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Sin embargo, no hay que olvidar que en esta mundanidad se designa lo que pertenece al campo
de actividades, intereses o comportamientos: los entes son indiferentes a su Ser,[5] y solo el ser-
ahí puede tener sentido o carácter de él. La fuente del sentido del Ser, entonces, es el "ser-ahí",
que puede iluminar a los entes dentro de su "ser-en-el-mundo" y enunciarlos a través de la
proposición. En realidad, ante el lector desprevenido (si es que puede existir tal cosa) esto
representaría toda una trama, de cuya temporeidad él (el lector) podría notar que el principio es la
mitad del todo. Por eso, frente a Husserl señala Heidegger que, “es el mundo el que presenta cada
cosa del mundo, y no las cosas del mundo las que componen, con su ser reales, la realidad”[6] El
mundo es lo que está ya siempre presente,[7] aunque de un modo que no llama la atención:
“... un rasgo fenoménico básico de la mundanidad del mundo-en-torno: la presencia cuyo modo es
la de lo que no llama la atención, su presencia precisamente sobre la base del no-haber-sido-
todavía-aprehendido y, sin embargo, haber-descubierto (propiciar que comparezca) que es
precisamente lo primordial”.[8]
Al igual que Husserl, entiende Heidegger que esa presencia del mundo es no objetiva; porque “…
el mundo al que el ocuparse siempre se abandona no se percibe temáticamente, no se piensa, no
se tiene en consideración, y precisamente en eso se funda la posibilidad de una realidad
originaria”[9]
Su presencia quiere decir no objetualidad, dicha no objetividad es algo positivo, que consiste en lo
que (a falta de una expresión mejor) se denomina significatividad, concepto con el que se quiere
señalar el nexo que se da entre discurso o lenguaje y mundo. En dicha significatividad vivimos: no
sólo entre cosas y personas, sino en el lenguaje que las atraviesa y las reunifica e integra en
mundo.
Asumimos, entonces, una relación entre ser y apariencia que no es la de la oposición excluyente,
sino la de posibilitación: es el mundo, en su significatividad, el que hace que comparezcan, que se
nos muestren en su Ser las cosas. Dicha relación se apoya en un particular tipo de presencia, una
presencia no presente a primera vista, una presencia latente: que, oculta, sin embargo, cual
demiurgo, obra. Su obrar es justamente (empleando el termino exclusivo de estas lecciones)
"apresentar las cosas". Pues bien, dicho "apresentar", más bien, hacer presente, es lo que
Heidegger llamará el tiempo mismo.[10]
Aquí un ternario; Tiempo, Mundo, Dasein, los que son (en cuanto estar-siendo el aquí del tiempo y
el mundo) los principales nombres del Ser: eso que, posibilitando que lo que es sea, es lo que
como tal se oculta. Ahora bien, una cosa es que el Ser se oculte; otra, que se olvide, que nos
olvidemos del Ser, y que nos olvidemos precisamente "siendo". Pensar el olvido del Ser no es sino
indicar su omnipresencia latente, su omnipresencia poco llamativa y como apagada; parodiando al
poeta, es un sol que se pone en un cielo nebuloso.
Es decir, recordar el Ser, mas no para mantenerlo en la presencia imposible, sino para dejar que
vuelva a lo suyo, que es latir, palpitar en lo oculto. Existir, pues, como ser humano en el mundo, es
ser el Ser, un Ser activo que no evita que nos pasen cosas en el mundo; de ahí el que, además de
lo que hacemos, nos determine lo que nos pasa. Se aleja, así, la concepción hemenéutica de
mundo de la parafernalia cientifista de Occidente. Pues gran convergencia tiene en este punto
Heidegger y la ley binaria de Karma y Dharma de la filosofía brahmánica: un ser doblemente
transitivo, inconsciente, que desenvuelve su existir en un sino marcado por facticidad, vida, juego,
emoción, placer, olvido y, para estar completo, muerte.
NOTAS: