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6: LAS FAMILIAS ADOPTIVAS
1. LA HETEROGENEIDAD EN LA ADOPCIÓN / DIVERSIDAD EN LAS CARACTERÍSTICAS DE LAS
FAMILIAS ADOPTIVAS SEGÚN VARIABLES COMO:
La diversidad a que venimos aludiendo empieza en el momento mismo de plantearse la adopción como una
posibilidad. La decisión de adoptar es un proceso complejo que, según nuestros datos, pone más frecuentemente en
marcha la mujer que el hombre (en el estudio andaluz, la iniciativa surge de las mujeres en un 60% de las ocasiones,
frente a un 14% por parte de los hombres, siendo en el resto de los casos un planteamiento conjunto desde el
principio). Los padres adoptivos muestran bastante flexibilidad con respecto al tipo de niño a adoptar; para ilustrarlo,
basten los datos del estudio que estamos citando de acuerdo con los cuales sólo el 34% de los padres muestran una
clara preferencia exclusivamente por niños recién nacidos, al 62% de ellos les era indiferenteel sexo del niño o la niña
a adoptar y en torno al 50% se mostraban indiferentes respecto al grupo étnico de origen. De hecho, de todos los
niños adoptados de la muestra andaluza, el 38% pertenecen al grupo de las llamadas adopciones especiales (niños
que en el momento de la adopción eran mayores de 6 años, niños con deficiencias o minusvalías, niños que eran
adoptados en compañía de algún otro hermano, niños pertenecientes a grupos étnicos minoritarios).
Sin duda, uno de los aspectos que reflejan la diversidad de familias adoptivas es el de la motivación que pone en
marcha el proceso. A este respecto, resulta útil la distinción sugerida por algunos autores entre lo que llaman la
adopción tradicional (parejas que no pueden tener un hijo propio y buscan entonces uno adoptivo) y la adopción
preferencial (parejas para las que la adopción es una opción independiente de su fertilidad) (Anderson, Piantanida y
Anderson, 1993). En el caso de la muestra por nosotros estudiada en Andalucía, en el 60% de los casos la
motivación para la adopción partía de alguna razón de tipo biológico (infertilidad, riesgos genéticos, problemas de
salud de la mujer...); en otros casos (14%), se trataba de familias que ya conocían al niño (típicamente, miembros de
la familia extensa o conocidos de la familia de origen), mientras que el 11% de los padres hacen referencia a
motivaciones altruistas (de hecho, estos padres realizan adopciones especiales con más frecuencia que el resto). Los
datos de Amorós (1987) y March (1993) van en direcciones muy semejantes.
Pero la toma de decisión constituye sólo el punto de partida de un largo proceso que habrá de durar aún algunos
años hasta que la adopción se produzca. Y si muchas parejas adoptivas tuvieron que hacer frente a las tensiones
ligadas a los intentos infructuosos de tener un hijo biológico, al diagnóstico de infertilidad y, tal vez, a los fracasados
intentos de tratamiento, todas las parejas que se proponen llevar a término el plan de adoptar van a tener que
afrontar una serie de episodios que marcan de manera especial la transición a la paternidad y la maternidad
adoptivas, episodios que serán vividos con más tranquilidad por algunas personas y con más tensión e inquietud por
otras.
La pareja va a ser entrevistada y analizada, su hogar y sus circunstancias van a ser objeto de valoración. Esta
situación de examen no tiene parangón en el caso de las familias biológicas, siendo vivida por la mayor parte de los
padres con preocupación, pues temen no cumplir con los requisitos o no ser considerados idóneos por una u otra
razón. El desconocimiento de los procedimientos y criterios de valoración suele incrementar las incertidumbres de los
padres, particularmente de aquellos que están menos acostumbrados a situaciones de entrevistas, realización de
pruebas, etc.
Viene luego la espera, con una indudable zozobra respecto a cuánto tiempo se prolongará y cuáles serán las
características que tendrá el niño o la niña que les será propuesto para adopción. El 64% de las familias adoptivas
andaluzas vivieron esta espera como difícil y marcada por preocupaciones y temores. Además, la propuesta de
adopción que se les haga puede alejarse en mayor o menor grado de sus expectativas, por lo que puede plantearse
una nueva toma de decisión, tanto o más compleja que la de partida. En la muestra andaluza estudiada por nosotros,
al 36% de las familias les fueron ofrecidos niños que no coincidían con sus expectativas iniciales; en el 74% de los
casos, esa oferta fue aceptada.
Mientras tanto, la pareja ha tenido que tomar una decisión respecto a cómo y a quiénes dar a conocer su propósito
de adoptar. Es ésta una tarea que raramente se da en el caso de la paternidad y maternidad biológicas, en la que la
pareja no parece tener que justificar ante otros la razón por la que quieren tener un hijo o lo están esperando. Sin
embargo, la parentalidad adoptiva necesita de algún tipo de «presentación» ante los demás. Lejos ya del tiempo en
que se trataba de ocultar la adopción o de darla a conocer sólo en un círculo muy restringido, son muy raros los
padres adoptivos que tratan de ocultar las cosas ante los demás, lo que les lleva a tomar algunas decisiones y a
enfrentarse a los comentarios y opiniones de aquellos a quienes se dé a conocer la información. En el caso de
nuestra muestra andaluza, la mayor parte de las familias estudiadas señalan haber encontrado en su entorno
actitudes favorables, lo que no quita que en ocasiones hayan percibido actitudes de duda o de rechazo debidas a la
falta de vínculos de consanguinidad (19%) o a las dudas sobre los resultados a largo plazo de la adopción (13%); por
su parte, alrededor del 15% de los niños adoptados han informado a sus padres de actitudes negativas con respecto
a su condición adoptiva.
Una vez que, finalmente, el niño adoptado está en el hogar, la transición a la paternidad y la maternidad adoptivas
debe aún continuar. Está, por un lado, la adaptación mutua, el ajuste del hogar y de la vida familiar a las
características del niño o la niña; según cuáles sean éstas, y su manejo por parte de los demás miembros de la
familia, la adaptación será muy sencilla o muy complicada. En general, según los datos de las tres investigaciones
llevadas a cabo en España que estamos comentando, una vez que se produce la llegada del niño o niña a su nueva
familia, las cosas parece que en general empiezan a ir bien. Los niños presentan algunos problemas, pero suelen ir
remitiendo en el curso de los primeros meses. No obstante, la presencia de problemas iniciales es importante porque
se relaciona en gran parte con el pasado del niño y en buena medida con su futuro, puesto que está asociada a la
evolución del ajuste en la adopción. Según nuestros datos, ante los problemas encontrados los padres adoptivos
hacen uso de recursos muy parecidos a los utilizados por los padres no adoptivos, fundamentalmente el apoyo mutuo
entre los cónyuges y el recurso a profesionales (con mucha frecuencia del sector sanitario). Y, como suele ocurrir con
el resto de las familias, la utilización de recursos para resolver problemas está muy relacionada con el nivel social: los
padres de nivel educativo más elevado suelen combinar varias fuentes de recursos (personales, familiares,
profesionales), mientras que los padres de nivel más bajo suelen más frecuentemente limitar sus recursos a los
familiares.
Mientras en el hogar adoptivo van ocurriendo estas cosas, queda todavía abierto el frente de los trámites judiciales
relacionados con la adopción, que pueden de nuevo prolongarse durante algunos meses o durante varios años. Con
mucha frecuencia, la tramitación judicial se prolonga mucho más en el caso de las adopciones de niños con historias
o características más complejas, lo que supone una tensión adicional. La mitad de la muestra andaluza por nosotros
estudiada consideró complicado este proceso, tendiendo a ser la valoración tanto más negativa cuanto más se
alargara.
La transición a la parentalidad adoptiva, por tanto, presenta características propias, muchas de las cuales llevan la
marca de la tensión y la incertidumbre. No debe olvidarse, sin embargo, que las parejas adoptivas presentan algunas
peculiaridades que van a jugar a su favor: han sido valoradas positivamente por un equipo técnico conocedor de las
dificultades que la adopción suele acarrear; la valoración positiva se ha hecho tomando en consideración la situación
personal, familiar y social de los solicitantes de adopción. Además, típicamente las parejas adoptivas son mayores
que las que tienen hijos biológicos, y tienen tras de sí más años de convivencia, lo que probablemente quiere decir
que son más estables.
El origen biológico del menor. Ese niño trae historial, procede de una familia biológica, no podemos hacer borrón y cuenta
nueva.
La historia del menor previo a la adopción y sus consecuencias. Saber que los niños tienen una historia que les ha podido
causar algún daño, problema neurológico… cuantos más abandonos, más alteraciones en la parte afectiva, porque hay niños
que zona adoptados, pero luego vuelven al centro, cambian de nuevo de familia…
Tener que compartir la parentalidad con otras personas. Esto tiene relevancia sobre todo cuando adoptamos niño que no
son de nuestra raza.
El tiempo de espera hasta que llegue el menor. Esto es otra incertidumbre, en la adopción no se sabe. Cuanto menos
exquisito me ponga, más rápida es la adopción. Lo normal es que se solicite u solo niño, con edad entre 0-3 y sin problemas.
La posibilidad de realizar una transición más compleja de niños/as con necesidades especiales, como determinados
grupos de hermanos, niños/as mayores, niños/as de otras etnias, niños con necesidades especiales (por discapacidad,
enfermedad, inadaptación social, problemas en el sistema de apego, etc.), o una adopción abierta
En los casos de la adopción internacional, todo lo relacionado con las vicisitudes del viaje.
Tener que acompañar y/o apoyar al menor en su elaboración de la identidad personal inseguridad. La información
hay que reiterarla desde que son pequeñitos.
o Los hijos adoptados suelen presentar más problemas que los biológicos
o Las familias biológicas de los menores dados en adopción suelen ser un lastre social
o Adoptar a un niño pequeño es mayor garantía de éxito que adoptar a un niño de más edad.
- Historia personal y familiar inadecuada. Si a mí no me han educado bien, mis patrones educativos no van a ser los ideales.
- Escasos apoyos, alto estrés y estilo de vida poco adaptado al menor. Por ejemplo: en familias monoparentales en las que
no hay apoyo externo porque el padre se tiene que ir a trabajar.
- Escasa madurez emocional y determinado perfil individual (cómo se manejan de pérdidas y la espera). Cuando venga el
niño, van a hacer preguntas del tipo: qué hacen los fines de semana.
- Bajo ajuste de pareja.
- Problemas de salud física y mental.
- Inadecuada disposición personal para adoptar (temores, búsqueda de información).
- Inadecuadas habilidades para educar al menor y baja capacidad de afecto.
- Inadecuada motivación para la adopción.
- Condiciones materiales inadecuados y recursos escasos.
- Expectativas erróneas y bajo grado de aceptación ante las diferencias y los retos de la parentalidad adoptiva.
- Escasa o nula implicación de otros miembros.
Por lo que a los padres se refiere, su edad en el momento de la adopción parece desempeñar un cierto papel (menos
comunicación, menos expresión de afecto y técnicas disciplinarias más coercitivas cuanto mayores son), así como su
nivel educativo (a mayor nivel de estudios, más expresión de afecto y más comunicación, más exigencias y menos
imposiciones coercitivas). Por lo que se refiere a los hijos, también en ellos se observan diferencias relacionadas con
la edad (cuanto mayores son, menos implicación en las relaciones con los padres); además, cuantos más problemas
presenten los niños (bien por ser del grupo de adopciones especiales, o por presentar más problemas de conducta, o
por ambas razones simultáneamente), menor es la expresión de afecto y mayor la tendencia a la disciplina estricta.
Ello no significa en modo alguno que estos niños no sean queridos por sus padres, sino sencillamente que las
puntuaciones de expresión de afecto son en su caso algo más bajas.
La dinámica familiar en el interior de las familias adoptivas parece transcurrir en general por cauces satisfactorios,
con una generalizada presencia de altos niveles de afecto, y con un acuerdo también generalizado respecto a la
importancia de las normas, aunque con una mayor diversidad respecto a la forma de aplicar el control. En todo caso,
en nuestro estudio andaluz no hemos encontrado una sola familia adoptiva en la que los padres se comportaran con
sus hijos con la frialdad que Frollo mostraba respecto a Quasimodo; muy al contrario, lo predominante resultó ser el
clima de afecto y compromiso mutuo que caracterizó la relación de Oliver Twist con quien le adoptó. Sobre alguna de
estas cuestiones volveremos en el apartado 6 de este mismo capítulo, con ocasión del análisis de los grados de
riesgo que hay en distintas familias adoptivas.
Por parte de los hijos: Edad elevada en el momento de la adopción, acompañado de los siguientes factores:
- Historia previa de conflictos graves (número de experiencias de separaciones, maltrato físico, abandono, desnutrición,
privación emocional y física, etc.).
- Institucionalización prolongada.
- Temperamento y presencia de problemas de conducta serios, relacionados muchas veces con los malos tratos
(hiperactividad, agresividad, dificultades atencionales, etc.; mayoritariamente en la etapa escolar y en la adolescencia).
- Problemas de salud física y emocional.
- Haber desarrollado relaciones afectivas previas.
- Dificultad para desarrollar un firme sentido de identidad.
- Temor ante la posibilidad de nuevas separaciones.
- Integración en una nueva cultura.
En los hijos adoptivos, el alto riesgo está asociado con la historia previa de conflictos graves, con la
institucionalización prolongada, con la presencia de problemas serios (particularmente, problemas de
comportamiento). En general (aunque no necesariamente) todos estos factores de riesgo tienden a correlacionar con
la edad en el momento de la adopción, de tal manera que cuanto mayores sean los niños o niñas en el momento de
la adopción, tanto más riesgo hay de que tengan una larga historia de conflictos detrás, que hayan pasado más
tiempo en instituciones, etcétera.
Periodo de preescolar (entre los 2 y 6 años): El límite que impone la estructura cognitiva del momento hace que apenas
tenga repercusión emocional en el niño dicha información. No existe sentimiento de pérdida. No distingue entre
nacimiento y adopción. Define la familia por sus miembros o por personas que viven juntas.
Periodo escolar (entre los 6/7 y 11/12 años): Comienza a entender que pueden existir dos madres diferentes. Definen a la
familia como personas unidas por lazos de sangre. Cobra especial relevancia el término de abandono y pérdida duelo,
ambivalencia comportamental, no siempre quiere hablar del tema.
Periodo adulto: Empieza a comprender que conocer sus orígenes es algo importante para él. Luego, en ocasiones,
algunos comienzan la búsqueda de sus ancestros. Finalmente, se puede llegar a aceptar su propia realidad.
Al tratar de los factores de riesgo en los padres adoptivos se ha hecho referencia al grado de apoyo social y
profesional que reciben. En relación con el apoyo profesional, merece la pena recordar que la legislación actual
española en materia de adopción confiere a la administración pública la responsabilidad de llevar ante las instancias
judiciales las propuestas de adopción de menores. Para poder ejercer esa función de manera adecuada, la entidad
pública de que se trate (gobiernos autónomos, típicamente) dispone de unos equipos técnicos que son los que
reciben las solicitudes, hacen una valoración tanto de los niños disponibles para adopción cuanto de los padres que
pretenden adoptar, y finalmente hacen sus propuestas concretas. Los profesionales que componen estos equipos
técnicos son el punto de referencia de los padres y el nexo de unión entre ellos y la entidad pública que habrá de
hacer las propuestas de adopción.
Típicamente, el funcionamiento de los equipos técnicos de adopción ha estado centrado de manera casi exclusiva en
la valoración de niños y padres, y en la formulación posterior de la propuesta de adopción. Dicho en otros términos,
su labor ha consistido fundamentalmente en la selección de familias y el emparejamiento de familias y niños. Fuera
del foco de intervención habitual quedaban todos los contenidos relacionados con el apoyo a los protagonistas del
proceso de adopción. Tal apoyo debe situarse antes de que el niño se incorpore a la familia y también una vez que
eso ha ocurrido. Como se ha expuesto más arriba, los padres adoptivos van a tener que hacer frente a una serie de
retos y exigencias específicos, retos y exigencias respecto a los cuales la gran mayoría va a carecer de información y
de criterio suficiente más allá de los dictados del buen sentido, el compromiso emocional y la ilusión de hacer las
cosas lo mejor posible. Siendo importantísimos, estos dictados no siempre van a ser suficientes para tomar
decisiones respecto a la revelación, para adoptar una determinada actitud ante los problemas que el niño pueda
eventualmente presentar en relación con las más diversas cuestiones, para saber qué es lo más conveniente con
vistas al manejo de los problemas de la adolescencia, etcétera.
En un texto en el que compendian un abundante cuerpo de conocimientos existentes en torno a la adopción, Fuertes
y Amorós (1996) han señalado que se dan tres modelos fundamentales de selección de familias adoptivas: el de
selección/valoración, el de valoración/preparación y el de preparación/educación. Hasta donde conocemos, el modelo
imperante en España ha sido el primero de ellos: los equipos técnicos reciben las solicitudes de adopción, hacen el
estudio de las familias y, si así lo consideran oportuno, llevan a cabo la propuesta de adopción. Y aunque las familias
adoptivas suelen hacer una valoración global de estos equipos claramente positiva, cuando se indaga por aspectos
concretos (contactos a lo largo del tiempo de espera y conocimiento de la situación en que está la tramitación del
expediente, grado de información recibida sobre las características concretas del niño que se adopta, grado de
información-formación recibida respecto a temas críticos como el de la revelación, tipo y calidad del apoyo
postadopción, etc.), la valoración se reduce drásticamente. Por otra parte, los equipos técnicos a través de los cuales
se hizo la adopción no suelen ser vistos por los padres como un recurso de especial utilidad una vez que el niño les
ha sido entregado, de modo que si les surgen conflictos o dificultades, es muy improbable que tomen la iniciativa de
ponerse en contacto con ellos para pedirles ayuda o asesoramiento.
Todo lo relacionado con lo que genéricamente se denomina apoyo a la adopción de parte de las entidades públicas
que son responsables de su materialización, parece necesitado de una revisión en profundidad. Y muy especialmente
si se tiene en cuenta el siguiente hecho: hasta no hace mucho, la mayor parte de las familias adoptaban niños
pequeñitos, de aproximadamente la edad que deseaban. Así, por ejemplo, en la muestra andaluza por nosotros
estudiada, el 61% de los padres que deseaban adoptar a un recién nacido, pudieron hacerlo; de los que preferían un
niño menor de 3 años, el 85% lo recibieron en adopción. Pero la situación ha cambiado dramáticamente en pocos
años: las listas de espera siguen creciendo al mismo ritmo con que disminuyen los niños pequeños disponibles. Cada
vez más, quienes quieran adoptar y no deseen esperar años y años, deberán orientarse hacia las adopciones
especiales (niños mayores, con problemas de salud, con deficiencias o minusvalías) o hacia la adopción
internacional. En ambos casos, se plantearán a la familia retos adicionales a los habituales en, por ejemplo, los
padres de nuestro estudio en Andalucía. No parece entonces razonable que si las dificultades van a aumentar, los
recursos que se pongan a disposición de las familias no se incrementen.
Al respecto de lo que estamos comentando, debe tenerse presente que con alguna frecuencia ocurre que los padres
que tienen menos recursos de tipo personal y social (no hablamos de recursos económicos, sino de recursos para
hacer frente a dificultades en la relación, recursos para saber buscar fuentes de apoyo eficaces, etc.) son los que en
ocasiones reciben a niños con más necesidades. Ello puede deberse a una variedad de razones sobre las que no
podemos sino especular, pero que ahora no nos conciernen. Lo que nos importa es llamar la atención sobre el hecho
de que todo el modelo de relación con las familias que se proponen adoptar, que están en proceso de adoptar o que
ya han adoptado, debe ser replanteado en profundidad. Y debe ser planteado no como un mero problema de
selección, sino también y sobre todo como un problema de capacitación, formación e información a las familias, tanto
sobre los tipos de circunstancias o problemas que pueden encontrar como sobre las formas más aconsejables de
hacerles frente dentro de una lógica diversidad. Y también como un problema de apoyo a las familias adoptivas
variable en función de sus necesidades, debiendo a este respecto las entidades públicas optar por una actitud de
claro desequilibrio: dar más apoyo y ofrecer más recursos a aquellos padres adoptivos que previsiblemente van a
tener más dificultades para sacar adelante al niño adoptado y a la familia reconfigurada.
Dados los acelerados cambios que se están produciendo en el panorama de la adopción, si estas modificaciones no
se introducen y no se introducen pronto, probablemente los problemas aumenten, pues sencillamente están
aumentando los factores de riesgo. Lo que hace falta es entonces aumentar los factores de protección. Así lo
merecen los niños y niñas adoptados, que tienen derecho a una familia y a una vida feliz con ella, pero así lo
merecen también los padres adoptivos, que abren su corazón, su casa y sus ilusiones a una nueva realidad familiar
por la que optaron en algún momento de su vida.