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Texto 04

La Misión de Abrahán
“Sal de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre hacia la tierra que te
mostraré. Haré de ti una gran nación, te bendeciré, haré famoso tu nombre y serás una
bendición” (Gn 12,1-2)
La aventura comienza cuando Abrahán se pone a buscar una tierra y una
descendencia. No tiene hijos y su mujer es estéril. Y estando en Jarán, al norte de
Mesopotamia, oye la voz de Dios que le dice: “Sal de tu tierra, de tu patria, y de la casa
de tu padre hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti una gran nación, te bendeciré,
haré famoso tu nombre y serás una bendición” (Gn 12,1-2).
En la misión de Abrahán, como en toda misión de signo religioso, es Dios quien
toma la iniciativa, llama y elige. Podemos decir que la historia de Abrahán discurre al
ritmo marcado por Dios. La misión no es ningún mérito personal, sino un don generoso
de Dios. Es una iniciativa de amor. Se repite constantemente en el relato de Abrahán:
“A tu descendencia daré...”. Dios le dará una tierra (Gn 12,7; 13,15). Le promete una
descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo o las arenas de la playa (Gn
15,5; 17,16). Hace con él un pacto, una alianza, en la que sólo Dios se compromete
(Gn 15, 18ss).
¿Qué le pide Dios a Abrahán por estos dones y distinciones? Que se fíe de Él,
que confíe en su palabra, que tenga fe y se ponga en marcha. Abrahán no vacila en
creer lo imposible y su fe alcanza recompensa; Sara, su mujer, tiene un hijo en la
ancianidad: Isaac.

Texto 05
Dios llama a Moisés
“Y ahora marcha, te envío al faraón para que saques a mi pueblo, a los hijos de
Israel” (Ex 3, 10)
Al llegar a Madián, se paró a descansar a la orilla de un pozo. Acudieron las
hijas del sacerdote Jetró, y él les ayudó a abrevar el rebaño. Le invitaron a hospedarse
en su casa. Pasado un tiempo, el sacerdote Jetró le dio en matrimonio a su hija Séfora.
En adelante la vida de Moisés será la de pastor. Un día, estando con el rebaño,
sintió la irrupción de lo divino. Presiente que Dios quiere hablarle al ver una zarza que
arde sin consumirse. Tenía ya bastantes años; fue el momento decisivo de su vida.
Dios le reveló su misión definitiva: liberar a Israel de la servidumbre y la opresión de
Egipto, y conducirlo a través del desierto a la tierra que mana leche y miel, en Canaán.
Moisés intentaba sacudirse de los hombros aquella enorme responsabilidad y se
evadía hacia el terreno de su propia incapacidad. “¿Quién soy yo?”; “¡Pero si no me
expreso bien”; “¡Manda a otro, por favor...!” Pero Dios no cedió y Moisés tuvo que
acabar aceptando. Dios le anima y le hace descubrir que la iniciativa de liberar a Israel
no es suya; él sólo es el instrumento del que Yahvé se vale. Y para que cobre
confianza le revela su nombre: “Yo soy el que soy” (Ex 3, 14). Les dirás: “Yo soy me
envía a vosotros”. Aarón, tu hermano, será tu boca. Y lo más importante: “Yo estoy
contigo” (Ex 3,12).

Texto 06
Una misión especifica
“Tú eres la gloria de Jerusalén, tú eres la alegría de Israel, tú eres el orgullo de
nuestra raza” (Judit 15,9
En tiempos de la denominación griega, la comunidad judía con su fe en un Dios
único, sus tradiciones y sus costumbres, padeció la amenaza de ser devorada por la
cultura helenista, prepotente y universal. Los judíos se sentían invadidos, colonizados y
en peligro de perder su identidad que, a los ojos de sus dominadores, era insignificante.
En este contexto surge el libro de Judit, “la judía”, mujer viuda, joven y hermosa,
y sobre todo, fiel al Señor y acostumbrada a confiarse a Él en la oración. Se diría que
Él la ha estado preparando para una misión y ella obedece y toma sobre sí la tarea de
liberar a su pueblo. Tras la figura de esta mujer, aparecen los rasgos del pueblo judío,
en situación de pequeñez e irrelevancia y amenazado por Holofornes, nombre en el
que parece cifrada la cultura griega.
Judit es encarnación del pueblo y encarna la piedad y fidelidad al Señor y la
confianza en Dios, el valor con la sagacidad. Con la sola fuerza de su confianza en
Dios y con la astucia como arma, consigue vencer al poderoso enemigo y merece la
mayor alabanza que se ha pronunciado sobre una mujer israelita: “Tú eres la gloria de
Jerusalén, tú eres la alegría de Israel, tú eres el orgullo de nuestra raza” (Judit 15,9).

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