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Continuamos con la saga iniciada con el artículo «El ciudadano como objeto de intervención
sanitaria y no como sujeto de comunicación» y nos detenemos esta vez en abordar el origen
del modelo autoritario del que padecen nuestros sistemas sanitarios occidentales.
Según Foucault, el Estado empieza a organizar el tejido médico social en el siglo XVIII y lo que le
motiva a hacerlo no fue ninguna epidemia o amenaza de salud pública, sino una catástrofe
económica derivada de una epizootia (pérdida a gran escala de ganado y consiguiente impacto
económico). Por tanto, se puede decir que la medicina social moderna tiene sus bases en incentivos
económicos a los que más tarde se añadió su capacidad para el mantenimiento del cuerpo físico
productivo (salud al servicio de la producción), y en la época de las guerras mundiales la medicina
social encontró su razón de ser en garantizar la fuerza física nacional. Foucault explica que a partir
del siglo XVIII se sustituyó la teocracia por la Somatocracia (régimen cuya finalidad es la
intervención estatal sobre el cuidado del cuerpo y el establecimiento de la normalidad y patológico).
Por tanto, en el siglo XVIII es cuando aparecen los siguientes elementos que nos resultarán
familiares en pleno siglo XXI:
– Aparición de una autoridad médica que se constituye como una actividad colectiva, y no como
una actividad de tipo individual, contractual entre el paciente y su terapeuta basado en el diálogo1.
– La medicina, que hasta el siglo XVIII había matado por ignorancia, porque no se sustentaba
sobre un método científico sino «por una rapsodia de conocimientos mal fundados, mal establecidos
y verificados»1, ahora empieza a ser nociva «no en la medida de su ignorancia sino en la medida de
su saber y de su ciencia». Foucault no se refiere sólo a los eventos adversos derivados de un uso
erróneo de las intervenciones, lo que sería del ámbito de la Seguridad del Paciente, sino que lo
interesante es que «en la actualidad los instrumentos de los que dispone la medicina, precisamente
por su eficacia, provocan ciertos efectos, algunos puramente nocivos y otros fuera de control, que
obligan a la especie humana a entrar en una historia arriesgada, en un campo de probabilidades y
riesgos cuya magnitud no puede medirse con precisión»1. De hecho, la introducción de los
medicamentos supone una perturbación abismal del ecosistema del individuo y de la especie
humana y un ejemplo muy evidente lo tenemos en la actualidad con la problemática de las
infecciones resistentes a antibióticos como consecuencia del uso indiscriminado de antimicrobianos,
que, según estimaciones, afecta ya en EE UU a 2 millones de personas y que causa 23.000 muertes
al año6.
Si todo empieza por una toma de conciencia, esto pone de manifiesto que en pleno siglo XXI
acontece un fenómeno de micro-poder y que la relación de los «pacientes» con el sistema sanitario
y sus piezas acopladas (industria farmacéutica, agencias reguladoras) es una relación de poder y de
abuso en su estructura funcional.
Notas:
4. Flotats A. Usted está enfermo: padece una vida normal [Internet]. Público.es. 2014 [citado 28 de
marzo de 2014]. Recuperado a partir de: http://www.publico.es/510165/usted-esta-enfermo-padece-
una-vida-normal
5. Cosgrove L, Krimsky S, Wheeler EE, Kaitz J, Greenspan SB, DiPentima NL. Tripartite Conflicts
of Interest and High Stakes Patent Extensions in the DSM-5. Psychother Psychosom. 2014; 83(2):
106-113.
6. Threat Report 2013. Antimicrobial Resistance. CDC [Internet]. [citado 31 de marzo de 2014].
Recuperado a partir de: http://www.cdc.gov/drugresistance/threat-report-2013/