Está en la página 1de 3

Atrapada en un túnel del tiempo que la llevaba continuamente al antiguo Egipto,

Dorothy Eady, más conocida como Omm Seti, ha protagonizado una de las historias más
increíbles dentro del intrigante mundo de la Egiptología. Atraída por una
percepción mística que solamente pudo responder en Abydos, esta inglesa fue quizás
la figura más importante de entre los no pocos egiptólogos que alguna vez fueron
cautivados por el lado oscuro del Egipto milenario.

OmmSeti02Mrs. Eady miraba con horror el cuerpo inconsciente de su hija Dorothy. La


pequeña de 3 años de edad, acababa de sufrir un grave accidente precipitándose
escaleras abajo en su casa de Londres. La pronta venida del médico no pudo eludir
lo que parecía a todas luces inevitable. Tras inspeccionar a la niña y comprobar la
ausencia total de aliento, el doctor firmó el fallecimiento de la pequeña.

El desplome de la familia fue inmediato. Tras dejar el cadáver de Dorothy sobre la


cama de su habitación, el doctor regresó al salón para acompañar a los
desconcertados padres, incapaces de admitir lo que les estaba pasando.
Transcurridos sesenta minutos el médico volvió a la habitación de la niña.
Estupefacto descubrió, no un cadáver inerte sino a una inquieta niña jugando sobre
la cama, ajena a todo lo que había ocurrido momentos antes. La delicada Dorothy no
lo sospechaba, pero alguien había regresado desde un pasado muy remoto para
revivirla.

El despertar de los antepasados


OmmSeti03Dorothy Louis Eady (1904-1981), ha sido y será una de las figuras más
introvertidas que ha dado la Egiptología académica. Sin embargo, sus primeros pasos
en este terreno no se desarrollaron ni en una universidad ni en el plano físico
convencional. Un año después de sufrir aquél aparatoso accidente, Dorothy comenzó a
tener de forma continuada extraños sueños en los que veía un misterioso edificio
columnado, rodeado de jardines repletos de toda clase de árboles frutales. Cada vez
que los recordaba, una extraña desazón estremecía el cuerpo de la niña. Dirigida
por una extraña intuición mística, Dorothy no cesaba de repetir a sus padres un
angustioso «¡quiero volver a casa!», como si realmente aquella modesta vivienda
londinense no fuera su hogar natural.
Sus padres, desconcertados por el incomprensible comportamiento de la niña, la
interrogaban sobre esa extraña casa; preguntas a las que Dorothy no sabía contestar
ya que solamente podía guiarse por sus misteriosas visiones oníricas.
La respuesta a todas estas intrigantes preguntas no tardaría en llegar. En una
visita casual al Museo Británico se produjo un espectáculo que puso el vello de
punta a los padres de Dorothy. Nada más entrar en la inmensa sala egipcia, la niña
se separó de ellos y corrió a besar los pies de las estatuas que allí se
encontraban. Ante el asombro de sus padres, que no daban crédito a lo que veían, la
pequeña comenzó a intuir la respuesta de muchos de los interrogantes que la habían
atormentado en los últimos meses.
¿De dónde podría venir ese afecto por el antiguo Egipto? No tardaría en
descubrirlo. Poco después, de forma también casual, Dorothy pudo por fin ver su
verdadera casa en la fotografía de un periódico local. Se trataba del mismo lugar
con el que ella había soñado infinidad de veces. Antaño rodeado de jardines y
estanques, reconoció el templo de Osiris en la ciudad de Abydos, uno de los lugares
más fascinantes de todo Egipto.
El círculo se fue cerrando, y solamente quedaba saber quién era el instigador de
todo aquel extraño proceso místico.

La preferida del rey


OmmSeti04Cuando Dorothy contaba con 14 años, cierta noche se le apareció una
extraña figura cubierta con una túnica blanca y una capa azul. No tuvo duda de
quién era esa misteriosa aparición: se trataba, ni más ni menos, del faraón Seti I,
el mismo que mandó construir «su casa», el templo de Abydos.
Una vez realizado el contacto, y como si se tratara de fichas de dominó, los
acontecimientos se sucedieron en cascada de forma súbita. A lo largo de casi diez
años, Dorothy comenzó a recibir en las noches de luna llena pequeños mensajes por
medio de la escritura automática. Nada de particular hubieran tenido estos mensajes
si no fuera porque estaban redactados en la escritura jeroglífica de los antiguos
egipcios. A través de estos comunicados, Dorothy comenzó a comprender, maravillada,
su auténtica realidad.
A lo largo de diferentes fragmentos recibidos en días distintos, con mucho trabajo,
consiguió aglutinar un pequeño manuscrito de 70 páginas. Su «confidente» desde el
Más Allá, un tal Hor-Ra, le dictó en varios pasajes grandes retazos de la vida
anterior de la muchacha. Dorothy descubrió que en otra vida había sido una joven
llamada Bentreshyt y que había crecido desde los 3 años en el templo de Abydos.
Allí fue dejada por su padre, un militar incapaz de hacerse cargo de la niña
después de que su madre, una modesta vendedora de frutas, falleciera.
Con 29 años, un pasaje de barco permitiría a Dorothy Eady, por fin, marchar en
busca de su pasado y resolver para siempre su gran enigma interior. En 1933 llegó a
Port Said donde tomaría un tren hasta la capital cairota. Salvo en un par de
ocasiones, no abandonaría jamás su tierra de adopción.

Vuelta a casa
Asentada en Gizeh durante dos décadas, esta excentric lady, tal y como fue llamada
por sus contemporáneos, se casó con Iman Abd El Megid, a quien había conocido poco
antes en Londres. Con él tuvo un hijo, de nombre Seti, lo que hizo que desde aquel
momento, todo el mundo la llamara Omm Seti, «la madre de Seti».
En los 20 años que estuvo en la zona de Menfis, participó en las excavaciones de
muchos lugares importantes de la meseta de las pirámides, realizando publicaciones
de monumentos que luego arqueólogos como Selim Hassan o Ahmed Fakhry publicaban
como propios, postergando a un segundo plano el trabajo de esta mujer. Y aunque
pueda parecer extraño, incluso a sabiendas de que la clave de su vida se encontraba
a cientos de kilómetros al sur de Gizeh, en Abydos, Omm Seti no viajó a esta ciudad
hasta 1952.
Transferida 4 años después por el Servicio de Antigüedades hasta Abydos, en ese
mismo año (1956) Omm Seti comenzó su verdadera vida. Separada de su esposo y
olvidada por su hijo, habitó una modesta casa de adobe. Sus únicos compañeros
durante años fueron varios gatos, una oca, su burro y de vez en cuando alguna
serpiente. Pero su verdadero dominio fue el templo de Seti. En sus diferentes
santuarios continuó los antiguos rituales sagrados de los egipcios, recuperando por
medio de la interpretación de los relieves del templo, su significado ya perdido.
Imbuida totalmente en la vida de los antiguos egipcios, profesando incluso la
religión de Osiris y celebrando sus fiestas o llevando a cabo sus ofrendas como si
estuviera viviendo en 1500 antes de nuestra Era, Omm Seti llegó a conocer algunos
de los secretos mejor guardados de la magia de los faraones. Su excepcional estudio
de la lengua jeroglífica, que aprendió en Londres de la mano de todo un maestro de
la época, Sir Wallis Budge, le permitió acceder a los entresijos mágicos que
abundaban en los conocidos Textos de las Pirámides o en el Libro de los Muertos.

Charlas con Seti


OmmSeti05A lo largo de su vida fueron numerosas las ocasiones en las que tuvo la
oportunidad de protagonizar encuentros nocturnos con el faraón Seti I, llegando
incluso a realizar el acto sexual. Durante las tertulias que mantenía con el
antiguo monarca egipcio, Omm Seti solía preguntar acerca de algunos de los
problemas que más la inquietaban, como la existencia de la Atlántida y la vida
extraterrestre.
Sobre el primero de ellos y siguiendo lo descrito en el propio diario de Omm Seti,
el 29 de julio de 1972, el monarca le dijo que «cierto día un navegante procedente
de la isla de Creta me relató una historia similar. Según este hombre, el mar
Mediterráneo fue hace mucho tiempo una gran extensión de tierra que cierto día se
hundió. De este continente perdido solamente habían podido salvarse las cimas de
las montañas que hoy forman las islas griegas del Egeo».
Sin embargo, esta historia no tenía nada que ver con el origen atlante de Egipto.
Según lo transmitido por el antiguo faraón, el nacimiento de esta civilización no
distaba mucho de los modernos postulados académicos.
Dos años más tarde, el 29 de agosto de 1974, en otro encuentro con el faraón, éste
habló a Omm Seti de la vida en otros planetas. «Existe una tradición heredada por
los hombres sabios del tiempo de nuestros ancestros que dice que las estrellas son
mundos redondos, unos grandes y otros pequeños». Seguidamente, Seti I relató
algunos de sus fantásticos viajes por estos planetas sin especificar el medio de
locomoción empleado. Según el monarca, muchos de ellos estaban habitados por seres
humanos. Sin lugar a dudas, lo más espectacular de todo es la descripción futurista
realizada por el faraón de una gran ciudad con calles anchas y «cosas metálicas con
ventanas y asientos en el interior pero que no tenían ni alas ni ruedas».

El final de un gran sueño


Gracias a Omm Seti podemos ver hoy la reconstrucción total del templo de Abydos.
Ayudada de los numerosos viajes astrales que realizó, en los que dejaba volar fuera
de su cuerpo el «akh», término que empleaban los egipcios para llamara al astral,
esta mujer pudo reconstruir con paciencia los 2.000 bloques de relieves que hasta
llegar ella, permanecían desparramados por el suelo del templo a la intemperie.
Con una frialdad admirable, Omm Seti nunca tuvo reparos en organizar celosamente su
funeral con enorme antelación, igual que si hubiera vivido en el antiguo Egipto. Lo
dejó todo preparado para que fuera inhumada en el pequeño patio que había junto a
su casa. Sin embargo, por problemas burocráticos no pudo ser así. A pesar de todo,
Egipto, respaldado por la comunidad egiptológica al completo, que siempre admiró y
respetó a esta excentric lady, le otorgó un lugar de honor en el mejor de los
paraísos que un egipcio podía esperar: ser enterrado en el occidente, no lejos del
templo que fue su casa, para seguir así el curso de los rayos del sol en el
atardecer.

También podría gustarte