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Había una vez un joven llamado Luis, que había ahorrado durante meses para comprarse

un teléfono de última generación. Finalmente llegó el día esperado, y Luis estaba


emocionado al abrir la caja y encender la pantalla por primera vez.

Pero, apenas dos semanas después de haberlo comprado, la pantalla se rompió


accidentalmente. Luis quedó devastado al ver la fractura extensa en su teléfono nuevo. No
podía creer que esto le hubiera pasado tan pronto. Nunca había cuidado tanto algo como a
aquel dispositivo, y ahora estaba dañado sin remedio.

Al principio, Luis pensó que quizás podía arreglarlo, pero pronto se dio cuenta de lo costoso
que sería el arreglo. Además, tendría que esperar varias semanas antes de tener el teléfono
nuevamente en sus manos, sin la garantía de que la reparación fuera exitosa.

Luis se sintió tan triste que no podía ni manejar el teléfono roto. Lo dejó en su escritorio
durante días, evitando mirarlo a los ojos, sintiéndose como si hubiera perdido a un ser
querido. Sabía que era solo un objeto, pero la tristeza que sentía era real.

Eventualmente, Luis se dio cuenta de que había puesto demasiado valor en su nuevo
teléfono, y que quizás era hora de concentrarse en lo que realmente importaba en su vida.
Sin embargo, la experiencia de tener su pantalla rota lo había enseñado una valiosa lección
sobre la importancia de ser más cuidadoso con sus posesiones y no depender tanto de ellas
en su vida.

Ahora, cada vez que oye sobre alguien que tiene una pantalla rota, Luis tiene empatía por
ellos y entiende la tristeza que están sintiendo. Pero, también sabe que hay cosas más
importantes en la vida, y que siempre hay una forma de seguir adelante. Y esa es una
lección invaluable que siempre llevará consigo.

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