Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
A) Capacidades especiales
Dentro de la capacidad de obrar hay que identificar ciertas capacidades
especiales. La mayoría de los ordenamientos establecen capacidades, distintas
a la prevista con carácter general para la realización de determinados actos
jurídicos (p. ej., contraer matrimonio, adoptar y ser adoptado). La conexión
nacionalidad se reitera o se modula en función del acto a realizar; son las
denominadas capacidades especiales que se estudian en los temas
correspondientes a tales instituciones.
I. INTRODUCCIÓN
Uno de los temas más importantes, complejos y polémicos en el estudio del
DIPr es el que se refiere a la persona jurídica. La importancia de su estudio se
entiende fácilmente si convenimos en que las personas jurídicas —y, más
concretamente, las sociedades mercantiles— son el instrumento típico
mediante el cual se desarrolla la inmensa mayoría de las transacciones
comerciales internacionales. Por lo que hace a la complejidad del tema, es de
señalar que deriva fundamentalmente de la gran variedad de formas que
dichas sociedades pueden revestir para operar en el tráfico internacional —
joint venture, grupos de empresa…—, formas societarias que demandan, en la
mayoría de los supuestos, una regulación ad hoc. Y, por fin, el carácter
polémico de este tema surge, en el Derecho español, por el desafortunado
tenor de las normas que regulan las cuestiones a las que nos vamos a referir.
Siendo esto así, y sin perder de vista el fin último de esta obra, se impone una
delimitación del ámbito objeto de estudio en este tema. Desde esta
perspectiva, queremos destacar, por un lado, que aun partiendo del concepto
general de personas jurídicas, a lo largo de las siguientes líneas nos
referiremos básicamente a las sociedades, y más concretamente a las
sociedades mercantiles.
Por otro lado, a los efectos del presente tema vamos a centramos
principalmente en las tres cuestiones clásicas que plantean las sociedades
mercantiles desde la perspectiva de nuestra disciplina: la competencia
internacional de los Tribunales españoles para conocer de los litigios
societarios; la ley aplicable a las sociedades —esto es, la determinación de su
lex societatis—; y el reconocimiento en España de las sociedades extranjeras.
Ahora bien, la importancia de determinados preceptos del TFUE —en especial,
el artículo 54 TFUE (antiguo artículo 48 TCE)—, así como la relevancia de la
jurisprudencia del TJUE en este ámbito, obligan a hacer una breve referencia a
la influencia que el Derecho europeo está operando sobre las legislaciones
internas de los Estados miembros en la materia.
En consecuencia, el presente tema se estructura en torno a las siguientes
cuestiones: estudio de la competencia judicial internacional (II), la
determinación de la ley aplicable a las personas jurídicas (III), régimen de su
reconocimiento en nuestro país (IV) y, por último, la repercusión del Derecho
europeo sobre el Derecho internacional de sociedades (V).
a) Del mismo modo que ocurre con otros conceptos que recoge el Reglamento
—ad ex., sucursal o agencia—, es unánimemente aceptado que la expresión
«sociedad o persona jurídica» debe ser objeto de una interpretación autónoma,
teniendo en cuenta el fin de la norma. Desde esta perspectiva, se entiende que
están incluidos en el ámbito del precepto los diferentes tipos de sociedades, las
asociaciones y las fundaciones, así como aquellos entes sin personalidad
jurídica pero con capacidad para ser parte en un proceso.
d) Las materias objeto del foro exclusivo en cuestión pueden plantearse con
carácter incidental en el proceso. Así, por ejemplo, en el seno de un litigio —
incoado ante los tribunales ingleses— que verse a título principal sobre el
incumplimiento de un contrato, puede plantearse con carácter incidental la
nulidad del mismo; entre otras causas, por estimar que la decisión adoptada
por los órganos de gestión de la sociedad que lo firma (alemana y con sede en
Alemania) es invalida conforme a sus estatutos. Así las cosas, se plantea si
para conocer sobre la validez de esa decisión del órgano de gestión de la
sociedad alemana (cuestión sometida a un foro exclusivo) puede conocer el
mismo juez —inglés— que conoce sobre el incumplimiento del contrato; o si,
por el contrario, ese juez —inglés— que conoce del incumplimiento contractual,
debe detener el procedimiento y remitir al tribunal —alemán— exclusivamente
competente para que decida sobre la cuestión incidental (cuál es la validez de
la decisión en virtud de la cual se firma el contrato). Pues bien, sobre esta
cuestión concreta, el TJUE ha estimado que el foro exclusivo en materia de
personas jurídicas no es aplicable, y que, en consecuencia, puede conocer de
esa supuesta invalidez de la decisión el juez que conoce a título principal sobre
el incumplimiento contractual. El argumento, en palabras del TJUE, es el
siguiente: «si todos los litigios que tienen por objeto una decisión de un órgano
de una sociedad pudieran reconducirse al ámbito del artículo 24 [en la
sentencia se refiere al antiguo art. 22 R. Bruselas I], núm. 2 (…) bastaría que
una sociedad invocase, con carácter previo, una supuesta invalidez de esas
decisiones de sus órganos que condujeron a la celebración de un contrato o a
que se realizara un hecho supuestamente perjudicial, para que se le
atribuyese, de manera unilateral, una competencia exclusiva al foro de su
propio domicilio social» (STJCE, 12.5.2011, Berliner Verkehrsbetriebe, as. C-
144/10).
La interpretación así hecha parece ser una interpretación específica para este
foro exclusivo en materia de personas jurídicas, pues para el ámbito de bienes
inmateriales (patentes, marcas, diseños o dibujos y modelos y demás bienes
análogos), el artículo 24.4 del R. Bruselas I refundido consagra la competencia
exclusiva de los tribunales del Estado en que se haya solicitado, efectuado o
tenido por efectuado el depósito, «independientemente de que la cuestión se
haya suscitado por vía de acción o por vía de excepción» (ya en este sentido,
STJCE, 13.7.2006, GAT, as. C-4/03).
a) Criterio de constitución
También denominado criterio de incorporación. Según este criterio, la
nacionalidad de la sociedad vendrá determinada por la ley del Estado conforme
a cuyo Derecho se ha constituido. A estos efectos, es irrelevante el hecho de
que la sociedad se ubique espacialmente en un Estado distinto de aquel
conforme a cuyo Derecho se constituye. La sociedad ostentará la nacionalidad
de este último Estado y, en consecuencia, su lex societatis será la ley de este
Estado.
Como puede apreciarse, el criterio de constitución es un criterio basado en un
elemento subjetivo —la voluntad de los socios—, pues serán éstos los que
determinen el Derecho conforme al cual quieren constituir la sociedad.
Varias son las ventajas que este criterio o modelo normativo ofrece. En primer
lugar, aporta seguridad jurídica —previsibilidad—, pues es fácil de determinar y
tiene una clara vocación de permanencia en el tiempo. Permanencia que juega
a favor de los intereses de las partes implicadas en las relaciones societarias —
ad ex., acreedores— pues, en principio, éstos no se verían afectados ante un
hipotético traslado de la sede real a otro Estado. En segundo lugar, es el
criterio que en mejor medida asegura la autonomía de la voluntad de los socios
para dotar a la sociedad de la idiosincrasia pretendida.
Contra este criterio se objeta, sin embargo, que permite a los socios actuar de
forma fraudulenta, pues les posibilita constituir una sociedad conforme a
aquella ley que dispense un trato especialmente favorable a sus intereses.
Circunstancia ésta que, de igual modo, podría contribuir a desvirtuar la política
legislativa del Estado en que la sociedad pretenda actuar.
b) Criterio de la sede
Según este criterio, la nacionalidad de la sociedad será la del Estado en cuyo
territorio se localice su sede real; y ello con independencia de que se haya
constituido conforme al Derecho de otro Estado. Este criterio, a diferencia del
anterior, está basado en un elemento estrictamente objetivo —el lugar de la
sede—.
Las ventajas que aporta este criterio giran, básicamente, en torno a la
protección de intereses de terceros que ofrece. En efecto, el criterio de sede es
el que mejor asegura la aplicación del Derecho del Estado más afectado por la
actividad de la sociedad y, por ende, el que mejor previene un posible fraude
de los socios en este ámbito.
Por el contrario, plantea —cuanto menos— dos problemas sucesivos. El
primero es el relativo a la definición del término «sede». El segundo es el
relativo a la localización de dicha «sede». Y es que, por «sede» puede
entenderse tanto aquel centro que conste como tal en los estatutos de la
sociedad —sede estatutaria— como aquel otro desde el cual se efectúe la
administración de la sociedad —sede real—. Y a su vez, por «sede real» puede
entenderse tanto este último centro, como aquel otro desde el que se lleva a
cabo la explotación principal. Por otro lado, el problema de la localización de la
«sede» se manifiesta en aquellos supuestos en que la sociedad es dirigida
desde diferentes Estados.
Sin embargo, esta tesis ha sido criticada por las contradicciones a las que
conduce. En efecto, si atendemos cumulativamente a ambos criterios resultaría
el siguiente marco: serían personas jurídicas españolas (1) las constituidas
conforme al Derecho español y domiciliadas en España, y (2) las constituidas
en el extranjero conforme al Derecho español y que fijen el domicilio en
España. Por el contrario, bilateralizando este criterio de domicilio-constitución,
serían personas jurídicas extranjeras las constituidas conforme a un Derecho
foráneo y con domicilio en país extranjero.
Con todo lo anterior se deduce que no serían personas jurídicas españolas las
sociedades constituidas conforme a un Derecho extranjero —ya sea en España
o en el extranjero— y domiciliadas en España ni las sociedades constituidas
conforme al Derecho español —ya sea en España o en el extranjero— y
domiciliadas en el extranjero.
En consecuencia, en virtud de este doble criterio habría que concluir que
respecto, tanto de las sociedades constituidas conforme a un Derecho
extranjero y domiciliadas en España como de las sociedades constituidas
conforme al Derecho español y con domicilio en el extranjero, el Derecho
español no contaría con criterio para determinar su nacionalidad, por lo que,
en consecuencia, serían personas jurídicas sin lex societatis. Conclusión que es
realmente absurda.
Para solventar esta incoherencia se propone una reinterpretación de la letra
del artículo 28 CC, en virtud de la cual se deduciría que este precepto
únicamente exige la constitución de la sociedad conforme al Derecho español
—criterio de constitución—. En este sentido, la exigencia de domiciliación en
España que este precepto contempla debe entenderse como una exigencia
material implícita a la constitución conforme al Derecho español, y no como
una exigencia conflictual cumulativa. De tal modo que, al constituirse una
sociedad conforme al Derecho español, necesariamente fijaría su domicilio
estatutario en España, pues así lo exige la ley española. O dicho con otras
palabras, el término domicilio que acoge el citado artículo 28 CC se referiría al
domicilio estatutario y no al domicilio de la sede real. Y sería aquel domicilio —
y solo aquel— el que por mandato del precepto en cuestión debería localizarse
en España.
Esta explicación encuentra refrendo, además, en una interpretación a sensu
contrario tanto de nuestro Ccom como de las más recientes Resoluciones de la
DGRN. En efecto, del artículo 15 del Ccom se deduce que las sociedades
constituidas conforme a un Derecho extranjero están sometidas a ese Derecho
extranjero: «Los extranjeros y las Compañías constituidas en el extranjero
podrán ejercer el comercio en España con sujeción a las Leyes de su país…».
En este sentido, la Resolución de la DGRN de 29 de febrero de 1992 establece:
«El Registrador mercantil ha de limitarse a comprobar si la Sociedad extranjera
está efectivamente considerada como tal en su propio ordenamiento, y si se
halla constituida válidamente conforme al mismo. En este sentido, la
Resolución de la DGRN de 11 de septiembre de 1990 señala que la función del
Registrador con respecto a las Sociedades extranjeras que creen sucursales en
España, se limita a verificar si la Sociedad en cuestión se halla válidamente
constituida conforme a su propia legislación, además de controlar la legalidad
de esta misma de creación o establecimiento de la sucursal».
Como conclusión de lo hasta aquí dicho parece razonable admitir que el criterio
que con carácter general acoge el ordenamiento español para determinar la
nacionalidad de las personas jurídicas es el criterio de constitución.
Desde el concreto ámbito de las Sociedades de Capital, la concreción del
criterio para determinar la nacionalidad de las mismas también es
controvertido. Y es que, la letra de los artículos 8 y 9 de la Ley de Sociedades
de Capital (LSC) introduce una serie de dudas sobre el modelo o criterio que
informa la nacionalidad de este tipo de sociedades, pues una primera lectura
de los preceptos parece indicar que para éstas rige el criterio de la sede real.
En efecto, el art. 8 LSC, titulado Nacionalidad establece: «Serán españolas y se
regirán por la presente Ley todas las sociedades de capital que tengan su
domicilio en territorio español, cualquiera que sea el lugar en que se hubieren
constituido». Por su parte, el art. 9 LSC, titulado Domicilio establece: «1. Las
sociedades de capital fijarán su domicilio dentro del territorio español en el
lugar en que se halle el centro de su efectiva administración y dirección, o en
el que radique su principal establecimiento o explotación. 2. Las sociedades de
capital cuyo principal establecimiento o explotación radique dentro del
territorio español deberán tener su domicilio en España».
Como efectivamente se constata, la lectura de ambos preceptos invita a
interpretar que para determinar la nacionalidad española de una sociedad de
capital el ordenamiento español acoge el criterio de la sede real. Sin embargo,
y en aras a lograr una interpretación compatible con el criterio de constitución
asentado de forma general en nuestro ordenamiento, esta opción —
acogimiento del criterio de sede real en clave conflictual— es interpretada
como una mera apariencia formal que no se corresponde con la finalidad del
precepto. En efecto, si interpretamos que el artículo 8 LSC hace alusión al
domicilio estatutario, podríamos admitir que este inciso no niega el criterio de
constitución, pues, el domicilio estatutario en España es una condición que
impone el mismo Derecho material (sustantivo) español —arts. 8 y 9 LSC—
para que la sociedad se constituya válidamente.
IV. RECONOCIMIENTO
El reconocimiento de sociedades extranjeras es un expediente técnico a partir
del cual se determina si una sociedad válidamente constituida en un Estado
puede ser aceptada como tal en otro Estado. Es decir, mediante este
expediente se trata de determinar si el Derecho del foro reconoce la
personalidad jurídica de una sociedad que no tiene la consideración de
española.
Sobre este último punto, la Resolución establece: «No debe por tanto
denegarse la inscripción de la sucursal en base al argumento de que la
entidad extranjera que crea la sucursal en España —entidad que tiene el
carácter de «higher education corporation»— no es inscribible en el
Registro Mercantil español por no estar comprendido en ninguno de los
apartados del art. 81 del Reglamento del Registro Mercantil (…) Las
Sociedades extranjeras a que se refiere el ap. k del art. 81 no han de
coincidir por tanto necesariamente con los tipos societarios reconocidos
por el ordenamiento español. Ha de partirse de un concepto amplio de
Sociedad Mercantil (…) Procede, por tanto, examinar si una «higher
education corporation» tiene, según el Derecho británico, personalidad
jurídica y cuál es su finalidad. Pues bien, esta Entidad, regulada en la
«Education Reform Act» de 1988, está dotada de personalidad jurídica
(art. 124 de la misma)…».
Un segundo sector entiende, sin embargo, que el antiguo artículo 48 TCE (hoy
art. 54 TFUE) es una norma de carácter conflictual, en virtud de la cual, para
que una persona jurídica pudiera beneficiarse de las libertades comunitarias,
bastaría con que se diesen las conexiones que recoge la norma. Esto es,
bastaría con que se hubiera constituido conforme al Derecho de un Estado
miembro y, además, tuviese su sede real en algún Estado miembro, en el bien
entendido de que no sería necesaria una coincidencia entre ambas
circunstancias o elementos, de tal modo, que el Derecho conforme al cual se
hubiere constituido la sociedad no tendría por qué ser el Derecho del Estado en
el que la sociedad tuviera su sede real.
Esta concepción del hoy artículo 54 TFUE implicaría además que las sociedades
constituidas conforme a la ley de un Estado miembro, con su sede real en el
seno de la Unión, deberían ser reconocidas en los demás Estados, pues si no
se reconociesen se estaría vulnerando la libertad de establecimiento que
consagra el Tratado. Desde esta perspectiva, se afirma que el artículo 54 TFUE
acoge el reconocimiento mutuo de sociedades.
Pues bien, tras las sentencias del Tribunal de Justicia en los asuntos Centros
(9.3.1999) y Überserring (5.11.2002) la balanza se ha inclinado
definitivamente del lado de este segundo sector.
El supuesto de hecho que da origen a la sentencia Centros es lo
suficientemente ilustrativo como para traerlo a colación: Dos nacionales
daneses constituyen en el Reino Unido la sociedad Centros Ltd —private
limited company—, estableciendo también allí su domicilio estatutario. La
sociedad en cuestión no llevó a cabo ninguna actividad comercial en el
Reino Unido, pues, en realidad, lo realmente pretendido por los socios
era operar en Dinamarca bajo la forma de una private limited company
inglesa. La razón de constituir la sociedad conforme al Derecho inglés y
no conforme al Derecho danés estribó, como reconocieron los socios, en
que el desembolso del capital social mínimo que exigía aquella legislación
era mucho menor (100 libras frente a las 200.000 coronas que impone la
legislación danesa). Para operar en Dinamarca, solicitan la inscripción en
el Registro mercantil danés de una sucursal de la sociedad Centros. Las
autoridades danesas deniegan la inscripción de dicha sociedad
esgrimiendo que Centros no ejercía ninguna actividad comercial en el
Reino Unido y que, en realidad, pretendía constituir un establecimiento
principal en Dinamarca eludiendo, de este modo, las normas nacionales
relativas a las sociedades de responsabilidad limitada —en particular, las
relativas al desembolso del capital mínimo—. La decisión denegatoria se
confirma por los tribunales en primera instancia y, en apelación, la
jurisdicción danesa decide plantear una cuestión prejudicial sobre la
compatibilidad de la decisión de las autoridades danesas con los
entonces en vigor artículos 43 y 48 TCE (hoy arts. 49 y 54 TFUE).
En la Sentencia que el TJCE dicta al respecto, afirma que los actuales artículos
49 y 54 TFUE «se oponen a que un Estado miembro deniegue la inscripción de
una sucursal de una sociedad constituida de conformidad con la legislación de
otro Estado miembro, en el que tiene su domicilio social sin ejercer en él
ninguna actividad comercial, cuando la sucursal está destinada a permitir que
la sociedad controvertida ejerza toda su actividad en el Estado en que dicha
sucursal se encontrará establecida».
Ahora bien, pese a la aprobación que el Tribunal da a la «maniobra» de los
socios, advierte que «esta interpretación no excluye que las autoridades del
Estado miembro afectado puedan adoptar cualquier medida apropiada para
prevenir o sancionar fraudes, ya sea con relación a la propia sociedad (…), ya
sea con respecto a los socios con relación a los cuales se haya demostrado que
en realidad lo que pretenden, mediante la constitución de una sociedad, es
eludir sus obligaciones para con los acreedores privados o públicos
establecidos en el territorio del Estado miembro afectado».
Debe señalarse que aunque parezca que exista cierta contradicción entre
la Sentencia Centros y la Sentencia Daily Mail —de hecho así ha sido
denunciado— en el fondo subyace una diferencia significativa. Así, en el
supuesto que dio origen a la última sentencia citada se pretendía el
traslado de la sede de dirección. En Centros, sin embargo, se pretende la
inscripción de una sucursal que en realidad operaría como el
establecimiento principal.
En consecuencia, y en virtud de la Sentencia Centros, parece lógico inferir que
en adelante un Estado miembro estará obligado a reconocer a una sociedad
que se haya constituido válidamente conforme al Derecho de otro Estado
miembro. Y ello con independencia de la ubicación y de la actividad real que
desarrolle la sede principal. Conclusión ésta que tiene especial trascendencia
en aquellos Estados que acojan el criterio de sede real en su ordenamiento; y
no tanto para aquellos otros, como España, que contemplen el criterio de
constitución. Y es que, como hemos visto, el ordenamiento español —art. 81.1
RRM y su interpretación vía Resolución de la DGRN de 29 de febrero de 1992—
únicamente exige para la inscripción de una sucursal que se compruebe si la
sociedad extranjera está efectivamente constituida conforme a su propia
legislación.
Por último, y en otro orden de cosas, cabe destacar la relevancia positiva que
tendría para la consolidación de las libertades comunitarias —y más
concretamente, para el derecho de establecimiento— una armonización
profunda en este ámbito. Proceso de armonización que viene desplegándose
desde hace ya algún tiempo, y entre cuyos logros más significativos cabe
destacar, por ejemplo, el Reglamento (CE) n° 2157/2001 del Consejo, de 8 de
octubre de 2001, por el que se aprueba el Estatuto de la Sociedad Anónima
Europea (SE).
2. EL MATRIMONIO POLIGÁMICO
Junto al aumento en el número de las parejas de hecho otro fenómeno, esta
vez derivado de la inmigración, se está produciendo en la sociedad española.
La aparición de distintas formas de familia entre las cuales la más relevante a
nuestros efectos, tanto por nuestra proximidad con África como por su
sustancial diferencia con nuestro concepto de matrimonio, es la derivada del
matrimonio poligámico.
El artículo 32.2 de la Constitución, referido al matrimonio, establece una
reserva de ley para la regulación de su núcleo esencial. Es la regulación que
contiene el CC, acorde con derechos fundamentales tales como la igualdad y la
libertad que se reflejan, tanto en la prohibición de la poligamia como en la
necesidad de libre consentimiento para contraer matrimonio. El derecho a su
celebración está constitucionalmente protegido, siendo el único matrimonio
existente en España, por más que, como veremos en la parte relativa a la
celebración del matrimonio, a él se pueda acceder a través de diversas formas
previstas en nuestras leyes (entre ellas la islámica).
No existe posibilidad de contraer en España, o por españoles, válidamente un
segundo matrimonio poligámico, ya que es necesaria la acreditación de la
capacidad nupcial de ambos contrayentes, que incluye el no estar ligado por
vínculo matrimonial. Nuestro sistema admite, sin embargo, tal forma de
matrimonio, siempre que sea el primero de los contraídos por ambos cónyuges
(es decir, el potencialmente poligámico).
1. CONSIDERACIONES PREVIAS
En el ordenamiento español, las soluciones establecidas por las normas de
DIPr sobre celebración del matrimonio están condicionadas por los valores
jurídicos reconocidos en la CE (arts. 10.1, 14, 16 y 32) que, como vamos a
ver, afectan tanto a la forma de celebración como a la capacidad y al
consentimiento matrimonial. El derecho a contraer matrimonio es un derecho
constitucionalmente protegido y parte de la doctrina lo considera un derecho
fundamental.
El artículo 32 de la CE no está incluido en el Capítulo II Sección primera y, por
tanto, no goza de la protección especial del recurso de amparo ante el TC; no
obstante el derecho a contraer matrimonio es considerado internacionalmente
un derecho fundamental en convenios de derechos humanos ratificados por
España.
A) Condiciones de fondo
Ahora bien, la ley que rige el divorcio, es decir, aquella en base a la cual
se dictó la sentencia y que se concretiza en ella, será la utilizada para
saber, por ejemplo, en qué consiste un divorcio o un repudio, o sus
condiciones en el país que dictó la sentencia. Así, el Auto del TS de 21 de
abril de 1998 otorga el exequátur a un acta de divorcio revocable de un
matrimonio celebrado en El Cairo, alegando entre otros motivos que «…
ha transcurrido con creces el periodo de tiempo al que la legislación de
origen sujeta el ejercicio de la facultad de revocación».
Las formas permitidas por la ley personal del contrayente español son, tanto
las formas religiosas previstas en la ley española (aunque no produzca efectos
en el país donde se contrajo) como la forma civil del matrimonio contraído ante
la Autoridad consular española (siempre que en el país en donde nuestra
representación consular esté acreditada admita el ejercicio de esta función en
su territorio). Conviene resaltar pues, que no está permitida la celebración del
matrimonio conforme a la ley personal del contrayente extranjero; sí ante su
Autoridad consular siempre que ésta sea una de las formas reconocidas por la
lex loci.
En este sentido, la Resolución de la DGRN, de 13 de julio de 1982, ha
declarado válido un matrimonio contraído por español en el extranjero
ante el cónsul del país de la esposa, como postura coherente con los
criterios que inspiran nuestro ordenamiento. En este mismo sentido, la
Res. de 24 de febrero de 2001, según la cual es formalmente válido el
matrimonio celebrado por un español y una cubana en Alemania ante el
Cónsul de Cuba en ese país, pues se trata de una forma admisible en
Alemania.
Así, por ejemplo, la Res. DGRN de 4 de enero de 1999 declara que «dos
extranjeros pueden contraer matrimonio en España con arreglo a la
forma prevista para los españoles (art. 50 CC) y, por tanto, también hoy
con arreglo a la forma religiosa establecida en la Ley Islámica, lo que se
acreditará mediante certificación del representante de la Comunidad
Islámica en que se hubiera contraído matrimonio…».
I. INTRODUCCIÓN
La celebración del matrimonio produce como consecuencia esencial el
nacimiento de una serie de relaciones o efectos entre los cónyuges. La
conveniencia de uno u otro término es discutida por la doctrina y es que,
podríamos decir, que bajo el problema terminológico subyace una diferente
concepción del matrimonio. Para la primera de ellas, el matrimonio no produce
propiamente «efectos» sino que, son los mismos cónyuges los que libremente
deciden sus relaciones, sus derechos y deberes, de los que el Derecho y el
Estado han de estar prácticamente ausentes. Esta concepción del matrimonio
es propia de los países más secularizados, más celosos de las libertades
individuales, donde la primacía la tiene el individuo frente a las instituciones
sociales, incluida la familia. Por el contrario, para la segunda de las
concepciones del matrimonio, éste y la familia a la que da lugar, es una
institución básica para el orden social, superior a los individuos que la
componen y su celebración genera múltiples efectos jurídicos,
exhaustivamente regulados por el Derecho.
En España ambos términos se utilizan indistintamente en los textos legales. Y
es que a partir de la reforma del Código civil de 1975, la vida familiar se
organizó sobre bases menos rígidas que en el pasado a través, sobre todo, de
la implantación del principio de igualdad de sexos. Sin embargo, la
desaparición de tal discriminación no ha acabado con la reglamentación de las
relaciones matrimoniales; simplemente ésta ha cambiado su contenido
sujetando la institución familiar a principios democráticos, pero colocada bajo
la tutela del Estado y sujeta a sus normas. Así, normas internacionales, por las
que España está obligada y la propia Constitución española de 1978, en su
artículo 39, protegen a la institución familiar y, si bien la actual legislación
conlleva una mayor autonomía de cada cónyuge, el matrimonio y la familia
siguen siendo para nuestro país piezas básicas de la organización social. La
institución matrimonial, que necesita de la celebración ante Autoridad y de la
inscripción en el Registro Civil, crea un vínculo relevante ante la sociedad y los
terceros y produce, entre los que lo contraen, unos efectos que, aunque a
veces de difícil sanción, no por ello pierden su condición jurídica.
En este tema nos referiremos a los efectos del matrimonio tanto personales
como patrimoniales y también a las capitulaciones por razón del matrimonio.
Son dos los objetivos del legislador en este apartado concreto del artículo 9. En
primer lugar, el conseguir que la misma ley sea aplicable a todos los efectos
del matrimonio (con excepción del régimen pactado), evitando así cuestiones
de difícil calificación. En segundo lugar, la inmutabilidad de la ley aplicable a
los efectos, de tal manera que, antes de celebrado el matrimonio y una vez
celebrado éste, los cónyuges sabrán con certeza cuál es la ley aplicable a sus
efectos. El legislador ha primado el valor jurídico seguridad frente al de libertad
de los cónyuges, ya que no les permite en ningún caso, una vez celebrado el
matrimonio, y sólo subsidiariamente y con opciones tasadas, antes de
contraerlo (sólo en el caso de que no tengan ley personal común), elegir de
mutuo acuerdo la ley que ha de regir sus relaciones.
Las conexiones del artículo 9.2 son criterios tradicionales de carácter cerrado y
la relación entre ellos es de subsidiariedad, es decir, sólo entra en juego el
segundo cuando el primero no puede operar, y así sucesivamente. La primera
conexión es la ley personal común de los cónyuges al tiempo de la celebración.
Esta ley es de carácter obligatorio en el sentido de que, si existe ésta, los
efectos del matrimonio se regirán obligatoriamente por ella. Sólo en el caso de
que no existiera, los cónyuges podrán elegir, de mutuo acuerdo en documento
auténtico y antes de la celebración del matrimonio, la ley que debe serles
aplicada, y tal elección se limita, o a la ley nacional o a la de residencia
habitual de cualquiera de ellos.
Sólo si los cónyuges no hubieran procedido a dicha elección, sus relaciones se
regirán por la ley de la residencia habitual común, inmediatamente posterior a
la celebración del matrimonio, y si no la hubiera, la ley a aplicar sería la del
lugar de celebración del mismo.
La conexión de cierre: el lugar de celebración del matrimonio plantea el
problema de su adecuación. Y esto por el carácter fortuito de esta conexión
que puede conducir a la aplicación de una ley poco relacionada con los
cónyuges. Por ello, la seguridad y la certeza que esta conexión produce (los
cónyuges ya saben desde un principio que puede ser aplicada a sus
relaciones), es posible que no compense la posibilidad de que las relaciones
matrimoniales pueden verse sujetas a un régimen lejano a las vivencias de los
cónyuges.
I. INTRODUCCIÓN
El Derecho español goza, tras las reformas llevadas a cabo en nuestro
ordenamiento jurídico interno y tras la actividad del legislador comunitario, de
una regulación casi completa del divorcio y la separación de cara al tráfico
externo. En lo que se refiere al Derecho interno, la LOPJ establece los foros de
competencia judicial internacional en esta materia; el artículo 107 del CC,
reformado por la Ley Orgánica 11/2003 de 29 de septiembre, determina la ley
aplicable a algunos de los efectos del divorcio.
A esta regulación habrá que añadir la contenida en el R. 2201/2003, del
Consejo, de 27 de noviembre de 2003, relativo a la competencia judicial, el
reconocimiento y la ejecución de resoluciones judiciales en materia
matrimonial, por el que se deroga el R. 1347/2000, y que se aplica desde el
primero de marzo de 2005. En relación a la ley aplicable a la modificación del
vínculo matrimonial, el R. (UE) 1259/2010 del Consejo, por el que se establece
una cooperación reforzada en el área de la ley aplicable al divorcio y a la
separación legal, incide definitivamente en el ámbito de aplicación del artículo
107.
Comenzaremos esta exposición por las cuestiones relativas a la competencia
judicial y al reconocimiento de resoluciones extranjeras ocupándonos tanto del
Reglamento CE como del derecho interno. En segundo lugar, a continuación,
nos ocuparemos de la ley aplicable.
1. ÁMBITO DE APLICACIÓN
El Reglamento limita su ámbito de aplicación material al efecto principal de la
institución, es decir, al efecto constitutivo: la modificación del vínculo. No se
aplica a cualquier otra cuestión derivada del divorcio, la separación o la nulidad
(alimentos, relaciones económicas etc.). En España, a tales cuestiones se les
aplicarán los Convenios multilaterales o bilaterales, o el Derecho interno,
dependiendo de la materia de que se trate. La dificultad de utilización de varios
textos legales es el problema más grave que plantea el Reglamento. En
relación a los procedimientos a los que se aplica el Reglamento, se incluyen
tanto los judiciales como los no judiciales, que se admiten en países de la
Unión. Sin embargo, no se incluyen los procedimientos religiosos, si bien su
artículo 63 salvaguarda los Acuerdos de los Estados con la Santa Sede, como
es el caso del existente con el Estado español.
2. COMPETENCIA JUDICIAL
En el sector de la competencia no hay un presupuesto de aplicación. El juez,
ante una demanda de nulidad, separación o divorcio con implicaciones
transfronterizas, habrá de remitirse al Reglamento. Es éste el que va a decir
cuándo y cómo se aplica el Reglamento, cuándo el derecho interno; en
ocasiones, incluso, cómo se aplica éste, y también cuándo no va a poder
aplicarse aunque no sea competente ningún tribunal comunitario según los
foros de competencia del Reglamento.
A) Foros de competencia
Los foros de competencia previstos en el artículo 3 son siete:
1. Residencia habitual de los cónyuges en el momento de presentación de
la demanda.
2. Última residencia habitual común cuando uno de ellos todavía resida allí.
3. Residencia habitual del demandado.
4. Residencia de uno u otro, siempre que la demanda se haya presentado
conjuntamente.
5. Residencia habitual del demandante, siempre que se haya prolongado
durante un año antes de la presentación de la demanda.
6. Residencia habitual del demandante con seis meses previos a la
demanda, siempre que sea nacional de ese Estado.
7. Nacionalidad común de ambos cónyuges, o en el caso del Reino Unido e
Irlanda, el «domicilio» (en el sentido que a este término se le da en esos
países) conyugal fijado de manera estable (por lo demás es en este
sentido en el que se utiliza siempre el término «domicilio» en el
Reglamento).
El objetivo fundamental de estos foros es facilitar las acciones de divorcio,
pensando en que es frecuente el cambio de residencia de la pareja tras la crisis
matrimonial, y se fundamentan en contactos suficientes de la persona con un
Estado miembro.
Si bien en España y en relación a la acción de nulidad, que puede ejercerse por
el Ministerio Fiscal o por quien tenga un interés directo y legítimo en ella,
algunos de los foros de competencia (por ejemplo los números 5 y 6) pueden
tener muy escasa vinculación con las personas de los cónyuges.
3. RECONOCIMIENTO DE RESOLUCIONES
Estos mismos divorcios revocables por el cónyuge varón, dictados por Adules
Notarios (propios de países árabes), y en general los divorcios dictados por
autoridades religiosas, han causado también problemas en cuanto al requisito
de la competencia del tribunal de origen. Así, se ha otorgado el exequátur
cuando se ha considerado que la Autoridad religiosa actuaba revestida de
imperium (ATS de 21 de abril de 1998) o se ha denegado cuando no ha sido
probado este extremo (ATS de 23 de julio de 1998). En cuanto a la
competencia de los tribunales religiosos para dictar divorcios en territorio
español, se encuentra descartada (RDGRN de 17 de mayo de 1995), por lo que
ni siquiera se plantea el posible reconocimiento en España de las sentencias
dictadas por ellos.
Finalmente, en relación al orden público, se ha denegado el reconocimiento en
el supuesto de divorcio revocable por el marido, con base en «la igualdad de
derechos y deberes del marido y de la mujer que desde el artículo 14 CE (…)
se reconoce en nuestro ordenamiento jurídico civil» (ATS de 24 de septiembre
de 1996). Sin embargo, atendiendo a consideraciones de justicia material, sí
se otorga el exequátur a un acta de divorcio revocable de matrimonio
celebrado en El Cairo, basado entre otros motivos en que es la esposa quien lo
solicita (ATS de 21 de abril de 1998).
En otro orden de cosas, hay que observar que, en el supuesto de que sólo
parte de la sentencia fuera reconocible, se puede acudir a un reconocimiento
parcial. Así, en la Res. DGRN de 21 de diciembre de 1998, a través del
Convenio Hispano Alemán de reconocimiento y ejecución de resoluciones, en
vigor desde el 14 de noviembre de 1985, se solicitaba el reconocimiento y la
inscripción registral de una sentencia alemana de divorcio y patria potestad. Se
accede a ello en lo relativo al divorcio, no así en relación a la patria potestad
«que está en contradicción con una sentencia española anterior», siendo,
según el Convenio una de las causas de denegación del reconocimiento, la
contradicción con una resolución firme recaída entre las mismas partes en el
Estado requerido.
A) Ámbito de aplicación
El artículo 1, bajo la rúbrica «Ámbito de aplicación», incluye varios puntos
importantes. Por un lado, que el Reglamento se aplicará en todas aquellas
situaciones que impliquen un conflicto de leyes, es decir, que sean situaciones
internacionales; por ejemplo, por ser cónyuges de distinta nacionalidad o con
residencia en distintos Estados (no únicamente intracomunitarios). Por otro
lado, que, al igual que el resto de los Reglamentos de ley aplicable, tiene
carácter universal, es decir, sustituye a la legislación interna de los Estados
miembros (en este Reglamento sólo de los Estados participantes); por tanto,
en España sustituye en su totalidad al artículo 107 del CC que dejará de ser
aplicado en la materia regulada por este Reglamento (la modificación del
vínculo).
En cuanto al ámbito de aplicación material hay que destacar dos importantes
cuestiones. En primer lugar, resaltar que no entra en su ámbito de aplicación
la nulidad matrimonial, materia en la que las conexiones elegidas resultan
inapropiadas. En segundo lugar, que el Reglamento resulta inaplicable a
cualquier cuestión derivada del divorcio o la separación; por tanto, únicamente
determina la ley aplicable a la disolución o relajación del vínculo y sus causas.
B) Las conexiones previstas y algunos problemas de aplicación
El Capítulo II determina la ley aplicable: (a) En base a la elección por las
partes de una de las leyes que se indican en el artículo 1, siempre que la ley
elegida sea conforme con los Derechos fundamentales tal como se definen en
los Tratados comunitarios, en la Carta de Derechos Fundamentales de la UE y
con el orden público. Las leyes entre las que las partes pueden elegir (art. 5)
son las siguientes: residencia habitual, última residencia cuando uno de ellos
todavía vive allí, o la nacional de cualquiera de ellos, todas ellas fijadas en el
momento de celebración del acuerdo de elección y, finalmente, la lex fori. El
acuerdo se puede celebrar o modificar en cualquier momento, incluso, cuando
la lex fori así lo permita, ante el mismo tribunal en el curso del procedimiento.
En cuanto a la ley conforme a la que se determinará el consentimiento y la
validez formal y material del acuerdo de elección se regula en los artículos 6 y
7. Y (b) en ausencia de elección de ley por las partes, el artículo 8 designa
como aplicables las mismas leyes, ahora bien, fijadas en el momento de la
demanda y no con carácter alternativo, sino jerarquizado.
Se aplicará la lex fori si no existiera el divorcio en la ley aplicable (bien sea
elegida por las partes o designada según el artículo 8, o si las causas para
obtenerlo fueran discriminatorias en razón al sexo. En el supuesto de la
separación sólo se aplicará la ley del foro en este último caso. No se admite el
reenvío. No se aplicará la ley manifiestamente incompatible con el orden
público del foro. Finalmente, se solucionan los problemas derivados de los
Estados plurilegislativos que tengan diversas legislaciones en la materia.
A) Ámbito de aplicación
La ley aplicable según el artículo 107 apartado 2 del CC, modificado por la LO
11/2003, de 29 de septiembre, determinará únicamente los efectos de la
separación y el divorcio ya que, como acabamos de ver, la disolución del
vínculo o su relajación se rigen por el Reglamento europeo.
Resulta difícil determinar cuál es el ámbito de aplicación de la ley designada
por el artículo 107 del CC; o, si se quiere, cuáles de los efectos que el divorcio
o la separación tienen sobre las relaciones de los cónyuges o de éstos con los
hijos se incluyen en el supuesto del artículo 107. Nuestra legislación no dice
nada al respecto, tampoco la jurisprudencia ha tenido ocasión de manifestarse
sobre ello, y la doctrina no tiene una opinión unánime. De cara al DIPr, los
efectos de la separación y el divorcio podemos clasificarlos en tres grupos
principales:
a) En primer lugar, corresponde a la ley que rige el divorcio, es decir, a la
ley designada por el Reglamento citado, determinar el estatuto de los
cónyuges divorciados o separados y, en particular, si la ulterior
reconciliación de los cónyuges pone fin a la separación. En el caso de la
separación, el ámbito de esta ley se extenderá a la extensión de la
relajación del vínculo y a las causas que le ponen fin. Aquellas relaciones
matrimoniales que la separación no ha hecho desaparecer seguirán
rigiéndose por la ley de los efectos del matrimonio.
b) Además de este efecto principal, la separación y el divorcio producen
otros efectos sobre las relaciones entre los cónyuges y de éstos con los
hijos. Son relaciones existentes desde que el matrimonio se contrajo y
en las que deberá valorarse la incidencia que sobre ellas tienen la
suspensión o la relajación del vínculo. Pues bien, es la ley que rige cada
relación concreta la que habrá de determinar esta incidencia. Así, la
liquidación del régimen económico o la cuestión de la patria potestad,
etc.
c) Finalmente, con el divorcio o la separación surgen una serie de
obligaciones nacidas de la situación nueva que éstos han producido.
Estas obligaciones o, en su caso, derechos, habrán de regirse por el
artículo 107, salvo que su regulación esté contenida en algún
Reglamento europeo o Convenio internacional; caso de los alimentos que
se regirán por el Protocolo de la Haya de 2007 sobre ley aplicable a las
obligaciones alimenticias.
Problemas específicos plantea el hecho de que en casi todos los países
occidentales existe, al igual que en la legislación española, el convenio
regulador de todas estas nuevas relaciones. Será el artículo 107 el que decida
si este convenio se admite o no, y también cuáles son las materias sobre las
que puede versar y cuáles aquellas no disponibles por las partes. En estos
casos, y si la ley aplicable lo admite, será el convenio el que regule las
relaciones entre las partes. Ahora bien, las cláusulas del convenio relativas a
relaciones matrimoniales previas (régimen de bienes, patria potestad, etc.)
serán válidas siempre que su contenido sea compatible con las leyes que rijan
cada efecto determinado. Así, las cláusulas del convenio regulador relativas al
régimen económico matrimonial habrán de ser compatibles con lo que la ley
que rige tal régimen dispone y lo mismo sucederá con aquellas relativas a las
relaciones paterno-filiales, etc.
Finalmente, los efectos de la sentencia de divorcio o separación en materia de
pensiones y prestaciones de la Seguridad Social quedan sometidos al Derecho
español; si bien en ciertos casos será necesario realizar un ajuste o adaptación
entre la ley designada por el artículo 107 y la aplicable a la pensión o
prestación para evitar la privación de beneficios respecto de uno de los
cónyuges.
I. INTRODUCCIÓN
La filiación tanto por naturaleza como adoptiva ha estado sujeta en los últimos
tiempos a cambios importantes. Desde una perspectiva jurídica destaca por su
relevancia la incidencia de la CE. La proyección de los valores constitucionales
en las normas que regulaban la filiación motivó una reforma tanto en la
normativa aplicable a los supuestos internos como, y lo que a nuestros efectos
más nos interesa, en las normas de DIPr (muestra de ello fue la modificación
del art. 9.4 del CC o los cambios del apartado 5 del mismo precepto).
Junto a la Constitución, importantes textos internacionales, garantes del
respeto y cumplimiento de los Derechos fundamentales, han irrumpido en la
normativa reguladora de esta materia. En particular la Convención de los
Derechos del Niño, de 20 de noviembre de 1989, adoptada en el marco de la
ONU, con preceptos, como el artículo 3, o el artículo 21 referido a los principios
que han de inspirar la filiación adoptiva.
La intervención de los poderes públicos en la filiación, institución restringida al
ámbito privado, se ha dejado notar de forma intensa en su regulación (sobre
todo, p. ej., en la filiación adoptiva cuya constitución o reconocimiento se
somete al control o cumplimiento de una serie condiciones, ampliamente
vigiladas por los poderes públicos). Este desplazamiento de lo privado a lo
público es un rasgo que se percibe en el sistema de protección de los menores
en general.
Los movimientos migratorios, principalmente la inmigración que España ha
tenido en los últimos tiempos, aunque su descenso sea notable en este
momento, han obligado a dar una respuesta a instituciones en un principio
desconocidas para el ordenamiento español. De igual forma el surgimiento de
nuevos modelos de familia plantea retos importantes.
En consecuencia, el legislador español se ha topado con un escenario diferente
que demanda una respuesta desde el ámbito jurídico y en particular desde las
normas de DIPr (p. ej., las situaciones que se están presentando con la
gestación por sustitución o el tratamiento que están recibiendo instituciones
que no están presentes en el ordenamiento español, como la institución de la
«kafala»).
A lo largo de los siguientes epígrafes se va a analizar, en primer lugar, el
régimen jurídico de la filiación por naturaleza. En particular, la determinación
de la competencia judicial internacional, la ley aplicable, así como el régimen
de reconocimiento en España de resoluciones extranjeras en materia de
filiación (epígrafe II). Se abordará en este mismo epígrafe, aunque de forma
limitada por motivos de espacio, el tratamiento de la gestación por sustitución.
El estudio de la filiación adoptiva ocupará la última parte del Tema (epígrafe
III). Su análisis estará divido en dos apartados en función de que se trate del
régimen jurídico de la adopción internacional de origen convencional (epígrafe
1) o del régimen jurídico de la adopción internacional de origen interno
(epígrafe 2).
Una última materia contenida en el artículo 9.4 del CC son las relaciones
paterno-filiales. En su ámbito de aplicación se encontraría la patria potestad,
medida de protección por excelencia del menor en la familia. Comprendería sus
titulares, su ejercicio, su extinción, etc. La patria potestad, institución
relacionada con la filiación, ha sido de forma tradicional sometida al artículo
9.4 del CC. Ahora bien, como se analizará en un tema posterior, la irrupción en
el panorama español en materia de protección de menores de normas de
fuente diversa, en particular del Convenio de La Haya, de 19 de octubre de
1996, relativo a la competencia, la ley aplicable, el reconocimiento, la
ejecución de decisiones y la cooperación en materia de responsabilidad
parental y medidas de protección de los niños, texto en cuyo ámbito de
aplicación está comprendido el concepto de responsabilidad parental y su
correlación con la patria potestad, ha llevado, en los aspectos compartidos por
ambas normas, interna e internacional, al desplazamiento en la aplicación del
artículo 9.4 del CC.
A) Ámbito de aplicación
Antes de comenzar, es muy útil distinguir entre dos momentos en la adopción:
la fase de la constitución del vínculo adoptivo y la fase del reconocimiento de la
adopción ya constituida. La constitución de la adopción, conforme al Convenio
sobre adopción, puede producirse en el Estado de origen del menor o en el
Estado de recepción, y una vez establecido dicho vínculo, el momento
siguiente es el de su reconocimiento. Pues bien, las normas del Convenio de La
Haya de 1993 sobre adopción regulan tanto la constitución del vínculo adoptivo
como su reconocimiento incorporando en el texto sólo previsiones relativas a la
cooperación entre autoridades de los dos Estados partes afectados. Por lo
tanto, en el Convenio no se incluyen ni normas de competencia ni normas
relativas a la ley aplicable.
La primera de las cuestiones a despejar es cuándo se aplica el régimen
convencional. Conforme a su artículo 1.3 el Convenio será aplicable cuando:
«un niño con residencia habitual en un Estado contratante (el Estado de
origen) ha sido, es o va a ser desplazado a otro Estado contratante (el Estado
de recepción), bien después de su adopción en el Estado de origen por
cónyuges o por una persona con residencia habitual en el Estado de recepción
o bien con la finalidad de realizar tal adopción en el Estado de recepción o en el
Estado de origen».
Por lo tanto, ya hay dos elementos a tener en cuenta para que el régimen del
Convenio de La Haya de 1993 sobre adopción sea aplicable. En primer lugar, la
relación de filiación tiene que establecerse entre personas con residencia
habitual en dos Estados partes distintos; en segundo lugar, la necesidad de
que exista un desplazamiento del niño de un Estado parte a otro. Junto a lo
anterior hay que apuntar que el texto sólo resulta aplicable a las adopciones
que establecen vínculo de filiación (artículo 2.2).
Pues bien, teniendo claro lo apuntado, recordamos que en el Convenio de La
Haya de 1993 sobre adopción emplea como técnica fundamental de resolución
la cooperación entre autoridades, por tanto, ni la fijación de la competencia ni
de la ley aplicable queda sujeta al mismo. (En relación a la importancia de la
cooperación entre autoridades ya ha sido tratada en el Tema XI).
A) Ámbito de aplicación
Como hemos señalado, la LAI no sólo resulta aplicable cuando el asunto
escape del ámbito de aplicación del Convenio de La Haya de 1993 sobre
adopción, sino también para regular aquellos sectores —normas de
competencia o de ley aplicable a la constitución de la adopción— sobre los que
la norma convencional no se pronuncia. En los demás supuestos la propia LAI
reconoce la superioridad de la norma convencional (art. 25).
En la LAI se entiende por adopción internacional el vínculo jurídico de filiación
que presenta un elemento extranjero derivado de la nacionalidad o de la
residencia habitual de adoptantes o adoptando.
Por ejemplo, el artículo 23, relativo al orden público español, sólo será
operativo en el caso de que resulte aplicable un Derecho extranjero.
1. ASPECTOS PROCESALES
Vamos a tratar los sectores de los que se ocupan, tanto el Convenio de La
Haya de 1996, de protección de menores como el R. 2201/2003: competencia
judicial internacional, reconocimiento de decisiones y por último la cooperación
entre autoridades. Dado que ambos instrumentos recogen soluciones para
cada uno de los aspectos señalados lo primero será despejar cuál de ellos es el
aplicable, en función del caso.
b) Que la residencia del menor esté en un tercer Estado parte del Convenio de
La Haya de 1996 de protección de menores, que no es miembro de la UE (p.
ej., Marruecos). En este supuesto las autoridades españolas, ante las que se
insta la adopción de medidas, aplicarán el Convenio de La Haya de 1996 de
protección de menores.
Sin embargo, si de lo que se trata es de resolver cuestiones relacionadas con
la responsabilidad parental sobre un menor con residencia habitual en un
tercer Estado parte del Convenio de La Haya de 1996 de protección de
menores, que no es miembro de la UE, las autoridades españolas decidirán si,
en interés del menor, asumen o no la competencia, y ello en aplicación de los
foros previstos en el artículo 12 del R. 2001/2003 conforme a la denominada
prórroga de la competencia. La competencia asumida por las autoridades de un
Estado miembro en aplicación del artículo 12 del Reglamento ha de ser en
interés del menor, dicho precepto permite la inaplicación de los foros del
Convenio de la Haya de 1996 incluso cuando el menor no tiene su residencia
habitual en un Estado miembro de la Unión Europea.
c) Que la residencia del menor esté en un tercer Estado que no está vinculado
por el Convenio de La Haya de 1996 de protección de menores. En este
supuesto, en principio, ni el R. 2201/2003 ni las normas del Convenio podrían
emplearse para la determinación de la competencia.
Sin embargo, si de lo que se trata es de resolver cuestiones relacionadas con
la responsabilidad parental sobre un menor con residencia habitual en un
tercer Estado no parte del Convenio de La Haya de 1996 de protección de
menores, que no es miembro de la UE, las autoridades españolas decidirán si,
en interés del menor, asumen o no la competencia, y ello en aplicación del
apartado 4 del artículo 12, precepto que además determina que la
competencia es en beneficio del menor en particular cuando el procedimiento
resulte imposible en el tercer Estado en cuestión.
B) Reconocimiento de decisiones
El origen de la decisión es el criterio principal para determinar el instrumento
que resultará aplicable a la hora de reconocer y en su caso ejecutar una
medida de protección prevista en los instrumentos que se están analizando.
a) Mecanismo de restitución
A través del Convenio de La Haya del 1980 se tramitará la petición de
restitución del menor, mediante un mecanismo de resolución basado en la
cooperación entre autoridades. Esta vía es la más utilizada para resolver los
supuestos de sustracción, aunque no es obligatorio para el particular utilizarla
(a diferencia de la cooperación que se incorpora en el Convenio de La Haya de
1993 para la adopción internacional).
El Convenio de La Haya de 1980, al igual que otros Convenios centrados en la
cooperación, prevé la designación en cada Estado parte de una Autoridad
Central. A estas Autoridades se les encomienda la realización de una serie de
tareas (entre estas localizar al menor, incoar o facilitar la apertura de un
procedimiento judicial o administrativo, para conseguir la restitución inmediata
del menor, etc.). El Convenio de La Haya de 1980 tiene como objetivo la
inmediata restitución del menor al Estado de su residencia habitual, ya sea de
forma voluntaria, o tras una decisión judicial o administrativa (art. 11); por
tanto, la denegación de su devolución se ha de producir de forma excepcional.
Dicha decisión la toma, en el caso español, una autoridad judicial (en los
artículos 1901 a 1909 de la LEC de 1881 se arbitra un procedimiento para dar
cauce en el Derecho interno a las previsiones del Convenio y del Reglamento).
La autoridad competente del Estado al que el menor ha sido traslado o donde
es retenido puede denegar el retorno, si concurre alguna de las excepciones al
retorno establecidas en los artículos 12 y 13. Junto a ellas, el Convenio incluye
una peculiar cláusula de orden público en el artículo 20, si bien su redacción
matizada ha llevado a una escasa aplicación judicial de la misma. El artículo 20
establece: «La restitución del menor conforme a lo dispuesto en el artículo 12
podrá denegarse cuando no lo permitan los principios fundamentales del
Estado requerido en materia de protección de los derechos humanos y de las
libertades fundamentales».
Es importante detenernos en analizar como el R. 2201/2003 ha ajustado las
soluciones del Convenio de La Haya de 1980.
I. INTRODUCCIÓN
El objetivo de este tema es el estudio de las obligaciones de alimentos
derivadas de las relaciones de familia, parentesco, matrimonio o afinidad. De
manera amplia, se entiende por «alimentos» (maintenance, aliments) el
derecho que tiene una persona (alimentista o acreedor de los alimentos) a
reclamar a otra persona (alimentante o deudor de los alimentos), con la que le
une un vínculo de parentesco, matrimonio o afinidad, lo necesario para
satisfacer sus necesidades vitales. A partir de esta definición amplia se
deducen los requisitos para la existencia de este derecho: una relación de
parentesco, matrimonio o afinidad entre alimentista y alimentante; una
situación de necesidad del alimentista (parte débil de la relación jurídica y, por
ende, necesitada de mayor protección), y suficiente capacidad económica del
alimentante que le permita, sin detrimento de su sustento propio, hacer frente
a la obligación de alimentos.
La evolución del Derecho de familia así como los cambios sociales, económicos
y jurídicos tienen un marcado reflejo en la regulación jurídica de la obligación
alimenticia en supuestos de tráfico externo. Por un lado, piénsese en los
factores que pueden «internacionalizar» el cobro de los alimentos: el aumento
cuantitativo de familias cuyos miembros poseen distinta nacionalidad o son
doble nacionales; las familias con domicilio o residencia habitual en diferentes
países; el incremento de crisis matrimoniales internacionales; las diferentes
concepciones jurídicas de la familia o del matrimonio. Y, por otro lado,
piénsese también que, en un contexto como el descrito, los desplazamientos
transfronterizos pueden representar un obstáculo adicional para el cobro de los
alimentos y ser un factor que permita al deudor sustraerse con mayor facilidad
de sus obligaciones, lo que justifica una mayor intervención de los poderes
públicos en un campo tradicionalmente reservado a la esfera privada familiar.
Pues bien, la necesidad de garantizar adecuadamente el cobro de las deudas
alimenticias, y la incidencia que el defecto de pago puede tener no sólo en la
familia concernida sino también en el equilibrio social y económico de la
colectividad entera, son premisas que justifican, en el plano de las soluciones
de tráfico externo, un régimen especial desvinculado de las normas aplicables
a la relación familiar que fundamenta dichas obligaciones de alimentos. No
obstante esta afirmación, cabe señalar que los principios informadores de las
obligaciones de alimentos, al igual que otras obligaciones del Derecho de
familia, velan por la protección de la parte más débil (normalmente el acreedor
de los alimentos) y, tratándose de menores, ha de tenerse siempre en cuenta
su interés superior.
Este régimen especial viene establecido básicamente en varios instrumentos
normativos: (1) el Reglamento 4/2009 (CE) del Consejo, de 18 de diciembre
de 2008, relativo a la competencia, la ley aplicable, el reconocimiento y la
ejecución de las resoluciones y la cooperación en materia de obligaciones de
alimentos (en lo sucesivo, R. 4/2009 o R. de alimentos); (2) el Convenio sobre
cobro internacional de alimentos para niños y otros miembros de la familia,
hecho en La Haya el 23 de noviembre de 2007 (en lo sucesivo, Convenio de La
Haya de 2007); y (3) el Protocolo sobre la ley aplicable a las obligaciones
alimenticias, hecho en La Haya el 23 de noviembre de 2007 (en lo sucesivo,
Protocolo de La Haya de 2007).
En el ámbito del DIPr de fuente interna, la aplicación de las reglas del artículo
23 de la LOPJ (para la competencia judicial) y las conexiones del artículo 9.7
CC (para la ley aplicable) han quedado desplazadas cuando sea de aplicación el
citado Reglamento, como examinaremos en los apartados correspondientes.
I. INTRODUCCIÓN
La dificultad y el aumento en el número de los problemas que surgen en el
fenómeno sucesorio internacional convierten a este tema en uno de los más
arduos del DIPr español, pero también, y fundamentalmente como
consecuencia del fenómeno migratorio, es un tema de gran actualidad. La
diversidad en el tratamiento de los problemas en materia sucesoria se proyecta
en las soluciones adoptadas, tanto a nivel sustantivo en los ordenamientos de
cada Estado, como a nivel de DIPr. Tradicionalmente han sido dos los modelos
en los que podía subsumirse las distintas opciones: un modelo monista, en el
que la respuesta jurídica se centra en una única conexión con alcance
universal, o, un modelo pluralista en los que en la norma se contienen distintas
conexiones en función de los bienes que integran la masa hereditaria. En el
ordenamiento español el legislador se decantó, claramente, por un sistema
personalista y universalista, tal y como se reflejaba en las respuestas
contenidas en las normas de fuente interna.
En el ámbito europeo, y con el objetivo puesto en la construcción del Espacio
de libertad, seguridad y justicia, se ha dictado, el 27 de julio de 2012, el
Reglamento (UE) N. 650/2012, del Parlamento Europeo y del Consejo, de 4 de
julio de 2012, relativo a la competencia, la ley aplicable, el reconocimiento y la
ejecución de resoluciones a la aceptación y ejecución de documento públicos
en materia de sucesiones mortis causa y a la creación de un certificado
sucesorio europeo (en adelante R. 650/2012 o Reglamento de sucesiones). En
el articulado del texto hay previsiones sobre tres de los distintos sectores que
conforman el contenido del DIPr: competencia judicial internacional, ley
aplicable y reconocimiento y ejecución de decisiones. La normativa se aplicará
a la sucesión de las personas que fallezcan a partir del 17 de agosto de 2015,
si bien, cuando el causante hubiera elegido, antes de esa fecha, la ley aplicable
a la sucesión, esa elección será válida si las condiciones previstas en el
Capítulo III se hubieran cumplido.
En cuanto a su ámbito de aplicación material, el R. 650/2012 será aplicable en
general a las sucesiones mortis causa (art. 1). En el apartado 2 del artículo 1
se enumeran las materias excluidas, entre otras, no se aplicará:
a) Al estado civil de las personas físicas, ni a las relaciones familiares,
incluidas las relaciones, que con arreglo a la ley aplicable a la misma,
tengan efectos comparables.
b) A la capacidad jurídica de las personas físicas, sin perjuicio de lo
dispuesto en el artículo 23.2 letra c) y en el artículo 26.
c) A las cuestiones relativas a la desaparición, ausencia o la presunción de
muerte de una persona física (no obstante, en relación a este último
tema hay que advertir que en su artículo 32 se incluye solución material
para la conmoriencia).
En relación al ámbito espacial de aplicación, el R. 650/2012 no será aplicable,
ni a Dinamarca ni al Reino Unido ni a Irlanda, lo cual sin duda merma la
eficacia del texto:
La normativa de fuente interna —en particular el artículo 9.8 del CC— seguirá
vigente, incluso después de la fecha de aplicación del instrumento europeo,
dado que resolverá los supuestos de conflictos internos a menos que las
autoridades españolas decidan la aplicación del texto a los conflictos
interregionales. En consecuencia, haremos las referencias que creemos más
esenciales a las previsiones de las normas de fuente interna, junto al régimen
que el R. 650/2012 incluye en su articulado.
A efectos didácticos el tema se dividirá en el estudio: en primer lugar, el
tratamiento de la competencia de las distintas autoridades españolas en el
fenómeno sucesorio (epígrafe II); en segundo lugar, nos detendremos en el
análisis de la ley aplicable a las sucesiones internacionales (epígrafe III);
posteriormente serán objeto de tratamiento la sucesión testada (epígrafe IV),
la sucesión ab intestato (epígrafe V), y la sucesión pactada o contractual
(epígrafe VI). Para finalizar con el análisis de la eficacia en España de
decisiones extranjeras en materia de sucesiones (epígrafe VII).
Así entiende «que ni la LEC ni las normas del Título Preliminar del Código
Civil ni la legislación notarial establecen limitación competencial de la
autoridad española para tal tipo de declaraciones hereditarias, ni
tampoco puede decirse que lo haga, como destaca el Colegio Notarial de
Madrid en su informe, que la nueva distribución de competencias, entre
la función judicial y la notarial, que estableció la Ley 30 de abril de 1992,
entrañe restricción alguna, respecto del techo competencial anterior, en
el ámbito que se le atribuye al notario».
Cuando el artículo 9.8 del CC opera para resolver los conflictos internos, a
estos efectos la ley nacional del sujeto queda sustituida por la conexión de la
vecindad civil siguiendo lo previsto en el artículo 16.1 del CC (vid., Tema IX).
I. INTRODUCCIÓN
En este tema nos vamos a ocupar del régimen jurídico internacional de los
derechos reales. Es decir, de aquellos derechos que recaen sobre cosas con
valor patrimonial (o bienes) sobre los que se pueden establecer vínculos
jurídicos, que sean oponibles frente a todos, y exclusivos, ya que su titular
puede impedir a los demás cualquier acceso a la cosa, en perjuicio de su
derecho. Las cosas o bienes en este contexto son consideradas individualmente
y no como parte de una masa patrimonial en cuya regulación pueden incidir
otras leyes (los bienes incluidos en un régimen matrimonial, una sucesión o
una quiebra). Los elementos que conforman el objeto de los bienes son muy
variados y en gran parte dependen de exigencias económicas concretas y de la
percepción que de ellas tenga el legislador estatal.
Una clasificación elemental de las cosas nos hace diferenciar entre bienes
corporales e incorporales y dentro de los primeros entre bienes muebles e
inmuebles. En esta Tema haremos referencia a la competencia judicial
internacional en materia de derechos reales para estudiar, seguidamente, la
ley aplicable a los bienes corporales. En cuanto a los bienes incorporales, su
existencia a partir del reconocimiento por los distintos sistemas jurídicos de las
denominadas propiedades especiales —concretamente, la propiedad intelectual
e industrial— los dota de una nota artificial, de creación del Derecho, que
abona por su tratamiento fuera del contexto del estatuto real.
Ciertamente, sobre tales bienes incorporales se ejercen derechos reales —es
decir, no condicionados a la existencia de un deudor—, que pueden justificar
su estudio en este Tema. No obstante, tanto su naturaleza como la exigencia
de protección extraterritorial que les es inherente, nos inclinan a sustraerlos
del mismo. Tampoco serán objeto de estudio en las consideraciones que siguen
los títulos valores y demás instrumentos de la relación jurídico-mercantil que
encuentran una mejor ubicación sistemática en el desarrollo de la normativa
rectora de la actividad económica-social de los individuos.
1. BIENES INMUEBLES
La competencia judicial internacional en materia de bienes en el sistema
español está regulada en distintas fuentes. Normas institucionales (R. Bruselas
I refundido), normas convencionales (Convenio de Lugano y Bruselas).
Respecto a su ámbito de aplicación respectivo nos remitimos al Tema III. En
realidad, al ser la misma norma tanto en los Convenios señalados como en el
Reglamento, nos referiremos únicamente a este último y a la LOPJ.
El artículo 22 del R. Bruselas I refundido dice así: «Son exclusivamente
competentes, sin consideración del domicilio:
— En materia de derechos reales inmobiliarios y de contratos de
arrendamiento de bienes inmuebles, los tribunales del Estado miembro donde
el inmueble se hallare sito (…)» [En este tema nos referimos únicamente a los
derechos reales inmobiliarios, ya que los arrendamientos de inmuebles, si bien
son objeto de competencia exclusiva, no son derechos reales. Nos remitimos a
lo explicado en el Tema IV].
En cuanto a la calificación de cuales sean los «derechos reales inmobiliarios»,
el TJUE se ha decantado por una interpretación autónoma que evita problemas
de calificación de uno u otro Estado miembro (Asunto 115/88, 10-1-1990).
Esta competencia exclusiva se ha justificado por razones de proximidad entre
el Tribunal y el objeto del litigio —que facilita la práctica de las pruebas y el
conocimiento de los hechos—, y a que la ley de situación también se aplica,
tradicionalmente, en esta materia al fondo del litigio. Otra razón adicional sería
que de este modo se facilita la inscripción en el Registro y la ejecución de la
sentencia. En el sistema español, en todos los instrumentos que regulan la
competencia judicial internacional, tanto en las normas institucionales como
convencionales y en las de origen interno, la de situación del bien es
considerada competencia exclusiva. Nos remitimos al Tema III para recordar
los efectos de la «exclusividad» en la competencia judicial internacional.
El ámbito de las acciones reales inmobiliarias son las acciones in rem. Es decir,
las relativas a la existencia de la posesión, la propiedad u otros derechos reales
sobre el bien, por las que los titulares de los mismos protegen las
prerrogativas de su título frente a todos (una acción reivindicatoria). Se
excluyen pues las acciones personales o mixtas (acción del comprador contra
el vendedor del inmueble para la entrega de la cosa vendida; acciones de
resolución de un contrato de venta de inmuebles; acciones por daños al
inmueble, etc.).
La situación del inmueble no suscita de ordinario problemas. El más frecuente
es el supuesto de que el inmueble esté situado entre dos Estados fronterizos,
problema que se soluciona generalmente disponiendo que los Tribunales de
cada Estado serán competentes respecto a la parte situada en su territorio.
En cuanto a la validez de las inscripciones realizadas en los registros públicos
el R. Bruselas I refundido en su artículo 21 dispone: «Son exclusivamente
competentes, sin consideración del domicilio:
3) En materia de validez de las inscripciones en los Registros públicos, los
tribunales del Estado miembro en que se encontrare el registro».
Por supuesto que esta competencia exclusiva se refiere a los Registros
incluidos, por razón de la materia, en el ámbito de aplicación del Reglamento:
Registro de la Propiedad, Mercantil, Propiedad Industrial e Intelectual.
Excluyendo pues el Registro Civil.
2. BIENES MUEBLES
Respecto de los derechos reales sobre bienes muebles, el Reglamento europeo
no prevé ningún foro de competencia exclusivo ni especial. En consecuencia,
cuando sea aplicable el Reglamento —recordemos que la condición de
aplicación es el domicilio del demandado en la UE—, será el foro general del
domicilio del demandado el que resulte aplicable. En relación a las acciones
civiles, basadas en el derecho de propiedad y dirigidas a recuperar un bien
cultural, el Reglamento sí incluye en su artículo 7.4 un foro especial de
competencia «… el órgano jurisdiccional del lugar en que se encuentre el bien
cultural en el momento de interponerse la demanda».
B) El conflicto móvil
En el tema que nos ocupa, la posibilidad de un conflicto móvil surge del hecho
de que, por su misma naturaleza, los bienes muebles pueden cambiar de
situación, haciendo necesaria una distribución de las competencias respectivas
de las dos leyes sucesivamente aplicables. En principio, jurisprudencia y
doctrina parecen acordes en la aplicabilidad de los criterios imperantes en el
derecho transitorio interno: la ley del país en el que el bien mueble acaba de
ser introducido, se aplicará en el futuro en la misma medida en que se aplicaría
una nueva ley, que modificara la legislación del país en el que el bien mueble
hubiera permanecido. Ahora bien, esta opción debe llevamos a incorporar a la
solución del conflicto móvil, en el ámbito del tráfico jurídico externo, la
distinción, acuñada en el Derecho interno, entre el contenido de los derechos y
los modos de adquisición de los mismos. En el primero de los planos
señalados, las prerrogativas de la propiedad o del usufructo, por ejemplo,
quedarían entonces sometidas a la aplicación general de la ley del nuevo lugar
de situación.
Por el contrario, en cuanto a los modos de adquisición de los derechos reales,
el imperio de la ley de situación del bien mueble en el momento en que se
produjo el hecho generador de su nacimiento o extinción, no deberá resultar
afectado por lo dispuesto en una nueva ley, cuya aplicación debería carecer de
efectos retroactivos.
En este sentido, el Convenio sobre la ley aplicable a la transferencia de la
propiedad en caso de venta de carácter internacional de objetos muebles
corporales, concluido en el seno de la Conferencia de La Haya, el 15 de abril de
1958 (que no está en vigor), consagra en el artículo 5 la competencia de la ley
interna del país en que estaban situados los objetos vendidos en cuanto a los
modos de adquisición, sometiendo los efectos de la posesión a la ley interna
del país en que los objetos estén situados en el momento de la reclamación.
Respecto al segundo plano señalado (modo de adquisición de los derechos
reales), la importancia de la elección del lugar de situación de la cosa es obvia:
los comerciantes tratarán de que el hecho generador de la adquisición o
transferencia del derecho real, bien sea contrato, bien entrega de la cosa, se
lleve a cabo en el momento en que el bien esté situado en el lugar que más
convenga a sus intereses. Esta elección les permitirá acogerse a un sistema
que admita o no con largueza la reivindicación de los bienes muebles, que
proteja en mayor o menor medida al adquiriente de buena fe, etc.
Ahora bien, la vinculación existente entre el Estado egipcio y este litigio, así
como el interés primordial de este Estado, hacen conveniente arbitrar algún
mecanismo que permita tomar en consideración sus normas imperativas. El
juez español debería aplicar las normas de protección del patrimonio cultural
del Estado de origen del bien, basándose tanto en la consecución de una
reciprocidad importante para España —que, como veremos, tiene normas de
este tipo, cuya aplicación hubiera permitido la devolución de objetos de arte
ilegalmente sacados de nuestro país— como en atención a las políticas que, en
esta materia, siguen las Organizaciones internacionales. De hecho, la
protección de los bienes culturales podría ser erigida en una cuestión de orden
público internacional. En el ámbito de la UE, la Directiva 93/71 CEE, relativa a
la restitución de bienes culturales ilegalmente trasladados fuera de un Estado
miembro, soluciona esta problemática para asegurar la restitución del bien;
una vez esté restituido, se establece la aplicación de la lex originis, es decir, la
ley de origen del bien, a la propiedad de los mismos.
España es también parte en varios Convenios internacionales en la materia. El
principal de ellos es el Convenio de UNIDROIT sobre bienes culturales robados
o exportados ilegalmente, hecho en Roma el 24 de junio de 1995 (BOE de 16-
10-2002).
I. INTRODUCCIÓN
El contrato es fuente de las obligaciones aunque no la única, pues la ley hace
nacer otro tipo de obligaciones, las extracontractuales a que se refieren los
artículos 1902 y siguientes del Código civil de las que nos ocupamos en el
tema siguiente. Dentro de las relaciones privadas de tráfico externo de
contenido patrimonial, el contrato es hoy instrumento principal para el
intercambio de bienes, servicios y derechos patrimoniales. En este ámbito de
problemas parece central retener muy sumariamente algunos datos.
d) El objeto de este Tema es dar una visión general y lo más amplia posible
sobre la regulación de los contratos internacionales desde la perspectiva del
ordenamiento español. Se abordarán sucesivamente los aspectos generales del
Régimen jurídico de los contratos internacionales, tanto en la dimensión
procesal como en la relativa al derecho aplicable (II). La atención se focaliza
en el Reglamento UE n° 593/2008, de 17 de junio de 2008, sobre ley aplicable
a las obligaciones contractuales, en vigor desde 2009 (R. Roma I) y las
cuestiones generales que suscita su aplicación (III), antes de entrar en el
régimen jurídico general, cuando interviene la autonomía de la voluntad de los
operadores (IV), y, las reglas subsidiarias previstas a falta de declaración de
voluntad (V). No obstante, ciertos contratos, en atención a sus características,
cuentan con regímenes particulares (VI). Además, la libertad contractual
queda cercenada por la acción de las llamadas normas imperativas, siempre
presentes en las legislaciones nacionales (VII). Finalmente, la ley designada,
conforme a los criterios señalados, resolverá todo lo relativo al nacimiento y
extinción de las obligaciones asumidas por contrato (VIII).
d) Pero en la materia que nos ocupa, qué duda cabe que el interés básico de
las partes es la previsibilidad. Interés que se traduce en la necesidad de
conocer de antemano ante qué jurisdicción nacional sería preciso hacer valer
los derechos, si surgieran las diferencias. Y es relevante por dos razones. En
primer lugar, porque la determinación de la competencia judicial condiciona el
Derecho aplicable, dado que una vez designado competente un juez nacional,
éste aplicará su propio sistema conflictual y sus normas imperativas; bien es
cierto que el hecho de que en la UE, en materia de contratos internacionales,
exista un régimen conflictual uniforme (R. Roma I, objeto de este Tema) la
competencia judicial condiciona en menor medida la solución al problema de la
ley aplicable. En segundo lugar, dada la existencia de foros alternativos para el
demandante en el propio R. Bruselas I, al fomentar su iniciativa, pueden
desembocar en sorpresas poco agradables para el demandado, al verse atraído
a una jurisdicción nacional inicialmente no prevista y, quizá, lejana.
El objetivo de previsibilidad, consustancial a la actividad comercial
internacional, se satisface preferentemente incluyendo cláusulas de jurisdicción
en el contrato o pactando la jurisdicción en un momento posterior a la
celebración del mismo. A éstas dedica el R. Bruselas I refundido el artículo 25
(prorrogación expresa), norma relevante sobre todo en cuanto a la validez
formal. Dicha regla de competencia no presupone el domicilio de las partes en
territorio de la Unión. De modo que es ésta una excepción al presupuesto
general de aplicación del R. Bruselas I (que normalmente exige la presencia
del domicilio del demandado). Ese dato abre la posibilidad de que las
jurisdicciones nacionales de la UE entiendan de situaciones litigiosas alejadas
de su ámbito o incluso, más vinculadas con el ámbito de jurisdicciones de
países terceros. Y esto porque es el interés de las partes en la sumisión el
fundamento de la competencia judicial internacional del tribunal designado por
la cláusula. Hay que tener en cuenta, además, que corresponde al tribunal
escogido decidir acerca de la validez material de las cláusulas conforme a su
propio ordenamiento (art. 25).
f) Pues bien, la precisión técnica con que fue elaborado el Convenio de Roma,
y que ha heredado el R. Roma I, permite la combinación y aplicación de los
distintos tipos de normas a un mismo supuesto. El R. Roma I se asienta sobre
tres pilares: (1) La más amplia libertad de las partes en la designación del
Derecho aplicable, permitiendo la entrada de cualquiera de las fuentes
señaladas. (2) Un decidido juego de las normas imperativas contenidas en los
ordenamientos (nacionales) con los que el contrato se halle conectado, de un
modo u otro, particularmente las del país de ejecución del contrato. (3) La
concreción de regímenes especiales, particularmente respecto de aquellos
contratos en los que una de las partes está especialmente necesitada de tutela
(p. ej., consumidores).
1. ÁMBITO ESPACIAL
Aunque lo apliquen los particulares, el R. Roma I va dirigido a las autoridades
nacionales en el territorio de los Estados miembros. Como ya se ha dicho
opera con alcance universal (art. 2).
2. ÁMBITO MATERIAL
Es de aplicación a los contratos internacionales aunque no a todos. Es
necesario despejar, con carácter previo, que ha de entenderse por contrato
internacional y a qué obligaciones nacidas del contrato, se aplica.
3. ÁMBITO TEMPORAL
Desbrozado el ámbito material de aplicación del R. Roma I, hay que señalar
que su artículo 28 establece que se aplicará a los contratos celebrados después
del 17 de diciembre de 2009. En cuanto a los contratos concluidos a partir de
julio de 1993 quedan sujetos a las disposiciones del Convenio de Roma de
1980; siendo aplicable el artículo 10.5 del CC a los contratos anteriores a la
entrada en vigor del citado Convenio.
d) Alcance de la elección. Las partes pueden designar una ley que rija la
totalidad del contrato o sólo una parte del mismo. Cabe la elección de una ley
única y una elección de varias leyes estatales. Técnicamente, el «dépéçage» es
la expresión con la que se designa el poder de las partes para «despedazar» o
«descuartizar» el contrato, sometiendo una parte o partes diversas a leyes
también diversas, lo cual requiere establecer ciertos límites. Así, esta potestad
encuentra su límite en el respeto a la coherencia interna del contrato. No
admitir, por ejemplo, que la resolución de un contrato por incumplimiento de
alguna de las obligaciones en una compraventa quede al tiempo sujeta a la ley
del vendedor y a la ley del comprador, siendo lógico que las consecuencias de
la resolución por incumplimiento sean gobernadas por una ley única.
a) Entre las primeras, hay que hacer referencia a la forma del contrato, sujeta
alternativamente bien a la lex contractus, bien a la ley del lugar de celebración
(ex art. 11). El contrato es formalmente válido si lo es, bien conforme a la ley
rectora del mismo, bien conforme a la ley del lugar de celebración. El carácter
alternativo con que intervienen estas conexiones responde al favor negotii.
I. INTRODUCCIÓN
Un tema de particular interés en el estudio del DIPr es el que se refiere a las
obligaciones extracontractuales. La importancia de su estudio se debe,
principalmente, al extenso abanico de supuestos que quedan comprendidos en
este ámbito del Derecho; supuestos que, en muchas ocasiones, alcanzan
repercusión transfronteriza —piénsese, por ejemplo, en los vertidos
contaminantes a un río que cruza varios Estados—. Por otro lado, la
complejidad que plantean algunos de estos supuestos —accidentes nucleares,
pero también responsabilidad por productos defectuosos o accidentes de
circulación por carretera—, así como la necesidad de brindar un marco legal
homogéneo a los supuestos de tráfico jurídico externo, ha provocado que su
codificación se haya llevado a cabo desde diversos foros internacionales.
El legislador europeo, consciente también de la importancia del tema para el
correcto funcionamiento del mercado interior, ha promulgado una serie de
reglamentos que lo regulan desde las dos perspectivas clásicas del DIPr: la
competencia judicial internacional y la ley aplicable.
Partiendo entonces de esta tradicional distinción, a lo largo de las siguientes
líneas centraremos nuestra atención en el estudio de las normas más
importantes —tanto internacionales como europeas y de fuente interna— que
regulan estos aspectos. Sin embargo, con el fin de no desbordar el objeto de
esta obra, no incidiremos en el estudio de supuestos particularmente
específicos (daños nucleares, contaminación por hidrocarburos, transporte por
ferrocarril y carretera…). La mera descripción de su marco legal, así como la
consulta de las referencias bibliográficas que apuntamos, deben servir de base
y guía para quienes deseen profundizar en estas cuestiones.
En consecuencia, el tema se estructura en torno a las siguientes cuestiones: el
concepto de obligaciones extracontractuales (II); el estudio de la competencia
judicial internacional (III); el régimen general de la ley aplicable a estas
obligaciones (IV); el régimen de ley aplicable para supuestos especiales de
responsabilidad extracontractual (V); y, por último, el ámbito de la ley
aplicable a dichas obligaciones (VI).
1. EL REGLAMENTO ROMA II
La finalidad del R. Roma II es clara. Pretende limitar los supuestos del forum
shopping y potenciar la seguridad jurídica. En efecto, en la medida en que el R.
Bruselas I refundido prevé expresamente la posibilidad de que el demandante
elija el foro ante el que presentar su demanda (fuero general versus fuero
especial), implícitamente se le está concediendo la posibilidad de que elija el
Derecho aplicable al fondo de la controversia. Así, por ejemplo, si plantea la
demanda ante el Estado del domicilio del demandado, serán las normas de
conflicto en vigor en ese Estado las que determinen el Derecho aplicable al
fondo de la controversia. Si, por el contrario, presenta la demanda ante los
tribunales del lugar donde se hubiera producido el daño (ex art. 7.2 R.
Bruselas I refundido), puede que el Derecho designado por la norma de
conflicto del ordenamiento de ese Estado no coincida con el Derecho designado
por la norma de conflicto del ordenamiento del lugar de residencia del
demandado. Un estudio prospectivo de esta cuestión permite al demandante
indagar en el Derecho más favorable a su pretensión.
Pues bien, para conjurar estos riesgos, el R. Roma II impone una norma de
conflicto uniforme a todos los Estados miembros de la UE (excepto
Dinamarca). De tal forma que el Derecho aplicable al fondo de la controversia
será el mismo, sea cual fuere el foro elegido por el demandante: en cualquiera
de los Estados donde hipotéticamente puede presentar su demanda, se
aplicará la norma de conflicto prevista en el R. Roma II. Como es fácilmente
entendible, esta circunstancia eleva la seguridad jurídica en términos de
previsibilidad, pues el operador jurídico sabe cuál es el Derecho aplicable al
fondo de la controversia, con independencia de los tribunales que conozcan de
la cuestión.
Pero aun teniendo en cuenta las ventajas que aporta al espacio judicial
europeo, debe advertirse que el R. Roma II es un instrumento complejo:
plantea numerosas interrogantes en cuanto al alcance de su ámbito de
aplicación material y prevé un importante abanico de soluciones ad hoc para
supuestos concretos de responsabilidad extracontractual. Además, en la
medida en que no es aplicable a todos los supuestos de este tipo de
obligaciones (art. 1), no excluye totalmente la aplicación de la norma de
conflicto de fuente interna (art. 10.9 CC), lo que obliga al operador jurídico a
plantearse cuándo debe aplicar el Reglamento y cuándo debe aplicar el citado
artículo del CC. Al análisis de éstas y otras cuestiones relevantes dedicaremos
las siguientes líneas.
a) Autonomía de la voluntad
Las partes —presunto responsable del daño y víctima— pueden escoger
libremente la ley aplicable al daño extracontractual controvertido. De la misma
forma que prevé el R. Roma I, dicha elección no tiene, en principio, límites:
puede escogerse una ley que no guarde conexión alguna con el supuesto. La
única condición que impone el Reglamento es que la ley elegida no perjudique
los derechos de terceros (por ejemplo, aseguradoras).
La elección en cuestión puede realizarse mediante un acuerdo posterior al
hecho generador del daño (elección ex post) o mediante un acuerdo negociado
libremente antes de ese hecho generador (elección ex ante). Sin embargo,
para que las partes puedan acogerse a este último supuesto (elección ex
ante), deben cumplir un requisito: desarrollar una actividad comercial.
Por fin, la elección de la ley aplicable puede realizarse de forma expresa, o
también resultar de manera inequívoca de las circunstancias del caso.
d) Cláusula de escape
Si del conjunto de circunstancias del supuesto se desprende que el hecho
dañoso presenta vínculos manifiestamente más estrechos con la ley de otro
país que no sea ni la ley del lugar del daño ni la ley de la residencia habitual
común de las partes, se aplicará la ley de aquel otro país.
La finalidad de esta cláusula es evidente. Permite al órgano jurisdiccional
competente tratar los casos individuales de forma adecuada. Pero la
flexibilidad que esta cláusula ofrece debe utilizarse de forma estricta o
restringida, pues, en palabras del mismo Reglamento, para apartarse de las
conexiones establecidas, debe desprenderse claramente de todas las
circunstancias del caso que el hecho dañoso está manifiestamente más
vinculado con otro país.
Con el objeto de facilitar la aplicación de esta cláusula, el mismo texto del
Reglamento brinda un ejemplo de lo que puede considerarse un vínculo
estrecho. Así, entiende que «un vínculo manifiestamente más estrecho con
otro país podría estar basado en una relación preexistente entre las partes,
como por ejemplo un contrato que esté estrechamente vinculado con el hecho
dañoso en cuestión».
Como ha sido destacado, el hecho de que el legislador haya optado por
utilizar el verbo «podría» supone tanto como que la presunción
establecida no es definitiva. El juez todavía dispone de un margen de
apreciación para determinar si realmente existe o no un vínculo lo
suficientemente estrecho con el supuesto.
A) R. Roma II
El Reglamento no prevé una norma específica para regular estos supuestos. Su
regulación en clave conflictual queda, en consecuencia, sometida al régimen
general (supra Ep. IV.1.D).
A) R. Roma II
La ley aplicable a la responsabilidad del fabricante por sus productos está
regulada en una norma de conflicto ad hoc en el R. Roma II (art. 5). La
justificación de esta regla específica se debe, en palabras del legislador, a una
serie de objetivos que deben cumplirse en este ámbito, a saber:
1. El justo reparto de los riesgos inherentes a una sociedad moderna
caracterizada por un alto grado de tecnicidad.
2. La protección de la salud de los consumidores.
3. El incentivo a la innovación.
4. La garantía de una competencia no falseada.
5. La simplificación de los intercambios comerciales.
Por ello, la norma de conflicto que regula esta cuestión está conformada por un
sistema de conexiones en cascada y una cláusula de escape.
En su virtud, la ley aplicable a la responsabilidad del fabricante por sus
productos será, en primer lugar, la ley de la residencia habitual común de las
partes. En caso de no darse esta conexión, se aplicará la ley de la residencia
habitual de la persona perjudicada, siempre que en ese país se comercialice el
producto. En su defecto, será de aplicación la ley del lugar donde se adquirió el
producto, siempre que en ese país se comercialice el producto; y, en caso de
que no pueda aplicarse esta última conexión, se aplicará la ley del país en que
se produjo el daño, siempre que en ese país se comercialice el producto.
Como puede observarse, la aplicación de las tres últimas conexiones está
condicionada a que el producto defectuoso se comercialice en el país designado
por el punto de conexión. Esta exigencia tiene sentido, pues con ella se
pretende que el fabricante (responsable) pueda medir los riesgos en los que
incurre comercializando el producto en uno u otro país. De este modo,
además, se asegura una respuesta previsible —en términos de ley aplicable—
en caso de incurrir en responsabilidad.
Por ello, si finalmente la comercialización del producto defectuoso se produce
en un país que no pudiera haber sido razonablemente previsto por el
fabricante, en vez de aplicarse alguna de las leyes previstas en las conexiones
anteriormente citadas, se aplicará la ley de la residencia habitual del
fabricante.
Pese a todo lo anterior, si del conjunto de circunstancias se desprende que el
hecho dañoso presenta vínculos manifiestamente más estrechos con otro país,
se aplicará la ley de ese otro país. El mismo ejemplo de vínculos
manifiestamente más estrechos que utiliza la cláusula de escape, prevista para
los supuestos generales, es válido en este ámbito (supra Ep. IV.1.D).
Por su parte, el último párrafo del artículo 10.9 del CC también contiene
una norma de conflicto específica para el enriquecimiento sin causa. En
su virtud: «En el enriquecimiento sin causa se aplicará la ley en virtud de
la cual se produjo la transferencia del valor patrimonial en favor del
enriquecido». La aplicación de esta norma, sin embargo, queda
desplazada por el artículo 10 del R. Roma II.
8. CULPA IN CONTRAHENDO
El Reglamento contiene también una norma especial para regular en clave
conflictual los daños que puedan derivarse o producirse en el seno de las
negociaciones previas a la celebración de un contrato (art. 12).