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Los 10 Mandamientos...

Siguen de
moda.
  

Siendo este tema fundamental e importante, es de gran


actualidad. Su gran actualidad me la ha sugerido el asunto de los
Derechos Humanos, tan de moda, que ocupa y preocupa hoy día
a todos, peritos y profanos. Hasta se ha llegado a establecer ya
una Comisión especial encargada de tutelar, defender y exigir, la
inviolabilidad del "derecho" humano.

Esto conduce insensiblemente a entender que si nos agrada la


afirmación de los derechos personales, pronto advertimos que, a
"mis" derechos, corresponden automáticamente los "derechos" de
"otros", en nombre de la dignidad de la persona, que ostentan tan
legítimamente como yo. Pero apenas afirmemos el "derecho
propio" tenemos que reconocer el " derecho ajeno". Porque el que
quiera el respeto a su derecho, se impone el respeto al derecho
ajeno.

Un paso muy simple y natural damos del reconocimiento del


"derecho" a la existencia de la "obligación". Al conjunto de
principios que tutela los derechos e impone las obligaciones del
hombre lo llamamos LEY. Se impone, por tanto, la existencia de
una ley humana.

¿Tendremos que reconocer qué Dios también tiene derechos? ¿Y


si El tiene derechos, no establece eso deberes y obligaciones
hacia El? ¡Con razón debe haber una LEY DE DIOS! ¿Habrá una
"Comisión" establecida para tutelar, defender y exigir el
cumplimiento de la LEY de Dios?

Claro que sí. La ha establecido El mismo, con triple instancia: en


la conciencia, en Su Revelación y en su Iglesia.

Manzonio, el gran escritor italiano, con frase inmortal afirmó que,


Cuando Jesucristo dijo a sus apóstoles: "enseñen a todo el
mundo, enseñándole a observar todo lo que les he
mandado" encomendó expresamente a la Iglesia que se
adueñara de la moral.

PRIMER MANDAMIENTO

"Amarás a Dios, sobre todas las cosas".

"No tendrás otros dioses delante de mí" (Ex.20,3) "Amarás a


Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas
tus fuerzas" (Deut. 6,5) (Lc. 1 0, 27)

Estas son las tres formulaciones que encontramos en la Biblia:


sea en el Antiguo Testamento, como en el Evangelio; y luego, en
la forma concreta del Catecismo de la Iglesia.

La primera formulación nos lleva a reconocer a Dios como Unico


Dios verdadero a quien se debe exclusivamente todo honor y
gloria. Excluye enfáticamente la adoración y el culto de los ídolos.
Las otras formulaciones indican claramente el "Amor" como 11
obligación primaria del hombre hacia Dios. Un amor completo,
total, íntegro del hombre, con todas sus facultades y fuerzas.

Tanto la primera como las segundas, en cierto modo coinciden al


combinar la preeminencia absoluta de Dios con la preferencia
fundamental del hombre.

Si el derecho de Dios proviene de su suprema excelencia, la


correspondiente obligación del hombre funda su primaria
urgencia.

Filosóficamente, el máximo ser es el máximo Bien; a El debe


tender irresistiblemente el amor del hombre. Con su primer amor
y con su máximo amor: ante todas y sobre todas las cosas.

En el orden natural, el Ser de Dios se afirma en nuestra propia


existencia, como Creador; en nuestro origen, como Principio; y en
nuestro destino, como Fin. O sea que el hombre le debe todo su
ser; le debe todo su actuar; le debe toda su aspiración. Todo su
ser. Todo su hacer. Todo su querer.
Según la enseñanza divina, el Salmista inspirado exclama: "Alaba
alma mía a Yahvé. A Yahvé, mientras viva he de alabar. Mientras
exista, salmodiaré para mi Dios" (Sal. 1 45) Y Jesús, con palabra
fuerte, exige: "Dad a Dios lo que es de Dios" (Mt.22:21).

Se entiende así mejor la frase de San Agustín: "A Dios vamos, no


con los pasos, sino con el corazón".

La primera obligación es la correspondiente al primer derecho. El


hombre debe - más bien, <se debe> a Aquel cuyo primer derecho
viene de haberlo hecho. El ser - hombre lo debe al SER
SUPREMO. Por eso todo el ser - del -hombre clama por su
Señor, por su Dueño. "Res clamat Domino" sostiene el Derecho
Universal: "la cosa grita por su dueño".

Aún cuando, en forma libre y voluntaria, no lo admita o


reconozca, la naturaleza ontológica de su estructura humana se
lo exige, se lo reclama.

Se humaniza más, quien actúa más de acuerdo a su naturaleza.


Por eso, la religión representa lo más inalienable, de Dios y del
hombre. El mayor honor del hombre, es honrar a Dios!

NO TENDRAS OTROS DIOSES:

Ni "otro" que no será Verdadero.

Ni "muchos" que serán falsos.

Siento que destruyen la Lógica, la Ontología y la Etica más


fundamental, tantos y tantos hoy que, comodina, irracional,
despectivamente sueltan la frase: "cada quien, su
Dios". Tristemente advierto la pobreza intelectual de quien no ha
llegado a la idea real del hombre mismo y de lo que es Dios. Con
este mandamiento Dios ha querido salvarnos del aberrante error
metafísico y del trágico desfalco ético de "inventar" cada uno, su
dios, de fabricarlo a su capricho y de componerlo a su medida. A
nadie es lícito tener "su dios". A todos obliga encontrar al SOLO -
TU UNICO –VERDADERO- DIOS.
La libertad religiosa, no consiste en aceptar la autenticidad de
todas las religiones, sino en respetar el derecho de buscar, con
conciencia recta y sincera, al DIOS REAL. El hombre tiene su
razón y su naturaleza para buscarlo, Dios ha enviado a Su Hijo -
Su Palabra - para hallarlo.

Peor es, por otro lado, sustituir a DIOS, con idolos. Los Griegos,
en su Politeísmo, adoraron sus "vicios". Nuestros aborígenes, en
su mitología, las fuerzas maravillosas u ocultas de la naturaleza.
Los modernos han puesto en lugar de Dios, las 3
concupiscencias, que bien ha señalado el Documento de
PUEBLA como los "ídolos" actuales" "Placer", "Poder" y "Tener"

Estos llegan a tomar el lugar de Dios a tal grado que, han


originado las religiones laicas del materialismo, de la política y del
consumismo, porque el hombre de hoy les consagra "todo su
pensamiento, toda su alma y todo su ser" Y no es eso sino el
drama terrible de una religión sin DIOS o de un dios, creado por
el hombre!

El "amor a Dios" ha de ser no solo afectivo sino efectivo. Es decir,


no de palabras, sino de obras. o sea, no de jactancia, sino de
obediencia.

La prueba más clara del amor ha de ser la obediencia. El


cumplimiento de los deseos, de los mandatos, de la palabra del
amado. Según aquella sentenciada Jesucristo: "El que me ama,
guardará mi palabra" (Jn. 14,23) "No es el que me dice: ¡Señor,
Señor! que entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la
voluntad de mi Padre. (Mt. 7:21)

Hay muchos tipos de obediencia. Limitémonos a 3:

1.OBEDIENCIA SERVIL. Es la de aquel que cumple el


mandamiento, en vista de la recompensa. Más que amor al
amado, tiene amor a sí mismo: más que complacer, busca
obtener; más que agradar, trata de ganar. Su móvil es la
retribución, no la sumisión; lo lleva más el interés, que la
obediencia. Al fin y al cabo es obediencia, aunque imperfecta.

2.-OBEDIENCIA EXACTA. Es la de los militares. Tan estricta, a


veces, que se observa aún sin analizar razones. Es el
cumplimiento, por el cumplimiento; el deber, por el deber. Es una
"orden" que no admite discusión. Tan estricta otras veces, que se
cumple al pie de la letra, sin pasar ni un milímetro más allá de lo
mandado; sin sobrepasarse, aún cuando parezca necesario. Esta
también es obediencia, pero fría y sin amor.

3.OBEDIENCIA GENEROSA. Es la que nos enseñó Jesucristo.


La que vino a inaugurar con su Evangelio. Con sus palabras: "Yo
hago siempre lo que a ÉL agrada..." (Jn 8:29) Sobretodo con su
esplendoroso ejemplo: Desde la cuna hasta la cruz; donde pudo
decir: "Todo está cumplido" (Jn.l 9:30) Por ello San Pablo
comenta que" "Cristo se hizo obediente hasta la muerte, y muerte
de cruz" (Filip.2:8)

Esa es la obediencia que no solo consiste en aceptar, sino en dar


no sólo en cumplir, sino en agradar; no solo en el lazo obligado,
sino en el abrazo soñado. Es la obediencia, que agrega el amor.

Actualmente, hasta en los anuncios comerciales se recomiendan


los productos porque son "hechos con amor" es decir, con
excelencia, con calidad. De la mejor calidad, demos nuestra
obediencia al PADRE, como el Salmista: "¡Señor! me deleitaré en
tus mandamientos, porque los amo ..." (Sal. l18:47)

"Amaras al Señor, tu Dios, con todo tu corazón..."

Así sintetizamos la expresión tradicional del gran


mandamiento: "Amar a Dios, con toda tu alma, con todo tu ser"

Nuestro amor a Dios puede ser, de palabra o de obra, la primera


es la Oración; la segunda es la Devoción.

1.- LA ORACION: Esta misma es interior o vocal, según que la


dice tan sólo el corazón - el santuario del amor o la pronuncian
los labios. El gran maestro de oración, que es San Agustín,
advierte: "cuando ores, rima con tu corazón, lo que pronuncia tu
boca" y en otro texto añade: "La lengua calla, pero el deseo ora
siempre. Si deseas siempre, oras siempre" Y ya encendido el
corazón, ¡qué hermoso y necesario, qué sublime y confortante es
hablar a Dios o hablar con Dios! Los Apóstoles, fascinados por la
figura de Jesús, comunicándose con Su Padre, le dijeron: "Señor,
enséñanos a orar" y en eso mostró ser EL MAESTRO porque nos
compuso la oración perfecta: el PADRE NUESTRO.

Y de nuevo S. Agustín indica: "Sabe vivir rectamente, quien sabe


orar rectamente" y, con nota alegre y estimulante, dijo: "el que
canta ora doblemente". Orar es, amar a Dios.

2.- LA ACCION: Siempre me ha conmovido la respuesta de


aquella religiosa que acompañando a un insigne visitante al
pabellón de leprosos, éste le comentó al ver a uno de los más
repugnantes: - Yo, ni aunque me pagaran una fortuna, atendería
a un leproso! -¿Y usted, Hermana, cuánto gana por hacerlo? Y la
religiosa repuso: - Yo tampoco lo haría si me pagaran. ¡Lo hago
por amor a Dios! Sublime respuesta que nos hace tocar el vivo
amor que el ser humano alcanza por Dios...

"La medida del amor a Dios es amarlo sin medida" nos dice San
Bernardo. La que, según Jesús en el Evangelio, ha de ser "...bien
llena, copeteada, rebosante" (Lc.6:38). ¡Qué admirables y
ejemplares acciones humanas contemplamos cuando las
inspiramos en el "amor a Dios". Quizá la nueva evangelización
consista en inspirar nuevamente a los cristianos a hacer las cosas
por amor a Dios. Expresión que parece desaparecida y que
iluminaría tanto al mundo si la volviéramos a practicar. Sería
como una "buena nueva". Lo mejor de todo, es que,
empezaremos a amar a Dios cuando nos demos cuenta de cómo
y cuál es el AMOR que Dios nos tiene. "Amemos a Dios ... porque
El nos amó primero" nos dirá San Juan (la. J n. 4:10).

SEGUNDO MANDAMIENTO

"No usarás el nombre de Dios en vano"

Este Mandamiento está formulado por Moisés así: "No usarás el


nombre de Dios en vano" (Deut. 5:11) Sin muchos rodeos, ni
explicaciones complicadas, este Mandamiento tutela el buen uso
del nombre de Dios. Ese buen uso, dará la base para el respeto,
la veneración y glorificación del nombre divino y desde luego, por
extensión, para todo lo referente al mismo Dios.
Propuesto en forma negativa: "No usarás..." nos previene de
todas aquellas formas que deben considerarse como un "mal uso"
del Nombre Divino y lo relacionado con El; desde la frivolidad
hasta la blasfemia, pasando por las supersticiones o los
juramentos.

A ambos lados del uso bueno y del uso malo del nombre de Dios,
se han ido los extremos, que han resultado igualmente ridículos y
profanadores.

Comenzaron su exageración los mismos judíos. Guiados por sus


más escrupulosos Doctores de la Ley, para "no usar mal", el
Nombre de Dios, optaron definitivamente por "no usarlo" y
sustituyeron con otros, el nombre original de Dios. Así en lugar de
pronunciar el nombre propio IAHVE "Dios", primero lo
desfiguraron con el de lehová y luego lo substituyeron con:
"Adonai" Señor...! Buena forma de no usar siquiera el nombre de
"Dios"!

Por el lado extremo del uso "bueno" se fueron, y se van todavía


hoy, cuantos quieren engrandecer algo y le dan la categoría de
"divino" sin serlo, ni siquiera por aproximación o apropiación.

Sucedió lo primero con los Emperadores o los Césares, quienes


atribuyéndose u ostentando dignidad de dioses, se hicieron llamar
"Divus" apócope latino de "divinus"; de donde derivó el uso de
"divo" o "diva" para calificar a un artista genial. Y sucede lo
segundo, con cuantos, escasos de calificativos apropiados, no
dudan en llamar "divino" a todo lo que quieren exaltar como
superior o grandioso ... ! Y llega a surgir otro apócope: "divi,
divi..."

Por el lado extremo del "mal uso" se tendrían que lamentar las
verdaderas blasfemias, o sea, aquellas expresiones que
directamente insultan al propio ser de Dios, o que utilizan su
nombre mismo para cualquier mofa, desprecio o maldición, aún
cuando no alcanzan la gravedad de blasfemias, no dejan de tener
vergonzosa irreverencia algunas interjecciones que disfrazan u
ocultan la palabra "Dios".
"Que tu alabanza esté siempre en mi boca, Señor" nos haga
exclamar el salmista, como deseo de guardar siempre este
Mandamiento.

Entre las exageraciones a que nos lleva el vano uso del Nombre
Santísimo de Dios están los juramentos.

Estos de por sí, debieran ser formas solemnes y muy serias de


comprometer la propia palabra, sin necesidad de buscar más
apoyo que el de la fidelidad humana. En este sentido Nuestro
Señor Jesucristo nos amonesta.: "Digan Si cuando es sí y NO
cuando es no... (Mt.5:33) Pero nos gusta ponerles tal fuerza a
nuestras palabras que nuestras costumbres nos han llevado a
respaldarlas poniendo a Dios como Testigo: sea de hechos ya
ocurridos, como firma de veracidad; o sea de hechos por
cumplirse, como aval de seguridad.

En cualquier caso hay profanación: si nuestra palabra basta, el


testimonio Divino resulta "vano", innecesario, inútil; si nuestra
palabra es falsa, peor todavía, por burlar advertidamente la
"verdad de Dios". Con cuánta claridad Nuestro Divino Maestro
rechazó la necesidad de cualquier juramento: "Ahora, yo les digo"
No juren nunca, ni por el cielo, que es el trono de Dios. Ni por la
tierra que es tarima de Sus pies. Ni por Jerusalén, porque es la
Ciudad del Gran Rey, ni por tu cabeza, porque no puedes hacer
blanco o negro ni uno solo de tus cabellos" (Mt. 5:34-36)

En verdad, los falsarios y los perjurios, son los que buscan en


forma más desesperada, la credibilidad. A veces, dan la
impresión de que, por no creer ni ellos mismos en sus propias
palabras o promesas, tienen que recurrir a la Fuente de toda
Verdad, para que los demás lleguen a creerles. No se dan cuenta
que ese recurso, a la fuerza de la Palabra Divina, no hace sino
exhibir la debilidad de su palabra humana. Y los que no creen en
Dios, tanto lo necesitan que lo sustituyen o por la representación
de su empresa financiera, o de su partido político o de su secta
religiosa.

En nuestra vida actual y por las circunstancias de dignidad que ha


de tener la persona humana es muy importante restituir su gran
valor de verdad a la "palabra" que damos.
El fondo de este gran valor, viene precisamente de que aunque
podamos engañar a los demás, a Dios nunca lo podremos
engañar. Necesitamos recuperar la confianza que tan
dolorosamente hemos perdido en la comunicación humana. Es
cierto que Dios es testigo de todo lo que hacemos y decimos;
pero nunca será testigo falso aunque el hombre lo necesite. De
eso nos salva este Mandamiento.

Desde que se han venido introduciendo en la vida moderna las


formal de la Democracia y se ha creído avanzar en la defensa de
los valores que la representan, como la igualdad, los derechos y
la libertad del hombre, se han dado pasos paulatinos y rápidos
para hacer desaparecer los privilegios, para borrar las
singularidades, para cancelar los títulos nobiliarios y hasta para
relegar al pasado todas las formas de distinción que se
anteponían al nombre de las personas, según su puesto o
dignidad.

Es muy cierto que se llegó a lo pomposo y a lo soberbio en la


acumulación de títulos. Es muy cierto que con ellos se desdeñaba
a quienes no los poseían. Es muy cierto que no representaban
valores humanos, sino poder y extravagancia.

A tal grado va la decapitación de títulos respetuosos y dignos,


que no solo ha ido barriendo las esferas humanas, sino que ha
invadido las esferas celestiales, donde, muchos cristianos hablan
de los Apóstoles, de los Mártires, de los Santos y aún de la
misma Madre de Dios, arrebatándoles confianzudamente su
categoría eclesial tan meritoria, dejándoles apenas la humildad de
su nombre, pues las más de las veces, no alcanzan ni a darles su
apellido...

Poco sería eso, si esta efervescencia democrática no hubiera


alcanzado al mismo Dios, a las cosas relativas a su culto y a sus
representantes. Parece haberse ya sepultado la nota de Santa,
para la Iglesia; en cambio a todas horas se le encuentran
defectos, por verla muy humana.

La gente de hoy más fácilmente se arrodilla ante las cámaras o


en sus bailables caprichosos, que ante el Santísimo Sacramento.
Con cuánta pena constatamos que los nombres santos son cada
día menos usados ya para bautizar o nombrar a niños cristianos.
Mientras advertimos que se multiplican días de promoción
comercial, como el Halloween, impío y burlesco, enfrentado al día
de "los fieles difuntos", resentimos la pérdida de días santos, que
van dejando grandes huecos de tradiciones cristianas, como la
reducción a que ha llegado la Semana Santa. Solo el respeto,
profundo y sublime, al nombre de Dios, mantendrá al hombre en
el respeto de su dignidad humana.

TERCER MANDAMIENTO

"Santificarás las Fiestas"

Al iniciar la explicación del TERCER MANDAMIENTO de la LEY


de Dios debo aclarar que implica 3 aspectos:

1- La dedicación de un Día al culto de Dios

2- La dedicación de un Día al descanso del trabajo

3- La asistencia dominical a la Misa

La original promulgación, que procede del Decálogo que Dios dio


a Moisés, señalaba el Sábado, para los dos primeros: "Cuida de
santificar el día sábado, como Yahvé, tu Dios te lo manda. Seis
días tienes para trabajar y hacer tus quehaceres. Pero el día
séptimo es el descanso en honor de Yahvé, tu Dios" (Deut. 5:12-
14; cfr. Ex.20:10)

Los tres, se completaron, por nueva ley de la Iglesia Católica. La


primitiva Iglesia, por inspirada decisión de los Apóstoles, sustituyó
el Sábado Mosaico, por el Domingo Cristiano, apoyada en dos
obvias razones:

- en la fuerza celebrativa de la Resurrección de Cristo: -y en la


Pascua ("paso" o "cambio") del Antiguo al Nuevo Testamento:
Jesús muerto "descansó" en el sepulcro, el Sábado judío; pero
Jesús "re-vivió" al día siguiente; este "nuevo día" la Iglesia
comenzó a llamarlo, por antonomasia, "DIA DEL SEÑOR"
"dominical" o DOMINGO.
La formulación genérica de la Iglesia a este mandamiento es:
"Santificarás las fiestas " Y la determinación concreta de la misma
Iglesia, para aplicar a sus fieles la obligación del precepto Divino,
se guarda en este Mandamiento eclesiástico: oír Misa entera los
Domingos y Fiestas de guardar"

La Misa viene a ser el compendio de los misterios cristianos. La


celebración Litúrgica por excelencia: Memoria misma de la Muerte
y Resurrección de Cristo, según la exclamación de los fieles que
la propia liturgia pone en sus labios en el momento central de la
Eucaristía: "¡anunciamos tu muerte; proclamamos tu resurrección;
ven, Señor Jesús!"

"Ir a Misa" "Oír Misa" "Asistir a la Misa" expresa, según la Iglesia


Católica, el modo concreto, conveniente, suficiente, debido y
digno, de celebrar el Domingo, de santificara el Día del Señor.

Veo muy útil que todos conozcan con exactitud el mismo


mandamiento eclesiástico. Voy a transcribirlo, citando
textualmente lo que prescribe para los católicos el actual Código
de Derecho Canónico:

Canon 1246. "El domingo en el que se celebra el misterio


Pascual, por tradición apostólica, ha de observarse en toda la
Iglesia como fiesta primordial de precepto.

Canon 1247. "El domingo y las demás fiestas de precepto los


fieles tienen obligación de participar en la Misa, y se abstendrán
además de aquellos trabajos y actividades que impidan culto a
Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor o disfrutar del
debido descanso de la mente y del cuerpo"

Canon 1248. "Cumple el precepto de participar en la Misa quien


asiste a ella, dondequiera que se celebre en un rito católico, tanto
el día de la fiesta, como el día anterior, por la tarde.

Cuando falta el misterio sagrado u otra causa grave hace


imposible la participación en la celebración eucarística, se
recomienda vivamente que los fieles participen en la liturgia de la
palabra, si esta se celebra en la iglesia particular o en otro lugar
sagrado conforme a lo prescrito por el Obispo Diocesano, o
permanezcan en oración durante el tiempo debido
personalmente, en familia, o, si es oportuno, en grupos
familiares".

Según el mismo Derecho, "la Conferencia Episcopal, previa


aprobación de la Sede Apostólica, puede suprimir o trasladar a
domingo algunas de las fiestas de precepto." Por lo que toca a
México, nuestra conferencia Episcopal sostiene como fiestas de
precepto, fuera de Domingo: lo. del Año, 12 de Diciembre y
Navidad.

Se han trasladado a domingo las Fiestas de: Epifanía, Ascensión,


Corpus Cristi, la Asunción, la lnmaculada Concepción, San José,
San Pedro y San Pablo y Todos los Santos.

¿Por qué para los católicos es tan valiosa la MISA?

El valor de la Misa viene de que en ella adquieren su máximo


valor todos los actos religiosos que se pueden expresar a Dios.

1. Es la ORACION más perfecta: Son 4 las expresiones de la


oración: arrepentirse, dar gracias; alabare implorar favores. El
hombre tiene con Dios estas cuatro necesidades religiosas y
aunque las exprese, nunca alcanza a hacerlo con toda suficiencia
y dignidad.

Jesucristo, Pontífice Supremo - puente natural entre Dios y el


hombre ejerce su sacerdocio en la Misa para satisfacer estas
necesidades humanas. El católico sabe que en la Misa su oración
particular se eleva, por la representación de Jesús, a oración
satisfactoria y grata ante Dios.

2. Es el Sacrificio perfecto: Un Sacrificio requiere 3 cosas: una


víctima grata a Dios; un Sacerdote digno y un altar consagrado.
Los especialistas, en voz de San Agustín, dicen que Cristo es
eso: Víctima, Sacerdote y Altar.

En los sacrificios antiguos, muy en particular en los del pueblo


escogido, el "cordero inmaculado" se fue reservando como la
mejor víctima representativa del hombre: Cristo verdadero
hombre-revestido de nuestros pecados es "el cordero de Dios que
quita el pecado del mundo"
El Sacerdote debe ser auténtico representante de Dios y del
hombre: Jesús, Verbo - encarnado, único mediador y puente
divino con lo humano, es el SACERDOTE, de quien proviene todo
sacerdocio. Cristo además con su cuerpo excelente, inmaculado
y santo pone sobre él, como Ara o altar, la ofrenda de Sí mismo al
Padre: fue por eso que, los cuerpos moribundos o inmolados de
los primeros mártires cristianos se usaron como ara sacrificial.

3. Es un gran Acto COMUNITARIO Y UNIVERSAL:

- es la Reunión para la enseñanza de la PALABRA de Dios;

- es el lugar y momento de la OFRENDA del Pueblo a Dios;

- es el encuentro vital e íntimo para la COMUNION con Dios;

- es el encuentro gozoso y reconciliador de los hermanos;

- es el tiempo de atender a los intereses trascendentales;

- es la REUNION de Cielo y tierra; de lo divino y lo humano; de


los santos y justos, con los pecadores e injustos;

- es la IGLESIA en su Acto "cumbre y central"

¿Por qué la Misa es obligatoria?

Con el intento de infundir a todos los fieles el verdadero aprecio a


la Misa y el deseo de tenerla como el mejor medio de santificar el
domingo, planteo expresamente esta pregunta: ¿Cuál es el mejor
modo de santificar el Día del Señor?

Se oye con cierta frecuencia, aún en labios de buenos y religiosos


católicos y muy repetidamente en los medios estudiantiles y
juveniles: "yo voy a Misa, cuando me nace; no veo porque ha de
ser en domingo. Rezar, puedo hacerlo en mi casa; no
necesariamente en la iglesia. Alabara Dios, tiene que hacerse de
corazón y no por obligación" y otras expresiones parecidas... con
las que se le quiere restar importancia al domingo como "día del
Señor" y a la Misa, como medio obligatorio de darle culto debido.

Lo curioso es que quienes así hablan no van a Misa, ni en


domingo, ni otro día; casi no rezan ni en su propia casa; y como,
en la mayoría de los casos, no saben ni rezar, menos saben
alabar a Dios..!

La Iglesia, al instituir la obligación dominical de la Misa, con su


sentido tan pedagógico y alerta, para la enseñanza y santificación
de sus fieles, los cuida, tutela y vigila, proporcionándoles la Misa
como el medio más apropiado, para que guarden y cumplan la
santa obligación de ofrecerle a Dios "Su Día" propio y consagrado
a Su honor; para que el hombre mismo tenga su día "oficial" de
religión, de oración, de culto.

Para lo cual sostiene la Misa, como "acto oficial" pues es: la


celebración de Cristo

- Como acto de amor del Hijo al Padre.

- Como acto de reconciliación del


Salvador por los pecadores.

- Como acto de oración del Redentor por


las necesidades universales.

- Como Banquete del Cordero de Dios


para alimento del hambre espiritual del
hombre.

- Como acto de gran comunicación de la


Palabra del Maestro a sus discípulos.

- Como acto de Reunión entre Hermanos,


para identificarse, sin otra distinción o
dignidad, que la misma fe, la misma
esperanza y la misma caridad.

- Como acto de identificación universal


por el cual nos unimos, en todo el mundo,
en todos los continentes y en todos los
templos, en el mismo día, a todos los
creyentes e hijos de Dios.

 
Por ello, no hay, no existe, no cabe otra forma mejor que la Misa,
para celebrar, santificar y guardar el DIA DEL SEÑOR.

"Qué descansada vida,

la que huye del mundanal


ruido

y sigue la escondida senda

por donde han ido, los pocos


sabios

que en el mundo han sido..."

Así se expresó, con profunda sabiduría y con el anhelo de


alcanzar una todavía mayor, el excelso poeta de los clásicos

de nuestra lengua castellana, Fray Luis de León, OSA.

El descanso es un precepto divino, hondamente sentido,


aprobado, confirmado y mil veces sostenido, por las mismas leyes
humanas. Dentro del orden pues, existe la ley del "descanso" y
correlativamente, existe la ley del 'Trabajo"

Pero fuera del orden, cuando el hombre quebranta o ignora todas


las leyes, suceden dos cosas curiosas: o suprime la ley del
descanso y convierte el trabajo en obsesión o imposición; o
suprime la ley del trabajo y convierte su vida en holgazanería o en
parasitismo. En uno y en otro caso, el hombre se convierte en
esclavo... o de su propio trabajo, o de su irresponsabilidad.

Ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre" nos dirá


el pueblo sabio para indicar lo malo que es inclinarse a cualquiera
de los extremos, Tan malo no trabajar, que se vuelva la vida la
total negativa de "no hacer nada"; como tan malo llevar una vida
de tanto y tan ininterrumpido trabajo que nunca llegue su lugar al
"descanso".
Positivamente el precepto que viene de Dios busca como fin
directo la santificación humana, a través del descanso, y eso por
3 razones,

- imita al propio Dios: que descansó después de la realización


de su obra: "y vio Dios que todo cuanto había echo era muy
bueno" sugiere la satisfacción legítima con ¡a que todo autor debe
contemplar su obra después de realizada, para auto evaluarse...

- destaca las facultades espirituales: que necesitan del ocio,


como negación del negocio, para desarrollarse; sin estudio y
reflexión no se consigue ningún adelanto, en orden a la cultura y
a la profundización de cualquier ciencia,

- libera y humaniza: con el trabajo implacable, queda muy poca


diferencia entre el hombre y la máquina; entre el instrumento
ciego y el autor soberano y dueño de su propia actividad.

"¡Gracias a Dios que es viernes!" dice una canción moderna. Con


más profunda gratitud debemos decir los católicos:

"Gracias a Dios por el Domingo"

"Jamás la angustia y el miedo deberían

anidar en las almas de buena voluntad,

porque el Evangelio es exigente,

pero también profundamente liberador".

Juan Pablo II

CUARTO MANDAMIENTO

"Honrarás a tu padre y a tu madre."

"Respeta a tu padre y a tu madre, para que se prolongue tu vida


sobre la tierra" dice la Biblia en el libro del Exodo 21,12.
La Tradición Católica nos transmite toda la enseñanza bíblica con
el breve "Honrarás a tu Padre y a tu Madre".

Si los tres primeros Mandamientos (Folleto EVC 625) están


orientados a nuestras relaciones con Dios, los otros siete que
completan el Decálogo, tienen que ver con la caridad hacia el
prójimo. El Señor mismo, al ser interrogado por los fariseos,
después de recordar el amor total a Dios, añade que "el Segundo
Mandamiento es Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe
otro mandamiento mayor que éstos" Mt. 12,29-31. (2196)

Y nada más natural que el recordarnos el amor a nuestros


padres, nuestros prójimos más próximos, ya que nos han
trasmitido la vida y el conocimiento de Dios. (2197)

A diferencia de otros Mandamientos que están expresados


tajantemente en forma negativa, este tiene forma positiva:
Honrarás... (2198)

Aunque el mandamiento se dirige expresamente a los hijos, por


ser la relación paterno-filial la más universal, se refiere también a
todas las relaciones de parentesco familiar y se extiende a los
deberes de los alumnos respecto a sus maestros, de los
empleados con los patronos, de los subordinados con sus jefes,
de los ciudadanos con respecto a su patria. (2199)

¿QUE ES LA FAMILIA?

El Catecismo Católico, al tratar este mandamiento comienza muy


sabiamente por definir la naturaleza de la familia. Parece increíble
que muchas de las crisis actuales provengan de haber perdido de
vista una cosa tan sencilla y natural. El hombre moderno ya no
sabe lo que es la familia en el plan de Dios.

"Un hombre y una mujer unidos en matrimonio forman con su


hijos una familia" . (2202)
Esto que parece una obviedad, (hablar de un hombre y una
mujer, por ejemplo) hay que recordarlo porque no faltan
homosexuales que quieran "casarse" y pastores protestantes que
han accedido a tales ridículas ceremonias "religiosas".

Dios instituyó la familia. No es invención del hombre o disposición


del Estado: es anterior a todo gobierno. Es la célula original de la
humanidad y de la sociedad. (2207)

Es en la familia natural, padre, madre e hijos, donde se aprenden


y viven los valores cívicos y morales, donde el ser humano crece
y madura en todos los aspectos, en donde comienza a honrar a
Dios y usar bien de su libertad. Es tan importante la familia para
el bienestar de la sociedad, que la autoridad civil, según recuerda
el Concilio Vaticano II, debe considerar como deber grave "el
reconocimiento de la auténtica naturaleza del matrimonio y de la
familia" (GS 52,2). En estas prudentes palabras está contenido un
rechazo al divorcio y a las uniones posteriores, que son
sencillamente la destruccion radical de la familia auténtica,
instituida por Dios mismo. (2210)

EL PAPEL DE LOS PADRES EN LA FAMILIA.

Para explicar el cuarto Mandamiento, es necesario partir del


análisis del padre y de la madre, que son los que se han unido
para formar su familia.

El papel tan especial que la madre tiene en la procreación, el


pueblo la engrandece y honra preferentemente. Testimonio
bellísimo de ello lo tenemos en el pasaje Evangélico que nos dice
cómo una mujer de entre la multitud levantó la voz y no encontró
mejor alabanza para Jesús que el decir: "¡Dichoso el vientre que
te llevó y los pechos que te amamantaron"! (Lc. 11,27).

Pero Jesús, nuestro Maestro, en su deslumbrante revelación,


expresa sobre todo la soberanía y excelsitud de su Padre. A una
distancia infinita del entusiasmo de la mujer del Evangelio, Cristo
nos asombra y alegra con la Suena Noticia, la gran Noticia, en
todo el Evangelio, al enseñarnos que ¡ Dios es nuestro Padre!

Gracias al Hijo de Dios, todo hombre aprende a ser buen hijo: con
su padre terrenal y con su PADRE en el cielo.

San Juan, en su primera carta, 4,10 nos dice: "El amor de Dios


no consiste en que nosotros amemos a Dios, sino en que El nos
amó primero". Hemos de decir, del mismo modo, que al amor del
hijo por sus padres, antecede el amor de éstos por sus hijos. No
por nada se dice que la madre "nos amó antes de conocernos".

El Cuarto Mandamiento, si bien está dirigido en primer lugar a los


hijos, presupone y exige el amor de los padres a la prole y el
consiguiente cumplimiento de sus deberes paternales y
maternales.

Los hijos necesitan ver y sentir el amor de sus padres. Su


respuesta amorosa, será entonces lo más lógica y natural. Detrás
de un hijo rebelde, egoísta o irrespetuoso, habrá que detectar
unos padres que no lo amaron o no supieron expresar y hacer
entender su amor.

Hoy en día nos asombramos al descubrir que este amor paternal


no ha existido cuando:

- Ni los dejaron nacer


destruyéndolos por el aborto.

- No quieren reconocer la
paternidad.

- Los regalan, abandonan y


hasta los venden.

- Los golpean, maltratan o


abusan físicamente de ellos.

- Se dan casos de incesto.

- Los padres se agreden


mutuamente todo el tiempo.
- No hay amistad ni
comprensión con el hijo.

- No imparten la debida
educación.

- Con egoísmo destructivo, se


separan los esposos.

- No los corrigen ni los


enseñan a conocer, amar y
rezar a Dios Padre y a la
Virgen Santísima, nuestra
Madre del Cielo.

En estos y otros muchos casos, el hijo no puede amar a sus


padres, porque estos no lo han amado primero.

El AMOR DEBE EXPRESARSE.

Muchísimos adolescentes han llegado a creer que sus padres,


sobre todo el varón, no los quieren. Esto provoca en ellos terribles
problemas y crisis. No basta con amar, hace falta hacerlo sentir a
la persona amada.

Padres: sean muy dichosos y orgullosos por cada uno de sus


hijos. Vivan con la alegría de ser y representar en el hogar el
lugar de Dios, con su amor providente, con ternura manifiesta y
con autoridad inteligente y comprensiva.

La presencia protectora del padre en el hogar, dará a toda la


familia el cuidado necesario, la promoción oportuna y el anhelado
progreso a todos los miembros de la familia.

Casi siempre el diálogo padre- hijo, se rompe por culpa del padre,
que tal vez por sus muchas ocupaciones o por su mal carácter
nunca tiene tiempo ni ganas de conversar, escuchando
comprensivamente a sus hijos. "¡Con papá no se puede hablar!"
es la queja constante de los muchachos, que van a buscar fuera
de casa alguien en quien confiar, alguien que los escuche.
Es por eso que la Sagrada Escritura (Mal.4,6) en contraste con el
enunciado del cuarto Mandamiento pide a Dios que "el corazón
de los padres se vuelva a sus hijos". Los padres, por encima de
todo, deben predicar con el ejemplo y jamás usar palabras
insultantes o golpes. ¡Que difícil es amar a un padre violento!

El PADRE TERRENO REVELA AL PADRE ETERNO.

Cuando los padres rezan con sus hijos, dan una lección de vital
importancia porque están enseñando a amar y respetar a Dios
Padre, mostrándose al mismo tiempo como hijos de Dios. No hay
padre que no sea hijo al mismo tiempo. La figura paterna será
reflejo de la maravillosa paternidad de Dios, Padre de todos y
fuente de toda paternidad.

Deberes de los padres.

Ser padre no es tarea fácil. La fecundidad conyugal no se reduce


a la sola procreación de los hijos, sino que exige extenderse
también a su educación integral, abarcando todos los aspectos de
la persona humana.(2221)

1.- Crear un hogar.

Hacer de la casa familiar un verdadero hogar es todo un arte. En


casa debe haber ternura, perdón, respeto, fidelidad, servicio,
etc... Es en el hogar donde el muchacho debe aprender a vivir las
virtudes humanas y cristianas. (2223)

Condición indispensable para todo esto es la apertura al diálogo


tanto entre los esposos como de éstos con los hijos. El apóstol
San Pablo recomienda a los padres no exasperar a los hijos, sino
formarlos más bien mediante la instrucción y la corrección según
el Señor. (Ef.6,4)

Uno de los más grandes impedimentos para el diálogo y la


educación de los hijos, lo representa la televisión, que se
introduce al seno del hogar y no solamente acapara totalmente la
atención, impidiendo la comunicación familiar, sino que
bombardea a todos, padres e hijos con los más funestos
antivalores, nada evangélicos: consumismo, materialismo,
violencia, hedonismo, etc... La televisión ha llegado a ser la gran
corruptora de la familia y de la sociedad, ante la actitud pasiva y
falta de sentido crítico de los adultos.

2.Evangelizar a los hijos.

Los padres han recibido el privilegio de evangelizar a sus hijos.


Desde la primera edad deben iniciarlos en los misterios de la fe,
en la vida de la Iglesia. Los padres son los primeros catequistas
en la familia. (2225-2226) ,

Con el testimonio de una vida cristiana verdaderamente de


acuerdo con el Evangelio, con la oración en familia y la fidelidad a
la recepción de los Sacramentos en la Parroquia, los padres
fincan los cimientos de una fe viva para toda la vida.

La responsabilidad de tener hijos no termina con proveerles lo


necesario para la vida temporal, ya que Dios les ha dado un alma
inmortal que hay que salvar para la vida eterna. La santidad de
los padres, elemento básico para toda evangelización, es a su
vez retroalimentada por los hijos. Todos deben ayudarse a crecer
en la Gracia de Dios, con la práctica de las virtudes cristianas.

3.Elección de la Escuela.

Ciertamente son los padres los primeros educadores de los hijos,


pero la escuela es imprescindible y un arma de dos filos. Deben
los padres, con todo el derecho, elegir para ellos una escuela
adecuada que corresponda a sus propias convicciones. (2229)

Es obligación de los padres vigilar el tipo de enseñanza, el


ambiente, el profesorado, los libros de texto, etc. pues los valores
humanos y cristianos vividos en la familia, pueden ser aniquilados
en una mala escuela.

4.Respeto ante la vocación de los hijos.

 
Cuando llegan a la edad correspondiente, los hijos tienen el deber
y el derecho de elegir tanto su profesión, como su estado de vida.
Educados, apoyados, aconsejados por los padres, esto no
debería presentar problema alguno. Sin embargo se dan casos
tanto de presiones indebidas de parte de los padres, como de
decisiones equivocadas de los hijos. Se impone el diálogo y la
consulta con personas calificadas para solucionar los conflictos.
(2230)

Deberes de los hijos.

El Catecismo Católico en los números 2214 y siguientes,


desarrolla magníficamente el capítulo de los deberes de los hijos
hacia sus padres. Con citas bíblicas abundantes y hermosísimas,
describe estos deberes producto del amor filial.

1.- Gratitud.

"Con todo tu corazón honra a tu padre y no olvides los dolores de


tu madre. Recuerda que por ellos has nacido:

¿cómo les pagarás lo que contigo han hecho?" (Si.7,27-28)

El deber de gratitud hacia los padres, debe incluir el pensamiento


de que al darnos la vida terrenal, nos han posibilitado para gozar
eternamente en la Gloria. Cada niño concebido tiene ya un alma
inmortal y en Cristo, por los Sacramentos, está destinado a la
felicidad eterna. Hayan sido los padres como hayan sido, siempre
les deberemos la existencia eterna.

Este deber de gratitud deriva obviamente hacia otros aspectos:

2.- Darles honor.

De hecho el Mandamiento emplea exactamente esta palabra,


honor, para abarcar todo lo demás. Honrar a los mayores es
natural tanto en el plano civil como en el religioso y familiar. Los
cristianos festejamos a los héroes de Cristo, nuestros Santos
Patronos, a aquellos que debemos nuestra fe.

En el plano familiar, no tan solo debemos escuchar con atención


y paciencia los consejos de los mayores, padres o abuelos, sino
que nuestra conducta sin mancha, debe enaltecer nuestra estirpe,
nuestro apellido. Un hijo santo, un hijo héroe, un hijo honrado y
buen ciudadano, está honrando a sus padres. Un delincuente,
una prostituta, no honran a sus padres.

3.- Obediencia.

Dice la Biblia en el libro de los Proverbios 6,20: "Guarda, hijo mío,


el mandato de tu padre y no desprecies la lección de tu
madre...en tus pasos ellos serán tu guía".

El Catecismo añade: "Mientras viva en casa de sus padres, el


hijo debe obedecerlos". Muchas razones pueden apoyar lo
anterior: en primer lugar, evidentemente, los padres saben más
que los hijos pequeños... y aún que los grandes. La experiencia
de la vida enseña más que una universidad. No por nada el dicho
popular dice: "Más sabe el diablo por viejo que por diablo". Así
como el hijo pequeño no sabe ni amarrarse los zapatos, el hijo
grande no sabe de asuntos fiscales. El pequeño no sabe jugar
con cuchillos ni el grande tratar con su novia. Por su misma edad,
los padres saben muchísimas cosas de la vida y el hijo inteligente
debe saber escucharlos y obedecerlos libremente. (2217)

Cada familia va elaborando sus costumbres, sus reglamentos y


tradiciones. Mientras el hijo es dependiente y vive en la casa
paterna, debe seguir las directrices de sus padres. Cuando por
alguna razón sale de la casa familiar, deberá responsabilizarse de
su propia vida y tendrá que ir creando sus propios criterios,
reglamentos y tradiciones.

Quede, sin embargo, que la obediencia filial tiene sus


limitaciones: si el hijo está persuadido en conciencia que es
moralmente malo obedecer una orden, no debe hacerlo, porque
"hay que obedecer a Dios antes que a los hombres"

(Hech.5,29). Puede darse el caso de que en un hogar no haya


una autoridad clara y definida al no estar los padres de acuerdo
en ciertos puntos básicos. Eso es gravísimo. Los padres deben
aprender a mandar orgánicamente porque de otra manera, los
hijos, astutamente, escamotean la obediencia y se salen con la
suya, no siempre para su bien.

La obediencia a los padres, cesa con la emancipación de los


hijos, pero no el respeto que les es debido, el cual permanece
para siempre. Los niños deben obedecer a sus educadores, que
son auxiliares de sus padres.

Cuando los hijos son mayores, deben prevenir los deseos de los
padres, solicitar dócilmente sus consejos y recibir sus
amonestaciones justificadas. En la vejez el hijo debe velar por sus
padres. Triste cosa es visitar un asilo de ancianos: nadie los amó
lo suficiente como para velar por ellos.

LA VOCACION RELIGIOSA DE LOS HIJOS.

Los vínculos familiares, aunque son muy importantes no son


absolutos. Toda la educación cristiana recibida en la familia, es
para que los hijos sigan a Jesús (Mt.16,25) ya que esa es la
vocación básica del cristiano. Y puede llegar el momento en que
el Señor llame a un hijo o a una hija a seguirlo en la virginidad
consagrada, ya sea en el sacerdocio o en un instituto religioso.

Si esto sucede, debe considerarse como un privilegio excepcional


y tanto los padres deber respetar dicho llamado, como el hijo
responder afirmativamente y ser capaz de dejar todo por Dios. "El
que ama a su padre o a su madre más que a Mí, no es digno de
Mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a Mí, no es digno de
Mí" (Mt. 10,37)

En familias aparentemente cristianas, el llamado de Dios a alguno


de los hijos, es visto como un drama y los padres se encargan de
ponerle al muchacho toda clase de obstáculos y hasta
tentaciones para quitarle la idea. Ni se debe presionar al hijo a
ingresar al seminario o al convento, ni está bien impedírselo
egoístamente.

LA OBEDIENCIA CIVIL.
El Cuarto Mandamiento regula también nuestras relaciones con
aquellos que de parte de Dios han recibido una autoridad en la
sociedad.

Deberes de la Autoridad.

Toda autoridad es un servicio: "El que quiera llegar a ser grande


entre vosotros, será vuestro esclavo" (Mt. 20,26).

Nadie puede ordenar o establecer lo que es contrario a la


dignidad de las personas o de la ley natural. El tremendo peligro
del poder político reside en la tentación de abusar de la autoridad
en provecho propio. Ya Voltaire dijo "el poder corrompe y el poder
absoluto, corrompe absolutamente". (2235)

En multitud de casos, la historia lo demuestra, los gobernantes


han sido los peores enemigos del pueblo, causando sufrimientos
indecibles.

La visión cristiana del hombre es garantía de un buen gobierno,


pero cuando ideologías materialistas pervierten en su misma raíz
el concepto fundamental del ser humano, se puede caer en
absurdos como la "legalización" del aborto, el genocidio étnico, la
proliferación de armas químicas o nucleares, etc...

El ejercicio de los derechos políticos, está destinado al bien


común de la nación y de toda la, comunidad humana. (2237)

Deberes de los ciudadanos.

El Apóstol San Pedro, en su primera Carta nos exhorta: "Sed


sumisos, a causa del Señor, a toda institución humana" (I
Pe.2,13). San Pablo considera a los superiores como
representantes de Dios. Pero la obediencia civil entraña el
derecho y el deber de la justa crítica cuando las leyes o las
personas conculcan los derechos del hombre. (2238)
Los ciudadanos deben colaborar con sus gobiernos en todo lo
que contribuye al bien común, a la solidaridad y libertad. Gobierno
y ciudadanos unidos deben velar por el bienestar de toda la
ciudadanía. (2239)

Esta sumisión a la autoridad exige moralmente el pago de


impuestos, sin los cuales no puede existir ninguna infraestructura.
Igualmente el ciudadano está obligado a ejercer inteligentemente
su derecho de voto. Los pueblos tienen los gobiernos que se
merecen. La apatía política que conduce al abstencionismo,
facilita los abusos del poder político. (2240)

Es fácil y hasta de moda, criticar a los gobernantes y sin embargo


debemos orar por ellos según el consejo que San Pablo da a
Timoteo: Recomiendo ante todo, que se hagan peticiones,
oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres,
por los jefes de estado y de todos los gobernantes, para que
podamos llevar una vida tranquila y de paz, con toda piedad y
dignidad" (I Tim.1,2).

Sin embargo puede darse el caso de que llegue a ser una


obligación en conciencia el rechazo a la obediencia y de
resistencia civil cuando el gobierno, excediéndose en sus
competencias, oprime a los ciudadanos. (2242)

CONCLUSIONES

¡Qué distinto sería nuestro pobre mundo si tan solo los humanos
cumpliéramos este bendito Cuarto Mandamiento! ¡Cuántas
injusticias, cuántas penas, cuántos desórdenes se suprimirían!
¡Qué vergüenza que Dios tenga que ordenarnos cosas tan
obvias, tan elementales!

VERITATIS SPLENDOR 0 EL ESPLENDOR DE LA VERDAD

El Santo Padre Juan Pablo II ha dirigido una Carta Encíclica a


todos los Obispos de la Iglesia Católica sobre algunas cuestiones
fundamentales de la enseñanza moral de la Iglesia.
Aunque esta Encíclica está especialmente dirigida a los Señores
Obispos de todo el mundo, es una lectura verdaderamente
deslumbradora para todo católico.

- Trata especialmente de los


10 MANDAMIENTOS que
contienen toda la ley natural.

- que no podemos hacer un


mal para lograr un bien.

- la diferencia entre el pecado


mortal y el venial.

- el problema del bien y del


mal.

- la urgente necesidad de
formar nuestra conciencia en
LA VERDAD.

- la moral no depende del


hombre, sino de Dios.

- la ley de Dios, ¿limita la


libertad del hombre?

- la verdad sobre el hombre,


su origen y su destino eterno.

- el hombre que a menudo ya


no sabe quién es, de dónde
viene ni a donde vá.

QUINTO MANDAMIENTO

"NO MATARAS"

Al introducir estos comentarios sobre el Quinto Mandamiento de


la Ley de Dios reconocemos que su enunciación tan directa y su
enfática claridad deberían hacernos suprimir toda interpretación
forzada y todo atenuante rebuscado.

Admiremos ante todo la UNIVERSALIDAD de este precepto. Ya


sabemos que lo formuló Dios en el Decálogo (Ex.20,13) y cuán
fuertemente encuentra eco en todas las leyes humanas. No hay
legislación, ni código moral que no la confirme. Desde el foro
interior de la conciencia de cualquier ser humano, hasta el
máximo tribunal, sostienen con juicio severo y justo su irrestricta
vigencia y validez.

Todavía está en discusión, muy debatida, si cualquier Autoridad


humana tiene el derecho legítimo de aplicar la pena de muerte.

Reconozcamos en esta Ley de Dios, el RESPETO A LA VIDA


HUMANA. Su Autor ha querido inculcar a todo hombre un
profundo aprecio por la Vida Humana. La ha señalado como el
valor máximo. Aún cuando su formulación es negativa y su
expresión es netamente prohibitiva - No Matarás- su contenido es
altamente positivo y fuertemente educativo: es equivalente a
cuidar, a proteger, a vigilar y a defender la vida. Este aspecto de
defensa y tutela se extiende desde la íntima sensación de cada
persona (con el tan reconocido "instinto de conservación") hasta
las uniformes convicciones de todas las culturas, que lo
proclaman como fundamental y básico entre los derechos
humanos. (2258)

Lamentamos, dolorosamente, la tragedia del HOMICIDIO. La


triste respuesta que el hombre ha dado al precepto divino pone
en nuestra imaginación el desfile de todos los homicidios
cometidos en la historia. Desde Abel, el primer hombre asesinado
por su hermano, Caín, hasta el del más reciente. Tristemente no
va a ser el último de la historia, pero ciertamente sí ha sido
cometido también por un hermano suyo - otro hombre -.

Hay como una Galería de la Muerte, que han pintado, con la


propia sangre de sus hermanos, todos los asesinos de la historia.
Se tiene que llenar de amargura nuestro corazón al constatar que
ningún día de la historia está exento del furor asesino. Mientras
Dios, en sus días, aparece siempre Creador, el hombre en sus
días, no ha dejado de ser destructor. Qué dramático contraste: ¡la
vida, obra de Dios; la Muerte, obra del hombre!
En eso radica la gravedad y la temeridad del homicida: en invadir
el terreno divino. No solo suplanta a Dios arrebatándole lo que es
Suyo; sino quiere superar a Dios destruyendo lo que el mismo
Dios no destruye... (2268)

Por eso, el asesinato supremo, la Muerte de JESUS, Hijo de Dios,


es el atentado de ¡a destrucción de Dios.

Al matar, no solo lesiona el primer Derecho Humano, se conculca


además, el fundamental Derecho Divino. (2269)

Aceptado este Precepto como Divino, en el orden religioso, moral


y jurídico, se siguen estas consecuencias:

-solo a Dios corresponde el principio, la conservación y la


terminación de la Vida;

- toda autoridad humana debe interpretar o aplicar este precepto


solo para proteger, vigilar y defender la vida humana.

A pesar de eso, no toman en cuenta, ni la violación del Derecho


Divino, ni un injusto ejercicio del derecho humano, quienes se
abrogan la facultad, o de impedir el principio de la vida humana
en el ABORTO, o el de apresurar su final, por la EUTANASIA o
hasta intentar su nefasta destrucción, con el SUICIDIO.

1. EL ABORTO.

Algunas mujeres lo admiten, por el derecho que dicen tener de su


propio cuerpo; algunos progenitores lo reclaman por el derecho
que dicen tener de controlar la familia; muchos ginecólogos lo
sostienen, al proclamarse como tutores del bienestar familiar y de
la salud pública. (2270-2274)

Algunos representantes del Estado, con falsa autoridad, se


atreven a imponerlo como medio represivo de la explosión
demográfica; muchos, con muchísimas mujeres, por las calles, en
tumultuosas manifestaciones exigen su legalización, como algo
que está en el poder de tribunales o procuradurías; y aún algunos
políticos se atreven a proponerlo como opción partidista, pues
llegan a ostentarlo como bandera.

La Iglesia a todos ellos aplica, sin eufemismos, la misma


sentencia de Dios: "No Matarás". Porque Ella, no inventa, ni
autoriza. Tan solo puede guardar, vigilar, transmitir y declarar la
Ley de Dios,

Por eso llama al Aborto "crimen abominable" y castiga con la


"excomunión" tanto a sus ejecutores como a todos los cómplices.
(2272)

2. LA EUTANASIA.

Con un sentido opuesto al tradicional, tratando hipócritamente de


cambiar las mentalidades, ahora la llaman "buena
muerte" o "derecho de una muerte digna" del enfermo incurable o
miserable.

Para evitar que un enfermo incurable sufra inútilmente; para evitar


que sufra excesivamente en una enfermedad demasiado
prolongada; si el tratamiento es sumamente costoso, etc., se han
lanzado propuestas muy serias, de carácter científico, sociológico
y aún moral, para que el enfermo, sus médicos, parientes o
consultores y los tribunales civiles, tengan el derecho de decidir la
interrupción del tratamiento clínico o la intervención
"misericordioso" de un médico para aplicar la muerte.

La Iglesia mantiene el principio de que solo Dios da o quita la


vida. Sin embargo no condena la suspensión de los medios
excesivamente onerosos, peligrosos, extraordinarios o
desproporcionados a los resultados deseados. No se pretende
provocar la muerte: se acepta el no poder impedirla
indefinidamente, En muchos casos no se consigue con prolongar
la vida sino una dolorosa e inútil agonía. (2278)

No es lo mismo, cuando el cuerpo del paciente ya no puede


sostenerse naturalmente en vida, suspender los medios para
mantenerlo artificialmente "en vida", que matar directamente al
enfermo.

 
3. EL SUICIDIO.

En cuanto acto directo, positivo, consciente y libre, es lo más


opuesto y grave a este santo mandato. Causarse la propia muerte
contradice al instinto de conservación, al valor adquirido de la
persona entre sus semejantes y al derecho total y exclusivo de
Dios. Somos administradores y no propietarios de la vida que
Dios nos ha dado. (2281)

La gravedad intrínseca del suicidio, puede tener, sin embargo,


atenuantes cuando existen trastornos psíquicos graves, angustias
insuperables o temor a las torturas.

La Iglesia ensalza a aquellas personas que ante el peligro de una


violación sexual han preferido la muerte, como una joven que
saltó al vacío desde un alto edificio en Brasil ante la agresión a su
virginidad. En todo caso, no se debe desesperar de la salvación
de un suicida. Solo Dios conoce lo que sucede en el interior de
las almas.

4. EL TERRORISMO.

El Terrorismo que amenaza, hiere y mata de la manera más


cobarde a inocentes ocasionando además, incalculables daños
para satisfacer odios, así como secuestros, el tomar rehenes, la
tortura, etc., que hacen que impere el terror y mediante la
amenaza ejercen intolerables presiones sobre las víctimas, son
gravemente contrarias a la justicia y a la caridad. (2297)

La belleza de la Doctrina de Jesucristo se aprecia más cuando se


advierte el nivel de superación que logra con las formulaciones de
otras religiones. Incluso con la misma religión Mosaica, que es la
precursora del Cristianismo, porque - como dijo Jesús la
perfecciona y completa.

Un caso nos muestra el contenido del quinto Mandamiento.

 
"Se les dijo a los antiguos: "no matarás..." mas yo les digo ahora:"
todo el que se enoje contra su hermano, será reo ya del juicio..."
Mt.5,21-22. (2262)

1. Es muy importante, con Jesús, indicar y prevenir, no solo el


delito formal, sino aún sus propias causas. Nadie duda que las
ofensas, los ultrajes y las muertes no ocurrirían si no ocurriera
primero el enojo, la ira o la cólera, contra nuestro semejante.

El incendio o el fuego devastador, no ocurriría sin la primera llama


o aún, sin el primer chispazo. Hay que sofocarlo cuando está en
su origen, porque ya crecido se vuelve incontrolable. Qué
parecida es la ira al fuego; hasta llega a decirse que en el
momento de la ira, la sangre hierve y la cabeza parece que va a
estallar...

Nuestro Maestro y Médico divino quiere curar el mal en su misma


raíz; analiza los actos humanos y nos descubre que el mal brota
del corazón; si no hay odios, tampoco habrá muertes ... Lo
comprendió en su profundo significado el discípulo amado que
comentó en su Carta: "el que odia a su hermano es un homicida"
(I Jn.3,15) Quien sepa reprimir su cólera, evitará el mal mayor del
pleito.

2. Hay una canción que nos habla de "miradas que matan".


Sabemos que en verdad existen y lo que significan. También
Jesús atribuyó intención o fuerza mortal a las "palabras". De ellas
estamos repletos. Y es una pena que el lenguaje, en una cultura
agresiva y ofensiva, tenga casi el valor de un arma o sirva como
instrumento letal.

Atacamos, humillamos, despreciamos, insultamos, condenamos,


maldecimos, gritamos, destruimos, injuriamos, vociferamos,
vituperamos, vilipendiamos, imprecamos, ridiculizamos,
reprochamos, reclamamos, difamamos, criticamos, etc., etc. Es
entonces que con nuestra lengua "herimos" o con nuestra
"palabra" atacamos... Y si de las palabras se pasa a los hechos,
explicamos todas las agresiones y todos los infelices desenlaces
de sangre y de muerte.
San Agustín comenta que, aún sin poner sus manos violentas
sobre Jesús, fueron sus asesinos los que gritaron en el Pretorio a
Pilatos: "crucifícale, crucifícale..." ¡Palabras asesinas!

"Comenzar a vivir es comenzar a morir" afirma San Agustín. Es


expresión literaria de la sencilla verdad y de la experiencia diaria
de que "el hombre es mortal". La vida humana es como un
itinerario, como una marcha constante hacia su destino cierto,
que es la muerte. Nadie la puede evitar.

Y con todo y eso, la VIDA se debe cuidar. La propia y la ajena.


Así que el precepto "No Matarás" se extiende hasta la obligación
de no poner en peligro la vida; o dicho en forma positiva: de
atender y cuidar la SALUD, tanto del alma como del cuerpo.

Peligros mortales para el Alma.

El Buen Jesús los advirtió cuando dijo severamente: "Teman al


que puede arrojar al alma y el cuerpo al infierno" (Mt. 10,28).

Se atenta contra la salud o la vida moral propia o ajena, con el


pecado de escándalo, que se define como la actitud o
comportamiento que induce a otro a hacer el mal. El que
escandaliza se convierte, como Satanás, en tentador de su
prójimo. Su efecto es destructor para el alma a la que priva de la
Vida Divina. (2284)

El Divino Maestro exclama: "¡Ay de aquél por quien viene el


escándalo! ¡Ay de aquel que escandalice a uno de estos
pequeños que creen en Mí, más le vale que le cuelguen al cuello
una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le
hundan en lo profundo del mar" Mt.18,6. (2285)

En esto hay que ver la grave responsabilidad que recae en los


mayores que enseñan a los menores el camino del mal.
Tremendo pecado el que cometen los medios de comunicación al
presentar en televisión programas descaradamente
pornográficos, así como los editores de revistas absolutamente
indecentes. (Ver Folleto EVC Nº 622 "Lo que ven, leen y oyen
nuestros adolescentes"). (2286)

El pecado de escándalo es peor que un asesinato porque no


corta la vida humana, sino la Vida de la Gracia en el alma.
Ciertamente es pecado mortal.

Peligros mortales para el Cuerpo .

La vida y la salud física son bienes preciosos confiados por Dios.


Es sin embargo interminable la lista de todos los peligros, abusos,
excesos, temeridades, imprudencias, desenfrenos, etc. en el uso
del cuerpo.

-Por un lado tenemos el excesivo culto del cuerpo, muy de moda,


que es una visión neo-pagana que nos hace sacrificar todo a la
perfección física, al éxito deportivo. Los atletas, hombres y
mujeres, pueden recurrir a toda clase de drogas para ganar un
evento, para hacer crecer los músculos, para tener más fuerzas.
Los escándalos olímpicos han dado muestra de ello. Por el
deporte, las mujeres casadas, renuncian obviamente a la
maternidad por medios prohibidos por la moral católica. (2289)

-Pero por el lado contrario, se tiene que lamentar el uso indebido


de comida, bebida, drogas, tabaco, medicinas, etc. que llevan a la
destrucción del cuerpo humano. (2290)

-Junto con el exceso en el consumo del alcohol o de drogas


vienen toda clase de crímenes contra el prójimo, al manejar
vehículos, por ejemplo, en estado de ebriedad, o al atacar a
mujeres por efecto de las drogas. ¡Cuántos sufrimientos en las
familias de los alcohólicos o drogadictos! (2291)

-La mutilación voluntaria de órganos vitales, sanos, con el fin


exclusivo de evitar embarazos, es pecado mortal. La
investigación científica, en seres humanos, no puede legitimarse
si es contraria a la dignidad de las personas o de la ley moral. No
todo la que la ciencia puede hacer, debe hacerse.

-El tráfico de órganos y el aprovechamiento de fetos humanos


han llegado a ser un escándalo en los países del primer mundo.
Mujeres hay que han buscado un embarazo para poder vender el
feto y ganar miles de dólares.(2295)

-La manipulación genética invade los terrenos del Creador y


convierte al ser humano en conejillo de indias, en una cosa.
Igualmente es condenable la práctica de las fecundaciones "in
vitro" y del alquiler de matrices, que convierte a la mujer en simple
incubadora de un hijo ajeno. La ciencia desprovista de
parámetros morales, puede llegar hasta la degradación más cruel
y absurda.

Para concluir los comentarios al Quinto Mandamiento se debe


proponer y estudiar un delicado asunto: En algunos casos, ¿es
lícito matar? Vamos a tomar 3 dichos, que encierran una cierta
teología popular, para plantear las 3 situaciones en que no se
quebranta el V precepto de la Ley de Dios.

1. "Está primero la vida propia que la ajena"

En el orden natural el cuidado de la vida propia nos exige toda


clase de medios, para protegerla. Eso implica, protegerla
también, de los atentados que la pongan en serio peligro. Por lo
mismo, el ataque de un injusto agresor, da el derecho propio
directo y legítimo de rechazarlo, si para ello el único recurso es
matarlo. En ese caso el homicidio no es directamente intentado;
lo que se intenta es la defensa legítima de la vida; y solo como
consecuencia se sigue la muerte del agresor. (2263)

El "duelo" está prohibido por la moral cristiana. No se da la


legítima defensa de la vida; pues por otro recurso se podría
conseguir la legítima defensa del honor, que es lo que se busca.

2. "El que es mandado no es culpable"

Con este dicho se tratan de disculpar y justificar los actos


realizados e impuestos por una autoridad. Es un tema muy
debatido, por toda clase de opiniones y códigos, si una Autoridad
o Tribunal puramente humanos, tiene derecho legítimo de dictar e
imponer la pena de muerte.

En ese caso, aceptado tal principio, todos lo que hacen el oficio


de ejecutores y verdugos, no incurren en pecado de homicidio,
sino simplemente cumplen con un deber al aplicar la sentencia de
muerte sobre la víctima. Pero queda en el tapete de las
discusiones la Pena de Muerte.

Otro caso muy distinto es el de los "matones". Los profesionales


del terrorismo, privado o colectivo. Estos ejecutan
implacablemente las órdenes de sus "jefes" muchas veces
desconocidos. (2266)

Este es el caso clásico de la complicidad, donde unos y otros se


reparten y comparten el delito y a quienes se aplica el otro dicho
que dice: "tanto peca el que mata la vaca, como el que le detiene
la pata".

3. "En la guerra todo se vale".

Con tal dicho planteamos este asunto ¿existe la "guerra justa"?


Se combinan los dos asuntos anteriores aplicados al orden social:
- así como el individuo, ¿el Pueblo, la Nación, puede, en legítima
defensa, con la guerra, rechazar a otra Nación, injusta agresora?
-¿pueden los soldados, los ejércitos, llevar a cabo, sin culpa
moral las órdenes de sus Generales? (2307-2317)

La respuesta se basa en la moralidad de los 2 casos individuales.


Pero la Iglesia, siempre ha rechazado la Guerra como solución
cristiana de los conflictos humanos, aconsejando y urgiendo
encarecida - mente al diálogo y la conciliación por los medios
diplomáticos.

Respeto a la Naturaleza

Como corolario a los comentarios sobre el Mandamiento divino


"No Matarás" vamos a referirnos a la aplicación que debemos
derivar moralmente hacia otros aspectos de respeto, no solo a la
"vida humana" sino ante toda forma de "vida" que, al fin y al cabo,
no tenemos derecho a destruir, sino obligación racional de
preservar.
1. La vida animal.

De la Biblia y de la recta razón humana, podemos concluir que los


animales fueron creados para la gloria de Dios y para el servicio
del hombre.

- en honor de Dios, se les reconocía un valor de víctimas para


ofrecer los sacrificios religiosos, en ellos los animales servían
también al hombre, representándolo o sustituyéndolo, con su
sangre y con su vida, inmolada al Señor en pago de la deuda del
hombre. El mismo Hijo del Hombre Jesús en cuanto víctima del
sacrificio por excelencia, es clásicamente llamado "Cordero de
Dios".

- los servicios naturales y directos de los animales al hombre: se


entienden con facilidad cuando los usa para su alimentación, su
vestido, su trabajo, acompañamiento o investigación científica.
Pero definitivamente, corno seres útiles, el mismo hombre los
debe proteger, preservar, promover y hasta salvar.

Nunca deberá destruirlos irracionalmente. Porque no es el dueño


absoluto; solo el privilegiado usuario. El usuario siempre buscará
tomar los bienes concedidos en su mayor valor.

2. La vida vegetal.

Bajo la palabra NATURALEZA llegamos a designar generalmente


todo lo que no es humano, pero llegamos también a restringir su
significado al orden vegetal. Hoy ha tomado fuerza otra palabra:
ECOLOGIA. Con el la tratamos de designar todo el entorno
humano aún el que no tiene vida, pero que contribuye a la
nuestra en forma digna y congruente, como el agua, el aire, los
elementos químicos y, todo el ambiente.

Cada día nos convence más, y vamos dando como una gran
muestra de cultura, lo mucho que depende del ser humano la
conservación o la contaminación del ambiente.
Cada día es más claro que esa conservación o contaminación se
vuelve a favor o en contra del mismo hombre. Al grado de que,
sin duda, la misma destrucción del ambiente puede traer la propia
destrucción del hombre: ya tenemos los datos suficientes para
temer que un desequilibrio ecológico, como la liberación del
átomo, en la materia; como la sobrecarga de carburantes, en el
aire; como la taladradora acción de los aerosoles, en el ozono;
como el deterioro de la basura en los desperdicios, en la tierra;
como el descuido del agua, de los árboles o del oxígeno, en las
ciudades; o aún mismo, el abuso del sexo, en la procreación, etc.,
etc.; todo eso, y cuanto se le parezca, puede ser la causa fácil,
sencilla y suficiente de la destrucción del hombre. ¡Salvemos la
Naturaleza, para Salvar al Hombre!

SEXTO MANDAMIENTO

"No Fornicarás ".

La sexualidad humana está íntimamente unida, por la misma


biología, a la fecundidad y por eso los Mandamientos sexto y
noveno, están estrechamente relacionados. A partir de los
enunciados bíblicos de la ley de Dios, la Iglesia expone todo un
tratado de la globalidad y la sexualidad humanas.

En el Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica aparece el sexto


mandamiento ampliamente tratado de los números 2331 al 2400
y el noveno de los números 2514 al 2533.

Evidentemente recomendamos su lectura y estudio atento. No


podemos tener mejor referencia y enseñanza. En este folleto,
inspirados en el Catecismo, exponemos lo siguiente:

LOS PROBLEMAS DE LA SEXUALIDAD HUMANA.

Con el mismo criterio, sagacidad y penetración con que


Jesucristo trató el Quinto Mandamiento (Folleto EVC 625-2) así
trató el Sexto.
Advertimos en su oportunidad que en el Sermón de la Montaña,
queriendo llevar la Ley a su perfeccionamiento, Cristo propuso el
control y el dominio de las causas y raíces que llevan a la
transgresión de los Mandamientos divinos.

Conocemos su clásica contraposición: "Se dijo a los antiguos,


mas Yo os digo..." ¡Y nos adentró en las motivaciones originarias
de la conducta humana!

Respecto al Sexto Mandamiento, recordemos que así se


expresó: "Se dijo a los antepasados no cometerás
adulterio'. Ahora Yo os digo que, quien mira con malos deseos a
una mujer, ya cometió adulterio en su corazón" (Mt.5, 27-28)

El Señor Jesús nos advierte con toda claridad dos causas u


ocasiones bien conexas que pueden llevar al pecado sexual: las
miradas y los malos deseos.

1. Las miradas:

Para Jesús la pureza del corazón y la pureza de la persona están


en relación con los ojos: "Los limpios de corazón verán a
Dios" (Mt.5, 8). "La lámpara de tu cuerpo es tu ojo. Si tu ojo está
sano, todo tu cuerpo estará luminoso; pero si tu ojo está malo,
todo tu cuerpo estará a oscuras. Y si la luz que hay en ti es
oscuridad, ¡cuánta será tu tiniebla! (Mt.6, 22-23).

Para el mundo y para todos sus innumerables consumidores,


¡cuánta importancia tiene lo visual! Se vende lo que se exhibe, lo
que se ve, lo que se muestra. La mirada insaciable del hombre se
posa en revistas, pósters, videos, propagandas, cine, TV, artes
plásticas, modas (más de desvestidos que de vestidos),
concursos y certámenes de fuerte contenido óptico y sensual. La
pornografía conquista, cada día más, todo lo que cae bajo la
mirada humana.

2. Los malos deseos:

Abriéndose paso desde lo muy sensible, pasando por lo sensual


para desembocar casi siempre en lo descaradamente sexual, el
recorrido humano queda así irremediablemente trazado.
Todo el arte, el juego o el comercio de la pornografía o del
erotismo, consiste en excitar la mirada y encender los deseos
más íntimos. ¡Se busca propasar la excitación a la fantasía, para
exacerbar y violentar el deseo, y entonces, con las drogas o
fuertes estimulantes, atrofiar a destrozar lo mismo humano, para
que quede solo la animalidad, en su expresión más bestial...

A la combinación de estos dos elementos, los moralistas han


llamado "concupiscencia" que el lenguaje moderno parece
condensarlos en el consabido "sex appeal" o sea "atracción
sexual".

Con razón Cristo es el Salvador del hombre. Su clara indicación


nos señala nuestra salvación o nuestra perdición. ¡Sólo con Cristo
el hombre es más humano!

LA GRAN BATALLA: PUREZA VS. IMPUREZA

1. La Pureza.

El Nuevo Catecismo a la letra dice en su número 2336: "La


Tradición de la Iglesia ha entendido el Sexto Mandamiento corno
referido a la globalidad de la sexualidad humana". Esto es que no
se refiere únicamente al problema de un posible adulterio
(Noveno Mandamiento) sino a la complejidad y amplitud de la
problemática sexual de la especie humana.

Por ello dediquemos mayor atención a la Pureza y la Impureza,


para poner más claramente lo entendido en la moral Católica.

La Pureza es la virtud que positivamente nos inculca el Sexto


Mandamiento. Se compone de varios elementos que ordenan,
controlan y santifican a la persona en el ejercicio de la
sensualidad.

La Pureza comprende pensamientos, palabras u obras que


proceden de un corazón limpio. Quienes practican la pureza, son
reconocidos por la transparencia de sus intenciones, por la
sencillez de sus palabras y por la tranquilidad de sus acciones.
Elementos de esta hermosa y apreciada virtud cristiana, son la
vergüenza, la honestidad, la modestia, el recato y el pudor. El
Catecismo Católico nos describe magníficamente lo que es el
pudor en los números 2521 al 2524:

"La pureza exige el PUDOR".Este es parte integrante de la


Templanza. El pudor preserva la intimidad de la persona. Designa
el rechazo a mostrar lo que debe permanecer velado. Está
orientado a la castidad, cuya delicadeza proclama. Ordena las
miradas y, los gestos en conformidad con la dignidad de las
personas y con la relación que existe entre ellas.

-"El pudor protege el misterio de las personas y de su amor. Invita


a la paciencia y a la moderación en la relación amorosa; exige
que se cumplan las condiciones del don y del compromiso
definitivo del hombre y de la mujer entre sí. El pudor es modestia
inspira a la elección de la vestimenta. Mantiene silencio o reserva
donde se adivina el riesgo de una curiosidad mal sana; se
convierte en discreción".

-"Existe un pudor de los sentimientos como también un pudor del


cuerpo. Este pudor rechaza, por ejemplo, los exhibicionismo del
cuerpo humano propios de cierta publicidad o las incitaciones de
algunos medios de comunicación a hacer pública toda
confidencia íntima. El pudor inspira una manera de vivir que
permite resistir a las solicitaciones de la moda y la presión de las
ideologías predominantes".

-"Las formas que reviste el pudor varían de una cultura a otra. Sin
embargo, en todas partes constituye la intuición de una dignidad
espiritual propia del hombre. Nace con el despertar de la
conciencia personal. Educar en el pudor a los niños y
adolescentes es despertar en ellos el respeto de la persona
humana".

Evidentemente en nuestra sociedad actual hace falta reaccionar


en contra del ambiente general y recuperar el pudor que nos,
salvará de la impureza.

2. La impureza.
El Sexto Mandamiento prohibe explícitamente los actos impuros,
pero implícitamente abarca todo lo que los produce y origina,
como son también los pensamientos y las palabras impuras,

Los "malos pensamientos" o los "malos deseos" son un extenso


campo de la impureza si son consentidos. Con cierta relación a
ellos dijo el Señor:" lo que viene de adentro es lo que mancha al
hombre".

Los "cuentos colorados", las "pesadeces" y vulgaridades, llenan


ese campo de malas palabras impuras, provocadas por
pensamientos sucios. A veces se quiere hacer de ellas un
lenguaje "florido". Lo sería con ingenio, pero no con morbosidad.

Sería prácticamente imposible señalar la infinita variedad de


actos impuros o deshonestos, pero todos sin excepción están
necesariamente ligados al mal uso de la sensualidad y son un
desorden en sí mismos:

- La vista: modas, pornografía, espectáculos, etc.

- El oído: Pláticas excitantes, consejos perversos, enseñanzas


corruptas, canciones eróticas...

- El olfato: Sutilmente asocia y excita el morbo con aromas que la


publicidad hace aparecer como afrodisíacos.

- El Gusto: Hay comidas y bebidas que son tomadas como


afrodisíacos. Y cuántos, "para darse valor y deshinibirse", abusan,
del alcohol.

- El tacto: El más peligroso de los sentidos, La piel toda y en


especial las partes erógenas, exacerban la sensibilidad y la
vuelven frenética pervirtiendo absolutamente la sexualidad.

Combinando y desatando la fantasía y el ánimo al servicio de la


concupiscencia y el placer, se producen toda esa clase de actos
impuros, cuyos autores, dice San Pablo, "no poseerán el Reino
de Dios". Por contraste, Jesús el Señor ha prometido que "los
limpios de corazón, verán a Dios".

 
 

LA CARIDAD Y LA CASTIDAD.

Estas dos palabras se asemejan escritas o habladas. Y lo más


interesante es que vívidas, se relacionan mucho y se fortalecen
mutuamente. En la moral cristiana es muy importante presentar la
virtud de la castidad como contrapuesta al vicio de la fornicación,
de manera que al entender lo que el Mandamiento prohibe, se
entienda automáticamente lo que ordena.

Las prohibiciones del Decálogo no son limitaciones sino


estupendas lecciones básicas de moral.

De ahí que la visión cristiana no solamente contrapone la


castidad a la fornicación, sino que la relaciona positivamente con
la caridad y la caridad es sinónimo del amor. Cuando en el
Evangelio se habla de caridad, se está hablando del amor; son
exactamente la misma cosa. Así que el amor cristiano, el
verdadero, solo puede ser casto.

Tomemos de esto tres aplicaciones:

1. El noviazgo auténtico, aunque sea a largo plazo, está


ordenando al matrimonio. Otra clase de noviazgos no pasan de
ser relaciones ficticias que navegan entre lo sentimentaloide y lo
erótico y no merecen el nombre de noviazgo. Recomendamos el
Folleto EVC 627 titulado: Noviazgo: ¿Pasatiempo o Compromiso?
escrito por el P. Peter Coates.

La Iglesia considera como lo más importante de la preparación al


matrimonio, la etapa en que los jóvenes descubren que su amor
los ha hecho madurar y están dispuestos a prometerse un amor
para siempre y total. Por eso se llaman "prometidos".

Como aún no lo establecen definitivamente por el matrimonio, su


estado de novios debe caracterizarse por la virginidad y la
continencia. Esta es para ellos la mejor prueba de su amor,
porque los ejercita en la fidelidad y en el autodominio pasional,
tan necesarios en la vida conyugal.
Cuando el noviazgo degenera en relaciones eróticas, como
vemos que sucede por desgracia entre nuestros jóvenes, a plena
luz del día, es inevitable el llegar a los actos sexuales completos,
que destruyen y frustran el noviazgo y provocan esos "embarazos
no deseados" (¡Hicieron todo lo necesario para el embarazo y
luego se sorprenden!).

Es el fracaso del amor, dolorosa experiencia causa de mil


problemas de tipo familiar y social y causa del rechazo del hijo
engendrado, contemplado como un enemigo, como un intruso.
Así puede llegarse hasta el asesinato del niño por el aborto. Es el
fracaso de la paternidad: cambiaron la castidad por la aventura
pecaminosa, provocaron el drama, ahogaron el amor verdadero.
Abandonaron la esperanza, la ilusión... ¡y el amor de Dios!

2. El amor normal entre cristianos, casto, correcto, santo solo


se realiza, se expresa, culmina y se vive en el matrimonio válido y
debidamente contraído. Sin matrimonio o fuera de él, ni el amor
es amor, ni las relaciones son castas. Es tan solo una ficción,
remedo o caricatura.

Constituye según la moral cristiana un pecado contra la castidad,


cuya base y raíz es la tutela del matrimonio. Sexo fuera del
matrimonio es fornicación.

La castidad matrimonial es tan noble y grandiosa que el mismo


ejercicio de las relaciones maritales perfecciona el amor y
santifica a los cónyuges. Haciendo el amor se hacen santos.

3. El amor libre, como estado habitual... Mucho habría que decir


sobre este, terrible y extendido pecado actual en el que se
mancilla y se hace burla pública del sacrosanto "sacramento"
matrimonial. Las parejas que viven "libremente" sin "matrimonio" y
declaran que no es un "papel o una obligación" impuesta por
leyes lo que los "ata", sino solo su libre voluntad, son peormente
esclavos de una pasión, que llaman "amor" y son pésimos
villanos, cuando se "desatan" por el abandono de los hijos o de la
persona que ya había hecho el don de sí misma... ¡Más que amor
libre, es amor violento!

 
LOS DESORDENES SEXUALES.

Por su estrecha relación, así como la vida es sagrada, también el


sexo es sagrado. Como la Vida, el sexo se debe aceptar,
controlar, respetar, disfrutar, ordenar. Es un gran don de Dios que
conlleva derechos y obligaciones.

1. Desorden Biológico.

El sexo es para la vida su vehículo natural. Más se aprecia una,


más debe apreciarse el otro. Es algo vital y natural. No se puede
ignorar ni suprimir: se tiene, se lleva, se ordena.

Mal hicieron algunos ascetas antiguos en mutilarse físicamente:


la Iglesia los ha desaprobado. Mal hacen los que actualmente se
imponen penitencia que impiden o desvían el desarrollo natural
de la sexualidad, física o afectiva. Tanto la virilidad, como la
femineidad, son expresiones naturales en el ser humano.

Por lo tanto la masturbación es un grave desorden sexual, como


lo enseña la Iglesia Católica en una tradición constante afirmada
en el Catecismo Católico Num. 2352: "La masturbación es la
excitación voluntaria de los órganos genitales a fin de obtener un
placer venéreo ... fuera de las relaciones conyugales normales y
contradice su finalidad, sea cual fuere el motivo que lo
determine". Así el goce sexual es buscado al margen de la
"relación sexual requerida por el orden moral; aquella relación
que realiza el sentido íntegro de la mutua entrega y de la
procreación humana en el contexto de un amor verdadero".

Un desorden biológico de peores consecuencias es la


homosexualidad, o sea las relaciones con personas del mismo
sexo, que se da entre hombres o entre mujeres. En este segundo
caso también recibe el nombre de lesbianismo. No es nada nuevo
en la humanidad y ya en la Sagrada Escritura está claramente
condenado (Gén. 19,1 -29; Rom.1, 24-27; I Cor.6,10; 1 Tim.1,10).

Por eso la Tradición Católica siempre ha declarado que: "los


actos homosexuales son intrínsecamente desordenados". Son
contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida.
Nuestro tiempo ha venido a demostrar que es el pecado sexual
que más caro se paga.
2. Desorden sociológico.

Siendo el sexo un instrumento de gran valor para la existencia


misma de la sociedad, el pecado lo ha exacerbado y desaforado.
Ha vuelto anormal lo que debiera ser normal. Debiendo conservar
como principios, el valor original de la sexualidad; su belleza y
perfección funcional para la conservación de la especie; el
respeto a la persona; la nobleza de la amistad y el encanto de la
modestia; la sociedad actual en cambio ha llevado el pan-
sexualismo a extremos fatales pues en todas las manifestaciones
sociales - hasta en la sopa encontrarnos al sexo contaminado,
rebajado, prostituido.

El grave desorden biológico de la homosexualidad ha llegado a


ser un auténtico desorden social: los "gays" y las lesbianas exigen
derechos socio-políticos que de ninguna manera les
corresponden y han sido los propagadores del nuevo flagelo de la
humanidad: el SIDA. Millones de personas, homosexuales y
heterosexuales han sido ya contagiadas y están por tanto
condenadas a una horrenda muerte.

Se habla igualmente "del oficio más antiguo del mundo", la


prostitución, como de lo más natural y hasta en broma, pero no
podemos menos que considerarlo como un gravísimo desorden
social que somete a millones de mujeres y hasta niños a una
esclavitud denigrante que termina en la muerte. El mercado del
sexo es sencillamente criminal.

El MERCADO DEL SEXO EN EL MUNDO

- En Nepal han vendido 7,000


adolescentes a los burdeles
de Bombay.

- En Brasil 25,000 chicas han


sido llevadas como prostitutas
a los campos mineros
remotos.

- 100,000 hombres alemanes


van cada año a Tailandia en
"sex tours".
- En Tailandia existen 2
millones de prostitutas.

- Se calcula que desde los


años 70's, se han vendido 30
millones de mujeres,

- En Alemania hay 200,000


prostitutas, de las cuales la
cuarta parte provienen del
bloque del Este.

- Han sido raptadas 200,000


bangladesas para venderlas
en Pakistán.

DATOS TOMADOS DE LA REVISTA TIME, JUNIO 21 DE 1993.

3. Desorden Teológico.

Por más que se han hecho para desviar la finalidad del sexo o de
la sexualidad humana del orden querido y establecido por Dios,
nadie puede negar sus finalidades propias e intrínsecas. En la
propia naturaleza del acto sexual y como consecuencias
necesarias, quedan inseparablemente unidos el gozo mutuo y la
función generativa. De ellos podemos decir también: "lo que Dios
ha unido, no lo separe el hombre".

Por eso, no la Iglesia, sino la propia Ley Natural o la Ley de Dios,


es la que prohibe todos los métodos artificiales de anti-
concepción; con mucho ingenio se busca obtener del acto sexual
tan solo el aspecto placentero, evitando cuidadosamente el
aspecto procreativo, que llega a verse como todo un peligro.

Píldoras, dispositivos intrauterinos, operaciones tanto del hombre


como de la mujer, mutilaciones y esterilizaciones de órganos
sanos, preservativos, etc., deben ser siempre considerados como
atentados contra la vida propia y de la prole. Han sido
precisamente los anticonceptivos los causantes de tantas
degeneraciones y desórdenes sexuales, al privar al sexo de su
sagrada función generativa.
No menos atentatoria contra el derecho humano y divino es la
violación sexual, invasión injusta y violenta de la intimidad de una
persona, hecho criminal que destruye física y psicológicamente a
una mujer y que compromete tal vez la vida de un niño.

Todo este desquiciamiento de la sexualidad humana, llega a su


colmo cuando a pesar de todo, una mujer resulta embarazada.
Entonces el niño es considerado como un intruso y se recurre al
aborto, que es simplemente el asesinato de la criatura más
indefensa que pueda haber y la más inocente.

Del sexto Mandamiento, caemos al quinto: No Matarás. Parece


increíble que no haya habido guerra en el mundo que haya
causado más muertes que el aborto, resultado de la violación del
Mandamiento: No Fornicarás.

La fornicación pervierte absolutamente el maravilloso plan divino


para la sexualidad humana, concedida para la felicidad y el bien
del hombre y de la mujer. Como todo don de Dios hay que
apreciarlo, agradecerlo y respetarlo. Para el cristiano es
ciertamente camino de santificación.

El DECALOGO Y LA LEY NATURAL

La palabra DECALOGO significa literalmente "diez palabras".


Estas diez palabras Dios las reveló a su pueblo en la montaña
santa, pertenecen a la revelación que Dios hace de sí mismo y de
su gloria (2059).

Aunque accesibles a la sola razón, los preceptos del Decálogo


han sido revelados. Para alcanzar un conocimiento completo y
cierto de las exigencias de la ley natural, la humanidad pecadora
necesitaba de esta revelación (2071).

La Obligación del Decálogo

Los 10 Mandamientos, por expresar los deberes fundamentales


del hombre hacia Dios y hacia el prójimo, revelan en su contenido
primordial obligaciones graves, son básicamente inmutables y su
obligación vale siempre y en todas partes; nadie podría dispensar
de ellos. Los 10 Mandamientos están grabados por Dios en el
corazón humano (2072).
 

SEPTIMO MANDAMIENTO

"No robarás".

En la Ley de Dios, el Séptimo Mandamiento, tanto en el Antiguo


Testamento como en el nuevo, es tajante, conciso, claro y
definitivo: "NO ROBARAS" (Ex.20,15; Dt.5,19;Mt.19,18).

Dadas las circunstancias en que vivimos actualmente, este


mandamiento sigue teniendo tremenda importancia. No ha
pasado de moda, pues regula el uso de los bienes materiales y
aún de los espirituales. Nos prohibe tomar o retener del prójimo
injustamente sus bienes. Con miras al bien común, exige el
respeto al mismo tiempo del destino universal de los bienes y el
derecho a la propiedad privada. Si la tierra pertenece a toda la
humanidad, sin embargo la propiedad privada es legítima para
garantizar la libertad y la dignidad de las personas. Esta no anula
el destino universal de los bienes que continúa siendo
primordial: "El hombre, al servirse de esos bienes, debe
considerar las cosas externas como comunes, en el sentido de
que han de aprovechar no solo a él sino a los demás" (Gaudium
et Spes, 69,1).

Los ladrones en la Biblia.

La Sagrada Escritura nos ofrece varios casos fuertes y


ejemplares de latrocinio, como el de Jezabel, con la viña de
Nabot ( I Re.21,1-16); el del rico que tomó la oveja del pobre para
dar un banquete (II Sam.12,1-14) o como el del propio Judas
lscariote, que saqueaba la bolsa común de los Apóstoles (J n. 1
2,6).

En todos estos casos, además de la gravedad del pecado mismo


de robar, la ambición lleva a cometer otros delitos peores y hasta
irreparables, como el engaño, la mentira, la violencia y hasta el
asesinato. Dios aparece sumamente irritado y castiga a los
ladrones con finales desastrosos, prolongando las pésimas
consecuencias de esos actos como un maldición sobre sus
descendientes.

Intentos de justificación.

Al pecado de robarse le busca a menudo una justificación con


ideas personales o teorías sociales: "Todo mundo lo hace", "Me
estoy desquitando a lo chino". "Es normal en mi medio", "La
propiedad privada es un robo", "Esto fue tan solo una
expropiación". etc...

Consecuencias del hurto.

Este pecado se hace costumbre, promueve a seguirlo cometiendo


y cada vez con mayor ingenio y desconsideración. Poco a poco la
conciencia se desvanece y se pierde el sentido de la propiedad
ajena. Desaparece igualmente el arrepentimiento y el ladrón se
vuelve cada vez más audaz, pudiendo llegar a actos de violencia
de vez en cuando mortales, como en el caso de los asaltos a
mano armada. El ladrón está decidido a todo.

"Restitución o Condenación"

La Iglesia, intérprete de la Ley Divina, considera este pecado de


una manera muy especial y exige, para la absolución completa,
además del arrepentimiento sincero, la restitución o devolución de
lo robado. El daño provocado a la víctima no se remedia en el
confesionario. Si el ladrón busca sinceramente el perdón de Dios,
debe saber que con El no hay componendas, trinquetes ni
"mordidas". Y lo malo es que en ocasiones la devolución no es
tan sencilla como cuando por ejemplo robamos en un
supermercado: ¿a quién pagamos lo robado? Cuándo un cajero
de la Tesorería ha robado ¿cómo lo restituye?

Los Administradores Infieles

El caso Bíblico más claro de un administrador infiel, fraudulento y


ambicioso es precisamente el de Judas. El evangelista San Juan
nos lo señala como el encargado de la "caja común" pero lo
califica como un ladrón: "No que le importaran los pobres, sino
que era un ladrón y como tenía la bolsa, tomaba de lo que
echaban" (Jn. 12,6)
Todos los administradores de bienes comunes, sean negocios,
empresas u organismos; todos los empleados y funcionarios
públicos corruptos, serán discípulos e ¡matadores de Judas,
aquél que en su ambición llegó a vender por treinta monedas a su
Maestro y Señor.

El administrador que maneja bienes ajenos, bienes públicos, sabe


que no son suyos, pues están originados por contribuciones o
impuestos destinados al servicio de la comunidad. Sabe
perfectamente que el Séptimo Mandamiento le obliga por un triple
motivo:

La moralidad natural.

"No hagas a otro lo que no quieras para ti". En el momento


en que se derrumba la firmeza de la honestidad humana,
no queda sino la desconfianza total y el recurso al abuso
que busca en el hurto una compensación a la supuesta
deshonestidad de los demás, formándose una cadena
interminable llamada corrupción administrativa. Nunca
habrá un verdadero orden y progreso social sin la sólida
honestidad de cada persona.

La confianza depositada en él.

"Mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me ha enviado",


dijo Jesús refiriéndose al mayor tesoro que el Padre le
confió para comunicarlo fielmente a la humanidad. Bajo
este principio debe actuar todo encargado responsable:
fidelidad absoluta a lo que se le ha confiado. Por eso el
cargo inmediato que se dicta en contra del que dispone
deshonestamente de los bienes a él confiados es "abuso de
confianza".
 

"Dios me ve".

Como cristiano sabe que Dios todo lo sabe. Supone un acto de


vergüenza o de pudor personal hacer en presencia de Dios lo que
no haríamos en presencia de nadie. Gran error el de aquél, que
suprimiera su conciencia cristiana, creyendo que puede ocultar de
la mirada divina, sus malos manejos.

El mismo principio que se aplica para el robo de bienes


materiales puede aplicarse al caso de fraude electoral. Los
encargados de las urnas cometen un grave pecado moral y social
si alteran o manipulan los votos de los ciudadanos, que son
verdaderamente bienes públicos. Bajo ningún principio nadie
puede despojar a otro de este bien, que es de la máxima
propiedad privada. Defraudar en las elecciones es robar a cada
votante y a la comunidad entera.

Otras clases de robo

Son muchas las maneras con las que se viola este Mandamiento,
algunas de ellas muy sutiles. El hombre es muy hábil para
encontrar razonamientos y pretextos que adormecen la
conciencia; pero si definimos el robo como la usurpación del bien
ajeno en contra de la voluntad razonable de su dueño, podemos
hacer la siguiente lista de cómo podemos pecar de ladrones:

- Retener deliberadamente
cosas prestadas.

- Quedarnos con cosas


perdidas, conociendo a sus
dueños.

- Defraudar en el comercio.

- Alterar pesos y medidas.


Pagar salarios injustos.
- Especular aprovechando la
necesidad o la ignorancia
ajenas.

- Corromper (ofrecer
"mordida") a los que deberían
juzgar conforme a derecho,
para beneficio propio.

- Usar en forma personal los


bienes (por ejemplo, los
automóviles) de la empresa.

- Los trabajos mal hechos.

- El fraude fiscal.

- Falsificación de cheques,
facturas o recibos.

- Gastos excesivos y
despilfarro por cuenta de la
empresa.

- Dañar voluntariamente
propiedades privadas o
públicas

(teléfonos, letreros, bancas,


buzones, etc.)

EL SÉPTIMO MANDAMIENTO Y LA JUSTICIA.

Evidentemente robar es una injusticia y se puede atentar contra la


justicia de tres maneras distintas:

 
1. La justicia legal se refiere a lo que el ciudadano debe
equitativamente a la comunidad.

2. La justicia distributiva es por el contrario, lo que la


comunidad debe al ciudadano en proporción a sus contribuciones
y necesidades.

3. La justicia conmutativa regula los intercambios entre


personas en el respeto exacto de sus derechos: contratos,
compra-ventas, arriendos, salarios, deudas, obligaciones, etc Sin
justicia conmutativa no es posible ninguna otra forma de justicia.

La mayor injusticia posible.

Aunque parezca increíble, en los albores del siglo XXI, existe la


esclavitud en el sentido más estricto de la palabra. En muchos
países, tanto de Asia, Africa y en nuestra "católica"
Latinoamérica, se compran y se venden seres humanos,
privándolos de su dignidad personal y reduciéndolos a nivel de
objetos de consumo.

Debido a sistemas sociales profundamente injustos, personas


adultas tienen "dueño" y muchos padres de plano "venden" a sus
hijos para servicios caseros o a la prostitución. (TIME, junio 21 de
1993)

La Creación y la Ley de Dios.

También este Mandamiento tiene repercusiones en lo que ahora


llamamos ecología. Todos los seres inanimados están
naturalmente destinados al bien común de la humanidad. Por lo
tanto el uso de minerales, vegetales y animales, no puede ser
separado de la moral. No somos dueños absolutos de la Tierra y
de todo lo que contiene. La calidad de vida de la generación
presente y de las venideras depende del respeto religioso de la
creación.
Es legítimo servirse de los animales para alimento y vestido y
también domesticarlos para el trabajo. Igualmente usarlos para
experimentos científicos, pues ayudan a salvar vidas humanas,
con tal de conservar límites razonables.

Al final de la escala de la vida, dependemos de la vida vegetal y


es por tanto urgente la preservación de lo que llamarnos áreas
verdes, son pena de la misma extinción de la especie humana.

La economía ante la ley de Dios.

Para obtener dinero el hombre puede recurrir a un vulgar asalto a


mano armada o bien puede apoyarse en sistemas económicos
derivados de teorías sofisticadas.

La Iglesia en el Concilio Vaticano II advierte en contra de dos


posiciones contradictorias y tan injustas una como la otra. Por un
lado condena el socialismo o comunismo que sacrifica los
derechos fundamentales de la persona en aras de la organización
colectiva de la producción y por otra rechaza la teoría que hace
del lucro la norma exclusiva y el fin último de la actividad humana
dentro de lo que el Papa Juan Pablo II ha llamado un "capitalismo
salvaje", producto de un individualismo feroz que practica la
primacía absoluta de la ley del mercado libre sobre el trabajo
humano. (Gaudium et Spes 63-65)

Se comprueba en la práctica la frase del Señor: "Nadie puede


servir a Dios y al dinero" (Mt.6,24)

Doctrina Social de la Iglesia.

La Iglesia pronuncia un juicio en materia económica y social


cuando lo exigen los derechos fundamentales de la persona o la
salvación de las almas. Cuida del bien común temporal de los
hombres en razón de su ordenación al supremo Bien, nuestro fin
último.

Los sistemas sociales o económicos que no consideran la


dignidad eminente del ser humano y lo someten con diversas
clases de esclavitudes, son reprobados por Dios. El punto
decisivo de la cuestión social estriba en que los bienes creados
por Dios para todos los hombres, puedan ser de hecho
disfrutados por todos y constatamos con dolor que grandes
proporciones de la humanidad carecen de lo más necesario.

La originalidad de la Doctrina Social de la Iglesia radica en que


pregona la prioridad del hombre sobre el trabajo y el capital. El
hombre por medio de su trabajo participa en la obra creadora de
Dios. Unido a Cristo, el trabajo puede ser redentor.

OCTAVO MANDAMIENTO

"No levantarás falso testimonio, ni mentirás".

El Antiguo Testamento proclama que "Dios es fuente de toda


verdad" (Pr.8,7) y Nuestro Señor Jesucristo, Dios hecho hombre,
se declara "La Verdad" (Jn. 14,6). Cuando Pilato lo interroga, el
Señor contesta: "para esto vine al mundo, para ser testigo de la
verdad; todo hombre que está de parte de la verdad, escucha mi
voz" (J n. 1 28,37).

La libertad que Cristo nos ofrece, fluirá de la verdad: "La verdad


os hará libres" (Jn.8,31). Y el Espíritu Santo nos guiará "a la
verdad completa" (Jn.l6,13).

Con esas frases tajantes, clásicas de su estilo lleno de autoridad


y sencillez, Jesús nos enseña a ser veraces: "Sea vuestro
lenguaje: Sí, sí ; no, no" (Mt.5,37).

En contraste total con la veracidad transparente de Dios, está la


mentira, la simulación, el engaño, la duplicidad y la hipocresía.

Dios nos ha dotado de inteligencia, que está orientada a la


búsqueda de la verdad en todos sus aspectos. Estamos
obligados, por el hecho mismo de ser personas a adherirnos a la
verdad una vez que la hemos conocido y a ordenar toda nuestra
vida según sus exigencias. La posesión de la verdad nos impone
coherencia entre dicha verdad y nuestras palabras y acciones.
Santo Tomás de Aquino enseña: "Un hombre debe
honestamente a otro la manifestación de la verdad".

 
Ofensas a la Verdad.

El Octavo Mandamiento es sumamente exigente. San Pedro en


su primera carta 2,1, nos recuerda que debemos "rechazar toda
malicia y todo engaño, hipocresías, envidias y toda clase de
maledicencias".

a) Falso testimonio y perjurio.

Mentir públicamente es muy grave y cuando se hace bajo


juramento se llama perjurio. Estas maneras de actuar contribuyen
a condenar a un inocente, dañando su reputación, a la que todos
tenemos derecho.

b) Juicio temerario.

Caemos en este pecado cuando admitimos aunque sea


tácitamente, un defecto del prójimo sin fundamentos suficientes.

c) la maledicencia.

Es lo que vulgarmente se llama chisme, o sea, divulgar sin


necesidad, faltas o defectos de otros a personas que los ignoran.

d) La calumnia.

Mentir respecto a la reputación de otros, dando lugar a juicios


falsos en aquellos que la escuchan.

e) Adulación.

Toda palabra o actitud que alienta y confirma a otro en la malicia


de sus actos viene a ser una falta grave si se hace cómplice de
vicios o pecados graves. La adulación podría ser pecado venial si
tan solo se desea hacerse grato, evitar un mal u obtener ventajas
legítimas.

f) Vanagloria o jactancia.
Resultado del pecado de orgullosos, la vanagloria es nuestra
tendencia a "apantallar" a los demás. Faltamos a la objetividad
atribuyéndonos cualidades o logros que no tenemos.

g) La mentira.

Es la ofensa más directa en contra de la verdad. Consiste en


decir falsedad con intención de engañar. Cristo el Señor denuncia
la mentira como una obra diabólica: "El demonio es mentiroso y
padre de la mentira" (Jn.8,44).

Mentir es hablar o actuar para inducir a otro al error, violando el


derecho que tiene de conocer la verdad. La mentira ofende el
vínculo fundamental del hombre y de su palabra con Dios.

La Gravedad de la Mentira.

No todas las mentiras son pecados mortales. Podemos medir su


gravedad si consideramos la naturaleza misma de la verdad que
se deforma, las circunstancias, la intención del que la comete y
los daños que resultan de la mentira. Puede ser mortal cuando
lesiona gravemente las virtudes de la justicia y la caridad.

-La mentira es una violación a la veracidad y una violencia hecha


a los demás, que tienen derecho de conocer la verdad.

-La mentira es funesta para la sociedad: socava la confianza


entre los hombres y rompe el tejido de las relaciones sociales.

-La mentira degenera en DEMAGOGIA e induce a los ciudadanos


a no creer en sus gobernantes, viviendo en la desconfianza y
"falta de credibilidad", de la cual tanto nos lamentamos.

Responsabilidad de los Medios Masivos de Comunicación.

La sociedad tiene derecho a una información fundada en la


verdad, la libertad, la justicia y la solidaridad. Aquellos que tienen
en sus manos la prensa o la televisión deben pues respetar la
veracidad de lo que comunican y en cuanto al modo, salvar
siempre la justicia y la caridad, la dignidad del hombre y sus
derechos legítimos.

Nada puede justificar el recurso a falsas informaciones para


manipular la opinión pública. Igualmente no es lícito recurrir al
"amarillismo" escandaloso para conseguir más ventas, más
público. Evidentemente la pornografía impresa o televisiva,
además viola el Sexto Mandamiento.

Los usuarios de los medios masivos de comunicación han de


formarse una conciencia clara y recta para resistir decididamente
las influencias demagógicas, corruptoras y desorientadoras que
abundan por desgracia.

Es insultante la manera cómo partidos políticos, dependencias


oficiales, empresas privadas, etc., adulteran estadísticas,
acentúan aspectos de un hecho según sus conveniencias, o
callan mañosamente otros para manejar a su antojo a un pueblo
en su mayoría cándido, crédulo y acrítico.

Ejemplo de esto lo tenemos en la cifra que se da respecto a las


madres que mueren por abortos clandestinos para lograr la
legalización de ese crimen. O en los Estados Unidos al decir que
los homosexuales son el 10% de la población (en realidad no
llegan a 2 ó 3%) para presionar al gobierno a reconocer" sus
derechos". Con todo cinismo aumentan ceros según sus
conveniencias. La mentira difundida por los medios masivos de
comunicación es así un pecado de proporciones diabólicas.

CONCLUSION.

Es tal la difusión de la mentira en nuestro medio, que ya no


podemos creer en el gobierno, en los medios de comunicación,
en las amistades, en los parientes. El demonio, padre de la
mentira, parece haberse adueñado de nuestra "Sociedad
cristiana". En muchos casos estamos inclinados a creer
exactamente lo contrario de lo que escucharnos.

El Octavo Mandamiento sigue siendo, pues, de una urgencia


básica entre nosotros:
- A nivel público, para
recuperar la credibilidad, la
confianza en aquellos que
nos gobiernan.

- A nivel profesional, para


poder hacer tratados,
contratos, transacciones
honestas y confiables.

- En el mundo del comercio


para dejar de ofrecer "ofertas
fabulosas" y "calidad de
primera" con todo dolo.

- Los medios de
comunicación deben ser
objetivos y veraces.

- Los que trabajan en la Salud


Pública, sobre todo los
ginecólogos, deben informar y
tratar honestamente a las
madres, abandonando
consignas antinatalistas que
dañan la salud tanto de ellas
corno de los niños
concebidos o por concebir.

- En el nivel social, hay que


erradicar toda hipocresía, la
revelación de secretos
confidenciales, la
murmuración, la despiadada
calumnia, etc.

-¿Podremos restaurar la
confianza en los amigos?

- Dentro de las familias, entre


los esposos; los padres con
sus hijos; los hermanos entre
sí: ¿podremos vivir el Sí, sí o
el no, no del Evangelio?

A todos nos toca por igual la obligación de detener y superar esta


nefasta corrupción de la mentira y el engaño. El remedio es
antiguo y siempre nuevo: ¡cumplir el Octavo Mandamiento!

NOVENO MANDAMIENTO

"No desearás la mujer de tu projimo".

Con tan solo dos palabras el Sexto mandamiento regula la


sexualidad humana en su globalidad, pero siendo el Matrimonio la
institución básica de la sociedad, de la cual depende su
existencia misma, Dios lo protege de manera especial con un
nuevo Mandamiento y además Jesucristo lo eleva a nivel
Sacramental. ¡Es importantísimo!

Como en otros Mandamientos que regulan la conducta y las


relaciones del hombre con sus semejantes, está enunciado en
forma prohibitiva y tajante: "No desearás la mujer de tu
prójimo" (Dt..6,21). Al mismo tiempo que aparta a los cónyuges
del adulterio, pretende consolidar la unidad y la fidelidad del
matrimonio.

1. La Unidad indisoluble.

Ya desde el libro del Génesis Dios nos dice: "Por eso deja el


hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer y se hacen
una sola carne" (Gén.2,22-23).

Nuestro Señor Jesucristo recalca esta frase: "El Creador, desde


el principio, los hizo hombre y hembra... Y los dos serán una sola
carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre"
(Mt.19,4-6).

El Catecismo Católico en el número 2364, profundiza el tema


Bíblico y nos enseña: "El matrimonio constituye una íntima
comunidad de vida y amor conyugal, fundada por el Creador y
provista de leyes propias. Esta comunidad se establece con la
alianza del matrimonio, es decir, con un consentimiento personal
e irrevocable (GS 48,1) Los dos se dan definitiva y totalmente el
uno al otro. Ya no son dos, ahora forman una sola carne. La
alianza contraída libremente por los esposos les impone la
obligación de mantenerla una e indisoluble".

2. La Fidelidad Conyugal.

El Apóstol San Pablo, en un texto clásico de su carta a los


Efesios, invita a los casados a perfeccionar su amor con la
consideración de que el matrimonio cristiano es nada menos que
figura del amor de Cristo por la Iglesia: "Los maridos deben amar
a sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que ama a su
mujer se ama a sí mismo. Porque nadie aborreció jamás a su
propia carne; antes bien la alimenta y la cuida con cariño, como
Cristo a la Iglesia... ¡Gran misterio es este!"

La fidelidad expresa la constancia en el mantenimiento de la


palabra dada. Dios es fiel. El Sacramento del Matrimonio hace
entrar al hombre y a la mujer en el misterio de la fidelidad de
Cristo para con su Iglesia. Por la castidad conyugal dan
testimonio de este misterio ante el mundo. (2365)

Ante las múltiples ideas de los no creyentes y lamentablemente


difundidas por la gran fuerza persuasiva de "artistas" y "personas
públicas", a través de los medios masivos de comunicación, la
Iglesia de Dios, que tutela el cumplimiento de sus preceptos,
sostiene y seguirá sosteniendo con toda firmeza y seguridad, que
el amor legítimo y verdadero, no está sujeto tan solo al antojo
humano, tan inestable, ni tampoco determinado por leyes civiles.
Es Dios el autor del Matrimonio y por lo tanto es sagrado,
indisoluble, intocable. El amor es de Dios, viene de Dios, necesita
a Dios y lleva a Dios. Lo vive la pareja humana, pero no debe
separarlo de la Ley Divina. ¡Lo que Dios ha unido, no lo separe el
hombre!

3. La Fecundidad Conyugal.

Ya hemos dicho al tratar el Sexto Mandamiento, que la unión


sexual es naturalmente procreativa y que no es lícito recurrir al
uso de los medios artificiales anticonceptivos. Quede bien claro
que usarlos es pecado.

"La fecundidad es un don, un fin del matrimonio, pues el amor


conyugal tiende naturalmente a ser fecundo. El niño no viene de
fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos; brota del corazón
mismo de ese don recíproco, del que es fruto y cumplimiento. Por
eso la iglesia, que está a favor de la vida, enseña que todo acto
matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida. Esta
doctrina muchas veces expuesta por el Magisterio, está fundada
sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el
hombre no puede romper por su propia iniciativa, entre los dos
significados del acto conyugal: el significado unitivo y el
procreador". (2366)

En contra de las terribles presiones difundidas por los medios de


comunicación, parte de un colonialismo sociopolítico, que han
impactado fuertemente las conciencias, la Iglesia defiende la
moralidad conyugal y al tratar de la regulación de la natalidad,
tiene una doctrina bien definida que es preciso estudiar con
cuidado para poder espaciar los nacimientos con razones
justificadas y sin ofender a Dios ni estropear la dignidad del
Matrimonio.

La fecundidad de los Matrimonios, por otra parte, no puede


medirse tan solo en términos temporales o terrenos. Sabemos
perfectamente que cada niño concebido tiene un alma inmortal y
en Cristo está destinado a la vida eterna en la Gloria. Cada hijo
del matrimonio es también hijo de Dios por el Bautismo. La santa
fecundidad de los cónyuges, hace ciudadanos del Cielo. El
documento Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II lo expresa
muy bellamente:

"Sea claro a todos que la vida de los hombres y la tarea de


transmitirla, no se limita sólo a este mundo y no se puede medir
ni entender sólo por él, sino que mira siempre al destino eterno
de los hombres" GS 51,4. (2371)

Al dar vida a un niño no se trata de darle en esta vida todo lo


necesario para que sea lo más feliz que se pueda, cosa siempre
incierta y discutible, sino que hay que hacerlos participar ya
desde ahora, por los Sacramentos, de la Vida Divina que Dios
nos comunica por la Gracia, para que al término de su vida
mortal, llenos de méritos sobrenaturales, lleguen a la presencia y
gozo de Dios por toda la eternidad. Engendrar hijos sin educación
cristiana, sería echar carne al Infierno... ¡Valiente fecundidad!

EL MATRIMONIO ES UN SACRAMENTO.

Las Leyes de la Iglesia están basadas totalmente en la Sagrada


Escritura y consignadas en el Código de Derecho Canónico,
constituyendo una portentosa legislación válida y obligatoria para
todos los fieles seguidores de Cristo.

En su número 1055 define al Matrimonio Católico de la siguiente


manera: "La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer
constituyen entre sí un consorcio, ordenado por su misma índole
natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de
la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de
Sacramento entre bautizados".

Con una precisión asombrosa, palabra por palabra, nos ubica en


la realidad maravillosa del amor y de la Gracia. La Iglesia y todas
las sociedades cultas han descubierto el Matrimonio como el eje,
el baluarte, la justificación y dignificación de las relaciones
sexuales del hombre y de la mujer.

Sólo en el Matrimonio - y no antes ni fuera de él se cohonestan


estas relaciones. Son tan importantes las relaciones conyugales,
unen tanto a la pareja, generan hijos para Dios, dan tanta
felicidad, que Cristo las santifica y diviniza.

Al amor humano, que puede ser tan banal, tan frágil (somos
pecadores), lo convierte en canal de Vida Divina al instituirlo
como Sacramento. Dios entra en la relación de la pareja,
uniéndola El mismo: el mutuo consentimiento de los esposos, es
precisamente la fórmula que Dios emplea para unirlos "hasta que
la muerte los separe". "Lo que DIOS ha unido (no tan solo las
palabras humanas) no lo separe el hombre". ¡Maravillosa
realidad!

El DIVORCIO.
Ante la luz de este principio inconmovible, regulador del
Matrimonio, ¿qué se debe pensar y se debe decir del divorcio?

No podemos negar la realidad de que la vida conyugal en muchos


casos es sumamente difícil. Todas las ilusiones, todas las
palabras y los actos del noviazgo, parecen esfumarse ante las
dificultades concretas de la vida matrimonial. Puede llegar el
momento en que la vida unidos sea insoportable. Cuando los
discípulos le preguntaron a Jesucristo acerca de este asunto (Mt.
19,3-11) y recibieron la tajante respuesta condenando las
segundas nupcias de los divorciados, con gran realismo algunos
de ellos comentaron "Si esa es la condición del hombre con la
mujer, más vale no casarse..."

La Iglesia no puede pasar por encima de la Ley Divina. Nunca


aceptará el divorcio entendido como la liberación del compromiso
y vínculo matrimonio¡. La fidelidad de la Iglesia a esta doctrina
impidió al Papa liberar al rey de Inglaterra, Enrique VIII de su
legítima esposa, Catalina de Aragón, para que pudiera unirse a
Ana Bolena, aún bajo la amenaza de separar a toda Inglaterra de
la Iglesia de Roma. ¡Es la triste historia del inicio de la iglesia
Anglicana!

Sin embargo nuestras leyes, el Derecho Canónico, en su número


1151, contempla la necesidad de la SEPARACION FISICA,
manteniendo el vínculo matrimonial, cosa muy distinta de lo que
se entiende por divorcio.

"El Divorcio es una ofensa grave a la ley natural. Pretende romper


el contrató, aceptado libremente por los esposos, de vivir unidos
hasta la muerte. El divorcio atenta contra la alianza de Salvación
de la cual el matrimonio sacramental es un signo. El hecho de
contraer una nueva unión, aunque sea reconocida por la ley civil,
aumenta la gravedad de la ruptura: el cónyuge casado de nuevo
se halla entonces en situación de adulterio público
y permanente". (2384)

¿Cómo puede justificarse la separación de los esposos? ¿En


algún caso pueden casarse de nuevo?

La respuesta más objetiva debe tomar en cuenta tres casos


distintos:
1. ¿Se trata de esposos legítimos?

Puede suceder que habiéndose celebrado la ceremonia nupcial,


por algún motivo nunca llegó a consumarse el matrimonio o bien
que hayan faltado elementos esenciales en el proceso canónico
para que el matrimonio haya tenido validez.

El Derecho Canónico contempla varios casos que hacen


automáticamente inválido el matrimonio, por ejemplo, que uno de
los contrayentes, se haya casado eclesiásticamente con
anterioridad, cosa que se da a menudo a pesar de las
investigaciones prudentes de cada caso. El primer matrimonio es
el verdadero y el segundo no pasó de ser una ceremonia
sacrílega e inválida, aunque los dos "contrayentes" hubieren
estado de acuerdo en el engaño.

2. ¿Se trata de esposos legítimos pero la separación no lleva


al adulterio a ninguna de las partes?

Si no tienen hijos, o estos ya son independientes, pueden obtener


la autorización de la Iglesia para separarse. Históricamente se ha
dado el caso, por ejemplo, de que en ambos, habiendo cumplido
ya sus deberes familiares, optan por la Vida Religiosa y se retiran
cada quien a su convento. Si se tienen hijos pequeños, aún por
educar, su responsabilidad por ellos les impide la separación.

3. ¿Se trata de esposos legítimos y la separación lleva a otra


unión, o sea al adulterio?

El Evangelio de San Mateo nos ilustra tajantemente acerca de lo


ilícito y pecaminoso de "segundas nupcias". Si el cónyuge
inocente, abandonado de la otra parte, permanece en castidad,
no incurre en ninguna sanción eclesiástica.

"Divorcios Eclesiásticos"

Tomando en cuenta los casos antes citados, ¿cómo entender los


casos matrimoniales que se dicen "arreglados" por la Iglesia?

Todo depende de una muy importante y esencial distinción: Si el


Matrimonio fue desde el principio válido o si por algún motivo fue
inválido y no hubo realmente Sacramento del Matrimonio a pesar
de la ceremonia.

En sus tribunales eclesiásticos, la Iglesia estudia muy seriamente


los casos que se presentan, tomando declaraciones
juramentadas de los "esposos" y de testigos fehacientes. El
Derecho Canónico contempla varios casos en los cuales no pudo
haber sacramento a pesar de la ceremonia y se limita tan solo a
declarar la nulidad de esa unión. La Iglesia no tiene poder para
divorciar a nadie y tampoco para anular un Sacramento, como
vimos en el caso de Enrique VIII.

Si no hubo Sacramento, si la ceremonia fue nula, los


demandantes son libres para casarse nuevamente. En caso
contrario, permanecen unidos hasta que la muerte los separe.

Atractivo Atávico de las Bodas Religiosas

Muchos casos se dan continuamente de personas casadas pero


divorciadas civilmente, que intentan casarse otra vez "por la
Iglesia". Desean revestir su adulterio con ropajes religiosos y
recurren a toda clase de mentiras y artimañas para lograrlo.
Intentan hasta el soborno de los sacerdotes para salirse con la
suya.

Aveces todos los involucrados saben del fraude sacrílego: novios,


padres, parientes, etc... No se resignan a prescindir de una
ceremonia religiosa, aunque saben perfectamente que todo es
falso. ¿A quién quieren engañar? El autor del Matrimonio es Dios
y al El nadie lo engaña. Podrán salirse con la suya, pero
ciertamente los espera el juicio divino al final de sus días.

Sacerdotes "Comprensivos y Modernos"

Tampoco faltan los sacerdotes que ante ciertos casos de


adulterio se atreven a "bendecir" la unión adulterina, en contra de
todas las leyes de la Iglesia. ¡Dios los perdone! No fueron
capaces de oponerse al pecado y se dejaron doblegar por una
falsa compasión.

Evidentemente hay casos dolorosísimos, pero no se pueden


conculcar los Mandamientos de Dios. Juan el Bautista dio la vida
heroicamente denunciando el incesto de Herodes ¡y eso que no
estaba unido sacramentalmente!

CONCLUSION

Si en algún momento de la humanidad ha habido una urgencia


extrema de obedecer los Mandamientos Sexto y Noveno de la
Ley de Dios, estos son los tiempos. Totalmente en contra de la
corriente mundana, debemos proclamar su tremenda actualidad y
educar a los niños y jóvenes en a pureza. No basta, como
estamos comprobando, la mera instrucción sexual: es necesaria
toda una formación en la castidad, en el amor y temor de Dios,
para que puedan sobrevivir en la ola de lujuria que invade todo.

No podemos jugar con la sexualidad humana. La misma


existencia de la especie humana depende de ella. Ahora que nos
preocupamos tan seriamente por la ecología de nuestro planeta,
pensemos que estos dos Mandamientos Divinos, son los más
ecológicos que pueda haber. Si debemos salvar delfines,
ballenas, lobos y pájaros, ¡con cuanta más razón debemos
salvarnos a nosotros mismos!

DECIMO MANDAMIENTO

"No codiciarás las cosas ajenas".

La Ley de Dios no tan solo nos prohibe la Malas acciones, sino


también intenta arrancar la raíz de ellas: los malos deseos del
corazón humano. Ya el Señor Jesús advirtió: "Del corazón
proceden los malos deseos, asesinatos, adulterios, inmoralidad
sexual, robos, mentiras, chismes..." (Mt. 15, 19).

Así como están íntimamente ligados el Sexto y el Noveno


Mandamientos, que no sólo prohiben los actos de fornicación sino
también los mismos deseos, del mismo modo están unidos los
Mandamientos Séptimo y Décimo. Si el Séptimo nos dice
tajantemente "NO ROBARAS", el Décimo por su parte extrae de
raíz el pecado del hurto al prohibirnos aún el codiciar las cosas
que no nos pertenecen.

El Noveno Mandamiento prohibe la codicia carnal y el Décimo


desdobla y completa al Noveno al prohibir la codicia del bien
ajeno, que viene siendo la raíz del robo, de la rapiña y el fraude,
ya prohibidos por el Séptimo.

La codicia tiene su origen, como la fornicación, en una especie de


idolatría que nos hace poner las cosas por delante de Dios. Si del
corazón humano salen todos los pecados, podemos decir que los
Mandamientos Noveno y Décimo, resumen todos los preceptos
de la Ley.

El desorden de la concupiscencia

El apetito sensible nos impulsa a desear las cosas agradables


que no poseemos. Deseamos comida cuando tenemos hambre o
calentarnos cuando tenemos frío y estos deseos evidentemente
no son malos, sino todo lo contrario. Pero sucede con frecuencia
que los deseos no guardan la medida de lo razonable y nos
empujan a codiciar injustamente lo que no es nuestro.

No a la avaricia.

La avaricia es el deseo desordenado de poseer bienes terrenos.


Es la pasión por TENER. La riqueza proporciona seguridad,
comodidades, lujos y sobre todo poder. Llevado por la avaricia, el
hombre es capaz de dañar al prójimo tanto en sus bienes como
en sus personas, La Biblia nos dice en el libro del Eclesiástico
(Sirácides): "el hombre de mirada codiciosa es un malvado que
aparta los ojos y desprecia a las personas. El ambicioso no está
contento con lo que tiene, la injusticia mala seca el corazón" (Si.
14,8-9).
San Pablo en su primera carta a Timoteo le advierte de la
siguiente manera: "Los que a toda costa quieren hacerse ricos,
sucumben a la tentación, caen en las redes del demonio y en
muchos afanes inútiles y funestos, que hunden a los hombres en
la ruina y la perdición. Porque la raíz de todos los males es el
afán del dinero y algunos, por dejarse llevar de él, se han
desviado de la fe y se han visto agobiados por muchas
tribulaciones". (1 Tim.5,9-10)

Evidentemente no quebranta este Mandamiento el que desea


adquirir algo de otra persona por medios justos. Pero peca el
comerciante, por ejemplo, que desea una escasez o carestía para
poder elevar los precios, o bien un médico que deseara una
epidemia para tener pacientes.

No a la envidia

El Décimo Mandamiento exige también desterrar del corazón la


envidia, que puede llevar a cometer las peores fechorías. Fue la
causa del primer crimen de la historia, la muerte de Abel a manos
de su hermano Caín (Gén.4,8).

La envidia es el pecado capital que manifiesta tristeza ante el


bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo aunque sea
de forma indebida. Cuando desea al prójimo un grave mal, es
pecado mortal. Es rechazo total de la caridad y el bautizado debe
luchar contra la envidia con la virtud de la benevolencia, que es el
desear el bien al prójimo, aunque éste fuera un enemigo. La
envidia procede a menudo del orgullo. El bautizado debe
esforzarse por adquirir la virtud de la humildad, base de muchas
otras virtudes.

Poderoso caballero es don dinero" reza un dicho popular. El


poder irresistible del dinero y la avidez irrefrenable del "tener
más", deben verse como causas de ese "juego sucio" del
enriquecimiento inexplicable de tantos ambiciosos implacables,
capaces de cualquier cosa: "movidas", "trinquetes',"
"concesiones", "financiamientos", "lavado de dinero" y toda clase
de trampas y extorsiones, de palancas e influencias. Una vez
adormecida la conciencia, acostumbrados al dolo, los lleva a
cometer infames injusticias tanto particulares como sociales.
 

La pobreza de corazón.

En contraste total con la ambición y la codicia, el Señor Jesús nos


habla del desprendimiento de las cosas terrenas: "No reunáis
tesoros aquí en la tierra; acumulad tesoros en el cielo" (Lc.6,19-
20). A sus discípulos los exhorta a preferirle a El por encima de
todo: "Cuál quiera de ustedes que no renuncie a todo lo que
tiene, no puede ser mi discípulo" (Lc. 14,33).

Así pues, el precepto del desprendimiento de las riquezas es


obligatorio para entrar en el Reino de los Cielos.

El documento Lumen Gentium del Concilio Vaticano II en su


número 42 nos dice: "Todos los cristianos han de
orientar rectamente sus deseos para que el uso de las cosas de
este mundo y el apego a las riquezas no les impidan, en contra
del espíritu de pobreza evangélica, buscar el amor perfecto".

Cuando el Señor nos dice: "Bienaventurados los pobres en el


espíritu" (Mt.5,3), matiza magníficamente el asunto de la pobreza
y la riqueza. La pobreza no es una virtud por sí sola, como la
riqueza no es pecado automáticamente. Podemos ser pobres
codiciosos y envidiosos o ricos magnánimos y desprendidos. El
secreto de la bienaventuranza radica en el desprendimiento
interior de lo que poseamos, sea poco o mucho. Ni es santo el
pobre por ser pobre, ni es maldito el rico por serio: lo que Cristo
nos pide es ser libres interiormente de las riquezas propias o
ajenas.

Tenemos que decir, sin embargo, que la riqueza es tan


agradable, tan apetecible, que representa un peligro tremendo.

El Señor se lamenta de los ricos porque encuentran su consuelo


en la abundancia de sus bienes: "¡Pobres de ustedes los ricos,
porque tienen ya su consuelo!" (Lc. 6,24).

"El orgulloso busca el poder terreno, mientras que el pobre en el


espíritu, busca el Reino de los Cielos" nos dice San Agustín. El
pobre espiritual se abandona a la Providencia Divina, libre de las
inquietudes por el mañana, mientras que el codicioso, basa su
seguridad en sus riquezas, que no podrán comprarle la Vida
Eterna. La confianza en Dios dispone a la bienaventuranza de los
pobres: ellos verán a Dios.

La Propiedad Privada.

Cada día es más claro que aun que es legítima la propiedad


privada, tiene sin embargo un valor relativo. En un extremo
absoluto inaceptable está la frase famosa del sociólogo Joseph
Proudhon: "La propiedad es un robo". Y por el otro lado la
Doctrina Social Católica afirma con Juan Pablo II que "la
propiedad tiene una función social y sobre ella grava una hipoteca
social" (Documentos de Puebla 1224)

La Iglesia, inspirada en la pobreza de Cristo y en las sugestivas


afirmaciones de su Evangelio, siempre ha considerado como una
virtud característica del cristiano, la caridad, por la cual, el que
tiene más, debe preocuparse por los más pobres y compartir con
ellos sus bienes.

La historia de la Iglesia abunda en estos hechos. En nuestra


patria, por ejemplo, toda la beneficencia pública estaba en manos
de la Iglesia durante la colonia. Por las llamadas leyes de
reforma, hubo que empezar de nuevo y ahora tenemos la
Comisión Episcopal de Pastoral Social (CEPS), con domicilio en
Tintoreto 106, en la colonia Ciudad de los Deportes en la Ciudad
de México, D.F., cuya misión es encausar los donativos anónimos
de los católicos para impulsar obras de maravilloso contenido
social. Es la manera inteligente y humilde de ejercer la caridad
con los pobres.

La pobreza y más aún la miseria de los que viven una vida


infrahumana, nos interpela en dos niveles:

a) Socialmente: somos todos miembros de la gran comunidad


humana, somos solidarios a nivel planetario. "Nada humano
puede serme ajeno" exclamó un poeta clásico. El bien de mis
semejantes me obliga a ser participativo. Millones de dólares se
destinan a defender perros callejeros, focas blancas o ballenas
azules, mientras miles de seres humano mueren de hambre en
Africa.

b) Como Cristianos: Somos hijos de Dios, hermanos en Cristo.


Lo que hagamos en provecho de un pobre, lo hemos hecho al
mismo Jesucristo (Mt.25, 40).

El sentido cristiano busca superar al imperativo de la mera


justicia, con la libre, atrayente y conquistadora suavidad de la
caridad cristiana.

Está muy bien que la ley proteja la propiedad privada, pero está
mejor que el Evangelio, perfeccionamiento de toda ley, nos
convenza, como cristianos, que:" nadie podrá tener algo
sobrante como propio, mientras un hombre-hermano,
carezca de lo necesario..."

Cortesía de http://www.laverdadcatolica.org
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL

 
Vigencia y actualidad de los Diez
Mandamientos
 

Aurelio Fernández
Cfr. Moral especial
Rialp, Madrid 2000, capítulo I.

Los Diez Mandamientos expresan no sólo el plan de Dios


acerca de cómo ha de conducirse el ser humano, sino que le
ofrece la certeza de que esos preceptos protegen y valoran su
libertad. Consecuentemente, no representan un peso que le
resta autonomía, sino que responden al ser mismo del hombre
y de la mujer. Por ello, su cumplimiento es la garantía de que la
persona humana alcanzará su propia perfección y con ella la
felicidad a la que aspira.

Relación de la Moral Fundamental con la Teología


Moral Especial

Es común que todas las ciencias se dividan en dos


partes: Fundamental y Especial. Como es lógico, ambas se
complementan mutuamente. La Fundamental trata de exponer
los principios sobre los que se asienta la asignatura, mientras
que la Especial estudia los temas propios de cada saber. Sin
los principios que expone la Fundamental, la Especial
carecería de base o de fundamento. Sin la parte Especial, que
ofrece las materias sobre las que versa tal ciencia, la
Fundamental no lograría introducirse en la temática propia de
la asignatura.

Lo mismo acontece con la Teología Moral. En el tratado


de Moral Fundamental se exponen los principios o
fundamentos del actuar ético de la persona, con el fin de
obtener criterio para juzgar cuándo sus actos pueden ser
calificados de "buenos" o "malos". En la Moral Especial se
estudian y desarrollan la materia y los temas concretos en los
que el hombre y la mujer han de vivir moralmente; o sea, se
considera cómo, dónde y en qué ámbitos concretos de su
existencia la persona ha de practicar el bien y evitar el mal.

Conforme a ese esquema, en el volumen Moral


Fundamental hemos expuesto los siguientes temas: Modo de
integrar la Moral en el campo de la Teología. También
estudiamos los fundamentos de la moralidad y las cuatro
columnas sobre las que se asienta el actuar ético del hombre:
la libertad, la conciencia, la norma o ley moral y las fuentes de
la moralidad. Estos temas ?junto con los dos efectos de la vida
moral: la virtud y el pecado, constituyen los diez temas que se
enuncian en el Índice de la Teología Moral Fundamental de
esta misma Colección de "Iniciación Teológica" [Cfr. A.
FERNÁNDEZ, Moral Fundamental. Ed. Rialp. Madrid 2000, 201
pp.]

Ahora bien, dado que el hombre y la mujer deben actuar


éticamente y que sus acciones pueden ser buenas y malas,
cabe preguntar: ¿Qué ámbitos de su vida caen bajo el juicio
moral, de forma que podamos calificarlos como éticamente
"buenos" o, al contrario, cabe juzgarlos como "malos"? ¿Cómo
estudiar el actuar de la persona de modo que podamos deducir
con claridad la bondad o malicia de sus acciones? La
respuesta a estas y otras preguntas constituye el objeto de
la Moral Especial. Ahora bien, el estudio de estas cuestiones
puede hacerse desde ángulos ópticos diversos, por lo que, a lo
largo de la historia, ha dado lugar a tres modelos distintos de
estructurar los contenidos de esta asignatura.

Diversos modelos de exposición de la Teología Moral


Especial

Como queda consignado en la Moral Fundamental, la


Teología Moral es una asignatura nueva en la historia de la
Teología. Desde el inicio de la teología como ciencia, la
Teología Dogmática y la Teología Moral se han estudiado
juntas, formando una perfecta unidad. Los temas de uno y otro
tratado se sucedían en los libros, con método idéntico, si bien
con las diferencias que demandaba cada tema, bien fuese una
verdad a creer (Dogma) o se tratase de una conducta a
vivir (Moral).
Pero la Teología Moral se separó de la Teología
Dogmática y constituyó una ciencia nueva en el comienzo del
siglo XVII, exactamente en el año 1600. Las razones son
varias. Cabe reducirlas a dos: Primera, era necesario iluminar
más de cerca la conducta de los cristianos con el fin de que
supiesen con claridad qué acciones eran buenas y cuáles
debían calificarse de malas. Segunda, se imponía elaborar una
teología moral menos teórica y más práctica, que ayudase a
los sacerdotes a instruir y orientar a los fieles en el
confesionario.

Conforme a esa doble finalidad, los primeros autores


optaron por dos sistemas distintos. Unos estructuraron los
contenidos de la doctrina moral sobre el esquema del
Decálogo; es decir, explicaban los Diez Mandamientos. Otros
eligieron el modelo de las virtudes; o sea, expusieron la
doctrina moral en torno al estudio de las tres virtudes
teologales (fe, esperanza, caridad) y de las cuatro virtudes
cardinales (prudencia, justicia, fortaleza, templanza).

Ambos sistemas, como es lógico, tienen ventajas e


inconvenientes. El método del desarrollo de la Teología Moral
bajo el esquema de los Diez Mandamientos tiene su origen en
la Biblia: así se recogen en las Tablas de la Ley entregadas por
Dios a Moisés (Ex 20,1-17). Al mismo tiempo, el enunciado del
Decálogo ofrece un método fácil, pues sobre los Diez
Mandamientos se puede articular el conjunto de las normas
morales con las que el hombre se encuentra en su existencia.

Por su parte, la sistematización de la Teología Moral en el


esquema de las virtudes tiene también una larga tradición:
Enlaza con Aristóteles, que fue el primer filósofo de Occidente
que escribió diversos tratados filosóficos de la Ética y lo hizo en
torno a los hábitos o virtudes. Este mismo método es seguido
por Santo Tomás de Aquino, que elaboró el primer tratado de
Teología Moral estudiando cada una de esas siete virtudes
[Santo TOMÁS de AQUINO, Suma Teológica II-II, qq. 1-170].

Junto a las ventajas cabe también enunciar las


limitaciones de estos dos modelos de Teología Moral Especial.
El esquema de los Mandamientos tiene dos dificultades que es
preciso obviar: Primera, se corre el riesgo de quedarse en los
enunciados éticos del A.T. sin recoger la abundante doctrina
del mensaje moral predicado por Jesús. Segunda, este
esquema puede acentuar el aspecto normativo que encierra el
término "mandamiento", lo que daría lugar a una moral legalista
y jurídica en exceso. Y es sabido, que la sensibilidad actual
rehuye una moral excesivamente sometida a normas. Es cierto
que tal dificultad es fácilmente subsanable, puesto que también
la Biblia comparte esta sensibilidad. El hecho es que la moral
del N.T. -aun contando con verdaderos preceptos morales-
tiene en cuenta y de modo preferente la libertad del hombre, al
que Jesucristo alienta para que se decida por el bien de un
modo voluntario y libre.

Por su parte, también la Teología Moral que se desarrolla


en el estudio de las virtudes puede evocar en exceso la ética
pagana de Aristóteles, lo cual corre el riesgo de no contemplar
suficientemente algunas virtudes típicamente cristianas, como
es la humildad. A su vez, el esquema de las virtudes podría
inducir a una moral excesivamente sometida a costumbres.
Este defecto se puede obviar si se tiene en cuenta que la
psicología actual ?y con ella, también la ciencia moral- vuelve a
descubrir la importancia de que la persona desarrolle actitudes
fundamentales, que le lleven a actuar conforme a modos
constantes de acción, o sea, que desarrolle hábitos buenos, lo
cual es, precisamente, lo que define a la "virtud".

Estos dos modelos se desarrollaron a lo largo de cuatro


largos siglos y aún hoy ambos tienen plena vigencia. Pero,
actualmente, algunos teólogos optan por una tercera
sistematización: tratan de iluminar éticamente la vida concreta
del hombre y de la mujer. En consecuencia, desarrollan los
temas de la Teología Moral Especial siguiendo este esquema:
"Moral de la Persona", en la cual integran las relaciones del
hombre con Dios, los temas de la familia y del matrimonio, a los
que añaden el amplio campo de la sexualidad y de la bioética.
Y la "Moral Social", que estudia las dimensiones sociales,
económicas y políticas de la vida del creyente, incluidas las
instituciones sociales y las leyes que regulan la convivencia.

Es claro que estos tres modelos ?cada uno con sus


ventajas e inconvenientes- son aptos para desarrollar los
contenidos doctrinales que deben figurar en el Índice de un
manual de Teología Moral Especial. Aquí, por su facilidad,
hemos optado por el esquema de los Diez Mandamientos.
Pues, a las ventajas arriba señaladas, es el método elegido por
el Catecismo de la Iglesia Católica, el cual puede servir de guía
a los lectores de este manual. Al mismo tiempo, se ha
procurado evitar los inconvenientes arriba señalados. Y, en un
afán de síntesis, hemos aprovechado las ventajas de los otros
dos modelos para asegurar un desarrollo de la Moral Especial,
breve en exceso, pero lo más completo posible.

El misterio de la llamada a la comunión de los


hombres con Dios y entre sí y su realización práctica

Lo más importante no es el modelo a elegir, sino que lo


decisivo es explicar con rigor cómo la moral cristiana pretende
que el creyente logre la plenitud de su vida y, que, al mismo
tiempo, alcance la comunión con Dios y con demás hombres. Y
esto es lo que se pide a la Moral Especial bien se siga el
esquema de los mandamientos o se estudien las virtudes o se
consideren las situaciones normales de la existencia de cada
hombre o mujer. En síntesis, cualquier esquema de un tratado
de Moral Especial ha de alcanzar, simultáneamente, los tres
objetivos siguientes:

Primero. Debe resaltar que la moral católica explica,


satisface y perfecciona la vocación ética de cualquier hombre o
mujer. En efecto, la Moral Especial ha de mostrar que las
exigencias morales no son un añadido a la persona: no son
impuestas por la sociedad, ni por los padres o maestros, ni por
la Iglesia o sus ministros, sino que nacen de la propia vocación
personal, pues el hombre es "un ser moral por naturaleza". Por
ello, es preciso afirmar que las exigencias morales de los Diez
Mandamientos son una dimensión intrínseca de la naturaleza
humana; es decir, no son extrínsecos al ser del hombre, sino
que dimanan de su naturaleza.

Prueba de ello es que una diferencia muy marcada entre el


animal y el hombre (además de la racionalidad y la socialidad)
es el comportamiento moral. El hombre y la mujer orientan su
vida de acuerdo con unas normas éticas; el animal, por el
contrario, se conduce por el instinto. Por eso, como escribió
Aristóteles, "el hombre es el mejor de los animales cuando vive
la ética y el peor animal cuando se guía por el instinto"
[ARISTÓTELES, Política I, 1, 20, 1253a.]. Pues bien, la Moral
Especial parte del hecho de que, desde el mismo origen, Dios
ha determinado que el hombre y la mujer deben conducirse
éticamente. Por ello, advirtió a Adán y a Eva que ellos no eran
dueños del "árbol del bien y del mal" (Gn 3,1-5): no debían
comer sus frutos según su antojo; o sea, que no podían
comportarse éticamente de un modo caprichoso y arbitrario.

Como es sabido, bajo este mandato divino, no se oculta un


dominio despótico de Dios sobre la conducta humana, sino que
el texto bíblico quiere expresar, que, dado que Dios ha creado
al hombre y a la mujer, sólo Él sabe y por ello determina lo que
es bueno o malo para ellos. Por eso les advierte: "no hagáis el
mal", porque os deteriora; "haced el bien", pues así mejoraréis
y perfeccionaréis vuestro mismo ser. En consecuencia, la Moral
Especial ofrece al cristiano el conocimiento de aquellas
materias en las que debe actuar el bien y en aquellas otras que
ha de evitar para no cometer el mal. De este modo, la moral
ayuda a la persona a mejorar, a perfeccionarse, a dar gloria a
Dios y así alcanzar, con la ayuda de la gracia, la felicidad
eterna. Al mismo tiempo le da la seguridad de que, cuando el
hombre comete el pecado, se destruye, porque rompe su
unidad interior.

Segundo. La Moral Especial enseña que la conducta


moral facilita que el hombre y la mujer se comuniquen
amistosamente con Dios. Y esa buena conducta posibilita que
vivan en comunión con Él, pues en Dios reconocen su origen,
se orientan a Él como a su fin y se relacionan como un hijo con
su padre. Es evidente que el bien ayuda a la persona humana
a encontrarse en amistad con Dios; por el contrario, el pecado
le aleja de Él. La imagen más plástica es la de Adán y Eva, que
vivían unidos a Dios hasta que cometieron el pecado, y, una
vez que se dejaron seducir por el demonio, se sienten alejados
de Él, no responden a su llamada y se sienten avergonzados
en su presencia.

Tercero. Finalmente, la conducta moral es un elemento


imprescindible para que exista una convivencia armoniosa
entre los hombres. En efecto, es lamentable que, mientras, al
principio, Adán se alegró inmensamente cuando Dios le
presentó a su mujer Eva, y ambos vivían felices en el Paraíso,
una vez que han pecado, los dos se acusan mutuamente. Y es
que el mal moral engendra la desunión y el caos en la
convivencia humana.

En resumen, la vida moral es el ámbito natural en el que la


persona se perfecciona a sí misma, vive en estrecha comunión
con Dios y logra la paz y la concordia entre todos los demás
hombres. Tal es el fruto del cumplimiento de los
mandamientos, o el clima social que se origina cuando se
practican las virtudes, o la situación que se crea en caso de
que el hombre y la mujer se conduzcan rectamente con Dios,
vivan las exigencias éticas en sus mutuas relaciones y se
comporten éticamente en la vida familiar, en el ámbito social,
en las relaciones económicas y en la convivencia política.

Y esta situación descrita no es una mera utopía, pues la


historia testifica que aquellas épocas históricas en las que los
hombres vivieron las exigencias éticas del Evangelio -a pesar
de que nunca ha faltado la aparición del mal-, esos momentos
de la sociedad se distinguen por la armonía que reina en las
múltiples manifestaciones de la vida. Por el contrario, la historia
es pródiga en mostrar no pocos ejemplos de desorden social y
de corrupción de las costumbres, que coinciden siempre que
los hombres descuidan el ejercicio de las virtudes o actúan de
espaldas a lo que prescriben los Diez Mandamientos.

De este modo, el hombre y la mujer alcanzan el fin de la


ciencia moral, que es lograr una vida feliz, lo cual coincide
también con la vocación natural del hombre. En efecto, la vida
moral tiende a que la persona sea feliz, tal como Dios lo ha
dispuesto en su corazón: la felicidad es el fin de la vida
humana. Dios ha creado al hombre para la felicidad y, como
fruto inmediato de la felicidad individual, se origina la concordia
en la convivencia social. Pero, para alcanzar la felicidad
individual y la paz social, el hombre y la mujer deben vivir de un
modo éticamente correcto. Así se expresa el Catecismo de la
Iglesia Católica:

"La bienaventuranza prometida nos coloca ante opciones


morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus
malvados instintos y a buscar el amor de Dios por encima de
todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la
riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en
ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las
técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino sólo en Dios,
fuente de todo bien y de todo amor" (CEC 1723).

Los Diez Mandamientos

Durante la estancia en Egipto y a lo largo del camino hacia


la "tierra prometida", los israelitas se habían comportado de
acuerdo con las viejas tradiciones del pueblo hebreo desde su
inicio con Abraham. Pero, ya en el desierto, recibieron grandes
revelaciones divinas, pues Dios mismo se comunicaba con el
pueblo y dictaba las órdenes convenientes hasta llegar a
Palestina, lugar en el que debían establecerse.

Pues bien, al pié del monte Sinaí, en medio de signos y


señales extraordinarias, Dios se revela a Moisés y le entrega el
Decálogo, que los israelitas denominarán de continuo las "diez
palabras". Esta es la narración, tal como la transmite el Éxodo:
"Entonces pronunció Dios todas estas palabras. Yo, Yavéh, soy
tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de la
servidumbre" (Ex 20,1). A continuación, el texto sagrado
anuncia los Diez Mandamientos. El relato continúa así: "Todo
el pueblo percibía los truenos y relámpagos, el sonido de la
trompeta y el monte humeante" (Ex 20,19). La narración bíblica
finaliza con esta advertencia por parte de Dios: "Dijo Yavéh a
Moisés: Así dirás a los israelitas: Vosotros mismos habéis visto
que os he hablado desde el cielo. No haréis junto a mí dioses
de plata, ni os haréis dioses de oro. Hazme un altar de tierra
para ofrecer sobre él tus holocaustos y tus sacrificios" (Ex
20,22-23).

El pueblo de Israel tuvo siempre presente esta advertencia


de Yahveh y asumió el Decálogo como el código de conducta
moral, al que debía acomodar toda su existencia. La tradición
judía añadirá que Dios mismo escribió esas Diez Palabras "con
su dedo" (Ex 31,18). Y Moisés recuerda al pueblo cómo han
sido escritas por Dios y entregadas a él: "Estas palabras dijo
Yavéh a toda vuestra asamblea, en la montaña, de en medio
del fuego, la nube y la densa niebla, con voz potente, y nada
más añadió. Luego las escribió en dos tablas de piedra y me
las entregó" (Dt 5,22).

Con el Decálogo, Dios cerró la alianza con su pueblo, por


eso al Decálogo se le denomina las "tablas del
Testimonio" (Ex 31,18; 32,15; 34,29). Y como un testimonio
permanente, las dos tablas debían guardarse en el Arca, que
será de "madera de cedro" y "revestida de oro por dentro y por
fuera", y en "derredor", llevará "una moldura también de
oro" (Ex 25,10-16). Asimismo, se prescribe que el Arca debe
ser colocada en medio de la tienda, que hacía de
templo (Ex 40,1-2).

El porvenir del pueblo de Israel está condicionado al


cumplimiento de los Diez Mandamientos: "Si amas a Yavéh y
sigues sus mandamientos vivirás y te multiplicarás; Yavéh tu
Dios te bendecirá en la tierra a la que vas a entrar para tomarla
en posesión" (Dt 30,16-17). Más tarde, los Profetas recordarán
al pueblo las exigencias morales contenidas en estos Diez
Mandamientos (cfr. Jr 7,9; Ez 18,5-9; Os 4,2, etc.).
El Catecismo de la Iglesia Católica comenta esos pasajes en
los siguientes términos: "El Decálogo se comprende ante todo
cuando se lee en el contexto del Exodo, que es el gran
acontecimiento liberador de Dios en el centro de la antigua
Alianza. Las "diez palabras", bien sean formuladas como
preceptos negativos, prohibiciones o bien como mandamientos
positivos (como "honra a tu padre y a tu madre"), indican las
condiciones de una vida liberada de la esclavitud del pecado.
El Decálogo es un camino de vida" (CEC 2057).

La obligación del Decálogo

Los Diez Mandamientos mantienen su valor a través de la


historia del judaísmo y son también válidos para los hombres
de todos los tiempos, especialmente, para los cristianos. Por
eso la Iglesia continúa explicando el Decálogo y urge su
cumplimiento.

La razón fundamental es que sus contenidos éticos


corresponden a las exigencias de la dignidad del hombre. En
efecto, Dios no podía exigir una moral de "máximos" al pueblo
de Israel, que, en aquella época tan primitiva de su historia, no
gozaba de suficiente altura moral. Además, salía de un estado
de esclavitud y debía vivir largo tiempo en el desierto, en unas
situaciones infrahumanas, antes de establecerse
definitivamente en Palestina. Por todo ello, el Decálogo, tal
como está enunciado en el Éxodo, contiene unos preceptos
que, de acuerdo con la terminología posterior, responde a la
denominada "ley natural". Es lo que afirma también el
Catecismo de la Iglesia Católica: "Los diez mandamientos
pertenecen a la revelación de Dios. Nos enseñan al mismo
tiempo la verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve
los deberes esenciales y, por tanto indirectamente, los
derechos fundamentales, inherentes a la naturaleza de la
persona humana. El Decálogo contiene una expresión
privilegiada de la ley natural" (CEC 2070).

Seguidamente, el Catecismo recoge esta cita de san


Ireneo: "Desde el comienzo, Dios había puesto en el corazón
de los hombres los preceptos de la ley natural. Primeramente
se contentó con recordárselos. Esto fue el Decálogo" [San
IRENEO, Contra las herejías 4, 15,1. PG 7, 1012].

En efecto, Dios reveló los Diez Mandamientos, para que el


hombre adquiriese un conocimiento más claro y seguro de los
deberes morales que están de acuerdo con su naturaleza
específica y que responden a su categoría de persona
humana. Por esta razón, resulta normal que Jesús, tanto en su
actuación como en sus palabras, diese testimonio continuo de
la vigencia del Decálogo (cfr. CEC 2076).

Efectivamente, Jesús mismo hace alusión y urge el


cumplimiento de los Diez Mandamientos. Por ejemplo, en el
caso del joven rico. Éste le propone la pregunta ética por
excelencia: "Maestro, ¿qué he de hacer yo de bueno para
conseguir la vida eterna". Y Jesús le responde: "Si quieres
entrar en la vida, guarda los Mandamientos". Seguidamente,
Jesucristo enumera diversos preceptos del
Decálogo (Mt 19,16-19).

En otra ocasión, ante otra pregunta que le hacen los


fariseos acerca de cuál es el mandamiento principal, Jesús
menciona también la doctrina en torno a los Diez
Mandamientos (Mt 22,34-40).
No obstante, Jesús expresa que, aunque Él no ha venido a
destruir la Ley antigua, sin embargo quiere darle pleno
cumplimiento, con el fin de llevarla a la perfección (Mt 5,17). De
acuerdo con esta misión, Jesús, después de predicar las
bienaventuranzas, por cinco veces, propone algunos cambios
que perfeccionan la ley antigua. Así, frente al Decálogo que
prohibía dar muerte al inocente, Jesús condena la simple
injuria e irritación con el hermano (Mt 5,21-26). En cuanto al
sexto mandamiento, Jesús prohibe no sólo el adulterio, sino el
pensamiento contra la virtud de la castidad (Mt 5,27-32). En
contra del juramento prestado sin necesidad, tan habitual en
las costumbres del pueblo, propone el amor a la
verdad (Mt 5,33-37). Como corrección a la ley del Talión que
devolvía mal por mal, Jesús impera devolver bien por
mal (Mt 5,38-42). Finalmente, el "aborrecimiento" al enemigo,
queda condenado, de modo que el cristiano tiene que amar al
amigo y al enemigo (Mt 5,43-48).

Pero los Diez Mandamientos -con estas importantes


reformas que Jesús introdujo- mantienen plena vigencia, de
forma que no se oponen a las virtudes ni a las
bienaventuranzas, sino que más bien se complementan.

a) Los Diez Mandamientos y las virtudes.- Los


Mandamientos son los preceptos que el cristiano ha de cumplir
para llevar una vida de acuerdo con el querer de Dios. Pero,
para ejecutar esas normas éticas, el creyente ha de llevar a
cabo una serie de actos que, repetidos una y otra vez, crean en
él un hábito de actuar conforme a lo preceptuado en cada
mandamiento. Ese hábito es, precisamente, la "virtud", que se
define como "un hábito operativo bueno" [Cfr. Capítulo XIII].
Por consiguiente, "virtud" y "mandamiento" se distinguen, pero
no se oponen, sino que más bien se coposibilitan, pues,
mediante el cumplimiento de los mandamientos, el cristiano
alcanza y logra las virtudes. Asimismo, a quien practica la
virtud le es más fácil cumplir los mandamientos.

b) Los Mandamientos y las bienaventuranzas.- También


se distinguen los Mandamientos y las bienaventuranzas, pues
el Decálogo tiene la fuerza de una imposición moral, mientras
que las bienaventuranzas aluden más bien a las disposiciones
que ha de tener el cristiano para vivir todas las exigencias
morales que se encuentran en los Mandamientos. En este
sentido, mandamientos y bienaventuranzas se perfeccionan
mutuamente, pues se orientan al mismo fin. Igualmente,
mientras los mandamientos vinculan la conciencia, las
bienaventuranzas ofrecen el clima para cumplirlos con
perfección. Así se expresa la doctrina de la Encíclica Veritatis
splendor: "Las bienaventuranzas no tienen por objeto unas
normas particulares de comportamiento, sino que se refieren a
actitudes y disposiciones básicas de la existencia y, por
consiguiente, no coinciden exactamente con los
mandamientos. Por otra parte, no hay separación o
discrepancia entre las bienaventuranzas y los mandamientos:
ambos se refieren al bien, a la vida eterna (...). Las
bienaventuranzas son ante todo promesas de las que también
se derivan, de forma indirecta, indicaciones normativas para la
vida moral" (VS 16).

En este sentido, las bienaventuranzas abren un horizonte


nuevo a la vida moral, pues conducen más directamente a la
imitación de Jesucristo, pues "son una especie de autorretrato
de Cristo y, precisamente por esto, son invitaciones a su
seguimiento y a la comunión de vida con Él" (CEC 16).

Ateísmo. Agnosticismo. Secularismo

El reverso de una existencia cristiana (que consiste en


estar a la escucha de la revelación de Dios y disponerse a
llevar un género de vida conforme a su voluntad) lo constituyen
otros fenómenos culturales nuevos, que se oponen a Dios y no
cuentan para nada con las directrices morales que Dios
propone a los hombres. Son algunos errores modernos, entre
otros, el ateísmo, el agnosticismo y el secularismo.

Ateísmo.- El "a-teo" es quien dice un "no" radical a Dios:


para el ateo Dios no existe. El ateísmo no es un fenómeno
original, sino originado. Es decir, el hombre, tal como se
mantiene en todas las culturas más antiguas, es un ser
religioso, hasta el punto de que entre los datos que la
Paleontología usa para distinguir si se trata de restos humanos
o de un animal, concluye que se trata de un ser humano, si
junto a ellos, se encuentra algún elemento de culto. Y es que,
como se asegura de ordinario tanto en la Filosofía como en las
Ciencias de la Religión, el hombre es un ser esencialmente
religioso.

El ateísmo es además un fenómeno nuevo. Es cierto que


siempre han existido hombres que negaron la existencia de
Dios, pero se trataba de casos aislados. La Biblia recoge este
dato: "Dijo el insensato: no hay Dios" (Salmo 10,4). Pero se
trata, precisamente, del "insensato", o sea, el que no tiene bien
la razón. Incluso, cuando entre los griegos, los epicúreos, por
ejemplo, negaban a Dios, no se trataba de un ateísmo, tal
como hoy se entiende, sino que negaban la existencia de los
dioses que se aceptaban en aquella sociedad pagana y
politeísta.

Pero, modernamente, el ateísmo ha cobrado una especial


fuerza en aquellas naciones que hace siglos aceptaron y
profesaron la fe cristiana. El ateísmo sistemático se inicia con
Nietzsche y se propaga y se justifica en el marxismo,
alcanzando unas dimensiones insospechadas en el siglo XX.
Por eso, el Concilio Vaticano II enseña que "el ateísmo es uno
de los fenómenos más graves de nuestro tiempo" (GS 19). A
continuación, la Constitución "Gaudium et spes" distingue
distintas clases de ateísmo, así como se detiene a enumerar
las causas que los provocan (GS 19-20).

Pero la Iglesia, no sólo lo valora y lo condena, sino que


afirma que en no pocas ocasiones los que niegan a Dios han
de considerarse culpables, dado que los ateos asumen unas
actitudes ante la vida y ante la existencia de Dios que en buena
medida explican el por qué de su negación de Dios: "La Iglesia,
fiel a Dios y fiel a los hombres, no puede dejar de reprobar con
dolor, pero con firmeza, como hasta ahora ha reprobado, esas
perniciosas doctrinas y conductas, que son contrarias a la
razón y a la experiencia humana universal y privan al hombre
de su innata grandeza" (GS 21).

Agnosticismo.- Hoy el ateísmo ha sido sustituido, en


buena parte, por el agnosticismo. Los agnósticos no niegan la
existencia de Dios, sencillamente o afirman que la inteligencia
humana no puede demostrar su existencia (tampoco lo puede
negar con certeza) o, simplemente, prescinden de Dios en su
vida.
El agnóstico adopta una postura fácil. Primero, no tiene
que esforzarse en buscar argumentos que demuestren que
Dios no existe, tal como hacía el ateo. Tampoco recibe la triste
herencia que tienen los ateos, pues la historia del ateísmo tiene
una larga crónica de persecución y de muerte.

Pero el agnosticismo tiene un vicio inicial: su escasa


confianza en la razón. Ahora bien, es preciso invitar al
agnóstico a que haga un uso pleno de su inteligencia, puesto
que no hay derecho a que una generación que ha empleado
tan a fondo la razón para el conocimiento y avance de la
técnica, luego, cuando se refiere al hombre o a los valores
espirituales, concluya que la razón del hombre es impotente
para plantearse los graves problemas en torno al origen y
sentido de la vida humana.

Juan Pablo II pone un gran empeño en que el hombre


moderno descubra la importancia de la razón para conocer la
verdad. Y denuncia ese escaso interés de un sector de la
cultura actual por conocer, de forma que más que ocuparse por
el desarrollo de la razón, se limita a destacar sus limitaciones:
"En lugar de apoyarse sobre la capacidad que tiene el hombre
para conocer la verdad, ha preferido destacar sus límites y
condicionamiento. Ello ha derivado en varias formas
de agnosticismo y de relativismo, que han llevado la
investigación filosófica a perderse en las arenas movedizas de
un escepticismo general" (FR 5).

En efecto, con el agnosticismo se originó el relativismo. El


relativismo se inicia con el conocer y destaca la relatividad de
la verdad. Pero, seguidamente, surgió el relativismo ético,
según el cual, al bien y el mal pierden entidad, de forma que el
bien y el mal se juzgan en razón de la opinión de cada
individuo o en dependencia de las circunstancias en que se
actúa, o que se vive, etc. El relativismo ético es como el cáncer
de la vida moral dado que corroe el sistema de los valores
morales. Así se expresa Juan Pablo II: "Basándose en la gran
variedad de costumbres, hábitos e instituciones que, aunque
no siempre niegan los valores humanos universales, sí llevan a
una concepción relativa de la vida moral" (VS 33).
El relativismo -bien sea metafísico, gnoseológico o ético-
es un mal que daña gravemente la realidad, la verdad y la
convivencia, pues es un mal radical, dado que, si todo es
relativo, nada es importante y decisivo. Por ello, en la cultura
relativista no hay respuestas definitivas para nada; más aún, no
existen cuestiones ni preguntas radicales y tampoco últimas.
En tal situación cultural, desaparecen las certezas y surgen la
zozobra y la angustia, porque el hombre de todos los tiempos
lo que busca es la seguridad, y el relativismo le niega el
fundamento de la existencia y el sentido último de la vida.

Secularismo.- En una época histórica en la que algunos


sectores cualificados del pensamiento se declaran ateos y
otras muchas personas se apuntan al agnosticismo, es normal
que no pocos ámbitos de la cultura de nuestro tiempo intenten
situarse fuera de cualquier influencia religiosa. El secularismo
engrosa ese amplio sector de la vida social, económica, política
y cultural que trata de organizar el mundo y las estructuras
sociales al margen de Dios.

Los Papas Pablo VI y Juan Pablo II denuncian de continuo


este secularismo que pretende que Dios esté ausente de la
vida de los pueblos. Es cierto que en ocasiones hubo ciertas
confusiones entre el ámbito de las cosas de Dios y el orden
temporal. Pero el Concilio Vaticano II ha declarado una legítima
autonomía de todas las realidades temporales (GS 36, 41, 55,
59).

Ahora bien, también el Concilio ha dejado claro que


cualquier realidad creada no debe romper su relación original
con Dios (GS 19, 36, 56). Por ello, entre la "clericalización" de
la sociedad que busca que la Jerarquía de la Iglesia opine y
decida sobre los asuntos temporales y el "secularismo" que
niega toda intervención de Dios en la vida de los hombres y en
la convivencia de los pueblos, existe un límite. La doctrina
moral cristiana se opone tanto al clericalismo como al
secularismo.

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