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En una casa muy desordenada había tres platos y dos cucharas, si alguien se
quedaba a comer los dedos usaba.
Vivian aquí gente itinerante, nómades era una situación muy poco usual ya que
pasaba gente cada años, meses días y a veces hasta horas.
Una noche, sin que nadie que lo espere se hizo presente un hombre vestido de
pantalón oscuro, larga gabardina y en su cabeza un sombrero gris con una
cinta de cuero. De pronto se encontró enfrentado a la puerta de esta particular
casa y decidió entrar. El hombre muy serio, sin risas acompañado de un bastón
y un paraguas.
Los primeros días comenzó a idear planes de escape, que pasaba si rompía un
espejo, o intentaba forzar la puerta o si cavia por una estrecha ventilación, lo
intento todo pero nada le dio resultado y allí quedo, sentado en medio de la
sala de espejos en un incómodo sillón, junto a una luz portátil, que cuando
estaba encendida regalaba un brillo y un efecto, al rebotar la luz en los espejos,
que el hombre podía pasar horas observando esa maravilla.
En los días siguientes que detectando su mal estar se dio cuenta, que él estaba
allí por algo, prácticamente lo único que hacía era verse, verse y no dejar de
verse, sin poder mover aunque sea mínimamente su boca y esbozarse una
sonrisa. Comenzó a pensar un día y se dio cuenta que era más tristeza soledad
que sentía con él y ese deterioro que iba teniendo, que su vida fuera de la
casa, ese fue si primer pensamiento positivo que había tenido en años.
Ansioso feliz, contento, porque iba a salir y tomarse la vida de otra manera lo
único que recordó de sus pertenencias antes de irse, fue de mirar su rostro en
el espejo y no de su sombrero.
La casa del sentir un maravilloso lugar solo tienes que animarte a entrar.