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MAESTRIA EN TANATOLOGÍA, DUELO Y SENTIDO DE VIDA

MATERIA:
ANTROPOLOGIA DE LA MUERTE
DRA. ABIGAID VÁZQUEZ DE SANTIAGO

ALUMNA:
ROCIO GUADALUPE HERNÁNDEZ BUSTOS

ENERO 2023
ANTROPOLOGIA DE LA MUERTE
El advenimiento de la pandemia mundial y la prohibición así como su
modificación de ritos funerarios, en el proceso de duelo de los dolientes.

La antropologia entiende la muerte como un proceso biológico y social. Todas las


sociedades construyen, según sus sistemas de valores y creencias, una
interpretación cultural del fenómeno reflejándolo en la actividad ritual. Morir es un
tránsito, un proceso de separación que afecta al individuo que parte y al grupo que
lo pierde.

Las diferencias en la vivencia del manejo de la muerte en cada cultura están


impuestas por el muy personal concepto de muerte que cada individuo haya
construido e introyectado a través de su historia, así como por el contexto social
donde crezca y se desarrolle, pese a las similitudes de los procesos expresados
en diferentes culturas. Por otra parte, el tipo de muerte (“buena” o “mala” muerte)
se corresponde también con un estilo funerario particular.

La tanatopraxis se ocuparia de las técnicas de gestión del cadáver ulilizando


procedimientos cuyo destino puede ser, entre otros, acelerar el proceso de
putrefacción (exposición del cadáver al sol o al fuego); retardar los efectos de la
descomposición (embalsamamiento), suprimirlo (momificaclón e incineración) o
tan solo preservarlo (inhumación).

El luto es la expresión más o menos formalizada de responder a la muerte, es


decir, la muestra externa de los sentimientos de pena y duelo ante el fallecimiento
de un ser querido. Representa los actos culturalmente definidos realizados
después de la muerte; incluye rituales y comportamientos específicos a cada
cultura y religión.

El duelo es el sentimiento subjetivo provocado por la pérdida, generalmente


asociado con la muerte de un ser querido.
La psicología hace mucho tiempo reconoce el valor emocional y el papel
estructurante de la realización de ritos y rituales en la organización de las
diferentes sociedades y culturas. El rito es una categoría más amplia, como rito de
pasaje o de cura, en cuanto que el ritual es el conjunto de gestos y acciones que
componen los ritos. Los rituales humanos son comunes a todos los pueblos y son
acciones simbólicas, comportamientos repetitivos, estandarizados y altamente
valorizados, que auxilian al individuo a canalizar emociones, compartir con sus
pares sus creencias y transmitir sus valores.
Marcando la transitoriedad de la vida, los rituales fúnebres han estado presentes
desde siempre en la historia, con el objetivo de demostrar un estado de luto en
reconocimiento al valor e importancia de aquel ser que fue perdido; además,
favorece cambios de papeles y permite la transición del ciclo de vida. Se debe
considerar, también, la relevancia de los rituales fúnebres para la maduración
psicológica, una vez que contribuyen para que los individuos enfrenten la pérdida
concreta y inicien el proceso de luto, posibilitando la manifestación pública del
pesar.

Con el advenimiento de la pandemia por el COVID-19, se mostraron multiples


restricciones a las costumbres funerarias – puesto que se fueron adaptando y
reconfigurando.

La pandemia del coronavirus COVID-19, decretada como emergencia sanitaria por


la OMS, es la crisis de salud global que define este tiempo y el mayor desafío que
enfrenta la humanidad desde la II Guerra Mundial. El efecto nefasto del mismo, ha
impactado alrededor de doscientos países dejando consigo una cifra preocupante
de fallecidos en el planeta; una situación de gran complejidad a la que se suma la
necesidad de asumir protocolos severos ante los decesos, para mitigar el
contagio, y con ello los efectos que en materia de salud mental traería consigo no
poder acceder a la dinámica convencional del manejo de los cuerpos de los seres
queridos.
De igual manera como personal de salud, por naturaleza tenemos que aprovechar
todas nuestras capacidades humanas: curar cuando es posible, consolar y apoyar
cuando no podemos curar y encontrar sentido en todas esas experiencias,
reconociendo nuestra dependencia y nuestra necesidad unos de otros. Todas las
personas, ya sean ricas o pobres, necesitan instintivamente dar un sentido a su
vida.

“Lo que somos es todo lo que tenemos”. Aun en medio del sufrimiento y de la
muerte, las relaciones de cariño, de preocupación y de amor nos ayudan a dar
sentido a la vida. Encontramos sentido cuando damos y recibimos amor.
Es necesario venerar la vida, en todas sus etapas, incluida la fase de la muerte.

La ausencia de rituales de despedida del cuerpo dificulta la concretización


psíquica de la pérdida. Aliado a eso, las muertes bruscas e inesperadas impiden la
preparación para el luto y así lidiar con la pérdida, una vez que la temporalidad de
la muerte física no acompaña a la muerte social y psíquica, lo que puede generar
dificultades en la elaboración del proceso de luto. Esas barreras, cuando son
intensas, pueden favorecer el denominado luto complicado, caracterizado por una
desorganización prolongada que dificulta o impide la reorganización psíquica y la
retomada de actividades anteriores a la pérdida.

Además de eso, pueden haber manifestaciones sintomáticas exacerbadas, tales


como expresión de sentimientos intensos, somatizaciones, aislamiento social,
episodios depresivos, baja autoestima, impulsos autodestructivos, pensamientos
frecuentes dirigidos a la persona fallecida, incapacidad de aceptar la pérdida,
sentimiento de culpa y dificultad de imaginar un futuro significativo sin la persona
que se fue.

El hecho de evitar la realización de rituales fúnebres que conllevaban reuniones o


aglomeraciones de personas, era un escenario totalmente desalentador para
quienes presentaran dificultades para asumir la carga emocional que esto
acarreaba, con incidencia negativa que incrementa la posibilidad de experimentar
lo que la ciencia hoy reconoce como duelo complicado.

Un duelo complicado, caracterizado por la prolongación del proceso de duelo


normal sobre la base de verse estancado en alguna de las etapas que le son
propias en el abordaje del duelo y el dolor; asimismo, la falta de regulación
emocional que puede derivar en conductas desadaptativas como la prolongación
del dolor/malestar, presencia de cuadros clínicos como la depresión, trastorno de
pánico e incluso brotes psicóticos. Conductas que estarán mediadas por
elementos tan particulares como el tipo de vínculo, las características de la
pérdida, el apoyo social y los aspectos individuales del doliente.

Los elementos que concurren para un luto complicado pueden ser divididos entre
factores de riesgo personales asociados a la historia, a eventos del pasado de la
trayectoria de vida de la persona enlutada y a factores de riesgo relacionados a la
muerte del ser querido. Estos últimos comprenden: muerte de niño o joven, muerte
de esposa o esposo, falta de preparación psicológica para elaborar la muerte,
fallecimiento en hospital, entre otros.
Por otro lado, son considerados factores de protección contra el luto complicado:
disponibilidad de apoyo psicológico y social; comunicación clara entre el equipo de
la salud y los familiares del fallecido; demonstración de empatía por parte de otros
familiares y de la comunidad; y significado atribuido a la muerte del ser querido.

Las tendencias en los ritos funerarios durante la contingencia fueron de mucho


contraste: algunas cursaron con intimidad, donde los deudos se sintieron
cómodos, otras requirieron el desahogo público que de alguna manera sólo lo
encontraron en las redes sociales y de alguna manera en los altares de muertos.
El golpe repentino de la enfermedad y el cuadro irreversible que se instala no dan
oportunidad para pacientes y familiares para prepararse para la posibilidad de lo
peor. Ese es un aspecto especialmente cruel y trágico de la COVID-19, una
enfermedad grave en la cual el individuo padece y muere solitariamente, en
situación de intenso sufrimiento.

Experimentando pérdidas: sin tiempo de despedida, un ciclo que no se cierra.


Además de tener que lidiar con la experiencia traumatizante de la pérdida, el
riesgo elevado de contagio del nuevo coronavirus impide que los cuerpos sean
velados: Espero que no tenga nunca que quedar en casa inerte, en cuanto el
cuerpo de su familiar está siendo incinerado sin que ningún pariente pueda
despedirse o homenajear (nuera). El cuerpo de él vino dentro de un saco cerrado,
no fue enterrado en un ataúd (madre).

La necesidad de los cuidados después de la muerte con el objetivo de evitar el


contagio por el virus aparece como otro un factor de “deshumanización” que
caracteriza mal el ritual fúnebre, con el uso por los sepultadores de Equipos de
Protección Individual (EPIs), tiempo corto de velorio, número reducido de personas
presentes y ataúd cerrado: Todos los que estaban allá estaban de máscaras, los
sepultureros con EPIs hasta decir basta parecían estar en Chernóbil.

A falta de la experiencia presencial de la misa de cuerpo presente, la sepultura en


panteones, puesto que la mayoría terminaban en cremación y no con un feretro
dónde recargar su hombro a llorar, ha sido esto pues una forma de experimentar
un duelo diferente, sin embargo “a pesar de que hubo modificaciones muy
importantes en los ritos funerarios, porque ya no se podían hacer misas
multitudinarias; en algunos casos, sus familiares estaban hospitalizados,
fallecieron y ya solo se les entregaron las cenizas, no pudieron despedirse de
ellos, no pudo haber una congregación familiar y de amigos cercanos, como suele
haber; aun así, se están construyendo otras maneras de poner en operación el
rito”.

Algo que también es muy significativo es el hecho de que el Día de Muertos


adquirió fuerza, incluso en los estados del norte, la idea de hacer un altar, de
escribir algo en torno al muerto, la idea de una despedida, aunque sea después de
haber fallecido.

Ya desde una perspectiva conclusiva se debe indicar que si bien el morir


pertenece a la vida, es un acontecimiento de ella que expresa la conciencia de la
finitud del ser. Y aparentemente, aun cuando son términos que se desdicen, una
observación más cercana, como la que se ha intentado en este trabajo, permite
apreciar que tal oposición no es tan radical. La muerte está presente en la vida
bajo cualquier forma y por ello, ejerce una profunda acción dada su
omnipresencia. Como quiera que se mire, el problema planteado por la vida
terrena del ser humano y la angustia que en éste provoca su destino después de
la muerte, ha encontrado solución en la ejecución de rituales funerarios, los cuales
desde siempre se han practicado, desde la antigüedad hasta la época actual,
como estrategias simbólicas que se utilizan para regular las relaciones que se
establecen entre el hombre y su cultura para explicar el culto a la vida y a la
muerte que desde siempre ha existido en la dualidad alma / cuerpo.
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