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La falta de diversidad corporal y la escasa representatividad de los personajes gordos

sigue siendo uno de los grandes tabúes en la ficción audiovisual

“Algunos preferirían que la gente gorda no existiera en público”


Si algo caracteriza a la ficción televisiva de los últimos años es una visión crítica de temas polémicos.

Desde la deriva distópica del capitalismo en Severance (2022) hasta los problemas de salud mental en
Euphoria (2019), las series incorporan cada vez más debates sociales en su trama como respuesta a un
creciente interés de la audiencia. Atrás quedan los años del escapismo noventero de Friends (1994) o del
chascarrillo controvertido de The Office (2005). Para que una propuesta funcione, tiene que formar parte
de la conversación actual. Esto también se ve reflejado en galardones de la industria como Los Globos
de Oro, que este año reconocieron a series socialmente comprometidas como Abbott Elementary (2021)
o The Bear (2022). Pese a los avances, la mayoría de ellas no han sido capaces de romper uno de los
mayores tabúes de la ficción televisiva: la falta de diversidad corporal y la escasa representatividad de los
personajes gordos.

Desde los minúsculos asientos de los aviones hasta los comentarios (públicos o privados) cuando alguien
gana peso, la gordura sigue siendo causa de discriminación, y las personas gordas, mayoritariamente
invisibilizadas. “A la sociedad no le gusta hablar con gente gorda, ver a gente gorda, creer a gente gorda
o escuchar a gente gorda”, dice Lyla Byers, investigadora en estudios de la gordura de la Universidad
Virginia Tech. “Algunos preferirían que la gente gorda no existiera en público”. Este rechazo tiene graves
consecuencias para la salud de las personas gordas. “De pequeña sufrí violencia médica, yo estaba
ultrasana pero una pediatra me puso 18.000 dietas con muy poca edad”, recuerda Laura Galán
Montijano, actriz y protagonista de Cerdita (2022), película premiada en el Festival de Sitges y en los
Premios Feroz. “Estaba obsesionada con mi peso, iba a pesarme todas las semanas”.El problema emerge
incluso en términos supuestamente neutros, como obesidad o persona con sobrepeso, que pueden
reducir la diversidad corporal a unas categorías excluyentes basadas en el índice de masa corporal: “El
índice de masa corporal nunca fue pensado para medir la salud individual”, opina Byers. “Es una medida
demasiado simple para un problema demasiado complejo”, añade Jennifer Graves, autora de Framing
Fat, un libro que cuestiona los discursos dominantes sobre el peso en la sociedad.

“Vaga, estúpida, glotona o con bajo capital sexual son varias de las concepciones asociadas a las
personas gordas”, afirma Jeanine Gailey, profesora de sociología de la Texas Christian University. “Ser
gordo es lo peor que uno puede ser”, dice Gailey. Estos estigmas son recogidos por los creadores de
series que, en muchas ocasiones, no dan espacio a realidades diversas. “En el momento en el que [las
mujeres] no somos deseables según los cánones establecidos, no se nos pone en pantalla”, afirma Laura
Galán.

Además, cuando la ficción introduce personajes gordos, con frecuencia estos son reducidos a
estereotipos trillados que van desde la mujer que es objeto de burlas, como el personaje de Debby Ryan
(2018) en Insatiable hasta el hombre gordo idiota encarnado por Homer Simpson. “Mucha gente ve estas
series e internaliza dichas representaciones sobre la gente gorda”, opina Ariane Prohaska, socióloga de la
Universidad de Alabama. “Esto nos lleva a tratar a las personas gordas de forma diferente, y nos lleva a
hacer que creamos que tenemos que estar mejorando nuestro cuerpo constantemente”.

La caricaturización de los cuerpos gordos afecta especialmente a poblaciones tradicionalmente


ignoradas, como mujeres, minorías racializadas o la comunidad LGBTIQ. “El tamaño del cuerpo
intersecciona con otras dimensiones de opresión”, afirma Prohaska. “Las mujeres racializadas,
especialmente las mujeres negras, se enfrentan a un gran estigma”. Big Shirley, el recurrente personaje
de Martin, la famosa sitcom de los años noventa, es uno de los ejemplos más clásicos de una
representación problemática de mujeres negras gordas en la televisión, así como el personaje de
America Ferrera en Ugly Betty, la adaptación estadounidense de Yo Soy Bea.

Las mujeres gordas blancas, por su parte, han conseguido diversificar sus roles en la ficción
estadounidense en parte gracias a la visibilidad de actrices como Melissa McCarthy o Lena Dunham, pero
la gordura aceptada en Hollywood para papeles protagonistas sigue sin representar la realidad del país.
Chrissy Metz, por ejemplo, reveló en 2016 que su contrato de la serie This is Us, donde encarnaba a una
mujer que lucha contra sus hábitos alimenticios, la obligaba a perder peso, aunque luego se retractó.
“Los gatekeepers, aquellos detrás de las escenas que deciden que historias los estadounidenses van a
comprar, tienden a ser blancos, con dinero y hombres”, dice Virgie Tovar, escritora y experta en
discriminación corporal. “Esto hace que el mismo tipo de historias se repitan una y otra vez en bucle”.

Gordos ‘queer’

En el caso de los hombres queer, el culto al cuerpo presente en gran parte del colectivo se traslada a la
ficción a través de personajes apolíneos como los representados en Élite (2018), Smiley (2022) o en la
última temporada de American Horror Story. “Realmente es paradójico que esa diversidad que el
colectivo LGTBI exige no la practiquen dentro”, afirma Roberto Enríquez, Bob Pop, crítico y creador de
Maricón Perdido (2021). En la serie, Enríquez autoficciona su propia juventud a través de Gabriel Sánchez
y Carlos González, actores que visibilizan la doble discriminación que el director ha sufrido por su
orientación sexual y por su cuerpo. “Yo tenía claro que si hacía la serie la hacía a mi manera” dice
Enríquez. “Tenían que ser personajes gordos porque era la historia que se estaba contando, cómo se
enfrentan a la vida con esos cuerpos, cómo se enfrentan al rechazo y al deseo”. En una entrevista para
ICON, Gabriel Sánchez habló del peligro de ser encasillado por tener un aspecto físico poco común: “Si
estás gordo, pues te obligan a hacer cosas de gordo. ‘Me caigo y rompo la silla porque soy gordo; estoy
gordo y me como cuatro bollos en diez minutos de serie’. El gordo siempre tiene escenas de comer
mucho”.

Si las historias protagonistas LGBTIQ todavía resultan rompedoras para un sector de la población,
aquellas que incorporan a artistas con cuerpos no normativos, alejados del canon de belleza impuesto y
con tramas ajenas a una constante obsesión física tienen mayor impacto subversivo. “Tanto los cuerpos
queer como los cuerpos gordos son vistos como excesivos, y cuando tienes cuerpos gordos queer, hay
una doble desestabilización”, opina Jason Whitesel, sociólogo de la Illinois State University y autor de Fat
Gay Men, un libro que examina el estigma que sufren las personas gordas dentro de la comunidad gay.
“La mayoría de nuestros programas los hacen personas que piensan que la comunidad queer está mejor
representada por gente delgada o musculada”.

Pese a que los criticados fat suits (trajes para parecer más gordo) todavía son premiados por la industria
del entretenimiento, la ficción televisiva ha avanzado desde las risas enlatadas que provocaba Mónica en
Friends cuando recordaba su etapa gorda. En Las de la última fila (2022), Mariona Terés interpreta a Leo,
una mujer que viaja con su grupo de amigas después de que a una de ellas le diagnostiquen un cáncer.
Terés, con un papel protagonista alejado de los tópicos y la victimización, cree que las cosas han
cambiado en los últimos años, aunque sea lentamente: “Estamos viendo cuerpos distintos en las
pantallas, pero hay que seguir cambiando los clichés”, dice Terés. “El siguiente paso es que las gordas
puedan hacer personajes que se encuentren sexis, que puedan tener una relación romántica con alguien
y normalizar que su cuerpo es bonito, que puede comer lo que quiera y que se puede follar a quien
quiera”.

La narrativa de los personajes gordos alejada de los tópicos propios de la televisión de tubo y producto
de una cultura que considera el consumo de carbohidratos en la cena como un sacrilegio, la ficción debe
aumentar el rango de papeles, superando la obsesión con la apariencia física. “Yo lo que espero es que
se amplíe la diversidad en todos los sentidos”, dice Carlota Pereda, directora de Cerdita. Para llevar a
cabos proyectos como este, el apoyo económico de las productoras a historias que incorporen artistas
gordos es indispensable. “Cuando estás buscando financiación, cierta gente no va a apostar por ti
porque lo considera un proyecto autoral por el hecho de haber puesto un personaje no normativo en el
papel protagonista”.

Pese a que la ficción va a rebufo de una sociedad que en gran medida reprocha la representación
negativa de personajes gordos en obras como The Whale, la industria televisiva terminará por aceptar
que los cuerpos alejados del canon hollywoodiense existen y merecen ser representados. Con tramas
complejas y sin trajes de gordo vejatorios. “Si que creo que cada vez vamos a ver personas más diversas
en la pantalla”, afirma Terés. “Es un camino lento, pero llegaremos a otro lugar”.

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