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Darcy Tetreault*
Introducción
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A Eric Wolf se le atribuye el uso por primera vez del término ecología polí-
tica en un artículo publicado en 1972, año en que tuvo lugar la Conferencia
de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano en Estocolmo.2 Aquél fue un
periodo en el cual las preocupaciones ecológicas empezaron a recibir mucha
atención de los medios masivos de comunicación, como reflejo del amplio mo-
vimiento medioambiental que estaba formándose en Estados Unidos, Europa
y en otros lugares. Las explicaciones neomalthusianas, que vinculaban el
crecimiento demográfico con la degradación ambiental, eran populares en
los círculos dominantes, con hitos en las publicaciones de Paul Ehrlich (1968),
Garrett Hardin (1968) y Donella Meadows et al. (1972). Poco después, los
enfoques marxistas para analizar los problemas ambientales aparecieron en
trabajos como los de Barry Commoner (1972), Hans Magnus Enzensberger
(1974) y André Gorz (1975), dando énfasis en la necesidad de ver los pro-
blemas ambientales a través del análisis de clases y las consecuencias de las
contradicciones inherentes al desarrollo capitalista por su imperativo cre-
cimiento económico. Además, durante la década de 1970, emergió la
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Véase Bryant y Bailey (1997), Blaikie (1999), Watts (2000), Robbins (2004), Palacio (2006),
Delgado Ramos (2013). En una consideración distinta, Enrique Leff (2012) reporta que el tér-
mino ecología política apareció en la literatura académica en 1935, en un artículo escrito por Frank
Throne. Asimismo, Forsyth (2003) hace referencia a un libro publicado en 1967, por B. Russett,
con el término ecología política en el título.
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Leff ha pasado de un análisis marxista heterodoxo de los procesos ecológicos en las diná-
micas de acumulación del capital (Leff, 1986) a un discurso complejo y epistemológicamente
pluralista en la década del 2000, que se inclina hacia el posestructuralismo. En un texto afirma que
“el discurso de la ecología política no es el discurso lineal que hace referencia a los hechos, sino
aquél de la poesía y la textura conceptual” (2003: 38). De acuerdo con lo anterior, su trabajo
reciente es de alguna manera poético, aunque ambiguo. Al mismo tiempo, exhibe erudición
considerable.
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intermedias. Éstas han sido esbozadas por los autores que distinguen entre
enfoques constructivistas con distintos grados de compromiso con el materia-
lismo ontológico (por ejemplo, Demeritt, 1998; Lezama, 2004).
En una formulación, Jones (2002: 247-248) resalta el “espectro de pen-
samiento que constituye el construccionismo social” y argumenta que hay una
falacia epistémica que sugiere que todos los acercamientos constructivistas
“rechazan la existencia de una sola realidad externa (realismo ontológico)”.
Desde esa perspectiva, hay una alternativa: “Aceptar el relativismo epistemo-
lógico (por ejemplo, que nunca podremos conocer la realidad exactamente
como es), mientras se rechaza el relativismo ontológico (por ejemplo, que
nuestras representaciones del mundo no están constreñidas por la naturaleza)”.
Jones denomina a esto el constructivismo moderado y lo contrasta con el cons-
tructivismo extremo del relativismo ontológico, relacionado con el posestruc-
turalismo y el posmodernismo.
Robbins hace una distinción similar entre constructivismo suave y duro.
El segundo “hace soberanos los sistemas simbólicos de los humanos sobre todas
las otras realidades, aparentemente incapacitando la investigación empírica
de las ciencias ambientales tradicionales” y el primero “sostiene que nuestros
conceptos de la realidad son verdaderos y tienen fuerza en el mundo, pero que
reflejan entendimientos de una realidad empírica incompletos, incorrectos,
tendenciosos y falsos” (2004: 114).
En estos términos, el acercamiento suave o moderado coincide con el lla-
mado de Escobar (1999: 3) a una “posición más equilibrada que admita tanto
el constructivismo de la naturaleza en contextos humanos […] [como] la na-
turaleza en un sentido realista, que es, la existencia de un orden independiente
de la naturaleza”. Como ya se aludió, Escobar admite al materialismo ontoló-
gico, sin soslayar un enfoque epistemológico en la cultura y el lenguaje.
En el extremo contrario están los ecologistas políticos comprometidos
con un acercamiento materialista, aunque vean algún mérito en el constructi-
vismo. Martínez Alier es un ejemplo. En el medio, la tercera forma de ecología
política recurre al eclecticismo o razonamiento dialéctico para superar la di-
visión entre materialismo y postestructuralismo. Muestra de ello es el trabajo
del sociólogo británico Anthony Bebbington, quien ha realizado numerosas
investigaciones sobre la minería en la región andina de Sudamérica. Bebbing-
ton ha sido influido por la teoría de la estructuración de Anthony Giddens
sobre la agencia humana, la visión de Alberto Melucci en torno de los nuevos
movimientos sociales como sistemas de acción, el enfoque en la resistencia
cotidiana (everyday forms of resistance) de John Scott, la teoría de la acción comu-
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Las teorías del reflejo del lenguaje (la idea de que las palabras son miméti-
cas de las realidades que describen) chocan aquí con las ideas constructivistas
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Conclusión
Fuentes consultadas