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978-84-1397-686-0
manuales
DERECHO PROCESAL PENAL
COMITÉ CIENTÍFICO DE LA EDITORIAL TIRANT LO BLANCH
tirant lo blanch
Valencia, 2021
Copyright ® 2021
© TIRANT LO BLANCH
EDITA: TIRANT LO BLANCH
C/ Artes Gráficas, 14 - 46010 - Valencia
TELFS.: 96/361 00 48 - 50
FAX: 96/369 41 51
Email: tlb@tirant.com
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Librería virtual: www.tirant.es
ISBN: 978-84-1397-687-7
Primera Parte
FUENTES, FUNCIÓN, CONSTITUCIÓN Y PROCESO PENAL
Lección 1
FUENTES Y FUNCIÓN DEL PROCESO PENAL..................................................... 15
Vicente Gimeno Sendra
Lección 2
EL PRINCIPIO DE PROPORCIONALIDAD. LOS DERECHOS FUNDAMENTALES
DE DERECHO JUDICIAL ORGÁNICO. LOS DERECHOS FUNDAMENTALES
MATERIALES A LA LEGALIDAD Y AL NON BIS IN IDEM.................................. 23
Vicente Gimeno Sendra
Lección 3
LOS DERECHOS FUNDAMENTALES PROCESALES............................................. 37
Vicente Gimeno Sendra
Segunda Parte
LOS PROCESOS ORDINARIOS
Lección 4
LOS PROCESOS PENALES. PROCESOS ORDINARIOS: EL «SUMARIO ORDI-
NARIO» Y EL PROCESO PENAL ABREVIADO...................................................... 61
Manuel Díaz Martínez
Tercera Parte
LOS PRESUPUESTOS PROCESALES
Lección 5
LOS PRESUPUESTOS PROCESALES DEL ÓRGANO JURISDICCIONAL (I): JU-
RISDICCIÓN Y COMPETENCIA OBJETIVA........................................................... 75
Manuel Díaz Martínez
8 Índice
Lección 6
LOS PRESUPUESTOS PROCESALES DEL ÓRGANO JURISDICCIONAL (II):
COMPETENCIA FUNCIONAL Y TERRITORIAL................................................... 89
Manuel Díaz Martínez
Lección 7
LOS PRESUPUESTOS PROCESALES DE LAS PARTES............................................ 101
Sonia Calaza López
Lección 8
LAS CUESTIONES PREJUDICIALES........................................................................ 135
Vicente Gimeno Sendra
Cuarta Parte
EL OBJETO PROCESAL PENAL
Lección 9
EL DERECHO DE ACCIÓN Y EL DERECHO DE DEFENSA................................. 145
Sonia Calaza López
Lección 10
EL OBJETO DEL PROCESO PENAL........................................................................ 173
Vicente Gimeno Sendra
Quinta Parte
LA INSTRUCCIÓN
Lección 11
EL INICIO DEL PROCESO PENAL: ACTOS DE INICIACIÓN, DE IMPUTACIÓN
Y DE DEFENSA........................................................................................................ 193
Sonia Calaza López
Lección 12
LA FASE DE INSTRUCCIÓN................................................................................... 215
Sonia Calaza López
Lección 13
LOS ACTOS DE INVESTIGACIÓN (I): LOS ACTOS DE INVESTIGACIÓN RELA-
TIVAMENTE RESTRICTIVOS DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES............. 239
Sonia Calaza López
Índice 9
Lección 14
LOS ACTOS DE INVESTIGACIÓN (II): LOS ACTOS DE INVESTIGACIÓN RES-
TRICTIVOS DE DERECHOS FUNDAMENTALES EN EL ÁMBITO FÍSICO.......... 265
Sonia Calaza López
Lección 15
LOS ACTOS DE INVESTIGACIÓN (III): LOS ACTOS DE INVESTIGACIÓN RES-
TRICTIVOS DE DERECHOS FUNDAMENTALES EN EL ÁMBITO ELECTRÓNI-
CO............................................................................................................................. 293
Sonia Calaza López
Lección 16
LA PRUEBA ANTICIPADA Y PRECONSTITUIDA. LOS PRINCIPIOS INSPIRADO-
RES DE LA ACTIVIDAD PROBATORIA.................................................................. 319
Sonia Calaza López
Sexta Parte
LAS MEDIDAS CAUTELARES
Lección 17
MEDIDAS CAUTELARES PENALES Y RESOLUCIONES PROVISIONALES. LA
DETENCIÓN. LA ORDEN EUROPEA DE DETENCIÓN Y ENTREGA................. 343
Manuel Díaz Martínez
Lección 18
EL PROCESO DE HABEAS CORPUS...................................................................... 365
Vicente Gimeno Sendra
Manuel Díaz Martínez
Lección 19
PRISIÓN PROVISIONAL. LIBERTAD PROVISIONAL. MEDIDAS DE PROTECCIÓN
DE LAS VÍCTIMAS DE VIOLENCIA DE GÉNERO, DOMÉSTICA Y MENORES
DE EDAD Y CON LA CAPACIDAD JUDICIALMENTE MODIFICADA. OTRAS
RESOLUCIONES PROVISIONALES......................................................................... 377
Manuel Díaz Martínez
Lección 20
LAS MEDIDAS CAUTELARES REALES. ORDEN EUROPEA DE EMBARGO DE
BIENES O DE ASEGURAMIENTO DE PRUEBAS.................................................... 399
Manuel Díaz Martínez
10 Índice
Séptima Parte
LA FASE INTERMEDIA
Lección 21
EL SOBRESEIMIENTO............................................................................................. 419
Vicente Gimeno Sendra
Lección 22
LOS ACTOS DE INTERPOSICIÓN Y DISPOSICIÓN DE LA PRETENSIÓN
PENAL....................................................................................................................... 433
Vicente Gimeno Sendra
Octava Parte
EL JUICIO ORAL, SENTENCIA Y COSA JUZGADA
Lección 23
EL JUICIO ORAL...................................................................................................... 453
Sonia Calaza López
Lección 24
SENTENCIA Y COSA JUZGADA............................................................................. 485
Sonia Calaza López
Novena Parte
LOS RECURSOS
Lección 25
RÉGIMEN GENERAL, RECURSOS NO DEVOLUTIVOS Y RECURSO DE REVI-
SIÓN CONTRA LOS DECRETOS............................................................................ 507
Manuel Díaz Martínez
Lección 26
EL RECURSO DE APELACIÓN................................................................................ 519
Manuel Díaz Martínez
Lección 27
EL RECURSO DE CASACIÓN.................................................................................. 541
Manuel Díaz Martínez
Índice 11
Lección 28
LOS MEDIOS DE RESCISIÓN DE SENTENCIAS FIRMES..................................... 555
Manuel Díaz Martínez
Décima Parte
LOS PROCESOS ESPECIALES
Lección 29
LOS PROCESOS ESPECIALES (I). EL PROCESO PENAL DE MENORES............... 569
Manuel Díaz Martínez
Lección 30
LOS PROCESOS ESPECIALES (II). LOS JUICIOS RÁPIDOS.................................... 585
Vicente Gimeno Sendra
Lección 31
LOS PROCESOS PENALES ESPECIALES (III). EL PROCESO ANTE EL JURADO. 601
Vicente Gimeno Sendra
Lección 32
LOS PROCESOS ESPECIALES (IV). EL PROCESO POR ACEPTACIÓN DE DE-
CRETO, POR INJURIAS Y CALUMNIAS, POR DELITOS COMETIDOS POR
MEDIOS O SOPORTES MECÁNICOS DE DIFUSIÓN Y EL ENJUICIAMIENTO
DE DIPUTADOS Y SENADORES............................................................................. 615
Vicente Gimeno Sendra
Primera Parte
FUENTES, FUNCIÓN,
CONSTITUCIÓN Y
PROCESO PENAL
Lección 1
FUENTES Y FUNCIÓN DEL PROCESO PENAL
1. La Constitución
La vigente CE de 1978 constituye la norma suprema a la cual ha de
adecuarse la totalidad del ordenamiento procesal penal, de tal suerte que,
si un Juez o Tribunal penal estimase que algún precepto no se adapta a ella,
puede plantear la «cuestión de inconstitucionalidad» para que el TC lo ex-
pulse del ordenamiento.
Las normas constitucionales de naturaleza procesal pueden sistematizar-
se en ordinarias o de garantía reforzada:
3. La protección de la víctima
Ahora bien, con la asunción de dichas funciones todavía no se agotan
las finalidades del proceso penal, toda vez que, al menos en aquellos países
que, como es el caso del nuestro, secundaron el modelo francés de acumu-
lación de la «acción» o pretensión civil a la penal derivada del delito (art.
100 LECrim), también el proceso penal ha de convertirse en un instrumento
útil para la reparación de la víctima. Es más, desde un punto de vista estric-
tamente constitucional, no se alcanza a comprender por qué esta segunda
función ha de estar subordinada a la primera. Ciertamente lo está, en tanto
que, sin delito no hay «fuente» de la obligación civil (aunque tampoco se
nos oculta que no es el delito, sino el acto antijurídico la causa de la preten-
sión resarcitoria, como lo demuestran los cada vez más numerosos —sobre
22 Vicente Gimeno Sendra
todo en el ámbito de los delitos contra la seguridad del tráfico vial— fallos
absolutorios con pronunciamiento civil de condena por responsabilidad
objetiva), pero, atendiendo al art. 24 CE, tan derechos fundamentales son
los del investigado a la libertad y de defensa, como el del perjudicado a la
tutela judicial efectiva u obtención de una eficaz y rápida satisfacción de su
pretensión resarcitoria.
La Ley 4/2015, del Estatuto de la víctima, ha incrementado el catálogo
de sus derechos.
I. EL PRINCIPIO DE PROPORCIONALIDAD
La incidencia de los actos procesales, fundamentalmente a lo largo de la
fase instructora, sobre los derechos fundamentales ocasiona que deba apli-
carse la doctrina emanada del TC sobre el principio de proporcionalidad,
según la cual no es suficiente que el acto de investigación, lesivo de un de-
recho fundamental, haya emanado de la Autoridad competente, sino que es
también necesario, en primer lugar, que esté previsto en la Ley; en segundo,
que objetivamente se justifique y, en tercero, que la resolución judicial que
ordena la limitación del derecho fundamental esté minuciosamente motiva-
da, de tal suerte que en ella se plasme el ineludible «juicio de necesidad» del
que se desprenda el sacrificio del derecho fundamental, objeto de la medida.
Esta necesidad de justificación del acto instructorio adquiere relevancia
constitucional, si incide en el ámbito del libre ejercicio de los derechos fun-
damentales.
24 Vicente Gimeno Sendra
c) La abstención y la recusación
Precisamente para garantizar la imparcialidad objetiva surge en la esfera
del proceso la abstención y recusación, cuyas correspondientes normas or-
dinarias, si son ilegítimamente infringidas, pueden ser restablecidas a través
del amparo constitucional.
Dentro de tales causas de recusación adquiere singular relevancia prác-
tica la prevista en el núm. 12 del art. 54 LECrim y 219.11 LOPJ, en cuya
virtud es legítima causa de recusación «haber sido instructor de la causa»,
situación que, como después veremos, contraviene también el principio acu-
satorio que se encuentra implícito en el derecho a un «proceso con todas
las garantías» del art. 24.2 CE. De conformidad con la doctrina del TEDH
sobre la imparcialidad objetiva —que obliga a los Jueces no sólo a ser im-
parciales, sino también a parecerlo a los ojos de la sociedad, de manera
que nadie pueda dudar de este atributo esencial de la Jurisdicción—, se ha
de vedar la posibilidad de que un órgano judicial pueda conocer de la fase
de juicio oral contra un encausado, si alguno de sus miembros ha asumido
contra él previamente funciones instructoras.
A fin de posibilitar a las partes el ejercicio de su derecho de recusación,
tanto la jurisprudencia del TC, como la del TS son exigentes a la hora de
reclamar la aplicación de lo dispuesto en los arts. 202 y 203 LOPJ, confor-
me a los cuales ha de ponerse en su previo conocimiento la determinación
del Magistrado Ponente y la de los demás Magistrados «que no constituyan
plantilla de la Sala».
las Audiencias o una Audiencia Provincial, haciendo caso omiso del relato
de hechos del escrito de acusación, remite su competencia a otro órgano
jurisdiccional).
Más problemática resulta la vulneración de las normas relativas a la
competencia funcional y, dentro de ellas, las referentes al «reparto» de los
asuntos y a la constitución de los órganos jurisdiccionales colegiados. Si
tales irregularidades encierran auténticas manipulaciones con el objeto de
mediatizar las futuras decisiones del órgano jurisdiccional, si, en definitiva,
a través de ellas se viola la independencia judicial, constituyen un claro
atentado al Juez legal.
a convertir en ilícitos penales lo que hasta la fecha eran meros ilícitos admi-
nistrativos o, incluso, civiles, tal y como acontece en determinados delitos
societarios, urbanísticos o medioambientales), así como en la esfera de las
«relaciones especiales de sujeción» y, en particular, en todo lo relativo al
Derecho Penal y Administrativo sancionador de funcionarios.
La aplicación del clásico principio penal de prohibición del «non bis
in idem» al ámbito del procedimiento administrativo sancionador fue una
conquista del TEDH, que ha sido secundada por el TC español. De este mo-
do, constituye una doctrina pacífica de dicho Tribunal, desde la publicación
de la STEDH de 21 de febrero de 1984, dictada en el caso Öztürk contra la
RFA, la de que, si bien cada Estado es libre de despenalizar o no los delitos
y convertirlos en ilícitos administrativos, el procedimiento administrativo
sancionador ha de ser respetuoso también con todas las garantías, mate-
riales y procesales, contenidas en el CEDH, de entre las que se encuentra la
prohibición del «non bis in idem» efectuada, como se ha dicho, en el art.
4 del Protocolo núm. 7 a dicho Convenio. Dicha prohibición ha de estar
presente también en los supuestos de aplicación, a unos mismos hechos, de
una sanción penal y otra administrativa.
Asimismo, el TC ha suscrito, en este extremo, similar doctrina, llegando
a proclamar que, bajo ciertas modulaciones, las principales garantías de los
arts. 24 y 25 CE han de estar presentes en el procedimiento administrativo
sancionador.
B) La doctrina del TC
De entre dichas garantías se encuentra la de preferencia de la Jurisdic-
ción Penal sobre la Administrativa, doctrina que obliga a la Administración
Pública a suspender las actuaciones, hasta tanto recaiga sentencia penal fir-
me, cuando el hecho sea objeto de un procedimiento penal. Dicha dualidad
sancionadora proscrita, que, en un principio, el TC limitaba a los supuestos
de imposición de sanciones penales o administrativas entre sí, pero no a la
concurrencia mixta de sanciones penales y administrativas, fue extendida
al concurso aparente de Leyes, penales y administrativas, sobre un mismo
hecho.
Empero, la doctrina del TC sobre dicha prohibición del «non bis in
idem» no alcanza a la doble incriminación de conductas vía administra-
tiva y penal, ni siquiera a la doble condena, si posteriormente procede el
Tribunal de lo penal a «compensar» las sanciones, computando la condena
administrativa en la sentencia penal (así, por ej., si en un procedimiento
36 Vicente Gimeno Sendra
1. Igualdad de armas
Una vez ejercitado el derecho de acción y comparecidas ambas partes,
acusación y defensa, en el proceso penal, se hace preciso que su postulación
se efectúe en condiciones de igualdad procesal, pues una de las garantías
esenciales del derecho fundamental que nos ocupa es el principio de «igual-
dad de armas», que ha de estimarse cumplido cuando en la actuación pro-
cesal tanto el acusador como el investigado gozan de los mismos medios de
ataque y de defensa e idénticas posibilidades y cargas de alegación, prueba
e impugnación.
A) Fundamento
Al igual que el principio de contradicción, tampoco el de igualdad goza
de una explícita consagración formal en la CE y Pactos Internacionales de
Derechos Humanos, lo que sin duda ha motivado cierta disparidad juris-
prudencial y doctrinal en la determinación de su fundamentación jurídica.
En nuestra opinión, el principio de igualdad de armas es una proyección
del genérico principio de igualdad del art. 14 CE en el derecho a un proceso
con todas las garantías del art. 24.2, el cual hay que estimarlo vulnerado
cuando el legislador crea privilegios procesales carentes de fundamentación
constitucional alguna o, bien el legislador, bien el propio órgano jurisdiccio-
nal crean posibilidades procesales que se le niegan a la parte contraria o la
gravan indebidamente con cargas procesales desorbitadas (así, por ejemplo,
si una presunción legal produjera una inversión de la carga de la prueba que
obligara al investigado a la «probatio diabólica» de tener que acreditar su
Los Derechos fundamentales procesales 39
2. El principio acusatorio
A) Concepto y notas esenciales
El principio acusatorio constituye otra de las garantías esenciales del
proceso penal que la doctrina del TC ha elevado a derecho fundamental,
implícito en el «derecho a un proceso con todas las garantías» del art. 24.2
de la CE.
Si los principios de legalidad y de oportunidad nos determinan las condi-
ciones a través de las cuales se iniciará y finalizará el proceso penal, el bino-
mio acusatorio-inquisitivo tienen la virtualidad de indicarnos mediante qué
distribución de roles y bajo qué condiciones se realizará el enjuiciamiento
del objeto procesal penal.
En el momento actual, puede afirmarse que el principio acusatorio rige
en un determinado proceso penal cuando las fases de instrucción y de juicio
oral se encomiendan a dos distintos órganos jurisdiccionales, prohibiéndose
al órgano decisor realizar las funciones de parte acusadora, la que, mediante
la deducción de la pretensión penal, vinculará la actividad decisoria del Tri-
bunal, vedándosele también al órgano de la segunda instancia la posibilidad
de gravar más al recurrente de lo que ya lo estaba en la primera.
Del enunciado concepto se infieren las siguientes notas esenciales:
B) La legalidad ordinaria
Nuestro ordenamiento procesal, y debido a que la LECrim vigente supo
instaurar uno de los sistemas acusatorios más avanzados de la época, se
manifiesta absolutamente respetuosa con el referido principio. Sin embargo,
la promulgación de reformas posteriores obliga a reinterpretar las normas
ordinarias con el art. 24.2 CE.
Los Derechos fundamentales procesales 45
b) La información de la acusación
También nuestra LECrim consagró desde siempre este derecho funda-
mental, subjetivamente, de un lado, mediante la instauración de una re-
solución de imputación formal, como lo es el auto de procesamiento que
tiene la virtualidad de impedir que no pueda ser acusada persona alguna
que no haya sido previamente declarada procesada (art. 384 LECrim) y
objetivamente, de otro, al tener que plasmar en él los «indicios racionales
de criminalidad» y al establecer la obligación para las partes acusadoras de
reflejar, en sus escritos de calificación provisional, «los hechos punibles que
resulten del sumario» (art. 650.1 LECrim).
La reforma de 1978, por su lado, abundó en dicha línea de fortaleci-
miento del acusatorio al disponer la obligación de poner en conocimien-
to del sujeto pasivo de la instrucción la imputación sobre él existente, tan
pronto como fuere conocida (art. 118.2 LECrim), prescripción que, tras la
reforma operada en el art. 962.2 LECrim por la Ley 38/2002, hay que ob-
servar incluso en el juicio por delitos leves, en el que su anterior redacción
permitía su infracción.
Las derogaciones al citado principio se sucedían, ello no obstante, en el
procedimiento penal de la LO 7/1988, en el que dicha Ley de 28 de diciem-
bre de 1988 suprimió el auto de procesamiento en el procedimiento abrevia-
do. A fin de evitar acusaciones «sorpresivas» y de que pueda sentarse en el
«banquillo de los acusados» persona alguna que no haya sido previamente
imputada en la fase instructora, el TC corrigió esta omisión y estableció la
doctrina de que el Juez de Instrucción está obligado a determinar la persona
imputada y, con anterioridad a la conclusión de las «Diligencias Previas»,
recibirle declaración al investigado en dicha calidad. La reforma finalmente
del art. 779.1.4 LECrim, operada por la Ley 38/2002, ha dado pleno cum-
plimiento a dicha jurisprudencia, estableciendo la obligación de reflejar en
el Auto de conclusión de las Diligencias Previas «la determinación de los
hechos punibles y la identificación de la persona a la que se le imputan»,
46 Vicente Gimeno Sendra
Por consiguiente, si las partes acusadoras pretenden que los hechos ver-
tidos en el atestado puedan ser estimados como probados por el Tribunal
sentenciador será necesario recibir declaración, en calidad de testigo y en
el juicio oral, al funcionario de policía que intervino en el atestado, confor-
me a lo dispuesto en el art. 297.2º LECrim. Pero, según lo dispuesto en el
Acuerdo de la Sala Penal del TS, de 4 de junio de 2015, las declaraciones
del detenido o testigos, ni pueden ser valoradas como pruebas, ni pueden ser
incorporadas al acervo probatorio mediante la llamada como testigos de los
agentes policiales que las recogieron.
No obstante lo dicho, la más reciente doctrina jurisprudencial ha venido
a otorgar, aunque de forma excepcional, un cierto valor de prueba a las
actuaciones policiales constitutivas de prueba preconstituida, esto es, en las
que concurran, entre otros, los siguientes requisitos: en primer lugar, han de
tener por objeto la mera constatación de datos objetivos, lo que acontece
con las fotografías, croquis, los resultados de pruebas alcoholimétricas uni-
das a prueba suficiente sobre la influencia del alcohol en la conducción, etc.;
en segundo término, que sean irrepetibles en el juicio oral; y por último,
que sean ratificadas en el juicio mediante la declaración personal del policía
como testigo de referencia que intervino en el atestado.
4. La «prueba prohibida»
En cuarto lugar, la presunción de inocencia exige que una actividad ju-
risdiccional como la probatoria no pueda practicarse con vulneración de las
normas tuteladoras de los derechos fundamentales.
Tal y como ha declarado el TC: «aun careciendo de regla legal expresa
que establezca la interdicción procesal de la prueba ilícitamente adquirida,
hay que reconocer que deriva de la posición preferente de los derechos fun-
damentales en el ordenamiento y de su afirmada condición de inviolables»
(art. 10.l CE). Dicha «regla expresa» la constituye hoy el art. 11.1 LOPJ.
Por consiguiente, constituyen claros supuestos de «prohibición de valora-
ción de la prueba» la que pudiera obtenerse mediante vulneración de garan-
tías constitucionales, tales como la inviolabilidad del domicilio o el secreto de
las comunicaciones (arts. 18.2 y 3 CE), con violación de derechos fundamen-
tales (el derecho a la intimidad del art. 18. lº o el de defensa del art. 24 CE) o
a través de medios que la Constitución prohíbe (v.gr. la confesión arrancada
mediante torturas, hipnosis o «sueros de la verdad», proscritos por el art. 15
CE) o expresamente no autoriza (por ej. una coacción en punto a obtener una
declaración sobre la «ideología, religión o creencias» con infracción del art.
Los Derechos fundamentales procesales 53
5. La declaración de coinvestigados
En quinto lugar, el TC, partiendo de la jurisprudencia del TEDH, ha
podido poner en cuestión, desde la óptica de la presunción de inocencia, el
testimonio de los coinvestigados, ya que su estatus procesal es distinto al
del testigo imparcial, quien tiene obligación de comparecencia y de decir la
verdad. Por el contrario, el coinvestigado puede impunemente mentir y, en
la medida en que, mediante la falsa incriminación de los demás coinvesti-
gados, pueda obtener su exoneración de responsabilidad penal u obtener,
para él, situaciones materiales de ventaja, está objetivamente interesado en
efectuar calumniosas imputaciones contra los demás encausados.
Por ello, es doctrina reiterada del TC la de que no se puede fundar una
sentencia de condena exclusivamente en la declaración de un coinvestigado,
la cual precisa ser corroborada mediante otros medios de prueba y que se
garantice siempre la posibilidad de contradicción.
Pero la doctrina del coinvestigado no alcanza a la del coinvestigado-
condenado que declara como testigo en un ulterior proceso contra un coa-
cusado, ya que su situación de condenado le impide obtener una ventaja o
desventaja y, por tanto, es espontánea, prestando su declaración en calidad
de testigo (lo que le permite incurrir en un delito de falso testimonio).
1. Normativa
Aunque no tenga una consagración explícita en nuestra Constitución,
el «derecho a los recursos» del condenado se encuentra previsto en el art.
2.1º del protocolo nº 7 al CEDH, de 1 de noviembre de 1988 (ratificado
por el Estado español el 28 de septiembre de 2009 —BOE del 15 de octu-
bre— y entrado en vigor el 1 de diciembre de 2009), conforme al cual «toda
persona declarada culpable de una infracción penal por un tribunal tendrá
derecho a que la declaración de culpabilidad o la condena sea examinada
por un órgano jurisdiccional superior. El ejercicio de ese derecho, incluido
los motivos por los que podrá ejercerse, se regularán por la ley», así como
en el artículo 14.5 del PIDCP de Nueva York, en cuya virtud «toda persona
declarada culpable de un delito tendrá derecho a que el fallo condenatorio
y la pena que se le haya impuesto sean sometidos a un tribunal superior,
conforme a lo prescrito por la ley».
Tales declaraciones, que forman parte de nuestro ordenamiento interno,
en virtud de lo dispuesto por el art. 10.2 de la CE, vienen a integrar o inter-
pretar las normas relativas a los derechos fundamentales y, dentro de ellas,
naturalmente el derecho al «proceso debido» del art. 24 CE.
Así lo ha entendido el TC quien en reiterada jurisprudencia ha declarado
que el derecho a los recursos está implícitamente recogido en el «derecho a
la tutela» del art. 24.1 CE, si bien ninguna dificultad surgiría a la hora de
tipificarlo en el derecho a un «proceso con todas las garantías», del art. 24.2
CE, puesto que la subsistencia de los medios de impugnación constituye la
principal garantía frente al arbitrio judicial.
2. Ámbito de aplicación
De la exégesis de los arts. 2.1º del protocolo nº 7 al CEDH y del art.
14.5º del PIDCP, la primera nota que cabe señalar es la de que su ámbito
de aplicación se ciñe al procedimiento penal, por lo que no es directamente
invocable en otros órdenes jurisdiccionales, con respecto a los cuales «el
legislador puede configurar libremente el sistema de recursos, estableciendo
56 Vicente Gimeno Sendra
los supuestos en los que cada uno de ellos procede y los requisitos que han
de cumplirse en su formalización». Pero, en el proceso penal, dicho derecho
fundamental es predicable en todos ellos, incluido el juicio de delitos leves.
En segundo lugar, el referido derecho a los recursos tan sólo puede ser
reclamable contra las sentencias de condena («fallo condenatorio», reza el
art. 14.5 PIDCP) y no contra otras resoluciones que, como es el caso de los
autos de sobreseimiento, ponen fin al proceso.
En tercer lugar, el titular de dicho derecho es el «condenado» por una
sentencia penal, razón por la cual no le asiste, ni al responsable civil, ni al
acusador popular o particular.
Sucede, sin embargo, que nuestra decimonónica LECrim no contemplaba
un auténtico recurso de apelación contra las sentencias penales recaídas en
delitos graves, lo que provocó múltiples informes desfavorables del Comité
de Derechos Humanos de la ONU contra el Estado español por vulneración
del derecho contenido en el art. 14.5 PIDCP. De aquí que la LO 19/2003
de reforma de la LOPJ previera la instauración de Salas de lo Penal en los
TSJ y AN que habían de hacer realidad en un futuro el derecho a la doble
instancia en el proceso penal por delitos graves (arts. 64 bis, y 73.3.c LOPJ).
Faltaba, sin embargo, una reforma procesal que instaurara el derecho a
la segunda instancia penal, la cual se ha convertido en realidad por obra de
la Ley 41/2015 que ha introducido el nuevo art. 846 ter, conforme al cual:
«1. Los autos que supongan la finalización del proceso por falta de juris-
dicción o sobreseimiento libre y las sentencias dictadas por las Audiencias
Provinciales o la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional son recurribles
en apelación ante las Salas de lo Civil y Penal de los Tribunales de Justicia
de su territorio y ante la Sala de Apelación de la Audiencia Nacional, res-
pectivamente, que resolverá las apelaciones en sentencia.
2. Las Salas de lo Civil y Penal de los Tribunales Superiores de Justicia
y las Salas de Apelación de la Audiencia Nacional se constituirán con tres
Magistrados para el conocimiento de los recursos de apelación previstos en
el apartado anterior.
3. Los recursos de apelación contra las resoluciones previstas en el apar-
tado 1 de este artículo se regirán por lo dispuesto en los artículos 790, 791 y
792 de esta Ley, si bien las referencias efectuadas a los Juzgados de lo Penal
se entenderán realizadas al órgano que haya dictado la resolución recurrida
y las referencias a las Audiencias al que sea competente para el conocimien-
to del recurso».
Los Derechos fundamentales procesales 57
3. Contenido
Finalmente, según la doctrina del TC, el contenido de dicho derecho se
reduce a someter a un Tribunal superior el fallo condenatorio y la pena,
«conforme a lo prescrito por la Ley», de tal suerte que el art. 14.5º PIDCP
hay que estimarlo cumplido si al recurrente se le permite el acceso a la
instancia legalmente preestablecida o el ejercicio de los recursos estableci-
dos en la Ley. Por ello, no infringe este derecho fundamental el caso de las
personas aforadas al TS, contra cuya sentencia no cabe la interposición de
recurso alguno, ni vulnera al art. 24 CE la condena emitida por un Tribunal
superior, de apelación o de casación, cuando revoca una absolución efectua-
da por el órgano de instancia.
Por el contrario, habrá que entender infringido el precepto cuando la Ley
no prevea recurso alguno contra el fallo condenatorio dictado en primera
instancia o cuando no se admita el recurso «de plano» por una defectuosa
notificación o mediante la invocación de la ausencia de requisitos fácilmen-
te sanables, porque el referido derecho conlleva el de la obtención de una
sentencia de fondo en la segunda instancia, así como el de ser citado y poder
comparecer en ella, garantizándosele al recurrente la asistencia de abogado.
Segunda Parte
LOS PROCESOS ORDINARIOS
Lección 4
LOS PROCESOS PENALES. PROCESOS
ORDINARIOS: EL «SUMARIO ORDINARIO»
Y EL PROCESO PENAL ABREVIADO
I. SISTEMATIZACIÓN
En nuestro Ordenamiento jurídico no encontramos un único proceso
penal para el enjuiciamiento de todas las conductas constitutivas de infrac-
ción penal, sino que, por el contrario, existen distintos procesos penales que
aparecen regulados no sólo en la actual LECrim, sino también en distintas
Leyes especiales.
Por ello, una primera clasificación, a efectos sistemáticos, ha de ser la que
distingue entre proceso penales contemplados en nuestra Ley Procesal Penal
de los contemplados en otros textos legales complementarios.
De esto modo, la LECrim contempla y regula los siguientes tipos de
procesos penales:
1) El proceso ordinario por delitos graves o también denominado «su-
mario ordinario», que se aplica para la instrucción y el enjuiciamien-
to de los delitos sancionados con penas privativas de libertad superior
a los nueve años.
2) El procedimiento abreviado, que se ha convertido en el proceso más
habitual, resulta de aplicación para el conocimiento de los delitos
castigados con pena privativa de libertad no superior a nueve años,
o bien con cualesquiera otras penas de distinta naturaleza, bien sean
62 Manuel Díaz Martínez
do, para el enjuiciamiento de las causas por delito que tengan señalada por
la Ley pena privativa de libertad superior a nueve años (art. 757 LECrim),
con excepción de los delitos que deban enjuiciarse por el Tribunal del Ju-
rado o sean cometidos por personas mayores de catorce años y menores
de dieciocho, en cuyo caso rige el procedimiento de la LOTJ y de la LO
5/2000, respectivamente.
Las normas por las que se rige este procedimiento son las contenidas en
los Libros II y III LECrim, las cuales, debido a su naturaleza de procedi-
miento común, son también de aplicación supletoria para los demás proce-
dimientos, tanto ordinarios, como especiales.
Ello no obstante, y debido a la circunstancia de que algunas de sus nor-
mas han quedado envejecidas, no es inusual, en la práctica forense, que
determinados normas del procedimiento abreviado (v.gr. la intervención y
régimen de comunicación del defensor, el modo de constituir las fianzas, el
régimen de las medidas cautelares civiles, las pensiones alimenticias, régi-
men de la conformidad, etc.), se apliquen inversamente en el procedimiento
común.
Pero, en el supuesto de duda en la determinación del procedimiento apli-
cable o de colisión entre normas del procedimiento común y los demás,
han de prevalecer las de este procedimiento ordinario, dada su vis atractiva
dimanante de su carácter de proceso común.
Las fases en las que se divide este procedimiento declarativo son las pro-
pias de cualquier procedimiento penal, a saber: a) Iniciación; b) Fase ins-
tructora o «sumario»; c) Fase intermedia y d) Juicio oral.
El conocimiento de dichas fases se distribuye entre el Juzgado de Ins-
trucción (fase de instrucción) y la Audiencia Provincial (fase intermedia y
enjuiciamiento o juicio oral)
2. Iniciación
La iniciación de este procedimiento puede ser originaria, lo que sucederá
cuando en la primera calificación de la «notitia criminis» el Juez de Ins-
trucción llega a la conclusión de que, en atención a la gravedad del delito,
ha de resultar de aplicación el «sumario ordinario», o por conversión de
otro procedimiento ordinario, normalmente de unas Diligencias Previas del
proceso penal abreviado (que, en la práctica forense, han sustituido a los
sumarios) en el procedimiento común, supuesto éste claramente hegemóni-
co en la práctica.
Los procesos penales. Procesos ordinarios 65
3. Fase de Instrucción
La fase de instrucción en el procedimiento ordinario recibe la denomi-
nación de «sumario», cuyo contenido aparece enunciado en el art. 299 LE-
Crim, precepto del que se infiere una función genérica de la instrucción,
consistente en preparar el juicio oral, y tres funciones específicas: a) en pri-
mer lugar, la de efectuar actos instructorios tendentes a averiguar la pre-
existencia y tipicidad del hecho y su autoría y que, como será objeto de
estudio, carecen de valor probatorio, excepción hecha de los supuestos de
prueba anticipada y preconstituida; b) en segundo, la de adoptar medidas
cautelares penales, y c) en tercero, la de disponer medidas cautelares civiles
o aseguratorias de la pretensión civil.
El sumario, integrado por cuatro «piezas» (la principal, la personal, la
de responsabilidad civil y la de terceros), en las que se desarrollan todas y
cada una de las funciones anteriormente enunciadas, al contrario de la fase
del juicio oral, está informado por el principio de la escritura y transcurre
ante el Juez de Instrucción competente, bajo la inspección directa del MF.
Como acto judicial específico de imputación del procedimiento ordina-
rio destaca el auto de procesamiento, que cumple una función esencial en
orden a la determinación de la legitimación pasiva, evitando acusaciones
«sorpresivas», se erige en un presupuesto de las medidas cautelares y de la
declaración indagatoria y posibilita, en general, el derecho de defensa den-
tro de la instrucción.
4. Fase Intermedia
La finalidad esencial de la fase intermedia consiste en decidir acerca de
la apertura o no del juicio oral.
La fase intermedia comienza, pues, con el auto de conclusión de sumario,
a partir de cuyo pronunciamiento pierde el Juez su competencia funcional
que pasa a conferirse a la Audiencia Provincial, y puede finalizar con alguna
de estas tres soluciones: a) la revocación del sumario, con el objeto de prac-
ticar nuevas diligencias que alguna de las partes estime necesarias para la
adecuada preparación del juicio oral; b) el sobreseimiento o c) la apertura
del juicio oral, que podrá, a su vez, desembocar en a’) un sobreseimiento (si
66 Manuel Díaz Martínez
5. El Juicio Oral
Aun cuando el juicio oral comienza formalmente con el auto de apertu-
ra, desde un punto de vista material, dicha fase tan sólo sucede con la for-
malización de los escritos de calificación provisional, pues sin acusación no
puede existir juicio y, como se ha señalado, todavía puede truncarse la aper-
tura del juicio oral, si prosperara un artículo de previo pronunciamiento.
Así, pues, el juicio oral se inicia con los escritos de acusación y defensa
y finaliza mediante sentencia, sin que el Tribunal (AP o AN), a partir del
trámite de calificación, pueda utilizar la formula del sobreseimiento.
Dentro de esta importante fase, en donde ha de transcurrir la actividad
probatoria, pueden distinguirse las siguientes subfases o trámites: actos pre-
vios al juicio, la conformidad, ejecución de la prueba, conclusiones definiti-
vas, informes, última palabra y sentencia.
A) Investigación preliminar
Especial mención merecen las diligencias informativas del MF o investi-
gación preliminar que, al amparo de lo dispuesto en los arts. 773.2 LECrim
y 5 EOMF, puede practicar el Ministerio Público, con anterioridad a la
incoación de la instrucción judicial.
En este sentido, cuando el MF tenga noticia de un hecho delictivo, bien
directamente o por serle presentada una denuncia o atestado, puede practi-
car la totalidad de los actos de investigación (declaraciones de imputados,
testigos, peritos, etc.) dirigidos a determinar «la comprobación del hecho
o la responsabilidad de los partícipes en el mismo», con dos importantes
limitaciones: que no entrañen restricción de los derechos fundamentales, ni
la adopción de medidas cautelares, salvedad hecha de la detención (art. 5.2
EOMF).
A tal efecto, puede ordenar a la Policía Judicial que practique tales dili-
gencias, de conformidad con su carácter de Autoridad directora de la Poli-
cía Judicial (art. 20 RD 769/1987 sobre regulación de la Policía Judicial).
Además, el art. 773.3 LECrim confiere al MF la posibilidad, de la que ca-
68 Manuel Díaz Martínez
2. Iniciación
La única especialidad que presenta el procedimiento abreviado, en lo que
a su iniciación concierne, es la de que la comparecencia de los ofendidos
y perjudicados a través del ofrecimiento de acciones (vide arts. 109 y 110
LECrim) o mediante su intervención adhesiva, de cuyo derecho les informa-
rá el Letrado de la Administración de Justicia, puede efectuarse mediante
simple comparecencia «apud acta», sin necesidad de interponer querella
(art. 761 LECrim), prescripciones que extendieron también su ámbito de
aplicación al sumario ordinario.
Pero esta facultad no alcanza al querellante público o acusador popular
que pretenda intervenir en una instrucción en curso, en cuyo caso habrá de
deducir escrito de querella.
Los procesos penales. Procesos ordinarios 69
3. Fase de instrucción
Una vez que el Juzgado de Instrucción haya recibido la denuncia o que-
rella, el atestado policial o las diligencias preprocesales del MF, si considera
que los hechos presuntamente delictivos entran dentro del ámbito del pro-
cedimiento abreviado, ordena la formación de «diligencias previas», de-
nominación que, como ha quedado dicho, recibe la fase de instrucción en
este procedimiento y que asume las mismas funciones que el sumario en el
proceso común.
Con independencia de las demás actuaciones judiciales que resulten ne-
cesarias para la preparación del juicio oral, necesariamente debe practicarse
en este fase del proceso la primera comparecencia del imputado ante el Juez
de Instrucción, el cual, previa información de sus derechos por parte del
Letrado de la Administración de Justicia, ilustrará al imputado, en la forma
más compresible, de los hechos que se le imputan, sin que pueda dictarse el
auto de transformación del proceso penal abreviado sin haberse practicado
dicha comparecencia (art. 775 en relación con el art. 779.1.4ª LECrim).
La Ley 38/2002 introdujo importantes novedades tendentes a reforzar
las garantías del imputado, de entre las que merecen ser destacadas, de un
lado, la preceptiva asistencia de Abogado a todo imputado, no sólo desde
la detención, sino también desde que resultare la imputación de un delito
contra persona determinada (art. 767 LECrim) y, de otro, la entrevista re-
servada del Abogado con el imputado, tanto antes, como después de prestar
declaración, sin perjuicio de lo establecido en el art. 527, apartado c) (art.
775.II LECrim).
Practicadas sin demora las diligencias de investigación que resulten per-
tinentes, y en todo caso el interrogatorio del imputado y la información de
sus derechos a los perjudicados, salvo que ésta última resultara imposible,
el Juez de Instrucción ha de realizar una nueva calificación indiciaria de los
hechos objeto de investigación y adoptar alguna de las siguientes resolucio-
nes:
a) El sobreseimiento que corresponda, si el hecho no es constitutivo de
infracción penal o no aparece suficientemente justificada su perpetra-
ción.
b) La remisión de lo actuado al Juez competente, si el hecho que hubiera
dado lugar a la formación de las diligencias previas fuera constitutivo
de delito leve, salvo que el enjuiciamiento del delito leve sea de su
competencia.
70 Manuel Díaz Martínez
4. Fase intermedia
Novedad importante en el procedimiento abreviado es la denominada,
en términos de la propia Ley, fase de «preparación del juicio oral», la cual
también se desarrolla ante el Juez de Instrucción, a diferencia de lo que su-
Los procesos penales. Procesos ordinarios 71
5. Juicio oral
Tal y como sucede en los restantes procesos penales, la última fase en que
se estructura el procedimiento abreviado viene determinada por el juicio
oral, que se desarrolla ante el Juez o Tribunal competente para el enjuicia-
miento, esto es, el Juzgado de lo Penal o la Audiencia Provincial, según la
gravedad del hecho punible (menos o más de 5 años de pena privativa de
libertad correspondiente al hecho enjuiciado: art. 14.3 y 4 LECrim), y en
el que se desarrolla la actividad probatoria y el juicio en virtud del cual se
dicta sentencia.
Las actuaciones que suceden en dicha fase pueden ser sistematizadas en:
a) examen y admisión o rechazo de las pruebas propuestas por las partes
72 Manuel Díaz Martínez
III. LA JURISDICCIÓN
La jurisdicción es una manifestación de la soberanía del Estado enten-
dida como el otorgamiento por la CE a los Tribunales españoles de la po-
testad de «juzgar y hacer ejecutar lo juzgado» (art. 117.3CE), es decir, de
ejercer sobre determinadas personas y en relación con determinados com-
portamientos delictivos uno de los poderes del Estado, sometiéndolas, en el
caso del Derecho penal, al ius puniendi que la Ley le atribuye.
La jurisdicción tiene carácter previo a la competencia y no puede ser
confundida con ella; la competencia supone atribuir a unos determinados
órganos jurisdiccionales el conocimiento de una cierta clase de asuntos de
forma prevalente a otros órganos jurisdiccionales, pero a todos ellos les ha
sido reconocida previamente la jurisdicción.
La determinación del ámbito de conocimiento del orden jurisdiccional
penal exige atender a tres criterios diferentes: en primer lugar, se hace nece-
sario precisar el ámbito objetivo interno sobre el que opera la jurisdicción
penal (límites objetivos); en segundo, efectuar un examen acerca del ámbito
de atribuciones de la jurisdicción española desde el punto de vista interna-
cional (límites territoriales) y, por último, analizar los supuestos de invio-
labilidad o inmunidad de la que gozan determinadas autoridades (límites
subjetivos).
1. Límites objetivos
De conformidad con lo dispuesto en los arts. 9.3 LOPJ y 10 LECrim («la
Jurisdicción Penal conoce de las causas y juicios criminales»), los órganos
judiciales integrantes del orden penal extienden su conocimiento a los pro-
cesos de índole penal que se lleven a cabo para el enjuiciamiento de aquellos
comportamientos o conductas tipificadas como delito en el Código Penal y
leyes penales especiales y que hayan sido realizadas dentro de la Jurisdic-
ción del Estado español o, lo que es lo mismo, el orden penal está destinado
a la actuación del «ius puniendi» del Estado.
Se exceptúan, si embargo, del conocimiento de los Tribunales ordinarios
los hechos ilícitos constitutivos de delito que correspondan a la Jurisdicción
militar (art. 9.3 LOPJ), que, como es sabido, conforma la única jurisdic-
ción especial que constitucionalmente legitima su subsistencia, siempre y
cuando, tal y como señala el art. 117.5 CE, limite su actuación al «ámbito
estrictamente castrense».
78 Manuel Díaz Martínez
2. Límites territoriales
A) Fuero Territorial
Al constituir la jurisdicción una emanación de la soberanía popular (art.
117.1 CE) su extensión viene determinada por el territorio mismo, de tal
suerte que, en atención al principio de territorialidad, «en el orden penal
corresponderá a la jurisdicción española el conocimiento de las causas por
delitos y faltas (en la actualidad, delitos leves) cometidos en territorio es-
pañol o cometidos a bordo de buques o aeronaves españoles, sin perjuicio
de lo previsto en los tratados internacionales en que España sea parte» (art.
23.1 LOPJ).
B) Fueros extraterritoriales
Junto a dicho fuero territorial el mismo art. 23 LOPJ contempla tres
fueros extraterritoriales:
a) Fuero de la nacionalidad
De conformidad con el denominado «principio de nacionalidad», nues-
tros Juzgados y Tribunales penales también podrán conocer de delitos tipi-
ficados en nuestro ordenamiento penal, pero cometidos fuera del territorio
nacional, cuando los penalmente responsables fueran españoles o extranje-
ros que hubieran adquirido la nacionalidad española con posterioridad a la
comisión del hecho y concurrieran los siguientes requisitos:
a) Que el hecho sea punible en el lugar de ejecución, salvo que, en virtud
de un Tratado internacional o de un acto normativo de una Organi-
zación internacional de la que España sea parte, no resulte necesario
dicho requisito, sin perjuicio de lo dispuesto en los apartados siguien-
tes.
b) Que el ofendido o el MF interpongan querella ante los Tribunales
españoles.
c) Que el presunto autor del hecho delictivo no hubiera sido absuel-
to, indultado o penado en el extranjero o, en este último supuesto,
no haya cumplido condena. Si sólo la hubiera cumplido en parte, se
le tendrá en cuenta para rebajarle proporcionalmente la que le co-
rresponda, requisitos que tienen por finalidad evitar la infracción del
Los presupuestos procesales del órgano jurisdiccional (I) 79
«non bis in idem» y que se aplican también a los demás fueros extra-
territoriales (art. 23.2 y 5 LOPJ).
de esta Ley se encuentren en tramitación por los delitos a los que se hace
referencia en la misma hasta que no se acredite el cumplimiento de los re-
quisitos en ellas establecidos.
3. Límites subjetivos
El principio general establecido en la LOPJ, según el cual los Jueces y
Tribunales del orden penal tienen atribuido el conocimiento de todas las
causas criminales que se susciten en territorio español en relación con cual-
quier persona, admite excepciones en atención a la inviolabilidad de la que
gozan determinadas personas tanto nacionales, como extranjeras.
Gozan de la prerrogativa de la inviolabilidad las siguientes personas: El
Rey, de forma absoluta (art. 53.2 CE); los Diputados y Senadores, por las
opiniones manifestadas en el ejercicio de sus funciones y durante el período
de su mandato (art. 71.1 CE); los Diputados del Parlamento Europeo, en
términos semejantes a los anteriores (Protocolo sobre los privilegios y las
inmunidades de las Comunidades Europeas de 8 de abril de 1965); los Par-
lamentarios de las Comunidades Autónomas, en los términos expresados
en los respectivos Estatutos de Autonomía; el Defensor del Pueblo y sus ad-
juntos, por las opiniones que efectúen en el ejercicio de sus funciones (art. 6
LO 3/1981); los Magistrados del Tribunal Constitucional, por las opiniones
expresadas en el ejercicio de sus funciones (art. 22 LOTC 2/1979).
Asimismo, el art. 21.2 LOPJ reconoce inmunidad de Jurisdicción a los
extranjeros «establecidos en normas de Derecho Internacional Público»,
es decir, los Jefes de Estado extranjeros, diplomáticos, miembros de las mi-
siones acreditadas ante los distintos organismos de las Naciones Unidas,
miembros del Consejo de Europa, eurodiputados, representantes de los Es-
tados miembros de la OTAN, etc.
A) Delitos Leves
Los Juzgados de Instrucción son competentes para el conocimiento y fa-
llo de los juicios por delitos leves (art. 14.1 LECrim), salvo que la competen-
cia corresponda al Juez de Violencia sobre la Mujer «ex» art. 87 bis LOPJ.
B) Delitos
Como su nombre indica, los Juzgados de Instrucción efectúan la fase
instructora de todos los procesos por delito (salvedad hecha de las perso-
nas aforadas), cuyo enjuiciamiento corresponda al Tribunal del Jurado, a
la Audiencia Provincial y a los Juzgados de lo Penal, con independencia de
cuál fuere el procedimiento adecuado, excepto de aquellas causas cuya ins-
trucción venga atribuida a los Juzgados de Violencia sobre la mujer o a los
Juzgados Centrales de Instrucción.
Les corresponde asimismo dictar sentencia de conformidad con la acu-
sación en los denominados «juicios rápidos» y en las «diligencias previas»,
en los términos establecidos en el art. 801 LECrim (art. 87.1 LOPJ y 14.3
LECrim).
Los Juzgados de lo Penal son órganos de enjuiciamiento y, por tanto,
conocen de la fase de juicio oral de los delitos a los que la Ley señale pena
privativa de libertad de duración no superior a los 5 años, o pena de multa
cualquiera que sea su cuantía, o cualesquiera otras de distinta naturaleza,
bien sean únicas, conjuntas o alternativas, siempre que la duración de éstas
no exceda de diez años, excluyéndose los delitos de la competencia del Tri-
bunal del Jurado.
También conocen de la ejecución de sus sentencias y de las resoluciones y
las sanciones pecuniarias y resoluciones de decomiso provenientes de otros
Estados miembros de la Unión Europea.
Las Audiencias Provinciales conocen de las causas por delito sancionado
con pena privativa de libertad superior a 5 años o no privativa superior a
10 años (art. 14.4 LECrim).
Los presupuestos procesales del órgano jurisdiccional (I) 83
I. COMPETENCIA FUNCIONAL
Se entiende por competencia funcional los criterios legales de atribu-
ción del conocimiento del objeto procesal en atención a las distintas fases
procesales que integran el procedimiento penal: la fase «declarativa», la de
«impugnación» y la de «ejecución».
1. Fase declarativa
Debido a la circunstancia de que el proceso penal se descompone en tres
fases, la instructora, la intermedia y la de juicio oral, hemos de distinguir a
qué órganos jurisdiccionales corresponden dichas subfases del proceso de
declaración.
La instrucción corresponde a los Juzgados que llevan dicho nombre, es
decir, los «Juzgados de Instrucción», Juzgados Centrales de Instrucción in-
cluidos y, en determinados delitos, a los Juzgados de Violencia sobre la Mu-
jer. En el proceso penal de menores la fase de instrucción se otorga al MF.
90 Manuel Díaz Martínez
Con respecto a la fase intermedia (que tiene por objeto decidir acerca de
la apertura o no del juicio oral) cabe distinguir, según la índole del procedi-
miento: a) en el proceso abreviado, en el del jurado y en los juicios rápidos
es competencia de los Juzgados de Instrucción; b) pero en el proceso por de-
litos graves o también denominado «sumario ordinario» dicha competencia
corresponde a la Audiencia Provincial; c) tratándose del proceso penal de
menores dicha fase se encomienda al Juzgado de Menores.
La fase de enjuiciamiento o juicio oral es competencia de los Juzgados de
Instrucción (para los delitos leves), de los Juzgados de lo Penal (para los de-
litos con pena privativa de libertad inferior a los cinco años o pena de multa
cualquiera que sea su cuantía, o cualesquiera otras de distinta naturaleza,
siempre que la duración de éstas no exceda de diez años) o de la Audiencia
Provincial, para el conocimiento de las causas en los demás casos. La misma
competencia que ostentan los Juzgados de lo Penal y las Audiencias Provin-
ciales la tienen los Juzgados Centrales de lo Penal y la AN, respectivamente,
en relación con las materias que expresamente tienen atribuidas.
Los Juzgados de Menores serán competentes para el conocimiento del
juicio oral por los delitos cometidos por mayores de catorce y menores de
dieciocho.
Para el conocimiento del juicio oral por los delitos tipificados en el art.
1 de la LO 5/1995, se constituirá en el ámbito de la Audiencia Provincial, o
de los Tribunales que sean competentes por razón de aforamiento del inves-
tigado, el Tribunal del Jurado.
Por último, el TS ostenta también una competencia residual para la ins-
trucción y el enjuiciamiento de sus aforados.
2. Fase de impugnación
Las Audiencias Provinciales son competentes para el conocimiento de los
recursos de apelación y queja contra las resoluciones dictadas por los Juz-
gados de Instrucción, Juzgados de Violencia sobre la Mujer (a tales efectos,
se prevé la especialización de una o varias de sus secciones), de lo Penal, de
Menores y de Vigilancia Penitenciaria (art. 82.1 LOPJ). Cuando se trate de
un recurso contra la sentencia dictada por los Juzgados de Instrucción en
juicio por delitos leves decide un solo Magistrado de la Audiencia (art. 82.1.
2º LOPJ).
Los Tribunales Superiores de Justicia (Sala de lo Civil y de lo Penal)
conocen del recurso de apelación contra los Autos que supongan la finali-
zación del proceso por falta de jurisdicción o sobreseimiento libre y contra
Los presupuestos procesales del órgano jurisdiccional (II) 91
3. Ejecución
Como regla general, la competencia funcional para conocer del proceso
de ejecución corresponde al órgano jurisdiccional que haya dictado la sen-
tencia en primera o única instancia. Se exceptúan de dicha regla la ejecución
de las sentencias dictadas en causas por delito por los Jueces de Instrucción
y el reconocimiento y ejecución de las resoluciones que impongan sanciones
pecuniarias dictadas por autoridades de Estados europeos que hayan de
ejecutarse en España, cuya competencia corresponde a los Juzgados de lo
Penal y la de las sentencias dictadas por los Juzgados Centrales de Instruc-
ción que son ejecutadas por los Juzgados Centrales de lo Penal (art. 89 bis
2.III y 3.II LOPJ).
92 Manuel Díaz Martínez
1. Fuero preferente
El fuero de aplicación preferente es el del lugar de comisión del hecho
delictivo («forum commissi delicti»). Así lo establece, con carácter general,
el art. 14 LECrim, que atribuye al Juez de Instrucción, del partido en que el
delito se hubiere cometido, la instrucción de las causas; a los Juzgados de lo
Penal y a las Audiencias Provinciales, de la circunscripción donde el delito
fue cometido, el conocimiento y fallo de las causas por delitos.
El fuero común es, pues, el del lugar de la comisión del delito, entendién-
dose por tal el del resultado de la acción delictuosa.
Los presupuestos procesales del órgano jurisdiccional (II) 93
2. Fueros subsidiarios
Cuando no conste el lugar en que haya podido cometerse el hecho puni-
ble, la competencia territorial para el conocimiento de la causa correspon-
de, de conformidad con lo dispuesto en el art. 15 LECrim, a los siguientes
Jueces y Tribunales:
1º El del término municipal, partido o circunscripción en que se hayan
descubierto las pruebas materiales del delito.
2º El del término municipal, partido o circunscripción en que el presun-
to reo haya sido aprehendido.
3º El de la residencia del reo presunto.
4º El de cualquiera que hubiese tenido noticia del delito.
La aplicación de estos fueros es siempre subsidiaria, por cuanto tan sólo
entran en juego mientras no exista constancia del lugar de la comisión del
delito («forum commissi delicti»), de tal manera que, si a lo largo de la
instrucción llegara a constar dicho lugar, se producirá la inhibición de la
causa a favor del Juzgado competente, poniendo a su disposición las perso-
nas detenidas y acordando remitir, en la misma resolución, las diligencias y
efectos ocupados.
3. Fuero específico
En el caso de que se trate de algunos de los delitos cuya instrucción o co-
nocimiento corresponda al Juez de Violencia sobre la Mujer, se contempla
un fuero específico, en virtud del cual la competencia territorial vendrá de-
terminada por el lugar del domicilio de la víctima (art. 15 bis LECrim), sin
perjuicio de la adopción de la orden de protección, o de medidas urgentes
que pudiera adoptar el Juez del lugar de comisión de los hechos.
2. Delitos conexos
De conformidad con lo dispuesto en el art. 17 LECrim, los delitos cone-
xos son susceptibles de ser clasificados atendiendo a las siguientes catego-
rías:
A) Conexidad subjetiva
Son delitos conexos por razones subjetivas (art. 17.1º, 2º y 6º LECrim):
1) Los cometidos por dos o más personas reunidas.
2) Los cometidos por dos o más personas en distintos lugares o tiempos
si hubiera precedido concierto para ello.
3) Los cometidos por diversas personas cuando se ocasionen lesiones o
daños recíprocos.
B) Conexidad objetiva
Son delitos conexos por razones objetivas (art. 17. 3º, 4º y 5º LECrim):
1) Los cometidos como medio para perpetrar otros o facilitar su ejecu-
ción.
2) Los delitos cometidos para procurar la impunidad de otros delitos.
3) Los delitos de favorecimiento real y personal y el blanqueo de capita-
les respecto al delito antecedente.
cuya comisión o prueba estuviera relacionada con dichos delitos (arts. 14.3º
y 781.1.I LECrim).
1. Competencia objetiva
Las alteraciones que la conexión produce en el ámbito de la competencia
objetiva serían las siguientes:
1) Cuando alguna de las personas implicadas en la comisión de delitos
conexos tenga privilegio de fuero, la competencia objetiva para el co-
nocimiento de la totalidad de los delitos conexos se atribuye, en vir-
tud de la preferencia de los criterios de atribución de la competencia
«ratione personae», al Tribunal a quien estuviera sometido el aforado
(art. 272 LECrim).
2) Cuando alguno de los delitos conexos fuera de la competencia de la
Audiencia Nacional, este Tribunal extenderá su competencia, por ra-
zones de especialización, al conocimiento de todos ellos [art. 65.1º e)
LOPJ].
3) La competencia de los Juzgados de Violencia sobre la Mujer se exten-
derá a la instrucción y conocimiento de los delitos conexos siempre
que la conexión tenga su origen en alguno de los supuestos previs-
tos en los números 3º y 4º del art. 17, esto es, la conexión sólo será
admisible si se funda en la conexión mediata, o en la conexión para
impunidad (art. 17 bis LECrim).
4) Cuando se trate de infracciones conexas con diversa consideración
penal (delitos leves, delitos menos y graves), la competencia para el
conocimiento unitario de los delitos conexos se atribuye al órgano
jurisdiccional que deba conocer del delito que tenga señalada mayor
pena (art. 18.1º LECrim).
Los presupuestos procesales del órgano jurisdiccional (II) 97
2. Competencia territorial
La determinación del órgano judicial territorialmente competente para el
conocimiento de los delitos conexos, que hayan sido cometidos en distintas
demarcaciones judiciales (municipios, partidos judiciales, provincias), viene
determinado por las reglas legales contenidas en el art. 18 LECrim, según
el cual, son competentes, por su orden, los siguientes Jueces y Tribunales:
1) El del territorio en que se haya cometido el delito a que esté señalada
pena mayor.
2) El que primero comenzare la causa, en el caso de que a los delitos esté
señalada igual pena.
3) El que la Audiencia o el Tribunal Supremo, en sus casos respectivos,
designen, cuando las causas hubieren empezado al mismo tiempo, o
no conste cuál comenzó primero.
Ello no obstante, en el supuesto previsto en el art. 17.2º LECrim, esto es,
delitos cometidos por dos o más personas en distintos lugares o tiempos, si
hubiere precedido concierto para ello, el art. 18.2 LECrim atribuye la com-
petencia para el conocimiento de estos delitos conexos, con preferencia a
los indicados en el apartado anterior, al Juez o Tribunal del partido judicial
sede de la correspondiente Audiencia Provincial, siempre que los distintos
delitos se hubieren cometido en el territorio de una misma provincia y al
menos uno de ellos se hubiera perpetrado dentro del partido judicial sede de
la correspondiente Audiencia Provincial (art. 18.2 LECrim).
Por último, en los casos de delitos cometidos por menores en diferentes
territorios, la determinación del órgano judicial competente para el cono-
cimiento de todos ellos se efectuará teniendo en cuenta, con carácter pre-
ferente, el lugar del domicilio del menor y, subsidiariamente, los criterios
establecidos en el citado art. 18 (art. 20 LO 5/2000).
La conexión puede, incluso, llegar a alterar las normas relativas a la ju-
risdicción de los Tribunales. En efecto, de conformidad con lo dispuesto en
los arts. 16 LECrim y 14 LOCOJM, cuando exista relación de conexidad
98 Manuel Díaz Martínez
ponerle, oído el MF y las partes, las razones que tenga para creer que le
corresponde el enjuiciamiento del asunto (art. 759.2ª LECrim).
Con independencia de dicho control de oficio, también las partes están
autorizadas a denunciar la falta de competencia objetiva y funcional de los
órganos judiciales, pudiendo hacerlo tanto en la fase de instrucción (art.
234 LECrim), como en la de enjuiciamiento o juicio oral, por la vía del
artículo de previo pronunciamiento o cuestión previa de declinatoria de
jurisdicción en el proceso ordinario (art. 666.1ª LECrim), o en la celebra-
ción de la denominada «audiencia preliminar» en el proceso abreviado (art.
793.2 LECrim).
Tal y como se ha indicado, las auténticas cuestiones de competencia son
las que surgen en el ámbito de la competencia territorial, ya sea porque
dos órganos judiciales del mismo tipo entiendan que son competentes te-
rritorialmente para el conocimiento del asunto (cuestiones positivas), ya
sea porque ambos se consideren territorialmente incompetentes (cuestiones
negativas).
En ambos casos, las cuestiones de competencia pueden surgir bien de
oficio, bien a instancia de parte. En concreto, las denominadas cuestiones
de competencia positivas suceden cuando un órgano judicial requiere de
inhibición a otro, ya sea de oficio, ya sea por haberse admitido la inhibitoria
propuesta a instancia de parte, y el órgano requerido se niega a declarar su
incompetencia. Por su parte, las cuestiones negativas suceden cuando un
órgano judicial se inhibe del conocimiento de un asunto, ya sea de oficio,
ya sea por haberse estimado la declinatoria propuesta a instancia de parte,
y el órgano judicial al que se remiten las actuaciones se considera asimismo
incompetente para su conocimiento.
Cuando la cuestión de competencia se suscite durante la fase de instruc-
ción, si a la primera comunicación no se pusieren de acuerdo sobre cuál de
ellos resulta competente, cada órgano judicial remitirá testimonio de las
actuaciones al Tribunal competente para la resolución de la cuestión, con-
tinuando practicando en todo caso las diligencias conducentes al esclareci-
miento de los hechos y a la comprobación de los posibles culpables, hasta
que se resuelva definitivamente la cuestión (arts. 22 y 759.1ª LECrim).
Si la cuestión de competencia tiene lugar en la fase de enjuiciamiento,
tratándose del procedimiento ordinario, se remitirán las actuaciones origi-
nales al órgano competente, quien, tras el informe escrito del MF, resolverá
la cuestión, suspendiéndose hasta entonces la tramitación del procedimien-
to (arts. 24 LECrim); en el procedimiento abreviado, los órganos afectados
podrán el hecho, por medio de exposición razonada, en conocimiento del
100 Manuel Díaz Martínez
2. Acusador particular
La acusación particular se distingue de la popular, por la afectación —di-
recta o no— del resultado lesivo de la comisión delictiva en la persona que
lidera la pretensión acusadora. Así, entre tanto la acusación popular se re-
laciona, como hemos estudiado, con los ciudadanos que no se han visto di-
rectamente relacionados con el despliegue de efectos del delito; la acusación
particular, sin embargo, se identifica con las personas concretamente lesio-
nadas, dañadas o de cualquier modo afectadas, por la comisión delictiva,
y ello en su consideración de ofendidas o de perjudicadas, según los casos.
La existencia de la acusación particular, además de la popular —corres-
pondiente a cualquiera— y de la pública —a cargo del MF—, encuentra
su fundamento natural en elementales razones de justicia material, pues
las personas directamente ofendidas y/o perjudicadas por los delitos ten-
drán, como es lógico, interés directo, legítimo y cierto en la realización de
un proceso judicial, frente a quién, en hipótesis, les ha causado una lesión
en su persona o patrimonio. Y parece razonable que la instancia y ulterior
mantenimiento, hasta el término, de este procedimiento, en los procesos
por delitos públicos, no dependa exclusivamente de la acusación popular
o del MF, sino también, en buena lógica, de los directamente afectados por
la comisión delictiva, quiénes serán, acaso, los más interesados en la ob-
tención de la sentencia. Y ello por razón de la comprensible aspiración a
la obtención, en el marco de un proceso público, de una satisfacción tanto
jurídica —de impetrar, ante los Tribunales, el castigo del culpable acorde a
las coordenadas de la Ley penal conforme a un proceso garantista—, como
psicológica —de sensación de seguridad, paz y justicia—.
Dentro de la acusación particular, cabe distinguir entre acusación par-
ticular por delito público —persona ofendida o perjudicada por un delito
público—, acusación particular por delito semipúblico —persona ofendida
o perjudicada por un delito semipúblico— y la acusación particular priva-
da —persona ofendida o perjudicada por un delito privado—. Cada una de
estas acusaciones se regirá por normas, reglas y principios tan divergentes,
que incluso, como se verá, resultan, en ciertos casos, antagónicos.
3. Acusador privado
El acusador privado es la persona ofendida, de manera directa y en su
propia esfera, por el único delito privado existente en España en la actua-
lidad, el delito de injurias y calumnias, perseguible tan sólo a instancia de
parte, en concreto, de la parte directamente afectada por dicho ilícito.
Esta peculiar y unidimensional acusación privada, existente en nuestra
legislación vigente, se caracteriza, en esencia por las siguientes reglas:
1ª No cabe la iniciación ex oficio, sino sólo a instancia del ofendido,
mediante escrito que habrá de revestir, de modo preceptivo, la forma
querella. Así lo indica el art. 215.1º CP al señalar que «nadie será pe-
nado por calumnia o injuria sino en virtud de querella de la persona
ofendida por el delito o de su representante legal. Se procederá de
oficio cuando la ofensa se dirija contra funcionario público, autori-
Los presupuestos procesales de las partes 111
4. Actor civil
El actor civil es la persona perjudicada, en su propia persona y/o bienes,
por el hecho delictivo, cuando limita su actuación, en el marco del proceso
penal, a sostener exclusivamente la pretensión civil, dejando, en su caso, que
sea el acusador público —MF— quién formule y mantenga hasta el término
la coherente y coetánea pretensión penal.
El actor civil se regirá, en su actuación, por las normas generales del pro-
ceso civil y el consiguiente despliegue de efectos característicos del principio
dispositivo.
Tal y como prescribe el art. 100 de nuestra LECrim, de todo delito nace
la acción penal para el castigo del culpable y puede nacer también la acción
civil para la restitución de la cosa, la reparación del daño y la indemniza-
ción de perjuicios causados por el hecho punible.
Estas pretensiones —penal y civil— podrán ejercitarse conjunta o sepa-
radamente, en función de la concreta voluntad del perjudicado por el delito.
Así, caben las siguientes opciones:
1ª Renuncia a la pretensión civil, por voluntad expresa del perjudicado,
que producirá la cosa juzgada y, en consecuencia, la imposibilidad
de instar un proceso civil ulterior. Esta renuncia ha de ser clara, in-
equívoca, contundente y expresa, como es lógico. Así, el art. 110.II
LECrim establece que «aun cuando los perjudicados no se muestren
parte en la causa, no por esto se entiende que renuncian al derecho de
restitución, reparación o indemnización que a su favor puede acor-
darse en sentencia firme, siendo necesario que la renuncia de este de-
recho se haga en su caso de una manera clara y terminante».
Los presupuestos procesales de las partes 113
cencia recorre todo el proceso penal, de principio a fin, quedando tan sólo
desvirtuada por la sentencia firme de condena— el hecho delictivo, suscep-
tible de ese enjuiciamiento. De ahí que si al término de la instrucción, no se
hubiese logrado alcanzar la más perfecta identidad del supuesto autor de la
actuación típica, entonces el proceso habría de archivarse provisionalmente,
a la espera del surgimiento o, en su caso, del conocimiento de acontecimien-
tos que permitan establecer una conexión entre uno o varios sujetos —ya
perfectamente identificados— y los hechos delictivos.
da alguna, positivo, en el plano de las ideas, pero no debe olvidarse que, con
independencia de la buena fe, ansia de legalidad e inmejorables intenciones
de todos y cada uno de los integrantes de cada empresa, si descendemos a la
práctica empresarial diaria, el eje vertebrador de la exención o mitigación
de la responsabilidad penal es y siempre será exclusivamente jurídico. En
consecuencia, la legítima aspiración a la legalidad, la eticidad empresarial o
las buenas intenciones corporativas no serán suficientes, por sí solas, si no
van acompañadas de un programa real de escrupuloso cumplimiento legal,
acompasado con un adecuado sistema de vigilancia, control y oportuna
denuncia, ante los ilícitos más severos, para su ulterior enjuiciamiento en
sede judicial. De ahí la necesidad de una inminente regulación procesal y
sustantiva del compliance, con vocación de unidad, y sin perjuicio de las
particularidades que, acorde al concreto riesgo sustantivo, deba presentar
en cada uno de los órdenes jurisdiccionales.
Entre tanto no se desarrolle una normativa específica (derecho legisla-
do) y una jurisprudencia consolidada sobre la interpretación y aplicación
(derecho judicial) de dicha normativa, hemos de concretar, así sea espon-
táneamente, como «requisitos mínimos», que, a modo de estatuto básico,
debe integrar todo programa de cumplimiento, para que pueda predicarse
del mismo, una política efectiva de prevención del riesgo y no una mera
operación de «apariencia» de buena imagen empresarial del mismo, para
eludir la responsabilidad, los siguientes:
c) Canal de denuncias
El responsable del cumplimiento recepcionará —y gestionará— las de-
nuncias —anónimas o identificadas— sobre los incumplimientos procedi-
mentales o materiales de la empresa, respecto del programa empresarial
comprometido. Su compromiso será triple a este respecto, así: en primer lu-
gar, habrá de responsabilizarse de la creación y posterior mantenimiento de
un canal de denuncias accesible, intuitivo, actualizado y sencillo; en segun-
do, habrá de garantizar la confidencialidad y protección de la intimidad de
los comunicantes, en su doble vertiente de autodeterminación informativa
y entorno virtual, a fin de evitar todo tipo de posibles chantajes, represalias
o castigos; y en tercero, habrá de gestionar adecuadamente los contenidos
denunciados, esto es, de dar curso a las denuncias que, en efecto, tengan un
fundamento real.
La existencia de un canal de denuncias —objeto de cuestionamiento entre
la doctrina por el anonimato de los comunicantes— constituye un relevante
mecanismo de prevención y control de las posibles ilicitudes, pues resulta
evidente que, sin un sistema real de detección y corrección de las irregula-
ridades, hace aguas cualquier utópica cultura de cumplimiento, filosofía de
eticidad y política de solidaridad en la contribución al gasto público.
Los presupuestos procesales de las partes 129
3. El responsable civil
El responsable civil es, finalmente, la persona frente a la que se dirige
la pretensión civil yuxtapuesta a la penal, para la reclamación del daño,
restitución —en lo posible— de lo sustraído e indemnización, en todo ca-
so, del perjuicio ocasionado como consecuencia de la comisión del hecho
delictivo.
132 Sonia Calaza López
2. Requisitos
Del concepto que acabamos de formular se infieren las siguientes notas
esenciales:
a) Las cuestiones prejudiciales son, en primer lugar, elementos de hecho
que exigen una valoración jurídica previa e independiente del objeto
principal. Tales elementos de hecho pueden integrar el fundamento
del título de imputación (así, por ejemplo, en los delitos contra la
propiedad hay que determinar previamente la ajenidad de la cosa,
en la apropiación indebida, la relación de depósito, etc.) o incluso
erigirse en una pretensión autónoma, pero conexa e instrumental de
la principal (así, en el delito de receptación de los arts. 298 y ss. CP
habrá que determinar y declarar previamente que las cosas sobre las
que recae proceden de la comisión de un delito). Pero, en cualquier
caso, son cuestiones pertenecientes al fondo o a la fundamentación de
136 Vicente Gimeno Sendra
3. Naturaleza y fundamento
En último término, el fundamento de las cuestiones prejudiciales reside
en el principio constitucional de «seguridad jurídica» y su corolario la «in-
mutabilidad» de las sentencias (art. 9.3 CE), pues, tal y como el TC tiene
declarado, «unos mismos hechos no pueden existir y dejar de existir para
los órganos del Estado», por lo que, si ante la existencia de cuestiones pre-
judiciales los Tribunales de cada orden jurisdiccional declararan lo que «ad
casum» estimaren conveniente, podrían dictarse sentencias contradictorias
con grave quebranto de aquel principio constitucional.
Pero el fundamento inmediato de la prejudicialidad consiste en la pre-
vención de los efectos prejudiciales de la cosa juzgada, ya que, si, debido
a la conexidad instrumental de las pretensiones penales o de sus títulos de
condena, los Tribunales decidieran las cuestiones prejudiciales a su antojo,
sin respeto a las normas de jurisdicción y de competencia, se vulneraría, en
último término, el principio «non bis in idem», que se encuentra implícito
en el principio constitucional de legalidad contenido en el art. 25 CE y en
el art. 4 del Protocolo núm. 7 al CEDH, así como en el art. 14.7 del PIDCP.
II. CLASES
Las cuestiones prejudiciales pueden ser sistematizadas atendiendo a su
naturaleza y efectos en:
1. Heterogéneas y homogéneas
Desde el punto de vista del Derecho material, desde el que han de ser
enjuiciadas, las cuestiones prejudiciales pueden ser homogéneas y hetero-
géneas.
Son homogéneas las que, al igual que el objeto del proceso penal, se rigen
por las normas del Derecho Penal y son heterogéneas las que han de decidir-
se con arreglo a normas distintas de este sector del ordenamiento.
En la práctica forense la inmensa mayoría de las cuestiones prejudiciales
que se plantean son heterogéneas.
138 Vicente Gimeno Sendra
Tales cuestiones han sido las tradicionalmente reguladas por los arts.
3-7 LECrim y se rigen por el aforismo francés «le criminelle tient le civil
en état», es decir, «el proceso penal ha de suspender siempre al proceso
civil», máxima que, como consecuencia del principio de «preferencia de la
Jurisdicción penal», fue elevada a norma general por el art. 10.2 LOPJ, con-
forme al cual «la existencia de una cuestión prejudicial penal de la que no
pueda prescindirse para la debida decisión o que condicione directamente
el contenido de esta, determinará la suspensión del procedimiento, mientras
aquella no sea resuelta por los órganos penales a quienes corresponda, salvo
las excepciones que la Ley establezca», si bien, como veremos, dicha regla
mantiene también ciertas excepciones.
Son homogéneas, por el contrario, las cuestiones prejudiciales que han
de ser valoradas con arreglo a las normas del Derecho Penal. A ellas se refie-
re exclusivamente el art. 43 LEC, que contempla las cuestiones homogéneas
civiles; pero el hecho de que la LECrim ni siquiera las mencione no significa
que no puedan suceder dichas cuestiones penales en el propio proceso penal
(así, por ej., en el delito de receptación).
2. Devolutivas e incidentales
Atendiendo a los efectos procesales que en el proceso principal ha de
producir el planteamiento de una cuestión prejudicial, pueden clasificarse
en devolutivas y suspensivas e incidentales o no suspensivas.
A) Devolutivas
Las cuestiones prejudiciales devolutivas son las que, con suspensión del
proceso penal, han de remitirse o plantearse, para su decisión definitiva,
ante el Tribunal del orden jurisdiccional competente. De la regulación de
tales cuestiones se ocupan los arts. 4 y 5 LECrim, de cuya redacción cabe
concluir que no siempre «lo penal tiene a lo civil en suspenso», sino que
existen supuestos en los que, bien por versar sobre una cuestión de estado
civil, como podría serlo el delito de usurpación de estado civil del art. 401
CP o los de alteración de la paternidad de los números 2º, 3º y 5º del art.
220 CP (art. 5 LECrim), bien por ser determinantes de la culpabilidad o ino-
cencia del acusado (art. 4 LECrim), se produce la excepción inversa: debe el
Tribunal penal deferir el conocimiento de la cuestión al Tribunal civil con
suspensión del proceso penal.
La existencia de cuestiones prejudiciales civiles devolutivas obligatorias
o excluyentes fue reafirmada por obra del TC, quien, a partir de la STC
Las cuestiones prejudiciales 139
B) No devolutivas
Las no devolutivas, como su nombre indica, son las que pueden ser co-
nocidas incidentalmente por el Tribunal penal. Como regla general las cues-
tiones prejudiciales son siempre no devolutivas (art. 3 LECrim).
1. Incidentales
Tal y como se ha indicado más arriba, todas las cuestiones prejudiciales
son «de fondo» y han de ser enjuiciadas junto con el objeto procesal. Por
esta razón, el tratamiento procedimental de las cuestiones prejudiciales no
Las cuestiones prejudiciales 141
2. Devolutivas
Mayores problemas plantea el tratamiento procedimental de las cuestio-
nes devolutivas. De conformidad con lo dispuesto en el art. 4 LECrim, «el
Tribunal de lo criminal suspenderá el procedimiento hasta la resolución de
aquélla por quien corresponda; pero puede fijar un plazo, que no exceda de
dos meses, para que las partes acudan al Juez o Tribunal civil o contencioso-
administrativo competente. Pasado el plazo sin que el interesado acredite
haberlo utilizado, el LAJ, mediante diligencia, alzará la suspensión y conti-
nuará el procedimiento».
B) Planteamiento de la cuestión
Al entrañar la cuestión devolutiva un problema de «jurisdicción» o de
orden jurisdiccional competente para su enjuiciamiento, este presupuesto
142 Vicente Gimeno Sendra
I. CONCEPTO Y REGULACIÓN
El derecho de acción penal es el derecho fundamental, que corresponde
a cualquier persona —con independencia, como se verá, de la afectación
directa o indirecta, del resultado delictivo, en su persona y/o bienes—, a
postularse ante el Juez de instrucción, para poner en su conocimiento la
existencia de unos hechos, de apariencia delictiva, así como, en su caso, la
identificación y, de conocerla, localización, de su presunto autor, con vistas
a obtener una resolución jurídica, razonada, motivada y congruente, en un
primer momento, sobre la iniciación —o no— del proceso penal. El derecho
de acción penal se mantendrá activo, caso de ser admitida la pretensión,
durante todo el proceso, con diversas manifestaciones que se estudiarán
a lo largo de todo este Manual. Es por ello por lo que nos conformamos,
en este momento, con dejar enunciado su concepto, con remisión, para su
desarrollo, a los distintas Lecciones que lo desarrollan —desde la misma
incoación del proceso penal hasta su conclusión—, y nos detenemos, en este
momento, en el estudio de su reverso, el derecho de defensa.
146 Sonia Calaza López
le instruirá, sin demora injustificada, por imposición del nuevo art. 118 de
la LECrim, también de los derechos generales de los que nos ocuparemos,
con todo detalle, a continuación: 1) Derecho a ser informado de los hechos
que se le atribuyan, así como de cualquier cambio relevante en el objeto de
la investigación y de los hechos imputados. Esta información será facilita-
da con el grado de detalle suficiente para permitir el ejercicio efectivo del
derecho de defensa; 2) Derecho a examinar las actuaciones con la debida
antelación para salvaguardar el derecho de defensa y, en todo caso, con an-
terioridad a que se le tome declaración; 3) Derecho a actuar en el proceso
penal para ejercer su derecho de defensa de acuerdo con lo dispuesto en
la ley; 4) Derecho a designar libremente Abogado; 5) Derecho a solicitar
asistencia jurídica gratuita, procedimiento para hacerlo y condiciones para
obtenerla; 6) Derecho a la traducción e interpretación gratuitas; 7) Derecho
a guardar silencio y a no prestar declaración si no desea hacerlo, y a no con-
testar a alguna o algunas de las preguntas que se le formulen; y 8) Derecho
a no declarar contra sí mismo y a no confesarse culpable.
1. Derecho de información
El derecho de información, presupuesto esencial del derecho de defensa,
se encuentra expresamente previsto en el catálogo de derechos constitucio-
nales de naturaleza fundamental del art. 24.2 CE —«Todos tienen derecho
a ser informados de la acusación formulada contra ellos»—. El derecho de
información, cuyo fundamento reside en los principios de igualdad y con-
tradicción, es, desde un punto de vista cronológico, iniciático, prioritario o
preferente frente al resto de derechos, toda vez que su ejercicio posibilita el
derecho a la tutela y su reverso, el derecho de defensa, con todas sus pro-
yecciones.
El art. 118.1. a) de la LECrim, conforme a la nueva redacción operada
por la reforma, reconoce «el derecho —de toda persona a quién se atribuya
un hecho punible— a ser informado de los hechos que se le atribuyan, así
como de cualquier cambio relevante en el objeto de la investigación y de los
hechos imputados. Esta información será facilitada con el grado de detalle
suficiente para permitir el ejercicio efectivo del derecho de defensa».
El derecho de información viene referido, como es lógico, no sólo a la
ilustración del bloque de derechos mínimos que asisten al investigado, con
especial incidencia en la narración de los hechos y material probatorio que
sustentan la imputación, y su más aproximada fundamentación jurídica,
sino también a las sucesivas modificaciones del contenido de la acusación y,
como es lógico, al contenido de las resoluciones que deban ser notificadas.
150 Sonia Calaza López
A) Derecho de acceso
Este derecho de acceso, en su vertiente de defensa, surge cronológica-
mente en el momento en que el investigado tiene conocimiento, por vez pri-
mera, merced al derecho de información, de la imputación. De ahí que ocu-
El Derecho de acción y el Derecho de defensa 155
un «alter ego» procesal, algo así como el oído y la boca jurídicas del investi-
gado—; el derecho a la privacidad de las comunicaciones, con las limitacio-
nes legalmente establecidas, al objeto de preparar la defensa, maximizando
las posibilidades de éxito, con especial respeto, de un lado, al derecho del
investigado, a guardar silencio y, de otro, a la obligación, del Abogado, de
guardar secreto; y al fin, el derecho a la solicitud y, en su caso, obtención de
la práctica de los actos de investigación y la realización de los de alegación,
prueba e impugnación, que permitan restablecer, en su integridad, los dere-
chos amenazados por el proceso penal, en especial, el derecho a la libertad.
La primera de las proyecciones del derecho a la asistencia letrada, con-
sistente en la necesaria sintonía entre el defensor y defendido, ha de ser
reclamada en todo caso si se pretende una defensa real y efectiva, y no me-
ramente testimonial, formal o ilusoria, toda vez que ciertamente el Abogado
asume, como se ha indicado, una función de apoyo técnico sin virtualidad
decisoria, pero la existencia de discrepancias, diferencias o desavenencias a
la hora de preparar la pretensión exculpatoria, minimiza, a buen seguro, la
eficacia de la defensa y, en consecuencia, constituye una quiebra de tan rele-
vante derecho fundamental. El debido cumplimiento de esta proyección del
derecho a la asistencia letrada, a la que hemos calificado de «coincidencia
o sintonía entre defensor y defendido», habrá de intensificarse, por razones
obvias, en los supuestos de asistencia jurídica gratuita.
La segunda de las proyecciones del derecho a la asistencia letrada, con-
sistente en la privacidad de las comunicaciones entre Abogado e investiga-
do, ha sido objeto de una minuciosa regulación en la presente reforma. Así,
el precepto 118.4º de la LECrim, establece que «todas las comunicaciones
entre el investigado o encausado y su Abogado tendrán carácter confiden-
cial».
El derecho a la comunicación y entrevista reservada de todo investigado
con su Abogado es de tal relevancia que ha sido calificado, entre los propios
miembros del Poder judicial, como un requisito elemental o básico del pro-
ceso equitativo en una sociedad democrática.
El carácter confidencial de las conversaciones Abogado/investigado-en-
causado, de manera conjunta a la imposición, a cargo de aquél profesional,
del secreto profesional redunda no sólo en beneficio del patrocinado, que
podrá confiar plenamente en su defensor, con una narración de los hechos
cierta, espontánea y completa, sabedor de que la emisión de su testimonio
no le perjudicará, sino también del interés general, en la medida en que
contribuye al esclarecimiento de los hechos delictivos y conclusión exitosa
de nuestros procesos penales.
El Derecho de acción y el Derecho de defensa 161
dos. Así, este artículo establece, en su apartado primero, que los imputados
o acusados que no hablen o entiendan el castellano o la lengua oficial en la
que se desarrolle la actuación tendrán los siguientes derechos:
a) Derecho a ser asistidos por un intérprete que utilice una lengua que
comprenda durante todas las actuaciones en que sea necesaria su presencia,
incluyendo el interrogatorio policial o por el Ministerio Fiscal y todas las
vistas judiciales.
Como puede desprenderse del tenor literal de este precepto, el derecho
a la traducción comporta que sea trasladada, una vez detectada la falta de
comprensión del investigado, a una lengua que comprenda, sin que, por
fuerza, deba ser su lengua de origen o materna. En este sentido, parece lo
más razonable que sea el propio investigado quién precise, en la forma más
clarividente posible, con independencia de su origen o nacionalidad, cual
sea el idioma o dialecto que le resulta más sencillo, ágil y eficaz, para dotar-
le, en la medida de lo posible, de un traductor e intérprete conocedor de ese
concreto idioma o dialecto.
proceso penal, sea tratado con todo respeto, en sentido amplio, a su honor,
dignidad e integridad.
El derecho a la presunción de inocencia, ampliamente estudiado por la
doctrina e interpretado por la jurisprudencia, presupone, de manera siste-
mática y en síntesis, lo siguiente: en primer lugar, que el investigado/encau-
sado será considerado inocente durante todo el proceso penal, esto es, desde
la primera atribución delictiva hasta la sentencia o resolución judicial firme;
en segundo, que esta presunción de inocencia tan sólo podrá ser desvirtua-
da conforme a la prueba de cargo practicada en el juicio oral —excepción
hecha, claro está, de la prueba anticipada y preconstituida— con absoluto
respeto a los principios de oralidad, inmediación y libre valoración así co-
mo, en la medida de lo posible, con publicidad y concentración; y al fin, en
tercero, que en ausencia de prueba de cargo relevante para desvirtuar los
elementos constitutivos del delito, se resolverá la absolución.
No debe, finalmente, olvidarse que el derecho a la congruencia penal
constituye, por lo demás, una de las garantías esenciales del proceso penal,
habiéndose advertido, de manera unívoca y constante, que ningún acusado
podrá ser condenado por hechos distintos a los integrantes del objeto del
juicio oral.
SUMARIO: I. LOS DIFERENTES OBJETOS DEL PROCESO PENAL. II. EL OBJETO PRIN-
CIPAL: LA PRETENSIÓN PENAL. 1. Requisitos subjetivos. 2. Requisitos objetivos. A)
La fundamentación fáctica: el hecho punible. B) La fundamentación jurídica: el título
de condena. C) La petición. 3. Requisitos formales. A) La fase instructora. B) El escrito
de acusación. C) Las conclusiones definitivas. 4. La litispendencia. A) Requisitos. B)
Efectos. C) Momento en el que surge la litispendencia. III. EL OBJETO EVENTUAL: LA
ACUMULACIÓN DE LA PRETENSIÓN CIVIL AL PROCESO PENAL. 1. Régimen legal y
fundamento. 2. Concepto y elementos esenciales. A) Requisitos subjetivos. B) Requisi-
tos objetivos. C) Requisitos formales. IV. EL EJERCICIO DE LA ACCIÓN CIVIL POR EL
MINISTERIO FISCAL. 1. Naturaleza y fundamento. 2. Pluralidad de partes.
1. Requisitos subjetivos
Aun cuando dentro de los requisitos subjetivos de la pretensión penal
puedan distinguirse los atinentes al órgano jurisdiccional (en quien ha de
concurrir la jurisdicción y la competencia), a las partes acusadoras (que han
de ostentar capacidad procesal y legitimación activa) y al acusado, el ele-
mento subjetivo determinante del objeto procesal penal es exclusivamente
la persona del acusado.
En efecto, en el proceso penal no rige la doctrina de las tres identidades
de la cosa juzgada civil (art. 222 LEC), toda vez que, a los efectos de la de-
terminación del objeto procesal y de la cosa juzgada, ni la «causa petendi»,
que, como veremos, consiste en un título de condena, ni la identidad de las
partes acusadoras pueden erigirse en elementos esenciales de la pretensión
penal.
Por el contrario, la determinación e identidad del acusado forma parte
del objeto procesal, de tal suerte que existen tantas pretensiones cuantas
personas se les haya de dirigir contra ellas la acusación, aun cuando ella se
funde en la comisión de un mismo hecho punible.
La determinación del acusado ha de suceder necesariamente dentro de la
fase instructora, pues una de las funciones esenciales del sumario consiste
en determinar la legitimación pasiva o, lo que es lo mismo, como señala el
art. 299 LECrim «hacer constar… la culpabilidad de los delincuentes».
Dicha función se asume a través del «auto de procesamiento» en el pro-
ceso penal común para delitos muy graves (art. 384 LECrim) y mediante el
Auto de incoación del Proceso Penal Abreviado (Auto de PPA, en el argot
forense, contemplado en el art. 779.1.4ª LECrim) en el abreviado, de tal
suerte que, según doctrina del TC, «nadie puede ser acusado, sin haber sido
con anterioridad declarado judicialmente investigado» y haber sido pre-
viamente oído por el Juez de Instrucción. También la jurisprudencia del TS
ha tenido ocasión de declarar que el denominado Auto del PPA cumple con
la función esencial de determinar al investigado o legitimación pasiva, de tal
suerte que no podrán las partes acusadoras dirigir su escrito de acusación
contra persona que no haya sido imputada en dicha resolución.
El objeto del proceso penal 175
2. Requisitos objetivos
Dentro de los requisitos objetivos de la pretensión penal se hace obliga-
do distinguir la fundamentación fáctica, la jurídica y la petición.
Dicho esto, hay que precisar, ello no obstante, que, en nuestro orde-
namiento, la individualización de las normas jurídicas no constituye una
potestad absoluta e incondicionada del Tribunal. Con independencia de
las limitaciones efectuadas por la legalidad ordinaria, a las que después
nos referiremos, el TC y el TS exigen que los cambios en la calificación
del hecho punible respeten la identidad u homogeneidad del bien jurídico
protegido por el ordenamiento sustantivo, de tal suerte que, en aras de la
protección del derecho de defensa (que podría resultar vulnerado ante sor-
presivos cambios de calificación jurídica), se impone una limitación al «iura
novit curia»: el Tribunal podrá modificar la calificación jurídica sustentada
por la acusación siempre y cuando la nueva subsunción jurídica del hecho
corresponda a normas penales tuteladoras de bienes jurídicos homogéneos
o, incluso, cuando el cambio de calificación jurídica obedezca a un simple
error de la acusación fácilmente constatable por la defensa.
La doctrina constitucional de la «homogeneidad del bien jurídico» pasó
a impostarse en la LECrim en su art. 789.3 LECrim, conforme al cual «la
sentencia no podrá condenar por delito distinto cuando éste conlleve una
diversidad del bien jurídico protegido».
C) La petición
La petición de pena tampoco constituye un elemento esencial de la pre-
tensión penal, pues, en principio, su individualización corresponde al Tribu-
nal decisor. Pero la jurisprudencia del TS, nacida con ocasión de la aplica-
ción del derecho a un proceso «acusatorio», ha declarado contrario al art.
24.2 CE la irrogación al encausado de una pena principal no solicitada por
la acusación, pudiendo imponer de oficio una pena accesoria, razón por la
cual dicha exigencia se convierte también en objeto del proceso penal.
De todo lo anterior se desprende que el objeto del proceso penal queda
determinado por la petición de una pena principal sustanciada en un hecho
histórico homogéneamente típico y por la identidad del acusado.
3. Requisitos formales
A diferencia del proceso civil en el que el ejercicio de la acción y la in-
terposición de la pretensión se deducen simultáneamente en el escrito de
demanda, en el penal dichos actos procesales aparecen distanciados proce-
dimentalmente.
La acción se ejercita en el acto de iniciación del proceso penal (denuncia
judicial, querella, iniciación de oficio), en tanto que la pretensión sigue un
proceso escalonado que empieza en la instrucción, pasa por el escrito de
acusación y culmina con las conclusiones definitivas.
A) La fase instructora
La función de la fase instructora en la determinación del objeto procesal
es doble: de un lado, contribuye a la aportación del material de hecho ten-
dente a demostrar la tipicidad del hecho punible; de otro, asume la función
de determinar la legitimación pasiva en el proceso penal. A ambas funciones
se refiere el art. 299 LECrim cuando afirma que «constituyen el sumario
las actuaciones encaminadas a preparar el juicio y hacer constar la perpe-
tración de los delitos con todas las circunstancias que puedan influir en su
calificación, y la culpabilidad de los delincuentes».
Pero la función objetiva de la instrucción no alcanza a determinar la fun-
damentación fáctica de la pretensión, sino tan sólo a posibilitar su afirma-
ción por las partes acusadoras. También en el proceso penal rige el principio
de aportación, por lo que es a las partes acusadoras a quienes les incumbe
la carga de efectuar la fundamentación fáctica de la pretensión, partiendo,
El objeto del proceso penal 179
B) El escrito de acusación
A diferencia del sumario, el escrito de acusación del proceso penal abre-
viado o escrito de calificación provisional en el proceso común sirve para
formalizar la pretensión penal, cumpliendo una función similar a la del
escrito de demanda en el proceso civil (vide Exposición de Motivos de la
LECrim).
En efecto, de conformidad con lo dispuesto en los arts. 650 y 781.1
LECrim, el escrito de acusación necesariamente ha de contener la descrip-
ción del hecho punible (art. 650.1º y 4º), la determinación del acusado (art.
650.3º), la calificación legal de los hechos (art. 650.2º) y la pena que se
solicita (art. 650.5º).
Mediante el escrito de acusación se efectúa una primera delimitación
del objeto procesal, a la vez que se determina también el tema de la prueba
sobre el que recaerá la actividad probatoria en el juicio oral.
Por esta razón, el ordenamiento faculta a las partes a modificar sus cali-
ficaciones provisionales y transformarlas en definitivas (art. 732 LECrim).
El escrito de conclusión constituye, pues, la última posibilidad de la que
gozan las partes acusadoras para modificar (no sustancialmente) la preten-
sión penal, la cual queda definitivamente fijada en el proceso, estableciendo
el deber de congruencia del Tribunal exclusivamente con respecto a lo afir-
mado en las conclusiones definitivas.
4. La litispendencia
A) Requisitos
Como es sabido, la litispendencia, en tanto que antecedente o proyección
de la cosa juzgada en el proceso, exige la concurrencia de las tres identidades
del art. 222 de la LEC: la identidad subjetiva, objetiva y en la causa de pedir.
Pero, como ya se ha indicado, no rige en el proceso penal la doctrina de
las tres identidades, sino que, de todas estas identidades, las únicas determi-
nantes de la litispendencia penal son las que integran el objeto del proceso
penal, esto es, la identidad del acusado y la del hecho punible.
En efecto, debido a la circunstancia de que en el proceso penal son múl-
tiples las partes acusadoras y de que a ellas no se extienden los efectos de la
cosa juzgada, la única identidad subjetiva requerida por la litispendencia es
la de la persona del acusado. De dicha regla general, tan solo cabe exceptuar
los procesos instaurados por la comisión de un «delito privado», en los que,
como consecuencia del derecho a la no perseguibilidad del delito que asiste
al ofendido, aquí sí se hace preciso cumplir con la exigencia de la identidad
subjetiva de la parte acusadora.
Lo mismo cabe afirmar del requisito de la «causa petendi», el cual, como
hemos tenido ocasión de examinar, no forma parte del objeto procesal, que
se circunscribe al hecho natural o histórico.
Por el contrario, la identidad del hecho punible, entendido como hecho
natural e indivisible, conforma el objeto y, por tanto, delimita, junto con la
identidad del acusado, la litispendencia.
B) Efectos
Dentro de los efectos de la litispendencia cabe distinguir los procesales,
de los materiales:
El objeto del proceso penal 181
a) Procesales
En el orden procesal, la litispendencia produce, como es sabido, el efecto
positivo de la «perpetuatio iurisdictionis» y el negativo de impedir la aper-
tura de un segundo proceso penal por el mismo hecho y contra el mismo
acusado.
En virtud del primero de los enunciados efectos procesales, está obligado
el Juez de Instrucción a dictar una resolución motivada de la «notitia crimi-
nis», la cual puede ser de inadmisión o de admisión y, en este segundo caso,
puede finalizar con una resolución de sobreseimiento o de conclusión del
sumario en el proceso común con remisión a la Audiencia o de conclusión
de las Diligencias Previas, apertura del juicio oral y remisión al órgano de
enjuiciamiento, en el proceso abreviado.
Dicha «perpetuatio jurisdictionis» es trasladable a todas y cada una de
las instancias. De este modo, el TS, en su sentencia de 10 de diciembre de
2014, a fin de evitar las auténticas manipulaciones del Juez legal que pudie-
ran cometer los aforados, ha podido declarar que, una vez abierto el juicio
oral, el TSJ, como consecuencia de la «perpetuatio iurisdictionis», no pierde
su competencia por el hecho de la renuncia al acta de diputado.
De conformidad con el efecto negativo, a ningún otro Juez de Instruc-
ción se le autoriza la apertura de una instrucción contra un investigado, con
respecto al cual exista ya una instrucción en curso sobre el mismo hecho.
Si así sucediera habrá el segundo Juez de inhibirse en favor del primero
(art. 759.1ª LECrim) o suscitarse una cuestión (declinatoria e inhibitoria)
de competencia (arts. 19 y ss LECrim). La litispendencia no constituye ex-
cepción alguna de la defensa, sino un auténtico presupuesto procesal, por
lo que puede hacerse valer y ser estimada de oficio dentro de la instrucción,
sin perjuicio de que se pueda alegar como «artículo de previo y especial
pronunciamiento» al amparo del art. 666.1º LECrim o como una cuestión
previa en la audiencia preliminar del abreviado (art. 786.2 LECrim), que
puede plantear, tanto la defensa, como el MF, ya que la jurisdicción penal, a
diferencia de la civil, es «improrrogable» (art. 8 LECrim).
A) Requisitos subjetivos
La parte que deduce la pretensión civil y la que se opone a la misma
reciben respectivamente la denominación de actor y responsable civil, en
quienes han de concurrir los presupuestos procesales específicos del proceso
civil, como lo son la capacidad para ser parte, de actuación y de conducción
procesal, la legitimación, activa y pasiva, y la postulación procesal.
Tienen legitimación activa los «perjudicados», es decir, aquellas perso-
nas que sufran en su esfera patrimonial los daños producidos por la acción
delictuosa y pasiva los causantes de aquellos daños, sea a título de respon-
sabilidad directa, solidaria o subsidiaria. Son perjudicados las víctimas del
delito, que vienen conceptuadas por el art. 2.1.a de la Ley 4/2015, del Esta-
tuto de la víctima del delito, como «toda persona física que haya sufrido un
daño o perjuicio sobre su propia persona o patrimonio, en especial lesiones
físicas o psíquicas, daños emocionales o perjuicios económicos directamen-
te causados por la comisión de un delito»
A diferencia del objeto procesal penal, en el que, a los efectos de la iden-
tificación de la pretensión, tan solo es necesaria la «identidad subjetiva del
investigado», en el objeto procesal civil es necesaria la concurrencia de la
identidad de ambas partes, actora y demandada, y ello en virtud de lo dis-
puesto en el art. 222.3 LEC, de aplicación supletoria (art. 4 LEC), en cuya
virtud «la cosa juzgada afectará a las partes del proceso en que se dicte».
B) Requisitos objetivos
Los requisitos objetivos de la pretensión civil vienen integrados por la
fundamentación o «causa petendi» y por la petición o «petitum».
a) La fundamentación
La alegación fáctica de la pretensión ha de fundamentarse en la existen-
cia de un delito o acto ilícito que haya producido una lesión al patrimonio
(daño moral incluido) del actor civil.
A los efectos de la fundamentación fáctica lo decisivo no es la existencia
de responsabilidad penal o incluso de un delito, sino la existencia de actos
y omisiones ilícitos o en que intervenga cualquier género de culpa o negli-
gencia que es la auténtica fuente de esta obligación, tal como preceptúa el
art. 1.089 del CC.
186 Vicente Gimeno Sendra
b) La petición
A diferencia de la pretensión penal, que es indivisible e indisponible, la
petición de la pretensión civil está sometida al principio que le es propio, el
dispositivo. De aquí que el actor sea dueño de su interposición y renuncia
(art. 106.2 y 108 LECrim), que en cualquier caso ha de ser expresa, vincu-
lando mediante la petición la actividad decisoria del Tribunal.
La segunda característica común del «petitum» de la pretensión civil
acumulada en el proceso penal es la de revestir, en la inmensa generalidad
de los casos, la naturaleza de las pretensiones de condena y, dentro de ellas,
las de «dar».
En tales términos se pronuncia el tantas veces reiterado art. 100 LECrim,
así como el art. 110 del CP, de conformidad con los cuales el objeto de la
pretensión civil es «la restitución de la cosa, la reparación del daño y la in-
demnización de perjuicios», es decir, prestaciones normalmente todas ellas
«de dar».
regreso» que asiste al tercero contra el vendedor (art. 111 CP), nueva pre-
tensión civil esta última que, de conformidad con la jurisprudencia, también
puede acumularse al proceso penal en curso.
Aun cuando, como ha quedado dicho, la pretensión civil resarcitoria
ostente un marcado carácter de condena, excepcionalmente caben, vía res-
titución, sentencias declarativas de nulidad. Ello es lo que acontece cuando
la necesaria y efectiva restitución de la cosa exija la declaración judicial de
nulidad del negocio jurídico, objeto material a través del cual se consuma la
acción delictuosa. Así, la declaración de falsedad de un documento que ha
servido para la consumación de una estafa o la de los negocios simulados y
traslativos de dominio en los que se ha perfeccionado un alzamiento de bie-
nes, integran expresivos ejemplos con respecto a los cuales la jurisprudencia
permite que la restitución faculte al Tribunal a su declaración (con efectos
«ex tunc» y no, por tanto, con carácter constitutivo) de nulidad.
C) Requisitos formales
La pretensión civil se deduce con toda su plenitud en el escrito de acu-
sación o calificaciones provisionales (art. 650.II LECrim), sin que se pueda
modificar sustancialmente la pretensión civil en las conclusiones definitivas,
ya que, en tal supuesto, se contravendría el principio de «prohibición de
ampliación de la demanda» y se generaría indefensión al responsable civil.
Es el escrito de acusación el que determina el objeto procesal civil y la obli-
gación de congruencia del Tribunal, pues, la sentencia ha de resolver todas
las cuestiones referentes a la responsabilidad civil que hayan sido objeto del
juicio (art. 742.II LECrim).
Con anterioridad a dicho acto, en la instrucción puede el actor civil so-
licitar y obtener del Juez de Instrucción los embargos o fianzas pertinentes
y aseguradoras de la efectividad de la responsabilidad civil (arts. 589 y ss.
LECrim).
La pretensión civil la puede deducir el propio perjudicado, quien puede
comparecer en la instrucción mediante querella, a través del ofrecimiento de
acciones o mediante adhesión (arts. 109-110 LECrim), permitiéndose la in-
tervención litisconsorcial, pero, en tal caso, bajo una misma representación
y dirección letrada (art. 113 LECrim).
Si el perjudicado no compareciera en el proceso, ni reservara el ejercicio
de la acción civil para el correspondiente proceso declarativo, el MF, vía
sustitución procesal, la ejercitará en su nombre (arts. 108 LECrim y 3.4.I
del EOMF).
como consecuencia de esa misión del Ministerio Público de velar por los
derechos de los ciudadanos (art. 124.1 CE) y, de modo especial, por los de
las personas desvalidas.
En nuestro ordenamiento no hace falta, pues, que la «víctima» compa-
rezca en un procedimiento penal en curso para ejercitar su acción resarci-
toria. Desde luego, puede hacerlo a través del trámite del ofrecimiento de
acciones (art. 109 LECrim) o simplemente adhiriéndose a la acción penal
ya ejercitada (art. 110 LECrim), instando incluso el beneficio de pobreza, si
a él tuviere derecho. Pero, si prefiere no sufrir las molestias y gastos de un
proceso penal, no por su incomparecencia dejará de plantearse la preten-
sión civil resarcitoria. La deducirá el MF «ex» arts. 108 y 773.1 LECrim.
Aun cuando la acción popular responda históricamente a unos orígenes
similares a los del ejercicio de la acción penal por el MF, el legislador no ha
querido convertir al acusador popular en sustituto procesal del perjudicado
y la jurisprudencia, le niega, con razón, legitimación activa para el ejercicio
de la pretensión resarcitoria.
2. Pluralidad de partes
La posibilidad de que el MF ejercite la acción civil en interés del per-
judicado no exonera, sin embargo, al Juez de instrucción de su obligación
de invitar al perjudicado a entrar en el procedimiento mediante el referido
ofrecimiento de acciones. Si incumpliera dicha obligación, vulneraría su de-
recho a la tutela, tal y como ha recordado el TC.
En el supuesto de que el perjudicado ejercitara su derecho de querella o
compareciera como parte acusadora surge un fenómeno de pluralidad de
partes, con respecto al cual se hace necesario determinar la capacidad de
postulación entre el MF y el perjudicado en todo lo referente al ejercicio de
la pretensión civil.
La constitución del perjudicado en parte actora civil debiera eximir al
MF del ejercicio de la pretensión civil. Pero el art. 108 LECrim no lo ha
querido así e impone la necesidad de que, «haya o no acusador particular»,
ejercite la acción civil.
Este ejercicio conjunto de la pretensión civil por ambas partes no signi-
fica que gocen simultáneamente de la misma capacidad de postulación. La
única parte originariamente legitimada es el perjudicado, quien, siendo titu-
lar de un derecho subjetivo de carácter disponible, goza de todo el poder de
disposición sobre la pretensión civil: puede renunciarla, reservarla para el
declarativo correspondiente o acumularla al procedimiento penal en curso.
190 Vicente Gimeno Sendra
I. INTRODUCCIÓN
El proceso civil principia siempre de la misma forma: mediante la in-
terposición de la demanda ante el Juez con Jurisdicción y competencia pa-
ra conocer de ese concreto proceso. El proceso penal, sin embargo, puede
instaurarse de distintas formas y las primeras actuaciones urgentes que se
desencadenan no dependen, necesariamente, de su interposición ante el Juez
con Jurisdicción y competencia para conocer de ese concreto proceso, pues
razones de urgencia imponen, cuando se descubre un hecho delictivo, ante
la posible pérdida —o manipulación— de las fuentes de prueba, así como
del peligro fuga e, incluso, de la reiteración delictiva, que comiencen, sin
demora, las primeras actuaciones que permiten comprender que el proceso
penal ya se ha iniciado.
La transcendente diferencia entre la iniciación del proceso civil —de la
que es titular exclusivo quién cree tener un derecho o interés jurídico dig-
no de protección en el tráfico privado— y la del proceso penal, que puede
corresponder, como se ha visto en el tema destinado a las partes, a la acusa-
ción pública —MF—; a la acusación particular —ofendido por el delito—;
a la acusación privada —destinatario del delito privado; e, incluso, a la
acusación popular: quivis ex populo— responde a la naturaleza del bien
jurídico sometido a juicio, en el legítimo ejercicio del derecho a la tutela
judicial efectiva, y susceptible de protección judicial. La tutela judicial ci-
194 Sonia Calaza López
2. La querella
La querella es una declaración de conocimiento y voluntad, siempre
escrita, de la comisión de un hecho delictivo, efectuada por el MF o por
una persona —víctima, perjudicado o tercero— formulada ante el Juez con
Jurisdicción y competencia, con la manifiesta intención de constituirse en
parte en el proceso penal que se instaure tras su oportuna admisión. De este
concepto, se infieren las siguientes notas características:
3. El ofrecimiento de acciones
El ofrecimiento de acciones constituye un mecanismo procesal de lla-
mamiento a los ofendidos y/o perjudicados por el hecho delictivo para su
voluntaria incorporación al proceso penal, ya iniciado, como partes plena-
mente independientes o autónomas, en paridad de armas con el MF, tanto
en el sostenimiento de su pretensión punitiva como en la resarcitoria.
De este concepto, han de extraerse las siguientes notas configuradoras:
Primero: Las personas llamadas al proceso penal, por el cauce del ofre-
cimiento de acciones, serán tanto el ofendido —víctima directa del delito
como titular la pretensión penal— como el perjudicado —persona afectada,
en su esfera patrimonial y/o moral, por el delito como titular de la preten-
sión civil—. Ya hemos tenido ocasión de advertir que las cualidades de ofen-
dido y perjudicado, por una actuación delictiva, suelen recaer en una misma
persona: en tal caso, el ofrecimiento de acciones se dirigirá contra esa única
persona. Pero también existen desgraciados supuestos en los que el ofendi-
do y perjudicado son personas diversas —los más ilustrativos ejemplos son
el homicidio y el asesinato—: en tales supuestos, en el que el destinatario
directo de tales pretensiones —civil y penal— ya no puede incorporarse a la
causa, el ofrecimiento de la concreta pretensión civil indemnizatoria habrá
de efectuarse a los perjudicados. Ha de observarse que, entre tanto el sujeto
pasivo de la actuación delictiva —en su doble condición de perjudicado y
ofendido— será, lógicamente, destinatario del ofrecimiento de ambos tipos
de pretensiones —penal y civil—; el sujeto pasivo del daño patrimonial y/o
moral derivado del delito, esto es, el perjudicado, que no aúna, además, en
su persona, la dual condición de ofendido o víctima, tan sólo será destina-
tario, con carácter general, del puntual ofrecimiento de la pretensión civil
resarcitoria —susceptible de sucesión inter vivos y mortis causa—, pero no
de la penal, que es personal e intransferible.
4. El atestado
El atestado es el acto escrito —y excepcionalmente oral— de la Policía
Judicial, con valor de denuncia, dónde constan todas y cada una de las di-
ligencias urgentes de prevención, efectuadas por sus funcionarios, una vez
han tenido conocimiento de la perpetración de un delito público. Estas di-
ligencias de prevención, como se analizará en la siguiente Lección, se orien-
tan, tanto a la averiguación del hecho y, de resultar preciso, al aseguramien-
to del cuerpo del delito; como a la localización y, en su caso, detención del
presunto autor; extremos todos ellos que serán forzosamente trasladados,
en un brevísimo plazo de 24 horas, al Juez de instrucción o al MF.
De este concepto, han de extraerse los siguientes requisitos:
5. La iniciación de oficio
Además de las anteriores fórmulas de iniciación del proceso penal —to-
das ellas a instancia de parte: la denuncia, la querella, la incorporación a
la causa (fruto del ofrecimiento de acciones) y el atestado policial— el Juez
de instrucción también puede incoar, de oficio, este proceso, cuando tenga
conocimiento personal, inmediato y directo de un hecho con apariencia
delictiva. Las formas de obtención de este conocimiento del Juez, por sí
mismo, y no a través de terceros, de la actuación delictiva, son remotas: así,
el Juez podría encontrarse presente en el exacto momento de la comisión
de esta actuación e, incluso, sorprender, in fraganti, a su presunto autor;
asimismo, el Juez podría tener puntual conocimiento de una actuación de-
lictiva porque así se le hiciese saber, por parte de la comunidad social, a tra-
vés de variados rumores, creencias o suposiciones, comunicaciones, todas
ellas espontáneas —y no formalizadas a través de la oportuna denuncia o
querella—; finalmente, el Juez puede entrar en contacto con el hecho delic-
tivo, de manera personal, directa e inmediata —sin necesidad una luminosa
información de parte— cuando sea de una gran evidencia, notoriedad y
publicidad: esto acontece, a modo de ejemplo, con los graves delitos públi-
cos, como por ejemplo los atentados, de los que se toma conocimiento por
medios de comunicación masiva: prensa, radio, televisión y redes sociales.
Pero como puede comprenderse, ninguna de estas modalidades pueden
equipararse con las habituales o típicas formas de iniciación del proceso
penal, por cuánto, todas ellas, presentan dificultades severas: En los tres
supuestos, la casual circunstancia de que el Juez tome conocimiento directo
del hecho delictivo, por sí mismo, y no mediado por actuación formal de
parte alguna, no exime ni convalida la imprescindible atribución, de ese
concreto hecho delictivo, al que goce de Jurisdicción y competencia para
iniciar el procedimiento; de suerte que, aquél Juez —conocedor del delito
por sí mismo— muy probablemente habrá de afrontar, en su caso, unas
primeras diligencias urgentes —de cuyo estudio nos ocuparemos en la si-
guiente Lección— antes de derivar el asunto al Juez investido de aquellos
elementales presupuestos procesales. Asimismo, la espontánea traslación,
al Juez, de rumores, creencias o suposiciones, sobre la presunta comisión
de un hecho delictivo, por parte de personas de su entorno más cercano, se
asemeja mucho a una informal «denuncia anónima», cuya admisión resulta
altamente cuestionable; razón por la que, sin negar categóricamente, en ta-
les casos, la actuación judicial ex officio, ha de advertirse que dicha facultad
ha de ser considerada excepcional y, desde luego provisional, quedando a
expensas, como es lógico, de una acusación pública, popular o particular
—recuérdese: nemo iudex sine acusatore—.
204 Sonia Calaza López
parte acusada que es, goza de todos los derechos proyectados bajo el co-
mún paraguas del de defensa —entre otros, el derecho a guardar silencio;
a no prestar declaración, si no desea hacerlo; a no contestar a alguna o al-
gunas de las preguntas que se le formulen; a no declarar contra sí mismo;
y a no confesarse culpable—, siendo altamente probable que, bajo este
manto jurídico protector de su intimidad, queden ocultas sus expectativas
de exculpación o ventaja.
Los actos de imputación del personal colaborador —la Policía Judicial
y el MF—, efectuados tras la primera toma de declaración, en las depen-
dencias de uno u otro órgano, serán analizadas, con todo detalle, cuando
afrontemos, en la próxima Lección, el estudio de las diligencias policiales,
de un lado —sin perjuicio del atestado, recién analizado—, y de las infor-
mativas del MF, de otro.
Los actos de imputación judicial, finalmente, son los realizados por el
Juez de instrucción, tras haber tomado conocimiento, generalmente a ins-
tancia de parte, del hecho delictivo —ya se han visto las dificultades de la
«iniciación de oficio»—, al mismo comienzo de la instrucción y lo largo de
todo su desarrollo.
Los actos de imputación judicial difieren en función del momento en que
se dictan: unos serán provisionales y otros definitivos, pero todos ellos se
orientan, de un lado, a la fijación del objeto litigioso y, de otro, a la determi-
nación e identificación de su presunto autor. De todos ellos nos ocuparemos
en esta segunda parte de la presente Lección.
Los actos de imputación judicial presentan, además, dos particularidades
dignas de especial consideración por su capital relevancia: primera, la inte-
rrupción de la prescripción —art. 132.2 CP— y segunda, el surgimiento del
derecho de defensa —art. 118 LECrim— con todo su amplio despliegue de
proyecciones que le son propias, en un catálogo de derechos mínimos, bá-
sicos o elementales, ampliamente estudiados en la Lección correspondiente.
El propio art. 118.1 de la LECrim establece, con toda precisión, los tres
momentos cruciales en los que el investigado toma puntual y cabal cono-
cimiento de la primera imputación judicial, al advertir que «toda persona
a quien se atribuya un hecho punible podrá ejercitar el derecho de defensa,
interviniendo en las actuaciones, desde que se le comunique su existencia,
haya sido objeto de detención o de cualquier otra medida cautelar o se haya
acordado su procesamiento».
Estos tres momentos nucleares del proceso penal quedan inexorable-
mente conectados, por obra del art. 118.2 LECrim, con el cronológico sur-
gimiento del derecho de defensa: «El derecho de defensa se ejercerá sin más
206 Sonia Calaza López
1. El auto de procesamiento
El auto de procesamiento es la resolución judicial de imputación, dicta-
da durante la instrucción del proceso penal ordinario, dónde se comunica,
formalmente, a una persona física o jurídica determinada, la atribución de
un hecho delictivo concreto.
La LECrim es muy exigente a la hora de decretar la prontitud, la pre-
mura y la práctica inmediatez que ha de caracterizar, la diligente actuación
del Juez, a la hora de comunicar esta imputación. Así, el art. 384.I LE-
Crim, dispone que «desde que resultare del sumario algún indicio racional
de criminalidad contra determinada persona, se dictará auto declarándola
procesada».
Sin perjuicio de esta premisa legal, que impone la más estricta diligencia,
celeridad y rapidez en la comunicación judicial al sospechoso o investiga-
do, de la imputación delictiva, lo cierto es que este investigado suele tomar
conocimiento de la instrucción que pende sobre su persona por otros actos
de imputación distintos a éste, tanto los explícitos —admisión y traslado de
la denuncia y querella—, la comunicación de la iniciación de oficio o, en su
caso, la citación para ser oído; como, incluso, los implícitos —admisión de
medidas cautelares—; pero no a través de este auto de imputación judicial,
que suele emitirse, lastimosamente, al término de la instrucción, y de forma
casi solapada al subsiguiente auto de conclusión del sumario.
El contenido mínimo de este auto de procesamiento habrá de integrarse
por la más perfecta concreción, fijación y determinación del objeto —he-
chos empíricos con relevancia penal— y del sujeto —identificación de su
presunto autor—, así como por una mínima correlación entre uno y otro —
detección temprana, con una incipiente acreditación, de la participación de
este presunto autor en la perpetración de aquel delito—, a expensas, claro
208 Sonia Calaza López
legal para hacerlo» (art. 118.3); «El detenido designará libremente abogado
y si no lo hace será asistido por un abogado de oficio» (art. 520.5); «Desde
la detención o desde que de las actuaciones resultare la imputación de un
delito contra persona determinada será necesaria la asistencia letrada» (art.
767 LECrim).
La capacidad de postulación —obligada asistencia técnica de Abogado y
representación de Procurador— se erige en un presupuesto de tal relevancia
que su incumplimiento por parte del investigado provocará, nada menos,
que la designación de oficio. Así lo establece la LECrim, en su art. 118.3.II:
«Si no hubiesen designado procurador o abogado, se les requerirá para que
lo hagan o se les nombrará de oficio si, requeridos, no los nombrasen, cuan-
do la causa llegue a estado en que se necesite el consejo de aquéllos o haya
de intentar algún recurso que hiciese indispensable su actuación».
Ahora bien, un solo profesional, el Abogado, podrá asumir, durante to-
da la instrucción, tanto las funciones propias de su profesión —asistencia
jurídica— como las del Procurador —representación—, pues la LECrim, en
su art. 768, así lo autoriza: «El abogado designado para la defensa tendrá
también habilitación legal para la representación de su defendido, no sien-
do necesaria la intervención de procurador hasta el trámite de apertura del
juicio oral. Hasta entonces cumplirá el abogado el deber de señalamiento de
domicilio a efectos de notificaciones y traslados de documentos».
Las conversaciones y comunicaciones entre el investigado o encausado y
su Abogado tendrán, como es lógico, carácter confidencial, de tal suerte que,
si hubieran sido captadas o intervenidas durante la ejecución de alguna de
las diligencias, el Juez ordenará, ipso facto, la eliminación de la grabación o
la entrega al destinatario de la correspondencia detenida, dejando constan-
cia de estas circunstancias en las actuaciones. Este derecho a la confidencia-
lidad de las comunicaciones entre el Abogado y su defendido o patrocinado
tiene una sólo excepción, expresamente prevista en el art. 118.4. II LECrim:
cuando se constate la existencia de indicios objetivos de la participación del
abogado en el hecho delictivo investigado o de su implicación junto con el
investigado o encausado en la comisión de otra infracción penal.
a la fijación del objeto y del sujeto pasivo del proceso, éste ya no podrá
continuar en ausencia del encausado. La presencia del acusado deviene im-
prescindible en la fase de enjuiciamiento de nuestro proceso penal, dónde
la celebración de la prueba, auténtico corazón del proceso, sobre cuyo latir
se asienta, nada menos que el sentido —condenatorio o absolutorio— de
la sentencia, en ausencia de su principal destinatario, supondría un grave
sacrificio de principios tan elementales como, entre otros, el de defensa, de
contradicción y de audiencia bilateral.
El proceso penal, a diferencia del civil, no podrá, pues, celebrarse en au-
sencia del acusado, con una sola excepción; la establecida para el abreviado
por delito asociado con pena privativa de libertad inferior a dos años en
el art. 786.1.II LECrim: «la ausencia injustificada del acusado que hubiera
sido citado personalmente no será causa de suspensión del juicio oral si el
Juez o Tribunal, a solicitud del Ministerio Fiscal o de la parte acusadora, y
oída la defensa, estima que existen elementos suficientes para el enjuicia-
miento, cuando la pena solicitada no exceda de dos años de privación de
libertad o, si fuera de distinta naturaleza, cuando su duración no exceda de
seis años».
La declaración de rebeldía será la ineludible consecuencia de haberse
efectuado, infructuosamente, por parte del órgano judicial, una requisitoria,
frente al encausado. Así, la requisitoria —orden de localización y llama-
miento— será el instrumento a través del que será llamado y buscado según
el art. 835 LECrim: 1º El procesado que al ir a notificársele cualquiera re-
solución judicial no fuere hallado en su domicilio por haberse ausentado, si
se ignorase su paradero; y el que no tuviese domicilio conocido; 2º El que
se hubiere fugado del establecimiento en que se hallase detenido o preso; 3º
El que, hallándose en libertad provisional, dejare de concurrir a la presencia
judicial el día que le esté señalado o cuando sea llamado.
La requisitoria expresará el término cronológico dentro del cual el pro-
cesado ausente deberá presentarse, bajo apercibimiento de que en otro ca-
so será declarado rebelde y le parará el perjuicio a que hubiere lugar con
arreglo a la Ley. Una vez concluido el término fijado en la requisitoria será
declarado rebelde el procesado que no comparezca, o que no fuese habido
y presentado ante el Juez o Tribunal que conozca de la causa.
Los efectos de la rebeldía difieren en función del momento en que se pro-
duzca su declaración, puesto que entre tanto la fase de investigación puede
discurrir en ausencia del investigado; esta ausencia imposibilita, como he-
mos advertido, la celebración de toda ulterior fase de enjuiciamiento. En
consecuencia, la declaración en rebeldía del investigado durante la fase de
214 Sonia Calaza López
I. INTRODUCCIÓN
El proceso penal se divide, conviene dejarlo claro desde este incipiente
momento —aunque se volverá sobre ello—, en dos fases claramente dife-
renciadas: la primera de estas fases es la de investigación o de instrucción,
y recibe distintas denominaciones en función del tipo de proceso al que nos
refiramos —«diligencias previas» en el proceso abreviado y «sumario» en el
proceso ordinario—; la segunda fase es la de «juicio oral», «enjuiciamien-
to» o «plenario» y en este caso, por fortuna, este trípode de nomenclaturas
sirven para denominar, indistintamente, a todo tipo de procesos. También
el proceso civil se divide en fases, como se ha explicado, con todo detalle
en nuestros Manuales de Derecho procesal civil —tanto en su parte general
—con los procesos ordinarios: ordinario y verbal; —como especial— con
todos y cada uno de los procesos especiales y sumarios, así como con los ex-
pedientes de Jurisdicción voluntaria— pero la división de fases, en la estruc-
tura procedimental civil, responde, en exclusiva, a razones de ordenación,
estructuración y sistemática procesal, que no a otras de índole material,
pues todo el procedimiento civil, tanto el dispositivo como el indisponible
—de principio a fin: desde la demanda hasta la sentencia— discurre ante
el mismo Juez o Tribunal. Sin embargo, a estas razones de estructuración y
sistemática procedimental, amparadas en la imprescindible ordenación de
las fases procedimentales que componen cada proceso, se unen, en el penal,
otras de índole material, tan transcendentes como la necesaria separación,
primero, de dos fases —instrucción y juicio oral— con contenidos, como se
verá, completamente distintos; y la imprescindible adjudicación, después,
de cada una de estas fases a dos órganos judiciales diferentes. Y esta bifur-
216 Sonia Calaza López
tales elementos, objetivo uno: los hechos con apariencia delictiva y subjeti-
vo, el otro: el autor de tales hechos; y, segundo, los actos de prueba antici-
pada y/o preconstituida, que no puedan esperar a la fase de enjuiciamiento,
resultando, en todo caso, precisos para desvirtuar, en su día, la presunción
de inocencia. El mecanismo procesal idóneo para alcanzar las siguientes
finalidades —tercera y cuarta— es la adopción de las medidas cautelares
penales para el denominado «aseguramiento de las personas» y de las me-
didas cautelares civiles para el correlativo «aseguramiento de las responsa-
bilidades patrimoniales».
De todo el recorrido de la investigación recién descrito —destinado a la
averiguación del hecho delictivo y al descubrimiento de su presunto autor,
así como al aseguramiento de esta persona y de sus bienes— se infiere, pues,
que cuatro son los actos que integran el contenido de la fase instructora, a
los que la LECrim, tan sólo se refiere de forma implícita, en su art. 299: los
actos de investigación, los actos de prueba anticipada y/o preconstituida,
las medidas cautelares penales y las medidas cautelares civiles. A todos ellos
dedicaremos, con todo detalle, las próximas Lecciones.
III. EFECTOS
El comienzo de la instrucción produce los siguientes efectos: primero, el
surgimiento del derecho de defensa que se asocia, dentro su marco cronoló-
gico, al exacto momento en que se comunica, al investigado, la atribución
delictiva; segundo, el comienzo de la litispendencia penal; tercero, la preju-
dicialidad; y cuarto, la prescripción del delito.
Del derecho de defensa —con su comienzo y fin—, así como de todas las
proyecciones derivadas de dicho derecho fundamental, nos hemos ocupado
en otras Lecciones de este Manual, razón por la que centraremos, ahora,
los efectos de la instrucción en la litispendencia penal, la prejudicialidad
—respecto de todos los órdenes jurisdiccionales— y, al fin, la prescripción
del delito.
El comienzo de la instrucción conlleva el automático despertar de la
litispendencia. Este relevante efecto procesal conlleva, en todos los órdenes
de nuestra Jurisdicción y de manera particularmente intensa en el orden
penal —debido a su conocida preferencia frente al resto— que unos mismos
hechos —esta vez, de apariencia delictiva— no podrán, en modo alguno,
ser objeto de un segundo procedimiento cuando, en ese momento, estuviere
discurriendo otro, anterior en el tiempo. La LECrim se refiere a la litispen-
218 Sonia Calaza López
IV. PLAZOS
El establecimiento legal de plazos para la instrucción ha sido un tema
que ha generado, recientemente, mucha literatura jurídica, por razón del
fuerte impacto —no siempre positivo— que puede tener el transcurso del
tiempo en la investigación. Resulta indudable —y a ello nos referiremos en
el siguiente epígrafe, destinado a los principios— que la instrucción penal
ha de ser lo más breve posible porque su modesta, pero crucial, función es la
de preparar el juicio oral, auténtico corazón del proceso, dónde se practican
las pruebas de cargo que permitirán alcanzar alguno de estos dos inequí-
vocos destinos: primero, el restablecimiento de la libertad amenazada en la
sentencia absolutoria; o segundo, el acreditamiento de la culpabilidad, una
vez desvirtuada la presunción de inocencia, en la sentencia condenatoria.
Sin perjuicio de esta noble aspiración a la brevedad, celeridad o, si se
prefiere, sumariedad de la instrucción, a la que ha de tenderse en todo caso;
resulta evidente que su desarrollo no depende, en exclusiva, de la diligencia
técnica de todos los actores públicos del proceso penal —en particular de
los órganos de persecución penal del Estado y principalmente su máximo
responsable, el Juez de instrucción—; sino también de otros elementos, por
completo ajenos a su pericia, habilidad y buena praxis, como lo son, entre
otros, la dificultad de la causa —sobra decir que la sencillez o complejidad de
cada concreta investigación incide, de forma determinante, en el tiempo—;
la aparición de elementos fácticos que —desconocidos al mismo inicio, pue-
dan ir apareciendo, con una persistente destreza investigadora— y permitan
avanzar en la investigación; o la misma determinación e identificación de
su presunto autor, cuya presencia deviene imprescindible al término de esta
relevante fase si se pretende abrir el juicio oral. Como puede comprenderse,
la férrea imposición de plazos incide, de manera directa, no sólo en la cali-
dad de la investigación —que se verá forzada a adaptarse a unos «tiempos»
que no siempre resultan acompasados a la sobrevenida aparición de los
elementos objetivos y subjetivos que hagan posible esta investigación—;
sino incluso, en la impunidad de aquellas actuaciones delictivas que no pu-
dieron despejarse, por las razones que fueren —principalmente su dificultad
o ausencia de detección temprana de elementos inculpatorios— dentro del
plazo legalmente estipulado.
De ahí que, sin menoscabo de la aspiración a la brevedad de la instruc-
ción —motivación que ha de inspirar, con persistencia, la actuación de to-
dos los órganos del Estado: Juez de instrucción, MF y Policía Judicial, todo
el recorrido instructorio—; la LECrim establece, tras la reforma operada
por la Ley 2/2020, de 27 de julio, por la que se modifica el art. 324 de la
La fase de instrucción 221
V. PRINCIPIOS
Los principios inspiradores de la instrucción, en el momento actual, y sin
perjuicio de la permanente revisión legislativa de esta crucial fase procesal,
son la jurisdiccionalidad, la oficialidad, la celeridad y el secreto. Veamos
cada uno de ellos.
1. Jurisdiccionalidad
La fase de investigación de nuestro vigente proceso penal se encomienda
al Juez de instrucción: «La formación del sumario, ya empiece de oficio,
ya a instancia de parte, corresponderá a los Jueces de instrucción por los
delitos que se cometan dentro de su partido o demarcación respectiva y, en
su defecto, a los demás de la misma ciudad o población, cuando en ella hu-
biere más de uno» (art. 303. I LECrim). De esta regla general, de instrucción
judicial de todas las causas criminales, tan sólo cabe exceptuar el proceso
penal de menores, dónde la LO 5/2000, de 12 de enero, reguladora de la
responsabilidad penal de los menores, encomienda esta relevante fase pro-
cesal —de la investigación o instrucción— al MF, quién afronta la práctica
totalidad de actos de investigación, quedando reservada al Juez de menores,
como se verá en la Lección correspondiente, la exclusiva competencia para
la adopción de medidas limitativas o privativas de derechos fundamentales.
Como es bien sabido, la atribución de la dirección, de esta relevante
fase procesal del proceso penal, al Juez de instrucción, no es una cuestión
pacífica, ni entre la doctrina científica; ni entre los profesionales del Dere-
cho; ni siquiera, entre la opinión pública de la ciudadanía. Pareciera como
si la atribución de esta fase procesal a un Juez de Instrucción o a un Fiscal
fuere el termómetro de medición de la más perfecta, precisa —y sobre todo,
democrática— modernidad procesal. Ciertamente existe una honda expan-
siva, en una buena parte de Europa que atribuye, al MF, la dirección de la
investigación penal. Y esta opción puede llegar a ensayarse en España: de
hecho, el actual Anteproyecto de Ley de Enjuiciamiento Criminal atribuye,
en su art. 521, la dirección y control de la investigación al Ministerio Fiscal,
en los siguientes términos: «El Ministerio Fiscal dirige el procedimiento
de investigación. En la investigación de los delitos, los miembros de las
Fuerzas y Cuerpos de Seguridad obedecerán sus órdenes e instrucciones. El
La fase de instrucción 223
2. Oficialidad
La fase de instrucción del proceso penal está inspirada, con algunas limi-
taciones a las que de inmediato nos referiremos, por el principio de oficiali-
dad: ello implica, al menos, tres tipos de consideraciones: la primera, referi-
da a que la dirección del proceso penal, en general, y dentro de él, en su fase
de investigación, en particular, debe encomendarse a un órgano del Estado y
no dejarse en manos de instituciones privadas; la segunda, referida a la am-
plitud de funciones que deben derivarse, dentro de un marco de estricta le-
galidad, al órgano encargado —sea cual sea, así el Juez instructor en nuestro
proceso penal vigente o el Fiscal en nuestro proceso penal proyectado por
la, todavía, embrionaria reforma de la LECrim—, con toda responsabilidad,
de la investigación penal; y tercero, a la relativamente amplia libertad en-
La fase de instrucción 225
juiciadora del Juez instructor, durante esta fase iniciática del proceso penal,
dónde no se ve constreñido, mediatizado ni mínimamente condicionado,
en su investigación, por las actuaciones de las partes comprometidas en ese
proceso, sean públicas —MF y Policía Judicial—, sean particulares.
La primera de las proyecciones de la oficialidad —la atribución a un
órgano público del Estado de la gestión, de principio a fin, del proceso
penal— responde al evidenciable interés social en la persecución estatal del
conflicto penal —el ius puniendi, recuérdese, corresponde, en exclusiva, al
Estado—, habida cuenta de la naturaleza pública del bien jurídico protegi-
do en este tipo de controversias.
La segunda de las proyecciones de la oficialidad —la atribución legal
de amplias funciones de investigación al órgano público encargado de la
investigación— responde a la necesidad, referida en el anterior epígrafe, de
levantar la privacidad, oscuridad y libertad con que el delito eclosionó, en
nuestra sociedad, para descubrir, en toda su desnudez y con toda su cru-
deza, tanto el objeto —hecho delictivo— como el sujeto —presunto delin-
cuente—, en el momento inmediatamente anterior, al cierre de esta fase, pa-
ra dar paso, ya a cargo de otro Juez o Tribunal, a su neutral enjuiciamiento.
La tercera de las proyecciones de la oficialidad —relativa a la libertad
enjuiciadora del Juez de instrucción— se refiere, en puridad, a la amplia
capacidad de dirección de este Juez a la hora de liderar, ordenar y modu-
lar —ampliar o restringir— los designios de la investigación, al compás,
tanto de las circunstancias objetivas —hechos delictivos—, como subjeti-
vas —presunto/s autor/es— que vayan surgiendo durante su desarrollo,
conforme a su exclusivo juicio; y no, desde luego, a los pedimentos de las
distintas partes, implicadas en ese concreto proceso, respecto de los que
no se encuentra, en este relevante momento, ni remotamente vinculado. Y
este predominio o, si se prefiere, privilegio del Juez de instrucción, frente
a las restantes partes comprometidas en la fase de instrucción del proceso
penal, tanto públicas —MF y Policía Judicial—, como particulares —acu-
sador popular, particular o privado— responde a la necesaria ventaja que,
necesariamente, se ha de atribuir, a los órganos de enjuiciamiento, en tan
crucial momento, para descubrir —destapar— las actuaciones delictivas
presuntamente cometidas, con burla, extorsión y aniquilación de los de-
rechos más elementales de las personas. Sin esta posición de priorización,
ventaja o preeminencia del Juez de instrucción —que le permite liderar,
sin grandes restricciones, la instrucción con amplias facultades estraté-
gicas de dirección, coordinación y decisión— y que posibilite, de algún
modo, el reequilibrio y/o restablecimiento de las relaciones sociales des-
estabilizadas —por quién/es atentaron contra la convivencia pacífica y la
226 Sonia Calaza López
3. Celeridad
La fase de instrucción tiene por finalidad esencial, incluso, prácticamente
exclusiva, ya lo hemos advertido, la «preparación del juicio oral», con ma-
nifiesta invasión de no pocos derechos fundamentales de los investigados,
razón por la que debiera caracterizarse por su máxima economía, brevedad
o, si se prefiere, sumariedad, por contraste al plenario, dónde se practica
la prueba, con plenitud de garantías, en un horizonte procesal ya asentado
en los gloriosos principios de inmediación, contradicción, concentración y
publicidad. La realidad empírica nos muestra, sin embargo, que esta fase
procesal —de la instrucción— suele ser más dilatada en el tiempo que la
del enjuiciamiento, momento nuclear del proceso por ser precisamente, en
su marco cronológico, dónde se practica la prueba de cargo que permitirá,
al término, desvirtuar la presunción de inocencia mediante una sentencia
condenatoria; o restablecer la libertad —y, no sin dificultad, el honor—
amenazados, con otra absolutoria. De ahí que el Legislador haya estableci-
do una serie de plazos, de los que nos hemos ocupado en el presente tema,
transcurridos los cuales el Juez habrá de dar cuenta motivada, mediante
auto, de la imperiosa necesidad de la prórroga, y bajo la persistente premisa
de concluir dicha instrucción, con toda responsabilidad, en el período más
breve posible.
4. Secreto
La fase de instrucción del proceso penal se asienta sobre el principio
general de la reserva —o, más claramente— del secreto de la investigación.
Así lo establece el art. 301 de la LECrim: «Las diligencias del sumario serán
reservadas y no tendrán carácter público hasta que se abra el juicio oral,
con las excepciones determinadas en la presente Ley. El Abogado o procu-
rador de cualquiera de las partes que revelare indebidamente el contenido
del sumario, será corregido con multa de 500 a 10.000 euros. En la misma
multa incurrirá cualquier otra persona que no siendo funcionario público
cometa la misma falta. El funcionario público, en el caso de los párrafos
anteriores, incurrirá en la responsabilidad que el Código Penal señale en su
lugar respectivo».
Pero esta reserva general lo es, como se acaba de observar, respecto de la
sociedad en su conjunto, pero no de las partes procesales, quiénes, con las
excepciones que se verán, tienen derecho a conocer cuáles son las actuacio-
nes que se están desarrollando en la investigación: Las partes personadas
podrán tomar conocimiento de las actuaciones e intervenir en todas las
228 Sonia Calaza López
5. Escritura
El principio de la oralidad cede, en esta primera fase procesal de la ins-
trucción penal, en favor del principio de la escritura, muy a pesar del man-
dato constitucional del art. 120 CE, dónde se establece que «el procedi-
miento será predominantemente oral, sobre todo en materia criminal».
Y ello es lógico por dos tipos de razones: tanto los escritos iniciáticos del
proceso —principalmente, como se sabe, la denuncia y la querella—, como
los conclusivos de la instrucción —autos de imputación— ganan en perma-
nencia, fijeza y al término, seguridad jurídica cuando quedan perfectamente
asegurado, permanente e invariable en el papel y no «en la fugacidad de las
La fase de instrucción 229
VI. CLASES
La instrucción es idéntica —en su concepto, contenido, funciones y efec-
tos— para todos los procesos penales, pero puede ser objeto de una me-
tódica clasificación en función de dos criterios: objetivo, uno: según cual
sea el procedimiento adecuado en función del concreto objeto litigioso; y
subjetivo, el otro: según quién sea el órgano de persecución penal —Juez,
MF o Policía Judicial— que desarrolle la investigación en cada momento.
La primera clasificación de la fase instructora del proceso penal, efec-
tuada en función de cuál sea el procedimiento adecuado, por razón de su
objeto, responde a las siguientes disquisiciones:
las que llevan asociada, por el CP, esta vez, una pena privativa de libertad
que no exceda de 9 años.
a unos mismos hechos, por las fatales interferencias que podrían producirse
entre unas y otras, resultando razonable que goce de preferencia en dicho
empeño investigatorio el órgano público del Estado que tiene, actualmente,
encomendada la fase de investigación: el Juez de instrucción. La LECrim in-
cide en esta relevante premisa de la subordinación del MF a la investigación
judicial en su art. 773.2.III: «Cesará el Fiscal en sus diligencias tan pronto
como tenga conocimiento de la existencia de un procedimiento judicial so-
bre los mismos hechos».
V. EL CAREO
El denominado «careo» —cara a cara— es un acto de investigación,
decretado por el Juez de instrucción, cuando la versión ofrecida por los
distintos investigados, entre sí; por los distintos testigos, también entre sí;
o, finalmente, por los investigados y testigos, de nuevo entre sí, arroje dis-
cordancias, incoherencias o contradicciones, respecto del hecho delictivo
y su presunto autor, dignas de esclarecimiento. Con la razonable finalidad
de garantizar el orden, la corrección y la contención, en la sala; así como
de acrecentar las probabilidades de alcanzar la verdad —equiparable a la
única realidad— de los hechos, la LECrim establece, en su art. 451, que
esta diligencia deba tener lugar, por regla general, entre dos —y no más, se
entiende— personas a la vez.
Este acto de investigación, a pesar de su aparente virtualidad, se ha con-
cebido como un acto absolutamente excepcional; y ello probablemente por
la agresividad que puede despertar entre los intervinientes. La LECrim es-
tablece, en este sentido, en su art. 455.1 que «no se practicarán careos sino
cuando no fuere conocido otro modo de comprobar la existencia del delito
o la culpabilidad de alguno de los procesados». No se practicarán careos,
en todo caso, con testigos que sean menores de edad salvo que el Juez lo
considere imprescindible y no lesivo para el interés de dichos testigos, pre-
vio informe pericial.
El careo se verificará, con inmediación, ante el Juez competente. El LAJ
hará constar a los procesados o testigos entre quienes tenga lugar el acto, así
como las declaraciones que hubiesen prestado. Asimismo, este mismo pro-
fesional —el LAJ, se entiende— recordará a los testigos su juramento y las
penas de falso testimonio, antes de formular las preguntas, respecto de las
versiones disonantes, para verificar si se ratifican en ellas o, por el contrario,
presentan alguna variación.
El Juez no permitirá, como es lógico, que los careados se insulten o ame-
nacen. Inmediatamente después de conocer las renovadas versiones —ra-
tificadas o moduladas— de los careados, el Juez manifestará las concre-
tas contradicciones que resulten de dichas declaraciones, e invitará a los
careados para que se pongan de acuerdo entre sí. El LAJ dará fe de todo
lo que ocurriere en el acto del careo y de las preguntas, contestaciones y
252 Sonia Calaza López
pericial, y ello aun cuando este último estuviere preso, en cuyo caso el Juez
adoptará las precauciones oportunas.
Antes de comenzar el procedimiento pericial, todos los peritos, así los
nombrados por el Juez como los que lo hubieren sido por las partes, presta-
rán juramento de proceder con fidelidad en sus operaciones y de no propo-
nerse otro fin más que el de descubrir y declarar la verdad.
El informe pericial comprenderá, si fuere posible, los extremos conteni-
dos en el art. 478 LECrim:
Primero: La descripción de la persona o la cosa que sea objeto del pe-
ritaje en el estado o del modo en que se encuentre. El LAJ extenderá esta
descripción, dictándola los peritos y suscribiéndola todos los concurrentes.
Segundo: La relación detallada de todas las operaciones practicadas por
los peritos y de su resultado, también extendida y autorizada por el LAJ,
conforme a las anteriores formalidades.
Tercero: Las conclusiones que en vista de tales datos formulen los peritos
conforme a los principios y reglas de su ciencia o arte.
Si los peritos estuviesen discordes y su número fuere par, el Juez nombra-
rá un tercer perito y con la intervención del nuevamente nombrado, se re-
petirán, si fuere posible, las operaciones que hubiesen practicado aquéllos,
y se ejecutarán las demás que parecieren oportunas. Si no fuere posible la
repetición de las operaciones ni la práctica de otras nuevas, la intervención
del perito últimamente nombrado se limitará a deliberar con los demás, con
vista de las diligencias de reconocimiento practicadas, y a formular luego
con quien estuviere conforme, o separadamente si no lo estuviese con nin-
guno, sus conclusiones motivadas (art. 484 LECrim).
Finalmente, los peritos comparecerán, ante el Juez, para exponer sus
conclusiones. En este momento, el Juez podrá, por su propia iniciativa o
por reclamación de las partes presentes o de sus defensores, hacer a los
peritos, respecto de estas conclusiones, las preguntas que estime pertinentes
y pedirles las aclaraciones necesarias. Las contestaciones de los peritos se
considerarán como parte de su informe.
IX. LA VIDEOVIGILANCIA
La videovigilancia constituye un acto de investigación policial, regulado
en la Ley Orgánica 4/1997, de 4 de agosto, por la que se regula la utiliza-
ción de videocámaras por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad en lugares
públicos (LOV), de gran fiabilidad, merced al cual se puede visionar, al mis-
mo inicio de la investigación, la imagen y el sonido de la propia actuación
delictiva.
La LECrim reconoce, expresamente, en su art. 588 quinquies, este acto
de investigación policial, al advertir que «la Policía Judicial podrá obtener
y grabar por cualquier medio técnico imágenes de la persona investigada
cuando se encuentre en un lugar o espacio público, si ello fuera necesario
para facilitar su identificación, para localizar los instrumentos o efectos del
delito u obtener datos relevantes para el esclarecimiento de los hechos».
258 Sonia Calaza López
delictivo se ejecuta y queda grabado una sola vez—, deba atribuírsele el va-
lor de prueba preconstituida, susceptible de ser reproducida —mediante un
nuevo visionado— con la debida inmediación, contradicción y publicidad
en el juicio oral.
X. EL CONFIDENTE, EL ARREPENTIDO
Y EL AGENTE ENCUBIERTO
Los métodos clásicos de investigación se han revelado como insuficientes
a la hora de afrontar las, cada vez, más novedosas, sofisticadas y cambiantes
formas de delincuencia nacional y transnacional, tanto en sede física como
electrónica, de la criminalidad organizada. De ahí que deban ensayarse, al
frenético compás de esta compleja e innovadora conflictividad penal, nue-
vas fórmulas de investigación que resulten, al menos, tan eficaces, transfor-
madoras, rompedoras e impactantes, como la criminalidad que traten de
destapar. En este momento, nos referiremos a tres figuras concretas, que se
encuentran en plena fase de consolidación, con desigual grado de acepta-
ción doctrinal, legal y jurisprudencial.
La primera, el confidente se refiere a una persona —generalmente delin-
cuente, bien lo sea en su consideración individual o perteneciente a alguna
organización criminal— que ilustra, a la Policía, acerca de unos hechos de-
lictivos, respecto de los que no tuvo la menor participación, con la eviden-
ciable finalidad de obtener alguna ventaja o recompensa en su propia acti-
vidad criminal. La dificultad de asumir, en nuestro garantista proceso penal,
esta censurable participación del confidente impide que pueda otorgársele
carta de naturaleza, razón por la que sus «chivatazos» pueden servir para
iniciar una investigación criminal —o, incluso, para afianzar una estrategia
policial—, pero nunca para fundar un acto de investigación, ni muchísimo
menos otro de prueba.
La segunda, el arrepentido se refiere a una persona —también delincuen-
te, que integra, esta vez, una organización o asociación relacionada con el
tráfico de drogas (art. 376 CP); o bien otra organización, grupo o elemento
terrorista (art. 579 bis 3 CP)— que se arrepiente de esta activa participación
en las señaladas organizaciones y ofrece información, una vez abandonada
la actividad delictiva, a cambio de una reducción de la condena. El Tribunal
será quién decida, en tales casos de tráfico de drogas y de bandas terroristas
—y nunca en otros— cuando debe reducir la condena —y cuando no— así
como en qué exacta graduación, a este delincuente arrepentido.
260 Sonia Calaza López
gado; como, incluso, terceras personas relacionadas con el mismo y/o con
el objeto litigioso.
En esta Lección abordaremos el estudio de los actos de investigación
lesivos de estos relevantes derechos fundamentales en el ámbito físico de las
personas: las inspecciones e intervenciones corporales, primero; y la entrada
y registro, después.
1. Inspección corporal
La inspección corporal es un acto de investigación consistente en una
exploración superficial externa del cuerpo e indumentaria —ropa, cartera,
atavíos, etc.— de una persona, efectuada ante la sospecha de una posible
comisión delictiva.
Dentro del amplio concepto de «inspección corporal», cabe incluir, tal y
como se acaba de indicar, tanto las propias exploraciones corporales exter-
nas, como el registro de los objetos que sirvan de atuendo o acompañen a
la persona inspeccionada.
La nota diferenciadora por excelencia entre la inspección y la interven-
ción, corporales ambas, reside en la naturaleza de los derechos fundamen-
tales sacrificados en cada caso, así como en el distinto grado de invasión
ocasionado en la persona investigada, al extremo de provocar, en el primer
caso —la inspección corporal— una inmisión en su derecho a la intimidad
(art. 18. 1 CE), que no precisa autorización judicial previa; y, en el segundo
—la intervención corporal— una invasión, tanto de este derecho a la intimi-
Los actos de investigación (II) 267
dad (art. 18.1 CE), como del derecho a la integridad física y moral (art. 15
CE), que sí precisa, salvo acreditada urgencia, autorización judicial previa.
La inspección corporal es, en atención al segundo parámetro de dife-
renciación —el distinto grado de invasión—, siempre más liviana que la
intervención, por cuánto su materialización consiste, básicamente, en una
mera exploración superficial del cuerpo o de las pertenencias de la persona
investigada mediante el tocamiento externo y, en su caso, registro de los
objetos encontrados —el coloquialmente denominado «cacheo»— o en una
observación y examen del aire expirado —conocido como «control de alco-
holemia y/o sustancias estupefacientes»—; mecanismos, todos ellos, cuando
no fueren consentidos, claramente invasivos del honor, intimidad e imagen
de las personas, pero que no causan el menor padecimiento físico a quiénes,
de forma justificada, deban someterse a ellos. Veamos cada una de ellas:
2. Intervención corporal
La intervención corporal es un acto de investigación consistente en una
exploración interna del cuerpo de una persona, efectuada ante la sospecha
de una posible comisión delictiva. La materialización de este acto de inves-
tigación comporta, como se ha anticipado, una invasión en dos tipos de de-
rechos fundamentales: de un lado, en la intimidad (art. 18.1 CE) y, de otro,
en la integridad física y moral (art. 15 CE). La radical invasión en estos re-
levantes derechos fundamentales de la persona conlleva que las medidas de
intervención corporal, a diferencia de las de inspección corporal, precisen
una autorización judicial previa y expresa.
La LECrim establece, en el art. 363 II, que «siempre que concurran acre-
ditadas razones que lo justifiquen, el Juez de Instrucción podrá acordar, en
resolución motivada, la obtención de muestras biológicas del sospechoso
que resulten indispensables para la determinación de su perfil de ADN. A
tal fin, podrá decidir la práctica de aquellos actos de inspección, reconoci-
272 Sonia Calaza López
C) Sujetos
La materialización de la «entrada y registro» en cualquier edificio o lugar
cerrado o parte de él, que constituya domicilio de cualquier español o extran-
jero residente en España, se encomienda a la policía, que estará autorizada,
incluso, para el empleo del auxilio de la fuerza cuando fuere necesario, por
así precisarlo el art. 568 de la LECrim. Asimismo, el registro se practicará
siempre, por expresa prescripción del art. 569 de la LECrim, en presencia
del LAJ del Juzgado o Tribunal que lo hubiera autorizado, o del Letrado del
servicio de guardia que le sustituya, quien levantará acta —que será firmada
por todos los asistentes— comprensiva del resultado, de la diligencia y de sus
incidencias.
284 Sonia Calaza López
D) Procedimiento
La competencia para conocer de la «entrada y registro» del domicilio
de la persona sospechosa o investigada en un proceso penal corresponde,
como es lógico, al mismo Juez o Tribunal que conoce de la causa (art. 546
LECrim), quién habrá de afrontar su autorización conforme a los principios
de legalidad —será nula de pleno derecho toda entrada y registro celebrada
al margen de la legislación vigente— y proporcionalidad —o inexistencia
de alternativa menos gravosa e igualmente eficaz para el descubrimiento de
los hechos y autoría del presunto infractor—, así como con una detallada
y pormenorizada motivación de las razones que impulsan a adoptar esta
gravosa medida, para cada concreta investigación, en un tiempo y espacio
determinados.
La entrada y registro en domicilio, previamente autorizada, en el opor-
tuno auto judicial, tras un procedimiento —que hemos calificado de ágil,
acelerado y sencillo— habrá de ser notificada al titular del domicilio, sus-
ceptible de ser inspeccionado. Esta notificación deberá efectuarse, según el
art. 550 de la LECrim, de manera inmediata, o lo más tarde dentro de las
veinticuatro horas de haberse dictado, a la persona directamente afectada
por el acto de investigación. Ahora bien, no siempre este «interesado» reci-
be, como sería lo deseable, la comunicación relativa a la autorización judi-
Los actos de investigación (II) 285
existen casos de urgencia en los que dicha autorización podrá ser suplan-
tada, bajo determinadas condiciones que de inmediato se verán, por una
orden, en este sentido, del Ministerio del Interior o, en su defecto, el Secreta-
rio de Estado de Seguridad; y existen otros casos que, por el escaso nivel de
agresividad operado en la intimidad de tales comunicaciones, no precisan,
sin embargo, autorización de ningún tipo.
Respecto del primero de los supuestos descritos, de posible sustitución
de la autorización judicial por otra gubernativa, cabe establecer, con el art.
579.3 LECrim, lo siguiente: «En caso de urgencia, cuando las investigacio-
nes se realicen para la averiguación de delitos relacionados con la actuación
de bandas armadas o elementos terroristas y existan razones fundadas que
hagan imprescindible la medida prevista, podrá ordenarla el Ministro del
Interior o, en su defecto, el Secretario de Estado de Seguridad. Esta medida
se comunicará inmediatamente al Juez competente y, en todo caso, dentro
del plazo máximo de veinticuatro horas, haciendo constar las razones que
justificaron la adopción de la medida, la actuación realizada, la forma en
que se ha efectuado y su resultado. El Juez competente, también de forma
motivada, revocará o confirmará tal actuación en un plazo máximo de se-
tenta y dos horas desde que fue ordenada la medida».
Sin embargo, tal y como también hemos anticipado, no se requerirá au-
torización judicial, por su liviana invasión en el derecho a la intimidad, en
los casos señalados en el art. 579.4 LECrim:
1) Envíos postales que, por sus propias características externas, no sean
usualmente utilizados para contener correspondencia individual sino
para servir al transporte y tráfico de mercancías o en cuyo exterior se
haga constar su contenido.
2) Aquellas otras formas de envío de la correspondencia bajo el formato
legal de comunicación abierta, en las que resulte obligatoria una de-
claración externa de contenido o que incorporen la indicación expre-
sa de que se autoriza su inspección.
3) Cuando la inspección se lleve a cabo de acuerdo con la normativa
aduanera o proceda con arreglo a las normas postales que regulan
una determinada clase de envío.
La validez del acto de investigación consistente en la detención y aper-
tura de correspondencia escrita y telegráfica se hará depender, al efecto su
transmutación en otro de prueba preconstituida que permita, una vez in-
corporado al juicio, desvirtuar la presunción de inocencia, de que se haya
adoptado y ejecutado conforme a un escrupuloso respeto a los protocolos
de actuación judicial típicos de todo acto de investigación.
292 Sonia Calaza López
lógica —al igual, por cierto, que las de alcance físico, cuando comprometan
los derechos más elementales de las personas— ha de estar sustentada en
la Ley: sin una Ley, en este caso la LECrim, previa, escrita, cierta, vigente y
pública que regule, expresamente, cada una de estas medidas; lógicamente,
no podrían ser adoptadas.
Segundo: principio de especialidad. El principio de especialidad exige
que la medida concretamente seleccionada por el Juez, de oficio o a instan-
cia de los restantes órganos públicos del Estado (MF y Policía Judicial) esté
estrechamente relacionada con la investigación de un delito concreto. No
podrán autorizarse medidas de investigación tecnológica que tengan por
objeto prevenir o descubrir delitos o despejar sospechas sin base objetiva.
Ello supondría la conversión de un razonable Estado protector, como el
nuestro, en otro bien distinto, acaso un Estado espía, irrespetuoso con los
derechos fundamentales de los ciudadanos: tan sólo, pues, en el marco de
una investigación en curso, en el que —como árbol vivo— todos los acto-
res del proceso se encuentren en movimiento —esto es, una vez activada la
investigación— podrán adoptarse tales medidas tecnológicas; y no desde
luego, a modo de prevención, de cautela apriorística o de vigilancia abstrac-
ta de los males —futuribles, indescifrable y desconocidos— que puedan,
potencialmente, amenazar a la sociedad.
Tercero: principio de idoneidad. El principio de idoneidad servirá para
definir el ámbito objetivo y subjetivo y la duración de la medida en virtud
de su utilidad. A todos estos extremos, de cada una de las medidas de in-
vestigación tecnológica legalmente establecidas, dedicaremos un epígrafe
específico de esta Lección. El Legislador se ha auto-atribuido la elevada fun-
ción de designar, además de cuáles sean los concretos delitos —ámbito ob-
jetivo— que serán susceptibles de una investigación tecnológica secreta —y,
por tanto, de espaldas al investigado—; la de determinar quiénes podrán ser
investigados —ámbito subjetivo—; así como durante cuánto tiempo —ám-
bito temporal—; en lugar de dejar estas dos últimas funciones —quiénes y
durante cuánto tiempo— a la —siempre prudente y responsable— labor del
Juzgador. Las veremos, de forma individualizada, al abordar cada una de
las medidas de investigación tecnológica.
Cuarto y Quinto: principios de excepcionalidad y de necesidad. En apli-
cación de estos principios de excepcionalidad y necesidad, según dispone
expresamente el art. 588 bis a 4 LECrim, solo podrá acordarse la medida: 1)
cuando no estén a disposición de la investigación, en atención a sus carac-
terísticas, otras medidas menos gravosas para los derechos fundamentales
del investigado o encausado e igualmente útiles para el esclarecimiento del
hecho; o 2) cuando el descubrimiento o la comprobación del hecho investi-
300 Sonia Calaza López
vas a las mismas se sustanciarán en una pieza separada y secreta, sin necesi-
dad de que se acuerde expresamente el secreto de la causa.
Cuando alguno de los órganos públicos del Estado —el MF o la Policía
Judicial— soliciten del Juez de instrucción la adopción de una medida de
investigación tecnológica, la petición habrá de contener los requisitos exigi-
dos por el art. 588 bis b LECrim:
1º La descripción del hecho objeto de investigación y la identidad del
investigado o de cualquier otro afectado por la medida, siempre que
tales datos resulten conocidos.
2º La exposición detallada de las razones que justifiquen la necesidad de
la medida de acuerdo a los principios rectores establecidos al respecto
de su correcta adopción, así como los indicios de criminalidad que se
hayan puesto de manifiesto durante la investigación previa a la solici-
tud de autorización del acto de injerencia.
3º Los datos de identificación del investigado o encausado y, en su caso,
de los medios de comunicación empleados que permitan la ejecución
de la medida.
4º La extensión de la medida con especificación de su contenido.
5º La unidad investigadora de la Policía Judicial que se hará cargo de la
intervención.
6º La forma de ejecución de la medida.
7º La duración de la medida que se solicita.
8º El sujeto obligado que llevará a cabo la medida, en caso de conocerse.
El Juez de instrucción autorizará o denegará la medida solicitada me-
diante auto motivado, oído el MF. Esta resolución se dictará en el plazo
máximo de veinticuatro horas desde que se presente la solicitud, salvo que
el Juez precise, con interrupción de este plazo, una ampliación, para la acla-
ración de los términos de la solicitud.
La resolución judicial que autorice la medida concretará, en todo caso,
al menos los extremos exigidos por el art. 588 bis c LECrim, que son los
siguientes:
1) El hecho punible objeto de investigación y su calificación jurídica, con
expresión de los indicios racionales en los que funde la medida.
2) La identidad de los investigados y de cualquier otro afectado por la
medida, de ser conocido.
Los actos de investigación (III) 303
del plazo máximo de veinticuatro horas, haciendo constar las razones que
justificaron la adopción de la medida, la actuación realizada, la forma en
que se ha efectuado y su resultado. El Juez competente, también de forma
motivada, revocará o confirmará tal actuación en un plazo máximo de se-
tenta y dos horas desde que fue ordenada la medida».
Con esta única excepción, la medida de investigación objeto de estudio
—interceptación de las comunicaciones telefónicas y telemáticas— habrá de
ser, siempre y en todo caso, como decíamos, acordada por el Juez, de oficio
o a instancia de los demás órganos públicos de persecución penal —MF y
Policía Judicial—. A los efectos de determinar la extensión de la medida, la
solicitud de autorización judicial —que se realizará, en todo caso, conforme
a las pautas generales, establecidas para todos los medios de investigación
tecnológica, que hemos estudiado en el epígrafe precedente a éste— podrá
integrar alguno de los extremos establecidos en el art. 588 ter d 2 LECrim:
Primero: El registro y la grabación del contenido de la comunicación,
con indicación de la forma o tipo de comunicaciones a las que afecta.
Segundo: El conocimiento de su origen o destino, en el momento en el
que la comunicación se realiza.
Tercero: La localización geográfica del origen o destino de la comunica-
ción.
Cuarto: El conocimiento de otros datos de tráfico asociados o no asocia-
dos pero de valor añadido a la comunicación.
La LECrim impone un imprescindible deber de colaboración, a todos
los prestadores de servicios de telecomunicaciones, de acceso a una red de
telecomunicaciones o de servicios de la sociedad de la información, así co-
mo a toda persona que de cualquier modo contribuya a facilitar las co-
municaciones a través del teléfono o de cualquier otro medio o sistema de
comunicación telemática, lógica o virtual. Todas estas personas están obli-
gadas, según el art. art. 588 ter e de la LECrim, a prestar al Juez, al MF y a
los agentes de la Policía Judicial designados para la práctica de la medida,
la asistencia y colaboración precisas para facilitar el cumplimiento de los
autos de intervención de las telecomunicaciones. Las personas requeridas
para prestar colaboración también tendrán la obligación de guardar secreto
acerca de las actividades requeridas por las autoridades, pudiendo incurrir,
de incumplir alguno de los anteriores deberes, nada menos que en delito de
desobediencia.
La duración máxima inicial de la intervención, que se computará desde
la fecha de autorización judicial, será de tres meses, prorrogables por perío-
Los actos de investigación (III) 307
V. LA UTILIZACIÓN DE DISPOSITIVOS
TÉCNICOS DE CAPTACIÓN DE LA IMAGEN, DE
SEGUIMIENTO Y DE LOCALIZACIÓN
A pesar de la regulación conjunta, en el Capítulo VII del Título VIII del
Libro II de la LECrim, de estas dos medidas de investigación tecnológica
—que guardan, bien es cierto, algunos paralelismos— conviene afrontar su
estudio —y comprensión— por separado, pues sus presupuestos de validez
son tan diametralmente opuestos como que la primera —captación de la
imagen— no precisa autorización judicial y la segunda —seguimiento y lo-
calización— sí precisa dicha autorización judicial. Veamos, pues, cada una
de ellas.
La primera de estas medidas de investigación tecnológica —la utilización
de dispositivos técnicos de captación de la imagen— consiste en la obtención
y grabación, efectuada por la Policía Judicial, a través de cualquier medio
técnico —generalmente, los sistemas de geolocalización de posicionamiento
global (GPS)—, de la propia persona investigada cuando se encuentre en
un lugar o espacio público, si ello fuera necesario para facilitar su identifi-
cación, para localizar los instrumentos o efectos del delito u obtener datos
relevantes para el esclarecimiento de los hechos.
Los actos de investigación (III) 311
Esta medida podrá ser llevada a cabo —por así autorizarlo la LECrim,
en su art. 588 quinquies a— aun cuando afecte a personas diferentes del
investigado, siempre que de otro modo se reduzca de forma relevante la
utilidad de la vigilancia o existan indicios fundados de la relación de dichas
personas con el investigado y los hechos objeto de la investigación.
La escasa lesividad de esta medida, que se practica siempre en un lugar
o espacio público, y por tanto, no parece invadir, en principio, la privacidad
de las personas, que se ven expuestas —fuera del entorno protector del pro-
pio domicilio o de los lugares cerrados— a estos posibles avatares, conlleva
que la LECrim no imponga —muy a pesar de que la imagen, como dere-
cho fundamental, se encuentra ciertamente afectada— la exigencia de una
autorización judicial, pudiendo la Policía Judicial, como suele decirse en el
lenguaje forense, «actuar de propia autoridad», esto es, por sí misma y sin
necesidad, como decimos, de autorización judicial previa y expresa, siempre
que, eso sí, se practique respecto de una persona determinada frente a la que
exista una investigación en curso.
Conviene, en este momento, dejar sentado que la privacidad de las per-
sonas no se desarrolla, exclusivamente, en su ámbito físico más íntimo y
privado —el domicilio—; sino también —es obvio— en los lugares públi-
cos: en un avanzado Estado de Derecho, como el muestro, muy alejado de
cualquier asunción —por los poderes públicos del Estado— de funciones
de espionaje institucional, resulta claro que todos los ciudadanos podemos
desarrollar nuestra intimidad personal, libre desarrollo de la personalidad y
secreto de las comunicaciones, tanto en la vía pública como en el domicilio
privado, sin el menor temor a ser inspeccionados, de forma injustificada
y arbitraria, por los órganos públicos del Estado. Ahora bien, el nivel de
protección que cabe esperar, una vez inmersos en el proceso judicial —y
ante el superior interés de perseguir y reprender los más deleznables delitos
públicos que golpean la convivencia pacífica y la seguridad ciudadana— no
puede ser idéntico en un ámbito privado —dónde se desarrollan, con total
falta de inhibición, las actividades relacionadas con los sentimientos más
íntimos de las personas— y en otro público —dónde han de mantenerse,
inevitablemente, ciertas formalidades conciliadoras con los hábitos, usos
y costumbres sociales imprescindibles para la convivencia pacífica, armo-
niosa y cívica de todos los ciudadanos en sociedad—. De ahí que la mayor
fuerza invasiva en la esfera personal o íntima de las personas —desarro-
llada, generalmente, en el domicilio o lugar privado asimilable— deba, en
justicia, merecer una protección legal reforzada, frente a cotidianeidad de
las vivencias, de todo tipo —unas públicas; otras privadas— que transcurre
en los lugares públicos.
312 Sonia Calaza López
I. CONSIDERACIONES PREVIAS
La fase inicial del proceso penal, la denominada fase de instrucción o
investigación —recuérdese, el sumario del proceso ordinario y las diligen-
cias previas, del procedimiento abreviado— integra, en su ámbito objetivo,
tal y como se expuso en la Lección destinada al inicio del proceso penal,
tres tipos de actuaciones: primera, los actos de investigación, de los que nos
hemos ocupado en las tres Lecciones anteriores; en segundo lugar, los actos
de prueba anticipada y/o preconstituida, que estudiamos en esta Lección; y,
en tercer lugar, los actos de aseguramiento de las personas —medidas cau-
telares personales— y las cosas —medidas cautelares reales— comprome-
tidas en ese proceso, que serán objeto de detallado análisis en las próximas
Lecciones.
Los actos de investigación, recordemos, se distinguen de los actos de
prueba en tres elementos esenciales: primero, en el momento procesal opor-
tuno —entre tanto los actos de investigación se desarrollan durante la ins-
trucción, con la sola excepción de la prueba anticipada y/o preconstituida;
los de prueba se celebran en la fase de enjuiciamiento—; segundo, en el
objeto y sujetos —que, en los actos de investigación serán susceptibles de
un conocimiento pleno, por cuánto la incipiente fase en que se practican se
destina, precisamente, al esclarecimiento de los hechos y a la conexión de
320 Sonia Calaza López
estos hechos con su presunto autor; mientras que en los actos de prueba
serán objeto, sin embargo, de un conocimiento limitado a las específicas
actuaciones, y frente a los sujetos que fueron objeto de previa imputación y
acusación—; y al fin, tercero, en la finalidad —de los actos de investigación,
destinados, en esencia, a preparar el enjuiciamiento; frente a la de los actos
de prueba, orientados, en verdad, a fundar la sentencia, de condena o abso-
lución, del proceso penal—.
En consecuencia, durante la fase de instrucción o, si se prefiere, de inves-
tigación, no cabe la práctica de la prueba, que queda reservada para la fase
del enjuiciamiento, dónde, en buena lógica, debe celebrarse con la debida
inmediación, contradicción, concentración y publicidad, ante el propio Juez
de esta fase final del proceso, que es el único autorizado para dictar la sen-
tencia.
Sin embargo, de esta regla general —la de que los actos de prueba tan só-
lo pueden practicarse en la fase de plenario, enjuiciamiento o juicio oral—
cabe exceptuar una relevante modalidad probatoria: la prueba anticipada
y/o preconstituida, que, como se verá de inmediato, ha de practicarse, con
las debidas garantías, durante la fase de investigación, ante la fundada pre-
visión de su pérdida —y consiguiente irrepetibilidad— si se espera al mo-
mento procesal idóneo para su celebración, que lo sería, como se ha dicho,
el juicio oral.
En esta Lección se estudiará, con todo detalle, esta prueba —anticipada
y/o preconstituida—: su concepto, su función y su procedimiento; pero con-
viene, antes de adentrarnos en su estudio, dejar analizadas algunas conside-
raciones previas respecto de su inserción en esta fase procesal y la incidencia
que tiene su práctica anticipada en la estructura del proceso penal.
Y es que la posible —y casi siempre, oportuna— celebración, durante la
fase más embrionaria del proceso penal, la de la investigación, de todos y
cada uno de los actos de investigación que resulten idóneos para el esclare-
cimiento de ese concreto objeto procesal penal, así como para la localiza-
ción e identificación de su presunto autor, algunos de los cuales, ante su irre-
petibilidad, se transmutarán, inexorablemente, en pruebas anticipadas y/o
preconstituidas, conlleva tres inevitables riesgos que los estudiantes deben
conocer: primero, la excesiva dilación de esta fase procedimental, cuyo dise-
ño, en realidad, está previsto para efectuar una somera investigación inicial
—y relativamente acelerada— que dé paso, inmediato, a la fase estelar del
proceso penal, el enjuiciamiento —auténtico corazón del proceso— dónde
debe celebrarse la prueba que logre desvirtuar la presunción de inocencia o
restablecer la libertad amenazada; segundo, la descompensación o desequi-
La prueba anticipada y preconstituida 321
librio de las fases del proceso penal, dónde el primer período, que aspiraba
a ser, además de breve, ligero —puesto que estaba, tan sólo, concebido para
«preparar el enjuiciamiento»— se ve agigantado por un extraordinario nú-
mero de actos de investigación, de actos de prueba anticipada y/o preconsti-
tuida y de actos de aseguramiento de personas y cosas —medidas cautelares
penales y civiles— que llegan a desplazar, a este incipiente período procesal,
la práctica totalidad de actuaciones nucleares del proceso penal, cuando la
fase crucial de este proceso debiera, sin embargo, serlo la del enjuiciamiento,
que es la que discurre ante el único Juez o Tribunal autorizado para llevar a
cabo la función —seguramente— más relevante de todas: la respuesta con-
denatoria o absolutoria; tercero, la posible influencia del resultado de la in-
vestigación —liderada por el Juez de instrucción— en la respuesta judicial,
finalmente otorgada —por el Juez o Tribunal enjuiciador—, al término del
juicio oral, pues ha de admitirse que el Juez de instrucción, asistido por el
Fiscal y la Policía Judicial, realizan —durante la fase de instrucción—, en no
pocos casos, una investigación tan completa, compleja, detallada y dilatada,
que su entrada a la fase del enjuiciamiento viene, de algún modo, sesgada,
condicionada o predeterminada, en un sentido condenatorio —puesto que
si no fuere así, muy probablemente aquella investigación se hubiere deteni-
do, con un auto de archivo provisional o definitivo—.
Estos tres riesgos —excesiva dilación de la investigación, fase instructora
extraordinariamente nutrida de actuaciones complejas (actos de investiga-
ción, de prueba anticipada y/o preconstituida y actos de aseguramiento), así
como probable influencia del resultado de la investigación en el sentido de
la sentencia— resultan, evidentemente, inherentes a nuestro vigente proceso
penal; y resulta conveniente conocerlos para que los profesionales compro-
metidos en su desarrollo puedan —conscientes de ello— neutralizarlos en
la medida de lo posible.
A estos tres riesgos, cabe adicionar, a modo de conclusión, que un buen
número de actos de investigación celebrados durante la fase de instrucción
se habrán transmutado en fuente de prueba que convendrá integrar, como
se verá, por la vía de la documental, en la fase de enjuiciamiento; pero otros
se habrán celebrado con la legítima finalidad de esclarecer los hechos y
averiguar su autoría, sin que se produzca dicha automática transmutación
de actos de investigación en actos de prueba, pues perfectamente podrán
celebrarse —y así se hará— en la fase de enjuiciamiento. Como quiera que
ningún Juez de instrucción, miembro del MF, ni Policía Judicial tiene el don
de la «adivinación» y, por tanto, no puede —en modo alguno— anticipar
el resultado de los actos de la investigación, antes de haberlos realizado,
resulta razonable entender que todos ellos resulten, a priori, imprescindi-
322 Sonia Calaza López
así como, en su defecto, de la lectura del acta dónde consta esta declara-
ción— sino que dependerá, caso por caso, de la modalidad investigadora
que, ulteriormente, será susceptible de transmutarse en fuente de prueba.
Así, las diligencias de investigación susceptibles de adquirir valor proba-
torio preconstituido habrán de celebrarse, para lograr su exitosa entrada al
juicio oral, en primer lugar, conforme a las exigencias legales establecidas
para el procedimiento en que deban enmarcarse cada una de ellas —de
las que nos hemos ocupado, con todo detalle, en las tres Lecciones ante-
riores—; y, en segundo, introducirse en el plenario, conforme a diversas
formas, de acuerdo a sus especiales características. La viabilidad de la intro-
ducción, en la fase de enjuiciamiento, de un acto de investigación, que aspi-
re a adquirir valor probatorio, se hará depender, pues, de dos condiciones
indispensables; de un lado, de la acreditación de su celebración —en la fase
de instrucción— conforme al procedimiento legalmente establecido, reves-
tido de las garantías dimanantes del derecho de defensa —contradicción,
comprensión, presencialidad y defensa letrada durante su ejecución en el
origen—, en presencia del órgano público del Estado comprometido: Juez
de instrucción, MF o Policía Judicial; y de otro, de su introducción al juicio
oral, con la debida inmediación, contradicción y publicidad.
ción tan solo gozarán del valor de prueba material preconstituida cuando se
hubieren celebrado con escrupulosa observancia de las garantías legalmente
establecidas.
Ahora bien, el puntual y cabal cumplimiento de estas garantías, confor-
me a los principios inspiradores de la práctica de la prueba —inmediación,
contradicción, concentración, publicidad— no siempre es posible, por muy
diversas razones, para la anticipada y/o preconstituida, en un tiempo tan
incipiente del proceso penal.
En este sentido, la prueba personal anticipada puede discurrir en un
tiempo tan remoto que ni tan siquiera se haya determinado, ni mucho me-
nos identificado, al presunto autor del hecho delictivo. Y la práctica de la
prueba, a pesar de esta relevante circunstancia, no puede esperar, pues el
declarante —víctima, testigo o perito— se encuentra un una situación lími-
te, de la que puede inferirse, con alta probabilidad, la pérdida de dicha tras-
cendente prueba, si no se celebra con inmediatez: a saber, se encuentra en
peligro de muerte, afectado por una enfermedad grave e irreversible que mi-
nora sus facultades intelectivas y de autogobierno, ha de trasladarse a vivir
a otro país. En tales casos, como es lógico, la prueba personal anticipada ha
de celebrarse, en todo caso, pues el Estado no puede permitirse, en su firme
política de persecución penal, la pérdida de un material tan relevante para
la causa, pero resulta evidente que la prueba personal anticipada celebrada
en ausencia del investigado —por razón, como se ha dicho, de que toda-
vía no se encuentra determinado, identificado, ni localizado— puede estar
orientada, no cabe duda, por los relevantes principios de la inmediación y
la concentración, pero no desde luego, de otros como la contradicción y la
publicidad. La prueba personal anticipada celebrada, ante el Juez de ins-
trucción, sin autor conocido —así ha de reconocerse— no está amparada en
los principios de contradicción —pues no existe el menor debate contradic-
torio en ausencia de investigado— ni de publicidad —por la misma razón:
la publicidad relativa de la instrucción, legalmente reconocida a las partes,
salvo secreto absoluto por causa justificada, queda sesgada cuando no hu-
biere investigado al que publicitar la inminente celebración esta prueba—.
Asimismo, un número nada desdeñable de actos materiales de investiga-
ción adquirirán, necesariamente, el valor de prueba preconstituida, a pesar
de haberse celebrado sin la referida inmediación judicial, bien sea por tra-
tarse de diligencias fijas a las que la Ley atribuye dicho valor —las grabacio-
nes dimanantes de la videovigilancia—, bien sea por erigirse, dichas diligen-
cias, en actuaciones típicamente policiales —el registro corporal externo o
«cacheo»—, bien porque imponderables razones de urgencia imposibilitan
que dicha actuación mantenga su eficacia originaria con el paso del tiempo,
La prueba anticipada y preconstituida 331
1. Principio de oralidad
El principio de oralidad goza de expreso reconocimiento constitucional
y comporta, conforme expresa, con toda luminosidad, el art. 120.2 de la
CE que «el procedimiento será predominantemente oral, especialmente en
materia criminal». En los mismos términos se expresa la LOPJ, cuando dis-
pone, en el apartado primero de su art. 229 que «las actuaciones judiciales
serán predominantemente orales, sobre todo en materia criminal, sin perjui-
cio de su documentación».
Este mandato constitucional habrá, pues, de proyectarse sobre todas y
cada una de las franjas cronológicas del proceso penal, dónde sea posible
realizar las actividades procedimentales con oralidad; y una de ellas lo es,
desde luego, la fase de enjuiciamiento, dónde se celebra la práctica de la
prueba, conforme a este elemental principio de la oralidad.
Por contraste a este período procedimental, existen determinados otros
en los que ha de imponerse su opuesto —el principio de la escritura—, pues
determinadas actuaciones procesales, tanto de las partes —así, los escritos
de iniciación (denuncia y/o querella) y de calificación—; como del propio
Juez —los autos de procesamiento o la misma sentencia— han de ser es-
critos, pues precisan una fijeza, permanencia y seguridad jurídica, que la
oralidad —por su fugacidad: ya se sabe, verba volant, scripta manent— no
garantiza.
Además de estos actos de las partes y del Juez, inspirados en el principio
de la escritura, por elementales razones de seguridad jurídica; existen otros
que también han de expresarse por escrito, por poderosas razones diversas:
así, porque deban, como sucede con la prueba personal anticipada —cuan-
do se custodia en un documento físico (un acta) o en un soporte electrónico
(una grabación) y la preconstituida (que se introducirá, generalmente, en el
enjuiciamiento por vía documental)—; o, incluso, por su propia naturaleza,
como es el caso de las pruebas documentales o periciales.
La prueba anticipada y preconstituida 333
Pero fuera de estos casos, que han de originarse y/o custodiarse, según
cada caso, de forma escrita, el resto del proceso penal ha de discurrir de for-
ma oral; incluso aquellas pruebas, de procedencia escrita —como la prueba
anticipada y/o preconstituida—; o de propia construcción originariamente
escrita —como el informe pericial—.
La prueba anticipada y/o preconstituida, como se sabe, ha de custodiar-
se en un documento —sea físico, sea electrónico— pero, en todo caso, no
puede quedar celebrada en forma exclusivamente oral, sin el menor sopor-
te material, que permita acreditar su adquisición, conservación, custodia y
«mismidad» —quiere esto decir, lo estudiaremos en la Lección destinada a
la prueba, que la celebrada en su origen y la presentada al Juez o Tribunal,
al que se encomienda su valoración, es exactamente la misma y no otra—.
Pues bien, una vez celebrada, en la instrucción, esta prueba personal antici-
pada y/o preconstituida, resulta claro que habrá de custodiarse en un sopor-
te material —físico o electrónico— que permita su correcta introducción,
conforme a aquellas garantías —todas ellas comprometidas con la referida
«mismidad»— en el juicio oral: pues bien, esta introducción en el plenario
será siempre verbal, por cuánto, incluso la de procedencia escrita, habrá
de ser leída, con oralidad, en dicha fase. Así lo indica la LECrim, en su art.
714 «cuando la declaración del testigo en el juicio oral no sea conforme en
lo sustancial con la prestada en el sumario, podrá pedirse la lectura de ésta
por cualquiera de las partes» y 730 «podrán también leerse o reproducirse
a instancia de cualquiera de las partes las diligencias practicadas en el suma-
rio, que, por causas independientes de la voluntad de aquéllas, no puedan
ser reproducidas en el juicio oral, y las declaraciones recibidas durante la
fase de investigación a las víctimas menores de edad y a las víctimas con
discapacidad necesitadas de especial protección».
El informe pericial es una prueba, como se sabe, de construcción escrita
en su origen, pues los peritos han de expresar sus conclusiones científicas,
artísticas o técnicas, respecto del material examinado, en un escrito, pero
ello no comporta que deba considerarse una prueba íntegramente escrita,
pues, una vez entregado este escrito, habrán de intervenir oralmente en el
acto del juicio para ilustrar, al tiempo de la exposición de aquellas conclu-
siones, tanto al Juez como a las partes, de aquellos extremos que no les
hubieren quedado perfectamente claros. La LECrim así lo indica en su art.
724 cuando advierte que «los peritos que no hayan sido recusados serán
examinados juntos cuando deban declarar sobre unos mismos hechos, y
contestarán a las preguntas y repreguntas que las partes les dirijan».
Los informes finales, como estudiaremos con mayor detalle en la Lección
destinada al juicio oral, son también verbales, al igual que la última palabra,
334 Sonia Calaza López
2. Principio de inmediación
El principio de inmediación supone que el único Juez autorizado para
dictar una sentencia con fundamento en la prueba practicada en un deter-
minado proceso es, precisamente, el Juez que ha presenciado, de manera
directa, activa e inmediata, esa prueba.
La labor judicial del enjuiciamiento ha de venir precedida, para dotarla
de una mayor probabilidad de acierto en la justicia de la respuesta material
que llegue a alcanzarse, de otra de examen proactivo, dinámico e innovador
de la prueba con base en cuyo resultado fundará la referida sentencia de
condena o absolución.
El Juez autorizado para dictar la sentencia en un proceso penal deter-
minado será, por tanto, el Juez que haya presenciado, de manera direc-
ta y sin intermediarios; de forma proactiva —con posibilidad de solicitar
explicaciones complementarias, aclaraciones y precisiones, cuando fuere
necesario—; así como con aptitud innovadora y actitud dinámica —con su-
gerencia de introducción, sobre la marcha, de nuevos datos reveladores de
una ampliación de la oportuna información o sugerencia de nuevas orien-
taciones que contribuyan a la imprescindible clarificación fáctica que ha de
preceder a todo juicio jurídico—.
El principio de inmediación, ampliamente asentado en nuestro proceso
penal, desde el albur de los tiempos, está siendo objeto, en el momento
presente, sin embargo, de una profunda transformación, por cuanto la im-
plementación de las TICs —como se sabe: tecnologías de información y
comunicación— en el ámbito judicial y la imprescindible digitalización de
la Justicia —sobre todo en tiempo de pandemia— está suponiendo el inevi-
table desplazamiento de la tradicional inmediación física en favor de otra
inmediación electrónica.
Así, la LECrim, en su art. 731 bis, indica que «el Tribunal, de oficio o a
instancia de parte, por razones de utilidad, seguridad o de orden público,
así como en aquellos supuestos en que la comparecencia de quien haya de
intervenir en cualquier tipo de procedimiento penal como investigado, testi-
go, perito, o en otra condición resulte gravosa o perjudicial, y, especialmente,
cuando se trate de un menor, podrá acordar que su actuación se realice a tra-
vés de videoconferencia u otro sistema similar que permita la comunicación
La prueba anticipada y preconstituida 335
3. Principio de contradicción
El principio de contradicción es —conviene expresarlo con esta contun-
dencia— es un principio estructural, medular o vertebrador de todo proceso
judicial, no sólo del orden penal, sino de cualquiera que sea el orden ju-
risdiccional comprometido —civil, naturalmente penal, contencioso-admi-
nistrativo, laboral y, por supuesto, militar—. El principio de contradicción
presupone que en todo proceso judicial debe haber dos partes en conflicto,
en controversia o, como así se le denomina, en contradicción: si las posicio-
nes fuesen pacíficas, armoniosas o consensuadas, entonces, directamente,
no habrá proceso —con las escasas excepciones del proceso civil dónde
deben reconocerse judicialmente derechos solicitados de mutuo acuerdo,
como los procesos consensuales de separación y/o divorcio; o los expedien-
tes de Jurisdicción voluntaria, dónde no hay la menor oposición, como, por
ejemplo, el de adopción—.
Ahora bien, la contradicción del proceso, dónde se dilucidan bienes, de-
rechos o intereses privados —como es el caso del civil— difiere, conside-
rablemente, de este otro proceso —el penal— dónde se examinan bienes,
derechos e intereses públicos, por cuánto el ius puniendi, como es sabido,
tan sólo corresponde al Estado, lo que se traduce en que no resulta preciso,
ni para la iniciación, ni para el mantenimiento hasta el término, del proceso
penal, que exista una acusación particular, popular o, en su caso, privada;
pues la acusación pública —el MF— se ocupará, por razón de su profesión,
de mantener activa esta contradicción con independencia de cual sea la vo-
luntad individual y propia de los demás potenciales acusadores.
336 Sonia Calaza López
4. Principio de concentración
El principio de concentración supone que todas las sesiones celebradas
en el proceso, con la oralidad, inmediación y concentración referidas —así
como con la publicidad que se analizará de inmediato— habrán de cele-
brarse, de ser posible, en unidad de acto; y de no ser posible dicha unidad de
acto, en un breve período de tiempo. Ello es debido, como puede compren-
derse, a que la unidad de tiempo y espacio dónde se celebran las pruebas
que permitirán, definitivamente, inculpar o exculpar, al acusado, favorece la
memoria, concentración, conexión, entendimiento y, al término, valoración,
de esas pruebas, al Juez del enjuiciamiento. Tanto es así que la LECrim llega
a establecer, en su art. 749 I y II, lo siguiente: «cuando haya de prolongarse
indefinidamente la suspensión del juicio, o por un tiempo demasiado largo,
se declarará sin efecto la parte del juicio celebrada. Lo mismo podrá acor-
dar el Tribunal si la preparación de los elementos de prueba o la sumaria
instrucción suplementaria exigiere algún tiempo».
Y es que no cabe duda alguna respecto a que el paso del tiempo provoca
un efecto muy pernicioso en el mantenimiento del recuerdo, imprescindible
para la valoración conjunta de toda la prueba afectante a un mismo proce-
so: en un buen número de ocasiones, como se verá en la Lección destinada
La prueba anticipada y preconstituida 337
5. Principio de publicidad
El principio de publicidad, expresamente reconocido en el art. 680 de la
LECrim, supone, en sus propios términos, que «los debates del juicio oral
serán públicos, bajo pena de nulidad».
Ahora bien, este principio —que se erige en un auténtico termómetro
democrático de nuestro moderno proceso penal— no es absoluto. Su fun-
damento, es evidente, ha de encontrarse en el control público de las más
relevantes actuaciones judiciales: las sesiones previas a las sentencias pena-
les. Pero esta afortunada aspiración, no puede llevarse, sin embargo, hasta
sus últimos extremos pues son muchos los derechos e intereses en juego;
no solo la posibilidad de que la sociedad pueda visibilizar, en directo y en
tiempo real, la celebración de todos y cada uno de los procesos penales; así
como, acaso, controlar el debido cumplimiento de las garantías que deben
presidir las cruciales sesiones públicas que integran dichos relevantes proce-
sos. Frente a este control social, se alzan no pocos derechos, de las víctimas
y de los victimarios, al honor, a la privacidad, a la intimidad y a la propia
imagen, entre otros.
De ahí que la propia LECrim, establezca unos razonables límites a este
relevante principio general de la publicidad.
El Juez o Tribunal podrá, pues, acordar —de oficio o a instancia de cual-
quiera de las partes—, previa audiencia a las mismas, que todos o alguno de
los actos o las sesiones del juicio se celebren a puerta cerrada, cuando así lo
exijan razones de seguridad u orden público, o la adecuada protección de
338 Sonia Calaza López
2. Presupuestos
Del enunciado concepto merecen destacarse, como presupuestos de las
medidas cautelares, el «fumus boni iuris» y el «periculum in mora».
3. Elementos
Constituyen elementos de las medidas cautelares la jurisdiccionalidad,
instrumentalidad, provisionalidad y homogeneidad.
Medidas cautelares penales y resoluciones provisionales 345
A) Jurisdiccionalidad
Las medidas cautelares penales están sometidas, en primer lugar, al prin-
cipio de jurisdiccionalidad, conforme al cual tan sólo pueden ser adoptadas
por el órgano jurisdiccional competente.
Excepcionalmente determinadas medidas cautelares «provisionalísi-
mas», tal y como acontece con la detención, pueden ser dispuestas por la
policía. Pero, incluso en este supuesto, tal facultad no deriva de potestad
administrativa alguna, sino que se trata de un acto que realiza la autoridad
gubernativa, en su calidad de policía «judicial», «a prevención» y en fun-
ción del correspondiente y ulterior procedimiento penal. Por esta razón, ha
de ser o no confirmada por una medida menos interina, cual es la libertad
provisional o la prisión provisional, cuya adopción tan sólo compete al Juez
de Instrucción.
B) Instrumentalidad
Como consecuencia del principio anterior, las medidas cautelares son
instrumentales o han de estar supeditadas a un proceso penal en curso.
Tales medidas, bien han de estar preordenadas a un proceso penal (v.gr.
la detención), sin que pueda la Administración imponer una medida autó-
noma limitativa del derecho a la libertad (por prohibirlo expresamente el
art. 25.3 CE), bien han de disponerse en el curso de un proceso «con todas
las garantías» (tal y como acontece con la prisión provisional o los embar-
gos y fianzas).
Al ser instrumentales de un proceso penal, pendiente y principal, lógica-
mente habrán de finalizar necesariamente con dicho proceso, extinguiendo
sus efectos o transformándose en medidas ejecutivas. En tal sentido, es in-
diferente que el procedimiento acabe mediante sentencia o auto de sobre-
seimiento.
C) Provisionalidad
Por esta razón, las medidas cautelares son siempre provisionales. Como
máximo han de durar el tiempo en que permanezca pendiente el proceso
principal; pero, con anterioridad a dicho término, pueden también finalizar
o transformarse en distintas medidas, si se modifican los presupuestos y
circunstancias que han justificado su adopción.
346 Manuel Díaz Martínez
Las medidas cautelares están, pues, sometidas a la regla «rebus sic stan-
tibus». Tan sólo han de permanecer en tanto subsistan los presupuestos que
las han justificado.
Pero, determinadas medidas son, al propio tiempo, temporales, por cuan-
to el legislador ha querido establecer unos plazos máximos de duración. Tal
es el caso de la detención o prisión provisional, que, al incidir en el derecho
fundamental a la libertad, el constituyente ha querido (art. 17.3 y 4 CE) que
su duración esté condicionada a la observancia de plazos previos y deter-
minados, cuya infracción posibilita la interposición del recurso de amparo.
D) Homogeneidad
Finalmente, las medidas cautelares son homogéneas, aunque no idénti-
cas, con las medidas ejecutivas a las que tienden a preordenar (y de aquí
que al preso preventivo no se le pueda imponer el mismo régimen que los
penados).
Debido a la circunstancia de que la medida cautelar está destinada a
garantizar los futuros efectos de la sentencia, su naturaleza participa, en
cierto modo, de las medidas ejecutivas y de aquí que el tiempo de prisión
provisional haya de computarse en la ejecución de la pena (art. 58 CP).
«De lege ferenda» debiera modificarse esta pretendida nota esencial de
las medidas cautelares penales y transformarlas en menos homogéneas o
más autónomas que las de ejecución, porque la vinculación del imputado al
proceso, el obtener su futura personación en el juicio oral, no tiene por qué
necesariamente pasar por la negación de su derecho a la libertad.
2. Determinación
Dentro de esta nueva categoría de actos procesales penales, dirigidos a la
necesidad de otorgar una mayor protección de la víctima y de incrementar
la eficacia de la justicia penal, pueden incluirse, entre otras, las que, a con-
tinuación, se relacionan:
A) Las prohibiciones de residir o de acudir a determinado lugar, barrio,
municipio, provincia u otra entidad local, así como la de aproximarse
o comunicarse, con la graduación que sea precisa, a determinadas
personas ex art. 544 bis LECrim.
B) La orden de protección para las víctimas de violencia doméstica ex
art. 544 ter LECrim.
C) La prisión provisional cuando tenga como finalidad evitar: 1º) la
ocultación, la alteración o destrucción de las fuentes de prueba; 2º)
evitar que el investigado pueda actuar contra bienes jurídicos de las
víctimas, especialmente cuando ésta sea alguna de las personas a las
que se refiere el art. 173.2 CP o 3º) evitar el riesgo de reiteración de-
lictiva (art. 503.1. 3º, c) y art. 503.2 LEcrim).
D) La suspensión provisional de la función o cargo público del procesa-
do en situación de prisión provisional y sospechoso de pertenecer a
una organización terrorista (art. 384 bis LECrim).
E) La clausura temporal de los locales o establecimientos, la suspensión
de las actividades sociales y la intervención judicial de una sociedad
(art. 129.3 en relación con el art. 33.7 CP)
348 Manuel Díaz Martínez
III. LA DETENCIÓN
1. La detención por los particulares
A) Concepto y notas esenciales
Constituye esta modalidad de detención una facultad que asiste a todo
ciudadano consistente en privar de la libertad deambulatoria a otro, en los
casos de delito flagrante o de fuga o rebeldía del imputado o condenado,
dando cuenta inmediata de dicha detención a la autoridad o poniendo in-
mediatamente a disposición de ella al detenido.
La primera nota que configura la detención por los particulares consiste,
como su nombre indica, en que el sujeto activo de la restricción de libertad
es un ciudadano. A tal efecto, es indiferente que el autor de la detención
sea un funcionario de policía, lo decisivo es que la privación de libertad la
efectúe desprovisto de sus funciones de policía judicial, esto es, en su calidad
de particular.
En segundo lugar, la detención por particulares se caracteriza por tratar-
se de una facultad (art. 490 LECrim: «cualquier persona puede detener…»),
a diferencia de la detención policial, que constituye una obligación (art.
492: «la autoridad o agente de Policía judicial tendrá obligación de dete-
ner…»). La configuración de tal detención como facultad resulta evidente,
si se piensa que, no obstante el deber cívico de denunciar los delitos (arts.
259 y ss. LECrim) y el de colaborar con la justicia, ni es competencia, ni
se le puede exigir al ciudadano el cumplimiento de funciones propias de la
policía judicial (art. 282 LECrim).
Pero, y también a diferencia de la detención judicial, son más reducidos
los casos en los que se autoriza al ciudadano la práctica de una detención.
No obstante el casuismo de la LECrim, sus siete supuestos, reflejados en el
art. 490 LECrim, son reconducibles a dos: a) en caso de «delito flagrante»
(art. 490.1º y 2º LECrim) y b) en los casos de fuga o rebeldía del detenido,
preso o condenado (art. 490.3º-7º).
El objeto de la detención se reduce exclusivamente a poner inmedia-
tamente a disposición de la autoridad judicial o policial al detenido. Aun
cuando el art. 496 de la LECrim parece otorgar al particular y a la policía
un plazo común de veinticuatro horas para la entrega judicial del detenido,
esta interpretación no puede mantenerse en el caso de que sea un particular
el autor de la detención, por cuanto ningún precepto de la Ley le autoriza a
realizar diligencia alguna de investigación o identificación sobre la persona
Medidas cautelares penales y resoluciones provisionales 349
del detenido, razón por la cual la «retención» del detenido sería constitutiva
de un delito de detención ilegal.
El art. 491 LECrim obliga al autor de una detención a justificar al dete-
nido («…si éste lo exigiere…», reza incomprensiblemente el precepto) los
motivos que tuvo para estimar que estaba incurso en los supuestos que
autorizan la detención, contemplados en el art. 490 LECrim.
Si no concurrieran tales motivos, y aun cuando el particular presentara
inmediatamente al detenido a la autoridad, incurrirá en el delito de deten-
ción ilegal previsto en el art. 163.4 CP
2. La detención policial
A) Concepto y notas esenciales
Por detención policial cabe entender el acto procesal de los funcionarios
de la policía judicial consistente en la limitación provisional del derecho a
la libertad del sospechoso de la comisión de un delito sobre el que exista
peligro de fuga durante el tiempo indispensable y, en todo caso, dentro del
plazo previsto en la Ley para practicar las diligencias de reconocimiento e
interrogatorio, poniéndolo en libertad o a la inmediata disposición de la
autoridad judicial.
a) Sujetos
Los sujetos que pueden practicar la detención policial son los funciona-
rios de la policía judicial (arts. 29-36 LO 2/1986, de 13 de marzo, de Fuer-
zas y Cuerpos de Seguridad (LFCSE, en lo sucesivo) y demás Autoridades
a quienes el ordenamiento expresamente autoriza a practicar detenciones y
efectuar las «diligencias policiales de prevención».
Dentro de tales Autoridades hay que incluir al Ministerio Público, a
quien el art. 5.2.I «in fine» del EOMF expresamente legitima para ordenar
la «detención preventiva». Debido a la circunstancia de que el MF, aunque
sea un órgano imparcial colaborador de la Jurisdicción, no es Autoridad
Judicial, ni puede adoptar disposiciones limitativas del ejercicio de los de-
rechos fundamentales, la detención que pueda disponer ha de regirse por
los arts. 492-496 LECrim y no por los relativos a la detención judicial (arts.
497-501 LECrim).
También pueden practicar detenciones policiales los funcionarios de la
Administración Penitenciaria, toda vez que forman parte de la policía judi-
350 Manuel Díaz Martínez
b) Naturaleza
A diferencia de la detención que pudieran practicar los particulares la de
los funcionarios de policía constituye el ejercicio de una «obligación» (art.
492.1º LECrim), que les viene impuesta por su especial misión de descubri-
miento de los delitos y de sus presuntos autores (art. 282 LECrim).
En cuanto a su naturaleza jurídica se trata de una medida cautelar, rea-
lizada en el curso de un procedimiento penal o en función de su incoación,
preordenada a garantizar la futura aplicación del «ius puniendi» y, de modo
inmediato, a proporcionar al Juez de Instrucción el primer sustrato fáctico
para la incoación del sumario y la adopción, en su caso, de las medidas
cautelares de carácter provisional.
c) Objeto
También se diferencia de la detención practicada por los particulares en
que el ordenamiento faculta a la policía para practicar las «diligencias de
prevención» y culminar el «atestado» (ars. 292 LECrim), para lo cual tales
funcionarios pueden realizar determinadas diligencias en el curso de la de-
tención, lo que la convierte también en un acto de investigación indirecto,
en tanto que posibilita la práctica de actos de investigación, tales como el
interrogatorio y el reconocimiento del detenido.
d) Modalidades
Toda detención policial conlleva, pues, una privación de libertad dirigi-
da, de un lado, al aseguramiento del imputado y, de otro, a la investigación
del hecho y la de su autoría. Cuando ello suceda nos encontramos ante una
detención típica o de las contempladas en la LECrim, aunque el funcionario
de policía pretenda otorgarle una calificación distinta (v.gr.: la de la «reten-
ción») con el objeto de eludir las garantías del detenido o, lo que es peor, la
responsabilidad penal por la comisión de un delito de detenciones ilegales.
Por esta última razón también deben considerarse detenciones y, por
tanto, son aplicables a ellas las garantías constitucionales y procesales, las
que se realicen con la finalidad de identificación de las personas, cuando no
Medidas cautelares penales y resoluciones provisionales 351
B) Presupuestos
Los presupuestos de la detención son los propios de las medidas caute-
lares: imputación (o «fumus boni iuris») y peligro de fuga (o «periculum in
mora»).
a) Imputación
La procedencia de la detención policial queda legalmente condicionada
a que el detenido se encuentre en alguno de los supuestos del art. 490 de la
LECrim (vide el art. 492.1º que remite a la detención de particulares) o del
art. 492 LECrim.
El examen de todos y cada uno de tales supuestos revela un mismo co-
mún denominador: la detención policial exige, como presupuesto material
previo, la existencia de un título de imputación (condena, rebeldía, proce-
samiento o evidente participación en un hecho punible) contra una persona
determinada. Sin imputación previa no existe detención legal, por lo que
el funcionario que incumpliera este requisito incurre en la responsabilidad
penal del tipo de detenciones ilegales arbitrarias, sancionado por el art. 167
del CP (excepción hecha, claro está, de la utilización por la Policía de las
facultades que en materia de identificación le reconoce el art. 16 LOPSC).
b) Peligro de fuga
No es suficiente, sin embargo, cualquier género de imputación, sino la de
un hecho punible que revista especial gravedad (pena de prisión superior a
tres años) o que, aun sin tenerla, pueda el funcionario de policía, partiendo
de los antecedentes del imputado o de las circunstancias del hecho, presumir
que éste se sustraerá a la actividad de la justicia (art. 492. 2º a 4º LECrim).
Debido a la circunstancia de que el peligro de fuga es mínimo, establece
el art. 495 de la LECrim que «no se podrá detener por simples faltas» (en
la actualidad, delitos leves), exceptuándose el supuesto de que el imputado
352 Manuel Díaz Martínez
C) El plazo de la detención
a) Plazo ordinario
Dispone el art. 17.2 CE que «la detención preventiva no podrá durar
más del tiempo estrictamente necesario para la realización de las averigua-
ciones tendentes al esclarecimiento de los hechos y, en todo caso, en el plazo
máximo de setenta y dos horas, el detenido deberá ser puesto en libertad o
a disposición de la autoridad judicial».
De conformidad, pues, con la naturaleza «provisionalísima» de la deten-
ción, dicha medida cautelar, en primer lugar, no puede durar más del tiempo
necesario para «el esclarecimiento de los hechos».
Naturalmente por «esclarecimiento de los hechos» no cabe entender la
realización de la totalidad de los actos de investigación, que constituyen la
función de la fase instructora, la cual puede durar meses e incluso años. Por
dicho concepto hay que entender la práctica de aquellos actos de investiga-
ción propios de las diligencias policiales, que, de conformidad con lo previs-
to por el art. 520 LECrim, son exclusivamente estos dos: el reconocimiento
de identidad y la declaración del detenido.
Por consiguiente, practicadas tales diligencias de carácter urgente la au-
toridad policial ha de poner en libertad o a disposición judicial al detenido,
sin que la Constitución otorgue derecho alguno a la policía a dilatar más
allá la detención, ni mucho menos le autorice a agotar el plazo previsto en
dicho precepto o en la legislación ordinaria («no podrá durar más del tiem-
po estrictamente necesario»).
En segundo lugar, y aun en el hipotético supuesto de que los tales funcio-
narios no hayan podido concluir las referidas diligencias, la detención policial
no podrá durar nunca más de setenta y dos horas, debiéndose reflejar en el
atestado el lugar y hora de la detención y de la puesta a disposición de la
autoridad judicial o, en su caso, de la puesta en libertad (art. 520.1 LECrim).
b) Plazos extraordinarios
Los plazos extraordinarios de la detención vienen establecidos por la LO
4/1981, de 1 de junio, sobre estados de alarma, excepción y de sitio (art. 16)
y por el art. 520 bis.1 LECrim.
Medidas cautelares penales y resoluciones provisionales 353
gida, sin que dicha calificación pueda vincular, en modo alguno, al órgano
jurisdiccional.
La «ratio legis» de este extremo del deber de información descansa, en
última instancia, en el derecho «a ser informado de la naturaleza y de la
causa de la acusación» del art. 6.3º.a del CEDH, derechos que son extensi-
bles a cualquier procedimiento de carácter sancionador y que se proyectan
en este estadio procesal mediante el establecimiento de la obligación de
informar a la persona detenida «en el plazo más breve posible y en una
lengua que comprenda, los motivos de su detención y cualquier acusación
formulada contra ella» (art. 5.2º CEDH).
La necesidad de que tal puesta en conocimiento lo sea «de forma in-
mediata» (art. 520.2 LECrim) o «inmediatamente» (art. 118.5 LECrim)
obedece a que su finalidad estriba en posibilitar la defensa privada o auto-
defensa del imputado, razón por la cual dicha puesta en su conocimiento ha
de realizarse en todo caso con anterioridad a su interrogatorio, a fin de que
el detenido pueda contestar la imputación sobre él existente.
En cuanto al modo de realizar dicha obligación de información, junto
a la exigencia de que se realice en un lenguaje sencillo y accesible, dispone
el art. 118.1.II LECrim que se adaptará la información a la edad del desti-
natario, su grado de madurez, discapacidad y cualquier otra circunstancia
personal de la que pueda derivar una modificación de la capacidad para
entender el alcance de la información que se le facilita.
3. La detención judicial
A) Concepto
Detención judicial es toda privación de libertad dispuesta por un órgano
jurisdiccional en el curso de un procedimiento penal, así como la situación
360 Manuel Díaz Martínez
B) Clases
Del referido concepto se pueden distinguir dos clases de detención ju-
dicial: la que pueden practicar «ex officio» Jueces y Tribunales y la que
viene a constituir una prolongación de la ya efectuada por la policía o los
particulares.
La detención judicial de oficio puede ser dispuesta como consecuen-
cia del incumplimiento de una orden de citación (arts. 487 LECrim), del
surgimiento de una imputación contra una persona determinada (art. 494
LECrim) o del incumplimiento de las normas de «policía de vistas» (art.
684.3º LECrim).
La detención judicial cuantitativa y cualitativamente más relevante es la
que puede suceder como confirmación o prolongación de la ya efectuada
por los particulares o funcionarios de policía.
2. Competencia
Las dos autoridades que intervienen en este procedimiento son: por una
parte, «la autoridad judicial de emisión», siendo en España el Juez o Tri-
bunal que conozca de la causa en la que proceda tal tipo de órdenes y, por
otra, «la autoridad judicial de ejecución», que son los Juzgados Centrales
de Instrucción. Cuando la orden se refiera a un menor la competencia co-
rresponderá al Juez Central de Menores.
Los Juzgados Centrales de Instrucción son los receptores iniciales de la
orden europea de detención y entrega, pudiendo acordarlas, mediante auto,
siempre y cuando la persona afectada hubiera consentido en ser entregada
al Estado de emisión y el Juez Central de Instrucción no advirtiera causas
de denegación o condicionamiento de la entrega (art. 51.4).
por alguno de los tipos delictivos que pertenezcan a alguna de las catego-
rías de delitos previstas en el art. 20.1 (pertenencia a organización delictiva,
terrorismo, trata de seres humanos, explotación sexual de menores y por-
nografía infantil, tráfico ilícito de drogas y sustancias psicotrópicas, tráfico
ilícito de armas, municiones y explosivos, blanqueo de los productos del
delito …, etc.) y siempre que dicho delito lleve aparejada en el Estado de
emisión una pena o una medida de seguridad privativa de libertad o una
medida de internamiento en régimen cerrado de un menor cuya duración
máxima sea, al menos, de tres años, se acordará la entrega de la persona re-
clamada, y ello, sin control de la doble tipificación de los hechos (art. 47.1).
En los restantes supuestos no contemplados en el apartado anterior,
siempre que estén castigados en el Estado de emisión con una pena o me-
dida de seguridad privativa de libertad o con una medida de internamiento
en régimen cerrado de un menor cuya duración máxima sea, al menos, de
doce meses o, cuando la reclamación tuviere por objeto el cumplimiento de
condena a una pena o medida de seguridad privativa de libertad o una me-
dida de internamiento en régimen cerrado de un menor no inferior a cuatro
meses de privación de libertad, la entrega podrá condicionarse al requisito
de que los hechos que justifiquen la emisión de la orden europea sean cons-
titutivos de un delito conforme a la legislación española, con independencia
de los elementos constitutivos o la calificación del mismo (art. 47.2).
4. Procedimiento
Recibida una orden europea de detención y entrega por el Juzgado Cen-
tral de Instrucción, dicho órgano judicial, salvo que concurra alguna de
las causas de denegación tasadas legalmente, ha de proceder a dar curso a
su ejecución, sin necesidad de que intervenga la autoridad central (poder
ejecutivo).
De conformidad con lo dispuesto en el art. 48.1, la autoridad judicial de
ejecución española denegará la ejecución de la orden europea en los casos
siguientes:
a) Cuando la persona reclamada haya sido indultada en España de la
pena impuesta por los mismos hechos en que se funda la orden euro-
pea de detención y entrega y éste fuera perseguible por la jurisdicción
española.
b) Cuando se haya acordado sobreseimiento libre en España por los
mismos hechos.
Medidas cautelares penales y resoluciones provisionales 363
con carácter irrevocable su entrega al Estado emisor, así como del resto de
derechos que le asisten.
A partir de este momento, el detenido será oído, en el plazo máximo de
72 horas desde la puesta a disposición judicial, con asistencia del Ministerio
Fiscal, de su Abogado y, en su caso, de un intérprete, practicándose dicha
audiencia de conformidad con lo previsto para la declaración del detenido
en la LECrim.
Si hubiera consentimiento a la entrega por el sujeto reclamado, la deci-
sión ha de adoptarse mediante Auto contra el que no cabe recurso alguno.
En caso contrario, el Juez Central de Instrucción convocará a las partes a
la celebración de vista, que se celebrará en un plazo máximo de tres días
y a la que asistirá el MF, la persona reclamada asistida de Abogado y, si
fuera necesario, de intérprete. En dicha vista podrán practicarse los medios
de prueba en orden a acreditar la concurrencia de causas de denegación o
condicionamiento de la entrega. El Juez Central de Instrucción resolverá
mediante auto que deberá dictarse en el plazo máximo de diez días tras la
vista, contra el que podrá interponerse recurso de apelación directo ante la
Sala de lo penal de la Audiencia Nacional, en los términos previstos en la
LECrim, el cual tendrá carácter preferente.
Lección 18
EL PROCESO DE HABEAS CORPUS
A) La detención
Presupuesto indispensable de este procedimiento es la existencia de una
«detención», cualquiera que sea la forma que revista su calificación jurídi-
ca, de tal suerte que si no hay privación de libertad nunca es procedente el
«habeas corpus».
Por detención hay que entender, pues, cualquier forma de privación de la
libertad deambulatoria del ciudadano y con independencia de la denomina-
ción que la autoridad quiera otorgarle («retención», intervención personal,
sanción disciplinaria, etc.), debiéndose entender incluidas, no sólo las prac-
ticadas al amparo de la LECrim, sino también las que hemos denominado
«detenciones especiales» (así, por ejemplo, el internamiento de un incapaz,
las detenciones de extranjeros, los arrestos disciplinarios de autoridades mi-
litares, etc.).
B) No judicial
El habeas corpus no es procedente cuando las tales privaciones de liber-
tad fueran producidas por la Autoridad judicial, tal y como acontece con
la detención judicial de los arts. 494 y 497 y ss. LECrim, la prisión provi-
sional o la pena de prisión, situaciones todas ellas cuya presunta ilegalidad
habrá de ser combatida mediante la vía de los recursos, a través del Juez
de Vigilancia Penitenciaria, en el caso de los penados y, en última instancia,
mediante el recurso constitucional de amparo que, en lo que a los presos
preventivos se refiere, también ha sido configurado como un recurso de am-
paro «directo», el cual tampoco precisa del agotamiento de la vía judicial
ordinaria.
C) Ilegal
Finalmente, la detención habrá de ser «ilegal», calificación que, a los
efectos de la Ley de habeas corpus, se origina por la concurrencia de alguna
de estas tres situaciones: ausencia o insuficiencia de imputación, exceso de
368 Vicente Gimeno Sendra y Manuel Díaz Martínez
2. La petición
Todas las pretensiones que pueden deducirse en este procedimiento tie-
nen como común denominador recaer sobre un mismo «bien litigioso», el
derecho fundamental a la libertad, con respecto al cual se puede solicitar,
bien su total restablecimiento a través de la petición de puesta inmediata
en libertad [art. 8.2.a) LOHC], bien un cambio de custodia de la persona
detenida [art. 8.2.b) LOHC] o simplemente su puesta a disposición de la
autoridad judicial [art. 8.2.c) LOHC]. Todos estos supuestos encierran pre-
tensiones mixtas, declarativas y de condena, en las que, junto al reconoci-
miento del derecho fundamental vulnerado, se ha de solicitar la «condena»
al demandado al cumplimiento de una determinada prestación (puesta en
libertad, a disposición judicial o cambio de custodia).
1. Activas
La parte actora principal necesariamente ha de ser una persona física,
puesto que los derechos fundamentales tutelados (libertad, seguridad, inte-
gridad física o moral) tan sólo son predicables de las personas físicas y no
de las jurídicas. Las personas físicas activas pueden ser tanto nacionales,
como extranjeros; estos últimos pueden plantear el «habeas corpus» en los
procedimientos de expulsión derivados de la Ley de Extranjería. En nom-
bre de la persona detenida puede también su Abogado plantear el habeas
corpus.
Las personas jurídicas carecen, pues, de capacidad para ser parte incluso
en la incoación de este procedimiento.
2. Pasivas
Por el contrario, la parte demandada puede ser tanto una persona física,
cuanto una jurídica. Esta última posibilidad está expresamente prevista en
los arts. 1.b y 7.2 LOHC, que tienden a prevenir detenciones ilegales que
pudieran cometer personas morales (v.gr.: sectas religiosas, internamientos
psiquiátricos o geriátricos de la titularidad de personas jurídicas, etc.).
Asimismo el habeas corpus es procedente con independencia de la natu-
raleza jurídico-pública o privada del autor causante de la detención.
IV. COMPETENCIA
Las reglas de la competencia se determinan en el art. 2 LOHC, de cuyo
régimen cabe distinguir las siguientes manifestaciones:
1. Objetiva
La competencia objetiva la ostentan, con carácter general y «vis atracti-
va», los Juzgados de Instrucción (art. 2.l LOHC). Pero los párrafos 2 y 3 de
dicho precepto contemplan dos fueros especiales: el del Juzgado Central y
el del Togado Militar:
370 Vicente Gimeno Sendra y Manuel Díaz Martínez
A) El Juzgado de Instrucción
Los Juzgados de Instrucción son los órganos competentes para entender
de este procedimiento, sin que puedan los de Paz entender como Jueces
«comisionados» (cfr. art. 310 LECrim), delegados o «a prevención», dada
la urgencia del plazo (veinticuatro horas) en el que debe finalizar el proce-
dimiento.
La competencia objetiva para el conocimiento de las solicitudes de ha-
beas corpus, presentadas con motivo de la detención de un menor, aparece
también residenciada en los Juzgados de Instrucción (art. 17.6 LORPM).
2. Territorial
Para la determinación de la competencia territorial establece el art. 2.I
LOHC un fuero común y otros dos supletorios: será Juez competente el de
Instrucción del lugar de custodia, pero, si no constare, el del lugar en que
se produzca la detención y, en defecto de los dos anteriores, el del lugar en
donde se hayan tenido noticias sobre el paradero del detenido (cfr. también
art. 17.6 LORPM).
El proceso de habeas corpus 371
3. Funcional
La fase declarativa transcurrirá ante el Juzgado de Instrucción (o Cen-
tral o Togado). Estos mismos órganos jurisdiccionales conocerán del pro-
cedimiento de ejecución de los pronunciamientos inherentes al habeas cor-
pus (art. 8. 2 LOHC). No existe, sin embargo, fase de impugnación (art. 6
LOHC).
1. Iniciación de oficio
Si fuera el Juez de Instrucción quien, de oficio, incoara el procedimiento
(art. 3 «in fine» LOHC) en el mismo auto ordenará a la autoridad la entre-
ga inmediata de la persona privada de libertad y procederá a practicar las
diligencias previstas en el art. 7 LOHC.
la ponga de manifiesto ante él, sin pretexto, ni demora alguna», bien «se
constituirá en el lugar donde aquélla se encuentre» (art. 7. I LOHC).
Si el Juez se decidiera por lanzar a la autoridad gubernativa el requeri-
miento de «manifestación» deberá dicha autoridad inmediatamente poner-
le a su disposición al detenido, bajo el riesgo de incurrir en responsabilidad
penal por «desobediencia». Si, por el contrario, decidiera personarse en el
lugar de custodia (supuesto este que ha de reservarse para las detenciones
ilegales más graves, como es el caso de la sospecha de delito de «tortura»),
«cesarán las diligencias de prevención que estuvieran practicando cualquier
autoridad o agente de policía, debiendo éstos entregarlas en el acto a dicho
juez, así como los efectos relativos al delito, y poniendo a su disposición a
los detenidos, si los hubiese» (art. 286 LECrim).
VIII. RESOLUCIÓN
Concluida la fase de alegaciones y practicada, en su caso, la prueba, el
Juez ha de pronunciar su resolución, la cual habrá de dictarse «sin dilación»
(art. 198.1 LECrim).
La forma que debe adoptar es la de «auto motivado» (art. 8.l LOHC),
la cual encierra en sí misma una redundancia, pues todo auto ha de ser
motivado; pero el legislador ha querido insistir aquí en la necesidad de mo-
tivación, como exigencia del principio de proporcionalidad. El Juez habrá
de valorar libremente la prueba y razonarla en su resolución con arreglo a
las normas de la sana crítica.
El contenido de la resolución es distinto, según acceda o no a la preten-
sión:
Si la resolución fuera denegatoria de la pretensión, el Juez dispondrá «el
archivo de las actuaciones, declarando ser conforme a Derecho la privación
de libertad y las circunstancias en que se está realizando» (art. 8. I LOHC).
Si la resolución es estimatoria necesariamente habrá de contener un pro-
nunciamiento declarativo, cual es la declaración de «ilegalidad de la deten-
ción» practicada, pudiendo, sin embargo, ser diverso el pronunciamiento
de condena, el cual debe de adaptarse a la «causa petendi» de la pretensión
y ha de reconducirse a alguna de estas tres prestaciones: puesta inmediata
en libertad del detenido, cambio de custodia o puesta a disposición de la
autoridad judicial.
Aunque la Ley no lo diga de modo expreso, la puesta en libertad será
la medida que habrá de adoptar el Juez cuando esté plenamente ausente el
presupuesto material habilitador de la privación de libertad (v.gr.: la falta
de imputación contra el detenido, si la detención se hubiere practicado por
causa de delito).
Por el contrario, la solución del art. 8.2.b LOHC («cambio de custodia»)
está arbitrada para los supuestos en que, estando materialmente justificada
la privación de libertad, ello no obstante, se ha cometido alguna violación
de las garantías contempladas en los extremos «a» y «d» del art. 1 LOHC.
Finalmente, la puesta a disposición de la autoridad judicial del art. 8.c)
LOHC habrá de ordenarse necesariamente cuando la ilegalidad de la deten-
ción residiera en el exceso del plazo [art. 1.e) LOHC] y potestativamente
cuando el Juez de Instrucción estimara que han concluido las diligencias
policiales o que deban ser continuadas por la autoridad judicial, pues, la
policía, ni tiene derecho alguno a agotar los plazos de la detención, ni, como
se ha adelantado, actúa en virtud de potestad administrativa alguna, sino
El proceso de habeas corpus 375
I. PRISIÓN PROVISIONAL
1. Concepto y notas esenciales
La prisión provisional es una medida cautelar penal, provisional y de
duración limitada que puede dictar el Juez de Instrucción mediante un au-
378 Manuel Díaz Martínez
A) Jurisdiccionalidad
La primera nota que debe destacarse como característica de la prisión
provisional es la de su jurisdiccionalidad, según la cual dicha medida caute-
lar sólo puede ser adoptada por los órganos judiciales (art. 502.1 LECrim),
sin que pueda adoptarla la policía judicial, el MF, ni autoridad alguna.
a) Legalidad
Con carácter general, y al igual que sucede con cualquier injerencia del
poder público en el ámbito de los derechos fundamentales y libertades pú-
blicas, la adopción de la prisión provisional requiere no sólo que esta medi-
da se instaure y regule mediante una Ley Orgánica (arts. 53.1 CE y art. 8.2º
CEDH), sino también que la norma legal habilitadora de la injerencia reúna
las condiciones mínimas suficientes requeridas por las exigencias de seguri-
dad jurídica y certeza del Derecho para aportar al individuo una protección
adecuada contra la arbitrariedad.
Ninguna prisión provisional puede adoptarse fuera de los tasados su-
puestos prestablecidos por el art. 503 LECrim.
Prisión provisional. Libertad provisional 379
b) Necesidad
En segundo lugar, no basta con que la medida y el motivo que la justi-
fica estén previstos en la Ley, sino que también resulta imprescindible que
su adopción objetivamente se justifique para obtener el cumplimiento de
los fines constitucionales que la legitiman (art. 502.2 LECrim), debiéndose
adoptar, en cualquier otro caso, la alternativa menos gravosa para el dere-
cho fundamental.
c) Motivación
Atendiendo a una perspectiva formal, y como lógica consecuencia del
principio material de necesidad, surge la obligación formal del Juez de mo-
tivar especialmente dicho juicio de necesidad en las decisiones relativas a la
adopción y mantenimiento de la prisión provisional (art. 506.1 LECrim).
Tal y como ha declarado el TC, la insuficiencia o falta de motivación de
tales decisiones queda comprendida en la infracción sustantiva del derecho
a la libertad (art. 17.1 CE), de tal suerte que, si no se efectuara dicha moti-
vación en el pertinente auto, se vulnera, por esa sola causa, dicho derecho
fundamental, lo que legitima al imputado a interponer un recurso directo
de amparo a fin de obtener el restablecimiento de su derecho a la libertad.
C) Duración
De conformidad con lo dispuesto en el art. 17.4 CE, según el cual «por
Ley se determinará el plazo máximo de duración de la prisión provisional»,
el art. 504 LECrim limita temporalmente la duración de la prisión provisio-
nal mediante la fijación de un sistema de plazos máximos, en función del fin
perseguido y de la duración previsible de la pena asociada al delito impu-
tado, de tal manera que, una vez cumplidos tales plazos, debe el Juez poner
en libertad al procesado, y ello aun cuando el proceso continúe pendiente y
subsistan las razones que motivaron la adopción de la medida.
La existencia de dichos plazos no legitima, sin más, al Juez a agotarlos,
sino que debe levantar la medida tan pronto como desaparezcan los presu-
puestos que legitimaron su adopción.
2. Requisitos
La adopción de la prisión provisional requiere la observancia de los si-
guientes requisitos: desde un punto de vista material, no es suficiente la
380 Manuel Díaz Martínez
A) Límite penológico
Atendiendo a un criterio material, se exige, como regla general, que
conste en la causa la existencia de uno o varios hechos que presenten ca-
racteres de delito sancionado con pena cuyo máximo sea igual o superior a
dos años de prisión (art. 503.1.1º LECrim). En consecuencia, y como regla
general, no procede acordar esta medida cautelar cuando los hechos que
dan lugar al procedimiento penal sean constitutivos de un delito leve, así
como cuando se infiera racionalmente que la infracción penal, aun siendo
constitutiva de delito, fue cometida concurriendo una causa de justificación
(art. 502.4 LECrim).
La determinación del límite penológico en los dos años ha sido estable-
cida atendiendo a razones tanto procesales, como materiales: a) desde el
punto de vista procesal, el legislador ha hecho coincidir el mínimo punitivo
que permite la adopción de la prisión con el límite a partir del cual no es
posible el juicio en ausencia del acusado (art. 786.1.II LECrim), y b) desde
el material, ha de tenerse en cuenta que dicho límite cuantitativo es el que
permite eludir el cumplimiento de la pena de prisión mediante su suspen-
sión (art. 80.2.2ª CP).
No obstante la regla general, en virtud de la cual el delito ha de estar san-
cionado con pena cuyo máximo sea igual o superior a dos años, son tantas
y, en ocasiones, tan injustificadas las excepciones que a ella se establecen,
que el resultado viene a ser que la regla se convierte o corre el riesgo de
convertirse en la excepción y viceversa.
En efecto, de una lectura detenida del art. 503 LECrim se desprende que
existen hasta cuatro supuestos en donde no resulta de aplicación el mínimo
punitivo de los dos años: a) en primer lugar, cuando, con independencia
del fin que se persiga con la prisión provisional, el imputado tuviere ante-
cedentes penales no cancelados ni susceptibles de cancelación, derivados
de condena por delito doloso; b) en segundo, si la prisión provisional tiene
como fin asegurar la presencia del imputado en el proceso y hubieran sido
dictadas al menos dos requisitorias para su llamamiento y busca en los dos
años anteriores; c) en tercero, cuando con dicha medida cautelar se preten-
Prisión provisional. Libertad provisional 381
3. Fines
A) La prisión provisional como medida cautelar: evitación del riesgo de
fuga
El juicio de imputación o fundada sospecha sobre la responsabilidad
penal del imputado en un determinado delito ha de ser conjugado con el
«periculum in mora» o daño jurídico derivado del retraso del procedimien-
to que, en materia de prisión provisional, viene determinado por el peligro
de fuga o de ocultación del imputado.
Este peligro de evasión del imputado se acrecienta en la medida en que
el hecho imputado sea de mayor gravedad y, por tanto, la futura pena a
imponer sea más grave. Sin embargo, este criterio no debe ser el único a
tomar en consideración por el órgano jurisdiccional, sino que, tal y como
ha señalado la doctrina elaborada por el TC y el TEDH, debe conjugarse
con las circunstancias concretas del caso y las personales del imputado o
sus circunstancias de arraigo, tales como el número de hijos o de personas
a su cargo, su vecindad conocida, trabajo estable, reputación o fama, etc.,
circunstancias todas ellas que, no obstante la gravedad del hecho, permiten
al Juez inferir que el imputado no se ocultará a la actividad de la justicia y
acudirá a la llamada del juicio oral [art. 503.1.3º.a) LECrim].
Junto a los anteriores criterios, el legislador también incorpora, como
otro elemento más del que deducir el riesgo de fuga, la inminencia de la
382 Manuel Díaz Martínez
4. La «audiencia previa»
A) Concepto y fundamento
Se entiende por «audiencia previa» la vista que, previa solicitud de las
partes acusadoras, ha de practicarse ante el Juez de Instrucción como presu-
puesto necesario para que dicho órgano judicial, con la presencia del impu-
tado asistido por su Abogado y del MF y como resultado de las alegaciones
formuladas, pueda decidir con imparcialidad acerca de la situación perso-
nal del imputado.
El fundamento de esta audiencia hay que encontrarlo en la relevancia
del derecho fundamental a la libertad del art. 17 CE y en la conveniencia
de que el Juez de Instrucción adopte una resolución tan grave, como lo
es la limitación de dicho derecho fundamental, en primer lugar, siempre a
instancia de las partes acusadoras (de modo que, si no la solicitan, el Juez
no puede acordarla) y, en segundo, mediante la instauración del contra-
dictorio.
384 Manuel Díaz Martínez
B) La celebración de la audiencia
La audiencia previa está regida por el principio dispositivo, en tanto que
si las partes acusadoras no solicitan la prisión provisional no puede el Juez
adoptarla («Si ninguna de las partes las instare —la prisión o la prestación
de fianza—, acordará necesariamente la inmediata puesta en libertad del
investigado o encausado que estuviere detenido» art. 505.4 LECrim). La
celebración de esta audiencia previa deviene, pues, preceptiva para acordar,
a instancia de parte, toda medida cautelar que no sea la libertad provisional
sin fianza, ni, obviamente, la libertad plena del imputado.
Su celebración deberá tener lugar en el plazo más breve posible dentro
de las setenta y dos horas siguientes a la puesta del detenido a disposición
judicial y a ella se citará al imputado, quien deberá estar asistido de su
Abogado, por él elegido o designado de oficio, al MF y a las demás partes
personadas (art. 505.2 LECrim).
En ella las partes formularán las alegaciones y efectuarán la prueba que
pueda practicarse en el acto acerca de la adopción de la prisión provisional.
Excepcionalmente, cuando la celebración de la audiencia resulte particu-
larmente gravosa o perjudicial, podrá practicarse mediante videoconferen-
cia (arts. 306.4 y 325 LECrim).
En el supuesto de que el detenido fuera puesto a disposición de una
Autoridad judicial incompetente y no pudiera ser entregado al Juez compe-
tente en el plazo de la detención judicial (setenta y dos horas), el art. 505.6
LECrim obliga al Juez incompetente a disponer la audiencia, sin perjuicio
de que el competente conceda audiencia al imputado y a su Abogado y dicte
la resolución que proceda.
5. Duración
De conformidad con lo dispuesto en el art. 504.1 LECrim, la prisión
provisional «durará el tiempo imprescindible para alcanzar cualquiera de
los fines que la legitiman y en tanto subsistan los motivos que justificaron
su adopción».
Junto a dicha previsión legal, se establecen también límites máximos de
duración sobre la base del principio de que un sujeto no puede permanecer
indefinidamente privado de libertad sin haber sido declarada su culpabili-
dad, aun cuando subsistan los riesgos contemplados en el art. 503 LECrim.
De este modo, la Ley prevé un plazo máximo inicial prorrogable, en
función del fin perseguido y de la duración previsible de la pena asociada al
Prisión provisional. Libertad provisional 385
A) La prisión comunicada
La regla general la constituye la prisión comunicada, durante la cual el
preso puede disfrutar de los derechos reconocidos en la Ley y, en particular,
del derecho de comunicación en sus diversas manifestaciones: régimen de
comunicación oral, mediante el sistema de visitas; comunicación escrita, a
través del respeto a la correspondencia y sus limitaciones; y la comunica-
ción efectuada a través de las vías telefónicas (arts. 523 y 524 LECrim y
51-53 Ley Orgánica General Penitenciaria).
B) La prisión incomunicada
La prisión incomunicada presenta un carácter excepcional y tan sólo
resulta procedente cuando concurra alguna de las siguientes circunstancias:
a) necesidad urgente de evitar graves consecuencias que puedan poner en
peligro la vida, libertad o la integridad física de una persona o b) necesidad
urgente de una actuación inmediata de los Jueces de instrucción para evitar
comprometer de modo grave el proceso penal (art. 509.1 LECrim).
La incomunicación durará el tiempo estrictamente necesario para prac-
ticar con urgencia diligencias tendentes a evitar los peligros indicados y,
en todo caso, no podrá extenderse más de cinco días, a salvo del supuesto
excepcional de prórroga por otro plazo no superior a cinco días cuando la
prisión provisional se hubiera acordado por un delito de terrorismo u otros
delitos cometidos concertadamente y de forma organizada por dos o más
personas (art. 509.2.I LECrim). En estos casos, una vez puesto en comu-
nicación, el preso podrá ser de nuevo incomunicado, si la causa ofreciera
méritos para ello, pero la segunda incomunicación no podrá exceder de tres
días.
El régimen de incomunicación implica: a) designación de Abogado de
oficio, en todo caso; b) no tiene derecho a que se ponga en conocimiento
del familiar, o persona que desee, el hecho de la privación de libertad y el
lugar; c) tampoco tiene derecho a la entrevista con su Abogado de manera
reservada al término de la práctica de la diligencia en que hubiera interve-
nido; d) no podrá realizar ni recibir comunicación alguna, si bien el Juez
Prisión provisional. Libertad provisional 387
C) La prisión atenuada
En tercer lugar, y aun cuando se haya prescindido de esta denominación,
la tradicionalmente conocida como «prisión atenuada» tiene por objeto
evitar el ingreso del imputado en un centro penitenciario en atención a cir-
cunstancias especiales.
El art. 508 LECrim regula dos modalidades posibles de cumplimiento de
la prisión provisional atenuada: a) la prisión vigilada en el propio domicilio
del investigado, que se acordará cuando, por razón de enfermedad, el inter-
namiento en un centro penitenciario entrañe un grave peligro para su salud.
El Juez podrá autorizar que el imputado salga de su domicilio durante las
horas necesarias para el tratamiento de su enfermedad, siempre con la vigi-
lancia precisa; b) Si el investigado está sometido a tratamiento de desintoxi-
cación o de deshabituación y el ingreso en prisión lo pusiera en peligro, la
medida de prisión puede ser sustituida por el ingreso en un centro oficial o
de una organización reconocida para continuación del tratamiento, siempre
que los hechos objeto del procedimiento fuesen anteriores a su inicio. El
sujeto no podrá salir del centro sin autorización judicial.
B) La fianza
Junto al deber de comparecencia periódica, el Juez o Tribunal puede
también disponer la libertad provisional con fianza como una garantía más
destinada exclusivamente a garantizar la presencia del imputado el día de la
celebración del juicio oral.
Si el Juez adoptara la libertad con fianza así lo determinará en el dispo-
sitivo del auto, lo que implica la necesidad de razonar su exigencia y las
condiciones de la misma, a partir de la ponderada valoración de las cir-
cunstancias concurrentes en el momento de adoptarse la decisión, pues una
medida desproporcionada o irrazonable no sería propiamente cautelar, sino
que tendría carácter punitivo en cuanto al exceso.
A tal efecto, dispone el art. 531 LECrim que, «para determinar la calidad
y cantidad de la fianza, se tomarán en cuenta la naturaleza del delito, el es-
tado social y los antecedentes del procesado y las demás circunstancias que
pudieren influir en el mayor o menor interés de éste para ponerse fuera del
alcance de la autoridad judicial».
Por «calidad» hay que entender las distintas clases de fianza («personal,
pignoraticia o hipotecaria» —art. 533— en relación con el art. 591 LE-
Crim) y por cantidad la determinación numérica de los euros que han de
garantizar su presencia.
Pero la cuantía de la fianza no puede ser arbitraria o desproporcionada,
por cuanto esta fianza, a diferencia de la fianza de responsabilidad civil,
tiene como única finalidad la de garantizar la comparecencia del imputado.
Por esta razón, ha de ser adecuada a las circunstancias de arraigo, previstas
en el art. 531 LECrim, y proporcionada a su patrimonio real; de lo contra-
rio, y de justificarse la libertad provisional, dicha fianza se convertiría en un
obstáculo discriminatorio al ejercicio del derecho a la libertad y, por ende,
abriría las puertas a la interposición de un recurso de amparo directo por
violación del art. 17 CE.
390 Manuel Díaz Martínez
A) Competencia
La competencia para la adopción de las medidas de protección corres-
ponde al Juzgado de Violencia sobre la Mujer correspondiente al domicilio
de la víctima (art. 15 bis LECrim), a salvo la competencia atribuida al Juez
de Guardia a los efectos de adopción de una orden de protección y sin per-
juicio de remitir con posterioridad las actuaciones al Juez competente, en el
supuesto de que la víctima tuviera su domicilio en distinto partido judicial
[art. 87 ter.1.c) LOPJ, art. 62 LVG].
B) Legitimación
Las medidas de protección que contempla la LO 1/2004, tanto las de
naturaleza penal, como también las civiles, podrán ser adoptadas de oficio
por el Juez de Violencia sobre la Mujer, o a instancia de las víctimas, de los
hijos, de las personas que convivan con ellas o se hallen sujetas a su guarda
o custodia, del MF, de la Administración de la que dependan los servicios
de atención a las víctimas o su acogida o, en coordinación con esta última,
del titular de la Delegación Especial del Gobierno contra la Violencia sobre
la Mujer (arts. 29.3 y 61.2 LVG).
En todo caso, y con la finalidad de reforzar la tutela jurisdiccional de
las víctimas de la violencia de género, se consagra la obligación del Juez de
Violencia que estuviera conociendo de un procedimiento relacionado con la
violencia de género, sea cual sea la entidad de la infracción penal que diera
lugar a su incoación (delito grave, menos grave o leve), de pronunciarse
sobre la pertinencia de la adopción de las medidas de protección contem-
pladas, determinando su plazo, si procediera su adopción (art. 61.2 LVG).
C) Catálogo de medidas
Orden de protección, en relación con la cual ninguna novedad intro-
duce la LO 1/2004 respecto de la regulación contenida en el art. 544 ter
394 Manuel Díaz Martínez
D) Procedimiento
De forma un tanto escueta, el art. 68 LVG establece las garantías que
han de observarse para la adopción de tales medidas que, en tanto que
restrictivas de derechos, habrán de acordarse mediante auto «motivado»
(inciso con el que se pretende resaltar la especial motivación que deben
revestir las decisiones relativas a la adopción de tales medidas), en el que
se aprecie su proporcionalidad y necesidad, siendo precisa, en todo caso,
la intervención del MF y el respeto de los principios de contracción, au-
diencia y defensa.
Prisión provisional. Libertad provisional 395
Junto a los anteriores presupuestos, el art. 384 bis LECrim exige, como
requisito, que ha de concurrir en el momento de la adopción de la medida,
que el «procesado estuviere ostentando función o cargo público». Así, pues,
si el procesado, aunque haya sido promovido a un cargo electo, todavía
no se encuentra en el ejercicio de tales funciones, no cabe decretar la sus-
pensión de las mismas, lo que resulta censurable, pues no otorga cobertura
procesal suficiente para impedir la toma de posesión en su cargo electivo
de procesados por la comisión de graves delitos de terrorismo (GIMENO
SENDRA).
La suspensión de la función o del oficio público no entraña, en principio,
la de los derechos económicos (sueldo o dietas), a salvo, claro está, que los
Reglamentos de las Cámaras en el supuesto de los cargos electos o la legisla-
ción de funcionarios, como suele ser usual, en el caso de la función pública,
autoricen la prohibición, total o parcial, de la percepción de tales derechos
económicos.
La cesación de los efectos de la suspensión ha de suceder por la ausencia
de la concurrencia de los presupuestos que la legitiman: por el sobresei-
miento o absolución, por la conversión en la sentencia firme de esta medida
provisional en la pena accesoria de suspensión de empleo y sueldo, por el
«desprocesamiento» o por la puesta en libertad del procesado.
Lección 20
LAS MEDIDAS CAUTELARES REALES.
ORDEN EUROPEA DE EMBARGO DE BIENES
O DE ASEGURAMIENTO DE PRUEBAS
2. Clases
Tal y como se infiere de lo dispuesto en el art. 299 LECrim, una de las
funciones específicas de la instrucción consiste en disponer las medidas cau-
telares dirigidas a asegurar las responsabilidades pecuniarias del imputado
o, como establece el art. 589 LECrim, las «responsabilidades pecuniarias
que en definitiva puedan declarase procedentes».
Ahora bien, debido a la circunstancia de que en un proceso penal las
«responsabilidades pecuniarias» que pueden declararse procedentes pueden
ser de diferente tipo, las medidas cautelares reales pueden ser susceptibles
de la siguiente clasificación (ORTELLS):
Medidas cautelares reales propias del proceso penal, que tienen por ob-
jeto garantizar la efectividad de los pronunciamientos de naturaleza penal
y procesal penal de la sentencia que se dicte y que posean un contenido
Las medidas cautelares reales 401
patrimonial, esto es, el relativo a las penas de multa y decomiso, así como al
pago de las costas procesales.
Medidas cautelares reales propias del proceso civil acumulado, que son
las que tienden a asegurar la ejecución de los pronunciamientos de natura-
leza civil y contenido patrimonial de la sentencia que se dicte y que, como
es sabido, comprende la restitución de cosas determinadas, la reparación del
daño y la indemnización de daños y perjuicios (art. 100 LECrim).
3. Presupuestos
A) La «apariencia del buen derecho»
El primer presupuesto que condiciona la adopción de las medidas caute-
lares reales lo constituye el «fumus boni iuris» o apariencia y justificación
del derecho subjetivo, que en el proceso penal estriba en la razonada atri-
bución del hecho punible a una persona determinada o, lo que es lo mismo,
en la existencia en la instrucción de «indicios racionales de criminalidad»
(art. 589 LECrim).
La existencia de imputación contra una persona determinada, si bien
constituye requisito suficiente a los efectos de la adopción de medidas cau-
telares reales para asegurar las costas, por cuanto, tal y como dispone el
art. 123 CP, «las costas procesales se entienden impuestas por la Ley a los
criminalmente responsables de todo delito», puede no serlo en orden a la
adopción de las medidas tendentes a garantizar las responsabilidades civiles
«ex delicto» del inculpado, ni de los terceros responsables, en la medida en
que no todo delito provoca la exigencia de tales responsabilidades, sino tan
sólo aquellos de los que se «derivaren daños o perjuicios» (art. 116 CP).
Así pues, junto a la necesaria atribución del hecho punible a una persona
determinada, se requiere también, de un lado, que los indicios racionales de
criminalidad lo sean de un ilícito penal que haya producido un daño o per-
juicio material o moral y, de otro, que tales indicios evidencien una relación
de causalidad con el sujeto contra el que se adoptan, ya sea el imputado, ya
sean terceras personas civilmente responsables (arts. 116 a 122 CP).
4. Contenido
La remisión que efectúa el art. 764 LECrim a las normas sobre contenido
de las medidas cautelares establecidas en la LEC presenta, sin duda alguna,
una relevancia esencial, por cuanto posibilita la adopción, junto a la fianza
(art. 589 LECrim), el embargo (art. 597 LECrim) y la anotación preventiva
de embargo, cuando ésta recaiga sobre bienes inmuebles (art. 604 LECrim),
de cualesquiera otras medidas «que se estimen necesarias para asegurar la
efectividad de la tutela judicial que pudiera otorgarse en una eventual Sen-
tencia estimatoria» (arts. 726 y 727 LEC).
En efecto, la LEC 1/2000 reconoce el carácter de medida cautelar a cual-
quier actuación, directa o indirecta, sobre los bienes y derechos del deman-
dado (imputado) que, con sujeción a las exigencias del principio de pro-
porcionalidad, haga posible la efectividad de la tutela judicial que pudiera
otorgarse en una eventual sentencia estimatoria, entre las que cabe destacar,
en el marco del proceso penal, las medidas destinadas a preservar la integri-
dad de unidades económicas complejas que están en explotación y que de-
ben seguir estándolo mientras se sustancia el procedimiento, evitando que
los gestores puedan seguir en la perpetuación del delito, causar daños en el
patrimonio de la entidad o sus socios o puedan instrumentalizar la empresa
en beneficio propio o de un tercero (v. gr. administración o intervención
judicial de empresas —art. 727 LEC y art. 129 CP—).
La anterior conclusión impide un estudio pormenorizado de todas y ca-
da una de las posibles medidas cautelares reales a adoptar, de ahí que nos
centremos, principalmente, en las previstas en la LECrim.
a) La fianza
a’) Concepto
La fianza constituye la primera de las medidas cautelares de naturaleza
real previstas en la LECrim y tendente a garantizar anticipadamente las
eventuales responsabilidades civiles que puedan ser declaradas en sentencia
condenatoria. A tal efecto, dispone el art. 589 LECrim que «cuando del
sumario resulten indicios de criminalidad contra una persona, se mandará
por el Juez que preste fianza bastante para asegurar las responsabilidades
pecuniarias que en definitiva puedan declararse procedentes…».
No obstante el tenor gramatical de dicho precepto, que obliga al Juez
de Instrucción a acordar, de oficio, la fianza desde el momento en que con-
curra el presupuesto material de la imputación, la norma ha de ser objeto
de revisión de conformidad con los presupuestos que han sido analizados.
Por tanto, no basta con la existencia de indicios de criminalidad para la
adopción de la fianza, siendo también necesario que dichos indicios lo sean
de ilícito penal que haya ocasionado daños o perjuicios y que se acredite el
«periculum in mora» o riesgo de daño para la efectividad de la tutela pre-
tendida derivado de la irremediable duración del proceso.
Teniendo en cuenta tales consideraciones, la fianza puede ser definida
como la medida cautelar civil que, a instancia de parte, puede ser adoptada
por el Juez de Instrucción en cuanto aprecie en la causa la existencia de una
imputación contra persona determinada de la comisión de un ilícito penal
que haya producido un daño, por medio de la cual exigirá de ésta que, por
sí mismo o a través de una tercera persona, ponga a disposición del Juzgado
bienes bastantes para garantizar de forma anticipada las posibles respon-
sabilidades civiles que puedan declararse en la sentencia, ante la concreta
probabilidad de que se produzcan, durante la pendencia del proceso, situa-
ciones que impidan o dificulten la efectividad de dicho pronunciamiento
civil de condena.
406 Manuel Díaz Martínez
b’) Clases
De conformidad con lo dispuesto en el art. 591 LECrim, la fianza podrá
ser personal, pignoraticia o hipotecaria, a las que cabe incorporar la posibi-
lidad de la satisfacción de caución, que podrá constituirse en dinero efectivo
o con aval solidario de duración indefinida y pagadero a primer requeri-
miento emitido por entidad de crédito o sociedad de garantía recíproca o
por cualquier medio que, a juicio del Juez o Tribunal, garantice la inmediata
disponibilidad, en su caso, de la cantidad de que se trate (art. 591 LECrim).
b) El embargo
a’) Concepto, requisitos y naturaleza
El embargo puede ser definido como una medida cautelar real mediante
la que se persigue la individualización y adscripción de bienes suficientes del
patrimonio del imputado para garantizar las eventuales responsabilidades
civiles derivadas de la comisión de un hecho punible.
Para que el embargo esté válidamente trabado es necesario el cumpli-
miento de los siguientes requisitos: en primer lugar, que los bienes sobre los
que recaiga pertenezcan al imputado, ya se hallen en su poder, ya en el de un
tercero; en segundo, que tengan un contenido patrimonial y sean suscepti-
bles de realización y, por último, que la Ley no establezca su inalienabilidad,
total o parcial.
El embargo en el proceso penal, a diferencia de lo que acontece en el
civil, constituye una medida de naturaleza subsidiaria a la exigencia de fian-
za, por cuanto tan sólo puede ser acordada cuando el imputado no haya
prestado la fianza exigida o no lo haya hecho en la cuantía suficiente (arts.
589 y 597 LECrim).
propias del Derecho Civil pudieran suscitar los hechos, actos y compor-
tamientos integrados en el relato histórico, para proceder a clarificar las
relaciones jurídico-civiles mediante pronunciamientos judiciales de validez
o invalidez de las mismas, salvo en la medida, y sólo en la medida, que ello
sea necesario para juzgar las responsabilidades penales y las civiles que del
delito pudieran derivarse.
Por ello, extendiéndose la responsabilidad civil derivada del delito a la
restitución, reparación del daño e indemnización de daños y perjuicios (art.
110 CP) y comprendiendo aquélla la de la misma cosa, siempre que ello sea
posible, aun cuando se encuentre en poder de tercero (art. 111 CP), «cabe
que en los delitos en los que haya habido un desplazamiento patrimonial,
que constituya el instrumento del delito o se encuentre en íntima conexión
con él, la restitución que proceda acordar —como responsabilidad del deli-
to— pueda conllevar la declaración del negocio jurídico subyacente» (STS
27 de octubre de 2001).
Admitido lo anterior, si la responsabilidad civil derivada del delito puede
consistir en la restitución de situaciones jurídicas sobre bienes inmuebles,
cuya alteración como consecuencia de la comisión del hecho punible haya
accedido al Registro de la Propiedad, se hace evidente, tal y como señala
GARBERÍ, la necesidad de admitir la adopción en el proceso penal de me-
didas cautelares tales como la «anotación preventiva de querella» o, para
ser más exactos, la «anotación preventiva de la demanda civil acumulada
al proceso penal», tendentes a garantizar que, llegado el momento de eje-
cutar la eventual sentencia de condena, tal restitución puede efectivamente
llevarse a acabo, impidiendo, de este modo, que la realización durante la
litispendencia de un nuevo negocio o acto por parte del querellado pueda
cristalizar en una situación de irreivindicabilidad del bien por estar en ma-
nos de un tercero hipotecario de buena fe (art. 34 LH).
La necesidad de adopción de dicha medida cautelar respecto de bienes
inmuebles adquiere pleno sentido en delitos que implican transmisiones de
dominio, en principio eficaces, para su adquisición por terceros, tal y como
sucede con los delitos de alzamiento de bienes (art. 257 CP) y de estafa (art.
251.2º y 3º CP), en donde la responsabilidad civil derivada de dichos tipos
delictivos ha de extenderse a la restitución de los bienes al patrimonio del
condenado mediante la declaración judicial de nulidad de los actos o nego-
cios realizados, con la finalidad de que pueda satisfacer las reclamaciones
de sus acreedores.
La Dirección General de los Registros y del Notariado, en los supuestos
en que ha tenido que pronunciarse sobre la admisión de la práctica en los
410 Manuel Díaz Martínez
libros del Registro de una anotación preventiva sobre los bienes inscritos
a nombre de los querellados, si bien ha mantenido en algunas resoluciones
una tesis restrictiva, atendiendo, de un lado, al carácter de «numerus clau-
sus» que en materia de anotaciones preventivas se contiene en nuestra le-
gislación (art. 42 LH) y, de otro, a que la querella no puede equipararse a la
demanda en juicio civil de nulidad o eficacia de títulos, pues, en la primera,
no se encuentra implícito el ejercicio de la acción de nulidad, en la actuali-
dad, admite la posibilidad de hacer constar por vía de anotación preventiva
el ejercicio en la querella de la acción civil derivada del delito, si esta acción
tiene efectiva trascendencia real, a fin de garantizar en el ámbito registral la
efectividad del pronunciamiento judicial que en su día se dicte; siendo preci-
so, en todo caso, que del mandamiento resulte el contenido de la acción civil
ejercitada, pues no es la mera interposición de la querella sino el ejercicio a
través de ella de una acción civil de trascendencia real lo que efectivamente
se anota (vid. Resolución de 13 de noviembre de 2000).
D) Otras medidas
a) Intervención inmediata del vehículo y retención del permiso de circula-
ción
El art. 764.4 LECrim contempla un conjunto de medidas especiales que
pueden ser acordadas por el órgano judicial y que tienen relación con el
vehículo del imputado y los permisos de conducción y circulación. En rea-
lidad, dicho precepto permite distinguir entre dos medidas que poseen una
naturaleza distinta:
La intervención inmediata del vehículo y la retención del permiso de cir-
culación del mismo, por el tiempo imprescindible, con la comunicación al
órgano administrativo correspondiente. Se trata de una medida que posee
una doble finalidad: por una parte, instructora, por cuanto se permite su
adopción «cuando fuere necesario practicar alguna investigación en aquél»,
por lo que se integra dentro de lo establecido, con carácter general, en el art.
326 LECrim, que impone al Juez instructor la recogida y conservación, si
fuere posible, para el juicio oral de la totalidad de vestigios o pruebas mate-
riales del delito y, por otra, cautelar en sentido propio, en cuanto destinada
al aseguramiento de las responsabilidades civiles, o, excepcionalmente, para
garantizar la pena de decomiso (v. gr. intervención de bienes procedentes del
narcotráfico), en tanto no conste acreditada la solvencia del imputado o del
tercero responsable civil (art. 764.I LECrim).
Las medidas cautelares reales 411
b) Pensión provisional
De conformidad con lo dispuesto en el art. 765.1 LECrim, tratándose de
un proceso relativo a hechos derivados del uso y circulación de vehículos
a motor, el Juez o Tribunal podrá señalar y ordenar el pago de la pensión
provisional que, según las circunstancias, considere necesaria en cuantía y
duración para atender a la víctima y las personas que estuvieren a su cargo.
Se trata, por tanto, de un medida cautelar y anticipadora de los efectos
de la eventual sentencia condenatoria, por cuanto los pagos se efectúan
con cargo a las cantidades que, eventualmente, dichas personas obtendrán
en sentencia, sin que exista previsión legal alguna sobre la obligación de
proceder a su devolución en caso de que la resolución les sea desfavorable.
El pago de la pensión se hará anticipadamente, en las fechas que discre-
cionalmente señale el Juez o Tribunal, a cargo del asegurador, si existiere, y
hasta el límite del seguro obligatorio, o bien con cargo a la fianza o al Con-
sorcio de Compensación de Seguros, cuando fuera civilmente responsable,
conforme a las disposiciones que le son propias.
Dispone expresamente dicho precepto que «igual medida podrá acor-
dase cuando la responsabilidad civil derivada del hecho esté garantizada
con cualquier seguro obligatorio», lo que determina que el pago de una
pensión provisional no sólo sea procedente en los procesos seguidos contra
la seguridad del tráfico, sino también cuando el delito se haya cometido
con ocasión de la actualización de un riesgo cubierto por cualquier seguro
obligatorio de responsabilidad civil.
E) Caución sustitutoria
Por último, el art. 764 LECrim dispone que serán igualmente aplicables
las normas de la LEC relativas a la caución sustitutoria, lo que permite
al sujeto pasivo frente a quien se hubieren solicitado o acordado medidas
cautelares patrimoniales solicitar al Tribunal que acepte, en sustitución de
412 Manuel Díaz Martínez
las mismas, la prestación por su parte de una caución suficiente, a juicio del
Tribunal, para asegurar el efectivo cumplimiento de la sentencia estimatoria
que se dicte (art. 746.1 LEC).
Los criterios o elementos de juicio que debe ponderar el Tribunal para
resolver sobre la prestación de caución sustitutoria son los que, a conti-
nuación, se relacionan (art. 746.2 LEC): el fundamento de la solicitud de
medidas cautelares, la naturaleza y contenido de la prestación de condena,
la apariencia jurídica favorable de la posición del demandado (imputado)
y los efectos colaterales de la medida sobre la actividad patrimonial y eco-
nómica del demandado, debiendo guardar un equilibrio razonable entre el
interés del actor en obtener un eficaz aseguramiento de su pretensión y el
del sujeto pasivo en padecer el mínimo quebranto o sacrificio patrimonial.
5. Procedimiento
A) Solicitud de la medida a instancia de parte legítima
Frente al régimen anterior a la reforma operada por la Ley 38/2002,
conforme al cual, en la práctica forense, las fianzas y embargos civiles se
acordaban de oficio por el Juez instructor desde el momento en que resulten
del sumario indicios de criminalidad contra una persona (art. 589 LECrim),
excepción hecha de que el responsable civil lo fuera un tercero (art. 615
LECrim), la remisión directa que efectúa el art. 764.1 LECrim al contenido
de las medidas cautelares establecidas en la LEC comporta, como novedad
esencial de la reforma, la necesidad de que la totalidad de las medidas cau-
telares civiles estén regidas por el principio dispositivo y, por tanto, hayan
de adoptarse a instancia de parte legítima, es decir, del MF, en su calidad de
sustituto procesal de los perjudicados, siempre y cuando no hubieran reser-
vado el ejercicio de la acción civil, ni se hubieran personado en la instruc-
ción o de los propios perjudicados, que son los únicos legitimados origina-
rios para instar estas medidas, siempre y cuando acrediten el cumplimiento
de sus presupuestos procesales (el periculum in mora y el fumus boni iuris).
Admitido lo anterior, se hace necesario reinterpretar los arts. 589 y 615
LECrim, entendiendo que, cuando el primero de los citados preceptos (art.
589) permite al Juez la adopción, de oficio, de medidas cautelares reales
contra el imputado para garantizar las responsabilidades pecuniarias, se
está refiriendo a las de naturaleza penal y procesal (la pena de multa, el
decomiso y las costas), que son indisponibles, mientras que tratándose de
asegurar las responsabilidades civiles «ex delicto» deberá mediar siempre
petición de parte legítima, en iguales términos que el art. 615 LECrim exige
Las medidas cautelares reales 413
2. Sujetos
El sujeto legitimado activamente para cursar una de dichas órdenes es el
Juez o Tribunal competente, que esté conociendo de la causa, y los Fiscales
que dirijan las diligencias de investigación en las que se deba adoptar una
medida de aseguramiento de pruebas que no sea limitativa de derechos fun-
damentales.
Pasivamente lo está el Juez de Instrucción del lugar en donde se encuen-
tren los bienes o documentos objeto de aseguramiento o las pruebas que
deba ser aseguradas, así como los Fiscales para la ejecución de aquellas
medidas de aseguramiento de pruebas que pueden realizar dentro de sus
competencias sin adoptar medidas limitativas de derechos fundamentales
(art. 144).
El cambio sobrevenido de la ubicación del objeto de la resolución de
embargo preventivo de bienes y de aseguramiento de pruebas no implicará
una pérdida sobrevenida de competencia del Juez de Instrucción o del Fiscal
que hubiera acordado el reconocimiento y ejecución de la resolución trans-
mitida en España
3. Procedimiento
A) Activo
Con carácter previo a la emisión de una resolución de embargo preven-
tivo de bienes y de aseguramiento de pruebas, que puede ser acordada de
oficio o a instancia de parte, podrá recabarse de la autoridad competente
del Estado de ejecución información suficiente sobre si efectivamente el bien
objeto de aseguramiento se encuentra en dicho Estado (art. 146).
Las medidas cautelares reales 415
B) Pasivo
En el supuesto de ejecución en España de tales resoluciones, si el delito
pertenece a una de las categorías delictivas a las que se refiere el art. 20 y
dicho delito estuviera castigado en el Estado de emisión con una pena pri-
vativa de libertad cuya duración máxima sea, al menos, de tres años, la au-
toridad judicial española competente acordará la realización de la medida
sin control de la doble tipificación de los hechos.
La decisión de ejecución de la resolución deberá ser adoptada inmediata-
mente y comunicada sin dilación a la autoridad judicial de emisión y al MF,
por cualquier medio que deje constancia escrita. Las autoridades judiciales
españolas resolverán lo procedente y lo comunicarán dentro de las 24 horas
siguientes a la recepción de la resolución (art. 151).
La autoridad competente española denegará el reconocimiento de una
resolución de embargo preventivo de bienes o de aseguramiento de pruebas
en los supuestos contemplados en el art. 32, esto es:
– Cuando se haya dictado en España o en otro Estado distinto al de
emisión una resolución firme, condenatoria o absolutoria, contra la
misma persona y respecto de los mismos hechos, y su ejecución vul-
nerase el principio non bis in ídem.
– Cuando la resolución se refiera hechos para cuyo enjuiciamiento sean
competentes las autoridades españolas.
– Cuando el certificado que ha de acompañar a la solicitud esté incom-
pleto o sea manifiestamente incorrecto o no responda a la medida.
Séptima Parte
LA FASE INTERMEDIA
Lección 21
EL SOBRESEIMIENTO
I. EL SOBRESEIMIENTO
1. Concepto y notas esenciales
Debido a que la función esencial de la fase instructora consiste en pre-
parar el juicio oral, puede suceder, como en la práctica ocurre (en la que
alrededor del 75% de las instrucciones se sobreseen), que no concurran los
presupuestos de la pretensión penal. En tal caso, la fase intermedia finaliza-
rá mediante un auto de sobreseimiento de los contemplados en los arts. 634
y ss. LECrim, o de archivo de las diligencias.
El sobreseimiento, como su nombre indica, es una resolución jurisdiccio-
nal por la que se suspende el proceso penal, bien de una manera provisional,
bien definitiva.
El sobreseimiento se regula dentro del proceso ordinario para delitos
graves (arts. 634 y ss. LECrim), si bien, dada su naturaleza de proceso co-
mún, es de aplicación supletoria en los demás procedimientos (en el abre-
viado, en el del jurado e incluso en los juicios rápidos).
Se entiende por sobreseimiento la resolución firme, emanada del órgano
jurisdiccional competente en la fase intermedia, mediante la cual se pone fin
a un procedimiento penal incoado con una decisión que, sin actuar el «ius
420 Vicente Gimeno Sendra
2. Clases
Conforme a la clasificación establecida por el art. 634 LECrim, el sobre-
seimiento puede ser libre o provisional, total o parcial.
El sobreseimiento 421
B) Insuficiencia de prueba
Cuando, de la instrucción practicada, los actos de investigación hubieran
puesto de relieve la falta del material de hecho suficiente para fundamentar
la pretensión punitiva, bien en su dimensión objetiva (existencia del hecho),
bien en la subjetiva (determinación del presunto autor) habrá de sobreseer-
se «provisionalmente» por los números 1º ó 2º del art. 641 LECrim.
Sociológicamente más del 50% de los sobreseimientos transcurren por la
vía del artículo 641.2º LECrim, debido a que la policía no puede descubrir
a su presunto autor, lo que motiva un gran número de inútiles diligencias.
Por tal razón, y sin perjuicio de la conveniencia de incrementar la «produc-
tividad policial», es necesario aumentar su coordinación con el MF, a fin de
que, en los supuestos de imposible descubrimiento, éste solicite el archivo
de las actuaciones desde el inicio de la instrucción, así como conferir al MF
un limitado poder de archivo, tal y como realizó el art. 16.2 de la Ley del
Menor (LO 5/2000).
2. Efectos
El sobreseimiento provisional no produce efectos materiales de cosa juz-
gada, sino tan solo la suspensión del procedimiento, en tanto permanezca
la causa que lo motiva.
Si el sobreseimiento fuere total se decretará el archivo de la causa en el
órgano jurisdiccional que hubiere entendido de la instrucción, se devolve-
rán las piezas de convicción a su «dueño conocido» (art. 634 LECrim) y se
dispondrá la cancelación de las fianzas y embargos.
Si las «piezas de convicción» no estuvieran «dentro del comercio de los
hombres» se producirá su comiso y eventual inutilización. Si, frente al due-
ño conocido (esto es, quien estuviere poseyendo la cosa al tiempo de su
ocupación por el juzgado), algún tercero reclamara su propiedad, permane-
cerán retenidas y el Tribunal le fijará un plazo para que acredite la interpo-
sición por el tercero de la correspondiente acción civil, finalizado el cual, sin
El sobreseimiento 423
A) Competencia
En el sumario ordinario, órgano competente es la AP, previa conclusión
del sumario efectuada por el Juez de Instrucción (arts. 622 y 633 LECrim);
en el proceso abreviado, la competencia pertenece al Juez de Instrucción,
quien puede dictarlo, tanto al término de las diligencias previas (art. 779.1
LECrim), como en la fase intermedia (art. 782.1 LECrim), si bien, tratán-
dose de alguna de las causas de exención de la responsabilidad penal con-
templadas en el art. 782.1 LECrim (las previstas en los números 1, 2, 3, 5 y
6 del art. 20 CP) habrá de abrir el juicio oral a fin de que en él se pruebe su
concurrencia; finalmente, tratándose de un juicio rápido, el órgano compe-
tente es el Juez de Guardia (art. 800 LECrim).
B) Motivación
Debido a la circunstancia de que los autos de sobreseimiento libre oca-
sionan los efectos materiales de la cosa juzgada, han de encontrarse mi-
nuciosamente motivados, de tal suerte que en ellos se acrediten la concu-
rrencia fáctica, derivada de los actos de investigación practicados y de la
prueba instructora preconstituida y anticipada, de alguna de las causas que
424 Vicente Gimeno Sendra
C) Motivos
Las causas que posibilitan este sobreseimiento se contemplan en el art.
637 LECrim, a saber:
1) «Cuando no existan indicios racionales de haberse perpetrado el he-
cho que hubiere dado motivo a la formación de la causa». Contempla
el precepto el supuesto de inexistencia del hecho (así, mediante una
autopsia, se evidencia que el muerto lo fue por causa natural).
2) «Cuando el hecho no sea constitutivo de delito», lo que acontecerá
cuando el hecho carezca de tipicidad penal (v.gr.: el delito de estafa
imputado, tras la instrucción se comprueba que encierra una mera
reclamación civil de cantidad).
3) «Cuando aparezcan exentos de responsabilidad criminal los proce-
sados como autores, cómplices o encubridores», pudiendo ser el so-
breseimiento parcial, si tan sólo afectara a alguno (art. 640 LECrim).
El precepto permite, en principio, apreciar la totalidad de las causas,
tanto de exención (arts. 19 y 20 CP), como de extinción de la respon-
sabilidad penal (art. 130). Pero, en tanto que las causas de extinción
son fácilmente acreditables mediante el correspondiente documento
público, las causas de exención requieren una actividad probatoria,
que es competencia del órgano de enjuiciamiento. Por esta razón, no
todas las causas de exención pueden apreciarse en la fase intermedia,
sino tan sólo, en el proceso abreviado y juicios rápidos, las contem-
pladas en el art. 782.1 LECrim, y, en el sumario ordinario, la doctrina
ha propuesto como causas de exención que pueden estimarse en esta
fase las de caso fortuito, fuerza irresistible, cumplimiento de un deber,
ejercicio legítimo de un derecho y, con dudas, la legítima defensa, el
estado de necesidad y la obediencia debida, que, al requerir una acti-
vidad probatoria, exigen prueba en el juicio oral.
2. Efectos
A diferencia de los autos de archivo y del sobreseimiento provisional,
los de sobreseimiento libre producen la totalidad de los efectos de la cosa
El sobreseimiento 425
1. El auto de conclusión
«Practicadas las diligencias decretadas de oficio o a instancia de parte
por el Juez Instructor, si éste considerase terminado el sumario, lo declarará
así, mandando remitir los autos y las piezas de convicción al tribunal com-
petente para conocer del delito» (art. 622. 1 LECrim).
Aunque no nos indique el mencionado precepto cuáles son las diligen-
cias que habrá de practicar el Juez para estimar finalizado el sumario, tales
diligencias no pueden ser otras más que las previstas en el art. 299 LECrim,
las cuales pueden resumirse en las siguientes: a) actos de investigación ten-
dentes a determinar la preexistencia del hecho y su tipicidad penal; b) actos
de investigación que determinen la participación del procesado, y c) medi-
das cautelares penales y reales.
426 Vicente Gimeno Sendra
Una vez realizadas tales diligencias, dispone el art. 622.2 LECrim que el
MF solicitará la conclusión del sumario cuando considere que en él «se han
reunido los suficientes elementos para hacer la calificación de los hechos y
poder entrar en el trámite del juicio oral», en cuyo caso, «lo hará presente
al Juez de instrucción para que, sin más dilaciones, se remita lo actuado al
Tribunal competente».
Pronunciado el auto de conclusión, pierde el Juez su competencia sobre
la fase instructora, que pasa a conferirse a la AP. El LAJ, pues, junto con el
auto de conclusión, elevará a la Audiencia el sumario con todas sus piezas y
los objetos que tengan relación con el «cuerpo del delito».
El auto de conclusión se notificará, desde luego, a todas las partes per-
sonadas, al MF y al procesado, así como a todas las personas que, como es
el caso del responsable civil, directo o subsidiario, pudieran verse afectadas
por los efectos, penales y civiles, ulteriores de la sentencia (art. 623 LECrim).
Dicha resolución se pronunciará aun cuando contra determinadas re-
soluciones del sumario se hayan interpuesto, sin resolverse, el recurso de
apelación en su solo efecto devolutivo. En tal supuesto, el LAJ le indicará a
la Audiencia, al efectuar la remisión del sumario, las apelaciones pendientes,
que provocarán la suspensión de la fase intermedia hasta que sean resueltas.
Si tales apelaciones fueren desestimadas, se reanudará dicha fase; si, por el
contrario, se admitiesen, se revocará el auto de conclusión, disponiendo la
Audiencia las diligencias que deba practicar el Juez de Instrucción (art. 622.
3 y 4 LECrim). Lo que no puede hacer la Audiencia es dictar un sobresei-
miento en un recurso de apelación contra el auto de procesamiento.
días. Durante este plazo, el Magistrado ponente, que será designado por el
LAJ, se ilustrará del contenido del sumario, procediendo, bajo la interven-
ción del LAJ, que levantará acta, a abrir todos los pliegos y sobres cerrados
(art. 626 LECrim).
Finalizado dicho plazo común, se les otorgará al MF, al querellante y a la
defensa del procesado o procesados un plazo no inferior a tres, ni superior a
diez días, a fin de que dichas partes puedan instruirse y solicitar por escrito,
bien la confirmación del auto de conclusión, bien su revocación para prác-
tica de nuevas diligencias (art. 627.I LECrim).
Si alguna de las partes solicitara la revocación del sumario, concretará
las nuevas diligencias que deban practicarse; si, por el contrario, solicitaran
su confirmación, en el mismo escrito habrán de pedir, bien la apertura del
juicio oral, bien el sobreseimiento (art. 627.3 y 4 LECrim).
3. Petición de sobreseimiento
Como una manifestación del sistema acusatorio («nemo iudex sine acu-
satore») hay que concebir la vinculación del Tribunal a la petición de so-
breseimiento realizada por las partes acusadoras y contenidas en los arts.
642-645 LECrim, entendiendo por tales, según la doctrina del TS, al MF
y al ofendido en aquellos delitos que permitan afirmar la existencia de un
sujeto pasivo, pero no al acusador popular, quien no vincula al Tribunal
mediante su petición de apertura del juicio.
De conformidad con lo dispuesto en tales preceptos cabe distinguir las
siguientes hipótesis:
a) Si ambas partes, MF y acusador particular, solicitaran la apertura del
juicio oral, el Tribunal no podrá prescindir de dictar el correspondien-
te auto de apertura (art. 645. 2 LECrim).
b) Cuando entre las partes acusadoras existiera divergencia en la solici-
tud de sobreseimiento o de apertura del juicio oral, el Tribunal podrá
proceder a dicha apertura o a dictar un auto de sobreseimiento libre
del número 2 del art. 637 (art. 645 LECrim).
c) Si el MF solicitara el sobreseimiento y no existiere acusador particu-
lar en el procedimiento, el Tribunal de oficio llamará a la causa a los
ofendidos y perjudicados a fin de realizarles un último ofrecimiento
de acciones, en la forma indicada por los arts. 642-643 LECrim. Si se
personaren, el Tribunal procederá de conformidad con lo dispuesto
en los supuestos contemplados, supra a) y b).
428 Vicente Gimeno Sendra
V. LA FASE INTERMEDIA EN EL
PROCEDIMIENTO ABREVIADO
Una de las características esenciales del proceso penal abreviado consis-
te, a diferencia del sumario ordinario, en haber otorgado también la fase
intermedia al Juez de Instrucción con lo que se obtienen dos sustanciales
ventajas: de un lado, la economía procesal, ya que el otorgamiento de la fase
intermedia a la AP, con su posibilidad de revocación del auto de conclusión,
ocasiona no pocas dilaciones indebidas y, de otro, este sistema proporciona
un mayor reforzamiento de la garantía del Juez «imparcial», toda vez que,
debido a que la principal función de la fase intermedia consiste en decidir
sobre la apertura o no del juicio oral contra al imputado —lo que conlleva
una asunción por el Tribunal decisor del juicio de imputación—, su conce-
sión a la AP le ocasiona mayor pérdida de imparcialidad que su traslación,
en el abreviado, al Juez de Instrucción, lo que posibilita la constitución del
Juez de lo Penal sin haber tomado conocimiento alguno de la instrucción.
El sobreseimiento 429
2. Concepto y elementos
Los escritos de calificación provisional, así denominados en el sumario
ordinario, o de acusación, en el abreviado, son, pues, actos de postulación
de las partes mediante los cuales fundamentan y deducen la pretensión pu-
nitiva y, en su caso, civil de resarcimiento o, en uso del derecho de defensa,
se oponen a ella, articulando un escrito en el que exponen y califican los
hechos punibles investigados en la instrucción, determinan el tema de la
prueba y efectúan la primera delimitación del objeto del proceso sobre el
que ha de recaer la actividad decisoria del Tribunal.
Del enunciado concepto se infieren las siguientes notas esenciales:
A) Los escritos de calificación provisional son, en primer lugar, actos de
postulación que asisten a todas las partes procesales, si bien en aten-
ción a la posición que pueden asumir frente al hecho punible su con-
tenido es muy diverso. De este modo, cabe distinguir las calificaciones
provisionales relativas a la pretensión penal que han de deducir el
MF, querellante público, particular o privado, de un lado, y las de la
defensa, de otro, y las referentes a la pretensión civil (acumulada al
proceso penal) que han de formular el actor civil, por una parte, y el
responsable o tercero civil, por otra.
B) El contenido esencial de los escritos de calificación consiste en la de-
ducción de la pretensión penal y, en su caso, de la civil de resarcimien-
to dimanante de la comisión del delito. Son actos procesales, pues,
de interposición de la pretensión que vienen a cumplir una función
similar al escrito de demanda.
C) Mediante la interposición, pues, de la pretensión penal por las partes
acusadoras y su contestación, en el oportuno escrito de calificación
provisional de la defensa, queda integrado el objeto procesal penal, el
cual consiste en una petición de pena, basada en un título de conde-
na y fundamentada en la presunta comisión de un hecho punible de
carácter histórico por una persona que previamente ha de haber sido
imputada.
D) Los escritos de calificación provisional, sin embargo, y como su nom-
bre indica, ocasionan una calificación provisional del hecho punible,
con respecto a la cual las partes son libres de modificarla tras el resul-
tado de la prueba y en las conclusiones definitivas mediante el cambio
del título de condena o el de las circunstancias modificativas de la
culpabilidad (art. 732 LECrim). Incluso la LECrim (art. 733 LECrim)
autoriza al tribunal a sugerir a las partes nuevas tesis jurídicas a fin
436 Vicente Gimeno Sendra
3. Clases
Los escritos de calificación provisional son susceptibles de ser clasifica-
dos conforme a los siguientes criterios:
a) Atendiendo a su contenido: pueden existir escritos de calificación de
la pretensión penal (números 1º-5º del primer apartado del art. 650
LECrim) y de la pretensión civil (número 1º y 2º del segundo aparta-
do del art. 650 LECrim).
b) Según sus efectos y trámite procesal, se distinguen los escritos de cali-
ficación provisional (arts. 649 y ss. LECrim) y las calificaciones defi-
nitivas o «conclusiones» (art. 732 LECrim).
c) Atendiendo al número de pretensiones los escritos de calificación pro-
visional pueden contener pretensiones únicas o afirmativas y comple-
jas o alternativas (art. 653 LECrim).
d) En el procedimiento ante el Tribunal del Jurado pueden sucederse
hasta tres calificaciones provisionales: a) la del art. 29 LOTC, que
ofrece la particularidad de que se pueden solicitar en ella la práctica
de diligencias sumariales en la audiencia preliminar; b) la segunda
modificación de dichas calificaciones al término de la referida audien-
Los actos de interposición y disposición de la pretensión penal 437
cia (art. 31.3); y c) las que, al amparo del art. 36.1.c y d LOTJ, se les
permite a las partes bajo la fórmula de las «cuestiones previas».
4. Requisitos formales
Dispone el art. 649.1º LECrim que las partes han de calificar los hechos por
escrito. La vigencia del presente principio no excluye la del de oralidad en las
conclusiones definitivas, si bien el art. 732.II LECrim exige también su plasma-
ción por escrito, que, en la práctica forense, se efectúa de forma manuscrita.
5. La fundamentación fáctica
Debido a la relevante circunstancia de que el hecho punible conforma el
objeto del proceso penal, la determinación de este elemento esencial de la
pretensión reviste singular relieve en los escritos de calificación provisional.
A ella se refiere expresamente los números 1º y 4º del art. 650 LECrim:
6. La calificación jurídica
La conclusión segunda de los escritos de calificación provisional ha de
contener «la calificación legal de los mismos hechos, determinando el delito
que constituyan».
Los actos de interposición y disposición de la pretensión penal 439
7. La legitimación pasiva
De conformidad con la posibilidad de acumulación de pretensiones, pe-
nal y civil, en el proceso penal habrán de individualizarse cada uno de sus
destinatarios, es decir, tanto al acusado, como al responsable civil:
8. La petición de pena
Los escritos de calificación provisional han de finalizar con la descrip-
ción de «las penas en que hayan incurrido el procesado o procesados, si
fuesen varios, por razón de su respectiva participación en el delito».
Los actos de interposición y disposición de la pretensión penal 441
A) Impropios
Constituyen actos impropios de disposición de la pretensión penal el de-
sistimiento o «abandono de la querella» en los delitos públicos, la petición
vinculante de sobreseimiento y la retirada de la acusación.
a) El abandono de la querella
A la primera de las enunciadas figuras se refiere de manera implícita el
art. 276 LECrim, conforme al cual, en los supuestos de sucesión procesal,
«se tendrá por abandonada la querella cuando por muerte o por haberse
incapacitado el querellante para continuar la acción, no compareciere nin-
guno de los herederos o representantes legales a sostenerla dentro de los
treinta días siguientes a la citación que al efecto se les hará dándoles cono-
cimiento de la querella». De la redacción del precepto es claro que no nos
encontramos ante un auténtico supuesto de disposición de la pretensión,
toda vez que el único efecto que ha de producir el abandono de una quere-
lla por delito público es no tener al querellante como parte acusadora en el
procedimiento; pero en modo alguno se puede ocasionar su finalización, ya
que el deber del MF de sostener la pretensión, en tales supuestos, deviene
ineludible.
Los actos de interposición y disposición de la pretensión penal 443
c) La retirada de la acusación
Al igual que en el supuesto anteriormente contemplado, tampoco le es
dado al MF retirar la acusación en un juicio oral determinado, aun cuan-
do dicha retirada haya de producir la absolución del acusado, y ello, por
idéntica razón: en nuestro proceso penal, informado por el principio de
legalidad, el MF tan sólo puede retirar la acusación cuando la ejecución de
la prueba evidencie la inocencia del acusado.
B) Propios
Merecen esta calificación exclusivamente aquellos actos de postulación
en los que, existiendo, de un lado, una acción típica, culpable y punible, y
habiéndose determinado, de otro, su presunto autor, las partes deciden po-
ner fin al procedimiento por razones de política criminal.
Tales actos de disposición de la pretensión están integrados por el per-
dón del ofendido y la conformidad.
444 Vicente Gimeno Sendra
V. LA CONFORMIDAD
1. Regulación legal
A) Tradicionalmente la institución de la conformidad venía siendo regu-
lada en el ámbito del proceso común ordinario, que instauró nuestra Ley
de Enjuiciamiento Criminal de 1882, en dos momentos claramente dife-
renciados: dentro de la fase intermedia, al formalizar la defensa su escrito
de contestación a la acusación (art. 655 LECrim) y ya en la del juicio oral,
al inicio de las sesiones, cuando a pregunta del Presidente del Tribunal el
acusado se «confesara reo del delito» imputado (arts. 689 y 699 LECrim).
En ambos casos, y siempre y cuando el hecho calificado no excediera de una
pena privativa de libertad de seis años, la «conformidad» o la «confesión»
del acusado ocasionaba la finalización del proceso mediante sentencia, dic-
tada sin el previo y preceptivo juicio oral.
B) Pero la anterior regulación legal de la conformidad no posee, sin em-
bargo, una gran relevancia práctica, por cuanto la LO 7/1988, de 28 de
diciembre, creadora del procedimiento abreviado y de los Juzgados de lo
Penal, estableció una nueva normativa de dicha institución (arts. 779.1.5ª
y 787.1 LECrim) que, si bien es cierto que formalmente no derogó a la de
la conformidad del proceso común, tampoco lo es menos que, extendiendo
los Juzgados de lo Penal su competencia objetiva hasta 5 años (art. 14.3
LECrim) y siendo el procedimiento abreviado el adecuado para el enjui-
446 Vicente Gimeno Sendra
3. Clases
A) Desde un punto de vista subjetivo la conformidad puede ser total o
propia, cuando la totalidad de los acusados la presten, y parcial o impropia,
en el supuesto de que, ante una pluralidad de acusados, tan sólo alguno de
ellos la prestara, en cuyo caso será inválida dicha conformidad, debiéndose
abrir el juicio oral para todos ellos. Tratándose de una persona jurídica
su conformidad «podrá realizarse con independencia de la posición que
adopten los demás acusados, y su contenido no vinculará en el juicio que se
celebre en relación con éstos» (art. 787.8 LECrim).
B) Atendiendo al número y naturaleza de las pretensiones, objeto de este
allanamiento penal, la conformidad puede ser absoluta, si se extiende no
sólo a la pretensión «penal», sino también a la «civil», o limitada exclusiva-
mente a la pretensión penal, en cuyo caso el juicio oral se abrirá a los solos
efectos de debatir la pretensión civil (arts. 655.5 y 695 LECrim).
C) Desde una perspectiva procedimental cabe distinguir una conformi-
dad al escrito de acusación que puede prestarse ante el Juez de Guardia, en
el enjuiciamiento rápido (arts. 801 y 779.1.5 LECrim), otra al inicio del
juicio oral (arts. 688.2 y 787.1 LECrim) y una tercera sólo ante el Tribunal
del Jurado en el escrito de conclusiones definitivas (art. 50 LOTJ), sin que
pueda ser trasladada al proceso común para delitos graves.
D) Finalmente, y atendiendo al ámbito de disposición de la conformidad,
puede distinguirse una conformidad plena que se proyecta no sólo sobre
la petición de pena, sino también sobre los hechos que la fundamentan, y
una conformidad limitada a la aceptación de las peticiones de pena solicita-
das por las partes acusadoras. En el primer caso nos encontramos ante un
«allanamiento-confesión» y en el segundo ante un mero «allanamiento».
4. Procedimiento
La conformidad puede prestarse por escrito en la contestación de la de-
fensa al también escrito de la acusación ante el Juez de guardia en los juicios
rápidos (art. 801 LECrim) y en la fase intermedia en los demás procedi-
Los actos de interposición y disposición de la pretensión penal 449
5. Efectos
Los efectos de la sentencia de conformidad son los propios de cualquier
sentencia firme: los de la cosa juzgada. Si la conformidad fuere absoluta,
dichos efectos se extenderán tanto sobre la parte dispositiva penal como
sobre el fallo civil, mientras que si fuere limitada se extenderán únicamente
sobre el fallo penal, debiéndose abrir el juicio oral, como se ha dicho, para
el conocimiento de la pretensión civil (arts. 695 y 700.1 LECrim).
450 Vicente Gimeno Sendra
744, respecto del proceso ordinario, que «abierto el juicio oral, continuará
durante todas las sesiones consecutivas que sean necesarias hasta su con-
clusión»; y en su art. 788.1. I, respecto del abreviado, que «la práctica de
la prueba se realizará concentradamente, en las sesiones consecutivas que
sean necesarias».
Sin embargo, en algunas ocasiones, pueden sobrevenir circunstancias
imprevisibles e inevitables que imposibilitan el normal discurrir del proce-
dimiento. En tales casos, la única opción posible —por muy pernicioso que
sea su impacto sobre el procedimiento— es su suspensión.
La primera suspensión posible, de las orquestadas por la LECrim, no
supone en verdad una suspensión proprie dicta del juicio oral, dado que
se produce con antelación a su mismo comienzo, sino una suspensión del
propio procedimiento con aplazamiento de esta crucial fase procesal: así, el
art. 745 LECrim, prevé que «el Presidente del Tribunal podrá suspender la
apertura de las sesiones cuando las partes, por motivos independientes de
su voluntad, no tuvieren preparadas las pruebas ofrecidas en sus respectivos
escritos».
La segunda posible suspensión, conforme a una estructura cronológica,
es la acontecida en pleno juicio oral. A ella se refiere el art. 746 LECrim,
cuando establece que procederá además la suspensión del juicio oral en los
casos siguientes:
1º Cuando el Tribunal tuviere que resolver durante los debates alguna
cuestión incidental que por cualquier causa fundada no pueda deci-
dirse en el acto.
2º Cuando el Tribunal o alguno de sus individuos tuviere que practicar
alguna diligencia fuera del lugar de las sesiones y no pudiere verificar-
se en el tiempo intermedio entre una y otra sesión.
3º Cuando no comparezcan los testigos de cargo y de descargo ofrecidos
por las partes y el Tribunal considere necesaria su declaración.
Podrá, sin embargo, el Tribunal acordar en este caso la continuación
del juicio y la práctica de las demás pruebas; y después que se hayan
hecho, suspenderlo hasta que comparezcan los testigos ausentes.
4º Cuando algún individuo del Tribunal o el defensor de cualquiera de
las partes enfermare repentinamente hasta el punto de que no pueda
continuar tomando parte en el juicio ni pueda ser reemplazado el úl-
timo sin grave inconveniente para la defensa del interesado.
Lo dispuesto respecto a los defensores de las partes se entiende apli-
cable al Fiscal.
El juicio oral 459
tiempo demasiado largo, se declarará sin efecto la parte del juicio celebra-
da. Lo mismo podrá acordar el Tribunal en el caso de la inesperada apari-
ción de revelaciones o retractaciones inesperadas, si la preparación de sus
elementos de prueba o la sumaria instrucción suplementaria exigiere algún
tiempo. En ambos casos, el LAJ señalará día para nuevo juicio cuando des-
aparezca la causa de la suspensión o puedan ser reemplazadas las personas
reemplazables.
La suspensión del juicio verbal, en el procedimiento abreviado, sin em-
bargo, está cronológicamente delimitada, pues la LECrim establece, en su
art. 788.1.II, que el Juez o Tribunal podrá acordar la suspensión o apla-
zamiento de la sesión —para todos los casos recién analizados—, hasta el
límite máximo de treinta días conservando su validez los actos realizados,
salvo que se produzca la sustitución del Juez o miembro del Tribunal en el
concreto caso de su enfermedad. En todos estos casos, el Juez o Presidente
siempre que el señalamiento de la reanudación pueda realizarse al mismo
tiempo en que se acuerde la suspensión, así lo hará, teniendo en cuenta las
necesidades de la agenda programada de señalamientos.
1. Actos de iniciación
En el día señalado para dar principio a las sesiones, el LAJ velará por que
se encuentren en el local del Tribunal las piezas de convicción que se hubie-
ren recogido, y el Presidente, en el momento oportuno, declarará abierta la
sesión. Desde ese mismo momento, el Presidente tendrá todas las facultades
necesarias para conservar o restablecer el orden en las sesiones y mantener
el respeto debido al Tribunal y a los demás poderes públicos, pudiendo
corregir en el acto con multa las infracciones que no constituyan delito,
o que no tengan señalada en la Ley una corrección especial. Asimismo, el
Presidente llamará al orden a todas las personas que lo alteren, y podrá ha-
cerlas salir del local si lo considerare oportuno, sin perjuicio de la referida
multa. También podrá acordar que se detenga en el acto a cualquiera que
delinquiere durante la sesión, poniéndole a disposición del Juzgado compe-
tente. Todos los concurrentes al juicio oral, cualquiera que sea la clase a que
pertenezcan, sin excluir a los militares, quedan sometidos a la jurisdicción
disciplinaria del Presidente. Si turbaren el orden con un acto que constituya
delito, serán expulsados, inmediatamente, del local y entregados a la Auto-
ridad competente (art. 684 LECrim).
La primera actuación de esta vista, realizada tras las manifestaciones ex-
presadas por las partes en el abreviado —de las que ya nos hemos ocupado
en el epígrafe relativo a las cuestiones previas—, será la pregunta sobre la
posible asunción de los hechos, por parte del acusado y consiguiente pro-
puesta de conformidad, puesto que, de resultar exitosa, eludirá todo trámite
procedimental posterior, poniendo término inmediato al proceso penal. La
conformidad ya ha sido tratada en la Lección destinada a los actos de in-
terposición y disposición de la pretensión penal, razón por la que no nos
detendremos de nuevo, en el estudio de esta materia.
462 Sonia Calaza López
2. Actos de prueba
El proceso penal es —así nos lo parece sin duda alguna— el más trau-
mático de todos. Por muy elevado que sea el interés público protegido en
el proceso contencioso-administrativo; por muy relevante que sea el bien,
derecho o interés jurídico tutelado en el proceso civil; por muy trascenden-
tes que sean los derechos de los trabajadores y empresarios debatidos en el
proceso social; en ninguno de ellos se ven amenazados derechos fundamen-
tales tan elementales como la libertad; o, de verse comprometidos algunos
de estos derechos —así, la intimidad, el honor, la imagen, la dignidad, el
libre desarrollo de la personalidad— nunca su invasión lo será de la for-
ma tan forzosamente encarnizada, que impone —para la averiguación del
delito—, en un buen número de actuaciones, el proceso penal: recuérdese
—y por citar tan sólo dos actos de investigación instructorios— la entrada
y registro o la captación y grabación de comunicaciones orales mediante la
utilización de dispositivos electrónicos, contra la voluntad —incluso ante el
desconocimiento— de su titular.
Y frente a este comprensible temor a la potencial condena, todavía en
ciernes —al tiempo de la investigación que precede a la acusación— se alza,
El juicio oral 463
como el más alto castillo del reino del proceso penal: la prueba. El resultado
que arroje la prueba será determinante, en realidad, para la respuesta judi-
cial de la condena o, en otro caso, de la absolución. De ahí que, siquiera sea
a efectos prácticos —sin desmerecer, por supuesto, los dogmáticos— este
período nuclear del proceso penal —el juicio— se presenta como el más
trascendente de todos: el auténtico corazón del proceso, sin cuyo latido
estaría abocado a la más profunda oscuridad.
Aún cuando nuestro sistema procesal penal está presidido —al igual, por
cierto, que los de los restantes órdenes jurisdiccionales— por el principio de
libre valoración de la prueba —que permite al Juzgador interpretar, dicha
prueba, conforme a sus «máximas de experiencia», a las «reglas de la sana
crítica» y a su «buen saber y entender», sin que deba verse constreñido por
una regulación tasada, predeterminada o fija—; lo cierto es que, en nuestro
escenario procesal penal, existen un buen número de límites —o, si se pre-
fiere, de guías u orientaciones— que van iluminando el trayecto del Juez:
el derecho fundamental a la presunción de inocencia, el principio in dubio
pro reo y todas la —a veces, exigente— normativa jurídica que disciplina el
procedimiento probatorio.
En este momento estudiaremos, pues, de forma acompasada a ese peri-
plo procesal —la concatenada, concentrada y ordenada entrada, a la vista
oral, de las distintas pruebas—, los principios inspiradores —ahora— de
su valoración, en el momento más álgido el proceso penal: aquél en el que
se trata de lograr la convicción judicial sobre la culpabilidad o el mante-
nimiento —incólume— de la presunción de inocencia —que hubo de per-
manecer, intacto, desde el mismo inicio de su actuación del enjuiciamiento
hasta el fin—.
Las pruebas de cada parte se practicarán según el orden con que hayan
sido propuestas en el escrito correspondiente. Los testigos serán examina-
dos también por el orden con que figuren sus nombres en las listas. Sin em-
bargo, el Presidente podrá alterar este orden a instancia de parte y de oficio,
cuando así lo considere conveniente para el mayor esclarecimiento de los
hechos o para el más seguro descubrimiento de la verdad (art. 701 LECrim).
La mayor parte de estas pruebas —todas menos la documental— han sido
analizadas en la Lección correspondiente a los actos de investigación esca-
sa —o relativamente— restrictivos de derechos fundamentales; si bien en
aquel momento —la instrucción— participaron de la lógica de tales actos
de investigación —que no de prueba proprie dicta— y, por tanto, cumplie-
ron una función —la de la conformación de la acusación para su correcta
integración en el juicio— bien distinta a esta —la de lograr la convicción
judicial ya en pleno enjuiciamiento—. De ahí la conveniencia de volver so-
bre ellos, ahora en sede de enjuiciamiento, que es la única sede —con la sola
excepción de la prueba personal anticipada y de la prueba material precons-
tituida— en la que puede practicarse, como se sabe, la prueba que servirá de
sustento a la sentencia de fondo —condenatoria o absolutoria— que ponga
fin, de una vez por todas, al proceso.
b) Prueba testifical
La prueba testifical consiste, en esencia, en una declaración o narración,
ante el Juez del enjuiciamiento, de los hechos penales, por parte de quién,
precisamente, los percibió, directa o indirectamente, por sus sentidos.
Los testigos, como acaba de indicarse, podrán ser directos —aquellos
que percibieron, por sus propios sentidos y sin la menor intermediación,
la notitia criminis— o indirectos (también denominados «de referencia»)
—aquellos que han percibido esta noticia por medio de otras personas, ge-
neralmente en forma de confidencias—.
La declaración del testigo indirecto tan sólo cobrará protagonismo, co-
mo es lógico, ante la inexistencia de otra de un testigo directo y aunque
tampoco nada diga la LECrim, a este respecto, habrá de valorarse con ex-
tremada prudencia. El art. 710 LECrim se conforma con advertir, en este
punto, que «los testigos expresarán la razón de su dicho y, si fueren de
referencia, precisarán el origen de la noticia, designando con su nombre
470 Sonia Calaza López
y apellido, o con las señas con que fuere conocida, a la persona que se la
hubiere comunicado».
La legislación no impone grandes capacidades a los testigos: basta que
hayan presenciado el hecho y tengan suficiente juicio para que puedan ha-
cerlo; ello incluye, como es lógico a los menores de edad, si bien tan sólo
prestarán juramento a partir de los catorce años. La LECrim establece, eso
sí, unas razonables previsiones para los testigos vulnerables por razón de
su menor edad o discapacidad, en su artículo 707 II: «La declaración de los
testigos menores de edad o con discapacidad necesitados de especial pro-
tección, se llevará a cabo, cuando resulte necesario para impedir o reducir
los perjuicios que para ellos puedan derivar del desarrollo del proceso o de
la práctica de la diligencia, evitando la confrontación visual de los mismos
con el inculpado. Con este fin podrá ser utilizado cualquier medio técnico
que haga posible la práctica de esta prueba, incluyéndose la posibilidad de
que los testigos puedan ser oídos sin estar presentes en la sala mediante la
utilización de tecnologías de la comunicación».
Los testigos tienen, lógicamente, la triple obligación de comparecer,
prestar declaración y decir la verdad; su incumplimiento, con algunas ex-
cepciones, eximentes y dispensas —que han sido estudiadas en la Lección
destinada a los actos de investigación escasamente lesivos de los derechos
fundamentales— provoca, nada menos, tal y como allí también se analizó,
una sanción de naturaleza penal, que oscila, según cual sea el concreto in-
cumplimiento, entre los delitos de obstrucción de la justicia, desobediencia
grave a la autoridad y falso testimonio.
La LECrim es escrupulosa en el tratamiento que deba otorgarse, a los
distintos testigos, durante el procedimiento probatorio, pues resulta conve-
niente —por muchas razones— que no se comuniquen, antes de entrar a de-
clarar a la Sala; ni mucho menos que unos puedan escuchar las versiones de
los otros. De ahí que el art. 704 de la LECrim exprese que «los testigos que
hayan de declarar en el juicio oral permanecerán, hasta que sean llamados
a prestar sus declaraciones, en un local a propósito, sin comunicación con
los que ya hubiesen declarado ni con otra persona»; y, a renglón seguido, el
art. 705 LECrim expresa que «el Presidente mandará que entren a declarar
uno a uno por el orden legalmente establecido», que siempre es el mismo:
el Ministerio Fiscal, los demás acusadores, los actores, y por último, los
procesados.
El Presidente preguntará, en primer lugar, al testigo acerca de su identi-
ficación —nombre, apellidos profesión, etc.; bastando en el caso de Fuerzas
y Cuerpos de Seguridad en el ejercicio de sus funciones, con su número de
El juicio oral 471
c) Prueba pericial
La prueba pericial —también denominada «informe pericial»— es la
prestada, en el juicio oral, ante el Juez del enjuiciamiento, como comple-
mento del estudio encomendado a un especialista o experto, por razón de
sus cualificados conocimientos científicos, artísticos, técnicos o prácticos
sobre algún extremo íntimamente relacionado con los hechos delictivos y
sujetos pasivos del proceso penal. La prueba pericial se ha convertido, gra-
cias a los grandes avances científicos y tecnológicos, sin lugar a dudas, en la
prueba reina del proceso penal.
En el procedimiento abreviado, la prueba pericial proveniente de insti-
tuciones acreditadas cobra tal fuerza que se introduce al proceso como una
prueba documental, sin necesidad de que acuda el perito a ratificar, explicar
o ampliar información sobre esa concreta pericia. Así lo acredita el art.
788.2. II LECrim, cuando establece lo siguiente: «En el ámbito de este pro-
cedimiento, tendrán carácter de prueba documental los informes emitidos
por laboratorios oficiales sobre la naturaleza, cantidad y pureza de sustan-
cias estupefacientes cuando en ellos conste que se han realizado siguiendo
los protocolos científicos aprobados por las correspondientes normas».
El informe pericial siempre será dual en el proceso ordinario, esto es,
prestado por un mínimo de dos peritos en el juicio oral; mientras que el
abreviado podrá ser unívoco, es decir, prestado por un solo perito. En to-
do caso los peritos habrán de desempeñar su función con plena imparcia-
lidad, pudiendo —como es lógico— ser recusados por las partes cuando
sospechen que, en su persona, pueda concurrir alguna de las tres cualidades
expresamente previstas en el art. 468 LECrim: primera, parentesco de con-
sanguinidad o de afinidad dentro del cuarto grado con el querellante o con
el reo; segunda, interés directo o indirecto en la causa o en otra semejante;
y tercera, amistad íntima o enemistad manifiesta con cualquiera de ellos.
La declaración pericial —todo al contrario que la testifical— habrá de
ser prestada en unidad de acto y con presencia —incluso, con una proactiva
interacción— entre los peritos. Así lo establece la LECrim, en su art. 724,
cuando dispone que «los peritos que no hayan sido recusados serán exami-
nados juntos cuando deban declarar sobre unos mismos hechos, y contesta-
rán a las preguntas y repreguntas que las partes les dirijan».
El juicio oral 473
d) Prueba documental
La prueba documental es la contenida, como su nombre indica, en do-
cumentos; pudiendo estos documentos ser tanto físicos, como electrónicos;
tanto escritos (con letras u otros símbolos), como gráficos (planos, mapas,
fotos, croquis); y por último, tanto visuales como auditivos (provenientes
de grabaciones de la imagen y el sonido por cualquier medio tecnológico).
La prueba documental, considerada la «prueba reina» en el proceso civil,
pierde, sin embargo, esta crucial relevancia en el proceso penal, dónde dicha
consideración ha de desplazarse a la pericial; tanto es así que la LECrim,
dedica un único precepto a esta modalidad probatoria, el 726: «El Tribunal
examinará por sí mismo los libros, documentos, papeles y demás piezas de
convicción que puedan contribuir al esclarecimiento de los hechos o a la
más segura investigación de la verdad».
Dentro de la prueba documental penal puede distinguirse, como es ló-
gico, la documental pública —intervenida por fedatarios públicos— de la
documental privada —elaborada por particulares—; si bien, la primera de
estas pruebas —la documental pública— carece, en el proceso penal, del
cualificado valor probatorio que ostenta en el proceso civil, dónde causa
«prueba plena», como se recordará de nuestra parte General del Manual
de Derecho procesal civil, constituyendo la única excepción admisible al
principio de libre valoración de la prueba.
El principio informador de libre valoración probatoria informa, en con-
secuencia, todas y cada una de las modalidades probatorias del proceso
penal, sin excepción alguna; debiendo, por tanto, el Juzgador valorar con-
forme a «su buen saber y entender», a las «máximas de experiencia» y a las
474 Sonia Calaza López
e) La inspección ocular
La inspección ocular es la prueba consistente en la percepción directa,
practicada por el propio Juez, en un lugar u objeto esencial, que debe ser
inspeccionado sin barreras ni intermediarios. La LECrim, le destina un úni-
co precepto, el 727: «Para la prueba de inspección ocular que no se haya
practicado antes de la apertura de las sesiones, si el lugar que deba ser ins-
peccionado se hallase en la capital, se constituirá en él el Tribunal con las
partes, y el Letrado de la Administración de Justicia extenderá diligencia
expresiva del lugar o cosa inspeccionada, haciendo constar en ella las obser-
vaciones de las partes y demás incidentes que ocurran. Si el lugar estuviere
fuera de la capital, se constituirá en él con las partes el individuo del Tribu-
nal que el Presidente designe».
El verdadero interés de esta inspección ocular transcurre, en verdad, du-
rante la instrucción, momento en que suele realizarse, directamente, en el
propio lugar de comisión del hecho delictivo —al que suele hacerse referen-
cia, con un lenguaje algo cinematográfico, como «la escena del crimen»—:
en ese incipiente momento —y lugar— es cuando y dónde —previsible-
mente— podrá obtenerse una valiosa información de lo acontecido. Esta
actuación judicial pierde toda eficacia —por razones obvias— si pretende
desplazarse desde su momento procesal idóneo, la instrucción, a otro pos-
terior, el enjuiciamiento: de ahí que normalmente se celebre en la fase de
investigación y se integre, después, en el plenario, como una prueba típica-
mente preconstituida, que vendrá, además, generalmente, avalada por un
ilustrativo material dactiloscópico, fotográfico e, incluso, gracias a las TICs,
videográfico de alta resolución.
la nulidad de raíz de esa prueba, nulidad que, además, expande sus demo-
ledores efectos —de destrucción e ineficacia— sobre todos y cada uno de
los actos posteriores que hubieren podido tener sustento en aquella prueba
originaria que quedó, por su invasión en tan relevantes derechos, indefecti-
blemente condenada a la eterna oscuridad procesal.
Y esta radical condena se erige en la segunda gran diferencia entre la
prueba ilícita —que puede subsanarse sin ocasionar tan radical sanción— y
la prueba prohibida, que ocasionará, siempre y en todo caso, la nulidad,
no sólo de la prueba obtenida con violencia de los derechos y libertades
fundamentales, sino también de todas las que le siguen en los inescindibles
eslabones de la cadena probatoria. La vulneración de una norma ordinaria
será objeto de valoración y sanción judicial individualizada —en función de
la desigual gravedad del trámite regulado en la norma procesal inobserva-
da—. Pero la vulneración de un derecho o libertad fundamental provocará,
como acaba de exponerse, no sólo la nulidad de la propia actuación proba-
toria prohibida, sino también de las que le siguen, cuando resulten inescin-
dibles. A esta extrapolación de efectos de nulidad, de una concreta prueba
prohibida, sobre aquellas otras que tienen su origen en —o traen causa
de— aquella, se refiere la arraigada teoría norteamericana —instaurada por
el TS de EEUU— de los eufemísticamente denominados «frutos del árbol
envenenado», que viene a exponer que toda actuación probatoria que tenga
su origen —o traiga su causa— del mismo árbol, dónde se detectó el primer
fruto envenenado habrá de ser —igualmente— defenestrada, por cuánto de
un árbol envenenado, no cabe esperar nunca un fruto sano: se presume que
todos sus frutos, en mayor o menor medida, se han contagiado y deben ser
el blanco de una masiva destrucción.
La licitud y la validez de la actividad probatoria, que excluyen toda po-
sibilidad de prueba ilícita y/o prohibida, no afecta, como es lógico, tan sólo
a un único momento procesal: así, por ejemplo, a aquel en que se ha ori-
ginado; ni al exclusivo modo en que se ha practicado; tampoco a la forma
en que se ha custodiado; ni siquiera a la resulta fórmula conforme a la
que se ha incorporado al proceso, sino a todas y cada una de estas fases o
períodos procesales, puesto que, de fallar alguno, como se ha visto, según
cual sea el grado de vulneración —en los derechos y garantías ordinarios o
fundamentales— así podrá comportar la nulidad del propio acto o incluso
proyectarse sobre todos los que le sigan.
Pongamos un clarificador ejemplo de cada uno de ellos que resulte per-
fectamente ilustrativo de cuáles podrían ser las distintas causas de frus-
tración —sin retorno— de la relevante actividad probatoria de nuestros
procesos penales, que vengan, irremediablemente, a pulverizar, con los de-
El juicio oral 477
3. Calificaciones definitivas
Una vez terminada el relevante período probatorio, y dentro de la misma
vista, el Tribunal hará, de nuevo, partícipes de la vista a todas las partes per-
sonadas, por el orden habitual —MF, acusación/es y defensa/s— para que
procedan, a la vista del resultado probatorio, a mantener —y en tal supues-
to, ratificar— las calificaciones provisionales; o, en otro caso, a alterarlas
con las modificaciones que estimen oportunas. A esta posibilidad, otorgada
a las partes, de modular las calificaciones provisionales, tras la práctica de
la prueba, antes de presentarlas, ante el Tribunal, como definitivas se refiere
la LECrim, en sus arts. 732 y 788.3: «Terminada la práctica de la prueba,
el Juez o Presidente del Tribunal requerirá a la acusación y a la defensa pa-
ra que manifiesten si ratifican o modifican las conclusiones de los escritos
inicialmente presentados y para que expongan oralmente cuanto estimen
procedente sobre la valoración de la prueba y la calificación jurídica de los
hechos. El requerimiento podrá extenderse a solicitar del Ministerio Fiscal y
de los Letrados un mayor esclarecimiento de hechos concretos de la prueba
y la valoración jurídica de los hechos, sometiéndoles a debate una o varias
preguntas sobre puntos determinados».
El juicio oral 479
sibilidad alguna de defenderse: resulta evidente que tan solo puede ejercer
el derecho de defensa, en toda su plenitud —y sin sufrir la más mínima
indefensión— quién tiene ocasión, primero, de conocer la acusación que se
formula frente a su persona; y después, de defenderse de ella con las mismas
armas —o posibilidades— procesales que su contraparte. Estas dos mani-
festaciones del derecho de defensa habrían caído en el más profundo vacío
si no se arbitra un plazo razonable para que el acusado pueda hacer frente a
la pretensión condenatoria cuando entre la primera calificación —provisio-
nal— de los hechos y la última calificación —definitiva— de estos mismos
hechos puedan apreciarse variaciones esenciales que comporten una consi-
derable mutación —al alza— de la petición de condena.
La LECrim prevé, en su art. 788.4, esta imperiosa necesidad de aplaza-
miento, para favorecer la oportunidad de la defensa, al establecer lo siguien-
te: «cuando, en sus conclusiones definitivas, la acusación cambie la tipifi-
cación penal de los hechos o se aprecien un mayor grado de participación
o de ejecución o circunstancias de agravación de la pena, el Juez o Tribunal
podrá considerar un aplazamiento de la sesión, hasta el límite de diez días, a
petición de la defensa, a fin de que ésta pueda preparar adecuadamente sus
alegaciones y, en su caso, aportar los elementos probatorios y de descargo
que estime convenientes. Tras la práctica de una nueva prueba que pueda
solicitar la defensa, las partes acusadoras podrán, a su vez, modificar sus
conclusiones definitivas».
Las conclusiones definitivas, finalmente, se plantearán por escrito —o
bien oralmente con incorporación a un registro tras la captación electróni-
ca de la imagen y del sonido— y entregarán al Presidente del Tribunal. La
formulación de estas conclusiones podrá ser, por así autorizarlo de forma
expresa la LECrim, en su art. 732, de forma única o alternativa: el acusador
podrá, pues, elegir la estrategia que mejor se adecúe al concreto proceso,
bien la petición de una única condena; bien la petición solapada o subsidia-
ria de peticiones, para que el Juez elija —en la solicitud yuxtapuesta— la
que prefiera; o para que seleccione —por el orden establecido en la subsi-
diaria— la segunda o sucesivas, una vez descartada la primera o, en su caso,
las seguidas.
4. Planteamiento de la tesis
Una vez presentadas las calificaciones definitivas y con antelación, en
todo caso, a los informes finales, el Tribunal podrá hacer uso de su facultad
de sugerencia de la denominada «Tesis», consistente —básicamente— en
proponer, a las distintas partes acusadoras, un cambio en las calificaciones,
El juicio oral 481
5. Actos de conclusión
Una vez presentadas las calificaciones definitivas y, en su caso, planteada
la Tesis —se recuerda que es una facultad del Tribunal, no una obligación—
entonces procederá que los distintos protagonistas del proceso penal pre-
senten sus informes finales y hagan uso del derecho a la palabra por última
vez, antes de que el caso quede «visto para sentencia». El orden legalmente
establecido, y por cuyo respeto velará el Juzgador, es el mismo de siempre:
primero, el Fiscal; después, la acusación penal; a continuación, la acusación
civil; acto seguido, la defensa penal; y por último, la defensa civil.
Los informes de los defensores de las partes se acomodarán a las conclu-
siones que definitivamente hayan formulado, y, en su caso, a la propuesta
por el Presidente del Tribunal con arreglo al planteamiento de la Tesis.
Una vez terminadas las intervenciones de la acusación y la defensa, el
Presidente preguntará a los procesados si tienen algo que manifestar al Tri-
El juicio oral 483
I. SENTENCIA
La conclusión de la fase de enjuiciamiento conduce al Juez o Tribunal
del proceso penal, inexorablemente, a dictar sentencia: el proceso ya no
puede tener otro desenlace distinto a este. Y ello por dos motivos: primero,
como se recordará, de nuestra Introducción al Derecho procesal, dónde se
destinó una Lección específica a la sentencia —a cuyo repaso remitimos al
estudiante—; está prohibido el denominado non liquet, lo que se traduce
en que el Juez o Tribunal no tiene permitido omitir el enjuiciamiento, tras
el procedimiento, sino que habrá de conocer —salvo que relevantes óbices
procesales lo impidan, claro está— del fondo del asunto; y segundo, de
forma especialmente intensa en el proceso penal, porque llegado este mo-
mento —la finalización de la fase de juicio oral— resulta ya imposible que
se ponga término al proceso, en esta Jurisdicción, mediante una resolución
que deje imprejuzgado el fondo del asunto, de suerte que el Juez o Tribunal
habrá de dictar, en todo caso, una sentencia de fondo, ya sea, eso sí, de con-
dena, ya lo sea de absolución.
2. Requisitos formales
Las sentencias penales, como es lógico, no se dictan con total libertad
formal y espontaneidad, sino que habrán de cumplir unos mínimos requi-
sitos formales, cuales son, de un lado, guardar una estructura ordenada,
que permita trasladar al justiciable —y también, por cierto, a los restantes
órganos judiciales que deban conocer, en vía de recurso, el contenido de esas
sentencias— una operación intelectual lógica de comprensión de la respues-
ta, favorable o adversa; y, de otro, hacerlo de forma escrita por las razones
de fijeza, permanencia y seguridad jurídica, además de otras de pedagogía y
humanidad judicial, que se verán de inmediato.
A) Estructura
La estructura de las sentencias penales no ha de diferir mucho de la es-
tudiada, en nuestra Introducción al Derecho procesal, para el proceso civil:
encabezamiento, antecedentes de hecho y hechos probados, fundamentos
de Derecho, motivación de la sentencia, fallo y pronunciamiento en costas.
Veamos, muy brevemente, estas partes de la estructura penal.
fallo o parte dispositiva. Y es que aunque tan sólo sea posible articular un
recurso, frente a ese fallo o parte dispositiva de la sentencia —nunca contra
esta parte de «antecedentes de hecho y hechos probados»— lo cierto es
que la principal desavenencia de la parte agraviada por la sentencia no se
referirá, por lo general, a una incorrecta aplicación del Derecho, sino a una
injustificada creencia en la certeza de un hecho que, bajo el punto de vista
de la persona desfavorecida por la sentencia, no ha sido suficientemente
probado. De ahí la gran importancia de este apartado de la sentencia en
que el Juez ha de escindir, de forma indisoluble, de entre la totalidad de
hechos narrados por los distintos protagonistas del proceso, aquellos que
—realmente— y tras la oportuna práctica de la prueba pueda estimar que
son, inequívocamente, ciertos, veraces, reales. Y sobre esta base fundará
su aplicación del Derecho: resulta evidente que, sin una puntual, nítida y
precisa disociación, de entre la globalidad hechos narrados, de aquellos que
realmente son ciertos —por haber sido puntualmente verificados conforme
a un idóneo mecanismo probatorio— entonces toda la edificación procesal
«caerá por su propio peso», pues la Justicia de la respuesta dependerá, total
y absolutamente, de que el Derecho se aplique sobre la más perfecta reali-
dad de los hechos; nunca —es obvio— sobre una falacia.
B) Escritura
La sentencia está regida por el principio de la escritura. Y es que muy a
pesar de que, tanto la CE —en su art. 120.2—, como la LOPJ —en su art.
229— establezcan, al unísono, que nuestros procesos serán predominante-
mente orales, sobre todo en materia criminal, sin perjuicio de su documen-
tación; lo cierto es que imperiosas razones de seguridad jurídica, fijeza y
permanencia imponen que las sentencias habrán de ser escritas.
Pero no solo razonables motivos de certidumbre y de estabilidad —re-
cuérdese: verba volant, scripta manent—, que han de caracterizar, en todo
caso, las sentencias son las que aconsejan la escritura de nuestras sentencias
penales, en contra de aquel mandato general, sino también otras referentes
a la motivación, que habrá de acompañar siempre a la parte dispositiva
o fallo de aquellas sentencias, siendo altamente improbable que nuestros
Jueces puedan trasladar, de viva voz y en unidad de acto, todas y cada una
de las razones que les llevaron a adoptar, previa valoración de las pruebas
oportunamente practicadas, la condena o absolución.
La escritura, a la que estos Jueces harán frente en un momento inme-
diatamente posterior —pero no en el propio juicio— permitirá, al compás
del traslado del sentido —condenatorio o absolutorio— alcanzado, muy
probablemente, durante el plenario, al documento —físico o electrónico—
dónde prefiera elaborar su sentencia, que las explicaciones, motivos y ra-
zones del fallo guarden un orden, un método (sea inductivo, sea deductivo)
y una didáctica, bien necesarios para que los destinatarios de esa sentencia
puedan alcanzar a comprenderla en toda su integridad y dimensión. Y es
que, como se verá en el epígrafe destinado a la motivación de las sentencias,
tan importante es, a estos efectos, el contenido del fallo —o parte disposi-
tiva de la sentencia: única parte que pasa en autoridad de cosa juzgada—,
como los obiter dicta —o motivos, razones, explicaciones conducentes a
adoptar aquella solución y no otra—, pues resulta imprescindible que los
destinatarios directos de esta resolución la comprendan; y ello no solo por
elementales razones de derecho a la tutela judicial efectiva y de defensa en
una de sus proyecciones más elementales, la de poder recurrir aquello que
cabalmente puedan rebatir —por ser, primero, susceptible de entendimien-
494 Sonia Calaza López
3. Requisitos materiales
Las sentencias, como se ha dicho, son exclusivamente judiciales —esto
es, dictadas por únicamente los Jueces y Magistrados— y en ellas se con-
tendrá, de un lado, una voluntad estatal (la de otorgar o denegar la con-
creta tutela solicitada, que en este caso, por tratarse nada menos que del
ius puniendi —aunque peticionada por toda suerte de acusadores públicos,
populares, particulares y/o privados— tan sólo corresponde al Estado; y, en
cualquier caso, pacificar la relación conflictiva, así como restaurar el orden
social alterado) y, de otro, una exposición detallada de los motivos, argu-
mentos y razones que sustentan dicha decisión. Pero la sentencia penal no
cumple su objetivo con la sencilla —y somera o parca— emisión de aquella
voluntad del Estado favorable o adversa a la condena en el caso concreto
Sentencia y cosa juzgada 495
frente a una persona determinada, sino que habrá de cumplir, además, con
un buen número de requisitos materiales; al menos, los siguientes: moti-
vación, exhaustividad, congruencia e información (tanto respecto de sus
posibilidades de impugnación como en materia de costas).
A) Motivación
La motivación de las sentencias es un mandato constitucional: Las sen-
tencias serán siempre motivadas y se pronunciarán en audiencia pública
(art. 120.3 CE). La motivación de las sentencias conlleva la exposición, a
cargo del Juez, de las razones que le llevaron, en un itinerario intelectual ló-
gico, a adoptar la solución alcanzada en la sentencia. Esta solución no será,
con carácter general, la mera respuesta a una única pretensión desprovis-
ta de relevantes matices, versiones contradictorias y enconadas propuestas
probatorias que parecen apuntar en sentidos opuestos; sino todo lo contra-
rio. Este «camino procesal de espinas» impone que el Juez deba transitarlo,
con exploración y experimentación propia —inmediación— ante todos los
protagonistas implicados y hasta en presencia, de no existir justificados obs-
táculos para ello, de toda la sociedad —publicidad—, así como de forma
concentrada, en unidad de acto, de ser posible o con mínimos aplazamien-
tos temporales, en otro caso —concentración—. De todas y cada uno de
los pasos que deba afrontar el Juez habrán de tener puntual conocimiento
todas las partes, de forma especialmente intensa la acusada —siempre pro-
vista de asistencia letrada—, con la finalidad de que pueda rebatir, en un
ambiente de permanente contradicción, cuánto le resulte desfavorable con
todos los argumentos —y, en su caso, de tenerlas, pruebas exculpatorias—
de que disponga. Una vez efectuado este recorrido, siempre en paralelo al
Juez, no debiera resultar complejo prever, ni a los Letrados, ni siquiera a los
propios acusados, cual fuere el sentido de la sentencia que el Juez vaya a
dictar. Pero la CE impone, a pesar de esta razonable previsibilidad que cabe
esperar del sentido de la sentencia, por parte de quién/es hayan presenciado
—en la condición que sea— el juicio; con buen criterio, el deber judicial de
la motivación.
Esta imposición constitucional del deber de motivación de las sentencias
se encuentra íntimamente conectado con el derecho fundamental a la pre-
sunción de inocencia, que se traduce —como se sabe— en la imposibilidad
de dictar una sentencia de condena sin una mínima actividad probatoria de
cargo suficientemente demostrativa de la culpabilidad, que se ve reforzado,
además, con el principio in dubio pro reo, sintomático —como también se
sabe— de la imperiosa conveniencia de la absolución cuando, a pesar de
496 Sonia Calaza López
B) Exhaustividad
La exhaustividad de la sentencia comporta que el Juez deba pronunciar-
se en la sentencia sobre todos y cada una de las pretensiones interpuestas
en la fase inicial del proceso penal y debatidas en el juicio, sin dejar ni una
sola sin responder.
La LECrim se refiere a este atributo de las sentencias, en su art. 742 I y II,
del siguiente modo: «En la sentencia se resolverán todas las cuestiones que
hayan sido objeto de juicio, condenando o absolviendo a los procesados
(…). También se resolverán en la sentencia todas las cuestiones referentes a
la responsabilidad civil que hayan sido objeto del juicio».
Y la relevancia de la exhaustividad ha de relacionarse, también, con la
debida interpretación que deba otorgarse a una respuesta siempre positiva,
favorable o adversa, pero en todo caso positiva y expresamente manifes-
tada; esto es, que no deba deducirse o inferirse de una omisión o de un
silenciamiento judicial. En el proceso penal, como se sabe, está prohibido
el non liquet —ha de darse respuesta, en todo caso, a las pretensiones, bajo
el relevante apoyo judicial de la presunción de inocencia y el indubio pro
reo: ante la insuficiencia o falta de clarividencia de las pruebas, se impone la
absolución— y también están prohibidos los denominados, en el ámbito ad-
ministrativo, «silencios», que unas veces se interpretan en sentido positivo
y otras, en sentido negativo: el resultado del proceso penal —lejos de dicha
concepción jurídica de la doble interpretación— ha de ser claro, unívoco
y expreso: el Juez dará la respuesta, como se ha dicho, de forma positiva,
con independencia de que sea beneficiosa o desventajosa para quién/es la
obtiene/n, pero en todo caso habrá de dar esa respuesta.
C) Congruencia
La congruencia de la sentencia se refiere a la relación de conexión, ade-
cuación o vinculación que debe —ineludiblemente— existir entre la acu-
sación y el enjuiciamiento; vinculación ésta que guarda estrecha relación
con el principio acusatorio, en su triple manifestación siguiente: primero,
las funciones de acusación y enjuiciamiento deben corresponder a distintas
personas; segundo, las funciones de investigación y enjuiciamiento deben
atribuirse a diferentes órganos públicos del Estado; y tercero, la congruen-
498 Sonia Calaza López
I. RÉGIMEN GENERAL
1. Concepto y fundamento
Los recursos pueden ser definidos como el conjunto de actos de postula-
ción a través de los cuales la parte gravada por la resolución definitiva pue-
de obtener su revisión, ya sea por el mismo órgano judicial que la dictó, ya
sea por otro superior, con el objeto de evitar los errores judiciales y asegurar
la aplicación correcta y uniforme del Derecho.
Su fundamento descansa en el reconocimiento de la falibilidad del ór-
gano judicial y en la necesidad de evitar que la certeza, implícita en toda
resolución judicial, alcance su plenitud cuando la parte gravada por ella la
estime no ajustada a Derecho, para lo cual se le concede la posibilidad de
poder combatir los errores en que pudieran haber incurrido los titulares de
los órganos judiciales en la aplicación e interpretación de la Ley —procesal
o material—, lo que incrementa, indudablemente, el nivel de acierto de la
decisión final.
508 Manuel Díaz Martínez
3. Presupuestos procesales
Como es sabido, los presupuestos procesales han de ser observados en
todas y cada una de las fases procesales que las partes han de transcurrir a
fin de obtener la tutela efectiva de sus pretensiones.
Dichos presupuestos procesales, que condicionan la admisibilidad de la
pretensión en el ejercicio de los medios de impugnación, pueden ser sistema-
tizados en: a) comunes: el gravamen y la conducción procesal y b) especiales
o requisitos que han de concurrir en el ejercicio de medios de impugnación
extraordinarios, tales como el de prestar un depósito o caución para la in-
terposición de determinados recursos (art. 875 LECrim).
El incumplimiento de tales requisitos impedirá al Tribunal el examen
de la pretensión en la segunda instancia o en la casación, ocasionando,
mediante un Auto de inadmisión del recurso, la firmeza de la resolución
recurrida o recaída en la primera instancia.
Régimen general, recursos no devolutivos y recurso de revisión 509
A) Comunes
a) El gravamen
El primero de los presupuestos que condicionan el acceso a los diferen-
tes medios de impugnación lo constituye la existencia de un «gravamen» o
perjuicio, en virtud del cual sólo la parte a quien una resolución judicial le
sea desfavorable está legitimada para provocar la apertura de una nueva
fase procesal mediante el uso de los recursos o medios de impugnación es-
tablecidos legalmente.
Como regla general, el perjuicio se ha de producir en los pronuncia-
mientos contenidos en la parte dispositiva de la sentencia, sin que pueda
entenderse por gravamen la disconformidad que pueda mantenerse con los
hechos probados o con la fundamentación jurídica sobre la que se sustenta
tal decisión, razón por la cual el acusado absuelto carece, en principio, de
legitimación para recurrir la resolución absolutoria, por falta de interés pa-
ra deducir la citada impugnación.
Ello no obstante, no puede admitirse que la simple circunstancia de que
el recurrente haya sido absuelto en un proceso penal impida a éste, en deter-
minadas circunstancias, la interposición de recurso frente a la sentencia ab-
solutoria, señalando expresamente que la existencia del interés o perjuicio
que permiten el acceso al recurso ha de ser examinada en concreto, sin que
pueda rechazarse por razones abstractas o de principio, ligadas al contenido
de la parte dispositiva de la resolución judicial (p.ej. sentencias que declaran
cometido un hecho punible por el acusado, pero terminan absolviéndolo
por prescripción del delito, por indulto o por otra razón ajena a los hechos
cometidos).
B) Especiales
Los presupuestos especiales vienen determinados por los depósitos para
recurrir del acusador popular y de las partes privadas en el recurso de ca-
sación.
4. Efectos
Los recursos en el proceso penal pueden producir, al igual que en el civil,
el efecto devolutivo y el suspensivo, a los que cabe incorporar en el orden
jurisdiccional penal el denominado efecto extensivo.
A) Efecto devolutivo
El efecto devolutivo concurre en los recursos de los que ha de conocer
un órgano judicial distinto y superior jerárquico (órgano ad quem) al que
dictó la resolución recurrida (órgano a quo), tal y como sucede en los recur-
sos de apelación, queja y casación. No producen dicho efecto el recurso de
reforma y súplica o el de nulidad de las sentencias, que son resueltos por el
mismo órgano autor de la resolución impugnada.
B) Efecto suspensivo
La interposición de un recurso produce el efecto suspensivo cuando im-
pide que la resolución impugnada pueda ser ejecutada mientras el recurso
no haya sido definitivamente resuelto, lo que implica, a su vez, la pérdida de
la competencia del órgano a quo para seguir conociendo del proceso en que
se ha dictado la resolución impugnada. Cuando el recurso produce tanto el
efecto devolutivo, como el suspensivo, la LECrim se refiere a que es admi-
tido «en ambos efectos»; si, por el contrario, tan sólo se produce el efecto
devolutivo, entonces se dice que es admitido «en único efecto».
La determinación de cuándo un recurso produce el efecto suspensivo
exige distinguir, de un lado, entre los distintos tipos de resoluciones recurri-
bles y, de otro, el sentido de sus pronunciamientos. Tratándose de recursos
contra resoluciones interlocutorias, tal efecto se produce únicamente cuan-
do la Ley lo determine expresamente. En relación con las resoluciones defi-
512 Manuel Díaz Martínez
C) Efecto extensivo
Por último, en el proceso penal se reconoce el efecto extensivo, según el
cual «cuando sea recurrente uno de los procesados (condenados), la nueva
sentencia aprovechará a los demás en lo que les fuere favorable, siempre que
se encuentren en la misma situación que el recurrente y les sean aplicables
los motivos alegados por los que se declare la casación de la sentencia», sin
que les pueda perjudicar en los que les fuere adverso (art. 903 LECrim).
Aun cuando dicho efecto aparezca reconocido tan sólo para el recurso
de casación, no existe razón alguna que impida su aplicación a cualquier
tipo de recurso, siempre y cuando concurran, obviamente, las mencionadas
circunstancias.
5. Clases
Los recursos previstos en el ordenamiento procesal penal son suscepti-
bles de ser sistematizados atendiendo a la siguiente clasificación:
Atendiendo a los efectos que produce su interposición, cabe distinguir
entre recursos devolutivos y no devolutivos, según cual sea el órgano com-
petente funcionalmente para su conocimiento, siendo no devolutivos los
recursos de los que conoce el mismo órgano o Tribunal que dictó la resolu-
ción impugnada (v. gr. los recursos de reforma y súplica) y devolutivos los
que son conocidos por un órgano distinto y superior jerárquico al que haya
emitido la resolución impugnada (v. gr. los recursos de apelación, queja y
casación).
Por los motivos o causas susceptibles de hacerse valer mediante su in-
terposición, se distingue entre recursos ordinarios y extraordinarios, mere-
Régimen general, recursos no devolutivos y recurso de revisión 513
1. El recurso de reforma
A) Concepto y notas esenciales
El recurso de reforma puede ser definido como un medio de impugnación
ordinario, no devolutivo, ni, con carácter general, suspensivo, que procede
contra las resoluciones interlocutorias dictadas por un órgano unipersonal
y cuya interposición constituye, en determinados supuestos, presupuesto de
admisibilidad de otros recursos.
Del referido concepto se infieren las siguientes notas esenciales:
Se trata, en primer lugar, de un recurso ordinario, lo que determina que
su fundamentación no encuentra limitación alguna, por cuanto tan sólo
precisa de la mera alegación de un perjuicio o gravamen causado a los inte-
reses del recurrente por una determinada resolución judicial.
514 Manuel Díaz Martínez
B) Resoluciones recurribles
De conformidad con lo dispuesto en los arts. 217 y 766.1 LECrim, son
recurribles en reforma todos los autos dictados por el Juez de Instrucción
(y Centrales de Instrucción) y de lo Penal (y Centrales de lo Penal) que no
estén exceptuados de recurso, a los que cabe incorporar las providencias,
siempre y cuando supongan una decisión sustancial del órgano judicial,
pero no cuando su contenido se refiera a la mera tramitación u ordenación
material de los trámites procesales.
Están exceptuados del recurso de reforma, sin ningún ánimo de exhaus-
tividad, los siguientes autos: a) el auto resolviendo el recurso de reforma;
b) el auto que acuerde la apertura del juicio oral, excepto en lo relativo a la
situación personal del acusado (art. 783.3 LECrim); c) el auto de admisión
o inadmisión de pruebas (arts. 659.III y 785.1.II LECrim); d) el auto de
suspensión del juicio oral (art. 748 LECrim).
Régimen general, recursos no devolutivos y recurso de revisión 515
C) Tramitación
El recurso de reforma se interpondrá ante el mismo órgano judicial que
ha dictado el auto (o providencia) objeto de impugnación (art. 219 LE-
Crim) en el plazo de los tres días siguientes, a contar desde aquel en que se
hubiere practicado la última notificación a los que sean parte en el juicio
(art. 211 LECrim), por medio de un escrito, al que se deberán adjuntar tan-
tas copias cuantas sean las demás partes, autorizado con firma de Abogado
(art. 221 LECrim) y en el que se contendrá la fundamentación del recurso.
Una vez interpuesto el recurso de reforma, el Juez de Instrucción dará
traslado del mismo a las demás partes personadas para que efectúen, de for-
ma inmediata («el Juez resolverá el recurso al segundo día de entregadas las
copias, hubieren o no presentado escrito las demás partes»), las alegaciones
que estimen oportunas.
La resolución del recurso adoptará la forma de auto (art. 141.III LOPJ),
que habrá de resolver la totalidad de las cuestiones planteadas, estimándo-
las o desestimándolas, en todo o en parte. En este último caso de desesti-
mación, el mismo auto resolutorio del recurso también podrá contener la
decisión sobre la admisión del recurso de apelación interpuesto subsidiaria-
mente (arts. 222.I y 766.2 LECrim).
En cualquier caso, cuando se haya interpuesto recurso de apelación de
forma subsidiaria al de reforma, no resulta preceptiva la fundamentación
jurídica del recurso de apelación, ya que, tal y como dispone el art. 766.4
LECrim, si el de reforma resulta desestimatorio, antes de dar traslado a las
demás partes personadas, se otorgará al recurrente un plazo de cinco días
para que formule alegaciones y pueda presentar, en su caso, los documentos
justificativos de sus peticiones.
2. El recurso de súplica
Resultan de aplicación al recurso de súplica las mismas notas esenciales
y la misma tramitación procedimental que las predicables del recurso de
reforma, a cuyo estudio nos remitimos, con la única salvedad del régimen
de resoluciones recurribles, ya que, mientras el recurso de reforma procede
contra los autos (y providencias) dictados por órganos unipersonales, el
recurso de súplica es admisible frente a los autos dictados por órganos co-
legiados (art. 236 LECrim).
516 Manuel Díaz Martínez
3. El recurso de reposición
Contra las diligencias de ordenación no definitivas cabe interponer, sin
necesidad de satisfacer la caución referida en la DA 15ª LOPJ, el recurso de
reposición ante el LAJ que las dictó, excepto en los casos en los que la Ley
prevea el recurso de revisión (art. 238 bis LECrim).
También podrá interponerse recurso de reposición contra los decretos
de los LAJs, excepto en aquellos supuestos en que proceda la interposición
directa del recurso de revisión por así preverlo expresamente la Ley. Así
sucede, por ejemplo, con el decreto declarando desierto el recurso de queja
por denegación del testimonio preciso para interponer el de casación (art.
866 LECrim); con el que declara desierto el recurso de casación al no inter-
ponerse dentro de plazo (art. 873 LECrim); o el que efectúa la misma decla-
ración por incomparecencia del recurrente ante la Sala 2ª del TS, también
en el recurso de casación (art. 878 LECrim).
El recurso de reposición, que habrá de ser siempre interpuesto con firma
de letrado y con tantas copias como partes personadas, expresará la presun-
ta infracción en que la resolución hubiere incurrido. El LAJ dará traslado
de él al MF y demás partes por un plazo común de dos días y lo resolverá
mediante decreto, contra el que no cabe la interposición de recurso alguno.
I. RÉGIMEN JURÍDICO
Resulta sumamente complicado efectuar una sistematización del recurso
de apelación en nuestro ordenamiento procesal penal, debido, de un lado,
a la multiplicidad de reformas parciales efectuadas sobre nuestra LECrim,
que han ido acrecentando la ya de por sí caótica regulación de los medios
de impugnación en el proceso penal mediante la instauración de nuevos
recursos de apelación, alguno de los cuales no merecen, en realidad, tal ca-
lificativo y, de otro, a la distinta naturaleza jurídica que presenta el recurso
de apelación en función del proceso penal en que se ejercite.
En atención a la clase de resolución judicial objeto de recurso de apela-
ción, así como al tipo de procedimiento penal en el que sea dictada, pode-
mos distinguir, en el momento actual, hasta tres diferentes regulaciones del
recurso de apelación en nuestra LECrim:
En primer lugar, el recurso de apelación frente a resoluciones interlocu-
torias dictadas por los Jueces de Instrucción (y Centrales de Instrucción),
cuyo régimen jurídico aparece regulado en los arts. 216 y ss. LECrim, con
importantes especialidades en el ámbito del procedimiento abreviado ex
art. 766 LECrim.
En segundo, el recurso de apelación contra sentencias dictadas por los
Jueces de lo Penal (y Jueces Centrales de lo Penal) en el procedimiento
520 Manuel Díaz Martínez
B) Resoluciones recurribles
Si, tal y como se ha señalado, el recurso de apelación es subsidiario del de
reforma, y este último procede frente a los autos dictados por los Juzgados
de Instrucción, parece lógico concluir que el de apelación ha de resultar de
aplicación, como regla general, contra los autos desestimatorios del recurso
de reforma.
Ello no obstante, el recurso de apelación no resulta procedente frente a la
totalidad de dichos autos, sino únicamente frente a los determinados en la
Ley (art. 217 LECrim) que, sin ningún ánimo de exhaustividad, son los que,
a continuación, se relacionan: a) el auto de inhibición a favor de otro Juez o
Jurisdicción (arts. 12.IV y 25.IV LECrim); b) el auto denegando las diligen-
cias de investigación propuestas por las partes al Juez instructor (art. 311.II
LECrim); c) el auto desestimatorio de la querella (art. 313.II LECrim); d) el
auto decretando el procesamiento de alguna persona (art. 384.IV LECrim);
e) el auto calificando la suficiencia de las fianzas (art. 596 LECrim).
522 Manuel Díaz Martínez
C) Procedimiento
La tramitación del recurso de apelación previsto en los arts. 216 y ss.
LECrim aparece dividida en distintas fases, que transcurren ante el Juez
Instructor (interposición y admisión) y la AP (instrucción, vista oral y re-
solución), lo que no obsta, como ha quedado señalado, para predicar su
carácter de recurso devolutivo, por cuanto lo decisivo para calificar a un
recurso como tal lo es la fase de resolución, la cual compete a la Audiencia
Provincial, órgano superior jerárquico al Juez Instructor.
a) Interposición
El recurso de apelación se interpondrá en el plazo de cinco días, conta-
dos desde el siguiente al de la última notificación de la resolución judicial
que fuere su objeto, efectuada a los que sean parte en el juicio (art. 212.I
LECrim), ante el mismo órgano judicial que haya dictado la resolución re-
currida (art. 219.I LECrim), por medio de escrito autorizado con firma de
Abogado (art. 221 LECrim).
Como es sabido, cabe la posibilidad de interposición conjunta del re-
curso de reforma y de apelación en un mismo escrito, en cuyo supuesto el
de apelación se propondrá subsidiariamente, por si fuere desestimado el de
reforma (art. 222.I LECrim).
En ambos casos, en dicho escrito de interposición las partes han de li-
mitarse a anunciar su intención de recurrir el auto desestimatorio del re-
curso de reforma, siempre y cuando proceda legalmente, posponiendo para
el trámite de la vista oral la completa fundamentación del recurso, previa
instrucción de las partes personadas ante el órgano «ad quem».
b) Admisión
Una vez interpuesto el recurso, el Juez de Instrucción, previa comproba-
ción de los presupuestos procesales que condicionan la admisibilidad del
recurso, lo admitirá en uno o en ambos efectos, según resulte procedente
(art. 223 LECrim).
Cuando el recurso sea admitido en ambos efectos (devolutivo y suspen-
sivo), el LAJ remitirá los autos originales al Tribunal que hubiere de cono-
cer de la apelación y emplazará a las partes para que comparezcan ante el
mismo en el plazo de quince o de diez días, según dicho Tribunal fuere el
Supremo (supuesto de aforamientos) o la Audiencia (art. 224 LECrim).
El recurso de apelación 523
d) Vista oral
Finalizado el trámite de instrucción, el LAJ señalará día para la cele-
bración de la vista en la que el Fiscal y los defensores de las demás partes
podrán informar lo que tuvieren por conveniente a su derecho (art. 230.I
LECrim). La vista se celebrará en el día señalado, asistan o no las partes,
sin que entre el día del señalamiento y la celebración de la vista transcurran
más de diez días, durante los cuales las partes podrán presentar los docu-
mentos que tuvieren por conveniente en justificación de sus pretensiones.
No podrá acordarse la suspensión por motivo alguno, rechazándose de pla-
no, sin ulterior recurso, las pretensiones de suspensión que se formulen.
El acto de la vista oral constituye, como se ha señalado, el trámite pro-
cesal adecuado para que las partes formulen cuantas alegaciones, tanto de
524 Manuel Díaz Martínez
e) Resolución
Celebrada la vista, el Tribunal resolverá el recurso por medio de auto,
frente al que no cabe la interposición de recurso alguno, estimando o deses-
timando, en todo o en parte, la resolución recurrida.
2. En el procedimiento abreviado
Son predicables del recurso de apelación regulado en el art. 766 LE-
Crim la práctica totalidad de las notas esenciales que caracterizan a dicho
medio de impugnación en el procedimiento ordinario (recurso devolutivo,
ordinario y, con carácter general, no suspensivo), así como el régimen de
resoluciones recurribles (autos dictados por los Jueces de Instrucción y de
lo Penal), si bien, se aprecian determinados rasgos distintivos que afectan a
su naturaleza y tramitación.
En cuanto a su naturaleza jurídica, el recurso de apelación frente a re-
soluciones interlocutorias en el ámbito del procedimiento abreviado ha de-
jado de ser concebido como un recurso subsidiario del de reforma, a dife-
rencia de lo que sigue aconteciendo en el procedimiento penal ordinario,
pudiendo interponerse directamente sin necesidad de utilizar previamente
el de reforma, tal y como dispone el art. 766.2 LECrim («en ningún caso
será necesario interponer previamente el de reforma para presentar la ape-
lación»), lo que no excluye la posibilidad de que se interponga subsidiaria-
mente al de reforma.
Por lo que respecta a su tramitación, una de las novedades que presenta
el recurso objeto de estudio estriba en su fase de interposición, en cuyo
escrito la parte recurrente no podrá limitarse a anunciar su intención de
recurrir (tal y como sucede en el ámbito del procedimiento ordinario —arts.
229 y 230.I LECrim—), sino que deberá incluir «los motivos del recurso»,
sin limitación alguna, dada su naturaleza de recurso ordinario, señalando
los particulares que hayan de testimoniarse y al que se acompañarán, en su
caso, los documentos justificativos de las peticiones formuladas (art. 766.3
LECrim).
El recurso de apelación 525
2. Resoluciones recurribles
En cuanto a las resoluciones recurribles, el recurso de apelación, objeto
de estudio, aparece regulado en el Título II («Del procedimiento abrevia-
do»), Capítulo VI («De la impugnación de la sentencia»), arts. 790-792
de la LECrim. No obstante su ubicación en el ámbito del procedimiento
abreviado, dicho recurso de apelación resulta de aplicación no sólo frente
a las sentencias dictadas por los Juzgados de lo Penal (y Centrales de lo
Penal) en el mencionado procedimiento abreviado, sino también contra las
sentencias dictadas por los Juzgados de lo Penal en el procedimiento para
el enjuiciamiento rápido de determinados delitos (art. 803 LECrim) y por
los Juzgados de Instrucción en el ámbito de los juicios por delitos leves (art.
976.2 LECrim), debido a la remisión que los citados preceptos (arts. 803 y
976.2 LECrim) efectúan, respectivamente, a los arts. 790-792 LECrim.
Las sentencias dictadas por los Juzgados de lo Penal y por los Juzgados
de Instrucción serán recurribles ante la AP correspondiente, y las del Juez
Central de lo Penal, ante la Sala de lo Penal de la AN.
Por otra parte, la Ley 41/2015, de reforma de la LECrim, introdujo un
nuevo art. 846 ter, según el cual también serán susceptibles de recurso de
apelación los autos que supongan la finalización del proceso por falta de
jurisdicción o sobreseimiento libre y las sentencias dictadas por las Audien-
cias Provinciales o la Sala de lo Penal de la AN en primera instancia, del
que conocerán las Salas de lo Civil y Penal de los Tribunales Superiores de
Justicia de su territorio y la Sala de Apelación de la AN, respectivamente.
3. Procedimiento
Al igual que sucede con el recurso de apelación frente a resoluciones in-
terlocutorias, también el recurso de apelación frente a sentencias, regulado
en los arts. 790-792 LECrim, consta de diferentes etapas, algunas de las
cuales aparecen residenciadas en el órgano a quo (interposición, admisión,
528 Manuel Díaz Martínez
A) Interposición
El recurso de apelación se interpone mediante escrito, debidamente au-
torizado con firma de Abogado y Procurador, presentado ante el órgano a
quo «por cualquiera de las partes» (activa o pasiva), que hayan ostentado
la condición formal de parte procesal y a quienes la resolución recurrida
les haya ocasionado un gravamen, dentro de los diez días (cinco días en
los juicios rápidos y por delitos leves —arts. 803.1.1ª y 976.1 LECrim—)
siguientes a aquel en que se les hubiere notificado la sentencia (art. 790.1
LECrim), precepto del que se infiere que el «dies a quo» se computará a
partir del día siguiente a aquel en que se haya notificado personalmente la
sentencia a cada una de las partes, y no una vez que se haya efectuado la
última notificación.
a) Motivos de impugnación
En el escrito de interposición la parte apelante ha de formular los mo-
tivos de su impugnación, las razones por las que estima desacertada la re-
solución objeto del recurso y, en definitiva, las alegaciones con base en las
cuales pretende que el Tribunal ad quem revoque la decisión del órgano a
quo, ya que, una vez admitido a trámite el recurso, tan sólo se ofrece un
trámite de alegaciones a las demás partes personadas para, a continuación,
elevar la causa al órgano competente, debiendo éste resolver, con carácter
general, sin ulterior audiencia del apelante, toda vez que la celebración de
vista oral presenta un carácter eventual, condicionada a la admisión de la
prueba propuesta por las partes.
El art. 790.2 LECrim enuncia las alegaciones que puede invocar la parte
recurrente, estableciendo que, en el escrito de formalización, se expondrán,
ordenadamente, las alegaciones sobre quebrantamiento de las normas y
garantías procesales, error en la apreciación de la prueba o infracción de
normas del ordenamiento jurídico en que se base la impugnación, lo que
en modo alguno convierte al recurso de apelación en un recurso extraor-
dinario, tal y como sucede en el procedimiento ante el Jurado, si se repara
en el carácter tan amplio de dichos motivos, a través de los cuales se puede
invocar la totalidad de los quebrantamientos o errores en que puede haber
incurrido tanto la sentencia, como el procedimiento tramitado hasta su ob-
tención.
El recurso de apelación 529
b) Proposición de prueba
Junto a la exposición, ordenada y completa, de las alegaciones en las que
se fundamenta el recurso de apelación, el escrito de interposición constituye
también el momento procesal oportuno para que el recurrente solicite la
práctica de las diligencias de prueba en segunda instancia, actividad proba-
toria que posee un marcado carácter excepcional limitado a los supuestos
en que el apelante acredite: a) que no pudo proponer prueba en la primera
instancia, b) que las propuestas le fueron indebidamente denegadas y c) que
las propuestas y admitidas no fueron practicadas por causas que no le sean
imputables (art. 790.3 LECrim).
En relación con el primero de los supuestos que justifica la práctica de
prueba en segunda instancia, esto es, que el apelante «no pudo proponer
prueba en la primera instancia», ha de entenderse que dicho inciso contem-
pla la imposibilidad de proposición de prueba debido únicamente, bien a la
aparición de hechos nuevos acaecidos con posterioridad al trámite procesal
concedido para la proposición de prueba en primera instancia («nova pro-
ducta»), bien a la existencia de hechos que, no obstante ser de fecha anterior
a dicho trámite preclusivo, hubieren llegado a conocimiento del recurrente
en un momento posterior («nova reperta»), supuesto este último que habrá
de ser objeto de especial justificación, con el fin de evitar conductas fraudu-
lentas del recurrente.
Tratándose de pruebas que, a juicio del recurrente, fueron indebidamen-
te denegadas en primera instancia, para que proceda su práctica en segunda
instancia es necesario la concurrencia de los siguientes requisitos: a) que
532 Manuel Díaz Martínez
B) Admisión
Contempla el art. 790.4 LECrim la regulación de un trámite de admi-
sión, según el cual el órgano a quo ha de proceder a un examen sobre la
concurrencia de los requisitos formales que condicionan la admisión del re-
curso: a) que en el escrito de interposición se expongan, ordenadamente, los
motivos de oposición a la sentencia impugnada que se pretendan alegar en
segunda instancia; b) que se acredite haber pedido la subsanación de la falta
o infracción en la primera instancia, cuando el recurso se fundamente en el
quebrantamiento de las formas o garantías procesales; c) que se designe un
domicilio para notificaciones en el lugar donde tenga su sede la Audiencia.
Junto al examen de dichas causas específicas de admisión, también habrá
de observar el Juez el cumplimiento de los requisitos comunes que condi-
cionan la admisión de todo recurso, esto es, que la resolución sea recurrible,
que el recurso se haya interpuesto en plazo y ante el órgano judicial compe-
tente para decidir sobre su admisión, así como que la resolución impugnada
produzca un gravamen o perjuicio a quienes hayan ostentado la condición
de parte formal en el proceso donde fue dictada la resolución judicial objeto
de recurso.
Si el órgano a quo apreciara la concurrencia de algún defecto subsana-
ble, tal y como sucede con las que hemos denominado «causas específicas
El recurso de apelación 533
E) La sentencia de apelación
El contenido de la sentencia puede ser desestimatorio, lo que acontecerá
cuando el órgano ad quem rechace la totalidad de los motivos de impug-
nación contenidos en el escrito de interposición, procediendo a confirmar
la resolución impugnada, o estimatorio, en cuyo supuesto el alcance de la
sentencia varía en función de cuál sea la infracción apreciada.
Si el Tribunal estima fundado el motivo de impugnación consistente en
el error en la apreciación de la prueba por el órgano a quo, la sentencia no
podrá condenar al encausado que resultó absuelto en primera instancia, ni
agravar la sentencia condenatoria que le hubiere sido impuesta. No obstan-
te, la sentencia, absolutoria o condenatoria, podrá ser anulada y, en tal caso,
se devolverán las actuaciones al órgano que dictó la resolución recurrida.
El recurso de apelación 535
2. Legitimación
El art. 846 bis.b) LECrim otorga legitimación para interponer el recurso
de apelación al MF, al condenado y a las demás partes, tanto acusadoras,
como acusadas, siempre y cuando la resolución recurrida les haya deparado
un gravamen o perjuicio.
El recurso de apelación 537
3. Procedimiento
A) Interposición
En el escrito de interposición del recurso, que habrá de presentarse den-
tro de los diez días siguientes a la última notificación de la sentencia (a la
que hay que incluir los Autos susceptibles de recurso, que pongan término
al procedimiento penal en la primera instancia), han de quedar determina-
dos, con carácter preclusivo, los motivos de oposición en los que fundamen-
ta su recurso el apelante principal, sin que resulte admisible que en el acto
de la vista, pese a su carácter preceptivo [art. 846 bis.e) LECrim], se puedan
sustentar motivos de apelación diferentes a los contenidos en el escrito de
interposición, ya que tal posibilidad supondría un quebrantamiento de los
principios de contradicción y defensa para las restantes partes personadas,
que ignorarían hasta ese momento de la vista el contenido real de la im-
pugnación, lo que les impediría formular con plenas garantías el recurso
supeditado de apelación.
a) Motivos de oposición
Tal y como dispone el art. 846 bis.c) LECrim, el recurso de apelación
deberá fundamentarse en alguno de los motivos siguientes: 1º) Quebranta-
miento de las normas y garantías procesales que causare indefensión, si se
hubiere efectuado la oportuna reclamación de subsanación; 2º) Infracción
legal o constitucional en que haya incurrido la sentencia; 3º) Desestimación
indebida de la petición de disolución del Jurado; 4º) Disolución improce-
dente del Jurado y 5º) Vulneración del derecho a la presunción de inocencia
B) Admisión
Aun cuando dicha fase no aparezca regulada expresamente en la LE-
Crim, cuyo art. 846 bis.d) dispone expresamente que del escrito interpo-
niendo recurso de apelación el LAJ dará traslado a las demás partes, no
cabe duda alguna que el órgano autor de la resolución recurrida, ante quien
se interpone el recurso de apelación, ha de proceder, con carácter previo a
538 Manuel Díaz Martínez
E) Resolución
Dentro de los cinco días siguientes a la vista deberá dictarse sentencia,
cuyo contenido puede ser desestimatorio o estimatorio, debiendo distin-
guirse en este último supuesto cuál de los motivos invocados por el recu-
rrente han sido acogidos por la Sala.
La resolución judicial por la que se resuelve el recurso de apelación ten-
drá un contenido desestimatorio cuando el órgano ad quem estime que
la resolución impugnada no ha incurrido en ninguno de los motivos de
impugnación alegados por la parte recurrente ex art. 846 bis.c) LECrim,
razón por la cual procederá a confirmar la sentencia dictada en la instancia,
efectuando el correspondiente pronunciamiento en costas.
540 Manuel Díaz Martínez
III. LEGITIMACIÓN
Tal y como dispone el art. 854 LECrim «podrán interponer el recurso de
casación: el Ministerio Fiscal, los que hayan sido parte en los juicios crimi-
nales, y los que sin haberlo sido resulten condenados en la sentencia y los
herederos de unos y otros.
Los actores civiles no podrán interponer el recurso sino en cuanto pueda
afectar a las restituciones, reparaciones e indemnizaciones que hayan recla-
mado».
1. El Ministerio Fiscal
No ofrece duda alguna la legitimación del MF para la interposición del
recurso de casación, tanto por infracción de Ley, como por quebrantamien-
to de forma, situación que deriva de su condición de «parte imparcial», de-
fensora de la legalidad, material y procesal, y a quien incumbe ejercitar las
acciones penales y civiles dimanantes de delitos u oponerse a las ejercitadas
por otros, cuando proceda (art. 3.4 EOMF), razón por la cual puede verse
gravado o perjudicado por una resolución judicial.
plantear la discusión de cuestión penal alguna, sin que le sea posible alegar
en su defensa cuestiones de descargo penales, que no sean las dirigidas a
negar la existencia del hecho y su significación jurídica.
V. PROCEDIMIENTO
El procedimiento regulado para la tramitación del recurso de casación
aparece estructurado en torno a las siguientes fases esenciales: preparación,
interposición, sustanciación y decisión.
1. Preparación
a) La preparación del recurso de casación deberá efectuarse mediante
escrito, autorizado por Abogado y Procurador, ante el Tribunal que haya
dictado la resolución que se pretende impugnar, en el plazo de los cinco días
siguientes a contar desde la última notificación efectuada (art. 856 LECrim).
En dicho escrito de preparación, el recurrente pedirá ante el Tribunal de
instancia un testimonio de la resolución objeto de impugnación, manifes-
tando la clase de recurso que se pretende utilizar, es decir, por infracción de
Ley, por quebrantamiento de forma o por ambas a la vez.
Junto con dicha manifestación general, el art. 855 LECrim contiene dos
requisitos concretos que habrán de ser observados cuando el recurso apa-
rezca fundamentado en determinados motivos de casación.
El recurso de casación 549
2. Interposición
La interposición del recurso de casación habrá de efectuarse por medio
de escrito, firmado por Abogado y Procurador, que se presentará ante la
Sala 2ª del TS dentro del término concedido a las partes para que comparez-
can ante dicho órgano judicial. Transcurrido el mismo sin interponerlo, el
recurso se declara desierto y se tendrá por consentida y firme la resolución
impugnada (art. 873 LECrim).
Dicho escrito está sometido a las formalidades que se establecen en el
art. 874 LECrim, según el cual habrán de consignarse, en párrafos numera-
dos, con la mayor concisión y claridad: 1º) el fundamento o los fundamen-
tos doctrinales y legales aducidos como motivos de casación por quebran-
tamiento de forma, por infracción de Ley, o por ambas causas, encabezados
con un breve extracto de su contenido, sin que pueda aducirse un motivo
sin justificación alguna; 2º) el artículo de la LECrim que autorice cada mo-
tivo de casación, sin que pueda incluirse en un motivo cuestiones distintas
susceptibles de fundar otros motivos; 3º) las reclamaciones practicadas para
subsanar el quebrantamiento de forma que se suponga cometido y su fecha,
si la falta fuese de las que exigen este requisitos.
Al escrito de interposición se acompañará el testimonio de la resolución
recurrida que, de conformidad con lo dispuesto en el art. 859 LECrim, se
hubiere entregado al recurrente por el LAJ, así como tantas copias como
partes emplazadas existan y resguardo acreditativo de haber constituido
el correspondiente depósito. En el mismo escrito la parte recurrente podrá
solicitar la celebración de vista (art. 882. bis LECrim).
El recurso de casación 551
3. Sustanciación
A) Designación del Magistrado Ponente
Una vez interpuesto el recurso y transcurrido el término del emplaza-
miento concedido a las partes para su personación ante el TS, el LAJ pro-
cederá a designar Ponente al Magistrado que por turno le corresponda y
formará nota autorizada del recurso en el plazo de diez días; dicha nota
contendrá copia de la parte dispositiva de la resolución recurrida, de su
fundamentación fáctica y del extracto de los motivos de casación en que se
fundamenta el escrito de interposición.
C) Admisión
Una vez instruidas las partes y formada la nota correspondiente, se pa-
san las actuaciones al Magistrado Ponente para instrucción por diez días,
552 Manuel Díaz Martínez
debiendo decidir la Sala, previo informe del Ponente, la resolución que pro-
ceda sobre la admisión o inadmisión del recurso.
De conformidad con lo dispuesto en el art. 884 LECrim, el recurso de
casación será inadmitido, mediante resolución judicial que habrá de reves-
tir la forma de Auto, en los siguientes supuestos: 1º) cuando se interponga
por causas distintas de las expresadas en los arts. 849 a 850 LECrim; 2º)
cuando se interponga contra resoluciones no susceptibles de ser recurridas
en casación; 3º) cuando no se respeten los hechos que la sentencia declare
probados o se hagan alegaciones jurídicas en notoria contradicción o in-
congruencia con aquéllos, salvo cuando el Juzgador incurra en un evidente
error de hecho, al no incorporar a su relato fáctico datos incontestable-
mente acreditados por documentos obrantes en las actuaciones (art. 849.2º
LECrim); 4º) cuando no se hayan observado los requisitos que la Ley exige
para su preparación o interposición; 5º) en los supuestos de quebrantamien-
to de forma ex art. 850 LECrim, si no se hubiese reclamado formalmente
la subsanación de la falta o efectuado la oportuna protesta; 6º) en los casos
de infracción de Ley por error en la apreciación de la prueba, cuando el
documento no conste en la causa o no se hayan designados los particulares
del documento que se opongan a la resolución recurrida.
A dichos motivos de inadmisión, cabe incorporar los enumerados en el
art. 885 LECrim, según el cual podrá, igualmente, inadmitirse el recurso
cuando carezca manifiestamente de fundamento o cuando el TS haya deses-
timado en el fondo otros recursos sustancialmente iguales.
D) Decisión
Admitido el recurso, la Sala señalará día para la deliberación y el fallo, lo
que acontecerá en el supuesto de que se hubiese acordado la no celebración
de la vista, o bien se procederá por el LAJ a señalar día para la celebración
de vista, la cual tendrá lugar en audiencia pública con asistencia del MF y
de los defensores de las partes (art. 894 LECrim).
Dicho precepto establece que la Sala podrá decidir el fondo del asunto,
sin celebración de vista, salvo cuando las partes soliciten su celebración
(en el escrito de interposición o de impugnación al recurso —art. 882 bis
LECrim—) y la duración de la pena impuesta o que pueda imponerse fuese
superior a seis años o cuando el Tribunal, de oficio o a instancia de parte,
cualquiera que sea la pena, estime necesaria su celebración, o cuando se
trate de determinados delitos (delitos de traición y contra la paz o la inde-
El recurso de casación 553
I. LA REVISIÓN
1. Concepto y notas esenciales
La revisión puede ser conceptuada como una acción de impugnación
autónoma, de naturaleza excepcional, que resulta admisible únicamente en
aquellos supuestos legalmente tasados en que se ponga en evidencia la in-
justicia de una sentencia firme de condena, cuya finalidad está encaminada
a que prevalezca, sobre dicha resolución judicial, la auténtica verdad y, con
ello, la justicia material sobre la formal.
Del referido concepto se infieren las siguientes notas esenciales:
En primer lugar, a pesar de que la LECrim califique como «recurso» a la
revisión, en puridad, no estamos ante el ejercicio de medio de impugnación
alguno, sino más bien ante un proceso nuevo e independiente en el cual se
ejercita una acción de impugnación autónoma con el fin de lograr la anula-
ción de una sentencia firme, que, por definición, no es susceptible de recurso
alguno.
En segundo, dicha acción impugnativa autónoma posee un marcado ca-
rácter excepcional, por cuanto, de prosperar, supone un quebranto a la cosa
juzgada y a la imperiosa necesidad de certeza o seguridad en el campo del
Derecho; de ahí que sólo pueda ser viable cuando se trate de sanar situa-
ciones acreditadamente injustas en las que se evidencie, a favor del reo, la
556 Manuel Díaz Martínez
2. Legitimación
Dispone el art. 955 LECrim que «están legitimados para promover e
interponer, en su caso, el recurso de revisión, el penado y, cuando éste haya
fallecido, su cónyuge, o quien haya mantenido convivencia como tal, ascen-
dientes y descendientes, con objeto de rehabilitar la memoria del difunto y
de que se castigue, en su caso, al verdadero culpable».
También se contempla la posibilidad de que el Ministerio de Justicia,
previa formación del expediente, pueda ordenar a la Fiscalía del TS su in-
terposición, cuando a su juicio hubiere fundamento bastante para ello (art.
956 LECrim), lo que resulta censurable a tenor de lo dispuesto en el Estatu-
to Orgánico del Ministerio Fiscal, que somete a dicha «parte imparcial» al
principio de legalidad (art. 6 EOMF), sin que, en consecuencia, deba acatar
órdenes del Poder Ejecutivo (art. 8 EOMF).
Por último, también se confiere legitimación al Fiscal General del Estado
para interponer, de oficio, la revisión, siempre que tenga conocimiento de
Los medios de rescisión de sentencias firmes 557
3. Competencia
De conformidad con lo dispuesto en el art. 57.1.1º de la LOPJ, la com-
petencia para conocer de la revisión en materia penal viene atribuida a la
Sala Segunda del TS.
4. Motivos de revisión
Como ha sido señalado, la revisión constituye un nuevo proceso para
rescindir sentencias firmes, que, en la misma medida en que ataca la cosa
juzgada, representa un medio excepcional admisible únicamente en aque-
llos supuestos legalmente tasados en que se ponga en evidencia la injusticia
de una sentencia firme de condena.
Por todo ello, solamente cabe acudir a este remedio procesal en los su-
puestos expresamente previstos en el art. 954 LECrim, precepto que, a pe-
sar de los estrictos términos en que está redactado, la jurisprudencia del TS
ha venido ensanchando y flexibilizando para dar cobertura a aquellos casos
en que la sentencia dictada es notoriamente injusta, por haberse acreditado
de modo indubitado la inexistencia de responsabilidad criminal de quien en
la misma aparece condenado.
De conformidad con lo dispuesto en el citado art. 954.1,2 y 3 LECrim
habrá lugar a la revisión de sentencias firmes en los casos siguientes:
a) Cuando haya sido condenada una persona en sentencia penal firme
que haya valorado como prueba un documento o testimonio decla-
rados después falsos, la confesión del encausado arrancada por vio-
lencia o coacción o cualquier otro hecho punible ejecutado por un
tercero, siempre que tales extremos resulten declarados por sentencia
firme en procedimiento penal seguido al efecto. No será exigible la
sentencia condenatoria cuando el proceso penal iniciado a tal fin sea
558 Manuel Díaz Martínez
5. Procedimiento
El proceso de revisión se estructura en torno a las siguientes fases esen-
ciales: promoción, interposición, sustanciación o juicio rescindente, deci-
sión y, en su caso, juicio rescisorio.
A) Promoción
Salvo los supuestos en que el proceso de revisión se inicie con su in-
terposición por el MF, bien de oficio, bien a instancia del Ministerio de
Justicia, la primera fase por la que transcurre la revisión consiste en su
promoción, por parte de los demás sujetos legitimados, mediante escrito
motivado, autorizado por Abogado y Procurador, dirigido a la Sala de lo
Penal del TS, en el que han de solicitar autorización a los efectos de su
interposición.
Promovida la revisión, la Sala, previa audiencia del MF, autorizará o
denegará su interposición mediante auto, que no admite la interposición de
recurso alguno. Con carácter previo a dictar la pertinente resolución, el TS
podrá ordenar, si lo entiende oportuno y dadas las dudas razonables que
suscite el caso, la práctica de las diligencias que estime pertinentes, a cuyo
efecto podrá solicitar la cooperación judicial necesaria.
Dicha fase de promoción, que equivale en la práctica a un trámite de
admisión, tiene por objeto encontrar un punto de equilibrio entre, de un
lado, el derecho a la tutela judicial efectiva, a la que tiene derecho el pena-
do, y, de otro, la seguridad jurídica, impidiendo que se planteen alegaciones
infundadas o que incidan en hechos o elementos de prueba que ya han sido
considerados y valorados por el Tribunal sentenciador.
560 Manuel Díaz Martínez
B) Interposición
Autorizada la formalización de la revisión, las partes que lo hayan pro-
movido habrán de proceder a su interposición ante el TS mediante un escri-
to motivado que habrán de efectuar dentro de los quince días siguientes a la
autorización de la Sala (art. 957 LECrim).
Como ha señalado un sector de la doctrina, no se entiende muy bien
las razones por las que el legislador ha mantenido la distinción entre la
promoción y la interposición de la revisión, distinción que, si bien tenía
sentido con anterioridad a la reforma operada por Ley 10/1992, en donde
se distinguía entre legitimación para promover el recurso, que la ostentaban
el condenado y sus familiares, y la legitimación para su interposición, que
correspondía exclusivamente al MF, carece de significado en el momento
actual, en donde las mismas partes legitimadas para la promoción de la
revisión lo están para su interposición. Por ello, hubiera sido más correcto
establecer una fase de interposición y regular expresamente un trámite de
admisión o inadmisión de la revisión (TOMÉ GARCÍA).
bién los siguientes efectos materiales: por una parte, la condena sufrida se
computa a efectos de cumplimiento, en el supuesto de que, una vez tramita-
do el juicio rescisorio, se dicte nueva sentencia de condena y, por otra, si en
el juicio rescisorio se dicta sentencia absolutoria, o bien cuando este nuevo
proceso no sea necesario porque la sentencia absolutoria se dictase directa-
mente por el TS, los que hubiesen sido condenados y sus herederos tendrán
derecho a percibir una indemnización de daños y perjuicios, que deberá ser
satisfecha por el Estado, sin perjuicio del derecho de éste de repetir contra
el Juez o Tribunal sentenciador que hubieren incurrido en responsabilidad o
contra la persona directamente declarada responsable o sus herederos (art.
960. II LECrim).
II. LA ANULACIÓN
1. Concepto, fundamento y naturaleza
Previsto en el art. 793 LECrim, el denominado «recurso de anulación»
puede ser definido como una acción de impugnación específica, a través de
cuyo ejercicio se interpone una pretensión constitutiva de anulación de una
sentencia condenatoria firme fundada en el incumplimiento de los requisi-
tos legales que hacen posible la celebración del juicio oral en ausencia del
acusado.
El fundamento de esta acción impugnativa autónoma reside en el de-
recho fundamental a obtener la tutela judicial efectiva reconocido en el
art. 24 CE, que comporta la exigencia de que en ningún momento pueda
producirse indefensión, lo que significa que, en todo proceso judicial, y muy
especialmente en el penal, debe respetarse el derecho a la defensa contra-
dictoria de las partes contendientes mediante la oportunidad de alegar y
probar procesalmente sus derechos o intereses, sin que pueda justificarse la
resolución inaudita parte más que en el caso de incomparecencia por vo-
luntad expresa o tácita, o por negligencia imputable a la parte que pretende
hacer valer dicho derecho fundamental.
En cuanto a su naturaleza jurídica, cabe destacar que, no obstante su
denominación legal («recurso de anulación»), no nos encontramos ante un
verdadero recurso a través del cual poder obtener la revisión de una resolu-
ción judicial impugnable, perjudicial y que no haya adquirido firmeza, sino
ante una acción de impugnación autónoma, que tan sólo resulta procedente
frente a sentencias de condena que ya hayan alcanzado firmeza y que, por
tanto, producen la totalidad de los efectos de la cosa juzgada material.
562 Manuel Díaz Martínez
3. Motivos de impugnación
No obstante el tenor literal del art. 793.2 LECrim, que atribuye a la anula-
ción de sentencias firmes «iguales requisitos y efectos que los establecidos pa-
ra el recurso de apelación», no puede sostenerse, en modo alguno, que ambos
medios de impugnación participen de la misma naturaleza y que, por tanto,
puedan ser alegados en uno y otro los mismos motivos de impugnación.
En efecto, mientras el recurso de apelación es un recurso ordinario, el de
anulación se erige, como ha sido señalado, en una acción de impugnación
específica y fundada exclusivamente en el hecho de que no se cumplieron
los requisitos legales para la celebración del juicio en ausencia.
En consecuencia, la pretensión constitutiva de anulación, en que consiste
este medio de impugnación, tan sólo puede estar motivada en la ausencia de
dichos requisitos, que, de conformidad con lo dispuesto en el art. 786 LE-
Crim, son lo que, a continuación, se relacionan: a) que el acusado hubiera
sido citado personalmente o en el domicilio o en la persona designada por el
imputado en la primera comparecencia ante el Juez, siempre que se le hubie-
ra advertido de la posibilidad de celebrar el juicio en su ausencia (art. 775
LECrim); b) que el juicio oral en ausencia se haya celebrado, previa petición
en tal sentido de alguna de las partes acusadoras y previa audiencia de la
defensa del reo ausente; c) que la pena solicitada no exceda de dos años de
privación de libertad o, si fuera de distinta naturaleza, de seis años; d) que
el Juez o Tribunal estimen que existen elementos suficientes para el enjuicia-
miento en ausencia del acusado; e) que el acusado dejare de comparecer al
juicio oral sin motivo legítimo.
4. Procedimiento
Debido a la remisión que el art. 793 LECrim efectúa al recurso de ape-
lación en todo lo relacionado con el plazo, requisitos y efectos que han de
564 Manuel Díaz Martínez
A) Interposición
La interposición del «recurso de anulación» habrá de efectuarse median-
te escrito, debidamente autorizado con firma de Abogado y Procurador,
presentado ante el órgano a quo por el condenado, único legitimado a tal
efecto, dentro de los diez días siguientes a contar desde la notificación per-
sonal de la sentencia, la cual habrá de efectuarse «en cualquier momento en
que comparezca o sea habido el que hubiere sido condenado en ausencia»
(art. 793 LECrim).
En dicho escrito de interposición, la parte impugnante ha de formular
los motivos de su impugnación, que, como ya ha sido señalado, únicamente
podrán consistir en la infracción de las normas y garantías procesales deter-
minantes de indefensión, por haberse celebrado el juicio oral en la primera
instancia en ausencia del acusado, pese a no concurrir alguno de los presu-
puestos que legalmente lo hacen posible, así como solicitar la práctica de
diligencias de prueba, las cuales habrán de estar referidas específicamente a
la concurrencia o no de dichos requisitos.
I. ÁMBITO DE APLICACIÓN
El proceso penal de menores se encuentra regulado en la LO 5/ 2000,
de 12 de enero (modificada por LO 8/2006, de 4 de diciembre) sobre la
responsabilidad penal de los menores (LORPM). Tal y como su denomina-
ción legal indica, es un proceso ordinario para determinar la responsabili-
dad penal de los menores, entendiéndose por tales, en consonancia con lo
dispuesto en el art. 18 del CP, los menores de dieciocho años y mayores de
catorce años (art. 1.1 LORPM).
En ningún caso pueden ser destinatarios de esta Ley los menores de ca-
torce años, que hayan cometido un hecho punible, debiendo, en tal caso, el
MF remitir testimonio de particulares a la entidad pública de protección
competente a fin de que aplique las medidas tuitivas o de protección perti-
nentes (art. 3 LORPM en relación con la LO 1/1996, de Protección Jurídica
del Menor).
570 Manuel Díaz Martínez
1. El Juez de Menores
En la LORPM el Juez de Menores, o el Juez Central de Menores para
el conocimiento de los delitos de terrorismo y de los delitos cometidos por
menores en el extranjero cuando corresponda su conocimiento a la jurisdic-
ción española (art. 2.4 LORPM), ya no efectúan la instrucción, cual acon-
tece en el proceso penal de adultos, pues dicha función investigadora pasa
Los procesos especiales (I). El proceso penal de menores 571
2. El Ministerio Fiscal
Al MF, «Director de la Instrucción», le compete, pues, practicar la tota-
lidad de los actos instructorios dirigidos a investigar el hecho punible y la
participación en él del menor, es decir, le corresponde la función de preparar
el juicio oral o proponer al Juez el sobreseimiento.
En el MF concurren, por lo tanto, dos roles concurrentes, pero sucesivos:
la de erigirse en instructor del expediente de reforma y la de seguir asumien-
do la función de parte acusadora en el juicio oral. Ello exige que su actua-
ción se rija, en cada una de estas fases, por distintos principios: el exclusivo
de «imparcialidad» en la fase instructora, conforme al cual ha de consignar
no sólo las circunstancias adversas, sino también las favorables para el im-
putado (art. 2 LECrim), y el principio «pro societate» o de defensa de la
sociedad (o de los bienes e intereses protegidos por la norma penal infringi-
da) que ha de presidir su actividad como parte acusadora en el juicio oral.
Pero, junto a estos clásicos «roles» y principios, la LORPM permite des-
tilar otro dirigido a la asunción de aquellos fines procesales penales de re-
inserción del imputado y de protección de la víctima, cual es su función de
«mediador», consistente en contribuir a la obtención de la rápida solución,
tanto del conflicto social existente entre el Estado y el imputado, cuanto el
intersubjetivo que enfrenta al ofensor con su víctima. Para ello, el MF ha de
estar interesado desde el inicio de la instrucción en conocer la personalidad
del menor y los daños que ha ocasionado en la esfera patrimonial y moral
del perjudicado, todo ello en orden a proponer al Juez la medida, de entre
las contenidas en el art. 7 LORPM, que mejor se adecue al cumplimiento de
572 Manuel Díaz Martínez
los fines del proceso, así como posibilitar una conciliación entre el imputa-
do y perjudicado.
Esta actividad de selección de medidas privativas de derechos, de obten-
ción de una «conciliación» procesal penal o incluso de perdón judicial, la
realiza en el proceso el MF mediante la puesta en práctica del principio de
oportunidad, que, fundado en la protección de «los derechos de los ciuda-
danos y del interés público tutelado por la Ley», que le otorga el art. 124
CE, le autoriza a disponer, desde el archivo de las actuaciones (o de «de-
sistimiento» de la incoación del expediente, en la terminología del art. 18
LORPM), o a solicitar una petición de sobreseimiento bajo condición de
cumplimiento por el imputado de futuras prestaciones (art. 19.5 LORPM),
ejercitar la conformidad (arts. 32 y 36.2) o a proponer la suspensión del
fallo (art. 40 LORPM), hasta instar incluso la sustitución de la ejecución de
medidas por otras más adecuadas para la obtención de la reinserción del
menor (arts. 51 y 14 LORPM).
3. El expediente de reforma
Si la denuncia cumple con los presupuestos de tipicidad del hecho y exis-
tencia de autor conocido y no procede su desistimiento, el MF dictará «de-
creto de incoación del expediente», dando cuenta de dicha iniciación, de un
lado, al Juez de Menores, quien abrirá las diligencias de trámite pertinentes
y la pieza de responsabilidad civil (art. 16.3 y 4 LORPM) y, de otro, a las
partes, es decir, tanto al menor imputado (art. 22.1 y 2 LORPM), cuanto
al perjudicado (art. 22.3 LORPM), a quienes se les deberá dar vista del ex-
pediente en un plazo no superior a veinticuatro horas tantas veces como lo
soliciten (art. 23.3 LORPM)
Una vez pronunciado el Decreto de incoación comienza la fase instruc-
tora propiamente dicha por el MF, quien incoará un expediente por cada
hecho, salvo cuando se trate de hechos delictivos conexos (art. 20 LORPM).
En él practicará todos los actos de investigación que no supongan limita-
ción de derechos fundamentales (arts. 23.3 y 26.3 LORPM).
La práctica de tales diligencias está sometida al contradictorio, por
cuanto tanto la defensa, como, en su caso, quien haya ejercitado la acción
penal tienen derecho a conocerlas (art. 23.2 LORPM), salvo declaración
judicial de secreto (art. 24 LORPM), a proponerlas y a participar en ellas
[art. 22.1.c) LORPM]. Pero, como se ha dicho, la adopción de actos que
impliquen limitación de derechos fundamentales y la adopción de todas las
medidas cautelares corresponde exclusivamente al Juez de Menores
Una singular relevancia tiene en esta instrucción el informe preceptivo
del equipo técnico sobre la situación psicológica, educativa y familiar del
menor en orden a proponer las medidas de reinserción, la conveniencia de
una conciliación con la víctima o incluso un sobreseimiento por motivos de
oportunidad (art. 27 LORPM).
El perjudicado puede personarse en este procedimiento y, en su calidad
de parte principal, puede ejercitar la acusación particular, instar la impo-
sición de las medidas a las que se refiere la Ley, tener vista de lo actuado,
Los procesos especiales (I). El proceso penal de menores 575
1. El sobreseimiento de la LECRIM
Dispone el art. 30.4 LORPM que el MF podrá solicitar del Juez el so-
breseimiento «por alguno de los motivos previstos en la LECrim». También
puede el Juez, de oficio, y pese al escrito de acusación del MF y del acusador
particular, dictar un auto de sobreseimiento «ex» art. 33.b) LORPM.
A diferencia de los sobreseimientos por razones de oportunidad, contem-
plados en los arts. 18, 19 y 27.4 LORPM, en este estadio procesal la LOR-
PM tan sólo autoriza el sobreseimiento por los tasados motivos previstos
en la LECrim (arts. 637 y 641 LECrim), los cuales, como es sabido, tienen
como común denominador el de responder al principio de legalidad.
2. La sentencia de conformidad
Contempla la LORPM dos tipos de conformidad que, aunque conexas,
son independientes: a) la conformidad limitada en la fase de alegaciones
(art. 32), y b) la ilimitada en el juicio oral (art. 36).
A) La conformidad limitada
Dispone el art. 32 LORPM que, cuando la sanción solicitada por el MF
o por el acusador particular en sus escritos de alegaciones no conllevara
una restricción de la libertad o, si se prefiere, consistiera en una privación
de derechos distintos a este derecho fundamental y hubiere conformidad del
Los procesos especiales (I). El proceso penal de menores 577
B) La conformidad ilimitada
El art. 36 LORPM establece la conformidad plena o allanamiento-con-
fesión, de conformidad con la cual el Juez, al inicio de las sesiones de la
audiencia, preguntará al menor si se declara autor de los hechos y si está de
acuerdo con las medidas solicitadas y con la responsabilidad civil. Si mos-
trase su conformidad con dichos extremos, oídos el Abogado del menor y
la persona o personas contra quienes se dirija la acción civil, el Juez podrá
dictar resolución de conformidad.
Como puede observarse, a diferencia de la conformidad contemplada en
el art. 32 LORPM, la del art. 36 LORPM difiere sustancialmente, tanto por
su ámbito de aplicación, ya que podrá ser reclamada para cualquier tipo de
sanción, incluso la de internamiento, cuanto por sus efectos, en la medida
en que el art. 36.2 LORPM no establece género alguno de vinculación cuan-
titativa para el Juez, quien, al igual que el proceso común para adultos, po-
drá recorrer, con independencia del «quantum» de sanción solicitado por el
MF y las partes acusadoras, la duración de la medida en toda su extensión,
llegando incluso a la absolución.
penal se contienen en el art. 30.1 LORPM (descripción del hecho con sus
circunstancias, calificación jurídica y grado de participación y solicitud de
la medida). A dicho escrito incorporará también el MF y, en su caso, la acu-
sación particular la proposición de prueba (art. 30.2 LORPM).
A la defensa se le ha de dar traslado del escrito de alegaciones del MF
y del acusador particular para que lo conteste, articulando las suyas, que
han de comprender los mismos extremos que los contenidos en los escritos
del MF y acusador particular (art. 31 LORPM). También puede solicitar la
ejecución, en calidad de «prueba anticipada», de aquellas diligencias que,
pedidas en el expediente, hubiera denegado el MF y no pudieran practicarse
en la audiencia [art. 33.e) LORPM].
Recibidos los escritos de alegaciones de la acusación y la defensa y, si
no hubiere conformidad, el Juez dispondrá la admisión de los medios de
prueba pertinentes, efectuará el señalamiento del juicio oral con sus actos
preparatorios (citaciones a partes, testigos y peritos) y dispondrá acerca de
la publicidad de la audiencia (arts. 34 y 35 LORPM).
V. EL JUICIO ORAL
1. Publicidad
El art. 35.2 LORPM invierte los términos del principio de «publicidad»
del juicio oral de adultos y, así, prohíbe la asistencia de los «media» (prohi-
bición de la publicidad absoluta y mediata), así como, para salvaguardar la
intimidad del menor y no dañar su reinserción, faculta al Juez a decretar el
secreto de la audiencia o incluso el abandono parcial del menor de la mis-
ma (art. 37.4 LORPM). A tal efecto resulta aconsejable la utilización de la
videoconferencia (art. 707.2 LECrim).
3. La comparecencia previa
Finalizado el trámite de la conformidad, el art. 37.1 LORPM dispone la
apertura de una suerte de «comparecencia previa», similar a la prevista en
el proceso penal abreviado (art. 793.2 LECrim), con estas tres concretas fi-
nalidades: la vulneración de algún derecho fundamental, la práctica de nue-
vas pruebas o la posibilidad de aplicar una distinta calificación o medida
de las que se hubieren solicitado. Dicha enumeración, ello no obstante, no
debe entenderse exhaustiva, pues, siendo supletorias las normas del proceso
abreviado (disp. final 1ª), podría extenderse también la audiencia prelimi-
nar a otros cometidos, tales como el planteamiento de cuestiones previas o
de causas de suspensión de la audiencia, previstas en el art. 786.2 LECrim.
externos previstos en el art. 39.1 LORPM que autoriza a adelantar «in vo-
ce» el fallo. Asimismo, puede, en ella o mediante auto motivado, disponer
la suspensión de la ejecución del fallo en los términos contemplados en el
art. 40 LORPM.
2. Legitimación
A) Activa
El legitimado originario para el ejercicio de la acción civil es natural-
mente el perjudicado, quien ha de realizarla, mediante la aceptación del
oportuno ofrecimiento de esta acción por el Juez de Menores, en el plazo de
un mes desde que se le notifique la apertura de la pieza separada (arts. 61.1
y 64.1ª LORPM).
El MF también puede ejercitarla en su condición de clásico «sustituto
procesal» del perjudicado (art. 108 LECrim), de tal suerte que, si el perjudi-
cado no comparece en la pieza separada, que ha de incoar el Juez, no reser-
va la acción civil o no la renuncia, habría de ejercitarla obligatoriamente el
MF (art. 61.1 LORPM).
B) Pasiva
Dispone el art. 61.3 LORPM que, «cuando el responsable de los hechos
cometidos sea un menor de dieciocho años, responderán solidariamente
con él de los daños y perjuicios causados sus padres, tutores, acogedores y
guardadores legales o de hecho, por este orden. Cuando estos no hubieran
favorecido la conducta del menor con dolo o negligencia grave, su respon-
sabilidad podrá ser moderada por el Juez según los casos».
De conformidad con lo dispuesto en el citado precepto, el primer legi-
timado pasivamente en la tramitación procesal de esta pieza separada es
el menor responsable de los hechos punibles que originen la pretensión de
restitución, reparación e indemnización de los perjuicios ocasionados, de-
biendo entenderse por «responsable de los hechos punibles» al mayor de
catorce y menor de dieciocho años.
Los procesos especiales (I). El proceso penal de menores 583
Pero, por otra parte, en ningún caso va a ser posible excluir o exonerar
de responsabilidad a estos otros responsables solidarios a los que alude
el citado precepto (padres, tutores, acogedores y guardadores legales o de
hecho), ni aun cuando acrediten haber actuado con la máxima diligencia,
sino que, por el contrario, si no han favorecido la conducta infractora del
menor con dolo o negligencia grave, el Juez podrá, en su caso, de manera no
obligatoria sino facultativa, moderar, en el sentido únicamente de reducir,
pero no excluir, dicha responsabilidad.
Se establece, por tanto, una responsabilidad objetiva, ajena a la noción
de culpa civil, para quienes responden por hechos ajenos, prescindiéndose
totalmente de los criterios de imputación subjetivos, los cuales únicamente
se tienen en cuenta, como se ha indicado, para dejar al arbitrio del Juzgador
la moderación de la responsabilidad.
3. Procedimiento
Notificado el Decreto de incoación del expediente del MF al Juez de
Menores, éste abrirá la «pieza de responsabilidad civil» y el LAJ notifi-
cará al perjudicado su derecho a ser parte en la misma (arts. 16.4 y 64.1ª
LORPM). Si el perjudicado no reserva el ejercicio de la acción civil, habrá
de determinar al Juez en la comparecencia los demandados civiles, quienes
serán también notificados por el LAJ a fin de que comparezcan en la misma
(art. 64.2ª y 3ª LORPM).
Una vez personados los presuntos perjudicados y responsables civiles, el
Juez de Menores resolverá sobre su condición de partes, continuándose el
procedimiento por las reglas generales (art. 64.4ª LORPM).
La tramitación de la acción civil se acomoda a las reglas generales de la
LECrim, esto es, la tramitación conjunta con la acción penal, su resolución
en sentencia, salvo reserva o renuncia de la víctima o perjudicado, y el efec-
to de cosa juzgada plena del pronunciamiento que se recoja en la sentencia
sobre dicha responsabilidad civil.
Lección 30
LOS PROCESOS ESPECIALES (II).
LOS JUICIOS RÁPIDOS
I. CONCEPTO Y NATURALEZA
Por «juicios rápidos» cabe entender un proceso especial de la compe-
tencia de los Juzgados de lo Penal, aplicable a los delitos flagrantes o con
instrucción sencilla, en los que su autor sea detenido o esté a disposición de
la Autoridad Judicial, que haya sido incoado mediante atestado y se haya
concentrado la instrucción en el Juzgado de Guardia, de tal suerte que per-
mita la inmediata conformidad del acusado o la celebración del juicio oral
ante el Juez de lo Penal en un plazo no superior a quince días.
Los principios más relevantes de este procedimiento especial, que se en-
cuentra regulado en los arts. 795 a 803 LECrim, son los de oralidad, inme-
diación y concentración del procedimiento.
Atendiendo a la naturaleza de su objeto (delitos flagrantes y de instruc-
ción sencilla), este procedimiento merece la calificación de «especial». Sin
embargo, la circunstancia de que los hechos punibles, sobre los que extiende
su ámbito de aplicación, sean la mayoría que se dilucidan a través de este
procedimiento en nuestros Juzgados de Instrucción, unido a la voluntad del
586 Vicente Gimeno Sendra
1. Criterio formal
Que el proceso penal sea incoado en virtud de un atestado policial y que,
como consecuencia de este atestado, se haya detenido una persona y haya
sido puesta a disposición judicial o que, aún sin detenerla, se le haya citado
para comparecer ante el Juzgado de Guardia por tener la calidad de denun-
ciado en el atestado policial.
2. Actuaciones asistenciales
Sin perjuicio de recabar el auxilio al que se refiere el nº 1 del art. 770
LECrim (precepto que faculta a la policía a requerir «la presencia de cual-
quier facultativo o personal sanitario que fuese habido para prestar, si fue-
re necesario, los oportunos auxilios al ofendido…»), se añade un elemento
nuevo a la LECrim y es que la Policía Judicial está facultada para solicitar
del facultativo o personal sanitario que atendiese al ofendido «copia del
informe relativo a la asistencia prestada para su unión al atestado poli-
cial».
Esta copia del informe relativo a la asistencia prestada, acreditará, en
todo caso, la realidad de la asistencia médica, el lugar, día y hora en que se
produjo y la naturaleza de las lesiones apreciada, por lo que tales partes de
asistencia médica pueden ostentar el carácter de prueba documental pre-
constituida.
588 Vicente Gimeno Sendra
4. Actos de citación
Por actos de citación cabe entender los emplazamientos que, por impe-
rativo del art. 796 LECrim, debe realizar la Policía Judicial a las personas o
entidades a las que se refiere el art. 796.1.3ª (denunciado en el atestado po-
licial, no detenido), 796.1.4ª (testigos, ofendidos y perjudicados), y 796.1.5ª
(aseguradoras, responsables y perjudicados), abarcando a dichas citaciones
las previsiones contenidas en el art. 796.2 (exigencia de que las referidas ci-
taciones deban realizarse coordinadamente con el Juzgado de guardia) y en
el art. 793.3 (posibilidad de que, por razones de urgencia, puedan efectuarse
verbalmente).
5. Diligencias periciales
Dentro de las actuaciones de la Policía Judicial, la regla 6ª del art. 796
LECrim impone su obligación de colaborar o incluso excepcionalmente
practicar por sí misma los análisis que procedan respecto a las sustancias
intervenidas. Dispone, a tal efecto, que «remitirá (la policía) al Instituto de
Toxicología, al Instituto de medicina legal o al laboratorio correspondiente
las sustancias aprehendidas cuyo análisis resulte pertinente. Estas entidades
procederán de inmediato al análisis solicitado al Juzgado de guardia por el
medio más rápido y en todo caso, antes del día y hora en que se haya citado
Los procesos especiales (II). Los juicios rápidos 589
1. Diligencias Obligatorias
Los actos procesales que necesariamente habrá de practicar siempre el
Juez de Guardia son estos dos: la aportación de los antecedentes penales y
la declaración del imputado para ser oído.
2. Diligencias facultativas
Por «diligencias facultativas» hay que entender todas las demás contem-
pladas en el art. 797.1 LECrim, excepción hecha, como se acaba de indicar,
de la declaración del imputado y de la inclusión en autos de sus antecedentes
penales, que habrán de practicarse siempre. El Juez de Guardia podrá, pues,
disponer la práctica de todas y cada una de estas diligencias: declaraciones
a testigos, careos, diligencia en rueda, informes periciales y cualquiera otra
que considere pertinente, (pues se trata de un «numerus apertus»), con dos
limitaciones, material, la una y temporal, la otra. De conformidad con la
primera de ellas, la adopción de todas estas diligencias está condicionada a
la regla común de su pertinencia, necesidad y utilidad (art. 311.1); en virtud
de la segunda, su ejecución ha de efectuarse dentro del preclusivo plazo del
servicio de guardia (arts. 797.1.9ª y 799 LECrim).
Los procesos especiales (II). Los juicios rápidos 591
2. Plazo
Al momento «a quo» de realización de esta comparecencia se refiere el
art. 798.1 LECrim con la expresión «a continuación», el cual ha de ponerse
en relación con lo dispuesto en el art. 799 LECrim, en cuya virtud ha de
concluirse que, tanto la instrucción concentrada, como la fase intermedia ha
de efectuarse dentro del preclusivo plazo de duración del servicio de guar-
dia, a cuyo término debe el Juez haber pronunciado alguna o alguna de las
soluciones enumeradas en el epígrafe anterior.
3. Forma
Respecto a la forma, los arts. 798 y 800 LECrim como se ha dicho, con-
sagran el principio de oralidad: «oirá a las partes personadas y al Ministerio
Fiscal», todo ello sin perjuicio de que todas las actuaciones, que en ella su-
cedan, habrán de documentarse.
4. Contenido
El art. 798 LECrim prevé un doble contenido respecto a la intervención
de las partes en esta comparecencia: por una parte, han de instar lo que
estimen conveniente acerca de la continuación o no de este procedimiento
y, por otra, han de alegar acerca de la conveniencia de adoptar medidas
cautelares frente al imputado y responsable civil, si bien, como veremos,
esta última decisión, y en el caso de que el Juez disponga la continuación del
procedimiento rápido, se traslada al momento inmediatamente posterior
a la resolución sobre la petición de apertura del juicio oral (art. 798.3 en
relación con el art. 800.1 LECrim).
Dicho acto ha de comenzar mediante la intervención de las partes y con-
siste en exponer oralmente (otorgando el Juez la palabra, en primer lugar, al
MF, en segundo, a la acusación personada, si la hubiese, y, por último a la
defensa) sus alegaciones sobre el procedimiento adecuado, a saber: a) reca-
bar su opinión acerca del estado de la instrucción, esto es, si las diligencias
practicadas son suficientes o no para continuar el procedimiento, en cuyo
último caso habrán de determinar los actos de investigación que consideren
imprescindibles para su conclusión y si procede o no, por lo tanto, la rati-
ficación de las Diligencias Urgentes o su conversión en Diligencias Previas
del procedimiento abreviado ordinario, y b) exponer igualmente, si lo que
procede es adoptar alguna o algunas de las resoluciones previstas en los tres
primeros ordinales del apartado 1º del art. 779 LECrim, es decir, el archivo
Los procesos especiales (II). Los juicios rápidos 593
5. Resolución judicial
Tras oír las referidas alegaciones de las partes, el Juez de guardia debe
pronunciarse sobre la continuación o no del procedimiento, sobre cuál sea
el procedimiento adecuado y sobre las medidas cautelares instadas por las
acusaciones. En cualquier caso, este «auto de imputación» habrá de conte-
ner los requisitos señalados en la regla 4ª del art. 779.1 LECrim: la determi-
nación de los hechos punibles y la identificación de la persona o personas a
la que se imputan.
3. El escrito de defensa
El art. 800 LECrim establece una doble regulación para el escrito de
defensa, según exista en la causa acusación pública y particular, o solo acu-
sación pública.
En el supuesto de que no se hubiere constituido acusación particular
y el MF hubiere presentado de inmediato su escrito de acusación o lo hu-
biera formulado oralmente (art. 800.2 LECrim), la defensa que ha tenido
conocimiento, en la misma comparecencia, de la pretensión punitiva puede
realizar alguna de estas tres posibilidades procesales: a) prestar su confor-
midad «premiada», siempre y cuando concurran los requisitos establecidos
en el art. 801 LECrim; b) presentar inmediatamente su escrito de defensa o
formularla oralmente, o c) pedir un plazo de cinco días para la presentación
del escrito de defensa.
Las consecuencias son naturalmente distintas según la postura procesal
que adopte la defensa, y así, en el supuesto a), caso de conformidad, si
concurren los requisitos del art. 801 LECrim, el Juez de guardia dictará
sentencia de conformidad, decidirá sobre la suspensión o no de la ejecución
de sentencia y remitirá al Juzgado de lo Penal las actuaciones para su ejecu-
ción. En el supuesto b) (caso de no conformidad), podrá presentar, de ma-
nera inmediata, su escrito de defensa o formularla oralmente. Por último,
en el supuesto descrito en la letra c) (caso que la defensa solicite un plazo
para la presentación del escrito), su concesión no es potestativa, sino obli-
gatoria para el Juez, y ello, no sólo porque la interpretación de tal precepto
debe realizarse de acuerdo con los Tratados internacionales (art. 11 de la
Declaración Universal de Derechos Humanos y muy significativamente el
art. 6.3.b del Convenio Europeo, que establece que todo acusado tiene de-
recho, como mínimo, «a disponer del tiempo y de las facilidades necesarias
para la preparación de su defensa»), sino porque, en tal caso, dispone el art.
800.2.II LECrim que «el Juez fijará prudencialmente el mismo dentro de los
cinco días siguientes, atendidas las circunstancias del hecho imputado y los
restantes datos que se hayan puesto de manifiesto en la investigación…».
Como consecuencias aparejadas a la petición y concesión del plazo de
cinco días para la articulación del escrito de defensa se derivan las siguien-
tes: en primer lugar, la formulación de este acto de contestación a la pre-
tensión penal de forma escrita, sin que pueda efectuarse verbalmente; en
segundo, la presentación del escrito de defensa, no ante el Juez de guardia,
sino ante el Juez de lo Penal, pues, de conformidad con lo indicado en el
citado precepto, el LAJ procederá «a citar a las partes para la celebración
del juicio oral y al emplazamiento del acusado y, en su caso, del responsa-
596 Vicente Gimeno Sendra
ble civil para que presente sus escritos ante el órgano competente para el
enjuiciamiento» (art. 800.2); y finalmente la imposibilidad de la defensa de
obtener una conformidad «premiada», la cual sólo puede acontecer en los
juicios rápidos dentro de la actuaciones del Juez de Guardia, sin perjuicio
de que, ante el Juez de lo Penal, se obtenga una conformidad ordinaria que,
a diferencia de la premiada, lo es a la más alta petición de pena, sin posibi-
lidad de rebaja alguna.
4. El señalamiento
El señalamiento para el juicio oral deberá realizarse en todo caso por el
LAJ del Juez de guardia (art. 800.3 LECrim), quien deberá hacerlo en la fe-
cha más próxima posible y como limite máximo en el plazo de quince días,
debiendo realizarse tal señalamiento de acuerdo con el Juzgado de lo Penal
en los días y horas predeterminados.
Además del señalamiento, deberá dicho LAJ proceder a realizar las ci-
taciones propuestas por las partes; respecto de las citaciones interesadas
por el MF, se harán en el acto por el Juez, si fuere posible (art. 800.3). Con
respecto a las demás proposiciones de prueba, el art. 800.7 consagra la
obligación del LAJ del Juez de guardia de citar a los testigos y peritos que
las partes hayan propuesto, todo ello sin perjuicio de que el Juez de lo Pe-
nal, si no se hubieran realizado las referidas citaciones, deba proceder a su
práctica (art. 800.6).
2. Presupuestos
Para que el denunciado pueda prestar su conformidad en la guardia y
beneficiarse de los beneficios de rebaja de la pena o de suspensión o susti-
Los procesos especiales (II). Los juicios rápidos 597
A) Requisitos formales
Tal y como se ha adelantado, a esta conformidad premiada, que creó la
LO 8/2002, se puede llegar a través de dos distintas vías procesales: en sede
de unas Diligencias Previas o mediante la incoación de un juicio rápido.
Pero los presupuestos de ambas conformidades son distintos:
B) Requisitos materiales
Esta conformidad premiada no es reclamable ante la comisión de cual-
quier género de delito, sino, antes al contrario, únicamente puede ser apli-
cada ante la acusación de un delito menos grave, que, por tanto, no haya
lesionado bienes jurídicos muy relevantes y cuya ausencia de violencia y de
reproche social permita inferir al Juez la resocialización del acusado.
En efecto, el art. 801.1.2 LECrim exige, como primer requisito material,
«que los hechos objeto de acusación hayan sido calificados como delito con
pena de hasta tres años de prisión, con pena de multa cualquiera que sea su
cuantía o con otra pena de distinta naturaleza cuya duración no exceda de
diez años».
Pero, en segundo lugar, y de conformidad con el criterio de la «pena sub-
jetiva», que suele presidir la conformidad, el número tercero del art. 801.1
LECrim requiere también «que, tratándose de pena privativa de libertad, la
pena solicitada o la suma de las penas solicitadas no supere, reducida en un
tercio, los dos años de prisión».
Acreditados tales requisitos, el Juez de Guardia dictará oralmente sen-
tencia de conformidad en la que se impondrá la pena solicitada reducida en
un tercio, «aun cuando suponga la imposición de una pena inferior al límite
previsto en el CP» (art. 801.2) y podrá acordar, en su caso, la suspensión
de la ejecución de la pena privativa de libertad, pues el límite de los dos
años de privación de libertad obedece a que dicho «quantum» de pena es
Los procesos especiales (II). Los juicios rápidos 599
I. SISTEMA DE FUENTES
El proceso ante el Jurado se rige, en primer lugar, por sus propias dis-
posiciones contenidas en la LO 5/1995, de 22 de mayo, del Tribunal del
Jurado y, en segundo, por las establecidas en la LECrim que, con respecto a
lo dispuesto en la mencionada Ley, es siempre de aplicación supletoria (art.
24.2 LOTJ).
Ahora bien, como es sabido, la LECrim contiene dos conjuntos norma-
tivos al respecto, cuya vigencia supletoria podría ser indistintamente recla-
mada: las normas del proceso o sumario ordinario para delitos muy graves
y las del Título III referente al proceso abreviado. En nuestra opinión, tales
normas supletorias han de ser las contenidas en el primero de ellos; con-
clusión que se desprende, no sólo de la circunstancia de que las remisiones
expresas que efectúa la LOTJ lo sean siempre al denominado «sumario
ordinario» (cfr. arts. 25.2, 26.2, 29, 32.1, 36.1.a), 42.1…), sino también, y
sobre todo, de la que constituye el proceso común, a su vez supletorio del
abreviado (art. 780.1 LECrim), sin perjuicio de que determinadas normas
del abreviado que, por ser más moderno, hayan podido incrementar las
garantías o el derecho de defensa (así, por ej., el art. 788.1 LECrim) sean de
602 Vicente Gimeno Sendra
1. La competencia teórica
El número primero del art. 1 LOPTJ manifiestamente se ha inclinado por
un criterio «cualitativo» o de listado en la delimitación de la competencia
y, así, los delitos expresamente atribuidos al conocimiento del Jurado son
susceptibles de ser sistematizados con arreglo a los siguientes criterios: a)
delitos muy graves (los delitos contra la vida humana); b) delitos contra
el libre ejercicio de los derechos fundamentales (delitos contra el honor, la
intimidad, el domicilio y la libertad); c) delitos contra el patrimonio social
colectivo y el incumplimiento de deberes cívicos esenciales (omisión del de-
ber de socorro); y d) delitos cometidos por funcionarios en donde el pueblo
podría desconfiar del enjuiciamiento por jueces técnicos.
2. La competencia real
La anterior relación, sin embargo, se convierte en una buena «declara-
ción de principios», pues, a continuación, el número segundo del propio
art. 1 somete a la competencia objetiva del TJ a una fuerte reducción, a la
que contribuye, sin duda, no sólo un criterio de economía, consistente en
no incrementar excesivamente los gastos del jurado en una justicia penal ya
de por sí sobrecargada, sino también la propia desconfianza del legislador
hacia el éxito en el funcionamiento del modelo anglosajón de jurado instau-
rado, que lo hace inadecuado para el tratamiento de delitos que, distintos
a los tipos de mera descripción objetiva, pudieran contener elementos de
valoración jurídica independiente, pero necesarios para la integración de la
conducta.
Los procesos penales especiales (III). El proceso ante el jurado 603
Así, pues, de conformidad con la nueva redacción del art. 1.2 LOTJ efec-
tuada por la Disposición Final Segunda de la LO 10/1995 de promulgación
del nuevo CP, la delimitación de la competencia objetiva del Tribunal del
Jurado queda reducida al conocimiento de los siguientes delitos:
a) Muy graves: los homicidios de los arts. 138-140.
b) Delitos contra el libre ejercicio de los derechos fundamentales: tan
sólo los delitos de allanamiento de morada (arts. 202 y 204) y las
amenazas del art. 169.1º CP.
c) Delitos contra el patrimonio social y el incumplimiento de deberes
cívicos: la omisión del deber de socorro de los arts. 195 y 196 CP.
d) Delitos cometidos por funcionarios: únicamente la infidelidad en la
custodia de presos (art. 471) y de documentos (arts. 413-415), el co-
hecho (arts. 419-426) y algunos delitos de malversación de caudales
públicos contemplados en los arts. 432-434, los delitos de fraude,
exacción ilegal (arts. 436-438), negociación prohibida (arts. 439-440)
y tráfico de influencias, previstos en los arts. 428-430 del CP.
3. Tratamiento procesal
La competencia objetiva, en tanto que constituye un auténtico presu-
puesto procesal, ha de ser examinada de oficio por el propio Juez de Ins-
trucción, quien, cuando dentro de unas diligencias previas alcance el con-
vencimiento de que alguno de los hechos punibles instruidos pertenece a la
competencia objetiva del Jurado, habrá de reconvertir el procedimiento en
el ordinario del TJ (art. 24.1 LOTJ). Pero, sin perjuicio de dicho examen de
oficio, pueden las partes instar el cambio de procedimiento o de órgano ju-
risdiccional al término de la audiencia para concretar la imputación, en los
escritos de calificación (art. 29.5 LOTJ) —petición que habrá de ser resuelta
después de la «audiencia preliminar»— (art. 32.4 LOTJ), o como «cuestión
previa» «a limine» del juicio oral [art. 36.1.a) LOTJ].
1. Incoación
De los términos en que aparece redactado el art. 24.1 LOTJ, tres son
las especialidades que ofrece la incoación de este proceso: su necesaria in-
coación a instancia de parte (con exclusión de la iniciación de oficio), su
iniciación dentro de una instrucción en curso o, lo que es lo mismo, por
conversión de unas diligencias previas o sumario ya incoado y la valoración
del hecho con arreglo a la doctrina del hecho natural.
Aunque la Ley no lo diga, la resolución en cuya virtud el Juez disponga
la incoación del procedimiento del TJ habrá de revestir la forma de auto,
toda vez que viene a «decidir la competencia de un Tribunal», como lo es
el de Jurado, así como se erige en un «punto esencial en el procedimiento»
(art. 141.III LECrim).
4. Práctica de diligencias
Una vez confirmado el auto de iniciación del procedimiento del jurado, y
con independencia de las diligencias con anterioridad practicadas en las di-
ligencias previas o del sumario, que dieron lugar al presente procedimiento,
el art. 27.1 LOTJ autoriza al Juez de Instrucción a practicar nuevas diligen-
cias, a instancia de parte o de oficio.
Las características más sobresalientes de estas diligencias son dos: la
concentración de su práctica en la audiencia preliminar, para la cual el
art. 27.1 LOTJ tan sólo autoriza a celebrar en este estadio procesal las
«irrepetibles» o de carácter urgente y la limitación de las diligencias de
oficio a las dirigidas «a la comprobación del hecho (delimitado por las
partes acusadoras en la audiencia para la concreción de la imputación)
y respecto de las personas objeto de imputación por las partes acusado-
ras» (art. 27.3 LOTJ), lo que desvirtúa totalmente la naturaleza de la
instrucción.
606 Vicente Gimeno Sendra
2. La audiencia preliminar
Una vez presentado el escrito de calificación de la defensa y siempre que
la defensa de todos los acusados no se haya conformado o manifestado al
Juez su renuncia, señalará éste «el día más próximo posible para audiencia
preliminar de las partes» (art. 30.1 LOTJ).
La audiencia preliminar constituye, sin duda alguna, el acto más impor-
tante de la fase intermedia. Se trata de un acto procesal que, informado por
los principios de oralidad e inmediación judicial, asume una doble función,
cuales son, en primer lugar, la de practicar diligencias y, en función de su
resultado evidenciado por los informes de las partes, la de adoptar el Juez,
en segundo, alguna de las cuatro siguientes soluciones: a) la práctica de
oficio de alguna diligencia complementaria (art. 32.3 LOTJ); b) el auto de
sobreseimiento (art. 32.1 y 2 LOTJ); c) el cambio de procedimiento (art.
32.4 LOTJ); y d) el auto de apertura del juicio oral (arts. 32.1 y 33 LOTJ).
En este último supuesto en el que las partes acusadoras habrán de soli-
citar dicha apertura es conveniente que tanto la acusación como la defensa
informen también sobre la prueba documental y demás prueba sumarial
anticipada o preconstituida sobre la que el Juez habrá de deducir testimonio
(art. 34.1.b LOTJ) al efecto de remitirlo al TJ.
V. EL JUICIO ORAL
El Juicio Oral ante el Tribunal del Jurado comienza con el auto del Juez
de instrucción de reenvío a juicio y finaliza mediante sentencia.
1. Actos preparatorios
A) Cuestiones previas
El plazo de quince días del art. 35.1 LOTJ no lo es exclusivamente para
la personación, sino que, al igual como acontece con los artículos de previo
y especial pronunciamiento del proceso común, también pueden aquí las
partes plantear «a limine» determinados presupuestos y excepciones proce-
sales, siempre y cuando los aleguen dentro de dicho plazo (art. 36 LOTJ).
Pero, a diferencia de aquel incidente suspensivo, su objeto es mucho más
amplio pues, a través de él, pueden plantear las partes, no sólo todas las
cuestiones del art. 666 LECrim, sino también modificar objetiva y subjeti-
vamente la imputación judicial plasmada en el auto de apertura del juicio,
alegar la vulneración de derechos fundamentales dentro de la instrucción,
así como impugnar la prueba propuesta por la contraparte y proponer nue-
vos medios de prueba.
El procedimiento para dilucidar tales cuestiones es el mismo que el de
los artículos de previo pronunciamiento, al que expresamente se remite el
art. 36.2 LOTJ.
y despejarle sus dudas jurídicas (art. 57 LOTJ), así como para confeccionar
el tema esencial del veredicto (art. 52 LOTJ).
B) Práctica de la prueba
El juicio comienza mediante la lectura por el LAJ de los escritos de califi-
cación. A continuación, el Magistrado-Presidente abrirá un turno de alega-
ciones para que las partes expongan con claridad a los jurados el objeto del
proceso y la finalidad de la prueba, pudiendo asimismo solicitar la práctica
de nuevas pruebas (art. 45 LOTJ).
Finalizados tales informes, el Presidente dispondrá la práctica de la tota-
lidad de los medios probatorios propuestos, comenzando por la declaración
del acusado y en la forma prevista en los arts. 683 y ss. de la LECrim (art.
42.1 LOTJ). Si hubiere de practicarse el reconocimiento judicial, habrá de
constituirse la totalidad del jurado (art. 46.3 LOTJ).
Rige también la regla del examen de oficio de la prueba documental
con una importante limitación y es que, si bien el Jurado puede examinar
la totalidad de las piezas de convicción (art. 46.2), tal examen habrá de ce-
ñirse a las piezas y prueba documental remitida por el Juez de Instrucción
(vide art. 34); a fin de estimular la inmediación, el art. 46.5LOTJ llega a
prohibir (y, por tanto, a que puedan ser valoradas como prueba) la lectura
de las declaraciones del acusado, testigo e informe de los peritos, así como
a afirmar que «las declaraciones efectuadas en la fase de instrucción, salvo
las resultantes de la prueba anticipada, no tendrán valor probatorio de los
hechos en ellas afirmados».
A) Formales
El párrafo 1º del citado precepto requiere la existencia de una instruc-
ción en curso, bien sea una investigación del MF (las diligencias informati-
vas de los arts. 773.2 LECrim y 5 EOMF), bien se trate de la incoación de
unas diligencias previas.
616 Vicente Gimeno Sendra
B) Subjetivos
Los requisitos subjetivos son dos: a) positivos: 1. «Que el delito esté
castigado con pena de multa, trabajos en beneficio de la comunidad o con
pena de prisión que no exceda de un año y que pueda ser suspendida de
conformidad con lo dispuesto en el artículo 80 del Código Penal, con o sin
privación del derecho a conducir vehículos a motor y ciclomotores» y 2.
«Que el Ministerio Fiscal entienda que la pena en concreto aplicable es la
pena de multa o trabajos en beneficio de la comunidad y, en su caso, la pena
de privación del derecho a conducir vehículos a motor y ciclomotores» y
b) negativo: «Que no esté personada acusación popular o particular en la
causa» (art. 803 bis a. LECrim).
Así, pues, atendiendo a la pena objetiva, aunque pudiera llevar asociada
una pena privativa de libertad de 1 año, será necesario que pueda ser susti-
tuida por otra privativa de derechos, ya que el MF tan sólo puede proponer
una pena de multa o privativa de derechos.
El presente procedimiento requerirá, pues, de un lado, un acto de pos-
tulación del MF, la «propuesta de imposición de pena», en el que el MF
califique el hecho como incluido en este objeto procesal y, de otro, que no
exista un acusador popular o particular en la causa, lo cual no exime al
LAJ, si el Juez hubiera incoado unas diligencias previas, a realizar el trámite
de ofrecimiento de acciones al ofendido (art. 109 LECrim) y tan sólo si el
ofendido no compareciera como acusador particular será procedente este
procedimiento especial.
C) Objetivos
De una manera más explícita el art. 803 bis b. LECrim determina el
objeto procesal, cual es «una acción penal ejercitada para la imposición de
una pena de multa o trabajos en beneficio de la comunidad y, en su caso, de
privación del derecho a conducir vehículos a motor y ciclomotores».
De lo expuesto se infiere que este procedimiento será siempre aplicable
a los delitos menos graves castigados «con pena de multa o con pena de
Los procesos especiales (IV) 617
prisión sustituible por multa, con o sin privación del derecho a conducir
vehículos a motor y ciclomotores» (art. 803 bis a.1 LECrim).
A dicho objeto procesal puede todavía el MF, en su calidad de sustituto
procesal del perjudicado, ejercitar una acción civil, «ex» art. 108 LECrim
«dirigida a la obtención de la restitución de la cosa y la indemnización del
perjuicio» (art. 803 bis b.2 LECrim). Y, si no ejercitara la acción civil, habrá
de concluir en que quedará reservada para que el perjudicado la ejercite en
el proceso civil correspondiente (arts. 110.II y 116.II LECrim). Esto último
es lo que debiera suscribirse en la práctica forense, máxime cuando no estén
suficientemente acreditados los perjuicios, ya que, en la práctica, podría
verse menguada su pretensión resarcitoria, la cual debiera quedar impre-
juzgada a fin de que se reserve su ejercicio a un proceso civil con todas las
garantías.
2. Naturaleza jurídica
En mi opinión, no nos encontramos ante un proceso penal monitorio, el
cual requiere, en el Derecho comparado, la emisión por el Juez de una or-
den penal en la que se concrete la sanción, que, si no es impugnada, deviene
firme.
Más bien estamos ante un proceso especial que se desarrolla ante la
Autoridad judicial y que puede finalizar por una sentencia de conformidad.
De aquí que las normas que disciplinan este método autocompositivo de so-
lución de las controversias penales o de allanamiento a la pretensión penal
debieran ser de aplicación supletoria.
La finalidad de este procedimiento consiste en emitir, al principio de la
fase instructora, una propuesta de sanción a una pena no privativa de liber-
tad, la cual, si es aceptada por el imputado con el concurso de la voluntad
de su Abogado, se convierte en una sentencia firme de condena. Este pro-
ceso especial tiene por objeto descongestionar de papel inútil al Juzgado,
pero con absoluto respeto al derecho de defensa del encausado, quien puede
oponerse al Decreto de propuesta de sanción y ejercitar su derecho a ser
juzgado en un proceso con todas las garantías.
nerse una pena privativa de libertad, sería preceptiva para la válida celebra-
ción de la comparecencia (art. 803 bis h.1 LECrim). Empero la prohibición
de imponer tales penas de privación de libertad, que, en consonancia con lo
dispuesto en los arts. 17, 25.3 y 53.2 CE, efectúa el art. 803 bis a.2 LECrim,
haría innecesaria, desde un punto de vista constitucional, esta exigencia,
cuya aplicación práctica contribuirá a incrementar la lentitud y carestía del
proceso.
5. Oposición
La oposición al Decreto de imposición de pena puede ser tácita o expre-
sa: a) la oposición tácita puede suceder de dos formas, bien mediante su sola
incomparecencia, bien mediante su comparecencia pero sin la de su Letra-
do, sin perjuicio de que el Juez suspenda la comparecencia y señale nueva
fecha para su celebración y b) expresa: lo que sucederá cuando rechazara
la propuesta del MF, «total o parcialmente en lo relativo a las penas o a la
restitución o indemnización», en cuyo caso «quedará la misma sin efecto»
(art. 803 bis h.2 LECrim), debiendo continuarse la fase instructora.
No aclara la norma las consecuencias de una divergencia de volunta-
des entre el Abogado defensor y su patrocinado, debiéndose, en tal caso,
suplir esta laguna con las normas de la conformidad; y es que para que la
conformidad sea válida es necesario que tanto el Abogado defensor, como
su patrocinado la manifiesten de un modo expreso (arts. 655.1, 688 y 694
LECrim). Debido a la autonomía que el defensor adquiere en el proceso
penal, si el Abogado reputa conveniente la continuación del procedimiento,
aun contraviniendo la voluntad de su patrocinado, el Juez debe disponerlo
(cfr.: arts. 655.2, 694 y 696 LECrim). Lo mismo ha de suceder en el supues-
to inverso, si bien exigencias constitucionales del derecho de defensa han de
obligar al Juez a reemplazar al Abogado por otro de su elección o del turno
de oficio, ya que el originario, al prestar su conformidad, queda moralmente
descalificado para seguir asumiendo la defensa.
«Si el decreto de propuesta de pena deviene ineficaz por no ser auto-
rizado por el Juzgado de Instrucción, por incomparecencia o por falta de
aceptación del encausado, el Ministerio Fiscal no se encontrará vinculado
por su contenido y proseguirá la causa por el cauce que corresponda» (art.
803 bis j LECrim). La confusa redacción de este precepto parece indicar
que, de un lado, tal y como se ha avanzado, se incoarán Diligencias Previas
(art. 773.2.III) y, de otro, que el MF a lo largo de las mismas podrá instar
de nuevo la conformidad.
620 Vicente Gimeno Sendra
6. Aceptación
«Si el encausado acepta en la comparecencia la propuesta de pena en
todos sus términos el Juzgado de Instrucción le atribuirá el carácter de reso-
lución judicial firme, que en el plazo de tres días documentará en la forma y
con todos los efectos de sentencia condenatoria, la cual no será susceptible
de recurso alguno» (art. 803 bis i) LECrim).
Como podrá observarse, la redacción del precepto es clara a la hora
de convertir, por el hecho de la aceptación por el imputado y su Abogado
defensor de la propuesta de sanción, dicha propuesta en una sentencia con-
denatoria firme, contra la cual no cabrá la interposición de recurso alguno,
porque nadie puede ir contra sus propios actos. Pero excepcionalmente pue-
de la defensa ejercitar los recursos, si concurrieran vicios de consentimiento
o la pena impuesta no fuera la procedente.
1. Naturaleza
Aunque aparezca formalmente encuadrado dentro del Libro IV que reza
«de los procedimientos especiales» tiene razón la jurisprudencia al afirmar
que nos encontramos ante un proceso ordinario con especialidades, razón
por la cual no serán necesariamente de aplicación las normas del sumario
ordinario, sino del abreviado, máxime si se repara en que, por la naturaleza
leve de las penas asociadas al delito, el procedimiento adecuado ha de ser el
abreviado y no el común ordinario (art. 757 LECrim).
Habida cuenta de la naturaleza privada de estos ilícitos penales, este pro-
ceso más que informado por el principio acusatorio se encuentra regido por
el principio dispositivo, ya que sus características más relevantes son las si-
guientes: a) inicio del proceso a instancia de parte («ne procedat iudex ex
oficio»), de tal manera que si el ofendido no interpone su querella no se ini-
ciará de oficio el procedimiento (art. 215.1 CP); b) el proceso puede quedar
truncado por los medios anormales de finalización, tales como el perdón del
ofendido (art. 215.3 CP), la renuncia a la acción penal (arts. 106.2 y 107 LE-
Los procesos especiales (IV) 621
1. Naturaleza
Al igual que el anterior también es éste un procedimiento ordinario con
especialidades, las cuales pueden ser reclamadas ante cualquier delito come-
tido a través de los citados medios mecánicos de difusión. Así, una injuria
o calumnia cometida a través de tales medios será enjuiciada a través de su
procedimiento propio con la particularidad de que, de un lado, por utilizar
tales medios se presumirá cometida con publicidad y, de otro, en dicho
procedimiento se podrán solicitar y obtener las medidas provisionales con-
templadas en el presente procedimiento.
2. Medidas provisionales
Dos son las medidas provisionales que puede el Juez de Instrucción dis-
poner en el presente procedimiento: el secuestro y la orden de prohibición
de difusión.
622 Vicente Gimeno Sendra
A) El secuestro
De conformidad con lo dispuesto en el art. 816 LECrim «inmediatamen-
te que se dé principio a un procedimiento por delito cometido por medio
de la imprenta, el grabado u otro medio mecánico de publicación, el Juez o
Tribunal acordará el secuestro de los ejemplares del impreso o de la estam-
pa donde quiera que se hallaren y del molde de ésta».
Así, pues, debe el Juez de Instrucción proceder a efectuar el secuestro,
tanto de lo publicado, como del molde, «master», soporte magnético y de-
más objetos que integren el cuerpo del delito.
Constituye el secuestro una medida provisional cuyo objeto es doble:
por una parte, mediante esta resolución se trata de asegurar el cuerpo del
delito, pero, por otra, también se trata de conjurar el peligro de reiteración
delictiva. El secuestro, en la medida en que no está destinado a garantizar el
cumplimiento de la sentencia, no constituye medida cautelar alguna.
Nos encontramos, pues, ante una resolución provisional que, al recaer
sobre el ejercicio de un derecho fundamental cual es la libertad de informa-
ción, está sometida al principio de proporcionalidad y a sus subsiguientes
principios: a) jurisdiccionalidad o acto reservado por el art. 20 CE a la au-
toridad judicial, de tal manera que tan sólo puede ser adoptado por el Juez
o Tribunal competente; b) especial motivación de la resolución judicial que
ha de contener el necesario juicio de ponderación entre los derechos funda-
mentales en conflicto (el derecho a la intimidad, honor y propia imagen, de
un lado, y las libertades de información, expresión ideológica o religiosa,
de otro); c) necesidad e inexistencia de alternativa menos gravosa, lo que
implica, de un lado, que, no obstante el tenor literal imperativo del art. 816
LECrim, sea una medida potestativa y, de otro, que no se pueda secuestrar
el medio de comunicación, ni siquiera el medio mecánico de reproducción,
sino tan sólo el soporte que permita la reproducción del delito, todo ello sin
perjuicio de que pueda el Juez disponer la clausura del medio, si concurrie-
ran los supuestos de hecho de las «consecuencias accesorias» previstas en
el art. 129.1 y 2 CP.
B) La prohibición de difusión
Dispone el párrafo segundo del art. 823 bis LECrim que «los Jueces, al
iniciar el procedimiento, podrán acordar, según los casos, el secuestro de
la publicación o la prohibición de difundir o proyectar el medio a través
del cual se produjo la actividad delictiva. Contra dicha resolución podrá
Los procesos especiales (IV) 623