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[Opinión] Ante el fundamentalismo, radicalidad

Por Maricruz Bárcenas

Andamos buscando las raíces de los mezquites donde las abuelas enterraron
nuestro cordón umbilical, en el camino hemos hallado palabras, casas derrumbadas,
memorias ancestrales, y en el andar también hemos abandonado la ausencia que
dejaron las amoras. Estamos reconstruyendo la lengua que nuestras madres y abuelas
habitaron, estamos encontrando las diosas que existían cuando éramos libres.
Reconstruimos las casas donde ellas nos parieron, rescatamos los hogares donde nos
criaron, llegan otras más a nosotras y ahí no vivimos solas. Estamos hilando bien
despacio y con mucho cuidado la formas de acompañarnos para amar otra vez y
de otra forma.
Todo eso lo estamos haciendo tan despacio y con tan pocos medios, pero tan
firmes que la hostilidad crece alrededor. Algunas, que medio perdidas creíamos estar,
entonces miramos que ese es el rumbo, ese donde están poniendo obstáculos donde
antes había abandono. Advertimos ya la agitación de donde viene su hostilidad, es una
tierra árida con charcos perdidos desde donde quieren amenazar nuestra memoria y
nuestros pasos, para allá partieron las que un día vinieron a aprender a defenderse, ahí
están también quienes nunca han necesitado defenderse y están invitando a
deshacerse de quienes un día se acompañaron.
Es su lúcida agitación donde se están perdiendo. Esa lucidez que no alumbra,
ciega, pero su impoluta lucidez no llega a nuestro hogar, sólo nos advierte que sus
palabras no son camino, son cuevas desbordantes de nada. Con hostilidad nos comparan
con ellos, su lucidez tan exquisita las ha disociado de la tierra, del campo de batalla en
el que nos han puesto, esa lucidez tan suya les impide oír el susurro de quienes las
parieron, tanta agitación es la suya que están marchitando a quienes las siguen porque
insisten en decirse que ellas están solas y llegaron solas y van solas alimentándose de
aire y no de tortillas. Caminan en círculos, con el tiempo desencantado, llenas de
lucidez afirman que su existencia propia es de donde vienen y ahí, desde ese círculo nos
llenan de información que es inútil, mientras, nosotras seguimos aprendiendo a usar
herramientas contra su hostilidad y para protegernos de la guerra de ellos contra
nosotras.
La posmodernidad y el neoliberalismo son un campo de batalla en el que
estamos sin querer estar. Ahí debemos sobrevivir y para hacerlo debemos comer,
debemos vestir y debemos crear e imaginar para seguir haciendo. Nosotras no
olvidamos que si una feminista se disocia del mundo real, no oye ni mira el objetivo de
su lucha, se convierte en un dogma sinsentido, se vuelve operaria de la banalidad de la
ignorancia y su vanidosa palabra. El lesbofeminismo no es tiempo muerto, no es trabajo
muerto ni se trata de la contemplación de nuestra aniquilación, el lesbofeminismo no es
una justificación a su moral solipsista tan propia de la época; el lesbofeminismo no
tiene porqué lidiar con información inútil que se narra así misma, el lesbofeminismo no
es continuidad de la ética nihilista, el lesbofeminismo no va a hablar de mundos
cosmopolitas cuando hay un territorio bañado de sangre.
Las lesbofeministas hablamos de lo que estamos viendo, estamos acompañando
a otras, las acogemos y todavía nos damos tiempo de pensar con ellas, -aun con nuestros
trabajos precarizados, aun en los límites institucionales, aun robándole minutos al
tiempo- cómo seguiremos construyendo y hacia dónde vamos. Y eso, eso no se hace con
lucidez, lo hacemos con rabia porque el tiempo apremia, lo hacemos a pie y en metro,
pero lo hacemos también porque mientras más avanzamos, más miramos, más
aprendemos y más entendemos que hay posibilidad de escape. Entonces pues, entre
tanta lucidez ¿cuál es su trabajo? ¿cuál es el camino donde comprenden que de entre
todas las cosas menos importantes, la que menos importa es lo que dicen quienes creen
que llegamos por generación espontánea? El fundamentalismo pisa la memoria, niega
a sus antecesoras; la radicalidad hurga en su historia.

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