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La economía de los imperios del Sahel

Para comenzar este ensayo debemos de conocer quienes fueron los reinos del Sahel.
Fueron una serie de reinos que se ubicaban en el Sahel, una zona ubicada al sur del
Sahara y habitualmente conocida por sus tierras de pastoreo. El poder de estos
territorios lo encontramos básicamente por su control de las rutas comercial que
cruzaban el desierto y en ello haremos mucha incidencia en este ensayo. Además, eran
muy conocidos por la posesión de animales de carga, entre ellos camellos y caballos,
que podían ser utilizados tanto para el comercio a larga distancia como para dominar
batallas. Se trata de un imperio muy descentralizado en el que las diferentes ciudades
poseían una gran autonomía.

El territorio del Sahel se extendía como un cinturón por toda la zona subsahariana y se
alargaba desde la costa Occidental de África hasta el Mar Rojo. La economía del Sahel
dependerá mucho de la ciudad que analicemos, pero en general se practicaban la
agricultura, la pesca, la caza y la artesanía, destacando el trabajo del metal, la cerámica
y la tela. Tal y como se dice en el libro de Ibn Battuta, la fuerza del trabajo esclavo
también se utilizaba para mover las economías de estas ciudades. Por tanto, el comercio
de esclavos africanos también sería una fuente para enriquecerse en las zonas del Sahel.
El propio Ibn Battuta nos explica como lleva cabo sus intentos de compra de una
esclava y su búsqueda de una que estuviera instruida, aunque el precio fuera mayor.

“Su organización económica y política, centrada primero en sencillos sistemas de frágil


articulación y en formas primitivas de promoción del crecimiento económico”1 fue
transformándose y terminó desarrollando una organización económica compleja.
Durante este periodo se formó la sociedad multicultural en la que se ha basado el África
Occidental que hoy en día hemos podido conocer.

El comercio

El poderío de estos territorios debemos buscarlos en el mundo del comercio y


especialmente en las caravanas que recorrían grandes distancias. Según nos cuenta en
los capítulos de su obra fueron los judíos quienes dieron comienzo a este mundo
comercial en el África musulmana. En aquellos tiempos existía una gran tolerancia e
incluso mucha cooperación entre judíos y musulmanes y no solo no tenían ninguna

1. DAVIDSON, Basil. (1992) Historia de África. Capítulo 8. Página 102.


desventaja si no que en algunas ocasiones llegaron a prestar servicios a la comunidad
ejerciendo cargos administrativos elevados en el gobierno de los califas del El Cairo.

Las caravanas de oro son el pilar básico del comercio de los Imperios del Sahel en estos
tiempos y aunque las medidas del Sahara fueran un poco más reducidas en esos tiempos
seguía necesitando de un esfuerzo titánico. África Occidental era la gran fuente de oro
para fabricar las monedas con las que se comerciaba a nivel mundial y por tanto, se
dependía de estas caravanas que cruzaban toda África.

La clave de todo reside en que para cifrar el precio de las mercaderías se utilizaba el
patrón oro y, por tanto, era muy importante que estas caravanas llegasen hasta los más
alejados de los territorios que se conocían. Anteriormente se había estado utilizando
como patrón el denarius aureus, o dinar de oro, fabricado por el Imperio Romano
Oriental, pero con el crecimiento del islam, se terminó sustituyendo por el de los califas
de Damasco. Posteriormente se terminaría implantando como pauta monetaria el dinar
de oro de los califas de Bagdad y tuvo una gran difusión.

En los imperios del Sahel la moneda que se solía utilizar se llamaba metical, pero gran
parte de las transacciones que se realizaban podían hacerse mediante el cambio por otras
mercancías. Por poner un ejemplo sencillo, Ibn Buttata nos explica en su libro que
durante sus viajes en el Nilo solían desembarcar durante la noche y aprovechaban estos
pequeños pueblos para comprar intercambiar productos por víveres como sal o especies.
Obviamente, las mercancías más rentables eran aquellas que con un peso y un volumen
pequeño, permitían ser transportadas con facilidad por el desierto y posteriormente ser
vendidas por un alto precio.

Uno de los productos más codiciado y de mayor valor que se exportaba desde el Sahel
hasta todo tipo de lugar es el ámbar gris. Se obtiene de las glándulas olfativas del buey
almizclero, una especie que vivía en los bosques montañosos de África Central y
Oriental y se usaba especialmente para la fabricación de perfumes.

Algunas ciudades importantes del momento

La mayoría de las ciudades más importantes del Sahel se encontraban en zonas


portuarias en la costa meridional del Sahara y algunas de ellas han sobrevivido hasta
nuestros tiempos. A partir de 1300, no hubo un puerto más importante que el de Jenne,
situado en la actual Mali. Su solida situación defensiva en el delta interior del Rio
Níger, con los brazos del río protegiendo la ciudad, permitieron que Jenne se pudiera
defender y se mantuviera independiente durante mucho tiempo. La sal llegaba a Jenne
desde territorios del norte mientras que los cargamentos de oro llegaban desde el sur,
igual que los productos de lujo

Otra de las ciudades más importantes es la de Kano, en el país de Hausa, al norte de


Nigeria. Hoy en día, Kano continúa siendo una ciudad sólida y bulliciosa, y mantiene un
centro de comercio y de industrias muy importante. Ya durante el siglo XVI, sus
habitantes ejercían la artesanía y los ricos mercaderes disfrutaban de una pacífica
prosperidad.

Ibn Battuta, nos habla en su libro de muchas ciudades en las que se detenía y por ello
vamos a destacar algunas de ellas. Según el autor “Kaw-Kaw, en la ribera del Nilo, una
de las mejores mayores y bien abastecidas del país de los negros. Disponen allá de arroz
abundante, leche agria, gallinas y peces, así como de la variedad de pepino llamado
“inani” que no tiene parejo”.2

En Takada, sus hombres viajaban hacia Egipto “de donde traen todo lo bueno que hay
allí, telas y otras cosas”.3 Sus gentes vivían en la abundancia y en el bienestar y poseían
muchos esclavos y servas igual que en Mali y en Iwalatan. Existía una mina de cobre y
el material una vez extraído se fundía en las casas de la gente, una especie de
cooperativa. Los lingotes que fabricaban los usaban como moneda, con las barras finas
compraban carne y leña y con las más anchas adquirían esclavos, mijo, manteca y trigo.
Como curiosidad, el autor nos explica que el pan ni lo comían ni lo conocían.

Como último ejemplo tenemos Buda, una ciudad sobre la que el autor nos dice que
abundan los dátiles de mala calidad pero que son muy consumidos por la población.
Además, no había ni cereales, ni manteca, ni aceite, por lo que todo tenía que venir de
otras zonas de Marruecos.

2.BATTUTA, Ibn. A través del Islam. Pág 788.

3. Ibídem. Pág 790.


El comercio de la cultura

Con el gran desarrollo militar y las demostraciones de fuerza que fueron capaces de
realizar, los imperios del Sahel disfrutaron de extensas épocas de paz y prosperidad en
la gran mayoría de sus territorios. El propio Ibn Battuta se sorprendía ante la manera de
vivir de los autóctonos: “Lo raro que son allí los abusos. Se trata de la gente más lejana
a la injusticia y su rey no permite el más mínimo desliz.”4

Esto provocó que las grandes ciudades del Sahel se convirtieran en centros culturales de
mucha relevancia. Especialmente en la zona del Sudan Occidental nos encontramos con
comunidades eruditas que fueron reconocidas por todo el mundo musulmán y que
intercambiaban a sus especialistas con otras regiones remotas. Pese a que no pueda
parecerlo si lo vemos desde un punto de vista actual, pero el negocio de los libros movía
una gran cantidad de dinero. De hecho, según un informe del siglo XVI, el comercio de
libros en la región del Sahel era más rentable que ningún otro.

4. Ibídem. Pág 783.


BIBLIOGRAFIA

GOUCHER, Candice/ LEGUIN, Charles/ WALTON, Linda. (1998). Trade,


Technology, and Culture: The Mali Empire in West Africa in In the Balance: Themes in
Global History. Pág. 231-245.
BATTUTA, Ibn. (2005). A través del Islam. Alianza. Madrid. Pág 766-794.
DAVIDSON, Basil. (2003) Historia de Africa. Folio. Barcelona. Pág 83-103.

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