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En un mundo adicto a la velocidad, la lentitud es un superpoder".

Carl Honoré, escritor

Bueno, muchísimas gracias. Soy Carl, algunos me dicen el "gurú antiprisa",


yo prefiero la etiqueta de impulsor o voz del movimiento Slow, pero sea cual sea mi
"hashtag" estoy encantadísimo de estar aquí
con ustedes, para poder disfrutar, para compartir algunas ideas, un poco de
inspiración, capaz algunas risas.
Pero una pregunta para arrancar: ¿cuántos de ustedes han tenido que correr para
llegar a este homenaje a la lentitud hoy?
Bueno, no tengan vergüenza, porque este es el mundo de hoy, incluso cuando
intentamos ralentizar o desacelerar,
la prisa está siempre ahí, al acecho. Me gustaría comenzar hablándoles y contándoles
una historia,
que es una noticia que salió hace poco en la prensa británica,
y es la historia de una pareja en trámite de divorcio. Fueron a la corte y el juez les
preguntó: "¿Qué pasó?
¿Por qué están aquí delante de mí?". Y el marido fue el primero en contestar. Dijo:
"Bueno, su señoría, es una historia muy larga.
Nos casamos jóvenes y con el tiempo nos fuimos distanciando, Pero el momento en
que me di cuenta de que este matrimonio estaba muerto,
acabado, fue una noche que estábamos juntos en la cama, mi mujer y yo, haciendo el
amor,
y yo cerré los ojos unos segundos y cuando volví a abrirlos
mi mujer estaba leyendo "mail" en su iPhone mientras teníamos sexo".
Bien, me parece que hay dos conclusiones que podemos sacar de esta noticia: La
primera es, obviamente, que el marido en cuestión...
ese tipo tiene que mejorar sus habilidades sexuales, ¿no es cierto? Es un señor que
ha estado descansando sobre sus laureles en la cama.
Pero la segunda conclusión es la más interesante, la más válida, la más útil para
nosotros hoy.
Y es que, tanto como a esa mujer distraída por su teléfono en la cama,
A todos nosotros se nos ha olvidado cómo desenchufar, cómo desconectar.
Se nos ha olvidado cómo entregarnos plenamente a otra persona.
Se nos ha olvidado disfrutar completamente de un momento de la vida. Se nos ha
olvidado cómo hacer una cosa a la vez.
Se nos ha olvidado cómo desacelerar, cómo ralentizar. Y esto no nos sorprende,
porque este es el mundo en el que vivimos.
Un mundo donde el botón "avance rápido" quedó atascado.
Un mundo obsesionado con la rapidez, con conseguir siempre más y más cosas en
menos y menos tiempo.
Para muchos de nosotros cada momento del día pasó a ser una carrera contrarreloj.
Este es el mundo de la marcación rápida, de la comida rápida, de los encuentros
exprés en Tinder,
e incluso las cosas que son, por su propia naturaleza, lentas, que están diseñadas
para que ralenticemos,
intentamos acelerarlas también. Cerca de mi casa, en Londres,
hay un gimnasio que ahora ofrece un curso nocturno de "speed yoga", o sea, yoga
rápido.
Esto es para los ejecutivos estresados que quieren saludar al sol y doblarse en la
postura del loto,
pero quieren hacerlo en cinco minutos en lugar de una hora. Y yo pensaba que el
"speed yoga"
era la manifestación más absurda de esta cultura de correcaminos, hasta que un
amigo mío en Estados Unidos
fue invitado a un funeral, una misa fúnebre, o sea, un funeral sin salir del coche.
Y ojalá esto no existiera, pero sí existe, la iglesia coloca el ataúd en la entrada,
la gente se acerca en auto y se despide del muerto a través de un cristal.
Es como comprar un "big mac" en un McDonalds "drive through". Estos son ejemplos
un poco extremos de esta cultura de la prisa
y están bien para echar algunas risas, pero también nos dirigen hacia una situación
muy seria.
Y es que hoy por hoy estamos tan atrapados en la enloquecida rutina diaria,
estamos tan marinados en esta cultura de la velocidad y de la prisa
que con mucha frecuencia perdemos de vista el enorme daño que nos está
ocasionando
toda esta prisa, estimulación, "multitasking", distracción,
impaciencia, velocidad... en todos los aspectos de nuestras vidas.
El daño que le hace a nuestra salud y a nuestra dieta, a nuestras relaciones afectivas,
familias, comunidades, escuelas...
y también el daño que le hace a nuestra capacidad de trabajar, de innovar, de crear,
de pensar, de reflexionar.
Estamos corriendo por la vida en lugar de vivirla.
Con mucha frecuencia, cuando quedamos atascados en "fast forward", en avance
rápido,
se nos hace necesario un "shock", un llamado de atención,
algo que nos haga ser conscientes de que hemos perdido la capacidad de frenarnos,
de pisar el freno
y que esto nos está haciendo daño. Y para mucha gente esta llamada de atención
llega en forma de enfermedad. Un día el cuerpo dice: "No aguanto más este ritmo",
y te toca un infarto, un "burnout", y no te puedes levantar de la cama.
O quizás una relación romántica se hace humo porque nunca tuviste tiempo ni
tranquilidad
para estar con la otra persona, para escucharla, para apagar tu celular en la cama.
Mi llamada de atención llegó cuando empecé a leerle cuentos a mi hijo.
En aquella época yo era incapaz de bajar un cambio, de desacelerar.
Entonces, entraba en su dormitorio al final del día, me sentaba en su cama con un pie
en el suelo
y le hacía una lectura dinámica de Blancanieves, saltándome renglones, párrafos,
páginas enteras.
De hecho, me volví experto en una técnica que yo llamaba "cómo saltar páginas
múltiples".
No sé si les suena, pero nunca funciona, porque estos chicos conocen los textos de
memoria.
Entonces, mi hijo siempre me pillaba y me decía: "Papá, ¿por qué hay solo tres
enanitos en el cuento esta noche?
¿Qué le pasó al gruñón?". Esta situación lamentable siguió hasta que un día
oí hablar de un libro llamado 'Los cuentos para dormir en un minuto'.
O sea, 'Blancanieves', los cuentos de Hans Christian Andersen o los hermanos Grimm,
en 60 segundos.
Y al escuchar hablar de eso me dije: "Qué buena idea. Tengo que conseguir ese libro
ahora mismo, de Amazon,
con entrega de dron". Pero gracias a Dios tuve una segunda reacción, que fue muy
diferente.
Fue como, casi una epifanía. Me dije: "¿Hasta dónde he llegado?
¿Realmente tengo tanta prisa que estoy dispuesto que estoy dispuesto a leerle un
"soundbite" a mi hijo
en lugar de un cuento?". Y para mí fue un momento de profunda revelación,
me di cuenta de que había perdido la brújula, la cabeza, estaba enloquecido, que
estaba arruinando mi vida
con esta adicción a la prisa. Y en lugar de tirar la toalla
me dije: "Bueno, tengo que hacer algo". Entonces salí a investigar por el mundo, no
solamente mi propia adicción a la velocidad,
sino para entender el contexto global, cultural. Y volví con buenas noticias. Y es que
hoy por hoy, por todo el planeta,
cada vez más y más gente está haciendo lo impensable. Están desacelerando, están
ralentizando, en todos los sectores de la vida.
Se están dando cuenta de que la creencia generalizada
de que los que ralentizan son unos aburridos, estúpidos, infelices, poco modernos,
perdedores..., está equivocada. ¿Por qué? Porque ralentizar de forma racional,
en los momentos oportunos, favorece que trabajemos mejor, hagamos mejor el amor,
criemos mejor a nuestros hijos,
comamos mejor, que vivamos mejor. Este terremoto de desaceleración que se ve por
todo el mundo
tiene nombre, se llama "Slow movement", el movimiento Slow, el movimiento lento.
Pero quiero dejar muy claro desde el vamos que cuando hablamos del movimiento
Slow,
con la S mayúscula, no se trata de hacerlo todo a paso de tortuga.
Eso sería absurdo, sería ridículo. Yo no soy ni extremista ni fundamentalista de la
lentitud.
A mí me encanta la velocidad, me encanta. Vivo en Londres, que es una ciudad de
una energía volcánica,
y soy amante de Londres, juego a deportes rápidos como el hockey sobre hielo y el
squash.
Más rápido es mejor, lo sabemos todos. Pero no siempre. Esa es la clave.
No es siempre mejor. La filosofía Slow, el credo Slow
consiste en hacer las cosas a la velocidad justa, o correcta, o adecuada para cada
momento.
Claro, hay momentos para ser rápido, pero hay otros momentos para ir un poco más
lento.
Y entre estos dos polos hay un abanico infinito de ritmos, de velocidades, de tiempos.
Y es una cuestión de jugar, de bailar entre estos dos extremos:
"fast, slow", rápido, lento. En el fondo, el movimiento Slow
o la idea Slow es un estado de ánimo, es casi como una mentalidad, es un cambio de
chip.
Significa privilegiar la calidad a la cantidad, hacer una cosa a la vez, hacer las cosas
con calma,
con calidad, a veces con cariño. Se habla mucho del "mindfulness", y esta es la de
estar presente en el momento,
pero en el fondo, para mí, el movimiento Slow significa hacer lo mejor posible,
que en el fondo es una idea muy sencilla, pero hiper, hipercontracultural y poderosa,
porque te das cuenta de que si llegas a cada momento con este chip cambiado, este
chip Slow,
tratando de vivir cada momento con ese espíritu, "¿Cómo puedo hacer esto lo mejor
posible
en lugar de hacerlo lo más rápido posible?", esto te lo revoluciona, te lo cambia todo.
Y por eso, por todo el mundo hay ahora miles de movimientos en todos los ámbitos de
la vida usando el "hashtag",
la etiqueta, el nombre Slow. Entonces: la moda Slow, el turismo Slow, la educación
Slow, el sexo Slow,
la medicina Slow, la arquitectura Slow, todo usando ese lente, ese filtro Slow
para hacer las cosas mejor, disfrutarlas más y vivirlas más plenamente.
Incluso, este cambio, este cambio tectónico, se está dando incluso en el ámbito
laboral,
que es para mí, capaz, el sector más reacio a la mera idea de ralentizar,
es como: "No, no podemos en el trabajo", pero sí. Hace poco la revista 'The
Economist'
hizo un informe muy grande, muy amplio, investigando el ritmo en el trabajo de hoy
y llegaron a una conclusión que es, en el fondo, un perfecto resumen de la filosofía
Slow.
Decía, el último párrafo de este informe de 'The Economist': "Olvídate de la
aceleración frenética.
Dominar el reloj del "business" va sobre saber elegir cuándo ser rápido,
pero también cuándo ir más lento". Y ahí está, en muy pocas palabras, la esencia de
este cambio,
de esta revolución cultural. Porque cuando dominamos esos ritmos,
cuando nos movemos entre "slow, fast", lento, rápido, es en esos momentos
en que brotan la magia y la música. Y esto es 'The Economist' diciéndonos que la
lentitud es importante,
no es ninguna revista mensual budista, tampoco una semanal de acupuntura,
es la biblia de la gente más ambiciosa, más exitosa, más emprendedora, más rápida
del mundo,
llegando a la misma conclusión: que la lentitud es un valor positivo,
que la paciencia sigue siendo una virtud y que en un mundo adicto a la velocidad y la
prisa,
la lentitud es un superpoder. Hola, Carl, después de escucharte me gustaría saber
por qué crees que siempre estamos tan apresurados y ocupados. Gracias por la
pregunta.
Me parece que hay un cóctel de factores que lo explican, que nos han llevado a este
punto hiperacelerado.
Esta cultura de la prisa tiene raíces muy profundas, es algo, a mi juicio, bastante
humano.
Creo que la mortalidad tiene un rol a jugar en esta ecuación. El hecho de que tenemos
todos este "deadline" absoluto,
tenemos un tiempo limitado en la Tierra... Yo creo que eso genera cierta ansiedad
temporal.
Pensamos: "Tengo que aprovechar el tiempo que me queda". Creo que en todos los
tiempos, todas las épocas,
eso ha influido un poco en generar cierta cultura de la prisa.
Históricamente, cuando el hombre empezó a medir el tiempo,
primero con relojes solares, luego con relojes en la plaza principal de los pueblos
medievales,
es interesantísimo, si miras la historia,
que ni bien llegaron esos relojes al espacio público, cambió un poco la relación que la
gente tenía con el tiempo.
Incluso en la época romana la gente se quejaba del reloj solar
obligándoles a correr a sus próximas citas, que nos parece totalmente absurdo ahora
que tenemos relojes digitales,
pero incluso en esa época el mero hecho, creo yo, de medir el tiempo,
generaba cierta prisa. Mirando un poco más la época moderna,
creo que la tecnología obviamente tiene su impacto,
en la época industrial y mucho más en la época tecnológica de los últimos años hemos
creado herramientas,
cosas para hacerlo todo más rápido, y esto nos ha hecho acostumbrarnos un poco a la
velocidad.
Entonces estamos en una sociedad, en una vida, en la cual con mucha frecuencia
hacemos las cosas así, muy rápidamente,
con un toque en la pantalla. Creo que eso se ha transmitido un poco a otros ámbitos
de la vida,
entonces nos ponemos un poco impacientes cuando un ser humano no nos responde
a la velocidad de la pantalla. Estar muy ocupado, muy distraído,
termina siendo casi como un instrumento de negación, es una manera de evitar las
grandes preguntas
o los problemas más profundos. Entonces, en lugar de preguntarnos o plantearnos
las preguntas importantes como "¿Quién soy?", "¿Cuál es mi propósito en este
mundo?", "¿Estoy viviendo la vida correcta y adecuada para mí?",
"¿Están bien mis amigos?"..., no, estas preguntas requieren tiempo y profundidad
y nos incomodan, también. Es más fácil correr, llenar la agenda de distracción
y evitar esas preguntas y simplemente lidiar con las preguntas más sencillas y más
simples,
como "¿Dónde están mis llaves?", "Ando un poco retrasado para la próxima reunión".
Una prueba de esto es que muchos terapeutas dicen
que la última etapa antes de un "burnout" es una última explosión de aceleración,
como si la persona estuviera intentando escaparse de todos esos problemas que no
ha enfrentado hasta ahora,
y luego llegas contra la pared y te ves obligado a ralentizar
y a ir más lento. Yo creo que hay otro factor,
que es el hecho de que, con el tiempo, hemos ido forjando un tabú muy fuerte
contra la lentitud. Lento es una palabra sucia, es una palabra vergonzosa en esta
sociedad,
lento es como sinónimo de estúpido, de torpe, de cosas muy negativas.
Yo creo que este tabú hace que aun cuando nos morimos de ganas
de pisar el freno, cuando sentimos en los huesos que nos haría bien desacelerar, no lo
hagamos.
Que no lo hagamos por vergüenza, por culpa, por miedo, por inercia.
Y creo que eso explica un poco por qué quedamos atascados en "fast forward". Que
sintamos la necesidad de cambiar el ritmo
y que no lo hagamos. De hecho, creo que el tabú es uno de los enemigos principales
de ese movimiento Slow. Uno de los objetivos centrales es superar y derrumbar este
tabú, romperlo.
Esto me lleva un poco a la segunda parte de la respuesta, que es: ¿cuáles son los
indicios?
Porque la gente siempre dice: "¿Cómo puedo saber que voy demasiado rápido?
Tengo la sensación de que sí, pero ¿cuáles son los indicios básicos?".
Yo creo que uno, obviamente, es el cansancio. Estamos llegando a los límites
de lo que pueden aguantar el cuerpo, la mente, el alma.
Y si estás siempre cansado creo que es un buen indicio de que vas demasiado rápido.
Si tienes una sensación, también, de superficialidad, yo creo que eso también es otra
indicación,
porque creo que es una buena metáfora de todo lo que vamos a hablar hoy.
Y es que rápido suele ser superficial, tocas apenas la superficie de las cosas. En
cambio lento, Slow, significa entrar,
llegar a la esencia, al núcleo, bucear en el momento, en la cosa.
Y yo creo que cuando te das cuenta de que tu vida es más superficial, no te llena,
ese puede ser otro indicio. Y un poco vinculado a ese fenómeno están los problemas
de memoria,
de recordar cosas, porque si vas muy rápido y estás haciendo malabares con 50
cosas, no te dejas espacios,
momentos para procesar lo que has vivido y experimentado, y estás siempre corriendo
contrarreloj,
no se te pega nada. Así que yo creo que todos tenemos esa experiencia, llegas al final
del año, miras hacia atrás y dices:
"Dios mío, ¿qué pasó la semana pasada? Ni me acuerdo de lo que cené hace dos
días.
Me parece que terminé un "box set" de una serie en Netflix, pero la verdad que no me
acuerdo cómo terminó".
Es como que yo creo que no es un problema de demencia, se lo aseguro, no es
demencia,
es un exceso de velocidad. Entonces, estos son algunos indicios que pueden ser útiles
para detectar
que el virus de la prisa está corriendo por tus venas. Hola, Carl, me llamo Elena y soy
profesora.
En tus libros hablas del pensamiento rápido, del pensamiento lento... Me gustaría que
nos explicases, en tu opinión,
cuáles son los beneficios de ambos pensamientos en general para el ser humano
y en particular para los estudiantes. Bueno, creo que hay varios tipos de pensamiento
pero básicamente se trata de dos: el pensamiento lento y el pensamiento rápido,
y cada uno tiene su valor. Como decía antes, yo no soy extremista de la lentitud, no
digo que todo pensamiento tenga que ser lento,
eso sería un desastre. El pensamiento rápido, ya lo sabemos todos,
hay momentos en los que uno tiene que reaccionar, uno tiene que dar una respuesta
muy rápidamente.
Si eres un "trader" en la Bolsa tienes que tomar decisiones muy rápidamente,
pero si tomas todas las decisiones de tu vida rápidamente vas encaminado hacia un
desastre seguro.
Porque obviamente hay momentos en los que toca o conviene mucho más un
pensamiento más lento.
La ironía es que el pensamiento rápido, para que sea eficaz, requiere momentos de
lentitud.
porque está basado en ese pensamiento lento, en casi como un banco de datos,
experiencias recogidas y vividas en momentos más lentos.
Entonces, con el tiempo, en el trabajo, por ejemplo, la gente va evolucionando a una
forma de pensar rápido
más eficaz, porque tenemos más experiencia, vemos cosas muy rápidamente en el
momento
porque tenemos la experiencia. Hemos pensado, reflexionado sobre...
depende del contexto y del trabajo. Un buen "trader", por ejemplo, volverá de sus
momentos rápidos
en los que tiene que tomar decisiones hiperrápidamente, para reanalizar lo que ha
hecho, lo que no le salió,
en esos momentos más lentos, para volver a la carga, a la batalla más rápida
con un pensamiento rápido más agudo, más eficaz. Entonces, siempre hay que hacer
malabares,
pasar del rápido al lento, y las dos cosas se retroalimentan. Y eso me parece más rico,
más interesante.
En la época de la Revolución Rusa, en 1917, cuando Rusia estaba cambiando
a un ritmo frenético, con cambios todos los días, de la noche a la mañana, alguien le
preguntó a Boris Pasternak,
el autor de 'Doctor Zhivago' y ganador del premio Nobel, alguien le dijo: "Boris, se
supone que en esta época de muchos cambios muy rápidos,
uno tiene que pensar más rápidamente". Y Pasternak dijo: "No, no, al contrario. En
una época de celeridad
uno tiene que pensar lentamente". Y yo creo que es una lección, una moraleja muy
importante
para nosotros, porque es precisamente en los momentos de cambio superrápidos
que necesitamos el pensamiento lento. ¿Por qué? Porque es a través del pensamiento
lento
que logramos entender esos cambios y poder dirigirlos y matizarlos.
El pensamiento lento tiene muchos más niveles de riqueza. El pensamiento lento va
de la mano con la creatividad:
los estudios, las investigaciones demuestran que cuando el ser humano, sea un chico
en el colegio,
sea un trabajador en la oficina, un ejecutivo..., cuando estamos en un estado relajado,
con calma, sin prisa, el cerebro entra en un modo de pensar más creativo,
más matizado, más rico, que los psicólogos llaman "slow thinking", el pensamiento
lento.
La pista está en el nombre. Y creo que todos ustedes van a reconocer la situación,
Les lanzo una pregunta y, por favor, simplemente griten la respuesta. No tengan
reparos.
La pregunta es: ¿cuándo suelen surgir sus mejores ideas?
En la ducha, les aseguro que es la respuesta número uno
que recibes a esa pregunta en cualquier foro del mundo. Puedes lanzar la misma
pregunta a abogados en Nueva York,
a banqueros en Londres, a arquitectos en Sídney, a chicos de Secundaria en
Estocolmo
y nadie te va a decir: "Mis mejores ideas surgen cuando estoy haciendo malabares
con 48 "mails"
o corriendo para cumplir con un "deadline" muy estricto con el jefe o el profesor,
o con mi mamá empujándome y diciéndome: 'Date prisa, date prisa'". Al contrario,
llegan en esos momentos lentos:
en la ducha, dándole un paseo al perro o columpiándose en una hamaca en las
vacaciones,
en esos momentos lentos. Y ¿cómo podemos cultivar esa lentitud?
Obviamente, cambiando nuestra forma de ser, haciendo menos cosas, abriendo
espacios y momentos en la vida
para poder entrar en ese modo "slow thinking" o pensamiento lento.
Pero una de las herramientas más vistas, más comunes en estos días es la
meditación, ¿no es cierto?
Que hace 10, 15 años era visto como algo un poco...,
de la Nueva Era, un poco raro, y ahora pasó a ser algo de todos los días, algo muy
cotidiano.
Hay programas de meditación desde las empresas más rápidas de Silicon Valley
hasta los colegios más humildes de pueblo de España. Porque la meditación funciona.
Los estudios lo han mostrado miles de veces, que aumenta la sensación de calma,
reduce el estrés, aumenta el bienestar y también la creatividad.
Y de hecho, hay una cosa interesante con la meditación: unos estudios de la
Universidad de California,
en Los Ángeles, han demostrado que la meditación, con el tiempo,
va cambiando la estructura del cerebro, o sea, aumenta la tasa de lo que se llama
"girificación".
¿Y eso qué significa? Significa que tienes más pliegues en el córtex cerebral, más
densidad.
Y si tienes más densidad en esa parte del cerebro, ¿sabes lo que puedes hacer?
Puedes procesar la información más rápidamente. Y esto nos lleva a lo que yo llamo
"la deliciosa paradoja de la lentitud": que los que ralentizan a través de la meditación,
del pensamiento lento y todas esas cosas, tienen más capacidad para gestionar el
mundo rápido
que los que nunca pisan el freno, los que están totalmente, constantemente atrapados
en "fast forward".
O sea, como decía antes, la lentitud es un superpoder en un mundo hiperacelerado.
Hola, Carl, soy María Teresa. Los adultos tendemos a llenar el día de actividades, de
tareas...
y, además, le llenamos también la agenda a nuestros hijos con un montón de
actividades,
y pensamos que así somos muy productivos. A mí me gustaría que nos sugirieras
alguna rutina,
alguna actividad familiar para vivir juntos y aprender a reducir el estrés y a vivir mejor.
Muchas gracias por la pregunta. Bueno, has puesto el dedo sobre un tema
fundamental en este problema de la prisa:
que hemos transmitido el virus de la prisa a la próxima generación. Nuestros hijos
corren, tienen agendas abultadísimas...,
y no tiene ninguna lógica, de hecho, les hace mal. Menos es más, es como un lema
básico,
hay que hacer menos cosas para poder ralentizar y para disfrutar de esas cosas.
¿Qué pueden hacer las familias? Bueno, hay todo un archivo de consejos.
Cortar la agenda. Yo creo que es importantísimo para cada familia tener, y esto suena
un poco a "business", un poco "corporate",
del mundo "business", pero tiene un impacto positivo para muchas familias, y es tener
reuniones cada tanto
para hablar de la agenda, para estar todos juntos alrededor de la mesa,
para charlar y decir: "¿Esto realmente lo tenemos que hacer o lo podemos
abandonar?", porque con mucha frecuencia hay actividades
que terminan conquistando espacio en la agenda sin que hayan pasado por un filtro.
Es como que lo hacemos por un reflejo automático, o nos sentimos obligados a otra
gente,
sin realmente parar y preguntarnos: "¿Esto realmente merece la pena?".
Y cuando hacemos esto como familia, sobre todo todos juntos, de forma colectiva, con
mucha frecuencia nos damos cuenta de que hay cosas
que podemos tirar por la ventana y abrir más espacio e inyectar más oxígeno a la
agenda familiar.
Y ¿qué hacemos con el tiempo reconquistado? Bueno, hay que inyectar y abrazar
actividades más lentas,
cosas, momentos más lentos. Un ejemplo: he hecho un programa de televisión en
Australia
que se llama, en español sería algo así como: "Al rescate de las familias frenéticas".
No sé si ustedes conocen 'Supernanny', ¿les suena? Bueno, en ese programa yo soy
algo así como "slownanny".
Me dan familias hiperaceleradas con agendas cargadísimas,
constantemente mirando pantallas, les tengo durante un mes y tengo que ralentizar
estas familias.
Y una de las cosas que siempre les propongo es que recuperen la cena familiar,
ese momento tan eterno, de toda la vida: padres e hijos sentados a la mesa, comiendo
juntos,
sin celulares, sin distracciones. Y eso tiene un efecto casi mágico
a nivel de conexión familiar, pero también en el desarrollo del niño, porque todos los
estudios en Estados Unidos y en todo el mundo
demuestran que los chicos que tienen una cena familiar regularmente
se desarrollan mejor, tienen más salud mental y física,
tienen menos tendencia a caer en las drogas, etc., y desarrollan también sus
habilidades sociales.
¿Por qué? Porque en ese momento tan lento, de estar juntos, como nuestros
antepasados desde hace siglos,
tienes que aprender a debatir, a escuchar, a estar en un silencio
que parece un poco incómodo, que es lo que es ser un ser humano. Y obviamente, las
habilidades sociales son la piedra angular
del desarrollo del niño y del éxito, la felicidad, del bienestar, más tarde. Entonces,
recuperar la cena, la comida compartida.
Otro ejemplo que a mí me gusta mucho, que también he usado en el programa de
televisión y que uso en mi casa
es poner un rompecabezas de 500 piezas o algo así,
en un lugar de la casa, en un sitio común. Nosotros en casa lo ponemos
en la mesa de la cocina, y es impresionante el efecto que tiene, porque un
rompecabezas es algo
que tú no puedes acelerar, no tiene ningún sentido hacer un rompecabezas
rápidamente. El placer se encuentra en su lentitud,
es casi una práctica, un ritual meditativo y tiene su lado táctil,
es visual, creativo, pero es muy lento. Y yo lo que he visto en mi familia
y en esta familia del programa de televisión en Australia, es que el rompecabezas se
convierte casi en un santuario,
es como un imán de zen, y miembros de la familia se van a sentar ahí, solos a veces,
y a veces juntos. Y yo con mi hijo, que ahora tiene casi 21 años,
estuvo en casa esta semana y tenemos justamente un rompecabezas enorme de
Londres
que es muy difícil, el más difícil de todos. Él es un nativo digital, le encanta,
pero nos sentamos ahí horas, hablando y también en silencio.
Son esos momentos que definen, que enriquecen y, de hecho, estos son los
momentos para toda la vida.
Nadie se encuentra en su lecho de muerte mirando hacia atrás, pensando: "Ojalá
hubiera pasado más tiempo en Instagram
o corriendo de la clase de ballet a la de fútbol". Son esos momentos lentos.
Entonces toca hablar un poco de la tecnología. Yo no soy ningún ludita,
me encantan los aparatos electrónicos, son fantásticos, los tengo todos y mis hijos
también, pero todos tienen un botoncito rojo.
Hay que usar la tecnología con más calma y de manera más equilibrada.
Hay un centro de investigaciones donde hicieron un estudio sobre los celulares
y el uso de celulares y descubrieron que el usuario promedio de "smartphone" ahora...
De hecho, les voy a preguntar a ustedes: ¿cuántas veces piensan ustedes que el
usuario promedio de "smartphone"
toca el celular, el "smartphone" en un día? Adivinen, ¿cuántas veces? Pensando en su
propio uso.
Mil..., ¿cuántas? -Quinientos. -¿Quinientos?
Son 2.617, y eso es el promedio.
El top 10% es más de 5.400 en un día,
y eso es mucho tocar. Es mucho tocar.
Eso es tocar mucho más que en el inicio de una relación romántica,
e incluso si tocaras a tu nueva pareja tantas veces quedaría un poco siniestro, pero
ahí estamos, totalmente aferrados.
Y eso en la familia hace daño, porque genera una cultura de la distracción.
Estamos juntos, pero solos al mismo tiempo. Es un poco la paradoja del mundo
moderno.
Y por último, yo creo que en la familia, aunque hablamos de la necesidad
y de la belleza de conectarnos, de estar juntos, también toca estar solo cada tanto.
La soledad pura es un arte perdido en esta cultura, porque si andamos en el subte
(metro), en el "tube",
en el bus, en cualquier lado, cuando nos toca un momento de soledad, ¿qué
hacemos?
Sacamos el móvil, estamos mirando o escuchando un podcast, y esto nos quita algo
muy valioso,
imprescindible, que son esos momentos para el encuentro con nosotros mismos,
el encuentro con uno mismo, que es otra piedra angular. Porque tú no puedes dar lo
mismo de ti a los demás
si no has hecho tus deberes, tus tareas, tareas metafísicas personales, emocionales,
propias.
Así que, incluso pensando en el contexto de la familia, cómo ralentizar la familia, cómo
enriquecer la experiencia familiar,
creo que una pieza importante en ese rompecabezas,
para volver a la misma metáfora, es tener momentos de soledad genuina y absoluta,
para recargar las pilas, para reflexionar, para entrar en ese pensamiento lento,
porque ese es otro beneficio del pensamiento lento: la reflexión.
Vivimos en una sociedad tan obsesionada con la reacción que hemos perdido esa
capacidad de reflexión.
Hola, Carl, soy Teresa, tengo dos hijos. Tú has escrito mucho sobre la lentitud,
lo pones en práctica y también eres padre. Y en tu libro 'Bajo presión' haces un
llamamiento a los profesores
y a los padres para que permitamos crecer a nuestros hijos de una forma más lenta.
Entonces, me gustaría saber en qué consiste ese crecimiento más lento y qué
beneficios le puede traer
a nuestros hijos en su crecimiento y en su desarrollo.
Me parece que hemos pasado ese virus de la prisa, de la velocidad, de la impaciencia,
a la próxima generación.
Es impresionante, ahora muchos chicos salen del útero y echan a correr, ¿no es
cierto?
Con los DVD de "Baby Einstein", los cursos de lenguaje de signos para bebés,
los cursos de mandarín en la cuna y luego unas agendas llenísimas de actividades.
E incluso en la última generación muchos sistemas escolares pasaron a ser casi
como líneas de montaje de alta presión, dándoles más aprendizaje académico más y
más jóvenes
y luego más y más pruebas y "tests", para que las notas pasen a ser más importantes
que el propio aprendizaje, o que el contenido del currículum pase a ser más importante
que el contenido del carácter del niño. Y esto no está funcionando, al contrario,
si uno piensa en el tiempo, dinero y energía que estamos invirtiendo en nuestros
niños,
deberíamos estar viendo la generación más sana, más brillante,
más luminosa de todos los tiempos. Pero yo creo que todos sabemos que no es el
caso. De hecho, estamos delante
de la generación más obesa de todos los tiempos, e incluso los chicos que son atletas
están sufriendo lesiones muy graves, de ligamentos y todo, a edades menores que
nunca,
porque hemos profesionalizado los deportes infantiles y sus cuerpos no lo pueden
aguantar,
tienen problemas físicos muy severos. Y al cuerpo le sigue la mente:
la ansiedad, la depresión y todos los trastornos que vienen alrededor de esas dos
cosas. La autolesión, problemas de bulimia, anorexia,
suicidio, abuso de drogas, etc., van aumentando, ¿no es cierto?
Y vemos también a la vanguardia de esta generación hiperacelerada,
que ha crecido en una olla a presión, ahora están saliendo de casa, del nido,
y lanzándose al mundo, y no pueden. No pueden, no lo pueden hacer,
porque han pasado toda su niñez siguiendo una agenda, sin tiempo para desarrollar
esas herramientas mentales, esa resiliencia, esa fuerza interna.
Entonces llegan a la facultad, a la universidad, en primer año y están teniendo
problemas emocionales en números récord, es impresionante.
Y ya lo hemos visto todo: tú estás caminando por la calle con tu hija de cinco años
y ella percibe una mariquita en un rosal y es capaz de pararse delante de la mariquita
durante media hora, ¿no es cierto? Bautiza a la mariquita, teje un cuento épico
alrededor de la mariquita y si la mariquita pasa a otro rosal la sigue, haciendo ejercicio.
Y la ciencia nos está diciendo que en ese momento de puro juego, de exploración a su
antojo, a su ritmo,
el cerebro de tu hija está en llamas, está construyendo su cerebro de una manera
maravillosa, de una manera
que ni mil horas de "tutoring", de Kumon o de mil deberes educativos llegarán a tocar
nunca.
Pero el problema es que hoy por hoy nosotros vemos ese "momento mariquita" y nos
parece una pérdida de tiempo. Pensamos:
"No puedes poner un "momento mariquita" en el currículum para buscar un lugar en
Harvard".
Entonces la agarramos de la muñeca, la separamos de la mariquita y le decimos:
"Vamos, vamos,
que vamos a llegar tarde a la clase de ballet". Para mí la respuesta, la solución a este
problema
es la lentitud, es el movimiento que se llama "slow parenting", la parentalidad Slow,
un enfoque Slow con respecto a los niños. Y cuando se habla de la filosofía Slow
en ese ámbito, no se trata de convertir la niñez
en una utopía de: "no hay nada, nadie hace nada, no hay estructura".
No, porque los chicos necesitan estructura, y también competición, presión, estrés...
Necesitan todas estas cosas, pero las necesitan en una buena dosis. El problema es
que muchos niños y chicos
están recibiendo esa parte, digamos la parte "fast", rápida, de la ecuación, en exceso.
Lo que necesitan más que nada es el otro lado de la ecuación, el lado más Slow.
Necesitan el tiempo y el espacio para explorar el mundo a su ritmo, correr riesgos
razonables, fracasar, también,
y tener el tiempo para poder analizar el fracaso y aprender de ese momento de fallo.
Necesitan también aburrirse. Hoy por hoy le tenemos miedo al aburrimiento,
y en cambio, en toda la historia, cuando un chico le decía a su mamá o a su papá: "Me
aburro",
era problema del niño. Entonces tu mamá te decía: "Bueno, vete a jugar, búscate un
amigo".
Usaban esa expresión de toda la vida: "Usa tu imaginación, usa la imaginación".
¿Qué pasa hoy cuando un chico le dice a su mamá o su papá que se aburre o que
está aburrido?
El padre se siente culpable: "Dios mío, mi hijo se aburre. Estoy fracasando como
mamá, como papá.
¿Dónde está el iPad? ¿Necesitamos otra actividad extracurricular en la agenda?"
No, lo que tienes que hacer en ese momento es dejar que florezca el aburrimiento,
porque el aburrimiento es el trampolín hacia la creatividad. Porque es precisamente en
esos momentos no estructurados,
sin reloj, sin agenda, sin evaluación y también sin fotos y vídeo,
sin saber lo que viene después, en esos momentos es que los chicos aprenden a
pensar,
a pensar lentamente, a reflexionar, a usar su imaginación, a sociabilizar,
a llevarse bien con sus amigos. Y también a mirar hacia adentro
y conocerse a sí mismos. Eso para mí es como la clave del movimiento Slow en
cuanto a los niños.
Hola, Carl, mi nombre es Marilé, soy profesora universitaria y me gustaría saber...
Quería hacerte dos preguntas.
Una de ellas es: ¿qué medidas nos recomiendas para aplicar dentro de las aulas esta
filosofía de la lentitud?
Y la segunda si conoces casos de escuelas o universidades que las estén ahora
mismo aplicando
y ¿qué resultados están obteniendo con ello? Bueno, yo me paso la vida viajando por
el mundo,
visitando colegios y escuelas y veo muchos ejemplos fantásticos que me dan mucho
optimismo.
En muchos colegios ahora lo que hacen es, al principio, al inicio de la clase del aula,
arrancan con un periodo de silencio de dos minutos, un minuto, simplemente para
respirar hondo,
para recuperar un poco ese ritmo más humano, porque los chicos llegan un poco
frenéticos
de la última clase, etc. Dos minutos, que no es una pérdida de tiempo,
es una buena inversión del tiempo, porque después lo que pasa es que todos están
más enfocados, más concentrados, y el aula termina siendo más eficaz
más fructífera. Otra técnica que me gusta mucho es una usada por un "housemaster",
un profesor del legendario colegio de Eton, en Inglaterra, tiene lo que se llama "la regla
de los cinco minutos".
Antes, cuando lanzaba una pregunta a sus alumnos y empezaban enseguida el
debate,
el debate se encontraba dominado por una minoría: los chicos un poco más
extrovertidos, un poco más rápidos.
Ahora lo que hace es, lanza la pregunta, deja cinco minutos para que todos los chicos
puedan reflexionar,
entrar en el pensamiento lento y preparar sus argumentos y luego, cuando empieza el
debate, participan todos.
Incluso ese chico de la última fila que suele estar mudo, él también ahora participa y
forma parte de la experiencia.
Otro consejo es decirles a los alumnos que hagan sus apuntes a mano,
con un lápiz o lapicera, porque hay estudios muy interesantes que muestran que
cuando los chicos hacen sus apuntes en el ordenador
no queda la información, el aprendizaje, tan bien, porque pasa tan rápidamente
que no tienen que procesar la información. En cambio, cuando uno escribe a mano
tiene que hacer una síntesis, y eso hace que en el momento
haga un aprendizaje. Es otro ejemplo de esa deliciosa paradoja de la lentitud: que
adoptas la técnica más lenta
para hacer las cosas mejor. Entonces, apuntes a mano, con lápiz.
Hola, Carl, mi nombre es Mónica y soy profesora universitaria, y me gustaría saber si
crees que estamos trasladando a los jóvenes
demasiada presión por conseguir el éxito. Sí, totalmente.
Y para mí el problema básico es que hemos creado casi un culto
a un solo tipo de éxito. O sea, como un modelo de lo que es un niño exitoso,
un universitario exitoso. Les estamos dando una sola pista, un solo camino,
y eso me parece sofocante. Es estrangular la niñez, porque hay miles de caminos de
acción,
miles de formas de éxito, pero les estamos imponiendo
una sola definición y eso me parece muy pobre y muy dañino,
porque en el fondo no todos los chicos están hechos para ir a Oxford o a Harvard.
No todos los chicos están hechos para jugar deportes a un nivel de élite y no todos los
chicos están hechos
para ganar una beca de música. Y no todos los chicos están hechos para la grandeza,
hay que decirlo. Pero con la actitud correcta, con una niñez Slow,
todos los chicos, todos, pueden encontrar algo grandioso para ellos.
Esa es la clave. Yo creo que esto del éxito también nos lleva a una confusión
y pensamos que la única forma de ser productivo
es correr, ir cada vez más rápido, sea en el colegio, sea en el trabajo,
pero es una de las grandes mentiras de esta cultura rápida. Porque obviamente, en el
trabajo de hoy uno tiene que ser rápido
gran parte del tiempo, pero si vas siempre rápido vas encaminado hacia el desastre,
seguro.
Porque no solamente vas a destruir tu salud a medio y largo plazo,
sino que desde el "¡Vamos!" vas a ser menos eficiente: vas a cometer más errores,
serás menos creativo, etc.
Y por eso hay todo un movimiento para abrazar la lentitud en el trabajo. Un ejemplo es
reducir las horas laborales.
Si uno mira los países que trabajan muchas horas, como muchos países latinos,
son muchas horas, pero el nivel de productividad es bajísimo. Y muchas empresas se
están dando cuenta
de que puedes sacar horas productivas de un empleado, pero hasta cierto punto.
Hace poco Microsoft en Japón hizo un experimento: durante un mes pasaron a una
semana laboral, de trabajo,
de cuatro días. Resultado: la productividad aumentó en un 40%
haciendo ese recorte. Otro ejemplo de trabajo Slow
es la idea de la importancia de hacer pausas, de tomar pausas durante el día laboral,
de dejar, como los chicos que necesitan parar, nosotros también en el trabajo
necesitamos momentos
para dejar la pantalla y dejar el escritorio. Y por eso muchas empresas están
instalando salas tranquilas
donde los empleados pueden ir a hacer yoga, meditación e incluso echar una siesta.
La siesta se está volviendo a poner de moda,
y no me refiero a la siesta tradicional de una botella de Rioja y dos horas de sueño.
Es algo brillante, pero mejor conservarla para las vacaciones lentas.
No, me refiero a una siesta más moderna de capaz una botella de agua y luego entre
20 y 24 minutos,
como recomienda la NASA en Estados Unidos para volver fresco por la tarde.
Y también con la tecnología, muchas empresas están diciendo basta, los empleados
necesitan desconectar.
Entonces ahora hay jornadas libres de "mail", se les está dando a los empleados el
derecho de apagar sus celulares
en momentos determinados. Volkswagen modificó sus servidores
para que la mayoría de sus empleados no puedan enviar ni recibir "mails"
fuera de sus horas de trabajo. Estos son cambios sísmicos. Mi ejemplo favorito de
cómo poner límites de velocidad
en la autopista informática vino de un emprendedor muy exitoso en Estados Unidos
que conocí hace poco y me dijo: "Carl, hace cinco años yo estaba a punto de morir.
Estaba acelerado, nunca dejaba de mirar mi celular,
y estaba pagando un precio muy alto. Estaba cometiendo errores en el trabajo. Me
llevaba mal con mis inversores, mis colegas,
mi matrimonio estaba a punto de explotar, tenía problemas de salud...". Y me dijo: "Me
di cuenta de que tenía que hacer algo drástico".
Entonces lo que hizo fue que a partir de ese momento empezó, cuando se iba de
vacaciones,
en Estados Unidos se toman vacaciones muy cortitas, de tres, cuatro días, mandaba
una respuesta automática
a todos los mensajes que le llegaban durante estas vacaciones. Y el mensaje
automático decía:
"Gracias por su 'mail', tengo muchas ganas de colaborar con usted, pero en este
momento estoy de vacaciones
hasta el próximo, no sé, jueves. Y mientras tanto, durante estas vacaciones
no voy a mirar el buzón de entrada, no voy a trabajar sobre el 'mail'. Pero si su
mensaje es urgente
y usted necesita una respuesta antes del jueves, por favor vuelva a escribir y mandar
el mismo mensaje
pero a otra dirección". Y la dirección que pone es: "arruinamisvacaciones@gmail.com".
¿Y saben lo que me dijo? "En cinco años nadie me ha escrito nada a ese buzón de
entrada,
y en cinco años mi vida se ha transformado. Soy más productivo, me llevo mucho
mejor con mis hijos, mi mujer.
No he perdido ni un trabajo, ni un contrato. Soy mil veces mejor que antes,
simplemente diciendo 'basta'. 'No'. 'Tengo que ralentizar,
poner un límite de velocidad en mi autopista informática'".
Hola, Carl. En tu último libro, 'Elogios a la experiencia', ¿crees que en la sociedad de
hoy en día se rinde un culto excesivo
a la juventud y se discrimina a las personas mayores? Sí, gracias por la pregunta.
Les cuento una anécdota, es otra noticia.
El año pasado, un holandés llamado Emile Ratelband
fue noticia mundial cuando exigió en un tribunal de Holanda
el derecho a cambiar su fecha de nacimiento oficial. Quería pasar de tener 69 años a
49 años, por lo menos en los papeles.
Y cuando el juez le preguntó por qué quería sacarse 20 años de vida, Ratelband
respondió:
"Es muy simple, porque si me puedo identificar como un hombre de 49 años mejorará
mi vida.
Seré más exitoso en el trabajo y más exitoso en Tinder,
porque las mujeres me darían más 'likes' si piensan que tengo apenas 49 años".
Ahora, me parece que hay un par de conclusiones, otra vez, que podemos sacar de
esta noticia. La primera es que Ratelband claramente no entiende
cómo funcionan las citas "online", ¿no es cierto? ¿Hay algo menos sexy que descubrir
que la persona
con la que estuviste coqueteando "online" es 20 años mayor de lo que esperabas?
Aunque lograra más citas en Tinder, no creo que esas citas terminaran como él quiere.
Pero la segunda conclusión refleja esta pregunta,
que Ratelband tiene razón en un punto: vivimos en una sociedad, en un mundo
marinado en el culto a la juventud,
donde joven es igual a mejor, donde envejecer se ve como una maldición,
donde ser mayor puede significar ser excluido en todas partes, desde el trabajo hasta
Tinder.
Y a mi juicio, ha llegado el momento de dejar de aceptar estas mentiras.
Ha llegado el momento de sepultar el culto a la juventud.
¿Por qué? Porque nos hace daño a todos y de muchas maneras.
La sola idea de envejecer nos provoca vergüenza, culpa, miedo, asco y mucha
negación.
Si tú escribes en el motor de búsqueda de Google: "yo miento sobre...",
la respuesta que sale en el tope de la lista no es mi peso, mi altura, mi sueldo, ni
siquiera cuánto porno veo.
Aunque me imagino que eso debería figurar en el top 5. No, es "mi edad".
El "edadismo", la discriminación por edad, el culto a la juventud
nos hace sentir tan mal por envejecer que mentimos sobre nuestra edad,
mentimos en Tinder, en el trabajo, a nuestros seres queridos, incluso a nosotros
mismos. Tengo una amiga que hace poco festejó
su cumpleaños número 39..., por cuarta vez.
Este culto a la juventud también nos divide, divide a las generaciones en un momento
en que necesitamos estar juntos
para enfrentar los problemas enormes, épicos que nos enfrentan como seres
humanos.
Hay toda una biblioteca de estudios que demuestran que el "edadismo",
el tener esa idea tóxica con respecto al envejecimiento, funciona algo así como una
profecía autocumplida,
o sea, venerar la juventud y denigrar el envejecimiento hace que envejezcas peor,
sufriendo más deterioro cognitivo y físico, más demencia e incluso una muerte más
temprana.
Y piensen también en todas las puertas sin abrir
y todos los caminos sin recorrer porque una voz, un susurro, nos dice:
"Estoy viejo para esto", ¿no es cierto? Esa vocecita a mí me jugó una muy mala
pasada,
que fue un poco la chispa para escribir mi nuevo libro. Estaba jugando en un torneo de
hockey en Inglaterra
y marqué un golazo que llevó a mi equipo a las semifinales, y estaba en la gloria.
Pero, sin embargo, de inmediato descubrí que yo era el jugador más viejo del torneo.
Éramos, no sé, 250 y algo jugadores y sabía que era de los más viejos, pero, no sé,
esa revelación, el hecho de ser el más viejo..., me paró en seco, me sacudió en lo más
íntimo
y en mi cabeza se agolparon mil preguntas. "Me veo fuera de lugar aquí", "La gente se
ríe de mí",
"Debería dedicarme a un pasatiempo más acorde a mi edad, como el bingo"...
Pero gracias a Dios no renuncié al hockey. Al contrario, me dediqué a estudiar y a
investigar todo este tema,
el concepto del envejecimiento, y volví con buenas noticias: que hay otra historia que
contar sobre el envejecimiento.
De hecho, estamos entrando en una época dorada
de envejecer, nunca ha sido mejor momento en la historia humana para envejecer. Y
además, muchos de los estereotipos que yo también llevaba por dentro
acerca del envejecimiento están equivocados. Y eso es lo más brillante, para mí,
de mi investigación, porque yo era un "edadista", llevaba el culto a la juventud muy
profundamente.
Y al estudiarlo, investigar y conocer,
logré quitarme de encima ese culto a la juventud. Si uno mira las palabras que usamos
para hablar de la gente mayor,
son como: "gruñones", "tristes", "maniáticos"..., son palabras feas, de tristeza.
Pero la realidad es que los seres humanos seguimos lo que se llama "la curva de
felicidad" en forma de V.
Empezamos bastante alto en la infancia, vamos descendiendo hasta tocar fondo en la
mediana edad
y luego recuperamos nuevamente. En muchos países del mundo,
el grupo que reporta los niveles de felicidad y autosatisfacción de vida más altos
son los de más de 55 años. Otro estereotipo es que...,
la creatividad es de los jóvenes, que la gente mayor es menos creativa.
Otra vez incorrecto. Uno puede seguir siendo creativo hasta la tumba.
Y hay ciertas formas de creatividad que dependen de dos cosas que solo el
envejecimiento nos da:
tiempo y experiencia. Y es por eso que la historia está repleta de ejemplos
maravillosos de creatividad
en los últimos capítulos de la vida, desde Miguel Ángel hasta Matisse, de Beethoven a
Bach.
La artista Louise Bourgeois inventó sus icónicas arañas gigantes a sus 80 años.
En la actualidad, un físico que se llama John Goodenough está reinventando las pilas
recargables a sus 97 años.
La productividad suele aumentar en los trabajos que dependen de las habilidades
sociales. ¿Por qué?
Porque nuestra inteligencia social mejora con la edad y también somos mejores
a la hora de sopesar múltiples puntos de vista,
de ver esos patrones que nos permiten encontrar soluciones. De hecho, unos estudios
que han salido últimamente
demuestran que los más exitosos, los fundadores de "startups" más exitosos,
son los que empiezan, más o menos, de los 40 años para arriba. Vemos a Mark
Zuckerberg y pensamos que ese es el modelo a seguir,
pero es un "outlier", es la minoría. El grupo más exitoso
en el mundo de las "startups" es el de la gente más mayor. Ahí tienen tres estereotipos
sobre el envejecimiento,
todos ellos generalizados, todos ellos sombríos y todos ellos errados.
Hola, Carl, me gustaría saber cuáles son tus propuestas para cambiar la visión actual
que hay sobre el envejecimiento
y poder pasar los años de una manera saludable, y también qué dice la ciencia sobre
esto.
Gracias por la pregunta. Cada edad tiene sus pros y contras,
y cada edad puede ser maravillosa, pero solo si la abrazamos.
Solo si abrazamos el presente sin añorar el pasado y rehuir del futuro.
Solo si vemos la vida, abrazamos la vida como un proceso de abrir puertas en lugar de
cerrarlas.
Yo creo que a nivel colectivo podemos, o deberíamos, lanzar campañas publicitarias
que conviertan la discriminación por edad en algo socialmente vergonzoso.
Tenemos también que fortalecer las leyes contra tal discriminación.
Y tenemos que mezclar las generaciones nuevamente,
en toda la historia humana las generaciones se mezclaban, teníamos contacto con
gente de todas las edades.
Pero en estos días vivimos como en burbujas de coetáneos,
y al mezclar las generaciones lo que hacemos es que conocemos a los demás,
empezamos a derrumbar esos estereotipos. Y además, mezclar a generaciones trae
otros beneficios:
resulta que en el trabajo, por ejemplo, los equipos con un espectro, un abanico de
edades,
son más productivos. Son más creativos, tienen más éxito. Entonces mi último consejo
sería
que ya tengas 25, 35, 40, 60 u 85 años, sé dueño de tu edad
y luego vive la vida a tu manera. Bueno, quiero despedirme
dándoles un mensaje optimista. En el fondo mi mensaje central es que el cambio
siempre es posible.
Aunque pueda parecer a veces imposible o impensable, uno puede cambiar, y yo soy,
de hecho,
la prueba definitiva. Yo era un aficionado al culto a la juventud
y también al culto a la velocidad, y he logrado cambiar a través, no solamente
de mis investigaciones literarias y científicas, sino gracias a los cambios que he hecho
en mi vida.
Entonces, si ustedes se sienten solos o sin esperanza, no, tengan esperanza y sean
optimistas,
porque pueden cambiar el chip y pueden cambiar su vida, transformar su vida.
En cuanto a la lentitud, que fue un poco el punto de partida de todo, todo este evento
y toda mi experiencia como escritor, etcétera, eso también ha cambiado totalmente.
Yo he reconectado con mi tortuga interior y me ha transformado la vida. Sigo
disfrutando de la velocidad
pero también he aprendido a tolerar y también a amar la lentitud.
Tengo más salud, me siento mucho mejor, tengo más felicidad, disfruto mucho más de
vivir, soy más productivo.
Pero para mí el beneficio más importante es que mis relaciones sociales son más
fuertes
porque estoy presente, tengo tiempo para la gente y cuando estoy con alguien estoy
ahí en cuerpo y alma.
Y de hecho, la prueba principal está en el cuarto de mis hijos.
Cuando logré ralentizar, todo el ritual de leer cuentos cambió totalmente.
Empecé a entrar en el dormitorio con los dos pies subidos y leyendo los libros sin
saltar páginas,
y les puedo asegurar que Blancanieves es mucho más divertido con siete enanitos que
con tres.
Y tengo que confesar que antes, cuando era un correcaminos total,
odiaba leer cuentos porque era lento, no lo soportaba.

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