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La Europa de 1914

Como consecuencia de la expansión industrial de las décadas anteriores y del dominio colonial,
en 1914 Europa el centro económico, político y cultural del mundo. El viejo continente, sin
embargo, no era en absoluto un conjunto homogéneo. Francia, Gran Bretaña y Alemania
lideraban casi todas las ramas de la industria; entre las tres naciones se estableció una feroz
competencia en la que los germánicos comenzaron a destacar. Rusia, el Imperio austrohúngaro,
Turquía y las pequeñas naciones de los Balcanes habían comenzado a modernizarse, pero
todavía la mayor parte de la población de estos países vivía de la agricultura.

Desde el punto de vista político, Francia y Gran Bretaña gozaban de sistemas democráticos,
mientras que los imperios alemán y austrohúngaro, pese a fundarse en constituciones
liberales, se regían por sistemas más autoritarios. Rusia, pese a las reformas iniciadas en 1905,
era un imperio en el que el Zar mantenía una autoridad casi absoluta.

La rivalidad económica y las tensiones generadas por las aspiraciones contrapuestas de los
nacionalismos favorecieron a finales del siglo XIX la configuración y consolidación en Europa de
dos grandes alianzas internacionales fuertemente armadas. Las relaciones políticas
internacionales descansaban desde 1871 en el sistema de alianzas y equilibrio entre las
grandes potencias que había diseñado el canciller Otto von Bismarck con el objetivo de aislar a
su rival, Francia, y colocar a Alemania en una situación de supremacía en el continente
europeo.

Europa en 1914: la Triple Alianza y la Triple Entente

Ya en tiempos de Bismarck, y por iniciativa del estadista alemán, se había constituido la Triple
Alianza (1882), que agrupaba a los llamados Imperios Centrales (El Imperio alemán y el Imperio
austrohúngaro) y al reino de Italia, que no obstante se uniría al bando contrario tras iniciarse
las hostilidades. El ascenso al trono de Guillermo II, que destituyó de Bismarck (1890),
intensificó el expansionismo económico del Imperio alemán. La respuesta al peligro potencial
que suponía la Triple Alianza fue la Triple Entente: lentamente gestada y negociada entre 1894
y 1907, consiguió reunir los intereses comunes de Francia, el Reino Unido y el Imperio ruso.

Causas de la Primera Guerra Mundial

Las causas profundas de la Primera Guerra Mundial se sitúan tanto en el orden económico
como en el político, y pueden reducirse al antagonismo económico y colonial entre las
principales potencias industriales (Francia e Inglaterra por un lado y Alemania por otro) y a la
exacerbación de los conflictos territoriales de signo nacionalista.

La unificación de Alemania en 1871 había convertido a esta nación en una gran potencia que
amenazaba directamente los intereses económicos de Francia y del Reino Unido. La fuerte
competencia por la búsqueda de nuevos mercados y materias primas ya había provocado
tensiones y enfrentamientos por la pretensión alemana de extender su imperio colonial, la cual
chocaba con el reparto diseñado por sus rivales. Gran Bretaña y Francia tenían numerosas
posesiones en todo el mundo, e incluso algunas naciones pequeñas o pobres, como Bélgica y
Portugal, dominaban zonas más extensas que sus propios estados. Los Imperios Centrales, en
cambio, habían llegado tarde al reparto colonial. El Imperio austrohúngaro carecía de colonias,
y Alemania únicamente había conseguido, después de muchas tensiones, cuatro territorios
africanos sin riquezas ni demasiadas posibilidades económicas (Togo, Camerún, el desierto de
Namibia y la actual Tanzania).

Este componente económico hizo que, al estallar el conflicto, las organizaciones obreras
denunciasen la situación como una guerra de intereses propia del capitalismo y rechazasen la
participación en la contienda bélica. Los líderes socialistas de algunos países, como el francés
Jean Jaurès, se pronunciaron inequívocamente contra un conflicto que calificaban de
imperialista. Pero la división de los socialistas europeos y el asesinato de Jaurès desmoralizó la
oposición pacifista, y el sentimiento nacionalista acabó por imponerse incluso entre los
obreros, que ingresarían sin reticencias en los respectivos ejércitos.

Soldados franceses entonan La Marsellesa antes de partir hacia el frente (París, agosto de
1914)

En el plano político, la penetración del ideario nacionalista en buena parte del cuerpo social de
los distintos pueblos y países contribuyó a crear un clima de belicosidad. La Revolución
francesa había introducido como principio el derecho de los pueblos que compartían un origen
y lengua comunes a constituirse en naciones soberanas. Algunos movimientos nacionalistas
llegaron a colmar parcial o totalmente sus aspiraciones a lo largo del siglo XIX (independencia
de los Países Bajos en 1830, unificación de Italia en 1861, unificación de Alemania en 1871);
pero, a principios de siglo XX, la mayor parte de las reivindicaciones nacionalistas seguían sin
satisfacerse.

Exaltando la grandeza y la gloria de la propia nación frente a las otras, el nacionalismo


proclamaba la necesidad de una unión sin reservas de todos los ciudadanos contra el enemigo
exterior común; tal doctrina, que allanaba desigualdades sociales y discrepancias políticas o
culpaba al vecino de los problemas económicos, convenía a las clases dirigentes, y se vio
fomentada en la escuela, en el servicio militar o mediante celebraciones patrióticas; incluso en
la prensa, principal medio de comunicación de la época, se denigraba sin pudor al enemigo. El
fuerte espíritu patriótico presente en los discursos políticos eclipsó los argumentos planteados
por los líderes socialistas y obreros. Así, las reivindicaciones territoriales formuladas por
ejemplo por el nacionalismo francés (devolución de Alsacia y Lorena, en poder de Alemania) y
por el nacionalismo italiano (incorporación de las regiones del norte de Italia, en poder del
Imperio austrohúngaro) cuajaron en los ciudadanos hasta hacer sentir esas regiones como
territorios «irredentos» que debían ser liberados e incorporados a la nación.

Voluntarios en una oficina de reclutamiento británica

En la Europa central y oriental y particularmente en los Balcanes, por otro lado, diversas
minorías reclamaban su derecho a formar un Estado propio, mientras países como Serbia y
Bulgaria se consideraban legitimados para una ampliación de fronteras que acogiese a todos
los miembros de la patria; todo ello chocaba con los intereses de los imperios colindantes, es
decir, el Imperio austrohúngaro y el Imperio turco. Las reivindicaciones de los pueblos eslavos
eran defendidas por Rusia, que a su vez perseguía una salida al Mediterráneo que mejorase su
posición geoestratégica.

En este complejo panorama, la recuperación de territorios históricos por naciones consolidadas


y el afán independentista de los pueblos sin Estado convivía con aspiraciones transnacionales.
Diversas corrientes de pensamiento alimentaban el deseo de conseguir, más allá de las propias
fronteras, la unificación de los pueblos de origen común; las más importantes eran el
pangermanismo alemán, que pretendía agrupar en un gran imperio todos los pueblos de
origen germánico, y el paneslavismo serbio, que proponía la unión bajo un mismo Estado de
los pueblos eslavos.

El detonante: el atentado de Sarajevo

La Primera Guerra Mundial vino precedida por diversos conflictos locales que pusieron a
prueba las alianzas internacionales y no hacían sino presagiar un enfrentamiento a gran escala
que cualquier chispa podía encender. Perfectamente conscientes de ello, muchas naciones
habían venido realizando fuertes inversiones en el fortalecimiento y modernización de sus
ejércitos, dotándolos de una potencia formidable con finalidades teóricamente defensivas; la
escalada armamentista alcanzó tal nivel que el periodo comprendido entre 1871 y 1914 es
llamado «La paz armada». Las fricciones por cuestiones coloniales dieron pronto lugar a
diversas crisis, entre las que destacan las causadas por el dominio de Marruecos (1905 y 1911),
resueltas ambas en perjuicio de Alemania y en favor de los franceses, que contaban con el
apoyo de Inglaterra.

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