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POR
ORESTES ARAÚJ
Profesor de Historia y Geografía cu las Escuelas Normales de Montevideo.
CON UN PREAM BU LO
DB
D os JOSÉ H. FIGUEIRA,
Inspector técnico de Enseñanza primaria,
PARA LOS ALUMNOS DEL 4.° Y 5.® ANO DE LAS ESCUELAS PÚBLICAS
MONTEVIDEO.
Im pren ta A r t ís t ic a , d e D ornalech e y B eyes.
Jo sé H. F j g u j e ir a .
O restes A raújo.
DE L A P R IM E R A E D IC IÓ N D E E ST E LIB R O
1474- 1516.
á fines del siglo x v i, pero eran capaces, sin embargo, para transportar
setenta hombrea cada una de tripulación y los víveres necesarios para efec
tuar un largo viaje. La capitana, que montaba Colón, se llamaba Srmfrt
María, j las otras dos eran, la Pinta, ya citada, y la Miña, Un párrafo
del diario del Almirante nos da cuenta detallada del velamen de su cara
b ela; tf........... el viento, dice, tornó á ventar muy amoroso, y llevaba todas
mis velas de la nao, maestra, y dos btmetas, y trinquete, y cebadera, y
mesana, y vela de gavia. j> Como todas la3 embarcaciones grandes de aquella
ipeca, llevaban un castillo á proa y otro á popa, y hacían ordinariamente
dos leguas y media por hora; Colón empleó treinta y cinco días no más
en ir desde Palos de Moguer á San Salvador, que es el tiempo que hoy
se emplea en los buques de vela para baeer la misma travesía. (Dicciona
rio Enciclopédico Ilicjiano - Am ericano.)
el soberano, otra para Solís y los prestamistas
que le habían facilitado dinero, y la tercera para
las gentes de las naves. E l Estado, por su parte,
concurría con sesenta armaduras completas y
cuatro bombardas (U para defensa de los bajeles.
Prontos ya éstos, se dieron á la mar desde el
pequeño puerto de Lepe, el día 1 3 de Octubre
de 1 5 1 5 , según unos historiadores, y el 8 del
mismo mes y año, según otros, «siendo acom
pañados del pueblo y seguidos con la vista, hasta
perderse en el horizonte, los blancos lienzos » de
aquellas débiles cáscaras de nuez,
« Tocó Solís en Tenerife, puerto obligado de
escala para todos los que se dirigían al hiuevo
Mundo, y cruzó el Atlántico á la altura del cabo
de San Hoque en demanda de las tierras ameri
canas. D esde allí siguió explorando las costas
del Brasil y reconoció la hermosa bahía de R ío
Janeiro, llamada Nictheroy por los naturales.
Continuando su navegación al Sur, y después de
dar el nombre de isla de Torres, en honor de su
cunado, á la que con el mismo nombre se distin
gue hoy entre el grupo de las que tiene hoy la
República en el Atlántico, dobló el Cabo de
Santa María.
1682-1736
1) Augusto Espinosa : B r u n o M a u r ic io d e Z a b a la .
venerado en vida, y que á su muerte llevara so
bre su tumba el tributo de admiración y de
afecto de sus contemporáneos y de las genera
ciones que le sucedieron.
« L o s descendientes de Bruno Mauricio Ib á -
ñez de Zabala han tenido la satisfacción de ver
dedicado á su ilustre progenitor la calle y plaza
que lleva su nombre, trasmitiendo á la posteri
dad el recuerdo de sus gloriosas hazañas y el
testimonio de gratitud del pueblo uruguayo. »
-M A N U E L P É R E Z C A S T E L L A N O S .
(F U N D A D O R DE LA B IB L IO T E C A N A C I O N A L ).
1 7 4 4 - 1814.
1746- 1821,
(1 ) E. M, A .j obra citada.
y , sobre todo, por su carácter tenaz y perseve
rante, Azara es un modelo digno de imitarse y
una figura descollante de la época de la domi
nación española.
H abríam os procedido con injusticia excluyén
dola de esta modesta galería de hombres sabios,
virtuosos ó patriotas.
F R A N C IS C O A N T O N IO M A C IE L .
( F U N D A D O R D E L H O S P IT A L D E C A R ID A D . )
1757 - 1807 .
1 7 6 4 “ 18 50 -
1771- 1841 .
Mi p ad re y m i m a d re
Me a rro ja n de s í:
La p ie d a d d iv in a
Me recib e a q u í.
1773 - 1844.
1781- 1868.
1786 - 1853.
9
Con ellos militó como oficial, distinguiéndose
por su bizarría en la memorable batalla de las
Piedras, cuyos resultados fueron decisivos; y ter
minada la dominación española, continuó fiel á
la bandera del jefe de los orientales, cuando las
desavenencias entre éstos y los argentinos man
charon el territorio americano con fratricida
sangre.
Invadido el país por los portugueses, el año
181 fi, Lavalleja fue uno de los bravos que más
hostilizaron al enemigo, siendo siempre su som
bra durante aquella contienda en que hubo pro
longados asedios, persecuciones tenaces y cruen
tos combates.
Com o suele suceder, no siempre la suerte de
las armas favoreció la causa americana; pero la
fe y decisión de Lavalleja no se debilitaron nunca,
ni por los peligros, ni por los reveses. Sin tener
para nada en cuenta cuál podría ser el resultado
de la guerra, ni recapacitar en el número de los
enemigos, luchó continuamente con tanta valen
tía y entusiasmo, que de él podríamos decir con
el poeta, que antes se cansó su espada que su
brazo.
T an temerario como intrépido, se separa cierto
día del grueso del ejército sin más acompañan -
íes que tres ó cuatro hombres, cuando cae sobre
él un grupo de enemigos apoderándose de su per
sona, no sin antes hacer brillar su espada, con la
que trata de abrirse paso, aunque inútilmente
L a fama de Lavalleja estaba ya en aquel en
tonces bastante divulgada, para que no tratasen
sus contrarios de ponerlo á buen recaudo, de m a
nera que lo remitieron á R ío Janeiro, confinán
dolo á una especie de pontón que hacía las veces
de cárcel.
Mediaron influencias á su favor, y un día el
Príncipe lo hizo conducir á su presencia, insi
nuándole que, si gustaba, ínterin no se tranqui
lizase su país, podía retirarse á N orte-A m érica ,
á donde se le pasaría el sueldo de Coronel; pero
el patriota Lavalleja agradeció la oferta del E m
perador, sin aceptarla, manifestándole que « pre
fería seguir la suerte de sus compañeros de in
fortunio;» actitud que agradó tanto al Regente,
que desde entonces no sólo le dispensó todo gé
nero de consideraciones, sino que frecuentó su
trato con bastante asiduidad, aunque reteniéndolo
en su poder hasta que el territorio oriental, con
vertido en Provincia Cisplatina, se adhirió al
Reino U nido de Portugal, Brasil y Algarves.
Y a en su patria, trató de que ésta se sustra
jera á la dominación portuguesa, promoviendo con
ese objeto reuniones tendientes á sublevar la cam
paña ; pero no pudo lograr lo que deseaba, pues
descubiertos sus planes, lo persiguieron, sus bie
nes fueron embargados y tuvo que emigrar á la
República Argentina y en ella trabajar humilde
mente para ganar lo necesario á su subsistencia.
¿Cóm o nació en la mente de don Juan A n
tonio Lavalleja la idea de libertar á su patria de
la dominación extranjera? Punto es éste digno
de ser minuciosamente conocido, pues da la me
dida de su firmeza de propósitos y entereza de
carácter. Séanos, pues, lícito traerlo á colación,
dejando que lo relate el respetable y viejo cro
nista de las glorias orientales, don Isidoro D e -
M a ría :
« E l triunfo de Ayacucho acababa de poner el
sello á la independencia americana. Todos los
pueblos de nuestra habla del continente eran li
bres. Sólo la Provincia Oriental estaba sujeta á
una dominación extranjera. E n medio del subido
entusiasmo con que se celebraba en Buenos A i
res la victoria de Ayacucho, se reunieron un día
unos cuantos patriotas orientales á festejarla con
Lavalleja en el saladero de Barracas. Éste vuelve
la vista á su patria y deplora su esclavitud. Cruza
por su imaginación la idea de libertarla, y mani
fiesta con varonil acento su disposición de abor
dar la empresa si encuentra quien lo apoye. Sus
compañeros y amigos presentes acogen la idea
con entusiasmo, y desde aquel momento contraen
el compromiso reservado de poner manos á la
obra santa de la redención de la patria. Siete
hombres abnegados lo contraen y conciertan los
medios de reunirse secretamente é iniciar á al
gunas personas más de su íntima confianza en el
pensamiento, para trabajar en el sentido de rea
lizarlo. »
Nuevas reuniones, repetidos acuerdos, asidua
correspondencia, prolijas investigaciones y esca
sos recursos dan remate á la obra preliminar, que
muchos considerarían descabellada por lo irrea
lizable; y el 1 9 de A b ril de 1 8 2 5 , Lavalleja y
treinta y dos patriotas más desembarcan en la
hermosa playa de la Agraciada, desplegando al
viento aquella bandera celeste, blanca y roja, bajo
cuyos pliegues corrieron presurosos á cobijarse
cuantos con heroísmo espartano optaban por la
libertad ó por la muerte. ‘
Multitud de no interrumpidos triunfos espe
raban á Lavalleja desde los primeros encuentros
con las gentes que se conservaron fieles al go-
bienio de Montevideo, pues como eJ Jefe de los
Treinta y Tres procediese con actividad en la
organización de su columna, ésta se convirtió
en un ejército compuesto de varias divisiones,
que tenían en jaque á las fuerzas enemigas en
diversos puntos del territorio simultáneamente*
Por fin, la suerte de la patria se decidió de un
modo definitivo en los memorables campos del
Sarandí, en que los libertadores con 2 ,5 0 0 hom
bres y los usurpadores con 3 ,0 0 0 se lanzaron á la
carabina a la
pelea, aquéllos al grito supremo de
espalda y sable enmano, dado por Laval leja, quien
en tan heroica acción cubrióse de gloria, escribió
con indelebles caracteres la página, más brillante
de la historia militar de la República y conso
lidó á perpetuidad la independencia del territorio
oriental.
A esta victoria se sucedieron otras muchas,
que dieron á comprender al Brasil que había lle
gado la hora de cesar en el dominio de la P ro
vincia Cisplatina, y ajustóse un tratado por el que
argentinos y brasileros reconocían la soberanía
de la nación.
Cierto que una serie de lamentables equivoca
ciones indujeron más tarde á Lavalleja á disol
ver la sala de Representantes y derrocar el go
bierno legalmente constituido, empañando con
estos actos la purísima gloria de su nombre y
haciendo sentir á la patria las agudas congojas
de la anarquía en los albores de su vida consti
tucional; pero no es menos verdad que, cuando
en 1 8 5 3 fue llamado para formar parte del triun
virato, hizo cuanto estuvo en sus manos para bo
rrar la desagradable impresión que su anterior
actitud había dejado en el ánimo de la generali
dad de sus conciudadanos, armonizando sus es
fuerzos con sus demás compañeros de tareas, á
fin de garantir la libertad, arraigar la paz y res
tablecer el orden constitucional; reacción salu
dable que demuestra la pureza de sus sentimien
tos; reacción patriótica que llevó al ánimo de
todos el convencimiento íntimo de la integridad
de sus propósitos; porque cuando después de tan
tas luchas estériles y de tantas esperanzas de
fraudadas, sus más encarnizados rivales le ten
dieron la mano en prenda de unión y amistad,
prueba inequívoca es de que si no siempre su ac
titud fué correcta, débese tal vez á la abundan
cia de malos consejeros y no á ambiciones bas
tardas, que jamás albergó su pecho generoso.
L a personalidad del General L a valleja ha sido
bastante controvertida, y sus actos como ciuda-
daño han dado margen á numerosas polémicas;
pero á medida que transcurren los años, el jui
cio imparcial de la historia viene abriéndose paso
á través de las densas nieblas con que el criterio
de la pasión partidista suele envolver las figuras
más resaltantes de la sociedad.
D e cualquier modo que sea, los errores que
pudo cometer este valiente y decidido campeón
de las libertades públicas desaparecen completa
mente ante su temeraria acción,de arriesgarse á
desafiar las iras de un coloso y conquistar para
la patria oriental un puesto en el concierto uni
versal de las naciones.
1788 - 1854-
1788 - 1847 .
1790- 1862.
n
ya hecha, y bastante arraigadas sus aficiones li
terarias, que cultivó durante el resto de su larga
vida, deslizada apaciblemente entre la política y
las letras.
E n efecto, Figueroa desempeñó varios cargos
en la Administración publica, pues no siempre
estuvo al frente de la Biblioteca Nacional, sino
que también fué Tesorero General del Estado,
miembro de la Asam blea de N otables y del Con
sejo de Estado durante el sitio, fundador del In s
tituto Histórico-Geográfico, V o ca l del de In s
trucción Pública, Censor de Teatros, Profesor de
varios idiomas, etc., etc.; cosechando en estos
puestos aplausos y lauros, y captándose las sim
patías de todos.
E n cuanto á sus condiciones de poeta, deja
mos la palabra al celebrado crítico Torres C ai-
cedo, quien juzga á Figueroa en esta form a: « F e
cundo y simpático poeta, que supo aliar admira
blemente la inspiración y el arte, y cultivar con
buen éxito todos los ramos de la poesía, m os
trándose ya serio, ya jocoso, preludiando la gui
tarra del cancionero, el arpa de la elegía, ha
ciendo resonar la trompa épica y vibrar las cuer
das del salterio del salmista. Lírico, muchas ve
ces, satírico á menudo, siempre pulido y correcto,
Figueroa es uno de los buenos modelos de la li
teratura latino-americana, y sus obras no sólo
desafían la crítica de los jueces más inflexibles
y competentes, sino que pueden ponerse en pa
rangón con las obras más acabadas de los lite
ratos de la Península, aun de los que pertenecie
ron al siglo de oro de la literatura española. »
Escribió multitud de epigramas de sátira ace
rada, siendo palmaria demostración de lo que
decimos, una letrilla de este género, titulada La
curiosa inocente, en que el estilo refleja la es
pontaneidad y carácter debautor, así como la ori
ginalidad de su talento.
Su versificación es siempre acabada, los pen
samientos elevados en las poesías serias, y mués
trase chistoso y juguetón en lo jocoso, que fue su
fuerte. Entre estas travesuras del ingenio de F i
gueroa, citaremos las que resaltan en sus com
posiciones denominadas La exaltación del ba
gre y La apología del choclo.
L os epigramas brotaban de su pluma con tal
soltura y unidad de estilo y tono, que hay quien
la coloca ai lado de la de Bretón por su mali
cia y la de Quevedo por su crudeza, aunque lo
que más abunda en todas las composiciones li
geras del vate oriental, es lo ridículo y lo có
mico, fundado en aquello que hiere nuestros sen
tidos por lo chocante, y en lo que llama nuestra
atención por el contraste que ofrece. Poseía, ade
m ás, una pasmosa facilidad para improvisar.
T am bién se muestra verdadero poeta en el
género serio: basta leer La madre africana
para convencerse de que sabía interpretar con
arte y talento los sentimientos más tiernos d é la
mujer. Adem ás, tradujo salmos é himnos bíbli
cos, en los que si la inspiración escasea, abun
dan, en cambio, la armonía y la corrección.
Com o poeta descriptivo, tiene varias com po
siciones pintando el amargo trance por que pasó
Montevideo el año 1 8 5 7 , en que el tifus y la
fiebre amarilla diezmaban la ciudad. Este cuadro
lo traza Figueroa con gran maestría en sus dos
fases: la de la caridad cristiana, que consuela y
sirve á la humanidad doliente, y la del egoísmo,
que por salvarse con sus tesoros, no titubea en
abandonará su propia fam ilia: contraste que así
pone de relieve la abnegación y el sacrificio, como
la miseria de alma de ciertos espíritus raquíticos.
« E n la poesía heroica, — dice D e -M a r ía ,—
cantó todo lo grande y sublime, con inspiración
patriótica. E l Himno Nacional, ese canto he
roico y entusiasta que no puede oirse sin emoción
patriótica, que inflama y conmueve el espíritu, es
uno de los vivísimos destellos de su genio, que
basta para inmortalizar la memoria del bardo
entre los orientales,
« Su corazón palpitaba de gozo y entusiasmo
al oir sus estrofas en las festividades cívicas,
asomando una lágrima á sus ojos cuando llegaba á
su oído aquella voz inspirada que dice: — « ¡ Orien
tales, la patria ó la tu m b a ! . . . — ¡ Libertad, li
bertad, O rientales!— Este grito á la patria salvó,*
« Sí. L a memoria de nuestro primer vate es
inmortal, imperecedera. Siempre que suene el
H im n o N acional,— creación sublime de su genio,
— y el pueblo se coloque de pie, con la cabeza
descubierta, para escucharlo, cruzará por la im a
ginación el recuerdo del vate insigne, y su figura
se dibujará al momento en la mente de los que
lo conocieron, como nosotros, con su sonrisa
apacible, con sn frente noble y veneranda, sellada
por el genio. »
N o es posible que un vate que poseía tan be
llas y numerosas cualidades, concentrase él solo
las múltiples y variadas dotes que sólo podemos
encontrar en una pléyade de poetas que cultivan
géneros distintos; de aquí que, si bien fecundo,
Figueroa no fuera arrebatador; en él babía senti
miento, pero no pasión; era correcto, pero no
fascinaba; circunstancia que algunos críticos atri
buyen á que la lectura de los sesudos clásicos
griegos y latinos aprisionó demasiado su potente
imaginación. D e cualquier modo, su nombre es
popular y muchas de sus poesías pasarán á la
posteridad.
Por último, la historia y la tradición nos lo
presentan como un ciudadano pacífico y honrado,
cuya muerte lloraron con igual dolor todos sus
compatriotas y cuantos, sin serlo, lo trataron y
conocieron.
H a y quien alega que sus contemporáneos no
supieron hacerle justicia, y que debido á este in
diferentismo donó a la Biblioteca Nacional vein
tidós voluminosos cuadernos, correspondientes á
otras tantas obras.
N ació el 2 0 de Septiembre de 1 7 9 0 y falleció
el 6 de Octubre de 1 8 6 2 , á la avanzada edad de
7 2 años.
LU IS E D U A R D O PÉREZ.
( distinguido hombre público. )
¿-1841.
¿ -1 S 3 S .
12
que más de una vez puso á prueba su civismo
por la causa de la democracia, su envidiable sen
tido práctico como hombre de gobierno, y su com
petencia y honradez como funcionario público.
Cuando la idea de la emancipación empezó á
germinar en la mente de los americanos y el sen-,
timiento de la libertad henchía sus corazones de
halagüeñas esperanzas, O bes servía con abnega
ción á tan patriótica idea, lo que le valió ser en
carcelado en tiempo del gobernador Elío, quien,
sin forma de proceso, lo desterró á la H a b a n a ;
procedimiento expeditivo con que la tiranía in
tenta ahogar en todas las épocas la libertad del
pensamiento, ó satisfacer personales venganzas
que más reconocen su origen en un mal repri
mido despecho, que en la necesidad de restable
cer el orden público.
Mudaron las cosas y los hombres, y las afec
ciones de familia y el desinterés patriótico hicieron
que el doctor Obes volviese á Montevideo y fijase
aquí su residencia; pero más de una vez tuvo que
sufrir las genialidades de Otorgues, aunque ja
más se sometió á su despotismo, pues no era el
carácter de O bes de aquellos que fácilmente se
amoldan á pretensiones injustificadas, sino que
pertenecía al número de los que presentan esa
resistencia pasiva, pero constante y pertinaz, mil
veces más difícil de subyugar que aquella otra
decidida y bullanguera, que no siempre es la que
más conviene al triunfo de una idea.
V in o después la dominación portuguesa, á la
que se resignó Obes, no sin protesta, como así lo
da á comprender en la exposición que dirigió al
Congreso Argentino, con estas sentidas fra.ses:
« Pálido espectador de los que habían concebido
el propósito de entregar el país á una potencia
extranjera para sofocar el germen de federación
predicado por Artigas, me sometí como otros á
un destino terrible, pero inevitable. »
Nom brado Regente del Real Consulado, ins
titución que entre sus variadas facultades tenía la
de propender al progreso material del país, pro
movió la navegación del R ío de la Plata y el es
tablecimiento de un faro en la Isla de Flores,
como así se efectuó. Sus ideas acerca de la im
periosa necesidad de fomentar empresas útiles,
tan imprescindibles al organismo social como la
administración de justicia, el mantenimiento de
la fuerza armada y la estabilidad del orden, re
saltan en una vista fiscal debida á la férrea ló
gica del doctor Obes, quien se expresaba en es
tos términos: « N i los colosos, ni las estatuas,ni
las batallas, ni las conquistas, ni el bronce, ni los
mármoles empleados en profusión, son tan du
raderos ni tan elocuentes como estas empresas
en que un gobierno, animado por sentimientos
de filantropía, derrama sus caudales en alivio del
comercio, de la navegación, de la industria y,
por consiguiente, de todo lo que con ellas tiene
una relación inm ediata.»
Consecuente con estas ideas promovió la aper
tura de los puertos de Maldonado y C o lon ia; la
construcción de caminos que facilitasen las co
municaciones de aquellos pueblos con M ontevi
deo ; la fundación de un colegioy venta de terrenos
públicos para su renta; una orden para que se
reformasen todos los abusos introducidos en la
administración de justicia y rentas del E s ta d o ;
otra para ensanchar el área de M ontevideo; y
otra, en fin, para que el síndico propusiese todas
las reformas que creyese más conformes á la
opinión y al deseo de los pueblos.
Adem ás, durante su permanencia en R ío Ja
neiro, á donde lo había llevado una delicada m i
sión oficial, fomentó la inmigración, no sólo como
medio de poblar los semi desiertos campos de la
República, sino también con objeto de aumentar
la producción, y, con generoso desprendimiento,
él mismo convirtió su propia quinta en asilo gra
tuito de inmigrantes, á los que mantenía hasta
que hallaban ocupación.
N o paran aquí los dilatados y valiosos servicios
prestados á su patria adoptiva por el doctor L u
cas José Obes, pues desempeñando las funciones
de Fiscal, había propendido á suspender la ena
jenación de tierras que se quería llevar á cabo á
favor de los militares que servían; reglamentó la
poda de los montes, aconsejó la organización de
las policías rurales, atacó el monopolio y, con un
valor inusitado y una entereza de carácter de la
que desgraciadamente ofrece escasos ejemplos la
historia nacional, denunció los desórdenes del te
soro, pregonó la corrupción de los tribunales,
clamó en voz muy alta contra la aparente indo
lencia del gobierno que dejaba impunes los crí
menes, y no hubo desmán que él callara, ni dejó
desacierto sin censura, ni falta sin correctivo.
Con este viril estoicismo y afrontando las iras
del extranjero invasor, combatió el período d é la
dominación brasilera, de modo que el voto de los
electores lo condujo rodeado del aura popular á
la Asam blea Legislativa del Imperio en repre
sentación de la Provincia Oriental, por cuyos in
tereses abogaba con paternal solicitud, cuando
se produjo la cruzada de los Treinta y Tres.
Como es natural. Obes se apresuró á correr
en pos de aquellos que habían echado sobre sus
hombros la inmensa i’esponsabilidad de luchar
por la redención de la patria ; pero las autorida
des brasileras secuestraron sus intereses é incau
táronse de sus propiedades, mientras que el go
bierno de Buenos Aires lo retenía en su poder,
en donde bien á su pesar tuvo que permanecer
hasta el año de 1 8 2 8 , como león enjaulado que
se ve impotente para la lucha.
Aum entado el catálogo de los pueblos libres
con la República Oriental del Uruguay, llamóse
al doctor O bes para el desempeño de varios ele
vados cargos, en los que fué tan inmenso el con
curso prestado, como merecida la honra que
obtuvo. Bus ideas avanzadas, su acrisolada hon
radez y sus altas vistas políticas lo llevaron de
nuevo á la Fiscalía General del Estado, luego al
Ministerio de Hacienda, más tarde al de G o
bierno, y finalmente al de Relaciones Exteriores,
desde el cual tan brillante figura hizo invitando
á los gobiernos de Bolivia, Perú y Colombia
para tratar en Montevideo el arreglo de límites
con el Brasil.
Cuando en 1 8 8 3 el déspota argentino don Juan
M anuel de R osas se permitió dudar del senti
miento nacional de los orientales, interrogando
al gobierno de aquende el Plata sobre cuál sería
su actitud con referencia á un plan que se decía
intentaba la corte de España para restablecer
una monarquía borbónica en Am érica, el doctor
Obes replicó por medio de una nota diplomáti
ca, rechazando con talento, cultura y energía, el
agravio que se pretendía inferir á esta naciona
lidad, y diciendo, entre otras cosas: que ningún
ejer
código autorizaba al gobierno argentino á
cer su curiosidad d expensas de la dignidad
de sus vecinos.
M uchos é importantes fueron los servicios pres
tados por el doctor O bes fomentando la agricul
tura, la población y la ganadería. Decretó el va-
lizamiento del río Uruguay, promovió la limpieza
del puerto de Montevideo por medio de dragas^
mandó construir balsas que facilitasen el pasaje
de los ríos, dispuso que se hiciesen estudios to
pográficos para delinear caminos, prolongar los
existentes y corregir los tortuosos; proyectó la
construcción de algunos puentes sobre varios ríos
de la República y aun se comenzó el del arroyo
del M olino, con objeto de estimularla iniciativa
privada á secundarlo en tan útilísima empresa.
L a creación ele la V illa del Cerro fue una de
sus concepciones, y á él se debe también el en
sanche de Montevideo, cuya valorización creciente
dimana del interés que demostró el doctor Obes
en favor del auge de esta hermosa ciudad. Roto
el dique de sus murallas, quería que la población
se desarrollase para dar ocupación á millares de
brazos, enriquecer el suelo y multiplicarlas rentas.
N o descuidó este hombre eminente los pro
gresos morales é intelectuales, pues amante de
las luces,decretó el establecimiento de bibliotecas
ambulantes en los departamentos del interior, gra
duó el sueldo de los preceptores de Instrucción
Primaria, estableció en la capital la primera es
cuela de niñas de color, y autorizó á las Juntas
para proveer de utiles á las personas que quisie
sen hacerse cargo de la enseñanza por su cuenta,
en todos aquellos puntos de la campaña donde
se reuniesen 2 5 alumnos. E n fin (y esto consti
tuye para nosotros uno de sus timbres más hon
rosos), llegada la época de los exámenes, concu
rría indefectiblemente á estos actos, estimulando
con su presencia tanto á los maestros como á los
educandos, y aleccionando con el ejemplo de su
conducta á los padres de familia.
H em os dichoque el doctor Lucas José O bes
estaba dotado del mayor buen sentido, formado
por la experiencia, guiado por la rectitud é ins
pirado por la bondad que produce la sabiduría
práctica; observación que está perfectamente de
mostrada con las sensatas reflexiones que él ha
cía cuando se negaba á pedir la guerra contra el
Brasil, actitud que le valió el apostrofe de anti
patriota. « Señores, — decía entonces, tratando de
sincerarse, - un hombre que ha perdido su for
tuna en servicio de la patria; un hombre á quien
se ha expatriado y perseguido cruelmente, no
puede ser sino un patriota, y yo lo soy tan bueno
como el mejor de los que me oyen, y mejor que
cualquiera de los que me acusan* Y o no he lu
crado con la revolución, no me he aprovechado
de sus sacudimientos para tomar lo ajeno, para
vengarme de mis enemigos indefensos, ó para con
seguir empleos. Se quiere á todo trance la guerra
con el Brasil, y no tenemos ejército, ni tesoro, ni
influencia. L o que se puede hacer, lo sé tan bien
como el más avisado de los que me escuchan y el
más valiente de los que me censuran. »
Com o estadista, ya hemos citado un ejemplo
de su experiencia y diplomacia refiriendo la m a
nera decorosa y enérgica por él empleada para
sostener la dignidad y los derechos de la R epú
blica; como político, sus discursos, sus notas y
demás documentos oficiales y privados hállanse
nutridos de saludable doctrina que acrecentaba
su reputación y atestiguaba la claridad de su
juicio: como ciudadano, se mantuvo siempre en
la línea recta, lo que daba fuerza moral á sus
ideas y proyectos, fuerza moral que era la fuente
de todas sus energías; como pensador y literato,
revestía sus producciones de formas cultas, so
brias, castizas y expresivas; pero su frase es más
tersa y sus pensamientos más elevados cuando
dilucida las graves cuestiones que solían hacer
peligrar el decoro de la patria y la estabilidad de
las instituciones.
L a muerte lo sorprendió emigrado en el B ra
sil, y cuando llegó á esta capital la infausta no
ticia de su fallecimiento, algunos escritores qui
sieron pagar el debido tributo á su memoria,
aunque en vano, pues los periódicos de la época
cerraron sus columnas para toda manifestación de
duelo hecha á dicho personaje. Era tanto enton
ces el encono de los partidos, que hasta se con
sideraba peligroso para el orden público hablar
de los muertos.
✓
A pesar de este hecho, todos reconocen hoy
que el doctor don Lucas José Obes fué firme de
corazón, rico de espíritu, honrado en sus actos,
patriota en sus intenciones y puro en sus prin
cipios : de aquí que en el orden moral sea conside
rado como un carácter en medio de la sociedad
embrionaria de entonces. Y no nos olvidemos de
que « el carácter es una de las fuerzas motrices
m ás poderosas que hay en el m un do.»
© Biblioteca Nacional de España
( geógrafo , in g e n ie r o y topógrafo ,)
¿ - 1864,
(m il it a r il u s t r a d o y p u n d o n o r o s o .)
1796- 1851.
(1 ) E l In d iscreto^ n ú tn . 6 4 , c o r r e s p o n d i e n t e a l d í a 20 d e A p o s t o
d e 1885.
concluyó con el pacto fraternal del 8 de O ctu
bre de 1 8 5 1 .
« L os sucesos daban al General Garzón en
aquellos momentos una misión sublim e: reparar
las ruinas de la guerra y consolidar la concordia
entre todos los orientales. L a opinión lo desig
naba con fe y entusiasmo para ocupar la Presi
dencia de la República, pero la muerte lo llevó
el l .° de Diciembre de ese mismo año. Graves
males se derivaron de este inesperado falleci
miento, porque privada entonces la patria del
único hombre que por sus circunstancias extra
ordinarias podía servir de lazo de unión entre
todos, se reabrió el abismo de la guerra civil,
que duró veinte años más y que no ha cesado
sino para dar lugar á otros males, que llenan de
zozobra el presente y de incertidumbre el por
venir. »
E n su larga vida militar, jamás se separó de
la línea de conducta marcada por la inflexible
ordenanza, de la que fue fiel observador; militar
pundonoroso, no habría admitido un ascenso en
su carrera á no ser ganado por rigurosa antigüe
dad ó por méritos contraídos en acción de gue
rra. Estaba dotado del talento de la estrategia,
como se justificó en la batalla de ltuzaingó, ga
nada porque el General en jefe, contra el torrente
de Ja opinión del Estado M ayor, siguió los pla
nes del bizarro militar oriental. En muchos com
bates su energía venció las dificultades y desven
tajas en que con frecuencia solían verse las tro
pas de su mando. Su reputación de militar or
ganizador era tan grande, que le entregaban las
huestes más desmoralizadas y él las transfor
maba en breve en cuerpos admirablemente dis
ciplinados.
A dem ás de ser cumplido caballero, de carác
ter franco y noble, de persuasiva palabra y cul
tas maneras, era bastante instruido; leal hasta
en la confesión de sus propios errores, que él
mismo reconocía, y tan honrado, que la muerte
lo sorprendió en la m ayor pobreza. D e aquí que
esta gran pérdida afectase vivamente á todos, y
que los gobiernos de su patria y de Entre R íos
se apresurasen á tomar parte en el sentimiento
general que ella produjo.
TEODORO VILARDEBÓ.
(célebre m é d ic o y f il á n t r o p o .)
1805 - 1857.
14 ■
pitlos y el aprecio de sus maestros, hasta el punto
de que fuese elegido para trasladarse al norte de
Europa con objeto de estudiar, en compañía de
otros higienistas y médicos, los caracteres del có
lera morbo asiático, que á la sazón se había des
arrollado en aquella parte del V ie jo Mundo.
Vuelto á su país, adonde llegó antes que él la
fama de su ilustración, se dedicó con fe inque
brantable y Yocación decidida á su noble carrera,
de la que hizo siempre un verdadero aposto
lado, como lo prueban sus actos de generosidad,
su espíritu caritativo, y sobre todo la causa de
su temprana muerte.
Establecido en Montevideo, ensanchó sus co
nocimientos mediante estudios prolijos, á los que
aplicó sus grandes facultades, pues su deseo ve
hemente de saber no se satisfacía sino pasando
largas horas en su gabinete de lectura, dedicado
á profundizar los diversos problemas de la cien
cia médica. Su talento y su modestia no le ena
jenaban simpatías, porque iban aparejados de vir
tud y desinterés; de tal modo, que sus colegas
frecuentaban su trato como atraídos por el res
peto que infundía.
E n sus relaciones con sus clientes, que en
breve fueron numerosos, era afable sin mojigate
ría, cortés sin afeminamiento, sencillo sin jactan
cia y correcto sin presunción. Am oldaba su con
ducta a la índole del enfermo, y lo mismo descen
día á las puerilidades del niño, que hacía valer su
ascendiente sobre los adultos. Perspicaz y obser
vador, le era fácil darse cuenta de la condición
de sus enfermos, con quienes confraternizaba muy
pronto. Esta norma de conducta le facilitaba,
como es natural, el éxito de su noble y delicada
misión y le granjeaba el cariño de todos.
L os humildes, los pobres, los menesterosos ci
fraban en él sus esperanzas cuando alguna en
fermedad los postraba en el lecho, porque sabían
que no llamarían en vano á las puertas del m o
desto sabio oriental, quien, de la pronta, asidua
y cuidadosa asistencia médica, jamás hizo cues
tión de cálculo, ni de lucro, sino acto de caridad:
obligación impuesta más por sus sentimientos y
su conciencia, que cumplida como deber profe
sional.
* Muchas veces, — dice D e - María, — V ila r-
debó se encontró con infelices que yacían lu
chando con la muerte, sin otra ayuda para sostener
esa lucha que el desamparo y la miseria espantosa.
Entonces su nobilísimo corazón comprendía que
para el enfermo desvalido, el médico no era su
ficiente si el filántropo no lo acompañaba. Enton
ces desempeñaba caritativo ambas misiones. E l
facultativo recetaba y el filántropo dejaba su
bolsa para que el enfermo tuviese la asistencia y
los medicamentos necesarios.»
E n cuanto á ios ricos, los poderosos, aprecia
ban en mucho las opiniones del doctor Vilardebó,
tenían gran respeto á su talento y no menos afecto
á sus nobles procederes, para dejar de consultarlo
y servirse de él cuando la salud se quebranta, el
dolor postra y la esperanza se pierde.
A todos atendía por igual, para todos estaba
su ciencia dispuesta, sin que lo preocupasen la je
rarquía social ó los mayores ó menores bienes
de fortuna del paciente: que ésta habría sido para
el Hipócrates uruguayo cuestión ofensiva á su
dignidad de hombre, de filántropo y de mé
dico.
Todavía llevó Vilardebó más lejos su amor á
la ciencia, tomando nuevos derroteros que lo ha
bilitasen para escribir la historia política y civil
de su país, su territorio geográficamente consi
derado y el origen de las primitivas razas que lo
habitaron; en efecto, volvióse á Europa para
adquirir los conocimientos que él creía necesarios
á fin de ventilar con ciencia y aprovechamiento
los diversos problemas que tienen relación con la
historia, la geografía y la etnología.
« E l doctor Vilardebó (decía poco después de
su fallecimiento el ilustrado doctor don Juan M a
ría Gutiérrez) habría sido estimado en cualquiera
parte del mundo por sus luces, por su noble ca
rácter, por su constante devoción á las ciencias
y al estudio; pero en esta parte de Am érica, donde
tan pocos de sus hijos se consagran por puro
amor, por irresistible vocación, al cultivo de los
conocimientos recónditos que tienen por base la
observación y el cálculo, era una especie de ex
cepción y un objeto de orgullo para los hombres
de su propio origen. »
En cuanto á los servicios prestados á la R e
pública, fueron numerosos, ya en los puestos pú
blicos que desempeñó como miembro de la Junta
de H igiene y médico de Sanidad, bien escribiendo
memorias sobre higiene pública y privada, pro
moviendo la reorganización de la biblioteca p ú
blica y fomentando la idea de fundar un museo
de historia natural.
V uelto de su segundo viaje al V ie jo Mundo,
no abandonó la medicina, pero repartió el tiempo
de que disponía entre el ejercicio de ésta y el es
tudio de las nuevas ciencias á que se había de
dicado, menos afanoso de gloría que aguijoneado
por el deseo de hacer bien á su país. Su método
de vida cambió algún tanto, sus horizontes fue
ron más vastos, sus miras m ás elevadas y la clase
de investigaciones á que se dedicó m ás variada.
Sus ocupaciones fueron el estudio de la histo
ria patria y la naturaleza del territorio nacional.
A este género de trabajos se hallaba entregado
cuando sobrevino la fiebre amarilla de 1 8 5 7 , que
azotó horriblemente á la ciudad de Montevideo.
D esde los primeros días del flagelo, Vilardebó
ocupó f-u puesto de filántropo y médico, concu
rriendo afanoso á atender á los que caían víc
timas del mal reinante; pero su concurso no al
canzó á la conclusión d éla epidemia, porque antes
que ésta llegase á su fin, aquel carácter entero,
aquel hombre decidido que tanto se sacrificó por
los suyos, caía también fulminado por el rayo de
la muerte, que lo arrebató del seno de sus seme
jantes con hondo pesar de todos.
E ra el doctor don Teodoro Vilardebó alto de
estatura, de semblante simpático, benévolo en sus
modales y correcto en la frase, á pesar de los va
rios idiomas que poseía, y estaba, cuando fa
lleció, en la plenitud de su robustez y fuerza.
Com o hombre de ciencia, era el sabio m ás m o
desto; como hombre de corazón y de civismo,
ocupó un alto rango entre sus conciudadanos.
Alejado d éla escena política, más por educación
y por carácter que por exigencias profesionales,
lamentó siempre los extravíos de los partidos y
lloró sinceramente las desgracias de su tierra.
Para el no hubo colores ni banderías: todos eran
hermanos. E n el silencio de su hogar, como en el
seno de sus amigos, su espíritu y su corazón es
taban siempre fijos en los dolores de la patria y
de la humanidad.
« E l doctor Yilardebó es la encarnación de la
ciencia medica llevada hasta el sacrificio de la
vida en el ejercicio de su augusto sacerdocio(1}
1813 - (881.
1823- 1863.
1845 - 1879.
]8 5 9 - 1886.
1819- 1894 .
In d ic e . fo-maTo
;i r;' §
P ágs.
P r ó l o g o ............................................................................................... 5
A d v e r t e n c ia ............................................................................... 9
J osé R ondeau, (G u e rr e r o de la In d e p e n d e n c ia
a m e ric a n a ), . ............................................. 1 05
J o a q u í n S u á r e z . (M o d e lo de v irtu d y p a trio tis m o ). 117
J u a n A n t o n io L a v a l l e j a . (J^pfe de los T re in ta y
T re s p a t r i o t a s ) ...................................................... 127
F r u c t u o s o R i v e r a . { P rim e r P re s id e n te C o n s titu
cional ) ....................................................... .... . 137
S a n t i a g o V á z q u e z . (P o lític o , d ip lo m á tic o y p u b li
cista ) ..................................................................... 1 49
F r a n c is c o A c u í Ía d e F i g u e r o a . (P o e ta fe s tiv o ). 159
L u is E d u a r d o P é r e z . (D is tin g u id o h o m b re p ú b lic o ) 167
L u c a s J o s é O b e s . (O ra d o r, p o lític o , h o m b re p ro g re
sista y estad ista n o t a b l e ) ....................................... 175
J o s é M a r í a R e y e s . (G e ó g ra fo , ingeniero y topó
g ra fo ) ..................................................................... 1 85
E u g e n i o G a r z ó n . ( M ilit a r ilu s trad o y p u n d o n o ro so ) 199
T e o d o r o V j l a r d e b ó . (C é le b re m édico y filá n tro p o ) 207
J a c i n t o V e r a . (P r im e r O b isp o de M o n te v id e o ) - 217
E d u a r d o A c e v e d o . (N o ta b le ju ris c o n s u lto y codi
fica d o r ) ........................................ 2 25
J o s é P e d r o V a r e l a . (A u to r de la re fo rm a e sc o lar) 2 33
T e ó f i l o D a n i e l G i l . (E je m p lo de c a rá c te r y p a trio
tis m o ) ..................................................................... 2 45
P a s c u a l H a r r i a g u e . (In ic ia d o r d e l c u ltiv o de la
vid en el U r u g u a y .) ........................................ 2o3
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