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Título: Acerca de la lesión como vicio de los actos jurídicos


Autor: Borda, Guillermo A.
Publicado en: LA LEY1985-D, 985
Cita Online: AR/DOC/3012/2001
Cuando se conocieron las reformas al Código Civil introducidas por la ley 17.711 (ADLA, XXVIII-B, 1799)
algunos juristas se llevaron las manos a la cabeza, alarmados por la inseguridad jurídica que según ellos
sobrevendría con motivo de la admisión de la lesión, la imprevisión y el abuso del derecho. La experiencia de 17
años de vigencia de la reforma, ha demostrado que tales temores eran infundados. Nuestros jueces han hecho
aplicación de estos institutos con suma cautela, disipando todo riesgo de inseguridad. Y, a veces, diría que han
actuado con excesiva cautela.
Veamos lo que ha pasado con el vicio de lesión. Como es sabido, nuestra ley exige dos condiciones para que
se declare procedente la lesión: a) Que medie un aprovechamiento de la necesidad, la ligereza o inexperiencia de
la otra parte; b) que se haya obtenido del contrato una ventaja patrimonial evidentemente desproporcionada y sin
justificación (art. 954). Pero el párrafo 3º de esta norma legal, contiene una disposición capital: se presume,
salvo prueba en contrario, que existe tal explotación en caso de notable desproporción de las prestaciones.
En los primeros tiempos de aplicación de la ley 17.711 nadie dudó de que existe explotación por una de las
partes de la situación de inferioridad de la otra, cuando la desproporción es notable. Pero luego ha empezado a
abrirse paso una teoría según la cual es menester distinguir dos elementos subjetivos en la lesión; uno, la
explotación por una de las partes; otro, el estado de inferioridad de la parte explotada. Según esta teoría, la
notable desproporción de las contraprestaciones bastaría para presumir la explotación, pero el que demanda la
nulidad del acto debe siempre probar su situación de inferioridad (1).
Esta teoría es propia de juristas inclinados a partir un cabello en dos. La explotación por una de las partes es
inescindible de la situación de inferioridad de la otra, porque de lo contrario, es decir, si no existe situación de
inferioridad, no puede hablarse de explotación. Por lo demás, ¿cómo puede el actor probar que ha obrado con
ligereza? ¿Acaso la notable desproporción de las contraprestaciones no es la mejor prueba de que se ha obrado
con ligereza? Salvo que haya animus donandi, la excesiva desproporción de las contraprestaciones sólo puede
explicarse porque ha mediado ligereza, necesidad o inexperiencia. Pero el animus donandi no se presume: debe
ser probado por quien sostiene la validez del acto, conforme lo dispone el propio párrafo 3º del art. 954, al dejar
a salvo la prueba en contrario.
Cuando la ley ha dispuesto que debe presumirse la explotación en caso de notable desproporción de las
contraprestaciones, es obvio que tal presunción se refiere a todo el elemento subjetivo de la lesión (2).
Otra tendencia a aplicar restrictivamente el vicio de lesión, se pone de manifiesto en la tesis de que los
comerciantes no pueden aducir ni ligereza ni inexperiencia y que sólo podrían invocar -y probar- el estado de
necesidad (3). Esta tesis pasa por alto el hecho de que también el comerciante puede obrar con ligereza, tanto
más cuanto que la velocidad que a veces asumen las transacciones comerciales los exponen a realizar negocios
sin la debida reflexión, es decir, con ligereza. En cuanto a la inexperiencia, basta pensar que los negocios civiles
o comerciales que puede realizar un comerciante pueden ser de la naturaleza más variada, para concluir en que
un comerciante puede tener experiencia para cierto tipo de negocios, pero no para otros. Por lo demás, si la
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desproporción es notable, basta con la ligereza con que indudablemente ha debido contratar el comerciante, para
legitimarlo para invocar la existencia de lesión.
Volvamos sobre el tema de la ligereza. La sala A de la Cámara Civil de la Capital ha declarado que la
ligereza jamás puede ser interpretada como una conducta imprudente de la víctima; su alcance preciso es bien
delimitado, vinculándose con situaciones patológicas o psicopatológicas, pues no se procede con ligereza
voluntariamente sino a pesar del sujeto, porque no tiene la salud mental suficiente como para interpretar el
alcance de sus actos (4).
Es una jurisprudencia claramente deformante de la ley. Se la hace decir lo que ella no dice. ¿De dónde se
saca que la ley ha querido referirse tan solo a las personas que sufren un estado patológico o psicopatológico?
¿Acaso una persona normal no puede obrar con ligereza? Y la ley habla de ligereza a secas, sin exigir ninguna
otra condición. No se trata, claro está, de que los jueces intervengan en todo mal negocio para ayudar al
irreflexivo. Pero cuando ese mal negocio se ha traducido en una desproporción notable (como dice el art. 954)
de las contraprestaciones, entonces sí deben intervenir para restablecer la equidad que está en las entrañas del
vicio de lesión.
Vuelvo a insistir en la importancia del párrafo tercero del art. 954. De lo que se trata, repito, es de salvar la
equidad de las convenciones. Porque la equidad no es, en definitiva, más que una expresión de la moral. Ya
Pothier en una de sus obras, hace esta "bella declaración" según la califica Ripert: "La equidad debe reinar en las
convenciones, de donde se sigue que en los contratos onerosos, en los cuales uno de los contratantes da o hace
algo para recibir alguna otra cosa como precio de lo que da o hace, la lesión que sufre uno de los contratantes,
aun cuando el otro no haya recurrido a ningún artificio para engañarlo, basta por sí misma para viciar los
contratos. Porque consistiendo la equidad en materia de negocios en la igualdad, desde que se menoscabe esa
igualdad y uno de los contratantes dé más de lo que recibe, el contrato está viciado, porque peca contra la
equidad que debe presidirlo"(5).
La equidad es la gran justificación, el gran fundamento moral de la lesión como vicio de los actos jurídicos.
Si perdemos de vista esto, tendremos que admitir que hemos retrogradado respecto de lo que ya hace siglos
enseñaba el viejo Pothier.
Especial para La Ley. Derechos reservados (ley 11.723)
 (1) CNCiv., sala B, Rep. LA LEY, t. XLI, J-Z, p. 2116, sum. 40; sala D, Rev. LA LEY, t. 144, p. 63; sala E,
E. D., t. 110, p. 161; CNCom., sala A, Rep. LA LEY, t. XXXIX, J-Z, p. 1480, sum. 74; ídem. sala D, 30/3/84,
"in re": "Dymenstein, Marcos c. Poj Levin, Fabián y otros" en Rev. LA LEY, t. 1985-C, p. 637, fallo 36-843-S;
Trib. Sup. Córdoba, Rep. LA LEY, t. XXXVI, J-Z, p. 965, sum. 13, C1ªCC San Isidro, Rep. LA LEY, t. XXXIX,
J-Z, p. 1477, sum. 40; CApel. Junín, Rep. LA LEY, t. XL, J-Z, p. 1710, sum. 74; MOSSET ITURRASPE y
MOISSET DE ESPANES, "Contratación inmobiliaria", p. 125; RIVERA, "Lesión", en "Estudios en Homenaje
al doctor Guillermo A. Borda", p. 324, Ed. LA LEY, 1985; VENINI, J. A., t. 1977-I, p. 774.

 (2) En este sentido: CNCiv., sala C, Rev. LA LEY, t. 1982-D, p. 30 (con importante voto del doctor
Cifuentes); sala F. Rev. LA LEY, t. 1980-B, p. 497; SC Buenos Aires, Rep. LA LEY, t. XXXVIII, J-Z, p. 1383,
sum. 44; SC Tucumán, SP, LA LEY, 979-64; BUSTAMANTE ALSINA, "La presunción legal de la lesión
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subjetiva", Rev. LA LEY, t. 1982-D, p. 31; Di Ció, "La lesión subjetiva en el art. 954, Código Civil", E. D., t. 40,
p. 703; CARRANZA, E. D., t. 26, p. 835; ASTUENA, E. D., t. 45, p. 961; BELLUSCIO-ZANNONI, "Código
Civil anotado", t. 4, ps. 374 y 375.

 (3) CNCom., sala D, in re: "Dymenstein, Marcos c. Poj Levin", cit. en nota 1; RIVERA, "Lesión", en
"Estudios en homenaje al doctor Guillermo A. Borda", p. 327.

 (4) CNCiv., sala A, 16/4/1985, Rev. LA LEY, t. 1985-C, p. 487. El doctor Escutti Pizarro, que llevó la
palabra del tribunal, citó en su apoyo la opinión concordante de Moisset de Espanés.

 (5) POTHIER, "Obligations", núm. 33.

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