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Soledad Granero Toledano

LOS PRESUPUESTOS PARTICIPATIVOS


Y LA PERSPECTIVA DE GÉNERO

El proceso de presupuestos participativos es un modelo político que tiene como


objetivo, que la ciudadanía decida sobre el fin del presupuesto municipal y que
de las vecinas y vecinos de una localidad conozcan por dentro su ayuntamiento
y el municipio donde viven, desde el punto de vista la gestión. Es un proceso
de cogestión pública, de relación recíproca entre ciudadanía y poderes públicos
municipales.

Los presupuestos participativos, son, también, un proceso educativo que tienen


como objetivo principal incorporar a la ciudadanía a los asuntos públicos,
haciéndole, por tanto, partícipe directa de todas aquellas decisiones que
pueden afectarle.

Pero son muchos los factores que a lo largo del tiempo han favorecido el
desinterés de la ciudadanía y, por lo tanto, muchos elementos han sido los que
han debilitado su participación e implicación.

En España en concreto, desde la consolidación de la democracia, los distintos


gobiernos, han provocado el efecto de que al fin y al cabo es la voluntad
delegada en las y los representantes políticos, la que cuenta a la hora de tomar
decisiones, y se deposita en las y los votantes, la responsabilidad de cambiar
esa voluntad.

Tras la transición política, hubo una gran desmovilización de la sociedad


organizada, que confió en que las promesas electorales traían consigo las
reivindicaciones sociales tanto tiempo calladas y esperadas.

Esto fue aprovechado por el poder para configurar, en demasiadas ocasiones,


una clase política prepotente en sus formas y en muchos de sus objetivos
políticos. Esta clase política acalló las voces de quienes siguieron requiriendo
más libertad, más capacidad de decisión y disconformidad con las formas de
hacer política y, sobre todo, generó a su alrededor un gran entramado de
complicidades e intereses que imposibilitaron, muchas veces, la oportunidad de
contradecir públicamente al poder establecido.

Muchas asociaciones, de todo tipo, desaparecieron y otras se configuraron


como afines al partido político en el gobierno para servirles de apoyo en sus
fines. Se han institucionalizado muchos movimientos, entre ellos el feminista,
ante el espejismo de que los organismos llamados “de igualdad” iban a
encauzar la causa de las mujeres. Por otro lado, la política de subvenciones y

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de fingido ibienestar social, ha generado muchas dependencias y clientelismos


que han acabado con algunas disidencias, por temor a ser eliminadas de la
base favorecida.

La realidad social está atomizada entorno a una gran tipología de asociaciones


que atienden gran parte de los aspectos sectoriales que el estado tiene
abandonados o delegados; de sindicatos, igualmente sectorializados; de
partidos políticos para todos los gustos y de la inmensa mayoría de la
población que sólo contribuye, como mucho, votando una vez cada cuatro
años.

En este panorama general, aunque muy simplificado, ¿dónde estamos las


mujeres? El poder es absolutamente masculino y patriarcal y ello no es una
frase hecha, los datos cantan: el 90 % de quienes están al frente de las
instituciones económicas, sociales, políticas, culturales... son hombres y ellos
se encargan de imponer normas para consolidar su hegemonía, impidiendo
que los derechos de ciudadanía de las mujeres sean completos en muchos
aspectos. Numerosos obstáculos y filtros, muchas veces invisibles, hacen
inviable dimensiones relevantes de la ciudadanía para las mujeres.

El análisis de cualquier espacio social, sea público o privado, confirma que la


igualdad es, sobre todo una aspiración para las mujeres y otras minorías
sociales, más que una realidad de hecho. A pesar de contar un una política
pública bien intencionada y activa para conseguir la igualdad entre los sexos,
todavía persiste el desequilibrio entre hombres y mujeres, y es muy probable
que haya aumentado en algunas esferas. Al mismo tiempo que existe igualdad
en cuanto a derechos legales y oportunidades desde el punto de vista formal,
también se dan ciertos mecanismos subyacentes que recortan las posibilidades
reales de las mujeres para alcanzarlos. Y lo que en la actualidad es
incontrovertido es la existencia de numerosos espacios sociales donde están
excluidas las mujeres.

Las mujeres nos hemos incorporado al mundo laboral, profesional, académico,


económico y político, pero si analizamos estadísticamente la situación,
podemos comprobar fehacientemente que nuestra representación es mínima
en los sectores decisivos, ya que llegado un momento clave, funciona la criba
sexista que nos excluye de lo público y nos relega a la privacidad de nuestras
vidas.

Esta situación real unida a nuestra afirmación anterior de una existencia formal
de igualdad, se conjuga con el llamado “techo de cristal” que aún sin percibirlo
materialmente, porque sería contradictorio con las “filosofías progresistas” que
en este tema se expanden desde los poderes públicos, funciona como
tamizador de lo que legítimamente nos corresponde.

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Recuperando el tema inicial, los presupuestos participativos, me voy a centrar


en los de Sevilla. Este proceso impulsado por IU en el Ayuntamiento y
propiciado por el Área de Participación Ciudadana, es uno de los procesos
participativos más puros y transparentes que existen en el panorama nacional e
internacional, si tomamos como referencia las ciudades que lo propiciaron y en
las que en la actualidad se están realizando.

Su pureza y transparencia radica fundamentalmente en que se hace participe a


la ciudadanía como motor del propio proceso; que es ella, la ciudadanía, quien
marca las reglas de funcionamiento de las asambleas a través del
autorreglamento; que existen agentes externos que fiscalizan su desarrollo,
que son los delegados y delegadas quienes vigilan el cumplimiento de las
propuestas ciudadanas y que toda la información está disponible para
cualquiera que la solicite, en todo momento.

El autorreglamento marca las reglas de funcionamiento de las asambleas. Éste


recoge los principios básicos en que debe basarse la celebración de las
mismas y, entre ellos, la paridad ocupa un papel prioritario. Todas las
comisiones y propuestas para delegadas y delegados, son paritarias, ya que el
propio acto de la votación debe ser paritario. Ello supone que, a priori, se
pretende contar con la participación de las mujeres en los puestos en los que
se toman decisiones, es decir, se intenta que las mujeres sean sujetos activos
del proceso.

El colectivo que intervino en sus inicios más activamente era el organizado


fundamentalmente en asociaciones vecinales y partidos políticos. Éstos, al
principio del proceso, hicieron un llamamiento a sus militantes con el objetivo
de conseguir apoyo mayoritario para sus propuestas. La falta de conocimiento
sobre el proceso, en lo que éste consistía y la necesidad de controlar este
nuevo y desconocido terreno participativo y, por tanto, aparentemente peligroso
para los intereses partidistas y asociativos, provocaron una incorporación
masiva de mucha gente, y, por tanto también, de muchas mujeres.

Las mujeres feministas y organizadas en asociaciones propias fueron llamadas


por los técnicos del proceso para participar en el mismo. Experiencias
anteriores en otros foros, calificados como trasformadores, les hacía
incorporarse con desconfianza y escepticismo. Pero desde el primer momento
se sumaron como delegadas y haciendo propuestas en todas las asambleas de
la ciudad.

Algunas mujeres, al igual que los hombres, organizadas en partidos políticos o


sindicatos y llamadas a ocupar un espacio en el proceso, al observar que el
mismo no implica ningún tipo de poder y de decisión que no sea la vinculante

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emanado de las propias asambleas ciudadanas, reaccionaron con su


desinterés al siguiente año. Pero la mayoría permanecieron al comprobar que
el proceso posibilita un modelo más democrático y al observar que lo que se
propone, puede conseguirse sin necesidad de contrapartidas. También se
incorporaron otras, mujeres independientes, ciudadanas no organizadas,
llamadas por la curiosidad por comprobar si el proceso es real, verdadero y
consecuente.

La comprobación por propia experiencia, de que el proceso, a pesar de sus


errores y desaciertos, tiene como base la honestidad de sus propios objetivos,
ha motivado a muchas personas a permanecer en el mismo con mucho
entusiasmo, ya que, además, a través de él, se están consiguiendo antiguas
reivindicaciones vecinales.

Este panorama aparentemente esperanzador, en cuanto al ir y venir de


mujeres participando con un interés u otro, tuvo y tiene sus pros y contras. En
unas, ocurrió el hecho común de la transitoriedad, ya que las responsabilidades
familiares, las ocupaciones laborales y sociales, o todo a la vez, provocaron la
falta de continuidad en el trabajo participativo. Pero hoy por hoy, las mujeres
inundan las asambleas de presupuestos participativos, son las más activas las
más ilusionadas en el proceso.

Con carácter general las mujeres han aportado más y mejores propuestas de
ciudad, las más integradoras, las más solidarias, las más democráticas. Las
que han permanecido, que son la mayoría, han sido constantes en las citas, en
las asambleas, en las reuniones de las comisiones, de los Consejos .... Ellas
han demandado guarderías para la celebración de las asambleas, han
solicitado órdenes del día más adecuados a la realidad vivencial, ....

La mayoría de las mujeres han ahondado en lo transformador. Han demandado


políticas transversales y específicas cuya realización conlleva por sí misma una
perspectiva diferente de la sociedad: la participación en el deporte no
competitivo; la recuperación de juegos tradicionales; las convivencias
interculturales e intergeneracionales, talleres de teatro, talleres de lectura ... y
además han conseguido que hayan sido las más votadas en el transcurso de
estos dos años.

La mayoría de los hombres se han preocupado por las inversiones, por las
grandes obras; se han organizado para intentar que sus propuestas tuvieran
más valor, no han tenido prisa en las reuniones, ellos se han unido en las
comisiones de seguimiento que supuestamente tienen mayor importancia
(urbanismo, deportes, ...).

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Por ello en este proceso, como en todos los espacios mixtos, a pesar de los
esfuerzos de muchas mujeres, éstas son percibidas, en demasiados casos,
como un todo (“las mujeres”), que deben preocuparse de intervenir
básicamente en pro del bien de la comunidad, debiendo reproducir en las
asambleas a través de sus propuestas, el dictado patriarcal.

La sociedad educa a todas las mujeres para cumplir las mismas funciones
sociales, las mismas funciones asistenciales, de tal modo que podemos ser
sustituidas unas por otras con mucha facilidad, ya que ninguna somos
imprescindibles y todas reemplazables. A pesar de una participación
importante numérica y cualitativamente de mujeres, este fenómeno no ha sido
analizado.

Las mujeres aunque aportan al Estado como educadoras y cuidadoras, un


superavit económico no contabilizado, son mucho menos influyentes y tienen
mucha menos autoridad que los hombres, ya sea como ciudadanas
individuales o través de las organizaciones en las que participan, mixtas o no.

Aunque la mayoría de los gobiernos democráticos llevan a cabo programas de


igualdad ampliamente apoyados, al mismo tiempo, una proporción mayor de
mujeres que de hombres son víctimas del debilitamiento del Estado de
bienestar, ya que son ellas las primeras en padecer los recortes económicos
que se produzcan.

Hoy las mujeres están presentes en todo tipo de organizaciones de forma


significativa, pero en cuanto actúan como grupo de interés propio, en cuanto
intentan controlar su presencia y, sobre todo, cuando se oponen a la
invisibilidad a la que están sometidas como individuos, se topan con
obstáculos, sutiles o directos, que imposibilitan su acceso a lugares de interés
político para la organización, partido o sindicato en el que participan.

Necesitamos una concepción de ciudadanía universal y participativa que se


base en el reconocimiento de la diferencia sexual, de modo que las mujeres,
para ser ciudadanas plenas, no tengan que ser pálidos reflejos de los hombres,
sino que puedan participar activamente como mujeres, como sujetos plenos de
derechos, con intereses propios y específicos.

Lo que debe hacerse es transformar la actual separación entre las esferas


pública y personal, sin romper necesariamente nada de lo que distingue a cada
una de ellas.

Si la democracia quiere ser incluyente, necesitamos variar las visiones de las


mujeres y sus organizaciones en la política tradicional como fuente de poder
para los hombres, a otra visión que reconozca los recursos de las mujeres

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como base de su propio poder. Y desde el proceso de los presupuestos


participativos tenemos una base idónea para proyectar un modelo de
coparticipación, de hombres y mujeres, en igualdad.

Sevilla, junio 2006

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En este artículo se han recogido opiniones y frases vertidas en conferencias y libros de Rosa
Cobo, Luisa Posada, Celia Amorós, Secretaría de la Mujer del PCE, de Anna G. Jonasdottir y
Carole Pateman.

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