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Para acabar definitivamente con esta situación, Laura tomó la decisión de contarles a
sus jefes la presión ejercida por sus compañeras de trabajo, no sin antes recoger
pruebas suficientes para que la denuncia tenga fundamento. Al entregar las pruebas a
sus jefes contó con el apoyo incondicional, no sólo de ellos como representantes de la
empresa, sino de la justicia competente, ya que el caso trascendió al terreno de la
justicia, pues las amenazas de muerte a sus hijos como presión para renunciar, es un
delito que puede ser penado, más allá del castigo y el rechazo social al que se
someten por amenazas tan delicadas. Una vez superó los temores, pidió la protección
de la justicia y siguió adelante en su trabajo. De las compañeras jamás volvió a saber,
aunque una de ellas manifestó antes de dejar la empresa, que las amenazas eran
sólo una broma y que ellas nunca hubieran atentado contra ella o su familia,
comentario que le dio tranquilidad a Laura para seguir en la empresa.