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Buenas tardes.
Lo primero que quisiera destacar es el hecho de que la juventud del siglo XXI
tiene, tanto en forma patente como latente, enormes desafíos. Es cierto que ha
tocado a la juventud de diferentes generaciones un particular horizonte de retos.
Sin embargo, los desafíos de hoy tienen un doble componente inédito.
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El segundo, las transformaciones que, tanto mental como materialmente, ha
implicado la revolución de las tecnologías en la sociedad en red neuronal o
hiperconectada, a lo que se adiciona, por si fuera poco, el aceleramiento de ese
mismo proceso como producto de la pandemia de la Covid-19, que todavía
sigue sacudiendo, aunque ya con menores riesgos, a la humanidad, habiendo
dejado una estela de muerte, morbilidad y crisis económica.
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disyuntiva que al mundo actual, y muy específicamente a la juventud como
grupo etario concreto, representan los mundos online o de la hiperconexión y
offline o de la cultura análoga. El primero es el que simboliza la cultura de los
artefactos tecnológicos, la sociedad de lo desechable, de las identidades
múltiples y líquidas en un mismo sujeto, de la dilución o disminución de los
vínculos humanos en razón de un narcisismo existencial y una vida de consumo,
que subyuga la contemplación a la acción superflua, volátil y que suprime el
ideal colectivo de redención. El segundo, en cambio, expresa la cultura de las
tradiciones, de las costumbres convencionales, de los valores familiares, de la
identidad como una marca hereditaria, de los ideales políticos y sociales que
habrían de construir un mundo de paz y mejor para todos. No diría que se trata
de un choque de mundos, sino más bien, de una yuxtaposición que se expresa
en dos categorías de individuos. Por un lado, los migrantes digitales, y por el
otro, los nativos digitales.
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La ética constituye el dique de contención, para la vida en sociedad, de instintos
tan primarios y naturales como el incesto, el canibalismo y el homicidio. Crear
un sistema ético implica diseñar normas de convivencia e ir elevando un
andamio de principios y valores que darán lugar a la cultura, la civilización, la
sociedad. La mayor amenaza que pesa en el mundo actual sobre la ética es, más
allá de su degradación, su desaparición, su confinamiento, su
instrumentalización y manipulación ideológicas. Sin embargo, la necesidad de
imprimir un mayor relieve a la ética en la modernidad líquida, en la
hipermodernidad es impostergable.
¿Por qué hay que ser cautos con el apogeo del medio digital y el proceso de
digitalización? Para nadie es un secreto, sin importar sus niveles de formación
o información, la dualidad compleja que representan los beneficios y los
perjuicios del apogeo del medio digital en la sociedad hipermoderna que, con
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pandemia incluida, nos ha tocado vivir. En lo digital, no todo es malo, por tanto
no hay que demonizar el fenómeno. Tampoco todo es bueno, especialmente,
cuando se trata del uso lúdico de las pantallas en niños y jóvenes, por lo que la
catequesis o el proselitismo digitales no son aconsejables.
Una actitud llama la atención. Por alguna razón, los fundadores y directivos de
las empresas que desarrollan y venden dispositivos y artefactos tecnológicos,
así como altos ejecutivos formados en Silicon Valley, evitan a toda costa que
sus hijos se eduquen en entornos online, procurando centros educativos
competentes, con orientación en formación humana, mientras estimulan, por vía
del consumismo, la creencia en la propaganda ecuménica de la educación
tecnológica y el paraíso presumible de los ordenadores, tabletas, teléfonos
inteligentes y productos lúdicos como videojuegos o dibujos animados en la
televisión. Exigen que sus hijos sean educados presencialmente y con libros, no
a distancia y con pantallas.
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nuevas generaciones (Y, Z, nativos digitales, migrantes o inmigrantes digitales,
etc.), entre otras argucias que han hecho de la digitalización una suerte de tótem
de la modernización y la globalización.
Es por ello que Desmurget subraya que lo digital refiere una “materia
heterogénea, de la que no cabe hablar como un todo sincrético” (p.187). Lo que
sí afirma categóricamente es que en los niños (2 a 8 años) el uso lúdico de
pantallas (2 horas y 45 minutos por día en un año) equivale a varios cursos
académicos completos, que es el mismo tiempo requerido para llegar a ser un
buen violinista. Entre 0 y 2 años de edad, el consumo promedio es de 50 minutos
diarios frente a pantallas, que se traducen luego en obstáculos para el desarrollo
del lenguaje, hábitos sociales, coordinación motora, gestión de emociones y
facultades matemáticas, entre otras.
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Sin embargo, siendo aun lo peor, moldean tempranamente hábitos de consumo
y uso abusivo posteriores. En tal virtud, hago un llamado a la cautela.
Lo más interesante es verlos confesar cómo ellos mismos fueron víctimas, por
ciberadicción, de sus propios experimentos e inventos en las redes sociales. El
potencial adictivo viene dado por la producción de dopamina que una conducta
propia de la evolución de la especie, como el sentido gregario, la sociabilidad
activa en las redes sociales y las nuevas tecnologías, lo cual es aprovechado por
la industria.
El documental, lanzado en enero del año 2020 y dirigido por Jeff Orlowski, hace
patente la frase de Sófocles con la que abre escena, que reza: “Nada
extraordinario llega a la vida de los mortales separado de la desgracia”. La
revolución tecnológica representa, en tanto que acontecimiento humano, una
oportunidad y un peligro.
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Con sus ventajas y desventajas, hemos ido transitando de un estadio a otro.
Pasamos de la era de la información a la economía de la atención. Porque, en
realidad, el único producto concreto de la industria tecnológica es el usuario de
las redes sociales. El negocio de Facebook, por ejemplo, no es brindar
información, sino aquello que de manera inconfesa hace con los datos del
usuario. El verdadero producto consiste en cómo transformar, de manera
imperceptible, la conducta y la percepción de los individuos. El filósofo Jaron
Lanier subraya que ese y ningún otro es el producto de los gigantes
tecnológicos.
Otro tránsito es el del predominio del capital financiero al apogeo rampante del
capitalismo de la vigilancia, término acuñado por la profesora Shoshana Zuboff
en su libro La era del capitalismo de la vigilancia (2019). En estos tiempos, el
vigilado es el usuario de las redes sociales. El nuevo panóptico es digital. No
hay explotación de un tercero, sino, autoexplotación inducida adictivamente.
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qué horas hace esto o lo otro, para luego venderles publicidad. De manera que
una fórmula inmoral que combine tecnología y psicología de la persuasión dará
como resultado la manipulación de la conducta para generar un cambio a su
antojo.
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actual persigue informar a los sujetos cibernéticos, de forma tal, que su
capacidad racional queda reducida al cálculo y su facultad de memorización se
diluye en la codificación y programación de los artefactos digitales. No
concuerdo con rechazar las ventajas que podría ofrecer la tecnología en la
educación. Por el contrario, se trata de entender que la tecnología por sí sola no
educa y que deshumaniza. Es una herramienta, no un fin en sí mismo, no una
meta. Entre la educación como sistema y lo que la sociedad necesita para
generar riqueza y desarrollo hay un maridaje. La educación genera sujetos para
el sistema, pero también, sujetos contra el sistema. De sus procesos resultan
prolongadores y disruptores de la disciplina que hace de ortopedia social.
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Hay que tener claro que más tecnología, entendida esta como dispositivos y
programas codificados sin más, no es garantía de una mejor calidad en la
educación. Es absurdo subsumir el conocimiento al artefacto. Es equívoco hacer
del dato y de los macrodatos objetos de culto (dataísmo). Lo que hay que hacer
del artefacto es un instrumento para abrir nuevos conocimientos. Lo importante
es que el saber sea científico y que preserve valores humanísticos. La
tecnología, sin el predominio del factor humano en su intencionalidad, resulta
un conjunto de chatarras y algoritmos. Ahí tiene sus raíces lo que Martin
Heidegger llamó, en la década del 30 del siglo pasado, peligro de la técnica. O
bien, amenaza a la paz social en razón de la carrera por la autonomía inherente
al saber tecnológico. La tecnología desprovista de valores humanos es una
peligrosa distracción.
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autoestima. Lo que procura el selfi no es la virtud del retrato que refleja la
personalidad y el alma. No. Lo que refleja el selfi es la ansiedad, la angustia, el
vacío existencial del autopresentado. Es una degradación del retrato
renacentista, por cuanto reduce a un grado cero el sentido de lo humano en su
factura chata. Es una miserable expresión minimalista y fugaz del retrato
fotográfico artístico, por cuanto es alterable, insanamente perfectible el rostro,
la cadera, el vestido de quien se busca en la pantalla de su celular, sin que jamás
logre estar conforme con lo que encuentra. Es el nuevo desnudo; la forma
insufrible de exponerse, es decir, ofertarse en la vitrina virtual globalizada de
una sociedad exhibicionista. Es el más pobre espectáculo del deterioro alienante
del sí mismo. Lo que contiene el selfi no es la pose artificial de un sujeto, sino
la huella de su ciberadicción, de su maníaca afición a estar en la red, de su
existencia depresiva, solitaria, infeliz, angustiada. Hay en el selfi, en tanto que
autorretrato digital, una suerte de autoexplotación semiótica del sí mismo y una
huera expresión de vanidad. No hay un yo auténticamente sustentable, sino más
bien un enorme vacío, en la superficie lisa del individuo representado en la
pantalla de su smartphone.
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una complejidad: la seducción no está solo en el mensaje, sino también en el
soporte; es decir, en el medio digital.
Procuro, más bien, despertar en los ciudadanos del siglo XXI preocupaciones
de nuestro entorno y su futuro, especialmente, aquellas vinculadas a las
ciberadicciones y a la farsa que la espectacular hegemonía de los gigantes
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tecnológicos, a los que el filósofo de la tecnología Jaron Lanier (2018) llama
INCORDIO, nos quieren vender como única forma de vida.
Lanier fue el creador del concepto de realidad virtual. Respiró los aires de
Silicon Valley. Es un verdadero pionero de la innovación informática y digital,
pero, al mismo tiempo, ha devenido uno de sus principales cuestionadores.
Tampoco es un tecnófobo. Por el contrario, es un singular conocedor y un
profundo crítico. Trabaja como asesor para Microsoft y ha sido reconocido
como una de las 100 personalidades más influyentes en los ámbitos cultural,
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tecnológico, filosófico y científico por The New York Times, Foreing Policy y
Prospect.
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especialmente, cuando plataformas digitales como Facebook, Google y Twitter
sobreponen la cuantificación de los clics, el volumen de publicidad y las
ganancias en dinero a la cuestión fundamental de la calidad de la información.
Esta lamentable tendencia de los gigantes tecnológicos amenaza con socavar la
credibilidad de los hechos como piedra angular del discurso humano.
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Levinas- procede de la irreductible inquietud por el otro. El amor no es
conciencia. Es porque hay una vigilancia antes del despertar como el cogito es
posible, de modo que la ética es anterior a la ontología. Detrás de la venida de
lo humano hay ya la vigilancia respecto del otro. El Yo trascendental, en su
desnudez, procede del despertar por y para el otro” (pp.79-80). Ese otro puede
ser un extranjero, porque, para que haya “reencuentro”, el acontecimiento tiene
que darse entre extranjeros, entre desconocidos; de lo contrario, se trataría de
un “parentesco”. La sociedad del miedo en que vivimos hoy nos hace temer del
otro más cercano. Estamos abocados a recuperar la confianza para hacer viable
el proyecto humano. Sin respeto al otro no será posible. Los jóvenes de hoy
tienen sobre sus hombros la responsabilidad de suplantar el miedo y el odio por
la solidaridad y el amor.
El auge del prefijo ciber, que marca el predominio del giro de la tecnología de
la comunicación digital, nos ha ido acostumbrando a la noción de nativos
digitales, con la que definimos, desde Marc Prensky (Digital Natives, Digital
Immigrants, 2001) a aquellos individuos que nacieron con el lenguaje de las
computadoras y los dispositivos para internet y videojuegos, y que han crecido
en interacción con las tecnologías digitales y su vertiginosa transformación. Se
les sitúa como venidos al mundo a partir de 1990 y sus destrezas y habilidades
se reflejan en el manejo fácil de las computadoras y demás dispositivos
digitales, y en contactarse aprovechando los recursos de la red y el
establecimiento de comunidades virtuales. Su modo de consumo y su forma de
pensamiento, por tanto, su estilo y estrategia de vida están estrechamente
vinculados a la ubicuidad e instantaneidad de las tecnologías de la
comunicación digital. Suponen, respecto de las generaciones anteriores, la
instauración de una brecha o una disrupción en lo alfabético, lo socialmente
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vinculante, en la expresión y canalización del deseo y en lo
epistemológicamente viable para la construcción de nuevos espacios de
pensamiento, nuevos emprendimientos y negocios, nuevos e impensados
productos de consumo, incluso, nuevas y múltiples identidades. Son los
cibersujetos que aventajan en el cibermundo y la cibercultura dominantes hoy.
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El modus convivendi del cibermundo del siglo XXI es diferente al modus
vivendi del mundo concreto del siglo XX, porque el tiempo, el espacio y la
velocidad, además de la identidad (hoy identidades múltiples) han sido
transformados por la revolución tecnológica y el giro digital. Al nativo líquido,
en su mayoría, le importa más conectar que ser. Y la cuestión de existir parece
reducida al llamado de estar o no estar en la red, aparecer o no aparecer en el
orden virtual. Los hijos del baby boom o nacidos entre 1946 y 1964 luchamos
por construir un lugar mejor en el mundo. Los nativos digitales se sienten
conformes con un no-lugar, dado que su sentido de la topología se encuentra en
el ámbito virtual. Su espacio físico, que da entrada a la dimensión ilimitada del
ciberespacio como su lógico hábitat, se reduce al tamaño de la pantalla líquida
de un teléfono inteligente de bolsillo.
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y esperanzador. Ese que marca el paso de los descubrimientos aplicados a
mejorar la calidad de vida de las poblaciones y a llevar aquella misma
curiosidad e inteligencia humanas a inimaginables y recónditos confines del
universo. De ahí que vivamos hoy en un mundo más comunicado a través del
ciberespacio y el medio digital, y con mayores conocimientos de las leyes de la
naturaleza y del individuo mismo.
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obnubilación o ceguera producidas por la embriaguez digital, el individuo del
enjambre digital o masa digital sea un sujeto aislado, aunque se jacte de estar
hiperconectado, porque la hiperconexión no equivale a auténtica comunicación.
Sustenta que al enjambre digital le falta un alma o un espíritu, dado que unirse
en un enjambre digital no garantiza el desarrollo de un nosotros. “Los habitantes
digitales de la red -dice- no se congregan. Les falta la intimidad de la
congregación, que producirá un nosotros. Constituyen una concentración sin
congregación, una multitud sin interioridad, un conjunto sin interioridad, sin
alma o espíritu” (En el enjambre, Herder, 2014). Tenemos personas aisladas,
singularizadas (Hikikomoris) que viven al margen de la sociedad, que se pasan
el día ante los dispositivos y medios audiovisuales o el monitor sin salir de la
casa. De esa tendencia deriva la ciberadicción denominada “infoxicación”; es
decir, intoxicación por exceso de información.
Los colectivos digitales, cuando tienen lugar, llegan a ser apenas modelos
grupales de movimiento caracterizados por la fugacidad, volatilidad e
inestabilidad. No son duraderos. Hemos visto y vivido en buena parte del
mundo manifestaciones sociales y políticas que descansan en este principio y
de ahí su fragilidad.
Para Han, el nuevo hombre teclea, en lugar de actuar. “La cultura digital
descansa en los dedos que cuentan. Historia, en cambio, es narración. Ella no
cuenta. Contar es una categoría poshistórica. Ni los tweets ni las informaciones
se cuentan para dar lugar a una narración. Tampoco la timeline (línea del
tiempo) narra ninguna historia de la vida, ninguna biografía. Es aditiva y no
narrativa. El hombre digital digita en el sentido de que cuenta y calcula
constantemente”, afirma Han (p.60).
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Lo aditivo virtual es alienante porque nos aparta del relato de la vida. La
responsabilidad moral, como posesión y derecho inalienables en cada uno de
nosotros, nos fuerza a superar el aislamiento y la soledad digitales, para
hacernos más compromisarios de la solidaridad y la lucha por el bien común,
para atenuar cualquier intento o huella de inconsecuencia con la vida.
Nuestra sociedad atraviesa por una severa crisis en términos de valores éticos y
un individualismo rampante, narcisista y mercurial nos ha hecho tocar fondo,
quebrando el sentido de solidaridad como recurso de sobrevivencia del tejido
social y del espíritu comunitario. Pero, no es menos cierto que en nuestros
jóvenes descansa nuestra fe en un mundo mejor. Los jóvenes son dueños de una
nueva visión acerca de la relación entre cultura y naturaleza, entre individuo y
sociedad, entre ciencia, tecnología y humanismo. Han de ser los defensores de
la instauración de límites éticos a los desbordes del economicismo,
consumismo, cientificismo, armamentismo y tecnologías bioéticas.
Los jóvenes tienen el derecho de exigir a los mayores un legado menos cruel,
menos abismal y más esperanzador; pero también, descansa sobre sus hombros
la responsabilidad, una responsabilidad moral impostergable, de armonizar los
fines y medios de las tecnologías y del espectro digital con las aspiraciones de
vida, conservación del medioambiente y libertad de los hombres y mujeres de
este mundo.
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muros ni fronteras, sin odios ni cerrazón hacia la construcción de un futuro
promisorio, solidario y duradero. El porvenir lo encarna la juventud éticamente
responsable.
Muchas gracias.
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