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“¿DEBEN PUBLICARSE REVISTAS CIENTÍFICAS EN LA ARGENTINA?

” UNA
POLÉMICA POR LA DIFUSIÓN CIENTÍFICA NACIONAL (1960)
Pablo von Stecher

Instituto de Lingüística, Universidad de Buenos Aires (UBA) – Consejo Nacional de


Investigaciones Científicas y técnicas (Conicet)

Resumen
Hacia 1933, se creó en el país la Asociación Argentina para el Progreso de la Ciencias (AAPC),
una organización civil que se propuso la expansión de la actividad científica nacional y que
resultó un antecedente del Conicet. A través de la revista Ciencia e Investigación (CEI),
publicada desde 1945 y muy vigente en la actualidad, la AAPC se propuso la difusión de
investigaciones locales e internacionales en las áreas de las ciencias exactas y naturales. En
1960, CEI publicó una editorial del bioquímico Enrique Cabib titulada “¿Deben publicarse
revistas científicas en la Argentina?”, interrogante al que el autor respondió por la negativa y
argumentó que tales publicaciones no tenían difusión internacional y no presentaban trabajos
originales, así como señaló que los investigadores argentinos preferían publicar sus
experimentaciones en revistas extranjeras. Estos enunciados generaron distintos tipos de
respuestas, aunque mayormente reprobatorias, formuladas por representantes de diversas
disciplinas que calificaron la propuesta de Cabib de “revolucionaria” o “intolerable”; réplicas
que -a su vez- fueron respondidas por Cabib. La discusión fue publicada en CEI a lo largo de
1961, bajo el mismo título de la primera editorial.
El objetivo de la presente ponencia es analizar esta polémica y, para ello, se inscribe en el marco
que promueve R. Amossy desde la revista Argumentation & Analyse du Discours y que
entiende que los esquemas de razonamiento y las estrategias retóricas que se movilizan en el
trabajo de persuasión se materializan en el discurso y son tributarios de sus reglas (Amossy y
Koren, 2008). Desde esta perspectiva se analizarán los distintos argumentos y
contraargumentos que sustentan la polémica y que implican problemáticas disciplinares (el
desigual desarrollo de las distintas áreas científicas), económicas (los costos de publicación y
las necesidad de subsidios) pero también lingüísticas (el problema del español como lengua de
las ciencias) y utilitaristas (la publicación en función de la obtención de antecedentes). Dos años
después de la fundación del Conicet (1958), los textos que conforman esta polémica ponen a
luz de manera explícita una serie de dificultades propias de la difusión científica argentina
vinculadas al limitado impacto de las publicaciones locales en el plano internacional, la
desconexión de la ciencia con los problemas sociales y la definición de los lineamientos de una
“ciencia nacional”, diversas problemáticas que hasta el día de hoy interpelan a investigadores
y científicos.
Palabras clave: POLÉMICA. DIFUSIÓN CIENTÍFICA. ARGENTINA

Introducción
La revista Ciencia e Investigación (CEI), patrocinada por la Asociación Argentina para
el Progreso de las Ciencias (AAPC), se publicó por primera vez en el país en el año 1945. La
AAPC había sido fundada en 1933 por Bernardo Houssay (1887-1971), célebre médico
argentino, director del Instituto y la Cátedra de Fisiología en la Universidad de Buenos Aires
desde 1919 y Premio Nobel de Fisiología en 1947. El propósito de la asociación consistía en la
expansión científica nacional a través de la vinculación entre investigadores, la coordinación
de becas, la adquisición de recursos y la cooperación con el desarrollo industrial local1.
Durante sus primeros quince años, CEI tuvo como director a Eduardo Braun Menéndez
(1903-1959), también fisiólogo y miembro de la AAPC. La revista contaba con un ejemplar
mensual cuyos contenidos se focalizaban en el área de las ciencias exactas y naturales. Sus
secciones estables, además de la “Nota editorial”, eran: “Artículos originales”, “Organización
de la Enseñanza y de la Investigación”, “El mundo científico”, “Los premios Nobel” y “Noticias
de la AAPC”. Josefina Yanguas (2015: 94), quien fuera secretaria de Houssay, dio cuenta del
importante papel didáctico que tuvo la revista en tanto explicaba, por ejemplo, qué era un
instituto de investigación o en qué consistía la labor del científico, cuestiones sobre las que
primaba un desconocimiento generalizado por entonces en el país.
La década inaugural de CEI (1945-1955) coincidió con las primeras presidencias de
Juan Domingo Perón, cuyas políticas científicas apuntaron al desarrollo de las áreas técnicas,
orientadas a profundizar el proceso de industrialización y guiadas por intereses del sector militar
(Hurtado y Busala 2006: 19-21, 29). Durante estos años, numerosas universidades argentinas
fueron intervenidas y muchos profesores, entre ellos Houssay y Braun Menéndez, resultaron
cesanteados de sus cargos. Con el derrocamiento de Perón en 1955, propiciado por la
Revolución Libertadora, las universidades fueron ocupadas por agrupaciones estudiantiles
opuestas al peronismo, se reintegraron cátedras y cuerpos docentes (Buchbinder 2005: 148-
151). En febrero 1958, Houssay, Braun Menéndez e investigadores de distintos espacios
crearían el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), institución
que en la actualidad coordina y financia gran parte de las actividades científicas en el país.
En agosto de 1960, CEI publica un editorial del bioquímico Enrique Cabib titulado
“¿Deben publicarse revistas científicas en la Argentina?”, interrogante al que el autor responde
por la negativa. Distintas consideraciones que oscilaron mayormente entre la sorpresa, la crítica
y la desazón frente a los dichos de Cabib fueron publicadas en la revista y dieron origen a una
polémica que será objeto de análisis del presente artículo. A continuación, se especificarán los
referentes teóricos que orientan este estudio, así como las fuentes y materiales de análisis. Una
vez indagados los distintos argumentos que confluyen en el debate, se extraerán

1
La AAPC seguía el modelo asociativo difundido en el mundo desde el siglo XIX. Entre otras Asociaciones para
el Progreso de las Ciencias, la Asociación Británica se fundó en 1831; la Asociación Estadounidense, en 1848 y
la Asociación Española, en 1908. En 1948, se crearon las Asociación Brasileña y la Asociación Uruguaya.
consideraciones tanto sobre los mecanismos confrontativos que sustentan la polémica, como
sobre los intereses concernientes a la difusión científica que genera el tópico en cuestión.

Referentes teóricos y materiales de análisis


Esta ponencia se enmarca en la perspectiva desarrollada por Ruth Amossy (2008) que
inscribe el estudio de la argumentación en el seno del Análisis del Discurso (específicamente
en los enfoques franceses contemporáneos) lo que implica, en términos generales, conferirle al
análisis argumentativo su dimensión institucional y social antes que concebirlo en el espacio
abstracto de la lógica pura (Amossy 2008: 14-16)2. Desde estos lineamientos, Amossy definirá
la argumentación como un continuum discursivo que manifiesta distintos grados de
confrontación y en cuyos polos se encontrarían los discursos que silencian al adversario y
“borran” el carácter confrontativo, por un lado; y los que exacerban el conflicto y exponen el
choque ostentoso de posiciones, por otro. En este sentido, explica Amossy (2016: 25-26), la
polémica queda necesariamente inscripta en la argumentación. No obstante, al igual que
Amossy, otros referentes del campo como Christian Plantin (2016: 68) y Marc Angenot (2016:
39-40) han observado cómo los antiguos tratados de retórica así como los estudios
argumentativos de mediados del siglo XX (Perelman y Olbrechts-Tyteca, Toulmin) e incluso
los aportes posteriores desde la Lógica Natural de J. B. Grize, se han distanciado del análisis de
la polémica y de los desacuerdos que persisten a los debates. Tales elaboraciones se han
concentrado mayormente en el estudio de técnicas discursivas que permiten acrecentar la
adhesión de los sujetos a las tesis presentadas, buscar acuerdos o reflexionar sobre el idealizado
arte de persuadir mediante el discurso y a través de debates bien regulados. Ese interés por el
consenso se opone a la pasión por el dissensus propia de toda relación polémica, señala Plantin
(2016: 69), quien además afirma que en pos de la reflexión discursiva y lingüística resulta más
enriquecedor el abordaje de las controversias que el análisis de los acuerdos.
El discurso polémico consiste en la confrontación de, al menos, dos opiniones que se
ocupan no sólo de exponer y defender el punto de vista propio sino también de asegurar su
supremacía frente a las otras posiciones en debate (Amossy 2016: 26). La acepción de la
polémica como “guerra verbal” implica la existencia de un “blanco” u objeto de ataque que
bien puede ser un punto de vista o la persona que la encarna, tal como ha señalado Catherine

2
En efecto, Amossy (2008: 16) recupera la voz de Dominique Maingueneau (2002) al señalar que su enfoque
adopta la vocación del Análisis del Discurso por aprehender “el discurso como intrincación de un texto y de un
lugar social”. A partir de ello, propone indagar la argumentación en una situación comunicativa concreta y
articulada en lengua natural, así como atender a la construcción del dispositivo enunciativo y a la problemática de
la materialidad y profundidad del lenguaje.
Kerbrat-Orecchioni (1980), pero debe aclararse que no en todos los discursos polémicos queda
explícitamente manifiesta la descalificación hacia el otro o la violencia discursiva. Al seguir la
línea de lectura de los referentes mencionados, Ana Montero (2016: 15) confirma que para que
exista una polémica es necesario que la cuestión en conflicto sea de carácter público y de interés
compartido, al menos, por una comunidad más o menos vasta de individuos.
Una vez rastreados, detectados y ordenados los documentos que dieron lugar a la
presente polémica, y de acuerdo con los lineamientos esbozados, se procedió al estudio de las
formas enunciativas y de las estrategias lógicas y emocionales en la conformación de
argumentos, refutaciones, contraargumentos y enunciados descalificatorios del adversario. El
corpus de análisis se compone, entonces, de una serie de artículos publicados bajo el mismo
título -“¿Deben publicarse revistas científicas en la Argentina?”- en distintos géneros
discursivos (editoriales, columnas de debate y opinión) de CEI. Los mismos pertenecen al
bioquímico Enrique Cabib (1960, 1961a, 1961b), al doctor en botánica Teodoro Meyer (1961),
al químico y bromatólogo Pedro Cattáneo (1961) al ingeniero agrónomo Arturo Burkart (1961),
y a los investigadores en química Carlos Cardini (1961) y Máximo Barón (1961). La polémica
se concluye, aunque sin clausurarse, con una reflexión del cuerpo editorial de CEI (1961).
Anticipo que la estrategia del locutor cuestionado (Cabib), cuyos enunciados llevan
adelante el hilo discursivo del intercambio, consistirá en adoptar contestaciones que fluctúan
entre la impugnación rotunda y la amonestación mesurada o condescendiente, de acuerdo con
los distintos grados de cuestionamiento y/o agravio recibidos previamente. Anticipo también
que esta polémica expone una serie de preocupaciones que actualmente interpelan al
investigador latinoamericano -o distante de los centros hegemónicos de producción científica-
que intenta difundir sus hallazgos y aportes en la comunidad científica.

1. El comienzo de la polémica
No deben publicarse revistas científicas en la Argentina, sintetiza pronto Cabib en el
editorial original que dio lugar a la polémica. Su disertación comienza con las únicas dos
afirmaciones con las que coincidirán el resto de los involucrados: a) la investigación científica
argentina viene de un largo periodo de estancamiento; b) no obstante, desde los últimos años se
está intentando impulsar con vigor la investigación local. Aclaremos que si bien algunos
proyectos científicos llevados a cabo por el peronismo habían fracasado3, la ciencia y la
tecnología argentina contaron con ciertas iniciativas y logros durante estos años: las creaciones

3
Es un caso célebre el malogrado proyecto de energía nuclear ideado por el físico austríaco Ronald Richter en la
Isla Huemul (Patagonia) y coordinado por el peronismo hacia la década de 1950.
de la Comisión Nacional de Energía Atómica (1950), del primer Consejo Nacional de
Investigaciones (1951) y de la Universidad Nacional Obrera (1953), luego denominada
Universidad Tecnológica Nacional (Buchbinder, 2005: 155-159). Desde las páginas de CEI, el
periodo fue caracterizado por la falta de autonomía en la actividad científica, la primacía de los
criterios utilitaristas y los intentos por subordinar la ciencia al Estado (Hurtado y Busala, 2006:
30). En este sentido, se ha señalado que CEI intentó llegar a la opinión pública para difundir su
propia representación del campo científico y su mirada escéptica acerca de la precariedad de la
ciencia local y sus propuestas para superar los conflictos detectados (Hurtado y Busala, 2002:
40).
La función de las publicaciones científicas, explica Cabib, es dar a conocer los
resultados obtenidos por una persona o grupo para que luego sean tomados como bases de otros
estudios. En tanto la ciencia es una actividad internacional, es clave que las revistas editadas
por asociaciones profesionales y científicas tengan un alto nivel de difusión. El problema es
que las publicaciones locales son desconocidas en los medios extranjeros o sólo se difunden sus
resúmenes en órganos como Chemical Abstracts4 -hecho que Cabib afirma poder corroborar a
partir de sus estadías en el exterior-. El motivo de la limitada difusión radica en la falta de
originalidad de sus artículos y las abundantes repeticiones de hallazgos alcanzados en otros
espacios, datos a los que el investigador sólo le agrega unas pocas observaciones.
Aunque Cabib admite la existencia de trabajos locales de calidad, señala que estos son
mayormente publicados en revistas de circulación internacional, y su reducida cantidad es
insuficiente para conformar una publicación de alta jerarquía en cualquiera de las ramas
científicas. En consecuencia, las revistas locales carecen de utilidad pues no resisten un análisis
riguroso, implican un gasto de tiempo y dinero que podría destinarse a la investigación y tienden
a ser manipuladas por los autores con el fin de coleccionar antecedentes para ganar concursos,
generar influencias o deslumbrar a auditorios inexpertos. ¿Qué solución propone Cabib frente
a esta situación? Producir una única revista que, en vez de presentar artículos originales,
reimprima una selección de trabajos ya publicados por argentinos en revistas internacionales.
De esta forma se obtendría una compilación de alta jerarquía, capaz de difundir la obra local
efectiva y de calidad, favorecer el diálogo entre investigadores, evitar lecturas excesivamente
especializadas, orientar a los jóvenes interesados en la investigación y eliminar la creación de
falsos antecedentes. Se lograría también que el Conicet, las universidades y los organismos
competentes pudieran contar con una idea cabal del desarrollo argentino. Sin muchas

4
Se trata de la revista estadounidense, creada en 1907 y dedicada a la divulgación de resúmenes y sinopsis de
artículos en el área de química.
esperanzas a que las academias o sociedades científicas renuncien a sus publicaciones, Cabib
cierra el artículo señalando que el Conicet sería el organismo ideal para encarar este proyecto.

2. Contraargumentos y confrontación
Las repercusiones por el texto de Calib no se hicieron esperar. Teodoro Meyer, botánico
del Instituto Miguel Lillo (Tucumán), lo caracteriza como un planteo revolucionario y de
descrédito para la ciencia argentina hacia el exterior. Refuta el primer argumento mediante la
enumeración de revistas locales con contenidos valiosos y originales que son consultadas en
Europa y en EEUU5. Justifica la apreciación a través del valor de lo útil, dado los aportes
archivísticos y descriptivos que generan, sobre todo, aquellas revistas dedicadas a la zoología,
la botánica y la agronomía nacional. Si bien Meyer descalifica la propuesta de Cabib, lo hace
mediante procedimientos que mitigan el ataque como las concesiones y los modalizadores6. Por
caso, afirma: “Seguramente el Sr. Cabib se habrá referido a una ciencia determinada (...) pero
existen otras que marchan a la vanguardia”; “Probablemente existan en el país, como dice el
señor Cabib, personas que publiquen trabajos mediocres (…) pero estos son los menos” (Meyer
1961: 50). De este modo, aunque se desacreditan los argumentos sobre las publicaciones como
medios de propaganda personal y sobre la limitada actividad científica local, el grado de
enfrentamiento resulta aminorado mediante la aceptación de puntos de partida admisibles en
los razonamientos, instancia que se refuerza a través de los adverbios de actitud que introducen
los enunciados y que operan como modalizadores al situar los juicios en un rango de verdad o
de alta probabilidad.
Para corroborar la calidad de las revistas locales, Meyer recupera un lugar de la
cantidad7 en tanto da cuenta del importante número de subscripciones extranjeras recibidas por
las instituciones argentinas que cuentan con órganos de difusión. Para Meyer, la propuesta de
la revista única no se sostiene dado que limita las oportunidades para publicar en medios locales,
así como obliga a los candidatos a someterse a procesos de evaluación en el exterior que
demoran mucho tiempo y perjudican la originalidad de los escritos.

5
Se trata de: Physis, Darwiniana, Revista Argentina de Agronomía, Acta Zoológica Lilloana, Revista de
Investigaciones Agronómicas, Revista del Museo de La Plata, Boletín de la Sociedad Argentina de Botánica,
Cuadernos de Minería y Geología de la U.N.T., entre otras, (Meyer 1961:49).
6
Kerbrat-Orecchioni (2016: 99-101) recupera aspectos del modelo de la cortesía de Brown y Levinson para dar
cuenta de los procedimientos que confluyen en el fenómeno denominado “descalificación cortés de adversario”
(es decir, la descalificación que adopta ciertas apariencias de la cortesía). Con el fin de suavizar el acto de amenaza
a la imagen del interlocutor, el locutor puede “pulir” sus enunciados mediante distintos procedimientos:
eufemismos, lítotes, concesiones, modalizadores, tropos, entre otros.
7
Al respecto, ver Perelman y Obrechts-Tyteca (1989: 148-151).
La intervención de Cattáneo -miembro de la Cátedra de Bromatología y Análisis
Industriales (Facultad de Ciencias Exactas, Universidad de Buenos Aires)- problematiza
cuestiones hasta ahora dadas por hecho. Por un lado, se pregunta qué se entiende por una
“producción original”. Si se la debe definir por el uso de técnicas originales, entonces muy
pocas elaboraciones podrían atribuirse este carácter, no solo en la Argentina, sino en el mundo
científico. Por otro, introduce un factor clave, aunque desafortunadamente silenciado durante
el resto de la polémica: las dificultades del español como lengua de la ciencia. Sobre esta
cuestión, Bernardo Houssay se había manifestado a través de importantes gestos, tales como la
reivindicación del médico español Santiago Ramón y Cajal (Premio Nobel en 1906) y su
demostración de la compatibilidad de esta lengua no sólo con las creaciones artísticas sino
también científicas (Houssay 1989 [1934]: 431); su invitación a los investigadores
estadounidenses a conocer las otras lenguas americanas (español y portugués) y a disertar en el
idioma del país sede de los futuros congresos a los que asistan (Houssay, 1989 [1936a]: 574);
la denuncia a la tendencia de los grandes centros de investigación por considerar sólo las
contribuciones hechas en el país o en la lengua nacional (Houssay, 1989 [1959]: 219). No
obstante, coexistían con estos planteos reivindicatorios enfoques como los de Enrique Gaviola
(1948: 118), entonces Presidente de la Asociación Física Argentina, quien sostenía que el
español era una lengua poco actualizada, con reglas sintácticas anacrónicas, carente de
neologismos e incapaz de dar cuenta de los nuevos avances científicos.
Más cercano a Gaviola que a Houssay, Cattáneo señalará la reducida trayectoria y
experiencia del español (entre otras lenguas) en materia de producción científica. Antes que
enfatizar su desarrollo y empoderamiento en las prácticas de la difusión escrita, sugiere la
redacción de artículos en inglés o alemán en revistas locales. En efecto debe señalarse que, al
menos desde 1970 y una vez admitido el inglés como idioma internacional de la ciencia8, ha
aumentado el número de autores no angloparlantes que publican sus trabajos en esta lengua en
el marco de revistas locales, así como se ha profundizado la decisión de revistas nacionales por
publicarse íntegramente en inglés (Navarro, 2001: 37; Hamel, 2013: 330).
El auspicioso momento actual que estaría atravesando la ciencia local es el argumento
que propone Cattáneo para refutar la propuesta de la revista única. En este sentido, sentencia:
“Nadie discute ya que en la Argentina se ha vivido un serio retraso respecto de la producción
científica (…) Sin embargo, algo se viene operando en estos últimos años. El Estado, los

8
Como señalan Navarro (2001: 36-37) y Hamel (2013: 327), entre otros, el predominio de la lengua inglesa en la
actividad científica no deriva de su superioridad lingüística frente a otros idiomas, sino de la supremacía política,
económica, técnica y cultural estadounidense desde el final de la II Guerra Mundial.
esfuerzos privados y los de muy importantes organismos extranjeros e internacionales,
contribuyen a crear un clima propicio a su desarrollo” (Cattáneo 1961: 51). Desde nuestra
mirada, este argumento se constituye como un tópico ya recurrente y representativo del discurso
científico argentino. Este mismo se conforma a partir de la confrontación de dos momentos
mediante la pareja antitética “pasado / presente” -detectable en el ejemplo a través del uso del
pretérito perfecto compuesto frente al presente progresivo y a la referencia a “estos últimos
años”-, la ruptura o distanciamiento con aquel pasado de retraso a través del conector
adversativo y la consiguiente proyección del momento actual como temporalidad favorable para
el desarrollo científico9. La clausura del argumento se alcanza a través de dos preguntas
retóricas que (una vez superado el estancamiento mencionado) interrogan: “¿Es entonces
razonable proponer la supresión de nuestras revistas científicas? ¿No sería más prudente velar
por su mejoramiento, por asegurar su periodicidad? Invito formalmente al autor del editorial a
cooperar en esta noble tarea” (Cattáneo, 1961: 51).
La descalificación a la propuesta de Cabib, objeto de ataque de Cattáneo, queda
levemente atemperada aquí no sólo a través de la pretendida “no-imposición de juicios” que
implica el uso de las preguntas retóricas, sino también por el carácter impersonal con que se
formulan los interrogantes. No obstante, y a pesar de la camaradería inscripta en la invitación a
Cabib para conformar un esfuerzo constructivo y colectivo que posibilite una mejor
documentación, quedan explicitadas las críticas a su planteo, en términos de “imprudencia” e
“irracionalidad”. Un segundo movimiento de confrontación, más fallido que el anterior,
consiste en atribuirle a Cabib la afirmación de que “todo texto publicado en el exterior
constituya de por sí un aporte y un antecedente real”, enunciado que de hecho no fue
mencionado por el químico, pero que le permite a Cattáneo (1961: 52) plantear que los
materiales valiosos se difunden y circulan independientemente del medio en que hayan sido
publicados. Finalmente propone que sea el Conicet quien seleccione minuciosamente las
revistas que merecen el apoyo financiero.
“Me veo en la obligación moral de dirigirme a Ud. para expresarle la penosa impresión
que ha dejado en mi ánimo”, introduce pronto el Ingeniero Burkart (1961: 52), en una columna
que se aleja de la lógica del razonamiento y las pruebas. Generaliza luego la ofensa percibida
al señalar que las palabras de Cabib representan un agravio no sólo para los hallazgos de
nuestros investigadores, sino para toda la comunidad científico-editorial. Sin mayor rodeo,

9
Tal como ocurre en otros tipos discursivos, esta formulación opositiva ha sido actualizada en distintas instancias
y por diferentes voces del discurso científico argentino -Montes de Oca (1852), Ramos Mejía (1893), Houssay
(1958)- que se han propuesto (re-)fundar la ciencia nacional luego de una instancia de estancamiento o conflicto.
afirma: “Está equivocado, el señor Cabib” y atribuye sus opiniones “a los efectos de un
momento de depresión o una experiencia personal desgraciada” (Burkart, 1961: 52). Lleva
entonces el conflicto al terreno del descrédito explícito y personal mediante la depreciación de
la condición mental-emotiva del locutor, rasgo que puede llamar la atención dadas las
formalidades que implican el circuito y el ámbito comunicativo. Para Burkart, la propuesta de
Cabib, que no se ha visto siquiera remotamente en ningún otro lugar del mundo, implicaría
directamente un “suicidio científico nacional”. El carácter persuasivo que supondría esta
metáfora, contundente y definitiva, no llega a compensar la falta de fundamentos. Burkart
(1961: 52) se jacta de poseer “documentos y antecedentes que permiten refutar todas las
afirmaciones negativas del señor Cabib (…) pero en obsequio a la brevedad -sentencia- no
entraré en detalles” ¿Qué menos efectivo para una argumentación que afirmar contar con la
carga de la prueba pero no exponerla por razones de espacio?

3. Respuesta y contragolpe
Dado el interés suscitado por la polémica, Cabib es convocado por CEI para responder
las tres devoluciones recibidas. El químico diferencia el carácter de las réplicas y decide
contestar, en principio a Cattáneo y a Meyer. Interesa observar el modo en que su discurso
reproduce los mismos recursos mitigadores de descalificación articulados por Meyer
(concesiones y modalizadores). Sobre los planteos de este último, acepta la necesaria existencia
de revistas con fines de registro y clasificación de datos en ciencias descriptivas como la
botánica o la zoología, pero aclara que se trata de un criterio que no alcanza a las áreas teórico-
experimentales (física, química, fisiología). Objeta, asimismo, la creencia de que los artículos
enviados al exterior impliquen mayores retrasos o dificultades. Sobre los postulados de
Cattáneo, asume la dificultad de definir “lo original” pero aclara que en su postura tal
concepción no implica necesariamente la utilización de “técnicas originales”. Destaca la buena
intención de pretender aumentar las exigencias en los criterios de aceptación de artículos
locales, pero indica que el problema radica, justamente, en la muy reducida cantidad de trabajos
con un “nivel aceptable”. La formulación de estos contraargumentos se articula mediante
distintas expresiones verbales (“me parece”, “creo”)10 que le confieren a los enunciados un
matiz de posibilidad antes que de certeza absoluta. Aún más, al desmentir la afirmación que le
endilga Cattáneo, Cabib (1961a: 53) no recurre a la negación rotunda, sino que sentencia “no

10
En extenso, señala: “Me parece difícil que se pueda mejorar mucho el nivel de las revistas científicas nacionales”,
“Creo que es casi imposible decidir cuándo un trabajo es original o no”, “Me parece lógico dejar la taxonomía
fuera de la discusión”, entre otras (Cabib, 1961a: 53).
he podido encontrar en mi artículo la afirmación que me atribuye el doctor Cattáneo, de que
todo lo publicado en otra parte constituya un real y no falso antecedente”. Al contrario,
corrobora Cabib, la sugerencia de conformar un comité que seleccione los trabajos a re-
publicarse confirma que la afirmación endilgada no tiene lugar válido en la argumentación.
En tanto Burkart ha “elegido exponer apreciaciones de contenido esencialmente
emocional”, Cabib (1961a: 53) sentencia “poco puedo contestarle”, aunque debe “sin embargo
advertirle” que, lejos de ser única, su posición ha contado con notables coincidencias por parte
de distintos colegas. Ante la lógica del agravio y la amenaza de su imagen personal, el
contraataque de Cabib apunta a desacreditar y silenciar un discurso que no merece respuestas y
a esbozar la advertencia final. Entre otras voces que Cabib declara afines a su postura, se
encontraría la del químico Carlos Cardini, colega en el Instituto de Investigaciones Bioquímicas
Fundación Campomar. Lo enriquecedor de la incorporación de su palabra para el desarrollo de
la polémica en sí misma -pero también para su estudio- consiste en evitar el desequilibrio de
voces representantes de las distintas posturas. Si bien Cardini asume pronto el riesgo implicado
en el carácter “unilateral” que tendrían las apreciaciones de dos profesionales de la misma
procedencia, rápidamente asegura que los juicios de Cabib y los propios no son excepcionales,
sino de los más frecuentes en el ámbito.
Cardini enfrenta las dos cuestiones centrales la polémica. La primera, a través de un
razonamiento cuyas premisas exponen: a) la especialización científica ha hecho proliferar las
publicaciones actuales que están en constante crecimiento, b) las bibliotecas no pueden contener
la totalidad de las mismas y el investigador, en tanto, tiene la doble dificultad de leerlas y de
lograr que “sus trabajos sean leídos por los otros científicos”. La conclusión lógica es que el
investigador apele a publicar en revistas de máxima difusión. El correlato del fenómeno es
doble: mientras que estas publicaciones acaparan lo mejor de la producción mundial, las locales
o periféricas, “presentadas en idiomas muy diversos”, no cuentan con grandes aportes y resultan
mucho menos leídas (Cardini 1961: 53).
La segunda cuestión, ya planteada por Cabib, apunta a la imposibilidad de sostener una
revista local especializada y de lectura obligada en el extranjero a causa de la insuficiente
calidad en nuestra producción. El argumento con que Cardini busca corroborar su hipótesis
reside en su experiencia como jurado de arbitrajes científicos y, con ello, en la convicción de
que un gran número de trabajos publicados en la Argentina no hubieran sido aceptados en el
exterior. Luego, a través de la introducción de un razonamiento contrafáctico, Cardini (1961:
54) imagina que si se hubiera alentado a los candidatos a formular sus elaboraciones para una
revista extranjera de nivel, probablemente “habrían hecho algo más productivo”11. En otras
palabras, el órgano de difusión seleccionado influiría en el esfuerzo puesto por los autores para
garantizar la calidad de su artículo, lo que crearía un círculo que se retroalimenta entre las
representaciones que el investigador tienen sobre el valor de las revistas locales y aquellas sobre
el valor de sus propias producciones.
A partir de lo mencionado hasta aquí, puede confirmarse que Cabib y Cardini están
dispuestos a efectuar un trabajo de autocrítica profunda e incómoda para el desarrollo científico
argentino y su difusión, y no temen exponer, de modo frío y contundente, los obstáculos y las
causas. Desde la mirada opuesta, y a pesar de las concesiones o puntos de coincidencia, los
argumentos y datos ofrecidos se entrelazan con sentimientos de indignación y con lugares
emocionales ligados al patriotismo y al orgullo de la ciencia nacional.

4. La continuidad del disenso


Siete meses después del intercambio referido, la polémica tendrá uno nuevo y último
capítulo en las páginas de CEI. Quien abre el juego ahora es Máximo Barón, integrante del
Laboratorio de Investigaciones Químicas Atanor. Introduce el diálogo con Cabib mediante
movimientos concesivos que, en este caso, se articulan con distintos tipos de elogios. Iniciar
una discusión de esta envergadura, tal como lo ha hecho Cabib, supone un esfuerzo “loable” y
emitir una opinión independiente y expuesta a la crítica pública resulta “meritorio”, aún más,
se trata de una “actitud poco frecuente en nuestro medio donde prima la censura en privado”
(1961: 443). Barón acepta las deficiencias de las revistas locales (superabundancia, frecuencia
irregular, contenidos pobres, retraso) y el hecho de que no cumplan con su misión fundamental:
informar qué sucede (y qué debe hacerse) en los centros científicos argentinos. No obstante, de
modo similar a las intervenciones anteriores, pronto se articulará el conector adversativo que
introduce la distancia: “Sin embargo, no creo que la manera de corregir esta situación sea
suprimiendo las revistas”, confirma Barón (1961: 443). Su blanco de ataque también es la
sugerencia de la revista única y, a través de una disociación del par “apariencia / realidad”12,
sostiene que “la aparente utilidad de esta solución” no ha tenido en cuenta algunos hechos que,
aunque tal vez poco evidentes, no por ello “dejan de ser menos reales”.

11
Angenot (2016: 46) ha puesto en cuestión el uso de razonamientos contrafácticos en las argumentaciones a causa
de la imposibilidad de extraer conclusiones prácticas o correcciones razonadas a partir de una proposición contraria
a los hechos.
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Como en otras parejas filosóficas, en el par apariencia / realidad, explican Perelman y Olbrechts-Tyteca (1989:
633-635, 640), el segundo término proporciona una norma que descalifica los aspectos erróneos y equívocos del
primer término y, a partir de allí, establece las jerarquías y los criterios que determinan una visión del mundo.
Tales hechos implican: 1) una prueba forjada a través de un dato verificable:
efectivamente hay conocimiento de las revistas argentinas en el exterior. Tal como lo
demuestran los Chemical Abstracts (misma fuente que utiliza Cabib), los Anales de la
Asociación Química Argentina llegan a 20 bibliotecas de EEUU y los Anales de la Sociedad
Científica llegan a 40, cifras no menores a las subscripciones de revistas europeas (Anales de
la Real Sociedad de Física y Química de Madrid o la Gazzeta Chimica Italiana). 2) Un
razonamiento: por motivos económicos las editoriales tienden a preferir publicar revistas de
mayor tirada que las académicas (deportivas, por ejemplo). Al contar con menos recursos, las
editoriales dedicadas a la investigación demoran más sus tiempos de publicación. De todos
modos, sostiene Barón, estos tiempos son similares en el ámbito nacional e internacional -entre
seis y diez meses-. Sin embargo, la reimpresión de la revista única sí conllevará una mayor
demora, dificultad que se agravará ante la falta de apuro que tendrán los autores para que se
reimpriman sus textos. 3) El anticipo de una consecuencia: la revista única profundizará más el
aislamiento que actualmente vive la producción científica argentina. A diferencia de Cardini y
Cabib, Barón sostiene que la intención de publicar en el exterior se inscribe en el deseo de los
científicos argentinos de no exponer sus investigaciones a la consideración y a la crítica -aun
constructiva- de los colegas locales. A ello se suma que al no haber un diálogo fluido entre
nuestros investigadores y los extranjeros, no existe un interés desde el exterior por publicar en
el país, lo que redundaría en el empobrecimiento de nuestras revistas.
Barón cree ver una contradicción en el razonamiento de Cabib, en tanto éste había
sostenido que los trabajos de calidad se publican en el exterior y, al mismo tiempo, que la
producción de estos textos en centros argentinos es insuficiente para una revista de jerarquía.
Barón (1961: 444) retruca entonces que si fuese cierto lo segundo, no serían “tan numerosos
los trabajos aceptados por las más importantes revistas de alta jerarquía”. La falla en la
confrontación radica en que Cabib no había señalado que ese número fuera alto, por lo que la
objeción carecería de sostén.
Si el problema principal para Barón (1961: 445) es la “sensación de aislamiento que
durante tanto tiempo afectó a la ciencia argentina”, entonces su solución radica en la
estimulación de aquellas revistas locales que hayan efectivamente alcanzado cierto nivel y que
no teman rechazar trabajos insuficientes. Para que este número de publicaciones serias logre
acudir a editoriales acordes, propone que se les otorgue subvenciones temporales (hasta que la
difusión internacional las haga acreedoras de su calidad). Pero sugiere que estas revistas no se
atomicen -otro defecto recurrente- sino que acepten artículos (siempre que sean de nivel, claro
está) para cualquiera de las ramas involucradas en la disciplina. Dado que el Conicet cuenta con
miembros calificados, debería ser el organismo indicado para seleccionar las revistas a
subvencionar y para financiar el proyecto.
Por última vez, CEI le da la voz a Cabib, quien recíprocamente acusa recibo y devuelve
elogios a su interlocutor, a causa de la “virtud” que implican sus “observaciones razonadas” y
sus “datos concretos”. La objeción, en tanto, es que “parten de conceptos equivocados” (Cabib
1961b: 445). De manera sintética, desbarata el argumento cuantitativo sobre la subscripción de
revistas locales a bibliotecas internacionales. Para Cabib, una cifra de referencia resulta, por
ejemplo, las 213 bibliotecas en las que se distribuye el Journal of Biological Chemistry,
publicación que efectivamente promueve la “real circulación internacional”. Desmonta la falsa
contradicción que Barón le atribuye. Y finalmente cuestiona el apoyo que el Conicet debiera
dar a las revistas científicas, al menos hasta que no queden expuestas razones de peso que
corroboren la importante misión que estas publicaciones cumplen.
Al concluir este último capítulo de la polémica, los editores de CEI, que hasta ahora se
habían limitado a difundir las posturas, formulan una reflexión final en la que confirman que
-más allá de la polémica- las revistas han seguido sus sendas tradicionales. Asimismo,
introducen un punto poco tratado durante el intercambio: el papel de la prensa científica frente
a los problemas de nuestra sociedad actual. En su mirada, los institutos científicos argentinos y
sus órganos de difusión se encuentran desligados de los conflictos que detienen el progreso del
país. Sentencian, entonces, que la ciencia argentina debería llegar a sus cumbres conceptuales
pero “en base a las realidades que nos presenta el suelo nación” (CEI, 1961: 538).
Entre otras consecuencias actuales que tiene el interés por publicar en revistas
internacionales, se ha señalado la dificultad de acceso a los saberes o resultados sobre estudios
de cuestiones locales por parte de quienes deberían ser sus destinatarios naturales (Navarro,
2001)13. Interesa agregar que la búsqueda de legitimación y prestigio implicado en la
publicación de hallazgos desde los grandes centros mundiales de investigación imposibilita ver
cuán enriquecedor, en términos de pensamientos y reflexiones, puede resultar el hecho de
publicar en el país o en la región un trabajo de interés común. Si pensamos los diálogos, las
controversias e incluso las polémicas como motores de conocimientos e ideas, (más allá del
desacuerdo final), nos preguntamos entonces ¿qué debates y polémicas pueden lograrse sobre
problemas localizados en ámbitos muy ajenos y alejados a las discusiones planteadas?

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En términos lingüísticos, una secuela para el español (y para otras lenguas “periféricas” de la ciencia), como
efecto de la proliferación de artículos en inglés, reside en las limitaciones de innovación léxica, de vocabulario
especializado e, incluso, de géneros discursivos específicos (Alcina Caudet, 2001; Arnoux, 2015).
En relación con la controversia suscitada, concluye CEI (1961: 538), todavía es
menester abrir nuevos caminos y un amplio debate en reuniones y en la prensa, “la cuestión de
las revistas científicas nacionales debe ser replanteada de nuevo” pues -como es propio de toda
polémica- “quedó sin solución”.

En conclusión
Dos años después de la fundación del Conicet (1958), los textos que conforman esta
polémica ponen a luz de manera explícita una serie de dificultades propias de la difusión
científica argentina. Mientras Bernardo Houssay reflexionaba en las décadas de 1930 y 1940
sobre la importancia de una cooperación científica sudamericana, una vinculación amistosa con
las instituciones “de América de habla española y el Brasil” (1936b), en tanto entendía que los
adelantos de los países hermanos repercutían positivamente en el progreso y la reputación de
una ciencia regional; en estas páginas rige una visión dependentista del aval y la difusión
provenientes de los grandes centros científicos.
A lo largo de esta ponencia se observó el mecanismo argumentativo de la polémica a
través del uso de estrategias lógicas (razonamientos, datos cuantitativos) y emocionales
(depreciación de la condición emotiva del interlocutor), así como de algunas premisas (lugar de
la cantidad, valor de lo útil) y técnicas argumentativas (pareja filosófica y antitética); y se
atendió a ciertos rasgos de la dimensión enunciativa (uso de expresiones modalizadoras,
articulación de enunciados concesivos y adversativos) en función del análisis de la
confrontación. Resulta posible constatar cómo las contestaciones de Cabib, voz que opera como
eje discusivo pues es la única que responde las intervenciones opuestas a su punto de vista, se
adaptan y reproducen los recursos y la lógica de las consideraciones previamente recibidas. Así
pues, el grado de confrontación recibido (desde el “ataque cortés” -o, aún más- “elogioso” a la
descalificación explícita) se ve reflejado en la formulación de sus devoluciones. En el mismo
sentido, procura refutar y contraargumentar con datos cuantitativos concretos a los
cuestionamientos efectuados desde esta lógica. Atento a las atribuciones erróneas de
enunciados, Cabib expone las “confusiones” o malos entendidos de sus opositores en el
desarrollo de una polémica en la que, sin dejar de primar el disenso, quedan manifiestas las
lectura atentas y el intercambio lógico de ideas. Más allá de la reflexión argumentativa, entiendo
que esta polémica nos interpela a los investigadores y científicos actualmente en actividad, en
particular a aquellos que producimos nuestra labor desde lenguas diferentes o espacios distantes
de las grandes potencias científicas. Tal vez permita empezar a interrogarnos sobre el carácter
determinante de los criterios que vinculan la calidad, el prestigio, el interés y las repercusiones
de las investigaciones realizadas en función del ámbito en el que son publicados o la lengua en
que son forjadas.

Fuentes

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