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Humanismo mexicano, glosa urgente

por Germá n Castro

Hombre soy, y nada de lo humano me es ajeno.


Publio Terencio Africano,
El enemigo de sí mismo (165 a.C.).

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Caminó sumergido en una mar de gente, miles y miles que querían aproximarse a
él, saludarlo, tocarlo, tomarle una foto… En todo momento, lo escoltaron el
estruendo, la algazara, el jolgorio… Paso a pasito, después de seis horas de andar,
de estrechar manos, de abrazar, de recibir papeles, logró completar la travesía
desde el Á ngel de la Independencia hasta el Zó calo de la Ciudad de México.
Concluida la celebració n itinerante, siguió el mitin. Ya instalado en la tarima, frente
a má s de ciento veinte mil almas, como pez en el agua, lo presentaron y él,
sorpresivamente enjundioso, tomó la palabra:
— Son las tres en punto –informó –. Bueno, me da mucho gusto estar con
ustedes. Ya saben, lo que decía Martí: amor con amor se paga.
Después de la ovació n contenida durante tanto tiempo, siguió el mensaje
alusivo al cuarto añ o del primer gobierno de la Cuarta Transformació n. Hora y
media después, pasó a otro asunto, el teó rico… ¿Teoría en el espacio pú blico? Pues
sí, ni má s ni menos, teoría en el á gora nacional por excelencia, la plaza de la
Constitució n.
— Amigas y amigos, la política es entre otras cosas pensamiento y acció n, y
aun cuando lo fundamental son los hechos, no deja de importar có mo definir en el
terreno teó rico el modelo de gobierno que estamos aplicando. Mi propuesta sería
llamarle humanismo mexicano.
Andrés Manuel refirió enseguida lo que llamó “los principios políticos,
econó micos y sociales del humanismo mexicano”. Resumo, parafraseo:
 Libertad. “El pueblo que quiere ser libre, lo será ”: Miguel Hidalgo.
 Democracia en favor de los intereses de la mayoría.

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 El progreso sin justicia es retroceso. No basta el crecimiento econó mico, es
indispensable la justicia.
 Otros datos en vez de la obsesió n tecnocrá tica de medirlo todo en funció n
de indicadores de crecimiento macroeconó mico que no necesariamente
reflejan las realidades sociales.
 Lo fundamental no es cuantitativo, sino cualitativo: la distribució n
equitativa de la riqueza.
 Por el bien de todos, primero los pobres.
 El fin ú ltimo de un Estado es crear las condiciones para que la gente pueda
vivir feliz y libre de miserias y temores.
 Hay que desterrar la corrupció n y los privilegios, y destinar todo lo
obtenido en beneficio de las mayorías, específicamente, de los má s pobres.
 Estrategia central de política social: respetar, atender y escuchar a todas y a
todos, pero otorgar preferencia a los pobres y humillados.
 Por el bien de todos, primero los pobres: sinó nimo de humanismo.
 El poder só lo es virtuoso cuando se pone al servicio de los demá s.
 “Só lo el pueblo puede salvar al pueblo”: Ricardo Flores Magó n.
 “Con el pueblo, todo; sin el pueblo, nada”: Juá rez.
 Nada se logra sin amor al pueblo.
 La política es un noble oficio.
 La auténtica política es profundamente humanista, en su esencia, y, sobre
todo, cuando se prá ctica en bien de los demá s, y, en especial, de los pobres.
El presidente cerró su discurso con lo que podría parecer una arenga política,
pero en realidad es una sustanciosa síntesis de todo el andamiaje teó rico de la 4T:
— Sigamos haciendo historia, continuemos impulsando el cambio de
mentalidad, la revolució n de las consciencias.
Efectivamente, en el nú cleo de cualquier humanismo se halla la libertad,
orientada en ú ltima instancia a incidir en el curso de la historia. La consigna
“juntos haremos historia” es, pues, profundamente humanista.

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Hace dos añ os, el 15 de septiembre de 2020, el Zó calo lucía muy distinto: desolado,
fantasmal. Transitá bamos por tiempos de pandemia y encierro. Quienes quisimos
ver y escuchar el Grito de la Independencia de aquel añ o tuvimos que
conformarnos con hacerlo por la televisió n. Entonces, relataba que el vacío en la
plaza de la Constitució n lucía escandaloso, descomunal incluso en las pantallas má s
chiquitas. Quizá lo recuerden: el presidente lanzó las vivas que había adelantado.
Ademá s de la consabida retahíla de heroínas y héroes decimonó nicos, AMLO
agregó vivas a las comunidades indígenas y a la grandeza cultural de México, y casi
al final de la proclama nacionalista gritó : “¡Viva el amor al pró jimo!” ¿Viva el amor
al pró jimo en vez de mueran los gachupines? Y para rematar: “¡Viva la esperanza
en el porvenir!” El humanismo necesariamente tiene que ser optimista.
Dos días después, AMLO se refirió al tema. “El amor al pró jimo es un
principio que se busca aplicar desde antes del cristianismo, les podría decir que es
como el acta de nacimiento del humanismo.” Luego recomendó el libro que estaba
parafraseando: “Recomiendo uno que habla de este tema, que se llama El amor
líquido, les va a gustar, ademá s, creo que está editado por el Fondo de Cultura
Econó mica. Es de un escritor polaco muy bueno…” Por supuesto, hablaba de
Zygmunt Bauman (1925-2017).
Bauman explica que el amor al pró jimo es un principio fundacional de la
humanidad en tanto especie no só lo natural sino también cultural. Cumplir el
precepto de amar al pró jimo, sostiene el soció logo y filó sofo, implica
necesariamente “un salto decisivo, por el cual un ser humano se despoja de la
coraza de los impulsos y predilecciones ‘naturales’, adopta una postura alejada y
opuesta a su naturaleza y se convierte en un ser ‘no-natural’ que, a diferencia de las
bestias, es lo que distingue al ser humano”. El amor al pró jimo no es natural, es un
arte. Por eso amar al pró jimo es el acta de nacimiento de la humanidad. En la
antípoda, el individualismo, que es totalmente natural, bestial. “El amor a sí mismo
es pura supervivencia, y la supervivencia no necesita mandatos, ya que las otras
criaturas vivas (no humanas) se las arreglan perfectamente sin ellos. Amar al
pró jimo como a uno mismo hace que la supervivencia humana sea distinta a la
supervivencia de todas las otras criaturas vivas”.
Si uno busca la palabra humanidad en el diccionario de la RAE encontrará ,
primero, lo que en estricto sentido es un oxímoron: naturaleza humana. Las dos

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acepciones siguientes —género humano, conjunto de personas— no ofrecen
problema ni representan sorpresa alguna; las tres que continú an sí que son
esclarecedoras respecto a la relació n intrínseca que hay entre el amor al pró jimo y
la humanidad, y en esa misma medida, respecto al amor al pró jimo como
ingrediente esencial del humanismo: fragilidad o flaqueza propia del humano;
sensibilidad, compasió n de las desgracias de otras personas, y benignidad,
afabilidad. Subrayo: humanidad significa compasió n y benignidad, esto es,
benevolencia, buena voluntad hacia la gente.
Para la oposició n, la menció n del amor al pró jimo resultó odiosa. Esa misma
noche, el columnista Salvador García Soto tuiteó : “Viva el amor al pró jimo? Sin
duda que viva, pero un precepto religioso no puede ser parte del grito que unifica a
todos los mexicanos. ¿Y el estado laico @lopezobrador?” Seguramente el señ or no
tiene idea del tamañ o de la sandez que escribió . El amor al pró jimo es,
efectivamente, un precepto que impulsan todas religiones, pero en sí mismo no es
religioso o bien, segú n Tolstó i, es “la verdadera religió n”. Bauman narra: “Cuando
un converso… le pidió al sabio talmú dico… que le explicara la enseñ anza de Dios en
el tiempo que fuera capaz de permanecer parado sobre un solo pie, el sabio replicó
que ‘ama a tu pró jimo como a ti mismo’ era la ú nica respuesta completa…” El amor
al pró jimo es un principio tanto del judaísmo (Proverbios 17:17) y del cristianismo
(Marcos 12:33) como del islam —“El mejor de los hombres es el que ama a todos…
sin excepció n”, dice Mahoma—. No só lo es esencial para las religiones
abrahá micas, segú n un estudio de las universidades de Pennsylvania y Michigan, al
revisar las má s importantes tradiciones filosó ficas y religiosas chinas,
confucianismo y taoísmo, del sur de Asia, budismo e hinduismo, y de Occidente,
filosofía clá sica, judaísmo, cristianismo e islam (Katherine Dahlsgaard, Martin
Seligman y Christopher Peterson; Shared Virtue: The Convergence of Valued Human
Strengths Across Culture and History), resultó que lo que denominaron
“humanismo” —en el que englobaron “amor y bondad, y las fortalezas para
atender y hacer amistad con los demá s”— es una de las seis virtudes requeridas
por todas esas tradiciones.

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El precepto del amor al pró jimo es imprescindible en cualquier humanismo.
¿Cualquier humanismo? Sí, porque no hay uno solo: humanismo no es un concepto
unívoco.
Por ejemplo, humanismo se refiere a las disciplinas humanas: el
pensamiento y el arte de la Antigü edad grecolatina, el trívium medieval —
gramá tica, dialéctica y retó rica— y luego las llamadas humanidades —en
oposició n a las ciencias—.
El humanismo renacentista surge como bisagra entre la Edad Media y la
Moderna. En tanto cosmovisió n, primero se opuso al pensamiento religioso y
después se diferenció del cientificismo. Frente a la escolá stica, fue
 un giro hacia el estudio del lenguaje, má s que de la realidad misma
 la justipreciació n de la experiencia, de la literatura y el diá logo
 la aceptació n del cará cter histó rico, transitorio, del saber, frente a las
pretensiones de verdades universales
 la ponderació n de la racionalidad prá ctica
 la innovació n por encima de los modelos canó nicos
Y muy importante: un afá n por recuperar la capacidad creadora, la libertad
y la dignidad humanas. Los renacentistas sostenían que la gente podía hacer
historia. Giovanni Pico della Mirandola (1463-1494) logró condensar el
humanismo del Renacimiento italiano en su Discurso sobre la dignidad del hombre.
El humanismo apela al rescate de la sabiduría tradicional, al poder asertivo
de las palabras, a la prudencia y al criterio de verdad efectiva. Desde el siglo XVII, la
concepció n renacentista sufrió los embates de la racionalidad moderna —
Descartes en las ciencias y Hobbes en la teoría política—. Después, durante el Siglo
de las Luces y má s en el XIX se consolidó el logos científico y la obcecació n
tecnoló gica, la fijació n métrica, el cá lculo capitalista y la tiranía cuantitativa, lo cual
depreció el humanismo.
Isaiah Berlin (1909-1997) afirmó alguna vez que el XX había sido “el siglo
má s terrible de la historia occidental”. No exageraba; no es gratuito el desencanto
generalizado después de las II Guerra Mundial. Entonces el humanismo resurgió en
movimientos filosó ficos como el existencialismo, que defendieron la idea de que no
estamos sojuzgados por el destino ni predeterminados por la historia ni sometidos

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a las leyes del mercado… Por el contrario, Sartre aducía que el hombre está
condenado a ser libre.

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En Españ a, el Renacimiento tuvo dos vertientes, la erasmista y la salamantina. La
primera, cercana a los intereses de Carlos V; en cambio, pensadores como
Francisco de Vitoria (1483-1546) y Domingo de Soto (1494-1560) criticaron
abiertamente la legitimidad de la conquista españ ola del Nuevo Mundo y salieron
en defensa de los pueblos originarios. A esta escuela se debe Alonso de la Veracruz
(1507-1584), fundador de la Universidad de México y del humanismo
iberoamericano, en el cual justo es contar a Bartolomé de Las casas (c. 1480-1566),
fray Juan de Zumá rraga —primer obispo de México— (1468-1548) y Vasco de
Quiroga (1470-1565), quienes argumentaron que la soberanía de los dominios
novohispanos en realidad residía en sus pueblos originarios. De ellos deviene la
idea primigenia de una nació n mexicana y también el humanismo criollo, corriente
de pensamiento en la que se gesta la idea de que la Nueva Españ a debería
pertenecer a los nacidos de este lado del Atlá ntico —criollos, indígenas y mestizos
—. Remarquemos esto: en el humanismo salamantino se encuentra el origen del
patriotismo criollo y, por ende, del nacionalismo mexicano.
En el siglo XVII fueron relevantes humanistas novohispanos como Juan
Zapata y Sandoval (1545-1630), autor de Sobre Justicia Distributiva (1609) y Juan
de Torquemada (1557-1624), a cuya pluma debemos Monarquía Indiana (1615).
Posteriormente se destaca la obra de Carlos Sigü enza y Gó ngora (1645-1700),
quien se esforzó por mostrar la sobrada capacidad de autogobierno de los pueblos
prehispá nicos, y de la cumbre del humanismo criollo, Sor Juana Inés de la Cruz
(1648-1695).
Correspondería a los humanistas jesuitas del siglo XVIII, de manera notoria
a Francisco Javier Clavigero, apuntalar la noció n moderna de México y los
mexicanos: exiliado, en 1780 publica Historia Antigua de México. En el texto con
que da inicio el primero de tres volú menes, una presentació n dirigida a la Real y

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Pontificia Universidad de México, el padre Clavigero, criollo veracruzano, establece
de lo que se trata su libro y se presenta: “Una historia de México escrita por un
mexicano…” Va má s allá : critica “el descuido de nuestros antepasados con respecto
a la Historia de nuestra patria.”
Vendría una nueva generació n de humanistas con la primera oleada
insurgente, pero por ahora quede aquí el recuento para recalcar dos cosas.
Primera, si bien el humanismo es milenario, el mexicano tiene tanta historia como
la concepció n germinal del estado Nació n que hoy es México. Y segunda, el modelo
que sustenta teó ricamente al gobierno de la 4T implica, ciertamente, un nuevo
renacimiento humanista.

@gcastroibarra

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