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LA CASA DEL SENTIR

En una casa muy desordenada había tres platos y dos cucharas, si alguien se
quedaba a comer los dedos usaba.

Vivian aquí gente itinerante, nómades era una situación muy poco usual ya que
pasaba gente cada años, meses días y a veces hasta horas.

Los primeros inquilinos fueron un hombre y su esperanza, era extraño porque


él hablaba solo. Al principio no creía lo que hacía pero al pasar el tiempo,
descubrió que hablaba nada más y nada menos que con su esperanza, a la
vida, a las cosas que emprendería a nuevos horizontes entre tantas otras
cosas. Resulta que este hombre había perdido toda ilusión en si camino lleno
de pensamientos negativos e inexplicables para él y hablando cinco idas con
su amiga entendió más cosas y siguió su viaje.

Al tiempo la casa quedo vacía se renovó el paisaje interno de las habitaciones


y salas, apareció un sillón y una luz portátil.

Una noche, sin que nadie que lo espere se hizo presente un hombre vestido de
pantalón oscuro, larga gabardina y en su cabeza un sombrero gris con una
cinta de cuero. De pronto se encontró enfrentado a la puerta de esta particular
casa y decidió entrar. El hombre muy serio, sin risas acompañado de un bastón
y un paraguas.

Lo primero que observo en ese frio vestíbulo fue un paragüero,


cuidadosamente el hombre cerró su enorme paraguas y lo deposito donde
correspondía, a la derecha arriba sobre la pared había un perchero, ya con
poca gana se quitó su gabardina, su sombrero y allí los dejó. Ya se había
percatado del pequeño espejo que estaba en la misma pared que la puerta de
calle pero aún no se había animado a observarse, coloco su sofisticado bastón
en la esquina del vestíbulo y poco a poco sintió que se iba despojando de su
esencia; en ese momento decidió mirarse y sintió que de lo único que no podía
despojarse era de su tristeza.

La casa ya se había preparado para la recepción del nuevo inquilino y por lo


tanto, había experimentado algunos cambios. El hombre dio tres pasos desde
el vestíbulo a la sala principal, ni bien entro quedo petrificado, es que sala
estaba cubierta, de piso a techo y de pared a pared por espejos. Su rostro lo
volvió a impactar, esos ojos grandes y negros llevaban una cristalina capa de
llanto al borde de comenzar desde el lagrimal, acariciando todo su rostro
pasando por su nariz, su mejilla, rosando la comisura del labio y terminando en
su pera, para luego caer y morir en el piso donde se volvía a reflejar su rostro y
así estuvo por horas observándose y llorando con su mirada vacía y llena de
tristeza.
No fue fácil adaptarse a la casa ni a él, el vestíbulo se había cerrado y ya no
podía salir, extrañaba mucho su sombrero con esa cinta de cuero que él mismo
le había añadido, para sentirlo suyo.

Los primeros días comenzó a idear planes de escape, que pasaba si rompía un
espejo, o intentaba forzar la puerta o si cavia por una estrecha ventilación, lo
intento todo pero nada le dio resultado y allí quedo, sentado en medio de la
sala de espejos en un incómodo sillón, junto a una luz portátil, que cuando
estaba encendida regalaba un brillo y un efecto, al rebotar la luz en los espejos,
que el hombre podía pasar horas observando esa maravilla.

En los días siguientes que detectando su mal estar se dio cuenta, que él estaba
allí por algo, prácticamente lo único que hacía era verse, verse y no dejar de
verse, sin poder mover aunque sea mínimamente su boca y esbozarse una
sonrisa. Comenzó a pensar un día y se dio cuenta que era más tristeza soledad
que sentía con él y ese deterioro que iba teniendo, que su vida fuera de la
casa, ese fue si primer pensamiento positivo que había tenido en años.

Al despertar uno de los espejos se había transparentado y podía ver el cielo,


muy sorprendido por lo sucedido se miró, lloro y por un segundo sonrió.
Comenzó a pensar lo que iba a hacer al salir, quería encarar de otra manera su
día a día, disfrutar en vez de sufrir, era su mayor deseo.

Nuevamente al despertar otro de los espejos se había transparentado, esta vez


una de las paredes, daba vista a un jardín hermoso que hasta parecía un
parque una gran extensión de verde era lo que más veía, algunos árboles,
flores pero lo que más le despertó su interés fue un nido que había en uno de
los troncos del árbol, cinco aves posaban sobre el mismo tres pichones y dos
adultos, uno le acomodaba las plumas a otro mientras que los pichones eran
alimentados, bajó la vista y su sonrisa y era risa, ese cariño puro, natural lo
había emocionado, pero sin dejarle el amargo de la tristeza , sino que sintió el
agridulce del anhelo. Volvió a llorar.

Pasaron unos días y todo seguía igual en la casa, mas no en el habitante, se


había detenido todos esos días a reflexionar, sobre él , su tristeza y las aves,
pudo reconocer la esencia de los seres vivos, la superación, esos pequeños e
indefensos pichones, fueron preparados unos días para poder crecer , buscar
su comida y volar, al igual que él.

Luego de tan grande descubrimiento y sensación de aprendizaje que se había


propuesto, reposo en el cómodo sillón y se durmió. Despertó exaltado por unos
ruidos, es que ya no habían espejos y podía ver hacia la calle, inquieto y
dudando fue hasta la puerta del vestíbulo, pero se decepciono, aún permanecía
cerrada.
Logro darse cuenta que muchas veces veía la parte triste de todo y no podía
observar la parte feliz, eso lo apeno, por el tiempo que le llevo pensar esto,
pero rápidamente se alegró porque al menos se dio cuenta en algún momento.
Al otro dia despertó y estaba seguro que iba a poder abrir es puerta, se levantó
del increíble sillón en donde descansaba dio tres pasos hacia el vestíbulo y
abrió la puerta.

Ansioso feliz, contento, porque iba a salir y tomarse la vida de otra manera lo
único que recordó de sus pertenencias antes de irse, fue de mirar su rostro en
el espejo y no de su sombrero.

La casa del sentir un maravilloso lugar solo tienes que animarte a entrar.

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