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Dorothy Eady, más conocida como Omm Seti, ha protagonizado una de las historias más
increíbles dentro del intrigante mundo de la Egiptología. Atraída por una
percepción mística que solamente pudo responder en Abydos, esta inglesa fue quizás
la figura más importante de entre los no pocos egiptólogos que alguna vez fueron
cautivados por el lado oscuro del Egipto milenario.
Vuelta a casa
Asentada en Gizeh durante dos décadas, esta excentric lady, tal y como fue llamada
por sus contemporáneos, se casó con Iman Abd El Megid, a quien había conocido poco
antes en Londres. Con él tuvo un hijo, de nombre Seti, lo que hizo que desde aquel
momento, todo el mundo la llamara Omm Seti, «la madre de Seti».
En los 20 años que estuvo en la zona de Menfis, participó en las excavaciones de
muchos lugares importantes de la meseta de las pirámides, realizando publicaciones
de monumentos que luego arqueólogos como Selim Hassan o Ahmed Fakhry publicaban
como propios, postergando a un segundo plano el trabajo de esta mujer. Y aunque
pueda parecer extraño, incluso a sabiendas de que la clave de su vida se encontraba
a cientos de kilómetros al sur de Gizeh, en Abydos, Omm Seti no viajó a esta ciudad
hasta 1952.
Transferida 4 años después por el Servicio de Antigüedades hasta Abydos, en ese
mismo año (1956) Omm Seti comenzó su verdadera vida. Separada de su esposo y
olvidada por su hijo, habitó una modesta casa de adobe. Sus únicos compañeros
durante años fueron varios gatos, una oca, su burro y de vez en cuando alguna
serpiente. Pero su verdadero dominio fue el templo de Seti. En sus diferentes
santuarios continuó los antiguos rituales sagrados de los egipcios, recuperando por
medio de la interpretación de los relieves del templo, su significado ya perdido.
Imbuida totalmente en la vida de los antiguos egipcios, profesando incluso la
religión de Osiris y celebrando sus fiestas o llevando a cabo sus ofrendas como si
estuviera viviendo en 1500 antes de nuestra Era, Omm Seti llegó a conocer algunos
de los secretos mejor guardados de la magia de los faraones. Su excepcional estudio
de la lengua jeroglífica, que aprendió en Londres de la mano de todo un maestro de
la época, Sir Wallis Budge, le permitió acceder a los entresijos mágicos que
abundaban en los conocidos Textos de las Pirámides o en el Libro de los Muertos.