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«EL BUEN PASTOR»

Queridos hermanos y hermanas, queridos jóvenes que también participan de esta


eucaristía:
Acabamos de escuchar al Señor Jesús que se presenta como el Buen Pastor (cf. Jn. 10,
11-18). Y al decir «yo soy el Buen Pastor» no lo hace hablando tanto de su bondad moral (un
hombre bueno, que hace cosas buenas), sino de aquel que es el modelo verdadero y supremo
de toda actividad pastoral o de toda actividad de responsabilidad sobre otros. Mal pastor (en
ese sentido) es el que aprovecha su autoridad para servirse a sí mismo despreciando a aquellos
que tiene a su cargo o aprovechándose de su cargo, de su posesión. Y en el mundo
encontramos buenos pastores, gente responsable que vive su servicio como una vocación, su
actividad como una entrega de corazón de la vida; y aquellos que pasan por la vida buscando
cargos, poder, ventajas, y no le importa dejar un tendal de gente abandonada o sufriente por el
camino. Y esto en tan antiguo como que ya el profeta Ezequiel hablaba de estas cosas hace
más de veinticinco siglos atrás. «Yo soy el Buen Pastor» dice Jesús. Aquel que de corazón,
por amor, da la vida. Y la gente se da cuenta cuando alguien que tiene poder, autoridad, una
misión, lo hace de corazón. Y la gente sencilla y pobre, la gente que busca un sentido para la
vida también pone su corazón en sintonía con quienes ve que son coherentes. Por eso, qué
importante que todos nosotros, que estamos aquí en el seminario, respondiendo a un llamado,
a una vocación, lo hagamos en esta perspectiva: mirando a Jesús, que dio la vida de corazón.
No lo hizo de mala gana, no lo hizo como un accidente que le pasó. Mirá la cruz, él la dio por
propia voluntad, respondiendo así a la voluntad del Padre que nos ama a todos y quiere
nuestra salvación.
Nosotros acá en el seminario queremos formarnos para ser sacerdotes con profunda
vocación de servicio. Y la palabra vocación ya suena desde el comienzo, desde dar el primer
paso para formar parte de esta comunidad, que es una comunidad formativa, una comunidad
en camino, una comunidad que busca convertirse cada vez más para configurarnos con Jesús
Buen Pastor.
Este año, el papa nos ha regalado a todos la imagen y la persona de san José como el
custodio de la vocación, como un modelo a imitar, porque él verdaderamente se hizo cargo de
toda la iglesia que estaba en sus manos: María y Jesús, y en ellos se estaba haciendo cargo de
todos nosotros que hoy celebramos la fe. San José –nos dice el papa Francisco– nos enseña
tres cosas que nos ayudan a vivir nuestra vocación:
La primera es la palabra «sueño», vieron que san José oía a Dios en sueños y respondía
a esos objetivos que Dios le ponía a esos llamados, a las advertencias. San José es el hombre
que en el sueño escuchaba la voz de Dios y la ponía en práctica en silencio. Qué importante
tener sueños en la vida. No quedarnos dormidos, eh, pero tener sueños, oír la voz del corazón,
en esa voz del corazón te habla Dios. ¿Cuál es tu sueño en la vida? Y alguno dirá «tal

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profesión, tener éxito, fama», algunos dirán «tener dinero, un buen pasar», esos objetivos
materiales son de corto plazo, pueden durar una vida nomás, pero no llenan el corazón. Pero si
vamos más al fondo todos tenemos el mismo sueño que es poder amar y poder ser amados.
Vivir en plenitud en el amor, que le da sentido a la vida. Y en ese sentido, quien escucha la
voz de Dios que quiere vivir en el amor, no es extraño que escuche —como los jóvenes que
están aquí, los sacerdotes— la voz del Señor que te dice «dejá todo y seguime».
Y en ese sentido vamos a la segunda palabra de la vocación que es la palabra
«servicio». ¿Para qué quiero yo formarme como sacerdote? ¿Para qué quiero ejercer el
ministerio pastoral? Para servir. Para dar la vida como Cristo, por amor. Para reproducir lo
que se celebra en este altar, que es Cristo hecho eucaristía, pan que se parte y se reparte para
alimentar al mundo, la sed de amor, de sentidos, de paz, que todos necesitamos en este
tiempo. Por eso vamos a pedirle al Señor que también todos entendamos que el camino, el
secreto de la vida, está en lo que uno da y dándolo engendramos vida, como san José, padre
de Cristo, cuidó y engendró la vida para Cristo y para todos nosotros.
Y en ese sentido la tercer palabra que hoy nos invita a reflexionar el papa es la
«fidelidad»: uno da el sí, escucha la voz, se pone en camino, se pone en servicio, pero hay que
mantener ese sí toda la vida. Y aparecen las pruebas, las dificultades, las dudas, la experiencia
de la fragilidad… el Señor te dice «no temas, yo te llamé, yo estoy con vos, yo soy fiel, vas a
poder ser fiel vos también. Siempre y cuando que tu fidelidad se apoye en la mía». Y si hay
alguien, algún chico, alguna chica, que está en este camino de discernimiento, qué lindo que
haga propias estas palabras. «No temas, entregate». Estamos celebrando el tiempo de Pascua,
¿qué es la Pascua? Dar el paso. Jesús ya dio el paso y ahora nos enseña a todos a dar ese paso
que es con valentía poder entregar la vida como él. Recordemos que —como nos dice el papa
Francisco—, la fe implica riesgos. Dar un paso —se los puede decir quien habla, que le costó
mucho dar el paso al seminario y ahora ya estoy hace años, y muy contento—, cuando uno se
anima a dar ese paso aparece algo nuevo, una nueva aventura, donde el protagonista no sos
vos solo: sos vos con el Señor, y el Señor con vos. Así que también pidamos valentía, como
san José, que cuando dijo «sí» al Señor no sabía lo que le esperaba y fue desarrollando paso a
paso un nuevo compromiso de amor con Dios, con la virgen, con su pequeño hijo, y también
con nosotros. Pidamos la valentía de la fe para poder dar el paso y realizar la vocación a la
que el Señor nos llama.
Y finalmente, pidamos dos cosas: en primer lugar —como dice el papa en su mensaje
de este año—, que las casas de formación sean como la casa de Nazareth, donde san José puso
su corazón de padre al servicio de la familia. Y esa familia era una familia que vivía la alegría
de lo sencillo en lo cotidiano. Que nuestras casas de formación, que este seminario, las casas
religiosas sean lugares donde vivamos una atmósfera alegre, sencilla y radiante, en medio de
este conflicto, de esta crisis que es la pandemia. Sí, porque la Sagrada Familia no vivió en un
paraíso: vivió en un tiempo concreto, vivió en la pobreza, en el día a día del trabajo, pero esa

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atmósfera nace de la fe, del amor mutuo y de la vida que se comparte. Que nuestro seminario
sea un lugar de sobria esperanza. No de triunfalismo, pero de sobria esperanza, donde
poniendo la mirada en el Señor sabemos que la victoria ya es nuestra, porque poder decir «sí»
como Cristo es una victoria. La fe es una victoria.
Los invito, queridos hermanos, queridos chicos, queridas familias, a que recemos juntos
ahora la oración vocacional diocesana para que juntos podamos hacer fuerza, dando gracias al
Señor por los jóvenes que están aquí formándose, y pidiendo para que muchos otros se
animen a dar el paso hacia el «sí» que dio san José, que dio la Virgen y que queremos dar
todos los cristianos:

Señor de la mies y Pastor del rebaño,


que resuene en nuestros oídos
tu fuerte y suave invitación: “Ven y sígueme”.
Necesitamos sacerdotes según tu corazón,
que nos alimenten con la riqueza de tu Palabra,
y con el pan de la Eucaristía.
Consagradas y consagrados, que por su santidad,
sean testigos de tu Reino.
Laicas y laicos, que con el compromiso
de su vida cristiana,
sean sal de la tierra y luz del mundo.
Jesús, Buen Pastor,
fortalécenos y ayúdanos a crecer
en amor y santidad,
para que, movidos por tu Espíritu Divino
podamos decir con renovada fe:
«Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad».
Amén.

María, Reina de la Paz y Madre de las Vocaciones,


ruega por nosotros.

Pbro. Daniel Bossio


Seminario de la Santa Cruz, 25 abr. 2021

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