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Tema 11: JESUCRISTO, LLENO DE GRACIA Y VERDAD

El concilio de Calcedonia (año 451) definió que en Jesucristo hay dos naturalezas comple-
tas y perfectas, la naturaleza humana por la cual es verdadero hombre, y la naturaleza divina por
la cual es verdadero Dios, unidas en la persona del Verbo. Es lo que se llama la Unión Hipostáti-
ca. Como verdadero hombre, tiene cuerpo humano y alma humana. Por tanto en Jesucristo hay
dos inteligencias, la divina que es infinita, y la humana que es finita y limitada, y dos voluntades,
en una sola persona, la segunda persona de la Santísima Trinidad.
Así habló el IV CONCILIO DE CALCEDONIA en el año 451 contra los monofisitas:
Siguiendo, pues, a los Santos Padres, todos a una voz enseñamos que ha de confesarse a uno solo y
el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la
humanidad, Dios verdaderamente, y el mismo verdaderamente hombre de alma racional y de cuerpo,
consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuanto a la
humanidad, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado [Hebr. 4, 15]; engendrado del Padre antes de
los siglos en cuanto a la divinidad, y el mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación,
engendrado de María Virgen, madre de Dios, en cuanto a la humanidad; que se ha de reconocer a uno solo y
el mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin
separación, en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión, sino conservando,
más bien, cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola hipóstasis, no
partido o dividido en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo Señor Jesucristo,
como de antiguo acerca de Él nos enseñaron los profetas, y el mismo Jesucristo, y nos lo ha trasmitido el
Símbolo de los Padres [v. 54 y 86].

CIENCIA HUMANA DE CRISTO

LA INTELIGENCIA HUMANA DE CRISTO


ESTUVO LIBRE DE TODO ERROR Y DE TODA IGNORANCIA.

 Jn 1, 14: Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria,
gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. “El Verbo se hizo carne (hombre)...
lleno de gracia y de verdad” (lo que se refiere a la gracia lo veremos en otro tema) Cristo hombre
está “lleno de verdad”; tiene un conocimiento perfectísimo y amplísimo de verdad.
 Col 2, 3: ...en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia.
Cristo, pues, es un superdotado, posee una ciencia superior a la de cualquier otro hombre.
 Jn 1, 16: Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia. Tras este texto llegamos a la
conclusión de que no puede haber una perfección en algún ser humano que no la tuviera en gra-
do eminente Cristo, cabeza del Cuerpo Místico y de toda la humanidad, del cual deriva toda la
perfección en los demás.

CIENCIA EXPERIMENTAL:
El conocimiento propio del ser humano es el experimental. Nosotros los hombres conoce-
mos por medio de los sentidos y con los datos que ellos nos suministran trabaja nuestra inteli-
gencia; de tal manera dependemos de los sentidos que, por ejemplo, una persona ciega de naci -
miento no puede conocer los colores,....
Cristo, verdadero hombre, tenía el conocimiento experimental; sus sentidos funcionaban
perfectísimamente y observaba todo lo que pasaba en torno suyo. Como nosotros cada día hacía
nuevas experiencias. En el Evangelio hay muchos indicios de ello: cómo habla de las aves del cie-
lo, de los lirios del campo, del pastor que ha perdido una oveja y va en su busca, del sembrador,
etc.
 Hb 5, 8: aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia . No es que no supiera lo
que es la obediencia; pero una cosa es un conocimiento teórico y otra el práctico. Si alguien nos da
una charla detallada sobre la paciencia, podemos aprender muy bien de qué se trata, pero des-
pués algo tiende a impacientarnos; llegamos a tener una experiencia de lo que significa ser pa-
ciente que no teníamos antes... Así, Cristo sabía indudablemente lo que era obedecer, siempre
hizo la voluntad del Padre. (Cfr. Jn 8,29: el que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo
hago siempre lo que le agrada a él). Pero cuando llegó la pasión, por lo que padeció, aprendió en forma
experimental lo que significa hacerse obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Este conoci -
miento en todo ser humano va en aumento hasta el final de la vida; así también fue en Cristo.

CIENCIA INFUSA DE CRISTO:


 Mc 2, 8: Pero, al instante, conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su interior, les dice: «
¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? Jesús conoció en su espíritu lo que pensaban los fariseos.
En el Evangelio hay otros muchos textos en los que consta que leía en los pensamientos.
Fácilmente pensamos: claro, los conocía como Dios; pero en este texto de S. Marcos se dice “cono-
ciendo en su espíritu”, es decir, en su inteligencia humana. Se trata pues, de un conocimiento de la
inteligencia humana de Jesús; esto prueba que tenía lo que se llama ciencia infusa.
Cristo no es el único hombre que ha tenido ciencia infusa. Por ejemplo ¿cómo podía Isaías
con su inteligencia humana, por grande que fuese, saber con ocho siglos de antelación que una
virgen concebiría y daría a luz virginalmente a un hijo que
sería Dios-con-nosotros? (Cfr. Is 7, 14), necesitó ciencia in-
fusa. Lo mismo todos los profetas que anunciaron hechos
futuros. Se trata, pues de un conocimiento que no se ad-
quiere por medio de los sentidos, sino que Dios lo in-
funde en la inteligencia humana, de ahí el nombre de
“infusa”. También muchos santos la han tenido. Ahora
bien, si la tuvieron otras personas, con mayor razón Jesu-
cristo. No es que la inteligencia divina absorbiera a la hu-
mana, este fue el error de los monofisitas, que fue conde-
nado precisamente por el concilio de Calcedonia, sino que
la divinidad infundía en su inteligencia humana esa luz.

¿Qué abarcaba la ciencia infusa de Jesucristo?


 Jn 2, 25: y no tenía necesidad de que se le diera testimo-
nio acerca de los hombres, pues él conocía lo que hay en el hombre.
Jesús “conocía lo que en el hombre había”. Esta afir-
mación es amplísima. Tengamos en cuenta que esta cien-
cia se comunica siempre para cumplir una misión deter-
minada. A S. Juan Bosco, por ejemplo, Dios se la dio res-
pecto de sus chicos. Él tenía esta misión especial. A los profetas, para hacer las profecías. A Cristo,
Redentor y Juez de todos los hombres como hombre (Cfr. Jn 5, 27: y le ha dado poder para juzgar, porque
es Hijo del hombre), para redimir a los hombres y juzgarlos acerca de cómo han aprovechado los te-
soros de la redención. Si es Juez, tiene que conocer la causa y conocerla bien para no equivocarse
como se pueden equivocar los jueces humanos. De ahí la amplitud de la ciencia infusa de Cristo,
gracias a la cual conoció perfectamente a cada uno de sus redimidos. Así se comprende que S. Pa-
blo pueda decir: “me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2, 20). La ciencia infusa de Cristo
abarca todo lo que hay en el hombre, en cualquier hom-
bre de cualquier época y lugar.

¿Desde cuando tiene Cristo la ciencia infusa?


 Hb 10, 5-7: 5Por eso, al entrar en este mundo, dice: Sa-
crificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo. 6Holo-
caustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. 7Entonces dije:
¡He aquí que vengo - pues de mí está escrito en el rollo del libro - a
hacer, oh Dios, tu voluntad!
El texto habla por sí mismo: Cristo entró en el
mundo en el momento de la Encarnación. Por consi-
guiente pronunció esta oración en el seno de la Virgen.
Ciertamente aquí habla como hombre, “me has dado un cuerpo”, y sus sentidos aún no podían fun-
cionar; luego ya tenía la ciencia infusa, gracias a la cual conoció su misión redentora y comenzó a
realizarla. Esta ciencia de Cristo fue perfecta desde un principio y, por consiguiente, no creció.
Pero aunque abarca absolutamente todo lo relativo a la redención, no es infinita.
Todos estos conocimientos evidentemente no los tenía presente en cada instante de su
vida. Tampoco nosotros tenemos siempre presente todos los conocimientos con que estamos enri-
quecidos. Por ejemplo, un médico en una reunión familiar, donde se está hablando de determina-
dos acontecimientos sociales, en ese momento no está pensando en la medicina; pero si alguien
llama por teléfono y le expone un problema relacionado con su profesión pidiéndole consejo, in-
mediatamente empiezan a funcionar sus conocimientos de medicina y lo que se refiere al caso
concreto que se consulta. Así ocurría también en Jesús.

CIENCIA BEATIFICA1

 Jn 3, 32: da testimonio de lo que ha visto y oído, y su testimonio nadie lo acepta. Jesucristo hablaba
de “lo que vió y oyó”

1 La tesis tradicional es que Jesucristo supo desde el primer instante de su concepción que Él era Dios; por fuerza tam -
bién conoció su legación divina, o mesianismo. No nos referimos con esto al conocimiento que Cristo poseyó en cuanto
Dios, sino al que poseyó en cuanto verdadero Hombre. Esta ciencia, por la cual conoció en su inteligencia humana su
divinidad y mesianidad, es la llamada “ciencia beatífica”. La ciencia beatífica es aquel conocimiento que corresponde a
los ángeles y bienaventurados que contemplan en el cielo la esencia divina. Esta doctrina es común y cierta en teología.
Los argumentos que se aducen son:
a) En la Sagrada Escritura no se dice explícitamente (si así fuera, sería de fe) pero se insinúa al menos su cien-
cia beatífica. Así por ejemplo: “nadie sube al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo” (Jn
3,13). Esta afirmación es entendida en el sentido de que Cristo estaba en el cielo (por tanto era comprehensor como los
bieaventurados y ángeles y tenía ciencia beatífica) mientras estaba en al tierra (siendo así también viador). También se
entienden de la ciencia humana de Cristo los textos que dicen: “Yo hablo lo que he visto en el Padre” (Jn 8,38) y “El que
viene del cielo da testimonio de lo que ha visto y oído” (Jn 3,31-32). Aunque estos últimos textos podrían ser interpreta -
dos del conocimiento divino de Cristo. Bíblicamente no podemos ir más allá.
b) El Magisterio no ha definido explícitamente el tema. Pero es importante tener en cuenta que el Santo Oficio,
el 7 de junio de 1918, declaró que no podía enseñarse con seguridad que Cristo no haya poseído esta ciencia mientras
vivió entre los hombres (cf. Dz 2183). Pero sobre todo es clarísimo el texto del Papa Pío XII en la encíclica Mystici corpo-
ris: “Aquel amorosísimo conocimiento que, desde el primer momento de su encarnación, tuvo de nosotros el Redentor
divino, está por encima de todo el alcance escrutador de la mente humana, toda vez que, en virtud de aquella ciencia
beatífica de que disfrutó apenas recibido en el seno de la Madre divina, tiene siempre y continuamente presentes a to -
dos los miembros del Cuerpo místico y los abraza con su amor salvífico... En el pesebre, en la cruz, en la gloria eterna
del Padre, Cristo ve ante sus ojos y tiene unidos a Sí a todos los miembros de la Iglesia con mucha más claridad y mu -
cho más amor que una madre conoce y ama al hijo que lleva en su regazo, que cualquiera se conoce y ama a sí mismo”
(Mystici corporis, n. 34).
Se habla aquí: 1º) de ciencia beatífica; 2º) desde el primer instante de la encarnación; 3º) por la cual Cristo cono-
ce su dignidad de cabeza del Cuerpo Místico. Por tanto, con mayor razón se diga que conoce su cualidad de Dios y de
Mesías.
c) Desde el punto de vista teológico se debe argumentar por el lado de la unión hipostática. En efecto es este
modo de unión que se da entre las dos naturalezas (divina y humana) en la sola Persona del Verbo el que plantea la ne -
cesidad de esta ciencia. Entre las dos naturalezas debe darse la máxima proporción posible; ahora bien, el máximo acer -
camiento del entendimiento humano a Dios se establece en la visión beatífica. Si de Cristo-hombre se puede y se debe
decir “Es Dios”, con mayor razón debe decirse “Ve a Dios” y “Conoce que es Dios”, pues es más “ser” que “ver o cono -
cer” a Dios.
El Padre Francois Dreyfus en su libro “Jesús, ¿sabía que era Dios?”, explica cómo si bien no ha habido un pro -
nunciamiento dogmático del Magisterio al respecto, debe ser considerada esta verdad como un elemento de la Revela -
ción que el pueblo cristiano ha vivido siempre como una realidad en la que cree; la mayor parte de los cristianos siem-
pre ha pensado: “Si Cristo es Dios, evidentemente lo sabe”. En cuanto a que todo esto se dio desde el primer instante de
su concepción ya hemos visto el texto de Pío XII. Santo Tomás dedica una cuestión al tema, titulada “Sobre la perfec -
ción de la prole concebida” (Suma Teológica, III, c. 34). Allí sostiene que tratándose de la Encarnación de la Persona del
Verbo divino, la naturaleza humana por Él asumida debió estar adornada de excelsas prerrogativas desde el primer ins-
tante de su concepción; en el artículo 2, al hablar de la perfección del libre albedrío desde la concepción afirma: “la per-
fección espiritual de la naturaleza humana que Cristo tomó no la fue adquiriendo por grados, sino que la poseyó por
entero desde el principio”. Del mismo modo, la tradición ha entendido de esta conciencia de Cristo el texto de Hebreos
10,5-7: “Por eso, al entrar en este mundo, dice: Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo. Holo -
caustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo - pues de mí está escrito en el ro -
llo del libro - a hacer, oh Dios, tu voluntad!”. Se recomienda leer, en este sentido, por ejemplo, el comentario de Santo
Tomás (Lectura super Ad Hebraeos, X, I, nn. 485-492.
 Jn 6, 46: No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre.
Dice que ha visto al Padre. Esto muestra que tenía la visión beatífica cuando aún vivía en la tie-
rra. Nosotros veremos a Dios cuando lleguemos al cielo (la visión beatífica es del ángel bueno o
del hombre, no de Dios). Cristo la tuvo desde el primer instante de la encarnación. Por eso tiene
conciencia clara, desde el primer momento, de ser el Hijo de Dios. Esto explica que, cuando se
queda en el templo a los doce años, diga a la Virgen y san José: No sabíais que debía estar en las co-
sas de mi padre? Por tanto Cristo, ya tenía conciencia clarísima de ser el hijo del eterno Padre. No
necesitó que nadie se lo revelara, ni tenía que irlo averiguando y descubriendo poco a poco. Te -
nía desde el primer momento conciencia clara de ser Hijo de Dios, hecho hombre precisamente
gracias a que veía constantemente al Padre.
 Jn 14, 6-7: Le dice Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me
conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto.» . ¿Puede alguien enseñar
un camino que no sabe? Evidentemente que no, y si Él es el camino que conduce al Padre, es de-
cir, que conduce a la visión beatífica, claro está que tiene que tenerla, nadie da lo que no tiene.
El conocimiento de la ciencia infusa no coincide con el de la visión clara de Dios. El
objeto de la ciencia infusa son los seres humanos que redime y ha de juzgar, el de la visión
beatífica, ver claramente a su Padre. Hay pues, en la inteligencia humana de Cristo un triple co-
nocimiento, el conocimiento experimental, propio de todo ser humano; la ciencia infusa, que
abarca toda su misión redentora y la visión clara de Dios.
Una objeción-> La visión beatífica (es una palabra latina que significa que hace bienaven-
turado) llena de gozo, porque es contemplación del Padre. Eso quiere decir que excluye todo dolor. Enton-
ces ¿cómo es que Cristo pudo padecer?
Tengamos en cuenta que la visión clara de Dios que tenía el alma humana de Cristo es
consecuencia de la unión hipostática, es decir, de la unión de las dos naturalezas en la persona del
Hijo de Dios, que veía al Padre y comunicaba a su alma humana la visión clara de Dios. Pero
para poder asumir nuestros dolores y así redimirnos suspendió los efectos de la visión. Algo así
como si un día de mucho calor nos metemos en un sótano y pasamos frío, no hemos quitado el ca -
lor, pero hemos suspendido sus efectos para nosotros. Cristo, precisamente para poder padecer,
suspendió para sí los efectos de esta visión.
-> El texto de II Cor 5, 21 es sumamente expresivo: “A quien no conoció el pecado (Cristo), le
hizo (Dios) pecado por nosotros”; no pecador, sino pecado. Según santo Tomas, en el pecado grave
hay la “aversión a Deo”, el apartarse de Dios, y “la conversio ad creaturas”. Es decir, en vez de
cumplir la voluntad de Dios, el pecador le vuelve las espaldas abusando de algo creado. Se puede
abusar de una cosa o de una persona (del cuerpo, de la inteligencia, del prójimo, de la comida,
etc.). Ahora bien, por cuanto abusa de una cosa creada, el pecador merece sufrimiento producido
por otro agente creado, que puede ser dolor físico o moral, y por cuanto vuelve las espaldas a
Dios, merece la pérdida eterna de Dios. Es lo que se llama pena de daño.
Cristo que cargó con todos los pecados de todos los hombres de todos los siglos para li-
brarnos de ellos, suspendió el efecto beatífico de la visión divina para poder sufrir las consecuen-
cias de esos pecados nuestros. Y además, no había sido plenamente víctima por el pecado si no
hubiera experimentado sensiblemente lo que significa sentirse rechazado de Dios. Él sabía que no
estaba rechazado, pero una cosa es saberlo y otra es sentirlo. Así se explica que diga en la cruz:
“Dios mío, Díos mío ¿porque me has abandonado?”. (Cfr. Mt 27, 46) Sintió el abandono que experi-
mentan aquellos miembros del Cuerpo Místico que no se salvan. Estas palabras, además, son el
principio del Salmo 22 “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?..., que es una profecía for-
midable de la Pasión. Seguramente continuó recitándolo en voz baja. En ese momento evidente-
mente no se suspendió la visión beatifica, no podía suspenderse, se habría suspendido la Unión
hipostática; peor sí el gozo de la visión. Son dos cosas distintas.
Dada este inteligencia de Cristo, iluminada por el triple conocimiento, se comprende que
sea el modelo al cual incluso intelectualmente, aunque a infinita distancia, debemos irnos pare -
ciendo. Todo crecimiento en el conocimiento de Dios y de las cosas de Dios y de cualquier verdad
va asemejando nuestra inteligencia humana a la inteligencia humana de Cristo. El griego distin-
gue entre el “gnosis” conocimiento, y “” conocimiento perfecto y S. Pablo pide para sus
fieles la “epígnosis”, el conocimiento cada vez más profundo de Cristo y del misterio de Cristo.
 Col 1, 1-9: 1 Pablo, apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios, y Timoteo el hermano, 2a los santos de
Colosas, hermanos fieles en Cristo. Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre. 3Damos gracias sin cesar a
Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, por vosotros en nuestras oraciones, 4al tener noticia de vuestra fe en Cristo Je-
sús y de la caridad que tenéis con todos los santos, 5a causa de la esperanza que os está reservada en los cielos y acerca
de la cual fuisteis ya instruidos por la Palabra de la verdad, el Evangelio, 6que llegó hasta vosotros, y fructifica y crece
entre vosotros lo mismo que en todo el mundo, desde el día en que oísteis y conocisteis la gracia de Dios en la ver -
dad:7tal como os la enseñó Epafras, nuestro querido consiervo y fiel ministro de Cristo, en lugar nuestro, 8el cual nos
informó también de vuestro amor en el Espíritu. 9Por eso, tampoco nosotros dejamos de rogar por vosotros desde el día
que lo oímos, y de pedir que lleguéis al pleno conocimiento de su voluntad con toda sabiduría e inteligencia espiritual.
 II Pd 3, 18: Creced, pues, en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. A él
la gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.
Todas estas cosas debiéramos, pues, meditarlas, ya que se entienden mucho mejor cuando
se llevan a la oración que cuando simplemente se estudian. Por eso se explica también que Cristo
sea el único Maestro al que hemos de seguir a rajatabla. Ya hemos visto cómo Jesús se señala
como “el camino, la verdad, y la vida”.(Jn 14, 6)
Y nótese que, habitando en Él todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Col 2, 3: en el
cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia .) solamente nos enseña a conocer a Dios. Es
que la ciencia de la santidad vale más que todas las ciencias humanas.

SANTIDAD DE JESUCRISTO
El objeto de la voluntad, en el orden moral, es el bien, aunque nosotros también podemos
elegir el mal. Por tanto el estudio de la voluntad humana de Cristo se refiere a la moralidad de sus
actos, es decir, a su santidad.
Se suelen distinguir dos tipos de conducta moral o santidad en Cristo:
1) SANTIDAD NEGATIVA: Ausencia de pecado y de imperfección.
Jesús estuvo libre de todo pecado personal.
 I Pd 2, 22: El que no cometió pecado, y en cuya boca no se halló engaño.
 Jn 8, 46: ¿Quién de vosotros puede probar que soy pecador? Si digo la verdad, ¿por qué no me creéis?
Es interesante observar que ni sus enemigos pudieron probar un pecado contra Él. Recor-
demos que en la Pasión se presentaron numerosos testigos falsos que no pudieron probar nada,
de forma que para poder condenarle, el sumo sacerdote tuvo que recurrir al testimonio mismo de
Cristo y fue condenado exclusivamente por decir que es el Hijo de Dios.
Mt 26, 59–66: 59Los sumos sacerdotes y el Sanedrín entero andaban buscando un falso testimonio contra Jesús con
ánimo de darle muerte, 60y no lo encontraron, a pesar de que se presentaron muchos falsos testigos. Al fin se presenta -
ron dos, 61que dijeron: «Este dijo: Yo puedo destruir el Santuario de Dios, y en tres días edificarlo.» 62Entonces, se le-
vantó el Sumo Sacerdote y le dijo: «¿No respondes nada? ¿Qué es lo que éstos atestiguan contra ti?» 63Pero Jesús se-
guía callado. El Sumo Sacerdote le dijo: «Yo te conjuro por Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de
Dios.»64Dícele Jesús: «Sí, tú lo has dicho. Y yo os declaro que a partir de ahora veréis al hijo del hombre sentado a la
diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo.» 65Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestidos y dijo: «¡Ha blasfe-
mado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. 66¿Qué os parece?» Respondieron ellos di-
ciendo: «Es reo de muerte.»
El Hijo de Dios hecho hombre no podía pecar.
 Hb 7, 26: Así es el Sumo Sacerdote que nos convenía: santo, inocente, incontaminado, apartado de los
pecadores, encumbrado por encima de los cielos.
La Escritura está diciendo: Cristo es “santo, inocente, inmaculado, apartado de los pecadores”;
al decir que es inmaculado indica que tampoco tuvo el pecado original, ni, por consiguiente, la in-
clinación al mal que es su consecuencia.
Hay cosas que no son pecado, pero sí una imperfección que sería mucho mejor no tenerla.
¿Tuvo Jesucristo alguna imperfección? Si tenemos en cuenta que la “receta” universalmente vale-
dera para alcanzar la santidad es hacer lo que Dios quiere, cuando lo quiere y como Dios lo quie -
re; es decir hacer en todo momento la voluntad de Dios y Cristo dice: “ Mi alimento es hacer la volun-
tad del que me ha enviado” (Cfr. Jn 4, 34 ) y: “ Yo hago siempre lo que es de su agrado” ( Cfr. Jn 8, 29), es de-
cir, hizo siempre lo que agradaba al Padre, tenemos que llegar a la conclusión de que no tuvo la
más mínima imperfección. Por tanto Cristo estuvo libre de todo pecado personal, del pecado ori-
ginal y de toda imperfección. Pero esto no es más que el aspecto negativo de la santidad, la ausen-
cia de todo pecado.
2) SANTIDAD POSITIVA:
Propiamente la santidad consiste en la presencia en
el alma de la gracia santificante. Ahora bien, Cristo además
de la gracia de Unión, es decir la gracia de que su natura-
leza humana esté unida a la divina, su alma tuvo la pleni-
tud de la gracia santificante. S. Juan lo afirma claramente:
“hemos visto su gloria.... lleno de gracia y de verdad” y: “de su pleni-
tud todos hemos recibimos gracia por gracia” (Cfr. Jn 1, 14–16)
Evidentemente también recibió Jesús gracias actua-
les, ya que, como verdadero hombre, para obrar sobrena-
turalmente, necesitaba el auxilio sobrenatural de Dios.

LAS VIRTUDES DE CRISTO


Con la gracia santificante se nos infunden todas las virtudes. En nosotros la gracia santifi-
cante, que es la vida divina en el alma, debe ir creciendo y, juntamente con la gracia, crecen las
virtudes infusas. Como Cristo tenía desde el primer instante de su ser la plenitud de la gracia san-
tificante, ésta no pudo crecer.
 Lc 2, 52: Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.
Cuando el Evangelista habla así, quiere decir que, conforme el Señor iba creciendo en
edad, iba dando muestras externas cada vez más espléndidas de la sabiduría y la gracia que había
en él. Además, debemos tener en cuenta que con la gracia nosotros recibimos las virtudes que de-
ben ir creciendo, a medida que las vamos ejercitando. Jesús, al tener desde el principio la plenitud
de la gracia santificante, poseía en grado eminentísimo y perfectísimo todas las virtudes, menos
cuatro, que no pudo tener por causa de su perfección:
1. LA FE: Se opone a la visión beatífica. Cristo, que veía claramente a Dios, no podía tener fe,
como tampoco la tienen los bienaventurados que están en el Cielo. El es el autor y consu-
mador de la fe (Cfr. Hb 12, 2: fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, por el gozo que
se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios. ); autor,
porque nos merece la gracia sin tenerla y consumador porque es el camino que nos condu-
ce a la visión beatífica2.
2. LA ESPERANZA: Si no tuvo fe, tampoco pudo tener esperanza. El objeto de la esperanza es la
visión beatífica y Él ya la tenía. Nadie espera lo que ya tiene.
3. LA PENITENCIA: Como Cristo no tiene pecado, por ser Dios, no puede tener la virtud llamada
de la penitencia. Esta virtud consiste en el arrepentimiento de los propios pecados. Si a la
confesión se le llama sacramento de la Penitencia es porque precisamente en él practica-
mos la virtud de la penitencia. Cristo sentía, ciertamente, dolor intenso por los pecados de
la humanidad, pero esto significa ejercitar la virtud llamada “caridad”. De la misma ma-
nera nos puede suceder a nosotros: si sentimos dolor al ver una persona que ofende a
Dios, es porque amamos a Dios y a la persona que le ofende; pero no podemos confesar-
nos del pecado ajeno.
4. LA CONTINENCIA: La Concupiscencia es consecuencia del pecado original. Como Cristo no lo
tenía, pues tampoco pudo tener malas inclinaciones y, por consiguiente, carecía de la vir-
tud de la continencia que consiste en frenar esas malas inclinaciones. Continencia viene de
contenerse, refrenarse.
Fuera de estas cuatro virtudes, tuvo todas las demás en grado eminentísimo.

LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO.

2 Santo Tomás ataca, con la libertad que caracteriza a los hombres de la Edad Media, dicha pregunta en la Suma Teoló -
gica III, q.7, a. 3. Concluye el Doctor Angélico que, como el objeto de la fe es “la realidad divina no vista” y que, como
Cristo desde su concepción “vio plenamente la esencia divina”, en Él no pudo existir la fe: Cristo tuvo la visión beatífica
y, por ende, no tuvo fe (III, q.34 a.4). El planteamiento que nos pone en vía de la solución, nos lo muestra Santo Tomás
apelando a la autoridad de la Sagrada Escritura, especialmente a Heb 11,1, “La fe es prueba de lo que no se ve”, y a Jn
21,17, donde Pedro le dice a Cristo “Tú sabes todas las cosas”.
 Is 11, 1-3: 1Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará. 2Reposará sobre él el
espíritu de Yahveh: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de
Yahveh. 3Y le inspirará en el temor de Yahveh. No juzgará por las apariencias, ni sentenciará de oídas.
El texto es famoso y muy estudiado en el Sacramento de la Confirmación, pues enuncia
uno a uno los dones del Espíritu Santo. Y estos dones estuvieron sobre Jesús. ¿Todos los dones?
Si leemos atentamente el texto y contamos los dones, observamos que no están todos. Falta el don
de piedad. El DON DE PIEDAD indica siempre la actitud filial ante Dios. Y nosotros sabemos
muy bien que ese don nunca le faltó a Cristo, pues constantemente estaba cumpliendo la volun-
tad del Padre. Pero además el mismo texto goza de una explicación. En hebreo, la palabra “te -
mor” tiene un significado muy amplio con muchos matices. Indica no solo el temor, sino también
la actitud de piedad. Por esa razón, en nuestra enumeración de los dones del Espíritu Santo se ha
desdoblado el don de temor de Dios en dos: don de temor y don de piedad.
Y esto es así porque existen varias formas de temor. El llamado temor servil, que consiste
en el miedo al castigo. Hay muchos pecadores que tienen temor servil, se arrepienten solamente
porque no quieren irse al infierno. Esto es una cosa muy útil, por cuanto ayuda a la conversión,
pero no es un don del Espíritu Santo. El temor filial, que sí es un don del Espíritu Santo, es el te-
mor a dar un disgusto a Dios, no por miedo al castigo, sino porque le amamos y darle un disgusto
es como herirnos a nosotros mismos. Le amamos tanto, tanto, que por nada del mundo quisiéra -
mos ocasionarle un disgusto ni hacer algo que le desagrade. Pues bien, Cristo, que no podía dar
un disgusto a Dios, no pudo tener esta forma de temor de Dios. Pero tal como para nosotros en el
cielo el temor filial se convertirá en temor reverencial, es decir, en una actitud de adoración que
sobrecoge el alma ante la infinita majestad de Dios; el alma humana de Cristo, que veía cara a cara
a su Padre, tenía que estar penetrada de una profunda actitud reverencial de adoración. Tuvo,
pues, en grado eminentísimo todos los dones del Espíritu Santo.

JESÚS ES NUESTRO MODELO


 Rom 8, 29: Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su
Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos.
Desde Toda la eternidad, Dios nos ha predestinado a hacernos conformes a la imagen de
su Hijo. Nos quiere hijos suyos semejantes al Hijo. Por eso, toda la vida cristiana debiera ser un
proceso de crecimiento en la gracia, en las virtudes y en el conocimiento de Dios, hasta alcanzar el
grado de santidad al cual Dios nos llama. Tal como en el orden natural, vamos creciendo desde
niños; de la misma manera debemos hacerlo en el orden espiritual. Ciertamente no es cosa fácil,
pero tampoco imposible. Cuando Dios quiere una cosa da los medios y medios eficaces. Pero si
nosotros empleamos mal los medios, si los desaprovechamos y no correspondemos a las gracias
que Dios nos da, nos quedamos en la mediocridad y, como nada manchado entra en el Cielo (Cfr.
Ap 21, 27: Nada profano entrará en ella, ni los que cometen abominación y mentira, sino solamente los inscritos en el
libro de la vida del Cordero. ), tendremos que estar en el purgatorio según el tiempo que hayamos per-
dido aquí abajo... Lo importante es que esto que estudiamos nos aproveche para alcanzar la santi-
dad.
El Hijo de Dios hecho hombre, santo, inmaculado, inocente, sin pecado, con todas las vir-
tudes y todos los dones, viene para ser nuestro Redentor. El Plan de la Redención es verdadera-
mente grandioso de parte de Dios.
 Ef 1, 3-10: 3Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase
de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; 4por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo,
para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; 5eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por
medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, 6para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració
en el Amado. 7En él tenemos por medio de su sangre la redención, el perdón de los delitos, según la riqueza de su gracia
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que ha prodigado sobre nosotros en toda sabiduría e inteligencia, 9dándonos a conocer el Misterio de su voluntad se-
gún el benévolo designio que en él se propuso de antemano, 10para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que
todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra.
Ese es el Plan de Dios: nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e in-
maculados en su presencia........ y para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo. Y ese Plan está es-
tablecido desde toda la eternidad, desde antes de crear el mundo, desde antes de que existiéra -
mos. Pero intervino el pecado y, al parecer, este plan de Dios se malogró. Pero Dios no puede ser
vencido. Él nos ama con amor infinito y un amor infinito no tropieza con ningún obstáculo. Por
parte de Dios no queda y nos envía el Redentor. Por el texto de Efesios rápidamente podemos
concretar que la finalidad de la Redención no es simplemente salvarnos, sino santificarnos. Pero
eso no quiere hacerlo Dios sin contar con nuestro beneplácito, con nuestra cooperación. Por parte
de Dios no puede fallar, nosotros somos los que aceptamos o no, los que fallamos. Cristo viene a
redimirnos para que nuevamente podamos llegar a la presencia de Dios santos e inmaculados.

LIBERTAD DE JESUCRISTO
Nuestra libertad cosiste en la posibilidad de elegir entre varias cosas. Y ese es un constitu-
tivo del hombre. Jesucristo también fue libre, de lo contrario no habría sido verdaderamente hom-
bre.
Consta por la Sagrada Escritura:
 Jn 10, 17-18: 17Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. 18Nadie me la
quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he reci-
bido de mi Padre.»
 Hb 12, 2: Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos
todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el
que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está
sentado a la diestra del trono de Dios.

Una objeción-> Como el hombre puede elegir entre el bien y el mal, cuando obra el
mal, con plena libertad, peca. Se suele decir que esa posibilidad de elegir el mal y rechazar el bien
es la libertad, como a la inversa. Pero si Jesucristo no puede obrar pecado, es que no tiene capaci-
dad para elegir el mal y por tanto, no es libre.
La objeción se puede reducir a esta pregunta:
¿Cómo compaginar la impecabilidad con la libertad?
Lo primero que debemos decir es que el pecado es una elección mal hecha, imperfecta, e la
elección del mal en lugar del bien. Cristo no podía elegir el mal, como tampoco lo puede elegir
Dios, y no por eso deja de ser Dios, o es un mal dios o no
goza de libertad para obrar. Poder elegir el mal ¿es una per-
fección o una imperfección? Sin duda alguna respondere-
mos que se trata de una imperfección de nuestra voluntad.
Cuanto más perfecta moralmente es una persona tanto más
incapaz se hace de elegirlo. Cuando San Pablo dice que para
el cristiano no hay ley, no quiere decir que pueda hacer lo
que le venga en gana, sino que, si es cristiano de verdad, es-
tá de tal manera centrado en Dios, que, aunque la ley no
existiera, obraría libremente de acuerdo con ella.
 Rom 8, 2: Porque la ley del espíritu que da la vida en Cris-
to Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte.
 Gal 5, 13 y 16-18: 13Porque, hermanos, habéis sido llama-
dos a la libertad; sólo que no toméis de esa libertad pretexto para la carne;
antes al contrario, servíos por amor los unos a los otros......
........ 16Por mi parte os digo: Si vivís según el Espíritu, no daréis
satisfacción a las apetencias de la carne. 17Pues la carne tiene apetencias
contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que son en-
tre sí antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisierais. 18 Pero, si sois
conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley.
El cristiano es tanto más libre cuanto más vive Cristo
en él. Por tanto, Cristo fue libérrimo precisamente a causa de su impecabilidad. Nuestra auténtica
libertad que se debe a que Cristo vive en nosotros, viene de la plenitud de Cristo.

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