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Algunos pensadores...

que han teorizado sobre el PODER


ARISTÓTELES
El científico de la Antiguedad
Dominio y poder
Dominio es una forma del poder en la que hay roles fijos o funciones; en la que los amos mandan y
los esclavos obedecen; donde los roles no pueden intercambiarse: los mismos sujetos desempeñan
siempre las mismas funciones. El dominio es el poder despótico. Su estructura es rígida y
asimétrica.

Para Aristóteles, la mejor o más perfecta relación de poder es la política, en la que los que mandan
y los que obedecen no son siempre los mismos, sino que van rotando en el ejercicio de las
magistraturas. La política es la relación de poder propia de los hombres libres, de la condición del
ciudadano. Si la lógica de la comunidad doméstica se traslada a la comunidad política, ésta se
desnaturaliza. Pero no podría haber una comunidad de hombres libres, es decir, una comunidad
política, si no hubiese unos hombres que dediquen sus vidas al trabajo, posibilitando el ocio que
requiere el ejercicio de la libertad de los otros.

El poder y el dominio nunca podrían ser equivalentes, pero son, en cierto sentido,
complementarios: puede haber hombres que intercambian roles porque hay otros que tienen roles
fijos. Podría plantearse si la teoría aristotélica aporta categorías para comprender lo que sucede en
las sociedades modernas.
Para Aristóteles, tanto las relaciones de poder como las relaciones de dominio son naturales, es
decir, de acuerdo a la naturaleza de las cosas. El dominio no tiene una valoración negativa, sino
que es una forma de relación inferior a la política. Lo que tiene valoración negativa para Aristóteles
es lo que es impedido en su desarrollo o apartado de su curso natural. Lo negativo es que un ser no
desarrolle todas sus potencialidades por un impedimento exterior.

Diferencia también las distintas formas de gobierno, posibles e históricas, en que los hombres libres
han organizado sus relaciones de poder. Dentro de estas formas políticas de poder establece una
jerarquización valorativa desde la monarquía (la mejor) hasta la tiranía (la peor).

La jerarquización valorativa, como la distinción entre las tres formas legítimas e ilegítimas de
gobierno, es efectuada en base a su relación con el bien común, que es el fin de toda comunidad y
de todo gobierno de la comunidad.

En las formas legítimas, el que manda lo hace en función del bien común, mientras que en las
formas ilegítimas, lo hace en su propio beneficio, como el déspota en la esfera doméstica.Es natural
tratar de conseguir el bien propio en la comunidad doméstica, pero es ilegítimo hacerlo en la esfera
política. El despotismo en la esfera política es antinatural.
Desde el punto de vista lógico, una comunidad de hombres libres sólo puede tener tres formas de
gobierno: el gobierno de uno solo (monarquía), el gobierno de algunos (aristocracia) o el gobierno
de todos (democracia). Formal y abstractamente, a partir de las características propias de cada una
de las tres formas posibles, establece una jerarquización, ponderando defectos y virtudes, ventajas
y perjuicios.

Este orden jerárquico es: monarquía, aristocracia, democracia (formas legítimas), demagogia,
oligarquía y tiranía (formas ilegítimas). Abstractamente, es decir, sin tener en cuenta las
condiciones particulares histórico-culturales de cada comunidad, para Aristóteles la mejor forma de
gobierno es la monarquía.

Pero de acuerdo a las circunstancias y condiciones particulares de cada comunidad habrá que
determinar cuál es la mejor forma de gobierno en esas condiciones.

Para Aristóteles, toda comunidad está dirigida a algún bien. El bien de la comunidad doméstica es
garantizar los niveles elementales de la vida: la manutención y la reproducción. Las lógicas de lo
político y de lo doméstico están diferenciadas y separadas.
Conclusión

La crítica más inmediata que podría hacerse a la sociedad actual desde el


punto de vista de Aristóteles sería, precisamente, que la economía se ha
invadido todas las esferas de la vida de la comunidad.

La sociedad capitalista actual supone que el consumo es la forma básica de


toda relación social y no admite otras.

Una postura aristotélica sostendría que el consumo es lícito dentro de


ciertos límites, como condición de posibilidad de otras formas de relación
“mejores”: las relaciones políticas.
Santo Tomás
de Aquino

Filósofo y teólogo de la Alta Edad Media


Santo Tomás como pensador cristiano y teólogo considera que Dios es el Bien Supremo, por ello la
ética y la vida humana tienen como referencia última a Dios, que es el mayor Bien, por encima de los
bienes particulares de este mundo. El hombre puede encaminar su vida hacia la virtud y hacia Dios,
obrando bien; pero también puede obrar mal (desde un punto de vista moral) porque tiene libertad o
libre albedrío. (término: libertad)

En cuanto a la dimensión social del ser humano, se preocupa por la justicia, por el bien común, por
las formas de gobierno que pueden conseguirlas. Santo Tomás sigue en estos temas al que considera
el gran filósofo de la antigüedad; Aristóteles.

Santo Tomás distingue, como Aristóteles, diversas formas de gobierno, pero propone la Monarquía
como la mejor, porque garantiza más el orden unitario de la sociedad, y por su semejanza con el
gobierno ideal que Dios tiene con respecto del mundo.
La peor forma de gobierno es, en definitiva, la tiranía porque el gobernante actúa ordenando el bien
común al suyo particular. A pesar de esto, Santo Tomás no tiene por lícito matar a los tiranos.

Siguiendo a Aristóteles, exigirá que el monarca actúe de forma racional buscando siempre el bien
común y la justicia. Pero desde sus planteamientos religiosos, el paralelismo entre Dios como
gobernante del mundo, y el monarca o rey como organizador del Estado, era para él muy claro.

El fin de la sociedad y del Estado es el bien común, la justicia. El Gobernante o el Rey no


pueden actuar de forma caprichosa o arbitraria. El hecho de tener el poder no justifica sus
comportamientos injustos.
El Estado, el gobierno civil o humano, tiene como asuntos de su competencia la organización social
de los hombres en aquellos campos propios de la vida en este mundo, pero en aquellos que hacen
relación a la dimensión religiosa, al Bien Supremo divino, la competencia pertenece a Dios y sus
representantes en la tierra, el Papa y la Iglesia.

Las leyes humanas solo serán justas si están de acuerdo con la ley natural racional, que es regla,
medida y primer principio de los actos humanos.
Corresponde a la ley regular los actos individuales orientándolos hacia la consecución del bien de la
colectividad y aunque expresa el deseo de la colectividad, nunca anula el deseo particular,
simplemente los jerarquiza, sobresaliendo el bien común por encima de lo particular.

En la naturaleza humana se encierran inmensas fuerzas que deben ser encauzadas por la disciplina
porque el hombre puede inclinarse fácilmente a seguir sus gustos y caprichos. Santo Tomás, citando
a Aristóteles, dice que el hombre por la ley es el ser más noble, pero que sin ley es el "más bruto
animal".

Según el pensamiento clásico y lo dicho por Santo Tomás, el fin del Estado es conducir a los
ciudadanos a una vida feliz y virtuosa. Para ello es necesario, ante todo, la paz. Y para asegurar la
paz en el Estado, es necesaria la justicia.
Además, el fin del Estado no debería ser solo terrenal, sino que debería conducir también a la
felicidad en Dios, por eso, el Estado debe cuidar de no poner obstáculos a los ciudadanos para que
puedan conseguir este propósito supra-terreno.

En primer lugar, entendemos por poder: domino, majestad, potestad y servicio. Para Santo Tomás es
claro que el poder no tiene sentido si no es servicio. El poder puede ser ambiguo porque fácilmente
puede ser servicio o puede ser tiranía y dominación. El buen uso del poder para regir a los otros es
saludable, pero el abuso es cosa pésima; el poder se puede prestar tanto para el bien como para el
mal.
En segundo lugar, Tomás afirma que el poder procede de Dios, distanciándose intelectualmente de
Aristóteles, quien afirma que el poder procede de la asociación de los hombres.

Anexo sobre la ley:


La ley positiva es la consignación de las leyes naturales que radican en la racionalidad del hombre,
por eso, en la ley natural no cabe ignorancia alguna porque ésta es única, inmutable y conocida por
todos los hombres. Cuando esta ley natural se pone por escrito, se convierte en ley positiva.
De lo anterior deducimos que las leyes positivas deben ajustarse y corresponder a las leyes
naturales. Por eso, toda ley positiva deben ser: justas (conforme a la ley natural), morales,
físicamente posibles, fieles a las tradiciones de los pueblos, acomodada al tiempo y el espacio,
necesarias, aptas para el fin, promulgadas y tendientes al bien común.
Nicolás Maquiavelo

El padre
de la Ciencia Política
En la obra más reconocida de este autor florentino, El príncipe, Maquiavelo muestra el desinterés
del gobernante por el bien común y tampoco es relevante para el mismo, el tipo de organización
del Estado (república o principado de cualquier tipo), mientras se encuentre bien ejercido el poder.

Podemos decir incluso que su análisis no se remite al ejercicio del poder, sino también a los
factores que influyen en su adquisición y conservación, y ha de ser por eso que dedica sus consejos
a un "príncipe nuevo" que tendrá que defender constantemente su poder frente a sus súbditos y a
las potencias vecinas.

Maquiavelo presenta cuatro maneras de adquirir el poder, a las cuales podrán corresponder
diferentes maneras de conservarlo o perderlo. Se adquiere por virtus (es decir por energía,
resolución, talento, valor indómito y si se quiere feroz) [...], o por fortuna [...] También tiene en
cuenta las adquisiciones por perfidia, y hasta las adquisiciones por el favor, el consentimiento de
sus ciudadanos.

Asimismo, los innumerables consejos políticos que llenan las páginas de El príncipe no tienen otro
objetivo que el mismo poder. Cuando se recomienda al príncipe tener medios de coacción
disponibles, cultivar los vicios necesarios, ser más temido que amado, o ser a la vez el zorro y el
león, no se le está señalando el camino a la eternidad (fin religioso), ni a la riqueza (fin
económico), sino al poder per se (entendiendo por éste, el fin político por excelencia).
A la política le es indispensable la existencia de una relación de poder (si no hubiera una
subordinación del gobernado desaparecería la distinción entre gobernado y gobernante). De ello
sacamos dos conclusiones:

1- en primer lugar, que las relaciones de mando y obediencia, ya se den en el terreno religioso,
económico o militar, constituyen relaciones políticas;

2- en segundo lugar, que el poder ejercido por el gobernante sobre el gobernado constituye la
relación de poder por excelencia.

Maquiavelo encuentra en esta relación aquello que constituye lo puramente político, y el objeto de
su análisis; cómo ha de darse la relación de poder y cómo deberá actuar el gobernante en cada
situación.

No importará tanto la relación con el extranjero (gobernante–gobernante) cuanto el orden interno,


pues en el caso de ser atacado, no hay mejor defensa que la unidad de los súbditos bajo su
príncipe (Maquiavelo, 2002: 113), y en el caso de invadir "por fortísimo ejército que tenga un
príncipe, necesita de la buena voluntad de los habitantes para ocupar un territorio" (Maquiavelo,
2002: 23).

El príncipe es fundamentalmente un estudio del comportamiento eficaz de un gobernante sobre


determinados gobernados.
Thomas Hobbes

El filósofo y político
de la modernidad
Hobbes no creyó que las formas de gobierno podían dividirse entre buenas y malas y tampoco que
pudiera existir un gobierno mixto, es decir, un gobierno donde la soberanía se repartiera entre
diferentes sectores sociales.

Si creía que el poder era absoluto e indivisible, y por ello mismo ha sido considerado el gran teórico
de las monarquías europeas de aquellos siglos. Hablar del Estado como forma de organizar a un país
no era muy común por entonces. Maquiavelo había inaugurado, en cierta forma, esta tradición tan
sólo unas décadas antes que Hobbes. Pero el filósofo inglés venía ahora no sólo a continuar este
pensamiento moderno, sino a confirmar que el poder debía ser delegado en el Estado. Esto se llevaría
adelante a través de un pacto social.

Suponía esta idea que, al ser “el hombre lobo del hombre”, para evitar desgarramientos sociales,
debían concertar un pacto donde cada uno entregara su cuota de soberanía a un soberano
y éste, con los derechos cedidos de forma irrenunciable, tendría la capacidad de poner
orden y seguridad.

“Dícese que un Estado ha sido instituido cuando una multitud de hombres convienen y pactan, cada uno con cada uno, que a
un cierto hombre o asamblea de hombres se le otorgará, por mayoría, el derecho de representar a la persona de todos (es
decir, de ser su representante). Cada uno de ellos, tanto los que han votado en pro como los que han votado en contra, debe
autorizar todas las acciones y juicios de ese hombre o asamblea de hombres, lo mismo que si fueran suyos propios, al
objeto de vivir apaciblemente entre sí y ser protegidos contra otros hombres.“
En su obra más famosa, Leviatán, Hobbes señaló el paso de la doctrina del derecho natural a la
teoría del derecho como contrato social.

El pensamiento moral de Hobbes es difícil de separar de su política… lo que debemos hacer depende
en gran medida de la situación en la que nos encontramos.

Donde falta la autoridad política (como en su famosa condición natural de la humanidad), nuestro
derecho fundamental parece ser salvar nuestras pieles, por cualquier medio que creamos oportuno.
Donde existe la autoridad política, nuestro deber parece ser bastante sencillo: obedecer a los que
están en el poder.

En el destino político del ser humano, según Hobbes, se puede esperar poca felicidad. Lo mejor que
podemos esperar es una vida pacífica bajo un soberano autoritario. Lo peor, según cuenta Hobbes,
es lo que él llama la «condición natural de la humanidad», un estado de violencia, inseguridad y
amenaza constante. En líneas generales, el argumento de Hobbes es que la alternativa al gobierno
es una situación que nadie podría razonablemente desear y que cualquier intento de hacer que el
gobierno rinda cuentas al pueblo debe socavarlo, lo que amenaza la situación no gubernamental
que todos debemos evitar. Nuestra única opción razonable, por lo tanto, es una autoridad
«soberana» que es totalmente inexplicable para sus súbditos.( el Leviatan)
KARL MARX

El filósofo
revolucionario
Al centrar Marx su atención en el sujeto del poder, deja a un lado como consecuencia el problema de
cómo se ejerce el poder. Asimismo, al partir de una concepción negativa del Estado no prestaría
atención a las formas de gobierno ni delinearía un Estado alternativo, socialista, frente al Estado
representativo, burgués, puesto que en definitiva todo poder estatal sería transitorio y estaría
destinado a desaparecer. Este problema y el de su conquista estarían en el centro de su atención”

En una primera fase de su actividad teórica la atención del joven Marx se concentra en el Estado, en el
poder político. En la sociedad moderna, el Estado separado de la sociedad civil, así como la política,
tienen para él un carácter negativo, como esfera de la enajenación del hombre real y, por tanto,
opuesta a la emancipación humana. Lo “político” en expresiones como “hombre político”, “Estado
político”, “emancipación política” tiene justamente ese carácter o, al menos, un alcance limitado.

En su obra inconclusa El capital, que no es una obra puramente económica, desvinculada de la


política, porque explica el fundamento real de la política, y además ésta debía encontrar un lugar
propio en su crítica de la economía

Así, pues, si la atención de Marx se concentra en el modo de producción capitalista como clave de la
sociedad burguesa, esto no excluye para él la importancia dada a la autonomía y especificidad del
Estado, del poder político, aunque se trate de instancias que no se fundan ni se bastan a sí mismas.
Ahora bien, la importancia de la política y por tanto de la teoría correspondiente reside no sólo en su
autonomía relativa dentro del todo social, sino también en su existencia como práctica, como lucha de
clase que aspira -como dice Engels “a la mayor autonomía posible” en la conquista, el mantenimiento,
transformación y desaparición del poder político. Este poder es precisamente el objetivo de la práctica
política, o con palabras de Marx: “El movimiento político de la clase obrera tiene como objetivo final la
toma del poder político” (carta a Bolte, 29 de noviembre de 1871).

Pero, si en la relación entre lo político y lo económico como instancias del todo social, la atención
principal como clave explicativa la concentra Marx en la base económica y no en la supraestructura
política, cuando se trata de la conquista del poder determinado económicamente, la primacía
corresponde a la práctica política, a la lucha política de clase sobre otras formas de lucha de clase: la
económica y la ideológica.

Tips fundamenentales:

a) El poder político se hace necesario en la sociedad dividida por antagonismos irreconciliables; b) El


poder político es el lugar del orden, de la conciliación de esas contradicciones que, de no resolverse,
conducirían a la destrucción de las fuerzas en pugna; c), El poder llamado a cumplir esta función, sólo
aparentemente, se sitúa por encima de la sociedad, de las fuerzas en conflicto.
Ya sea porque se considere que “el hombre es el lobo del hombre” (Hobbes) o porque la sociedad es un
“campo de batalla” o “la guerra de todos contra todos”, como sostienen Adam Smith y Hegel, el poder
es necesario para poner “orden”, conciliar o equilibrar los intereses opuestos.

La originalidad de Marx está en haber señalado el carácter de clase de las fuerzas en pugna y de los
intereses opuestos. Y consiste asimismo en haber señalado que el orden, equilibrio o solución de las
contradicciones sólo en apariencia tienen un carácter universal; es decir, se halla situado por encima de
los intereses particulares, de clase.

Marx acepta, pues, la idea que recorre el pensamiento político burgués de la necesidad del poder en
una sociedad dividida, pero con el correctivo fundamental de que la función de “orden”,
“amortiguamiento” o “conciliación” de los intereses antagónicos no la cumple ese poder universalmente
sino en interés de una de las fuerzas o clases en pugna. De aquí el segundo concepto medular que
queremos subrayar.

El poder político, estatal, tiene un carácter particular, de clase. ¿De qué clase? De la clase dominante.
Esta tesis básica del marxismo clásico se formula inequívocamente, con respecto a la sociedad
burguesa, en el pasaje del Manifiesto comunista que dice así: “El gobierno del Estado moderno no es
más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa”.
Si atendemos a su contenido fundamental, veremos que para Marx el poder estatal no existe para
administrar o velar por el interés de toda la sociedad sino por el de una parte o clase social de ella.

Existe para velar por sus negocios comunes o interés fundamental de toda la clase. El poder político es,
pues, el poder de toda la clase y, por implicación, no de esta o aquella fracción de esa clase o de un
burgués en particular. Así, pues, la naturaleza del poder reside en su vinculación con la clase a la que
sirve administrando sus intereses o “negocios” comunes.

La clase que en la sociedad moderna, burguesa, da su coloración política al poder es la misma que
domina material y económicamente. Su dominación política está destinada, en definitiva, a mantener y
reproducir las condiciones generales en que se lleva a cabo su explotación económica; es decir, las
relaciones capitalistas de producción. Cualesquiera que sean las formas del poder político burgués cuya
diversidad admite Marx, no puede darse una contradicción de fondo entre el poder político y la
estructura económico social correspondiente. Es decir, la clase que, desde el poder, domina
políticamente, no puede volverse contra la dominación económica que ejerce por el lugar que ocupa en
las relaciones de producción.
Michel Foucault

EL CRÍTICO DE LA
“NORMALIDAD”
Foucault tratará principalmente el tema del poder, rompiendo con las concepciones clásicas de este
término. Para él, el poder no puede ser localizado en una institución o en el Estado; por lo tanto, la
"toma de poder" planteada por el marxismo no sería posible.

El poder no es considerado como un objeto que el individuo cede al soberano (concepción contractual
jurídico-política), sino que es una relación de fuerzas, una situación estratégica en una sociedad en
un momento determinado. Por lo tanto, el poder, al ser resultado de relaciones de poder, está en
todas partes.

El sujeto está atravesado por relaciones de poder, no puede ser considerado independientemente de
ellas. El poder, para Foucault, no sólo reprime, sino que también produce efectos de verdad y saber,
en el sentido de conocimiento.

Para Foucault el poder es una relación asimétrica que está constituida por dos entes: la autoridad y la
obediencia. Es una situación estratégica que se da en una determinada sociedad; el poder incita,
suscita y produce.

En la formación del poder se dan dos elementos, los cuáles son co-originales e interdependientes,
estamos hablando de los dominados y los dominantes, que más que poseer el poder lo ejercen, ya
que éste no se puede adquirir, compartir ni perder, debido a que no es un elemento físico.
Somos actores protagonistas de la resistencia en la cual el poder nos encasilla, debemos ejercerlo o
ser mandados, estando incapacitados de dejar de hacer lo primero o lo segundo. Foucault postula que
el poder no está localizado, en efecto, es un conjunto que invade todas las relaciones sociales.

El poder no se subordina a las estructuras económicas, no actúa por represión sino por normalización,
por lo cual no se limita a la exclusión ni a la prohibición, ni se expresa ni está prioritariamente en la
ley.

El poder produce positivamente sujetos, discursos, verdades, saberes, realidades que logran penetrar
todos los nexos sociales, razón por la cual no está localizado, sino en multiplicidad de redes de poder
en constante transformación, las cuales se conectan e interrelacionan.

También distingue dos técnicas de bio-poder;

La primera es la técnica disciplinaria o anatomía política, que se caracteriza por ser individualizante
del poder, basada en escrutar a los individuos, sus comportamientos y sus cuerpos con el fin de
anatomizarlos, es decir, producir cuerpos dóciles y fragmentados. Está basada en la disciplina como
instrumento de control del cuerpo social, penetrando en él hasta llegar hasta sus átomos: los
individuos particulares. Vigilancia, control, intensificación del rendimiento, multiplicación de
capacidades, emplazamiento, utilidad, etc.
La segunda técnica es la bio-política, que tiene como objeto a poblaciones humanas, grupos de seres
regidos por procesos y leyes biológicas.

Tasas mensurables de natalidad, mortalidad, movilidad en los territorios, etc., que pueden usarse para
controlarla en la dirección que se desee.

El poder se torna materialista y menos jurídico, ya que ahora debe tratar respectivamente, con el
cuerpo y la vida, con el individuo y la especie. El desarrollo del biopoder y sus técnicas constituyen una
verdadera revolución en la historia de la especie humana, ya que la vida está completamente invadida
y gestionada por el poder.

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