una preparación para esto?
¿No crees que se ha ganado el derecho a llevar un negocio por su
cuenta? Supongo que la harás participar, como al resto de nosotros.
Por una vez le gustaría que sus hermanos abrieran la boca y
defendieran a Dixie. Pero mientras que Bullet daría su propia vida para
proteger a su hermana, no ocurría lo mismo al enfrentarse a su padre.
¿Y Bones? Reconocía una batalla perdida cuando la veía, y elegía sus
guerras con cuidado. Tal vez Bear estaba impulsado por la rabia que
corría por sus venas tras enterarse de lo que le había pasado a Crystal y
no poder hacer nada al respecto, o tal vez era simplemente que estaba
harto de que a Dixie se le negara lo que merecía. O tal vez es que tengo
una oferta por lo que realmente quiero, y parece que no puedo encontrar
la valentía para aceptarla. Por la razón que fuera, su paciencia para
esta mierda se estaba agotando.
—Por supuesto que se lo creerá. —Su padre apoyó los antebrazos
en la mesa, sus ojos se movieron lentamente alrededor de la mesa,
llegando a posarse en Bear y poniendo un fin silencioso a la batalla que
no se había librado realmente—. La pregunta es: ¿cuánto tardarás en
elaborar un plan?
—Tendré que consultar a Dixie —respondió Bear, con excesivo
entusiasmo—. Ella es la que maneja el presupuesto.
Su padre refunfuñó algo que Bear no pudo entender.
Hablaron durante otras dos horas sobre sus ideas y lo que Biggs
imaginaba para el bar. Bear tenía ganas de irse, pero se esperaba que
se quedara y aunque sus creencias no estaban a la altura de las de su
padre, se quedó hasta que Red le envió un mensaje a su padre poco
después de la medianoche. Bear se levantó para seguir a su padre.
Bullet gruñó:
—Siéntate.
Bear bajó el trasero a la silla, sabiendo que era mejor no
enfrentarse a Bullet al final de una larga noche.
—¿Qué?
—¿Por qué lo presionas con Dix? —preguntó Bullet—. Sabes muy
bien que no va a ceder.
—Porque alguien tiene que hacerlo.
—Tiene razón, Bear —dijo Bones—. Sabes que no estoy de
acuerdo con las estupideces de la vieja escuela que saca papá, pero
estás intentando cambiar generaciones de creencias anticuadas y
duras. No puedes enseñarle trucos nuevos a ese viejo en particular.
—Mentira. —Bear cruzó los brazos y se hundió contra la silla—.
¿No se te ha ocurrido que podría querer hacer algo más que dedicar
todo mi tiempo al bar y a la tienda? Dixie es totalmente capaz, y se
merece dirigir el proyecto, y recibir los elogios que conlleva. De papá. Si
los tres estuviéramos juntos, él tendría que escuchar. Sólo tiene una
quinta parte de los votos cuando se trata de los negocios.
—No se trata de eso. Se trata de respeto. No se va en contra del
hombre que te trajo a este mundo.
Bullet dio un trago a su cerveza, ignorando claramente la idea de
que Bear pudiera querer hacer algo más que trabajar en el negocio
familiar. Probablemente no podía concebir la idea, porque Bear era Bear
y era la maldita culpa de Bear.
—¿En serio, B? ¿Qué clase de mierda es esa? ¿Crees que está
bien que las mujeres hagan el trabajo pesado entre bastidores y no
reciban el crédito que merecen?
Bullet se inclinó hacia delante, con sus ojos negros como el
carbón, tanto como los de una serpiente.
—No tengo ningún problema con que una mujer haga algo. No se
trata de si Dix es capaz o merece hacerlo. Se trata de respetar las
decisiones del hombre que nos crio.
Las palabras de Crystal volvieron a él con fuerza.
—¿Y qué pasa con Dixie? ¿Quién la respeta? —Cuando Bullet no
respondió, Bear se puso en pie—. Eso es lo que yo pensaba. Sí, nuestro
padre es de la vieja escuela, y tú eres tan malditamente militarista que
aceptas lo que sea que haga. Pero tenemos una hermana, y ella tiene
una mente muy brillante y una ética de trabajo tan fuerte como cada
uno de nosotros.
Bullet resopló.
—Es que no quieres renunciar a más tiempo ahora que por fin
tienes una vagina.
Bear lo agarró por el cuello y se puso frente a su rostro,
apretando los dientes.
—Respétala, B, o te juro que te hago pedazos.
—Bear —advirtió Bones.
—Puede que me den una patada en el trasero porque B es un
maldita Pie Grande —arremetió Bear—. Pero conseguiré suficientes
golpes para hacer mi punto. He aprendido de los mejores. —Soltó la
camisa de Bullet y miró a Bones—. ¿Qué tal si te haces hombre por tu
hermana?
Las emociones contradictorias inundaron la expresión de Bones.
Bullet se cruzó de brazos, con sus enormes bíceps flexionados,
pero tenía una maldita mirada gratificante en sus ojos, tratando de
irritar a Bear. Levantó su cerveza como si fuera a brindar y dijo:
—Respeto a Crystal, y tú lo sabes, maldita sea. Tienes unas
pelotas enormes, hermano y por eso, sea lo que sea que pienses que vas
a hacer con su pasado, no lo vas a hacer solo. ¿Entendido?
—¿Me cubres la espalda cuando se trata de esa mierda y no
cuando se trata de nuestra hermana? Sí, B. Estoy empezando a
entenderlo. Te veré en mi turno del miércoles por la noche. —Se giró
hacia Bones—. Nos vemos.
Mientras conducía a casa, sus pensamientos volvieron a Crystal,
donde permanecieron durante el resto de la maldita noche.
Capítulo 14
—Bones está de camino a la casa de Tru. Estaremos pintando
durante horas —dijo Bear. Estaban en el aparcamiento de Whiskey
Automotive, esperando a que Gemma y Truman prepararan a los niños
para salir. Crystal había quedado con Gemma y Dixie para que le
ajustaran el vestido de novia a Gemma y para comprar los vestidos de
Crystal y Dixie.
—No puedo esperar hasta el viernes —dijo—. ¿Sigue en pie
nuestra cita?
—Sí. Estoy contando las noches solitarias.
A Crystal se le revolvió el estómago. Estaba deseando cenar y dar
un paseo por la playa, pero anoche había estado acalorada pensando en
lo que habían hecho y en lo mucho que quería hacer. Se había quedado
despierta hasta tarde dando los últimos toques a dos de los trajes que
había empezado la semana pasada y luego había dado vueltas en la
cama toda la noche, considerando la posibilidad de ocuparse ella misma
de su necesidad. Pero sabía que, aunque pudiera llegar al orgasmo, éste
palidecería en comparación con el modo en que Bear la había puesto en
marcha. La espera sólo había servido para hacerla más desesperada por
él. Incluso Gemma se había dado cuenta, burlándose de que parecía
una chica enamorada. Ella no la había corregido. Y ahora contaba las
horas hasta que pudiera volver a estar cerca de él.
—Si por mí fuera, nunca estarías sola. —Acarició su mejilla—.
¿Por qué no te haces tu propio vestido para la boda? ¿Algo negro y de
encaje, con un toque de satén rojo?
Incluso oírle hablar así la excitaba. ¿Cómo iba a llegar hasta el
viernes?
—Estoy demasiado ocupada haciendo trajes y porque nunca
llegaríamos a la boda si me vieras con algo así.
—Claro que sí.
Cuando bajó sus labios a los de ella, Dixie gritó:
—Consigan una habitación.
—¿Qué significa eso? —preguntó Kennedy mientras corría por el
estacionamiento hacia ellos, luciendo adorable con la nueva camisa que
Bear le había comprado y un par de pantalones cortos de color
púrpura. Se lanzó a sus brazos y él le besó la mejilla.
—Te he visto besar a Kystal —dijo Kennedy con una dulce
sonrisa—. Mamá dice que las chicas sólo besan a los chicos cuando los
quieren. Así que Kystal te quiere.
—Esperemos que así sea —dijo Bear, guiñándole un ojo a Crystal.
Dixie bajó la voz para que solo la escuchara Crystal.
—Mamá se sorprenderá cuando su pequeña entre en el instituto.
—Te quiero, tío Beal.
Kennedy presionó sus labios contra su mejilla.
—Yo también te quiero, pequeña.
Los ojos de Bear se enternecieron. Iría hasta el fin del mundo
para hacer realidad los sueños de Kennedy.
Crystal tenía la sensación de que él haría lo mismo por ella.
Truman salió de la tienda con Gemma bajo un brazo y Lincoln en
el otro.
Lincoln estaba muy guapo con su nueva camiseta del Futuro
Caballero Oscuro. Extendió los brazos hacia Bear.
—Babababa.
Bear se acercó a él mientras Kennedy se zafaba de su agarre.
Crystal se derritió de nuevo al ver a Bear asfixiando a Lincoln con
besos, ganándose las más adorables risitas de niño pequeño.
Gemma besó a Kennedy.
—Adiós, cariño. Te quiero.
—Adiós, mamá. El tío Beal y yo pintaremos muy bien.
—Sé que lo harás —dijo Gemma mientras Tru la atraía para darle
un beso.
—Adiós, princesa —dijo Tru—. Te veré en unas horas.
—Te enviaré un mensaje más tarde, cariño.
Bear besó a Crystal, dándole una palmada en el trasero mientras
se alejaba.
—¡Ya basta! —Dixie tiró de Crystal y Gemma hacia el auto de
Gemma—. Lo juro, cuando consiga un novio, me llamará Dixie. Me
sorprende que ustedes, recuerden siquiera cómo se llaman. Nena,
princesa...
Las chicas se rieron mientras se amontonaban en el auto de
Gemma. Dixie les hizo pasar un mal rato durante todo el camino hasta
la Boutique de Chelsea. Acababan de llegar cuando el teléfono de
Crystal vibró con un mensaje.
—Diez dólares a que es mi hermano —dijo Dixie.
Crystal abrió el texto y levantó su teléfono para que Dixie lo viera.
Bear.
—Es un idiota —dijo Dixie.
—No es un idiota, pero si lo fuera, sería mi idiota. Así que
cuidado.
—Vaya, alguien es posesiva. —Dixie entrecerró los ojos—. Eso
significa que va en serio. Gracias a Dios, porque todo ese asunto me
estaba volviendo loca. Por favor, dime que estás con él. Está loco por ti.
—Creo que es seguro decir que estoy con él, Dix.
No pudo reprimir su sonrisa mientras terminaba de escribir su
mensaje a Bear.
Si eres bueno, tal vez puedas visitar mi cueva de Bear el viernes
por la noche.
La respuesta de Bear fue inmediata.
¿Sí? Estoy siendo mejor que bueno. Pero eso ya lo sabes, lo que
significa que mi chica sabe lo que quiere.
Una pequeña emoción la recorrió. Metió su teléfono en el bolso y
se dirigieron a la puerta.
—¿Todo incluido? —Gemma se acercó a ella—. Pero creía que
ustedes dos no habían hecho el acto.
Dixie se tapó los oídos, caminando delante de ellos.
—Es mi hermano del que estás hablando. —Se giró con una
mirada incrédula—. Pero eso no puede ser cierto.
Crystal abrió la boca para responder y Dixie levantó la palma de
la mano, silenciándola.
—Olvídalo. No me lo digas. Pero... ¿Todo este tiempo? ¿De
verdad? ¿Qué demonios estás esperando? —Agitó la mano de nuevo—.
Oh, Dios. No me lo digas. No necesito saber esos detalles sobre mi
hermano. Voy a entrar.
Dixie entró corriendo en casa de Chelsea y Gemma se colgó del
brazo de Crystal.
—¿Estás de acuerdo?
—Todo incluido, Gem. No hemos hecho el acto, pero yo... él...
—Inhaló rápidamente y sopló con fuerza—. Me estoy enamorando tanto
de él. O teniendo sentimientos fuertes. Estoy justo ahí. Todo este
tiempo, todos estos meses. Se estaba construyendo y todas las
emociones estaban ahí, y yo no podía...
Dixie empujó la puerta y sacó la cabeza fuera.
—¡Deprisa, gatitos sexuales! Ay. Ahora estoy pensando de nuevo
en Bear.
—Me alegro mucho por ti —dijo Gemma mientras entraban—. Ya
hablaremos en otro momento.
Crystal estaba emocionada por hablar con Gemma sobre su
nuevo conocimiento y aceptación de sus sentimientos, aunque no
estaba preparada para compartir todos los detalles de su pasado
todavía. Era un manojo de nervios por eso, especialmente por las
mentiras que le había contado sobre las malas citas y las relaciones de
una noche.
Una hermosa rubia levantó la vista desde detrás del mostrador
donde estaba hojeando una revista.
—Hola. Tú debes ser Gemma. —Sonrió mientras se acercaba al
mostrador—. Soy Tegan, tu chica de los pequeños arreglos cosméticos.
Gemma miró a Dixie y a Crystal.
—¿Cómo sabes quién soy?
—Tiene algo que ver con la mirada estrellada, casi de novia. Y tal
vez porque cuando te acercabas a la puerta, Jewel corrió por detrás y
dijo: “Ahí está Gemma. Me olvidé de llevar su vestido al frente”.
Tegan se rio.
—Seguro que a mí también me pasa lo de los ojos estrellados
—dijo Gemma—. No puedo esperar a casarme.
Jewel se apresuró a atravesar la tienda llevando el vestido de
Gemma.
—Hola, Gemma. —Le dio un rápido abrazo—. Veo que has
conocido a Tegan. Es increíble con la aguja y el hilo.
—No dejes que te engañe —dijo Tegan—. Soy increíble en todo lo
que hago. Usar una aguja e hilo es sólo uno de mis muchos talentos.
A Crystal ya le gustaba. Le recordaba a cierto macho engreído.
—¿Por qué todo suena como si se tratara de sexo?
Dixie sacudió la cabeza.
—Porque estás sola —se burló Gemma—. Tegan, estas son mis
mejores amigas, Dixie y Crystal. Jewel, ellas también necesitan
vestidos.
Dixie miró alrededor de la tienda.
—Gemma, ¿quieres que nos pongamos un color determinado?
—No —respondió Gemma—. Quiero que estén cómodas y sean
ustedes mismas.
—¿Cómo has podido olvidar que para Gemma lo importante es ser
libre para ser tú y yo? —dijo Crystal—. Por eso le encanta mi lado
extraño.
—Apuesto a que a mi hermano le gusta tu lado extraño. Oh,
cielos. Olvida lo que he dicho. —Dixie se giró hacia Jewel—. ¿Tienes un
vestido que diga sexy y fuerte?
—Alguna vez. —Jewel agitó una mano por la tienda—. ¿Qué tal
uno de cuero marrón y encaje floral?
—Oh Dios mío —dijo Dixie—. Suena celestial.
—¿Piel y encaje? Eso suena a ti y a mí —dijo Gemma a Crystal.
—Es cierto, pero tu hombre ha sacado tu lado salvaje. ¿Quieres
que me quede contigo mientras te adaptas? —preguntó Crystal.
—No. Mira a tu alrededor. Quizá también tengan algo para ti.
—Estarías muy sexy con el numerito que vi que Jewel le ponía al
maniquí del escaparate antes —sugirió Tegan—. Gemma, por qué no te
cambias y le enseño a Crystal ese vestido.
Tegan la llevó a la entrada de la tienda y sacó de un perchero un
vestido gris azulado inspirado en los años sesenta.
—Este vestido es para morirse. Me encanta el tejido de crepé, y la
abertura en el cuello con la gargantilla cosida. Nena, vas a estar más
sexy que el Hades.
Crystal se lo quitó, admirando el vestido. Los hombros desnudos
harían que su hombre se volviera loco. Le encantaba besar sus
hombros.
—Es precioso. ¿Y el color? Y es tan femenino. No estoy
acostumbrada a llevar algo así.
Tegan miró la camiseta de los Rolling Stones de Crystal. Era su
favorita, con los grandes labios rojos. Sus ojos bajaron a sus jeans y
sus botines, y luego volvieron a subir al rostro de Crystal. Crystal se
había tomado un tiempo extra con su maquillaje esta mañana,
maquillando sus ojos seductores para acompañar el vestido oscuro.
—No hay muchas chicas que puedan hacer que el vestido que
llevas parezca que pertenece a una pasarela, pero tú definitivamente sí.
Creo que puedes lucir este vestido con creces. Si te recoges el cabello y
dejas algunos mechones colgando, estarás más que elegante. Añade un
par de bonitos tacones y ningún hombre podrá resistirse a ti.
—No necesito a todos los hombres, sólo a uno en particular muy
sexy.
Crystal jugueteó con las puntas de su cabello. Podía contar con
una mano las veces que había llevado el cabello recogido en los últimos
años. Era otra capa de protección, algo tras lo que esconderse. Tal vez
era el momento de salir de ese escudo, también.
—Vamos. —Tegan se dirigió hacia la parte trasera de la tienda—.
Te enseñaré los vestidos.
Dixie se puso a su lado.
—Me encanta ese color. —Levantó un vestido corto de encaje
blanco roto con un cinturón ancho de cuero marrón—. ¿Qué te parece?
—Eso es totalmente tú. Es perfecto.
Crystal entró en un probador, alejando la realidad de que la
última vez que había comprado algo tan femenino fue cuando estaba en
la universidad. Colgó el vestido en un gancho y se miró en el espejo,
sintiéndose nerviosa y extrañamente orgullosa de sí misma por haber
considerado siquiera probarse el vestido.
Llevaba tanto tiempo con el cabello negro que no recordaba su
aspecto con el pelo rubio oscuro. ¿Cómo reaccionaría Bear si volviera a
ser rubia? Su corazón se estrujó al recordar su silencio cuando vio su
vello púbico rubio y supo que no importaría el color del cabello que
tuviera. El afecto de Bear era profundo.
Se puso el minivestido, sintiéndose al instante más guapa e
incluso un poco más libre, aunque la ponía nerviosa lo femenino que
era. El corte bajo la gargantilla y los hombros desnudos lo hacían muy
sexy. Si añadía uno de sus brazaletes, podía hacer que el vestido pasara
de ser ultra femenino a ser atrevido y sexy. Y a Bear le gustaba lo
caliente.
—¿Crys? —dijo Gemma.
—Aquí.
Pasó las manos nerviosamente por el vestido, preparándose para
la reacción de Gemma.
La cabeza de Gemma asomó a través de las cortinas y jadeó.
—¡Dios mío! ¡Te ves preciosa! Dixie, ven a ver.
La cabeza de Dixie apareció sobre la de Gemma.
—¡Santo cielo!
Levantó su teléfono y tomó una foto.
—¡No le envíes eso a Bear! —Crystal alcanzó el teléfono de Dixie,
pero ella lo sostuvo sobre su cabeza—. Por favor, no lo hagas, Dixie.
Quiero darle una sorpresa.
Gemma agarró la mano de Dixie.
—No puedes arruinarle la sorpresa.
Dixie puso los ojos en blanco.
—De acuerdo. Pero mira que eres guapa. ¿Y tiene que esperar
semanas para verte en él? Bear va a perder la cabeza cuando te vea.
—¿De verdad lo crees? —Crystal esperaba que tuviera razón—.
Ustedes también se ven muy bien. Gemma, estás hecha para ese
vestido, aparte de la excesiva cantidad de espacio para los senos que
hay que acomodar.
Todas se rieron.
—Eso lo tengo cubierto —dijo Tegan, agitando un alfiletero.
—¿Y, Dixie? —Crystal negó con la cabeza—. Nunca te he visto con
otra cosa que no sean jeans. Hablando de despampanantes. Deberías
llevar vestidos más a menudo.
—¿Sí? —Dixie miró su vestido—. ¿Para qué? No es que necesite
un acceso fácil para nada. Si sólo pudiera encontrar un chico que no
tenga miedo de mis hermanos.
Les había contado que se había involucrado con unos cuantos
chicos a lo largo de los años, pero encontrar un hombre lo
suficientemente alfa, dulce y que pasara por debajo del radar de sus
hermanos era casi imposible.
—Oh, por favor —dijo Jewel—. Tiene que haber algún chico en la
ciudad que no tenga miedo de los grandes moteros.
—Ahora estás en mi lista de “Buscar un hombre”—dijo Crystal.
—¿Tienes una lista de “Buscar un hombre”? —preguntó Gemma.
Emocionada ante la perspectiva de ayudar a Dixie a encontrar un
hombre, dijo:
—Bueno, no la tenía. Pero ahora sí.
—Yo ayudaré —dijo Gemma—. Proyecto: Encontrar un Hombre
para Dixie. Me gusta.
Dixie puso los ojos en blanco.
—También podría empezar las entrevistas con: ¿Te dan miedo los
hombres rudos en moto?
—Sí —dijo Gemma—. Eso vendrá justo después de “¿Qué tan
rápido puedes correr?”
—Bien, señoras. Vamos a cortar y a meter. —Tegan hizo un gesto
hacia el espejo de tres lados—. Sube aquí a esta plataforma, Gemma y
te pondré en orden. Tengo que salir de aquí a las nueve. Estoy haciendo
un disfraz de payaso para mi sobrina y lo necesita para el viernes.
Gemma y Crystal intercambiaron una mirada curiosa.
—¿Haces disfraces? —preguntó Gemma.
—Sólo para Melody. Le encanta disfrazarse —dijo Tegan mientras
acomodaba y fijó el busto del vestido de Gemma—. He hecho mi propia
ropa durante años.
—¿Haces trabajos de costura para otras tiendas? —preguntó
Gemma.
—No. Trabajo aquí siempre que Jewel me necesita, y hago edición
de fotos para mi hermana, Cici. Es fotógrafa. Algún día averiguaré qué
quiero ser de mayor.
Gemma y Crystal le hablaron de los disfraces que estaban
haciendo para la boutique.
—Me encantaría entrar en algo así para aprovechar la
oportunidad —dijo Tegan—. Cuando estés lista para contratar, avísame.
Hablaron mientras ella terminaba de sujetar el vestido de
Gemma, y después se intercambiaron los números de teléfono. Crystal
eligió unos zapatos de tacón abiertos de color café para combinar con
su vestido, y Dixie eligió un par de botines, mientras que Gemma se
decantó por unos zapatos de tacón blancos enjoyados.
—Crystal. —Dixie levantó una pieza de joyería de color cobre y
azul—. ¿Has llevado alguna vez un brazalete tobillero? Es totalmente
tuyo. Tienen una cesta entera de ellas.
—Tengo tobilleras y brazaletes.
Tomó la bonita joya del tobillo y se la puso. Una fina cuerda de
cobre se enrollaba alrededor de su pierna como una serpiente. De la
rama principal de cobre brotaban intrincados remolinos, y un colibrí
descansaba justo encima de su tobillo.
—¿Hay uno con un oso? —preguntó Crystal.
Las chicas rebuscaron en la cesta, y Crystal casi chilló cuando
encontró una con un oso de pie sobre sus patas traseras.
—¿Podría ser más perfecto?
—Sí que le gusta mostrar su dominio —dijo Dixie.
Crystal sabía que eso era cierto, pero también era cuidadoso con
ella y le cedía el control cuando sabía que lo necesitaba.
Pagaron sus compras y volvieron a subir al auto de Gemma,
deteniéndose en la panadería de camino a casa porque Dixie necesitaba
una dosis de azúcar. Echaron un vistazo a los expositores de cristal,
salivando ante los deliciosos éclairs, donas, pasteles y galletas, mientras
Cassie, la dueña de la panadería, y su ayudante, Anna, ayudaban a
otros clientes.
—Me gustó Tegan —dijo Crystal—. Creo que encajaría bien con
nosotras.
—A mí también —coincidió Gemma—. Vamos a ver cómo quedan
los dos disfraces que he terminado. Podemos ponerlos en nuestra
página web y usarlos en la tienda, para que la gente sepa que estamos
aceptando pedidos.
—También deberías aceptar pedidos para los que aún no has
hecho. Sólo hay que hacer bocetos —sugirió Dixie—. La gente quiere lo
que tiene un suministro limitado.
—Tiene razón —dijo Crystal.
Dixie golpeó el vaso con la uña.
—¿Cuál de estos es el mejor sustituto del sexo?
Pensando en su noche en el porche con Bear, dijo:
—Cualquier cosa rellena de crema.
—Tiene razón —dijo Gemma—. Lo importante es la crema.
Cassie esbozó una sonrisa y puso las manos en las caderas.
Llevaba el cabello castaño claro recogido en la parte superior de la
cabeza en un moño desordenado y tenía vetas de polvo blanco en los
pantalones cortos.
—¿Estamos listas para la degustación de este fin de semana?
—¡Por supuesto! —dijo Gemma—. Estoy muy emocionada por ver
lo que has preparado.
—Será delicioso. —Cassie torció el dedo—. Ven conmigo. He hecho
algo para una despedida de soltera y sé que te van a encantar. Tengo
extras.
—Suena tentador —dijo Crystal mientras la seguían a la cocina.
Cassie tomó una bandeja de la encimera y se la llevó.
—¡Penes pops!
—Oh, Dios mío —dijo Gemma.
—Eso es exactamente lo que necesito —dijo Dixie.
—¿Desesperada, eh, Dix? —Cassie frunció el ceño.
—Podrías decir eso —dijo Dixie—. Creo que tengo que dar un
paseo a otra ciudad o algo así.
—Eso iría muy bien —dijo Gemma—. Salir con un motero de otro
club hará que lo maten y acabarás como Rapunzel encerrada en un
castillo.
—Nada de moteros —dijo Dixie con una mirada decidida—. Creo
que necesito ampliar mis horizontes.
—¿Podemos volver a esto por favor? ¿Es eso un pastel?
Crystal miró por encima de las formas de penes hinchados con
palos asomando en el fondo.
—Por supuesto —dijo Cassie con orgullo—. Mira.
Se puso un guante de plástico y empujó el esponjoso pastel y la
crema blanca salió por la punta.
El grupo soltó una carcajada y el sabor de Bear llenó la boca de
Crystal. Las mariposas volaron en su estómago, creciendo con cada
minuto que pasaba mientras se acercaba su noche especial con Bear.
Tres días más parecían una vida y un instante a la vez.
Capítulo 15
Bear subió las escaleras del apartamento de Crystal el viernes por
la noche, ansioso por perderse dentro de ella y desaparecer al resto del
mundo por un rato. No quería pensar en la inminente reunión con Jace
y en cómo probablemente iba a tener que rechazar esa oportunidad de
ayudar a su familia con la ampliación del bar. Cuando llegó al piso de
Crystal, se quedó afuera, frotándose la tensión de la nuca. Necesitaría
mucho más que eso para quitarse de encima el peso de su familia, que
descansaba allí.
Crystal abrió la puerta con una sexy blusa de cuero negro sin
mangas que se hundía en la cintura y se abría sobre las caderas, y una
escasa falda negra. Llevaba los pies descalzos y su aspecto era
pecaminoso y adorable, lo que hizo que el corazón de Bear se moviera
en diez direcciones distintas.
—Llegas pronto —dijo con alegría, metiendo las manos en su
camisa y arrastrándolo al interior del apartamento. Le encantaba esa
demostración de posesión.
—No podía esperar a verte. Estás preciosa.
Bajó su boca a la de ella y los brazos de ella se enroscaron en su
cuello. Emitió un dulce sonido de rendición mientras se besaban, y los
pensamientos de él siguieron ese ruido de necesidad hasta su codicioso
pene. Profundizó en el beso y se ganó otro gemido tentador. Lo deseaba
todo de ella. No había forma de detener su pasión. La otra noche le
había dado una idea de lo que sería su conexión. Pensó en saltarse sus
planes de cenar y dar un paseo.
—Te he echado de menos —dijo—. Esta ha sido la semana más
larga de la historia del mundo.
Metió los pies en un par de sandalias negras.
Ahí iban sus intenciones de saltarse los planes.
—Yo también te he echado de menos, dulzura. —Harley le rozó la
pierna y la levantó—. Yo también te he echado de menos, pequeña. ¿Le
hiciste compañía a mi chica por la noche?
—Todas las noches. Era como dormir con un motor en marcha.
Introdujo la llave de su apartamento en el bolsillo de él y lo
empujó hacia la puerta.
—¿Tienes prisa?
Su estómago gruñó y ambos se rieron.
—Sí, pero no solo porque me muera de hambre. ¿Podemos ir por
la cena a Jazzy Joe’s y comer en la playa? No me apetece sentarme en
un restaurante.
Tras recoger los bocadillos, se dirigieron a la playa. Era todavía lo
suficientemente temprano como para que hubiera un puñado de
parejas y familias pululando por allí. Dejaron los zapatos en la
camioneta y caminaron junto al agua para comer. Crystal le contó Bear
sobre su ajetreada semana, hablando tan rápido que él se preguntó por
qué estaba nerviosa.
—Hemos puesto los disfraces en la página web. Estoy emocionada
por ver si se venden. —Le contó que había conocido a una mujer
llamada Tegan y que se habían reunido con ella anoche para ver
algunos de sus diseños de ropa—. Gemma está dispuesta a contratarla
si la idea de los disfraces despega. —Se puso de pie—. ¿Podemos dar un
paseo?
Después de tirar la basura, caminaron por la orilla del agua. Era
una tarde templada y el agua fresca les sentaba bien a sus pies
descalzos, pero se le revolvían las entrañas por lo que fuera que
estuviera pasando en la cabeza de Crystal.
—¿Qué pasa con la ampliación del bar? —preguntó.
La atrajo a sus brazos y la miró a los ojos preocupados.
—¿Qué tal si me dices lo que realmente pasa dentro de esa
hermosa cabeza tuya?
—¿Tan mal lo disimulo?
—La pregunta es, ¿por qué me ocultas algo?
Suspiró, y una sonrisa curvó sus labios.
—Encendí y apagué velas en mi apartamento una docena de veces
antes de que llegaras.
La realidad lo inundó. Sus preocupaciones por su carrera no eran
nada comparadas con lo que debía pasar por la mente de Crystal
cuando estaban cerca.
—Estás nerviosa por tener más intimidad conmigo. Eso es
comprensible, y quise decir lo que dije, que tienes el control de hasta
dónde llegamos en el dormitorio. —La abracé con más fuerza—. El
hecho de que hayamos intercambiado textos sensuales durante toda la
semana no significa que tengamos que hacer algo. Nunca te presionaré.
Te lo prometo.
—No es eso. Estoy más que preparada. Quería arrastrarte
directamente al dormitorio, por eso me apresuré a salir del
apartamento. —Hizo una pausa y suavizó su tono—. Solo necesito
asegurarme de que tú lo estás.
Sonrió, abrazándola más fuerte.
—Nena, he estado a media asta durante meses. Estoy más que
preparado.
Sonriendo, dijo:
—Lo sé, pero ¿puedes dejar de mirar a los chicos como si
quisieras matarlos y dejarnos vivir nuestra vida sin que mi pasado
penda sobre nuestras cabezas cada vez que salimos en público?
Bueno, diablos.
—Parece que soy quien apesta a la hora de ocultar cosas.
Levantó el dedo y el pulgar y gesticuló:
—Un poco.
—Lo siento, nena. No voy a mentir. Todo tipo de locuras han
pasado por mi cabeza. Quiero que te sientas segura, y no sé cómo
puede ser ya que ese tipo está ahí fuera. Pero luego te miro, y estás
viviendo tu vida sin mirar por encima del hombro, y sé que tengo que
aprender de eso. Me doy cuenta de que no es mi decisión, pero eso no lo
hace más fácil.
—Bear...
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Oh, maldición. He metido la pata. Lo siento. ¿Qué he dicho?
—No, no lo hiciste. Me haces preguntarme si es posible
preocuparse demasiado. Intentas ser todo para todos, y eso me encanta
de ti. Y me encanta que no hayas ido a mis espaldas intentado hacer
algo estúpido.
—Lo he pensado demasiadas veces, así que estoy bastante seguro
de que no he terminado de querer hacer algo estúpido —dijo con
sinceridad.
Lo rodeó con sus brazos y él la abrazó.
—Solo conozco una manera de vivir mi vida —explicó—. Cuando
se trata de uno de los nuestros, luchamos juntos. Nunca he tenido que
dar un paso atrás ni pedir ayuda. Ni cuando mi padre sufrió el derrame
cerebral y tuve que hacerme cargo del bar, ni cuando perdí a mi tío y
me hice cargo de la tienda, ni cuando Tru y Quincy necesitaron ayuda.
Pero, cariño, quiero hacer lo correcto por ti, y para ello creo que
necesito tu ayuda. Necesito que seas paciente conmigo.
Le sonrió con una mirada de alivio.
—Creo que los dos tenemos que pedir paciencia. He guardado mi
secreto durante tanto tiempo que no había nadie que cuestionara mi
decisión, aparte de David, y él solo quería entender mis razones. No
intentó hacerme cambiar de opinión. Sinceramente, no sé si es
demasiado esperar que acepte mi decisión sin cuestionarla. Tal vez por
eso nunca se lo dije a Gemma o a Jed. Tal vez pensé que me
empujarían a ir a la policía. —Se encogió de hombros como si no tuviera
respuesta—. Todo lo que sé es que hice lo que tenía que hacer para
seguir adelante, y mantengo esa decisión. ¿Pero es la decisión correcta
para siempre? No lo sé.
—No te pido que lo cambies —dijo Bear—. Pero tienes que saber
que estoy tratando de alejar esa ira. No es fácil hacerlo cuando quiero
masacrar al tipo.
—Te ofreces a cambiar lo que eres para darme lo que necesito.
—Ella tragó con fuerza y presionó sus labios en el centro de su pecho.
Había hecho eso tantas veces que él debería estar acostumbrado, pero
aun así le producía una ráfaga de amor cada vez que lo hacía—. Te
ofreces como un hombre imperfecto, y eso hace que me enamore aún
más de ti.
—Lo siento —susurró—. Solo conozco una forma de ser.
—Yo también —dijo suavemente—. Se necesita un hombre más
grande para dar un paso atrás en lugar de tratar de buscar venganza.
Cuando perdí a mi padre, cuando mi madre empezó a beber y cuando
me atacaron, no tenía el control. He estado luchando cada minuto de
mi vida por el control, y tú, Sr. Control, me lo has dado. Me doy cuenta
de que te está matando no poder hacer nada, probablemente tanto
como me mata a mí saber que, por mucho que sienta que he superado
todo eso, todavía me ha frenado lo suficiente como para no arrastrarte a
mi habitación, sino para tener esta conversación.
—Lo siento, cariño —fue todo lo que pudo decir. Parecía que lo
decía mucho esta noche.
—No es algo malo. Lo mejor de todo esto es que no me aterra
perder el control cuando estoy contigo. Quiero hacerlo. Pero para estar
conmigo, tienes que estar de acuerdo con mis decisiones, aunque no te
gusten.
Su voz era tan grave que el propio mar parecía inmóvil.
—Es un poco como tragarse un cristal roto —admitió—. Sabes
que el Whiskey que hay en mí quiere romper esas reglas, pero no voy a
hacerlo. Lo que quieres y lo que necesitas es lo que más importa. Así
que en su lugar solo te pediré una cosa.
Asintió, abrazándolo un poco más fuerte.
—Déjame amarte, cariño. Déjame aprender a amarte de la
manera que necesitas. Déjanos aprender lo que ambos necesitamos. No
hay nada que no vaya a hacer por ti, pero desaprender la parte visceral
de hacer las cosas bien no es fácil. Necesitaré que me llames la atención
si me pongo muy mal, como ya has hecho. Tal vez eso me haga menos
hombre por necesitar tu ayuda, pero si eso significa estar contigo, lo
aceptaré.

En todos sus años, solo hubo un puñado de veces en las que


Crystal estuvo cien por ciento segura de que lo que hacía era lo
correcto. Cuando regresó a Peaceful Harbor, sabía que la fuerza de la
relación con su padre la ayudaría a recuperar su equilibrio. Estaba
segura de que acudir a un terapeuta le permitiría vivir una vida plena
sin miedo a la intimidad, y desde la primera vez que conoció a Gemma
supo que era el destino. Cuando condujo a Bear a su dormitorio, sintió
como si la propia habitación lo hubiera estado esperando. Incluso
mientras la hacía girar en sus brazos, sus sentimientos por él se
intensificaban.
La luz de la luna atravesó los visillos que mantenían a raya al
resto del mundo, reflejándose en sus ojos. Estudió su rostro, viendo
tanta fuerza y amor inherentes como había en su tacto. Sabía lo difícil
que era para él dar un paso atrás cuando estaba acostumbrado a ir
hacia delante, y percibió que su conversación había sido liberadora para
ambos, aunque fuera un trabajo en curso.
—¿Sigues queriendo esto, cariño?
Pasó el pulgar por la mandíbula, observándola atentamente.
—Sí. Quiero esto, Bear. No tengo miedo, ni siquiera un poco, así
que por favor no tengas miedo por mí.
—Todo lo que quiero es que te sientas segura y querida. —Sus
manos se movieron por los brazos de ella, lentas y suaves, de alguna
manera, fuertes y tranquilizadoras.
Harley se movió alrededor de sus pies, su suave maullido hizo
sonreír a ambos. Él la levantó y la estrechó contra su pecho, besando la
parte superior de su cabeza. Sus ojos recorrieron la habitación,
dirigiéndose al alféizar de la ventana donde había colocado las
orquídeas entre un conjunto de velas, separadas en tres jarrones.
Sus labios se curvaron en una suave sonrisa.
—¿Puedo encenderlas? Quiero verte esta noche.
—Claro.
Estaba un poco nerviosa, aunque él ya la había visto desnuda.
Verla desnuda mientras hacían el amor era diferente. Excitante e
íntimo, pero diferente.
Utilizando el encendedor que ella había dejado en el alféizar,
aportó una luz brillante a la oscura habitación. Acarició a Harley y miró
su habitación, observando las estanterías llenas de libros y algunas de
las muñecas que habían hecho su padre. Bufandas y bolsos colgaban
precariamente de los extremos. Se acercó a la cama y tocó el tambor de
bongó que ella utilizaba como mesita de noche. Una lámpara alta de
latón con una pantalla negra se encontraba junto a su equipo de
música.
Levantó un dedo, como si fuera a poner música, y la miró
interrogativamente. Ella asintió y, segundos después, el jazz lento
ocupó el silencio con su melodía.
—Mi chica —dijo con nostalgia, cruzando la alfombra negra y
colocando a Harley en el centro del sillón púrpura oscuro donde a
Crystal le gustaba leer.
—Quédate aquí, pequeña —le dijo a la gatita, mientras su mirada
se dirigía a la enorme cabecera blanca, que casi llegaba al techo, y a la
cadena de luces navideñas de colores que colgaba de forma irregular
sobre un lado. Su sonrisa se amplió mientras se movía alrededor de la
cama, encontrando el interruptor de las luces y dándoles vida.
Su pulso se aceleraba con cada movimiento de él.
Observándola atentamente mientras se acercaba, le dijo:
—¿Quieres que te lo pida o quieres que lo tome?
—Tómalo —dijo un poco sin aliento—. Con cuidado.
Sus ojos se encendieron, inmovilizándola en su lugar mientras
bajaba su boca a la de ella, dura e insistente. Reclamándola. Sus
manos subieron por su espalda hasta llegar a su cabello, calientes y
fuertes, mientras inclinaba la cabeza de ella para poder profundizar el
beso. La adrenalina corrió por sus venas, rompiendo sus inhibiciones.
La lengua de él le acarició el labio inferior y se adentró en su boca,
haciéndola desear, necesitar y anhelar. Se perdió en su contacto, en el
ritmo de la música, en el deseo que latía entre ellos. Su boca abandonó
la de ella y su dedo recorrió ligeramente sus labios. Intentó atraparlo,
pero fue demasiado lenta y abrió los ojos cuando él se puso detrás de
ella.
Su cálido aliento se deslizó sobre su piel mientras le recogía el
cabello sobre un hombro.
—¿Sigues conmigo, dulzura?
—Sí —susurró—. Así que continúa.
Su blusa se abrió por detrás, y sintió que el cuero se aflojaba
mientras él la bajaba lentamente. El primer roce de sus labios en su
espalda le hizo sentir ríos de calor en su interior. Cerró los ojos,
deleitándose con el contacto de sus labios. Necesitaba más blusas con
cremallera en la espalda. Camisas, pantalones. Todo un guardarropa
del que él tenga que ayudarme a salir.
Deslizó las manos por debajo del cuero, acariciando sus hombros
mientras la blusa caía al suelo, cayendo pesadamente a sus pies. Sus
dedos se movieron sobre los tirantes de encaje negro de la camisola de
satén rojo que ella había confeccionado.
—Nena —susurró—. ¿Hiciste esto?
—Para ti. ¿Te gusta?
Sus brazos rodearon su cintura, y mientras hablaba, su tono
seductor se deslizó dentro de ella.
—Casi tanto como me gusta lo que hay dentro.
Sus dedos subieron por sus brazos, jugando con los tirantes de
encaje negro. El roce de sus dedos le pusieron la piel de gallina. La besó
en el cuello mientras tocaba el dobladillo de la camisola.
—Mi chica hermosa —dijo mientras la quitaba y caía al suelo.
—Bésame más.
Dobló el cuello hacia un lado, dándole un mejor acceso para
prodigarle los besos más sensuales que jamás había experimentado. Le
clavó los dientes en el hombro con la suficiente fuerza como para
hacerla jadear. Se puso detrás de ella y se agarró a la parte trasera de
sus piernas.
—¿Demasiado duro, cariño?
—No. Muy bueno.
Pasó la lengua por el punto más sensible. Luego sus manos
bajaron por su vientre. La anticipación se acumuló en su interior,
agonía y éxtasis a la vez. Cerró los ojos cuando la boca de él tocó su
cuello, besando y provocando hasta que gimió y se arqueó, buscando
desesperadamente más de él.
Metió los dedos por debajo de la cintura de su falda.
—Dame tu boca.
—Sí.
Su cuerpo se electrizó al girar el rostro, y él capturó su boca,
presionando su dura longitud contra su trasero. Sus gruesos dedos
fueron directos a su sexo. Dios mío. La abrazó con tanta fuerza que
sintió el estruendo de su corazón contra su espalda y se deleitó con sus
besos apasionados y urgentes. La lujuria se enroscó en lo más profundo
de su ser, palpitando, ardiendo, pidiendo ser liberada mientras él se
burlaba y provocaba, deslizándose por su sexo resbaladizo e hinchado.
Ella se agitó, empujando sus talentosos dedos dentro de ella, pero él no
obedeció.
Cuando su boca abandonó la de ella, no pudo evitar que se le
escapara un gemido.
—Te tengo, nena.
Su promesa hizo que su corazón se acelerara aún más. Quería
darse la vuelta y arrancarle la ropa. Abordarlo en el suelo, en la cama,
donde fuera, y sentirlo por fin enterrado en su interior. Pero estos
preliminares celestiales eran demasiado buenos para perderse un
segundo.
No habló mientras le bajaba la cremallera de la falda y la dejaba
caer al suelo. Luego, su boca estaba en su nuca, en su columna
vertebral, besando su camino hacia el sur. Sus manos bajaron por el
torso de ella, agarrándola por las caderas mientras bajaba, besando sus
nalgas y la parte posterior de sus muslos. El aire frío corrió sobre su
piel y la camisa de él cayó al suelo junto a ella.
El calor irradiaba de su cuerpo cuando se puso de pie y la hizo
girar en sus brazos. Sus labios se cernieron sobre los de ella,
burlándose, susurrando:
—Incluso cuando tratas de ocultarte con colores oscuros, tu brillo
aparece.
Se perdió en su voz, en su tacto y en la forma en que la adoraba.
Cuando sus brazos rodearon su cintura, juntando sus pechos
desnudos, fue como volver a casa. Cálido, seguro. Perfecto.
Bajó la cabeza junto a su oreja.
—¿Está bien, preciosa?
—Sí —dijo con confianza.
Sacó su cartera del bolsillo y la arrojó sobre la cama.
—Protección.
No le dijo que también se había preparado. En su mesita de noche
había una caja de preservativos sin abrir que había comprado para esta
noche.
Guío su mano hacia el botón de sus jeans, buscando
silenciosamente su aprobación. Lo abrió rápidamente, y él se quitó los
pantalones, quedándose ante ella solo con sus ajustados calzoncillos.
Este era el momento con el que había soñado, el momento que la había
hecho correr hacia su terapeuta para despejar el camino. Pero nada
podría haberla preparado para la forma en que su corazón se expandió
al ver a Bear de pie en su dormitorio, hambriento de ella.
Cuando él volvió a acercar su boca a la de ella en un beso
sorprendentemente suave, se puso de puntillas, deseosa de más. Él
gimió dentro del beso, y la cruda pasión de ese sonido desató la última
de sus ataduras. La sangre corrió por sus venas cuando él le levantó la
pierna hacia su cadera, balanceando su duro calor contra su centro. Sí,
sí. Se aferró a su espalda, pero él era demasiado ancho, demasiado
grande; no pudo encontrar apoyo. Y luego estaba en sus brazos,
besándolo mientras él la llevaba a la cama, tiraba las almohadas
decorativas al suelo y retiraba las mantas.
La bajó a la cama, su enorme cuerpo descendiendo sobre el de
ella. Se sentía muy bien. Y entonces su boca estaba sobre la de ella,
besándola profundamente, con amor, con maestría. Quería memorizar
cada segundo, cada toque, cada ruido que salía de sus pulmones. Las
manos de él empujaron bajo su trasero, levantando e inclinando sus
caderas cubiertas de bragas debajo él. La dura longitud de él se sentía
gloriosa presionando contra ella, moviéndose a su propio ritmo. Pero el
beso, Dios, ese beso, se intensificó, destrozando su capacidad de
pensar. Justo cuando pensó que no podría soportar ni un segundo más,
la boca de él se apartó de la suya y bajó, besando sus pechos, su
esternón, su vientre. Sus manos se engancharon a los lados de sus
bragas y sus ojos volvieron a encontrar los de ella. Aquella mirada
silenciosa en busca de aprobación le arrancó el corazón. Levantó las
caderas del colchón, dándole luz verde.
Mostrando una sonrisa diabólica, no dudó en quitárselos. Le besó
los muslos, y cada roce de sus labios la puso más húmeda, más
necesitada. Sabía muy bien cómo hacer que ella sintiera placer.
Arrastró su lengua a lo largo de su muslo, y ella se agarró a sus
hombros.
—Es una locura lo mucho que me gusta tu boca.
Abrió más sus piernas, finalmente llevó su lengua a donde más lo
necesitaba, acompañado de un gemido gratificante, puramente
masculino. Ese sonido la recorrió, dejando un rastro de chispas bajo su
piel. Ella se inclinó, clavando los talones en el colchón mientras él
lamía, besaba y ponía en juego sus manos, llevándola al borde de la
locura. Su orgasmo estaba a punto de llegar, provocándola con un tirón
en lo más profundo de su vientre. Se agarró a su cabeza, balanceándose
y moviéndose, tratando de guiar su boca hacia donde más lo
necesitaba, aunque no podía estar segura de dónde estaba ese punto
mágico. Cada deslizamiento de su lengua la acercaba al límite. Él
contrarrestaba cada movimiento de ella, excitándola, hasta que estuvo
segura de que su cuerpo se rompería en un millón de pedacitos.
—Por favor, Bear...
Mientras decía las palabras, él hizo algo con su lengua y sus
dedos, su orgasmo la invadió en oleadas de exquisito placer. Volvió a
sellar su boca sobre su sexo, hundiendo la lengua en su interior, y ella
volvió a alcanzar la cima. Y entonces él se arrancó los calzoncillos y la
estrechó entre sus brazos. Su barba húmeda se aplastó contra su
barbilla mientras la tomaba en otro beso apasionado. No le importaba
que supiera a ella. Quería meterse en su boca y experimentar todo lo
que tenía que dar.
Se agarró a la parte posterior de sus caderas y se arqueó,
deslizando su humedad contra el tronco de él y ganando otro gemido
embriagador. Sus bocas se separaron, ambos jadeando, mientras él
buscaba su cartera y sacaba un condón. La besó suavemente y, cuando
la miró a los ojos, escuchó su pregunta silenciosa con toda claridad.
—Sí —susurró con seguridad.
Se enfundó y bajó sobre ella, besando sus mejillas, su frente, sus
labios. Su amor por ella se filtró en su piel, se metió en lo más profundo
de sus huesos, y cuando él dijo:
—Te amo, cariño.
—Se sintió tan atrapada por él, que lo único que pudo hacer fue
decir:
—Lo sé
Él sonrió mientras sus bocas se unían, la cabeza de su excitación
presionando contra el centro de ella. No estaba asustada, no estaba
ansiosa, solo estaba necesitada y esperando, deseando que su cerebro
funcionara porque lo sabía, no quería cubrir lo que sentía.
—Espera —jadeó. Él se detuvo tan bruscamente que ella supo que
pensaba que había cambiado de opinión—. Yo también te amo, Bear. Te
amo mucho. Tenía que decírtelo.
La sonrisa que se dibujó en su rostro mereció el momentáneo
ataque al corazón que estaba segura de haberle provocado.
—Sé que lo haces, cariño. Lo veo en tus ojos cada vez que me
miras.
—¿Lo ves?
—Sí, nena.
Su corazón estaba tan lleno, su cuerpo tan vivo, que no dudó en
atraerlo hacia otro beso. Él entró en ella lentamente, sus fuertes brazos
la acunaron mientras su cuerpo se adaptaba a la desconocida y
bienvenida visita. Apenas podía respirar mientras sus cuerpos se
fundían por primera vez. Se sentía tan bien, tan correcto. Cuando se
enterró hasta la empuñadura, ambos se quedaron quietos. El corazón
de él latía tan locamente como el de ella. Abrió los ojos y lo encontró
mirándola, buscando esa bendición silenciosa que él ya había buscado
con tanto cuidado una y otra vez. No podía hablar, solo podía esperar
que su sonrisa transmitiera lo bien que estaba. Levantó las caderas,
haciéndole saber que estaba lista para más. Preparada para él.
Esperaba sentirse incómoda, preguntándose si o cómo
encontrarían el ritmo adecuado, pero no había lugar para la
preocupación. Solo era Bear tomando el control, encontrando el ritmo
para ellos, abrazándola, amándola, besándola y susurrando las cosas
más dulces y sexys que jamás había oído. Su cuerpo era duro e
insistente; su tacto cariñoso y suave. Demasiado arrebatada para
pensar, su cuerpo tomó el control y se levantó para ir a su encuentro.
Cada empuje de sus caderas venía acompañado de un susurro de
amoroso:
—Solo tú, nena. Se siente tan bien. Soy tuyo, dulce niña.
Su dureza la electrizó, su ternura la hizo derretir, creando una
tormenta de pasión incontrolable. Queriendo saborear la excitación, su
cercanía, la novedad del embriagador aroma de su sexo, clavó sus
dedos en los brazos de él, intentando evitar el clímax. Pero cuanto más
se resistía, más la consumía. Cada embestida traía consigo un torrente
de sensaciones nuevas y abrumadoras, su cuerpo la traicionó, cediendo
a la abrasadora necesidad que había estado creciendo durante meses.
Su núcleo se inundó de fuego segundos antes de que el nombre de él
saliera de sus pulmones en un grito de puro éxtasis.
—Bear...
Metió el rostro en el hueco de su cuello mientras su cuerpo
palpitaba a su alrededor. Una vez, dos veces, se levantó, con el rostro
contorsionado por las garras de la pasión, mientras la seguía hasta el
límite.
—Demonios, nena. Eres tan dulce. Te sientes tan bien. —Le besó el
hombro—. Tan correcta.
Se aferró a él, mareada por las emociones, mientras caían sin
fuerzas sobre el colchón envueltos en los brazos del otro. Apretó sus
labios contra los de ella, estrechando su cuerpo contra él.
—Hola, cariño —dijo con ternura, acercando sus ojos a los de
ella.
Él estaba buscando de nuevo, necesitando la confirmación de que
estaba bien, y lo amaba aún más por ello.
Acercó sus labios a los de él y susurró:
—Perfecto.
Se ocupó del condón, luego se puso de espaldas y la puso encima
de él, haciéndola sentir pequeña y especial en sus brazos. Apoyó la
mejilla en su pecho y cerró los ojos. Las piernas de ella cayeron
naturalmente entre las de él, y su sexo se acurrucó contra el de ella. Le
pasó un brazo por detrás de la cabeza, sujetándola mientras le daba un
beso en la frente. Le pasó la manta por la cintura, envolviéndola en la
posición más segura y cariñosa.
Se acurrucó y cerró los ojos, deleitándose en su nuevo mundo
íntimo, y se dejó llevar por el latido seguro y constante de su corazón.
Capítulo 16
Bear se despertó con una gatita ronroneando a un lado y su
hermosa novia acurrucada al otro. Llevaba tanto tiempo pensando en
ella que, cuando el sol se coló por las persianas, enfocando su mundo
privado, no le sorprendió la intensidad de sus sentimientos. Quería irse
a dormir con ella en sus brazos cada noche y despertar con ella cada
mañana. Quería ver cómo trabajaba su mente creativa, cocinar con ella
y llevarla a dar largos paseos en moto. Quería darle suficientes buenos
recuerdos para borrar los malos. Pero esta noche tenía que volver a
hacer de camarero, y si hacía caso a las exigencias de su padre y
asumía la ampliación, tendría poco o ningún tiempo libre en el futuro
inmediato.
Mientras miraba su habitación, sus pensamientos volvieron a la
conversación de anoche en la playa, y las palabras de Bullet volvieron a
él.
Siempre haces lo correcto, hermanito. Es así de sencillo.
¿Lo correcto para quién? Esa era la pregunta.
Bullet mantenía sus convicciones incluso cuando estaba claro
para Bear que, en lo que respecta a Dixie, las convicciones de su
hermano estaban equivocadas. ¿Bullet sabía algo que él no sabía? ¿O
era tan testarudo como su padre? Lucharía por sus hermanos, aunque
las probabilidades fueran de cincuenta a uno. Hermanos de club,
Truman, Quincy, hermanos de sangre. Hermandad era hermandad. La
diferencia entre Bear y Bullet era que, por el bien de su hermana, Bear
se enfrentaría al único hombre al que Bullet no lo haría. Y aunque no
tenía pruebas concretas de lo que haría Bullet en una situación como la
de Crystal y él, tenía la sensación de que, en la mente de su hermano,
hacer lo correcto significaba clavar al maldito que la había atacado en la
pared y lidiar con las secuelas de la angustia de Crystal después.
Crystal levantó la barbilla, sonriéndole con ojos soñolientos, y su
corazón se hinchó. Si eso era lo que pensaba Bullet, se equivocaba.
Bear había tomado su decisión y pensaba cumplirla. El bienestar de
Crystal estaba por encima de cualquier cosa, o de cualquier otra
persona.
Hicieron el amor por segunda vez en medio de la noche, después
de que se despertaran enredados el uno en el otro. Él había esperado a
que ella tomara la iniciativa, sin querer parecer demasiado insistente, y
ella lo había hecho. Alejarse del amante agresivo que siempre había sido
le había permitido sentirse más conectado con Crystal y sus
necesidades. Eso había profundizado su conexión y le había abierto los
ojos a otras partes de su vida que había estado evitando. Era hora de
averiguar cómo hacer lo correcto en lo que respecta a su padre y Dixie.
¿La vida siempre había sido así de complicada o él no lo había visto con
claridad hasta que Crystal le había abierto los ojos?
Levantó a Harley de la cama y la besó antes de dejarla en el suelo.
—Mm. —Crystal apretó los labios contra su pecho—. ¿Mi Bear
necesita sustento?
—Tu Bear necesita sostenerte. —La abrazó.
Ella apretó sus caderas contra las de él.
—El pequeño Bear tiene otras ideas.
La besó de nuevo, haciéndola rodar sobre su espalda y
profundizando el beso.
—No te sientas presionada por las reacciones de mi cuerpo ante
mi hermosa novia.
Volvió a rozar sus labios con los de él.
—Gracias, pero finalmente ser honesta contigo acerca de por qué
me contuve durante tanto tiempo me liberó de estar bajo su pulgar. Te
prometo que si hay momentos en los que necesito ir más despacio, te lo
haré saber. Pero nunca me he sentido más feliz, o más en control, en
toda mi vida.
—De acuerdo, entonces no volveré a preguntar.
Sonrió.
—Sí, lo harás. Eres mi Bear insistente y cariñoso. Pero espero que
aprendas rápido y me dejes ser dueña de esta decisión más pronto que
tarde.
—Puedes ser dueña de eso. —Le dio un beso en el pecho, por
encima del corazón—. Solo quiero ser dueño de esto.
—No somos dueños, somos uno, ¿recuerdas? Ahora cállate y
bésame para que pueda ver si mi motero es tan bueno por la mañana
como por la noche.
Lo atrajo hacia un beso abrasador, y él le mostró lo increíble que
podía ser hacer el amor por la mañana.
Más tarde, esa misma tarde, Bear se paseaba por la cocina del
Whiskey Bro’s con Dixie, pensando en Crystal y Silver-Stone y
preguntándose por qué perdía el tiempo ideando un plan de expansión
para el bar.
—Llamaré a Crow para que me informe de los costos de
renovación.
Bear se apoyó en el mostrador observando cómo su hermana
tomaba copiosas notas. Ella se acomodó el pelo detrás de la oreja,
dejando ver los coloridos tatuajes de su hombro. Sus ojos estaban
serios y concentrados, subrayando las diferencias en sus intereses por
el proyecto.
—Tengo ideas sobre cómo reconfigurar la cocina, y estaba
pensando. Quizá no deberíamos ofrecer comida para la cena. Si nos
limitamos a ofrecer cosas como sándwiches y patatas fritas, no
necesitaremos realmente un chef. Así mantendremos los gastos bajos y
seguiremos ofreciendo más a los clientes.
—Estoy de acuerdo. Atender a los clientes de la cena convertiría a
Whiskey’s en un lugar totalmente diferente, y no estoy seguro de que
eso sea lo que queremos.
Dixie cerró su cuaderno de notas, y él prácticamente pudo oír
cómo giraban los engranajes de su mente. Después de catorce años de
trabajar en el bar, no le quedaba nada de esa emoción, mientras que
cada vez que entraba en el taller de autos su adrenalina aumentaba. El
taller no era solo un trabajo o solo una parte del negocio familiar del
que tenía que hacerse cargo. Era el lugar en el que podía verse
trabajando dentro de treinta años, y cuando miraba tan lejos, aparte de
su familia, solo había otras tres cosas que imaginaba. Crystal, una
familia propia, con niñas sarcásticas, niños rudos, y su nombre unido a
algunas de las motocicletas más codiciadas del mundo.
Capítulo 17
Si alguien le hubiera dicho a Crystal que un día sería feliz y
estaría enamorada, nunca le habría creído. Incluso durante todos esos
meses en los que Bear la reclamaba y ella se enamoraba de él sin
saberlo, había esperado que el suelo se le derrumbara en cualquier
momento. Pero había pasado una semana desde que hicieron el amor
por primera vez, y cada día que pasaba los unía más. Las piernas no se
le estaban desplomando. Se estaban fortaleciendo, y ella estaba
aprendiendo que estaba bien llevar su confianza a otro nivel y depender
de Bear.
La mayoría de las mañanas se despertaba envuelta en los brazos
de Bear, con una alegre sensación en el pecho. Había notado que la
necesidad de Bear de lanzar miradas amenazantes a todos los hombres
con los que se cruzaban estaba disminuyendo, aunque no había
desaparecido del todo. Ayudaba el hecho de que, cada vez que lo hacía,
Crystal amenazaba con detener los besos. Su hambriento Bear aprendía
muy rápido.
Crystal había descubierto otros placeres inesperados de pasar la
noche con el hombre que amaba, como lo agradable que era ser una
verdadera pareja. Compartir sus preocupaciones más profundas y sus
sueños. Había aprendido que estar en sus brazos hablando hasta altas
horas de la madrugada podía ser tan íntimo como hacer el amor.
Disfrutaba escuchando sus historias sobre el tío al que admiraba y al
que todavía echaba de menos, y se le partía el corazón al ver lo
conflictivo que era para él la oferta de Silver-Stone. El hecho de que no
hubiera abandonado los negocios de su familia cuando recibió la oferta
original era una prueba de su lealtad, pero se preocupaba por él. Si
pasaba toda su vida sin hacer lo que realmente quería, ¿no se
arrepentiría? ¿Tal vez incluso culparía a su familia? También hablaron
de eso, y estaba claro que cualquier decisión que tomara Bear sería la
que él considerara correcta.
En las noches en las que Bear ejercía de bartender, Crystal
trabajaba en los trajes para la boutique y se iba a dormir a una cama
que le parecía demasiado grande, anhelándolo de una forma que nunca
imaginó posible. No por el sexo ni por la electricidad que acompañaba a
cada beso, aunque también echaba de menos esas cosas, sino por él. A
excepción de algunas frustraciones de la vida, como el dilema de Bear
sobre trabajar con Silver-Stone Cycles o ayudar a su familia y su
continuo malestar por visitar a su madre, se sentía feliz y realizada.
La mayor parte del tiempo.
Aunque ya no cargaba sola con el peso de su secreto, era
innegable la puñalada de culpabilidad que sentía cuando estaba con
Gemma. Ayer, cuando llevó a Jed al despacho de su abogado, también
se sintió culpable por haberle ocultado secretos. Una cosa a la vez.
Había decidido guardar su pasado para sí misma hasta después de la
boda, pero aún faltaban semanas para esta. Aunque se habían divertido
el fin de semana pasado con la degustación de la tarta de bodas y el
trabajo iba bien, Crystal no podía luchar contra los sentimientos
incómodos que se acumulaban en su interior. ¿Cómo podía ser la dama
de honor de Gemma sabiendo que la había engañado? ¿Sabiendo que
Gemma pensaba que se había acostado con alguien antes de estar con
Bear? Quería que Gemma comprendiera lo especial que era Bear, y para
ello tenía que ser sincera.
Debatiendo mentalmente esa situación, atravesó las puertas del
almacén el miércoles por la tarde, haciendo un recorrido por el estante
de disfraces para su próxima fiesta. A pesar de una pequeña crisis de
un niño de cuatro años, la primera fiesta del día había transcurrido sin
problemas y las horas habían pasado volando. Su nuevo disfraz de
princesa guerrera había gustado tanto a los padres como a la mayoría
de las niñas, aunque dos de ellas habían elegido los disfraces más
llamativos y con más encaje que ofrecían. Eso había llevado a Gemma a
pedirle a Crystal que diseñara un disfraz que resaltara esos dos
elementos.
—Ya lo tengo —dijo Gemma detrás del mostrador—. Podemos
diseñar un traje rosa y blanco como los antiguos vestidos victorianos.
Tienen volantes y encajes. Podemos hacer temas enteros y fiestas
basadas en la época victoriana.
Estaba tan emocionada por su reciente éxito, y por Bear y
Crystal, que el aleteo de felicidad de Crystal fue anulado una vez más
por la culpa.
—Brillante. Esos vestidos tardarán mucho más en hacerse que
esto. —Señaló su traje de princesa guerrera—. Pero definitivamente
podemos hacerlos.
Había hecho dos trajes más, y Gemma había empezado a correr la
voz con un anuncio en el boletín de la boutique. Tru había estado
inventando cuentos de hadas para los niños desde la noche en que los
había rescatado, e inventó una historia fantástica para acompañar cada
disfraz para el boletín. Ya tenían pedidos a cuentagotas. Se sentía bien
ver que su trabajo duro se convertía en algo más grande.
Crystal apartó el perchero junto a los vestuarios, tratando de
reunir el valor para hablar con Gemma.
—Tienes esa mirada de nuevo —dijo Gemma.
—¿Qué mirada es esa?
Se unió a ella junto a la caja registradora y comprobó los
mensajes de su teléfono, sonriendo ante la selfi que Bear había enviado
de Lincoln y él.
—La mirada del gato que se comió el canario. —Miró la foto por
encima del hombro de Crystal—. Nuestros chicos sí que son guapos.
—Los más guapos.
Crystal empujó su teléfono bajo el mostrador mientras Gemma
respondía al teléfono de la boutique. Crystal hizo un gesto hacia la
habitación de atrás y gesticulo: Voy a buscar el otro estante.
Gemma levantó el dedo y negó con la cabeza, luego habló por
teléfono.
—Siento mucho oír eso. Está bien. No hay problema. Claro,
avísanos cuando tengas una cita. Gracias por llamar. —Colgó y dijo—:
Nuestra tarde está despejada. Eran los Patrick. Tuvieron que cancelar.
La cumpleañera se cayó y se astilló un diente. Están de camino a la
consulta del dentista.
—Ay. Esa pobre chica. —Crystal lo tomó como una señal, y se
armó de valor para sincerarse con Gemma, al menos sobre su supuesta
larga lista de aventuras de una noche—. Me alegra que tengamos la
tarde libre. Quería hablar contigo.
La cara de Gemma se puso seria.
—Creo que sé lo que quieres decir.
—¿Lo sabes?
Su corazón se angustió. ¿Podría Bear haberle dicho algo a Tru y
él habérselo contado a Gemma? Ella había limpiado un cajón de la
cómoda para que él guardara algunas cosas en su apartamento, y él
había hecho lo mismo por ella en su casa. También habían llenado su
casa de artículos para gatos, porque donde dormían, también lo hacía
su pequeña gatita ronroneante. Salvo las noches en las que Bear
trabajaba de bartender, prácticamente vivían juntos. Tru y él podrían
haberse puesto a hablar de lo mucho que habían cambiado las cosas y
se le podría haber escapado algo de su pasado. Aunque Bear era muy
cuidadoso con lo que había sucedido, no podía imaginarlo cometiendo
ese error.
—Bueno, lo supuse —dijo ella con una sonrisa—. Bear y tú
realmente han estado saliendo desde antes de lo que querías que
creyera, ¿verdad? Sé que dijiste que no era el caso, pero he repetido
esto muchas veces, y cada vez que los veo juntos, me parece que hay
mucho más.
—No. —Tomó la mano de Gemma y la llevó a la mesa del fondo de
la tienda—. Siéntate.
—Uh-oh —dijo Gemma mientras se sentaba—. Crys, ¿estás
embarazada?
—Si fuera tan sencillo. —Se sentó frente a Gemma—. ¿Recuerdas
todas esas veces que dije que me estaba acostando con chicos?
—¿Estás embarazada y no sabes quién es el padre? Dios mío.
—Gemma se cubrió la boca con la mano.
—Detente. No estoy embarazada. Y hasta la semana pasada, no
habría forma de que estuviera embarazada. —Estaba tan nerviosa que
sus palabras salieron demasiado rápidas y duras, pero no pudo
detenerlas—: Nunca tuve esos encuentros de una noche. Tampoco tuve
la mayoría de las citas.
—Vamos —dijo Gemma con una expresión mitad sonrisa, mitad
confusión—. No es que vaya a decírselo a Bear. Cielos, ¿es por eso que
has estado tan preocupada durante las últimas semanas? ¿Tienes
miedo de que le cuente tus aventuras?
Crystal se puso en pie y se paseó.
—No, Gemma. Nunca me he acostado con nadie, excepto con
Bear, es decir, desde antes de dejar la universidad.
—¿Qué? —Gemma se puso en pie de un empujón—. ¿Por qué ibas
a mentir sobre eso?
El dolor y la confusión en sus ojos detuvo a Crystal. Solo quería
contarle lo de las falsas aventuras, pero era injusto tratar de eludir la
verdad. Debería haber esperado hasta después de la boda, pero ya no
había vuelta atrás.
—Porque tenía miedo. Cuando te conocí llevaba solo unas
semanas en Peaceful Harbor y tenía miedo de hablarte de mi pasado.
—Se dio la vuelta, cruzando los brazos sobre el pecho, mientras las
emociones la inundaban—. Tenía miedo de mi pasado.
—Crystal —dijo Gemma con suavidad—. No lo entiendo.
Se acercó a su lado, tan empática como siempre, lo que hizo que a
Crystal le resultara mucho más difícil decirle la verdad.
—¿Qué sucedió que tenías miedo de contarme? —preguntó
Gemma.
—No a ti específicamente. A cualquiera.
Extendió sus manos, tratando de luchar contra su creciente
pánico. Esta ansiedad no tenía nada que ver con lo que tenía que
revelar y sí con lo dolida que estaría Gemma cuando se diera cuenta de
todo lo que Crystal le había ocultado. Cuando se encontró con la
mirada de Gemma, las lágrimas se agolparon en sus ojos.
—Lo siento. Eres mi mejor amiga en el mundo, y nunca debería
haberte mentido sobre nada.
Gemma le tomó la mano.
—Crystal, ¿qué pasó? Creo que nunca te he visto llorar. ¿Cómo
puedo ayudar?
Su compasión solo hizo que Crystal llorara más fuerte.
—No estoy llorando por lo que pasó. O tal vez lo estoy un poco.
Solo odio haberte mentido. Tú, de todas las personas. Sabes lo que es
tener una familia disfuncional, y me quisiste incluso cuando era una
zorra y pensabas que me acostaba con cualquiera.
Se rio entre lágrimas, porque todo aquello era una locura. ¿Quién
pretendía acostarse con alguien?
La respuesta picaba tanto como las mentiras. La chica que no
quiere acercarse a nadie.
Los brazos de Gemma la rodearon.
—Por supuesto que te quiero. Eres mi mejor amiga.
—“Por supuesto” no. —Se apartó y se secó las lágrimas—. Nunca
había tenido una amiga como tú. Y tenía tanto miedo de que
desapareciera en cualquier momento. De meter la pata. Te mentí sobre
tipos que ni siquiera existían. Y ahora no puedo dejar de llorar porque
te oculté el resto, lo que también es una mierda, porque estoy en mi
derecho. Pero sigue doliendo, carajo, porque lo has compartido todo
conmigo y debería haber confiado en ti.
Ella echó los hombros hacia atrás, tratando desesperadamente de
escapar del dolor que se hinchaba en su interior.
—No me importan los tipos que nunca han existido —dijo Gemma
con cuidado—. Me importas tú. ¿Qué ha pasado?
—¡Deja de ser tan comprensiva! —Apretó la mano de Gemma y
sonrió a través de sus lágrimas—. Solo dime que estás enojada conmigo
y termina con esto.
—Bien, sí. Estoy un poco dolida. ¿Quién no lo estaría? Hemos
pasado por muchas cosas juntas. Pero estás llorando, y sé un poco de
perspectiva, así que lo que sea que hayas tenido miedo de decirme,
estoy segura de que compensa mis estúpidos sentimientos heridos. ¿Y
si no es así? Entonces te haré pasar un mal rato.
Entre la infancia de Gemma y la historia de Tru, tenía suficiente
perspectiva para cien personas.
Las manos de Crystal cayeron a sus lados, abriendo y cerrando
nerviosamente.
—No dejé la universidad por motivos económicos. Fui violada, y
no pude soportar estar en el campus. —Su voz se quebró y tragó
saliva—. Lo intenté, pero dos días después de lo ocurrido, me rendí y
vine aquí.
Las lágrimas resbalaron por las mejillas de Gemma mientras
buscaba a Crystal de nuevo, abrazándola tan fuerte que le costaba aún
más respirar.
—Crys —dijo compasivamente, abrazándola mientras ambas
lloraban—. Siento mucho que te haya pasado eso y que hayas sentido
que tenías que aguantar todo este tiempo.
La mente de Crystal daba vueltas. Estaba demasiado abrumada
para responder, deseando que todo hubiera sido diferente y sabiendo
que todos los deseos del mundo no podrían cambiar el pasado... o el
futuro. Solo ella tenía el poder de cambiar su futuro, tal y como había
hecho cuando dejó el parque de remolques y cuando llegó a Peaceful
Harbor.
Y cuando dejé que Bear entrara en mi vida.
Dio un paso hacia atrás, sintiéndose un poco más segura.
—Llevo mucho tiempo queriendo hablarte de Bear, pero todo ha
sido muy confuso. Necesitas saber el resto de la historia.
Se sentaron a la mesa y Crystal le contó cómo se había
reencontrado a sí misma una y otra vez. Le contó que se había
cambiado el cabello y el nombre, que se había sometido a años de
terapia y, finalmente, le dijo la verdad sobre Bear.
—Él fue la razón por la que volví a mi terapeuta. Me enamoré de
él durante mucho tiempo, y lo quería, Gem. Lo deseaba como nunca
había deseado a un hombre en mi vida. Cuando finalmente nos
besamos, tenía tanto miedo de derrumbarme, que lo hice. Pero no tenía
miedo de él, y no tenía miedo de besar o tener sexo, ni nada de eso. Es
decir, estaba nerviosa por el sexo, no me malinterpretes, porque hacía
años que no lo hacía y por lo que había pasado. Pero no tenía miedo. No
de Bear.
Hizo una pausa, pensando en lo mucho que lo amaba. Fue ese
amor el que la empujó a explicar el resto de la historia a Gemma.
—David, mi terapeuta, me explicó que no es raro que en
situaciones como la mía nos preocupemos por entrar en pánico. Había
superado el trauma y el miedo a la violación, pero había aumentado
estando cerca de Bear en proporciones tan épicas que ya no era la
situación en sí lo que me causaba pánico. Era la ansiedad que me
provocaba la preocupación por ello. Es confuso, y esa es una
descripción muy abreviada y probablemente inexacta, pero espero que
te hagas una idea.
—Lo entiendo. Lo entiendo de verdad. Tenías miedo de
enloquecer, y esa ansiedad es la que te hizo enloquecer. Ojalá hubiera
podido ayudarte.
—Sí me ayudaste. Tu amistad ha sido mi salvación. Durante esas
sesiones semanales con David, cuando le veía en la comida o después
del trabajo y me sentía mal durante unas horas, o días, siempre estabas
ahí para animarme. Incluso cuando no sabías la verdad de lo que había
pasado.
La comprensión brilló en los ojos de Gemma.
—Todas esas malas citas.
—Sí —dijo Crystal, sintiéndose culpable de nuevo.
—Ahora que sé la verdad, puedo verlo. Eras mucho más distante
cuando nos conocimos. Nunca lo había pensado, pero ahora está tan
claro. Esas malas citas se convirtieron en...
—Imbéciles, tipos que no eran buenos en la cama, y luego... —Hizo
una pausa, dándose cuenta de que la forma más reciente en que se
había referido a los hombres había mostrado su progresión de víctima a
tener el control—. Me convertí en una chica con la que nadie querría
meterse y me inventé a esos tipos. Y luego, cuando esas malas citas se
convirtieron en “juguetes para entretenerme una noche”, todo formaba
parte de la superación de lo sucedido. Obviamente, no quería tener esa
clase de juguetes, pero a medida que me iba curando y adquiriendo más
poder, quería contarlo. No estaba preparada para contarlo todo, así que
utilizar esas historias fue mi forma de compartirlo con ustedes. El año
pasado tuve algunas citas, pero nunca sentí nada, ni siquiera cuando
nos dimos un beso de buenas noches. Y pensé que me había engañado
pensando que estaba curada. Y entonces conocí a Bear, y las chispas
saltaron desde la primera vez que nos miramos.
Gemma la abrazó de nuevo.
—Fuegos artificiales. Volcanes. Ustedes dos han tenido una
química innegable desde siempre.
—Lo sé, ¿verdad? Y las cosas están bien ahora. David tenía razón.
Contarle a Bear lo que había pasado me ayudó enormemente. No solo
porque podía ser más cuidadoso conmigo, sino que expresar mis
temores me hizo tener menos miedo de ellos. Y ya conoces a Bear. Es
maravilloso, Gemma. No hay lugar para el miedo cuando estoy con él.
Es cuidadoso, y cariñoso, y... si te soy sincera, lo ha pasado mal porque
no haya ido a la policía.
—Me preguntaba eso. —Gemma se acomodó el cabello detrás de
la oreja—. Es tan...
—¿Exigente? ¿Imprudente? ¿Manipulador? ¿Agresivo? —Ella
sonrió, porque le había llamado todas esas cosas desde el día en que se
conocieron, cuando él le pasó ese enorme brazo por encima del hombro
y la llamó dulzura.
—Protector —dijo Gemma.
—Él es mucho mejor al respecto. Pero cuando se lo dije por
primera vez, parecía que quería estrangular a todos los hombres con los
que nos cruzábamos —admitió Crystal.
—¿Cambia eso lo que sientes sobre tu decisión?
—Hice lo correcto para mí, y no puedo cambiar eso. Me siento mal
porque sea difícil para él, pero ambos estamos en la misma página
ahora.
Crystal miró la puerta de la oficina, detrás de la cual su gatita
estaba durmiendo o jugando con sus juguetes. Todavía no soportaba
dejarla sola durante el día.
—¿Por eso te dio a Harley?
Ella asintió.
—La noche que le conté lo que había pasado, quise estar sola
después, y eso lo mató.
—Apuesto a que quería montar guardia sobre ti.
Crystal se rio.
—¿No lo ha hecho siempre? ¿Incluso antes de saberlo? Apareció a
la mañana siguiente con Harley y dijo que no podía soportar la idea de
que estuviera sola.
—Está tan enamorado de ti. —Gemma sonrió—. Tru dijo que lo
está desde hace mucho tiempo.
Se le escapó una sonrisa.
—Lo sé. Creo que, en algún nivel, siempre lo he sabido.
—¿Cómo puedo ayudarte?
—Ya lo has hecho. No me odias.
—Nunca podría odiarte. —Gemma tocó las puntas del cabello de
Crystal—. ¿Conservarás tu cabello oscuro?
—No lo sé. Ahora mismo solo quiero disfrutar de no vivir detrás de
un muro de secretos. Me preguntaba si volvería a cambiar, pero me
gusta quien soy. Aparte de mentirte, por supuesto. Esa parte de mí
apestaba.
—No, no lo hace. Esa parte de ti necesitaba protegerse. —Gemma
se puso en pie y tiró de Crystal para abrazarla—. ¿Estás realmente
bien?
—Sí, y si me lo preguntas demasiadas veces, saldrá la Crystal
perra. Fui víctima de una violación, pero ese incidente no me define, y
nada de eso, ni perder a mi padre, ni a mi madre alcohólica, ni la
violación, me arruinó. Pasé tres años en terapia, Gem, sobre mi padre,
mi madre, Jed, lo que pasó en la universidad. No lo escondí bajo la
alfombra. Simplemente no hablé de ello con nadie más que con David.
Lo único que me ha costado fue no decírtelo, y lo siento.
—No pasa nada —dijo Gemma—. Y no voy a seguir preguntando.
¿Crees que Harley estará bien durante un tiempo? Creo que mereces
darte un capricho con un helado de varios sabores.
Normalidad. Eso es exactamente lo que Crystal necesitaba, y
estaba más que agradecida de que Gemma de alguna manera lo
supiera.
—Me apunto.
Mientras caminaban hacia el frente de la tienda, Gemma de
repente tiró de Crystal contra ella. Con fuerza.
—Lo siento. Lo siento muchísimo. Odio que hayas pasado por algo
tan horrible, y odio que hayas perdido a tu padre, y que tu madre haya
sido una idiota por lo que pasó. Y odio que hayas pensado que tenías
que guardártelo para ti. Yo solo... odio ahora mismo. Estoy intentando
no llorar, pero...
Las lágrimas brotaron de los ojos de Crystal.
—Lo sé. Confía en mí, Gema. Lo sé.
—Te quiero.
Crystal trató de hablar a través de sus lágrimas, pero resultó
confuso.
—Yo... te quiero... también.
—Lo siento —dijo Gemma tímidamente, limpiándose los ojos—.
Solo tenía que sacar eso. Ya estoy bien, y te prometo que no habrá más
lágrimas.
Crystal limpió una mancha de delineador de ojos debajo del ojo de
Gemma.
—Penny va a pensar que las dos hemos perdido la cabeza. Sé que
no puedes ocultarle esto a Tru.
—Yo,.. —Se mordió el labio inferior.
—No pasa nada. Él también me quiere. Lo sé. —Caminaron hacia
el frente para tomar sus bolsas—. Solo dile que no me presione por no
haber ido a la policía cuando sucedió, y por el amor de Dios, por favor,
dile que no se vuelva loco como un alfa e intente que Bear se vengue.
Ese pobre hombre está entre la espada y la pared. —Apretó la mano de
Gemma—. Por suerte para él, me gusta ponerle entre la espada y la
pared.
Gemma se quedó boquiabierta.
—¿Cómo puedes burlarte de eso después de todo lo que has
pasado?
—¿Cómo no voy a hacerlo? Amo a mi hombre. —Agarró su bolso y
puso su brazo alrededor del hombro de Gemma—. ¿Te he dicho que soy
adicta a los orgasmos con Bear?
Gemma se tapó los oídos.
—No me cuentes detalles. —Dejó caer las manos—. Espera.
¿Tiene tatuado su pene?
Crystal se rio mientras empujaba la puerta.
—¿No te gustaría saberlo?
—Uy. No. —Gemma cerró la puerta tras ellas—. Eso dolería
mucho. ¿Por qué un hombre haría eso?
—¿Por qué los hombres hacen cualquier cosa?
Se miraron y dijeron:
—Porque pueden.
Capítulo 18
Bear se sentó al otro lado de Jace Stone y Maddox Silver el jueves
por la noche en Mr. B’s, una micro cervecería ubicada junto al puerto
deportivo, lo suficientemente lejos de Whiskey Bro’s para que no tuviera
que preocuparse porque su padre se topara con ellos. Bullet debía estar
llegándole. Incluso tener una discusión sobre trabajar con ellos le
parecía una falta de respeto a su padre. Todo lo que su padre quería era
hacer que Whiskey Bro’s tuviera aún más éxito para poder dejarle a sus
hijos un valioso legado familiar. Y aquí estaba Bear, posiblemente
poniendo un freno a sus planes.
¿Dónde está la línea entre la lealtad familiar y la realización
personal?
Jace apoyó los antebrazos fuertemente musculosos y tatuados
sobre la mesa, sus ojos oscuros lucían tan serios como los de su socio
de negocios de cabello plateado y barba espesa, Maddox Silver. Mientras
que Jace rivalizaba con Bullet en tamaño y edad, Maddox medía poco
más de un metro ochenta y Bear supuso que tendría unos cincuenta
años. Unos duros cincuenta, con un rostro curtido y
sorprendentemente guapo y ojos que parecían haber visto un mundo de
dolor.
—Tenías muy claro que no querías dejar de trabajar en el taller de
autos y lo respetamos —dijo Jace—. La oferta por un horario limitado se
mantiene, pero se nos está acabando el tiempo. Necesitamos controlar
el nivel de compromiso que estás dispuesto a asumir. Por supuesto, no
habrá competencias y demás, dada tu profesión.
—Entiendo. Estoy trabajando en averiguar con qué tipo de
horario puedo comprometerme. Lamento que me esté demorando un
poco más de lo que había anticipado, pero mi familia ha tenido algunas
cosas que debo resolver antes de poder hacer un compromiso firme.
Por mucho que disfrutara el tiempo que pasaba con su familia en
el bar, las horas apestaban. Renunciar a esos turnos fue una obviedad.
Estaba programado para trabajar hasta cerrar de nuevo esta noche, lo
que significaba que estaría durmiendo apartado de Crystal otra noche.
Renunciar a las horas de la tienda, por otro lado, requirió más reflexión.
Todavía estaba luchando con esa parte.
—Lo que estamos ofreciendo —dijo Maddox con una voz tan
espesa y resbaladiza como el petróleo crudo—, es una oportunidad para
que te hagas un nombre en la industria. Tienes una habilidad especial
para los diseños conceptuales que son un poco eclécticos y elegantes, a
la vez que mantienen el poder, en absoluto lo que el público está
acostumbrado a ver. Creemos que podemos fabricar y comercializar tus
diseños de tal manera que sean muy solicitados. Limitaremos la
producción y usaremos solo los mejores materiales, pero el éxito solo
puede venir con dedicación. Incluso si decides comprometerte con,
digamos, sesenta horas al mes, habrá un tiempo de viaje adicional
además de eso a considerar, para reunirte con nuestros ingenieros y
asistir a reuniones de diseño. Algo de eso se tendrá en cuenta, pero
siempre surgen reuniones de última hora.
—Esperaba algo así —dijo Bear—. ¿Has reforzado tu cronograma
para abrir esta ubicación?
Los dos hombres intercambiaron una mirada seria.
—Hemos decidido postergar la compra del edificio aquí en
Peaceful Harbor. Por ahora —explicó Jace—. Pero queremos seguir
adelante con esta colaboración. Tienes mucho que ofrecer y la
conceptualización se puede realizar principalmente fuera del sitio. Pero
necesitamos un compromiso. Tenemos un espacio que llenar y nos
gustaría llenarlo contigo. Necesitaremos una decisión en las próximas
dos semanas.
Bear conocía una oportunidad de oro cuando la escuchaba, pero
no podía comprometerse con ello hasta que se hiciera una para sí
mismo. Y eso significaba prepararse para otra batalla que podría estar
librando solo.
Whiskey Bro’s estaba ocupado para ser un jueves por la noche.
Bear llenó una jarra con cerveza y la dejó en el mostrador para su
madre, que estaba sirviendo junto a Dixie esta noche. Ella solo
trabajaba unas pocas horas al mes, y Bear disfrutaba cuando sus
horarios coincidían.
—Te toca, Red —la llamó.
Se acercó a toda prisa con sus jeans negros y la camisa de
Whiskey Bro’s y se inclinó sobre la barra, bajando la voz.
—¿Cuánto tiempo crees que le tomará a Dix enloquecer con ese
chico rubio?
Miró en dirección al chico alto y rubio que jugaba a los dardos
con otros dos chicos. Bear también los había estado vigilando.
—A ella le gustan las propinas. Cuando cruce una línea, acabará
con él.
Su madre le dio unas palmaditas en la mano.
—Estás en lo cierto. ¿Estás bien, cariño?
Cariño. Su madre nunca usaba sus nombres de motociclistas y
rara vez usaba sus nombres reales. Bear estaba bastante seguro de que
era porque, cuando estaban creciendo y tenía cuatro demonios que
cuidar, había tenido que revisar todos los nombres antes de dar con el
correcto. Su nombre por lo general sonaba algo así como, Brandon,
Wayne, cualquiera que sea tu nombre.
—Sí, estoy bien —dijo.
Metió una mano en su corto cabello rojo y sonrió. Con su afinidad
por vestir de negro; camisa, pantalones, botas, joyas se parecía
muchísimo a una joven Sharon Osbourne.
—No puedes engañar a tu madre. —Dejó la jarra en la bandeja y
dijo—: La próxima vez que estés en lo del Sr. B, dile a Maisy que le dije
hola.
Y se alejó pavoneándose.
Maldita sea. Maisy y Ace Braden eran dueños de la micro
cervecería. Había estado tan preocupado por mantenerse fuera de la
vista de su padre que no había pensado en lo unida que estaba la
comunidad.
Bear estaba llenando otra orden de bebida cuando Dixie se acercó
sigilosamente a la barra, haciendo estallar un chicle y mirando a Bear
como si fuera un espectáculo de entretiempo.
—¿Qué pasa, Dix?
—Necesito dos Jack con Coca-Cola y una botella de cerveza Bud.
Miró a su madre, que estaba de pie con la mano en la cadera,
dándole un regaño al rubio coqueto que jugaba a los dardos.
—Ella va a arruinar mis propinas —se quejó Dixie mientras Bear
servía las bebidas—. ¿Papá se comunicó contigo sobre el plan de
expansión?
—Llamó, pero estaba ocupado.
Y por ocupado, quería decir que dejó que la llamada fuera al
buzón de voz porque aún no estaba seguro de cómo quería manejar esa
situación.
—Me preguntó si me habías hablado de eso. Le dije que sí, le di
los datos financieros y las ganancias proyectadas con la expansión. Lo
desglosé todo, tal como lo hice con las proyecciones de dos años hace
unos meses. Tiene todos los números que pueda necesitar, ya sea que
decida seguir adelante o no. Pero está ansioso por hacerlo, así que, si
realmente no quieres hacerlo, deberías decírselo. Déjalo caer sobre
Bullet.
Bear se burló:
—Tiene menos tiempo que yo y no tiene experiencia con este tipo
de cosas. Además, B no es exactamente el tipo más paciente. ¿Lo
imaginas tratando de negociar los precios de las renovaciones? —Bajó
la voz y entrecerró los ojos, burlándose de Bullet—. ¿Qué diablos
quieres decir con que no puedes terminarlo mañana? Terminarás el
trabajo o usaré tu cabeza como un martillo y lo terminaré yo mismo.
Ella rio.
—Tal vez es hora de que aprenda, ya que está tan entusiasmado
con seguir los pasos de papá. Gracias por las bebidas. Necesito guardar
mis propinas.
Giró sobre sus tacones altos y se acercó a los chicos que jugaban
a los dardos.
Unas horas más tarde, cuando su madre se estaba preparando
para irse, lo llevó a un lado.
—¿Quieres hablarme de Jace y Maddox?
—En realidad no —dijo con sinceridad.
Ella se cruzó de brazos, sus intensos ojos verdes le dijeron que no
se saldría con la suya con esa respuesta.
—Tu tío Axel solía decir que ibas a ser el próximo diseñador de
Harley. Eras el niño al que todos acudían con sus motocicletas,
patinetas y juguetes rotos. Has diseñado y construido más motocicletas
de las que has comprado. Ahora, Robert, ¿quieres hablarme de Jace y
Maddox?
—¿En serio? ¿Estás usando Robert conmigo?
—Estoy teniendo una charla de madre sobre ti. No hacemos esto
con la suficiente frecuencia. —Ella tocó su mejilla—. Eres tan terco
como tu padre.
—Difícilmente —dijo.
—No dije “rígido”. Dije “terco”. Hay una diferencia, cariño. Sé que
es mejor no interponerme entre tu padre y tú, así que solo diré esto.
Has hecho más por esta familia de lo que un padre podría esperar. Eres
un joven leal, fuerte e inteligente, y siempre estaré agradecida por ese
enorme corazón tuyo. Salvaste a esta familia y sabes cómo trabajamos
los Whiskey. Cuando estás en problemas, nosotros estamos en
problemas y te respaldamos. Puede que no tengas problemas en este
momento, cariño, pero necesitas que te salven. Solo que esta vez tienes
que salvarte a ti mismo. Ella lo abrazó y le susurró—: Trae a ese
hermoso amor de tu vida en algún momento. Es hora de que hagamos
algo más que sonreír al otro lado de la habitación.
Aturdido por su apoyo, Bear pudo hacer poco más que verla
alejarse.
Para cuando salió del estacionamiento a las dos y media de la
mañana, estaba agotado. Había recibido una llamada de Tru que le hizo
un nudo en el estómago. Al parecer, Crystal finalmente se había
sincerado con Gemma. Mientras conducía por la oscura carretera de la
montaña, se maldijo por tomar el turno y no estar allí para ella. Había
sido una noche larga. Un grupo de chicos alborotadores había llegado
alrededor de las once y se quedó hasta después de la una, jugando al
billar y coqueteando con todas las mujeres del lugar. Esa mierda pasó
rápidamente, y esta noche, cuando quería estar con Crystal y no cuidar
niños cachondos, su paciencia había estado colgando de un hilo.
Se detuvo en el largo camino de entrada, activando las luces
solares que había instalado el fin de semana pasado y enfocando el auto
de Crystal. Lo estacionó y saltó.
—¿Cristal? —gritó en la oscuridad, mirando dentro de su auto.
Con el corazón en la garganta, corrió al porche y la encontró
profundamente dormida, acurrucada en una silla con Harley en su
regazo, sosteniendo las llaves del auto y agarrando la muñeca
quitapenas entre sus dedos. Llevaba unos pantalones de pijama a
cuadros y la camisa que decía Sumérgeme en miel y dame de comer a
Bear. Su corazón se apretó. Cayó de rodillas y envolvió sus brazos
alrededor de su cintura, una ola de alivio lo inundó.
Abrió los ojos y una sonrisa curvó sus labios.
—Hola, cariño. ¿Estás bien?
—Nuestra cama se sentía vacía —dijo adormilada.
Nuestra cama. Dios, estaba tan involucrada con él. Tomó a Harley
y abrazó a Crystal.
—Estoy tan contento de que estés aquí.
—Le dije a Gemma —susurró contra su mejilla.
—Lo sé. Tru llamó para ver cómo estabas. ¿Estás bien?
Tru también había querido comprobar cómo estaba Bear y
asegurarse de que no estaba perdiendo la cabeza, lo estaba haciendo,
pero lo estaba manteniendo bajo control.
—Si. Ella no me odia. —Sus ojos se humedecieron, y otra ola de
culpa por no estar allí esta noche la invadió—. ¿Tru llamó? ¿Eso
significa que todo el mundo lo sabe?
La ayudó a ponerse de pie.
—No. Solo quería asegurarse de que estuvieras bien. Te haré una
llave mañana. No quiero que me esperes afuera. ¿Por qué no llamaste?
Habría venido a ti.
—No lo sé. Te extrañé, así que empaqué y vine.
Ella miró su mochila junto a la silla y él la recogió.
Entraron y subieron las escaleras. Estaba contento de que
estuviera allí, pero Crystal, sentada sola afuera por la noche, no le
sentaba bien. Se dio una ducha rápida y encontró a Harley durmiendo
en su almohada. Dejó a Harley donde estaba, se subió a la cama y se
abrazó a Crystal.
Ella se volvió hacia él.
—¿Es demasiado presuntuoso venir?
—Quiero que seas presuntuosa. —La acercó más y presionó sus
labios contra los de ella—. Odiaba la idea de que estuvieras sola esta
noche. Odio todas las noches que pasamos separados. Siempre te
quiero conmigo.
—Yo también. —Sus ojos se pusieron serios—. Temo ver a mi
madre este fin de semana. Sé que no quería que la conocieras, pero
ahora que no te estoy ocultando nada, ¿considerarías venir? Jed estará
allí y no tenemos que quedarnos mucho tiempo.
—Por supuesto. Lo que quieras.
Tocó sus labios con los de ella.
—Sigo pensando en Gemma. No ve a su madre con regularidad
porque su madre es horrible. De una manera diferente a la mía, por
supuesto, pero, aun así. Y ver a mi mamá… Bueno, me viste ese día que
se suponía que íbamos a pintar la casa de Tru y Gemma. Cada vez que
veo a mi madre, siento como si cayera en un pozo de alquitrán y luego
tengo que volver a salir con las garras.
—Entonces, ¿por qué lo haces? Soy un tipo leal, pero si es tan
mala, ¿por qué ir? ¿La estás ayudando de alguna manera visitándola?
Ella sacudió su cabeza.
—Ni siquiera parece que me quiera allí. Es odiosa y dice cosas
horribles sobre mi padre y yo. Incluso es una zorra con Jed, que
siempre ha estado ahí para ella.
Todos sus impulsos protectores surgieron.
—Entonces, ¿por qué pasar por eso?
—Porque creo que mi papá hubiera querido que alguien la
cuidara.
La tristeza en su voz lo mató.
—Creo que tu padre habría estado más preocupado por tu
cuidado.
—Quizás. ¿Cómo fue tu reunión con los chicos de Silver-Stone?
No quería hablar de Silver-Stone. Quería convencerla de que no
visitara a su madre. Pero si había algo que había aprendido, era que a
Crystal no le gustaba que le dijeran qué hacer.
—Necesitan un compromiso, pero significará contratar más
personal en el bar y en el taller de autos, y el tiempo apesta, con los
planes de mi padre de expandir el bar.
Ella se acurrucó más cerca y presionó sus labios contra los de él.
—O tal vez sea el momento perfecto. Si crees que a mi padre le
preocuparía que me cuidara, ¿no crees que lo mismo ocurre con tu
padre? ¿Que estaría preocupado porque te cuides por una vez?
Ni siquiera estoy seguro de saber cómo hacer eso.
Rodó sobre su espalda y pasó su brazo sobre su cabeza, tirando
de ella contra su costado.
—No lo sé, nena.
—Me pregunto si existe algo así como ser demasiado leal.
—Si existe, ambos somos culpables.
Capítulo 19
—Nena, te ves un poco verde.
Bear acercó a Crystal mientras conducían hacia la casa de su
madre el domingo por la noche.
—Es una apariencia especial que obtengo solo para mi madre.
¿No te parece atractiva?
Ni siquiera había podido esbozar una sonrisa cuando recogieron a
Jed. Nunca salía nada bueno de visitar a su madre.
—Nuestra madre tiene ese efecto en la gente —explicó Jed.
Bear le apretó la mano.
—En serio odias esto.
—Eso es decirlo condescendiente. —Ella jugueteó con la radio—.
Fue un error pedirte que vinieras. No necesitas ver el desastre que es
nuestra madre.
—Esa es una razón aún más para estar aquí contigo. No quiero
que pases por eso en absoluto, y mucho menos que lo pases sin mí.
Señaló el semáforo con un nudo en el estómago.
—Gira a la derecha allí. Entonces es la segunda calle a la
derecha.
—Siento que he estado aquí antes. —Bear se detuvo ante la luz y
la miró—. ¿Segura que quieres hacer esto?
—No —dijo Crystal—. Pero tengo que hacerlo. Nos quedaremos
solo unos minutos, así puedo sentir que he cumplido con mi deber de
hija.
Dobló la esquina y siguió sus instrucciones hacia un parque de
casas rodantes.
—Ahora sé que he estado aquí antes.
—¿De verdad? —Jed señaló el remolque de su madre—. Es el
pedazo de mierda amarillo.
—Conozco este remolque. ¿Te mudaste aquí cuando tenías ocho
años? —preguntó mientras estacionaba.
—Sí —dijo ella.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Jed mientras se bajaba de la
camioneta.
Bear ayudó a Crystal a salir.
—Creo que traje a tu padre a casa. Estaba en el bar, demasiado
borracho para conducir. Yo era un niño. ¿Dieciséis, tal vez? No
recuerdo, pero había una niña asomándose por esa ventana.
Señaló la ventana en el costado del remolque.
—Ese era mi dormitorio. —Su pulso se aceleró—. Pero no
recuerdo eso.
—Gracioso. —Bear le pasó el brazo por encima del hombro—.
Nunca lo olvidaré. Verte me hizo darme cuenta de lo mucho que mi
papá se preocupaba por otras personas. Pudo haber metido a los
clientes en un taxi y haberlos llevado a su destino, pero nunca lo hizo.
Dijo que no sabía cómo un taxista trataría a un individuo que no estaba
en sus cabales, pero sabía cómo lo harían los niños que había criado.
La hacía feliz pensar que Bear había conocido a su padre, incluso
si fue en esas circunstancias. Pero si su padre había estado demasiado
borracho para conducir entonces, ¿también estaba borracho la noche
que murió? ¿Había causado el accidente que lo había matado?
Miró a Jed, y él debió leer el miedo en su rostro, porque negó con
la cabeza y dijo:
—Ya no bebía cuando lo mataron. Él no tuvo la culpa. Para
entonces ya llevaba un tiempo sobrio.
Las lágrimas de alivio se agolparon en sus ojos.
—Estoy tan contenta de escuchar eso. Sé que tu padre tiene ideas
extrañas sobre las mujeres y el trabajo, pero lo amo aún más sabiendo
que cuidó a mi padre así. ¿Recuerdas algo más sobre nuestro padre?
¿Cómo era?
—Sí, lo recuerdo. Se parecía a Jed, alto con el pelo rubio claro,
pero más viejo, por supuesto. Habló de ustedes durante todo el viaje. Su
hermosa e inteligente niña y el hijo que puso a prueba su paciencia en
todo momento.
No importaba que su padre estuviera borracho. Bear tenía un
recuerdo de él que era nuevo para ella.
—Me encanta escuchar eso. Espera. ¿Es esto cierto o estás
tratando de hacerme sentir mejor porque mi mamá es un desastre?
—Es verdad, nena. Te dije que no miento.
—Gracias por traerlo a casa —dijo Jed—. Nunca fue un gran
bebedor, pero cuando perdió su trabajo, ambos se vieron afectados.
—¿Recuerdas eso? —preguntó ella—. Solo tengo recuerdos vagos
y nunca estoy segura de sí son reales o no.
—Solo tenías ocho años, pero yo tenía once. No era tan malo
como mamá. Hubo unos meses en los que las cosas estuvieron bastante
jodidas, pero luego se puso sobrio. Una noche, Crys lo miró y dijo que
no le gustaba cómo olía su aliento. Que ya no olía como su papá. Y eso
fue todo. Dejó de beber esa noche. Diez meses después lo mató un
conductor ebrio.
Bear debió sentir que sus rodillas se debilitaban, porque la abrazó
con más fuerza.
—No recuerdo haberle dicho eso tampoco —dijo.
—Fuiste tú, Crys —dijo Jed—. Lo salvaste de terminar como ella.
Él te amaba muchísimo. Habría dado su vida por ti.
—Por ti también —le dijo Bear a Jed—. Estoy seguro de ello.
Volvió a mirar el remolque, odiando a su madre aún más.
—No puedo hacer esto. No puedo entrar ahí. Si él pudo recuperar
la sobriedad, ¿por qué ella no puede? —Ella se apartó de los brazos de
Bear—. ¿Tienes alguna idea, Jed? ¿Recuerdas algo?
La tristeza ocupó los ojos de Jed y le tomó la mano.
—Escucha, camarón. Hay algunas cosas que no quieres saber.
Ella liberó su mano.
—Maldición. Puedo manejar cualquier cosa. Solo dime.
Jed vaciló y miró a Bear.
—No lo mires preguntándole si puedo manejarlo —exclamó—. He
estado en el infierno y he vuelto. No hay nada que no pueda manejar.
Jed apretó la mandíbula.
—Papá descubrió que ella había tenido una aventura y le dio un
ultimátum. Que dejara de beber y limpiara su acto, o se iría y nos
llevaría con él. Ella no se detuvo.
—Obviamente. ¿Y…?
—Había ido a Peaceful Harbour para ver si podía alquilar un lugar
allí. —Jed miró a Bear, bajó los ojos y finalmente la miró a los ojos—. Lo
mataron de camino a casa.
—¿La estaba dejando? —Tropezó hacia atrás, incapaz de
escuchar más allá del torrente de sangre en sus oídos—. ¿La estaba
dejando? Me he sometido a esto todos los meses porque pensé que él
querría que me hiciera cargo de ella, ¿y la iba a dejar?
—Nena.
Bear la alcanzó, pero ella se apartó.
—No. Esto es... Murió tratando de salvarnos. Po culpa de ella.
—Ella me convirtió en un ladrón. —Las manos de Jed se cerraron
en puños—. No estoy tratando de eludir la responsabilidad, pero debes
saber la verdad. Robé para asegurarme de que tuviéramos comida en la
mesa.
La mandíbula de Crystal cayó.
—¿Robaste por ella? ¿Por eso lo hiciste? ¡Todo este tiempo, me
dijiste que era quien eras!
—Lo era —se enfureció—. ¿Qué esperabas que hiciera? Tenías
que comer. Necesitabas ropa. Demonios, Chrissy. Hice lo que tenía que
hacer. Pero ya terminé. He limpiado mi acto y quiero mudarme de aquí
y encontrar un apartamento. Encontrar un trabajo estable. Cuarenta
horas a la semana en lugar de la mierda de medio tiempo que estoy
haciendo ahora. Me reuniré con el abogado sobre mi licencia esta
semana y, con suerte, no tendré problemas para restablecerla.
Crystal lo agarró por la camisa, todavía atascada en que él tirara
su vida por ella, y gritó entre lágrimas de ira:
—¿Robaste por nosotras? ¿Por mí? ¿Te hice eso?
Jed envolvió sus brazos alrededor de ella mientras ella luchaba
contra él.
—No, no lo hiciste. Ella lo hizo. Yo lo hice. Pero tú no, Chrissy.
Nunca tú. Siempre hiciste lo correcto.
Se derrumbó contra su hermano, sus brazos cayeron sin fuerzas
a los costados mientras lloraba.
—Murió salvándonos.

Bear necesitó toda su fuerza de voluntad para no irrumpir en el


remolque y darle a su madre una lección.
—No puedo entrar allí —dijo Crystal.
—Nunca más, nena. —Bear la alcanzó y ella se acercó de buena
gana a sus brazos—. Nunca más. Y, Jed, ¿necesitas un apartamento?
Podemos ayudarte. Quincy necesita un compañero de cuarto.
Eso era lo que hacían. Cuidaban de la familia. Quizás Crystal
tenía razón. Tal vez existiera algo parecido a ser demasiado leal. Quizás
era hora de que él también hiciera un cambio.
Ella se apartó de sus brazos, sus ojos tristes se volvieron feroces,
su columna vertebral se enderezó con toda la confianza y determinación
que siempre había poseído.
—He pasado bastante de mi vida triste, enojada o sin entender
por qué es como es. —Se secó los ojos y se precipitó hacia el remolque
con Bear y Jed pisándole los talones—. He terminado con esto de una
vez por todas.
—Nena —Bear le tocó el brazo para frenarla—. ¿Estás segura de
que quieres hacer esto y no calmarte primero?
Con una mirada sombría en sus ojos, dijo:
—Muy segura.
El áspero olor a humo y vida desperdiciada flotaba en el aire
mientras se acercaban al remolque. A través de la puerta, Bear vio a
una rubia descolorida sentada en un sofá a cuadros. Tenía un cigarrillo
en una mano y hojeaba una revista. Una botella de cerveza medio vacía
descansaba sobre una vieja mesa de café junto a tres botellas vacías.
Levantó la mirada cuando Crystal irrumpió, los ojos inyectados en
sangre se movieron de su hija a Bear y luego a Jed. Volvió su mirada
perezosa a la revista.
—No tengo suficiente comida para una persona más.
Bear luchó contra el impulso de agarrarla por el cuello y
sacudirla.
Crystal estaba temblando, con las manos en puños y la
mandíbula apretada.
—Lo alejaste.
Los ojos de su madre se volvieron a levantar y dio una larga
calada a su cigarrillo. Jed rodeó a Bear, pero Crystal se movió frente a
él, concentrada en tener este enfrentamiento.
—¿Cómo podríamos significar tan poco para ti? —acusó—. ¿Cómo
pudiste elegir el alcohol sobre nosotros y papá?
Su madre le dirigió una mirada de disgusto a Jed.
—Abriste tu gran boca, ¿no? Como tu padre.
—Tendría suerte de ser como él.
Jed se mantuvo erguido y junto a Crystal.
Su madre se burló.
—He terminado —se enfureció Crystal—. Dejé de sentirme
culpable por ir a la universidad para salvarme de escucharte
degradarnos. —Las lágrimas brotaron de sus ojos—. No sé por qué nos
diste la espalda a nosotros, a papá, o qué te jodió tanto para que
terminaras así. Y, francamente, no me importa. Esta es la última vez
que vengo aquí.
—¿Crees que tu padre era tan perfecto? —Su madre se puso de
pie, tambaleándose sobre tacones altísimos—. No tienes idea de cómo
era.
Jed se interpuso entre ellos.
—Sí, lo sabe. Lo sabe todo. Terminé de protegerte y permitirte
todo. No más robar, no más darte dinero que simplemente beberás.
—Ustedes dos piensan que son tan especiales. No sabes cómo era
él. Me prometió una buena vida, ¡y mira dónde estoy! —gritó su
madre—. Él nos dejó.
—No —dijo Crystal, sonando como si simplemente hubiera
renunciado a tratar de convencer a la mujer de una maldita cosa—. Lo
mataron tratando de sacarnos de este infierno. Fuiste tú quien nos
dejó, mucho antes de que lo perdiéramos.
—Este ha sido uno de los días más largos de mi vida —dijo
Crystal mientras conducían hacia su casa.
Después de dejar a su madre, fueron a comer comida china, la
comida reconfortante de Crystal. Pero una vez que sus pedidos llegaron
a la mesa, incluso la idea le revolvió el estómago. Sabía que, al igual
que su madre, la comida china era otra cosa que probablemente no
querría ver durante mucho tiempo. Dejaron a Jed en la casa de su
amigo, y debió haberse disculpado una docena de veces más. Debería
sentirse miserable, dados los acontecimientos de la noche, pero
mientras cruzaban el puente hacia Peaceful Harbour, apoyó la cabeza
en el hombro de Bear y se dio cuenta de que, aunque estaba
emocionalmente agotada, no estaba triste. Nunca entendería por qué su
madre les había dado la espalda, pero si había aprendido algo de la
muerte de su padre, era que la vida era injusta.
Bear apretó su agarre alrededor de su hombro.
—Lo sé, nena. Te prepararé un agradable baño de burbujas tibio
cuando lleguemos a casa. Debes estar hambrienta. ¿Quieres que me
detenga por algo?
—No, gracias. Tengo todo lo que necesito aquí.
—Estoy orgulloso de ti —dijo Bear—. Triste por todo esto, por
supuesto, pero orgulloso de Jed y de ti por darte cuenta de que es hora
de ponerte a ti misma primero. Eso es algo realmente difícil de hacer
cuando se trata de la familia. ¿Quieres hablar acerca de ello?
—Todavía lo estoy procesando. Gracias por llamar a Quincy sobre
el apartamento para Jed. Me alegro de que esté cerca. Me gustaría
pasar más tiempo con él. ¿De verdad crees que puedes contratarlo? A
tu padre no le gustará mucho eso.
—Mi padre y yo vamos a tener una larga conversación, y Jed es tu
familia. Eso lo convierte en nuestra familia.
Ella sonrió ante su confianza.
—Estás bastante seguro de que nos quedaremos juntos, ¿no?
—¿Bastante seguro? Cariño, te estás engañando a ti misma si
crees que alguna vez vamos a romper.
—No creo que lo hagamos, pero no hemos estado juntos tanto
tiempo.
Le encantaba bromear con Bear porque, como hacía ahora, hacía
que la abrazara con más fuerza.
—Cuando seamos viejos y canosos, alguien nos preguntará
cuánto tiempo salimos antes de casarnos. No importa lo que les diga,
estoy tomando ocho meses. Así que acostúmbrate, cariño. Estás
atrapada conmigo.
¿Casarnos? Cuando entró en su complejo de apartamentos, no
pudo pensar en nadie con quien preferiría estar atrapada.
Cuando salieron del auto, se dio cuenta de que él había
estacionado exactamente en el mismo lugar donde habían compartido
su primer beso la noche en que ella entró en pánico.
Envolvió sus brazos alrededor del cuello de Bear y dijo:
—Bésame.
Bajó su boca hacia la de ella, tomándola en un beso que la
atravesó como fuego y hielo, despertando todas las increíbles
sensaciones que habían sido pisoteadas por la difícil noche. Ella se
derritió contra él, deleitándose con su cercanía y reconociendo en su
mente y en su corazón lo libre que se sentía.
Hizo esto. Tomó la decisión de alejarse de la mujer que la había
avergonzado y humillado continuamente. ¿Alguna vez superaría la
sensación de asombro, sabiendo que se había salvado poniéndose a sí
misma en primer lugar? ¿Qué había hecho lo correcto al encontrar un
terapeuta? Si nunca hubiera dado ese paso, es posible que nunca
hubiera podido estar cerca de Bear, o incluso vivir la vida que tenía. Era
reconfortante saber que cada vez que la vida le arrancaba las piernas,
podía tomar el control y recuperar el equilibrio. Y se sentía igualmente
bien sabiendo que mientras Bear estuviera con ella, nunca más tendría
que manejar nada sola.
Cuando sus labios se separaron, los de ella hormiguearon con
calidez.
—Bésame así de nuevo y les daremos a tus vecinos un gran
espectáculo.
Él mordió su labio inferior, abrazándola con tanta fuerza que ella
sintió cada centímetro de su excitación.
Subieron a su apartamento y, fiel a su palabra, después de
atender a Harley, Bear fue a llenar la bañera. Crystal llevó a Harley a su
cuarto de costura, mirando todas las muñecas que su padre había
hecho alineadas en el alféizar de la ventana. ¿Cómo podía saber él que
ella las necesitaría tanto?
Bear salió del baño sin camisa, con su hermoso pecho a la vista.
Su espeso cabello oscuro estaba despeinado, como si acabara de
empujar su mano a través de él, como a ella le gustaría. Su sonrisa era
toda masculina, y envió chispas de calor rebotando a través de ella.
La rodeó con sus brazos y la besó en el hombro.
—¿Extrañas a tu papá?
Acunó a Harley entre ellos. Le encantaba la forma en que la
miraba, con sus ojos llenos de deseo. Casi se guardó sus pensamientos
sobre las muñecas, pero le gustaba que finalmente pudiera compartir
sus pensamientos más íntimos con él. Era otro nivel de intimidad que
había llegado a amar.
—Siempre lo extraño, pero estaba pensando en cuánto conté con
esas muñecas durante todos estos años. No es que tengan poderes
mágicos. Es una tontería, de verdad, pero tenerlas cerca me dio fuerzas.
—Eso no es una tontería. Eso es amor y confianza. Creías en el
amor de tu padre y te dio la fuerza para convertirte en la mujer increíble
que eres.
Avergonzada por sus elogios, besó a Harley y la dejó en el suelo.
—Gracias. Me gustaría pensar que estaría orgulloso de mí. Mucho
ha cambiado desde que estamos juntos. ¿Desearías haber elegido a una
chica más fácil?
Sacudió la cabeza.
—No, dulzura. Eres la única mujer para mí, y si aún no lo sabes,
tendré que esforzarme un poco más.
—Lo sé. —Ella tocó sus labios con los de él—. Es difícil creer que
Jed me ocultó todas esas cosas durante todos estos años y nunca le
conté lo que me pasó. Sufrimos por separado durante tanto tiempo y, a
pesar de vivir con una madre que hizo todo lo posible para arruinarnos,
ambos salimos bien.
—Mejor que bien, nena. Eres increíble. ¿Crees que le contarás a
Jed lo que pasó en la universidad?
—Sí, pero no pude esta noche. Ambos hemos pasado por lo
suficiente hoy.
Mientras la conducía por el pasillo, ella dijo:
—Me das fuerza, Bear, la forma en que crees en mí. Gracias,
muchas gracias por estar aquí para mí.
—No me des las gracias, cariño. Solo ámame. —La atrajo hacia un
delicioso beso—. Vamos, vamos a meterte en la bañera.
Abrió la puerta del baño y el vapor le bañó la piel. Había traído las
velas del dormitorio y sus llamas bailaban en la romántica habitación
en penumbra.
Ella apiló su cabello en la parte superior de su cabeza y lo
aseguró con un broche. Bear se agachó ante ella, se quitó las botas y le
pasó las manos por las piernas. Su toque hizo que todo su cuerpo lo
deseara. Le levantó el vestido por la cabeza y este cayó al suelo, seguido
por el sujetador y las bragas. La ayudó a entrar en el baño tibio, que se
sintió lujoso, relajándola instantáneamente.
Se quitó las botas y los calcetines y se desabrochó los jeans, sin
apartar los ojos de ella mientras se desabrochaba los jeans muy
lentamente. Ella se humedeció los labios ante su provocativo striptease
mientras los bajaba sobre sus poderosos muslos y los pateaba a un
lado. Dios, le encantaba la forma en que se veía con esos calzoncillos
negros. Devorando visualmente ese formidable bulto, recogió burbujas y
las extendió sobre su pecho, hundiéndose más en el agua tibia. Estaba
resbaladiza entre sus piernas y sintió la necesidad de tocarse mientras
lo miraba. Era la primera vez que experimentaba una atracción tan
fuerte por el deseo lujurioso. La estaba mirando con tanta atención que
se preguntó si podría decirlo. No pudo resistirse a pasar sus dedos
sobre su tenso pezón e inhaló con fuerza ante el calor que abrasaba el
centro de su cuerpo.
Se quitó los calzoncillos, exponiendo la parte de su cuerpo que
ella había llegado a desear. Le encantaba tocarlo, amarlo con su boca,
sus manos, su cuerpo. Mi alma. Se arrodilló junto a la bañera,
besándola mientras sumergía la mano debajo de las burbujas y
acariciaba su vientre, moviendo la mano hacia arriba mientras
profundizaba el beso, hasta que descansó justo debajo de sus pechos.
Se arqueó, queriendo sentir esa mano fuerte y áspera acariciándola, sus
dedos dentro de ella. Se deleitó con su boca mientras movía el pulgar
suavemente sobre la parte inferior de su pecho. Cuando trató de
inclinarse, él deslizó la mano hacia abajo, acariciando sus rizos y
metiéndola entre sus piernas. Ella gimió en el beso y lo sintió sonreír. A
él le encantaba extraer su placer, y ella estaba aprendiendo a extraer el
suyo cuando estaban haciendo el amor, aprendiendo a inclinar sus
caderas, a tocarlo y a besarlo, a chuparle el cuello cuando estaba
enterrado profundamente en ella y llevarlo hasta la cúspide de la
liberación.
Sus dedos se movieron sobre su sexo, sin penetrarla. Ella
interrumpió el beso por la anticipación abrumadora. Besó su cuello,
arrastrando su lengua a lo largo de su mandíbula, luego mordiéndola
mientras continuaba su implacable burla abajo. Se agarró a los lados
de la bañera y levantó las caderas.
—Bear —dijo sin aliento.
—Me encanta oírte decir mi nombre cuando estás tan cerca del
límite. Pero me encanta escucharlo aún más cuando llegas al orgasmo.
Muévete hacia adelante, cariño. Déjame estar detrás de ti.
Se colocó detrás de ella y ella se echó hacia atrás, suspirando con
la cálida y maravillosa sensación de su cuerpo duro. No perdió el
tiempo, deslizó una mano entre sus piernas y volvió su rostro hacia él,
capturando todos sus ruidos de necesidad en un beso penetrante.
Había algo en estar fuera de su alcance que hacía que sus besos por
encima del hombro fueran abrasadores. Su dedo se deslizó sobre su
sexo, abriendo un camino entre sus piernas con un ritmo magnífico que
llevó sus caderas hacia arriba e hizo que los dedos de sus pies se
doblaran hacia abajo. Ella se elevó de placer, y su mano libre se enredó
en su cabello, manteniendo sus bocas fusionadas hasta que ella colapsó
contra él.
Se volvió, deseando, necesitando, estar más cerca. A horcajadas
sobre sus caderas, tomó su rostro entre sus manos y lo besó
profundamente. Era consciente de todos los lugares que tocaban sus
cuerpos y del agua lamiendo su vientre, salpicando los lados de la
bañera.
—Abrázame —susurró.
Dejó caer sus manos entre ellos, curvó sus dedos alrededor de su
erección.
Uno de sus brazos rodeó su cintura y la otra se coló en su cabello,
liberándolo. Giró alrededor de sus rostros mientras se besaban, y ella lo
acarició con la mano. Lo acarició fuerte y apretado como a él le gustaba,
teniendo especial cuidado de apretar en la parte superior. Sus besos la
atrajeron, oscureciendo sus pensamientos amorosos. Escuchar sus
gemidos masculinos la hizo querer sentir más de él.
—Bear —dijo febrilmente—. Quiero sentirte dentro de mí.
—No podemos usar un condón en la bañera.
—No quiero. ¿Puedo sentirte por un segundo dentro de mí sin que
llegues al orgasmo? Necesito estar más cerca de ti.
Apretó los dientes.
—Bebé, haré lo que quieras, pero en serio, eso es jugar con fuego
sin importar cuánto control tenga.
La adrenalina y la pasión la atravesaron, haciendo que su corazón
se acelerara y su respiración se entrecortara. Ella lo besó de nuevo.
—Un segundo, eso es todo. Definitivamente voy a ver a mi médico
para que me ponga anticonceptivos. Jesús, ¿cómo se reprime la gente?
Quiero mucho más de ti.
Él sonrió mientras la besaba, levantándola y bajándola
lentamente sobre su eje. Ella envolvió sus brazos alrededor de su cuello
y enterró su rostro en su hombro.
—Oh, Dios mío. Te sientes tan grande. Esto es el cielo.
Ella se movió, y él la agarró por las caderas, inmutándola.
—No te muevas. Cielo e infierno, cariño.
Ella gimió mientras se obligaba a bajarse del hombre más glorioso
de la tierra.
—Vamos.
Se aferró a ella mientras salían de la bañera. En el segundo en
que sus pies estuvieron firmemente plantados en la alfombra de baño,
él pegó su cuerpo al de ella y la besó sin aliento.
Ella tomó su mano y corrió hacia el dormitorio, sin importarle que
estuvieran empapados y llenos de espuma. La abordó en la cama en un
ataque de risa, casi aplastando a Harley, quien corrió al suelo.
—Condón —dijo con urgencia.
Se protegió en segundos, sorprendiéndola cuando se sentó contra
la cabecera y la alcanzó, levantándola y bajándola sobre su eje como lo
había hecho en la bañera.
—Móntame, nena.
Ella puso sus manos sobre sus hombros y él tomó su pecho en su
boca. Ya estaba tan cerca de enloquecer, se agarró con fuerza,
esperando evitar su orgasmo. Su cabeza cayó hacia atrás mientras sus
cuerpos se movían en perfecta sincronía. Él prodigó su otro pecho con
la misma atención, rodeando su pezón con su lengua, luego cerró su
boca alrededor de él. El aire frío se precipitó sobre su piel húmeda y
caliente, trayendo un placer aún más excitante. Tomando su pecho con
una mano, rozó con los dientes la punta sensible, haciendo que todo su
cuerpo se contrajera.
—Bear —jadeó.
Su mano se deslizó hacia su trasero, apretándolo mientras
presionaba más profundamente, acariciando el lugar oculto que parecía
encontrar tan fácilmente, enviándola en espiral hacia el éxtasis. La
atrajo hacia otro beso paralizante, capturando sus gritos. Podía sentir
su cuerpo cada vez más tenso mientras el de ella se contraía y pulsaba
a su alrededor, instándolo a liberarse. Ella lo montó más rápido y sus
dedos se apretaron en su cabello.
Podía sentirlo reprimirse, sabía que quería durar por ella. Le
encantaba eso de él.
—Déjalo ir —dijo ella contra sus labios—. Me encanta cuando
pierdes el control.
Un áspero gemido masculino salió de sus pulmones cuando
encontró su liberación.
—Nea, nena, nena.
Estuvieron acostados sobre las sábanas húmedas durante un
buen rato, hasta que la piel de gallina cubrió su cuerpo y él insistió en
que cambiaran las sábanas. Después de cambiar las sábanas y limpiar
el rastro de agua que habían dejado desde el baño hasta el dormitorio,
estaba hurgando en sus camisas buscando algo suave para ponerse
cuando Bear le entregó una camisa envuelta.
—¿Qué es esto?
Ella miró el suave material negro.
—Algo que te traje de la isla.
Lo sacudió y leyó las letras plateadas. Whiskey me ama. Lo apretó
contra su pecho.
—¿Hiciste esto para mí?
Él acomodó su cabello detrás de la oreja y la besó.
—Entonces te amaba. Te amo aún más ahora. —Se lo quitó y se
lo pasó por la cabeza. Cayó a sus muslos—. Para esas noches en las
que podrías olvidar.
—Nunca podría olvidarlo, y no solo porque me envías un mensaje
de texto con tu nombre, o por esta camiseta, que me encanta. Sino
porque te has impreso aquí. —Ella cubrió su corazón—. Y eso nunca
desaparecerá.
—Bien, cariño, porque quiero que siempre sepas que puedes
contar conmigo. Mi amor por ti solo se hará más fuerte, sin importar
por lo que estemos pasando.
Su estómago gruñó y él tocó la frente con la de ella.
—Helado —dijo—. Lo necesito.
Se puso unos jeans, salieron al balcón y compartieron una pinta
de helado de su congelador. El aire cálido de la tarde le rozó la piel.
Había tenido una de las noches más duras de su vida y, aun así, fue
una de las mejores. Había aprendido tanto sobre su familia y sobre sí
misma, durante las últimas horas, que casi se sentía culpable por ser
tan feliz.
Bear estaba a su lado, apoyado contra la barandilla.
—Quiero estar contigo todas las noches. Cada mañana. Cada
minuto. ¿Quieres eso?
—Le preguntaré a Gemma si puedes venir a trabajar conmigo,
como Harley.
Su corazón se aceleró. Lo extrañaba tanto las noches que estaban
separados. Tuvo que luchar contra el impulso de arrojarse a sus brazos
y decir: "¡Sí!" Este era un momento con el que nunca se había permitido
soñar, y quería saborearlo. Había tantos momentos aparentemente
inalcanzables, pero se dio cuenta de que enamorarse no contaba como
uno. Enamorarse de Bear había sido una gran cantidad de momentos
entretejidos como una red inquebrantable de amor.
—Sabelotodo. —Le dio unas palmaditas en el trasero—. Múdate
conmigo.
—¿Así puedes salirte con la tuya conmigo cuando quieras?
—Eso es una ventaja. Necesitas vivir conmigo —dijo mientras ella
llenaba su cuchara por enésima vez—. Estoy preocupado por tus
hábitos alimenticios.
Ella sonrió alrededor de la cuchara.
—Mmm. ¿Preocupado o celoso? No mucha gente puede vivir del
azúcar, la pizza y la comida china y salirse con la suya.
—Vamos, cariño. Sabes que quieres dar el siguiente paso.
Metió la cuchara en el helado de nuevo, incapaz de reprimir su
imparable sonrisa.
—¿Entonces…? —instó.
—¿Recuerdas cuando fuimos a Woody’s esa primera noche?
—Por supuesto. Nunca lo olvidaré. Esa fue la noche de nuestro
primer casi beso. Esa fue la noche en que empezaste a dejarme entrar.
Ella se derritió un poco por la forma en que lo recordaba.
—Sí —dijo en voz baja—. ¿Pero cómo conseguiste que fuera
contigo?
Sus cejas se fruncieron y apareció esa sonrisa arrogante que
tanto amaba.
—Dulce niña, recuerdo el día que te conocí. Estabas tan llena de
sarcasmo y actitud, y más hermosa que cualquier otra persona que
hubiera visto. Atrapaste mi atención ese día y has cautivado mi corazón
desde entonces. Chrissy, Christine, Crystal, dulzura, nena, pastelito,
cariño, ¿podrías hacerme el hombre más feliz del mundo y mudarte
conmigo?
Abrumada por las emociones, cayó en sus brazos y susurró:
—Bear. Sí. Sí, sí, sí.
Capítulo 20
La semana siguiente llegó con una oleada de felicidad y
transcurrió en un torbellino de días ajetreados y noches más ocupadas.
Pasaron las tardes empacando el apartamento de Crystal y se
abrazaron por la noche con un segundo aire, haciendo el amor hasta
altas horas de la madrugada. Bear se preguntó si una persona podría
vivir del amor. Si no era así, no se le ocurría una mejor manera de morir
que por un exceso de Crystal. El domingo, los hermanos de Bear, Tru,
Gemma y Dixie ayudaron a trasladar las cosas de Crystal a la casa de
Bear. Nuestra casa. Maldita sea, se sentía bien pensar en ello de esa
manera.
Reorganizaron su estudio para que Crystal lo utilizara como
estudio de diseño y trasladaron la cama extra al apartamento de Quincy
para Jed, a quien ayudarían a mudarse el fin de semana siguiente. Fue
asombroso cómo la adición de sus pertenencias transformó la cabaña
de lo que Crystal llamó un piso de soltero de un mecánico en un hogar
cálido y acogedor. Ella y Bear habían puesto especial cuidado en colocar
las muñecas de su padre por toda la casa, ubicando algunas en cada
habitación. Le gustaba saber que un trozo del hombre que se había
preocupado lo suficiente como para tratar de salvarla del deterioro de
su madre estaba con ella sin importar dónde estuviera. Crystal había
colgado fotografías de ella, de Jed y de su padre. No tenía ningún
interés en incluir fotos de su madre, aunque por su bien, Bear esperaba
que algún día estuviera sobria y tratara de reparar las vallas rotas.
Bear había pasado meses esperando que las cosas marcharan
bien con Crystal, y valió la pena cada segundo. Nunca se había sentido
tan completo, pero también aprendió mucho sobre su fuerza y su
fortaleza. Mientras caminaba detrás de la casa club el lunes por la
noche con su teléfono pegado a la oreja, esperando a que los restantes
miembros se marcharan, se preparó para tomar su última posición en
la batalla que había estado librando durante demasiado tiempo.
—Solo quiero estar seguro de que administrar el bar es lo que
deseas antes de que lo haga realidad —le dijo a Dixie. Había pospuesto
este enfrentamiento lo suficiente, y en este punto, se trataba tanto de la
igualdad para Dixie en los negocios familiares como de que pudiera
llevar la vida que siempre había soñado. Y con Crystal a su lado, no se
conformaría con nada menos.
—Oh sí. Si no fuera contra las estúpidas reglas del club, estaría
allí contigo.
—Sé que lo harías. ¿Te reuniste con papá esta mañana como
planeamos?
Había tratado conseguir una hora a solas con su padre a
principios de semana, sin embargo, sus horarios no coincidieron hasta
esta noche. Con la oferta de Silver-Stone pendiente, no pudo darse el
lujo de esperar.
—¿Alguna vez se me escapa algo? —desafió.
—Buen punto. Te daré un anillo cuando todo esté dicho y hecho.
Dixie se quedó callada durante unos segundos.
—Bear, solo quiero que sepas cuánto aprecio lo que estás
haciendo. Independiente de lo que diga o haga papá, significa mucho
para mí que estés dispuesto a luchar por mí.
—Por nosotros, Dix. También quiero que esto funcione por mis
propias razones.
—Lo sé, pero has estado peleando con papá en mi nombre por
más tiempo del que has intentado trabajar con Jace o pasar tiempo con
Crystal. Eso cuenta para algo.
—Gracias. Te haré saber cómo va.
Después de despedirse, llamó a Crystal.
—¿Cómo te fue? —preguntó antes de que él pudiera decir una
palabra.
—Voy a entrar ahora, quería ver cómo te iba.
—Estoy bien. Llamé a Jed y le conté lo que ocurrió cuando asistía
a la escuela. Supuse que, dado que estabas dando un gran paso,
también debería hacerlo.
Bear cerró los ojos por un momento, luchando contra la oleada de
agresión que surgía al hablar sobre lo que había pasado y deseando
estar con ella en este momento.
—¿Cómo se lo tomó?
—Más o menos como lo hiciste tú. Quería asegurarse de que me
encontraba bien, y luego se puso furioso queriendo localizar al hombre
y matarlo.
—Buen hombre. —Bear sonrió y sacudió la cabeza—. ¿Ves,
pastelito? Tienes más apoyo del que jamás imaginaste. Me alegro de que
se acerque para que los dos puedan familiarizarse con las personas en
las que se han convertido. Parece que ambos han cambiado mucho
desde que vivían bajo el mismo techo.
—Siento lo mismo. ¿Oye, Bear?
—¿Si bebé?
Caminó hacia la casa club.
—Incluso si no sale como quieres, estoy orgullosa de ti. Y te
apoyo. —La escuchó mover el teléfono y luego el ronroneo retumbante
del gatito llegó a través de la línea—. Harley también lo está. No
podemos esperar para verte después.
Había insistido en esperarlo esta noche y le encantaba saber que
estarían allí cuando llegara a casa.
—Te amo cariño.
Entró en la casa club aún más decidido a hacer que esta noche
fuera como él quería.
Bones se encontraba inclinado sobre la mesa de billar, con el taco
en la mano. Levantó los ojos cuando Bear entró y, sin mediar palabra,
hizo su tiro. Bullet se sitúo junto a la mesa de billar, siguiendo a Bear a
lo largo del suelo hasta la mesa donde su padre se hallaba sentado
hablando por teléfono. Ir contra su padre era una cosa. ¿Enfrentarse a
los tres a la vez? Definitivamente no era un paseo por el parque. Había
esperado que se fueran mientras él estaba afuera.
Maldición.
—¿Se van a ir?
Bear se sentó frente a su padre.
Bullet tomó su tiro y asintió a Bones.
—Ni hablar.
Su padre terminó su llamada y dejó su teléfono sobre la mesa,
mirando a Bear expectante.
Las emociones en conflicto lo invadieron, desde el respeto y el
amor hasta la ira y la inquietud por si estaba tomando la decisión
correcta para él y su familia. De una forma u otra, la vida tal como la
conocía iba a cambiar para siempre. Se secó las manos sudorosas en
los vaqueros y cuadró los hombros, sintiéndose como si se estuviera
preparando para la ruleta rusa.
—Quiero hablarte sobre el bar.
Bear era muy consciente de que sus hermanos escuchaban cada
una de sus palabras. Obligándose a sí mismo a no mirar, porque solo lo
enojaría aún más, permaneció atento en su esfuerzo por hacer entender
su punto.
Su padre se inclinó hacia atrás.
—Te escucho.
—¿Qué tan serio eres acerca de expandir el bar? Has hablado de
ello en el pasado, aunque nunca lo cumpliste.
—Muy en serio —respondió su padre—. Es la hora. Nos hemos
estancado y, si no avanzamos, vamos a cambiar en la dirección
equivocada. Solo hay una forma de asegurarse de que este lugar siga
siendo lo suficientemente rentable como para significar algo para el
futuro de tus hijos.
—¿Y cómo lo sabes?
Bear conocía la respuesta, pero quería escucharla de su padre.
—Las proyecciones de Dixie, por supuesto.
—¿Y viste nuestro esquema para la expansión? ¿Crees que es
sólido?
—Absolutamente. Nunca dudé de que lo fuera.
—Entonces sabrás que estimamos que se necesitarán unas veinte
horas semanales de supervisión durante el proceso de expansión y
contratación.
Veinte horas que no tengo.
—Sí. —Se acarició la barba—. Supongo que administrarás el
proceso y Dixie intervendrá cuando no puedas estar allí.
—¿Te sientes cómodo con ese escenario?
Los labios de su padre se curvaron en una lenta sonrisa.
—Ese es el escenario del que hemos hablado desde el primer día.
—Estupendo. Entonces no tienes ningún problema con que Dixie
intervenga en mi ausencia. —Bear inhaló profundamente, preparándose
para soltar su bomba—. Estoy reduciendo mis horas en el bar y en la
tienda. Dixie supervisará la ampliación.
El pecho de su padre se expandió.
—Me comprometo a trabajar veinticinco horas al mes con
Silver-Stone Cycles, y voy a vender mi parte de la propiedad del bar a
Dixie. Ella va a poseer dos quintos. He renunciado a mucho por nuestra
familia, y no me arrepiento, pero es hora de que dé un paso atrás.
Bear sintió la presencia de Bullet antes de que los ojos de su
padre se alzaran para encontrarse con él.
Su padre presionó ambas manos sobre la mesa. Los dedos de su
mano izquierda no seguirían su ejemplo, curvándose bajo la presión. Su
gélida mirada astilló su corazón.
—No puedes vender tus acciones.
—¿A qué diablos has renunciado? —preguntó Bullet.
Sin apartar la mirada de su padre, Bear respondió:
—Puedo vender, y lo hago. —Levantó los ojos hacia Bullet—.
Estabas lejos. Bones se hallaba en la escuela de medicina. Nunca me
fui. Te diste cuenta.
Bullet acercó la silla al lado de Bear y se sentó a horcajadas.
—Dijiste que querías dirigir el bar. Me ofrecí a pedir la baja.
Bones puso una mano sobre el hombro de Bear.
—Tiene razón. Es su turno, independiente de lo que se haya
dicho. Estoy con Bear.
La garganta de Bear se hizo más gruesa. Bones era tan cuidadoso
con las batallas que elegía librar, y tener su apoyo se sentía como el
mayor regalo en la tierra, a pesar del tiempo que le había tomado llegar
allí. Le dio a Bones un gesto de agradecimiento y volvió su atención a
Bullet.
—¿Crees que te haría renunciar a la única cosa de la que
hablaste desde que tengo memoria? Fuerzas Especiales fue para ti lo
que construir motocicletas es para mí y la medicina es para Bones. —Se
encontró con la mirada enojada de su padre y continuó—: Y lo que es
dirigir este bar para Dixie.
Su padre le señaló.
—Sabes que tu abuelo pidió que los hombres de esta familia
dirigieran el bar. Lo escuchaste con tus propios oídos.
Bear se encogió de hombros.
—Tienes razón. Lo escuché. Los mismos oídos que oyeron a
mamá llorar cuando tuviste el derrame cerebral, preguntándose cómo
íbamos a lograr salir adelante. Los mismos oídos que escucharon a
Dixie pidiendo más autoridad para dirigir el bar por su cuenta desde
que se involucró por primera vez. Y los mismos oídos que oyen tus
excusas para no dársela. Ella es capaz. Ella lo quiere. Y maldita sea,
papá. Lo siento. Sabes que te respeto muchísimo, pero también la
respeto. No puedo sentarme y fingir que esto está bien. —Pensar en las
luchas de Crystal con su familia, su razón para dejar la universidad e
incluso contarle a Gemma la verdad, le empujó a decir más—. Eres una
buena persona y un padre cariñoso. Dixie lo sabe, aunque no quieres
ser recordado como el hombre que la retuvo. Este control, o lo que sea
que necesites tener sobre su cabeza. No vale la pena. Se merece el
crédito por su trabajo y, sinceramente, papá, se lo debes.
Bullet se puso de pie y todos lo siguieron. La ira y la energía
nerviosa los arrastraron como sombras.
—Habría vuelto —expresó Bullet con enfado, claramente todavía
colgado en la parte anterior de la conversación. Miró a Bear—. No te
habría cargado con nada que no quisieras. Maldita sea, hermano.
Deberías haber dicho algo.
—Tomé mis decisiones y no te culpo. —Bear apretó las manos en
puños, tratando de mantener la calma—. No se puede culpar a nadie.
Es el momento de arreglar esta situación atrasada.
El sonido del andar irregular de su padre llamó su atención. Se
acarició la barba con expresión angustiada.
—Es tan terca como tu madre.
—¿Dixie? —preguntó Bear, tratando de ponerse al día—. Nos
criaste a todos para ser tercos.
Los ojos de su padre se movieron entre los tres.
—Los crie a todos para que fueran hombres, y criamos a Dixie
para que fuera una mujer fuerte. Pero es tan terca como tu madre.
Quiero más para ella. ¿No lo ves? Cada maldita vez que le digo que no
puede hacer algo, ¿qué hace?
—Lo echa por tierra —contestó Bear.
—Exactamente. —Cojeó a escasos centímetros de Bear—. Respeto
los deseos de tu abuelo, no obstante, también respeto a tu hermana, no
importa lo que creas. ¿Quieres que Dixie pase el resto de su vida en un
bar? ¿Alrededor de hombres borrachos? ¿No quieres más para ella?
—¿Más? Claro que sí. Sin embargo, a Dix le encanta trabajar en
el bar y en la tienda. No quiere trabajar para nadie más. ¿Alguna vez le
has preguntado lo que quiere?
Bullet se acercó a Bear con los brazos cruzados y el rostro serio.
—¿Qué quieres?
—Quiero lo que es correcto —respondió Bear—. Quiero que Dixie
gestione el proyecto y cualquier otra cosa que desee manejar.
Bones se ubicó al otro lado de Bear.
—No. ¿Qué quieres? ¿Para ti mismo?
La pregunta lo frenó. Apartó la culpa, forzando la verdad.
—Quiero continuar en el taller y quiero trabajar con Silver-Stone
diseñando motocicletas. Ya he pagado mis deudas. Dirijo el bar desde
que apenas tenía dieciocho años. Pero tengo treinta y tres y estoy
enamorado de Crystal. No quiero que se quede sola por la noche
mientras trabajo en un bar. La familia es primero. Siempre. Ahora
también es mi familia. Eso es lo que quiero, y por eso le estoy vendiendo
mis acciones del bar a Dixie. El bar es su sueño, no el mío, y se ha
ganado el derecho de administrarlo.
Los músculos de la mandíbula de Bullet se tensaron
repetidamente. Se acercó a Bear, y este contuvo el aliento, esperando a
que se soltara aquello de que lo que quería no importaba. Se negó a
ceder. Ni ahora, ni nunca más.
Bullet le puso una mano pesada en la espalda y miró a su padre.
—Él vende, yo vendo.
—El mío ya es un trato hecho.
Bones levantó su teléfono, en el que se leía un mensaje de texto
que le había enviado a Dixie diez minutos antes.
También puedes quedarte con mis acciones. Te amo.
Bear sintió que la tierra se inclinaba sobre su eje.
Su padre se pasó una mano por el rostro, mirando a sus hijos.
—Hijos de puta obstinados. Los cuatro. Nadie está vendiendo una
maldita cosa. ¿Crees que Dixie lo habla en serio cuando dice que quiere
el bar? Entonces lo tendrá. Pensé que podría empujarla hacia otra cosa
sin tener que forzarla a salir del negocio familiar, no porque no pueda
manejarlo.
—Cierto. Porque es mujer —dijo Bear con disgusto.
—Claro que sí, porque es mujer. Debería trabajar en algún lugar
donde no haya tipos borrachos ni trasnochados. Es mi hija. ¿Quieres
que Crystal trabaje en un bar hasta las dos de la madrugada?
—Diablos, no.
—Bueno, hijo, tal vez algún día entiendas por qué hice lo que
hice. Pero es la hija de tu madre. He intentado que tu madre deje de
trabajar en el bar durante años.
—¿No quieres que Red trabaje en el bar? —preguntó Bear—. Si se
trata de que la familia lo haga todo.
—Maldita sea, lo hago. —Su padre se puso de pie más erguido—.
Sé que ustedes, muchachos, no dejarán que les pase nada a las chicas
cuando estén en el bar. Sin embargo, eso no significa que me guste que
trabajen allí. ¿Por qué crees que presioné tanto a Dixie en la
universidad?
Bear negó con la cabeza.
—Estoy tan confundido. ¿Por qué no se lo dijiste?
—Oh, sí. Eso iría bien con la pequeña señorita Puedo Hacer
Cualquier Cosa Que Mis Hermanos Puedan Hacer, Aunque Mejor. —Su
padre se tiró de la barba—. Esta era la única forma que conocía de
hacerla ver la luz. No obstante, ella y tu madre son dos guisantes en
una maldita vaina.
—Papá, nos hiciste creer que eras un idiota machista.
—Oye.
Bullet le dio un codazo.
—No pasa nada. —Su padre miró a Bear con severidad—. Es
mejor que pienses que soy un idiota machista a que Dixie piense que no
la quiero en el negocio familiar en absoluto. Esa chica es dura como un
clavo y también tan sensible como un gatillo. Ella puede ver cómo soy
para proteger a nuestras chicas, y eso encaja en su mente como quién
soy. ¿Pero escuchar que no la quiero en el negocio familiar por alguna
razón? Eso le rompería el corazón.
Apoyó su bastón contra su pierna y puso una mano sobre los
hombros de Bullet y Bones, mirando a Bear.
—Trae tu trasero aquí. No tengo tres manos.
Bear se incorporó al abrazo grupal.
—Cuando tu abuelo se revuelva en su tumba —comentó su
padre—, eso estará sobre tus hombros.
—Gracias, papá.
—No, Robert. Gracias. Mantuviste unida a esta familia durante
tanto tiempo que olvidé que no era tu trabajo.
El reconocimiento que había pasado años diciéndose a sí mismo
que no necesitaba hizo que el corazón de Bear se sintiera lleno hasta
casi estallar.
Bullet se separó del abrazo.
—No le digas esa mierda. Va a tener un ego enorme.
Bones esbozó una sonrisa.
—¿Lo obtendrá?
—Le patearé el trasero y me encargaré de eso.
Bullet golpeó a Bear en la espalda con tanta fuerza que se
tambaleó hacia adelante. Levantó un puño, y los tres cayeron en una
falsa pelea y terminaron riendo.
Cuando salió por la puerta media hora más tarde, su padre lo
llamó:
—Almuerzo, domingo. Trae a tu pequeña.
Y supo que la vida había cambiado.
Para mejor.
Capítulo 21
—Vamos, nena. No les va a importar lo que te pongas. Sólo
estamos almorzando —dijo Bear en el dormitorio.
—Sólo un minuto más, lo prometo —le respondió Crystal.
Era domingo y habían quedado con sus padres en su casa para
comer. Había ido de compras con Gemma y Dixie el viernes por la noche
y había elegido un bonito mini vestido de tirantes color vino con
pequeñas flores blancas y negras. Era más femenino de lo que estaba
acostumbrada, pero le había gustado cómo se sintió con el vestido de la
boda de Gemma, y quería explorar un poco más esa faceta suya. Lo
combinó con botas negras de motorista, unos collares largos de plata
con cuerdas negras y brazaletes de plata, lo que le daba un aspecto más
atrevido, aunque seguía siendo un manojo de nervios. Por supuesto, eso
tenía menos que ver con el vestido y más con el hecho de almorzar con
sus padres.
—¿Nena? —Bear apareció en la puerta. Sus labios se curvaron y
sus ojos recorrieron un camino desde su cabeza hasta los dedos de los
pies—. Maldita sea. Estás preciosa.
Jugueteó con el dobladillo del vestido, pensando en lo fácil que
era para los chicos elegir su ropa. Bear siempre llevaba jeans y una
camiseta, con su chaleco de cuero la mayoría de los días. Sus tatuajes
eran como accesorios permanentes.
—¿Estás seguro? ¿Es demasiado femenino?
—¿Demasiado femenino? No sé qué significa eso, sin embargo, si
es algo malo, entonces no. —Le rodeo la cintura con los brazos y
comenzó a besarle el cuello, provocándole escalofríos—. ¿Por qué de
repente estás nerviosa por lo que llevas puesto? Siempre te ves
estupenda.
—Porque vamos a comer con tus padres. —Enganchó su dedo en
la cintura de sus jeans. Habían pasado por tanto juntos, esto debería
ser fácil, pero se sentía como otro paso muy grande—. Dixie estará allí,
¿verdad?
—Sí, junto con Bones y Bullet. Aunque lo que realmente importa
es que estaré allí, y te adoro. Ten fe en mí, y salgamos de aquí.
Ella tomó su bolso y él le pasó un brazo por encima del hombro
mientras bajaban los escalones.
—Te das cuenta de que nada de esto importa, ¿verdad?
—Por supuesto que importa. Estoy un poco nerviosa por hablar
con tu padre.
—No lo estés. Sé tú misma.
Le dedicó una sonrisa irónica.
—No soy muy buena conteniendo mi lengua. Y amo a Dixie, así
que no puedo prometer que no diré algo que odiará.
—Nena, te amo y nunca te pediré que seas alguien que no eres. Di
lo que te apetezca decir. Siempre te apoyaré.
Después de todo lo que había pasado recientemente, lo último
que quería hacer era decir algo incorrecto cerca de su familia. No podía
saber cuánto le ayudaba escuchar eso para calmar su ansiedad.
—Gracias, pero todavía estoy un poco nerviosa. Sólo ten en
cuenta que, si tu padre es tan de la vieja escuela, o del club, o lo que
sea que le haga pensar que las mujeres no deben tener ciertos trabajos,
entonces será mejor que no empieces a apoyarlo. Porque en ese casi
tendría que darte una patada en el trasero.
Abrió la puerta del pasajero de su camioneta.
—Cuidado. Podría disfrutar de la Crystal luchadora.
Entre besos robados y comentarios lascivos, la mantuvo
sonriendo todo el trayecto hasta la casa de sus padres en las afueras de
la ciudad. Bear condujo por un largo camino arbolado y aparcó detrás
de dos motocicletas y la camioneta de Bullet. Crystal contempló la
modesta construcción de ladrillo de dos pisos con un profundo y
acogedor porche delantero rodeado de hermosos jardines. Le recordaba
a la casa en la que había pasado la primera parte de su infancia, lo que
le daba una sensación de comodidad.
Al menos eso es lo que se dijo a sí misma mientras caminaban de
la mano hacia las voces que venían del patio trasero.
Un fuerte ladrido llamó su atención cuando un gran perro marrón
y negro se acercó a ellos. Bear se arrodilló y abrió los brazos. El animal
le puso las patas sobre los hombros, casi haciéndolo caer, y cubrió es
rostro de Bear de besos babosos.
—Hola, Tink. —Bear se rio, sonriendo a Crystal—. Esta es
Tinkerbell, la cachorra Rottweiler de Bullet.
—¿Bullet tiene un cachorro llamado Tinkerbell? ¿Y estás seguro
de que es un cachorro? Es enorme.
—Definitivamente es un cachorro, y si haces una sola broma
sobre su nombre, haré que tu novio pague el precio. Kennedy la
nombró, y todo lo que esa princesita quiera de su tío Bullet, se lo dará.
—El hermano de Bear la abrazó—. ¿Cómo te va, cariño?
—Genial, gracias. Me alegro de verte.
Entre el tamaño de Bullet, su cuerpo lleno de tatuajes y sus ojos
que parecían estar en un estado constante de aléjate, era muy
intimidante. Pero cuando se trataba de Kennedy y Lincoln, era suave
como la mantequilla, y siempre había sido cálido con Crystal.
Tinkerbell corrió hacia el jardín y empezó a cavar.
—Tink. —Bullet se dio una palmadita en la pierna y la perra
acudió a su lado. Se agachó y tomó ese rostro de cachorro entre sus
manos—. No caves en el jardín de Red, cariño. He trabajado mucho
para dejarlo bonito.
Crystal sintió que sus ojos se abrían de par en par, y trató de
ocultar su sorpresa.
—¿Haces jardinería?
Bullet se puso en pie, con las manos en las caderas, frunciendo el
ceño.
—¿Supongo que me vas a echar bromas sobre eso como hacen
Bear y Bones?
Levantó las manos, sin poder reprimir una carcajada.
—Creo que es adorable.
Gruñó.
Bear se rio.
—Varonil —añadió Crystal—. Eso es lo que quería decir.
—Vamos, Tink.
Bullet volvió a darse una palmada en la pierna, y la perra trotó a
su lado hacia el patio trasero.
—Ahí están. —La madre de Bear saludó desde el otro extremo del
patio. Su cabello era un tono más oscuro que el de Dixie, cortado por
encima de los hombros en largas capas. Se colocó las gafas de sol en la
parte superior de la cabeza mientras se acercaba y abrazaba a Bear—.
Hola, cariño. Me alegro de que hayan venido.
Sonrió a Crystal, y en la sonrisa de su madre vio la calidez de
Bear, y su picardía.
—Crystal, estás preciosa, cariño.
La abrazó.
—¿Gracias...? —No estaba segura de cómo llamarla—. ¿Wren?
¿Sra. Whiskey? ¿Red?
—Llámame Red, cariño. Todo el mundo lo hace.
Le guiñó un ojo a Bear y les pasó un brazo por la cintura a cada
uno, dirigiéndose al patio trasero. Era fácil ver de dónde sacaba Bear su
naturaleza cariñosa.
El patio trasero era precioso, todo césped y árboles maduros, con
hermosos jardines que rodeaban un gran espacio. Una mesa de cristal
para siete personas con un jarrón de flores en el centro.
—Quiero saber todo lo que Bear no me cuenta —dijo su madre.
—Red. —Bear le dirigió una mirada de por favor, no.
—Por fin conoces a la mujer de tus sueños, ¿y quieres que
retroceda? —Se volvió hacia Crystal con una expresión divertida—. Uno
pensaría que después de treinta y tres años me conocería mejor. Cariño,
¿por qué no vas a ver si necesitan ayuda para preparar el almuerzo?
—No te voy a dejar a solas con ella. Le someterás a un
interrogatorio.
Bullet lanzó una pelota para Tinkerbell y rodeó a Bear por detrás
con un brazo, haciéndole una llave de cabeza y arrastrándolo.
—Vamos, hermano. Ayúdame a jugar a la pelota con Tink.
Crystal observó a Bear maniobrar para zafarse de la llave de
cabeza y volverse contra Bullet. Empezaron a bailar como si estuvieran
boxeando.
—¿Debería preocuparme?
—Pfft. Si me preocupara cada vez que juegan así, ya estaría
mucho más canosa. —Red señaló una canasta de baloncesto—.
Sacarán su agresividad jugando a la pelota. Dales cinco minutos. Y no
te preocupes. No te someteré a un interrogatorio.
Respiró un poco más tranquila, aunque Red era tan fácil de llevar
que no le habría importado que lo hiciera.
—Conozco a mi hijo menor de gran corazón —dijo Red—. He visto
la forma en que te mira, y Dixie me dice que lleva meses intentando
captar tu atención. También eres la primera mujer que trae a casa
desde el instituto. Me parece que el chico que solía meterse en mi cama
a las cinco de la mañana los domingos para acurrucarse, y luego luchar
con sus hermanos hasta que sudaban de pies a cabeza y hambrientos
para el desayuno, ha crecido y ha conocido a la adecuada.
Crystal sintió que se sonrojaba.
—Me encanta el hombre que es, y estoy feliz de contarte lo que
quieras saber sobre mí.
—Cariño. —Red sonrió—. No hay nada que puedas decir que me
haga pensar que no eres la adecuada para él. Confío en mis chicos, y de
todos ellos, Bear es el que está más en sintonía con sus sentimientos. Si
está contigo, también lo estoy yo.
La garganta de Cristal se espesó de emoción y una punzada de
tristeza la recorrió. Red le ofreció el amor incondicional que tanto había
deseado de su propia madre. Antes de que pudiera responder, Dixie y
Bones salieron por la puerta trasera con una bandeja de sándwiches y
bebidas. Los ojos de Dixie se iluminaron cuando colocó la bandeja sobre
la mesa.
—Hola, Crystal. —Dixie la abrazó, mirando a Bear y Bullet, que
corrían con el cachorro. Su padre había accedido a que Dixie se
encargara de las renovaciones y gestionara el bar. Pero Dixie, siendo
Dixie, había insistido en quedarse también a tiempo parcial en la
tienda. Era una Whiskey leal y testaruda hasta la médula—. Bienvenida
a la central de testosterona.
—Un poco de testosterona nunca le hace daño a nadie. —Bones la
abrazó—. ¿Estás sobreviviendo a mi hermano?
Le dirigió una mirada evaluadora.
Bear le había dicho que sus hermanos sabían que algo había
pasado hace unos años, aunque no les había dicho qué. No le
sorprendió. Su hombre no ocultaba muy bien sus emociones.
—¡Bones! —La profunda voz de Bullet cruzó el patio—. Trae tu
trasero aquí. Vamos a tirar algunas canastas.
Se inclinó para acariciar a Tinkerbell, que llevaba su pelota en la
boca.
—Me va mucho mejor que sobreviviendo de él, gracias.
—Genial. Me alegro de oírlo. —Bones se quitó la camiseta de
tirantes, revelando una estructura esculpida y un pecho tatuado que
mantenía bien escondido tras esas camisas de vestir profesionales con
las que lo había visto. Tiró la camiseta en una de las sillas—. Lo siento,
tengo que ir a mostrarle a mis hermanos quién es el jefe.
—Te lo dije —comentó Red.
Tinkerbell trotó hacia Red y dejó caer la pelota a sus pies. La
recogió y la lanzó en dirección a un gran sauce llorón.
—Si excava en mis jardines no voy a estar contenta.
Dixie se cruzó de brazos, mirando a Tinkerbell.
—Me sorprendió oír que Bullet hace jardinería —admitió Crystal.
—Su padre le enseñó —explicó Red.
—Mi padre plantó ese sauce llorón para mí a los siete años
—aclaró Dixie—. Solía leerme el cuento El viento en los sauces. Era mi
libro favorito. ¿Lo conoces?
—Sí. Lo leí en la escuela primaria. Es una gran historia sobre la
amistad.
—Oh, cariño —dijo Red—. Es mucho más que eso.
—La independencia está muy bien, sin embargo, los animales
nunca permitimos que nuestros amigos hagan el ridículo más allá de un
cierto límite; y ese límite que has alcanzado —citó Dixie—. Fue la
columna vertebral de nuestra juventud. Me gustaba mucho. Todavía lo
hace.
Le vinieron a la memoria las palabras de Bear de aquella noche
en Woody’s cuando le contó que había ayudado a aquel niño que sufrió
acoso. El amor, la lealtad y el respeto por todos corren tan densos como
la sangre en nuestras venas. Una bendición y una maldición. No había
entendido a qué se refería con lo de maldición, pero al verle luchar con
las lealtades familiares y su deseo de trabajar para Silver-Stone, lo
había comprendido. Aun así, habría dado cualquier cosa por lidiar
contra la idea de ser demasiado amada o de que contaran así con ella,
en lugar de la pesadilla que su madre había creado. Le reconfortaba la
cercanía de su familia, y estaba claro que su decisión de enfrentarse a
su padre y aceptar la oferta de Silver-Stone no la había destrozado, sino
que parecía haberla unido más.
—También construyó el banco que hay debajo —dijo Dixie,
devolviéndola a la conversación—. Y plantó los jardines alrededor.
Ahora Bullet los mantiene, ya que papá no puede.
—Eso es muy dulce —dijo Crystal, pensando en su propio padre y
en los proyectos que había hecho con él.
—Antes de su infarto, mi marido era un gran jardinero —explicó
Red—. En cuanto Bullet volvió a la vida civil, lo pasó mal. Había visto
cosas horribles y necesitaba salir de su propia cabeza.
—Sé un poco sobre la necesidad de salir de tu cabeza —dijo
Crystal.
La expresión de Red se calentó.
—Por desgracia, todos tenemos nuestras cruces que cargar. Bullet
salió adelante gracias al apoyo de sus hermanos y de Dixie. Y, por
supuesto, de nosotros.
Familia. La única cosa en la que Crystal no había podido confiar
durante tanto tiempo. Pero iban a ayudar a Jed a mudarse el próximo
fin de semana, y tenía grandes esperanzas de reconstruir al menos esa
parte de la familia que había perdido.
—Me sorprende que Bear no te lo haya dicho —dijo Dixie—. Venía
todas las noches mientras mi padre y Bullet trabajaban en el jardín.
Decía que era porque quería aprender a cultivarlo, aunque sabes que
eso no es cierto. Prefería estar metido hasta el codo en aceite de
motocicletas que en la tierra del jardín.
Crystal miró al otro lado del patio a Bear, que se reía con sus
hermanos jugando al baloncesto. Todos se habían quitado las
camisetas. Los brazos de Bear se elevaban, impidiendo que Bones
hiciera un tiro. Por lo general, estaría deseando a su chico motero sin
camiseta, sin embargo, en ese momento todo lo que vio fue a un
hermano cariñoso que había pasado las tardes haciendo algo que, en
verdad, no le interesaba porque quería estar seguro de que el hombre
que le había enseñado a luchar, que siempre le había cubierto la
espalda, el hombre que le importaba, estuviera bien.
Tinkerbell saltó por el patio hacia la casa en el momento en que el
padre de Bear salía. Bear y sus hermanos se dirigieron al patio. Su
padre tenía un aspecto diferente al que tenía en el bar poco iluminado.
Más viejo, y de alguna manera más amable. O tal vez fuera por las
historias que había escuchado. Parecía que había hecho todo lo posible
para asegurarse de que sus hijos crecieran con una moral sólida y para
hacer feliz a Dixie.
Caminó despacio por el patio, utilizando su bastón para mantener
el equilibrio. Crystal jugueteó con el borde de su vestido, incapaz de
calmar sus nervios mientras se acercaba.
Bajó la barbilla, mirándola con severidad. Bear llegó a su lado y le
pasó el brazo por encima del hombro. Tinkerbell se puso a sus pies,
moviendo la cola y con la lengua fuera.
—Pa. No la mires fijamente —dijo Bones al tiempo que se
colocaba la camiseta.
Red acarició el trasero de su marido, sonriendo a Crystal.
—Es solo ladrido, cariño.
—Tinkerbell. —La profunda voz de Bullet cortó la tensión, y el
cachorro trotó feliz a su lado.
La boca de Biggs se curvó en una sonrisa, levantando su espeso
bigote gris. Su mirada se suavizó y la alcanzó con un brazo, apoyándose
en el bastón con el otro.
—Sólo intento estar a la altura de mi reputación.
Su discurso era lento y arrastrando las palabras. Se inclinó y le
besó la mejilla, y ella exhaló con alivio.
—Ahora veo de donde lo aprendió Bullet. —Crystal le sonrió a
Bullet—. Me hiciste temblar en mis botas.
—No, no lo hice. Eres un hueso duro de roer. Puedo verlo en tus
ojos. Apuesto a que hace falta mucho más que una mirada para que te
tiemblen los zapatos.
Le guiñó un ojo a Bear y se dirigió a la mesa.
El almuerzo estaba delicioso y se pusieron a conversar con
facilidad. Red contó historias sobre cómo Bear enterraba, y celebraba
ceremonias, de todo tipo de cosas, desde su mascota, un pez de colores,
hasta los pájaros muertos que encontraba en el bosque. Cada uno de
sus hermanos hizo todo lo posible por avergonzarlo y, para cuando
terminaron de comer, Crystal no recordaba por qué había estado
nerviosa en primer lugar. Se sintió atraída por su padre, que
aprovechaba cualquier oportunidad para apretar la mano de su esposa,
guiñar el ojo a Dixie o hacer pasar un mal rato a sus hijos. Era un poco
severo, y Crystal veía una oscuridad subyacente en él, de la misma
manera que podía hacerlo con Bullet, aunque el amor que sentía por su
familia era palpable.
La familia de Bear era todo lo que siempre había deseado tener.
Crystal ayudó a llevar los platos al interior, y al volver a salir,
Biggs se hallaba sentado en la mesa acariciando a Tinkerbell. Le dio
una palmadita al asiento de al lado.
—Siéntate conmigo un minuto.
Oyó la alegre risa de Bear, que tanto le gustaba, y al sentarse,
Bear y Bones salieron.
—Háblame de tu familia —dijo Biggs.
Bear se instaló junto a ella y acercó su silla hasta que sus piernas
se tocaron. Tomó su mano entre las suyas, observándola con una
mirada que decía que la rescataría de la conversación, pero no lo
necesitaba. Tenía que cruzar este puente en algún momento. También
podría ser ahora.
—Perdimos a mi padre cuando yo tenía nueve años. Mi madre
vive a una hora de distancia y, sinceramente, es un desastre. Una
alcohólica —dijo, sorprendida por la facilidad con que se le escapo la
verdad—. Y mi hermano, Jed, es, bueno, es un buen chico, solo que ha
tenido algunos problemas. Aunque está tratando de limpiar sus actos.
La mirada de Biggs nunca se apartó de la suya. No la miraba con
dureza ni con ternura. Solo la miraba, sin juzgarla.
—Siento lo de tus padres. Y me alegra saber que tu hermano está
encontrando su camino. A veces tenemos que caer antes de aprender a
ponernos de pie por nosotros mismos. —Sus ojos se desviaron hacia
Bear—. Y a veces la vida nos lanza océanos de problemas, y todo lo que
podemos hacer es mantener la cabeza fuera del agua.
No podía estar segura de si él estaba hablando de su vida, o de la
de ellos, no obstante, bajó la mirada, sintiéndose cohibida.
—Sí, es cierto.
Le dio un golpecito en el costado de la pierna con el bastón y, al
encontrarse con su mirada, volvió a sonreír.
—Mantén la cabeza alta, querida. Lo estás sobrellevando. Nada
puede mantenerte con la cabeza agachada. Pero si la vida vuelve a
intentar ahogarte, tienes a Bear y a todos nosotros para sacarte a flote.
Cuidamos de los nuestros.
Las lágrimas brotaron de sus ojos. No pensó mientras se
levantaba de su silla y abrazaba al padre, que había enseñado al
hombre que adoraba, sobre la familia, la lealtad y el respeto. Le había
enseñado a ser un hombre y a amar.
Capítulo 22
Crystal se ubicó frente al espejo del baño, arreglando su
maquillaje e intentando no reírse de Bear, que se encontraba apoyado
en el marco de la puerta, observándola. Tenía las piernas cruzadas a la
altura de los tobillos, pero no había nada de casualidad en la sonrisa de
lobo que se dibujaba en su rostro.
—¿No tienes nada mejor que hacer?
Dejó el lápiz de ojos y se alisó la camiseta negra de tirantes,
sacudiendo las caderas en su beneficio. En secreto, le encantaba que él
siempre la deseara. Llevaban más de un mes juntos, o según la cuenta
de Bear, más de nueve meses. En cualquier caso, se sentía más
enamorada de él que nunca.
Se situó detrás de ella, mordisqueándole el hombro de la forma
que sabía que la volvía loca.
—¿Mejor que esto? ¿Estás loca, niña tonta?
—Bullet estará aquí en unos minutos. No hay tiempo para
tonterías.
Estaban ayudando a Jed a mudarse al apartamento de Quincy
hoy. Crystal se sentía tan emocionada que apenas podía soportarlo. Ella
y Jed habían estado hablando más a menudo desde el incidente con su
madre, y se habían acercado aún más después de que le contara lo que
le había pasado en la universidad. Le recordó lo unidos que habían
estado cuando eran más jóvenes. Echaba de menos aquellos tiempos.
Le echaba de menos.
Se giró en los brazos de Bear y él la levantó sobre la encimera,
abriéndole las piernas y reclamando su lugar entre ellas. Se alegró de
que hubiera dejado de ser tan cuidadoso con ella.
—Todo lo que quiero es tocarte, cariño.
Le mordisqueó el labio inferior y sus manos se deslizaron por sus
muslos desnudos hasta el borde de su pantalón corto.
Harley maulló al entrar en el baño. Se había hecho alta y esbelta,
y Crystal juraba que había desarrollado un dispositivo de localización
para los avances de Bear.
—Ahí está nuestra pequeña bloqueadora de penes.
Lo sintió que sonreír contra su cuello. Quería tanto a Harley que
la dejaba tener su propia almohada en la cama.
Se apartó del mostrador y le rodeó el cuello con los brazos.
Guiando su boca hacia la suya, lo besó hasta que sintió que se le ponía
dura.
Él gimió. Dios, amaba eso. Le encantaba todo lo relacionado con
su travieso motero. Era un hombre más feliz desde que había accedido
a trabajar para Silver-Stone, y deseaba que llegaran los días en los que
ya no trabajara día y noche. Claro que le entusiasmaba aún más saber
que sus sueños, por fin, iban a convertirse en realidad.
Sus manos la recorrieron.
—Acabamos de hacer el amor esta mañana, y ya estoy teniendo
síndrome de abstinencia.
Se rio mientras la besaba, aunque ya estaba allí con él. Había
empezado a inyectarse anticonceptivos, y el hecho de no tener que
preocuparse por los preservativos llevó su intimidad y espontaneidad a
un nivel completamente nuevo. La otra noche había bromeado con la
idea de hacer el amor en una motocicleta en marcha, y unos días
después, en la intimidad de su patio, lo habían eliminado de su lista de
deseos. ¡Oh, las vibraciones!
—Sólo déjame hacer que llegues al orgasmo —le suplicó.
—Bea... —Sus palabras fueron ahogadas por un beso que la
iluminó como en Nochebuena. Nunca se cansaría de la forma en que la
hacía sentir excitada y débil a la vez—. Dios, tus besos me deshacen
siempre. Tenemos que ser rápidos.
La besó de nuevo y le metió la mano en los calzoncillos,
estimulando su sexo al profundizar el beso. Ella abrió las piernas, ávida
de más. Nunca tardaba en llevarla hasta el límite, pero también había
aprendido a mantenerla en la cima hasta que sus piernas se
entumecían. Sentía un gran placer al hacerla deshacerse durante
periodos de tiempo que deberían ser ilegales. Si lo hacía ahora, no
habría manera de que pudiera ayudar a Jed a mover nada.
—Si te das prisa, haré que llegues al orgasmo también —lo
sedujo.
—Jesús, nena. ¿Como si fuera a decir que no a eso?
Se desabrochó el pantalón corto, dejándolo caer al suelo, y
rápidamente le desabrochó los jeans, bajándoselo por los muslos. Él
aceleró su paso.
Ella le puso la palma de la mano delante de la boca.
—Lame.
Lo hizo, y, por Dios, eso la puso aún más caliente. Apretó un poco
su pene, poniéndose de puntillas mientras sus dedos la penetraban
profundamente. La tomó en un beso abrazador, igualando el ritmo de
sus dedos, y momentos después estaba volando hacia las nubes. Lo
apretó con fuerza al llegar al orgasmo, y sus caderas se balancearon.
Cuando bajó de la cima, con su cuerpo aún palpitante, se llevó su dura
longitud a la boca. Bear enterró sus manos en el cabello, otra nueva y
excitante adición a su increíble vida sexual, haciendo que chispas de
luz la recorrieran. Chupó con fuerza y rapidez hasta que sintió que se
hinchaba y que se liberaba.
Toc, toc, toc.
Los ojos de ambos se abrieron de golpe al oír los pesados pasos de
Bullet cruzando el suelo de madera hasta el final de la escalera.
—¿Bear? ¿Estás ahí arriba?
—Maldición —refunfuñó Bear, ayudando a Crystal a ponerse en
pie—. Bajo en un segundo —le gritó a Bullet.
Riendo y besándose, se lavaron.
—Te amo muchísimo —le dijo, besándole el hombro, al tiempo
que se ponía unas bragas limpias y se subía el pantalón corto.
—Yo también, chico motero.
Ella se apresuró hacia las escaleras, y Bear la atrajo hacia él con
una expresión seria.
—Nena, sabes que me gusta todo de ti. No sólo el sexo. ¿Verdad?
¡Oh, este hombre! La trataba como si fuera oro, había cambiado
toda su vida para pasar más tiempo con ella, ¿y se preocupaba por sus
espontáneos momentos de post sexo? Contuvo la respuesta juguetona
que tenía en la punta de la lengua. Habían llegado tan lejos que no
quería quitarle importancia a lo que tanto le preocupaba.
—No lo he dudado ni por un minuto.
La besó lenta y tiernamente. Luego le dio una palmada en el
trasero, sacándola de su estado de lujuria, y se apresuraron a bajar por
las escaleras.
Bullet levantó la vista del sofá del sexo, otro elemento de la lista
de deseos del que se habían ocupado. Unas cuantas veces. Se puso en
pie, sacudiendo la cabeza.
—Quiten esa mirada de sus rostros. No he conseguido nada en
tres días y me están enojando.
—¿Tres días enteros? —Crystal se burló—. Pobrecito.
Bullet la abrazó.
—¿Tienes amigas bonitas, cariño?
—Tegan —dijo al salir. Ya habían recibido treinta pedidos de
disfraces y Tegan había empezado a trabajar a tiempo parcial en la
boutique. Crystal la quería, aunque definitivamente no era el tipo de
Bullet—. Sabes que te quiero, pero creo que seguro la asustarías. Es
más bien del tipo de Bones.
—Ella no es del tipo de Bones. —Bear desbloqueó la camioneta y
ayudó a Crystal a entrar. Bullet subió al lado del pasajero—. Crees que
es tan limpio, sin embargo, él tiene un indudable lado oscuro.
—Hermano —regañó Bullet. Luego a Crystal le dijo—: A las chicas
les gusta un médico pervertido.
Bear se dirigió a la montaña.
—Acabas de reprenderme por decir que tenía un lado oscuro.
Bullet se encogió de hombros.
Crystal escuchó sus bromas durante todo el trayecto hasta la
casa del amigo de Jed, donde se alojaba en un apartamento del sótano.
Se hallaba a pocas manzanas de la de su madre, y tuvo una sensación
de malestar en la boca del estómago, que la acompañó durante el
tiempo que cargaron las camionetas.
—¿Estás bien, hermanita? —preguntó Jed mientras llevaba una
caja a la parte trasera de su camioneta. Afortunadamente, el abogado
no sólo había conseguido que le quitaran los puntos de la última multa,
sino que también había demostrado que McCarthy había estado
acosando a Jed. El permiso de conducir de Jed había sido restablecido,
y McCarthy iba a ser amonestado. Jed por fin tenía la oportunidad de
ser el hombre que quería ser, y Crystal ya podía ver la diferencia en él.
—Sí. Pensaba en mamá. ¿Es raro que me sienta culpable por no
verla? Aunque no quiero, sigo esperando que un día aparezca y sea la
misma persona que era cuando éramos más jóvenes.
—No es raro, enana. —Se pasó una mano por el cabello y miró
hacia el cielo.
Crystal se tomó un momento para estudiar a su hermano, viendo
aún más de su padre en él. Sabía que era porque ya no robaba ni eludía
la ley.
—Creo que por eso papá le dio tanto tiempo para enderezarse
—dijo Jed—. Creo que esperaba lo mismo.
—Papá estaría orgulloso de ti, Jed.
Se inclinó y le besó la mejilla.
—No puedes imaginar lo mucho que significa para mí escuchar
eso.
Pensar en su padre comprometiéndose a alejarla a Jed y a ella de
su madre le produjo una oleada de tristeza. Debió de ser muy duro para
él tomar esa decisión. Se preguntó si le había regalado las muñecas
quitapenas por la persona en la que se había convertido su madre y no,
como ella creía, porque sabía que las necesitaría para los años
traumáticos que le esperaban.
Observó a Jed y se concentró en el aquí y el ahora, que era
demasiado bueno para dejarlo de lado por preguntas para las que
nunca tendría respuesta.
Bear le sopló un beso mientras él y Bullet llevaban una cómoda a
su camioneta. No podía estar más contenta que cuando se enteró de
que Bullet y Bones habían apoyado finalmente a Bear en su
enfrentamiento con su padre. Se merecía el apoyo de todos por todo lo
que había hecho por su familia a lo largo de los años.
—Me alegro de que vuelvas a Peaceful Harbor —le dijo a Jed.
—Yo también. Será como volver a casa. Le debo mucho a Bear,
entre que me contrató treinta horas a la semana en el garaje y diez en el
bar y que me puso en contacto con Quincy para el apartamento. —Se
acercó, con una mirada cálida y fraternal. Había echado tanto de menos
esa expresión que se le hizo un nudo en la garganta—. Sobre todo, le
debo el haberte hecho tan feliz. Te mereces ser feliz.
Bear guiñó un ojo al volver a entrar, lleno de fanfarronería.
—Amo a mi motero.
Ella y Jed entraron juntos hacia el interior para buscar otra carga
de sus pertenencias.
—Ojalá hubiera podido estar a tu lado en la época en que
abandonaste la escuela. Sé que lo dije antes, sin embargo, no puedo
dejar de pensar en ello. Volví y le hice pasar a mamá un infierno por lo
que te dijo.
—No tenías que hacer eso. —Recogió una caja del mostrador—. Lo
que está en el pasado, se queda en el pasado.
—Lo sé. —Levantó una caja en sus brazos—. Sólo quería que
supieras que puede que no haya estado ahí para cubrirte las espaldas,
pero ahora sí, y siempre lo haré.
—Gracias, Jed.
—Oye, dulzura —dijo Bear al pasar, llevando un extremo de un
escritorio—. Estamos pensando en ir a una cafetería para comer de
camino a la ciudad. ¿Te parece bien?
—Sabes que siempre tengo hambre.
—Algunas cosas nunca cambian —bromeó Jed.
Una hora más tarde condujeron las camionetas cargadas hasta
una cafetería en las afueras de la ciudad. Arropada por Bear, con Jed a
su lado y Bullet caminando detrás de ellos como un guardaespaldas
que escudriña a la multitud, Crystal reprimió su diversión. Ir a
cualquier sitio con Bullet, Bear y Bones era como tener tres
guardaespaldas. No tenía ni idea de que Jed tuviera un lado tan
protector. ¿Qué más aprendería de él? No podía esperar a averiguarlo.
La fila era de ocho personas y su vejiga estaba llena de café.
—Voy a ir corriendo al baño de mujeres —le dijo Crystal a Bear—.
¿Te importaría traerme un sándwich de pavo con lechuga?
Bear recorrió la cafetería y sus ojos se posaron en el letrero del
baño de damas, al otro lado de la sala.
—Claro, nena.
Le dio un beso casto. Sintió el calor de su mirada a medida que se
alejaba, y juró que también sintió los ojos de Bullet y Jed sobre ella.
Después de ir al baño, leyó un mensaje de Gemma mientras se dirigía a
los hombres.
Finlay acaba de llamar. ¡El catering está listo! ¡¡Cuatro
semanas más!! ¿Cuánto falta para que vuelvas con Jed?
Habían recogido sus vestidos y se habían reunido con Finlay, la
encargada del catering, la semana pasada para revisar el menú final de
la boda. Crystal se preguntó qué pensaría la dulce Finlay de los
padrinos de boda tatuados. Se hizo a un lado para dejar pasar a alguien
y envió a Gemma un rápido mensaje de texto.
Serás la novia más hermosa de TODAS. Paramos a comer. Te
llamaré al regresar.
Al levantar la vista de su teléfono, los ojos de Bear se clavaron en
ella, y su pulso se disparó. Sus labios se curvaron en una sonrisa
cariñosa, que era tan diferente de sus sonrisas juguetonas o
seductoras. Adoraba cada una de ellas. Se movió entre la gente que
esperaba para recoger su comida en el mostrador. Los ojos siempre
atentos de Bullet se desviaron por encima del hombro del tipo con el
que se hallaba hablando, hacia Crystal, luego alrededor de ella, antes
de volver al hombre que tenía delante. Jed se encontraba ocupado
hablando con una rubia alta. Vamos Jed.
El tipo con el que hablaba Bullet se giró, y Crystal se congeló
cuando el rostro de su pasado le robó el aire de los pulmones. No. No,
no, no.
Los destellos del ataque la golpearon.
Ese rostro. Esos ojos fríos y duros.
Se estaba deslizando.
Hundiéndose.
Las manos de él desgarraban su ropa.
Luchó por la claridad, negándose a dejarlo ganar.
No te tengo miedo.
Respiraba demasiado rápido, demasiado fuerte.
Bear.
En el espacio de un segundo, el color desapareció del rostro de
Crystal. Bear estrechó su cuerpo tembloroso contra él, con el corazón
acelerado.
—¿Nena? ¿Qué pasa?
Jed llegó a su lado.
—¿Crys?
Su boca se movía, pero no salían palabras. Bear acercó su oído a
la boca de ella, y el susurro de ésta le hizo arder las venas:
—Es él.
Siguió su mirada hacia el hombre que se encontraba de pie frente
a Bullet, con la rabia arañándole desde dentro. Empujó a Crystal hacia
los brazos de Jed y agarró al imbécil, golpeándolo contra la pared,
levantándolo de sus pies con la pura fuerza de su rabia. La gente a su
alrededor se dispersó entre gritos de miedo.
—¿Qué demonios? —gritó el tipo.
—Te voy a matar, maldición —gruñó Bear entre dientes
apretados.
Bullet se acercó, un muro montañoso de fuerza a su lado.
—¡Detente! ¡Bear, no! —Crystal se soltó del agarre de Jed—. ¡No lo
hagas! Si lo golpeas, te meterás en problemas. ¡No puedo perderte!
—¿Quién demonios eres tú?
Los ojos del tipo se movieron entre todos ellos.
Su mirada se volvió feroz.
—No te acuerdas de mí. Christine. La chica que violaste en
Lakeshore.
Su rostro palideció.
—No lo hagas. Por favor. Fue una fiesta de fraternidad. Los dos
estábamos ebrios. Fue un accidente.
Bear levantó al tipo aún más alto con la fuerza de su agarre.
—Fue en un edificio de arte, hijo de puta. ¿A cuántas mujeres has
violado?
Echó el brazo hacia atrás.
Las manos del tipo volaron hacía arriba en señal de rendición.
—Amigo, ya sabes cómo son las fiestas...
—¡No! —Crystal agarró el brazo de Bear.
—Maldito pedazo de mierda —arremetió Bullet, también ladeando
un brazo.
—¡Bullet! No lo hagas —suplicó Crystal—. Esta es mi pelea.
Bear estaba demasiado enfadado para hablar. Sus músculos se
tensaron, su corazón dolía y sus brazos temblaban de rabia.
—Por favor, Bear. —Las lágrimas se agolparon en sus ojos; no
cuando vio al hombre que la había violado, sino ahora, por Bear—. Por
favor, no lo hagas. Irás a la cárcel y no puedo perderte. Los amo a los
dos por querer matarlo. Pero asesinarlo no es suficiente castigo. Ya no
tengo miedo. —Clavó la mirada en su atacante, sus ojos lanzaban
dagas—. ¿Un accidente? Me aseguraré de que no vuelvas a violar,
accidentalmente, a otra mujer.
Pulsó los botones de su teléfono y lo acercó a su oído.
—Hola, soy Christine Moon. Me gustaría denunciar una violación.
Epílogo
El sol brilló en la boda de Gemma y Truman como una bendición.
Entre los árboles se colgaron farolillos de papel rosas y blancos que
dieron a la tarde un aire festivo. Preciosos tonos de flores rosas y azules
decoraban el patio y el centro de la mesa. A un lado había una mesa
larga con un mantel rosa pálido y un grafiti que representaba a
Gemma, Tru y los niños. Truman lo había pintado. Tenía mucho
talento. Las sillas estaban decoradas con lazos de encaje rosa y había
pétalos de rosas rosas y blancas esparcidas por el césped, creando un
pasillo que conducía a un altar floral que habían alquilado en la
floristería.
Era perfecto.
Crystal cerró la cortina de la habitación de Gemma sintiéndose
tan nerviosa como parecía esta.
—Todavía no han salido. Sólo he visto a Red, Biggs y Jed. Y a
Finlay, por supuesto. Estás preciosa, Gem.
Gemma se había dejado el cabello suelto, con una delicada
diadema de pequeñas flores blancas y azules.
—Vamos a asegurarnos de que tienes todo —dijo Dixie—. ¿Algo
viejo?
Gemma levantó una pulsera que le había regalado Red. Red era
como una madre sustituta para Tru, y una abuela para los niños.
Crystal sabía cuánto la adoraba Gemma. También tenía un lugar
especial en su corazón para la madre de Bear.
—¿Algo nuevo? Tu vestido —dijo Dixie.
—Algo prestado —dijo Crystal con una sonrisa, porque le había
prestado a Gemma su único par de pendientes rosas para que se los
pusiera.
Gemma se pasó el cabello por encima del hombro, mostrando los
pendientes colgantes.
—Y algo azul, por supuesto.
Se levantó el vestido, enseñando la liga azul que habían
comprado.
—Yo también tengo algo azul. —Kennedy levantó su pequeña
muñeca, mostrando una pulsera de plata y piedras preciosas azules—.
Tuman, quiero decil, papá, me lo legaló.
Kennedy se veía adorable con un vestido blanco de gasa con flores
aplicadas en el pecho y los hombros, con un par de zapatillas de ballet
rosas. Insistió en llevar el mismo peinado que Gemma, incluida la
diadema.
—Ese es mi Tru Blue —susurró Gemma. Se agachó junto a
Kennedy—. Papá te ama mucho. ¿Recuerdas lo que tienes que hacer?
Kennedy asintió.
—Después de que el tío Bullet y Lincoln se acequen a papá,
entonces el tío Boney y yo caminalemos juntos.
Crystal sonrió al escuchar el apodo de Bones.
—Así es, cariño —dijo Gemma—. ¿Y llevarás de la mano al tío
Boney mientras mamá y papá se casan?
Kennedy asintió, girando de lado a lado, con su bonito vestido
ondeando sobre sus piernas.
—Tal y como habíamos pacticado.
Gemma se puso de pie, alcanzando las manos de Dixie y Crystal.
—¿Están tan nerviosa como yo?
—Sí, y no soy la que se casa.
Crystal se tocó el cabello. Gemma se lo había recogido en un
moño, dejando unos mechones colgando, tal y como había sugerido
Tegan. Nunca se había sentido más femenina. Todavía se estaba
acostumbrando a sentirse lo suficiente libre como para llevar cosas así,
y eso causaba estragos en sus nervios.
—No estoy nerviosa —dijo Dixie—. Sólo deseo que hayamos
llenado el patio con solteros elegibles. —Levantó a Kennedy en sus
brazos—. ¿Verdad, Ken? La tía Dixie necesita encontrar un buen novio.
—¿Así puedes besarlo como la tía Clystal al tío Beah?
—Exacto. —Dixie le dio a Gemma un abrazo con un solo brazo—.
¿Quieres que saque a Kennedy y que los hombres lo aceleren?
Gemma asintió.
—Gracias. —Frotó su nariz con la de Kennedy—. Te veo en unos
minutos, pequeña.
—¡Necesito besal a Clystal!
Se inclinó hacia delante, formando un puchero.
El corazón de Crystal se calentó al besarla.
—Te quiero, cariño. Eres la niña de las flores más bonita de la
historia.
Hubo un tiempo en el que había tenido miedo de ser madre, pero
ya no. A medida que se acercaba la boda de Gemma, pensaba cada vez
más en cómo sería tener una familia. Con Bear. Sabía que él sería un
padre increíble y cariñoso, aunque sobreprotector, y tenía la sensación
de que ella sería una muy buena madre.
—Puedo caminal, tía Dixie —dijo Kennedy, zafándose de sus
brazos mientras salían del dormitorio—. Soy una niña gande.
A solas con Gemma, Crystal se enfrentó a su mejor amiga y la
tomó de las manos.
—Te vas a casar con un hombre que conociste en Walmart.
Sus ojos se llenaron de lágrimas. Ambas se abanicaron el rostro.
—Sin llorar —dijo—. Nos vemos demasiado bien como para
arruinar nuestro maquillaje. Me alegro mucho por ti, Gem. Te mereces
toda la felicidad del mundo, y Truman es tan maravilloso.
Gemma asintió, las lágrimas aún rebosaban en sus ojos.
—No llores —susurró Crystal, y la abrazó—. Te amo mucho.
Gracias por quedarte conmigo incluso después de descubrir que no era
la zorra que creías que era.
—Eres la chica que siempre supe que eras, y no me cabe duda de
que tú y Bear son sucios, traviesos, y atrevidos. Eres mi hermana de
otra madre.
Había sucedido algo curioso cuando había intentado hablar con
Gemma sobre el sexo con Bear. Era demasiado especial para
compartirlo.
—¿Estás segura de que quieres que vaya al altar contigo? Es tu
momento.
—Sí. Es nuestro momento de hermanas del alma. Además,
necesito que me sostengas en caso de que me ponga tan nerviosa que
no pueda caminar.
Crystal volvió a observar por la ventana y vio a los hombres con
sus pantalones oscuros a juego, sus blancas camisas con mangas
cortas y sus tirantes y corbatas negras. Sus ojos se fijaron en Bear, el
padrino de Truman. Nunca lo había visto vestido así, y era tan guapo
que no podía dejar de mirarle. Llevaba toda la semana haciendo
comentarios burlones sobre la boda, y mientras lo observaba de pie
junto al altar, no podía contener sus emociones.
—Gemma —susurró—. Lo amo tanto que me duele el corazón. No
tengo miedo de quererlo todo con Bear, y no tengo miedo de que el suelo
debajo de mí se hunda, porque sé que él estará ahí para atraparme.
—Extendió su mano temblorosa—. Mírame. Tú eres la novia, y estoy
más nerviosa que tú.
Gemma le tomó la mano.
—Quizá sea porque yo soy la novia y tú quieres serlo.
Bear se paró junto a Truman a medida que Dixie y Quincy
caminaban por el pasillo de pétalos de rosa. Dixie estaba preciosa con
un bonito vestido de encaje. Tenía el brillo rosado de una mujer a la que
le han dado algo que siempre había deseado. Hacía dos noches que su
padre le había contado la verdad sobre por qué intentó disuadirla de
trabajar en el bar. Dixie le dijo a Bear que el hecho de que su padre la
quisiera demasiado era la mejor razón para sus acciones. Se alegró de
que Dixie recibiera por fin el crédito que merecía.
Dixie ocupó su lugar en el lado de la novia al tiempo que Quincy
se colocaba al lado de Bear, y chocaron los puños. Él y Jed se llevaban
bien en su nueva convivencia. Ya hacían de compinches el uno del otro.
Bear observó a Bullet caminar por el pasillo a paso de tortuga,
tomado de la mano de Lincoln, como el Alegre Gigante Verde y el
Pequeño Tim. Los ojos de Bullet se desviaron hacia Finlay Wilson y una
sonrisa se dibujó en sus labios. Se había equivocado de árbol. Bear
había hablado antes con Finlay, y era tan dulce que podría provocar
caries a un hombre.
Lincoln se veía adorable con sus pantalones oscuros y sus
tirantes. Era increíble verlo crecer de un bebé que gorjeaba hasta un
niño que caminaba y hablaba. La punzada de querer una familia, que
se había ido agolpando cada vez más en los últimos meses, le asaltó.
Bullet levantó a Lincoln en sus brazos y se ubicó al lado de
Quincy.
El corazón de Bear se hinchó cuando Bones llevó a Kennedy por
el pasillo con su esponjoso vestido blanco. Ella lanzó pétalos de rosa al
aire, con una dulce sonrisa en su bonito rostro. Aquella punzada
anterior se convirtió en un estremecimiento, y se imaginó a una niña
con los ojos azules y la confianza de Crystal. Sintió que una sonrisa
extendía sus labios.
—¡Tío Boney! —dijo Kennedy, sacándolo de sus pensamientos—.
Mila qué guapo está papá. —Saludó a Truman, y luego dirigió esa
brillante sonrisa al resto—. Hola, tío Quincy. ¡Hola, tío Beah! ¡Hola, tío
Bullet! ¡Mílenme! ¡Soy una chica floles!
Los tres parecían tontos sonrientes. Bear sintió pena por quien
intentara salir con esa preciosa niña al crecer. Tenía un montón de tíos
que la protegerían ferozmente, y él se hallaba a la cabeza.
Kennedy tiró de los pantalones de Bullet.
—¡Tío Bullet, agáchate para que pueda besar a Linc!
Lo hizo, y las entrañas de Bear se volvieron papilla.
Apretó las manos frente a él, tratando de calmar sus nervios
mientras esperaba la llegada de Crystal, sin embargo, en el momento en
que ella y Gemma salieron de la casa, fue todo lo que pudo hacer,
mirarla fijamente. Sabía que debería estar concentrado en la novia, pero
por Dios. Nunca había visto a Crystal tan hermosa. Llevaba el cabello
recogido en un moño en la parte superior de la cabeza y unos pocos
mechones enmarcaban su rostro, haciendo que sus ojos azules, que en
ese momento estaban fijos en él, fueran aún más seductores. Su cuello
parecía largo y elegante. Se le hizo la boca agua por besarla allí. Su
minivestido azulado resaltaba el brillo de sus mejillas y acentuaba sus
hombros desnudos. A él le gustaban mucho y se preguntó si ella había
elegido ese vestido y ese peinado sólo para sacarlo de sus casillas.
Llevaba un bonito brazalete de joyería en la parte superior del brazo y
una sexy tobillera de cobre que se enrollaba en la parte inferior de la
pierna como una serpiente. Tenía un aspecto elegante y femenino.
Exquisita. Su pulso se volvió loco. Quiso salirse de la fila y arrojarla a
sus brazos; se obligó a mantenerse erguido y le lanzó un beso.
Sus mejillas se sonrosaron, lo que hizo que le resultara mucho
más difícil resistirse a ir hacia ella.
Se había convertido en mucho más que el amor de su vida. Se
había convertido en su mundo. Le había dicho a Bear que le dio la
fuerza para hacer la llamada a la policía y conseguir que arrestaran a
su agresor. Sin embargo, era ella quien le había dado la fuerza para no
destrozar al tipo. El amor era algo poderoso. Tenían una larga batalla
legal por delante, aunque habían contratado a Logan Wild, un
investigador privado de primera categoría de la ciudad de Nueva York.
Logan ya había confirmado que la escuela tenía un vídeo de seguridad
del edificio de arte donde Crystal había sido agredida, que se remontaba
al ataque. Crystal se encontraba nerviosa por los procedimientos
legales, pero este era su camino hacia la justicia, y quería emprenderlo.
Y no lo iba a hacer sola. Tenía el apoyo y el amor de Bear, así como el
de todos los que estaban con ellos hoy, y los miembros de los
Caballeros Oscuros. Bear pasaría el resto de su vida haciendo todo lo
que estuviera en su mano para asegurarse de que no volvieran a hacerle
daño.
Crystal y Gemma se abrazaron cuando llegaron al altar, y él se dio
cuenta de que las joyas de su tobillo tenían un oso en el costado. El
corazón le dio un vuelco en el pecho. ¿Se suponía que el amor debía ser
tan absorbente? Sintió que su mundo se detenía, y mientras Crystal y
Gemma ocupaban sus lugares, vio lágrimas en sus ojos. Era su
orquídea. Su símbolo de amor y afecto. Su potra salvaje. Su para
siempre.
Bear intentó escuchar los votos de Truman y Gemma y prestar
atención a la boda que se estaba celebrando, no obstante, quería ser el
novio, y no podía apartar los ojos de la mujer que había capturado su
corazón. Se encontraba allí con él, con sus hermosos ojos fijos en él.
¿No era siempre así?
Él articuló:
—Podríamos ser nosotros.
Sus ojos se abrieron de par en par y una sonrisa radiante se
dibujó en sus labios. También articuló:
—¿Quieres casarte?
—Sí —dijo, con el pulso acelerado—. ¿Y tú?
Truman y Gemma se besaron y todo el mundo vitoreó, pero Bear
y Crystal se hallaban en su propio mundo, cruzando los pétalos de rosa
hacia el otro. Tomó su mano al mismo tiempo que ella alcanzaba la
suya.
—Has esperado meses por mí —dijo con tanto amor en sus ojos
que quiso sumergirse y ahogarse en ellos.
—Eres la única mujer que querré siempre.
—Entonces no esperemos. —Rebotó sobre los dedos de los pies
como lo había hecho en el mercado de la isla—. Casémonos. Aquí.
Ahora.
El silencio de los demás rompió el sonido de su corazón
martilleante y se dio cuenta de que todos los observaban. Se acercó a la
mujer que adoraba.
—Dulzura, a un hombre le gusta que le pregunten, no que le
digan.
Su sonrisa le dijo que estaba relacionando su comentario con su
primera cita en Woody's.
—Bobby Bear Whiskey —dijo sin aliento—, estoy verdadera,
perdida, locamente enamorada de ti. ¿Te casarías conmigo y me harías
la mujer más feliz del mundo?
Bobby Bear. Dios, la amaba.
—Sí, cariño, me casaré contigo. Pero la verdadera pregunta es...
Se arrodilló, metió la mano en el bolsillo y sacó el anillo de
compromiso que llevaba consigo desde el día después de que ella se
mudara con él, esperando el momento adecuado para hacer la
pregunta. El hermano de Maddox Silver, Sterling, era un joyero de
encargos personalizados. Bear había ideado el anillo de compromiso de
oro negro con un diseño floral con incrustaciones de diamantes y un
diamante redondo de medio quilate en el centro, y Sterling lo había
creado. Era complejo y único, como su chica.
Tomó su mano entre las suyas, la miró a los ojos y le dijo:
—Dulce niña, eres fuerza y gracia, belleza e inteligencia. Eres la
mujer que quiero que lleve a nuestros bebés, la amante que quiero
abrazar cada noche, y la motera malvada que quiero que me envuelva
en los largos viajes por carretera.
Se cubrió la boca mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.
—Sobre todo, eres la mujer que quiero que sea mi esposa.
Dulzura, ¿me harías el honor de casarte conmigo?
—Sí. Quiero todas esas cosas contigo. Cada una de ellas. Quiero
todos los días. Quiero el para siempre.
Le puso el anillo en el dedo y ella saltó a sus brazos al tiempo que
él se ponía en pie. Los aplausos sonaron cuando su boca descendió
sobre la de ella. Pasaron de una persona a otra, los abrazaron y se
felicitaron.
Crystal y Gemma estaban en un abrazo interminable.
—¿Segura que está bien? —preguntó—. No pretendíamos
apropiarnos de tu boda.
—Sí. Sí, sí, sí —dijo Gemma, y cayeron más lágrimas.
Bear le dio un codazo a Tru.
—Hombre, debería haber preguntado. Lo siento, amigo. Me dejé
llevar por el momento.
—Ya era hora —dijo Tru, y tiró de él en un abrazo varonil.
En el segundo en que por fin terminaron de nuevo abrazados,
Bear no pudo resistirse a robarle unos cuantos besos en el cuello y los
hombros.
—Creo que he encontrado mi nuevo peinado favorito.
—Todos nos están esperando —susurró.
—Que esperen.
Le dio un beso casto y se colocaron ante el oficiante. Éste se
apresuró a señalar que no tenían licencia matrimonial, por lo que el
matrimonio no sería legalmente vinculante.
Bear tomó la mano de Crystal y le dio un beso en el dorso.
—Será real para nosotros. Conseguiremos la licencia esta semana
e iremos con un juez de paz. Pero hoy será siempre la fecha de nuestra
boda.
—Y te conseguiré un anillo a juego. Porque los dos tenemos que
demostrar que no somos dueños del otro, sino uno mismo. —Sus brazos
rodearon su cuello—. Bésame como hombre soltero por última vez.
Y lo hizo, entre gritos y silbidos de sus amigos y familiares, hasta
que Kennedy le tiró de la pernera del pantalón. Harley debe haberle
dado consejos.
—Tío Beah, ¿puedes casate con ella ya? Tengo hambe.
La alzó con sus brazos y, con Kennedy en la cadera, rodeados de
las personas que más amaban, hicieron sus votos. Y no lo querría de
otra manera.
Agradecimientos
Gracias por leer la historia de Bear y Crystal. Espero que te hayas
enamorado de ellos, tanto como de toda su cálida y maravillosa familia
y amigos, cada uno de los cuales obtendrán su propio felices para
siempre.
Si disfrutaste esta historia y quieres leer más sobre los Whiskey y sobre
Peaceful Harbor, échale un vistazo a Tru Blue o River of Love. Espero
que también le eches un vistazo al resto de mis héroes alfa y heroínas
atrevidas en mi gran colección de romance familiar, Love in Bloom. Cada
libro puede ser leído como una novela independiente y los personajes
aparecen en otras series familiares, para que nunca se pierda un
compromiso, una boda o un nacimiento. Puedes encontrar información
sobre la serie Love in Bloom y mis libros en:
www.melissafoster.com/melissas-books
Ofrezco varios libros para iniciar las series. Los puedes encontrar en:
www.MelissaFoster.com/LIBFree
Un agradecimiento especial a Lisa Bardonski y Lisa Filipe por nuestras
múltiples conversaciones relacionadas a este libro. Converso con los
fans a menudo en mi club de fans de Facebook. Si no te has unido a mi
club de fans, ¡hazlo!
www.facebook.com/groups/MelissaFosterFans
Sigue mi página de autor en Facebook para obsequios divertidos y
actualizaciones de lo que sucede en los mundos de nuestros novios
ficticios.
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Gracias a mi maravilloso equipo de editores: Kristen Weber y Penina
Lopez, y a mis meticulosas correctoras: Elaini Caruso, Juliette Hill,
Marlene Engel, Lynn Mullan y Justin Harrison, Y por último, pero no
menos importante, muchas gracias a mi familia por su paciencia, apoyo
e inspiración.
Próximo Libro

Bullet Whiskey, veterano de las Fuerzas Especiales y miembro del


club de moteros, los Caballeros Oscuros, vive para proteger a su
familia, su bar y los residentes de su pequeña ciudad natal. Es rudo,
sin remordimientos, y atormentado por un pasado secreto y doloroso.
También es un maestro en mantener a la gente alejada, y cuando su
hermana contrata a la preciosa y dulce Finlay Wilson para ayudar a
expandir su bar de moteros, sabe cómo deshacerse de ella.
Después de perder a su novio y a su padre, Finlay regresa a su
ciudad natal para esta más cerca de la pequeña familia que había
dejado. Necesita su trabajo temporal en Whiskey Bro’s para conseguir
que su negocio de catering despegue. Y está decidida que el rudo y
arrogante Bullet Whiskey la intimide.
Finlay es todo lo que Bullet nunca ha querido. Ella le teme a su
perro, a las motocicletas, y es lo suficientemente dulce como para darle
caries, pero a medida que se abre camino en los corazones de todos a
su alrededor, es incapaz de resistirse sus encantos. La pasión se
enciende, pero la confianza no llega fácilmente, y cuando sus pasados
colisionan, Bullet descubre el verdadero significado de proteger a los
que ama.
Melissa Foster

Melissa Foster es una autora de éxito en ventas y ganadora de


premios. Sus libros han sido recomendados por el blog de libros USA
Today. La revista Hagerstown, El Patriota y por muchos otros. Ella es la
fundadora de World Literary Café y Fostering Success. Melissa ha
pintado y donado muchos murales al Hospital de Niños Enfermos en
Washington, DC.
Visita Melissa en su página web o habla con ella en sus redes
sociales. Melissa disfruta de discutir sus libros con clubes y grupos de
lectores, y recibir invitaciones de tus eventos. Los libros de bolsillo y
digitales de Melissa están disponibles a través de la mayoría de las
librerías.

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