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Cuatro años más tarde, Ann Oakley (1972) popularizó el término con su libro
Sexo, Género y Sociedad, que tuvo una enorme divulgación. Algunas feministas
americanas se apoderaron pronto de este concepto porque les permitía sobrepasar el
determinismo biológico que impedía la liberación de la mujer de la opresión patriarcal.
Lo que determina la identidad y el comportamiento masculino o femenino no es el sexo
biológico, sino el hecho de haber vivido desde el nacimiento las experiencias, ritos y
costumbres atribuidos a los hombres o las mujeres; además, la asignación y
adquisición de una identidad es más importante que la carga genética, hormonal y
biológica.