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Contenido 3

Sinopsis___________________________ 4 28 _____________________________ 177


Glosario __________________________ 5 29 _____________________________ 180
1 ________________________________ 6 30 _____________________________ 190
2 _______________________________ 14 31 _____________________________ 202
3 _______________________________ 18 32 _____________________________ 206
4 _______________________________ 22 33 _____________________________ 210
5 _______________________________ 24 34 _____________________________ 214
6 _______________________________ 30 35 _____________________________ 222
7 _______________________________ 39 36 _____________________________ 227
8 _______________________________ 42 37 _____________________________ 230
9 _______________________________ 47 38 _____________________________ 234
10 ______________________________ 56 39 _____________________________ 238
11 ______________________________ 62 40 _____________________________ 243
12 ______________________________ 65 41 _____________________________ 251
13 ______________________________ 69 42 _____________________________ 254
14 ______________________________ 74 43 _____________________________ 261
15 ______________________________ 78 44 _____________________________ 265
16 ______________________________ 86 45 _____________________________ 268
17 ______________________________ 95 46 _____________________________ 271
18 _____________________________ 105 47 _____________________________ 274
19 _____________________________ 113 48 _____________________________ 276
20 _____________________________ 123 49 _____________________________ 282
21 _____________________________ 134 50 _____________________________ 288
22 _____________________________ 139 51 _____________________________ 292
23 _____________________________ 145 52 _____________________________ 299
24 _____________________________ 152 53 _____________________________ 302
25 _____________________________ 155 54 _____________________________ 309
26 _____________________________ 161 Sobre la autora ___________________ 312
27 _____________________________ 167 Créditos _________________________ 313
Sinopsis
4

En un gimnasio de boxeo en Chicago, Mary Monahan noquea


accidentalmente al hombre más atractivo que haya conocido. Después de
despertarlo con unas cuantas bofetadas y algunas sales aromáticas, lo primero que
él hace es invitarla a salir por costillas y cerveza. Su nombre es Jimmy. Parece un
modelo de Gillette. Y es demasiado atractivo como para resistirse.

Jimmy «El Halcón» Falconi está desconcertado de que Mary


no tiene ni idea de quién es. Lo desconcierta y reconforta. Después de todo, no es
un quarterback cualquiera de la NFL. Compra en Costco, tiene debilidad por
Pinterest y se encuentra en medio de una racha épica de derrotas.
Jimmy se enamora de Mary rápida y duramente, de la forma en que lo hace
todo: como si fuera la cuarta y larga. Y se da cuenta de que finalmente ha
encontrado a su pareja. ¿Esa resistencia de la que está tan orgulloso? No tiene
ninguna posibilidad contra sus Kegels.
Pero lo que no saben es que ella también es su nueva fisioterapeuta,
recientemente contratada por los Bears para trabajar en su músculo rotatorio… y
una lesión en la ingle. Si ella no puede ayudarlo, será intercambiado más rápido de
lo que pueden decir «penetración ofensiva».
A pesar de los miles de memes de internet que muestran la cara de Jimmy
con leyendas como: «OYE CHICA, ¿QUIERES TOCARME LAS PELOTAS?»
Mary se encuentra enamorada de él y su deseo implacable de hacerla suya.
Hasta que un niño aparece en la puerta de Jimmy.
Y arroja sus vidas al caos total.
Glosario 5

Hail Mar˙y
sustantivo

1. Fútbol. Un pase muy largo hecho en un intento desesperado de marcar al


final del partido.
2. Cualquier intento con una pequeña posibilidad de éxito.

Origen: Siglo XV. Traducción del latín medieval «Ave María».


1 6

Jimmy
Ella tiene un buen gancho de izquierda, y su golpe tampoco es una broma.
Es difícil saber cómo es realmente, con el gran protector bucal de goma azul entre
sus dientes y el arnés negro acolchado cubriendo su mandíbula y sus mejillas. Pero
sé esto: Quiero poner mis manos en ese cuerpo. Su apretada camiseta rosa es de
corte bajo y ajustadísima y a través de sus senos están las palabras: «LA GATITA
DE NADIE».
Una fría corriente de aire entra por la ventana, haciendo que la piel de
gallina ondule en sus brazos. Un fino chorro de sudor baja por su escote, y luego
veo cómo sus pezones se tensan. Cristo. Con pequeños rebotes, regresa a su
esquina y se inclina hacia su botella de agua. Mallas elásticas negras y sin línea de
bragas.
Mieeerda.
La campaña suena y nos ponemos en guardia. Sostiene sus guantes frente a
su cara, lista para continuar. Son de color rosa chicle con puños blancos; las armas
más femeninas que he visto.
Pero olvídate de los guantes. Son esos ojos los que me tienen. Mierda, esos
ojos son de un verde intenso y loco. El verde de los Packers. El verde de los Jets.
Verde como el efectivo. Verde que puede hacer que un tipo se vuelva loco.
Un golpe va a mi estómago y me doblo, probando mi Gatorade de hace una
hora. Antes de que pueda respirar, antes de que pueda siquiera levantar mis guantes
para ralentizarla, ella me golpea fuerte con un cruzado a mi esternón que me deja
sin aire. Jadeo por aire y vuelvo a las cuerdas.
—Jesucristo —me quejo—. ¿Quién eres?
Sus ojos se iluminan en esta sonrisa, esta hermosa sonrisa de mierda que
siento en mi interior. Luego rebota sobre la punta de sus pies y golpea sus guantes
frente a ella. Whap, whap.
—¡Soy Mary! —dice alrededor de su protector bucal—. ¡Y tú eres lento!
Linda. Pero, sí… no. Nadie me habla así. Nadie. Me lanzo de las cuerdas,
chocando con ella en el centro del ring, piel contra piel ahora. Presiono su hombro
sexy con mi bíceps, sintiendo el sudor entre nosotros. Me vuelve a pegar en las 7
tripas; un puñetazo fuerte y recto, y pienso: No puedo pegarle a una chica,
¿verdad?
No. Mierda, no.
Así que estiro mi brazo entre nosotros, lo acolchado de mi guante mantenido
firme justo debajo de su clavícula. Ella se balancea por mí, pero yo soy unos treinta
centímetros más alto, y ella no tiene ninguna oportunidad.
—¡Idiota!
Obviamente.
Pero por el lado positivo, ahora puedo verla bien de la manera que quiero:
de cerca, pero no tan de cerca que me esté golpeando. Sus piernas son sólidas, e
incluso puedo ver esa pequeña curva de sus huesos de la cadera, que apenas se ve
a través de sus leggins. Dejo que mis ojos sigan la línea de sudor hasta la parte
interna de sus muslos, hasta ese lugar húmedo y caluroso donde todo se junta.
Mierda. Quiero mis manos en ese lugar. Quiero sentir la suavidad y la fuerza.
Quiero saber el sabor de ese sudor, la forma en que esa suavidad se siente bajo la
lengua.
Ding.
Suena la campana. La alejo, con mis nudillos acolchonados en su hombro.
Ella da vueltas y se mete en su esquina, así que yo hago lo mismo.
Agarro mi botella de agua y la exprimo en mi boca, mirándola todo el
tiempo. Es jodidamente hermosa. Jodidamente preciosa. La mujer de los sueños.
De fantasías.
De una botella termos rosa, toma un trago grande, luego dos, y un poco de
agua gotea por sus labios, rodando en gotas por su garganta. Sus ojos se quedan en
los míos. Su pecho se hincha. Sus ojos brillan. Sus labios se tensan. Y ahí es cuando
sucede. Se quita la camiseta y la tira al suelo, de modo que la única palabra que se
ve es GATA.
Ding.
Su cuerpo es jodidamente perfecto. Quiero decir, perfecto. Me quejo en mi
protector bucal y la miro de arriba a abajo. Esbelta, pero no delgada. Sexy y fuerte,
un cuerpo de luchadora. El cuerpo de una mujer. Un cuerpo lo suficientemente
fuerte como para tomar todo lo que quiero darle, y algo más.
Se da la vuelta para dejar su botella de agua, doblándose por la cintura, y
ahí es cuando lo veo. El tatuaje. Es una cinta de encaje negra que corre en una
hermosa línea femenina por su espalda desde el hombro derecho hasta la cadera 8
izquierda, curvándose en sus pantalones. Dura como el infierno, tan bonita como
puede ser, y con el tatuaje más sexy que he visto en mi vida.
Clávame un maldito tenedor. Estoy acabado.
—Bonito tatuaje —le digo mientras nos ponemos en guardia de nuevo.
—Gracias —dice ella, apoyándose en mi hombro.
—Nunca he visto uno igual. —Engancho mi brazo alrededor de ella de
nuevo y la tiro hacia adentro. Huelo algo familiar. No puedo ubicarlo. Se libera y
se mueve detrás de mí. Por un segundo, todo lo que oigo son sus zapatos en las
alfombras.
—Me rebelé cuando cumplí 30 años. Era esto o una estampilla de
vagabunda.
—¿De qué? —me giro para que mi cara esté cerca de la suya.
—Flota como una mariposa, pica como una abeja. —Sonríe con fuerza
alrededor del protector bucal. Su guante atraviesa el aire, cortando el ruido del
gimnasio. Whooosh.
Levanto mi mano derecha justo a tiempo para impedir que me pegue en la
mandíbula. El impacto baja por mi antebrazo como si mis huesos fueran gelatina.
Deja que otro puñetazo vuele, pero falla, apenas, y yo me deslizo detrás de
ella. El cabello de su nuca está rizado y húmedo, y una larga trenza oscura corre
por su espalda. Esa franja de tela húmeda en la parte superior de sus pantalones,
oscura de sudor.
—¿Por qué estamos peleando? —gruño a medida que me acerco—. ¿Por
qué no estamos saliendo a tomar algo? ¿Causando problemas? ¿Jodiendo por ahí?
Déjame sacarte a pasear.
Se da la vuelta para mirarme, con los ojos bien abiertos, sorprendida.
—¿Quieres beber conmigo?
—Claro que sí, lo sé. Y muchas otras cosas.
—¿Me quieres a mí? Pelea conmigo. —Dispara sus cañones rosas chicle a
mi estómago con una combinación de uno-dos que me hace sentir como si no fuera
más que una bolsa pesada de 128 kilos.
Intento meterme en un centro de izquierda, pero ella es mucho más rápida
que yo, y sale de abajo con un gancho que sale directamente de Manila.
Ese se estampa en mi cráneo, y en mi orgullo. 9
—Al carajo con eso —gruño.
—¡Ese es mi chico!
De ninguna manera. Nadie me dice ese es mi chico. Soy el maldito Jimmy
Falconi. No soy el chico de nadie.
—Esa es mi chica. —Le doy un codazo en el hombro con el pecho.
Alrededor de su guardia, dice:
—Luchas como si estuvieras en melaza. Pero eres fuerte. ¿Eres algún tipo
de atleta?
Al principio, estoy a punto de reírme. Por un segundo, creo que podría estar
en Cámara Oculta o algo así. No puedo ir al baño en un avión sin que alguien me
pida que firme una servilleta. No puedo pasar por Costco sin que alguien me pida
que firme su lista de compras. ¿Algún tipo de atleta?
Soy Jimmy —El Halcón— Falconi. Quarterback de los malditos Chicago
Bears. Soy alguien.
Pero hay cero reconocimiento en sus ojos. Sin parpadeos de fanática. No
hay señales de que esté jugando, tampoco. Para ella, sólo soy un tipo al que una
chica con guantes rosas le patea el trasero.
—¿Hola? —Me presiona en la barbilla con un lento gancho desde la
derecha.
Ya me he recuperado. Ni siquiera sé cómo responderle. Juego de
quarterback para los Bears. ¿Has oído hablar de ellos? O tal vez, ¿Alguna vez
has oído hablar del fútbol? ¿Del fútbol americano? Mierda. Ni siquiera sabría por
dónde empezar. Nunca tuve que explicarlo. La gente simplemente lo sabe.
—Sí, me gusta hacer ejercicio.
—Entonces actúa como tal —dice, todo orina y vinagre, y sube la guardia
a su boca. El puñetazo va directo a mis entrañas. El golpe va directo a mis
pectorales. Pongo un brazo a su alrededor y la acerco a mi cuerpo, enganchando la
parte trasera de su cuello con la curva de mi codo. La acerco, la aprieto más, con
los dos brazos a su alrededor, para sentirla… pero también para darme un maldito
respiro.
Ella lucha un poco, tratando de retorcerse, pero veo la sonrisa en su cara, la
piel arrugada en sus ojos.
Acerco su cabeza a la mía. Debo ser el doble de su peso; de ninguna manera 10
se va a liberar ahora. Somos la peso pluma y el superpesado. Clase equivocada,
totalmente. Pero entonces ella pone la frente contra mi pecho. La veo enrollarse,
sus bíceps flexionándose, y, boom-boom-boom.
Cada vez que conecta, pierdo un poco más de aire y gimoteo:
—¡Carajo, carajo, carajo!
—¡Ese es mi chico!
Qué. Se. Joda.
Así que la mantengo inmovilizada, y ella empieza a luchar más duro, lo que
me hace querer aferrarme más a ella. Presiono mi nariz contra su cabeza. En su
grueso cabello castaño, puedo oler su champú, su acondicionador. Coco.
Mientras estoy distraído por ese olor, pensando en el protector solar y la
música de ukelele y las bebidas con sombrillas y ella en la playa, se escapa de
debajo de mis brazos y aparece en mi cara.
Bueno, mierda.
—¿Qué, eres un gallina? ¿Vas a devolverme el golpe? ¿O quieres bailar
durante una hora o dos? Porque puedo hacerlo. Sólo tengo que ir a casa a alimentar
al perro. —Whap-whap choca sus puños acolchados.
Oh no, de ninguna manera. De ninguna manera voy a dejar que una cosita
bonita me hable así. Olfateo con fuerza y me hago hombre.
Le doy un puñetazo. Un gancho. Una cruzado.
Y ella me bloquea cada maldita vez. Me bloquea como si hubiera peleado
conmigo antes, o como si supiera todo el tiempo lo que voy a hacer cuando llegue
el momento.
Maldito pulir y encerar, uno-dos-tres.
Pow-pow clava sus guantes en mi costado, y maldita sea, creo que los siento
en mi bazo. Suficiente. Suficiente. La ira me recorre como el vodka barato después
de una larga noche.
Soy Jimmy Falconi. Y voy a hacer que esta chica sepa mi nombre.
Me trueno el cuello de lado a lado y me pongo serio. Aspiro aire por los
agujeros de mi protector bucal y levanto los puños. La arrincono y esos ojos me
iluminan. Está sudando mucho y su rímel está manchado. Tiene el cabello
despeinado y la piel resbaladiza. La hace parecer peligrosa. Enojada. Me gustaría
manchar un poco más ese rímel. En la cama. Inmediatamente. 11
Pero primero, voy a mostrarle quién es el jefe.
Cuanto más se esfuerza, más caliente se pone. Ahí es cuando algo me llama
la atención. Hay algo escrito en lo blanco de los puños de sus guantes. Todo
borroso, escrito con rotulador negro:
En el guante derecho: AQUÍ VIENE…
En el izquierdo: …¡PROBLEMA!
Whomp, golpe.
Me clava un gancho con puñetazo en la mandíbula y mis muelan chocan.
—Vamos, carajo —gruño de nuevo hacia ella, con el guante apretado a un
lado de la cara.
Choca los guantes y baja la barbilla.
—¿Estamos entrenando o charlando? ¡Golpéame! —Salta, salta, salta.
Mariposa, abeja. Whap, whap, whap—. ¡No me voy a romper!
Abro y cierro la mandíbula varias veces, pensando: De acuerdo. Bien. Bien.
No creía que fuera a ser así, pero puedo con una defensa hostil, seguro. No sería la
primera vez. Le doy la vieja mirada de ascensor (arriba, abajo, arriba de nuevo) y
me quedo atascado en su ombligo por un tiempo demasiado largo. Pero luego tengo
un plan de juego armado. Creo que puedo golpearla en el estómago. No demasiado
fuerte, no lo suficiente para herirla, pero sí lo suficiente como para hacerle saber
quién está a cargo aquí.
Que sería yo. Yo, gatita. Yo.
Empujando el borde de su hombro con mi guante, la conduzco hacia atrás.
Nuestros ojos se fijan y siento este… este… hormigueo a través de mí.
Esta mujer.
Esta justo aquí.
La deseo tan mal.
El maldito gimnasio con sus diez teléfonos tocando mariachi se queda en
silencio. Los chicos de la nevera que la incitan se callan. Sólo somos ella y yo, y
el sudor que gotea entre nosotros. Piel suave, ojos brillantes. Huele como un día
de verano, y me mira de una manera que ninguna mujer me ha mirado nunca.
Nunca.
Como si fuera a ser mi dueña y lo supiera. 12
Lo que es una mierda.
Levanta un poco la barbilla y aprieta los labios alrededor del protector. Se
limpia la nariz con el guante y luego baja la cabeza.
—¡Vamos! ¿Vas a pelear, o sólo vas a hacer el tonto?
Con mi mano izquierda, la clavo suavemente en su estómago. Con la
derecha, un gancho para jugar con su mandíbula. Levanto su barbilla en mi guante
para que sus ojos se acerquen a los míos. Luego la acerco, mi brazo alrededor de
su nuca otra vez.
—¿Quieres joder? —Le digo que en su oído.
Bam, me da otro golpe en el estómago.
—Ni siquiera he empezado —responde.
A la mierda.
¿Ella quiere jugar? Jodidamente bien. Voy a jugar. Jugaré duro. Me pongo
en guardia Pero ella me da esta mirada. La mirada de campeona. Una mirada
ganadora. Engreída, como ninguna otra mirada que haya visto antes. Tom Brady
no tiene nada de este tipo de arrogancia. Con mi suerte, esta chica es una campeona
de la UFC. Cristo.
Pero puedo tomarlo. Sí, claro que puedo, carajo.
Probablemente
Me decido por un gancho directo: un puñetazo directo sin fallas que planeo
con la suficiente fuerza como para que se tambalee pero no para herirla, no para
herirla en realidad. Conozco el golpe. Funciona en peleas de bar y peleas en el
campo. Un movimiento totalmente americano. Cuando termino, todo se ralentiza.
Mido 1,88 metros, peso 126 kilos y me gano la vida lanzando un balón de fútbol.
Cuando concluyo, concluyo. Mientras lo hago, ella se agacha, tan rápido como un
rayo. Fácilmente. Elegante. Letal. Así que mientras mi brazo se mueve por el aire,
mientras mi impulso se ve atrapado detrás de unos guantes de entrenamiento de
340 gramos, ella vuelve a aparecer como una maldita miembro del juego del topo.
Esos ojos brillan de nuevo y sonríe tan amplio que puedo ver sus hoyuelos.
Hoyuelos. Oh, maldición.
Veo su hombro tenso, su tríceps fruncido, y ahí es cuando me deja tenerlo
de verdad.
El golpe viene de izquierda a derecha, bloqueando mi visión de todo. No 13
veo la bandera mexicana en la pared. No veo el mural del grafiti sobre las ventanas.
No. El universo se vuelve rosa chicle.
No duele, no al principio, y como estoy volando hacia atrás, en el aire, tengo
el tiempo justo para pensar, me pregunto si así es como se siente un golpe de
gracia…
Antes de que todo parpadee a negro.
2 14

Mary
No quise golpearlo en la cara, pero pelea despacio, como un gran buey, y ni
siquiera puso la mejilla. Así que ahora aquí está, en un gran montón de carne en el
suelo. Un montón muy, muy sexy, carnoso, con los brazos abiertos y la boca
ligeramente abierta.
Me pongo de rodillas y me quito los guantes, el casco y arrojo mi protector
bucal a un lado. Pellizco las mejillas del gran buey, sintiendo su rastrojo bajo la
punta de mis dedos.
Bien, he estado en contacto con muchos tipos en este cuadrilátero. Grandes,
flacos, malas, débiles. Tipos recién salidos de la cárcel del condado de Cook. Tipos
que entrenan en 24-Hour Fitness. Pero nunca he estado tan cerca de alguien tan…
Solo…
Tan…
Increíblemente…
Ardiente.
Quitándole el casco y arrancando el protector de su boca, la peor noticia
hasta ahora me golpea. No sólo es ardiente, no sólo es atractivo, no sólo es
delicioso. El tipo es hermoso. Como, me-deja-con-la-boca-abierta hermoso. Como
el tipo de hombre que debería estar modelando franela para L.L. Bean, o tal vez
haciendo anuncios de navajas de afeitar de cinco hojas, frotando su sexy mandíbula
mientras se mira a sí mismo en un espejo. Ahora puedo verlo:
—Gillette. —El modelo se frota la mandíbula pícaramente y luego sonríe—
. Lo mejor que un hombre puede conseguir.
Síp. Ese tipo de rostro.
El dueño del club, Manny, pasa por encima de las cuerdas y deja caer unos
cuantos paquetes de sales aromáticas en el pecho de Gillette. Se parecen a los
paquetitos de sal que puedes conseguir en Wendy's.
—Mary —me dice Manny—. Ya hemos hablado de esto. Tienes que dejar
de noquear a los clientes que pagan. Estoy tratando de dirigir un negocio aquí. ¿Me
entiendes? 15
Le doy una sacudida a Gillette. No quiero usar las sales a menos que sea
necesario. Yo misma no lo sabría, pero he oído que es una forma terrible de
despertar.
—Han pasado dos semanas enteras, Manny. Dame un respiro.
Manny recoge la enorme mano de Gillette y luego la deja caer con un golpe
sordo en la lona, como la gente hace con los cadáveres en los programas de delitos.
—No creo tener una bolsa de plástico tan grande. Imma tiene que hacer un
viaje especial a Home Depot. Al estilo de Dexter.
Poniendo mi oreja en el cuerpo de Gillette, oigo el fuerte latido de su
corazón.
—No está muerto. —Pellizco su hermoso rostro entre mi mano de nuevo,
sintiendo los fuertes y sexys músculos de su mandíbula bajo mis dedos—. Sólo
está… descansando.
—Oh, claro. Como Al Capone. Como el Che Guevara. Como mi tío Felipe.
Descansando. Pffffffffft. —Manny está a horcajadas en el torso del grandote.
Toma la primera Polaroid para la Pared Knockout, que cae sobre su pecho—. Iré
a mezclar un poco de concreto. El lago aún no está congelado. Nadie tiene que
saberlo. Conozco a un par de policías.
Si es un poco preocupante. Definitivamente ya debería estar mostrando
algunas señales de vida. Algún movimiento ocular. Un surco de cejas. Pero no hay
nada en absoluto.
—¿Te resulta familiar? —pregunta Manny, inclinándose mientras la tercera
foto aterriza boca arriba en el pecho de Gillette. Gira la mandíbula del gran buey
hacia un lado—. ¿Tal vez como si estuviera en las películas?
No puedo imaginar que sea tan famoso.
—Navajas Gillette. Estoy segura. —Abro el paquetito de sales aromáticas,
lo que hace que mis propios ojos empiecen a lloriquear a un pie de distancia.
Lo pongo debajo de sus narices. No hay respuesta en absoluto.
Oh-oh.
—Siento que esta no es la mejor manera de conocer a un hombre. ¿Por qué
no puedes ir a Internet como hacen las chicas normales? —pregunta Manny.
Abro un segundo paquete de sales y las pruebo.
Nada. O este tipo es inmune, o su contrato con Gillette ha llevado a un
traumatismo craneal grave. Sea lo que sea, no es bueno. 16
Manny se inclina.
—¿Lo de siempre? Si haces compresiones, le soplaré en la boca.
Es el procedimiento operativo estándar. Pero luego miro esa mandíbula.
Esos labios. Ese rostro.
—Esta vez tú haces las compresiones.
Manny se truena los nudillos.
—Mmmmbueno.
Pero una última vez antes de ir en serio en modo Rescate 911 en este
hermoso, hermoso hombre, acuno su cabeza en mi regazo y pongo las sales
aromáticas bajo su nariz de nuevo. Está bien, de acuerdo. De hecho, los atasco
hasta el punto de que casi los pierdo en su fosa nasal.
—Vamos, guapo —susurro—. Despierta. Por favor. Te llevaré a tomar una
copa. Sólo abre los ojos… —Respiro hondo y le doy una palmada en la mejilla
derecha—. Manny no está asegurado para este tipo de cosas. Por favor.
Ahí es cuando sus ojos revolotean, e inhala con fuerza. Me preparo para la
habitual rutina de volver a la consciencia: Suelen agitarse como un gallo o disparar
directamente como Uma Thurman después de que le dispararan en el corazón con
adrenalina en Pulp Fiction.
Este tipo, sin embargo, es diferente de todos los demás. No se agita, no se
asusta, pero se despierta de manera perezosa, soñadora, sensual, lenta y sexy.
Como un león durmiendo a la sombra.
—Hola, gatita —dice, sonriéndome y poniéndose una mano en la frente,
revela un tríceps impresionantemente hermoso.
Oooooooh chico.
—Hola.
—Tienes algo de poder en esas armas.
—Lo siento mucho. —Ajusto su cabeza para que esté un poco más centrada
en mi regazo—. Pensé que te agacharías…
Apartando la mirada de mis ojos, su mirada cae en mis labios. Mi escote.
Mi estómago. Y luego regresa.
—No lo sientas. Me advertiste.
Dios, la forma en que me mira. Mis muslos se aprietan, como si me estuviera
tirando de un hilo. 17
—¿Lo hice?
Asiente.
—Aquí vienen los problemas. —Levanta las cejas—. Y aquí estás.
3 18

Jimmy
Joe Namath lo dijo: «Cuando ganas, nada duele».
Y puede que este tumbado sobre mi espalda con un dolor de cabeza como
si hubiera aspirado un batido demasiado rápido, pero estoy ganando. Porque mirar
esa maldita cara. Jodidamente preciosa. Pecas, esos labios. Todo. Su cuerpo está
buenísimo, pero ese rostro. Ese rostro lo sella.
Además, esas tetas. Gimo y finjo que me estoy frotando las sienes. En
realidad, estoy mirando la curva de su estómago, el pliegue de su ombligo. El borde
del tatuaje sólo envuelve su costado, acentuando la línea de su cintura. Dios, sí.
—Lo siento mucho —me dice ella—. Ya no puedo luchar contra mi propia
clase de peso, pero pensé que podrías soportarlo.
—Ouch.
—Oh no. —Se lleva la mano a la boca—. Quiero decir… lo siento. Sólo…
lo siento mucho.
Sé que está mintiendo. Probablemente ha dejado un rastro de chicos
inconscientes desde aquí hasta de donde haya venido, pero no soy orgulloso. Seré
el próximo hombre en la línea. Seguro que lo haré, carajo.
—¿Cuánto pesas? ¿Sesenta y ocho kilos? ¿Y me noqueaste así?
—¡Setenta! —Por la forma en que lo dice, está orgullosa de ello, y eso me
encanta. Setenta. Vendido.
—Puedes golpear. —Exploro el daño con la lengua. El sabor caliente y
metálico de la sangre llena mi boca, y mi saliva pica en el corte de mi labio inferior.
Miro a mi alrededor. Nadie está prestando atención en absoluto. Más
pruebas de que ya ha hecho esto antes.
—Lo siento. Ni siquiera estaba pensando. Déjame… —Me toca el labio con
una toallita. Puedo oler el sudor, la sal y el calor. El agudo y persistente olor a
amoníaco en mis fosas nasales. Una gota de su sudor baja por su cuello y cae sobre
mi pecho con un plop.
Ella toma mi cara en sus manos envueltas, mirando de ojo a ojo. 19
—No creo que tengas una conmoción cerebral.
Bien, ya sé que no la tengo, no sé mucho, pero sí sé de una conmoción
cerebral cuando tengo una, pero voy a estar de acuerdo con ella porque necesito
que se quede exactamente así.
—Podría ser. —Sigo sus ojos con los míos—. El traumatismo craneal puede
ser muy complicado. —Poco a poco, una sonrisa se desliza por su cara, y un
pequeño hoyuelo ondula en su mejilla. Pero ella se lo muerde.
—Tus pupilas parecen normales.
Coco. Puedo olerlo. Definitivamente coco. Menos mal que ya estoy de
espaldas. Ella sostiene un dedo y lo mueve de un lado a otro delante de mis ojos.
No lo sigo. Dejo mis ojos justo ahí, en esta mancha marrón en su iris izquierdo.
—Si no puedes seguir mi dedo, creo que tenemos que llamar al 911…
Olfateo, el amoníaco me sigue picando los senos paranasales.
—Si dejo que me vuelvas a noquear, ¿puedo hacer que sigas haciendo esto
toda la noche?
Ella hace pucheros y cierra el puño con su mano envuelta.
—¿Dejarme? ¿Dejarme noquearte?
—Oh, sí. Dejarte.
Mueve la cabeza y sus ojos diciendo ¡Mentira!
—Carajo, sí, yo asumí la culpa. A veces tienes que lanzar la pelea para
conseguir lo que quieres.
Ella suelta mi cara, y mi cabeza aterriza en su regazo. La curva de su muslo
sostiene mi cuello. Me da esa mirada otra vez, como me miró antes de que se
apagaran las luces.
—¿Sí? ¿Y qué es lo que quieres?
—Creo que lo sabes. —Dejo que mi mirada caiga sobre su escote.
Presiona los labios, como si no pudiera creer lo que acabo de decir.
¡Toma! ¿Ahora quién está en sus talones?
Me arranco el brazalete de velcro del guante de mi mano derecha y me lo
saco.
—Soy Jimmy. —Le tiendo la mano. Ella la sacude suavemente, y luego su 20
agarre se aprieta y me lleva a una posición sentada en el centro del ring. Mantiene
su mano derecha enlazada en la mía, pulgar sobre pulgar, y apoya suavemente mi
espalda con la otra.
—De verdad que lo lamento por eso.
—Lo negaré para siempre.
—Hubo testigos. —Mira por encima de su hombro a los diversos grupos de
chicos alrededor del gimnasio.
—¿Estás familiarizado con el down-low?
—Tomaron fotos. Para la Pared Knockout —me dice sonriendo.
Cabrones. Genial. Simplemente genial. JIMMY FALCONI NOQUEADO
POR UNA CHICA CON GUANTES ROSAS. Puedo verlo en Bleacherreport.com
ahora mismo.
—Las polaroides se queman súper fácilmente.
Ahora está sonriendo de verdad, y carajo, es bonita. Como, para morirse.
El knockout con el golpe de knockout.
—Me alegro de que estés bien. Si nunca te hubieras despertado, habría sido
mucho papeleo.
Medio gruño medio me rio, lo que también me duele por la combinación de
uno, dos y tres en el bazo que tuve antes. Agarro mi estómago y vuelvo a caer
sobre la alfombra.
—¿Necesitas hielo?
—Déjame morir con dignidad.
Ella se pone seria.
—Diez-cuatro. Te recordaremos con cariño. —Y luego me saluda.
¿Todo esto y ella es graciosa?
Muy bien, Falconi. Es hora de ir a la zona de anotación. Es hora de traer el
anillo del Super Bowl a casa.
—Bien. Te daré la victoria si me dejas invitarte a cenar.
Sus ojos se mueven sobre mi cara.
—¿Cena? Viene una tormenta de nieve. Además, puede que necesites un
punto para ese labio.
—De ninguna manera. Me pondré un poco de pegamento. Al diablo con la 21
ventisca. Sal conmigo.
—Tipo duro.
Estudio ese hueco en la base de su garganta y luego me encuentro con sus
ojos para mantener su mirada.
—Cena y bebidas.
Se pone de pie y me ofrece una mano envuelta. Dedo a dedo, me mide como
si estuviéramos encerrados en una pelea de brazos de cuerpo entero. Cristo.
Pero todavía no ha dicho: —¿No juegas para los…— como todos los demás
siempre lo hacen. Así que le pregunto:
—¿Te gusta cualquier otro deporte además de golpear inconscientemente a
extraños totalmente desprevenidos? Como tal vez… ¿fútbol?
Sostengo las cuerdas abiertas para ella y pasa por ellas. Maldita sea, esas
caderas. Esa piel. La curva de su cintura. Los pétalos del encaje que apenas tocan
su columna vertebral. Y mi mente se desenreda al imaginar a dónde va ese tatuaje
y lo sexy que debe ser esa tinta en la piel de su trasero.
—Nop. ¿Es eso un problema? —pregunta—. ¿Que no distinguiría un
touchdown de un… lo que sea? ¿Vas a poner tensión en nuestra conversación,
campeón?
—No hay problema en absoluto. —No importa si me conoce o no, porque
muy rápido aquí, estoy planeando tenerla diciendo mi nombre. Una y otra vez.
4 22

Mary
Jimmy se echa agua en la boca. Recoge su camiseta del banco y se limpia
la cara. Se estremece cuando roza su labio roto, pero trata de cubrirlo sonriéndome.
Y guiñando el ojo.
Se puede decir casi todo acerca de un hombre en la forma en que actúa
inmediatamente después de recobrar el conocimiento. Es como una prueba de
tornasol para idiotas. Y este tipo se ha revelado como un amor, hasta el centro.
Honestamente, me siento muy culpable por noquearlo. Tomo la Polaroid que
Manny dejó junto a mi bolso y se la sostengo.
—Para tu libro de recuerdos.
Se estremece y gime.
—No me lo recuerdes. Vamos, Mary. Sólo una cena y un trago. ¿Qué podría
pasar? —dice sonriendo.
—No puedo imaginarlo. —Desenrollo las vendas de combate de mi mano
izquierda. Recuerdo lo del ring. ¿Quieres joder?
—¿No?
Sí, sí puedo. Lo sentí cuando tuvo su brazo a mi alrededor. Ese calor
cerrado, esa ira, esa tensión deliciosa que sólo una cosa puede deshacer.
—No.
—Yo tampoco puedo —gruñe.
—Tengo que ducharme —le digo—. Tengo trabajo por la mañana.
Levanta las manos en el aire entre nosotros. Veo los músculos de su ingle
saliendo de sus pantalones cortos de gimnasia. Hombre, oh hombre, oh hombre.
Siento esa tensión en lo profundo de mis caderas.
Ahora es mi turno de echar un poco de agua en mi boca. Me limpio el sudor
de los ojos y vuelvo a mirar los músculos. La incomparable V.
—Mira, no voy a secuestrarte. Te voy a sacar de aquí. Y si me pongo 23
demasiado fuerte, ambos sabemos que puedes dejarme en una pila de baba en la
acera. Entonces, ¿qué tienes que perder?
Honestamente, no sé por qué estoy haciendo que me haga la venta difícil.
Por supuesto que voy a decir que sí. Tendría que estar loca para no… pero hay
algo en él, una especie de orgullo que encuentro un poco irritante. Esa gloria
engreída, envejecida, de reyes del baile de graduación que quiero bajar un poco.
Hacer que trabaje por ello. Así que en vez de Sí digo:
—Hmmmm. ¿Dónde?
Me mira de arriba a abajo. Puedo decir que está atascado entre estar
totalmente ofendido, ¿Está esta chica a punto de rechazarme?, y un poco enojado.
Ahora me vuelve a mirar así. Esa mirada lujuriosa y agresiva. Dios, es sexy.
—Costillas. Te llevaré a comer costillas y cerveza.
Oh, chico. Sí. Sí, por favor. Mi favorito.
—¿Barbacoa? Podría ser un lío…
Da un paso hacia mí, empujándome contra el enfriador de agua.
Meneándose, entrecerrando los ojos, riendo, y dando un paso atrás, y otro, pero no
se rinde. Me presiona contra la pared de bloques de hormigón, que está fría contra
mi espalda desnuda y sudorosa.
—Pegajoso. Desordenado. Requiere mucho tiempo. Podría llevar toda la
noche. ¿Tienes algún problema con eso? —Su voz es áspera y silenciosa.
Confianza como esa, no se aprende delante de una bolsa pesada. Una arrogancia
como esa es muy profunda.
Lo inhalo y veo sus abdominales contraerse cuando hace lo mismo. Huele
como hombre. Un buen hombre a la antigua, de sangre roja. Jabón de marfil, ropa
limpia y sudor. Con un brazo, me enjaula contra la pared. Pectorales para morirse
y un paquete de ocho como nunca he visto en mi vida.
Me muerdo el labio, y me mira hacerlo. Me acerco a su oreja y le doy mi
mejor tiro.
—¿Toda la noche? Ahora estás hablando.
—Mierda.
5 24

Jimmy
Me desnudo y tomo una ducha rápida. Luego me visto y la espero fuera de
los vestuarios. No voy a mentir; escucho con atención el sonido del agua
salpicando de su cuerpo. Apenas puedo oírlo, pero está ahí. Imagino que la espuma
se desliza por sus curvas, toda llena de jabón. Toda cálida, sexy y resbaladiza. Con
su jabón corporal de coco, o tal vez un poco de jabón de fantasía con avena o sal
marina, raspando un poco su piel, dejándola un poco caliente y cruda. Desnuda,
con todo ese bonito cabello enredado en su espalda…
Cristo.
Rastrillo mi mano por mi cabello. Ahí es cuando oigo otra cosa.
Está cantando. En voz baja.
Soy bastante bueno para ignorar el ruido de fondo, gracias a mi trabajo.
Últimamente, han sido 70.000 personas gritando variaciones sobre el tema: ¡Vete
a la mierda, Falconi! No pasa mucho tiempo antes de que me centre en la canción.
De ninguna manera. Al principio, creo que no puedo estar escuchando bien.
Sólo mi imaginación jugándome una mala pasada, haciéndome oír lo que quiero
oír. Como cuando me levanté en la cara del árbitro contra los Bucaneros y dijo:
¡Penalización confirmada! Creí que había dicho: El castigo ha sido revocado. Un
deseo, hombre. Es una perra.
Pero no. Esto no es un deseo. Se mete en el coro. Mierda. Yo tenía razón:
Def Leppard. Pour Some Sugar On Me.
Arrastro la mano por mi boca y me alejo de los vestuarios. ¿Esta chica es
de verdad?
Ahí es cuando veo la Pared Knockout.
La cosa es enorme. Unas mil Polaroids, pegadas a los bloques de hormigón
con cinta adhesiva. Cada foto tiene una fecha escrita con Sharpie, con el nombre
impreso y la firma del combatiente que recibió el KO.
Hay muchos nombre: J. Zavala, T. Jesús de María, G. Nguyen, A. White y
alineados en fila junto a la esquina:
M. Monahan 25
M. Monahan
M. Monahan
M. Monahan
M. Monahan
M. Monahan
M. Monahan
M. Monahan
M. Monahan
M. Monahan
M. Monahan
M. Monahan
Con un demonio… ¿Podría ser ella? Si había alguna duda, cada uno tiene
un pequeño «¡xoxo!»
Mi boca se abre.
Def Leppard, guantes rosas y todo el paquete completo. Ella es el verdadero
negocio. Claro que lo es, carajo.
Las víctimas del Knockout van de lo masivo a lo minúsculo. La primera
está fechada hace tres años. Parece que ha estado nivelando tíos trimestralmente
desde entonces. Algunos de ellos son seriamente golpeados, con los ojos morados
y la nariz rota. Algunos de ellos parecen estar durmiendo. Uno de ellos es un tipo
con su guante a la cámara, una bombilla de flash contra el vinilo rojo.
Lo que no veo es su cara, en ninguna parte. Y por un segundo, pienso: Es
porque ninguno de estos cabrones se atrevería a golpear a una chica….
Excepto que, no. Me equivoco otra vez. En las fotografías y entre las
fotografías, hay mujeres. No muchas, pero unas pocas.
Mary no está en ninguna parte. No esa cara bonita, esas pecas, o esos labios,
tan perfectos que puedo sentirlo en mis bolas.
Miro hacia afuera y hacia la calle. Ya está nevando fuerte, y un arado derriba
a Clark, dejando caer nieve detrás de él a medida que avanza. Con las manos en
los bolsillos, camino por el gimnasio y veo a un par de tipos viendo ESPN en la 26
esquina. Uno de ellos tiene una bolsa de maíz congelado en la cara y una toalla
ensangrentada en la mano. Otro está comiendo ramen. En la pantalla, muestran un
clip del partido de los Bears de la semana pasada: me despiden tan
espectacularmente que se me cae el casco. Mientras aterrizo en el césped, mi
cuerpo rebotando, los chicos del gimnasio hacen ruidos simpáticos, sintiendo mi
dolor.
Pero no tienen ni idea. Para nada. Como dijo The Fridge: Jugar al fútbol
profesional es como ganarse la vida con hormigoneras.
Para poner la guinda al pastel, ponen la repetición de la entrevista después
del partido. Odio esas. ¿Qué se supone que diga un tipo? O te preguntan: ¿Cómo
ganaste? En ese caso, respondes Trabajo en equipo, a menos que seas un imbécil
total y absoluto, en cuyo caso dirías: Porque soy increíble, y ese no es mi estilo. O
preguntan: ¿Qué pasó allá afuera?
Que es lo que está pasando en la repetición. El reportero de la línea de
banda, una cosita súper delgada con un traje de falda azul y tacones que la hacen
tambalearse como un flamenco, pregunta: Jimmy, ¿qué pasó ahí fuera? El viento
sopla su cabello rubio, levantándolo como si fuera paja. Ella me pone el micrófono
en la cara. Detrás de mí, un par de tipos de los Raiders gruñen:
—Buen trabajo, Falconi. Nos gusta tenerte en nuestro equipo.
No es exactamente lo que quieres que digan los defensores de la oposición.
Bienvenido a mi vida. Ha sido una temporada de mierda. El cuarto juego y Cutler
hizo que lo despidieran, así que finalmente me tocó a mí salir del banquillo.
Finalmente, después de años de tocar la segunda cuerda, fui el QB titular.
Y he perdido todos los malditos partidos desde entonces.
Ahora estamos en el cuarto y quinto lugar. Si no puedo darle la vuelta a esta
mierda, mi plan de cinco años va a tomar un serio desvío. Como, hacia una línea
de trabajo completamente diferente. O tal vez, que Dios me ayude, Cleveland.
Ahí estoy, quitándome el casco, con pintura de grasa por toda la cara. El sol
está en mis ojos, así que no sólo me veo exhausto, sino también súper confundido.
No estaba confundido. Recuerdo que lo que quería decir era: Tenemos todo por
una línea ofensiva, excepto por Valdez, así que, ¿qué crees que pasó? ¿Y qué pasa
con los fans aquí? Me golpearon con un pollo de goma en la veinte. ¿Me estás
tomando el pelo?
Pero no lo hice.
En vez de eso, me veo pasar la mano por mi cabello sudoroso mientras digo:
—Sólo un mal día, Tammi.
27
Se pone el micrófono en la boca:
—Tuviste algunos problemas con la penetración… —Se calla. Suena como
si estuviera hablando de disfunción eréctil, y más vale que lo sea. Para completar
el cuadro, hay un anuncio de CIALIS justo detrás de ella. Este maldito juego.
—Sólo jugamos la mano que nos tocó —le digo. En caso de duda, recurre
a viejos dichos. Mínimo problema de pérdida de sonido, muy poca posibilidad de
insertar un expletivo accidental.
Tammi me mira con tristeza.
—Espero que todo empiece a mejorar para ti, Jimmy.
No me digas. Será mejor que empiece a mejorar y rápido.
—¿Listo? —dice una voz detrás de mí. Me doy la vuelta.
El silbido sale de mi boca antes de que pueda detenerlo.
Mierda. Tiene las mejillas sonrosadas y el cabello aún está húmedo por la
ducha. Sus pestañas son largas y se ven suaves a pesar del rímel oscuro. Y como
si no fuera lo suficientemente traviesa antes, ahora tiene un bonito pendiente de
diamante en la nariz. Pero es perfecto. Es el tatuaje de encaje otra vez. Una dulzura
pecadora. Apúntame de una vez.
—¿Seguro que quieres costillas?
Parece indignada.
—No te eches atrás ahora.
—No, solo estás…
—¿Qué? —Levanta la cara, toda descarada—. ¿Crees que soy demasiado
delicada para las costillas?
Delicada. No es delicada. Bonita. Hermosa. Elegante. Y usando un sexy
suéter de cuello de tortuga blanco. Quiero tanto mi boca en ese cuello…
Se barre el cabello hacia un lado, por encima de un hombro. En el dedo
anular de su mano derecha hay uno de esos anillos irlandeses. No sé cómo se llama,
pero los he visto antes. ¿Con el corazón en el medio y las manos a cada lado? Es
plateado y viejo. El corazón está mirando hacia mí. Puede que no sea irlandés, pero
he dado la vuelta a la manzana y sé lo que eso significa.
Que empiece el juego.
—Eras más dura cuando entrenábamos —digo, estudiando la forma en que
su cabello cae sobre sus pechos—. Ahora estás… 28
Se inclina. Ella sonríe.
—Termina esa frase de la manera correcta, y el primer asalto va por mi
cuenta.
Dios mío, me tiene al revés. Me subo un poco los pantalones y me concentro
en formar oraciones completas.
—Te llevaré a Il Forno. Tienen un gran vino…
Ella sacude la cabeza y se quita la bolsa de gimnasia del hombro, sus
guantes rosas cuelgan de la correa y las muñecas se salen de la parte superior.
—Demasiado elegante. Bebé de vuelta o en quiebra. ¡Dame cerveza o dame
la muerte! —Me da un codazo en el brazo.
Vaya.
De un gancho en la pared, toma un abrigo gris esponjoso con una capucha
de piel falsa y le baja la cremallera. Luego un gorro gris y unos guantes a juego de
su bolsillo. Se acomoda el gorro en su cabeza. Es esta cosa apestosa y adorable que
es demasiado grande para ella. Parece que alguien a quien ama mucho lo tejió para
ella, y ella los ama demasiado como para no usarlo.
Se sube la cremallera de su chaqueta y atrapo un poco de su olor a coco.
—¿Vas a decir algo o sólo… vas a mirarme fijamente? Porque no me
importa, en absoluto. Sólo quiero saber el plan…
Toso.
—No bromeabas. —Le quito los ojos de encima y miro a la Pared
Knockout.
—¡Oh! —Se acerca a ella mientras se pone los guantes. Está con estas lindas
botas marrones que casi llegan a sus rodillas y tienen manchas de sal en los dedos
de los pies. Jeans. Jeans ajustados. Mi mente inmediatamente se fija en el color de
la ropa interior que lleva puesta, y creo que es rosa. Mierda, espero que sea rosa.
Ella tuerce una pierna sobre la otra, así que está allí de pie, con las piernas cruzadas
y las manos juntas. Puro deleite al contemplar la prueba de su poder.
—¿Verdad? No está mal. Ese. —Ella golpea a uno de los tipos del medio
con su manopla—. Era casi tan grande como tú. —Sonríe ampliamente—. Casi.
¿Cuánto mides, uno noventa? ¿Pesas ciento veintisiete?
Ella sabe lo que hace.
—Uno noventa y ocho. Ciento veintiocho kilos.
29
—De ninguna manera, ¿en serio? —Sonríe tan fuerte que se le arruga la
nariz.
Muevo mi cabeza mientras nos dirigimos a los escalones
—Sí. ¿Por qué?
En mi mente, ella regresa con algo como, Eres una bestia, o, Eres enorme,
o, ¿Es cierto lo que dicen sobre la correlación entre la talla de zapatos y…
Pero en vez de eso, dice:
—Significa que eres el tipo más grande con el que he salido. —Luego
levanta un guante en el aire para chocar los cinco—. ¡Up, Up Hurraaaaaa!
6 30

Mary
Me lleva a un pequeño agujero en la pared a la vuelta de la esquina. Más
precisamente, una puerta en una pared que he pasado cientos de veces sin darme
cuenta. Está entre una barbería a un lado y un Subway al otro, y parece una entrada
de servicio. Abollado acero azul, oxidado en la parte inferior. Excepto que ahora,
mirando de cerca, veo que tiene pintado SWEET UNCLE EARL'S en minúsculas,
minúsculas letras a la altura de los ojos.
—¿Alguna vez has estado aquí? —me pregunta, y golpea con sus nudillos
sobre el metal, un muy verdadero distintivo, rat-a-tat-tat-tat.
¡De hecho, llama a la puerta!
—Esto es como un bar clandestino —comento—. Nunca he estado en un
lugar donde hay que llamar para entrar. ¿Hay un apretón de manos?
Olfatea en el frío.
—No para mí, gatita. No para mí.
Oh, Dios, encuentro esa confianza tan ardiente. Finjo que no me muero por
dentro y me ajusto el gorro. No quiero ser demasiado fácil, así que lo miro con una
mirada falsa y resoplo.
—No soy la gatita de nadie, como ya sabes.
—Difícil, porque realmente me gusta mucho ese apodo.
Resoplo. Es solo una fachada. A mí también me encanta, especialmente
cuando él lo dice.
Calienta sus manos delante de su boca. Sonríe detrás de sus palmas
apretadas y la piel alrededor de sus ojos se arruga. En su puño, repite:
—Gatita.
La puerta se abre con un crujido helado. Nos encontramos con una ráfaga
de aire caliente, que huele exactamente como un ahumadero, y empiezo a salivar
inmediatamente. Dentro de la puerta hay un anciano con un delantal blanco que
dice: «LA BBQ ES MI RELIGIÓN». Está salpicado de salsa barbacoa, y su cara
se ilumina tan cálidamente cuando ve a Jimmy, que me hace preguntarme si tal 31
vez este tipo es algo más que un modelo de Gillette después de todo.
—¡Entra, campeón! Acabo de sacar una nueva hornada del horno
Cuando entramos por la puerta, es como una variación de Cheers al estilo
Chicago. Todo el mundo estalla con gran júbilo: ¡Ahí está! Me encuentro casi
inconscientemente abriéndole paso, dándole espacio para llenar la habitación, pero
él me coloca justo delante de él, una mano sobre cada uno de mis hombros. Como
si quisiera ponerme a mí primero. Un anciano detrás de la barra se quita el
sombrero y nos sonríe. Una señora corpulenta con un pequeño delantal le da un
beso en la mejilla y me da una palmadita caliente en el brazo.
En lugar de Jimmy, sin embargo, todos lo llaman «El Halcón», lo cual es
un poco extraño.
—¿Qué, es ese tu nombre de calle? —le pregunto, mientras entramos en
una cabina poco iluminada—. ¿El Halcón?
Espera con las yemas de los dedos sobre la mesa e inclina su cabeza hacia
mí.
Me quito el gorro.
—Ya sabes, ¿cómo La Roca? ¿Dwayne cómo se llame? ¿Algo así? —
Desenrollo mi bufanda y la meto en mi bolso.
Ahora Jimmy asiente. Toma mi abrigo y lo cuelga en el gancho entre las
cabinas.
—Algo así, claro.
Se sienta y el banco gime debajo de él. Golpea la mesa con la rodilla,
haciendo que la vela parpadee dentro de su soporte de lata. Es un ser humano
masivo. Masivo y sexy y de ensueño y… tengo este destello en mi cabeza de él
rompiendo mi cama. Crack, bang, thump.
La camarera viene con una libretita muy arrugada en la mano. Pido una
cerveza pero dejo a Jimmy elegir las costillas. Pidió dos parrillas con maíz y patatas
al lado para los dos.
Ha pasado mucho tiempo desde que alguien pidió algo para mí. Y
encuentro, para mi sorpresa, que realmente me gusta. Esa cosa de hacerse cargo,
es sexy. Nada de dudando y vacilando y, Por favor, ordena lo que quieras excepto
tal vez no las costillas, porque no estoy hecho de dinero. No, nada de eso aquí.
Sólo bing, bang, bum. Y sigamos con el espectáculo.
El espectáculo de Jimmy. 32
La cosa es que, he llegado a una fase de sequía. Hace un año, rompí mi
compromiso con un hombre que no he visto desde entonces. Y estoy feliz. Más
feliz que nunca. En los últimos meses, poco a poco he vuelto a tener citas. No ha
sido genial. Los chicos que conozco están tras un divorcio, con la vaga etiqueta de
«separados» en sus perfiles de Match.com (¡mentirosos!), o son mucho mayores
que yo, así que lo único en lo que piensan es en el matrimonio y los hijos. Estoy
llegando a esa edad en la que la gente empieza a mirarme como si mi útero
empezara a arrugarse como una ciruela pasa y me lo dicen todo.
Cuando se trata de niños, me pregunto si hay algo malo conmigo. Empiezo
a pensar que podría haberlo. Cuando veo a los pequeños en la calle con sus padres,
o a los hijos de mis amigos, cuyos rostros ahora ensucian mi Facebook, trato de
encontrar alguna pequeña llama de calor, o interés, o adoración. Trato de mirar sus
mejillas hinchadas y sus pequeñas naricitas y sentir algo, cualquier cosa. Es como
si no estuviera ahí. Pero sé que tengo mucho amor que dar, muéstrame un perro
con un suéter y no puedo evitarlo.
Como si estuviera en el momento justo, mi teléfono zumba en mi bolso.
—¿Está bien si reviso mis mensajes?
Parece totalmente aturdido.
—No puedo creer que me hayas preguntado eso…
—Bueno, no quiero ser grosera. —Sonrío—. Contigo saliendo conmigo y
todo eso.
Parpadea rápidamente, casi avergonzado.
—Claro, sí, por supuesto.
Meto la mano en mi bolso y encuentro mi teléfono en la parte inferior de la
bolsa-vortex. En mi pantalla de inicio hay un mensaje de texto de mi mejor amiga,
Bridget. Ahí está, como sensual, con un nuevo ojo ahumado que está probando.
En su regazo está Frankie Knuckles. Es su perro, técnicamente. Técnicamente.
Debajo está la leyenda:
Mamá Mary, ¿dónde estás?
Sosteniendo la pantalla hacia Jimmy, le digo:
—Mi compañera de piso me está haciendo sentir culpable por no volver a
casa.
Miro sus ojos. Anticipo una ampliación comprensible cuando vea a Bridget. 33
El tipo es sólo humano, y Bridget es conocida por hacer que los conductores de
autobús olviden sus rutas. Pero sorprendentemente, la mira sin ningún interés
particular. Ciertamente nada como la forma en que me mira.
Lo que es, ya sabes, fantástico.
—Mierda. —Jimmy extiende la mano y pasa sus dedos sobre la cara de
Frankie—. Eso parece un ewok. —Se inclina, poniendo sus enormes codos sobre
la mesa para que todo lo que hay sobre ella se derrame y se deslice como si
estuviéramos en el mar. Sujeto mi mano a mi lado de la mesa y trato de enderezarla
con mi zapato. Victoria. Ni una gota de cerveza perdida.
—Frankie Knuckles es su nombre.
—Jesús —dice con un resoplido, mirando la foto—. Qué matón.
No exactamente. Pesa seis kilos, es alérgico al trigo, le teme al papel de
aluminio y lleva un oso panda medio relleno con costra de babas a todas partes.
—¿Te gustan los perros? —le pregunto, tan casualmente como puedo
lograr.
En mi cabeza, lo juro por Dios, oigo la canción de Jeopardy. Este es un
momento de la verdad. No sé si volveré a ver a este tipo, pero me gustaría. No sé
si alguna vez conoceré sus labios en los míos, pero quiero hacerlo. Pero esta
pregunta, la pregunta del perro, podría romper el trato. Encuentro que los no
amantes de los perros son muy, muy desconfiados. Una vez oí que a Ted Bundy
no le gustaban los perros, y pensé: Por supuesto que sí. Pero este tipo, Jimmy, es
tan perfecto que tenemos que dirigirnos a una catástrofe. Puede que sea aquí. Por
suerte me dirá: Soy alérgico, o tengo veintinueve gatos, o me gustan mucho las
serpientes.
Por favor, no.
—Me encantan los perros.
¡Y la multitud se vuelve loca!
—A mí también —digo, sonriendo. Es un eufemismo, pero no quiero ser
catalogada como la loca de los perros. Con un dedo distraídamente escribo mi
contraseña—. Es un Grifón de Bruselas. Y todo el mundo dice que parece un ewok,
pero nunca he visto Star Wars, así que no puedo opinar sobre eso.
Se rasca la cabeza y mira la barra.
—¿Nunca?
—Nunca.
34
Se aclara la garganta.
—Quiero decir, no quiero ser grosero, ¿pero vives bajo algún tipo de roca?
¿Eres una ermitaña? Porque yo podría estar totalmente en eso, pero ya sabes, la
revelación completa…
Oh, Señor. Yo podría estar en eso.
Trago con fuerza.
Espera. ¿Cuál fue el resto de esa oración?
Cierto. Star Wars.
—Nunca la vi mientras crecía, y ahora como que es algo. No me opongo
moralmente a Darth Vader ni nada de eso. Sólo que… nunca llegué a hacerlo.
Jimmy encoge sus enormes y sexis hombros. Lleva una Henley térmica azul
marino y una sudadera con capucha Bears gris con cremallera hasta la mitad. Estoy
segurísima de que puedo oler el suavizante Bounce enredado con el olor del jabón
Ivory. Es difícil de decir a través del humo de nogal. Requerirá una investigación
más detallada. Definitivamente estoy de acuerdo con eso.
—Me parece justo —dice—. Supongo que es posible no haber visto Star
Wars. ¿Tal vez? ¿Creciste en una ciudad Amish?
Mi risita viene de las profundidades de mi estómago.
—Crecí principalmente en Vermont. Mi tía era apicultora.
Me siento como un idiota inmediatamente. Probablemente piense que le
estoy preguntando sobre su vocabulario…
—Mierda. ¿Abejas?
¡Y la multitud enloquece de nuevo!
—Tantas abejas. No teníamos cable, pero puedo hablarte de la miel.
Desliza su mandíbula inferior hacia un lado y me mira hacia arriba y hacia
abajo.
—Miel, ¿eh?
Agarro mi cerveza y me tomo un trago.
Jimmy me sonríe.
—Está bien. Veo tu falta de Star Wars y te superaré. Nunca he visto La
Princesa Prometida.
—Bueno, eso es ridículo. Hasta nosotras teníamos esa en VHS. La tía 35
Cheryl dijo que era una película feminista. Se siente como si Buttercup estuviera
inspirada por Gertrude Stein.
Se ríe en su cerveza. ¿Acaba de reírse de una referencia feminista de
segunda ola? Puede que ya lo ame.
Es entonces cuando el mismísimo tío Earl viene con una cesta de cortezas
de patatas al vapor y le da la mano a Jimmy. No estoy segura de por qué todos lo
quieren tanto, pero si eso significa cáscaras de patata gratis, entonces estoy
definitivamente dentro. Se dan ese varonil apretón de manos que encuentro
increíblemente sexy, pero luego Sweet Uncle Earl dice algo sobre el juego y yo
me desconecto.
Tan pronto como puedo, le respondo a Bridget:
Yo: Ocupada. Cenando. ¡Costillas!
Bridget: ¿Sin mí?
Bridget: Eso es todo. Se acabó la amistad.
Bridget: Presentaré los papeles del divorcio a través de Legal Zoom,
supongo.
Yo: ¡Lo siento!
Yo: La contraseña es b3stfriends4ever.
Bridget: De acuerdo.
Bridget: ¿Con quién estás?
Bridget: ¿Es sexy?
Yo: ¿Podrías parar?
Bridget: Es Movember. Sabes lo que eso significa…
Sí. Sé lo que eso significa. Vivo con ella. Sé que le gusta el vello facial. Una
cosa que roza el fetiche.
Yo: Es muy lindo.
Yo: Pero no tiene un moist achy (dolor húmedo).
Yo: Moist ache (dolor húmedo).
Yo: MOUSTACHE (bigote)
Bridget: ¿Aprendiste a escribir en Gran Bretaña?
36
Bridget: Dolor húmedo LOL
Bridget: Bigote. Es bigote.
Eso de «dolor húmedo» me hace reír tanto que casi se lo cuento a Jimmy
antes de acordarme de pensar primero y hablar después. Dolor húmedo. Puede ser
un poco demasiado pronto. A menos que tenga que ver con los brownies, la gente
se siente rara con la palabra «húmedo» y no estoy segura de que necesite saber que
ya se ha ganado un apodo.
Bridget: No hay problema. Estamos aquí viendo Strange Things.
Es la peor amiga del mundo.
Yo: Menos mal que tengo el Zoom Legal en mi teléfono.
Bridget: LOL.
Bridget: Ten cuidado. Las carreteras son horribles.
Bridget: Diviértete con Moist Ache <3
Cuando levanto la vista de los mensajes, veo que el Sweet Uncle Earl se ha
ido y Jimmy me está observando. O bien el calentador de la esquina ha funcionado
realmente mal o me estoy sonrojando de forma incontrolable. Me doy cuenta de
que debo haber estado sonriendo como una lunática porque ahora mismo me arden
las mejillas. Quito mi sonrisa, pongo mi teléfono en mi bolso y busco mi cerveza.
Tomo un trago largo y sediento. Mueve la cabeza como si no pudiera creerme, y
de nuevo siento el calor en mis mejillas. Cuando dejo mi vaso, ahora, no es de
extrañar, medio lleno, digo:
—¿A qué te dedicas? —puedo sentir un poco de espuma en mis labios y
rápidamente me la chupo.
Una vez más, me mira de forma extraña. Echa un vistazo a un televisor
detrás de la barra, que muestra algunos clips de fútbol. Un tipo con la pelota es
golpeado muy fuerte por otro jugador con una camisa de otro color. El titular dice:
«¿TENDRÁ FALCONI OTRO BLOTACULAR?»
Hay una larga pausa cuando mira desde la pantalla hacia mí y hacia atrás de
nuevo, así que tomo una cáscara de papa de la canasta y la corto en dos pedazos.
Para alguien tan sexy, es un poco incómodo conmigo, y eso me gusta. Es realmente
muy entrañable.
—¿Estoy en… deportes? —dice finalmente.
Así que, no sé por qué tiene un signo de interrogación al final de eso, pero
tal vez está entre trabajos. Tal vez sea un modelo de ropa deportiva. Tengo una
visión de una sesión de fotos con poca luz, con él haciendo flexiones en un 37
gimnasio vacío mientras gotea de sudor y rechina los dientes.
Gruñido.
—Sabes —tomo otro sorbo de mi cerveza—, pareces el tipo que modela
para esas navajas Gillette de cinco hojas.
Comienza a reírse, a sonreír, a mirarme a través del fondo de su vaso.
—Eso es porque lo soy.
Golpeo mi cerveza en la mesa.
—¡Lo sabía! Cuando estaba agitando esas sales aromáticas frente a tu cara,
supe que te había visto antes.
Una vez más, inclina la cabeza y mira de nuevo la televisión. Antes de que
pueda decir algo al respecto, como, posiblemente: ¿quieres ir a sentarte en el bar
para ver mejor la televisión?, me dice:
—¿Qué hay de ti? ¿A qué te dedicas?
Mientras mastico la corteza de patata, él pone esta adorable sonrisa en su
cara y luego toma un trago varonil de su cerveza. Veo su nuez de Adán subir y
bajar y me siento un poco débil.
Apunto a mi boca llena y luego levanto un dedo en el aire. Se acerca y toma
la otra mitad de la piel de la patata de mi plato. En el tiempo que me lleva tragarlo,
él ya se lo ha comido y ha vuelto con su vaso de cerveza.
—Soy fisioterapeuta. —Me limpio la boca—. Pero me gusta adoptar una
especie de enfoque integrado. La conexión mente-cuerpo es muy poderosa.
Tose a través de una risa y mira hacia otro lado. Trato de mantener el rumbo.
Siento esa agitación por mi cuerpo por él otra vez y me remuevo en mi asiento.
—Mente-cuerpo. Interesante —dice, sonriendo hacia sus servilletas de
papel.
Asiento.
—A veces, cuando pensamos en un cierto patrón, terminamos empeorando
la lesión física. Así que me gusta ayudar a mis pacientes a romper esos patrones,
si podemos.
Increíblemente, parece muy interesado en esto. Sorprendido, incluso.
—¿Con quién trabajas?
—Toda clase de gente —digo, pensando en mi lista de clientes—. Personas
con dolor crónico, ancianos, personas con lesiones agudas, atletas… 38
Y luego, por alguna razón, se atraganta con su cerveza clara.
7 39

Jimmy
La barbacoa es un deporte de contacto total. Hay una pila de servilletas de
unos diez centímetros de alto entre nosotros, y una pequeña canasta de plástico de
toallitas húmedas junto a la vela. Tengo que quitarme la sudadera para mantenerla
limpia, pero de alguna manera (y ni siquiera sé cómo, porque Dios sabe que la
estoy observando de cerca) se las arregla para abrirse paso costilla tras costilla,
goteando salsa, y nunca, ni una sola vez, se mancha el suéter.
Siento que eso podría ser la verdadera señal de una total malota. Una mujer
con un suéter de cuello de tortuga blanco que puede pasar una noche en Sweet
Uncle Earl's sin ningún problema. Eso es jodidamente increíble.
Y hablamos. Como hacen los extraños, conociéndose entre ellos. Ella hace
esta cosa adorable cuando está pensando, mirando por encima de mi hombro. Me
engaña la primera o segunda vez, y en realidad, miro por encima de mi hombro.
Pero luego me acostumbro y hago pausas para estudiar realmente su cabello, la
curvatura de su hombro, la plenitud de sus labios. Maldita sea.
Pero más allá de ser hermosa, también es una muy buena compañía. La
conversación es fácil y fluida y nunca vuelve al fútbol. Las pocas citas que he
tenido últimamente han sido sobre fútbol. O dinero. O dinero en el fútbol.
Lo que me lleva a la pregunta: ¿Quién soy yo, si no soy dinero o fútbol?
Cielos, pienso, que recogiendo otra costilla. No tengo ni puta idea. De nada.
—¿Has leído algo bueno últimamente? —pregunta.
Hundo mis dientes en la carne de la parte superior mientras una gran gota
de salsa cae sobre mi ensalada de patatas. Esta conversación tiene que estar
sucediéndole a otra persona. No creo que nadie me haya preguntado qué me gusta
leer en casi veinte años. La cosa es que tengo una respuesta. Aquí va nada.
—En realidad, acabo de terminar American Lion.
Se limpia la cara con delicadeza.
—Oooh! Es tan bueno, ¿no? Sabes que también el que es súper bueno es la
American Sphinx. ¡Ese Jefferson, era una pieza de trabajo! Y vi este libro, Six
Frigates, que también parece muy interesante… 40
En serio, estoy así de cerca de decirle que puede compartir mi cuenta de
Kindle para que podamos hablar de James Madison todo el día.
—¿Tú también eres una mujer de no ficción?
Sonríe radiante.
—Oh, sí. Todo tipo de cosas. Ficción. No ficción. Me encanta mi TV, sin
embargo. —Levanta los hombros, los ojos parpadeando—. Mi compañera de piso
y yo miramos mucho.
Estoy un poco a oscuras aquí. Mi visión de la televisión se limita
completamente a ESPN y…
—Veo mucho de How It’s Made con mi sobrina.
Con los labios abiertos, me mira como si fuera un farol en una mesa de
póquer.
—No.
—¿Sí? —digo, pensando que podría haberme revelado como un completo
y absoluto nerd.
Pero luego cierra los ojos, con una costilla entre los dedos.
—Hoy en How It’s Made: Escurridores de pasta de plástico, chicles,
cuchillos de caza… y…
Oh, Jesús, es adorable. Me congelo con la servilleta en la mano. Levanta un
dedo de la costilla para decirme que espere, que espere…
—… ¡pasteles de manzana sin gluten!
Es tan exactamente correcta, tan perfecta, que una enorme carcajada de
barriga brota de mi boca y llena la habitación. El Sweet Uncle Earl me mira desde
el agujero de la cocina y me dice:
—¡Hombre! ¡Mírate! —Y sonríe y sonríe.
—Siempre ponen esa colocación de producto al final. —Me chupo la salsa
de los dedos—. Mátame. Todo lo que quiero saber es cómo crecen las bananas y
consigo carne sin carne o algo así.
Ella sonríe con fuerza y le da un gran mordisco a la costilla.
Pacientemente, con cuidado, mastica y mastica, saboreando cada bocado.
Es realmente agradable. Estoy acostumbrado a comer con chicos que actúan como
si su tiempo de comer fuera a reducir el tiempo que pasan en el patio de la prisión. 41
Pero saborea hasta el último bocado.
Mientras se traga el último bocado de su ensalada de patatas, veo que tiene
una mancha de salsa en el labio, y señalo su boca. Su lengua se asoma, tratando de
encontrar el lugar, pero se le escapa por un kilómetro y medio. Así que bajo mi
costilla y tomo una toallita húmeda de un paquete. Luego me inclino y le limpio el
labio. Mientras lo hago, sus ojos siguen mis dedos, y yo me quedo allí
probablemente un montón de mierda más de lo necesario.
—¿Estoy bien? —pregunta, después de que me haya quedado allí lo
suficiente para sentir cómo se seca la humedad.
Lo aprieto en la palma de mi mano pero dejo mi pulgar en su mejilla por un
rato más mientras digo:
—Sí. Eres perfecta.
8 42

Mary
Dos cervezas y una parrilla llena de costillas más tarde, paga en efectivo y
me ofrece su mano para ayudarme a salir de la cabina. No me suelta cuando me
levanto, sino que la sujeta con fuerza, uniendo sus dedos grandes y sexys alrededor
de los míos. Mi corazón se agita y el calor vuelve a subir a mis mejillas. Cuando
nos dirigimos a la puerta y todo el mundo grita: Buena suerte, Halcón, su otra
mano se desliza por mi espalda, guiándome firmemente. Su brazo se siente caliente
contra mi espalda, sus piernas fuertes contra las mías. No es dulce, o lindo, o
caballeroso. Es eléctrico, y empieza un profundo estruendo dentro de mí. Me suelta
la mano lo suficiente para ayudarme con el abrigo, y luego la sujeta con fuerza en
la suya otra vez.
Salimos a la nieve que cae suavemente.
—Gracias por la cena.
Sacude la cabeza.
—Aún no he terminado contigo.
Me han dicho que soy audaz, pero este tipo puede dejarme sin aliento con
una mirada.
—¿No? —pregunto, moviendo mi palma hacia arriba para que ambos
aplanemos nuestras manos contra las del otro. La mía es diminuta junto a la suya,
mis dedos apenas se extienden hasta su segunda línea de nudillos, mi palma es
engullida totalmente por la suya.
—Mierda, no. Acabamos de empezar, Mary. Ni siquiera te he besado
todavía…
Oh, Dios mío.
Pero antes de que pueda reaccionar… digamos, desmayarme directamente
en sus brazos, o darle un suspirado ¿Dónde has estado toda mi vida?, un
quitanieves viene hacia Clark aproximadamente a setenta kilómetros por hora. El
rugido del motor llena el aire y las luces amarillas parpadeantes brillan a través de
la nieve que cae.
La curva del quitanieves es tal que está enviando toda la nieve al lado 43
derecho, donde sólo hay un auto estacionado:
Mi vieja Wrangler.
Rojo cereza, 1989, techo rígido original. Sistema de refrigeración muy
cuestionable. Pero, oh, cómo la quiero. Tiene 321,990 kilómetros, y su motor se
mantiene unido en su mayoría con diferentes tipos de cinta.
Y ahora está a punto de ser enterrada.
No hay nada que hacer para detenerlo, y lo sé. De todos modos, como nunca
en mi vida he sido una mujer a que se quede de pie y mirando, empiezo a correr
por la calle diciendo: No, no, no, no, no, y ¡Para, para, para!
Su mano se desliza alrededor de la mía mientras el tractor entierra el costado
de mi vehículo en cerca de un metro de nieve sucia, todo esto salpicado de trozos
de asfalto como trozos de chocolate. La pila es gruesa, sólida y llega hasta la manija
de la puerta.
—¡Mierda!
—Oh, maldición. ¿Eso es tuyo?
—¡Jimmy! ¿Por qué? ¡Cada maldita tormenta! ¿Por qué? —Le doy un
empujón en el pecho y se tambalea hacia atrás.
—Se supone que no debes estacionar en el lado opuesto durante las
tormentas. Recibo alertas en mi teléfono todo el tiempo.
Lo agarro por sus enormes brazos.
—¿Qué es el lado opuesto? ¿El lado opuesto de qué?
Se ríe.
—No tengo ni puta idea. Aparco en un garaje.
Lo sacudo, con fuerza. Al principio no se mueve para nada, pero luego se
hace el blando y me deja sacudirlo para que su cabeza se balancee lentamente hacia
adelante y hacia atrás. Hasta su garganta es sexy. Finalmente, dejo de sacudirlo y
me quedo ahí parada agarrando sus hombros. Me pregunto, brevemente, si cabría
por la puerta de mi apartamento.
—¿Qué hago? —digo, en voz baja—. No creo que Uber sea…
Pero me encuentro a mí misma descolgada porque se ve tan… delicioso
aquí bajo la lámpara de la calle, con la nieve cayendo sobre sus mejillas, quedando
atrapada en sus pestañas. Los copos de nieve hacen suaves estampados en nuestras 44
chaquetas, y de alguna manera, sus ojos son de un azul aún más rico aquí fuera en
el frío. Su mirada se mueve hacia arriba y hacia abajo en mi cara, y me hace
retroceder contra la fachada de ladrillo del edificio. Ni siquiera he tenido tiempo
de cerrar la cremallera de mi abrigo, y ahora se está aprovechando al máximo,
deslizando su mano alrededor de mi cintura y enganchando un dedo en la presilla
de mis jeans. Presiona sus caderas contra mí, y sin siquiera pensarlo, me encuentro
deslizando mis manos en sus bolsillos traseros, los dedos de mi mano derecha
debajo de su billetera, contra la firme y fuerte curva de su trasero.
—Eres tan sexy, Mary.
Trago con fuerza. Mi bolso se desliza por mi brazo, resbaladizo por la tela
de mi abrigo, y cuelga de mi codo. Su otra mano viene a mi cara, su pulgar
moviéndose lentamente hacia arriba y abajo de mi mejilla.
—¿Acaso sabes lo que me estás haciendo ahora mismo?
—Creo que es mejor que me lo muestres. Me presiono contra él lo mejor
que puedo.
Ahí es cuando se inclina, empujando mi frente con la suya, un poco como
hicimos en el ring. Pero esto es muy, muy diferente. Suave. Tierno. Pero de alguna
manera igual de intenso. Su rastrojo raspa el borde de mi mejilla, y dejo que mis
ojos se cierren.
Me susurra al oído:
—Prepárate, porque te voy a besar.
—Estoy lista. —Tomo los botones de su Henley en mi puño y lo acerco.
—Más te vale que lo estés.
Inhalando fuerte contra mi mejilla, coloca su pulgar en mi mandíbula,
manteniendo mi cara firme en su enorme y cálida mano. Me empuja cada vez más
fuerte contra la pared. Dejo que mi bolso caiga en la acera nevada para poder
acercarlo con los dos brazos. A través de los ojos semicerrados, veo que el
semáforo se vuelve amarillo y luego rojo, mientras me besa cada vez más
profundamente. El beso dice: Esto es lo que soy. Así es como soy. Sostengo su
cabeza con las palmas de mis manos mientras sus dedos se dirigen hacia abajo más
allá de mis bragas en la parte baja de mi espalda. La sensación de frío me hace
sentir un hormigueo en la columna.
No tiene cuidado con su labio roto, como si no sintiera nada más que yo,
sino esto, sino nosotros, en medio de una tormenta de nieve en una esquina de la
calle. Cuando el semáforo se vuelve verde, me siento soñadora y muy lejos. Me he 45
olvidado de respirar. Es ese tipo de beso. Un beso que te quita el aliento, te hace
olvidar dónde estás. Finalmente, jadeo por aire, pero no me separo de él. Pongo
una mano detrás de su cabeza. Bajo mis fríos dedos, siento su cabello corto en la
nuca, el calor de su piel en el borde de su cuello.
Finalmente, se aleja de mí, y yo me quedo sin palabras, sin aliento, perdida
en sus brazos. Por un segundo, nos miramos fijamente el uno al otro. Luego me
empuja contra su pecho, protegiéndome del frío.
Descanso mi mejilla contra él, las crestas de su camisa térmica presionando
mi piel. Con un movimiento sin esfuerzo de su pulgar, me levanta la cara y lo miro
directamente. Esos ojos azules brillan en las luces de neón del edificio detrás de
mí.
—Nunca me han besado así.
Él inhala profundamente y su agarre sobre mi cuerpo se aprieta. Entonces
se inclina más cerca, y pasa su lengua a lo largo del borde de mi oreja.
—Voy a hacerte sentir muchas cosas que nunca has sentido antes.
Oh, Dios mío.
Una vez que puedo volver a hablar, le susurro:
—Tal vez. Nunca se sabe. Tal vez podríamos enseñarnos una o dos cosas.
—Me pongo de puntillas y paso mi lengua por el borde de su oreja hasta el lugar
donde se encuentra con su mandíbula. Huelo el más mínimo indicio de colonia, un
olor limpio, agudo y a madera como nada en el mundo.
—Maldición, Mary —se queja—. Me gustas, ¿lo sabes?
Es tan simple, tan hermoso, que ni siquiera sé cómo responder. Creo que
esto es lo que llaman química. Explosiva, química nuclear. Vuelvo a llevar su boca
a la mía, y me pierdo en otra ronda de verde-amarillo-rojo. Su antebrazo marca la
curva de mi espalda, y gruñe un poco mientras presiona mis caderas contra la pared
con la suya. Es intoxicante. Double India Pale Ale, hazte a un lado. Jimmy está
aquí.
Cuando me deja ir de nuevo, toma mi cara en sus manos, de la misma
manera que yo lo hice cuando intentaba devolverle la conciencia. Sus ojos se
mueven de un lado a otro entre los míos, y finalmente se asientan a la izquierda.
—Voy a llevarte a casa ahora. Y vamos a follar. Vas a compensarme por
haberme noqueado. Me vas a dejar hacer lo que tengo que hacer. —Me acaricia la
mejilla con su nariz—. ¿Estás conmigo? 46
Me da un escalofrío de cuerpo entero que empieza en los muslos y termina
en la punta de mis dedos.
—Por favor. Hazlo. Todo ello.
—Lo haré. —Me pellizca el labio inferior. Luego agrega—: Voy a ser un
caballero y diré que vendré a sacarte esta noche. Pero no lo haré.
—¿No? —susurro.
—Diablos, no. Lo único que voy a hacer esta noche eres tú.
9 47

Jimmy
Con su mano en la mía, llamo a un taxi en Fullerton. No está hablando
mucho, y eso me gusta. Me gusta hablar con ella, ensuciarme, verla perder las
palabras. Porque te diré algo, planeo que pierda más que eso antes de que termine
con ella. Que pierda todo por mí. Ese es el maldito plan.
El taxista se detiene al otro lado de la calle, un poco más adelante de
nosotros, y pone su señal para decirnos que nos espera. Cuando nos dirigimos hacia
el paso peatonal, pateo a un lado una deriva del quitanieves, pero es un terreno
inestable, helado y resbaladizo. A medida que comienza a resbalar, su agarre en
mi mano se tensa.
—Paremos con esto —le digo, y la recojo en mis brazos, al estilo de los
recién casados.
Ella chilla y se agarra fuerte. Encaja perfectamente en mis brazos, y me
encanta la forma en que se siente apretada contra mí. Sus dedos se deslizan más
allá de mi cuello, y sus uñas se clavan suavemente en la parte posterior.
—Puedo caminar —dice, mayormente hacia mi boca. Entonces ella levanta
los ojos—. Estaba resbaladizo.
No respondo de inmediato. No quiero ser demasiado fuerte. No quiero
asustarla, pero no quiero que haya ningún maldito error sobre lo que quiero o cómo
planeo conseguirlo.
—Sé que puedes. Estoy seguro de que puedes hacer casi de todo.
Sus ojos brillan, y la levanto un poco más alto en mis brazos. La señal de
caminar empieza a parpadear cuando llegamos a la otra acera.
—No soy una violeta que se encoge.
—Bien. Porque voy a necesitar que te vengas fuerte por mí esta noche.
Su cuerpo reacciona antes de que lo haga su cara, su espalda arqueándose
bajo mi mano, que se dobla tan delicado bajo mi palma.
—Múltiples veces. En voz alta.
Presiona su cara contra mi pecho y me dice:
48
—¿Quién eres?
—Y me vas a decir lo que te gusta y cómo te gusta. No vamos a perder el
tiempo. Comunicación, gatita. Esa es la clave.
Ahí van sus palabras de nuevo. Estoy conociendo ese brillo en su mirada,
desorientada por el deseo.
—¿Y qué hay de ti?
Ahora estamos a nivel del taxi, pero aún tengo algunas cosas que necesita
saber.
—No me corro hasta que tú lo hagas. Al menos dos veces.
Ella no tiene respuesta para eso, así que la atraigo hacia mí, estirando su
bonito cuello con mi pulgar en la mandíbula.
—¿Me oyes?
Asiente. Respira. Parpadea.
—Así es como va a ser.
—Creo que puedo manejar eso.
Me rio, enviando una columna de vapor por mi nariz. Esta chica no tiene ni
idea de lo mucho que la deseo. Lo mucho que la necesito. Lo jodidamente duro
que soy por entrar en ella.
—¿Sí? ¿Tú crees que sí? ¿Crees que puedes manejarme?
Sus ojos se abren un poco.
—Creo que sí —susurra.
Entonces dejo que se me escape de los brazos, una lástima, pero no voy a
dejar que abra su propia puerta. Cuando se sube al taxi, en el lado de la calle, en el
lado seguro, le digo al oído:
—Eso ya lo veremos.
Vivo en un viejo almacén convertido que ocupa una manzana entera. Lo he
destripado, poniendo nuevos lofts que han sido renovados recientemente, mis
chicos me dicen que necesitan dejar que los pisos de concreto se curen un poco 49
más antes de que se ponga el sellador final. Todo es casi perfecto.
Excepto por el ascensor.
Es un viejo pedazo de mierda industrial que sube un poco cada tantos
segundos. Los tipos que hicieron la renovación lo llamaron retro. Yo lo llamo
aterrador como el infierno. No estoy orgulloso. He marcado «ruidos inusuales» de
ascensores y «¿los ascensores deberían temblar sin razón?» y «muertes por
accidente de ascensor» en cada dispositivo que tengo. Normalmente, tomo las
escaleras, pero no esta noche. Esta noche, necesito ponerla contra la pared tan
pronto como sea posible. Con una mano en la parte baja de su espalda, saco las
llaves de mi bolsillo, meto la llave maestra en el ascensor y lanzo la vieja puerta
enrollable de metal. La balanceo hacia adentro y la presiono contra la pared
mientras golpeo «4» con mi puño, y luego la beso hasta dejarla sin aliento.
La puerta se cierra. La única bombilla de Edison se balancea hacia adelante
y hacia atrás. Sus manitas tocan mi camisa, y ella juega con mi cinturón. Me retiro
para echarle un vistazo, para saber cómo es cuando realmente está necesitada.
Es codiciosa en los ojos, y se sonroja en las mejillas. La presiono un poco
más fuerte y le digo:
—Empieza aquí y no hay nada que me detenga…
Desabrocha la hebilla y no dice ni una maldita palabra. Pero sus ojos sí.
Esas grandes bellezas verdes responden: Esa es la idea.
Estoy dolorosamente duro, así que cuando ella me baja la cremallera, mi
polla se libera. Gimo y golpeo la pared de acero detrás de su cabeza con mi puño.
Sus ojos van hacia mi mano y luego hacia mí. Sólo hay un poco de miedo ahí
dentro, y me gusta mucho su aspecto. Sin mirarme para ver si lo tengo pequeño, si
soy grande o si ya estoy goteando líquido preseminal, las tres cosas son verdaderas,
me acaricia en su mano fuerte y pequeña.
—Quiero que me tomes aquí primero.
—No vamos a tener sexo en el ascensor la primera vez, Mary.
Ella se ríe. Sus ojos se entrecierran, y luego ella golpea el tablero de botones
con el puño. El ascensor se detiene.
—Jódete, gatita.
—Buen chico —dice, ceja arriba y nada más que problemas.
Esta mujer. Te lo estoy diciendo.
—Cuanto más me presionas, más ganas tengo de follarte. Sólo pon tu
cabeza alrededor de eso. 50
Me desabrocha el cinturón, me mira una vez y vuelve a susurrar:
—Buen chico.
La necesidad de manejarme dentro de ella es tan fuerte que apenas puedo
ver bien. Aplasto mi antebrazo sobre el viejo panel de acero y amaso con mi otra
palma su trasero. Me queda tan bien en la mano que es como si hubiera sido hecha
para mí.
Engancha un dedo frío en el borde de mis calzoncillos.
—Pero antes de dejarte entrar en mí… —La forma en que lo dice que me
enciende. Dejarte. Como si no fuera mía para tomar. Le agarro el culo con fuerza—
… creo que debería saber tu apellido.
Es como un balde de agua helada en mi cabeza. Tenía que suceder en algún
momento, pero en realidad no había planeado que ocurriera así, ahora. Pero como
sea. La besaré si empieza a hablar de fútbol. Me fijo en esos ojos y digo:
—Falconi.
Todavía nada. No hay ningún reconocimiento. Y estoy jodidamente
contento, porque la última maldita cosa de la que quiero hablar en este momento,
con estos putos y sexys muslos envueltos a mi alrededor, es el fútbol. Tenemos
asuntos más importantes que atender. La coloco en la esquina del ascensor y me
agarro la polla.
—Espera… —Ella inclina la cabeza—. Jimmy Falconi… ¿por qué yo…?
Oh, demonios. Voy por el duro beso de dientes. La beso tan fuerte que la
obligo a volver a poner la cabeza contra los paneles de metal, haciendo que todo
el ascensor suene como si fuera una lata enorme.
Se aparta, estudiándome.
—¿Por qué conozco ese nombre?
Me preparo para el impacto. La cosa es que, por alguna razón, me encanta
que ella no tenga idea de quién soy. La cena estuvo genial, sólo dos personas
saliendo a comer costillas. Hablando de libros, coqueteando. Y no sé quién soy si
no soy futbolista, pero con ella al otro lado, me gustaría averiguarlo.
Pero ella de verdad está completamente fuera de línea. Entrecierra los ojos,
parece que finalmente me ha descubierto.
—Así que tú modelas. Pero, ¿también tienes un concesionario de autos, tal
vez?
Ahogo una risa. ¿Concesionario de autos? Me lo quedo. 51
—Tal vez. —La beso aún más fuerte y luego le doy un golpe al botón del
ascensor para que se mueva de nuevo.

La cargo hasta el apartamento, forzándola contra la puerta con fuerza para


que sienta la ondulación en sus piernas. A ciegas, pongo la llave en la cerradura.
Se abre detrás de ella.
La cierro de una patada.
—Ahora eres toda mía.
—O eres todo mío —me contesta, riendo, moviendo su cabello sobre la
parte posterior de mi antebrazo y mordiéndose el labio mientras me mira,
sonriendo.
Infierno. Sí. La presiono contra la pared para besarle una vez más. Una más,
antes de dejar que sus pies toquen el suelo. Porque la necesito desnuda, ahora
mismo.
Tan pronto como está de pie, tiro del suéter por su cabeza y le quito los
jeans. Pero no su ropa interior. Los dejo exactamente dónde están, porque son rosa,
como esperaba, y muy sexys. Tienen una cinta negra tejida en ellos. Me encanta
que lleve bragas como éstas sin razón alguna. Sexy para sí misma. Me gusta mucho
eso. Me tomo un segundo para trazar el borde de encaje festoneado a través de su
abdomen. Luego me arrodillo frente a ella y le bajo la cremallera de las botas, le
arranco los calcetines y saco los jeans de ese cuerpo perfecto. Me tira de mi
sudadera y de mi térmica sobre la cabeza, y luego me levanto de nuevo delante de
ella. Ahora es su turno de arrodillarse, en una pequeña bola hecha con su propia
ropa. Desata los cordones de mis botas y me los quita, todo el tiempo mirando mi
cuerpo con tanta adoración, necesidad y deseo.
Mierda, ahora soy yo el que se queda sin habla.
—¿Cómo te volviste tan sexy? —le pregunto mientras se endereza de
nuevo. Le muevo el cabello por encima del hombro para que le caiga por la
espalda. Sus pechos son llenos, y de color blanco cremoso. La envuelvo en mis
brazos, alcanzo detrás de ella y le desabrocho el sostén para que sus pechos queden
libres justo contra mi pecho. Arrodillándome de nuevo, tomo su pezón izquierdo
en mi boca y observo el arco de su cuello.
Y ella dice, hacia el techo: 52
—Tú tampoco estás tan mal.
Su piel es seda bajo mi lengua. Ya la huelo, y es como ese olor, ese olor
profundo y húmedo que me provoca algo en la cabeza. Ese olor, hace que un
hombre se sienta vivo. Hace que un hombre se sienta invencible. Hombres más
sabios que yo han dicho: No creo en Dios, pero sí en el coño. ¿Pero este coño?
¿Este cuerpo? ¿Esta mujer? Primitivo. Instinto. De. Necesidad.
La tomo por el culo, la levanto y la pongo en una mesa junto a la puerta.
Una lámpara vuela y sus ojos saltan a los míos, sorprendidos.
—Oops.
—A la mierda —digo, justo contra sus labios—. Podríamos romper todo lo
que hay en este apartamento y no me importaría una mierda. Porque ahora mismo,
nada importa más que esto…
Con dos dedos, empiezo a presionar dentro de ella mientras me empuña en
la palma de su mano. Está apretada y mojada y todo lo mejor de la tierra.
Su mandíbula se relaja un poco mientras ronronea más y más, y veo que
tiene la lengua presionada hacia arriba, contra su paladar. A medida que me meto
más profundamente en ella, encontrando su punto G, su lengua vuelve a caer.
—Oh Dios, Jimmy. Sí… sólo… sí…
Me gusta cómo habla. Pero ahora mismo, necesito que se quede sin
palabras. Así que voy un poco más adentro. Cuando acaricio, sus paredes se
separan un poco, y me hago una idea de su curva más secreta. Es hermoso. Es
suave. Hace calor. Y una cosa es segura: Necesito mi polla dentro.
—No quiero mi dedo en ti, Mary. Quiero follarte.
Ella jadea un poco. Dejo que las palabras se asienten entre nosotros.
Por un segundo, la mantengo en suspense. Luego la saco de la mesa, la giro
y la pongo contra la pared como si fuera a registrarla. Que es lo que haré. Claro
que sí, lo haré.
Mientras su cabeza cae suavemente entre sus brazos, su cabello se derrama
contra la pared, la palpo de arriba a abajo. Su culo, su coño, su estómago, sus
pezones. Mientras trabajo con ella, veo sus manos deslizarse por la pared hasta que
sus palmas están planas y sus codos doblados. Me mira por encima del hombro.
Sus ojos están abiertos, excitados, llenos de anticipación. No sonríe, no se ríe. Ella
es tan seria en esto como yo.
Me coloco justo en su apertura, pero no empujo todavía. Justo contra su 53
oreja, le pregunto:
—¿Vamos a follar con condón o vas a dejarme entrar en ti como necesito?
Su pequeño grito de sorpresa no tiene precio.
Gira el cuello para mirarme a la cara y parpadea dos veces. Ella mira mi
polla en mi mano, mirándome trabajar todo el tiempo.
—¿Tienes uno?
Presiono mi polla entre las mejillas de su culo, sintiendo su humedad en mi
eje. Le lamo la oreja. Le digo en el cuello.
—Por supuesto que sí.
Sus ruedas están girando. Casi puedo oírlos.
—Deberíamos…
—A la mierda si debiésemos… —Le doy la vuelta para que me mire de
frente para que su cuerpo golpee la pared con una bofetada—. ¿Qué quieres hacer?
—La enjaulo con mi brazo y la inmovilizo contra la pared con mi cuerpo.
Su respiración es lenta y profunda, lo que hace que su caja torácica colapse
un poco. Ella agarra mi polla de la base mientras también ahueca mis bolas
exactamente de la manera que me gusta, dejando que la baja cuelgue un poco y
manteniendo la alta apretada.
—Mierda, Mary —rechino a través de los dientes apretados, mi rastrojo
rozando a lo largo de su mejilla.
—Si no puedes decir lo que quiero —dice finalmente, su voz se tensa—.
Estoy haciendo todo esto mal.
Su agarre se tensa, y le separo las piernas con mi rodilla un poco más.
—Me doy cuenta. Pero di la palabra.
—Hazlo. Por favor. —Ella suelta mi polla y lentamente pasa sus dedos
alrededor de mis caderas hasta que me agarra el culo con ambas manos. Ella es tan
pequeña que mi polla presiona contra su estómago, deslizándose suavemente más
allá de su ombligo.
—¿Estás segura? —le pregunto, poseído por la forma en que mi polla se ve
contra sus abdominales.
Ella traga.
—Sí.
54
Aparto la vista de encima de lo que pasa entre nosotros y me concentro en
su mirada.
—Agárrate fuerte —digo, poniendo mis manos en su trasero. Mientras la
levanto de nuevo, una mejilla perfecta y suave en cada mano, sus piernas se
enganchan a mi alrededor.
—Por favor —susurra—. Justo así.
Así sigo el rastro lo mejor que puedo, disminuyendo la velocidad cuando se
tensa y acelerando cuando se relaja. La penetración es suave, fácil, resbaladiza y
perfecta, pero a mitad de camino, se golpea la cabeza contra la pared. Ella deja
salir este pequeño gemido que casi suena a dolor.
Me paro en seco.
—¿Estás bien?
—Jimmy, eres enorme. —Nos mira a los dos juntos, ajustando sus caderas
un poco, de lado a lado, para que mis dedos se claven más profundamente en la
parte posterior de sus muslos—. Eres tan grande.
Jesús. Pero no quiero hacerle daño. No por accidente.
—Puedo quedarme así si eso es lo que necesitas.
Ella sacude la cabeza. Sus piernas se tensan alrededor de mis caderas y
luego se relajan.
—No te detengas. Dámelo todo. Puedo soportarlo.
Cristo. Todopoderoso.
Centímetro a centímetro, se lo doy. Es como si estuviera hecha para mí,
tirando de mí hacia dentro, dándome la bienvenida a ella todo el camino.
He estado con suficientes mujeres para saber que las cosas se volvieron muy
simples. Nunca he estado con una mujer que me haga sentir así. Le aparto el
cabello hacia un lado mientras mi polla se comprime contra el cuello del útero.
Ella jadea de nuevo, pero más suave ahora. Más oscuro.
—¿Está bien? —pregunto en la curva de su cuello.
Pero no contesta. Me vuelve a dar esa lengua en el techo de su boca, y un
gemido largo y lento con el cuello arqueado hacia atrás.
Tomaré eso como un sí.

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Mary
Él es tan delicioso…
Lo estudio mientras se adentra cada vez más profundo en lugares que nunca
he visto encontrar a un hombre, haciéndome sentir cosas que nunca había sentido.
Sus ojos están cerrados, sus largas pestañas descansan sobre sus mejillas
ligeramente pecosas. Le doy un apretón desde adentro, y él me agradece con una
poderosa embestida que me hace gemir su nombre.
… dominante.
Esa sería la palabra. Pero también…
Tierno.
—Cama —gimoteo, colgando de él, casi aferrándome—. Creo que necesito
estar en la cama.
—Te lo dije —me dice, saliendo de mí mientras me levanta sobre un
hombro al estilo bombero, con un gran brazo alrededor de mi cintura. Tengo una
vista perfecta de su delicioso y esculpido trasero y sus carnosos y sólidos muslos.
El pasillo es largo y está limpio, con una sencilla alfombra oriental azul
sobre el hormigón pulido. Gira a la izquierda y medio veo una cocina. Luego sus
manos se mueven hacia mi caja torácica, aprietan y me arroja a la cama.
Sábanas azul oscuro. Muy de soltero. De nuevo, ese olor. Mejor que los
Adidas Bounce. Hay una gran línea de ventanas en una de las paredes del
dormitorio, y golpea algo en la mesa lateral para que un panel de sombras oscuras
baje desde el techo.
Este tipo. Este tipo.
Me arrastra hasta el borde de la cama, tomando un tobillo en cada mano.
Coloca mis talones en sus hombros, dobla mis rodillas, y luego se guía de vuelta
dentro de mí. Cuando me abre, no puedo evitar retorcerme. Me observa todo el
tiempo. Es brutal y gentil, de alguna manera ambos a la vez.
—Eso es, así —dice hasta que sus muslos presionan la parte de posterior de
los míos.
Le da un beso suave a mi pantorrilla. 57
—Quiero darte un poco más de lo que quieres. Pero nunca más de lo que
puedas soportar. ¿Lo entiendes? —Empuja un poco más.
Asiento, mi cabeza clavada por mi cabello en mi espalda, así que siento el
movimiento como un pequeño pinchazo de dolor.
Se detiene, todo el camino dentro de mí.
—Esta noche, follaremos. —Se conduce con fuerza y profundidad,
chocando con mi cérvix y haciéndome gemir contra su pecho—. Follaremos como
animales. Follaremos para conocernos. Follaremos para encontrar el mismo
idioma. Pero mañana… —Sale lentamente, tan lentamente, pero tan
completamente que gimoteo y le doy una patada para que vuelva a entrar. Y luego
lo hace, volviendo a perderse en mí tan fuerte que me levanto de la cama. Detrás
de mí, la cabecera de la cama choca con la pared, y él empuja una rodilla contra el
costado del colchón, empujando toda la cama King size y a mí encima de ella hacia
atrás. El suave golpeteo del bastidor de la cama en la pared se vuelve silencioso.
—¿Qué pasa mañana…? —Jadeo, agarro sus antebrazos, siento un
estiramiento apretado en la parte posterior de mis muslos mientras él presiona mis
piernas más cerca de mi pecho con su hombro.
—Mañana… —se calla cuando mis piernas se abren más para él. Sus ojos
se mueven por mi cuerpo y luego se estrechan. Sus labios se separan ligeramente
al trazar una larga línea desde mi clavícula hasta mi ombligo.
Nadie me ha mirado nunca con tanto deseo puro y simple. Aunque él ya
está dentro de mí, yo quiero más, mucho más. Más de lo que sabía que podía
imaginar.
—Vamos, Gillette. No te pierdas ahora —digo en voz baja.
Sus ojos se fijan en los míos mientras se sube encima de mí y me ataca de
nuevo. Esta vez más duro. Tan duro que la fuerza me hace morderle el hombro. Y
entonces, con una voz intensa, sexy, de negocios, me dice al oído:
—¿Sabes qué? Que se joda mañana. Dame todo lo que tengas esta noche.
Resistencia. El hombre tiene una resistencia increíble.
Mientras me folla, lo aprieto desde adentro lo mejor que puedo, mostrándole
que aunque me tiene de espaldas, retorciéndome y rogando, no soy débil. No soy 58
pasiva. Quiero sacarle ese poder y hacer que sienta lo que me está haciendo a mí
también.
Va y viene, pero entonces, sorprendentemente, comienza a disminuir y se
detiene por un segundo, jadeando y maldiciendo. Aleja un poco la cabeza de mí,
la mejilla hacia las almohadas. Trato de mover su cabeza para poder sentir su cara,
su expresión, cómo se siente.
Pero no me deja ver sus ojos. Todo lo que puedo ver con seguridad es la
ondulación de los músculos de su mandíbula mientras los aprieta. Él gime y se
queda enterrado dentro de mí.
—¿Estás bien? —susurro, pasando mis dedos por su cabello corto.
—Evito un orgasmo, es todo —dice bruscamente—. ¿Haces yoga? Porque
es la santa madre de Dios.
Sonrío al techo, sosteniendo su cabeza fuertemente en mis brazos.
—¿Casi te corres? ¿Casi rompo al semental?
Se ríe y murmura:
—Jódete —con otro beso en mi pecho.
—Está bien. Está bien ser abierto sobre estas cosas. Es bueno comunicarse,
¿verdad?
Se ríe de nuevo.
—Jódete otra vez.
Pero no le hago pasar un mal rato por eso. Me gusta suave y vulnerable, tal
como es ahora. Y, en realidad, es halagador hacer que un hombre así, una bestia
como él, de repente se debilite y se quede quieto. Así que saboreo el momento, la
sensación de su rastrojo en mi pecho, sus labios en mi piel, su gran cuerpo
relajándose en la parte superior de la mía. Me acostumbro a la forma en que respira
contra mí, y dejo que mi propio aliento caiga en el mismo ritmo.
Después de un momento, encuentra su camino de nuevo, entrando en una
flexión de brazos sobre mí. Me pega los muslos con los suyos para que sea él el
que esté afuera. Es una sensación totalmente diferente de esta manera, más cálida
y suave de alguna manera. La fricción de él entrando en mí y luego sacando ecos
en mi clítoris.
—¿Estás bien? —susurro, pasando un dedo por la parte trasera de su muslo.
—Sí. Deja de apretarme, gatita. No puedo soportarlo.
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Así que trato de relajarme. De verdad que sí. Pero honestamente, se siente
tan bien…
—Me estás matando. —Sonríe, pero luego me da una bomba que me hace
gritar en la almohada—. Vas a tener que pagar por eso.
A medida que se acelera, se desata en mí con una nueva urgencia, una
agresión que nunca había visto antes. Me lleva la mano a la garganta, pero con
cuidado. No lo suficiente para asustarme. Más de lo que quieres, pero nunca más
de lo que puedes soportar.
—¿Intentas castigarme? —susurro.
—Maldición, sí. No puedes ser tan sexy y no pagar por ello.
Usando mis brazos alrededor de su cuello como una palanca, acerco mis
labios a los suyos.
—Hazme pagar, Jimmy Falconi. Hazme pagar —le digo, justo cuando le
doy un buen apretón interno
—Jesucristo —gime.
Es entonces cuando se sale. Lo encuentro tan delicioso que dejo escapar un
chillido.
—¡Otra vez!
—Basta —me dice, con esa gran sonrisa—. Pero mierda, eso estuvo cerca.
—Sacude la cabeza, rechina los dientes. Veo el aumento y la caída de su pecho, la
opresión de sus bíceps, las venas que bajan desde sus abdominales hasta su ingle.
Recuerda esto, Mary. Este es el hombre más sexy con el que estarás, y lo sabes.
Se pone de rodillas, a horcajadas sobre mí, su culo tocando mis muslos, sus
pelotas pesadas y calientes contra mi piel. Luego toma su polla en la mano.
Suavemente, lentamente, lleva la punta. A mi clítoris.
Miro hacia abajo y veo una gota de semen a punto de salir de su abertura.
Sus ojos se encuentran con los míos y luego vuelven a bajar mientras desliza su
polla a lo largo de mí para que su semen aterrice exactamente… en… el lugar.
Justo en mi clítoris.
—Carajo, eso es sexy, ¿no? —dice.
—Míranos —susurro.
Me echa un vistazo y sigue trabajando en mí.
—Mierda. ¿Verdad? Así es exactamente como se supone que debe ser.
Siempre. 60
Se levanta de rodillas entre mis piernas y sigue metiendo su pene en mí. Su
mano libre sube por mi cuerpo hasta mi pecho, pero él se ha concentrado
intensamente en lo que sucede entre mis piernas. Es entonces cuando lo siento, la
primera brisa en el huracán, la primera onda en el agua. Estoy justo en el borde.
Tomo su mano en la mía y levanta la vista.
—¿Estás bien? —me pregunta.
—Sí. Estoy cerca.
—No te apresures. Prométeme que dejarás que suceda. Tenemos toda la
maldita noche, y quiero verte llegar exactamente como eres —dice, presionando
suavemente mi clítoris con su eje—. ¿Lo prometes?
Miro nuestros cuerpos. Me encanta la forma en que sus enormes muslos se
ven a cada lado de mí, cómo se ve esa polla tan cruda y lista.
—Promesa.
Se sumerge en mi apertura y luego vuelve a mi clítoris. Mantiene sus ojos
fijos en los míos, como si estuviera aprendiendo ese nuevo idioma que me dijo que
encontraríamos. Hace una espiral lenta, enfocada en el sentido de las manecillas
del reloj con la punta de su pene, y es entonces cuando comienza el temblor.
—Maldición, sí, así, así —dice, y dibujando a mi alrededor con cada
palabra.
Siento ese bamboleo en mi cerebro, ese estremecimiento en mi columna
vertebral, esa tensión en mis paredes que significa que estoy más cerca de lo que
pensaba.
—Estoy muy cerca, Jimmy —susurro—. Estoy realmente…
—Tienes que pedir permiso.
La forma en que habla es tan, tan sexy para mí. Se mete en una parte
profunda de mí.
—Siempre he querido que alguien dijera eso —le digo, agarrándole la mano
con fuerza—. Decidir por mí. —Viene la primera ola, ese subidón de calor ya está
subiendo a través de mí.
—¿Nunca nadie lo ha hecho?
Sacudo la cabeza y mi cabello se mueve contra la almohada. Le clavo las
uñas en el muslo y vuelvo a clavar la cabeza en el colchón. Su mano libre llega a
mi estómago, sus dedos se abrieron de par en par en la curva de mi cintura y su 61
pulgar tocando suavemente mi vientre.
—¿Te gusta eso? ¿Te gusta que hable así?
—Sí. Mucho.
—Buena chica. Así que pregunta. Pídeme permiso, maldición.
—¿Qué quieres que…? —Trago un aliento mientras mueve la cabeza hacia
arriba y hacia abajo a lo largo de mí—… yo diga?
—Lo que sea que te lleve allí. Eso es lo que quiero oír.
La habitación empieza a volverse un túnel, sólo un poco. Los bordes
parpadean de gris.
—Por favor, déjame venir…
Ahora se pone más urgente, realmente masajea mi clítoris con su punta. Mi
aliento empieza a dentellarse, y me aferro a él por mi vida.
Pero no me da permiso de inmediato. Me trabaja hasta que estoy en la cima
de la montaña rusa y no hay vuelta atrás. Sé que estoy hablando con él, pero no sé
lo que estoy diciendo.
—Por favor —le suplico, tratando de hacer lo que me pide que haga—. Por
favor…
Entonces, sin ni siquiera guiarse dentro de mí, me ataca con fuerza y
rapidez.
—Vente. Ahora mismo, carajo. Sobre esta polla.
Grito, haciendo algo que suena como un sollozo, pero es todo lo contrario.
Me penetra de golpe, sacando mi orgasmo desde dentro.
Y en algún lugar lejano, mientras caigo en la oscuridad con él dentro de mí,
le oigo decir:
—Asegúrate de recordar que esto es sólo el principio, gatita. Sólo el puto
comienzo.
1 62

Jimmy
Su orgasmo es tan apasionado, tan poco apologético, tan bello, que me bajo
sobre ella antes de que llegue al final. Necesito estar más cerca de ella, cara a cara,
y voy por el buen misionero a la antigua. No hay nada mejor. Buenas tradiciones,
hombre. Son difíciles de matar.
«Sí, sí, sí, sí» se vuelve un «Jimmy, Jimmy, Jimmy» y se afloja su agarre
mortal sobre mí.
Pero aquí está la cosa. Ni siquiera creo que sea el apretón lo que me hace
querer volar mi carga ahora mismo. Es ella. Es lo hermosa que es. Cuán sexy. Cuán
ardiente. ¿Y ese coño?
Perfecto.
Y cuando estoy dentro de ella, lo sepa o no, ella es totalmente mi jefa.
Intento ralentizar mi respiración. Trato de regular mi ritmo. Nada de esto
está funcionando. Tengo tantas ganas de disparar mi carga en ella, que es como si
una parte diferente de mi cerebro dijera: Ella. Ahora. Pareja. Aparear. Follar.
Devorar.
Jodida mierda.
Necesito continuar. Sé que puedo continuar. Pero ese umbral se está
acercando rápidamente. Es hora de sacar las armas grandes. El libro de jugadas.
Lo imagino en mi cabeza, una copia de esta cosa de la vieja escuela de Sports
Illustrated que tengo en la mesa de café. Comienza a correr su lengua alrededor de
mi oreja y tengo que rechinar los dientes. El libro es Blood, Sweat, and Chalk. Me
imagino abriéndolo y pasando a una página.
El Wildcat Speed Sweep. El más simple de los juegos, pero
despiadadamente eficiente.
—Dios mío, Jimmy. Jimmy, Jimmy… —Su aliento sale en jadeos calientes.
¿Qué? ¿Otra vez? Mierda. Me retiro y la miro. Sí, otra vez. En su oído le
digo:
—Continúa. No te detengas, preciosa. Dame todo. —Pongo ambas manos 63
detrás de ella, inmovilizando su cuerpo con el mío y agarrándola por el culo
mientras conduzco cada vez más fuerte hacia ella. Desde una línea desequilibrada
a la derecha, el mariscal de campo hace un chasquido de escopeta.
—Sí, justo así, oh mierrrrr… —Mary arrastra sus uñas duro por mi espalda,
y hacia arriba, y hacia abajo de nuevo, las líneas apretadas y delgadas de dolor
siguiendo sus dedos. Cierro los ojos y entierro mi cara en su cabello.
El QB puede simular el balón al jugador que lo flanquea…
Un gran gemido sale de mí mientras ella mueve sus caderas una pulgada y
mi visión comienza a nublarse. Estoy en el túnel, pero aún no me he ido.
—¿Te vas a venir? —me dice, volviéndose hacia mí.
Bombeo de nuevo. ¿Lo estoy? Santo cielo. No, no, no. Vamos, hombre. El
jugador que flanquea entonces pasa el balón detrás del bloqueo del lado pesado…
—Todavía no —le gruño en la oreja—. Todavía no, carajo, no lo haré.
—Por favor. Por favor. No me dejes venir sola. Vente conmigo.
—Oh mierda, Mary. —Trato de retrasarlo.
—No te detengas —sisea, toda oscura y sexy—. Dámelo. Hazlo.
Y ella me da un apretón sólido en las pelotas.
Awwwww, a la mierda. ¿A quién estoy engañando? Ella me tiene. Por las
putas pelotas.
—¿Puedo entrar en ti?
Ella asiente inmediatamente.
—Sí. Estamos bien. No te atrevas a salir. No te atrevas…
Infierno.
Tenía un montón de mierda que quería decir, y todo esto fue reemplazado
por las palabras más calientes que una mujer me ha dicho:
No te atrevas a salir.
Así que eso es todo.
No puedo detenerlo. No puedo luchar contra ello. Y no quiero hacerlo.
Ahora somos ella y yo. Mi polla y su coño. Mi semen entrando en ese puto hermoso
cuerpo, una y otra vez. 64
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Mary
Abro los ojos y veo la nieve caer afuera. Hace frío aquí, así que levanto las
sábanas. Pero me doy cuenta de que no está a mi lado. Me doy la vuelta y coloco
mi mano en el colchón donde estaba, donde puedo ver el contorno de su cuerpo en
las sábanas. Frío.
Mi corazón cae al sentarme. Una aventura de una noche, ya es bastante
malo. Pero que te dejen a primera hora de la mañana es una sensación totalmente
diferente.
Excepto que veo que dejó la chimenea encendida, una bonita cosa de gas
que parece casi real. Y huelo café. Luego oigo la pequeña alarma en la puerta
principal, el sensor hace bip-bip-bip-bip.
—Espero que seas tú. —Tiro las sábanas más arriba. No tengo ni idea de lo
que diré si una mujer con el uniforme de Merry Maids viene a la vuelta de la
esquina. Así no era como me imaginaba esta mañana.
Pero entonces su cara aparece en el pasillo.
—Buenos días. —Me sonríe. Se quita las botas de nieve y se quita el gorro,
que es un sexy gorro azul marino. Lleva pantalones de pijama de franela y están
cubiertos de nieve. En su mano hay una bolsa de papel encerado, como de una
panadería, arrugada en la parte superior desde donde la ha estado agarrando en su
puño. Ese enorme, sexy, precioso…
Me mira fijamente, me mira a la cara, al cuello, el cuerpo, y tiene una
sonrisa en la cara, una sonrisa absolutamente arrogante y fabulosa.
—¿Qué?
Chasquea la lengua.
—¡Nada!
Le echo un vistazo. De alguna manera, es como si estuviera tramando algo.
O sabe algo. Muy sospechoso y súper adorable. No me molesta. Se lo sacaré. Sí,
lo haré. 66
—¿Saliste con eso?
Me da un movimiento de barbilla de tipo duro.
—Demonios, sí. No te preocupes, siempre salgo preparado. —Tira de su
pijama de franela para revelar un par de calzoncillos largos térmicos debajo.
—¿Eh? —Se da la vuelta y me mira por encima del hombro, y luego se da
la vuelta hacia el otro lado, al estilo de una pasarela.
—¿Qué te parece? Sexy, ¿verdad?
En realidad, sí. Mucho. Ellos hacen cosas positivamente espectaculares para
él, revelando cada curva y cada pequeño detalle de ese bulto irreal. Sus muslos y
su trasero son tan musculosos, tan tocables, que en realidad me encuentro
apretando la sábana mientras los miro. Entrecierro los ojos y veo en la cintura,
KIRKLAND. Marca Costco. Este tipo.
—Vuelve a la cama, ¿quieres? —Arrojé las sábanas hacia un costado—.
Necesito a tu largo aquí para calentarme.
Con la bolsa de la panadería en la mano, salta a la cama —más hacia a mí
que a su lado vacío— y yo grito cuando aterriza. El bastidor de la cama gruñe y,
de nuevo, el cabecero se golpea contra la pared.
—Voy a poner fieltro ahí atrás. O tal vez una de esas cosas con parachoques
de goma.
—Porque… —lo provoco.
—Porque no esta noche, quizás no mañana, pero eventualmente, voy a
golpearte a ti y a esta cama a través de esta pared —dice, hundiéndose en un beso.
Su boca está fría en mi lengua, y fresca como la menta. Su piel está fría contra la
mía. Lo acerco y vuelvo a envolverlo con mis piernas. Inhala contra mi mejilla y
gime, o tal vez fui yo. Levanto la mano y nos cubro la cabeza con las sábanas y él
se ríe en el beso antes de soltarme.
—Esto es para ti. —Pone la bolsa de papel a mi lado en la tienda de
edredones que hemos hecho. Está caliente contra mi piel. Abro la parte superior de
la bolsa y miro dentro.
Recientes, calientes y hermosas donas. Dos. Él saca una y me la entrega. Le
clavo los dientes y, al hacerlo, mis ojos se cierran.
El glaseado es dulce, la masa perfecta. Gimo involuntariamente y me doy
cuenta de que mi fresco gemido de dona es exactamente igual al de mi Jimmy.
Sus ojos se mueven sobre mi cara mientras él también muerde la rosquilla. 67
Luego lleva su pulgar a mi labio. Siento un poco de glaseado en mi piel y trato de
lamerlo. No funciona, aparentemente, porque humedece el dedo en su boca y lo
hace por mí.
—Maldición, eres preciosa.
Es dulce de su parte decirlo, pero siento que necesito lavarme los dientes, y
no tengo ni idea de lo que está pasando con mi cabello. Pero por la forma en que
me mira, me siento hermosa. Lo hago. Tan hermosa. Pone la bolsa a un lado y me
toma sólidamente en sus brazos, dándonos la vuelta para que yo esté arriba. Mi
enredo de cabello se derrama sobre su pecho.
—Desenterré tu auto. —Me sonríe, observando, trazando el borde de mi
clavícula con su dedo.
—¿Ya?
—Y —agrega, estirándose un poco más para que pueda ver cada pulgada
de sus abdominales—, robé tus llaves y lo traje de regreso aquí. ¿Quién dice que
la caballerosidad ha muerto?
—Yo no. —Le paso la punta de los dedos por los pectorales y acaricio su
caja torácica.
Asiente, como que baja más la barbilla para verme bien.
—Pensé, ya sabes, ya que es un día de semana…
—Oh, Dios mío —me aferro a su pecho—. ¿Qué hora es?
—Casi las ocho —dice, de una manera sucia y sexy que me dice que tiene
planes. Muchos planes, y no tienen nada que ver con el mundo exterior.
—Mierda. —Salgo a patadas de debajo de las sábanas y me meto la segunda
mitad de la rosquilla en la boca—. Tengo trabajo. Tengo que irme. —Me apresuro
a buscar mis cosas, que él dobló cuidadosamente y puso en la silla junto a la cama.
Primero agarro mis bragas y me las subo por los muslos. Antes de que se pongan
correctamente, tengo mis jeans en la mano y me los estoy poniendo.
Se sienta con las piernas abiertas y los codos sobre los muslos. Su cabello
es un desastre. Es la criatura más sexy del planeta.
—¿Voy a volver a verte? —me pregunta.
Me congelo con los dedos en las presillas de mi cinturón, en las rodillas,
aún con la boca medio llena.
—Si quieres. 68
Se me abalanza con su grandes brazos abiertos y me engancha,
arrastrándome a la cama.
—Ni siquiera voy a justificar eso con una respuesta. La verdadera pregunta
es: ¿Qué tan tarde llegas?
—¿Puedes ser rápido? —le digo, agarrando con fuerza los incomparables
músculos en su V.
—Eres una mujer sin corazón.
Le entierro mis manos. Esto son negocios. Odio llegar tarde. Absolutamente
lo odio. Pero creo que odiaría irme ahora mismo aún más.
—En serio. Tengo dos minutos.
—Mierda, sí, puedo ser rápido. Puedo correr 40 yardas en 6 segundos. Dos
minutos es una eternidad. Se baja los calzoncillos y yo me quito los vaqueros.
Ya está duro y ni siquiera tiene que guiarse dentro de mí. Al entrar en mí,
me levanta la barbilla con el dedo para mirarlo de frente
—Y sí, quiero volver a verte. Tan pronto como sea posible. Debo
advertirte, sin embargo…
Mis ojos comienzan a girar hacia atrás en mi cabeza a medida que él
comienza a encontrar su ritmo.
—¿Advertirme sobre qué?
—Que cuando veo algo que quiero. —Me besa la oreja—. Siempre lo
consigo. Siempre.
—¿Y qué, eso soy yo? —digo, dándole un pequeño apretón.
Nos tapa con las sábanas.
—Así es, preciosa. Eso eres tú. Así que será mejor que tú y tus Kegels se
preparen para ser arrastrados por el infierno. Empezando con la cena de esta noche.
13 69

Mary
Avanzo por la nieve hacia casa a kilómetro y medio por hora, siguiendo
directamente a un conductor quitanieves en un gran camión rojo con una pegatina
de los Bears en la ventana trasera. Es como si estuviera flotando. Todavía puedo
sentir el calor de sus manos sobre mí. Las cosas que hizo, la forma en que las hizo
y la forma en que habla.
Voy a necesitar más de ese Jimmy Falconi lo antes posible.
De hecho, estoy tan perdida pensando en él, que casi echo de menos el gran
momento del Wrangler. Miro el cuentakilómetros y ahí es cuando lo veo: 199.999,
en camino hacia el número mágico.
—Lo logramos, cariño —digo, golpeando el tablero—. Es hora de una foto
conmemorativa.
Miro de lado a lado y veo una desolada estación Mobil con serpientes de
nieve soplando alrededor de las bombas. Me meto en la pequeña entrada y preparo
mi teléfono, colocado entre mis dedos, deslizándome un poco en mis guantes. Pero
no estamos allí. No del todo todavía. Este es un gran momento, y no voy a subirme
a Halsted y no lo voy a perder porque lo voy a pasar por una luz amarilla. Así que,
muy lentamente, doy vueltas y vueltas alrededor de las bombas, observando cómo
los seis contadores giratorios comienzan a inclinarse a seis nuevos dígitos. Dentro
de la tienda, un viejo sikh de aspecto amistoso me mira con la boca abierta. Hago
otro bucle más allá de la bomba de diésel, y saludo. Hago otra, y él saluda, pero
tímidamente, sosteniendo su mano en el aire. Y entonces, justo al lado de la
máquina de hielo cubierta de nieve, sucede.
La gran prórroga a 200.000.
Tomo la foto.
—¡Yujuuuuuu!
El hombre que está dentro de la tienda levanta el pulgar y el índice en
círculo, el símbolo universal de ¿todo está bien?
Le doy el visto bueno y dejo caer mi teléfono, a punto de salir. Excepto que
entonces lo veo.
Y de repente, nada está bien. 70
Lleva un abrigo gris, y puedo ver que lleva un traje de rayas grises oscuras
debajo. Se está frotando las manos, y se está acercando al lado de su Lexus SUV.
Mi ex.
No le temo a mucho, pero me petrifico de ese hombre.
Su nombre es Eric Cavanaugh, y es corredor de bolsa en la Bolsa de
Comercio de Chicago. Pasa su tarjeta y golpea algo en el teclado, pero aquí hace
mucho frío, y no hay ningún teclado en el planeta que funcione correctamente con
este clima. En un milisegundo, veo esa vieja y petrificante ira estallar mientras
golpea el costado de la bomba con la palma de su mano de una manera tan
desproporcionadamente viciosa para la situación que hace que todo regrese de una
sola vez.
Me escondo en mi asiento, lo más bajo que puedo, y giro mi cabeza hacia
abajo y lejos para esconderme. Me mantengo firme. Vuelvo veinte años en mi
cabeza, pero eso no ayuda. Pienso en mi lugar tranquilo. No funciona. Me quedo
mirando mi llavero, tratando de salir de mis pensamientos. Pero yo estoy en él. El
miedo está tomando el control. Ya ha empezado a rugir en la bomba, como solía
hacerlo conmigo. Gritando hasta la muerte de borracho fuera de los bares y en
nuestro apartamento. La mirada en sus ojos, esa mirada inestable e insegura de un
hombre que confía en el exterior, pero que es una catástrofe hirviente en el interior.
Como una torta de chocolate de lava sobrecalentada: se ve hermosa por fuera, pero
sólo está esperando para enviarte a la sala de emergencias. Hace un año, doné su
anillo de compromiso al departamento de Alcantarillado y Agua del Condado de
Cook, cortesía de un inodoro de alta eficiencia y una descarga muy, muy
liberadora. ¿Pero el miedo? Todavía está ahí.
No lo he visto desde que lo dejé. No lo he acosado en Facebook ni he
conducido por nuestro viejo apartamento. Cuando lo dejé, lo dejé, con todas las
cuerdas cortadas. En realidad pensé que podría haberse mudado porque ni una sola
vez lo he visto en Lincoln Park. Echo un vistazo sobre el volante. Habría muerto
al saber que me hice un tatuaje. Habría sacudido la cabeza y dicho: «Qué
vergüenza». También avergonzado del piercing en mi nariz. Horrorizado por el
boxeo en general, lo sé con seguridad.
—Tal vez eres lesbiana —me dijo una vez después de tres whiskies y media
botella de vino. La ira como esa, nace y se cría.
Miro a través de la brecha entre el volante y la bocina, sólo para verlo
irrumpir hacia la tienda de conveniencia donde el pobre empleado está a punto de
hacer que su día vuele en pedazos. Me alegro de que tenga un panel a prueba de 71
balas entre él y Eric, y una línea directa al 911. Porque Dios sabe que lo va a
necesitar.
Tan pronto como él desaparece dentro, me enderezo y salgo del pequeño
estacionamiento, dando un giro rápido en Clybourne que me da un bocinazo
enojado de un taxi. Miro de nuevo en mi retrovisor a su Lexus con las llantas
elegantes y el trabajo de pintura impecable. Me viene a la memoria ese olor a polvo
de yeso en el aire, y ese ruido de pedazos y trozos que se desmoronan al caer entre
las tachuelas.
Sin embargo, aprendí algunas cosas de él. Como ponerse rebanadas frías de
pepino en los ojos durante veinte minutos puede casi ocultar el hecho de que has
estado llorando toda la noche. Que los vecinos no llamarán a la policía, no importa
lo fuerte que sean los gritos. Que los agujeros perforados en la pared de yeso
necesitan una malla de parcheo para que el compuesto pegue. Y que nunca más
volvería a dejar que esa clase de ira volviera a mi vida.
La cosa es que era un hábito difícil de romper. Mi padre, cuando estaba
vivo, tenía un temperamento que lo hacía competir con el de Eric. La misma
manera brutal, cruda y melancólica que él. Pensé que me lo merecía. Sabía cómo
sufrir por ello. Hasta que un día, fue sólo…
Suficiente. Todo ello. Y ese fue el día que llegué a la puerta de Bridget con
una maleta, y sin saber qué hacer.
—Vete a la mierda —le gruño a él y a su recuerdo—. Nunca, jamás.
Pero ese pobre y encantador sikh de la tienda. ¿Qué hago dejándolo allí en
el ojo de la tormenta? No dejaré que Eric Maldito Cavanaugh le abra el corazón a
otra persona inocente. Si puedo detenerlo, debo hacerlo. Así que es hora de
escarbar en la escoria y en los recuerdos. Es hora de darle un susto de muerte y
obtener un poco de retribución. Escaneo la calle y me voy en una zona de
autobuses. Agarrando mi teléfono, voy a Google Maps, donde aprieto y veo la
estación Mobil. Lo presiono y le doy a CALL.
Un timbre. Dos. Luego tres. Antes de que el hombre diga hola, oigo a Eric
bramando y siento la bilis caliente en mi garganta.
—Estación Mobil en Harrison —dice el asistente mansamente—. Este es
Anand. ¿En qué puedo ayudarle?
En el fondo, Eric grita:
—¡Malditos imbéciles! ¿Cómo se supone que un tipo va a conseguir
gasolina? ¿Tu máquina de tarjetas está averiada y no tienes un cajero
automático? ¿Estás bromeando ahora mismo? 72
Dios, cómo lo odio. Para calmar mis temores, me imagino su anillo de
Tiffany, el que nunca me gustó, corte princesa, en una enorme pila de papel
higiénico sucio en la planta de purificación de agua en Navy Pier. Ayuda. Un poco.
Luego me calmo, porque hay un matón al que aterrorizar y tengo la suerte de saber
exactamente cómo hacerlo.
Me enderezo en mi asiento.
—Escucha atentamente, Anand. Manténganse firme. ¿Ve a ese tipo
gritándole?
—¡La maldita ineptitud está proliferando en esta maldita ciudad! ¿Y qué
es esa cosa en tu cabeza?
No. Esto termina aquí. Ya huelo la pared de yeso en el aire.
—Sí, señora —dice Anand, con voz temblorosa. Ese es el miedo. Conozco
ese miedo.
Me rasco la nariz con la manopla y me explico con toda la calma que puedo.
—Dile que lo sientes mucho, pero que estabas distraído porque tienes un
problema con las ratas.
—¿Señora? Nosotros no…
—Anand. Escúchame. Es imperativo que digas la palabra ratas. Grítalo si
es necesario. No importa cómo. Sólo hazlo —Respiro hondo mientras los gritos de
Eric se hacen más fuertes—. Por favor.
—¿Ratas, señora? —dice Anand.
Al instante, hay silencio en la estación de servicio. Un Mississippi. Dos. Y
finalmente, Eric gimotea:
—¿Qué has dicho? —Pero una octava más alta que antes.
La piel de gallina, el pellizco en mis mejillas, las lágrimas de placer que
brotan de mis ojos. Un punto para la chica que ya tuvo suficiente.
Y luego, como un campeón absoluto, Anand dice, más fuerte:
—Lo siento, señor, por la molestia, pero estaba distraído porque estamos
teniendo un problema muy, muy serio con las ratas. De hecho, creo que tal vez
haya una justo al lado de su pie, señor.
Todo está en silencio. Hasta el ding-dong de la campana láser frente a la
puerta anunciando la gloriosa partida de Eric el Imbécil.
—¡Sí! —susurro—. ¡Anand! ¡Sí! 73
Anand exhala.
—Gracias, señora.
Pero aún no estamos fuera de peligro. Lo he visto cagarse en objetos
inanimados, y lo ideal es que eso no le suceda a la bomba número tres del pobre
Anand.
—¿Se va a ir?
—Oh mi… —dice Anand. Casi puedo oír la sonrisa en su voz—. Creo que
olvidé poner sal en el hielo, señora.
—¿Se cayó?
—¡Más que espectacularmente! —Anand se ríe—. Ahora está despierto de
nuevo. El pobre se rompió los pantalones. Sí. Sí, señora, se va.
Cierro los ojos y dejo que el alivio me bañe, el deleite de tenerlo finalmente
en el punto blando, de la nada, como él solía hacer conmigo. Apoyando mi frente
en el volante frío, me recuerdo a mí misma que no son más que recuerdos. Estoy a
salvo y se acabó. Siempre estará fuera. Siempre seré libre. Es sólo una mancha en
mi pasado. Sobreviví y salí más fuerte, y ahora, aquí estoy.
—De verdad. Gracias, señora. Por favor, siéntase libre de venir aquí en
cualquier momento para una reposición gratuita. O café. Tenemos cafés de muy
buen sabor. Puedo darte café de por vida. —¡Ratas! —Anand se ríe a carcajadas—
. Ratas. Que seas eternamente feliz, querida.
Sacudo la cabeza, sonrío y siento que una ola de lágrimas de alivio se cierne
sobre mis ojos.
—Un placer, Anand. Que tú también seas eternamente feliz.
14 74

Jimmy
Después de que se va, me arrastro de nuevo a la cama. Tampoco tengo
tiempo para perder, pero igual no quiero nada más que recostarme donde
estábamos. Por un minuto. Un minutito…
Los dos estamos solos en una playa de Belice. Ella está en bikini, bebiendo
algo con un parasol en el vaso. El sol brilla sobre su cuerpo, y hay un poco de arena
que acentúa la curva de su cadera. Su bikini es de rayas azules y blancas. Su escote
es una visión. Me acerco y le froto un poco de protector solar sobre el hombro.
Pero entonces todo se vuelve un poco raro. Su bonita boca se mueve, pero
no puedo oír las palabras.
—¿Qué? —le pregunto.
Mueve la cabeza.
—¿Quién coño está tocando el tema de Monday Night Football? —digo,
pero de nuevo, no sé si lo he dicho. Mary no responde. En vez de eso, toma un
plátano de un tazón de fruta que hay en la mesa entre nosotros y lo descascara,
lentamente corriendo su lengua hasta llegar al…
Oh. Mierda. Cierto. Me siento en la cama y me froto la cara. Mi teléfono
zumba y suena desde el suelo, en mis pantalones. Dun-da-dun-dun-dunnnnnn.
Dah-dun. Dah-dun. Salgo del calor de mi cama, lo levanto y reviso los bolsillos.
Dun-dun. Da-dun.
Me pregunto si es mi padre, pero no lo parece. Tal vez es mi hermano, el
imbécil, llamando para decir que no puede cuidar de mi sobrina porque tiene que
ir a jugar póquer, o sacar su auto del patio de remolque, o está de juerga, o
simplemente está ocupado jodiendo la vida de alguien por diversión, y me
importaría encontrarle una niñera.
Al pulsar el botón de respuesta, gruño:
—¿Qué coño, Michael? ¿Uno de los corredores de apuestas te rompió los
dedos otra vez para que no puedas volver a escribir?
—¿Falconi? —dice una voz. Ese no es Michael. Oh, mierda. Ese es…—. 75
Aquí el entrenador Radovic.
¡Maldita sea! Pongo mis dedos en el puente de mi nariz.
—Lo siento. Sí. Buenos días, entrenador. Pensé que era otra persona.
¿Cómo va todo? —Me levanto de la cama y camino a la cocina hacia la cafetera
con la mano en la frente. Qué manera de empezar bien, Jimmy. Bien hecho, carajo.
Oigo el ping-ping-ping de una cuchara en una taza de café al otro lado de la
línea, y luego el ruido característico que es sólo de Radovic: el zumbido de sus
pantalones de calentamiento demasiado apretados frotándose entre sus muslos.
Tengo la teoría de que podría dormir en ellos.
—Muy bien, Falconi. Así que… —dice Radovic, pero luego hay un apagón
en la línea, y después de algún crujido—. Vaya mierda, espera. Tengo otra llamada.
No vayas a ninguna parte.
—Sí, claro, por supuesto —le digo, dándome cuenta después de haberlo
dicho que estoy hablando conmigo mismo.
Vierto mi café en una taza y añado algo de crema. Luego me siento en el
sofá, con las piernas sobre la mesa de café. Enciendo la televisión, silenciando
ESPN. En la pantalla están las cosas normales de la mañana, el resumen del fin de
semana y el lunes. Los Broncos ganan, y hay un video a cámara lenta de su nuevo
QB lanzando un pase asesino de 50 yardas. Los Brown pierden, lo que confirma
una de las verdades eternas del fútbol americano: Dios odia los deportes de
Cleveland. Lo más destacado, lo más bajo. Un saque espectacular en el que Eli
Manning es enviado volando hacia atrás cinco yardas y aterriza con un puto rebote
asombroso, como un especialista.
—Miiiiierda —siseé, sintiendo ese impacto en mi propia vértebra.
En la banda que se arrastra en la parte inferior de la pantalla, hay listas de
jugadores lesionados, sustituciones, todas las cosas normales. Este tipo fuera, este
tipo dentro, reservas lesionadas. Fractura de tibia, conmoción cerebral. Dedo gordo
roto. Esa mierda de dedo roto apesta.
En el silencio, me siento atraído por lo de anoche. Miro a la lámpara que
tiré de la mesa delantera y la oigo decir por favor, por favor, por favor en mi
cabeza. La forma en que ese borde de su hombro se veía bajo mis dedos cuando la
tomé por detrás. Y esta mañana, ¿tan rápido y rudo? Jesucristo.
Miro mi teléfono para asegurarme de que la llamada sigue en curso, y veo
que los segundos pasan. Me lo pongo en la oreja y me concentro en la tele.
Ahora están mirando hacia el fin de semana. El arrastre en la parte inferior 76
de la pantalla anuncia: «LOS BEARS NECESITAN GANAR PARA LLEGAR A
LOS PLAYOFF».
Imbéciles.
Pero, por supuesto, tienen razón.
Si no volvemos de 4-5, estamos jodidos. La cosa es que no juego por la
«gloria del campo de juego» ni nada de eso. Es todo por mi sobrina, en realidad.
Las inversiones, la planificación. Tengo una hoja de cálculo en mi computadora
calculando con exactitud cuánto necesitaría, realmente necesitaría, para cuidarla
para siempre. ¿Respuesta?
Un maldito montón de dinero.
A veces, ella es la única razón por la que sigo jugando. Ella es
definitivamente la razón por la que compro en Costco. Eso y el pollo asado.
Aunque ya pasé la flor de la vida, me he quedado atascado. Para hacer las cosas
bien y seguras para ella. Para darle lo que su vago, imbécil, hijo de puta papá no
puede.
Excepto, sí. No voy a mentir. Hay una parte de mí, en el fondo, a la que le
gustaría poder mirarme a los ojos y ver a un tipo que no sólo ha estado en el lodo
durante 15 años sufriendo conmociones cerebrales y moretones, y que ha sido
abordado sin haber visto nunca una pizca de gloria. Me gustaría decir que Jimmy
Falconi hizo algo.
Como ganar un anillo de la Super Bowl con los Bears.
Los últimos cuatro partidos han sido como si tuviera un bloqueo mental. He
visto más psicólogos deportivos de los que puedo contar. Me dicen que lo estoy
pensando demasiado y lo estoy subestimando. Tirando por encima, tirando por
debajo. Todo y nada está mal. Me han pinchado y empujado, han modificado mi
estilo de lanzamiento, incluso me han hipnotizado. Cualquiera que sea el problema,
todos están de acuerdo en una cosa: Es el tipo de mierda que puede acabar con una
carrera.
—¿QUÉ LE SUCEDERÁ A JIMMY FALCONI? —dice la banda. La
cámara le hace un guiño a Chris Berman, que dice algo con un aspecto
terriblemente dudoso, y luego, ¿qué hace? Se encoge de hombros.
Cristo.
Radovic vuelve a la línea y se aclara la garganta.
—Este es el trato, hijo. Traeremos a un nuevo fisioterapeuta, alguien que
podría tener un enfoque diferente. 77
¿Eso es todo? Maldición, por favor, dime que eso es….
Ding-ding-ding va la taza de café.
—Pero… —dice Radovic.
Lo sabía. Mierda. Mierda, mierda, mierda, mierda…
—Pero con o sin nuevo fisioterapeuta, tienes una oportunidad más —dice—
. El domingo. Y si no puedes ganar, tendremos que dejarte ir.
15 78

Mary
Nuestro edificio de apartamentos es uno de esos lugares con un vestíbulo
sombrío y elegante, con buzones de latón anticuados incorporados en las paredes,
todos con cerraduras baratas reajustadas que no funcionan totalmente bien. Decido
tomar el ascensor porque mis muslos todavía tiemblan. Aún. Señor.
El ascensor sube con un lento rechinar. En todas las paredes hay
almohadillas móviles. Piensa en la diversión que podríamos tener aquí.
Tan pronto como salgo a nuestro piso (que, debido a una encantadora
familia india al final del pasillo, siempre huele a pollo tikka masala) oigo a Frankie
Knuckles resoplando bajo la puerta de nuestro apartamento.
—Ya voy, ya voy, ya voy —digo, corriendo por el pasillo y escuchándolo
golpear furiosamente el final de la puerta con su garra, de la misma manera que
busca su pelota de tenis cuando se atasca debajo de la nevera. Rasca, rasca, rasca.
Pausa. Scr-scr- scraaaaaaaatch.
Tropezando con mi llave, finalmente la pongo en la cerradura, pero la puerta
se abre antes de que pueda girar la llave. Es Bridget, con una máscara de barro
verde, jeans al tobillo y zapatillas peludas. Su cabello rojo está atado en un pañuelo
rojo y lleva una camisa de franela azul, atada a la cintura. Hay indicios muy claros
de Rosie la Remachadora.
A mis pies, Frankie celebra mi regreso a su pequeño mundo como si hubiera
estado fuera durante seis meses en lugar de una sola noche. Se sube a las patas
traseras y saca los brazos, girando en un círculo salvaje.
—¿Cómo estuvo Moist Ache? —pregunta Bridget, palmeando el barro
verde alrededor de sus ojos con la punta de sus dedos.
—Oh Dios, Bridge. —Paso por delante de ella, recogiendo a Frankie—.
Estuvo increíble… y luego esta mañana… —Oh no, eso no. No vayas por ahí,
Mary. No puedo contarle lo de Eric. Es como el Dóberman de los amigos. Irá a su
casa y tirará huevos a la puerta de su apartamento. No necesitamos eso. Otra vez
no. Así que digo—: No importa. Te lo contaré más tarde. Tengo que salir de aquí.
Le doy un beso en la mejilla a Frankie, y él cae en mis brazos como un pez 79
gordo.
—¡Te extrañé! —le digo, rascando en su estómago. Patea en el aire y se
estira, más y más y más hasta que sus pequeñas patas traseras se ven como si
pertenecieran a un pollo. Mientras le rasco el pecho, me da su sonrisa de Frankie
Knuckles, que muestra un diente que se engancha levantando su mejilla derecha—
. Siento no haber venido a casa. Mamá Mary estaba ocupaaaaaaaaaaaada.
Arroja la cabeza hacia un lado y luego hacia el otro, moviendo la cola contra
mi brazo. Lo levanto hasta el hombro como un bebé. Da un pequeño eructo.
—Pooor favor. —Bridget cierra la puerta—. Estábamos bien. Nos hicimos
las uñas de los pies y todo eso.
Oh, Dios. Agarro la pata delantera de Frankie entre el pulgar y el índice. Y
por supuesto, tiene una uña rosa en el dedo del pie.
—En realidad, eres increíble. ¿Qué van a decir de él en la guardería de
perros? Sabes que se está moviendo con ese Bichon Frisé. ¿Cómo va a explicar
esto? —me burlo, agarrando una manzana del tazón en el mostrador. La cocina
parece una especie de laboratorio de química holística. A Bridget le gustan sus
martinis fuertes y sus cosméticos naturales; tiene un mortero con unas cincuenta
aspirinas. Siempre está hablando de máscaras de aspirina y de esto y lo otro. Ni
siquiera me hagas hablar de la vez que intentó hacerse su propia depilación de
piernas.
—¿Qué? ¡Estaba durmiendo! Mira lo bonito que resultó. —Toma su pata
en la mano y hace un movimiento que recuerda terriblemente a las coristas de The
Price Is Right.
—Lo próximo que sabremos es que le comprarás collares de diamantes de
imitación.
Me da un guiño.
—¡La Navidad sólo viene una vez al año!
Dejo a Frankie en el suelo y trota tras de mí. A medida que avanzamos,
arranca a su pequeño panda medio relleno del suelo y lo lanza al aire para matarlo
por séptima milésima vez. Le da una sacudida mortal y gruñe en la felpa blanca y
negra, el silbato roto chirriando entre sus dientes. Una vez dentro de mi habitación,
Frankie salta sobre mi cama y entierra su panda en mis almohadas. Desenrollo mi
bufanda y la tiro al suelo, y luego rebusco en mis cajones para encontrar mi ropa
de trabajo limpia. No es exactamente un uniforme, sino una especie de pantalones
de yoga suaves y limpios y una camiseta de manga larga con el nombre de la
compañía para la que trabajo: Terapias de Sanación LLC. 80
Me doy la vuelta, buscando mi maquillaje para darme una apariencia
relajada. Pero cuando me miro en el espejo, me doy cuenta de que tengo un
recuerdo. Un recuerdo grande y purpura de Jimmy Falconi con forma de boca.
Bueno, eso explica la sonrisa que me dio cuando aún estaba en la cama.
¡Bastardo!
El chupetón es tan claro y obvio que podría tomar impresiones dentales de
él. Me inclino y presiono suavemente los bordes. Dios mío.
—¿Tienes algún remedio para esto? —digo, inclinándome hacia el pasillo
y señalando mi garganta.
Su cara se ilumina.
—¡Oh, mierda! —Su boca se abre—. ¿Hoover o Dyson? Porque no hay
forma de que una boca haya hecho eso…
Una boca. Esa boca. Ese hombre. Trato de esconderlo con un poco de polvo.
No hay nada de suerte.
Bridget lo mira más de cerca.
—¿Tiene un amigo? ¿Tomó una clase?
—En serio. Tienes un remedio para todo. ¿Recuerdas cuando me torcí el
dedo e hiciste una cataplasma de patata? ¿Y me estás diciendo que no tienes una
solución para esto?
Se inclina y sacude la cabeza.
—Voto por un vendaje extragrande. —Parpadea unas diez veces, tocando
su propio cuello con una mueca de simpatía, y luego una lenta sonrisa se desliza
por su cara—. ¿Quién es él? ¿Quién es este misterioso Moist Ache con boca
mágica?
Ambas nos acurrucamos frente a mi espejo del tocador. De hecho, es algo
sorprendente, y el solo hecho de mirarlo, la forma de su boca en mi piel, vuelve a
enviar una oleada a través de mí.
—¿Bufanda? Creo que esa es la única respuesta.
Bridget asiente.
—Algo grueso y esponjoso. Ni siquiera Maybelline puede ayudarte ahora.
Vuelvo a la acción, poniéndome un sostén y ropa interior limpia y mi ropa.
Me siento en mi cama y me pongo un par de calcetines extra gruesos.
Es un gran error porque en el mundo de Frankie Knuckles, los calcetines 81
significan caminar. Trato de ser indiferente al respecto. No hago contacto visual.
Pero es demasiado tarde.
Me observa desenrollar el segundo calcetín y levanta su trasero en el aire.
—No, hombrecito, no estamos…
Su cola se mueve tan lentamente que apenas se mueve.
—Frankie. Tiempo de silencio. —Uso una voz tranquilizadora, baja, como
la de César Milan—. Es hora de dormir. No…
Pero el águila ha volado. La señal secreta del calcetín ha sido registrada en
su pequeño cerebro de nuez y no hay nada que pueda hacer para recuperarla.
Con el tintineo de su collar, sale disparado de mi habitación, haciendo una
especie de deslizamiento de Looney Tunes en el piso de madera, moviendo sus
pies en movimientos de carrera pero sin conseguir avanzar. Luego da una vuelta
de 180 grados y se aleja hacia el baño. Lo oigo golpear la bañera y sale por el otro
lado, con las orejas hacia atrás y como loco.
¡El sistema de calcetines se puede usar para caminar!
Dejo que mi cara caiga en mis manos.
—Sabes que debes ponerte los calcetines en privado —dice Bridget. La
observo con mis dedos abiertos para verla mirándome con el ceño fruncido. Un
ceño fruncido tan dramático que hace que su máscara facial se raje un poco—.
¿Puedes llevártelo?
—Bridget. Ya lo hemos discutido.
—Pooor faaavoooor.
—Es imposible. Ya lo sabes.
—¡Sabes que quieres!
Claro que sí, pero esto es lo que pasa con Frankie: Es el único perro de
terapia que conozco que tuvo que abandonar la escuela por un miedo mórbido a
las sandalias Crocs. Pero sí tiene un chaleco, lo cual es útil en Halloween y en el
dilema ocasional de cuidar a un perro. Bridget junta sus manos.
—Te extrañó. Llévatelo. Sus pies huelen tanto a patatas fritas de maíz ahora
mismo…
Señor. Me encanta ese perro. Pero hemos pasado por esto más de una vez.
—Ni siquiera sé dónde voy. ¿Sabes lo que pasa si hay un extraño
desprevenido que lleva los zapatos? ¿Sabes lo que le pasa cuando pasamos por una 82
zapatería? —En el fondo, Frankie se desplaza hacia el baño y luego vuelve a
acercarse a la cocina. Lo oigo deslizarse en el cubo de la basura.
Ella hace un nudo en su camisa de franela.
—¿Por favor?
Frankie corre hacia el baño y emerge arrastrando una toalla de baño de
tamaño completo detrás de él. Sin embargo, no sale como estaba planeado, y
termina enrollándose como un burrito.
—Bien, sí, de acuerdo —digo, desenrollándolo de la toalla, que luego agarra
para comenzar un juego de tira y afloja.
Bridget aplaude frente a ella. Un pequeño trozo de arcilla cae de su cara al
suelo.
—Pero si empieza a gruñirle a mis clientes, te llamaré. Es malo para el
negocio. Muchos de mis clientes creen que las Crocs ayudan a la fascitis plantar.
Bridget lo toma de la toalla y lo envuelve, luego saca su pata para agitarla
hacia mí. Hace su voz de Frankie, que se parece mucho a la de Oprah.
—Gracias, mamá Mary. Gracias. ¿Cuál es el nombre de tu hombre, por
cierto?
Esta es Bridget por todas partes. Siempre hace las preguntas importantes a
través del perro. Somos como una vieja pareja de casados discutiendo a través de
un Grifón de Bruselas.
—Moist Ache. Como ya sabes —le digo mientras tomo el transporte de
Frankie del armario. Es básicamente un bolso grande con una pequeña
modificación en un extremo para que su cabeza se asome. Frankie hace un zoom
a toda velocidad, se da la vuelta y empuja la cabeza sobre el borde, jadeando. Le
doy su panda.
—Jimmy. —Me aclaro la garganta, dándome cuenta de que estoy un poco
ronca—. Jimmy es su nombre.
Una vez más, siento que esa prisa me atraviesa. Grita hasta que estés ronca.
Y ahora aquí estoy.
Bridget hace un sonido de pshaw.
—¿Qué tipo de acecho en Internet puedo hacer con eso? ¿Apellido?
Frankie sitúa la cabeza sobre el borde de su transporte, respirando con
fuerza en su panda. Levanto la bolsa sobre mi brazo, y agarro una manzana más
para el camino. 83
—Jimmy Falconi.
Hundo mis dientes en la manzana. La boca de Bridget se abre en el mismo
momento en que su lío de pelo rojo cae de sus palillos. No tengo ni idea de por qué
es esa mirada, pero me aprieto la bufanda, me pongo el gorro y salgo por la puerta,
y mientras me apresuro por el pasillo con Frankie saltando a mi lado, estoy casi
segura de que la oigo decir:
—¿El Jimmy Falconi?

Justo cuando pongo mi mano en la manija de la puerta para salir a la calle,


mi teléfono me canta. Lo saco de mi bolsillo y veo la cara del doctor Curtis, mi
jefe y dueño de Healing Therapies LLC. Ha estado fuera del Ejército durante veinte
años, pero sigue usando corte militar y sin barba, y un amor apasionado por las
tablas con sujetapapeles. Una vez coronel, siempre coronel. No importa de qué
estemos hablando, parece que está en el campo de batalla.
Le doy a ACEPTAR.
—Mary, ¿cuál es tu tiempo estimado de llegada? —dice su voz desde el
teléfono. Me apresuro a bajar el volumen. He intentado decirle que no hay
necesidad de hablar como si estuviera dando órdenes a través de un walkie-talkie.
No lo he podido.
Pero espera. ¿Cuál es mi tiempo estimado de llegada? Es una buena
pregunta, ya que ni siquiera sé dónde voy.
—Tuve un pequeño problema con el auto. —Arranco un pedazo de
manzana para Frankie. Con mi hombro, abro la puerta principal de nuestro edificio
de apartamentos. Un cartero patina con las manos extendidas, evitándome por poco
y haciendo una espiral alrededor de un parquímetro.
—¡Voy saliendo!
—¡Jesús! —dice.
Esa es su palabra favorita. Jesús. Es su exclamación para todo. ¿Buenas
noticias? ¡Jesús! ¿Malas noticias? Jesús. ¿Muy malas noticias? Jeeeeeeeeesús.
Depende del momento. 84
—¡Tuve una larga noche! —Me deslizo hacia mi auto a lo largo de la acera
salada pero aún helada—. ¿A dónde me dirijo?
—Paciente nuevo. Recibí la llamada ayer por la tarde. Es un hombro.
Mirando el gráfico, decidí que necesitabas tomarlo. Puede ser que haya una
pequeña conexión entre mente y cuerpo, como te gusta tanto hablar.
El doctor Curtis no es exactamente cerrado de mente sobre estas cosas, pero
lo más cercano que llega a cualquier tipo de enfoque holístico y natural de
cualquier cosa es una ramita de apio en su Bloody Mary. Así que a veces, sólo una
vez en la luna azul, hay un caso que él siente que puede ser un poco más grande
que las bandas de terapia y los estiramientos.
—Roger —digo con un poco de emoción—. Sólo dime hacia dónde me
dirijo.
—Al Campo Soldier Field. Te enviaré el archivo por correo electrónico.
¿Sabes cómo llegar allí?
—Campo Soldier Field —respondo lentamente, casi sonando apagada—.
¿Béisbol? ¿South Side?
Curtis se queja.
—El estadio de fútbol. Donde juegan los Bears. ¿Da Bears?
—¡Oh! ¡Cierto! Por supuesto! —Aun así, no tengo ni idea. Quiero decir,
conozco a los Bears. Por supuesto que sí. ¿Pero dónde juegan?
No tengo ni idea.
Casi puedo oír a Curtis golpearse la frente. Es un fanático de los Bears.
Tiene una orden permanente de dos docenas de alitas de búfalo por cada día de
juego, y una bandera en su patio delantero que dice que SANGRO BEARS
AZULES. ¿QUÉ HAY DE USTED?
Normalmente, pediría información sobre el paciente, la lesión y el
pronóstico. Pero el archivo está en camino, y tengo que lidiar con una gran niebla
en el parabrisas.
—Tengo algunos problemas operativos, Coronel. Me reportaré a la base
después de la cita.
Se queda callado, esperando a que termine la transmisión de radio.
Pero no lo sé. En vez de eso, decido tocar el gong del día, en cierto modo.
Porque antes me sentía tan bien, y todavía me siento tan bien.
—Que seas eternamente feliz. 85
—¡No te recibo, Mary! Repite —grita Curtis
Está bien, de acuerdo. En realidad no es su estilo, así que voy por el viejo y
confiable:
—¡Cambio y fuera, Coronel! —y termino la llamada.
Abrocho a Frankie en su clip de arnés que se abrocha al cinturón de
seguridad, y le digo a mi teléfono:
—¡Bien, Google! Llévame al Campo Soldier Field.
Me responde:
—Soldier Field es el campo de los Osos de Chicago. Los Bears compiten
en la Liga Nacional de Fútbol (NFL) como club miembro de la división Norte de
la Conferencia Nacional de Fútbol (NFC) de la liga. Su entrenador es Mike
Radovic y su actual quarterback titular es…
—¡No, Google! Abrir Mapas. Conducir. ¡Mapas! Dame indicaciones para
llegar en auto —le ladro a mi teléfono, tratando de enunciar todo lo que puedo con
los labios casi congelados—. ¡Indicaciones para llegar en auto!
Bloop bleep.
Finalmente, mi teléfono se conecta con el programa y Google Maps me
responde:
—Estás en la ruta más rápida. Llegarás en 20 minutos.
Y nos vamos.
16 86

Jimmy
En el estacionamiento, engancho cadenas para nieve a las llantas de mi vieja
Toyota 4Runner. Para un día como hoy, definitivamente podría tomar el Yukón,
pero no hay nada mejor que arrastrar el culo por Lake Shore encadenado. Estoy
triste por no haber tenido tiempo de ponerle cadenas a su Wrangler, pero todo a su
debido tiempo.
Esta camioneta es mi favorita, y estoy súper apegado a la vieja pegatina de
JOE MONTANA PARA PRESIDENTE que puse en la parte de atrás cuando era
niño, así que no voy a cambiarlo. Esta cosa fue de mi padre primero, y luego mía.
El día que conseguí las llaves pudo haber sido cuando la mierda empezó a salir
mal entre mi hermano y yo, pero sospecho que fue mucho más antes que eso.
Como, digamos, desde el nacimiento. O tal vez ya me estaba rompiendo las pelotas
en el útero. Ese sería su tipo de cosas. El idiota.
Este 4Runner es una parte de mí, un recordatorio de quién era antes de
convertirme en El Halcón. Yo no era más que un niño con un brazo, de una familia
pobre en tierra en la Cuenca Pérmica petrolera. Lo cual es básicamente lo que soy,
algunos tipos se sienten cómodos con el dinero, pero yo nunca lo he hecho. Nunca
lo haré.
A menos que eso signifique que voy a arruinar la vida de esa mujer.
Mientras encadenaba los neumáticos, le envié una serie de mensajes de
texto, que es una primera vez para mí. Ser el primero en enviar mensajes de texto.
Y no sólo lo hago una vez y me lo tomo con calma con, como un: Oye. Gracias
por lo de anoche. De ninguna manera. Esta vez, voy todo el camino hablando con
ella como si estuviera aquí conmigo:
Yo: ¿A dónde debería llevarte a cenar?
Yo: ¿Italiano?
Yo: ¿Griego?
Yo: ¿Costillas otra vez?
Yo: Podría hacerte una tortilla. Eso es todo lo que sé hacer.
Yo: Pero puedo hacerlo increíble. Con queso y todo. ¿Aguacate?
87
Pero no contesta, ni siquiera hay señales de que haya leído los mensajes.
Pienso en decirle algo sucio, pero no. No está bien. No seas un idiota, Jimmy. No
hace ni una hora que se fue, ¿y qué? ¿Vas a hacer estallar sus mensajes? Juega.
Bien. Es un buen partido.
¿Acabo de pensar eso?
Oh, Jesús.
Lo hice.
Pero no puedo sacármela de la cabeza, lo que también es inusual para mí.
No soy exactamente un playboy… De acuerdo, bien, lo soy. Más o menos. Una
primera cita en serie, de todos modos. Pero ella es diferente. Puedo sentirlo. Quizá
sea mi pene el que habla, pero nunca ha hablado así. Esos orgasmos. Que me jodan.
Tenemos la chispa, la química, lo que sea. Es innegable. Nunca lo había sentido
antes, y se siente de lo mejor, carajo.
Cuando engancho la cadena en la rueda trasera, el teléfono suena en mi
bolsillo. Es ella.
Mary: ¡Conduciendo!
Me encuentro sonriendo a mi teléfono, moviendo mi pulgar sobre el
mensaje. Ves, incluso me gusta eso. Debo admitir, es peligrosísimo, pero es bonito.
Es lindo. Es considerado. Dulce.
Con una mano, abro la escotilla, tiro mi bolso en el maletero y me subo al
asiento del conductor. Mientras me dirijo a la puerta del garaje, escucho las
cadenas golpeando el concreto seco. Sin embargo, cuando salgo a la carretera, todo
vale la pena. Veo a un tipo en un Tesla deslizarse hacia una boquilla de incendios,
haciendo el daño justo para arruinar su día, pero no lo suficiente para involucrar al
seguro. Lo peor.
Salgo de la ciudad, pasando por las acumulaciones de nieve y los
quitanieves a un lado de la carretera. Subo la calefacción y pongo la radio a todo
volumen. Me integro a la autopista y me dirijo hacia el Soldier Field.
Hacia el trabajo. Hacia el juego.
Lo que fue increíble de estar con ella era que fue como si estuviera
completamente fuera de todo esto. Durante unas horas, tuve un descanso. Era
totalmente libre de… ser. Perderse dentro de ella, alejarse de todo. Pero ahora, las
mariposas empiezan de nuevo, y se siente como una bola de bolos derribando todos
los alfileres de mi tripa.
En la carretera, mi teléfono zumba de nuevo, y lo pongo sobre mi pierna. 88
Esta vez, no es de Mary. Es de Michael. El idiota con mi ADN.
Michael: Estoy deseando ver cómo la cagas de nuevo el domingo, James.
Michael: Estoy haciendo banca al mantenerte fuera de mi equipo de fútbol
de fantasía.
Si nosotros somos el yin y el yang, él es el oscuro. La parte de abajo. El
chico que se metió en problemas; el que era demasiado violento para los deportes
de equipo. Y si fuera alguien más que mi gemelo idéntico, le habría dicho que se
largara. Gemelos, sin embargo, es complicado. En realidad, complicado.
Especialmente por Annie.
Los trasladé a los dos conmigo a Chicago porque no podía soportar la idea
de dejarlo para que criara a Annie sin que yo le echara un ojo. La mierda me dio
pesadillas antes de que empezara. Si mi madre estuviera viva, podría ayudar, pero
hace años que no está. Mi padre es tan malo como Michael. Así que todo se reduce
a mí.
Miro a mi pantalla, a la pequeña miniatura que usa de su foto de contacto,
que es su cara. Cristo. Esa niña tiene mi número en cada manera. Lleva una tiara
que le compré y su cara está cubierta de espaguetis. La cosa apestosa más linda
que he visto en mi vida, y cómo en el nombre de Dios ella está relacionada con ese
completo imbécil…
Vuelvo a leer los mensajes.
Maldita sea, cómo lo odio.
Sin fallar, el tipo me hace sentir como un marica total. Y un fracaso. Nadie
más en el planeta me hace sentir como si tuviera cinco años, pero él sí. Es un idiota,
un vago, pero siempre ha sabido exactamente cómo llegar a mí. No estoy celoso.
No quiero su vida: temperamento, problemas de juegos y un caso lento y sigiloso
de alcoholismo grave. Pero le envidio por tener a Annie. Eso es definitivamente
cierto.
Normalmente, yo respondería con algo de mierda sobre cómo debería
atenerse a lo que conoce: Jim Beam y las tragamonedas. Nunca funciona. Cuando
eres un mariscal de campo perdedor al final de tu carrera, amigo, hay un montón
de golpes bajos que hacer.
Pero hoy, tengo una respuesta diferente. Y se siente muy bien decirlo.
Yo: Conduciendo.

89

Cuando llego al vestuario, encuentro a Valdez sentado en el banco frente a


mi casillero con la pierna en una silla.
Estuvimos juntos en la OSU. Es aproximadamente del tamaño de un oso
polar, y también el dueño del tatuaje más desafortunado del mundo. Después de
jugar seis temporadas para los Raiders, se lanzó al agua y se tatuó un gran número
18 en la espalda. Y quiero decir, jodidamente enorme. Como, más grande que el
número de su camiseta. Puede que lo haya hecho en un viaje mal aconsejado a Las
Vegas conmigo, pero no hablamos de eso porque unos seis segundos después de
que apagaron la pistola de tatuajes, lo cambiaron a los Bears. Por el lado positivo,
significó que finalmente pudimos jugar en el mismo equipo otra vez. En el lado
negativo, 18 no estaba disponible. Así que tiene el 81. Le dije: «Al menos los dos
son múltiplos de nueve».
Sigo pensando que no lo entendió. Asintió como si lo hiciese, pero estoy
seguro de que se le pasó por encima. Está bien, sin embargo. Tiene un corazón de
oro, es duro como la mierda y le encanta Angry Birds. Y parece un oso, come
como un oso, así que lo llamamos Oso.
—Amigo, ¿qué demonios? —dice mientras su iPad grita—:
¡Kakawwwwwww!
Suelto el bolso.
—¿Qué?
—Tuvimos dardos anoche. Nunca apareciste. —Los pájaros en su pantalla
hacen ruidos molestos y gruñidos y él sostiene su enorme dedo en el aire.
—Maldición. —Me tumbo junto a él—. Yo… mierda. Hombre, lo siento.
Estuve un poco ocupado.
Valdez arruga la cara y se rasca la oreja. Luego se acerca y agarra su
bocadillo favorito, un palito de miel, que abre con los dientes y aprieta en la boca.
Me considera mientras chupa la miel y parpadea lentamente. Lo digo en serio. El
comportamiento de oso es realmente difícil de ignorar.
—¿Conociste a alguien?
Esta es la otra cosa sobre Valdez. Su mamá es una lectora de manos de
Guatemala, y nunca se le pasa nada.
—Amigo, para. ¿Lo harás? Estoy totalmente bien soltero. —Tan bien, de 90
hecho, que rechacé una invitación para estar en The Bachelor.
—Pffffffffft. —Mueve el dedo anular tatuado—. Una esposa es lo mejor
que le puede pasar a un hombre. Junto a los niños.
No sé nada sobre eso, pero Valdez es un verdadero creyente. Puede que
parezca un matón, pero es el tipo más sano del equipo. Nunca mira a otra mujer, y
nunca se pierde la cena en casa si él está en la ciudad. Su única delicia para él son
los dardos, sobre una jarra de Old Style, conmigo. Y lo dejé plantado.
—Me siento como un completo imbécil.
—No iba a decirlo, hombre. Pero sí. Totalmente imbécil. —Chupa miel del
palito y enrolla el extremo—. Sólo puedo perdonarlo si tiene que ver con una buena
mujer.
Cristo. Entre otras cosas, como recaudar dinero para la Sociedad
Humanitaria del Condado de Cook y servir en un comedor público en Riverdale
los sábados, se muere por casarme. Quiero decir, absolutamente empeñado en
verme caminar por el pasillo, por cualquier pasillo, incluso si es el pasillo del
Ayuntamiento. Él y su esposa me han concertado más citas de las que puedo
contar. Todas mujeres perfectamente agradables. Algunas con cabello largo, otras
con cabello corto. Tetas grandes, tetas pequeñas. Bonitas, sin embargo. Súper
bonitas. Pero ninguna de ellas se sintió bien.
Probablemente porque ninguna de ellas me dejó inconsciente antes de que
supieran mi nombre. Mi tipo podría ser uno entre un millón.
—Me quedé dormido en el sofá —le explico, porque no quiero involucrar
a Mary en esto. Si lo hiciera, si él tuviera alguna idea de cómo me hace sentir,
estaría contratando a un fotógrafo y preguntándome si puede ser el padrino de un
niño que ni siquiera tenemos. Valdez sólo tiene una velocidad de relación: urdir.
Pero Mary y yo somos nuevos. Apenas está empezando. Demasiado pronto
para decirlo, pero no demasiado pronto para esperar. Me acuerdo de anoche, de
ella al final de mí, de rodillas la segunda vez, agarrándome el antebrazo mientras
se venía, de la forma en que su cabeza aterrizó en la almohada, de la forma en que
lloriqueó mientras temblaba.
Mierda.
Que le den a llevarla a cenar. Le daré de comer uvas y le lameré la nata
montada de los pezones.
—Mentira. —Valdez se corre la lengua por la boca y luego muerde el
palito—. Puedo verlo en ti. Como un resplandor.
Me miro en el espejo del otro lado de la habitación. Y en realidad, puedo 91
verlo. Extrañamente. No sé qué es, pero parezco… ¿feliz? Suelo ser feliz. Pero
ahora, estoy a punto de sonreír.
—Jabón nuevo —le digo.
Valdez deja volar a un pelícano bomba.
—De acuerdo. ¿Tienes 600 barras de Ivory y dices que es jabón nuevo? De
acuerdo, Señor Costco. De acuerdo.
El tipo es un rompe pelotas, y como siempre, puede ver a través de mi
trasero. Quiero decir, supongo que tendré que decírselo eventualmente, así que
trato de poner la historia en mi cabeza. Fui a ese gimnasio de boxeo, ¿conoces al
de los tipos con tatuajes en el cuello? Y había una chica que me aplastó…
Mira, eso es…
Hablamos de las biografías más vendidas de los presidentes
estadounidenses, y ella hizo esta cita de Cómo se hace que…
Hummm…
Se comió media parrilla de costillas tan rápido como yo…
Bueno, está bien, sí, eso podría sellar el trato por él.
Pero antes de que pueda empezar la historia, oigo el tintineo de las llaves y
la voz de una mujer que dice:
—Estoy buscando al Sr…
Me congelo. Conozco esa voz porque está totalmente atascada en mi
cabeza. Jimmy, Jimmy, por favor, por favor… Y la cosa es que su voz está un poco
ronca ahora. De gritar mi nombre.
Muy lentamente, muevo los ojos al espejo más cercano. Ahí está, en la
entrada, desplazándose por algo en su teléfono. Lleva botas de nieve, con cordones
rojos, y sus pantalones de yoga metidos en la parte superior. Hoy lleva puesto un
chaleco corto e hinchado, así que puedo ver hasta el último centímetro de sus
malditas piernas perfectas. Y esa belleza Y entre ellas. Pantalones de yoga, que
Dios los bendiga. Namaste, hijos de puta. Namaste.
Pero espera. ¿Qué estoy haciendo? ¿Perderme en esas piernas otra vez? La
verdadera pregunta es: ¿Qué demonios está haciendo ella aquí?
Sus ojos se mueven alrededor del vestuario y se ajusta la bufanda. Es mi
culpa que ella deba tenerla tan apretada alrededor de su garganta. Mía. Toda mía.
Jesucristo, esta mujer me está convirtiendo en un animal. 92
Ella no puede verme, pero yo puedo verla; este lugar está lleno de espejos
y tengo una ventaja en la casa de la diversión.
Ella se baja la cremallera del chaleco y yo trato de leer su camiseta al revés.
Es sólo un maldito revoltijo. CLL SEIPAREHT GNILAEH.
¿Qué está sucediendo? ¿Qué carajo dice eso? ¿Eso es inglés? Trato de
sondearlo. Call Separate Ghinleah. No. ¿Qué?
Vengo a la vuelta de la esquina y deslizo un ojo más allá del casillero para
poder tener una línea de visión directa. TERAPIAS CURATIVAS LLC.
Oh-oh.
Sus ojos se encuentran con los míos. Casi puedo ver los pensamientos que
pasan por su cabeza. ¿Por qué el modelo que vende Ford y Fiats está en el
vestuario de los Bears? ¿Me está acosando?
Fantástico.
Su boca se abre. ¿Cómo carajo voy a explicar esto? Me gustaba ser
anónimo, y no he hablado de un libro con nadie desde que me reclutaron. Además,
eras tan linda sin tener ni idea de quién era que no podía decir nada, pero
realmente planeaba hacerlo esta noche durante la cena.
Suave. Tan suave.
Doy un paso hacia ella, y luego otro, pero no miro hacia dónde voy, y me
he metido en una situación seria. Mis piernas se han enredado en la bolsa de
gimnasia de alguien. Trato de dar un buen paso, largo y constante, pero eso hace
que la correa del hombro se apriete y que la bolsa quede encajada debajo de uno
de los bancos. Tira de mi pie hacia atrás, y ahora la mierda está realmente
golpeando el ventilador. Como algo que sale de un carrete a cámara lenta, me
siento cayendo, cayendo, con los brazos extendidos y dando patadas al aire como
una momia de casa embrujada.
Su guante llega a su boca. Mi hombro rebota en la esquina de la taquilla.
Ahora estoy cayendo, girando y agitándome…
En algún lugar detrás de mí, oigo a Valdez gritar:
—¡Apártense! ¡Sálvense ustedes mismos! ¡El mariscal de campo va a caer!
Justo detrás de Mary está mi guardia, Macklin, con sus manos enroscadas
en la boca diciendo:
—Ohhhhhhhh miieeeeeeeeerda. 93
Con mi otro pie, trato de volver a tierra firme, pero me las arreglo para
meterme en la otra correa y agitarme, agitarme, agitarme hasta que me dirijo hacia
la alfombra industrial con el logo de los Bears tejido un millón de veces en la pila
de nylon.
Boom.
Aterrizo con fuerza y se me sale el aire, así que, para añadir un insulto a la
lesión, estoy allí enredado en una bolsa de gimnasio jadeando en el suelo. Siento
un viejo dolor familiar en mi ingle, uno que no he sentido en muchos años
—Mieeeeeerda —digo, en la alfombra.
Sus botas con costra de nieve se acercan más, y luego cae en una bola a mi
lado. Su mano me toca la espalda y me susurra:
—¿Jimmy?
—Estoy bien. —Me chupo un poco de baba. De hecho, estoy ganando esto.
Totalmente.
Frankie Knuckles ahora viene a verme, buscando señales de vida golpeando
su nariz contra mi oído y dándome un estornudo frío y húmedo. Trato de
enfrentarme a él, pero tan pronto como me muevo, lo siento: El dolor punzante
caliente en mis pelotas. Rujo contra la alfombra.
—¿Estás herido?
—Ingle —gruño.
—Oh no.
Trato de dar vueltas, pero mis piernas están atadas, así que me quedo donde
estoy, sintiendo la pequeña alfombra arder en mi mejilla y preguntándome si una
persona puede morir de vergüenza. La miro y su cabello cae por su hombro. El
perro me mira fijamente, a unos centímetros de mi ojo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunto. Mientras lo hago, juro por
Dios, las cejas del perro caen como si estuviera hablando con él.
Parpadea.
—Soy… tu nueva fisioterapeuta, ¿creo?
Bueno. Que me jodan.
Pero es entonces cuando Radovic entra en escena, con sus pantalones de
calentamiento crujiendo y sus Crocs azules haciendo pequeños ruidos de pedos
bajo sus pies. Cree en tres cosas: Un ataque sin rodeos, Crocs y Red Bull. Y tiene 94
un don absoluto para decir lo obvio.
—Falconi. Estás en el suelo.
Te lo dije.
Es entonces cuando Frankie Knuckles gira su desaliñada cabeza para mirar
a Radovic, apuntando a sus zapatos, y absolutamente pierde su mierda.
17 95

Mary
—Es un perro de terapia terrible —dice el entrenador Radovic, tomando un
poco de Red Bull y parado en el medio de la sala de entrenamiento con sus
calcetines. Me las arreglé para arrancarle las Crocs de los pies antes de que le
destrozaran los tobillos, y las escondí en el estante superior de la taquilla de Jimmy.
Ahora oigo que se cruje los dedos de los pies y eructa un poco por encima de mi
hombro. Hay algo en sus ojos que me dice que puede que le falten unos pocos
huevos para la docena. Estoy bastante segura de que el tipo no fue robado de la
NASA. Toma un gran sorbo de Red Bull pero no lo traga, así que tiene la boca
llena e hinchada como si estuviera enjuagándose con enjuague bucal.
Llevo a Jimmy a una mesa de masajes y lo ayudo a sentarse. Hace que
parezca un flotador de piscina para niños. Sus pies cuelgan de la parte inferior, su
cabeza de la parte superior, y sus hombros son unos cinco centímetros más anchos
por cada lado. Me da esa mirada, esa mirada traviesa que me derrite por completo.
Sé profesional, Mary. Haz tu trabajo. Ajusto el reposacabezas a la máxima
extensión y coloco su cabeza sobre él, dejando que mis dedos permanezcan sobre
sus sensuales, gruesas y perfectamente recortadas patillas…
¡Mary!
Sé que estoy aquí por su hombro, pero la herida en la ingle es aguda. No
puedo ignorarla. Esa ingle.
Oh, Dios, esto es un desastre.
Concéntrate. Es sólo un paciente. Eso es todo. Así de simple. Un paciente
con una herida en la ingle que se cayó tratando de llegar a ti en el vestuario de los
Chicago Freaking Bears. Sólo una mañana normal.
—Creo que debería ponerte en el suelo —le digo—. Para hacer palanca.
Y Jimmy refunfuña algo como Eso suena bien para mí en voz baja.
¿Estás ahí, Dios? Soy yo, Mary…
Pero puedo decir que siente dolor, y no estoy totalmente segura de que el
piso vaya a hacer alguna diferencia.
—Déjame ver tu ingle. 96
Los ojos de Jimmy se encuentran con los míos. Radovic está de pie tan cerca
que puedo oír el aire de su nariz silbando desde la parte superior de la lata de
aluminio en su mano junto con un silbido bajo de sus fosas nasales. Al tipo
definitivamente le vendría bien una tetera.
—Entrenador, creo que Dawkins quería hablar contigo —dice Jimmy,
moviendo la cabeza para mirar más allá de mí al mismo tiempo que revela las
venas y los músculos de su cuello, que son como columnas. El tipo es puro
atractivo sexual. Ciento veintinueve kilos de delicia en la punta de mis dedos.
Radovic se retira, gritando:
—¡Dawkins! —con toda la fuerza de sus pulmones.
Ahora estamos solos. Jimmy se coloca un brazo detrás de la cabeza, de la
misma manera que esta mañana en la cama, y me sonríe. Lleva pantalones de
chándal, una sudadera con capucha y zapatillas de tenis bien usadas, y su pelo es
un desastre adorable.
—Bien. Hola de nuevo.
—Al menos esto explica dónde creí que te había visto antes —susurro,
fingiendo estar ocupada con mi portapapeles. Es un viejo truco del ejército que me
enseñó el coronel Curtis. Los portapapeles hacen que todo el mundo parezca
oficial. Dijo que así fue como lo ascendieron a sargento. O algo así—. Así que no
eres sólo un modelo de Gillette. —Finjo anotar algunas notas. En realidad, estoy
escribiendo su nombre muy, muy lentamente en el formulario—. ¿Y el
concesionario de autos?
—Falconi Ford y Fiat —sonríe. Y guiña.
De repente soy transportada a la autopista Dan Ryan. Esa es la cara.
—¡Estás en los carteles! ¡Guiñando así!
Resopla.
—Posiblemente.
—No puedo creer que no supiera que eras el mariscal —susurro—. ¡Eres
realmente famoso!
Sacude la cabeza.
—Fue increíble. Ahora desearía que no lo supieras.
Pero lo sé. No hay forma de evitarlo. James Falconi, de 34 años, 129 kilos,
1,90 m; es mi paciente. 97
«Código de Ética para el Terapeuta Físico, Principio 4E: Los terapeutas
físicos no deben tener ninguna relación sexual con un paciente…»
Oh, cielos. Pero todo saldrá bien. Entraré y saldré, y luego se lo entregaré
al doctor Curtis. Es una sesión. Podemos mantener las manos lejos del otro durante
una sesión. Podemos fingir que lo de anoche no ocurrió en una sesión. Tal vez.
—Bonita bufanda —dice Jimmy, con la lengua en los dientes.
Abro muchos los ojos, dolorosamente, y le parpadeo mientras me la aprieto
sobre la garganta.
—Mi compañera de cuarto me preguntó si había sido atacada por una
aspiradora. ¡Intentó adivinar la marca!
Ahí están esos hoyuelos. Y luego baja la mano de detrás de la cabeza. Se
rasca la garganta y luego, como si hubiera sido un accidente, me pasa los dedos
por los muslos.
No fue un accidente. Hago un pequeño gemido.
Luego me aclaro la garganta. Me agacho y cojo un chicle del costado de mi
bolso. Con cuidado y concentración, lo despliego. Como si cuando me metiera el
chicle en la boca fuera el momento de poner manos a la obra.
Cierto. Hora de los negocios, como dice el Vuelo de los Concordes. Las
condiciones son perfectas. Me pongo el chicle de fruta en la boca y enderezo los
hombros.
—De acuerdo, señor Falconi. —Miro mi teléfono, que he enganchado en el
portapapeles encima de su formulario de notas. Leo en voz alta—: ¿Lesión
recurrente del manguito rotador que afecta el rendimiento laboral?
Jimmy traga fuerte, claramente avergonzado.
—Sí —dice, haciendo una mueca de dolor y agarrándose la pierna—. Pero,
ahora mismo, esto es mucho más doloroso. —Su mano se desliza hasta el muslo,
y su enorme pulgar descansa sobre sus bolas.
Mentalmente me estabilizo. He trabajado con todo tipo de pacientes. Puedo
ser objetiva. Puedo ser profesional. Es sólo una ingle.
Miro sus pantalones. No, eso no es sólo una ingle. Lo sé por experiencia
propia. Es la ingle de las ingles. Estoy dividida entre querer ayudarlo y correr hacia
la puerta. Me pregunto si puedo salir de aquí, aunque sea temporalmente, para
poder controlarme. Tal vez diré que me intoxiqué con la comida, o tal vez Frankie
me haga un favor y empiece a llorar por el relleno de panda que ha estado 98
comiendo. Podría pasar en cualquier momento.
Sólo que no lo va a hacer. Estamos aquí. Yo estoy aquí. Él está aquí. Frankie
está durmiendo su rabia de las Crocs. Y, si me voy ahora, el doctor Curtis nunca
me perdonará.
Con una mano en su brazo, me acerco y tiro de un carro lleno de cinta
adhesiva, bandas, pelotas, cremas, lociones; hacia la mesa.
—Echemos un vistazo —le digo, sintiendo la herida a través de sus
pantalones.
Sus ojos se encuentran con los míos, y luego respiro profunda y
tranquilamente mientras me aferro a su brazo.
—Tengo que hacerlo —susurro.
—Mierda. Lo sé. —Mira más allá de mí, comprobando que la costa esté
despejada—. ¿Esto es caliente? ¿Encuentras esto caliente?
—Ni te atrevas. —Muerdo con fuerza mi chicle—. Pero sí.
—Cristo. —Se ajusta las pelotas de esta manera que rezuma masculinidad.
El lobo alfa—. No puedo sacarte de mi cabeza.
—¡Han pasado dos horas!
—Es un largo tiempo para estar atascado en bucle.
¿Cómo voy a hacer esto? Examinar su ingle justo aquí, en medio de todo,
mientras coquetea tan descaradamente que ya me estoy sonrojando? La situación
es imposible. Pero en realidad no tengo otra opción.
—¿Podrías mover tu… —Toso con sentido y miro su bulto.
Jimmy se mete la mano en los pantalones y se ahueca, moviendo su… su
paquete… a un lado. Es la única palabra para describirlo.
Aquí vamos, Mary. Sé profesional. Sólo haz tu trabajo. Concéntrate en tu
entrenamiento. Es sólo una ingle.
Con los dedos examino delicadamente el lugar donde hay problemas. Puedo
sentir un espasmo, probablemente no una rotura. Pero de verdad no puedo tener
una idea de lo que está pasando sin ponerme contra su piel.
—¿Está bien si muevo una capa hacia abajo? —pregunto.
Jimmy finge toser en su codo, y estoy bastante segura de que lo oigo gruñir
mierda sí, lo está contra su brazo.
Tomo un tubo de crema de árnica del carro de entrenamiento y me pongo 99
un poco en la palma de la mano, calentándola. Jimmy se agarra la cintura de sus
calzoncillos, haciendo espacio para mí. Veo que estos, al igual que los calzoncillos
largos, son cortesía de Costco. En un intento totalmente débil de conversar, digo:
—Yo también soy una chica de Costco.
Muevo la pierna derecha de sus calzoncillos hacia su ingle, así que estoy
tocando su piel directamente.
Los ojos azul oscuro de Jimmy me siguen de un lado a otro. Frunzo los
labios para decirle Para. Me mira directamente. ¿Paro qué?
Este hombre. Deseo a este hombre.
Esnifa. Tiene esa mirada arrogante en su cara.
—Soy un fanático de comprar en bulto. Me gustan las cosas grandes. Pero
a veces cabe justo en mi apartamento.
Oh, Dios. Froto la crema contra su enorme muslo, sintiendo el movimiento
del espasmo ahora muy claramente bajo las yemas de los dedos.
—Mierda —gime, y deja caer la cabeza sobre la mesa de masajes.
—¿Eso duele?
No contesta, no al principio. Hay un poco de conmoción detrás de mí,
jugadores mosqueándose por algo, burlándose unos de otros sobre algo, y Jimmy
aprovecha la oportunidad para decir:
—Cuidado. Sabes lo que me haces.
Si no lo sabía antes, puedo verlo ahora. Lentamente creciendo en sus
pantalones, mostrándome exactamente lo que quiere.
—Probablemente deberías traerme una toalla —dice en voz baja—. Porque
este tren sale de la estación…
Cierto. Bien pensado. Tomo una blanca limpia de la pila a mi izquierda. La
deja caer casualmente en su regazo.
De nuevo, nuestros ojos se encuentran. Bajo su cinturilla, ensancho el área
donde estoy aplicando la crema de árnica. Tiene los ojos cerrados y hace un gesto
de dolor, así que aligero mi tacto. Y ahí es cuando el dorso de mi mano roza su
erección.
Gime:
—Oh, mierda…
100
Sus ojos se fijan en los míos. Miro la toalla. A pesar de nuestros esfuerzos
preventivos, comienza a formarse una tienda de tamaño familiar. Abre los orificios
nasales. Dejo de mover la mano y contengo la respiración.
Tiene esa mirada en sus ojos, esa intensa y motivada concentración que vi
anoche cuando estaba dentro de mí tratando de no venirse. Esta vez, sin embargo,
está usando sus poderes para evitar delatarnos a ambos. Lo cual es increíblemente
sexy en sí mismo. Lentamente, el asta de la bandera se baja a media asta.
—Bien hecho —susurro mientras exploro el músculo suavemente. Presiono
mi cuerpo contra la mesa para obtener un poco de presión en el acto. No creo que
esté roto, pero… muevo los dedos entre sus piernas, a lo largo de su periné.
—Maldita sea, no lo estás haciendo fácil.
—Lo siento.
—No te atrevas a disculparte.
Aparto la mirada de esa hermosa cara y levanto los ojos hacia las bombillas
fluorescentes encima de mí. Estar tan cerca de él es embriagador. Poco ético y
totalmente intoxicante.
Tengo un pensamiento rápido pero nada desagradable de pedirle a todo el
mundo que nos deje en paz y luego subirme a esta mesa encima de él.
¡Mary!
—Parece que tiene espasmos, no está roto —le digo—. Así que eso es
bueno. Eso significa que podría mejorar relativamente rápido. A menos que hagas
algo para agravarlo…
—¿Quieres que se agrave?
No voy a responder a eso. No puedo. Porque lo quiero. Quiero toda la furia
y la agresión. Lo quiero a él. Lo quiero ahora. Pero en vez de dejar que se me note
nada de eso, me trago mi propio gemido y tomo una bolsa de hielo en gel del carro
detrás de mí y la envuelvo en una toalla.
—¿Podrías poner eso en tus pantalones por mí?
Él asiente y la toma con su enorme mano. Nuestros dedos se rozan y vuelve
a gruñir. Levanta los pantalones de chándal un poco más, y veo que la cabeza de
su polla ha salido de su bóxer, que probablemente compra de doce en doce, cada
tela escocesa más sexy que la última…
Oh, Dios.
Gruñe un poco y luego mete la bolsa de hielo y baja la cinturilla. De la mesa,
tomo cuatro calmantes y una botella de agua. Lo ayudo a sentarse y lo miro beber, 101
completamente poseída por sus labios contra esa botella. Esos labios que me
marcaron. Esa boca que me mordió.
—Creo que vas a estar bien —le digo—. Pero necesitas descansar esa pierna
antes de que podamos hacer algo por tu hombro.
Oscuro, bajo y exigente, dice:
—Descansa conmigo.
Mis rodillas se tambalean y tengo que agarrarme a un lado de la mesa.
—Probablemente deberías irte a casa.
Con un dedo, traza una línea en el dorso de mi mano.
—Ven a casa conmigo.
Dios mío. Este tipo. Es una locura. No puedo. Y, sin embargo, no puedo
dejar de hacerlo. Hay algo de él, vulnerable en esta mesa, que también es
increíblemente sexy. La bestia fue derribada en un segundo.
—Voy a entregarle tu expediente al doctor Curtis —le digo en voz baja—.
No puedo hacer mi trabajo sintiéndome así. Eso no está bien. Va contra todas las
reglas.
Jimmy mira hacia Radovic, a quien puedo ver reflejado en un espejo.
—Tienes que ayudarme, Mary. —Sólo un pequeño gruñido—. Estoy jodido
si no juego. Rompe las reglas por mí. Por favor.
Sacudo la cabeza.
—De ninguna manera, Jimmy.
Parece que tiene los ojos tristes, un poco heridos, y me rompe el corazón.
Sin embargo, el momento suave y silencioso es pronto arruinado por
Radovic, que deja caer su lata de Red Bull al suelo y la aplasta bajo el pie. El tipo
es un bruto. Me recuerda a un jabalí, tal vez. Frankie Knuckles sale de su cabina y
les da a sus calcetines un largo gruñido de advertencia.
—Señorita Monahan —dice Radovic, tomando otra lata de su riñonera—.
Acabo de hablar por teléfono con Curtis.
—Oh, bien —digo, enderezándome la camisa—. Cuidará bien al señor
Falconi. Estoy segura de ello.
Pero Radovic sacude la cabeza. 102
—Dice que estás asignada a Jimmy durante el resto de la temporada. Así
que bienvenida a los malditos Chicago Bears.

—Bueno, si me voy a casa, voy a necesitar que me lleven. Me duele


demasiado para conducir. —Jimmy me sonríe, esa sonrisa de rey del baile
americano—. Señorita Monahan, ¿tiene auto?
¿Esto está sucediendo? ¿Estoy despierta? ¿Acaban de robarme de Healing
Therapies LLC por los Chicago Bears sin mi consentimiento?
Desde el portapapeles, mi teléfono suena, y un mensaje del doctor Curtis se
enciende en la pantalla:
Doctor Curtis: ¡Bien hecho!
Doctor Curtis: Toda una temporada con…
Doctor Curtis: ¡LOS BEARS!
Seguido de una explosión de emoticonos de fútbol. ¿Responder? Sí. Lo
hice. Ayer, todo era simple. Las cosas tenían sentido. Tenía mi trabajo habitual.
No había dejado inconsciente a un dios del sexo musculoso. No me había sacudido
la vida un hombre que compra en Costco. No había rogado piedad en la cama.
Ayer, estaba a cargo. Ahora, estoy a los caprichos de los dioses del fútbol y de los
ojos de Jimmy Falconi.
Descansa conmigo. Ven a casa conmigo.
—No creo que quepas —le digo, considerando el tamaño de sus piernas. La
circunferencia. La longitud…—. Mi Wrangler no está acostumbrado a un tipo de
tu tamaño.
—Mi Wrangler. Nunca había oído eso antes —dice, sentado y poniendo su
enorme brazo alrededor de mi hombro—, Pero moví tu Wrangler esta mañana,
gatita. ¿O ya lo has olvidado?
Es la tierra del doble sentido. No puedo escapar.
—Vamos —suplica mientras sale de la mesa—. Haz novillos conmigo.
Tiene que ser mejor que querer follar en público y no poder hacer nada al respecto.
¿Verdad? 103
Absoluta y positivamente cierto. Es seductor. Sexy. Atractivo. Caliente. Y,
sin embargo, tan absolutamente fuera de los límites.
Sus ojos se burlan un poco más de mí. Pero el dolor de su ingle parpadea en
su cara. Ese dolor, más que toda la sensualidad y la charla doble, me acerca más.
Quiero ayudarlo. Quiero estar con él. Y ahora es mi único paciente.
Primero que nada, tiene que descansar esa pierna. No importa lo que pase
entre él y yo y las cosas que me haga. Tiene que descansar. Eso es lo que importa
ahora.
—Vamos. Te llevaré a casa.
—Maldición, sí —gruñe.
Le toco el estómago con la palma de la mano. Su incipiente barba me roza
la mejilla, y sus dedos se aprietan sobre mi hombro.
Hay varias llamadas de ¡Que te jodan, Falconi! y Mejórate pronto, hombre
según nos dirigimos al pasillo. Frankie trota a nuestro lado y Jimmy me quita la
bolsa vacía y se la pone sobre el hombro. Es adorable, y me hace pensar
inmediatamente en cómo sería que sostuviera una bolsa de pañales.
¡Mary!
A mitad de camino a la puerta, nos encontramos con un tipo que se parece
exactamente a un oso, de ciento cincuenta kilos por lo menos. En su capucha está
el nombre VALDEZ.
—Si ustedes dos van a fingir que no se conocen, deberían dejar de sonreír
tanto —dice, y se exprime un poco de miel de un palo en la boca.
Jimmy toma algunos de los palos de su mano y se los mete en el bolsillo de
su sudadera.
—No tengo ni idea de lo que estás hablando, Valdez. —Cuando lo dice, se
inclina un poco más hacia mí.
—Claro, Costco. Claro. Sólo… —Valdez me mira de arriba a abajo, y luego
se vuelve hacia Jimmy—. No hagas nada que yo no haría. —Y se marcha a toda
velocidad.
Que es cuando Jimmy me arrastra hasta él, acercando sus labios a mi oreja.
—Se casó con su esposa después de conocerla durante una semana. Eso es
lo que él haría.
Lo miro fijamente. 104
—Eres una gran pieza, Halcón.
—¡Oye, oye! —se vanagloria—. Ahora lo tienes.
Frankie marcha al lado de Jimmy. Cinco por ciento de su peso, pero cada
onza del gran hombre en el campo.
—Tengo un código de ética, Jimmy —le digo, mirándolo. A sus pectorales,
a su cuello y a esa mandíbula, Dios mío.
Se acerca, como si necesitara más apoyo.
—Me encanta cuando dices mi nombre.
Siento que mis defensas se debilitan, pero me mantengo fuerte. Lo soy.
Tengo que serlo.
—No duermo con pacientes.
Jimmy golpea el botón de apertura automática en la pared y las puertas
dobles se abren. El aire frío sopla desde fuera, y algunos copos de nieve también.
Frankie despega y ataca un banco de nieve.
—¿Dormir? —pregunta Jimmy, dando vueltas a uno de los palitos de miel
una y otra vez entre sus dedos, como lo hace la gente con los lápices. Lo encuentro
hipnótico, en trance, y me pierdo en el tamaño de sus manos—. ¿Quién dijo nada
sobre dormir?
18 105

Jimmy
Ella está completamente en modo negocios. Me ayuda a subir al auto y no
dice nada en absoluto. Casi puedo oír que le giran los engranajes en la cabeza.
Rechinando.
Machacando.
Mierda. Esta mujer.
De todos modos, puedo ver que está nerviosa. Tal vez incluso un poco
enfadada. No es lo que quiero que sienta ahora mismo. Para nada. Abro el palito
de miel y me meto algo así como tres centímetros en la boca.
En mi regazo se sienta Frankie Knuckles, con sus patas delanteras en mis
rodillas. Cuando llegamos a la carretera, lo ayudo a mirar por la ventana,
sosteniendo su pequeño pecho con mi mano y haciendo que pueda poner los pies
en el alféizar de la ventana. Pasamos por delante de un semirremolque que va lento.
La cosa tiene un bulldog en el costado, sólo un logo, pero no le gusta. Suelta un
pequeño y bajo gruñido y arruga los labios. Una pequeña bocanada de vapor
aparece frente a su cara por su aliento caliente contra el cristal frío. Lo limpio con
la mano y él vuelve a gruñirle al bulldog que pasa. Mary toma su panda de su bolso
y me mira mientras se lo entrega. Luce increíblemente ansiosa, y no es así como
la quiero. Hay una gran diferencia entre estar al borde y estar a punto de saltar.
Me acerco y le pongo la mano en el muslo.
—Mary, nadie se enterará. Maldita sea, lo prometo.
—¡Pero tú lo sabes! ¡Yo lo sé! —Se golpea el pecho con la mano con el
mitón—. Ya es bastante malo que te haya dejado inconsciente, ¡por decir algo que
un fisioterapeuta nunca debería hacerle a su paciente! ¡Dios! —Luego, en una
especie de protesta, pone los limpiaparabrisas al máximo y crujen contra la nieve.
—No era tu paciente entonces, y no era tu paciente anoche.
—¡Ahora lo eres! Y, como fisioterapeuta, realmente te recomiendo que no
golpees nada, Jimmy. ¿Tienes problemas de hombros y haces ejercicio en un
gimnasio de boxeo? 106
Hago un gesto de dolor.
—No los tengo todo el tiempo. De hecho, se siente muy bien hasta la hora
del partido.
Sus ojos pasan sobre los míos, pero no me mira a mí. Sube la calefacción y
se acurruca en su bufanda.
Cierto. Sé que no es lo ideal. Pero, si hay algo que he aprendido como
mariscal de campo de la NFL, que está envejeciendo y que ha tenido éxito, es que
hay que seguir adelante con las bajas, buenas y malas. Cuando ves una abertura,
tienes jodidamente que tomarla.
—De ninguna manera voy a dejar que te escabullas entre mis dedos. Y, de
todos modos, apuesto a que puedes arreglarme el hombro. Nadie me ha arreglado
nunca el hombro. —Giro la articulación. Lo raro es que se siente bien.
—¡Jimmy! ¡No soy mecánico! ¡No eres un Honda! No puedo arreglar las
cosas así —dice, tratando de crujirse los dedos debajo de sus guantes. Gruñe un
poco y luego agarra el volante—. Este es mi trabajo. Me lo tomo muy en serio.
—Lo cual respeto totalmente.
Despejando el vapor para Frankie otra vez, le doy a Mary un segundo para
que se calme. No la conozco tan bien, pero entiendo que acabo de secuestrar todo
su horario, lo que molestaría a cualquiera. Y es una chica dura. Probablemente no
le guste la idea de que alguien quiera cuidarla, o cuidarla, o protegerla, o ponerles
cadenas a sus llantas, pero eso es muy malo. Porque, si lo hago a mi manera, eso
es exactamente lo que voy a hacer. Abro un segundo palito de miel y la sostengo
frente a su boca.
—No quiero miel —le dice ella en la autopista.
—Enójate todo lo que quieras, gatita, pero no digas que no a nada bueno.
Respira y luego me arranca el palo de los dedos con los dientes.
No soy un tramposo. Juego limpio, pero este es otro tipo de juego. Este es
el final de la carrera, el pase secreto. Mierda, sé que nos saldremos con la nuestra,
si ella está conmigo.
—Muy bien. Seamos lógicos. ¿Vas a decir algo?
Ella me mira de nuevo y agarra el volante un poco más fuerte con sus
guantes.
—No. —Ella cruje al final del palo de miel. 107
—¿Voy a decir algo yo?
Sus ojos grandes y bonitos se estrechan un poco hacia el camino, y se aparta
el pelo, jugando con la horquilla que le sujeta el flequillo alejado de la cara.
El silencio es ensordecedor.
—¿Crees que voy a arruinar esto? Me doy cuenta de que no parezco tan
inteligente, pero ¿crees que soy un idiota?
Sus hombros se relajan un poco.
—No —responde, agarrando el volante con una mano ahora, y metiéndose
un poco más de miel en su boca con la otra.
Hombre, oh, hombre; esos labios. Me encanta ver cómo chupan esos labios.
Cristo.
—Así que relájate. —Le agarro el muslo un poco más firmemente.
—Esto es una locura. —Toma el palo con dos dedos y saborea con un
mordisco
Amigo. Intento darle miel para distraerla, y ahora ni siquiera puedo poner
mi sujeto delante de mi verbo.
—¿Te comió la lengua el gato? —dice, mirándome de reojo.
—No, sólo… ¿haces que muchos hombres se queden sin habla?
Se vuelve hacia mí lentamente, sonriendo alrededor del palo y mordiéndolo
con sus muelas.
—Cientos. Incluso miles. —Pone los ojos en blanco.
En mi regazo, Frankie Knuckles se acurruca. Tomo su panda y hago un
pequeño show de marionetas para él, haciéndolo caminar por mi pierna. Su cola se
agita contra mi chaqueta.
A mi lado, Mary traga mucho. Puedo oírla a través del calentador. La duda.
La vacilación. La incertidumbre.
—No me voy a rendir, Mary. Todavía no. —Hago bailar al panda sobre la
caja de cambios en su pierna.
—Eres imposible.
Continúo con el espectáculo de títeres del panda y lo hago bailar de un lado
a otro, animándolo con mis dedos para que su cabeza rebote hacia adelante y hacia
atrás. Hago lo mismo por Annie y su jirafa púrpura. 108
Ella me mira a mí, y al perro, y me mira a mí de nuevo. Luego se vuelve a
concentrar en la carretera, ahora más relajada. No tan asustada. No tan estresada.
—Ya está, ahora. ¿Ves? Así es exactamente cómo te quiero —le digo,
subiendo mi palma por su pierna.
—¿Sí? ¿Cómo es eso?
—Quiero que te calmes. Quiero que estés lista. Quiero que seas mía.

De vuelta en el apartamento, la dirijo al garaje y aprieto el botón de mis


llaves. Entra con cautela, como si hubiera golpeado los bajos del auto al salir una
o dos veces.
—¿Dónde están todos? ¿Dónde están todos los autos? —pregunta, bajando
por la rampa mientras la puerta se cierra.
—Sólo nosotros aquí —le digo, observando su reacción.
—Estás bromeando.
Le quito el palo de miel vacío de los labios.
—No. Soy el dueño de este lugar. ¿Quieres mudarte?
Me vuelve a dar esa mirada de nuevo, la mirada de eres imposible.
—Escoge lo que quieras. Estoy bastante seguro de que las unidades seis y
nueve están abiertas.
Me responde a eso con un puñetazo en el brazo.
Finjo estar herido de muerte y me mira de reojo y me sonríe. Estaciona justo
al lado de mi Yukón y apaga el motor.
—¿Todo este edificio es tuyo?
—Sí. Otra inversión.
Ella me arruga la frente.
—Haces muchas inversiones.
—Mm-hm. Nunca se sabe. Puede que conozca a alguien con quien quiera
ir en serio. Tal vez quieras hacer viajes de fin de semana a Belice.
Bum. Ni siquiera espero una respuesta. Abro la puerta y hago gemidos súper 109
dramáticos, «intentando» salir del Wrangler y, en unos segundos, ella corre a
ayudarme. Su brazo se desliza alrededor de mi cintura y su palma llega a mis
abdominales de nuevo. Perfecto. La acerco y siento la lana de su gorro en mi
barbilla.
Me siento un poco mal por ello. Más o menos. No exactamente culpable,
pero tampoco estoy acostumbrado a hacer de cobarde. Pero cualquier cosa que
pueda hacer para acercarla a mí me parece justa. Tan pronto como entramos en el
ascensor, Frankie trota detrás de ella, y yo la pongo contra la pared y engancho un
dedo sobre su bufanda para ver qué tipo de daño hice.
—Miiieeerrrdddaaaa —susurro.
—No puedo creer que me hayas hecho eso. —Toca el chupetón
ligeramente—. Ni siquiera sé cuándo ocurrió.
Oh, yo sí. Lo recuerdo exactamente. Me llevó casi un minuto.
—Cuando te viniste por segunda vez —le digo—. Ahí es cuando. Creo que
en algún lugar entre no, no, no, y Jimmy, oh, Dios, Jimmy.
Otro golpe en el hombro, pero esta vez más dulce que el brazo muerto. Lleva
la mano a mi bíceps. Lo flexiono para ella. Gime un poco, tratando de tragárselo
pero sin tener suerte.
El chupetón es jodidamente épico, porque no sólo estaba besando y
chupando, sino también mordiendo.
—Me siento un poco mal por desfigurar la belleza.
La risa sale de su nariz con un aliento suave y cálido.
—No lo sientes. Te encanta. Me doy cuenta —dice, y apoya sus caderas
contra mi erección.
Claro que sí, me encanta. Ojalá le hubiera causado más de uno. Pero es
temprano en la temporada. Y hay mucho tiempo para jugar.
—Te curarás. —Vuelvo a lamer el lugar—. Te curaré.
El ruido que hace es el sonido que he oído a las mujeres cuando toman el
primer mordisco de algo que adoran. Me encanta ese sonido.
La puerta del ascensor se abre y Frankie sale corriendo primero, olfateando
los zócalos del pasillo e inexplicablemente gruñéndole a un enchufe.
La llevo de espaldas contra una de las puertas vacías del apartamento,
agarrándole las caderas y moviendo mis dedos más allá de la cintura de sus
pantalones. 110
—¿Aquí es donde empiezas a decirme lo que vamos a hacer? —me dice,
pasando su dedo por mi cuello, a lo largo de mi mandíbula, y luego a lo largo del
borde de mi oreja—. Porque me gusta mucho, mucho.
Mierda, sí. La presiono un poco más, un poco más fuerte, un poco más
posesivamente.
—Sí. Eso es ahora mismo.
Ella gime un poco contra mi pecho, y siento que sus dedos se deslizan más
allá del elástico de mis calzoncillos, pequeños cubitos de hielo que se calientan
contra el calor de mi cuerpo. Deslizo la mano por su pelo y lo muevo detrás su
oreja. Beso ese lugar por encima de su mandíbula.
—Anoche, follamos. Pero hoy, va a ser diferente. Hoy tengo hambre…
Ahora puedo ver los latidos de su corazón en su cuello otra vez, ese pequeño
temblor pulsante de la sangre corriendo por sus venas.
—¿Hambre de qué? —dice, bajo y oscuro.
Me gusta dejarla colgada, no responder a sus preguntas. Pellizcándole la
mandíbula con la mano, le ladeo la cabeza y palmoteo su coño desde el exterior.
Lo juro por Dios, puedo sentir su humedad hasta aquí. Esta maldita mujer, te
digo…
—Anoche, estaba tan jodidamente dentro de ti que olvidé dónde estaba. —
Ahueco su hueso pélvico, comprimiendo sus labios. Siento la costura de sus bragas
contra el talón de mi mano—. Vas a tener que pagar por eso.
Su boca se abre ligeramente; sus ojos se vuelven un poco brillantes. Subo
la palma de la mano por el estómago y luego vuelvo a bajar, esta vez contra su
piel. Deslizo mi dedo corazón a lo largo de su abertura. Me agarra con más fuerza,
y sus caderas se mueven un poco hacia atrás, pero está relajada. Ya no está
nerviosa. Ni enfadada. Sólo lista y mojada y exactamente como tiene que estar.
—¿Qué me vas a hacer?
—Tengo una lista. —Me doy golpecitos en la frente—. Se llama Lo que
quiera.
Ahí es cuando la beso. La beso, beso las palabras, las preguntas y hasta el
aire. Su labio está pellizcado entre nuestro dientes, así que la beso más fuerte y
dejo que se pellizque un poco más. Le pongo mi mano en forma de Y alrededor de
la garganta. Cuanto más la beso, mejor es. Más se deshace. Más dócil se vuelve la
pequeña gata salvaje.
—Voy a hacerte mía, Mary Monahan. No importa lo que digas sobre las 111
reglas o los trabajos o cualquier otra mierda. Porque algo está pasando aquí, y sé
que tú también lo sientes.
Ahí es cuando me pone la mano detrás de la cabeza y me pasa los dedos por
el cabello.
—Esto no va a ser normal, ¿verdad? Tú y yo —dice, casi con un gemido.
Tú y yo. Mierda. Siento el escalofrío correr a través de su cuerpo y entrar al mío.
—No cometas ningún maldito error. Cuando te lastimo, si te lastimo —le
digo—. Ese soy yo. Adorándote.
—Jesús, Jimmy…
Necesito entrar en ella. Estoy demasiado ido. Ella es una maldita droga, y
yo estoy enganchado.
—La tierra girará sobre esto. El sol saldrá y se pondrá en esto.
Su respiración se hace más pesada. Sus pupilas se dilatan, y las veo abrirse
a pesar de los halógenos brillantes sobre nosotros. Su agarre de mi costado se hace
un poco más fuerte, y me acerca aún más.
—Las cosas que me haces —dice mientras le meto otro dedo, y silba en mi
oído—. Las cosas que haces.
—Anoche ni siquiera nos acercamos a lo que podemos hacer, Mary.
Podemos hacer desaparecer el mundo. Podemos hacer que todo lo demás sea sólo
un susurro.
Sus ojos se cierran con un revoloteo, y ella recuesta la cabeza contra la
puerta, abriendo la garganta hacia mí. Lamo a lo largo del punto donde le hice el
chupetón con la boca, y luego bajo la lengua hasta el hueco de su cuello.
En lo profundo de mi polla, siento esa presión por ella, esa necesidad. Esta
mujer no es una animadora a la que nunca volveré a ver. No es una fanática.
Nuestras vidas se han cruzado una encima de la otra, y eso parece ser una buena
señal de que vayamos a por ello. De dar el paso. Ver qué pasa. Ver a dónde va este
sentimiento.
—Tienes una oportunidad de alejarte de mí, Mary. Sólo una. Di la palabra
ahora mismo, y te dejaré ir.
Pero no dice nada. En vez de eso, presiona la pelvis contra mí y deja que su
bolso caiga al suelo. Que es todo el sí que necesito.
—Te voy a llevar a ese apartamento y te voy a enseñar lo que me haces. 112
Aquí en el mundo, somos normales. Pero, ahí dentro, cuando la puerta se cierra,
¿sabes qué pasa?
Ella sacude la cabeza.
—No.
—Te vuelves mía. Toda mía. Cada centímetro, cada grito, cada necesidad.
Lo que quieras, te lo daré. Lo que sea que necesite, es mío.
No gime. No asiente. Dice mil palabras sin decir una. Por favor, gracias y
más. Todas las palabras más sexys de todo el maldito idioma.
—Buena chica —le digo, dándole un tercer dedo y torciéndolo hacia su
punto g—. Maldición, buena chica.
—Oh, Dios mío.
Por el pasillo, Frankie Knuckles trota de un lado a otro, aun olfateando. Me
gusta, sí. Mucho, más o menos. Pero ahora mismo, tenemos que ponernos serios.
—En primer lugar. Llama a tu compañera de cuarto para que venga a buscar
a ese perro —le digo mientras paso la punta de los dedos de un lado a otro dentro
de su coño.
—De acuerdo —susurra a las luces, sin abrir los ojos.
—Porque, hasta que el sol salga mañana, no hay nada en este mundo aparte
de ti y de mí.
19 113

Mary
Con la palma de su mano en la parte baja de mi espalda, me deja entrar en
su apartamento. Me baja la cremallera del chaleco y cierra la puerta con llave.
Mientras Frankie explora, Jimmy me presiona contra la puerta.
—Llámala. Ahora mismo. Nada de tonterías.
—De acuerdo —digo, buscando a tientas en mi bolso, husmeando entre mis
cosas sin mirar hacia otro lado. No puedo apartar la vista, ni de esos ojos, ni de esa
cara, no cuando tiene mi mentón balanceado en su dedo. Mi corazón se acelera y
me siento cada vez más húmeda. Mis rodillas están débiles, y dejo que su cuerpo
me sostenga—. Pero tienes que reposar esa pierna.
Asiente hacia mí, y luego lleva sus labios a los míos. El beso es fuerte,
inflexible y directo. Después de que me hace olvidar todo lo que tengo en la cabeza,
añade:
—Ese es el plan. Eventualmente.
Se dirige por el pasillo, dejando caer su chaqueta al suelo. Cojea sólo un
poco y es tan fácil en su cuerpo, tan confiado en su paso, como cualquier hombre
que haya visto. El rey de todo, y lo sabe en sus huesos. Justo cuando rodea la
esquina del pasillo, en dirección a la cocina, se quita la camisa. A la luz de las
ventanas, obtengo un poco de satisfacción, una compensación de lo que me hizo
en el cuello; su espalda está trazada con las marcas de mis uñas, yendo de aquí a
allá, de arriba a abajo, de un lado a otro.
—Parece que te han maltratado —le dije.
Se gira y me mira por encima del hombro, levantando la barbilla.
—La gatita de nadie, mi culo.
Y mis dedos de los pies se enroscan involuntariamente en mis botas.
Cuando puedo volver a enfocar mis ojos, le envío un mensaje de texto a
Bridget.
Yo: Un favor.
Yo: Bridge.
114
Yo: Favor.
Yo: Hola?
Yo: Bridge.
Bridget: Jesús! Estaba orinando!
Bridget: ¿Qué favor?
Yo: Ven por Frankie.
A esto le sigue una pausa muy considerable en la que veo que empieza a
escribir y luego se detiene. En lugar de un mensaje, aparece una foto de Jimmy en
la pantalla. Está en uniforme, sonriendo a la cámara, con pintura de grasa en las
mejillas. El sol brilla, su cabello es un desastre. Hay una mancha de hierba en su
camiseta y tierra en sus brazos. Y está sudoroso, con pantalones blancos, así que
puedo ver el contorno de su taza.
—Oh Dios —susurro.
Si así es como se ve durante un partido, definitivamente voy a estar mirando.
Bridget: Ese es el por qué?
Yo: Sí.
Bridget: Perra.
Yo: ¡Te amo!
Bridget: *mueca pervertida*
Bridget: Dónde estás?
Otra buena pregunta. Me desabrocho las botas de nieve y me las quito,
entrando en la cocina con los calcetines puestos. Bajo los pies, el piso de baldosas
está cálido con calor radiante. En el exterior, la nieve está cayendo de verdad:
copos grandes, espaciados regularmente, cayendo lentamente como si
estuviéramos dentro de una bola de nieve.
Está ahí, en la cocina. En la mesa, tiene una botella de miel y está sacando
un poco de azúcar blanca de una bolsa en un pequeño tazón.
—¿Qué estás haciendo? —Esa bolsa de dos kilos y medio de azúcar en su
mano parece tan grande como una lata de refresco. Es así de grande.
Me engancha con su brazo y me empuja hacia su muslo.
—Estoy a cargo, preciosa. Sólo disfrútalo.
115
Un escalofrío comienza en mi estómago y sale a través de mis dedos. Es
algo que me pasa cuando estoy excitada o nerviosa. Este tipo de temblor en todo
el cuerpo.
—¿Frío?
—No —digo, mientras me da de comer una uva—. No es frío. Sólo…
excitada.
Silba suavemente.
—Eso es sexy. Puedo hacerte temblar así sin siquiera tocarte?
Sus ojos se tensan mientras practica su superpoder. Y sucede de nuevo.
—¡Mierda! —Me alimenta de nuevo, dejando que su pulgar se quede entre
mis labios.
Lo envuelvo con mis brazos.
—Viene a buscarlo. Sólo necesito saber la dirección.
Me quita el teléfono para escribirla. Pero desafortunadamente, su propia
cara le está sonriendo desde la ventana del chat.
—Alguien ha estado fisgoneando —dice, muy contento.
—Yo no. Mi compañera de piso. Ella es una fan. Te recomiendo que te
escondas a menos que quieras firmar un autógrafo.
Manteniendo un brazo a mi alrededor, responde a Bridget escribiendo con
un pulgar. La cosa es como un teléfono Tablet cuando la sostengo, pero es muy
pequeña en sus manos. Escribe la dirección y me devuelve el teléfono.
—Nada de autógrafos—dice, empujándome contra el mostrador—. Porque
hoy, lo único en lo que pongo mi marca es en ti.

Cuando Bridget se acerca al edificio de Jimmy y se detiene en el sucio banco


de nieve, ato a Frankie en el asiento del pasajero, donde tiene un pequeño asiento
de palco que cuelga del reposacabezas. Lo abrocho con su arnés y cuando miro
hacia arriba, me encuentro con su teléfono en mi cara.
Es un meme de internet. En la cima:
OYE CHICA. ¿TU NOMBRE ES GOOGLE?
116
Luego una foto de Jimmy vertiendo agua de una botella en su cara en un
juego, rastrillando su mano a través de su cabello y sonriendo. Detrás de él, todo
el mundo parece totalmente enojado, realmente enojados, tipos del tamaño de un
caballo de tiro frunciendo el ceño ante algo en la distancia. Uno de ellos tiene un
montón de césped colgando de su casco. Pero Jimmy se ve tan fresco como puede
estar, sonriendo a la cámara.
PORQUE TIENES TODO LO QUE ESTOY BUSCANDO.
—Tal vez nunca te perdone por esto —dice Bridget, ajustándose sus gafas
Jackie O y moviendo la cabeza con tristeza a la calle nevada—. ¡Jimmy Falconi!
Y ni siquiera sabes cuál es tu gol de campo por tu respuesta.
—Es muy amable, Bridge. Te gustaría él. Compra en Costco y hace
inversiones sensatas. Y le gustan los perros.
Bajándose las gafas por la nariz, me mira fijamente.
—¿Alguna posibilidad de que pueda correr para un au…
Sacudo la cabeza.
—Ya lo he cubierto. No.
Ella gime y sube la temperatura.
—Diviértete. No te quedes embarazada.
—Consejos para toda la vida —le digo, y cierro la puerta.
Y luego se va. Vuelvo al edificio, a su edificio, maravillándome de lo mucho
que hay. Cuento veinte buzones y calculo que son probablemente cuatro
apartamentos por piso. En el corazón de Lincoln Park. Señor.
Como todavía me siento un poco tambaleante, un poco borracha, decido
tomar el ascensor. El motor se mueve a medida que subo un piso, luego dos, luego
tres. Al abrirse la puerta, un hormigueo de anticipación se apodera de mi cuerpo,
desde la parte posterior de mis muslos hasta la punta de mis dedos.
Sin embargo, cuando llego al final del pasillo, veo un Post-it pegado a la
puerta. Mi corazón se desploma. No me he ido cinco minutos y, ¿qué? ¿Tuvo que
irse?
Pero a medida que me acerco, puedo distinguir las palabras. Y
definitivamente no dicen que se ha ido. En cambio, la nota dice:
DESNUDA. AHORA.
Presiono mis dedos en las palabras, en su escritura clara y segura, y la puerta
se abre bajo la presión de mi tacto. Dentro, oigo música, algo sensual y bajo. Me 117
sorprende esa sensación de estar flotando y borracha otra vez, como si estuviera
soñando. Sólo que sé que no lo estoy. Esto es real. Este hombre se saldrá con la
suya conmigo, y necesito que lo haga. Abriendo la puerta, paso y veo otro Post-it
en el suelo.
AHORA MISMO.
Así que hago lo que él quiere, porque es tan fácil, tan deliciosamente
seductor, escuchar a alguien más para variar. Para dejar que él tome las decisiones.
Para hacer exactamente lo que me han dicho. Me quito los pantalones y la
camiseta.
Lo que me deja con la ropa interior y los calcetines puestos.
Ahora, tal vez veinte pasos delante de mí, a mitad del pasillo, me encuentro
con otro Post-it.
CALCETINES TAMBIÉN.
Me rio y salgo de ellos enganchando los dedos de los pies en la parte
superior.
SUJETADOR.
Que golpea el suelo.
BRAGAS.
Y esos también.
Y yo hago lo que él dice, tal como él dice, dejando cada pieza de ropa en su
Post-it.
Entonces ahí estoy, desnuda, pero con piel de gallina. Sale de su habitación
y me toma de la mano, arrastrándome hacia la cama.
—Eres tan jodidamente hermosa. —Con un dedo, traza una larga línea por
mi brazo, a través de mi clavícula, y luego lentamente baja por mi otro brazo, más
allá de la curva de mi codo, hasta la palma de mi mano. Se me acerca por detrás y
me empuja hacia él, con una palma en el estómago.
—Relájate.
—Lo estoy —susurro. Mi voz sale casi como una charla. Me permito caer
de nuevo en él, apoyándome en mis talones. Cuando tiene la mayor parte de mi
peso en sus brazos, me gira un poco para mirar al espejo de cuerpo entero en la
esquina del dormitorio. Se posa sobre mí, sus hombros mucho más anchos que los
míos, sus manos mucho más grandes. El contraste es sorprendente, abrumador. Y 118
hermoso. Todavía me abraza fuerte y me susurra: —Tócate.
Lo miro en el espejo.
—¿Aquí?
—Sí. Justo ahí. Te tengo.
Hay algo en el espejo que me hace sentir casi vulnerable y expuesta. Rastrea
arriba y abajo las yemas de mis dedos.
—No creo que pueda hacerlo de pie.
—Sólo quiero verte —dice, convenciéndome. —Por favor, Mary. Sólo
déjame verte. Déjame abrazarte. Déjame sentirlo.
Me concentro en la fuerza de él detrás de mí. Sus ojos se encuentran con los
míos en el espejo. Tranquilizador, abierto y curioso. Poco a poco, deslizo mis
dedos más allá de mi ombligo y me doy cuenta de su dureza contra mi muslo.
—Te quiero dentro de mí.
En respuesta, me presiona un poco, sólido contra mi trasero. Hace que sus
ojos se cierren y ralentiza su respiración. Pero se mantiene fuerte.
—Aún no. Sólo haz esto por mí… —Pone su mano sobre la mía y guía mis
dedos hacia abajo, hacia abajo, hacia abajo, hacia mi clítoris.
Empezamos despacio. Se inclina, dejando que su barbilla descanse sobre mi
hombro. Su rastrojo presiona en la curva de mi cuello, y siento su aliento, tranquilo
y suave, calentando mi piel. Hago un pequeño círculo alrededor de mi clítoris, y
me doy cuenta de que me está haciendo enseñarle exactamente lo que me gusta.
Mientras dejo que mi mano se deslice más profundamente para tocarme mientras
froto mi clítoris con la palma de mi mano, él gruñe en mi oreja. Abro los ojos y lo
veo mirándome. Mirando todo.
Su mano izquierda cae del abrazo y me agarra por la parte delantera del
muslo. Me inclino hacia atrás en la curva de su pecho, dejando que mi cabeza caiga
contra su hombro. Recuerdo lo de anoche, cómo me hizo venir con la cabeza de su
polla. La forma en que su semen goteaba sobre mí. La idea de ello me hace
estremecer de nuevo, puro placer y calor. Me abraza más fuerte y me dice:
—Te tengo. Continúa.
Me pierdo en nuevas fantasías con él. Él llevándome en la parte trasera del
Wrangler, en una playa o en un bosque. En la ducha. Dios, me encanta la ducha.
Gimo en su bíceps, y mis rodillas empiezan a temblar. Todavía me abraza fuerte, 119
me lleva hacia atrás y se sienta en el gran sillón de cuero en la esquina de la
habitación. Todavía podemos vernos en el espejo, pero ahora me tiene en su
regazo, con las piernas abiertas, pero no tan abiertas que me deslice entre ellas. Me
dejo quedar floja en sus brazos y continuo.
—¿Te vendrás por mí? ¿Justo así?
—No sé si puedo. —Me he acostumbrado tanto a mi vibrador, a mi cama y
a mi rutina. Anoche parecía fuera del campo izquierdo. No creo que un rayo caiga
dos veces.
—Sólo inténtalo. Vamos. Para mí. —Me mira de esa manera posesiva e
intensa que me hace estar dispuesta a darlo todo por él. Me levanta ligeramente de
su regazo, y lo siento posicionarse en mi apertura por detrás. Se desliza hacia mí
lenta y suavemente, bajándome sobre su polla hasta que me acuna en sus brazos y
lo siento en lo más profundo de mi cuerpo.
—Oh Dios…
—¿Sí? —dice en voz baja, levantando un poco las caderas para llegar aún
más adentro de mí—. ¿Mejor?
Esa no es la palabra. La palabra es cielo.
El ángulo es fuera de este mundo, la presión sobre mi punto G es totalmente
nueva e inesperada. Es lo más hermoso, estar acunada en estos grandes brazos, con
él dentro de mí también.
—Me encanta esto. —Presionando de nuevo en su hombro, dejo que mi
cuerpo se relaje.
—Mierda. A mí también. —Me besa el borde de la oreja, el lóbulo, trazando
la concha con la lengua.
—Podría hacer esto todo el día —susurro contra su mandíbula.
—Esa es la idea. No tienes que venirte, sólo déjame verte. Déjame sentirte
así.
Me burlo de mi clítoris con el talón de la palma de mi mano, usando dos
dedos alrededor de él, usando un toque de pluma en sus pelotas debajo.
Me gruñe al oído:
—Me encanta estar dentro de ti, Mary Monahan. Es así de simple, ¿sabes?
Oh, Dios. Sí. Es así de simple. Así de básico. Así de urgente.
—Aquí tienes. Suéltate. Déjame sentirte. Déjame sentir todo ese poder.—
Cuando me besa, le digo que estoy cerca, tan cerca. No se aleja del beso, sino que 120
me da un gesto con su cabeza y agarra mi cabeza con la mano por detrás,
besándome aún más duro antes de decir:
—Suéltate.
Me suelto.
Nuestros ojos están abiertos cuando me vengo, y él está sonriendo en el
beso. Pero yo no. Estoy lloriqueando y rugiendo mientras me besa cada vez más
profundo, hasta que ya no puedo mantener los ojos abiertos. No sé cuánto tiempo
he estado fuera. Oigo mi propia voz hacer eco a través del dormitorio. Le oigo
decir que soy hermosa, tan jodidamente bella, mientras se relaja aún más dentro de
mí, elevando el orgasmo aún más.
Oh, Dios. Sí. Es así de simple. Así de básico. Así de urgente.
—Aquí tienes. Suéltate. Déjame sentirte. Déjame sentir todo ese poder.—
Cuando me besa, le digo que estoy cerca, tan cerca. No se aleja del beso, sino que
me da un gento con su cabeza y agarra mi cabeza con la mano por detrás,
besándome aún más duro antes de decir:
—Suéltate.
Me voy.
Nuestros ojos están abiertos cuando me vengo, y él está sonriendo en el
beso. Pero no lo soy. Estoy lloriqueando y rugiendo mientras me besa cada vez
más profundo, hasta que ya no puedo mantener los ojos abiertos. No sé cuánto
tiempo he estado fuera. Oigo mi propia voz hacer eco a través del dormitorio. Le
oigo decir que soy hermosa, tan jodidamente bella, mientras se relaja aún más
dentro de mí, elevando el orgasmo aún más.
Antes de que vuelva a ser yo misma, me levanta y me pone de rodillas en el
asiento, con el trasero en el aire. Me empuja hacia adelante para que mi torso se
extienda sobre el respaldo y mis rodillas estén dobladas en ángulo recto. Por detrás,
me ataca, lentamente al principio. Diciendo:
—Sí, justo así. Mierda, sí. —Luego se agarra a mis caderas, y comienza a
tomarme tan fuerte, tan increíblemente duro, que no puedo hacer nada más que
soltarme de nuevo. Me folla así, despiadado, brutal y primitivo.
—No puedes apretarme después de venirte. ¿Lo has notado? —me dice,
estrellándose contra mí de nuevo.
Me doy la vuelta y lo miro por encima del hombro. Todo sigue parpadeando
y tambaleándose, excepto él. Es claro como el cristal.
—¿No? 121
Sacude la cabeza, tan satisfecho y petulante.
—Nop.
Cierto. Se lo mostraré. Lo presiono sobre su polla, usando todo mi cuerpo
para hacerlo, agarrando las almohadas de la silla mientras lo hago. Su cara se enoja,
oscura y casi desagradable, y gruñe:
—Deja esa mierda, preciosa —mientras conduce hacia mí aún más fuerte,
agarrándome las caderas, clavando sus dedos en mis muslos—. Y déjame follarte
como yo quiera.
Mierda. Mierda, mierda, mierda, eso es increíblemente sexy.
—Ríndete ante mí. —Me da otro empujón—. Ahora mismo.
—¿Cómo? —le susurro.
—Sólo hazlo, carajo. Entrégate —me dice, entrando—. Ríndete. Déjame
llevarte.
Aparto la cabeza de él. Toda mi vida he luchado, negociado, me he divertido
por lo que quería. Nunca confié lo suficiente para dejarlo ir. Nunca quise lo
suficiente para saber cómo se sentía.
—Te tengo. Sólo déjame tomarte.
Quiero saber lo que es ser completamente de otra persona. No ser nada más
que su placer. No para luchar, no para resistir, no para provocar. Pero sólo…
Para dejarlo ir. Para abrirse. Para ser suya.
—Esa es una buena chica —me dice mientras me ablando más, y conduce
con más fuerza, de modo que la silla se balancea hacia adelante y hacia atrás debajo
de mí—. ¿Eres mía?
—Sí.
—¿Te has soltado?
Me concentro en él dentro de mí. Sólo él. Yo no. Ni la silla, ni la habitación,
ni el mundo exterior. Sólo él. Y eso sucede. Le doy todo a él. Dejo que mi espalda
se incline un poco. Mis brazos se aflojan. Él sostiene mi cuerpo y me toma
exactamente como necesito que me tomen.
—Soy tuya.
Finalmente, en una zambullida tan áspera que jadeo por aire, él me golpea
con sus palmas el culo y gruñe: 122
—Oh mieeeeeeeeeeeeerda…
Se viene primero con su voz, soltando este rugido primitivo, y luego
agarrándome el cabello con sus dedos. Mi cara se aleja del respaldo de la silla. Mi
cuello se dobla hacia atrás, y él se mete en mí una y otra vez.
—Ahí está… —dice, y finalmente se detiene en mi interior.
Con mi mejilla contra el cuero, enredo mis dedos en los suyos mientras
ambos respiramos con fuerza, yo en la curva de mi hombro, mirándolo, y él en el
puño que se lleva a la boca mientras me mira.
—Maldición, Mary. —Respira rápida y duramente. Parpadea y se sacude—
. Mierda.
Después de un largo minuto, cuando ha perdido un poco su dureza, se sale
de mí. Extiende la mano y yo la tomo. Me lleva a la cama y me acuesta. Se mete a
mi lado y tira del edredón sobre nosotros, y luego desliza su mano bajo mi cintura
y arrastra mi cuerpo contra el suyo. Yo soy la cuchara pequeña dentro del
cucharón. Yo soy la Suya para el Suyo. Escucho su respiración lenta a algo que se
acerca a lo normal. Veo la nieve caer afuera, y susurro:
—Eso fue increíble…
No hay respuesta. Giro un poco la cabeza y veo que su cara está relajada,
sus ojos cerrados. Sus labios están presionados suavemente contra mi hombro.
Pero está profundamente dormido. Destrozado. Y abrazándome fuerte.
20 123

Jimmy
Siestas. Son lo mejor. Pero esta siesta, con ella en mis brazos, es la siesta
de las siestas.
—Te dije que descansaría —le susurro al oído.
—Hola. —Extiende su mano y la pasa por mi cabello, tocando suavemente
mi mejilla con su pulgar.
—Siento haberme quedado dormido en ti. Pero ese orgasmo —digo en la
tinta de su tatuaje—. En serio. Ni siquiera podía ver bien. Lo cual es toda —pongo
mis labios a un lado de su cuello y luego le doy una larga línea de besos en esa tira
de encaje— tu culpa. —Se ríe un poco, y lo siento en la mano que tengo sobre su
estómago. Inhalo contra su piel y tomo un poco de vainilla con coco. Una parte de
mí quiere quedarse aquí para siempre. Justo así.
Pero la otra parte de mí….
… tiene planes.
Saboreando un último segundo de nuestros cuerpos enredados, ruedo hacia
un lado y estiro mi mano.
—Tú. Cocina. Ahora.
Se levanta sobre sus codos en la cama, y su mano se desliza entre mis
piernas, empujando suavemente sobre mi muslo.
—Descansa.
—Ya se siente mucho mejor. —Ni siquiera estoy mintiendo—. No sé qué
hay en esa crema que pones. Tal vez tengas el toque mágico.
Rueda los ojos, tirando de mí hacia la cama, pero yo no me muevo.
—Es sólo árnica, y no tenía nada de mágico. La lesión no es tan grave.
Flexiono el cuádruple y sus manos se mueven un poco mientras lo hago. La
punzada se ha ido, el espasmo ha pasado.
—Prefiero pensar que tienes dedos mágicos. 124
Y a modo de respuesta, me aprieta un poco la pierna.
Tomando su otra mano más firmemente en la mía, la ayudo a levantarse de
la cama y la guío hacia la cocina. Puedo sentirla, indecisa e insegura. ¿Qué estás
tramando? Casi puedo oírlo en sus cuidadosos pasos en el suelo. La tomo en mis
brazos y la presiono contra el borde de la mesa de comedor con tanta fuerza que
casi está sentada en ella.
—Acuéstate.
Por un segundo, ella duda. Sus ojos se mueven hacia la miel y el azúcar.
—Un hombre tiene que comer, ¿no? —Volteo la botella de miel y dejo que
se acumule en el cuello, rociando hacia abajo hasta la tapa cerrada.
Sus ojos se abren de par en par.
—Sí.
—Y soy un tipo grande…
—Sí —me dice, mirando mi polla. Y mi cuerpo—. Sí. Lo eres.
—Así que, súbete a esa mesa. Porque ya te lo dije. Tengo hambre.
Se acuesta en la mesa de roble, corriendo hacia la cabeza de la mesa
plantando sus manos y deslizando su cuerpo a lo largo de ella. Al principio,
mantiene la cabeza levantada, mirando. Pero cuando abro la tapa de la botella de
miel, ella la baja y oigo un pequeño, perfecto, emocionado:
—Oh. Dios. Mío.
Empiezo por su boca y pongo un poco de llovizna entre sus labios
separados. Luego me inclino y la beso hasta que ya no es dulce. Pero codiciosa
otra vez. Calentada y necesitada. Justo como me gusta.
Entonces, bajando un dedo por su estómago, me acerco a su coño. Separo
esos labios con mis dedos, exponiendo su clítoris. Ella vuelve a estremecerse y yo
le digo:
—¿Lista?
Antes de responder, su aliento se le queda atrapado en la garganta en una
repentina golondrina nerviosa.
—Sí. Lista. —Y sonrío mientras la veo agarrar la mesa con sus pequeños
dedos. Preparándose para el frío.
Jadea mientras le rocío miel por su abertura, dejándola gotear por sus labios, 125
goteando sobre su trasero. Y luego me acerco a una silla y me siento entre sus
piernas. Engancho sus rodillas sobre mis codos y la tiro hacia mí para que su
cabello forme una larga raya oscura en el roble detrás de su cabeza.
Sabía como el cielo sin la miel, pero ahora está sobrecargada. Esa dulzura
salada, caliente y perfecta. Mierda, mierda, mierda.
Ella levanta la cabeza, mirándome, levantándose un poco de la mesa, esa
curva sexy de su abdomen que se tensa al levantarse de la madera.
Pongo mi mano en su pecho y la empujo hacia abajo.
Con mi lengua, me sumerjo en ella, donde sabe oscura, no dulce. Como un
chocolate realmente bueno, ese tipo de chocolate salado y profundo.
La idea de mi semen todavía dentro de ella me vuelve loco. Tan caliente,
tan sucio, tan primitivo. La abro de par en par con dos dedos, chupando más fuerte.
Su mano vuela por el aire y me golpea en la parte posterior de la cabeza. Le meto
la lengua un poco más adentro. Está tan mojada, con ella y conmigo, de hecho, se
está desbordando por los muslos. Así que lo lamo también, y la pongo pegajosa
por todas partes.
—Dios, eso es sexy. —Ella se agarra fuertemente a mi hombro. Su
antebrazo presiona contra mi mejilla, y su piel se siente tan fría y delicada contra
la aspereza de la mía.
Luego me aparto de ella, sólo unos centímetros, y dejo que mi aliento
caliente su clítoris. Me encanta esta vista. Cuando exhala, puedo ver la ondulación
femenina de esos abdominales. Sus pechos han caído ligeramente hacia los lados,
así que desde aquí abajo, puedo ver la curva de su cuello y su garganta. Con mi
lengua tocando solo su clítoris, empiezo con un círculo lento en sentido contrario
a las agujas del reloj. Ella pelea conmigo al principio, porque sé que sigue estando
sensible. Sus muslos se juntan, tratando de alejarme. No dejo que me empuje a
ningún lado. Con una lengua suave, la caliento de nuevo. Se le afloja el agarre de
la cara y levanta un poco las caderas. Anoche cuando hice esto, sus dedos se
curvaron después de tres vueltas.
Guau. Jodidamente magnífico. Esta vez, sucede después de sólo dos.
Si su clítoris es como un reloj, entonces está nerviosa a las dos en punto, y
como masilla a las siete.
Mientras me burlo de ella a las tres en punto, su espalda se levanta de la
mesa y sus pezones se aprietan más y más. Me alejo de su coño el tiempo suficiente
para lamer una larga línea de cada muslo, totalmente superado por la suavidad de 126
su piel. Doy vueltas y vueltas hasta que puedo sentirla acercarse de nuevo. Ahí es
cuando me paro y me levanto.
—No, no, no te detengas —me suplica, acariciándome—, por favor. Jimmy
No…
—Me encanta oírte suplicar, ¿pero sabes qué es lo que más me gusta?
Ella me da un bajo nun-huh.
—Hacerte rogar —digo, alejándome. Mientras lo hago, ella se levanta sobre
sus codos para mirarme. Voy a la nevera y tomo la botella de champán, con su
etiqueta amarilla brillante, de la puerta. Está casi congelada. Ha estado ahí por lo
menos un año.
Tomando mi lugar entre sus piernas otra vez, las separo un poco más. Pongo
la botella a medio camino entre sus muslos, a unos cuantos centímetros entre ella
y la copa a cada lado. Lentamente, empujo la botella más cerca, más cerca, más
cerca de ella, hasta que casi se toca. Pero no del todo.
Levantando la cabeza, se apoya en los codos. Le abro los labios con los
dedos y presiono el lado de la botella contra ella, asegurándome de que el cristal
verde y frío esté justo contra su clítoris. Arquea la cabeza hacia atrás y luego me
agarra el antebrazo con la mano izquierda.
—Oh Dios, eso se siente tan bien. —Donde sus muslos tocan la botella, veo
pequeñas gotas de condensación, y luego la giro un poco más para mantenerla fría
y nerviosa.
Usando mis dientes, quito el papel de aluminio de la parte superior de la
botella en una tira larga que dejo caer al suelo. Desabrocho la jaula de alambre y
saco el corcho, girándolo ligeramente en la palma de mi mano hasta que se libere.
Cada vez que la botella se mueve, ella gime. Cada vez que una nueva mancha fría
en el cristal toca su clítoris, su cuerpo se sacude un poco. Agarro el corcho con la
mano y lo libero, cada pequeño giro y movimiento la acerca más. Un pop llena la
habitación, y una bocanada de gas se derrama por el aire. Aparto la botella de su
coño, y ella se queja con este largo, sexy y desesperado lloriqueo. No me rindo
ante ella, sin embargo, todavía no. En vez de eso, tomo un trago largo y le doy uno
también, asegurándome de apoyar su cabeza. Ella se queda allí con la lengua en la
botella, mirándome, y luego se aleja.
—Bebiendo champán por la tarde —dice con una sonrisa—. Podría
acostumbrarme a esto.
—Y eso no es todo. —Coloco la botella justo encima de sus pechos y dejo
que un fino chorro se deslice por su cuerpo. Con largos y cuidadosos lametazos, lo
limpio de ella. La mayoría de las veces. Dejo una piscina en su ombligo, y luego 127
la arrastro hasta el final de la mesa para que su trasero esté casi colgando.
Bajo la botella entre sus piernas, me enrollo su pantorrilla ahora, y coloco
el cuello hacia su abertura. Sus ojos revolotean de mí hacia la botella y de vuelta.
Ahí está ese escalofrío.
Agarrando la botella por la etiqueta, coloco la boca en su abertura y dejo
que sus labios se deslicen sobre el suave borde de vidrio.
—Oh, mierda —dice ella, sentándose un poco más lejos y mirando—.
Jimmy…
La deslizo un centímetro más para que la parte superior de la botella, donde
estaba la jaula de alambre, esté dentro de ella.
Sus ojos están muy abiertos, casi temerosos.
—¿Quieres más? —Le pregunto.
Sus dedos de los pies la delatan, se rizan antes de responder:
—Sí.
Así que le doy un poco más, y un poco más, y juntos vemos cómo el cuello
de esa botella, ese cristal verde, tan resbaladizo, frío y duro, desaparece dentro de
ella.
Más profundo. Tan pecaminoso, tan jodidamente sexy. Mierda, hace calor.
Voy tan lejos como puedo, hasta que todo el cuello de la botella está dentro de ella
y sus labios se están abriendo de par en par en el cuello.
—Es la cosa más caliente que he visto en toda mi puta vida. —Acerco mi
boca a su coño mientras sostengo la botella con fuerza. Le presto un poco de
atención a su clítoris. El olor es una locura. Champán, miel, y su humedad, todo
mezclado conmigo.
Presiono un poco más, y ella gruñe este gruñido sucio y sexy y me agarra
el hombro con sus uñas.
—No puedo creer que me estés haciendo esto. —Inclino la botella hacia
arriba, y luego hacia abajo, y ligeramente de lado a lado. Empujo un poco más
fuerte. Está demasiado apretada para que todo le entre, pero esto ya es perfecto.
—Me haces querer hacerte cosas terribles, gatita.
Se ríe un poco.
—Hazlo.
128
Maldición.
Mierda.
De un lado a otro la sacudo. La giro un poco. La escucho silbar y jadear.
Pero antes de que se acostumbre a ello, mientras sus dedos de los pies todavía están
curvados, se la saco lentamente. El cuello de cristal está caliente al tacto.
Sosteniéndola, le digo:
—Siente cómo eres por dentro.
Su palma rodea el cuello. Ella lo agarra y lo suelta. Lo agarra y suelta.
Entonces sus ojos brillan.
—Oh, Dios mío.
—¿Ves? Te lo dije. —Sacudo la cabeza—. Caliente.
Meto el pulgar en la parte superior de la botella y le doy una pequeña
sacudida. Con la botella en una mano y separando sus labios con la otra, corro un
río delgado y espumoso por su estómago que se derrama entre sus pliegues. Tan
pronto como las burbujas golpean su clítoris, su cuerpo se contrae y ella hace lo
que hace, con la lengua en el paladar. Mi favorito.
—Cuando estaba en la secundaria, hice esto con Pop Rocks —le digo—.
Pero esto es mucho mejor.
Ni siquiera puede hablar, pero sólo asiente, su pecho cayendo mientras
exhala. A lo largo del borde de la mesa, las puntas de sus dedos se blanquean al
presionar con más fuerza. Veo todas las hermosas curvas de su clavícula, sus
hombros, su caja torácica, ahora brillante y reluciente con champán. Bajo mi cara
entre sus piernas. Sigo derramando, tomando un poco en mi lengua mientras la
mayoría se estanca debajo de su coño en la mesa.
Tomo un poco con mi lengua bajo su clítoris y hago espuma con el
champán. Mientras lo hago, sus manos forman puños apretados y bonitos.
—Jimmmmmmmmyyyyyyyyyyyyyy.
En lugar de trabajarla en círculos ahora, le pellizco el clítoris suavemente
con los dedos, sacándolo de su cuerpo. La sentí hacerlo antes en la silla. Ahí es
cuando se cae de nuevo sobre la mesa con un gemido.
—Voy a hacerte venir otra vez —le digo, lamiendo su humedad y el
champán de mis labios—. Para que quede claro el plan.
—No creo que pueda, no tan rápido…
—Juegos mentales, tonterías. Sí, puedes.
129
Ella inclina la cabeza, arruga esas cejas bonitas.
—Creo que es…
—Basta. Déjamelo a mí. Sé que puedes.
Ella sonríe un poco.
—De acuerdo. Por ti, lo intentaré.
Dios, se ve tan bien. Esa carne rosada, su clítoris tan hinchado y listo para
mí. Tan dispuesto.
—Pero si es demasiado, dime qué vas a decir…
Ella me parpadea.
—Dame una palabra, Mary. Así que sé que si no puedes soportarlo más.
Puedo oír su trago. Sus ojos se mueven como si estuviera buscando la
palabra en el suelo.
—Piedad.
Sí. ¿Ves? Esta mujer. Ella lo entiende. Es tan simple, tan jodidamente sexy,
tan jodidamente perfecto.
—¿Piedad?
Ella asiente.
Me sumerjo de nuevo dentro de ella, siguiendo mi lengua con mi primer
dedo y el segundo.
¿Piedad?
—La gente le dice eso a Dios, ya sabes.
Una vez más, su agarre se tensa sobre mi hombro.
—Lo sé —susurra.
Al diablo con el maldito sí.
Este orgasmo es largo y bajo y hace que los músculos de sus muslos
tiemblen contra mis mejillas, y sólo cuando está al final de este trata de alejarme,
golpeándome y susurrándome: 130
—Piedad. Por favor.
Me retiro inmediatamente. Mi boca está cubierta de ella, y ese olor, maldita
sea, ese olor. Poniendo mi mano en su estómago, siento su respiración, rápida y
excitada.
—No te muevas.
—No me dejes. —Sus ojos están húmedos. Parece que va a llorar, tan
abierta y vulnerable que me da ganas de ponerme de rodillas. Al carajo con la silla
del comedor. Quiero subirme al concreto por esta mujer.
Pero todavía no. Todavía no, carajo.
Antes de que pueda decirle lo que quiero, lo está haciendo. Ella se retuerce
y me toma en su boca, se da vuelta en su lado, sostiene la base de mi polla con sus
manos, toma la cabeza profundamente en su boca y me mete las bolas en la boca
de una sola vez. Es una maldita sobrecarga. Ella me mira y yo le asiento.
—Sí.—Paso mi mano por su espalda—. Maldición, sí.
Empezando por la cabeza, ella trabaja hacia abajo, besándome tiernamente.
Con cada beso, ella me da un poco más de lengua, hasta que se abre camino hacia
arriba y me lleva de nuevo a su boca. Profundo. Más profundo.
Nuestros ojos se miran fijamente.
Más profundo.
El final de mi polla está en la abertura de su garganta, todo el camino hacia
el interior. Y maldita sea, se queda allí. Su cuerpo se relaja, pero ella se queda allí.
Por un segundo, dos. Miro al techo y cierro los ojos. Tres segundos. Se aleja, pero
vuelve a ir por más después de una respiración entrecortada.
—Mieeeeeeeeerda. —Me veo de perfil desde la luz de la chimenea. La
curva de su cuerpo, de lado, perpendicular a la mayor parte del mío.
Su lengua se mueve hacia arriba y hacia abajo en mi eje, y ella me golpetea,
dándome un chupón largo y húmedo donde mis pelotas se encuentran con mi polla.
Y luego, jódeme, se lleva mi bola izquierda a la boca. La grande. La sensible.
No sé cuánto tiempo se queda allí. ¿Cuánto tiempo le toma a un hombre
morir y ser revivido? ¿Diez segundos? ¿Un minuto? Sea lo que sea, es mucho
tiempo para perder la cabeza. Finalmente, se aleja y dice suavemente, casi sin
aliento:
—Miel. Por favor. 131
Busco a ciegas la botella, se la doy, pero ella no la agarra.
—Hazlo por mí, guapo. —Manteniendo mis ojos en los de ella, abro la tapa
y hago correr un chorro por la parte superior de mi eje.
Ella se sienta un poco más arriba, mirando de mi polla hacia mí.
Luego hace un movimiento de agarre con una mano, mirando la miel.
—Podemos hacerlo mejor que eso.
Le entrego la botella a ella, y no me la pone directamente a mí, no. En vez
de eso, lo pone en sus dedos y luego en mis pelotas, frotando la dulzura pegajosa
en mí.
Ella extiende su mano hacia la cocina, sonriendo a mi polla y a mis bolas.
—Azúcar, por favor.
Mierda.
Ella me espolvorea con azúcar, y una capa se adhiere a la miel en mis bolas
y en la base de mi polla, mientras el resto cae al suelo.
—Def Leppard nunca lo vio venir —le digo.
Esa risita. Esa dulce risita. Estoy tan jodidamente enamorado de esta mujer.
Alternando entre mi polla y mis bolas, me limpia, la miel y el azúcar se
acumulan a lo largo de sus labios, los gránulos de azúcar me raspan un poquito
mientras me chupa. Siento el azúcar bajo las plantas de mis pies mientras me
balanceo hacia atrás. Y de nuevo, pienso en ella en una playa. En verano. ¿Pero
miel y azúcar en invierno? Eso me detendrá hasta entonces.
Esta mujer es tan jodidamente hermosa. La luz es perfecta aquí. Su cabello
tan jodidamente perfecto, este espeso y oscuro desorden. El ángulo de su nariz, la
curva de su barbilla. Esa cara. Esa cara. Es casi como si la idea me atrapara, una
obsesión que se mueve rápidamente. Lo que nunca he hecho, ni siquiera quería
hacer.
—¿Me dejarás venirme en ti?
Sus ojos se dirigen hacia los míos.
—Prefiero tragarte.
Infierno.
—En tu cara. Necesito ponerme en esas mejillas. Necesito verte goteando
conmigo. 132
Su lengua se ralentiza en mi frenillo. Y luego me saca de su boca.
—¿Por qué? —dice, la parte inferior de su lengua deslizándose sobre la
punta.
Para marcarla, desfigurarla, adorarla. Todo eso y todo lo demás.
—Porque eres demasiado hermosa. Tengo que arruinarte un poco.
Sus ojos se cierran, y sus pestañas presionan sus mejillas. Luego está esa
sonrisa, esa hermosa sonrisa de Héroe de la Pared de los Noqueados.
¿Qué hace ella entonces?
Asiente, haciendo que mi polla se mueva en su boca.
—¿Sí?
Asiente otra vez.
Recojo su largo y fresco cabello en mi mano, y lo alejo de su cara en una
cola de caballo improvisada. Con mi otra mano, le meto la polla en la boca. Más y
más fuerte. Llegué tan jodidamente duro antes que me lleva un poco de tiempo
encontrarlo de nuevo. Pero lo hago. En lo profundo de esos ojos.
Y luego lo hace. Ella baja la cara por debajo de mi polla, con la boca
ligeramente abierta.
Esperando.
La necesidad de marcar sus lágrimas a través de mí con fuerza y rapidez.
Poner mi semilla en esa cara, hacer que me desgaste, hacer que se moje conmigo,
cubrir esa belleza con el corazón de mí mismo.
Empiezo a acariciarme como lo haría si estuviera solo. Me acaricio fuerte,
tan fuerte como me masturbaba en la ducha. Más duro aún. Más agresivo.
Sus ojos se abren de par en par y ella sonríe.
—Mírate. Tan brutal.
Sigo yendo y viniendo, acelerando e imaginando que no es mi mano sino
su cuerpo. Su vientre. Su coño.
Mierda.
Sus labios se separan, y su lengua se escapa. Esperando. Su mano envuelve
mis pelotas y las trabaja suavemente entre sus dedos.
Y me golpea. Aquí estoy, ¿crees que yo estoy a cargo? 133
No lo estoy.
Yo no soy nada. Ella lo es todo. Mierda, me ha atrapado. Por las pelotas.
Completamente.
—Estás segura —le digo, doblando sobre mí mismo.
Ella asiente, su cabello moviéndose a lo largo de mi muslo.
—Vente en mis mejillas. Y mis labios. Vente en todas partes.
Ya viene. Siento que se agita en la parte baja de mi abdomen.
Entonces ella levanta sus ojos sobre mi cuerpo y agarra mis abdominales
con sus manos. Me clava las uñas en los pectorales.
—Cierra los ojos —le digo.
Lo hace, inmediatamente.
—Jimmy. Por favor.
Tan pronto como las palabras salen de su boca, me libero. Me corro en tres
fuertes chorros a través de sus párpados, sólidas y agresivas bombas que derraman
mi semen en sus bonitas mejillas. El tercer golpe es el más fuerte y el más intenso,
tan fuerte que tengo que agarrarme a la mesa.
Pero no he terminado. Hay otra ola que se acerca, y lo que estoy viendo
alimenta la necesidad de llenarla con más de mí. La golpeo de nuevo contra la
mesa con la palma de mi mano en el pecho y me conduzco a su interior. Su
maquillaje está corriendo y su maldita cara está goteando conmigo, y ahora la estoy
llenando de nuevo. Con un cuarto disparo y un quinto, pero sé que en ese momento
podría correrme durante horas y nunca me sentiría suficiente. Nunca.
21 134

Mary
Durante mucho tiempo, me quedo allí, sosteniéndolo cerca de mí. Saco la
lengua y lo pruebo, arrastrando mi labio superior de vuelta a mi boca con mis
dientes. Se queda exactamente donde está, agarrándome a él con los brazos
cruzados, sus manos en mis hombros en una gran abrazo de X. Nos enlazo con mis
piernas alrededor de su cintura y lo sostengo, manteniéndome perfectamente
quieta.
—Gracias —murmura en mi pecho una vez que su respiración se hace más
lenta—. Muchas gracias, carajo.
—Creo que yo debería ser quien te dé las gracias —respondo, pero pierdo
las palabras para expresar lo que realmente me hace, cuando me toman así. Sin
reglas, sin permisos, sólo una pasión absoluta como nunca había experimentado.
Mis ojos aún están cerrados, y su semen está empezando a secarse. Pero
antes de que pueda pedirle que me limpie, se aleja de mí. Su mano se queda
enlazada en la mía, y oigo cómo se abre el grifo.
Sé que lo que acaba de pasar debería ser degradante. Pero no lo es. Es
hermoso. Es él abriéndose a mí, y yo dejando que eso ocurra. Y en realidad,
realmente me encanta cómo me hace sentir esto.
Siento una toalla caliente, suave y doblada en la mejilla. Con movimientos
lentos y cuidadosos se limpia de mí, moviendo el paño por fuera de mis ojos y
luego doblándolo hacia un lado caliente y fresco. Me traza debajo de los ojos y
sobre los párpados. Por mi nariz. Por mis mejillas. Lo estoy disfrutando tanto, esta
ternura, que no abro los ojos hasta que me dice:
—Ahí tienes. Perfecto.
Está a centímetros de mi cara, sonriendo.
—En serio. Gracias. —Pone sus labios sobre los míos. No es un beso sexy
y salvaje como antes. Este es suave, lento y amable—. ¿Te puedes venir otra vez?
Necesito verlo de nuevo.
—Dame un respiro, animal. Creo que me sigo corriendo aun. —Y no estoy
mintiendo. Ese pulso sigue ahí. No las grandes olas de placer, sino el torrente de
endorfinas, el calor y humedad. Mi clítoris, tiene su propio pulso. 135
—Déjame cuidar de ti —me dice, prestando atención a la miel y al champán
que me cubre, los cuales limpia con la misma ternura cuidadosa—. Sólo dime lo
que quieres. Es tuyo.
No respondo de inmediato. Quiero saborear esto todo el tiempo que sea
humanamente posible.
Me recoge en sus brazos, acunándome sobre la mesa. Pero le advierto:
—Necesita descansar esa pierna, señor.
—No siento ningún dolor.
—Jimmy.
Me eleva más alto, más cerca, y me agarra un poco más fuerte.
—Sólo dime lo que quieres y haré que suceda. Entonces descansaré.
Honestamente, lo que quiero hacer es arrastrarme a la cama con él. Eso es
todo. Sólo para estar cerca, sólo para estar caliente.
—¿Quieres que pida comida para llevar? ¿Pizza?
—Sí, definitivamente, pero primero —le digo—, ¿podemos tomar un baño?
Ahí está esa sonrisa otra vez.
—Un baño.
—Un baño de burbujas —le digo—. Con muchas burbujas. ¿Tienes un baño
de burbujas?
Asiente.
—Lo tengo. Es el Señor Burbuja. ¿Está bien eso?
Por supuesto que está bien, pero es un poco… bueno, es adorable. Pero
habría pensado que lo más cercano que tenía a un baño de burbujas era una especie
de jabón corporal masculino.
—¿Qué haces con el Señor Burbuja?
—A veces mi sobrina viene a quedarse. Ella es una fan. ¿Pero eso es raro?
¿Qué tenga al Señor Burbuja? ¿Qué vayamos a usar al Señor. Burbuja?
Ahora, no soy especial, pero soy algo como una conocedora de baños de
burbujas. Y en mi experiencia, no hay burbuja superior al Señor. Burbuja.
—Creo que eso estará bien. —Le sonrío. 136
—Fantástico —dice, y me lleva al baño, acunándome en sus brazos de
nuevo, donde, me doy cuenta, me encanta estar.
El baño principal está ordenado y organizado. En el mostrador hay una sola
botella de colonia, un solo cepillo de dientes y una botella de 64 onzas de crema
hidratante para la piel sensible.
Mientras está probando el agua, yo miro en su armario de ropa blanca. Todo
doblado perfectamente y unos cien rollos de papel higiénico Costco en una cesta
en el suelo. En el gancho de la parte trasera de la puerta hay una bata de niña, rosa
con pingüinos bordados, colgada junto a la suya.
—¿Cuántos años tiene tu sobrina? —le pregunto.
Se vuelve hacia mí, todavía con la mano en el agua. Su sonrisa es tan cálida,
su felicidad tan pura, que puedo sentir en esa mirada cuánto la adora.
—Tiene tres años. Su nombre es Annie. Es el ser humano más lindo del
planeta.
Abre el gabinete debajo del lavabo y saca una botella extragrande del Señor
Burbuja, del tamaño de un galón. Veo algunas otras cosas debajo también en una
canasta de plástico rosa. Un patito de goma. Una especie de pulpo con motor, y
una gran esponja de baño de color púrpura brillante.
—Pero tú no tienes hijos, ¿verdad? —le pregunto. Y no estoy preguntando
porque tenga miedo, me doy cuenta. Es sólo que parecería tan natural. Puedo verlo
como un padre.
Me mira a los ojos y extiende la mano.
—Aún no. ¿Y tú?
Sacudo la cabeza y veo cómo se llena la bañera.
—Estoy indecisa sobre ellos.
Una pequeña risa sale de su nariz.
—Lo sé. No creo que estaría tan cerca de Annie si mi hermano no fuera tan
imbécil. —Hay un gruñido en su voz—: Pero me alegro de estarlo. Es un verdadero
tesoro. —Vierte un largo y lujoso chorro de Señor Burbujas en el baño, cambiando
el tono del agua que cae en la bañera a un suave y espumoso silencio.
Pero antes de que pase el tiempo, dice:
—Bien, entra tú primero.
137
Miro la bañera. No está ni siquiera cerca de la mitad. Bien surtida de
burbujas, pero aun así, apenas llena. Lo miro perpleja.
—Estoy a favor de la conservación del agua, pero…
Él sonríe.
—Soy un tipo grande. He inundado este baño más veces de las que puedo
admitir. Siempre podemos añadir más agua. Pero déjame decirte, mejor empezar
con muy poco que con demasiado. Eso es lo que yo digo. Puede que sea el dueño
de este edificio, pero las fugas son una verdadera perra. Después de ti. —Me
extiende las manos como si me ayudara desde un carruaje. Entro en la enorme y
lujosa bañera. El agua llega justo debajo de mis rodillas.
Me agacho en cuclillas, apenas cubierta por el agua.
Pero luego entra, y la línea de agua sube, sube y sube, cuando se sitúa detrás
de mí. Ahora más que nunca, soy consciente de su masividad. El desplazamiento
del agua, creo que se llama, es absolutamente asombroso. Conmigo en una pelota,
se necesita todo tipo de ajuste y reposicionamiento de sus piernas antes de que me
deslice de nuevo hacia él.
—¿Estás cómodo? —pregunto, volviéndome para mirar.
No puede estar cómodo. La grifería ultramoderna, con todas las líneas
suaves de un cuchillo de pelar, le está pinchando en el hombro. Pero él sólo sonríe
y me acerca.
—Nunca he estado mejor.
Y allí, en la bañera, hablamos. Como hicimos anoche en la cena. Fácil y
tranquilo. Hablamos de la ingle, del hombro. Me habla del partido en casa del
domingo, contra los Jets. Y luego el partido de ida la semana siguiente, que es de
Denver.
—¿Eso significa en Denver? —le pregunto, mirándolo por encima de mi
hombro.
—Cierto —dice, dándome una ceja orgullosa—. Lo estás entendiendo. En
Denver. Siempre ponen al equipo de salida primero. Bears de Denver.
Tiene sentido, creo. Más o menos. No estoy segura de por qué en no habría
funcionado, pero está bien. El fútbol es un idioma completamente nuevo, y si eso
significa saber lo que está tramando, estoy más que contenta de aprenderlo.
Dejo que mi cuerpo se vuelva a relajar contra el suyo, y sus manos se juntan
alrededor de mi cintura, bajo la línea del agua, tirando de mí. Pongo pequeños
grupos de burbujas en su rodilla y se las soplo. 138
—Me gusta estar contigo. Mucho. —Enlazo mi mano en la suya—. No he
estado con nadie en mucho tiempo. Nadie serio.
Una de sus manos sube por mi cuerpo y lleva mi cabeza de vuelta a su
pecho. Me da un suave y cálido beso en la cabeza, respirando profundamente
mientras lo hace.
—Estoy teniendo algunos sentimientos, Mary —dice contra mi cabello—.
Sólo quiero ser sincero sobre eso.
Me rio, lo que hace que un grupo de burbujas vuele de su rodilla.
—Lo sé. Y sólo te conozco… —Me doy la vuelta para enfrentarme a él un
poco mejor, con la piel de mis muslos chirriando en la bañera mientras lo hago—.
…¿Un día?
Me hace una especie de gesto arrogante.
—Claro. ¿Pero sabes adónde puedes ir en un día?
Sacudo la cabeza. En el silencio, casi puedo oír el latido de su corazón, y el
mío, sobre el husssshhhhhhhh de las burbujas que desaparecen.
—Todo el camino a la luna.
22 139

Jimmy
Por segundo día consecutivo, me despierto con ella a mi lado. Duerme en
una bolita, una esquina del edredón en sus puños. Me acerco y le aparto el cabello
de la frente.
Lo que dije en el baño anoche, lo dije en serio. Estoy teniendo algunos
sentimientos. Una conmoción por la que pensé que podría haber perdido el
corazón. Y sé que es rápido, pero están ahí. Desde que la conocí, apenas se ha
alejado de mi lado, y ni una sola vez he pensado: me gustaría que esta chica se
fuera a casa, o, me está alterando los nervios, o, come como un pájaro, o, ¿por
qué habla durante las películas? De hecho, todo lo contrario. Anoche nos
quedamos dormidos en el sofá frente al televisor, un tazón de palomitas de maíz
entre nosotros, yo con una bolsa de hielo en la pierna y ella con la sudadera con
capucha. Es tranquila, dulce, divertida. Inteligente. Y sexy.
Ella gime algo en la almohada y asiente ante algo en su sueño. Sonríe un
poco en el brazo y luego, con voz soñolienta y seductora, dice:
—Más miel. Por favor. Justo ahí.
Me vuelvo a hundir en la almohada.
Maldito sea todo. ¿Qué tan grandioso es eso?
Con cuidado, me levanto de la cama y me pongo unos pantalones de pijama.
Enciendo la chimenea y preparo café. Miro en la nevera y pienso qué tipo de
desayuno podría preparar para ella. Mirando a mi alrededor, me pregunto si tengo
una bandeja para servirle. No creo que lo haga. Lo que es una mierda. Amazon
Prime, aquí voy, pienso, agarrando mi teléfono. Escribo bandeja para desayuno y
aparece una página entera. Me concentro en la mejor opción, cuarta desde el
principio, cereza con asas curvadas. Pero antes de que pueda pulsar COMPRAR
AHORA, el timbre de la puerta rompe el silencio. Y no es un zumbido corto
tampoco. En su lugar, un dedo colocado en el botón y dejado allí. Sólo una persona
que conozco zumba así.
Me apresuro a bajar por el pasillo delantero y luego lo calmo golpeando el
comunicador.
—Sí. 140
—Soy yo, imbécil —dice una voz desafortunadamente familiar.
Ese es Michael. Suena como yo, si tuviera tendencias sociopáticas, fumara
una cajetilla al día y tuviera un historial criminal pequeño pero no insignificante.
—¿Qué es lo que quieres? Son las siete de la mañana.
—¿Vas a hacer que nos quedemos aquí fuera en el frío o qué?
Pienso en ello. Sí. En realidad. Tal vez eso es exactamente lo que debería
hacer, porque lo que no quiero es que venga aquí y arruine las cosas. El tipo es
como un huracán lento. Parece que todo estará bien hasta que sea demasiado tarde
para salvarte.
Así que me quedo mirando el intercomunicador y pongo mi frente contra la
pared.
Espera, ¿dijo nosotros?
Oh, mierda. Tiene a Annie ahí fuera.
Presiono el botón PUERTA durante tres segundos y abro la puerta principal
del apartamento. Apilo los Post-its de anoche y empiezo una pelea a alta velocidad
para deshacerme de cualquier evidencia de lo que hicimos. No estoy avergonzado,
pero Michael usará cualquier excusa para hacerme sentir como una mierda, y tener
ropa interior de mujer en el suelo cuando venga aquí con mi sobrina sería muy
bueno
Con su ropa envuelta en mis brazos, me arrastro al dormitorio. Ella gime
cuando entro.
—¿Qué hora es?
—Temprano. Mi hermano está de paso. Sólo quédate aquí.
Parpadea.
—¿Tu hermano?
—Sí, me desharé de él. Tiene a Annie con él. No sé lo que quiere. Lo siento.
De nuevo, parpadea y se limpia los ojos con las puntas de los dedos.
—Está bien. No me importa conocerlos…
—Quédate donde estás. ¿De acuerdo? Él no es… sólo quédate aquí.
Cierro la puerta y oigo sus pasos en el pasillo. Rap-rap-rap va su puño en
la puerta, y yo la abro.
—Estaba abierto. —Voy a la par con él—. Como siempre. Sin llave. 141
¿Cuántas veces tengo que decírtelo?
—Muchas. Yo no soy el inteligente, ¿recuerdas? —dice con una voz
hirviente que me pone los pelos de punta.
Es como ver la peor parte de mí mismo. La parte oscura. La parte de la ira.
La parte que sale en un juego perdido. La razón por la que no bebo mucho. La
maldita razón por la que medito. La parte que desearía no ser. Pero la parte que,
por su culpa, no puedo ignorar.
Sosteniendo su mano está Annie. Luce helada y pequeña. El abrigo que le
ha puesto es demasiado ligero para este clima. Sin gorro. Sin guantes. Y sé que no
le está dando suficiente comida. Antes de que su mamá se fuera, sus mejillas solían
estar gordas y llenas, pero ahora están casi hundidas. La levanto del suelo y ella
me envuelve con sus brazos automáticamente alrededor de mi cuello. No dice
nada, pero aprieta fuerte y largo.
Me rompe el maldito corazón.
—¿Cómo va todo con mi pequeño Jellybean? —pregunto, alisando su
enredado cabello lo mejor que puedo.
Se me cuelga del cuello y se limpia la nariz. Se encoge de hombros. No dice
una palabra.
Ese apodo la hacía reír. Pero hoy no. Hoy sus ojos se ven asustados y parece
cansada. Su cabello está un poco sucio y desordenado alrededor de su cara, como
si hubiera sudado mientras dormía y todavía se nota.
Sin pedirle a Michael que entre, lo cual sé muy bien que hará, le pida o no,
me doy la vuelta y la llevo por el pasillo.
—¿Todo va bastante bien? ¿Cómo está esa casa de muñecas que te compré?
De nuevo, no dice nada. Sólo aprieta un poco más su agarre y presiona su
cara contra mi hombro. La llevo a la cocina y abro la nevera. Hago a un lado la
leche para llegar a los yogures. Llenos de grasa, como me gusta… y como ella
necesita. Con las piernas colgando del columpio que mi brazo le ha hecho, me
mira.
—¿Qué sabor quieres, Jellybean? —Hacemos esto siempre. Sólo hay un
sabor que le gusta, que es el caro de la tienda: Pastel de crema de plátano.
—¿Plátano? —pregunta.
—Plátano será.
La pongo en uno de los taburetes y saco el papel de aluminio del recipiente.
Mientras Annie está ocupada con su yogur, usando una cucharita de plástico para 142
niños que compré especialmente para ella, le pregunto a Michael:
—¿Qué quieres?
Vagabundea por la cocina. Abre un cajón y luego un armario.
—Efectivo. ¿Qué te parece?
Cierro los ojos. Además de ser un bebedor y un imbécil, también es un
jugador serio. Y puede que sólo sea dos minutos más joven que yo y me haga sentir
como si tuviera cinco años, pero tampoco quiero a los corredores de apuestas en
su trasero. Porque esa mierda podría poner la vida de Annie patas arriba.
Pero el tipo es un alborotador nato. Nunca trabajó un día honesto en su vida.
Nunca terminó la universidad. Y sé que es mi culpa. Yo era el hijo bueno. Él es la
manzana podrida. Cuanto más lejos iba en el fútbol, peor se ponía. Hasta que
terminó así.
—¿Cuánto?
—Que sean diez.
—Que te jodan —gesticulo hacia él, para que Annie no lo pueda oír.
Se ríe.
—No finjas que no lo tienes. Puede que no puedas completar un pase, pero
sé que te dan un cheque de pago.
Dándole la espalda, tomo un plátano del tazón y lo corto en un plato, que
deslizo delante de Annie. Mientras ella toma una cortada con sus dedos, agarro a
Michael por el brazo y lo tiro a la vuelta de la esquina. Me pongo justo en su cara,
contra el termostato.
—¿Sabes qué? No. Nop. Ya he terminado. Vete a la mierda. Trata con los
corredores de apuestas tú mismo.
Pero Michael sólo sonríe.
—¿Sí? ¿Cómo crees que le iría a tu Jellybean? ¿Cuándo tengo que ejecutar
la hipoteca de la casa? ¿Cómo crees que se sentirá?
Mirando hacia la cocina, veo cómo coloca una pequeña porción de yogur
en su cortada de plátano y trata de llevársela a la boca. Un poco de ella cae
tristemente sobre el mostrador de granito.
—Puedo cuidar de Annie. Arregla tu propia mierda, Michael.
Una vez más, sacude la cabeza.
143
—Soy su padre, imbécil. Tengo derechos. Ya hemos pasado por esto, ¿o no
lo recuerdas?
Sí, lo recuerdo, carajo. Fue cuando su mamá se fue para siempre y Michael
se fue de juerga por una semana. Lo que intenté hacer fue conseguir la custodia.
Pero mi caso no fue lo suficientemente fuerte. Soy un tío. Él es el padre. Y no tener
el corazón para verla sufrir significa que nunca fue lo suficientemente malo como
para que los servicios sociales se la llevaran. El maldito sistema, hombre. Existe
por una razón, pero a veces no sé lo que es.
—Y necesita ir al dentista.
Lo odio. Es un maldito maestro manipulador. Sabe que esa niña es mi punto
débil. Lo sabe y clava el cuchillo directamente.
Me sirvo una taza de café sin preguntarle si quiere una.
—Tendré que ir al banco. Tal vez te sorprenda, pero no tengo 10.000 por
ahí como un maldito blanqueador de dinero.
Michael se encoge de hombros.
—Bien. Lo que sea. Esperaré aquí. Tomaré una cerveza. —Se asoma por
encima de mi hombro a la nevera.
—Son las siete de la mañana.
—A las cinco en algún lugar. —Me empuja a un lado para tomar una fría
de la estantería. Abre la maldita cosa con los dientes como un bárbaro y luego se
deja caer en el sofá, donde pone los pies sobre la mesa de café.
Ahora, no soy un tipo religioso, pero miro a la lámpara que hay sobre mí y
pienso: No dejes que salga. Ahora no. Lo arruinará todo. Lo arruina todo. Y ella
es algo bueno, algo perfecto. Nos verá y hará todo lo que pueda para arruinarlo.
—Escucha —digo, ahora interponiéndome entre él y la televisión—.
Conseguiré el dinero. Te lo llevaré hoy.
—Y una mierda lo harás. —Presiona el botón de encendido y el cable y la
televisión cobran vida. —Mueve el culo, James. Tengo que ver algo de póquer.
Ahí es cuando oigo el sonido de la puerta del dormitorio pasando sobre la
alfombra. Mi corazón cae. Ella no puede concebir en lo que se está metiendo, y yo
tampoco. Michael es capaz de soltar las más horribles e hirientes frases de
cualquiera que haya conocido. Sale casi tímidamente del pasillo, como si no
quisiera interrumpir. Estiro mi mano y ella viene a mí. Afortunadamente, está
vestida, pero es bastante obvio lo que está pasando aquí. Los ojos de Michael van
de ella, a mí, y de vuelta, y él pone esta horrible sonrisa en su cara mientras la mira 144
de arriba y abajo.
Lo nivelo con una mirada sobre mi hombro. No la cagues, pedazo de
mierda.
Mary me mira, esperando una presentación, pareciendo avergonzada. Ella
estudia a Annie con una especie de pánico en sus ojos, casi como si no supiera qué
decir o cómo hacerlo.
—Esta es Annie —le digo—. Mi sobrina.
Mary, todavía claramente confundida y preocupada, podrías cortar la
tensión aquí con un tenedor, pone una gran sonrisa.
—Annie, ella es Mary.
Annie la mira fijamente y mastica su yogur como le gusta hacer.
—Hola —dice Mary extendiendo la mano. Es tan dulce, tan incómodo, que
me hace enamorarme de ella un poco más duro.
Annie también extiende su mano, una imitadora natural. Sólo que su palma
tiene yogurt por todas partes. Mary no se estremece y la sacude cálidamente,
sonriéndole.
Pero mi atención está en Michael. El tipo es inteligente y frío como el hielo.
Lo veo escaneando la cocina. La mesa del comedor. Recoge un recipiente de Icy
Hot de la mesa de café. Mira el tazón vacío de palomitas de maíz y la bolsa de
hielo derretida. Se levanta del sofá y entra en la cocina, echando el gel caliente en
sus manos.
—Hola —dice Mary, dulce, amable y educada. Todo lo que Michael ama
destruir—. Soy Mary.
Michael deja que su mano cuelgue ahí fuera, fría y sin agitar. Abre la nevera
y toma una segunda cerveza de la puerta. Luego la mira, cierra la nevera y le dice:
—No me importa quién eres. Juega a las casitas con todas ellas. Dejé de
intentar recordar nombres hace años.
23 145

Mary
Estoy horrorizada. Está muy claro que este tipo es el hermano de Jimmy.
Los mismos ojos, la misma línea del pelo, casi la misma complexión, pero este
tipo parece un peleador de bar, no un atleta. Cruel, no amable.
Y sus palabras me dejan sin aire. Miro a Jimmy, que ha puesto su cara en
su mano. Luego veo al hermano abrir la botella de cerveza, enganchando el borde
de la botella de cerveza sobre sus molares y mordiendo.
Ahora, he estado en algunas situaciones tensas en mi vida. Y no entiendo
esto lo suficiente como para saber lo que está pasando aquí. Pero sí sé que quiero
alejarme del hermano de Jimmy. Ahora mismo. No hace falta ser un canario
entrenado para saber cuándo hay problemas en el alambre.
Vuelvo al dormitorio, y Jimmy me sigue, cerrando la puerta detrás de él.
—Ignóralo —me dice—. Es un imbécil.
Pero esas palabras, caramba. Me hace sentir como si fuera una de una larga
lista de Barbies o algo así. Una larga fila de mujeres corriendo por el pasillo y
saliendo a la calle.
—Sabes, voy a dejar que ustedes dos lo arreglen. —Empiezo a recoger mis
cosas—. Necesito ir a casa a alimentar a Frankie, de todos modos.
Jimmy hace una mueca.
—Déjame explicarte.
—¿Hay muchas mujeres?
—Ya no.
—¿Pero las había?
Su suspiro es largo, doloroso y lento.
—La gente cambia, Mary. Pero cometí algunos errores. Sí.
Lo miro fijamente. La niebla de los últimos días comienza a despejarse. No
conozco a este tipo en absoluto, ¿verdad? He estado, jugando a las casitas, como
dijo el hermano. ¿Y ahora me tiene trabajando para su equipo? Todos los conflictos 146
de intereses y ninguna idea de lo que estoy haciendo, excepto un lento pánico
burbujeante de que esta es una muy, muy mala idea.
—No saques conclusiones precipitadas —dice—. ¿De acuerdo? ¿Hasta que
pueda explicarlo?
—Por supuesto que no lo haré —le digo, tratando de reprimir la creciente y
aterradora duda—. Así que te veré en el campo de bolas más tarde… —Lo veo
sonreír y callarse.
—Estadio —corrige.
—Correcto. —Trato de sonreírle, haciendo todo lo que puedo para no
horrorizarme de lo cerca que nos sentimos anoche en comparación con lo lejos que
me siento ahora—. Estadio. Te veré allí.
Con el bolso sobre el hombro, me dirijo a la puerta. Me pongo mis botas,
que él había escondido en el armario. Todo esto me hace sentir muy incómoda y
casi avergonzada. El secreto ya es bastante malo, pero el secreto aquí, en su propia
casa, es otro tipo de horrible.
Oigo las voces bajas de Jimmy y su hermano hablando en la sala de estar.
Miro por encima del hombro mientras me pongo el abrigo. Puedo ver los ojos de
Jimmy, mirándome, preocupado y triste.
—Llámame—gesticula
—Por supuesto —gesticulo de vuelta mientras lo veo levantar a la pequeña
Annie en sus brazos. Ella se aferra a él con fuerza, enterrando su cara en su camisa.
El hermano dice algo sobre el dinero, sobre la hipoteca, sobre las apuestas. De
repente, veo tal odio y rabia en los ojos de Jimmy, en su mandíbula y en la tensión
de su cuello, que hace que mi corazón se desplome.
Claro que es más complicado de lo que imaginé. Nadie puede ser tan dulce
como él todo el tiempo. ¿Quién es él de verdad? ¿De qué se trata? ¿En serio es
demasiado bueno para ser verdad?
Mis preguntas se despliegan frente a mí, y hay cada vez más dudas. Que
abrí mi corazón demasiado rápido. Que he sido estúpida. Que una vez más confié
en alguien con las partes más suaves de mí misma, que debería haber dejado
protegidas.
Pero afortunadamente, no es un hombre común y corriente. Es una
celebridad. Hay información sobre él, estoy segura. Así que cuando salgo por la
puerta, agarro mi teléfono. Presiono el botón para que el ascensor se abra y entre.
Presiono la G del garaje y luego digo:
—Está bien, Google. ¿Quién es Jimmy Falconi? 147

James Theodore «Jimmy» Falconi (34 años), apodado «El Halcón», es un


mariscal de campo de fútbol americano. Ha jugado en la NFL durante 12
temporadas. Después de ganar un campeonato nacional universitario en la
Universidad Estatal de Ohio, Falconi comenzó su carrera en la NFL con los
Arizona Cardinals, donde jugó durante las siguientes cinco temporadas. Después
de una lesión en el hombro, fue intercambiado y pasó cinco años con los Dallas
Cowboys. Mientras estuvo con los Cardinals, perdió tres campeonatos de NFC
West, y desde entonces ha estado plagado de lesiones.
Me desplazo por la página de Wikipedia, pasando por toda una letanía de
estadísticas incomprensibles, la mayoría de las cuales tienen casi una década de
antigüedad.
Inicios de su vida: Falconi nació de Frank Joseph Falconi y de la difunta
Sarah Lee Zambrisi Falconi en Odessa, Texas, en la cuenca del Permian. Falconi
tiene un hermano gemelo idéntico, Michael Steven Falconi.
Su madre murió. Mi corazón se aprieta en mi pecho porque conozco ese
terrible dolor demasiado bien. En cuanto a Michael, no los habría vinculado con
gemelos, pero puedo verlo ahora que lo sé. Uno ha vivido bastante limpio. ¿El
otro? Probablemente todo lo contrario, y se nota. Rugoso por los bordes, una
barriga cervecera, y una ira que me petrifica.
Falconi expresó un temprano interés en los deportes, y su padre, un duro
trabajador petrolero, lo inscribió en el fútbol americano juvenil porque el equipo
de fútbol estaba lleno.
Y ahora más estadísticas, una explicación absoluta y asombrosamente
detallada de qué juegos perdió, qué juegos ganó y cómo. Literalmente no tengo
idea de cómo procesar esta información, pero estoy asombrada por la cantidad. Los
aficionados al fútbol son los mejores. Tengo una suposición de que el doctor Curtis
probablemente podría recitarme casi todo esto literalmente si se lo pidiera.
Luego, a medida que avanzo un poco más hacia abajo, siento un zumbido
en mis oídos. Sé que es lo que era después de todo, pero el sólo hecho de verlo en
la página me hace entrar en pánico. Pensar que un hombre que me interesa, de
acuerdo, bueno, me super interesa, tiene una sección de «Vida personal» en su
página de Wikipedia. Oh, chico.
—Aquí vamos —digo, y respiro hondo como si me estuviera zambullendo 148
en una piscina.
Vida personal: Falconi ha estado envuelto en una variedad de relaciones
con animadoras…
Oh no.
… actrices…
¿Por qué, oh por qué, estoy leyendo esto?
… y supermodelos.
Cierro los ojos. Lo que debería hacer es cerrar esta ventana ahora mismo.
Debería dejar que lo explique. No debería sacar conclusiones precipitadas. Pero
está justo aquí. Toda esta información, toda su vida, en un abrir y cerrar de ojos…
Abro un ojo, sólo una grieta, para leer:
Falconi ha hablado abiertamente sobre su deseo de seguir siendo soltero,
diciendo que ama demasiado a las mujeres como para elegir una sola.
Un graznido estrangulado sale de mi boca. Su hermano, aunque parece un
asesino con hacha, no bromeaba. Todas sus lindas y bonitas chicas están
probablemente ocupadas volando su página de fans en Facebook a todas horas del
día.
Me lanzo al Wrangler. La sensación está entre el terror, el miedo y el deseo
de llorar. Parecía tan agradable. Parecía tan sincero. Me paso a Facebook y a
Twitter. En ambos, tiene ese pequeño cheque azul junto a su nombre. Me paso por
su fuente y veo una letanía de hashtags en tweets que le envían las fans: #GoDeep.
#GreatpAss. #AGameOfInches
¿Qué estoy haciendo? ¿Qué diablos estoy haciendo? ¿Yo, con una
celebridad verificada en los medios sociales y fanáticas Hashtags? ¿Estoy fuera de
mis cabales? Sólo soy Mary Monahan, una fisioterapeuta. Él es Jimmy «El
Halcón» Falconi. ¿En qué estaba pensando? Le echo un vistazo a las fotos. Hay un
montón de fotos de acción súper sexy de él atrapando y lanzando pelotas y siendo
generalmente precioso. La gente lo ha etiquetado en memes por todas partes y los
ha compartido en todas partes. (HEY CHICA… ESTOY LIBRE DESPUÉS DEL
PARTIDO. ¿NETFLIX Y CHILL? que tiene seis mil me gusta). Pero también hay
un poco de él con mujeres variadas. Una en este vestido negro asesino con un
cuello en V que se acerca mucho a su ombligo y es tan delgada, tan hermosa…
Miro a la pantalla.
Oh, Dios mío. Esa es Kate Moss.
Golpeo mi teléfono en mi regazo y dejo que mi cabeza golpee el asiento
detrás de mí. No puedo competir con eso. No puedo competir con supermodelos 149
internacionales, por el amor de Dios. No puedo. Simplemente no puedo. Es como
las manzanas y… ni siquiera lo sé. Pasas. Manzanas y pasas. No, ni siquiera.
Ambas son frutas. Manzanas y palitos de sésamo. Manzanas y sopa de pollo. No
hay nada sobre mí que esté a su altura. Nada en absoluto.
Pero entonces, como si hubiera perdido el autocontrol, que por supuesto que
lo he perdido, levanto el teléfono de nuevo y vuelvo a Wikipedia, con el rostro
caliente y la ira en aumento.
En 2013, se negó a participar en The Bachelor, de la cadena ABC,
afirmando que la participación en el programa no sólo sería una distracción, sino
que también significaría: —Tendría que elegir a una mujer. Y no tengo planes
para hacer eso.
Mis labios empiezan a temblar un poco al encender el Wrangler. Estúpida,
Mary. Tan, tan estúpida. Eres una idiota. Primero, crees que es un modelo de
Gillette. Entonces crees que es un modelo de Gillette con un concesionario de
autos. ¡Entonces crees que es un atleta profesional que es un buen tipo! ¿Qué es lo
que me pasa? ¿En qué estaba pensando? ¡The Bachelor! Claro que es un playboy.
Por supuesto que lo es. Sólo míralo. Ninguna mujer mortal podría resistirse. Por
supuesto que es ese tipo. Es dueño de todo un edificio y se gana la vida con
pantalones blancos apretados. Estoy convencida de que tiene mujeres que se tiran
a sus pies cada semana, pidiéndole que firme sus camisetas o que sostenga sus
botellas de agua o cualquier eufemismo espantoso que tengan. Doy reversa en el
Wrangler y los engranajes me gruñen.
—Oh, te escucho —vuelvo a gruñir y la pongo en primera. Salgo del
estacionamiento, las llantas chillan en el concreto seco. Retumbo la salida hacia la
puerta del garaje, pero luego me golpea.
Por qué. ¿Por qué mi vida es así? ¿Por qué?
Estoy atrapada aquí, en su estacionamiento, en su edificio. Miro mi
teléfono, sus mensajes de texto de ayer, y pienso por un segundo en enviarle
mensajes.
Pero no puedo. Me siento asquerosa. Me siento fatal. No puedo volver a
subir esos cuatro pisos para pedir ayuda.
Pongo la cabeza en el volante y respiro. No puedo enfrentarme a él. Ahora
no. No podría hacerlo. Mi teléfono se ha resbalado un poco y ha pasado a un nuevo
meme. Jimmy sosteniendo no sólo una sino dos pelotas de fútbol, palmeando cada
una de ellas y doblándolas hacia arriba como si fueran mancuernas. ¿Y la leyenda?
OYE CHICA… 150
¿QUIERES TOCAR MIS PELOTAS?
No. Sólo, no. Tengo que salir de aquí. Miro la puerta cerrada y agarro el
volante un poco más fuerte.
Sólo hay una solución para esto. Abro la puerta con el hombro y me acerco
al maletero.
—Te diré lo que no voy a hacer —murmuro para mí misma, tirando de la
alfombra sobre el neumático de repuesto—. Hoy no voy a ir a ese parque de bolas.
De ninguna manera eso va a pasar. —Y luego tomo un destornillador en una mano
y el gato en la otra.

De vuelta en el gimnasio, me envuelvo las manos con cuidado, tratando de


recuperar mi calma y perdonarme por pensar que un tipo como ese y una mujer
como yo alguna vez tendrían una oportunidad en el infierno. Tiro de mi cabello
hacia atrás en una cola de caballo, ajusto la altura de la bolsa de velocidad y me
pongo a trabajar.
Alrededor de un minuto después de mi entrenamiento, Manny se acerca y
se para al otro lado de la bolsa, mirándome y comiendo un pedazo de carne seca
con costra de hojuelas de pimiento rojo.
—Chica, estás cabreada —dice, mirando la bolsa mientras me acomodo en
un ritmo tranquilo de triples, la barriga de la bolsa mirando hacia arriba con tres
rebotes a la vez.
—No lo estoy.
—Pffffffft. —Manny se mete el resto de la cecina en la boca con un dedo
enorme, como una salchicha—. Nunca golpeas la bolsa así a menos que sea
temporada de impuestos o que tengas una mala cita. ¿Fue el tipo del anillo? ¿El
gringo grande con los pectorales y la mandíbula?
Me saca de mi ritmo y golpeo la bolsa con fuerza para que rebote en el
cuadro media docena de veces. Limpiándome la nariz en el borde de los
envoltorios, me acerco y tomo mi botella de agua. Con la parte posterior de mi
antebrazo, me limpio el sudor de la frente.
—No son impuestos, diré eso —le digo a Manny. 151
Se sienta en el banco junto a mí. Huele vagamente a loción para después de
afeitarse, y noto una muesca de afeitado en su mejilla.
—Se metió bajo tu piel, ¿verdad?
Doy unos cuantos tragos de agua.
—Un poco.
Manny abre su sandwichera de cecina y me ofrece una cortada. Arranco una
con las yemas de los dedos. Es tan suave como una teja de tejado, y tan caliente
que lo siento en la parte posterior de mi nariz.
—Oh, Dios mío.
—Hoy es un día muy caluroso —dice—. Bastante bien, ¿verdad?
Me pica la nariz y tengo hipo como si todo mi estómago estuviera rugiendo.
¿Qué en nombre de Dios me has hecho?
Cuando las lágrimas empiezan a brotar, miro al gran reloj que hay sobre la
ventana. Jimmy y su hombro me esperan en una hora, pero ahora estoy resuelta.
No voy a ir. Así que abro mi teléfono a mis favoritos y llamo al doctor Curtis.
—¡Hooah! —brama—. Buenos días, sargento. ¿Cómo va todo?
Me trago mi cecina, cierro los ojos, y dejo ir el pequeño rayo de esperanza
que había tenido, la locura equivocada que me ha alcanzado en los últimos días.
—Coronel. Necesito un cambio en el plan de batalla. ¿Copiado?
24 152

Jimmy
El viaje al banco es como algo sacado de un episodio de La Ley y el Orden.
Michael flota sobre mi hombro en la fila tan cerca que veo al policía de alquiler
poner su mano en su arma. Cuando llegamos a la ventana, las cosas están tan tensas
que la señora que está detrás del cristal le dice: «Señor, por favor. Retroceda»
mientras su mano se mueve bajo el mostrador para localizar su timbre de
emergencia.
Michael no es ajeno al lado equivocado de la ley, y conoce ese movimiento
tan bien como yo lo conozco, por supuesto, lo conozco de Forensic Files y él lo
conoce de una temporada totalmente equivocada a los 20 años, de la que todavía
no hablamos, pero lo que sea. Conocimiento es conocimiento. Así que da un paso
atrás y se lleva un puñado de piruletas del tazón de caramelos de cortesía. Luego
se arrastra hacia las sillas del área de espera donde dejó a Annie. La veo mirando
las piruletas expectantemente, pero ¿qué hace Michael? Se las mete todas en el
bolsillo y se sienta a un asiento de distancia.
Imbécil. El tipo es un completo imbécil.
Annie deja caer la cabeza, sus piernas flojas, colgando de la silla. Un
montón de nieve cae sobre el linóleo, y oigo a Michael morder una piruleta como
un cubo de hielo. Lo odio. Odio tanto a ese hijo de puta.
Michael nunca ha trabajado en una oficina porque no puede llevarse bien
con la gente, así que se ha ganado la vida como una especie de gorila de bar
ambulante. El tipo que transporta a los borrachos a la calle y les dice que nunca
regresen a menos que quieran comer un bocado de un sándwich de la acera. Encaja
a la perfección.
La cajera se ajusta las gafas y dice:
—Un momento, señor. Déjeme entrar al sistema. Las computadoras están
lentas esta mañana. —Según su placa de identificación, su nombre es MARGE. Es
una explosión de amarillo. Cordón de gafas amarillo, camisa amarilla, pendientes
amarillos, cabello amarillo, uñas pintadas de amarillo.
Tomo una Dum Dum para Annie, fresa, y una para mí. La mía tiene un
signo de interrogación para el sabor. Veo a la cajera conectarse a su computadora
mientras me llevo la piruleta a la boca. 153
Coco.
Que Dios me ayude.
Qué maldito desastre el de esta mañana. Pude sentir que la temperatura de
todo se desplomó entre Mary y yo. Y ahora, aquí estoy, chupando un dulce sabor
a coco que no se le acerca en absoluto.
Volviendo a centrarme en el mundo que me rodea, me enfoco en la cajera.
Termina de escribir algo y dice:
—¿En qué puedo ayudarlo hoy? —Juega con la cuerda de cuentas amarillas
que decora la cadena de sus anteojos.
—Marge, necesito retirar diez mil dólares de mi cuenta de cheques
principal.
Ella mira a Michael al otro lado de la habitación y susurra:
—Si está en una situación de rehenes, parpadee una vez, señor.
Hago girar mi piruleta en mi boca. Me hace pensar de nuevo en Mary, y en
cómo me gustaría que estuviéramos calientes y tranquilos en la cama. Me hace
desear que Michael desaparezca para siempre.
—Estoy bien. Es mi hermano.
—Señor. Este es un espacio seguro. Tengo entrenamiento. —Su etiqueta
con su nombre, llamando especialmente la atención sobre la pequeña parte que
dice GERENTE.
—En serio. Gracias, pero estamos bien. Necesito diez mil, y saldré de tu
vista.
Que es cuando ella asiente, y toca sus crujientes rizos, y dice:
—Familias, ¿eh?
No. Mierda.
Marge tiene que hacerlo, me entrega discretamente su tarjeta de
presentación:
—Si algo anda mal. —Y luego me da diez de los grandes en un sobre
blanco, y estamos en camino.
En la calle, le doy a Michael su dinero. No dice gracias o jódete, o lamento
haberte arruinado el día. Sólo camina por la calle Damen como si hubiera ganado
la maldita lotería. Annie trota tras él, tratando de atrapar su mano con la de ella. 154
Después de tres intentos, finalmente se da cuenta de lo que está haciendo y le
permite tomar su mano. Pero él no la aprieta, no la levanta y la acurruca. En vez
de eso, toma su teléfono con la otra mano y desaparecen a la vuelta de la esquina.
Con un bulto en la garganta y rabia en el estómago, vuelvo a mi edificio,
tronando mis nudillos durante todo el camino. No soy un tipo que sienta mucho
odio, pero maldita sea, lo odio. Y estoy atascado con él, por el ADN y la sangre, y
unido a él por Annie más que por nada. No puedes decirle a un tipo que se vaya a
la mierda cuando eres el único adulto que ama a su hijo en miles de kilómetros. Al
menos yo no puedo. Lo he intentado.
En lugar de tomar el ascensor, porque no soporto la idea de estar ahí sin
ella, no tan pronto después de lo de ayer y el desastre de esta mañana, subo los
escalones de dos en dos. Voy directo a mi habitación, pero antes de que agarre mis
zapatos de entrenamiento, me tomo un largo segundo para presionar mi cara contra
el lugar donde su cabeza estuvo en la almohada. No he oído una palabra de ella, y
me siento jodidamente mal.
Pero puedo verla en el trabajo. Así que al menos está eso.
Conduciendo por la rampa de salida, voy más despacio cuando me acerco a
la puerta y pienso: Cristo, ¿qué coño ha pasado aquí?
El primer panel esta doblado hacia afuera. Hay un trozo de papel doblado
delante del ojo eléctrico, bloqueando el rayo láser. Más arriba, la puerta ha sido
casi desmantelada, tal vez con una palanca. Las barras están dobladas y la puerta
está atascada a mitad de camino. Me lleva un minuto entenderlo, pero sólo ese
tiempo. Mierda. Lo suficientemente alto para que un Wrangler pase.
Bueno, eso lo sella. La asusté y tuvo que salir del maldito estacionamiento.
Soy oficialmente un imbécil.
Dejo caer mi cabeza sobre el reposacabezas. Qué día de mierda ha sido este.
En mi parka, mi teléfono suena. Hago un rápido tanteo para encontrarlo,
golpeándome a mí mismo hasta que lo hallo. Es un mensaje de ella que dice:
Mary: El doctor Curtis va a hacer tu fisioterapia hoy.
Mary: Creo que tú y yo necesitamos retroceder un pasito.
Mierda.
25 155

Mary
Cuando vuelvo a nuestro apartamento, subo por las escaleras sintiéndome
derrotada, cansada y necesitando desesperadamente una ducha. Dentro, veo que
Bridget ha limpiado. La encuentro en el sofá con bolas de algodón entre los dedos
de los pies. También lleva calentadores y se parece mucho a Pat Benatar, alrededor
de 1981.
—¡Hola! —dice cuando entro. Entonces me mira—. Oh, oh.
Me sorbo los mocos. Estoy en esa etapa de mocos de una crisis en la que
me zumban los oídos y tengo la manga toda cubierta de lágrimas y mugre.
—¿Por qué no me dijiste que es un mujeriego? Eres mi mejor amiga. Se
supone que debes advertirme de las cosas. Porque no sé cómo funciona el mundo,
aparentemente.
Mueve la cabeza.
—Bueno, porque no es…
Alrededor de mis pies, Frankie hace una especie de figura de ocho para
llamar mi atención. Lo levanto y lo acurruco, y salta al trabajo de limpiarme las
lágrimas. Bridget le ha hecho un corte de pelo, y su pelaje es terso y suave bajo
mis dedos, pero tiene el hocico húmedo por haber salpicado en el tazón de agua.
—Google no está de acuerdo. ¡Vehementemente! También Wikipedia —
digo, tratando de girar la cabeza para evitar que Frankie me meta la lengua por las
fosas nasales. No está funcionando, así que finalmente le dejo que me dé el
tratamiento completo.
—¡Por favor! No puedes creértelo todo en Internet.
—¡Oh! ¡Lo dice la chica que organiza su día basándose en las listas de
BuzzFeed! —Dejo a Frankie en el suelo y le arrojo su panda, pero sólo a medias.
Sólo un patético arrojamiento que recorre medio metro. Lo ataca con todo el
entusiasmo de un globo en el pasillo.
De la puerta de la nevera, tomo la botella de jugo de naranja y luego un vaso
del armario.
—Lo vi con Kate Moss, Bridge. Kate Moss. Con su cuerpo delgado y sus… 156
—Hago un gesto delante de mis ojos— pómulos. Kate Moss, Jesús. No puedo
competir con esa mierda. Uso champú Suave. Compro la ropa en Marshalls. No
estamos jugando en la misma liga. —Ahora dejo cualquier pretensión de
delicadeza y me tomo el jugo de la botella de plástico. Bridget me mira como si
hubiera perdido la cabeza.
Y hacia el tercer trago, me doy cuenta de por qué. Siseó y tomo aire entre
los dientes, tosiendo las palabras:
—Le pasa algo a este jugo de naranja.
Ella me quita la botella y la gira hacia el lado de la etiqueta. En un pedazo
de cinta está escrito DESTORNILLADOR en sus letras claras, ordenadas y
femeninas.
Este día empieza con un comienzo estruendoso.
Cuando el vodka me golpea, tengo que equilibrarme en la isla mientras
tomo una manzana. No puedo decir que Smirnoff sea una mala elección para cómo
me siento, aunque sean apenas las 8:00 de la mañana.
Bridget planta las manos en el mostrador y se levanta para sentarse junto a
las manzanas, cruzando las piernas y colgando un talón sobre el otro. Lleva estos
calcetines con estampados salvajes con una cosa anticuada y, por supuesto, Bridget
siendo Bridget, los hace parecer adorables. Tiene el cabello en la nuca en un moño,
y claramente está probando un nuevo tono de lápiz labial rosa. Escucho la letra de
Hit Me With Your Best Shot in my head.
Agarra su teléfono del cargador de la tostadora y dice:
—Bendito sea tu corazón. Eres una principiante en ser acosadora de
Internet.
Resoplo. Como soy una chica que va a por todo, tomo otro trago del cóctel.
Y luego Bridget sostiene su teléfono hacia mí.
«HOMBRE DEL AÑO DE ESPN», dice el titular.
—Oh, claro. ¿De qué año? Contexto, Bridget. ¡Contexto! —Me limpio la
boca con el dorso de la mano.
—¡Este! —Toca su teléfono repetidamente, lo que hace que la pantalla
muestre la cara de Jimmy sonriéndome.
En el fondo, siento un anhelo por él. Una necesidad por él. Un deseo tan
total, tan simple que… ¿pero qué es lo que tiene ahí?
Miro más de cerca, agarrándome la botella de Tropicana contra el pecho. 157
Oh, ya sabes. Sólo un perrito con un disfraz de abejorro.
—Quiero saber cómo deciden estas cosas. ¿Pagó por el estatus de Hombre
del Año?
—Votan.
—¿Quiénes? —pregunto—. ¿Cuál es nuestra base de datos aquí?
—Sólo léelo, ¿quieres? —Bridget pasa el pulgar por encima de la pantalla
de nuevo y aparece una nueva imagen.
Al principio, no le quito el teléfono. Me inclino y entrecierro los ojos.
Ahí está Jimmy, con esmoquin, con Annie sobre sus hombros. Le han
emborronado la cara, pero lleva un disfraz de bailarina rosa y tiene unas piernas
gruesas que me recuerdan a la masa de pastelería.
Luego se desplaza y veo palabras como donaciones a la caridad y Medio
Maratón para la Cura del Cáncer de Hueso.
—Y es como una celebridad de Pinterest. ¡Abre la aplicación! Su nombre
de usuario es ElHalcón.
Sacudo la cabeza con tanta violencia que el flequillo demasiado largo se me
sale de la trenza, así que tengo que quitármelo de la cara. Eso no funciona.
—No. Suficiente. Demasiados datos.
—Bieeeeeeeeen, pero deberías ver su carpeta de calabazas decorativas. —
Bridget silba—. Tiene buen gusto. ¿Un tipo con ese aspecto, con una apreciación
por la decoración de temporada? No sé qué más podría pedir una chica.
Alguien que no tenga un hermano que me aterrorice, primero. Alguien a
quien no le hayan pedido que salga en The Bachelor, segundo. Y alguien que no
haya ido a eventos públicos y caminado sobre alfombras rojas con Kate Moss,
tercero.
Pero no puedo negar que hay algo en él. Algo encantador. O tal vez sólo
sea yo poniendo todos mis huevos en la canasta de Jimmy Falconi. No sé qué creer.
No sé lo que estoy haciendo. También estoy empezando a ver doble y la habitación
se está volviendo un poco espeluznante. Con mi Tropicana en la mano, me deslizo
hacia el suelo de la cocina, sintiendo que los mangos de los cajones se clavan en
mi espalda.
Bridget me sacude la cabeza y cruza las piernas.
—Te voy a hacer unos huevos, bruiser. Bebiendo a las ocho de la mañana.
¿Qué dirá la gente? 158
Desenlazo los dedos y vuelvo a él con el cachorro disfrazado. Algunos
hechos nadan a través del Smirnoff hacia el frente de mi mente. Uno: el hombre es
adorable. Dos: el hombre es una gran celebridad. Tres…
Le pongo la tapa al Tropicana. Miro Pinterest. ElHalcón. 381.000
seguidores.
El hombre no es para mí.

La señora Friedlander yace sobre una alfombra de yoga en el suelo. Es la


persona más frágil y dulce que he conocido. Como un pajarito herido. Dice que
tiene 80 años, pero estoy casi segura de que es mayor. Lleva pantalones viejos de
color púrpura, del tipo que podrías comprar en Mervin's y Target. Lleva calcetines
gruesos, doblados, y una sudadera de gran tamaño que tiene a Dorothy Zbornak de
las Golden Girls en la parte delantera, más grande que todo, con la burbuja de los
subtítulos: ¡NO ME HAGAS LLAMAR A SHADY PINES!
Como siempre, Golden Girls también está en la televisión. Tiene un sentido
casi preternatural para encontrar repeticiones. La he visto como sintonizando en el
éter, pasando sus viejos dedos nudosos sobre el control remoto, como una gitana
de feria estatal con una bola de cristal. Y luego dirá algo como «Lifetime!» o
«Hallmark!»
—Pareces un poco triste hoy, cariño —dice la señora Friedlander. La ayudo
cuidadosamente a doblar la rodilla hacia su cuerpo. Antes de empezar a trabajar
con ella, había cojeado bajo la joroba de una viuda tanto que era doloroso de ver.
Pero ahora, está ágil y saludable y casi puede tocarse los dedos de los pies, lo que
hará para casi cualquier visitante que se acerque.
—Estoy bien —me sorbo los mocos—. De verdad.
—¡No bromees con un bromista! —se burla. Y, en la tele, Blanche entra en
el salón con mucha tela flotante y dice «¿Cómo me veo?»
—¿Qué te preocupa? —me pregunta mientras nos movemos a su otra
pierna.
Durante todo el tiempo que he trabajado en Terapias de Sanación, he hecho
una regla estricta de nunca hablar de mi vida personal con los pacientes. No es que
no esté permitido; lo está. El Señor sabe que el doctor Curtis transmite sus historias 159
sobre Vietnam a cada uno de los pacientes que pasan por nuestra lista de clientes.
He tratado de decirle que revivir los detalles de la caída de Saigón puede no ser
exactamente lo que nuestros pacientes esperan escuchar, pero está bien. Eso es lo
suyo. Sin embargo, para mí la vida y el trabajo han permanecido separados.
Hasta Jimmy.
Hasta hoy.
—Conocí a alguien, señora Friedlander. —Miro las filas y filas de cuadros
de ella y su marido juntos desde antes de que se convirtiera en una joven viuda.
—¡Enhorabuena!
Me froto la nariz en la manga.
—Tengo un mal presentimiento. Creo que es una mala noticia.
Respira profundamente mientras le estiro la pierna.
—Mi Harold era un poco un tipo malo —dice de una manera lejana—.
Guardaba sus cigarrillos en la manga de su camisa como James Dean. —Y luego
sonríe y sonríe—. Los chicos malos no son malos para siempre. Los hombres
pueden cambiar, cariño. Te lo prometo. Nunca conocí a un hombre tan bueno como
mi Harold. Dijo que fui yo quien lo domesticó. Como una bestia salvaje.
Y ha vuelto a perderse, sonriendo y mirando los recuerdos que la rodean
todos los días, en todas partes.
Ahora Dorothy está en la pantalla, hablando con Stan. Le está mostrando su
nuevo tupé. Siento que esto es una excelente prueba de mi lado de las cosas. Los
hombres son como Stan. Son como son. Y eso puede ser algo bueno o malo o algo
con un tupé horrible. No tengo fe en el cambio. Mi padre no cambió. Eric no ha
cambiado. El doctor Curtis no ha cambiado. Yo nunca lo haré. Sólido como una
pieza de mármol; consistente de punta a punta. Y Jimmy Falconi, sea lo que sea,
es un hombre. Un hombre enorme, sexy, delicioso, engreído y obsesionado con
Pinterest. Podría haber echado un vistazo a su página de calabazas. Pondría celosa
a Martha Stewart.
—¿Te gusta este nuevo guapo?
Me hace cosquillas con esa forma anticuada que tiene.
—Eso pensé. Hasta que aprendí algunas cosas sobre él.
—Déjame darte un pequeño consejo —dice la señora Friedlander,
tomándome la mano con la suya—. No creas nada, cariño, a menos que lo veas por
ti misma. 160
La miro fijamente a los ojos mientras me inclino sobre ella para ayudarla a
estirar su brazo sobre su cuerpo.
—Quiero que me guste, señora Friedlander. De verdad que sí.
—Cariño, el mundo te llenará de ideas. Pero es aquí —me presiona el pecho
con un dedo tembloroso—, donde tienes que ir cuando no estás segura de nada
más.
26 161

Jimmy
He trabajado con algunos hijos de puta intensos en su momento, pero este
sujeto, el coronel Curtis, ha salido directamente de Apocalypse Now. Mientras me
encuentro acostado en el suelo mirándolo, me doy cuenta de que el sujeto incluso
tiene una versión del mismo maldito nombre. Coronel Kurtz. Coronel Curtis. Dios.
Huele como una fábrica de Old Spice y tiene un corte rapado militar, que me da la
rara impresión de que probablemente pasó por el barbero esta mañana para
retocarlo. O es uno de esos tipos que se afeita todo el rostro y la cabeza al mismo
tiempo en la ducha. Duro.
Me tiene haciendo estas malditas repeticiones con banda elástica que son
tan aburridas, tan adormecedoras, que tengo que resistir el impulso de dar una
cabezada, lo que haría si no me sintiera tan extremadamente nervioso por Mary.
No he tenido noticias desde esta mañana. A pesar de que he dicho:
Yo: Por favor. Mary. Dame una oportunidad.
Mi hermano es un imbécil de proporciones épicas.
Habla con todo el mundo de esa manera.
Nada de mujeres. No hay otras mujeres.
No ahora.
Solo tú.
¿Mary?
Vamos.
Nada. Ni una palabra. Ni una confirmación de leído, ni un símbolo
parpadeante de escribiendo. Ni siquiera un emoticono de un dedo medio. Cero.
Me fulmina con la mirada y quita la banda azul, reemplazándola con una
banda verde un poco más gruesa.
—Dame diez más.
—No creo que esto esté ayudando. —Puedo levantar pesas de banco de cien
kilos y este sujeto me está obligando a hacer estiramientos de pecho con una banda
elástica—. No es un problema de fuerza, coronel Kurtz. 162
—¡Curtis!
—Curtis. Puedo lanzar, pero a veces no.
—¿Esa es tu opinión profesional? Porque es un muy buen trabajo. A veces
puedes. A veces no. Estoy muy seguro de que vi eso en un libro de Fisioterapia.
Hago algunas repeticiones más y miro las precisas y cortas patillas de
Curtis. Me pregunto si tiene una regla.
—Métete en tus asuntos y yo en los míos. —Golpea su sujetapapeles con
su bolígrafo—. ¿Entendido?
—Sí —respondo, y cierro los ojos—. Entendido.
Estiro la banda ampliamente y la siento tirar a través de mi pecho. Desde
donde estoy acostado, puedo ver sus pantalones, algo así, y veo que tiene puesto
unos sujeta-calcetines. Este sujeto es de fiar. El tipo de sujeto que mira
documentales sobre avances de armas en la Segunda Guerra Mundial por
diversión.
—¿Dónde está Mary? —pregunto.
—Información clasificada, señor Falconi —grita, y me da esta mirada, esta
mirada penetrante que me dice que sabe mucho más de la situación de lo que está
dejando ver. Y que no está complacido para nada.
—¿Habló con ella? —Termino la novena repetición y vuelvo a abrir los
brazos otra vez.
Curtis aprieta los dientes.
—No estoy en libertad para decirlo —gruñe, poniéndose de cuclillas—.
Creo que Google pudo haberla informado de algunas cosas. —Me fulmina con la
mirada.
Oh, demonios. Fantástico. Bueno, eso explica el silencio. Ni siquiera puedo
imaginarme lo que está pensando en este momento. Cosas malas. Cosas realmente
malas. Probablemente se dé cuenta de que hubo un tiempo cuando lo que Michael
dijo era exacto. No es así ahora. Eso era entonces, pero ella no lo sabe. Una vez
eres un imbécil siempre eres un imbécil, en el internet al menos.
Aprieta la mandíbula varias veces. Puedo ver en su expresión que quiere
meterse en el asunto pero es demasiado profesional para hacerlo. Sus ojos
pequeños y brillantes se mueven de lado a lado, y murmura con un gruñido bajo: 163
—Pero déjame decirte algo, jovencito. Esa chica es como una hija para mí.
Parpadeo hacia él con la banda estirada al máximo.
—Entendido —digo, y me encuentro agregando—: Señor.
Hace un cabeceo rápido y enfadado y me entrega un balón de fútbol.
—Ponte en posición de lanzar, por favor.
Ruedo sobre un lateral y me pongo de pie. Con un pie delante, sujeto el
balón en mi mano derecha y lo mantengo firme con mi izquierda. Curtis se pone
detrás de mí como si estuviéramos bailando un tango. Atrapo un aroma de su
enjuague bucal Listerine. Pone su mano en mi hombro de lances a medida que me
muevo lentamente a través de mi posición de pase.
Pero entonces Curtis aprieta su agarre en mi brazo y se pone junto a mi oído.
—Y, si le rompes el corazón —escucho el chasquido de emoción en su
voz—, desinflaré tus bolas tan rápido que no sabrás lo que te golpeó.

Una vez que Curtis ha terminado con lo que cualquier otro terapeuta físico
del planeta llamaría «ejercicios» pero que él llama «entrenamiento», me dirijo al
salón de pesas. Me acomodo en la máquina de sentadillas y lo muevo a dos kilos
y medio, levantándolo solamente con mi pierna derecha, que siento mucho mejor
que ayer, pero que sentiría mucho mejor si Mary estuviera aquí para frotarle algo.
Y entonces hago algo que no he hecho en miles de años. Me busco en Google,
escribiendo j i m…
Jimmy Johns
Jimmy Johnson
Jimmy Fallon
Jimmy Falco
Jimmy Falcone
Jimmy Falconi
Presiono en mi nombre.
Y lo que aparece prácticamente son los peores momentos y recuerdos de mi
vida. Incluso mi jodido corazón explota. No he hecho esto en años, y hay una razón 164
para ello. En trozos y pedazos, artículos y publicaciones, la suma total de lo que
debo parecer se mezcla en cuestión de segundos.
Jimmy Falconi es un mujeriego.
Paso a través de las imágenes y me siento enfermo. He estado en esta liga
por mucho tiempo. Hay muchas fotos mías con un montón de mujeres distintas.
Pero son viejas. Son de hace años, de mucho antes de que Annie naciera, de cuando
no tenía a nadie que me importara lo suficiente como para ser mejor. Pero lo hice
por Annie, en cuanto llegó. Excepto, por supuesto, que solo tiene tres años. Por lo
que parece que soy un mujeriego ahora, en el presente.
Paso a través de los resultados de búsqueda y hay mucha charla basura y
foros de deportes, clasificándome como uno de Los Peores Mariscales de la
Historia. ¿En serio? ¿De la historia? Eso paree. Y eso me molesta mucho, hasta las
entrañas. Me han puesto entre Kyle Boller y Mark Sánchez, bastardos.
Este juego, en serio. Lleva al equipo a la Super Bowl y eres un héroe. Pierde
por poco cinco campeonatos nacionales y eres el peor.
Cierro esa ventana y decido hacer un pequeño trabajo defensivo: «Mary
Monahan, fisioterapeuta en Chicago».
Lo primero que aparece es un enlace para su trabajo. Una foto de aspecto
profesional de ella sonriéndole a la cámara, con un rodillo de pilates en sus bonitas
manos, sonriendo tanto que su nariz se arruga un poco. Pero lo segundo es su
página de Facebook. Paso a través de cada foto. Ella con Frankie Knuckles. Ella
con alguien que podría ser su madre, o quizás una tía. Ella con una chica que está
etiquetada como «Bridget». Ellas juntas en la playa, en lo que parece alguna
especie de marisquería. Mary tiene las patas de una langosta en sus manos y se está
riendo tanto que puedo sentir la alegría a través de mi teléfono. Las dos haciendo
ángeles de nieve con Frankie en el centro acostados. Me fijo en que no hay fotos
de ella con ningún hombre, excepto por algunas con el coronel. Una de ella
sosteniendo un pastel. Una de ella con un delantal que dice «ORACIÓN A LA
LECHUGA» sobre su pecho. Debajo de eso hay un dibujo de la cabeza de una
lechuga romana con un halo encima. Foto tras foto me hace enamorarme un poco
más, un poco más fuerte. Me gustaría estar con ella cuando esté cocinando. Me
gustaría hacer ángeles de nieve con ella. Me gustaría salir a comer langosta con
ella. Muchísimo.
Pero, ahora más que nunca, la diferencia entre nosotros es sorprendente. La
suya es una vida dulce, honesta y tranquila.
La mía es un maldito espectáculo. 165
Soy más que eso. Lo sé. Soy más que el fútbol y más de lo que el internet
dice. Solo tengo que demostrárselo. Y rápido. Antes de que decida que realmente
no soy bueno para ella para nada.
Me apresuro a la sala del entrenador y finjo estar haciendo estiramientos de
pared. Cuando nadie está mirando, agarro el sujetapapeles que vi usando ayer a la
mujer de Recursos Humanos para escribir la dirección y la información de Mary
para pagarle. La página ha desaparecido, pero la que estaba debajo sigue allí. Dios
bendiga a esa mujer de Recursos Humanos por escribir con tanta fuerza que
probablemente sea una destructora en serie de bolígrafos. Puedo ver las sombras
vagas pero todavía existentes de la dirección en el papel.
Detrás de mí, escucho a Radovic tomando un Red Bull, así que meto la
página en mis pantalones y digo: «¡Demonios!» mientras me sujeto la ingle con
una mano.
Radovic se da la vuelta, con el Red Bull salpicando desde la lata.
—Ve a casa, Falconi. Por Dios santo. Ve a descansar. Ven mañana a las
diez. —Niega con la cabeza—. Recuerda lo que dije… —Me mira con dureza—.
Jode esto y estás acabado.
La lata es aplastada.
Recojo mis cosas y salgo cojeando patéticamente al estacionamiento. Mi
pierna, de hecho, está completamente bien, pero tengo cosas mucho, mucho más
serias de las que preocuparme hoy que levantamientos de pierna.
Podría darle espacio. Podría darle tiempo. Podría dejarla en paz.
Pero eso podría significar perderla. Ella ya está pensando que soy un
mujeriego de primera. (¿Quién demonios hace esos memes de Internet, de todos
modos? Nunca en mi vida dije las palabras Hola, chica. Dios).
Y no voy a perderla. No así.
Así que busco florista en Google y hago clic en uno con las calificaciones
más altas que dice ABIERTO AHORA. Un hombre responde:
—Blooms in Season. ¿Cómo puedo ayudarte?
Me aclaro la garganta.
—Quiero todas las rosas que tengan.
—¿Señor?
—Todas las rosas. Rojas. Tallo largo. Nada de aliento de bebé y esa mierda.
166
—Va a ser muy costoso, señor… cinco dólares el tallo.
—Está bien —digo—. ¿Cuántas tienen en la tienda?
Se escucha ruido de papeles.
—Treinta y seis.
Bueno, eso no va a bastar. Pero es un comienzo. Hago la orden y luego
regreso a la lista de floristas
Llamo. Ordeno. Repito. Repito. Repito.
27 167

Mary
Después de la señora Friedlander, me dirijo a una cita con una nueva cliente,
remitida por Bridget. Debía ser la paciente del doctor Curtis, pero lo estoy
cubriendo mientras Curtis está con él. La nueva paciente se llama Miriam. Tiene
cinco hijos, ninguno camina todavía. Creo que debe fijarse en que los miro
fijamente, intentando en vano hacer matemáticas.
—Gemelos y trillizos. Y otro par de gemelos aquí dentro. —Se frota el
vientre.
—Esos son… muchos hijos. —Estoy desconcertada, no sé qué más decir.
Solo uno es una fuente de tanta ansiedad para mí que ni siquiera puedo articularlo.
¿Siete hijos? Esta mujer debe ser una santa.
—No he dormido en tres años —dice con una sonrisa casi perturbadora en
su rostro, como si la hubiera estado practicando en el espejo.
Oh, cielos. Intento hacer expresiones de simpatía y sonidos, pero no estoy
del todo segura de que esté teniendo éxito. Uno de los más pequeños comienza a
subir la barandilla como un mono y se le atasca un pie, gritando histéricamente y
moviéndose de un lado al otro en los escalones. Sin perder un segundo, ella toma
un tubo de grasa Crisco de despensa, saca una cucharada, le quita el calcetín y unta
su pequeño y regordete pie. Lo libera y vuelve a ponerle el calcetín.
—¿Tienes hijos? —pregunta cuando miro fijamente, horrorizada, al
pequeño, que ahora se ha quitado el calcetín y se está lamiendo el pie.
—No —respondo automáticamente—. No los tengo. —Intento moderar mi
entusiasmo—. Tengo un perro. Algo así. Medio perro.
Me mira, confundida.
—Comparto un perro con mi compañera de cuarto. Ahora, ¿vemos lo que
está pasando con su cuello?
Su rostro de espejo vuelve a aparecer y me mira sin expresión. Casi puedo
sentirlo llegar.
—¡Apuesto a que serías una madre maravillosa! 168
Y ahí lo tenemos.
—No estoy muy segura de eso. —Sonrío—. Apenas puedo recordar
comprar los huevos suficientes para la semana.
—Tampoco yo, pero le pillarás el truco —dice—. Déjame poner a Dora la
Exploradora. Deberían dormirse pronto. Les di una dosis de un sedante ligero.
Oh, Dios. Este no es el tipo de información de niños que necesito. Miro por
la casa, a la locura y el caos, y escucho a un bebé gritando en un cuarto trasero.
Dicen que cuando tienes a los tuyos es distinto. Pero no estoy segura de que esté
hecha para ser madre. No si es así.
En mi bolso, mi teléfono suena. Sé que es él. Lo ha sido todo el día. Bajo la
mirada a mi bolso y veo: Cena. Por favor. Déjame explicarme. No hice nada de
esos memes… en la ventana de notificaciones. Seguido por: ¡Kate Moss y yo somos
amigos!
Cierro los ojos.
Esa no puede ser mi vida.
Miriam regresa, con el monitor de bebé en la mano y su cuello tan rígido
como una tabla. Alargo la mano y silencio el teléfono, justo a tiempo para ver: De
acuerdo. Voy a dejarte en paz por el momento. Por favor, no me ignores para
siempre.
—¿Lista? —le pregunto a Miriam.
Intenta asentir, pero no puede porque su cuello se contrae. Así que en
cambio sonríe con su sonrisa de espejo y dice en voz baja:
—Te lo digo, Mary. Amo a mis hijos. Pero piensa largo y tendido antes de
tenerlos.
—Ni siquiera tengo novio —le digo, y me encuentro sonriendo con esa
misma sonrisa forzada que me ha estado dando ella todo este tiempo.
Cuando regreso a casa, me encuentro a Bridget fuera con Frankie Knuckles,
que se encuentra en los inicios de su baile de popó. Es un ritual complejo de dar
una vuelta y otra, que puede durar tanto como cinco minutos, dependiendo de si es 169
interrumpido, o si hay brisa, o si (Dios no lo permita) otro perro aparece a menos
de cincuenta metros. Está considerando seriamente un pequeño espacio junto a un
arbusto sin hojas en una maceta. De un lado a otro, de un lado a otro. Vuelta y
vuelta. Bridget lo ha vestido con una sudadera para mantenerlo calentito, que ella
destacó con las palabras DESPAMPANANTE NÚMERO 1.
Aunque Bridget tiene puesta su parca, puedo ver que debajo está vestida
impecablemente. Lleva puestas sus botas, sus botas de montar, las de ir a hacer
negocios. O a una cita. Intenta encontrar un hombre como la mayoría de las
mujeres tratan de encontrar un nuevo sujetador. Tiene que probarlos todos, y
preferiblemente durante un tiempo antes de decidirse. Yo, por otra parte, prefiero
pensar que hay un sujetador perfecto allí fuera, destinado para mí. El que resulta
ser un sujetador deportivo de GapBody.
En cuanto al hombre… le echo un vistazo al teléfono apagado y lo dejo
apagado.
—¿A dónde vas? —pregunto, tomando una bolsa del rollo unido a la bolsita
de golosinas que cuelga de su bolsillo, en preparación para el final del baile.
—Fuera. ¿Cómo estás?
Intento abrir la bolsa, pero con los mitones puestos es imposible. Así que
me los quito y, con uno entre los dientes, digo:
—Como la mierda. Pero la señora Friedlander está mejor.
Asiente. Y luego me fulmina con la mirada.
—Creo que deberías darle una oportunidad.
—Claro que dirías eso. Eres fanática de los Bears. Lo entiendes. Es tu tipo
de hombre.
—Pfffft. No. Prefiero a mis hombres metrosexuales, levemente inadaptados
y con barba, como bien sabes. No, creo… estás descolocada. Nunca te he visto así.
Eso debe significar algo.
Dudosa, pienso, recogiendo una mierda. Mucho.
—Esta es la vida real, Bridget. La gente no se enamora en dos días. No
existe tan cosa como el amor a primera vista.
Niega con la cabeza en mi dirección y luego alza la mirada hacia las farolas.
—Oh, mujer de poca fe.
Meto la mierda en la bolsa y la dejo caer en la basura, donde queda atrapada
sobre una caja de pizza. 170
—Estoy bien como estoy. Sí, es sexy. Sí, es dulce. Sí, es dueño de un
inmueble. Sí, hace media maratón de caridad para la sociedad humana…
—¿Se supone que debe ser una lista de contras? ¿Tiene herpes? No entiendo
el problema…
Alzo un dedo.
—Fin de la conversación. Tenemos un sexo increíble, pero somos una mala
pareja. Fue una locura. Acabó.
Bridget saca su labial de larga duración y se arregla los labios contra la
ventana de un restaurante cercano de kebab.
—Bueno, si estás tan segura, sal conmigo —dice, frotándose los labios y
arrastrando a Frankie lejos de una bolsa vacía de crema agria y papas de cebolla—
. Esta noche.
—¿Karaoke? —le pregunto, juntando mis manos—. Porque eso me haría
sentir mejor. ¿Tú, yo, unos nachos con jalapeños, los Backstreet Boys? Estaré bien.
Hace morritos y suelta el labial en su bolso.
—Citas rápidas. Vamos. Ves cómo es el mercado de citas. Y, después de
eso, puedes decirme si en verdad piensas que Jimmy Falconi es tan… —Mira a la
bolsa humeante en la cima del bote de basura en la esquina—, tan mala idea,
después de todo.
Citas rápidas. Nunca he hecho eso. Pero, pienso, al ver a Frankie patear
abono congelado en la calle, que tal vez merezca la pena probarlas.

El gran evento toma lugar en un bar que está, desgraciadamente, decorado


por Charles Bukowski. En las paredes hay citas pintadas que decididamente no son
del tipo románticas, incluyendo: «NO ODIO A LA GENTE. SOLO ME SIENTO
MEJOR CUANDO NO ESTÁN CERCA» y «ME ENCANTA ROMPERME LOS
HUESOS Y REÍR».
Encantador.
Y lo de las citas rápidas en sí es tan extraño como temí que sería, y tiene
una rotación de sillas que hace difícil decir algo por temor a que el timbre suene
en el medio de una conversación medio decente. Bridget es, por supuesto, la reina 171
de la fiesta y ha hecho esto tantas veces que revisa Facebook entre las rondas, en
el espacio donde yo estoy tragando bebidas de vodka con tónica y llenándome la
boca con anacardos. También tiene una fila de vasos de vino de cortesía frente a
ella en forma de una flecha apuntando hacia ella. Es el tipo de mensaje subliminal
pasivo-agresivo que realmente se le da bien. Como cuando metió mis trozos de
queso americano, los mejores para hacer un sándwich de queso, en el estante
superior de la nevera con una nota que decía: «Esto estaba en el estante de queso».
Ahora mismo, en la mesa siete estoy con mi bebida que es casi todo vodka,
hablando con un hombre llamado Owen que se especializa en el estudio del
piscardo. No sé cómo lo ha hecho, pero logró llegar a mí ya dos veces. Y ahora
está yendo al meollo del asunto.
—¿Conoces al piscardo? —dice, derramando su cóctel Shirley Temple.
Estire el libro que tiene con él, El Piscardo común, y saco un marcapáginas. De un
piscardo.
—No mucho. —Sonrío—. Sin embargo, parece bonito.
Desliza el marcapáginas a través de la mesa hacia mí.
—Ahí. Es un pequeño regalo. Son muy interesantes. Muy complejos. Son
los precursores de la salud ecológica en general. Cuando los piscardos comienzan
a declinar, todo declina. Como las abejas. ¿Sabes lo de las abejas?
Ni siquiera me hagas empezar con las abejas, Owen. De ninguna manera
voy a decirle a este sujeto que mi tía era apicultora. Probablemente se pondrá sobre
su rodilla y me jurará su amor eterno en el nombre de los piscardos.
—Soy un poco alérgica. Pero me encanta la miel.
Oh, Dios. ¿Qué me pasa?
Owen el Hombre Piscardo sigue, y sigue, y sigue, masticando el hielo de su
Shirley Temple y hablando de piscardos hasta que el timbre suena.
A través de la sala, Bridget me mira por detrás de un vaso de cabernet.
Pongo los ojos en blanco.
Y ella me mira como diciendo: «¿Qué te dije?»
El siguiente sujeto es bastante lindo, con una barba áspera con toques de
canas cerca de la mandíbula y boca, pero tiene una especie de penumbra en los
ojos. Le doy el beneficio de la duda y decido que tiene cataratas tempranas.
No son cataratas. Es una brusquedad simple que comienza con él
preguntándome:
—Entonces, ¿cómo te gusta? 172
Estoy tan azorada que se me abre la boca.
—¿Cómo me gusta el qué?
—Eso —dice, haciendo un movimiento de follar con su dedo en su puño—
. ¿Duro? ¿Suave? ¿Tienes fetiches? —Bebe su cerveza Old Style de la lata—.
Porque prácticamente puedo aceptar cualquier cosa. ¿Plumas? —Alza los
pulgares—. ¿Tapones de culo peludos? —Aquí finge ser el César, manteniendo su
pulgar paralelo al suelo y muy, muy lentamente alzándolo otra vez—. Me apunto.
Quiero decir, lo que sea. Puedes quedarte quieta si deseas.
Ohhh, no, no lo dijo. Aprieto las mano y brevemente me permito el placer
de imaginar lo que sentiría al golpearlo justo entre ese par de ojos demasiado
juntos. Mi tía tenía una teoría. Era simple. Nunca confíes en un hombre cuyos ojos
estén demasiado cerca. Aun así, no puedo golpear al tipo en medio de las citas
rápidas.
—¿Arriba o abajo? —pregunta.
¿O sí puedo?
Por lo que es momento de cambiar de tema. Y lo que mi subconsciente
arroja más que:
—¿Te gusta el fútbol?
¿Qué? ¡Mary! ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
Me fulmina con la mirada.
—Fútbol. ¿Por qué demonios quieres hablar de fútbol? ¿No vamos a follar?
—Mira de lado a lado como si probablemente hubiera venido al evento
equivocado.
Coloco la punta de mi bota contra la pata de la mesa para evitar patearlo en
los tobillos.
—¿Qué tal los Bears…?
—Malditos Bears —dice, dando otro trago—. Mierda, maldito Jimmy
Falconi.
El enojo es instantáneo, como si un interruptor de luz sin conexión a tierra
hubiera sido presionado en mi cabeza. De hecho, puedo sentirlo, como pude
sentirlo cuando había encendido las luces en un apartamento que una vez tuve y
sentí la corriente en mi cartílago. No es una emoción con la que esté familiarizada,
para nada. Hace que mis ojos tiemblen, mi rostro arda y mis fosas nasales se 173
ensanchen fuerte y rápido.
—Está haciendo todo lo que puede.
—¡La madre que lo parió si lo hace! Los chicos del trabajo y yo apostamos
a que este juego será el último suyo. ¡Y que se vaya bien a la mierda!
Golpea la mesa con su puño de la manera exacta en que Eric solía hacerlo.
Eso inspira una repentina oleada de furia y temor que aprieto los dedos contra mis
piernas y comienzo a contar hacia atrás desde veinte.
—Incluso conseguí una calcomanía para el parachoques que dice «A la
mierda Falconi» —resopla—. Nada mal, ¿eh?
Hay momentos para la calma. Hay momentos para la tranquilidad. Hay
momentos para la meditación. Y, después, hay momentos para algo completamente
distinto…
Y así, en un movimiento rápido, cruzo las piernas, llevando mi pierna
derecha sobre la izquierda, colocando mi pierna entre mi rodilla y la mesa. Y es
entonces cuando lo hago. Vuelco su Old Style, mi bebida, un cesto de pan y un
amenazante cuenco pequeño de aceite de pimiento picante en su regazo.
—¡Qué demonios! —brama, saltando de la mesa, por lo que su silla cae y
vuela detrás de él, aterrizando de costado en el centro de la sala. Todas las
conversaciones incómodas de alrededor llegando a una abrupta parada.
—¡Lo siento! —Finjo un modesto horror—. ¡Lo siento mucho!
El aceite de pimiento picante empapa sus pantalones, formando un gran
globo aceitoso justo sobre su bragueta.
Me levanto del banco.
—Iré a buscar unas toallas de papel. —Pero, en cuanto paso a su lado, me
tomo un segundo para añadir—: ¿Sabes algo? Yo creo que está haciendo un trabajo
maravilloso. Está trabajando con sus lesiones. La gente puede cambiar. Los
jugadores mejoran. Creo que tenemos suerte de tenerlo.
El Bruto no responde. Solo recoge la silla, la endereza y vuelve a sentarse,
mirando al asiento donde estuve sentada, mirándome de la misma manera que
antes, cuando estaba sentada allí. Nada especial, nada exquisita, solo otra mujer en
otro banco.
En otras palabras, exactamente lo opuesto a cómo Jimmy Falconi me mira,
incluso en los momentos más tranquilos. O incluso cuando estuve despertándolo
en el ring. 174
Paso apresurada a Bridget con una mirada y voy al baño. Maravillosamente,
este baño no tiene toallas de papel, solo secadores de mano de alta velocidad, tan
bueno que el viejo Ojos Muy Cerca va a tener que aceptarlo. Me tomo un momento
y dejo que el enojo disminuya, con mis dedos apoyados contra la pared
presionando las líneas entre los azulejos que hacen un revestimiento. Dejo caer la
cabeza ligeramente hacia abajo y respiro hondo, centrándome en la calma del baño.
Me doy cuenta de que estoy a cinco centímetros de la palabra JODIDO, pintada
elegantemente en el muro de yeso al nivel del ojo. Las volutas y giros de la J son
lujosas y pasadas de moda, y la cola hace una especie de símbolo del infinito
repetido. La grosería más elegantemente escrita que he visto. Doy un paso hacia
atrás y veo la cita:
«DEJA DE INSISTIR EN ACLARARTE LA CABEZA. EN CAMBIO,
ACLARA TU JODIDO CORAZÓN».
Pongo mi frente contra la pared y respiro.
Bukowski tiene razón. Tiene la razón, perfectamente.
Porque aunque esto es una locura para la cabeza, estos dos días, esta pasión,
este deseo, es con el corazón cuerdo. Tiene sentido aunque no debería. Es lo que
quiero y lo que necesito. Me patearé para siempre si me acobardo ahora.
Me doy la vuelta y me enfrento a mí misma en el espejo. Pienso mucho
sobre cómo me sentí cuando el de la Old Style insultó a Jimmy. Cómo ni siquiera
fue algo de lo que tuviera que pensar, salir a defenderlo. Creer en él.
Sí, el asunto con su hermano es exasperante y aterrador. Pero no dejaré que
un tipo como ese se meta entre nosotros. Los matones ya me han quitado lo
suficiente. No dejaré que Jimmy Falconi se una a la lista de cosas que he perdido.
Y así, tomo el teléfono de mi bolso. Abro la pantalla de la conversación
donde me ha estado hablando, rogándome todo el día, y escribo:
Yo: Quiero ver lo que sucede con nosotros.
Yo: Siento haberme asustado.
Hay muchas cosas que me gustaría decir además de eso, pero simplemente
no sé cómo. No aquí. No así. Esto tendrá que servir por el momento. Justo cuando
pongo mi dedo sobre el botón de ENVIAR, una mujer entra en mi cabina, con su
falda a medio bajar y sus medias fruncidas en sus piernas.
—¡Lo siento! —grita a todo pulmón.
Y con un pop mi teléfono cae al retrete.
175

Con mi teléfono en una bolsa de plástico que la camarera me dio, Bridget y


yo partimos a casa a través de las pilas de nieve. El plan de ataque es claro. Una
bolsa de arroz bajo una luz cálida y un puñado de oraciones a los dioses del iPhone.
Es el único remedio. Pero, en cuanto llegamos a la escalera, lo huelo, incluso sobre
el vago aroma de tikka masala: rosas.
Le echo un vistazo a Bridget, pensando que ese olor podría ser de ella. Pero
no usa fragancias de rosa. Recuerdo que una vez dijo que las rosas la hacen oler
como si perteneciera a una exhibición en una funeraria.
Está charlando sobre El Bruto y el Hombre Piscardo, y también sobre un
tipo que conoció llamado Dylan, que hace diseño gráfico y está «dejándose crecer
la barba para no afeitarme en Noviembre, de verdad», mientras comprueba su
buzón. A medida que subimos las escaleras, el olor se vuelve más fuerte.
—¿Hueles eso? ¿Rosas?
Bridget alza la mirada de nuestra factura de electricidad.
—No. Huelo el olor a dinero quemándose. Tenemos que invertir en más
mantas. Esto es obsceno.
Inhalo hondo. Y, entonces, cuando abro la puerta a nuestro corredor, las
veo. Cientos y cientos y cientos de rosas en floreros, alineadas en el corredor todo
el camino a nuestra puerta.
Bridget y yo nos detenemos allí, hasta que me doy vuelta lentamente para
mirarla. Se encuentra conmigo con esa mirada de te lo dije que ha perfeccionado
tan bien. Me arrodillo y quito la tarjeta del primer ramo. Dice:
Para Mary
Dame una oportunidad.
Por favor.
Jimmy
—¡Esto podría valer algo! —Bridget lo presiona contra su pecho—. Puedo
venderlo en eBay. Podría compensar la factura eléctrica, ¿sabes?
Las rosas son espléndidas, abrumadoras y hermosas. Deben haber… intento
hacer un cálculo rápido. Al menos diez ramos, con dos docenas cada uno. Cientos.
Pero todavía mejora más. Porque, frente a nuestra puerta, lo veo. El caldero 176
de oro de Chicago que me gusta más que ningún otro aperitivo. Un tarro de veinte
litros de Garrett’s Popcorn.
Echo un vistazo debajo de la tapa y veo que es una mezcla de palomitas de
caramelo y palomitas de queso. Vuelvo a poner la tapa.
—¿Lo es? —dice Bridget, con los ojos abiertos de par en par por la
anticipación.
—La mezcla.
Bridget chilla.
—¡Me pido ser dama de honor! —Se quita los guantes de cuero tirando con
los dientes de un dedo y mete la mano en el caramelo.
Quitando mi propio mitón, lo hundo en el queso. No hay nada mejor, jamás,
en ninguna parte, que el queso de Garrett. Mis ojos se cierran casi
involuntariamente en una especie de orgasmo culinario propio. Dejo caer mi peso
contra la puerta y saco otro poco. Lo mastico y regreso a la realidad. Saco la
brillante tarjeta dorada estampada con el logo de Garrett en el frente. Esta es su
letra. La recuerdo de las notas.
Mary
El queso y el caramelo van juntos.
Como tú y yo.
Cena. Mañana. 7. Alinea.
—¿Alinea? —dice Bridget, con la boca llena de palomitas de caramelo—.
Santo cielo.
Quiso hacerme perder la cabeza.
Diría que ya estoy en el aire.
28 177

Mary
Tomo el bus hasta Belmont y me aprieto la bufanda contra el frío a medida
que camino por la manzana, paso un bistró con una sola mujer sentada en la barra
y una tienda de cupcakes pintada de verde lima en el interior. Cuando llego al
edificio, de paredes de ladrillo vista que le pertenece, y las ventanas que son suyas,
y las tiendas todavía vacías en la planta baja con carteles para cosas como TOKYO
NOODLE, PRONTO, me dirijo a la puerta principal. Su puerta principal. Toda de
él.
Eric tenía dinero. Muchos hombres tienen dinero. Muchas mujeres tienen
dinero. Pero hay algo distinto en esto. La idea de que comprara el edificio, lo
renovara y lo vaya a alquilar es, de alguna manera, mucho más grande y mejor que
tener, digamos, un ático de cuatro millones de dólares en la Costa Dorada. Tomó
algo malo y lo arregló, para hacer algo bueno para él y mucha más gente. Para que
toda una calle sea mejor. No solo su propia vida.
Me paro con nerviosismo frente al timbre. Antes de poder dudar lo que
quiero decirle, o cómo, presiono el botón para el apartamento cuatro, que tiene un
pequeño cartel junto a éste que dice: «ADMINISTRADOR DEL EDIFICIO». No
su nombre, nada notorio. Solo la letra que reconozco tan bien, sutil y fuerte.
Mi corazón late violentamente en mi pecho. Algunos autos pasan detrás de
mí, salpicando nieve hacia las acumulaciones de nieve.
Nadie responde.
Lo vuelvo a presionar, esta vez sintiéndome más ansiosa. Porque sí, quiero
hacer esto. Me patearía toda la vida si no veía a dónde iba esto.
Todavía no hay respuesta. Retrocedo hasta la acera y levanto la mirada, a
donde se encuentran sus ventanas. Están todas oscuras. No hay nadie en casa.
De mi bolso, saco mi agenda de papel y arranco una página, la que tiene
impreso todo el año en una fuente diminuta. Agarro un bolígrafo del fondo de mi
bolso y le quito la tapa con los dientes.
Jimmy,
Tuve un problema con el teléfono. Gracias por todos los regalos. Me siento
mimada. Te veo mañana en el estadio. Y acepto la cena. 178
Besos.
Lo doblo y lo meto en el lugar donde la puerta se cierra. No obstante, no
quiero que la pase por alto, así que doblo los bordes para que queden planos contra
la puerta como las alas cuadradas de una mariposa de papel, es imposible no
notarlo. Dibujo un corazoncito en la esquina inferior derecha y me giro para irme.
Con el viento en el rostro, me dirijo a Belmont. Me escuecen los ojos por el
frío y soy bombardeada con nubes brumosas del diésel de los autobuses que pasan.
En la senda peatonal, ayudo a un anciano con bastón a atravesar el hielo desigual,
los montones de nieve del día que ahora está helando en peligrosos charcos en
todas las cunetas.
Delante de mí, el bus pasa retumbando y compruebo dos veces que todavía
tengo mi pase en el bolsillo, lista para usarlo en la entrada. Pero, a mi derecha, una
pequeña tienda llama mi atención. El tipo de lugar que cuenta solo con dos
maniquíes en el escaparate, ambos con preciosos vestidos de cóctel. Esas
bombillas anticuadas, iguales a las que Jimmy tiene en el ascensor, cuelgan en
intervalos irregulares del techo. Miro a las chicas dentro de la tienda, una de ellas
sostiene una taza de Starbucks y se ríe. La nieve cae suavemente sobre mis pestañas
y mis mejillas, llenando el aire con el mismo sonido que nos rodeó la primera vez
que nos besamos.
Esta tienda no es mi tipo de lugar. No he tenido ninguna razón para salir a
algún lugar elegante, no en el último año. Después de dejar a Eric, doné todos los
vestidos que me compró a Glass Slipper Project para que las niñas pudieran usarlos
en sus bailes de bienvenida, graduación y quinceañeras. Nunca pensé que volvería
a necesitar un verdadero vestido de cóctel.
Hasta ahora.
Estos vestidos en el escaparate son atrevidos y sexys, no modestos. Estos
no son vestidos para el club de campo. Son el tipo de vestido que quedaría mejor
con un brazalete de cuero que con un collar de perlas. Elegante. Sensual. Travieso.
Atrevido. Precioso.
Abro la puerta y soy recibida con el olor de velas de ricos aromas,
almizcladas y cálidas. Sándalo y pino. Música house se reproduce en los altavoces
de arriba y las chicas de la tienda se dan la vuelta y me sonríen. Una de ellas camina
hacia mí y dice:
—Hola. —El piercing sobre su labio brilla en los reflectores de los estantes
de arriba.
Me quito mi gorro y mitones y los meto en mi bolso. 179
—Me gustaría probarme el vestido del escaparate, si está bien.
Sus ojos se agrandan un poco mientras se inclina, mirándome a los ojos.
—¿El verde?
Lo miro. En realidad me había referido al negro. Pero el verde, de un tono
de verde intenso y rico, es más atrevido. Es abierto por la espalda. Es sugerente.
Es un riesgo.
—Probémoslo.
29 180

Jimmy
Llego a Alinea a las seis y media, demasiado temprano, pero estoy tan
nervioso que ni siquiera sé qué demonios hacer. No me he sentido de esta manera
por una cita desde que iba a ir a mi baile de graduación con la líder del escuadrón
de animadoras, cuyo padre era conocido por hacer huir a los chicos de su propiedad
con una escopeta cargada con balas para osos, y ella ni siquiera me gustaba. Estos
eran un tipo diferente de nervios. Nervios de Mary Monahan. Nervios que dicen
«Esto es algo, Jimmy Falconi. Así que no te atrevas a arruinarlo».
Estoy afeitado y duchado, tengo puesto mi mejor traje y mis mejores
zapatos. Estoy con mi todoterreno Yukón esta vez, y me tomo un segundo para
asegurarme que esté bien y limpio para ella. Incluso recojo el cambio del
portavasos y lo meto en la guantera. El valet toma mis llaves y deslizo la tarjeta
con número en mi bolsillo, donde todavía tengo su nota de anoche. No he recibido
nada de ella en todo el día, y ha sido difícil. Me gusta tenerla al alcance de un dedo,
pero también nos da a ambos algo de espacio para lograr comprender esto. Al
menos para mí, eso significa pensar en hacerlo bien. Pensar en cómo quiero que
las cosas inicien para nosotros. Es importante para mí establecer el tono correcto
con esto, para que sepa que no es solamente de otra chica.
En los ojos de la anfitriona, veo el brillo del reconocimiento que he llegado
a conocer tan bien. Pero este lugar es súper elegante y ella es lo bastante amable
como para no llamar en lo absoluto la atención en mi dirección. Mira el libro de
reservas y luego alza la mirada.
—¿Dos para Falconi? —pregunta.
Aliso mi chaqueta.
—Sí.
Muy bien, sí. Usé algunos contactos. Normalmente tienes que esperar seis
meses para conseguir una reserva en este lugar, pero el propietario es un fanático.
Nunca he estado aquí, de hecho, pero una vez me dijo: «Escucha, amigo, si alguna
vez quieres una mesa…»
Así que hoy lo hice. Saqué mi tarjeta de mariscal, y ahora aquí estamos.
Bueno, aquí estoy. Extremadamente nervioso.
—¿Esto está bien? —pregunta, sacando una silla para mí. 181
—Perfecto. Pero voy a sentarme aquí para poder verla cuando entre.
La anfitriona sonríe y saca la otra silla, así que tomo asiento. Luego
acomoda bien la otra silla contra la mesa y se aleja.
Frente a mí, en mesas iluminadas, bajo puntos halógenos, hay todo tipo de
distintas personas. Un grupo de hombres de mediana edad hablando seriamente y
en voz baja de negocios, supongo. O quizás políticos. Un padre y una hija a un
lado, puedo notarlo por el bulto idéntico en sus narices. Y una pareja de ancianos,
con el cabello canoso y corto de ella arreglado de esa manera bonita que usan las
mujeres mayores, como si supieran que se han ganado el derecho de ser como
quieran.
Uno de los chefs sale con su uniforme blanco y comienza a decorar su mesa,
justo sobre el mármol vacío y limpio. Con salsas, primero, y luego con pequeñas
porciones diminutas del tamaño de un dedo. Estoy completamente hipnotizado. Es
un arte en progreso y, para cuando acaba, parece más una obra de arte de Pollack
que comestible.
Maldita sea. Es entonces que me doy cuenta. Este podría no ser su tipo de
lugar. «Dame una cerveza o la muerte» fueron sus palabras. Y ahora aquí estoy,
llevándola a este lugar que sirve arte como comida.
El chef dice algo sobre langosta cocinada a fuego bajo en mantequilla y una
torre de trufas y espárragos.
Maldita sea. Puede que me haya sobrepasado más de lo previsto. Hay una
enorme diferencia entre querer mimarla y hacer que se sienta realmente incómoda.
Me froto la frente. Si parece un poco incómoda, saldremos volando de aquí.
Si parece que se siente un poco fuera de lugar, o fuera de su elemento, haré que
coma costillas tan rápido que no sabrá qué la golpeó.
Pero entonces la puerta delantera se abre, haciendo que las largas cortinas
negras se ondulen.
Me quedo con el aliento atrapado en la garganta. Su maquillaje es más
oscuro de lo que lo he visto, y tiene el cabello liso peinado de una manera hermosa
en largas espirales brillantes. La anfitriona se hace a un lado y le quita el abrigo.
Observo su cabello oscuro y brillante atrapar la luz cuando el abrigo baja de sus
hombros.
—Oh, demonios —gruño.
Todas las personas del lugar se quedan en silencio. Un tenedor cae. Una
sartén repiquetea. Porque Mary Monahan es una visión. Lleva un vestido de satén 182
verde oscuro sin espalda, mostrando ese hermoso, elegante y extraordinario
tatuaje, y ese cuerpo, la parte baja de su espalda mostrando en la base la muy larga
y tentadora V.
La anfitriona dice algo y Mary se gira, ahora caminando hacia mí. Tiene
unos sexys tacones negros y su cabello se derrama sobre sus hombros.
Solía preguntarme cómo sería estar en gravedad cero, cómo sería estar
flotando, no tener peso y estar a mil quinientos kilómetros de la tierra, donde no
hubiera reglas y todo fuera diferente y nuevo. Donde el champán flota en gotas y
tus pies nunca tocan el suelo.
Bueno. Ahora lo sé.
A medida que se acerca a la mesa, me pongo de pie y saco la silla para ella.
Su cuerpo pasa más allá de mi chaqueta, y siendo la calidez de su piel contra mi
pecho a través de mi camisa. No huele a coco ahora, no. Es algo floral y cálido.
—Hola —dice, con la voz todavía un poco ronca.
No puedo evitarlo y paso mi mano a lo largo de un lateral de ese satén,
sintiendo la curva de su cuerpo cuando se sienta. Cuando se mueve hacia delante,
puedo ver directamente en el interior de ese paraíso de satén, donde veo la parte
superior de su trasero, oculto del mundo. Pero no de mí.
—Estás espectacular.
Alza la mirada sobre su hombro y veo un rubor teñir sus mejillas.
—¿No es demasiado?
¿Demasiado? Por favor. Ahí estaba yo, preocupándome de que estaría fuera
de su elemento.
—¿Escuchaste ese tenedor caer cuando entraste?
Aparta la mirada tímidamente, desdoblando la servilleta cuando tomo
asiento frente a ella.
—Fue una coincidencia completa.
Pero puedo notar que se da cuenta. Y me encanta que lo sepa. Es un
espectáculo, hace que se caigan los tenedores y te hace perder el hilo de tus ideas.
La gatita de nadie más que mía.
No puedo quitar los ojos de ella.
—Pienso en esto cada vez que te veo, pero realmente eres la mujer más
hermosa del mundo. 183
Cierra los ojos, avergonzada. El frente de su vestido es tan sexy como la
parte trasera, pero es casi mejor porque lleva esta gargantilla de cuero
increíblemente traviesa y fina. Y el chupetón o ya se ha desvanecido o ha hecho
una excelente magia con el maquillaje, porque no puedo verlo. Su cuello y pecho
son un mar de piel cremosa blanca, perfecta e inmaculada. Y el profundo escote
que me tiene ansioso.
—¿Dónde has estado toda mi vida? —digo, perdiéndome en la curva de su
escote y la manera en que ese verde hace que sus ojos brillen como verdaderas
esmeraldas.
Juega con su servilleta, mirándose el regazo. Y entonces sus ojos se
encuentran con los míos, y es cuando dice solo una palabra. Algo perfecto.
—Esperando.
Sí. Cien mil jodidas veces. Sí.
—Esto en verdad es… increíble, Jimmy. —Mira alrededor y, apretando los
labios, suelta una risita—. Qué elegante.
Tomo su mano con la mía.
—El propietario una vez me dijo que está bien jugar con la comida aquí.
Pensé que podemos hacer eso, ¿no?
Le da a mi mano un apretón y su pierna se presiona contra la mía debajo de
la mesa. Veo un rubor subir hasta sus mejillas, un rubor rosado.
—Sí. Creo que sin duda podemos.

Durante la cena, me habla de cómo creció y dónde. Fue criada por su tía
quien, dijo, es una lesbiana de escuela que dice que las mujeres necesitan hombres
como los peces necesitan bicicletas.
—Pero creo que le gustarías. —Bebe su vino blanco de una copa enorme y
elegante que hace que sus manos se extiendan de la manera más sexy.
—¿Sí?
Asintiendo y mirándome a través del tallo de la copa, su risa rebota
suavemente.
—Es una gran fanática de los Bears. Creo que te perdonaría por ser un 184
hombre ya que eres un Bear.
—¿Tus padres andan cerca?
Bajando la mirada, endereza la servilleta en su regazo.
Maldición.
—Lo siento.
Niega con la cabeza.
—No, no —dice, tocando el borde de la mesa—. Nunca conocí a mamá. O
a mi papá. —Suspira, agitando los párpados—. Él era algo así como Michael.
—Lo entiendo. ¿No era el Hombre del Año?
—Exactamente. Tuve mucha suerte de tener a mi tía. —Sus ojos están un
poco brillosos ahora—. Y creo que Annie tiene mucha suerte de tenerte a ti. Incluso
si eres una celebridad de internet. La página de calabazas, Jimmy. —Niega con la
cabeza—. No es exactamente lo que habría esperado de un jugador de fútbol. Tu
habilidad con las calabazas en miniatura es increíble.
Mi resoplido hace que la pareja de ancianos me eche un vistazo.
—¿Me acosaste por Pinterest?
—Acosé todo de ti.
Oh, mierda. Sí. Me gusta eso. Mucho.
—Bueno, esperemos que tus habilidades de acoso valgan después del
domingo.
Sus ojos se ponen serio y preocupados.
—¿En verdad piensas que te despedirán? No veo cómo es justo. O posible.
Sé que no es justo, pero es más que posible.
—Tendremos que verlo. Pero no hay que preocuparse de eso ahora —digo,
sonriéndole. He tenido mucha práctica tranquilizando a la gente con buenas cosas
cuando no hay nada más que una enorme cantidad de mierda llegando. Como
prácticamente todas las charlas de ánimo que he dado en los últimos cinco juegos.
Pero no presiona. No nos quedamos en el trabajo, lo que aprecio.
Muchísimo.
—Si pudieras hacer lo que sea —le pregunto una vez que terminan de servir
los entrantes—. ¿Qué sería?
Mira pensativa a la mesa, a la extensión de pequeñas torres de comida. 185
—No lo sé. —Alza sus ojos hacia mí—. Estoy muy feliz como estoy.
Aunque Manny está buscando a alguien con quien asociarse en el gimnasio, así
que me gustaría ayudar con eso. Si tuviera el dinero.
Dios, el gimnasio. Parece que hace mucho tiempo, pero solo han pasado
unos días. Eso es lo que enamorarse con fuerza y rápido le hace a un hombre.
Tuerce el tiempo completamente. Y no me importa ni un poco.
—¿Qué hay de ti? —pregunta, y equilibra la mitad de un huevo de codorniz
en su tenedor.
Se lo mete en la boca. Cada cosa que hace parece más sexy que la anterior.
—Ganar una Super Bowl y salir de una puta vez del campo.
Por primera vez desde que la conozco habla con la boca llena, lo suficiente
como para decir:
—¿Sí?
—Quizás tener una familia —añado—. Ya sabes. Un día.
Es como si eso la atrapara con la guardia baja. Se limpia los labios con la
servilleta.
—¿Hijos?
—Sí. Hijos. Quizás. Un día. Si encuentro a la persona correcta. Ya sabes.
Un día. —La miro directamente. No podría ser más claro con esto aunque lo
deletreara, o si arrastrara mi dedo a través de las salsas del plato y escribiera la
palabra TÚ. Pero parece un poco nerviosa. Así que desacelero.
No mucho después, uno de los hombres de negocios comienza a ponerse
beligerante. Nada loco, nada fuera de control, pero cuando comienza a alzar la voz
observo a Mary ponerse rígida en su silla y apretar las manos sobre su regazo. Sus
ojos no paran de moverse por todas partes, abiertos de par en par y temerosos. Sin
embargo, en pocos minutos el encargado llega y le dice una palabra al oído del
hombre, probablemente algo con las líneas de Esto no es un bar, señor, y nos
gustaría que se marchara. El hombre golpea la mesa tan fuerte que deja una copa
de vino tambaleándose. Por puro reflejo me pongo de pie, con mi silla chirriando
en el suelo. Pero el encargado lo tiene bajo control, y el hombre se ha ido antes de
que pueda causar problemas.
Sin embargo, Mary está inquieta. Su vino está temblando en su copa, y se
está aferrando al borde de la mesa con fuerza.
—¿Te encuentras bien? —le pregunto, volviéndome a sentar. 186
Sus ojos van a la puerta y regresan a mí.
—No puedo soportar ese tipo de cosas, Jimmy. Es como si me congelara
por dentro.
—¿Quieres decir, el enojo?
Asiente.
—Enojo, violencia. Mal genio. —Se estremece, parpadea con fuerza y
luego alza sus ojos hacia mí—. Mi ex era de esa manera. No puedo tener eso en
mi vida.
La idea de ello, de que la lastimen, que esté en peligro, me vuelve loco.
Quienquiera que fuera él, es bueno que no esté cerca ahora.
—No tienes que preocuparte por eso conmigo, gatita.
—Lo sé —dice en voz baja, sonriendo y girando su copa por el tallo un
cuarto de giro—. Y en realidad, me alegro.

Cuando la cuenta llega, me aseguro de que la cantidad esté escondida detrás


de la vela. Algo me dice que me mataría por dejar esta cantidad de dinero por la
cena. Pero, en lo que a mí respecta, el dinero está hecho precisamente para noches
como esta.
Cuando devuelvo la billetera a mi chaqueta, saco un sobre blanco y lo
deslizo a través de la mesa hacia ella.
Pone un dedo sobre él y me mira, desconcertada.
—¿Qué es?
Lo deslizo más cerca.
—Ábrelo.
Lo que de verdad deseaba hacer era conseguir dos billetes de avión a Belice,
pero no puedo sacar ese tipo de cosa romántica hasta la temporada baja, así que
por el momento esto tendrá que servir.
Abre el sobre, observándome todo el tiempo, y saca dos entradas para el
juego de este domingo.
—¿Ir a verte? —Su sonrisa es deslumbrante y enorme. 187
—Si quieres. Si me quieres.
—¡Sí! —dice—. ¡Por supuesto! No me lo perdería por nada del mundo. —
Baja las entradas y pone su mano sobre la mía—. Y de verdad que siento haber
huido cuando tu hermano estuvo allí. No hubo excusa alguna. Y lamento haber
roto la puerta de tu garaje.
—Espera. —Palmeo mi chaqueta, donde encuentro la otra sorpresa que
agarré para ella. A través de la mesa, deslizo una llave de repuesto a mi
apartamento y también el mando de la puerta del garaje.
Me da una mirada de las que dicen que me contenga.
—Tómala. No tienes que usarla. Pero al menos la tendrás. ¿Verdad?
Sus ojos se mueven a la mesa. Toca el borde de la llave y el botón del
mando, pasando suavemente la yema del dedo a lo largo de la protuberancia en la
parte de arriba.
—Tomaré esto —dice, tomando el mando—. Pero no la llave.
Queda allí, en la mesa, entre nosotros. Quiero presionarla contra su palma,
hacer que la conserve, pero no lo hago. La tomo de vuelta, la pongo en mi bolsillo
y alargo nuevamente la mano para tomar la de ella.
—Trato. Entonces, ahora esto es lo que va a pasar.
Se pone seria y coloca las entradas en su regazo. Su pecho se alza y cae con
anticipación. Quiero poner mi lengua en ese escote. Necesito mis manos sobre esa
piel.
Pero no. No. Recuerdo ese mensaje como si estuviera grabado en mi
cerebro. Tenemos que retroceder un paso.
—No vamos a ir a la cama juntos. Voy a asegurarme de que llegues a casa.
Voy a besarte antes de que te vayas. Y luego te veré mañana.
Sus dedos presionan los míos. Respira hondo y asiente.
—Gracias —susurra. Entonces se inclina, haciendo que la vela parpadee por
su aliento. Observo las costuras de su vestido moverse contra su estómago.
No tiene ni una puta idea de cómo me abruma. Ese vestido me está haciendo
sentir como si tuviera un traumatismo en la cabeza.
—¿Puedo preguntar de qué color es la ropa interior que llevas?
Entrecierra sus bonitos ojos y duda.
188
—No llevo. Lo sabes bien. Porque te vi mirando mi vestido. Y no hay
espacio para un sujetador con esto, así que estoy desnuda como ya lo sabes debajo.
Maldición. Mierda.
—Te deseo. Mucho —digo, de vuelta con ese gruñido que solo ella parece
ser capaz de provocarme.
—Jimmy. —Ladea la cabeza un poco—. Despacio.
Cristo. Doblo mi servilleta. Me oriento.
—Lo sé. Seré bueno. Solo tuve un momento de debilidad aquí. Soy humano.
Y es entonces cuando me da esa sonrisa. Observo sus dedos moverse a lo
largo del borde de la mesa, trazando la esquina con las puntas, igual que cuando
me toca. Si quiere ir despacio, iré despacio. Dolorosamente despacio.
Agonizantemente despacio. Tortura. Lo haré. Por ella.
Me pongo de pie, le ofrezco mi mano y la toma. De nuevo, cuando nos
vamos, todo el lugar queda en silencio.
—Eso no tiene nada que ver conmigo —le susurro al oído.
Fuera, le entrego al valet mi tarjeta numerada y se aleja por la calle. Pero
veo los ojos de ella, preocupados.
—Creo que tomaré un taxi a casa, si eso está bien. Tú y yo solos en un auto.
Sabemos cómo resulta eso.
Tomo su rostro con mis manos, llevando mis dedos a la parte trasera de ese
bonito y delgado cuello. El beso es intenso, tan fuerte por mi parte como de ella.
La deseo. La necesito. Estar dentro de ella, sobre ella. Por todas partes. Pero
todavía no. No ahora. La fuerza que toma alejarme es más autocontrol del que
pensé que tenía, pero lo hago. La dejo ir, justo cuando un taxi para en el lugar del
valet, esperando.
—Gracias por venir esta noche. Esto fue realmente…
Dios, ni siquiera sé la palabra. ¿Increíble? ¿Bueno? ¿Encantador? ¿He dicho
alguna vez la palabra encantador en voz alta? Le abro la puerta y entra al asiento
trasero.
—Fue perfecto —dice, terminando mi oración y sonriéndome—.
Simplemente perfecto. ¿Te veo mañana?
—Te estaré esperando. Seré el tipo con el número seis —le digo, y entonces
cierro su puerta y le doy al techo del taxi un golpecito con mi puño.
189
30 190

Mary
Tengo un tatuaje temporal del logo de los Bears en la mejilla y un pretzel
de queso parmesano en la mano. Bajo con Bridget por la telaraña de escaleras y
túneles a través del estadio hasta que encontramos nuestros asientos. Los que se
encuentran justo detrás de los jugadores de los Bears, fila del frente. Es como si
estuviéramos en el campo. Así de cerca estamos.
—Si pudiera encontrar a un hombre que me mimara la mitad de esto… —
dice Bridget, dándole un mordisco a su algodón de azúcar de color azul brillante—
. Los Géminis. Tienen toda la maldita suerte.
Lo que no le digo a Bridget, y ciertamente no le dije a Jimmy, fue que nunca
he visto un juego de fútbol. No sé nada al respecto, lo que estoy prácticamente
segura de que me convierte es una estadounidense para nada típica, pero no hay
nada que pueda hacer al respecto ahora.
—Verás, los partidos locales son geniales. Usan esos pantalones blancos.
—Mordisquea su algodón de azúcar—. Mira esos traseros. Dios.
Es verdad, son exquisitos. Pero el único que estoy buscando no es obvio de
inmediato. Reviso los laterales, contemplando las masas de músculos
descomunales y hombres fornidos que andan deambulando, algunos haciendo
estiramientos, algunos hablando, algunos bebiendo agua de diminutos vasos y
arrugándolos en sus manos. Veo a Radovic caminando de un lado a otro. Sigue
con los pantalones de calentamiento puestos, pero ahora también lleva botas y un
gran abrigo de pana, completo con un gorro de pelaje ruso, en lo alto de su cabeza,
por lo que su frente parece enorme.
—¿Dónde está Jimmy? —le pregunto.
Se detiene con el algodón de azúcar derramándose de su boca como una
nube.
—En serio, eres tan adorable. Él es el gran hombre del campo. Lo sabrás
cuando llegue. Lo prometo.
En pocos segundos, la predicción de Bridget es confirmada cuando las
máquinas de niebla comienzan a hacer neblina alrededor de uno de los túneles que
lleva al campo. Está rodeado de globos puestos en forma de arco, en el azul y 191
naranja de los Bears.
Anuncian a un jugador tras otro, sus entradas recibidas con los rugidos,
vítores y aplausos más fuertes que nada que haya escuchado en mi vida. Y entonces
el anunciante brama:
—Y el número seis. ¡El mariscal, Jimmy Falconi!
Que no es recibido con vítores. No. En cambio, un bajo buuuuuuuu llena el
estadio.
Miro fijamente a Bridget.
—¿Qué? ¿Por qué lo abuchean?
Se inclina hacia mí, aplastando nuestras parcas contra la otra.
—Lo aman cuando gana. Lo odian cuando no.
El enojo en mi interior es tan intenso que tengo que sentarme un segundo.
Imbéciles. Setenta mil imbéciles. Que alguien vuelque sus Old Styles en cada uno
de sus regazos…
—No puedo ver esto.
Pero entonces Jimmy pasa trotando, alza la mirada y me guiña un ojo.
Durante ese único instante no existe nadie más en el mundo, solo él y yo. Es
adorable, sexy y hermoso. Y, muy dentro de mí, siento a un rincón codicioso y
primal de mi alma decir: «Ese hombre es mío».
Desaparece en el muro de jugadores. Trago pesado y vuelvo a comprobar
que no esté babeando. No lo estoy, por suerte. Todavía.
—Siéntate —dice Bridget, acomodándose con su parca—. Porque no vamos
a ir a ninguna parte hasta que alguna de las dos tenga tantas ganas de hacer pis que
duela.

Creo que lo que más me alarma del juego es el ruido de los jugadores
chocando. Esa fuerza de huesos crujiendo, músculos desgarrándose y pulmones
comprimiéndose de hombres adultos corriendo a toda velocidad, y con el pleno
octanaje de la testosterona, uno contra otro, una y otra vez, una y otra vez. Bridget
sigue intentando explicarme las reglas, pero es tan fanática que ni siquiera puede
terminar una sola frase informativa antes de verse atrapada en el juego. De hecho, 192
no puedo darle sentido. Pero, cada vez que comienzan a jugar, cuando chocan entre
sí, todo en lo que puedo pensar es en esguinces, contusiones en los huesos, tibias
rotas y cerebros golpeados. Los de Jimmy sobre todo.
En cierto punto, después de unos minutos del descanso (¿cuarto, tercero?),
vuelve a arrojar. Señala hacia el campo, a un tipo muy alto con trenzas. Pero, antes
de poder lanzar, un tipo de aproximadamente el tamaño y las dimensiones del
hombre del saco lo derriba tan agresivamente que siento que voy a vomitar.
Pero Bridget dice que así es el juego, así es el fútbol. Así es cómo se juega.
—Si vas a salir con el mariscal, vas a tener que aprender a que te guste.
¿Salir con él? ¿Estoy saliendo con él? Lo observo trotar por los laterales y
charlar con Valdez. Miro su hermoso trasero. La estrechez de su cintura. Lo
observo quitarse el casco y frotarse el rostro con una toalla. Y es entonces cuando
me echa un vistazo y sonríe con esa expresión de HOLA, CHICA directamente a
mí.
Trago pesado.
Sí. Estoy saliendo con él. Sin dudas.
Más tarde, cuando los Jets están en la ofensiva, un término que he aprendido
de Bridget, me siento y saco mi teléfono. Busco REGLAMENTO DEL FÚTBOL
AMERICANO en Google.
Bajo. Bajo. Y bajo.
—¡Este juego es una locura! —Nunca he visto nada como eso en mi vida,
excepto una vez cuando busqué en Wikipedia LÍNEA DE SUCESIÓN A LA
CORONA BRITÁNICA. Pero, ¿esto? Es mucho, mucho peor porque está tan lleno
de argot que no puedo entender nada. Y, lo que sea que esté sucediendo con esos
diagramas de X y O, no lo entiendo.
Pero Bridget no responde. Porque justo frente a nosotros los Bears han
tomado el campo. Se ponen en posición, ese tiene que ser el término, a lo largo de
algún tipo de líneas imaginarias que parecen muy importantes. El tipo grande,
Valdez, arroja el balón entre sus piernas a Jimmy, esto parece ser algo estándar,
usando el idioma de Curtis. Los jugadores chocan entre sí por todas partes
alrededor de él.
Y entonces se gira con el balón en la mano y me mira. Es como si todo en
el planeta se detuviera. Alguien ha presionado PAUSA en la trasmisión de realidad
de Netflix. Sus ojos se encuentran con los míos y lo miro fijamente. 193
Puedes hacerlo. Sabes que puedes hacerlo.
El mundo de súbito recobra vida con un rugido y regresa a su velocidad
normal. Jimmy sostiene el balón cerca de su pecho. Y, entonces, por algún milagro,
encuentra un hueco entre los jugadores, por el que corre. Y corre. Y corre.
La multitud se vuelve completamente loca cuando corre hacia la línea de
meta. Los brazos de Bridget se lanzan al aire y extraños aleatorios por todas partes
se abrazan con tal y pura alegría que siento piel de gallina por todas partes.
Y los Bears toman la delantera. Seis puntos contra tres, dice el marcador.
Entonces hay todo tipo de conmoción, gente tomando distintas posiciones.
De hecho, no estoy prestando nada de atención debido a la enorme pantalla en el
extremo del estadio que está repitiendo en cámara lenta a Jimmy corriendo. Ese
cuerpo, oh, por el amor de Dios, ese cuerpo, en cámara lenta, en pantalones
blancos. Cada vez que su pie golpea el suelo, una ondulación sube por sus piernas,
su trasero. Ese trasero que he sujetado, arañado y encima del que he puesto mis
manos.
Ahora, en el campo, un tipo de aspecto limpio y delgado anda trotando.
Tiene un casco distinto y parece más delgado y bajo que el resto de los jugadores,
más como un jugador de balón pie. Jimmy no está en el campo, pero está
caminando por los laterales con el casco a medio poner. No puedo verle el rostro,
pero noto por su postura que está nervioso. Y, de golpe, yo también lo estoy.
El tipo delgado golpea el balón desde un pequeño soporte, y este sube y
sube por el aire. Cuando pasa a través de la gran U de metal, todo el mundo explota
de alegría otra vez.
Alzo la mirada al marcador, sintiéndome orgullosa. Eso hará que sean nueve
a tres, si una patada vale tres. Y valió eso cuando lo hicieron los Jets.
Pero, inexplicablemente, va siete a tres.
—¡Qué! No… ¡una patada vale tres!
Bridget se gira hacia mí. Inexpresiva.
—Y un punto extra vale…
—¿Un punto extra?
—¡Hoooolaaaaa! —dice—. Vamos. Un minuto hasta el descanso. Vamos a
hacer pis.
194

Nos paramos en la fila para el baño, cerca de un puesto de salchichas, que


huele tan bien que tengo que limpiarme la saliva con la servilleta del pretzel que
tengo en el bolsillo. La fila es inmensa pero se mueve rápido. Observo a varias
personas pasar con diferentes camisetas de los distintos jugadores.
A medida que nos acercamos a la puerta, con Bridget meneando las rodillas
porque tiene muchas ganas de hacer pis (le advertí que no se tomara un chocolate
caliente extragrande, se lo advertí), escucho un alboroto y me doy la vuelta.
Durante un milisegundo, pienso que es Jimmy con una chaqueta de franela
con una gorra de Carhatt, gritándole a un extraño.
Pero no lo es.
—Oh, Dios mío. Es el hermano de Jimmy —le susurro al oído a Bridget.
—Cielos. A ese tipo le vendrían bien algunas clases de manejo de la ira.
Y que lo digas. Michael le está gruñendo a otro aficionado y sus respectivos
amigos los están separando. El otro fanático, me doy cuenta, lleva una camiseta de
FALCONI. Por supuesto. No puedo escuchar lo que están gritando, pero tengo la
sensación de que lo que sea que Michael está diciendo no cae en la categoría de
amor fraternal.
Es entonces cuando Michael se suelta con un puñetazo completamente de
principiante, que para mi completa sorpresa conecta con el rostro del tipo en la
camiseta. El tipo se tambalea hacia atrás, con un chorro de sangre brotando de su
nariz.
—Oh, demonios —murmura Bridget, agarrando más fuerte mi codo,
entrelazado con el suyo—. No te metas.
Pero cuando Michael se prepara para otro golpe, me doy cuenta en este
momento de que no tengo que preocuparme por nada que tenga que ver conmigo
o Jimmy o Michael. Porque, cuando la multitud se separa por la pelea, el hueco
revela a la pequeña Annie allí de pie, observándolo todo. Se ve arrastrada a un lado
por la conmoción y aterriza sobre su trasero en el duro y frío concreto. No
reacciona al dolor que siente por la caída, sino que se queda mirando, con los ojos
bien abiertos, a su padre. El fanático de los Bears logra conectar un golpe en el
estómago de Michael y éste grita: «¡Hijo de puta!», que es cuando grandes
lágrimas brotan en los ojos de Annie.
Empujo para pasar a través la multitud, abriéndome paso a través de las 195
mareas de gente que va en ambas direcciones, mayormente alejándose de la pelea,
aunque algunos se detienen para alentarlos. Está en el centro de un mundo de pies,
botas y pantalones. De nieve, sal que derrite el hielo y arena. Me arrodillo en el
suelo frío y la levanto. Cuando la rodeo con mis brazos salta, asustada. Entonces
sus ojos se suavizan cuando me reconoce. Con ella en mi cadera, extiendo la otra
mano para alejar a la gente y llevarla a lo seguro, junto a una fuente de agua fuera
de servicio.
—Hola —le digo—. Eres Annie, ¿verdad?
Asiente.
—Soy Mary. Te conocí la otra mañana en la casa de tu tío Jimmy.
No sonríe para nada. En cambio, sus ojos quedan fijos en su papá cuando
se lanza sobre el fanático de los Bears en el suelo. Me permito ver a través de sus
ojos: un hombre con la camiseta de su tío moliendo a golpes el rostro de su padre.
Me giro para que no pueda verlo fácilmente, y pongo mi mano en su pequeño y
huesudo hombro, frágil a través de su delgada chaqueta rosa. Entierra su cabeza en
mi bufanda y me aprieta con sus piernas. Bajo la mirada y veo que tiene los leggins
sucios y hay un agujero en una de sus rodillas. Lleva unas botas rosadas,
remendadas con cinta de embalar. Las costuras de las botas se están abriendo y veo
su dedito asomándose. Trago mi horror y presiono mi cabeza contra el costado de
la de ella.
Sus pequeños brazos se aprietan a mi alrededor.
—Está bien. —La hago rebotar suavemente en mi cadera.
—No me gustan los gritos —me dice al oído—. Demasiado ruido.
La mantengo cerca, sujetando su diminuto cuerpo para calentarla y
calmarla. Hay evidencia de un corte curándose debajo de su ojo y una mancha de
algo en la comisura de su boca.
—A mí tampoco me gustan los gritos.
Presiona su rostro contra mi bufanda y me giro para ver cómo están
resultando las cosas con esa inútil excusa de hombre, que resulta que se parece a
Jimmy.
No le ha ido bien, pero tampoco a su oponente. El rostro de Michael está
todo ensangrentado, y dos guardias de seguridad se los están llevando. No dice
nada sobre Annie, pero sigue gritando con todas sus fuerzas sobre cómo: 196
—Los Bears nunca tendrán una maldita oportunidad.
Y entonces veo a cuatro policías uniformados bajar por el vestíbulo. Dos de
ellos se llevan a Michael en una dirección y al sujeto con la camiseta de Falconi es
empujado en la otra.
En ningún momento, ni siquiera por un instante, Michael se gira para buscar
a Annie. Ninguno de los policías mira hacia atrás. Es como si ni siquiera estuviera
allí. Annie se sorbe las lágrimas y me abraza con más fuerza.
—Está bien —le digo—. Te tengo.
Llevo a Annie a la fila del baño conmigo y se la presento a Bridget.
—Esta es la sobrina de Jimmy —le digo—. Annie.
Los ojos se Bridget me examinan y entonces la veo morderse el labio con
enojo. Asiento, alzando una ceja. Bridget sacude la cabeza. Bastardo. Qué
completo bastardo.
Puede que Annie esté asustada, pero es fuerte. Y, sin embargo, hay un
límite. Mira de mí a Bridget, ambas completas extrañas, y comienza a llorar. A
través de los sollozos, dice:
—Quiero ir a casa.
Me aseguro de que los guantes de Annie están ajustados y me quito mi
propio gorro para ponérselo en la cabeza. Es demasiado grande, pero al menos es
algo.
—Tengo que sacarla de aquí —le digo a Bridget, quien asiente, pareciendo
completamente apenada, igual que yo.
No quiero que Jimmy vea un asiento vacío donde estuve yo, pero sé que no
puedo dejar que esta niñita pase por más trauma. Necesita un lugar tranquilo,
quizás un chocolate caliente y una siesta. No necesita ver a su tío ser golpeado
como un pesado saco o estar rodeada de gente de tamaño medio gritándole a él
tampoco.
El rostro de Bridget pasa de preocupado a asustado y comienza a palmear
su chaqueta buscando su teléfono. Lo saca de un bolsillo delantero, donde siempre
lo mantiene cuando está de guardia.
—Mierda —gruñe, haciendo una mueca en cuanto se da cuenta que acaba
de soltar la palabra con M frente a Annie. Pero estoy segura de que no es la primera
vez que la ha escuchado—. Miércoles —dice Bridget—. Tengo a una madre de 197
parto. Tengo que irme.
Bridget parpadea en mi dirección. ¿Qué hacemos?
El plan llega de inmediato a mi cabeza.
—Toma un Uber. Te recogerán en el frente. ¿Eso funciona?
Bridget asiente distraídamente mientras abre la app.
—Perfecto.
—Y nosotras —le digo cálidamente a Annie—, vamos a casa. ¿Qué dices?
Solloza y luego dice «Sí, por favor» cerca de mi oreja.
Con Annie aferrándose a mí, uso mi pulgar para escribir un mensaje corto:
Yo: Tu hermano se metió en una pelea.
Yo: Tengo a Annie. Voy a llevarla a mi apartamento.
Yo: Buena suerte, mi amor. Lo estás haciendo estupendo.
Seguido por una carita sonriente. Y un corazón.
—¿Quieres decirle algo a tu tío? ¿Desearle buena suerte?
Es entonces cuando, por primera vez, sonríe un poco. Se saca un guante y
con un dedo diminuto y estable (un poco sucio debajo de la uña), presiona el
emoticono del balón y luego coloca su rostro contra mi cuello otra vez.

Recuerdo, después de ir a vivir con mi tía, después de que mis padres


hubieran muerto, que ella siempre estaba pensando en hacer galletas cuando yo
estaba triste. Me enfadaba o lloraba por una u otra cosa, intentando darle sentido a
todo, y ella decía: «Bueno, no puedes llorar ahora, cariñito. Tenemos para hacer
galletas de avenas con pasas. ¿Qué tal eso?»
Annie se aferra a mí durante todo el camino hacia el estacionamiento, y no
me suelta hasta que la bajo en el asiento delantero. Espera. ¿Qué demonios estoy
haciendo? Eso no va a funcionar. Un largo flujo de noticias sobre los peligros de
los asientos delanteros para los niños inunda mi cabeza. Así que vuelvo a
levantarla y bajo el asiento, para poder ponerla en el trasero. Ella recoge el panda
de Frankie y le da un apretón, pero no chilla. Solo hace un clic.
—Es de mi perro —digo—. Te gustará. 198
Me mira con desconfianza. Puedo notar que es de las que piensan, el tipo
de chica que se pierde en sus pensamientos. Parecida a mí, quizás.
—Tu papá va a estar bien. Solo tiene que lidiar con algunas cosas.
Cierto. Como los puntos delicados del Sistema penitenciario del Estado de
Cook, estoy segura. Y una noche en la celda de los borrachos, espero.
Cierro la puerta del pasajero y rodeo el auto hasta mi lado. Ella tiene el
panda presionado contra su pecho y me está observando como un halcón. Entro,
me pongo el cinturón de seguridad y me giro hacia ella.
—Sabes, es bueno que estuvieras hoy, porque iba a ir a casa y hacer algunas
galletas.
—¿Galletas? —dice, con los ojos grandes y abiertos, y por primera vez casi
parece feliz. Alargo la mano y la pongo en su diminuta rodilla, sobre sus mallas
sucias.
—Sí. Con trozos de chocolate. ¿Qué dices?
Entonces veo esa sonrisita adorable. Una sonrisa que hace que de verdad se
parezca tanto a la de Jimmy que me quita el aliento. Vuelve a apretar el panda y
esta vez, por algún milagro, suelta un chillido. Lo presiona contra su pecho.
—¿Está bien? —le pregunto cuando enciendo el motor—. ¿Galletas?
¿Suena bien?
Sonríe.
—Sí.
Enciendo el motor y ajusto el espejo retrovisor para poder verla. Pienso en
mi primera cita con Jimmy.
—Y un pajarito me contó que te gusta Así se hace. ¿Es correcto?
Sus ojos se iluminan y brillan, y siento algo, algo que nunca he sentido,
justo debajo de mi corazón.
Frankie Knuckles sigue a Annie como su perro guardián personal y ni
siquiera una vez intenta quitarle el panda.
—Le agradas —digo, agachándome para meter una bandeja de galletas en 199
el horno. Me ayudó a hacerlas, yo me encargué de hacer la preparación, ella se
encargó de hacer las bolas, así que todas son adorablemente pequeñas. Del tamaño
de un enano.
Pero no responde. Se limita a sonreír y luego se queda frente a la puerta del
horno viendo las bolas de masa brillar por el calor.
Pongo el temporizador y tomo a Annie de la mano, llevándola a la sala,
donde la ayudo a subir al sofá. Debajo de mis palmas, siento su cuerpo delgado.
Sus costillas, incluso. No tiene ni un poco de grasa. Cuando tenía su edad, yo era
tan rolliza que me senté en la puerta del lavavajillas y la rompí. Pero ella apenas
es una pluma. La he mantenido con las botas puestas porque hace frío aquí, y ahora
agarro una manta del respaldo del sofá y la envuelvo. Le quito las botas, y
automáticamente mete las piernas bajo su cuerpo y se estremece.
Como recuerdo que hacía mi tía por mí en los días realmente fríos cuando
había estado afuera jugando, paso mis manos por sus brazos para crear un poco de
fricción. Al principio, está rígida como una tabla, pero comienza lentamente a
relajarse y sonríe un poco. Es entonces cuando Frankie salta a su lado y lleva su
nariz a su rostro para darle un beso. Hay un repentino estallido de electricidad
estática, un chasquido que explota a través del aire. Frankie la mira fijamente, ella
mira a Frankie fijamente y él le estornuda en la cara.
Su risa es enorme, contagiosa y pura. Y tiene el beneficio adicional de hacer
que Frankie la lama con más fuerza. Centímetro a centímetro, por toda su cara,
nariz y párpados. Cuando llega a las orejas, ella chilla a todo pulmón y cae hacia
atrás contra mí, riéndose tanto que apenas puede respirar.
Suelta al panda durante la lucha y rodea con los brazos el amplio pecho de
Frankie. Él me mira como diciendo: ¡Bueno, eso es todo, mamá Mary! ¡Ya puedo
morir como un hombre feliz! Y luego maniobra para recibir caricias en el vientre.
Mi teléfono zumba en mi bolsillo y, mientras Annie está ocupada con
Frankie, aprovecho la oportunidad para echarle un vistazo. Es Jimmy
respondiéndome lo de antes.
Jimmy: ¿Está bien?
Jimmy: Ese bastardo.
Tomo una foto de ella con su brazo alrededor de Frankie y subtitulo:
«¡Estamos bien!» Lo veo escribiendo y entonces dice:
Jimmy: Muchas podridas gracias, Mary.
Jimmy: Jodidas*.
200
Yo: ¿Ganaste?
Yo: No sabía si ella debía mirar la televisión.
Yo: Así que hicimos galletas.
El temporizador suena y me apresuro a la cocina, sacando las galletas antes
de que comiencen a arder. En el momento justo, gracias a Dios. La pobrecita lo ha
pasado lo bastante mal hoy sin que la alarma de incendios resuene. Las pongo en
la rejilla para que se enfríen y me quito los mitones. Mi teléfono zumba de nuevo.
Jimmy: Tengo que ir a pagarle la fianza al bastardo.
Jimmy: Y sí. ¡Ganamos!
Siento el corazón tan pleno, tan aliviado por él, que casi podría llorar.
Yo: Estaremos aquí.
Yo: Supe que ganarías. Solo lo supe.
Yo: Besos.
Asomando mi cabeza hacia la sala, veo que Annie tiene un poco de la señora
Friedlander en ella y ha llegado a Así se hace sin ninguna ayuda. En la pantalla,
una línea infinita de piruletas llena un transportador y miro su sonrisa y cómo
acerca a Frankie un poco más.
De la nevera agarro una botella de leche y dos vasos del gabinete. Tomando
asiento de nuevo junto a ella en el sofá, nos sirvo un vaso para cada una. Mientras
la máquina gira las piruletas, y otra máquina comienza a ponerles los envoltorios,
su boca se abre. Está completa, total y enteramente absorta. El malestar del día ha
desaparecido. Su papá, ensangrentado en el suelo, ya no está en su cabeza. La
preocupación y el terror que deben ser parte de su vida no están aquí. Por este
momento solo son ella, Frankie y las piruletas. Le doy un vaso de leche y lo toma
con las dos manos, engulléndolo como si fuera lo mejor que haya tomado.
—Gracias —dice, con un magnífico bigote de leche yendo hasta la mitad
superior de su labio.
—Es un placer. —Agarro otra manta del otro extremo del sofá y los
envuelvo a ella y a Frankie.
Otra vez, siento ese pinchazo en mi corazón. No es simplemente de una
niñita cualquiera, la hija de un extraño o un cliente o incluso un amigo. Esta niñita
es distinta. Es callada, contemplativa y tiene los ojos de Jimmy Falconi. 201
Y realmente me agrada.
Me recuesto en el sofá, debajo de las mantas con ella. Mientras las galletas
se enfrían, el sol se pone y el viento silba en las ventanas, aprendemos todo lo que
hay que saber de las piruletas. Y sillines de montar. Y mangueras de jardín. Y todos
los burritos de frijoles veganos.
31 202

Jimmy
Para cuando llego a la casa de Mary, está oscuro y estoy de un malísimo
maldito mal humor. Las entrañas del sistema correccional del condado de Cook no
es el lugar para estar celebrando una victoria, pero tuvo que hacerse. Y lo van a
mantener durante la noche para que duerma cualquier mezcla de Jack y Fireball
con el que se haya estado ahogando desde el desayuno.
Gracias a Dios por eso.
Cuando me estaciono, le envío a Mary un mensaje diciéndole que estoy
aquí. Mientras camino hacia el edificio, su cabeza se asoma por la ventana de un
tercer piso.
—¡Hola! —grita—. ¡Atrapa, campeón! —Y deja caer las llaves. Estoy tan
deslumbrado por ella, tan distraído, que fallo en atraparlas por completo. Aterrizan
en una montaña de nieve cercana y las arranco de ahí.
Es la primera vez que he estado en su casa y se siente un poco mágico.
Sombrío en las escaleras, pero aun así mágico. Porque este es su territorio y me
gusta mucho. Subo los escalones, pensando en su risa aquí, pensando en rodearla
con mis brazos y besarla en los estrechos descansillos. A medida que subo las
escaleras, estudio todas las cosas unidas a sus llaves. Una moneda china con un
agujero cuadrado en el centro se encuentra en el llavero, junto con una pequeña
foto recubierta de plástico, de tres centímetros, de su amiga Bridget acurrucada en
Frankie Knuckles. Hay lo que parecen llaves de oficina, y la llave de un casillero,
para el gimnasio de boxeo supongo. Y también hay un pequeño círculo plateado,
grabado con las palabras: «Desarrolla tu propio mito». -Rumi.
Todavía hay tanto sobre ella que no sé. Tanto que deseo saber. Tanto que
necesito saber. Mirarla hoy a los ojos, antes de correr por ese touchdown, fue como
si el mundo se detuviese. Fue igual que ese día que estuve tan embelesado con ella.
El sol saldrá y se pondrá sobre esto.
Cuando llego al 3ª, llamo con suavidad. Escucho los sonidos de la televisión
dentro y a Frankie olfateando en la parte de debajo de la puerta. Ella la abre y estoy
en el paraíso. Allí está, y con ella llega el olor de galletas recién horneadas. Y rosas
por todas partes. Jarrones en cada mesa, cada superficie plana, incluso puestos en
tablas sobre los radiadores. 203
—A alguien debes gustarle —digo, tomándola en mis brazos.
—Bonitas, ¿verdad? Es un verdadero caballero. ¡Y puede lanzar!
Me da un enorme apretón. No el abrazo de una amante, sino un abrazo de
oso sin remordimientos que lo dice todo. Felicitaciones y Siento que tu hermano
sea un imbécil y Estoy tan feliz de que estés aquí.
Atrayéndola, cierro los ojos y presiono mi rostro en su cabello. Mi humor
de mierda desaparece al instante.
—Hola —susurra en mi oído.
Es como si me disolviera un poco en sus brazos, atrayéndola más cerca,
sintiendo la curva de ella contra mí.
—Vaya día. ¿Cómo está?
—¡Bien! —dice Mary en voz baja, frunciendo la nariz—. Encontramos Así
Se Hace y todo mejoró.
Asomo mi cabeza hacia la televisión y veo que Annie está desmayada.
Frankie está junto a ella, haciendo un nido en las mantas, arañando y arañando y
dando vueltas y vueltas en círculo. La mano de ella se desliza de su estómago hacia
el lomo de él. Él se queda quieto, a mitad de su nido, y se desploma en el sofá con
la cabeza sobre su pierna.
—Estoy tan contenta por este día —dice, atrayéndome por mi camiseta en
sus manos—. Supe que podías hacerlo.
La hago caminar hacia atrás y la presiono contra la nevera. Llevo sus labios
a los míos. Ahora es su turno se disolverse un poco, y se inclina hacia delante,
dejando que su peso caiga contra mí. Sus manos suben por mis antebrazos, y me
sujeta las muñecas a medida que profundizamos más y más. Luego de un largo,
largo, largo beso, se aparta y sonríe, la luz de la televisión haciendo que sus ojos
brillen.
Manteniendo la voz baja, le digo:
—Me alegra tanto que hayas estado hoy. —Pienso en lo que pudo haber
sido. Los Servicios para Menores y Familia, y los malditos desastres que el sistema
conlleva—. Y solo verte en las gradas. —La beso suavemente en la frente, dejando
que mis labios se demoren allí, antes de poner mi barbilla en lo alto de su cabeza—
. Ese primer touchdown es todo tuyo. Te di una mirada y boom. Magia. Sentí como
si fuera…
Me sonríe, esperando el final de esa oración. 204
¿Cómo estaba? Feliz. Emocionado. Preocupado. Todas las cosas humanas
que no he sentido en mucho, mucho tiempo.
—…ni siquiera lo sé. Transportado a otra parte que estaba tranquila y
cálida. Donde era feliz. Donde podía lograr cualquier cosa.
Poniéndose de puntillas, me da otro beso. Este es dulce y suave, labios
contra labios. Entonces baja y me quita el abrigo. Lo cuelga en un gancho junto a
la puerta, encima de su chaqueta.
—Bueno, transpórtate al sofá. —Tamborilea sus dedos sobre mi pecho—.
Y te haré un queso a la plancha.
Me dirijo a la sala. Su apartamento está un poco alborotado, de la mejor
manera. Solo un poco de caos, lo que de alguna manera se siente como una casa.
Habitada, llena de experiencias. En la pared hay fotos IKEA de amapolas en
marcos negros de IKEA. Hay juguetes de perro por todas partes, y el estilo
tranquilizador de Mary por todas partes. Noto unas agujas de tejer y un estambre
en una canasta junto a una de las sillas frente a la televisión, junto con una copia
de Tejer para Tontos asomándose. Levanto a Annie en mis brazos y la abrazo con
fuerza.
Desde la cocina, escucho la manteca siseando en la sartén y el sonido de la
nevera abriéndose y cerrándose. En la pantalla las etiquetas de los aceites de oliva
son pegadas a las botellas a medida que se alejan.
Dejar a Michael en la celda de los borrachos regresa a mí. La manera en que
golpeó los barrotes, la manera en que fruncía el ceño, fulminaba con la mirada y
gruñía. A decir verdad, probablemente pude haber conseguido sacarlo. Pero no lo
hice. Porque se merece estar allí, en el vómito y el ruido. Ni una vez, ni siquiera
una, preguntó por Annie. En mis brazos, ella se gira y se mete el pulgar en la boca.
Le rozo el cabello a un lado de su frente con los dedos y miro la cicatriz en su
mejilla. En el fondo, siento a mi estómago dar un vuelco. Ese rasguño fue mi culpa,
ella lo consiguió cuando la pelota de béisbol que estábamos usando apareció de
repente del suelo y la golpeó en el ojo. Y recuerdo pensar cuando eso sucedió, que
quizás pensarían que Michael lo hizo. Quizás la guardería que pago finalmente
comprenderá cómo es su vida, y que los gritos y bramidos la están lastimando
mucho más profundamente que cualquier rasguño en la piel.
Escucho las pisadas de Mary y la observo entrar a la sala sosteniendo un
plato con dos emparedados y un pequeño cuenco con kétchup a un lado.
Kétchup. Esta mujer me tiene calado.
Hundo el emparedado en el kétchup y le doy un enorme mordisco. Con la
boca llena, digo: 205
—Estoy cansado y cuando lo estoy, no tengo filtro. Así que quizás estoy
siendo demasiado directo. —Meto otro trozo en mi boca—. Pero si sirves queso a
la plancha con kétchup, creo que estamos destinados a estar juntos.
Ríe y acurruca a mi lado, observándome en la luz parpadeante de la
televisión.
Una parte de mí se da cuenta que probablemente va a decir algo como
Cálmate u Oh, Jimmy, eso es tan tonto.
Pero no lo hace. Toma la mitad de un emparedado para sí, lo hunde en el
kétchup y dice:
—Quizás lo estamos.
Demonios. Me mantengo ocupado viendo cómo hacen tapones de goma.
Pienso en lo que acaba de decir. Pienso que acaba de decir que estamos destinados
a estar juntos. La miro y luego a Annie, a Así Se Hace y a las galletas que también
trajo de la cocina.
—¿Estuvo todo bien con ella? —susurro. No puedo verla, porque está
acurrucada contra mí, pero puedo sentirla asentir contra mi hombro.
Ese asentimiento, ese dulce y entusiasta asentimiento.
—No tengo mucha experiencia con niños. Pero ella es especial. En verdad
deseo que lo pasara mejor.
Jesús. Yo también. En todos los sentidos y todos los días, deseo haber sido
su papá en vez de Michael. Pero no lo soy, y por lo tanto, tengo que tomar lo que
pueda conseguir.
—Al menos por esta noche, es feliz y se encuentra a salvo.
Mary alarga su mano y toma la mía, apretándola con fuerza.
Dios mío. No solo Annie está feliz. Yo también. Tenerla para venir a casa,
eso es felicidad. Eso es seguridad. Esto es lo había necesitado. Esto era un lugar
vacío.
Nada lujoso. Nada loco. Solo ella. Esto. Nosotros.
32 206

Mary
Luego de cambiar el plan de batalla con Curtis otra vez, y de asegurarle que
no, él no necesitaba algún tipo de maniobras de operaciones especiales para
desinflar bolas nocturnas, muchas gracias, los siguientes dos días son todos de
Jimmy, todo de fútbol, todo el tiempo. Me reporto en Soldier Field a las nueve en
punto y trabajo con Jimmy durante dos horas en la mañana. Nos tomamos un
descanso para almorzar y hacemos otras dos horas en la tarde. Aprendo su rutina
de entrenamiento, que es completamente agotadora. Aprendo que puede correr
treinta y seis metros en 6.4 segundos, y según algún métrico que no entiendo
completamente, eso es muy lento. Aprendo que cuando no se está preocupando por
Annie, ahora de regreso con su papá, vive, come y respira fútbol. Es
ininterrumpido, constante y raya en la obsesión y eso podría volver loco a un
hombre. Y es implacable consigo mismo. Por cada pase atrapado, hay uno fallado
que recuerda también. Por cada touchdown en la práctica, se enfoca en las
intercepciones.
Sin embargo, he notado un patrón. Cuando no está pensando en el juego,
cuando no está estresado, cuando no exhausto, logra casi todos los pases que
intenta. Si puedo hacer que se centre en algo más, me pregunto qué pasará. Si
puedo conseguir sacar sus pensamientos del ciclo, me pregunto si las cosas
mejorarán.
Luego de terminar de ayudarlo con los estiramientos de piernas (tan erótico
como nada de lo que haya sido parte porque esas piernas, Dios mío), lo sigo al
campo de práctica. Un puñado de tipos enormes se están empujando contra estos
grandes aparatos de metal y vinilo. Intento abrir la página de Wikipedia en mi
cabeza. Trineos de entrenamiento, creo que se llaman. Quizás. Parece lo bastante
absurdo como para estar en lo correcto. Deteniéndome cerca de él, estudio su brazo
cuando lanza. Lo tengo sin la camiseta puesta ahora y venda terapéutica cruzando
su hombro herido.
—¿En qué piensas cuando lanzas? —pregunto.
Inclina la cabeza en mi dirección.
—Hummm. ¿Hacer el pase? —Lo arroja suavemente y con facilidad hacia
Valdez, quien lo arroja de regreso. Observo sus enormes dedos agarrar los
cordones cuando gira el balón en su mano y luego prepararse para hacer otro 207
lanzamiento.
—Quédate ahí —le digo, y bajo sobre el césped artificial, mirando hacia
arriba su cuerpo.
Hace una pausa con el balón en su mano.
—Dios, eres sexy.
—Como lo eras, soldado.
Entonces sonríe y arroja el balón con ese movimiento suave, sencillo y
hermoso otra vez.
—De acuerdo, ahora lánzalo en serio. Déjame ver esas grandes armas.
Se ríe un poco y le grita a Valdez que «vaya más adentro». Oh, Dios.
Tomando el balón con las dos manos, lo echa hacia atrás. Finalmente
comprendo el significado de abdominales de lavadero. Sus pies están ubicados
perfectamente, sus hombros firmes.
Justo cuando está a punto de soltar el balón, le digo:
—Punto de campeonato, Jimmy. Es hacerlo o morir…
Y lo arruina completamente.
—Bueno, eso fue un golpe bajo. —Tose y recoge otro balón.
Pero cuando subo la mirada por ese cuerpo que me gusta tanto, y miro ese
rostro que hace que me derrita, se me ocurre lentamente.
No creo que esté en su hombro para nada. Es fuerte y está sano, y todas las
radiografías en su archivo muestras que su hombro se ha curado perfectamente
luego de la cirugía. Cuando solo era el mariscal de respaldo, dice Bridget, podía
hacer prácticamente cada pase, sin importar lo dificultoso. En un abrir y cerrar de
ojos, él era su hombre. Pero luego se volvió el mariscal principal y todo se fue al
demonio.
Así que me pongo de pie, finjo estar ocupada con mi portapapeles.
Hablamos de cosas ordinarias. Cómo mi Wrangler necesita neumáticos nuevos.
Cómo a él le gustaría comprarme neumáticos nuevos. Cómo no voy a dejar que
me compre neumáticos nuevos. Cómo ya lo veremos. A través de toda la
conversación, solo medio concentrado, hace una serie de lanzamientos certeros y
perfectos, una y otra vez.
Es entonces cuando le hago un pequeño espectáculo. Me inclino por la
cintura y finjo estar haciendo algo en mi bolso. Pero puedo verlo observándome.
Haciendo una cara de santa mierda que sin duda alguna me derrite. Otro pase 208
perfecto a Valdez. Sesenta yardas, fácil.
Pero entonces, entre mis piernas, veo a Radovic. Ha regresado a los Crocs
porque Frankie no vino conmigo hoy. Se enfoca en Jimmy y aplasta su lata.
Jimmy se prepara para lanzar y digo:
—Red Bull llegando.
Se equilibra, se centra, tiene esa mirada en su rostro que ni siquiera tiene
cuando está intentando mantener a raya un orgasmo. Es su rostro para lanzar
cuando está bajo presión, su rostro centrado. El rostro que tiene cuando todo el
mundo lo está mirando y comienza a creer que tampoco va a lograr hacer esta
jugada.
Lo deja volar. Y lo arruina.
Un experimento más.
—¿Quieres cenar conmigo? —le pregunto.
Su ceño fruncido al ver a Radovic desaparece y me muestra esa enorme y
gran sonrisa.
—Diablos, sí.
Lance perfecto.
Asiento y le subo la cremallera a mi bolso. Bajo presión, con todos esos
viejos pensamientos devanando su cabeza, se pone nervioso. Distraído, se destaca.
Todas las veces. Observo la espiral zumbando a través del aire, setenta yardas
fáciles.
—Cocinaré para ti. Aparece en mi casa a las 7.
Gime un poco.
—Me gusta cuando me mandoneas —murmura y arroja otro pase perfecto.
Tomo mi lugar junto a él y pongo mis manos en sus hombros, masajeándolo
un poco. Valdez le devuelve el balón y lo atrapa, fácil y con sencillez. Siento a su
bíceps hincharse bajo mi mano y esta vez, es mi turno de gemir.
Pero entonces, se queda quieto. Observo sus ojos agrandarse y sigo su
mirada. En el otro extremo del campo de prácticas está un joven atravesando una
de las entradas. No puedo verlo con claridad, pero Jimmy puede.
—Mierda —dice, palmeando el balón.
—¿Qué pasa? —Entrecierro mis ojos.
209
El joven, que no puede tener más de 23 o 24, estrecha la mano de Radovic.
—Ese es Sam Brenner, mariscal figura de Northwestern. —Cierra los
ojos—. Maldita sea.
Uno de los hombres de mantenimiento se acerca y el chico le firma un
autógrafo.
¿Qué demonios está haciendo un universitario aquí?, me pregunto. Y mira
lo arrogante que es. Mira cómo se pavonea y actúa como si este lugar fuera suyo.
—¿Quién es?
—Es… —Jimmy se detiene abruptamente.
Porque es entonces cuando Radovic se gira, recogiendo algo de una mesa
cercana. Desdobla una camiseta nueva. Número cuatro.
Jimmy me mira fijamente a los ojos.
—Es mi maldito reemplazo.
33 210

Jimmy
Actúo tranquilo. Acompaño fuera a Mary y le digo, sí, la veré a las siete, y
luego regreso al vestuario. Allí encuentro a Radovic, esperándome junto a mi
casillero.
—¿Qué demonios fue todo eso? —pregunto, mirando hacia el campo de
prácticas—. ¿Qué está haciendo Brenner aquí?
Como si no lo supiera ya.
Radovic resopla y se levanta del banco. Noto un agujero diminuto en las
costuras de sus pantalones debido al roce todo el tiempo.
—Acaba de firma su contrato hoy.
Lo sabía.
Pero empeora. Radovic dice:
—Vamos a llevarlo con nosotros a Denver. —Mira a mi hombro y luego mi
ingle y de nuevo mira mi hombro—. Es temerario, con un brazo como cañón. No
se rompe bajo presión y es muy joven para tener miedo a ser golpeado.
En otras palabras, todo lo opuesto a mí.
Una vez leí que la edad ideal de un hombre para ir a la guerra es entre los
dieciocho y veintidós, porque están llenos de testosterona y no tienen idea de cosas
como las consecuencias, no tienen responsabilidades y tienen una vaga idea de lo
que me gusta llamar el futuro. Por lo que Brenner, a diferencia de mí, está lleno de
energía, es engreído, y no piensa mucho en nada. Su modus operandi es arrojar con
toda la fuerza el balón y ver qué sucede. Justo el tipo de hombre de Radovic.
Me da una palmada completamente incómoda en el hombro y luego se
marcha.
Cierro los ojos y me agarro a la puerta de mi casillero. Me aferro tan fuerte
que escucho a las bisagras gemir. Desde una perspectiva estratégica, tiene sentido.
Tomaron al niño antes del draft . Su padre fue un Bear, también el número cuatro.
Lo que significa para mí es que ahora, esperando entre bastidores, es un heredero
de mariscal de campo buscando mi trabajo. Fantástico. 211
Ese es el asunto con respecto a esta liga. Puedes ganar un juego, pero tienes
que seguir ganándolos hasta que ya no haya nada más que ganar. No es suficiente
darle vuelta con un juego más. Es una racha o es una mierda.
Brenner se acerca pavoneándose al vestuario y me hace un movimiento de
barbilla.
—Hola, abuelo.
Hijo de puta.
—Me alegra tenerte con nosotros. —Ni siquiera puedo obligarme a mostrar
una sonrisa. Me quito la camiseta transpirada sobre mi cabeza y la arrojo a mi
casillero. En el espejo en la parte trasera, veo a Brenner mirando la venda en mi
hombro.
—No se ve muy bien —dice. Y, por supuesto, se acomoda las bolas.
—Está bien. —Me pongo una camiseta limpia y luego una sudadera.
—¿Sí? ¿Eso crees? No por lo que escuché.
Este pedazo de mierda. No voy a quedarme aquí y defenderme. No lo haré.
He estado en esta ligar demasiado tiempo para tener que soportar a pequeños
imbéciles con rostros llenos de granos en vaqueros que se les caen por el culo.
Agarro mi bolso, lo subo a mi hombro y me dirijo a la puerta. Si me dicen algo por
irme temprano, que me lo digan. Es mucho mejor que responderle a este idiota con
mi puño.
Cuando me voy, Radovic pasa a mi lado, como si ni siquiera existiera,
hablándole a Brenner sobre conseguirle un casillero, comprobar el equipo y ser
incluido en la lista para el domingo.
Malnacidos. Les mostraré. Lo haré. Pero mientras tanto, tengo que
calmarme. Tengo que encontrar mi Zen.
Necesito ir a Costco.
A veces me pregunto qué pasaría si me conectaran a un monitor cardíaco
cuando entro por las puertas de Costco. ¿Mi corazón se aceleraría o entraría en una
especia de trance con un latido cada tres segundos, como si estuviera durmiendo? 212
Porque jodidamente adoro este lugar. El aroma, la mierda que tratan de vender, las
muestras. Los pollos asados. Todo. Le muestro mi tarjeta al tipo en el frente. Vengo
aquí tan a menudo que ya ni siquiera me notan, lo que es fantástico. Me dirijo a la
sección del frente, paso las palas y el hielo derretido y vuelvo a meter mi billetera
en mi bolsillo. Llevando el carrito conmigo, intento calmarme un poco. Claro que
contrataron a Brenner. Serían estúpidos de no hacerlo. Claro que lo llevarán a los
juegos de visitantes. En este momento, el mariscal de segunda categoría es aún
peor que yo. En serio, debería sorprenderme que no contrataran un lanzador de
primera categoría antes. Debería. Pero no lo estoy. Estoy enfadado. Agarro una
lata de cacahuetes de dos kilos y medio y la dejo en mi carrito.
A veces odio este juego. Simplemente lo odio, maldita sea.
Así que me concentro en las buenas cosas que están pasando ahora. Sobre
Annie, que lo está haciendo bien en la guardería, a pesar de su papá. Y en Mary.
En cuanto pienso en ella, me siento bien. Como si todo estuviera bien. Como
si el fútbol no fuera lo único que importa. Porque ahora la tengo. Un lugar para
toda mi atención.
Empujo el carrito hacia las toallas y noto una bonita bata de mujer, tejido
turco, en rosa claro, $39.99.
Lo tomo y lo sostengo frente a mí y pienso en el mismo. ¿Qué haría ella,
me pregunto, si comenzara a comprarle cosas en Costco?
A la mierda. Lo descubriré luego, pienso, y lo dejo caer encima de los
cacahuetes en mi carro. Mientras avanzo por los pasillos, la influencia relajante de
los productos a granel me atraviesa. Paso los libros, agarro una copia de Lyndon
Johnson y el sueño Americano, y sigo andando.
El hecho es, que no necesito mucho. Estoy bien abastecido, pero para
cuando termino el recorrido, tengo todo tipo de cosas en mi carrito que no creí que
necesitara. Una resma de papel de imprimir, porque a Annie le gusta colorear
páginas en blanco. Setecientos marcadores, también para Annie. Tengo tres tubos
de crema corporal —coco, vainilla y mango— y meto esos junto a la bata para
Mary.
Y luego voy a la caja, cargando todas mis cosas en la cinta transportadora.
La cajera marca todo. La reconozco y no me trata de manera diferente a la
dama que estuvo frente a mí. Guardo mis cosas y hablamos del clima, sobre una
tormenta que se supone que esté llegando pronto.
Entonces le entrego mi tarjeta de débito.
Ella presiona TOTAL. Y dice:
213
—Lo siento, señor. Fue rechazada.
—¿Qué? —pregunto, mirando a la tarjeta—. Eso no puede ser posible.
—Déjeme intentarlo otra vez. Tuvimos tantos problemas con estos nuevos
lectores de chips. —Escribe algo con sus largas uñas púrpuras. Vuelve a
escanearlo.
Y la pequeña pantalla azul dice: Rechazada.
Miro a mis cosas, todo empacado en una caja de pepinos de invernadero
que saqué de la pila. No puede ser posible. Pienso, repasando mentalmente mi
cuenta bancaria. Tengo treinta mil allí.
Detrás de mí, se está formando una larga fila. No está concurrido aquí, pero
Costco es una máquina bien engrasada; no hay espacio en el sistema para mierda
como esta.
La cajera espera, mirándome. Busco en mi billetera y saco mi tarjeta de
crédito, que pasa sin problemas.
Ella es agradable al respecto, pero puedo notar lo que está pensando:
¿Jimmy Falconi está quebrado?
Cristo.
Empujo el carrito fuera del camino, junto a la pequeña zona de restaurante
y me apoyo contra la pared. Saco mi teléfono, abro mi app Wells Fargo y me
conecto. Estoy tan nervioso que me equivoco con mi contraseña la primera vez,
pero la pongo bien en el segundo intento y espero mientras la pequeña rueda de
«esperando» gira y gira sobre la pantalla que dice POR FAVOR, ESPERE
MIENTRAS RECUPERAMOS LA INFORMACIÓN DE SU CUENTA.
Saldo de su cuenta corriente primaria: $0.91.
—Demonios —digo, haciéndole clic a la información de la cuenta.
Y allí, en transacción tras transacción, cientos de ellas, están las palabras
JUEGOS DE AZAR Y APUESTAS POR INTERNET: GRAND CAYMAN.
Michael entró en mi cuenta.
—Ese hijo de puta.
Y me dejó limpio.
34 214

Mary
Luego de hacer algunos rounds con Manny en el gimnasio, lo que es un
poco a pelear con mi abuelo, si mi abuelo fuera un boxeador de peso súper ligero
sin guantes de la Ciudad de México, llego a casa a un apartamento oscuro y
silencioso y una nota de Bridget que dice: En casa de mis padres arreglando su
estúpido wifi. Asaltaré su bodega y te veré por la mañana.
Me quito mis ropas sudorosas, las arrojo a la cesta y luego entro en la ducha.
Esta vez, incluso seco mi cabello, lo que, poco sabe Jimmy, prácticamente lo pone
en la lista élite de citas ya que secar mis rizos toma tanto tiempo que tengo que
tallar un trozo de mi tarde para hacerlo. Pero él lo vale. Sin duda lo vale.
A las siete menos cuarto, escucho el thump-thump-thump de pisadas
llegando por el corredor y me quedo inmóvil. No hay mucha gente en este edificio
y ninguno de ellos suena como el abominable hombre de las nieves. Tiene que ser
Jimmy.
Miro por la mirilla, limpiándome las manos en mi delantal. Allí está,
esperando pacientemente. Abro la puerta, pero se queda trabada con la cerradura.
—No sabía que me habías escuchado. Iba a esperar hasta que fuera la hora.
—Los vasos se sacudieron en los gabinetes. —Cierro la puerta ligeramente
para sacar la cadena y abrirla completamente.
Entra. Puedo ver inmediatamente que algo sucede.
—¿Qué pasó?
Se quita el abrigo y lo cuelga en la clavija sobre el mío.
—El peor puto día de mi vida.
Lo miro fijamente.
—Por favor, no me digas que tienes que irte. Todavía no. Ganaste la semana
pasada y ganarás otra vez. Ese chico universitario no se compara en nada contigo.
Su mirada se ensombrece.
—Si puedes creerlo —dice, haciéndome retroceder contra los abrigos y
bufandas—, esa no fue la peor parte. Pero no quiero hablar de eso. —Se empuja 215
contra mí—. Te necesito. Ahora mismo. Necesito olvidar todo acerca de hoy.
Detrás de mí, puedo escuchar el agua de la pasta comenzando a hervir.
Puedo oler las albóndigas, que necesitan ser dadas vuelta.
—Pero tengo la cena…
Me detiene con una mirada. Una mirada penetrante, dura y ávida.
—Mary. En verdad. Te necesito. En la cama. Ahora.
Sí, señor.
—La cena puede esperar.
—Maldición. Eso es lo que necesito escuchar. —Tira de mis pantalones con
sus enormes manos. Se inclina y lleva sus labios a mi oreja—. ¿Bridget está en
casa?
Niego con la cabeza.
—No. Fue a ver a sus padres. Estará fuera durante toda la noche.
—Bien —dice, presionándose contra mí y jalándome contra su cuerpo al
mismo tiempo—. Porque han pasado tres putos días desde que he estado dentro de
ti, y no voy a esperar un segundo más. Albóndigas o no.
Mis rodillas ceden, y de no ser por los abrigos y bufandas detrás de mí, creo
que me deslizaría hasta el suelo.
—Lo que digas.
—Buena chica. Y voy a necesitar tu vibrador.

En mi dormitorio, solamente con la extraña luz de un tono rosado del cielo


nocturno de invierno entrando desde fuera, me acuesta en la cama, acariciándose
y mirándome.
—Te extrañé mucho.
—¿Estás bien? —alargo mi mano para atraerlo para un beso. Su falo se
presiona contra mi pierna a la vez que se presiona sobre mí. Su mano llega detrás
de mi cabeza y sus dedos se enredan suavemente en mi cabello. 216
—Estoy mejor ahora —me dice, pero su voz es más oscura de lo normal,
más cansada y agotada.
Tomándolo en mis manos, apartando la suya, lo acaricio. Me pierdo en esa
piel suave, la manera en que las venas se hinchan, la suavidad de la cabeza. Su
mano se desliza por mi pierna y sus dedos tocan mi entrada. Cuando toca mi
humedad, gime. Cuando su dedo se curva a lo largo de mi clítoris, me apoyo contra
la cama.
—Vibrador —ordena—. Ahora.
Ruedo y busco debajo de la falda de la cama, cerrando mi dedo sobre el
cable de extensión para jalarlo. Cuando lo hago, me da una bofetada en el culo, y
luego otra, en el mismo lugar. Se siente crudo, agudo y caliente. La marca de su
mano toma forma en el escozor.
—Dios —digo sin aliento, y me gira sobre mi espalda, subiéndose sobre mí
y sujetando mis manos por encima de mi cabeza. Va directo a mi interior, sin pedir
permiso, sin juegos previos, solo se empuja dentro de mí fuerte y agresivo. Como
si le perteneciera.
Es como si ni siquiera estuviera aquí conmigo al principio. Sus ojos están
cerrados y luego también los míos por tres demenciales estocadas que me hacen
rugir en las almohadas. En un movimiento rápido, me gira por lo que estoy sentada
encima de él y él está sobre su espalda en el colchón.
—Enciéndelo —dice, luego de acomodarme sobre él, luego que dejo de
jadear, respirar dificultosamente y gemir mientras me abre completamente—.
Vente para mí. Pero no te detengas en uno.
Tomo el Hitachi y lo enciendo, la cabeza zumbando a unos centímetros de
mi clítoris.
—¿Cuántos?
Otra embestida en mi interior, más profunda otra vez.
—¿Cuántos puedes darme?
Lo observo en esta oscuridad a medias.
—No lo sé.
—Quiero tres para empezar. —Sube sus manos a mis senos y les da un
pequeño pellizco a ambos pezones, luego guía el Hitachi a mi clítoris.
En cuanto me toca, estoy gimiendo. 217
—Y voy a permanecer dentro de ti todo el maldito tiempo. Te follaré a
través de los orgasmos y más. ¿Cómo suena eso?
—Suena…
Bueno, en realidad no sé cómo suena, repentinamente. El vibrador está
ejerciendo su magia sobre mí, y me estoy derritiendo y palpitando, mientras se
conduce dentro de mí una y otra vez.
—No tienes una maldita idea de cuánto necesito verte correrte ahora mismo
—dice, justo cuando estoy comenzando a inclinarme sobre el borde—. Cuánto
necesito que te entregues a mí.
—¿Sí?
—Desde el minuto en que te fuiste, lo he necesitado. Desde la última vez
que estuve dentro de ti —dice, empujándose dentro de mí, sujetándome por las
caderas—. He estado pensando en ello.
—Oh Dios… —Siento a las contracciones comenzar, las oleadas de placer
haciéndome aferrarlo con fuerza.
—Ve. Déjate sentirte. —Me equilibra con su palma sobre mi pecho, entre
mis senos, y dejo que mi peso caiga hacia abajo y adelante.
—¿Puedo venirme? —digo jadeando.
—Maldición, sí, puedes.
Sucede así, conmigo de rodillas. Es enorme y ruidoso, e incluso mientras
me estoy viniendo, lo escucho reírse un poco, esa risa cálida y hermosa.
—Diablos, sí. Más. Sigue.
Entonces se incorpora, haciéndome deslizar hacia su regazo. Mantengo el
vibrador en mi clítoris, no empujando con fuerza, porque estoy muy sensible, pero
permaneciendo en el lugar suavemente, dejando que mis labios sean algún tipo de
amortiguador.
—Los orgasmos son iguales que olas —susurra—. Solo déjalo ir. Solo
déjalas venir.
De nuevo, se conduce dentro de mí, descontrolándome con el toque preciso
de mi punto G. me concentro en darle lo que está pidiendo, un segundo orgasmo,
tan pronto luego del primero. 218
—Quiero que te vengas sobre este falo, hermosa. Hazlo. Hazlo, ahora —
dice, con un borde de oscuridad en su voz—. ¿Recuerdas cuando te entregaste a
mí en esa silla? Hazlo de nuevo. Porque eres toda mía. Completamente mía. —
Agarra mis hombros por detrás, bajándome más sobre él—. Sabes que puedes jugar
a la tímida. Sabes que puedes decirme que retroceda, pero no puedo. Y no lo haré.
Nunca lo haré. Porque eres jodidamente mía y así es cómo es.
Jodidamente mía.
Cierro los ojos. Pienso en su pene en mi interior. Ese palpitante,
increíblemente grande y divino…
—Oh, demonios, Jimmy…
—Te lo dije —dice, acelerando el ritmo.
—Me vengo —le digo en voz baja cuando todo comienza a titilar y
temblar—. Me estoy viniendo.
Con un movimiento relajado, me obliga a acostarme sobre la cama con su
palma en mi esternón. Cuando golpeo el colchón y mi cabeza se inclina hacia el
suelo, el orgasmo de alguna manera se amplía, amplificado por la profundidad, el
ángulo y la fuerza, la fuerza que hace que la cama se sacuda y los muebles
repiqueteen de él tomando lo que desea.
Lo que es suyo.
Yo.
Grito su nombre. Dejo escapar gruñidos y gemidos que ni siquiera tenía en
mí.
—Así es. Deja que todo el maldito edificio sepa que Jimmy Falconi está
dentro de ti.
Oh, Dios.
Pero a medida que bajo del segundo, lágrimas se derraman por mis mejillas.
Como si no se hubiera tratado de un simple orgasmo, sino algo muy dentro de mí.
Escucharlo hablar así: arrojando la precaución al viento, simplemente
entregándolo todo por mí, me desmantela.
—Me pongo muy emocional contigo —le digo, moviendo el vibrador de mi
clítoris. Una de sus grandes manos seca mis lágrimas y beso su palma—. No es
solo sexo. 219
—Claro que no, no lo es. No con nosotros —dice—. ¿Lo sientes también?
—Sí. Lo siento. —Mis palabras apenas son audibles, incluso para mí. Pero
puede escucharme, puedo notarlo—. Y me asusta mortalmente.
—No tengas miedo. —Su voz es ronca y segura—. He esperado por tanto
tiempo encontrar a alguien que me haga sentir exactamente como me siento
contigo. Como si estuviera a salvo, y fuera amado y necesitado. Y como si no
estuviera tan solo después de todo.
—No estás…
—Tampoco tú. Porque te protegeré, cuidaré y daré todo lo que necesites.
Saber que iba a estar contigo fue lo único bueno de hoy. Tú. Solo tú. ¿Lo entiendes?
—Sabes que sí.
—Creo que voy a tener que mostrarte. Lo que quiero. De ti. Ahora. En mi
corazón, lo que deseo eres tú…
Nuestros ojos se encuentran. Embiste dentro de mí y gruñe:
—Con mi bebé en tu interior.
—Oh, mierda —jadeo. La pura necesidad humana de eso tiene tanto
sentido; ni siquiera puedo responderle.
—Si solo fuéramos lobos en la naturaleza, ¿sabes lo que estaría intentando
hacer todo el tiempo?
Embiste dentro de mí más profundamente y gruño un:
—Lo sé.
Porque en verdad lo sé. Las cosas que le hace a mi cerebro no son racionales.
Las cosas que le hace a mi cuerpo son casi automáticas. En este momento, no
somos lógicos. Somos feromonas, necesidad y deseo.
—Estaría montándote cada jodida oportunidad que tuviera, Mary Monahan.
Eso es lo que me haces. Eso es lo que está pasando por mi cabeza.
Es exactamente lo que necesito escuchar. Es la fantasía que tuve enterrada,
que era ridículo, inconveniente y demencial. Hasta ahora.
—Dime que lo quieres.
—Sí. Lo quiero. Lo necesito.
—Buena chica.
220
Lo quiero. Me siento desgarrada, asustada y pasmada. Me siento total y
completamente libre.
—¿Confías en mí? —dice mientras se conduce dentro de mí otra vez, pero
esta no tan agresivamente. Más cuidadosamente. Cariñoso.
—Sí. —Ni siquiera tengo que pensarlo.
Y es entonces que sus dedos se aprietan alrededor de mi cuello.
Me hace tener un poco de miedo, pero no mucho. Porque confío en él. Y
deseo todo lo que tiene.
—Voy a cortarte el aire, solo un poco —dice, cerca de mi oreja—. Así
puedes darme un tercero.
—La manera en que hablas me vuelve loca, Jimmy. —Mi voz está tensa y
entrecortada.
—Bien. Eso es lo que quiero escuchar. —Aprieta su agarre.
Siento mi pulso detrás de mis ojos. No aparta su mirada de mí, pero está
serio y centrado.
—No quiero dejarte ir jamás, Mary.
—No tienes que hacerlo.
—¿Vendrás a los juegos de visitante conmigo? —pregunta, bajo y gutural.
Trago.
—No me necesitas.
—Claro que sí. —Su agarre se aprieta más—. Te necesito más de lo que
puedas llegar a entender. Te necesito conmigo. Te quiero conmigo. A mi maldito
lado, en mi cama, en mi vida. En los juegos de visitante. En el avión. No solo para
follar. No solo para tener sexo. Pero necesito que me dejes amarte. Necesito que
me dejes dar rienda suelta contigo. No puedo ser amable por mucho más tiempo.
Justo entonces, con todo este calor entre nosotros, y su enorme mano
alrededor de mi garganta, puedo sentir que todo cambia. Deja de ser amable, si
alguna vez lo fue. Todo cambia. Con mis ojos mirando en los suyos, lo siento.
Habla en serio. Hablo en serio. Esto es serio.
Lo más seria que he sido en parte de mi vida.
—Vente de nuevo —dice, presionando un poco más. La base de su palma
presionando en mi esternón.
—Déjame amarte. No me hagas esperar. 221
Es entonces cuando sucede.
El orgasmo más fuerte, más escandaloso, más fantástico de toda mi vida.
Estoy gritando su nombre a todo pulmón y está gruñendo:
—Dame todo lo que eres.
35 222

Jimmy
Es el sábado a la mañana en el avión del equipo y no la veo por ninguna
parte. Pasé todo el día de ayer arreglando mi situación monetaria. Y estoy lejos de
estar quebrado, pero soy treinta mil más pobre, y esto se acerca mucho a moler a
golpes a mi hermano.
Descubrí que lo que sucedió fue lo siguiente: Luego de ganar el domingo,
quedó en números rojos con sus corredores de apuestas. Entonces se volvió loco y
consiguió meterse en mis cuentas: es malditamente fácil cuando conoces el número
de seguridad social de alguien, su cumpleaños, el apellido de soltera de su madre
y todo lo demás que hay que saber sobre ellos. Pero por el momento, está bien.
Algo así. En la jodida lógica de ser el hermano de Michael, cuando está lleno de
dinero, es feliz y Annie está a salvo.
Pero no hay duda de que es momento de involucrar a los abogados y
policías. No lo hice ayer porque cuando el desastre se desate para Annie, tengo que
estar allí para ayudar. Y no puedo hacer eso desde Denver, eso sin duda es cierto.
Lo que hice, no obstante, fue lograr convencerlo que la dejara quedarse con la
familia Valdez por el fin de semana para que así él pudiera ir a Horseshoe
Hammond y gastarse todo mi dinero, que todavía no ha admitido tener. Pero dije:
«Solo déjala pasar el fin de semana con el señor y la señora Valdez. Y luego puedes
despilfarrar tanto como quieras. Prostitutas incluso. Me importa una mierda. Solo
deja a Annie fuera de eso».
Así que al menos tengo ese alivio. Gracias a Dios.
Reviso las filas, más allá de la línea ofensiva en lo que sería la primera clase
y más allá de los defensores en la clase ejecutiva. Me dirijo al entrenador y reviso
los pasillos buscándola. No son todos chicos, pero la mayoría. Veo a una de las
fotógrafas en la parte trasera, su mechón de cabello rubio en una punta tirante sobre
su cabeza. Una de las doctoras del equipo está en la parte trasera del avión, leyendo
como siempre y acomodándose los anteojos. Pero no Mary.
Demonios. No sé qué bicho me picó cuando estuve en la cama con ella, pero
estuve completamente loco. Luego de la mierda que le dije, estoy seguro de que
está completamente asustada. 223
Pero no pude evitar decirlo. No pude evitarlo. No pude detenerme.
Miro el reloj. Tic-tac-tic-tac. Todos los chicos se acomodan y Radovic llega
con su maletín de cortesía de Dick Sporting Goods y su ropa deportiva de los Bears
recogiéndose en su entrepierna como fajos de bolsas de supermercado.
—¿Cómo te estás sintiendo? —pregunta, mirando mi ingle.
—Bien, entrenador. Mucho mejor.
Se inclina hacia adelante, apretando los labios, mirando mi hombro.
—Mmmm.
—Estoy completamente bien —digo, intentando no mostrar interés en quien
está viniendo por la puerta—. La ingle nunca se sintió mejor.
A unos asientos de distancia, Valdez se ríe a carcajadas.
Mi corazón está dando golpes en mi pecho. No sé cuántas posibilidades ella
vaya a darme para actuar como un caballero. Puede que lo haya arruinado. Pero
entonces, la veo.
Y santo cielo.
Está tan jodidamente hermosa hoy. Siempre está bonita, pero hoy está
vestida con este sexy jersey de cuello alto marrón que combina con su cabello.
Leggins negros, botas marrones. En cuanto sube al avión, todo el maldito lugar
queda en silencio. Un silencio mortal. Como si fuera la princesa de Gales, entrando
al salón de baile.
Mis ojos se encuentran con los de ella y miro a una fila de asientos vacíos
frente a mí. A medida que ella se mueve hacia mí, los chicos la saludan y la
inspeccionan.
No, malditos lobos. No. Ella es mía. Toda mía. Jodidamente mía.
Intento deshacerme de eso, esa sensación de posesividad. No se va. Para
nada. En todo caso, cuanto más se acerca, empeora. Y cuando uno de los ala
cerrada la mira de arriba abajo y suelta un silbido en voz baja a su culo, sujeto los
bordes de mi asiento con tanta fuerza que el plástico cruje.
Pone su maleta en el compartimento de arriba, estirándose y poniéndose de
puntillas para hacerlo. Ese culo ese cuerpo, y maldita sea, huele muy bien.
Consigo, de alguna manera, recordar quitar mi cabeza de mi culo y agarro la maleta
por ella, empujándola en el compartimento de arriba.
—Hola —digo. 224
Me sonríe.
—Hola.
Se acomoda frente a mí, su cabello oscuro enredándose en el espacio entre
los asientos. También me siento, y me inclino hacia adelante, fingiendo estar
ocupado con mi equipaje de mano. Baja el reposabrazos y gira su cabeza para
enfrentarme. Pero no puede girarse completamente, así que tengo un ángulo
perfecto de su bonito perfil.
Esos labios.
Uno de los entrenadores del equipo nos mira y me reclino. Hora del Plan B.
Hora para algún tipo de código secreto, porque ella es una empleada de los Bears
y dije que la protegería. Así que eso es lo que voy a hacer. Pero maldita sea, es
tentador. Demasiado tentador.
De mi bolsillo trasero, saco la revista de a bordo. Este es un avión
contratado, no nuestro avión, así que está abastecido con las cosas típicas como un
vuelo regular del suroeste. Hojeo hasta el final de la revista y abro el crucigrama.
1 Vertical: CLUB
2 Horizontal: SEXO
7 Vertical: ¿ALTURAS?
—Un crucigrama bastante decente este, señorita Monahan —digo—, por si
quiere echar un vistazo.
Su perfil aparece, la suave piel de su mejilla lo bastante cerca para tocarla.
—¿El qué…?
—Página 85 —digo y deslizo la revista entre el hueco junto a ella.
Escucho pasar, pasar y pasar las páginas y luego, estoy casi seguro de que
la escucho reír un poco. Extiende la mano y agarra un bolígrafo de su bolso.
Que empiece el juego.
Las azafatas cerraron la puerta y todo el mundo se abrochó los cinturones,
lo que es una operación logística seria ya que cerca del 80% de los hombres en este
avión necesita extensor de cinturones. Pero siempre viajamos con el mismo
equipo, y están en ello, paseando a través de los pasillos con una bolsa llena de
esas cosas. Puedo hacer que el mío encaje, apenas, si aprieto el trasero y meto
estómago. Pero una bonita azafata, a la que solía follar, me da uno de todas
maneras, diciendo: 225
—No me gustaría que su regazo quede apretado, señor Falconi.
De repente, un furioso ojo verde aparece en el hueco entre los asientos. Lo
veo de reojo, lo que es bastante decente; no me llaman Halcón por nada.
—Estoy bien, Cindi.
—Mmm está bien. —Revienta su goma de mascar—. Solo dime si necesitas
algo… Jimmy.
Ese ojo verde se agranda cuando Cindi sigue al siguiente pasillo. Las fosas
nasales de Mary se ensanchan. Y literalmente, no puedo evitarlo. Me inclino hacia
delante de nuevo, y digo en voz baja:
—No te gusta eso, ¿verdad, gatita? —Entonces aparta su rostro.
Justo después de haber despegado, y que las luces de la cabina estén
atenuadas, el crucigrama regresa a mí.
3 Horizontal: ANIMAL
Diablos, sí, todo por ella. Solo por ella.
Así que escribo:
11 Vertical: TE
9 Horizontal: EXTRAÑÉ
Cuando se lo devuelvo, apoya su cabeza contra el reposacabezas y la deja
descansar por un segundo.
4 Vertical: TAMBIÉN
13 Horizontal: TE EXTRAÑÉ.
Pero en el margen, ha escrito: ¡Aunque solo fue un día!
Dios, qué bonita.
Cuando nos nivelamos a tres mil metros de altura, Brenner, el tipo que
quiere mi trabajo, se pone de pie y viene a su fila. Tiene esa mirada en los ojos:
esa que todo hombre conoce, la mirada lenta de Quiero eso.
—Hola, bonita —dice Brenner, inclinándose sobre el asiento de ella.
—Hola, señor Brenner —responde Mary.
Siento este fuego en mis entrañas. Aprieto los dientes y lo miro fijamente.
No me presta atención alguna.
—¿Estás teniendo un buen vuelo? 226
—Sí. Gracias —responde Mary. Veo su sonrisa, de lado, y me siento
enojado. No con ella, sino con él. Porque quiero que esas sonrisas sean para mí,
solo para mí. Todas para mí. Solo para mí.
Clavo las uñas en mis palmas. Intento tragar mis celos completamente
irracionales. Solo está teniendo una conversación, pero Brenner está intentando
hacer una jugada. El sujeto tiene 24 años, extremadamente engreído, y ahora
mismo, peligrosamente cerca de ser pateado en los huevos. Si hace un movimiento.
Lo imagino tirado en el suelo sobre la alfombra suroeste con su cabeza
metida debajo de un asiento.
Conversan sobre Colorado y la altitud y blah, blah, blah. Hasta que Mary
finalmente dice:
—Lamento interrumpirlo, señor Brenner, pero tengo que ir al baño.
Sus ojos se iluminan.
—¿Sí? ¿Necesitas ayuda?
Gruño.
—Siéntate, imbécil.
Pero afortunadamente, eso no se escucha por el ruido del avión. No es
precisamente una conducta para convertirse en capitán del equipo. Sin embargo,
Mary lo escucha, y su bonita mano se desliza a través del hueco. Extiende
lentamente un dedo para decir: Espera.
—Estoy bien. —Se levanta de su asiento y se desliza junto a él. Él se aparta
y la mira de arriba debajo de nuevo—. Oh, aquí está su revista, señor Falconi. —
Me la devuelve.
Brenner, obviamente sufriendo de inminentes bolas azules ahora, y gracias
a Dios por eso, regresa a su asiento y abro la revista.
Allí, en el 13 Horizontal.
Santo cielo.
SÍGUEME.
36 227

Mary
Mi corazón está desbocado y miro fijamente a la cerradura de la puerta.
Hasta hace unas pocas noches atrás, no creo que alguna vez olvidara cerrar la
puerta de un baño, ya sea a propósito o por accidente. Pero ahora se está
convirtiendo en un hábito.
Aferro mis rodillas. No sé exactamente qué estoy haciendo. Pero sí sé esto:
Tomó casi toda la fuerza que no tenía para no pasar todo el día con él ayer, no
enviarle mensajes diez mil veces. Pero lo hice. Porque tengo esta sensación de que
si puede centrarse en mí, quitar sus ojos del juego, podría perder su racha perdedora
en Denver. A Denver. Así que jugué a hacerme la difícil durante todo el día. Pero
toda chica tiene su límite. Y el Club de Sexo en las Alturas es el mío.
Sé que es insensato, sé que es riesgoso, pero lo necesito. Lo deseo. Ahora
mismo.
Nerviosamente, reboto en mis pies sobre el suelo del baño y escucho. Hay
un sonido allí fuera, una azafata golpeando con todas sus fuerzas un bloque de
hielo, suena así. Pero entonces las escucho. Sus pisadas.
Una vez vi un documental sobre los millones de mariposas monarcas en
México aterrizando en los árboles y cambiando el verde en naranja, dorado y
negro. Así es cómo me siento. Mis manos están frías, mi rostro está cálido, y todo
mi cuerpo está agitándose con un millón de raras mariposas Falconi.
Jimmy le dice algo a la azafata, esa mujer Cindi, con el súper espeso
maquillaje y el labial demasiado brillante. Ella pregunta:
—¿Necesitas más cacahuetes, Jimmy?
Oh, esa mujer. Tengo que decir que puede que haya dejado a Brenner
quedarse un rato más del necesario solo para que sintiera cómo es también. Creo
que funcionó. Pude sentirlo golpear la parte trasera de mi silla con su rodilla.
Pero la verdad es simple. Es él y yo. Y nadie más importa. Es a mí a quién
está yendo a ver. En este baño. En el Avión Contratado Bears 767.
No sé lo que mi vida se ha vuelto, pero me gusta.
Y entonces ahí está él, abriendo la puerta y apretándose para entrar, de lado,
porque es tan grande. No digo nada mientras me corro contra el lateral de la 228
pequeña cabina para dejarlo entrar. Sus ojos se encuentran con los míos en el
espejo primero y luego cierra la puerta.
—Hola —susurro.
No responde al principio, solo toma mi rostro en sus manos y me ataca con
un beso pesado, serio y dominante.
—Demonios. Hola.
—Tenemos que ser rápidos —digo en su oído.
—Parte de mí quiere besarte y besarte y besarte hasta que el símbolo del
cinturón de seguridad vuelva a encenderse.
Es tan dulce, tan amable, y también tan honesto, que prácticamente me quita
el aliento.
—Eso estaría bien conmigo.
Chasqueé la lengua.
—Pero eso no es lo que vamos a hacer.
Mi saliva se queda trabada en mi garganta y todo lo que puedo hacer es
aferrarme a él.
Suavemente, me inclina hacia adelante para que esté mirándolo en el espejo.
Lo veo mirar la cerradura para asegurarse de que esté en OCUPADO.
Me quita los leggins y mi tanga. Mantiene esa mano en mis caderas
desnudas mientras se deshace el cinturón, botón y cremallera con la otra. Se baja
los pantalones lo suficiente para dejar que su eje quede libre. Ya está
increíblemente duro. Articula:
—¿Lista?
Asiento hacia él.
Con fuerte y lento poder se empuja dentro de mí. Un gemido sale de mi
boca y de inmediato pone su mano en mis labios.
—Callada, ¿está bien?
Santa madre de Dios, se siente tan bien. Mis rodillas comienzan a ceder y
él aprieta su agarre. Pero consigo asentir, presionando mis labios en su palma.
—¿Puedes venirte sin hacer un ruido? —dice en mi oreja.
Asiento otra vez en su palma, agarrando el borde del dispensador de papel
con mis dedos. Reduce un poco la velocidad. Pongo un beso en sus dedos. Sí. 229
Se conduce dentro de mí lentamente al principio, suavemente, pero
acelerando y volviéndose más urgente a medida que seguimos.
Me levanto ligeramente sobre la punta de mis dedos para darle un mejor
ángulo, y ahora, es él quien gime. Solo un poco.
Me apresuro a conseguir lo que sea que puedo encontrar, y me aferro con
fuerza al dispensador de jabón, el grifo, lo que sea. Dejo caer mi cabeza contra mi
pecho, y dejo que me llene tan completamente, tan absolutamente, que lo siento en
mis huesos. Aprieto mi mano sobre la suya en mi cadera y lo siento clavar sus
dedos en los músculos de mi culo. Alzo la mirada y lo veo mirándome, la cabeza
ligeramente inclinada, sonriendo en la curva de mi cuerpo.
Entonces rodea un brazo enorme alrededor de mi cintura y me atrae más.
Agarro su otra mano y la regreso a mi boca. En el espejo, lo veo sacudir la cabeza
ante mi culo y articular Demonios.
Sus dedos encuentran su camino hacia mi clítoris y mis rodillas ceden
completamente. Pero me tiene y sigue viniendo. Y viniendo.
Me vengo rápido y con fuerza, completamente superada por la pasión que
es solo suya, y gimo en su palma, siendo tan silenciosa como jamás lo he sido en
toda mi vida.
En cuanto soy capaz, lo miro sobre mi hombro.
Pero ya está conteniendo un orgasmo, sus ojos cerrados fuertemente y su
cuello curvado levemente hacia abajo. Conozco ese rostro. Amo ese rostro. Está
tan cerca. Tan cerca.
La luz para Abrocharse el Cinturón se enciende y un repique llena el baño.
Pero no lo nota en absoluto, porque también se ha dejado llevar.
37 230

Jimmy
Mary abandona el baño primero, y luego dejo pasar unos minutos y la sigo.
La mitad de los chicos están inconscientes y la otra mitad están mirando cosas en
sus iPads.
En su asiento, la encuentro acurrucada con un iPad. No tengo la más mínima
idea de lo que hay en la pantalla: una chica con la cabeza pelada y la nariz
sangrando. Mary levanta la mirada en mi dirección y me sonríe. Esta sonrisa
secreta y encantadora es solo mía. Toda mía. Solo mía.
Me siento y tomo mi Tablet de mi bolso. A través del hueco entre los
asientos, veo a un niño con una gorra de camionero hacer algo con Calabozos y
Dragones. Y entonces entorno los ojos, hay una especie de monstruo atravesando
una pared de Plexiglás.
—¿Qué demonios es eso? —presiono mi ojo en el hueco entre los asientos.
El rostro de Mary aparece. Se quita los auriculares—. Stranger Things. Es tan
bueno —dice, sonriendo. Esa alegría pura y honesta. Tan jodidamente contagiosa.
Normalmente, pasaría todo el vuelo observando videos con lo más
destacado de la línea defensiva de Denver. Eso es lo que debería estar haciendo.
Pero esta mujer, me hace querer hacer todo diferente de lo que he hecho antes.
Lo que realmente quiero hacer es desabrochar mi cinturón, deslizarme a su
lado en la fila 14 y poner mi brazo alrededor de ella mientras miramos Netflix y
nos relajamos. Pero a veces, tienes que esperar por lo que deseas.
Así que tengo que calmarme. Abro el wifi Gogo del avión, que está en este
avión por propósitos comerciales y se llama El Servicio Oficial de Internet de la
NFL. Todos pusimos los ojos en blanco al principio ante eso. Todo en este negocio
es el oficial de lo que sea, pero Gogo es una completa mierda.
Lo abro y luego abro Netflix. Abro Stranger Things y miro a la imagen
miniatura. Como por medio segundo, pienso, ¿Esa es Winona Ryder? Tengo que
estar trabajando. Esto es de locos. Porque tengo jugadas que planear, una defensa
que resolver y una línea ofensiva que está un poco corta en el departamento de
coeficiente intelectual. Buenos chicos, pero no los más listos.
Pero entonces, frente a mí, escucho a Mary soltar un chillido asustado. Me 231
inclino en el pasillo y la veo con los brazos abrazándose las piernas, sonriendo y
observando, tan feliz como nadie que haya visto. Tiene una mano sobre su boca y
su barbilla sobre su rodilla. Completamente ajena a mí y al mundo.
Así que presiono reproducir.
Estoy bastante escéptico de la mayoría de las cosas sci-fi. Nunca lo hacen
bien. Y sí, a ella podría gustarle, y a mí ella me gusta, pero tampoco nunca ha visto
Star Wars, así que no sé si pueda confiar en su juicio sobre esto.
Pero hombre.
Es completamente…
Totalmente…
Fantástico.
A los dos minutos, le estoy tocando el hombro. Se da la vuelta para
enfrentarme a través del hueco y le muestro mi Tablet.
—¿El niño de los dientes? —le digo—. Mi héroe.
—¡Oh, Dios mío! —dice, sonriendo—. Es muy buena, ¿verdad?
La miro y a su mano agarrando el lateral del asiento. Esa mano que sostuve,
ese cuerpo que adoro. Ese rostro que me debilita.
—Es casi jodidamente perfecta.

La pierdo por un segundo cuando llegamos al hotel, el cual es un Doubletree


del montón en una ciudad llamada Aurora. Está ubicado frente a un OfficeMax, un
Barnes & Noble y una Panera. Tan estadounidense como una tarta de manzanas.
También es barato y está imposiblemente lejos de todo lugar interesante en
Denver que podría meternos en serios problemas de primera plana. Bares, clubes.
O del tipo de problemas que podría encontrarnos. Chicas. Fanáticas. Fanáticos de
los Broncos de Denver con espuma en aerosol.
A través del dolorosamente ordinario vestíbulo, veo esa larga y bonita
trenza y ese cuerpo infernal. Está de pie junto a Valdez, así que me aprovecho del
hecho, al menos hasta mañana, que sigo siendo tanto el mariscal como el capitán 232
del equipo. Me apuro hacia el frente de la fila y tomo mi lugar al otro lado de él.
El quiromántico guatemalteco es fuerte hoy en él y mira de ella a mí y luego
de nuevo. Entonces mira hacia adelante a esta rara pintura moderna detrás de la
recepción y sonríe. Un lugar se abre y ella dice:
—Adelante, Bear.
—Luego de usted, señorita. —Valdez ondea una enorme mano en el aire.
Ella se ríe un poco y se arrastra hacia adelante con su maleta con rueditas detrás
de ella. Él se inclina y dice:
—Te lo dije, hermano…
—Shhh —siseo, alzando un dedo y escuchando más allá del ruido.
El gerente está teniendo una charla con ella sobre el clima, esto y aquello,
y luego le entrega su tarjeta llave y dice las palabras mágicas:
—Habitación 435, señorita Monahan. Disfrute de su estadía.
Me giro hacia Valdez, sonriendo.
—¿Decías?
—Estaba diciendo, una buena mujer, puede cambiarlo todo…
Mary se aleja, mirándome por encima de su hombro en una manera que
enciende mi cuerpo de la cabeza a los pies, en una manera que me hace sentir como
si pudiera hacer lo que sea, todo.
—Sí, hombre. Creo que podrías tener toda la razón.
Entonces doy un paso al frente. Elijo intencionadamente a la chica de la
derecha porque voy a tener que coquetear un poco por lo que deseo. Ella dice:
—Hola. —Me da un lento parpadeo.
—Hola… —me inclino—, Amanda.
—¡Hola!
—Entonces ya sabes, los jugadores de fútbol, somos bastante
supersticiosos. —Tomo un bolígrafo y le doy vueltas entre mis dedos.
—¡Sí! ¡Lo he escuchado! Tuve a uno de tus amigos pedir una docena de
bananas verdes para ser entregadas en su puerta a las nueve en punto esta noche.
Ese sería mi ala cerrada, Jorgensen. El hombre cree en las bananas. ¿Quién
soy para juzgarlo?
—Correcto. Resulta que mi número de la suerte es el 437. 233
Una completa mentira. No creo para nada en la suerte. Creo en el trabajo
duro, en la venda deportiva y el maquillaje de teatro. Pero puedo ser supersticioso
por un minuto. Claro.
Vuelve a parpadear y me mira un poco perplejamente. No puede tener
diecisiete, como mínimo.
—¡Mi número de la suerte es el diez! —dice.
—El diez es bueno. Pero el 437, nunca me ha fallado. Y si pudieras
reservarme esa habitación, me harías el hombre más afortunado del planeta.
38 234

Mary
Mientras pongo mi maleta en el estante dentro del armario, escucho que
llaman a la puerta. Reviso la puerta que da al pasillo, pero no hay nadie, así que le
pongo el pestillo y cierro con llave. Abro la cremallera de mi maleta y saco mis
ropas. Solo estaremos aquí por dos noches, pero nunca me ha gustado vivir
viajando, sin importar cuánto tiempo fuera. Pongo mis pantalones y camiseta en
un cajón junto a una guía telefónica de 2007 y la cierro.
Pero alguien llama otra vez.
Y ahora una nota entra por debajo de la puerta que une mi habitación a la
de al lado. Mi corazón comienza a desbocarse, saltando de mi pecho con tanta
alegría como recuerdo de los momentos cuando mi novio de la preparatoria vendría
a recogerme para salir en una cita. Esa emoción repentina, sensacional y
sorprendente.
La nota dice: «Soy yo. Abre».
Saco el cerrojo y la abro. Y entonces allí está, apoyado contra el marco y
sonriendo.
—¿Cómo hiciste esto? —susurro—. ¿A quién sobornaste?
Lleva un dedo a sus labios y niega con la cabeza. Entonces se inclina y
susurra en mi oído:
—Nadie puede saberlo. ¿De acuerdo?
Asiento.
—Porque esto es mega en contra de las reglas.
Vuelvo a asentir.
—Pero no podía permanecer lejos de ti. Y de ninguna manera iba a terminar
en un piso distinto.
Me toma en sus brazos y me hace caminar hacia atrás, depositándome en la
cama. Es una grande con sábanas blancas y almidonadas, mucho más elegantes de
lo que había esperado para un lugar como este. Huele a blanqueador y detergente, 235
pero a través de todo eso, puedo olerlo a él. Ese aroma profundo y cálido que es
puramente suyo. Me dice:
—Lamento que haya sido tan apresurado en el avión. Odié eso.
—Yo también.
—Me alegra tanto que estés aquí.
Me besa lentamente y con cuidado, sosteniendo mi mandíbula con su mano.
—¿Tienes planes para esta noche? —pregunta, apenas dejando salir aire de
su boca.
—No —le digo, sonriendo—. ¿Tú?
Con su lengua, explora mi cuello, mi clavícula, el lugar que marcó.
—Normalmente, revisaría jugadas. A veces pasaría la mitad de la noche
mirando jugadas destacadas. Pero esta noche no.
—Eso es precisamente lo que deseaba escuchar —digo—. Quiero tomar
toda tu atención.
Se ríe un poco.
—¿Vas a hacer que quite mis ojos del premio?
Lo opuesto, de hecho. Solo un poco de desvío de atención para lograr que
se afloje, que cambie de velocidad. Para que se deshaga de viejos patrones que
estaban haciendo las cosas tan innecesariamente difíciles para él. De ninguna
manera voy a dejar que trabaje toda la noche.
—Tenemos que tomarlo con calma —le digo—. Tienes que ir lento. No
quiero que empeores esto. —Alargo mi mano hacia su entrepierna. Sus bolas están
enormes y pesadas y le doy un pequeño tirón. De inmediato, gime contra mi
hombro, presionando sus labios contra mi suéter—. ¿Entendido?
Asiente y luego alza su cabeza.
—Sí.
—Porque soy oficialmente una empleada de los Bears, Jimmy Falconi. Solo
eres mi paciente. Me tomo esto muy seriamente.
—¿Quieres bañarte conmigo?
Echo un vistazo por la ventana hacia Barnes & Noble al otro lado de la calle.
El hecho es, cada vez que Jimmy está dentro de mí, actúa como si fuera la última
cosa que hará en su vida. Urgente, furioso, agresivo. 236
Pero esta noche, tenemos que hacerlo distinto. Quiero que esté un poco
fuera de su juego. Quiero que sea cualquier cosa menos lo ordinario. Cualquier
cosa menos lo esperado.
—No puedes dejar el edificio, ¿verdad? —pregunto en su oído.
—Maldito encierro. Prisioneros de Doubletree.
—¿Qué hay de mí?
Se levanta sobre sus codos y sube besando la línea de mi mandíbula.
—Puedes irte, estoy seguro. Pero no quiero que lo hagas.
Vuelvo a echarle un vistazo a la librería.
—Dame veinte minutos. Iré a tu habitación.
—¿Qué estás tramando? —pregunta—. ¿Y por qué no estoy dentro de ti
todavía?
Buen Dios.
Pero no respondo. En cambio, lo atraigo para otro beso. Lo siento duro
contra mí, pero me gusta estar a cargo. Hacerlo esperar. Hacerlo gemir.
Y efectivamente gime, en mi boca, mientras sujeta mi cuerpo con fuerza en
sus manos.
Contra la fuerza instintiva de cada fibra en mi interior, consigo apartarme y
deslizarme de su asidero.
—Voy a buscar algo. Regresaré pronto.
—Estaré aquí —susurra, y luego estira ese sexy cuerpo, cruzando un pie
sobre el otro encima del borde de la cama. Ahueca la almohada y la mete detrás de
su cabeza, y luego, suavemente, muy suavemente, dice—: Esperando. Ordenando
servicio al cuarto. Acaparando el baño de burbujas de las mucamas.
Agarro mi bolso y me inclino para darle un beso. Me dirijo a la puerta y
troto por el pasillo. Radovic está a unas habitaciones de nosotros. Esto va a ser
difícil.
Y tan excitante.
Con mi cadera, abro la puerta que da a las escaleras y bajo trotando los
cuatro pisos a la salida lateral, que se abre a un estacionamiento enorme y en su
mayoría vacío. 237
Voy a Barnes & Noble. Porque necesitamos recursos. Necesitamos guía.
Necesitamos ir lento.
Sé lo suficiente de ello para saber que necesito saber mucho más y el
internet no va a servir. Es hora de ir a la vieja escuela. Es hora de regresar.
Es hora del tantra.
39 238

Jimmy
Pongo el cartel de NO MOLESTAR en mi puerta, pero dejo libre el de ella;
muy obvio, demasiado obvio. Echo un vistazo por la ventana, pero no la veo por
ninguna parte. Por lo que aprovecho al máximo el intervalo y llamo al servicio de
habitaciones.
Ordeno dos hamburguesas, algo que no es inusual para mí. Nadie en la
cocina pensaría dos veces en un mariscal de campo comiendo por dos. No puedo
ordenar champagne, lo que apesta, pero puedo ordenar un cuenco de fruta.
—Nata en las fresas —le digo a la señora al otro lado de la línea—. Cuanto
más mejor.
Y entonces espero. Y espero. Pero sigue sin volver Mary. La llamada en mi
puerta suena oficial y sé que es el servicio de habitaciones antes de que el chico al
otro lado de la puerta brame:
—¡Servicio de habitaciones!
Lo dejo entrar. Pone todo en el escritorio. Le doy una propina de cinco y
firmo la cuenta.
—Buena suerte mañana —dice, en voz baja.
—Vaya, ¿eres fanático? ¿En el estado de los Broncos?
Sonríe.
—Crecí en Naperville. —Mira alrededor y luego hace algunos movimientos
elegidos del Super Bowl Shuffle—. ¡Estaré alentando por ustedes, chicos! —Me
da un apretón con las dos manos, seguido de un abrazo de amigos: El Agarre de
Hombro. De su bolsillo, saca un pequeño cuaderno y lo abre en una página en
blanco, entregándome un bolígrafo—. ¿Te importaría?
Escribo mi nombre a través de la página, y sonríe, metiéndolo de nuevo en
su chaqueta.
—¡Vamos, Bears!
Lo disfruto. Parece una buena señal, estar en territorio enemigo y firmar
autógrafos para los fanáticos. Como la madre de Valdez diría: Buen presagio para 239
el futuro.
Después que el chico del servicio de habitaciones se marcha, miro debajo
de las tapas calientes y comienzo a salivar. Así que vuelvo a echar un vistazo por
la ventana.
Todavía nada.
Regreso a la hamburguesa, a la mía de todas maneras. Son de un aspecto
bastante deprimente porque son ordenadas especialmente para la nutrición previa
al juego: solo medio pan y patatas asadas en vez de fritas. Aprendí que todo cambia
cuando un equipo llega al hotel. Vacían todos los minibares y ni siquiera nos dan
acceso a la pornografía. Pero en verdad no me importa eso. Nunca me ha
importado, y ahora más que nunca tampoco. Porque tengo mi propio
entretenimiento en la puerta de al lado.
Solo que ella no está. Todavía sin verse por ningún lado, espero. Miro por
la ventana. No la veo para nada. Me siento en la cama.
Demonios. ¿Y si algo le pasó? ¿A dónde demonios pudo haber ido?
Me pongo de pie y miro otra vez por la ventana. Allí, en la distancia, la veo.
No voy a mentir, mi maldito corazón da un vuelco en mi pecho. Alta y delgada, y
tan bonita, con su cabello brillando en el bajo sol de invierno.
Camina distraídamente por el estacionamiento, sin prestarle nada de
atención al mundo exterior pero sí mucha a lo que sea que esté en esa página. A
medida que se acerca, veo que tiene unos diez libros distintos con ella.
—¿Qué demonios estás tramando? —pregunto contra la ventana.
Lo que sea que esté haciendo, es interesante y está completamente
concentrada. Se lleva la mano a la boca y sonríe. Su andar se ralentiza un poco y
rodea algunos autos estacionados. La observo dar vuelta a la página y luego
apartarse el cabello a un lado.
Su mano se mueve a su boca como si estuviera pensando.
¿Pensando en qué, demonios?
—Solo regresa aquí —digo contra el vidrio—. Déjame poner mis manos en
ti.
Y entonces, como si pudiera escucharme, alza la mirada. Le hago un gesto
con las manos diciendo: ¿Qué demonios, hermosa?
Deja que su bolso se deslice por su brazo y cierra el libro. Y me sonríe. Le 240
da golpecitos con un dedo al libro y se dirige a la entrada lateral.
Escucho detenidamente. Sus pisadas viniendo por el pasillo, su puerta
abriéndose y siendo cerrada. Luego escucho el sonido de la bolsa de plástico en su
cama. Agarro el cuenco de fresas y abro las dos puertas.
Hay libros dispersos por toda su cama. Al principio, no puedo darle sentido.
Es como un loco revoltijo de imágenes deportivas y Kama Sutra. Miro a los títulos
y veo palabras como Campeón y Cumplimiento Sexual.
Se quita el abrigo, pareciendo traviesa, pícara en los ojos.
—¿Confías en mí? —pregunta, alargando la mano y pasándola a lo largo de
mi nuca y en mi cabello.
—Sí, maldita sea, sí.
—¿En verdad lo haces?
Miro a los libros y veo el rostro de Peyton Manning encima de un Buda.
—¿Eso creo?
—Bien —susurra, presionándome contra la cama—. Sé que deseas
dominarme, someterme… embarazarme…
Oh, demonios, la manera en que eso suena… la atraigo y enredo mis dedos
en sus pantalones para bajárselos. Pero me detiene, sujetando mis muñecas.
—Pero esta noche, quiero que hagas algo distinto. Esta noche —susurra y
lleva un bonito dedo a mi sien—. Esta noche quiero entrar aquí.
—Necesito follarte. Duro. Ahora mismo —le digo, bajo y malvado en su
oído—. No quiero perder el tiempo con cosas de la Nueva Era. Quiero mi semen
dentro de ti igual que antes.
Pero me monta a horcajadas y se quita su suéter cuello de tortuga y niega
con la cabeza, presionando sus dedos en mi pecho. Baja su peso sobre mi cuerpo,
pero ambos seguimos a medio vestir, por lo que eso me vuelve más loco.
Hay un nuevo fuego en sus ojos. Y susurra:
—No eres mi jefe, Jimmy Falconi. No esta noche.
241
Se quita de encima de mí y se acerca a las cortinas. La habitación queda en
la oscuridad, enviando la sombra de su cuerpo al mío. Como si estuviera en mi
cabeza, va a la puerta y comprueba que esté cerrada con llave, luego hace lo mismo
en mi habitación.
Cuando regreso, está levantando un dedo, diciéndome que espere. Se acerca
a mi oído y susurra:
—Voy a desnudarte. No puedes tocarme.
—Como un demonio no puedo. —Arrastro mi mano hasta llegar a su culo.
—No. Esta noche no. Me obedeces esta noche.
Mis palabras se quedan atoradas en mi garganta y trago con dificultad. La
atraigo hacia mí.
—No soy ese tipo de hombre. No puedo ir lento. No contigo.
—Sí, puedes, Jimmy. Puedes hacer lo que sea que desees.
Entonces me hace retroceder y agarra la silla del escritorio, poniendo su pie
sobre ésta y lentamente, jodidamente muy lentamente, bajando la cremallera de
una bota. Hace lo mismo con la otra hasta el tobillo y luego lentamente desliza sus
calcetines.
La luz del sol poniéndose brilla a través de las aberturas entre las cortinas,
enviando rayos largos y claros por su cuerpo. Encima de sus curvas, encima de sus
valles, resaltando esa línea perfecta de escote. Parándose frente a mí, comienza a
deshacer mi cinturón.
Hay decisión en sus ojos que está jodidamente matándome. Como si tuviera
alguna especie de secreto, y voy a tener que esforzarme por aprender lo que es.
Entonces, suavemente, lentamente, como pidió, la toco. Con la yema de mis
dedos, subo por la curva de su espalda. Se le eriza el vello, apretando su piel. Y
sus pezones.
—Demonios —susurro.
¿Y qué hace ella?
Guiña un ojo.
Con la mano enganchada en la cintura, me indica que me levante de la cama.
Lo hago, y me estoy cerniendo sobre ella finalmente.
Abre mi bragueta y baja mis pantalones al suelo. Pero no toca mi eje, ni una
vez.
En cambio, se pone de puntillas. 242
—A la cama. Ahora.
—Sí, señora.
—Buen chico.
—Maldición.
—Métete en la cama. Sabes que te gusta. Así que hazlo.
Sí. De acuerdo. Bien. Es extremadamente caliente. No pensé que me
gustaría, pero ese palpitar en mis bolas, ese pulso en mi pene, es innegable.
Me encanta. Así que hago precisamente lo que me dice.
40 243

Mary
No tuve tiempo para leer tanto como me gustaría, pero entendí la idea. Y
tengo un plan. Ambos estamos desnudos ahora, él acostado en la cama y yo
encima. De rodillas, me arrodillo y lo beso en el cuello. Su mejilla. Tiro de su labio
con mis dientes. Sus manos, tan enormes y fuertes, suben por mi espalda, pero no
me sostienen allí. Está escuchando. Que es exactamente lo que necesito que haga.
Está increíblemente duro en mi mano, la piel de su pene suave en mi palma.
Lo ubico en mi entrada.
—El punto de esto no es correrse.
Lo digo tan suavemente que puedo notar que no me escuchó. Así que me
inclino y lo digo contra su oreja.
—El objetivo no es el orgasmo. Si te corres, lo arruinas.
—A la mierda eso.
—Solo inténtalo. Por favor.
Se muerde el labio. Hunde sus dedos en mis caderas.
—De acuerdo.
Y entonces comienzo a bajarme sobre él.
Milímetro.
A.
Milímetro.
Lo observamos pasar juntos. Escucho que contiene la respiración en su
garganta. Alzo la mirada para ver sus ojos poniéndose en blanco un poco, detrás
de unos párpados casi cerrados. Otro milímetro y vuelve a gemir.
Mientras tanto, permanezco tan relajada como sea posible.
—Sabes, quiero apretarte, pero no lo haré.
—De acuerdo —dice con voz ronca, intentando bajarme sobre él. Y Dios
sabe que deseo permitírselo, pero también quiero hacer esto, esto nuevo, con él. 244
Otra tarde tranquila, solo nosotros, siendo traviesos, mientras todo el mundo gira
alrededor de nosotros. En otras palabras, mi nueva cosa favorita.
Luego de un minuto, solo su cabeza está dentro y mis piernas están
ardiendo, pero es el mejor ardor. Nunca lo he visto parecer tan indefenso, pero con
tan completo placer. Mueve sus manos a mis caderas, y en vez de jalarme, me
apoya. Sosteniéndome arriba y dejándome bajar sobre él aún más lento que antes.
Luego de otros treinta segundos, está comenzando a deshacer mis muros y
sus manos comienzan a apretarme, a jalarme más rápido.
—Lento —digo. Lo siento en una manera que nunca he sentido a otro
hombre. Cada centímetro de él, cada curva. No hay fricción, solo conexión.
—Jesús, Mary.
—Lo sé —susurro en respuesta. Oh, Dios, lo sé.
Es lo opuesto a la manera despiadada a la que estoy acostumbrada de él
metiéndose en mi interior. Y me doy cuenta de golpe que en vez de él tomándome,
soy yo la que lenta, poderosamente y con cuidado lo está tomando a él.
Lo que es en realidad, en serio sexy.
Intento recordar algo de lo que leí. Sobre magnetismo y polaridad. Alargo
mi mano y la pongo en su corazón. Sus ojos se mueven a mi mano, y como si
hubiera leído el mismo libro, hace lo mismo conmigo.
Su respiración se hace más lenta, y cuando estoy a medio camino de bajar,
arquea su cabeza de regreso a las almohadas. Los músculos de sus pectorales se
tensan, las fibras de su hombro se estiran y curvan.
Llevo mis labios a su pecho y chupo suavemente su pezón. Su mano llega
al costado de mi cabeza y me sostiene allí. Solamente eso. Simplemente me
sostiene. Con cuidado, y cálidamente, sin ninguna fuerza en absoluto.
Una vez que está completamente dentro de mí, dejo que mi peso corporal
caiga completamente sobre él. Instintivamente, comienza a conducirse dentro de
mí lentamente desde debajo, pero presiono sobre sus piernas con mis manos para
decirle que se detenga.
—Solo quédate dentro. Solo así.
No lo aprieto. No lo provoco. Y oh, Dios, se siente bien. Me dejo relajar
sobre él, lo atraigo tan profundamente como puedo. Pero sin urgencia. La verdad
es, realmente tenemos toda la noche. Si lo necesitamos. 245
Una vez que he estado ahí por unos segundos y ambos nos hemos calmado,
lo miro a los ojos.
—Tengo que saber lo que más te aterra en el mundo.
Frunce el ceño.
—¿Este es momento para eso?
Asiento.
Se pone serio, centrado y está confiando en mi como dijo que haría.
Finalmente, dice:
—No le temo a nada.
Me inclino y lo beso. Duro. Mientras mantengo mi cuerpo relajado sobre el
suyo. Así somos una sola cosa, él dentro de mí y yo rodeándolo. Me envuelve la
espalda con sus brazos e inhala, lento y largo.
—Por favor, dime —digo en voz baja—. Quiero saber.
Ese rostro de gran preocupación se pone un poco tímido, casi. Un poco
vulnerable y mira al borde de la cama. Inclino su rostro de vuelta hacia mí, esa
mandíbula fuerte apoyada en la punta de mi dedo.
—Iré primero —digo, obligándome a relajarme un poco más alrededor de
él.
Asiente, entrecerrando los ojos por un momento, como si estuviera
intentando ver si estoy bromeando.
—Sí. Ve tú primero.
Mary, ¿q qué le temes más?
Cuéntale.
No le mientas, porque lo sabrá.
Dile la verdad, como quieres hacerlo.
—Está bien. —Mueve mi trenza sobre mi hombro—. Sea lo que sea, está
bien. —Deshace el nudo en la punta y ayuda a que mi cabello caiga libre sobre mi
hombro.
Me permito perderme en esos ojos. En la manera en que se siente dentro de
mí. La manera en que estar con él me hace sentir. Toma mucho coraje decirlo. No
es algo de lo que me guste hablar, o de lo que esté orgullosa. O incluso que 246
realmente quiera decirlo. Pero tengo que hacerlo. Y quiero contarle. Si alguien
debiese saber esto, es él.
Y así respirando hondo, le digo. No lo endulzo. No me rio de eso.
Simplemente lo digo. Ahora mismo, a salvo con él, la violencia no es lo que más
me aterra. Hay algo más profundo.
—Te enojarás —digo, como si no hubiera sido yo quien tuvo esta idea en
primer lugar. Ahora casi me estoy arrepintiendo, casi dándome patadas, por
dirigirme por este camino. Pero aquí estamos. Y esto es. Si le miento ahora, lo he
arruinado.
Y me niego a dejar que eso pase.
Así que lo digo. Simplemente lo suelto, rápido y tan seria como puedo.
—Me aterra tener hijos.
Me preparo para lo inevitable, la frase que todo el mundo adora, la que
piensan que es un cumplido. Pero serías una madre maravillosa.
No lo dice. En cambio, estudia mi rostro y lleva su pulgar a mi mejilla.
—¿Por qué?
Hay un millón de razones, pero solo una que en verdad suena sincera.
—Porque no quiero renunciar a mi vida.
Parpadea. Sus ojos parpadean.
Y otra vez, me preparo. ¡Puedes conseguirte una niñera! O Siempre está la
guardería.
En este momento, me siento tan vulnerable, tan completamente petrificada.
Tiene que sentirlo también, cuán expuesta estoy. Cómo me he abierto
voluntariamente.
Su rostro pasa de confusión a algo pacífico y calmado, y entonces dice:
—Puedo ver eso.
Qué cosa hermosa y honesta para decir. Sostiene mi mano en la suya,
todavía duro y fuerte en mi interior.
—Entiendo eso.
—¿Lo entiendes?
—Sí. En verdad.
247
Respiro lentamente.
—¿Es un problema? —Ni siquiera sé lo que me está sucediendo, pero mis
labios ya están temblando. Pienso en lo que me dijo anoche y cuán completamente
enganchada estaba, y lo estoy, pero cómo esto es distinto.
—¿Para mí? ¿Para nosotros? —Niega con la cabeza, ni un poco de
vacilación—. Diablos, no.
Me permito bajar sobre él un poco más profundo. Creo que sigue tan duro
como antes, pero se ha vuelto una parte de mí, mucho más conmigo, de lo que
realmente puedo decir. Simplemente existimos, aquí, juntos.
—Por más que lo intento, no puedo hacer que mi cabeza comprenda la idea.
Parece como si fueran el fin del mundo para mí.
Vuelve a asentir, pero no habla.
Y por eso lleno el silencio.
—Qué cosa horrible que decir… ¿qué tipo de mujer piensa así?
Sonríe.
—Tú. Eso es todo. —Se incorpora un poco, todavía dentro de mí. Envuelvo
mis piernas alrededor de él, maravillándome con lo natural que se siente, lo simple
que es esto de verdad. Sexo por el bien del sexo. No venirse. No gruñir o gritar o
gemir contra las almohadas. Solo para estar aquí juntos. Solo nosotros. En el
medio del día.
—Si no los quieres, no los quieres. Lo entiendo.
Sin advertencia, las lágrimas comienzan a deslizarse por mis mejillas. Me
siento tan libre, habiéndolo dicho. Finalmente habiéndolo sacado.
—También me aterran —dice, abrazándome con fuerza en sus brazos.
Presiona su mandíbula contra mi pecho, entre mis senos y lo sostengo allí.
Una de mis lágrimas cae de mi mejilla y aterriza en el dorso de mi pulgar,
luego rueda en su cabello.
—¿En serio?
Asiente.
—Sí. Me aterran mucho.
Le sonrío y paso mis dedos por su cabello.
—Son como adultos que no socializan. Da miedo. Annie no, pero solo
porque la conozco. 248
Annie. Dios. Me olvidé de Annie. Aquí estoy hablando de cómo los niños
me hacen querer huir. Pero se trata de honestidad. Se trata de verdad. Y esa es la
verdad, lo que le dije. La simple verdad.
—Las mujeres se llevan la peor parte —dice de manera práctica—.
Renuncias a más cosas. No importa lo que nadie diga.
Nuevamente, las lágrimas comienzan. Pero no es un llanto de tristeza. Es
alivio puro, sencillo y encantado. Limpia las lágrimas de mis mejillas, y susurra:
—De acuerdo, entonces. Mi turno.
—Sí.
Rodea con sus manos mi cintura y casi puedo sentir las yemas de sus dedos
tocar mi columna.
—Me gusta esto, sabes. Muchísimo.
—A mí también —susurro en respuesta—. No creo que habría estado así
con nadie más que tú.
Respira como para tranquilizarse.
—Estoy completamente petrificado de que vaya a perder mañana. De que
toda mi carrera se irá por el drenaje. Toda mi vida, he estado preocupado por el
mañana. El juego que podría cambiarlo todo. Si ganamos mañana, vamos a los
campeonatos. Y si ganamos los campeonatos, vamos al Super Bowl. He perdido
el juego de mañana tantas veces, Mary. En mi cabeza, y en el pasado. No voy a
tener otra oportunidad.
—¿Piensas que perderás? —Me inclino hacia adelante un poco. Mientras lo
hago, me aprieto involuntariamente alrededor de él y gime. Así que me relajo, me
relajo, me vuelvo a relajar. Hasta que volvemos a ser uno.
—Creo que voy a perder, sí —dice con ojos empañados—. No te atrevas a
decirle a nadie. Pero creo que perderé.
—¿Por qué?
—No lo sé —dice, presionando su frente con mi caja torácica—. Porque no
puedo recordar cómo ganar.
—Ganaste la semana pasada —le tranquilizo.
Me mira.
—Sí.
249
—Entonces…
—Eso fue distinto. De alguna manera. Esto es más grande. Esto es peor.
Es el mismo patrón de pensamiento que he escuchado de él antes. No
celebrar la victoria, pero preocuparse por la posibilidad de arruinarlo en la
siguiente ronda. No es una manera rara de pensar las cosas de verdad, pero si
pudiera borrar eso de él, lo haría. Así podría ver lo destacable que es. Lo dulce. Lo
talentoso.
—¿Qué sucede si ganas? —pregunto—. ¿Qué sucede cuando ganes?
Niega con la cabeza.
—No pasará. No les digas que creo eso.
—Nada que digas abandonará esta habitación. Jamás.
Sus fosas nasales se ensanchan. Y ahora su turno para las lágrimas. Me
rompe el corazón, este inmenso hombretón reducido a lágrimas en mis brazos. Pero
también es un honor. Esto no es sexo.
Esto es amor.
Amor como el que nunca he ni siquiera imaginado.
Un amor irracional, repentino, que te vuelve de cabeza. El tipo de amor que
hace que la gente se case.
El tipo de amor que lo cambia todo.
Para siempre.
—Creo que puedes. Creo que lo harás —le digo.
Parpadea varias veces rápidamente para limpiar las lágrimas.
—¿Lo crees?
—Sí, lo creo. —No le estoy mintiendo. No creo que podría ser capaz de
mentirle, incluso si lo intentara. No así. No ahora—. Creo en mi corazón que
puedes ganar. Y no sé por qué no lo crees también.
Vuelve a presionar juntos los labios y se disuelve una vez más en mis
brazos.
—Tengo tanto miedo de joderlo, Mary. Tengo tanto miedo de que vayan a
intercambiarme. Y acabo de encontrarte.
—Sé que lo tienes. —Presiono mi frente contra la suya. Se mueve dentro 250
de mí, hinchándose casi, presionando partes de mí que ni siquiera supe que tenía.
Como si contra más hablamos, más compartimos, más nos acercamos a algo
completamente perfecto—. No vas a ir a ninguna parte. No si tengo algo que ver
al respecto. Solo tienes que creerlo también.
—Sí —dice. Pero puedo notar que no se lo está creyendo.
—Créelo, Jimmy Falconi. Créelo.
Nos quedamos así por un largo, largo rato, hasta que finalmente, envueltos
en el otro, comienza a empujar lentamente dentro de mí, muy lentamente, desde
abajo, en una hipnosis rítmica que se siente distinta de cualquier otra experiencia
que haya tenido.
—Amo esto —dice, atrayendo mi cuello hacia él para un beso.
—Yo también.
Una lenta y suave embestida, y luego otra.
—Jodidamente mucho.
41 251

Jimmy
Cuando despierto, no tengo el subidón normal de adrenalina que tengo en
un día normal de juego. En cambio, me siento calmado, casi borracho. De ella.
Me aseguro de que esté cubierta, bien arropada, y entonces me pongo de pie
y me dirijo al baño. Me limpio el sueño de los ojos y enciendo la ducha. Sostengo
mi mano bajo el agua y dejo que se caliente. Aprendí hace mucho tiempo que si
deseas una ducha caliente en un día de juego, mejor si comienzas temprano. No
hay hotel en el planeta que pueda seguirle el ritmo a sesenta sujetos matando el
tiempo en la ducha, extremadamente nerviosos y deseando que ya fuera mañana.
Por costumbre, me ducho rápido (otra regla de los juegos de visitante) y cuando
salgo, está esperándome. Con un vendaje en una mano y un par de tijeras de uñas
en la otra.
—Vamos, campeón. Vamos a prepararte para el juego.
Luego de secarme, comienza con mi hombro, haciendo con cuidado
meticulosos giros sobre mis músculos. Haciéndome levantar y bajar el brazo, y
pegando la cinta suave pero firmemente con las yemas de sus dedos, hasta que mi
hombro es una maraña de cinta entrecruzada.
Y luego se pone de rodillas. Hubo un tiempo, no hace mucho, cuando habría
hecho un chiste sobre mientras que estás ahí…
Pero ahora no. Porque anoche, demonios. Anoche lo cambió todo.
Ubica suavemente la cinta en el interior de mi pierna en tres franjas prolijas.
Observarla tener tanto cuidado conmigo me deja sin palabras. Me debilita, así que
tengo que apoyarme en el lavabo. Sus dedos presionan la cinta contra mi piel y
luego alza los ojos para mirarme.
—¿Qué tal está?
—Perfecto.
Alcanza una botella de Advil y me la entrega. Pongo cuatro en mi palma y
las trago sin agua.
Debajo de mí, sacude la cabeza. 252
—Bruto.
—Sin embargo, sabes que soy suave. —Pongo mi mano en mi pecho—.
Aquí.
Las esquinas de sus ojos se arrugan cuando sonríe.
—Vas a estar bien hoy. Voy a estar allí contigo.
Le aparto el cabello de la frente y acuno su barbilla en mi mano.
—De acuerdo.
—Ahora, una última cosa. ¿Alguien más va a llegar a ver este lugar? —
dice, señalando a la cinta deportiva en mi pierna.
—No, solo tú.
Se gira y agarra un labial de su bolso. Se lo aplica con cuidado y en gran
cantidad en el espejo y luego vuelve a arrodillarse y pone un beso suave y amoroso
en la cinta en la parte interna de mi pierna.

Se dirige primero a los autobuses y acepto seguirla. Recojo los libros de su


habitación y los meto en mi maleta, subo la cremallera y la empujo en mi armario.
Luego miro a mi teléfono. Ha pasado exactamente un minuto.
Así que vuelvo a abrir mi maleta y saco El Corazón del Sexo Tántrico y lo
hojeo. Tiene una especie de sensación crujiente, hippie que me gusta mucho. No
demasiado profesional, no demasiado sofisticado. Solo realmente sexo.
También hay ternura en lo que dice, lo cual también me gusta. Me gusta el
porno tanto como a cualquiera, pero esto es distinto.
Ella es distinta.
A veces Valdez hace esta cosa donde deja que un libro se abra en cualquier
página. Lo llama «dejarlo a la suerte», creo; no puedo recordar, pero estoy seguro
de que es eso. Por lo general lo hace con la Biblia, porque es lo suyo. Es como la
lectura de palma para un ratón de biblioteca, dice. Todas las palabras están en
alguna parte, solo tienes que encontrarlas.
Así que lo intento. 253
Cierro los ojos y dejo que mi dedo caiga en la página. Es entonces cuando
veo que he aterrizado en el Capítulo 15, El Poder del Amor, y la frase «El amor te
liberará, solo si lo dejas».
Maldita sea. Piel de gallina sube por mi brazo.
—El amor transformará tu mundo si crees que puede hacerlo.
Me pierdo en las palabras. En lo ciertas que son, y lo posibles, hasta que
llaman a mi puerta y Valdez grita:
—¡Vamos, amigo! ¡Tenemos un juego que ganar!
Rápidamente, le quito la sobrecubierta a La mente del campeón y se la
pongo alrededor del libro de tantra y lo meto en mi bolsa. Pero entonces, algo en
la mesa lateral me llama la atención. Ella dejó su anillo en mi habitación junto al
despertador. Lo giro entre mis dedos. La cosa es completamente diminuta, apenas
lo bastante grande para el primer nudillo del meñique.
Podría regresarlo a su habitación. Pero estoy llegando tarde, Valdez está
esperando y tener un amuleto de la suerte nunca hace daño. Jamás.
42 254

Jimmy
Los malditos Broncos. En serio.
Comenzamos bien, con una patada de regreso decente a mitad de camino
que nos coloca en una buena posición en los cuarenta. Es un día despejado y frío
de otoño. Un día para la victoria. Un día para las buenas malditas cosas.
Pero lo primero que hacen es conseguir un touchdown. En los primeros
veinte segundos.
Imbéciles.
Con eso en mi buche, tomamos el campo. Me concentro. Me calmo. Lo
pienso detenidamente. Valdez se gira hacia mí y el fullback aparece, entre mi
placaje de izquierda y mi alero. Típica formación Wishbone. La triple opción…
Pero entonces, una por una, cada opción se va a la mierda, como se dice.
Primero, Valdez se mete es un forcejeo que escala rápidamente con uno de sus
defensores, lo que comienza con el defensor gritando:
—¡Malditos guatemaltecos! —en la máscara en su cara y empeorando
exponencialmente desde allí. Porque ¿sabes quién más es guatemalteco? Mi
maldito fullback.
Y ahí fracasa esa opción.
Tengo que pensar rápido y modificar la jugada un poco, esperando a que mi
halfback llegue por mi izquierda.
Pero no llega.
Porque su esposa es guatemalteca.
A la mierda todo.
Y mi otro halfback es derribado con un espectacular jalón de su cuello que
sucede tan rápido que los árbitros ni siquiera lo ven. Bastardos.
Es como si toda mi línea ofensiva de pronto se hubiera vuelto guerrera de
la justicia social de los latinoamericanos. Antes de que siquiera podamos conseguir
nuestro primer down, la defensa está sobre mí, revoloteando como abejas enormes 255
depredadoras y avispones azules y naranjas.
Cuando recupero un poco de equilibrio, con el brillante cielo azul encima,
escucho a Radovic en el lateral, gritando:
—¡Qué demonios! —Echo un vistazo y lo veo aplastando otra lata de Red
Bull y mirándome con las manos extendidas, con el rostro furioso y rojo de una
manera que solo un entrenador en jefe profesional puede conseguir. A dos
segundos de un paro cardíaco pero demasiado duro para caer muerto en el campo.
Uno de los extremos defensivos me ayuda a levantarme y me da una
palmada en el trasero.
—Bienvenido a la maldita ciudad de Mile High, Falconi. Maldita sea, te
extrañamos.
Bastardo.
Estoy malditamente falto de aire, porque Radovic me tiene haciendo una
ofensa sin timbac¹, lo que está perfectamente bien sobre el nivel del mar². Pero
apenas puedo ver bien aquí con los pájaros. Puede que me llamen el Halcón, pero
necesito oxígeno, y urgente.
Y así al final del primer cuarto, estoy teniendo esa vieja sensación de
ansiedad de que estamos real, épica, completa y profesionalmente jodidos. Cuando
el ofensa de Denver ejecuta una lenta, pero constante, marcha por el campo, Mary
aparece a mi lado con una botella de oxígeno, que pone sobre mi cara. La enciende,
a plena potencia, y de pronto, el mundo comienza a aclararse.
Desde allí, aunque me estoy sintiendo mejor, empeora. Y empeora. Nuestra
línea defensiva no puede controlar a la ofensa. Nunca he visto algo así. Es como si
los bastardos hubieran sido drogados y me encuentro observando a través de mis
dedos por una jugada o dos.
Mary viene y nos entrega a Valdez y a mí una botella de agua. Me mira a
los ojos y ensancha sus fosas nasales, con los dientes apretados.
—¡Qué! —digo—. ¡No soy yo!
—¡Jimmy! —gruñe.
Y aplasta mi botella de agua en el banco antes de dar un pisotón.
Que es cuando Valdez suelta una risa de Santa Claus.
—Cierra la boca —digo, pero su sonrisa es tan contagiosa que literalmente
no puedo evitarlo.
—Son lindos, ustedes dos. —Se ríe—. Super lindos. Tienen todo el fuego 256
para permanecer casados por setenta años.
—¿Podrías…
—Sabes que tengo razón, hombre. Lo sabes.
De vuelta en el campo y sin suerte. Una jugada bloqueada tras otra, un pase
incompleto tras otro. Un pie fuera de juego en lo que sería una patada de
devolución perfecta.
Maldita sea.
A la mitad, en el vestuario, Radovic da su discurso. Está terriblemente
calmado, como un moribundo o un asesino en masa.
Luego del breve discurso, que es tan inspirador como una patada en los
huevos, me pongo de pie y voy a mi casillero. Dentro, hay una nota. ARMARIO
DEL CONSERJE. AHORA.
Lo enrollo y froto el sudor de mi rostro. Luego salgo al pasillo. Es lindo y
todo eso que no sepa exactamente nada sobre el fútbol, pero voy a tener que
explicarle que veinte minutos es casi suficiente para que recobre el aliento y no
tengo tiempo para aventuras secretas en armarios secretos, sin importar cuán sexy
suena eso. Miro de un lado a otro por el pasillo pero no veo nada que se parezca al
armario del conserje.
Hasta que veo su bonito dedo asomándose por una puerta ligeramente
abierta, curvándose para decirme que me acerque.
Me deslizo en el armario, que huele a Lyson y tiene un suministro de toallas
de papel que le daría envidia a Costco Corporate. Me paro junto a su oído y le digo:
—No hay tiempo para…
Pero me está besando antes de que pueda terminar la oración. Rodeándome
con sus piernas, jalándome hacia ella por el jersey, deslizando su mano por la parte
trasera de los pantalones de mi uniforme y agarrando mi trasero, clavando sus uñas
en mi piel. Dios, es la cosita más jodidamente dulce. En medio del caos, solo existe
ella. Y yo. Y, noto, una interminable selección de mopas.
—Jimmy. —Me mira concienzudamente a los ojos.
Limpio una mancha de maquillaje de teatro de su pómulo.
—Mary.
De nuevo está ese ensanchamiento de sus fosas nasales. La luchadora en el
ring por la que caí por primera vez. Demonios, la deseo tanto. La quiero lenta y
rápido, sucio y mojada. La deseo de todas las maneras en que esté dispuesta a 257
entregarse a mí.
Pero ella no va a darme nada. Porque es entonces cuando aprieta los dientes,
parpadea una vez y dice:
—Deja de pensar tanto —antes de volver a empujarme por la puerta.

Con el sabor de Jugo de Fruta en la boca y el aroma a coco en mi nariz,


vuelvo a salir al campo. Y otra vez. Y otra vez, su maldita defensa está
asesinándonos, pero milagros de milagros, la nuestra está aguantando. Ante la
advertencia de dos minutos, estamos 7-0, Broncos.
Tomamos el campo una vez más. Echo un vistazo y la veo con los mitones
juntos, como una plegaria, frente a sus labios. Me está mirando directamente, y
hoy su cabello está suelto alrededor de su rostro, igual que lo estuvo anoche. Se ve
tan hermosamente fuera de lugar allí en los laterales. Sin usar equipo deportivo
solo una chaqueta de tweed. Sin usar zapatillas, sino botas. Estoy lo bastante cerca
de verla tomar aliento y ella menea adelante y atrás las rodillas, nerviosa.
Deja de pensar tanto.
Los chicos se ponen en formación y llamo el 525 F Post Swing. Valdez está
mirándome entre sus piernas y hace un rápido cabeceo. Es una decisión fuerte. Una
jugada difícil, pero una maldita rompe bolas si funciona.
El amor puede cambiarlo todo, si lo dejas.
Las últimas posesiones han puesto a los defensores como locos, como
perros rabiosos contenidos por cadenas. Saben que esa estúpida cosa de Guatemala
afectó a mis muchachos, y no lo dejarán pasar.
Así que antes de llamar para hacer el saque, digo una última cosa, solo por
impulso:
—¡Dejen de pensar tanto y larga vida a la jodida Guatemala!
Es tan impropio de mí gritar mierdas como esas, que la defensa se sorprende
en el movimiento y obliga una salida en falso.
La multitud gruñe como una gran bestia enfadada alrededor de nosotros.
Miro a Mary. Está sonriendo, y Radovic está sorprendido, también
sonriendo, con su Red Bull en el aire. Sus grandes cejas tupidas alzadas hasta su
gorro y me hace un asentimiento de ¡bien hecho! 258
Cinco yardas y el primer down, pasamos lentamente por el campo.
Les grito acción y lanzar, extendiendo a la ofensa, pero la defensa es
demasiado buena y nos detiene en seco. No hay ganancia.
Segundo y diez, intento por la zona sin cobertura. De ninguna manera, hijos
de puta. La defensa está sobre el balón hoy. Y retiramos la máscara protectora.
Nuevamente, nos reposicionamos. Las sombras se están alargando, y
estamos en un parche de campo sombreado y frío, todavía en territorio de los
Broncos. Tercera y quince, hacerlo o morir.
Me agacho en el corrillo, mirando a mis muchachos. Puedo ver la duda en
sus ojos, aun cuando no tienen intención de mostrarlo. Y no los culpo.
Lo de anoche regresa a mí, con ella. ¿A qué le tienes miedo, Jimmy? ¿Por
qué?
De perder. De arruinarlo.
No lo harás. Su rostro. Esa ternura. La manera en que se agarró a mí.
Cierro los ojos. Me permito dos segundos para visualizar algo distinto que
no sea este maldito juego. La veo. En mi sofá. Con la chimenea encendida, veo la
nieve de fuera, y a ella envuelta en una manta. La veo conmigo no solo esta
semana, sino la próxima. En Acción de Gracias. Y la semana luego de esa. Y la
siguiente luego de esa, en el infinito calendario de por siempre jamás.
Abro los ojos.
El reloj del juego sigue avanzando. Avanzando. Avanzando. Radovic grita
desde los laterales y los defensores comienzan a clavar sus talones.
Es la hora, Falconi. Demonios, sí. Ahora o nunca. El amor transformará tu
mundo, si crees que puede hacerlo.
¿Lo crees?
Diablos, sí, lo creo. Puedo sentirlo en mis dedos. Puedo sentirlo en mi
sangre.
Grito la 525 F Post Swing de nuevo, palabras Bears secretas, pero la misma
jugada. Si puedo conseguir un pase de diez yardas, estaremos forrados.
Necesitamos esto. Y luego me preocuparé por lo siguiente.
Lo grito. Fuerte y claro, pero al final, arrojo un:
—¡Omaha! —Estilo Manning³, para enojarlos y hacerlos recordar que
solían ser buenos. Pero ahora solo son los Burros una vez más. Nada más que un 259
grupo de jugadores de segunda categoría con atuendos usados con calcetines que
no coinciden. Así es cómo empezaron y así es cómo voy a hacerlos sentirse de
nuevo.
El saque es bueno, pero están conectados y enfadados, lo que lleva a los
defensores a hacer un scrum estilo rugby frente a mí.
Es precisamente lo que necesito.
Mi ala cerrada corre un shallow cross mientras mi zaguero corre con una
velocidad que había olvidado que tenía. Finjo un movimiento una vez, dos veces
y los defensores se están acercando.
Entonces ahí está él, en la zona de anotación, el sol brillando en su casco.
Deja de pensar tanto.
Miro a Mary. Sus ojos están fijos en mí y articula: «Hazlo».
No sé si puedo ser un esposo, o un padre, o el tipo de hombre que quiero
ser. Pero sé esto: puedo destacarme en el fútbol. Así que lo hago. Me mantengo
presente y Zen directo en la espiral. Hago lo que tengo que hacer: un lance lo más
duro que puedo, el lance que me consiguió mi apodo en primer lugar: un pase alto
y en arco que nadie más en el juego tiene y que no he hecho por al menos un año.
Pero ahora lo hago.
El Halcón está de regreso.
Me tambaleo lejos de la línea cuando la línea defensiva se desparrama a mi
alrededor. Todo se ralentiza. La multitud se queda en silencio en mi cabeza. Junto
las manos detrás de mí casco, observando al balón atravesar el cielo en espiral.
Un milisegundo se convierte en un minuto y el balón vuela 85 yardas en el
tiempo que me toma inhalar. Escucho mi propio aliento y también la voz de ella.
Esa voz. Esa ronca, hermosa voz gritando:
—¡Sí! —A todo pulmón.
Sí.
Por favor, sí.
Observo a Benítez agacharse y luego saltar en el aire, su metro noventa y
ocho un metro más alto en el cielo. Sus pies suben, suben, suben, colgando en el
aire como si estuviera suspendido arriba. Sus brazos se alzan, sus manos se
extienden en la forma del balón, esperando.
Esperando. 260
Esperando.
Mantengo mis manos a los lados de mi casco.
No pienses demasiado.
Me centro en Benítez. En sus manos. En sus guantes. En su lengua
asomándose por el costado de su boca.
Y entonces el balón vuela a sus manos.
Y hace la maldita atrapada.
Santo ¡cielo!
Me giro y la veo saltar a los brazos de Radovic. El Red Bull sale volando y
la gira a través del aire.
En el sistema de sonido brama el locutor:
—Ese es Jimmy Falconi con el touchdown para los Bears.
Demonios, sí.
43 261

Mary
El fútbol desde los laterales es violento, ruidoso, agresivo, sucio y también,
completamente increíble.
Con el marcador ahora diciendo 7-6, escucho a Radovic hablando algo a mi
lado. Llaman a Jimmy para que se acerque y los tres se unen en un corrillo.
Los jugadores en los laterales se quedan en silencio. Valdez me dice:
—¿No tienes una maldita idea de lo que está pasando?
Lo miro. En verdad se parece exactamente a un oso hoy. Ha estado sudando
tanto que el maquillaje negro se ha corrido por sus mejillas, dándole ojos de panda.
Saca un palito de miel de alguna parte dentro de su jersey.
—No tengo idea. Para nada.
—Así está la cosa… —Lo saca y lo chupa. Luego me entrega uno y hago
lo mismo.
—… la idea es que lo pateemos en esa cosa de allí. Si lo hacemos,
conseguimos un punto. Pero —dice, agachándose y fingiendo atar sus zapatillas
ya atadas—. Jimmy está que arde. Así que van a dejarlo ir por la transformación.
Si lo logramos, ganamos. Si lo jodemos, estamos jodidos.
Desesperadamente, intento recordar los trozos del juego que Wikipedia me
ha enseñado.
—¿Dos puntos?
—Bingo. Y todo depende de tu hombre ahora.
Chupo con fuerza mi miel, mordisqueando el palito.
—¿Puede hacerlo?
Valdez acuna su oído con su mano y se inclina hacia mí. Lo repito en su
mano enorme, sudorosa y sucia.
—¿Puede hacerlo?
No me mira mientras aplasta su palito de miel.
262
—Su defensa es buena, pero déjame decirte algo. Cuando ese hijo de perra
está motivado —me mira fijamente—, está motivado.
Asiento. Parpadeo. Y entonces Valdez agarra su casco y regresa corriendo
al campo.
Me centro en Jimmy. Se alinearon en ese mismo patrón, generalmente, que
antes. Cerca de la zona de meta. Puedo sentir los nervios en los laterales. Observo
a un sujeto descomunal, debe tener unos dos metros diez, mordiéndose las uñas.
Observo a Brenner, que estuvo muy tranquilo en el avión, alzar la vista al cielo y
presionar la palma contra su boca.
Valdez arroja el balón entre sus piernas y Jimmy lo atrapa. Sus pies andan
ligeros, con confianza pero con cuidado yendo hacia atrás, presionando el terreno
a medida que retrocede. Los jugadores del bando contrario, los más grandes,
fornidos e infames comienzan a venir por él.
Oh, Dios, este juego. Es emocionante, eso seguro, a menos que el hombre
que amas sea el sujeto que todo el mundo está intentando lastimar.
Un sujeto grita desde la parte posterior de la zona de anotación, el mismo
sujeto que atrapó el touchdown.
Pero es barrido en una tacleada desde el costado y sale volando fuera de los
límites.
Entonces ¿qué hace Jimmy? Me mira. Solo una vez. Y entonces mete el
balón en el ángulo de su codo.
Y corre.
Sus glúteos se flexionan y sus cuádriceps se tensan, se agacha y avanza con
el casco de frente.
¡Plaf!
Una masa de hombres desciende sobre él como lobos. Se pierde entre el
enredo de piernas, cuerpos y jerséis. No puedo ver nada. No puedo ver cómo
alguien podría ver algo. Uno de los árbitros se acerca al enredo de hombres y la
multitud de setenta mil se queda en silencio.
Lentamente, cuerpo tras cuerpo es quitado. Un par de jugadores Bears alza
sus brazos en el aire en lo que estoy aprendiendo que es ¡la señal para una
anotación!
La multitud ruge. Pero los árbitros no han intervenido.
Más cuerpos se desprenden del montón. Inexplicablemente, un zapato sale.
Un casco. Hombre tras hombre rueda de la pila. Al final, lo veo. 263
Mi Jimmy, estirado sobre su estómago, sus brazos extendidos como si
estuviera a punto de sumergirse en una piscina. En sus manos enormes, sexys y
enguantadas está el balón.
Debajo de éste, la pintura naranja brillante.
A mi alrededor, la tensión se transforma en la felicidad más pura y
contagiosa que he visto. Hombres adultos se ponen a llorar, y Radovic arroja las
manos al aire, enviando a volar su gorro ruso.
El marcador lo confirma. 7-8. ¡Los Bears ganan!

El vestuario es un completo caos y alegría. Miro por la puerta, pero no entro.


Este es el momento de ellos, lo suyo, su celebración de tanto trabajo, y tantos
juegos, y tanta esperanza derramada.
Me rodeo con los brazos y comienzo a pensar en cómo diantres regresar al
hotel. Es una sensación vacía y triste, no mala, pero un poco como cuando acabas
un libro que adoras, o una película, y solo deseas poder experimentarlo de nuevo
por primera vez.
Mientras me dirijo hacia el cartel de la salida al final del corredor, escucho
un pesado tump-tump-tump llegando detrás de mí. Mi corazón salta y me doy la
vuelta. Es él, con el atuendo de fútbol completo, sin el casco, pero todavía con sus
hombreras, rodilleras, coderas y pintura, trotando hacia mí.
Sus brazos están abiertos y me alza en ellos. Está sudoroso, enérgico y
simplemente es completamente perfecto. Mis piernas giran en el aire y su barba
incipiente me raspa la mejilla.
Sin bajarme, carga hacia una salida lateral en la escalera vacía.
—Te dije que podías hacerlo —le digo, dándole un gran beso en la mejilla.
Bajo mis dedos, sus brazos se sienten pegajosos con el sudor—. ¡Te lo dije!
La felicidad de su rostro me muestra exactamente cómo debió verse de niño,
esa misma inocencia, completa alegría que los niños tienen, que Annie tuvo cuando
le di una galleta tibia.
—¿Sabes qué sucedió? Dejé de pensar en todo. Me centré en ti. Y ganamos
el maldito juego, Mary. Tú lo hiciste. Tú lo hiciste.
—Nooooo. —Niego con la cabeza—. Créeme. Estaba mirando. Todo se 264
debió a ti.
Es entonces cuando me besa, un beso sin aliento, sonriente y jadeante.
Entonces se aparta.
—¿Y ahora qué? ¿Vas a irte?
—Estaba regresando al hotel —digo, sonriéndole—. Regresa con el equipo.
Tienes mucho que celebrar por delante.
Me presiona contra la pared a la vez que un riachuelo de sudor baja por su
garganta dentro de su jersey.
—No, hermosa. Es contigo con quien quiero celebrar. Solo contigo. Creo
que eres mi amuleto de la buena suerte.
—Para. —Siento el rubor en mis mejillas, la debilidad en mis rodillas.
—No pararé. —Conduce sus caderas hacia mí. Sus almohadillas
presionándose contra mis piernas y su rodillera presionándose contra mi abdomen.
Dios bendiga a quien creó estos uniformes. Bendito, bendito, bendito.
—Te diré un secreto —susurro en su oído—. En verdad no deseo que pares.
Nunca. Sigue haciéndolo. Igual que esto.
Se ríe un poco y me besa una vez más. Por encima de nosotros, escuchamos
el repiqueteo de alguien viniendo por las escaleras y se aparta de mí.
—Espérame en tu habitación —susurra—. Porque hay un capítulo en ese
libro que compraste diciendo nuestro nombre.
—Pero, Jimmy, tienes cosas que hacer. El equipo…
—Mary Monahan. Solo déjame salirme con la mía. Sabes muy bien que lo
conseguiré eventualmente —dice—. Ocho en punto. Tú. En la cama. ¿Entendido?
Las mariposas revolotean a través de mí, provocándome un escalofrío.
—Entendido.
Me guiña un ojo.
—Buena chica. —Y entonces se marcha.
44 265

Jimmy
La entrevista luego del juego pasa en un borrón. Me hacen preguntas sobre
cómo lo hice, y digo: «Solo estuve concentrado hoy, creo. Extra concentrado».
Me preguntan sobre la posibilidad del comodín, y digo: «Veremos lo que la
próxima semana trae». Me preguntan lo que sucedió allí, lo que lo dio la vuelta en
la mitad, y digo: «Si pudiera decirles, lo haría». Y se ríen, se carcajean, y me rio
con ellos, alisando los botones de mi camisa de vestir y tocando el anillo que tengo
de ella en mi bolsillo. Pero el hecho es, no estoy bromeando. Si pudiera contarles
de ella, lo haría. Diría que hay una mujer que me trae patas arriba. Que hay una
mujer que me hace ver el mundo un poco diferente. Que hay una mujer que me
tiene en otro planeta. Y que no tengo ningún maldito plan de regresar a la tierra.
Y todo el tiempo, en todo lo que puedo pensar es en su sonrisa. Su piel. Sus
palabras. La confianza en esos ojos que me hacen creer, total y verdaderamente
creer, que puedo hacer cualquier maldita cosa que haya querido y más.
Cuando regreso al hotel, hago como que estoy agotado. Le digo a Radovic
que voy a tomármelo con calma, mirar un poco de Stranger Things e irme a la
cama.
—¿Más cosas extrañas que, qué? —pregunta Radovic.
Estoy tan cansado que me toma un segundo. Explicárselo a Capitán Obvio
me tomaría más tiempo que solo fingir que no tiene importancia. Lo cual no es así,
para nada.
—Sí, no, no importa.
En mi bolsillo, mi teléfono zumba. Espero por todo el infierno que sea ella
preguntándome dónde estoy, diciéndome que está esperándome. Ubico mi teléfono
para asegurarme de que Radovic no pueda ver ninguno de mis mensajes; por si tal
vez, qué sé yo, hay una foto desnuda de ella en frente del espejo.
Pero no tengo tal suerte.
Por supuesto, es Michael.
Michael: Jódete, Jimmy.
Michael: Aposté en tu contra ¿y qué haces? Vas y ganas.
266
Para empezar, paf, siento la avalancha de enojo. El deseo de arrojar mi
teléfono a través de la habitación en los malditos árboles falsos junto a la ventana.
Pero tan rápido como llega la ira, consigo reprimirla. Espero que haya perdido
hasta la maldita camiseta en ese juego. Espero que los bastardos tomen cada
maldito centavo de los diez grandes que le di y cada centavo que me robó además.
Vuelvo a meter el teléfono en mi bolsillo sin decir una palabra.
Vuelvo a mirar a Radovic.
Está asintiendo y, santo cielo, sonriendo, algo que nunca le he visto hacer.
Transforma su rostro completamente.
—Muy bien, hijo —dice, dándome una palmada en el hombro—. Sigue
haciendo lo que estés haciendo. Sea lo que sea, está funcionando.
No es un eso. Es ella. Pero tiene razón, por primera vez.
—Esa es la idea. —Entonces me dirijo a las escaleras.

Entro en mi habitación, que está oscura y en silencio. Tan oscura y en


silencio, de hecho, que pienso que ella podría no estar aquí en absoluto. Entonces
escucho el sonido suave y sexy de su piel sobre las sábanas.
—Hola —susurra. Cierro la puerta y le pongo llave detrás de mí antes de
dejar caer mi bolsa.
El sonido de un encendedor atraviesa el aire, y brota una pequeña llama,
iluminando su rostro. Levanta una vela de la mesita de noche y la enciende.
Observo su sonrisa, jodidamente impresionante, alumbrada por la vela y hermosa.
Luego de eso, su cabello se desliza en una cortina a lo largo de los costados de su
rostro.
—Hola —susurro en respuesta.
Enciende otra vela y luego otra.
—¿Dónde conseguiste eso? —pregunto, observando su cara cobrar vida en
las sombras de las llamas.
—Barnes & Noble sirve para todo. Incluso nos conseguí algo de chocolate
para más tarde. Entonces ¿qué tal?
—Qué tal ciertamente. —La atraigo más cerca y me pierdo en el lugar 267
donde su trasero se encuentra con sus piernas. Dios.
—¿Estás seguro de que no deberías estar con el equipo? —dice en voz
baja—. Porque estoy bien. No me importa quedarme sola.
A la mierda eso.
—No lo entiendes ¿verdad? —pregunto, tomando las sábanas y el edredón
en mi mano y sacándolas lentamente de su cuerpo por lo que está desnuda sobre el
colchón.
—No creo que lo haga, no. —Puedo escuchar la sonrisa en su voz antes de
que la luz de las velas me permita verla.
—No existe otro lugar donde preferiría estar que contigo. Aquí mismo. Esta
noche.
Rueda para ponerse de rodillas sobre el colchón. La luz parpadea contra su
perfil, enviando preciosas sombras arriba y debajo de sus curvas.
—Estuviste tan increíble. ¿Lo sabes? —Y entonces, comienza a
desabrocharme los botones de la camisa—. Y te ves en verdad muy sexy de traje,
por cierto.
—Algunos de los muchachos se ponen ropa deportiva luego de los partidos.
No soy de esos. —Observo a sus dedos pequeños y elegantes desabotonar botón
tras botón, y luego desliza su mano a lo largo de mi pecho.
La levanto por el trasero y deslizo sus rodillas al borde de la cama por lo
que estamos cuerpo contra cuerpo.
—Antes de ti, Mary Monahan —digo, arrastrando mis dedos por su brazo—
, era una jodida catástrofe. No podía concentrarme. No podía pensar.
—No hice nada en absoluto.
Tonterías, pienso. Voy bajando mis dedos por su espalda, trazando la curva
de sus caderas, bajando por sus piernas. La huelo, mojada y caliente, pero no puedo
tocar su coño.
Maldición, lo quiero. Pero no lo haré.
No por mucho, mucho tiempo.
45 268

Mary
Cae de rodillas frente a mí y comienza a besar mi cuerpo, centímetro a
centímetro. Comienza con la punta de mis pies y sube por mis pies. Sus ojos están
cerrados, su rostro relajado y la luz de las velas muestra su hermoso pecho, apenas
asomándose por detrás de los tres botones abiertos, que es todo lo que me dejó
llegar.
Sube por mi rodilla, deja besos y luego sube por mi pierna. Con su lengua,
traza una línea sobre los huesos de mi cadera. Besa mi ombligo y lo atraigo. Su
lengua se mueve lentamente, con cuidado, debajo de cada seno. Chupa suavemente
mis pezones, con ternura, con reverencia.
Acuno sus mejillas, intentando traerlo hacia mí y que me bese, un beso de
verdad, porque necesito desesperadamente probarlo de nuevo. Pero en cambio, se
sigue moviendo hacia arriba, acurruca su rostro entre mis senos, mejilla contra
pecho y lleva las yemas de mis dedos a su boca, uno por uno.
—No deseo que esto termine. Jamás —susurra, antes de moverse a mi dedo
anular—. Por cierto ¿no te falta algo?
Oh, Dios mío, mi anillo. Intento recordar dónde lo dejé, pero él ya está
buscando en su bolsillo. Lo pone, con el corazón hacia afuera, de la manera en que
lo había estado usando.
Pero no está bien. Ya no. Ahora no.
—Dale la vuelta —le digo.
Sus ojos brillan y su agarre se aprieta.
—¿Sí?
—Sí —digo, pasando mis dedos levemente por su cabello y dejándolos
descansar por un momento en su nuca—. Porque también lo siento, Jimmy Falconi.
—¿Estás segura?
Asiento hacia él y extiendo mi mano.
—No voy a ir a ninguna parte.
269
—¿Lo prometes? —pregunta, a la vez que vuelve a poner mi anillo para el
otro lado, con el corazón mirando hacia mí.
Nunca lo he usado de esa manera. Y estoy tan feliz que podría llorar.
—Lo prometo.
Me da un beso largo y afectuoso en el centro de mi palma. Se endereza a un
lado de la cama y me mira por un largo momento, bajando su mano por mi
abdomen.
El cinturón que lleva esta noche no es uno al que esté habituada, sino que
es un cinturón de vestir, de brillante cuero negro y una hebilla plateada brillante.
Desabrocho el botón en los pantalones de su traje y luego hace que regrese a
ponerme de rodillas. Bajo sus pantalones sobre su trasero. La hebilla del cinturón
tañe contra el borde de la cama, llenando la habitación con un sonido que me
recuerda a una campanilla.
Esta parte de él, esta parte sensible, tranquila y sensible de él, es lo que más
me gusta. Porque me gustó en el ring, y me gustó en la mesa de la cocina, y me
gustó en el campo de juego, pero este Jimmy Falconi: el héroe lento, tranquilo y
deliberado; este es el hombre que más me gusta.
Ahora es mi turno para cubrirlo de besos. Comienzo encima de su bóxer,
sintiéndolo sólido y duro contra mi pecho. Subo y bajo por sus abdominales a
medida que voy, y sus manos encuentran su camino hacia mi nuca. No es agresivo,
sino que solo está apoyado allí. Su piel está cálida por la ducha, suave y delicado
en todas las partes donde debería estarlo. Áspero en todos los lugares correctos
también. El sexo con él, no se trata de miembros enredados y movimientos
incómodos. Es como si encajáramos. Como si siempre hubiéramos esperado
encontrarnos mutuamente, para tener sentido juntos.
Desabrocho el pequeño botón de su bóxer y acuno sus bolas en mis manos,
primero el izquierdo y luego el derecho. Se apoya contra mi hombro e inclina su
cabeza hacia atrás.
Pero entonces me guía suavemente hacia atrás sobre la cama, ubicándome
de costado y doblando mis rodillas con mis tobillos en su enorme mano.
Observo cada uno de sus movimientos. Su camisa cayendo de sus hombros
y él subiendo sobre mí, haciéndome sentir pequeña otra vez.
Me sujeta con su mano en mi cintura y sin separar la mirada, se empuja
dentro de mí. Le sujeto los antebrazos y susurra:
—Regresemos a ese lugar donde estuvimos anoche. 270
—Te sientes tan bien —le digo—. Tan bien. —Ya, mis entrañas están
palpitando por él. Intento detenerlo, intento ralentizarlo, pero literalmente no
puedo evitarlo. La necesidad está ardiendo a través de mí. Quiero hacerlo sudar.
Quiero hacerlo gemir—. Ese calor y furia que vi en el campo, quiero eso dentro de
mí. Ahora. Por todas partes.
—Demooonios —susurra—. Lo quiero todo de ti también. Te quiero así. —
Se conduce dentro lentamente—. Quiero que dure por horas, pero también quiero
follarte hasta dejarte sin sentido en el suelo del baño.
—Puedes tenerlo todo. Quiero que lo tengas todo.
—¿Sabes en lo que pensé hoy en el campo? —pregunta, dejándose caer
sobre mí, encerrándome con sus brazos.
—¿Qué? —Dejo que mi lengua se demore en el lóbulo de su oreja.
Me da un empujoncito con su nariz.
—Tú. Y yo. En Acción de Gracias. En mi casa.
Y entonces se conduce más profundo. Nos quedamos así por un largo
segundo, unidos, hasta que finalmente, rompo el silencio.
—Señor Falconi ¿me está pidiendo que pase las festividades con usted?
Asiente suave, dulcemente, contra mi pecho.
—Quiero algunas tradiciones contigo. Y no deseo esperar.
46 271

Jimmy
Dos días después, estamos de regreso en Chicago y estoy en Costco con
Valdez. Es el martes antes de Acción de Gracias y el lugar es un verdadero
zoológico. La completa locura de las fiestas, y, buenas noticias para Valdez y para
mí, las muestras del paraíso. Nos dirigimos por el pasillo principal, pasamos los
televisores de pantalla plana, todos mostrando a Rodolfo, el reno de la nariz roja,
como un caleidoscopio animado de plastilina. Agarro una caja de detergente para
la ropa. Mientras Valdez se dirige hacia un carrito de muestras de salsa de pimiento
rojo, recojo algunos suavizantes de sábanas y vuelvo mi atención a las rosas.
Me decido por esas rosas bonitas de aspecto casi antiguo, más oscuras en
los bordes y más claras cerca del tallo. Ya la he bañado en rosas rojas y ahora es
tiempo de mezclarlo.
Mientras las pongo en el carrito, Valdez regresa con tres cuartos de litro de
pasta para untar de pimiento rojo y la boca llena. Deja uno de los dos paquetes en
mi carrito y luego se dirige a unos aperitivos de salchichas. Veo a un tipo con la
gorra de los Bears decirle a su esposa:
—¿Sabes quién es?
Y entonces los ojos del sujeto se fijan en mí.
Mierda.
Pero en vez de apretar sus dientes, esboza una enorme sonrisa y dice:
—¡Jimmy Falconi, santo infierno!
Se acerca como si me hubiera conocido desde siempre y me da un gran
apretón de manos.
—Bien hecho la semana pasada, campeón. Nos enorgulleciste. No sé lo que
hiciste, pero maldita sea, espero que puedas hacerlo de nuevo.
Digo todas las cosas habituales, pero esta vez, las digo en serio. Tuve buena
suerte. Las cosas se alinearon. Fue un día realmente bueno. Pero lo que no digo es
que es por ella, es todo por ella. Al menos por ahora, puedo guardarme eso. 272
El sujeto se despide y su esposa sonríe. Maniobro mi carrito hacia los libros,
sintiéndome, de alguna manera, como un hombre nuevo.
Respirando hondo, miro alrededor y me concentro. Puede que haya pasado
parte del día de ayer leyendo a Rumi. Posiblemente. Bien, muy bien, todo el día.
Y esa cosa es increíble. Pura, completa, eticidad de la vieja escuela.
Entonces, dejando que Rumi me hable un poco, regreso al presente.
Hoy, no se trata de comprar pechugas de pollo o proteína en polvo o cuatro
kilos de espárragos. Tampoco se trata del juego. Hoy, se trata de ella. Y yo. Y
Acción de Gracias.
Más o menos el 50% de las Acciones de Gracia que he tenido desde que
dejé la universidad, he estado en el campo de juego. El otro 50% o lo he pasado en
casa de Michael o en la de Valdez. El año pasado, la idea de Acción de Gracias de
Michael fue poner quinientos en las carreras de perros y ser golpeado mientras
Annie y yo mirábamos Mi pequeño pony. No obstante, este año, no he escuchado
de él. Está enojado porque gané y no hay nada que pueda hacer para cambiar eso.
Pero nunca he hecho Acción de Gracias solo. Puedo hacer un omelet
patético, pero ahora, tengo que aprender cómo hacer pavo y todas las guarniciones.
Para ella.
Bajando mi carrito por el pasillo más allá de los libros, veo La alegría de
cocinar.
Mierda. Es como si Costco pudiera leerme la mente.
Lo abro y hojeo el índice buscando el pavo. Bajo mi dedo por la página.
Aderezo para… (Anotado).
Galantina de (¿Qué?)
Estofado, 263 (No lo creo…)
Pan, cocinado (¡Oh, cielos!)
Asado (¡Bingo!)
Es bastante sencillo, aunque algunas cosas son un poco misteriosas. Voy a
tener que buscar en Google algunas, ¿amarre?, pero está bien, todo lo que pueda
necesitar está explicado para mí: repisa, sartén, todo. Así que voy hacia los pavos.
Pero cuando paso por la góndola de mantequilla de maní, algo más me llama
la atención. Otro mensaje subliminal de Costco. Hay un estuche de joyas lleno de
diamantes brillantes, y en el centro, filas de anillos de compromiso. 273
Al principio, no puedo creer que la idea pase por mi mente. Yo. Jimmy
Falconi, ¿pensando en eso?
Por otra parte, es bastante simple. Cuando lo sabes, lo sabes. Y cuando lo
sabes, no puedes quedarte diciendo que lo sabes todo el tiempo. Tienes que hacer
algo al respecto para que sea real.
Valdez me empuja el hombro con una muestra de trufas de chocolate en
cada mano. Pone una en su boca y me da la otra.
Pero no es una trufa.
Es un macaron cubierto de chocolate. Claro que lo es.
—¿Entonces? —dice Valdez mientras un poco de chocolate derretido gotea
por las comisuras de su boca—. ¿Qué piensas?
Lo miro fijamente y mastico el macaron, que sabe tan parecido a ella que
me vuelve loco por dentro.
—¿Vas a proponerte?
Bajo la mirada a los anillos alineados prolijamente en una vitrina de
exhibición de terciopelo gris.
—¿Cómo sabes cuándo deberías hacerlo? —Trago pesado y me limpio la
boca con el pulgar e índice.
Valdez mastica y me mira.
—¿Cómo sabes cuando estás sediento? ¿Cómo sabes cuando tienes
hambre? ¿Cómo sabes que estás vivo? Simplemente lo sabes, hombre. —Me clava
un dedo en el pecho—. Simplemente lo sabes.
Un anillo girando en la plataforma de exhibición brilla bajo el vidrio. Es un
anillo hermoso. En verdad lo es. Pero…
—No puedo proponerme con un diamante de Costco —le digo.
—Mierda no, no puedes.
47 274

Mary
Cuando comienzo a medir una taza de miel de Karo para mi tarta de nueces
pecanas, Bridget dice:
—Sabes que va a pedirte que te cases con él, ¿verdad?
Me sorprende tanto que alzo la mirada, y me quedo quieta, sorprendida, con
el Karo derramándose de la media taza sobre las nueces en el cuenco de la mezcla.
¿Casarse conmigo?
¿Qué?
—Oh, vamos —digo, intentando arreglar el exceso de Karo que ahora se ha
ido en serio de las manos—. De ninguna manera. ¡De ninguna manera! —Pongo
la botella pegajosa sobre la encimera. Intento estimar qué tal malo fue el exceso
vertido. Mucho. Espero que a Jimmy le guste su tarta dulce y almibarada.
—¿Estás bromeando? Ver que esto te pase, es como estar en una telenovela.
Si estás así locamente enamorada, no puedo imaginarme cómo está él. Así que
claro que lo hará —dice, y roba una nuez del cuenco, poniéndola en su boca y
masticándola lentamente mientras asiente a sabiendas—. Toma nota. —Menea un
dedo en el aire—. Mamá Bridget siempre tiene razón.
Es ridículo. Es impulsivo, rápido y algo abrumador. ¿Siquiera quiero
casarme? Revuelvo un poco de mantequilla derretida y azúcar morena, juntando
las nueces.
—Es tan rápido —le digo.
—Lo sé —dice Bridget, deslizándose de la encimera y llenando un vaso de
agua del grifo—. Pero puedo sentirlo en el aire. Como Phil Collins.
A mis pies, Frankie Knuckles se sienta con paciencia. Apoyo la cuchara en
el borde del cuenco y le doy una golosina de pollo de la bolsa junto a la nevera.
Frankie arrastra los pies y me mira esperanzadoramente, como si fuera
completamente posible que vaya a dejar caer todo de la encimera al suelo en
cualquier instante. 275
—Sentado —le digo.
Levanta la pata para chocar los cinco.
Cada maldita vez. Pero por hoy, está bastante bien. Mejor que nada. Y no
puedo resistirme a su rostro. Jamás.
—¿Entonces? —pregunta Bridget—. ¿Cuál es el plan, señorita? Si pone un
anillo en tu relleno, ¿qué vas a hacer?
Lavo mis dedos cubiertos de baba en el lavabo y lo pienso. No mentiré. Mis
manos están húmedas. He estado esperando, esperando como una colegiala con un
enamoramiento por su primer novio, que lo haga. Que él pueda hacerlo. Algún día.
—Ni siquiera sabe la medida de mi anillo, Bridge. —Mido las dos tazas de
harina para la corteza.
Pero espera.
Cuando estuvimos en la cama y le dio vuelta a mi anillo, lo puso en su dedo,
en su meñique.
—Oh, Dios mío, sí, lo sabe… —Muerdo una nuez con sirope.
Bridge se pasa la lengua por los dientes, guiña un ojo y luego me pincha en
un costado.
—¿Cómo se sentirá ser la señora de James Falconi?
48 276

Jimmy
La mañana de Acción de Gracias. Saco el ave de la nevera. La cosa está
sólida, como mármol, y pienso, uh-oh.
Miro la hora. Son las diez de la mañana ella va a llegar a las cuatro. Maldita
sea.
No hay ninguna parte del ave que esté en lo más mínimo descongelada. De
alguna manera, pensé que tendría que haberse descongelado para hoy. Lo he tenido
por dos días. ¿Qué, la gente de todo Estados Unidos comienza a descongelar sus
pavos una semana antes?
Me golpeo en el pecho. Al parecer es así.
—Mierda, mierda, mierda —le digo al ave en el fregadero. Enciendo el agua
caliente y una bruma helada se alza del plástico.
Maldita sea.
La alegría de cocinar me ha jodidamente decepcionado con esto.
Pero allí, en la etiqueta, está lo único interponiéndose entre yo y tener que
recurrir a cocinar pechugas de pollo y disculparme profusamente por mi completa
incapacidad para lograr hacer esto. En la etiqueta dice: ¿NECESITA AYUDA?
LLAME AL 1-800-BUTTERBALL.
Así que lo hago. Increíble, mágicamente, hay un menú automatizado que
parece preparado para gente igual a mí.
—Presione o diga «1» para un ave quemada. Presione o diga «2» para un
ave cruda. Presione o diga «3» para un ave congelada.
—¡Santo cielo! ¡Tres! —grito en mi teléfono. Y me transfiere,
reproduciendo el tema de Navidad de Charlie Brown mientras espero.
Y espero.
Mientras espero, miro la mesa. Doblo las servilletas prolijamente y pongo
todos los cubiertos en lo que estoy prácticamente seguro de que es el orden
correcto. No estoy completamente seguro de qué hacer con la cuchara, así que la 277
pongo horizontalmente arriba del plato. Siento que he visto eso en los restaurantes.
Quizás. Como sea. Me gusta la simetría y voy a apegarme a ella. Estudio las
instrucciones en el tubo de rollos e intento descubrir cómo en el nombre del Señor
voy a cocinar eso a 375, cuando tengo que cocinar el ave a 450, y al parecer
calentar las patatas a 250.
Qué.
Demonios.
Eso requiere como… tres hornos. O uno con tres zonas de calor. ¿Cómo es
posible?
Es entonces cuando el deprimente tema de Charlie Brown se queda en
silencio en mi oreja y la línea hace clic. Al principio, creo que la llamada ha sido
rechazada.
—¿Hola? —digo, un poco más alto de lo que estoy seguro de que es
necesario—. ¿Hola? ¿Hola, Butterball?
—Bueno, hola. Soy Edith. Feliz día de Acción de Gracias de parte de
Butterball.
—Edith. —Recojo al ave por el asa de la red—. Estoy jodido.
En su extremo, un perro ladra.
—¿Ave congelada?
—Como criogénicamente congelada. Estamos hablando de congelado,
Edith. No estoy seguro de si es normal. Quizás agarré el ave de exhibición.
Se ríe.
—No existe tal cosa, cariño, y has venido al lugar correcto. —Escucho ruido
de platos y niños riendo en el fondo. Vaya. Creo que podría estar en su propia
cocina, de turno para los pobres bastardos como yo—. ¿Cuándo llegan tus
invitados?
—A las cuatro —le digo—. Y es realmente importante. —Abro la caja del
anillo y lo pongo en el cuenco de banana. El objeto es perfecto para ella.
Simplemente perfecto. Dos quilates puestos en oro rosa. Los mejores joyeros que
haya tenido el Señor—. Esto tiene que ser perfecto. Me refiero que hasta el último
detalle. Le voy a pedir a mi chica que se case conmigo, Edith. No puedo tener un
pavo congelado en la mesa. ¿Estamos en la misma página aquí?
—¡Felicidades! —Escucho cubos de hielo tintineando en el fondo en su
extremo.
—¡Sí, gracias! Pero tenemos que resolver esto. No puedo hacer pollo para 278
Acción de Gracias. Creo que eso es antiestadounidense o algo así.
Sin embargo, Edith, es fantástica, y con una confianza que pondría celoso a
Joe Maldito Montana, se aclara la garganta y dice:
—Cariño, hay muchas razones en esta vida para entrar en pánico, pero ¿un
pavo congelado? No es una.

A las 2:30 p.m., el intercomunicador suena. Me quedo inmóvil con un paño


de cocina en mis manos. No puede ser ella. Es puntual, pero ¿una hora y media
temprano? El ave ni siquiera está en el horno. Y no sé cómo voy a decirle que no
comeremos hasta las nueve.
Y ese es Jimmy Falconi con la torpe Acción de Gracias.
Solo espero que ella sea amable.
La cocina es un maldito desastre, y todavía no he decidido cómo voy a
preguntarle, por lo que el anillo se encuentra en su caja en el cuenco de banana. Lo
levanto y lo meto en el cajón de servilletas. Cuando camino a la puerta, me aliso
la camiseta y limpio la harina de mi estómago. Presiono el botón del
intercomunicador y digo:
—Feliz Día de Acción de Gracias, hermosa —y presiono PUERTA.
Me miro en el espejo junto al armario. Parezco… nervioso. Bien. Estoy
nervioso. Me aseguro de que mis mangas estén enrolladas a la misma altura en
ambos lados. Enderezo mi delantal. Y entonces intento calmarme.
Mi corazón está resonando en mis oídos. Todo cambia hoy. Todo comienza
desde aquí.
El elevador resuena subiendo, subiendo, subiendo, zumbando, retumbando
y finalmente repicando cuando llega a mi piso. Escucho la puerta abrirse.
Enderezo mis hombros y espero. A verla. Al final del pasillo. Al principio
de nuestra vida juntos. Quizás lo haré cuando nos sentemos a comer. O quizás
sobre el queso y las galletas. Jesús, quizás debería correr a buscar el anillo ahora
mismo y ponerme de rodillas en el umbral.
Pero antes de poder tener otra idea, veo que no es Mary. O Frankie. O
siquiera Michael.
Es Annie, sola, arrastrándose por el pasillo en sus botas rosas, sosteniendo 279
su jirafa púrpura. Sus mitones cuelgan de su abrigo por un cordón, uno mucho más
corto que el otro, casi arrastrándose en el suelo.
No es extraño que ellos aparezcan sin avisar.
—Hola, Jellybean —digo y me agacho a su nivel, alargando mi mano hacia
ella. Espero a que Michael oscurezca el final del pasillo, pero en vez del ruido de
sus pasos, escucho a la puerta del elevador cerrarse.
—¿Annie? ¿Qué está pasando?
No corre hacia mí. Ni siquiera sonríe. Lucha por avanzar en el corredor
dejando un rastro de nieve sucia detrás de sus botas. No es hasta que está casi frente
a mí que me mira a los ojos.
—¿Qué sucedió? —La tomo en mis brazos.
Se limpia la nariz con la manga. Sus labios se fruncen y comienza a temblar.
Y lágrimas comienzan a derramarse por sus mejillas.

La arropo en el sofá con un edredón que mi mamá hizo a mano antes de


morir. Enciendo el maratón de Acción de Gracias de Así se hace. Finalmente sonríe
cuando miles de arándanos frescos ruedan por una cinta transportadora.
Ha sido difícil sacarle la historia. Al principio, lloraba tanto que no pudo
hablar en lo absoluto. Pero luego, comenzó a contarme retazos y piezas. «Pelea» y
«dinero» fueron claros entre los sollozos. Pensé que quizás algo le había sucedido
a Michael, que su vida le había traído consecuencias y de alguna manera ella había
llegado hasta aquí. Como que tal vez él había terminado en la cárcel por conducir
borracho, y la mujer con la que estuviera pasando esos días tuviera la sensatez de
traer a Annie a mi edificio. Pero incluso mientras lo pensaba, supe que no tenía
sentido. Y luego finalmente, ella dijo:
—Papá se fue.
Ese hijo de puta inútil.
Presionando mi enojo a mi pecho, me pongo de pie y le consigo una
mandarina del cuenco de frutas. A ella le encantan, razón por las que tengo.
Enojado, paso mi dedo por la parte inferior, en la cáscara suave y suelta. Me centro
en esa maldita cáscara y se la arranco, intentando darle a mi furia una salida.
Entonces me tranquilizo otra vez y le entrego una rodaja. Me agacho frente al sofá 280
y me aseguro de que la manta esté doblada sobre sus pies.
—¿Dijo que regresaría?
Me mira con tristeza.
Y niega con la cabeza.
—¿Solo te dejó? ¿En la calle?
Parpadea lentamente.
—Presionó el botón.
La ira es tan intensa que aplasto la mandarina por lo que gotea jugo de mi
puño. Cuando ponga mis manos en ese hijo de puta pedazo de lamentable excusa
de mierda…
Es entonces cuando atrapo a Annie mirándome. Sé que está intentando
seguir mi ejemplo. Si me enojo, ella se derretirá. Es como un pequeño barómetro
emocional. Por lo tanto, tan calmado como puedo, limpio el jugo de mandarina de
mis pantalones, tomo mi teléfono de la mesita y le mando a Michael un mensaje.
Yo: ¿En dónde demonios estás?
Sin respuesta. Nada. Cero.
Yo: Ella está a salvo, para tu información.
Yo: Idiota.
Todavía nada. Annie sonríe un poco más, sus mejillas mojadas por las
lágrimas animándose cuando Así se hace pasa a pelotas de tenis. Solo mirarla me
colma el corazón, llenándome con tanto amor que me siento mareado. Se merece
algo mucho mejor de lo que tiene. Mucho mejor de lo que ha tenido. Mucho mejor
que Michael de padre. El hecho es, me importa una mierda mi hermano. Preferiría
que no esté, digamos, muerto en el Lago Michigan. Eso sería horrible para Annie.
Pero en este momento, honestamente me importa una mierda en donde esté o si se
encuentra bien. Solo quiero saber cuáles son las implicaciones con Annie y qué
hago a partir de aquí.
Yo: Respóndeme o presentaré un reporte de persona desaparecida.
Yo: ¿Esperar 24 horas? Eso es una tontería.
Yo: Estarán sobre tu culo como el hedor en la mierda.
Es entonces cuando todos mis mensajes anteriores de pronto aparecen como
LEÍDOS y veo que está escribiendo. La furia en mi interior es tan atronadora, tan
malditamente profunda, que no puedo ver o escuchar o pensar. Está vivo. Es capaz 281
de escribir en su jodido teléfono. Y eso significa que abandonó a Annie a propósito.
Michael: Tómala.
Michael: No puedo hacerlo.
Michael: Tú ganas.
Yo: Michael, no puedes hacer esto.
Yo: La destruirá.
Michael: Ya está hecho.
Michael: Tranquilízate, hijo de puta.
Michael: Cuida de ella.
Michael: Sé que lo harás.
Miro fijamente las palabras. No sé cómo llegó a ser tan duro, tan horrible,
tan malo. Pero siempre ha sido de esa manera. Nació malo. El chico por el que
nuestro ministro en Odessa rezaría un poco más fuerte que por todo el resto. No es
de extrañarse en lo absoluto.
Con un giro de mi dedo, me muevo al ícono del teléfono y lo llamo.
—El cliente de Verizon de tarjeta prepago al que ha llamado no puede…
Que es cuando simplemente sé, puedo sentir, que se ha ido. Para siempre.
Teléfono desconectado, Annie abandonada. Él no tiene nada por lo que quedarse
aquí. Y sé que nunca deberé tener que ver su rostro de nuevo. Que son buenas
noticias para él, pedazo de mierda.
Presiono TERMINAR y giro el teléfono en mis dedos. En la pantalla,
enormes rayos verdes giran y giran.
La mitad lógica de mi ser está jodidamente entusiasmada. Intenté luchar por
ella en una fallida batalla en la corte familiar. He intentado convencerlo de que me
encargaría de ella para que pudiera pasar su vida poniéndose escandalosamente
borracho y perdiendo sus cosas en peleas de perros o en la mierda que deseara.
Pero la otra mitad de mí, la mitad que es como Michael, mi padre, mis tíos
y mi abuelo, está tan jodidamente enojada, tan jodidamente furiosa, tan
jodidamente encolerizada…
49 282

Mary
Presiono el botón del intercomunicador una vez, y luego una segunda. En
vez de él dejándome entrar, mi teléfono vibra en mi bolso. Pongo mi tarta encima
de la caja del intercomunicador y lo saco de mi bolsillo.
El código es 7441. Entra.
El corazón me revolotea en el pecho cuando presiono los números. Me
pregunto qué pudo haber planeado para mí. ¿Y si Bridget tiene razón? ¿Qué diré?
Miro mi dedo anular vacío en la mano izquierda. Sí. Lo único que hay que
decir es sí. Porque lo adoro. Lo hago. Amo cada momento que pasamos juntos. Y
quiero saber más y más, desentrañándolo a través del tiempo. Por hoy. Por mañana.
Por todo lo que venga luego.
Subo en el elevador y luego recorro el pasillo. A unos tres metros de
distancia, puedo ver que está entreabierta, pero no hay nota. Sin mensaje. Nada
travieso.
Dentro, escucho la televisión. No huelo a nada particularmente parecido a
Acción de Gracias. El apartamento está en su mayoría a oscuras y muy silencioso.
Lo primero que veo es un pavo crudo en la encimera, y junto a este, seis rollos que
se han hinchado exageradamente. La luz del horno está encendida, pero no hay
nada en el mismo.
Se me desploma el alma. ¿Qué está sucediendo aquí? ¿Qué pasó? Pongo la
tarta en la encimera y me giro hacia la sala. Allí veo a Jimmy en el sofá con Annie
en sus brazos.
—Durmiendo —me articula.
Su hermano no se encuentra aquí, puedo sentirlo en el aire. Solo están ellos
dos. Sus ojos sostienen los míos en la parpadeante luz de la televisión, y veo que
su rostro está preocupado, cansado y serio.
—¿Qué pasó? —articulo.
Bajando la mirada hacia Annie, desenreda un poco su cabello y ella se mete
el pulgar en la boca, acurrucándose en una pequeña bola. Se pone de pie con ella
en sus brazos y luego vuelve a bajarla, asegurándose de que esté bien abrigada, 283
tomando especial cuidado en asegurarse de que su cabeza esté sobre la almohada.
Me indica el baño y lo sigo. Ya tiene el picaporte en su mano cuando paso y lo
cierra detrás de nosotros.
—¿Qué pasó? ¿Está enferma?
Apretándose el puente de la nariz, aprieta los dientes de lado a lado.
—El hijo de puta la abandonó.
—Oh, Annie. —La pobre cosita. La pobre niñita dulce.
—Está bien, o lo estará —dice Jimmy. Lo que no dice, y no tiene que
decirlo, es que él no está bien. Ahora es como un animal enjaulado, paseándose—
. Ella apareció sola y su chaqueta ni siquiera estaba cerrada. ¿Puedes creer a ese
imbécil? Hace diez grados bajo cero allá afuera y ella está caminando por ahí con
los mitones colgándoles y su chaqueta abierta. El bastardo.
—¿Michael está bien?
—Que se joda Michael.
Retrocedo un paso. Estar aquí me recuerda a las imágenes que he visto de
cuando domadores de leones quedan atrapados en las jaulas con el león. Sé que
estoy a salvo, pero no lo siento. Porque él está furioso. Furioso de una manera que
había esperado nunca verlo.
Jimmy niega, mordiéndose el labio.
—Se rompió. Finalmente lo hizo. En el jodido Día de Acción de Gracias —
dice, este profundo y oscuro gruñido en su voz. Aplasta su puño con fuerza en su
palma—. ¿Puedes jodidamente creerlo?
Ese sonido, el puño golpeando en su palma, me asusta, y doy un paso más
lejos. Está tan tenso, que ni siquiera lo nota. Y otra vez, se mueve de un lado a
otro, los músculos de su mandíbula apretándose, su cuello apretado y tenso.
En este momento es como un volcán, y en sus ojos, puedo ver el tipo de
furia, calor y enojo que jamás quise volver a ver de nuevo mientras viviera.
Mary. Está bien. No es lo mismo. Sabes esto. Es él. Es Jimmy. Solo es
Jimmy.
Pero este no es el Jimmy que conozco. Este no es el Jimmy que he visto.
Y este Jimmy me está aterrando.
Agarro sus manos.
—Está bien. Lo sabes. Creo que ella tiene suerte de tenerte.
284
Pero nada de lo que estoy diciendo le llega. Probablemente ha estado
inquietándose por horas y para no dejar que Annie lo viera explotar.
La preocupación. La agitación. La explosión.
Esto no es lo mismo. Se trata de un hombre distinto. Eres distinta. Todo es
diferente.
Comienza a pasearse de nuevo, cerrando su mano en un puño una vez más.
—Jimmy, cálmate —digo—. Va a estar bien.
Es como si pudiera escuchar el chasquido en el aire. Da dos zancadas y se
pone frente a mí.
—Al carajo eso, Mary. No va a estar bien. Jamás. No para esa niñita allí. —
Señala hacia la sala—. Su papá la abandonó. En la maldita calle. En Acción de
Gracias. Cuando tiene tres años…
Que es cuando le da rienda suelta a esa enorme mano, sus músculos
tensando la tela de su camiseta y suelta un puñetazo en la pared de yeso, directo a
través de los montantes.
El olor a yeso, ese completamente inconfundible olor a polvo mineral, llena
el cuarto. Jimmy saca una mano ensangrentada del hueco. Se gira hacia mí con
esta furia en sus ojos, este enojo…
Y ahora es mi turno de escuchar un chasquido.
El temor es tan repentino, tan instantáneo, tan primitivo y simple, que casi
se siente pacífico. No seré parte de esto. No puedo estar aquí. No estaré aquí. Siento
como si me estuviera viendo desde arriba. Siento como si ya no fuera yo en
absoluto. Y entonces me miro recoger mi bolso y salir del cuarto.
Y salir corriendo por el pasillo.

Cuando regreso a mi edificio, subo las escaleras en una bruma aturdida y


paso mis dedos a lo largo del empapelado roto a medida que me dirijo a la puerta
de nuestro apartamento. Busco mis llaves y giro el picaporte, súbitamente
sintiéndome débil y con una necesidad desesperada de mi cama.
Por los sonidos viniendo de la televisión y el vago aroma a algo
cocinándose, sé que Bridget no se ha ido a la casa de sus padres todavía. Atravieso
la puerta principal y dejo mi bolso en el suelo. Ella asoma la cabeza por la esquina 285
del corredor, su cabello sujeto con rulos.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí?
Es entonces que mis labios comienzan a temblar y el mundo comienza a
ponerse borroso.
Me rodea con los brazos.
—¿Qué pasó?
—Bridge, estaba tan enojado —dijo en la manga de su bata—. Estaba tan
enojado y no podía quedarme allí. —Mis sollozos salen entrecortados y duros—.
No podía estar en ese cuarto con él. Él golpeó…
Me aferro de alguna a su toalla húmeda y me encuentro desmoronándome
en el suelo.
—¿Te golpeó?
—¡No! —grito-sollozo—. No. Pero Bridget…
Me acerca y alisa mi cabello una y otra vez.
—Está bien. Lo sé. Tienes un problema con todo eso.
Un problema. No es solo un problema. Es absoluto terror. Estoy llorando
con tanta fuerza que apenas puedo respirar ahora, y la siento guiándome a la
cocina. Me deslizo en uno de los gabinetes en una bola, y Frankie se acerca,
acurrucándose en mi regazo. Pone sus patas en mi pecho y lame mis lágrimas.
—Vamos —le dice a Frankie y le da un palo de carne seca—. Ve a ocuparte
de eso. Ella estará bien.
Sollozo fuerte, tan fuerte que hago un horrible graznido, y Frankie inclina
su cabeza, golpeándome en el tobillo con el palo.
Bridget se desliza en el suelo también y me entrega un cóctel destornillador.
Doy un gran trago y luego otro.
Asiente de la manera en que las enfermeras lo hacen cuando están
observando a los pacientes tomar una dosis de algo terapéutico.
—Bebe —dice, quitándole la horquilla a uno de los rulos por lo que ese
largo rulo de cabello se derrama por su hombro, como si estuviéramos en un siglo
distinto—. Y dime qué demonios está pasando.
286
—Bridget, no puedo manejarlo —digo, como lo dije una y otra vez—. No
puedo estar con un hombre que se enoja así.
Bridget se frota los labios y toma un cuenco de uno de los gabinetes
cercanos. Desenrolla un rulo tras otro, poniéndolos en el cuenco acunado en su
regazo.
—No puedo dejarte aquí —dice Bridget—. De ninguna manera voy a ir con
papá y mamá contigo así.
Pongo mi frente contra mis rodillas.
—Estoy bien. Miraré Stranger Things y lloraré hasta dormir. —Pero
entonces las lágrimas comienzan a caer otra vez. Ese niño de los dientes es mi
héroe.
—Bridget, me enamoré tanto de él. ¿Cómo pude ser tan estúpida? Ni
siquiera lo conozco.
Un tono de llamada llena la cocina. Bridget tiene el teléfono en altavoz. Por
un instante, pienso que debe estar llamando a Jimmy. Interfiriendo como siempre,
y haciendo un lío cuando no debería…
Excepto que es su madre la que responde.
—Mejor que vengas rápido, cariño. Tu padre está rodeando el relleno y
sabes que no puedo contenerlo.
Mi corazón duele… por el relleno que nunca haré para Jimmy, por la tarta
de nueces pecanas que nunca comerá, por las tartas de calabaza que nunca haré
para él. Por todas las cosas que estuve tan cerca de tener y que nunca tendré de
nuevo.
—¿Hay lugar para uno más? —pregunta Bridget.
—No me digas que pinchaste un neumático y conociste a un hombre. De
nuevo —dice su madre en ese acento extraño y entrecortado de la Costa dorada.
—¡Mamá! —gruñe Bridget—. Una vez. ¡Solo una vez!
—Dos veces, Bridget Shaw. Dos veces.
Bridget ensancha las fosas nasales.
—Es Mary. Está en problemas y no puedo dejarla aquí.
—Bueno, ¿por qué demonios no dijiste que era Mary? —pregunta su
mamá—. Claro que es bienvenida. ¡Por supuesto! Pero sean rápidas, dulzuras. 287
Tengo un hombre hambriento aquí y quiere regresar a su fútbol. Hablando de
Mary. ¿Sigue saliendo con ese apuesto mariscal?
Suelto silenciosamente un feo sollozo.
50 288

Jimmy
Mientras Annie duerme, intento llamar a Mary una y otra vez. Luego del
sexto intento, esa llamarada de rabia se alza y arrojo mi teléfono a través del sofá.
Algo que es inconveniente, porque si quiero llamarla una séptima vez, que sin duda
quiero, voy a tener que mover a Annie.
Así que en vez de eso, me tomo un momento. Un nuevo episodio de Así se
hace comienza, y por supuesto, porque el mundo es un imbécil, dice que este
episodio presenta velas de limoncillo., jugo de naranja congelado, máquinas de
pasta y… guantes de boxeo.
—Malditos —susurro a la pantalla, lo que hace que Annie se revuelva en
mis brazos. Me siento terrible por lo que sucedió. Nunca en mi vida he golpeado
una pared, no hasta hoy, cuando la mierda que es Michael hizo volar por los aires
mi vida.
Con mi palma, toco la frente de Annie para ver si está caliente. Está caliente,
es una durmiente cálida, como yo, y ahora es una bolita de cabello y sudor, así que
le quito una de las mantas y luego la otra.
Las logísticas de esta mierda son una pesadilla. Ni siquiera tengo una planta
de interior, se debe a lo mucho que viajo. Y ahora, tengo un niño.
Tengo un niño.
Annie es mía.
Maldita sea.
Todo tipo de cosas: detalles, ideas, planes, formularios legales, llenan mi
cabeza. Primero y principal es adoptarla legalmente; de ninguna manera Michael
va a recuperarla, teniéndola dando vueltas. Ha hecho suficiente daño.
Probablemente debería ver a un psicólogo infantil lo más rápido posible, porque si
existe alguna posibilidad de enmendar la terrible paternidad y el hecho de que
primero fue abandonada por su madre, y luego su padre, cuando antes comience a
hablar de ello, mejor. También me pregunto si ha ido al médico en un año. Si está
al día con las vacunas, si siquiera está creciendo normalmente. Él nunca la alimentó
lo suficiente, sin importar cuánto dinero le diera. Bastardo.
Sin embargo, nada de eso es más importante que Mary. Porque sé que puedo 289
cuidar de Annie, pero no quiero hacerlo sin ella a mi lado y no tendré la
oportunidad si la pierdo hoy.
Dejo caer hacia atrás mi cabeza sobre los cojines del sofá.
—Un trabajador hace la costura doble de los guantes de boxeo…
Acunando a Annie en mis brazos, me estiro para agarrar mi teléfono. Estoy
afligido al ver que ella no me ha enviado un mensaje y no me ha llamado en los
dos minutos desde que lo solté de mis manos. Vi el temor en sus ojos, el terror
cuando saqué mi mano de la pared. Recuerdo lo que me dijo en la cena, sobre la
violencia y el enojo. Sobre su ex. Recuerdo que dije: «No tienes que preocuparte
por eso conmigo». Pero sé que mentí, sin quererlo. El enojo. El maldito detonador
Falconi. He intentado tanto controlarlo por tanto años. Llego al límite de dos
cervezas debido al enojo. Medito debido al enojo. Esa mierda me sigue a todas
partes como la proverbial depresión. Es una parte de mí, y sé cómo manejarla. Pero
hoy no lo hice. Hoy no. Lo que significa que soy el único culpable si la perdí.
No puedo permitirme pensar eso. No puedo ir allí. Todavía no. Por el
momento, tengo que centrarme en lo que está frente a mí, que es Annie, y un juego
mañana. Cristo. Así que levanto mi teléfono y llamo a Valdez. En el fondo, hay un
ruido caótico, de gente riendo y el tintineo de vasos.
—Hombre. ¡Feliz Acción de Gracias! —dice Valdez.
—Bear, necesito un favor.
—Ándale, claro. ¡Dilo!
En mi imaginación, veo a su mamá. La dama regordeta, bonita y de voz
suave que una vez me hizo cuatro docenas de empanadas para mi cumpleaños.
María Del Carmen.
María.
Mary.
Demonios.
Podría ser que todo me recordará a ella, por siempre.
—Necesito saber si tu mamá puede cuidar de Annie este fin de semana.
Necesito a alguien que la malcríe —digo—. Necesito saber que está a salvo.
Ni siquiera le pregunta.
—Claro, hombre. Por supuesto. Estaría encantada. Escucha, ¿quieres venir?
Estamos a punto de sentarnos y jugar Escaleras y toboganes.
Una oleada de tristeza me atraviesa por la enorme familia que tiene. El 290
amor. El caos. La esposa…
—Estoy bien. Pero gracias.
—¿Te encuentras bien? —pregunta Valdez.
No, no lo estoy. Sin duda no lo estoy. Pero digo que lo estoy y cuelgo.
Recogiéndola en mis brazos, acuno a Annie contra mi pecho mientras hago
una especie de cama en el sofá para ella, un sobre de mantas. La acuesto dentro y
me aseguro de que su cabeza esté en la almohada de nuevo. Completamente
dormida, su pulgar se mueve a su boca. Pongo la jirafa a su lado y la cubro. Una
vez en la cocina, intento no mirar al pavo o los rollos o la patética excusa de patatas
dulces que iba a intentar hacer. En cambio, saco una bolsa de Nuggets de pollo con
forma de dinosaurios y los pongo en un plato. Los meto en el microondas por unos
treinta segundos y luego me desplomo sobre el fregadero. Que es cuando veo la
tarta, una hermosa tarta de nueces de pecan en un molde de vidrio. Con un puñado
de pecanas acomodadas en forma de corazón encima.
Escucho un susurro proveniente del sofá y Annie se sienta. Su cabello es un
lío en lo alto de su cabeza y está aferrándose a la manta con sus deditos, mirando
a todas partes.
—¿Papi?
El microondas repica y abro la puerta.
—Jellybean, no está aquí esta noche.
Parece confundida, pero entonces lentamente recuerda todo. Me agacho
frente a ella, mis rodillas crujiendo y limpio un poco de baba de la comisura de su
boca.
—Te vas a quedar aquí. Conmigo.
Arruga la frente.
—¿Dónde está Mary?
Jesucristo. No puedo manejar esto. Mi nariz pica con lágrimas no
derramadas. No lloraré frente a ella. No colapsaré. Niego de nuevo. Y frunce el
ceño tanto que su labio inferior sobresale.
El dolor en mi interior es como una cuchillada sangrante en mi corazón. No
he conocido a Mary lo suficiente para saber cómo razonar con ella, pero la conozco
lo suficiente para estar más seguro de esa mujer que nada que haya conocido en
mi vida. Tomo la diminuta mano de Annie en la mía y la veo estudiando mi propio
ceño fruncido. 291
—Tío Jimmy, ¿por qué estás triste?
Triste, diablos, sí. Triste. Afligido, en Acción de Gracias. Miro a sus ojos
azules-grisáceos y me preparo para mentirle por su propio bien, por primera vez.
—Estoy bien, Jellybean. Vamos a buscarte algo para que comas.
La levanto en mis brazos, y se aferra a mi cuello, presionando su rostro
contra mi mejilla. Con mi brazo libre, le consigo un Dino Nuggets acomodado en
el plato.
—¿Quieres kétchup?
Se reclina y mira al plato, luego niega.
—Miel.
—Miel —digo.
Por supuesto.
51 292

Mary
Luego de la cena, los padres de Bridget se quedan dormidos uno junto al
otro en el sofá, su mamá en una arreglada bola bajo una manta afgana de felpilla,
su padre estirado con la boca abierta y sus pies apoyados sobre una otomana
tapizada con borlas doradas. Bridget y yo limpiamos juntas la cocina, y me sumerjo
en el ritmo de enjabonar, enjuagar, enjabonar, enjuagar, secar, de platos de
porcelana china tan delgados que puedes ver la luz a través de los bordes
adornados.
La porcelana es guardada, y las grandes copas son puestas boca abajo junto
al fregadero sobre un paño de cocina, las dos escuchando el ruido de las olas en el
lago. Bridget me pregunta si lo amo y meto un rollo frío en mi boca. Me pregunta
qué voy a hacer ahora y lleno mi boca con crema batida para no tener que responder
tampoco. Y bebemos: vodka tónica, luego vino, luego oporto, que, sumado a los
destornilladores, me deja más que un poco achispada para cuando llegamos a la
tarta de calabaza. Ni siquiera nos molestamos en traer platos, comiendo en el centro
de las natillas con la plata fina que perteneció a su abuela, los tenedores
extrañamente pequeños con dientes puntiagudos.
Y entonces mi teléfono vibra. Otra vez.
—Es persistente —dice Bridget—. Admitiré eso.
Mi teléfono baila alrededor de la encimera de la cocina, acercándose más y
más a un cuenco sin tocar de salsa de arándanos.
—Te dejaré con eso. —Bridget toma la tarta y se arrastra fuera de la cocina
en sus calcetines—. Responde el teléfono, Mary. Escúchalo. No seas una gallina.
Respirando hondo, lo recojo y respondo.
—Oh, demonios, gracias a Dios —dice—. Al principio, pensé que solo
estabas enojada. Luego pensé que algo te pasó. Entonces estuve seguro de que algo
había…
—Jimmy.
Se detiene de inmediato.
—Lo siento tanto. No sé lo que me sucedió.
293
Me sujeto al borde de la mesa mientras el mundo gira suavemente a mi
alrededor.
—Hay mucho que no sabes sobre mí. Como que al principio aprendí a hacer
boxeo para defenderme. Como que no puedo soportar los gritos. Tanto que no
sabes. Tanto que no sabemos del otro. Y esto ha sido tan rápido, Jimmy. Tan
rápido. Solo…
Una puerta cruje en su extremo de la línea, y cuando vuelve a hablar de
nuevo, su voz tiene eco y suena extraña. O está en el baño o en el pasillo. Ambos
lugares están llenos hasta el techo con recuerdos ya.
—Lo comprendo.
Abro los ojos y la cocina se tambalea. Recojo un tenedor y hago líneas
cruzadas en la salsa de arándanos.
—¿Lo comprendes?
—Claro que sí —dice en voz baja—. Ha sido intenso, pero Mary… no
quiero ser de otra manera contigo. Quiero amarte tanto que te quite el aliento.
—¿Lo haces? —Giro el tenedor en un pequeño círculo—. ¿Me amas?
—Maldita sea, sí, tienes que saberlo. Tienes que saber que te amo con
locura. Hasta la luna ida y vuelta. Te amo. Te amo.
Ha pasado tanto tiempo desde que he escuchado esas palabras que no
parecen reales. Dijo algo parecido en la cama, que deseaba que lo dejara amarme.
Pero no lo dijo de verdad. No las dos palabras. No hasta ahora.
Luego de un momento de pensar en silencio, dice:
—Te compré un anillo, ¿sabes?
Mi corazón se siente tan rebosante que pienso que mis costillas podrían
estallar. Inhalo rápidamente.
—¿Lo compraste…?
—Demonios, sí, lo hice. Y aquí está. Esperando por ti. Cuando estés lista
para regresar.
Miro por las grandes ventanas hacia la costa iluminada por la luna. Escucho
el viento.
—¿Regresarás? Por favor.
Quiero amarte tanto que te quite el aliento.
294
—Regresa. Ven a casa —dice, con un temblor en su voz.
Casa.
Me ha hecho perder la cabeza completamente, por lo que ahora siento como
que estoy volando, lejos del suelo y casi perdida. Ni siquiera sé qué día es, de
hecho. He perdido la noción del todo excepto él. Pero sé que no puedo regresar a
su casa. Estoy muy inquieta, demasiado molesta, demasiado inestable, por no
mencionar las bebidas. Ha sido demasiado para tener que enfrentar todo de nuevo,
a esta hora. Y especialmente porque ahora tenemos que ser fuertes por Annie. De
ninguna manera voy a regresar caminando a ese apartamento esta noche para
enfrentar ese agujero en la pared, a él, y el hecho que fui una gallina, y ahora lo
veo.
—Tienes que darme tiempo, Jimmy. Solo un día o dos.
Suelta un suspiro largo, lento y pacífico.
—Te daré lo que sea que desees. Lo que sea que necesites. —Sus voz es
temblorosa por las lágrimas—. Solo no te des por vencida conmigo. Todavía no.
También siento las lágrimas. Quiero estar con él. Sé que quiero estar con él.
Sé que corrí como un conejo asustado. Miro alrededor de la cocina, al calendario
pegado a la pared. Veo la pegatina con forma de pavo pegado hoy en día.
—Jimmy… —Pongo un dedo en el calendario—. ¿Qué día es?
—Jueves. Acción de gracias.
—No, quiero decir… ¿Es el 28?
—Sí.
Si pensaba que mi corazón estaba en el búnker contra tornados hace un
minuto, ahora está taladrando a través de la tierra. Si hoy es 28… eso significa…
parpadeo una y otra vez al calendario. Lo quito de la pared y vuelvo a mirar, al
lunes luego de Halloween.
—¿Te encuentras bien? ¿Sigues ahí, Mary?
—¿Estás seguro? —Miro el calendario de las Aves en los Grandes Lagos.
Un somorgujo de aspecto amenazante me mira desde la foto como diciendo: Oh,
sí. Efectivamente sí…
—Sí, estoy seguro. ¿Por qué? Jugamos con los Colts mañana. En
Indianápolis. El 29. Por lo que hoy es 28 sin duda alguna.
Bajando mi dedo por noviembre, cuento las semanas. Luego los días. Mi 295
periodo… está casi una semana retrasado.
Me quedo allí, completamente anonadada, por no sé cuánto tiempo. Jimmy
dice:
—Escucha. No quiero que vengas al juego de mañana. Estoy bien y quiero
que tengas todo el espacio que necesitas.
—Jimmy… —Pero no sigo. ¿Qué voy a decirle? Estoy casi una semana
retrasada, que es impropio de mí pero no siempre, así que, ya sabes, ¿quizás haya
algo que decir? ¿Probablemente? O es posible que toda esta emoción y turbulencia
haga que me retrasara, así que no te preocupes, pero tal vez mantén en el fondo de
tu mente que yo podría estar…
¿Embarazada?
No. No puedo hacerle eso. Todavía no. No esta noche. Ha pasado por
suficientes cosas en un solo día. Y mañana, podría necesitar una buena distracción,
pero no de este tipo.
—¿Te quedarás en Indianápolis o vendrás a casa luego del juego?
—Casa. Demonios —dice, su voz partiéndose de nuevo—. Sí. Estaré en
casa. Mañana a la noche, tarde.
Las palabras ya se formaron en mi cabeza antes de decirlas. Tan claras, tan
obvias, tan simples, no sé por qué no las he dicho cientos de veces antes.
—Te amo, Jimmy. Lamento lo de hoy.
Exhala, largo y aliviado.
—También te amo. Jodidamente tanto, Mary. Jodidamente tanto.
Y entonces se ha ido.
Pero todo le está sucediendo a alguien más. Me doy cuenta de que estoy allí
de pie, achispada y muy posiblemente…
Esperando al bebé de Jimmy Falconi.
Que es cuando Bridget entra con Frankie en sus brazos.
—¿Todo está bien?
—Bridget —digo, plantando una mano en el somorgujo del calendario.
—Tenemos que conseguir una prueba de embarazo. Ahora mismo.
Y por primera vez en todo el tiempo que la he conocido, su boca cuelga
abierta y ni una sola palabra sale. 296

En un instante, nos encontramos en el auto. Bridget está en el asiento del


conductor y baja las ventanas, y el aire frío sopla a través del Wrangler, un
movimiento para recobrar la sobriedad de Bridget Shaw.
—¿Estás bien para conducir? —le pregunto, porque sin duda yo no lo estoy.
Estoy tan furiosa conmigo misma. ¿Cómo no lo supe? ¿Qué le sucederá al bebé
con todo este vino, todo este oporto? ¿Y los destornilladores?
El bebé. Oh, Dios mío, el bebé.
Nuestro bebé.
Su bebé. Dentro de mí.
Mi corazón se acelera, y me doy cuenta de que no tengo miedo. No estoy
preocupada. Estoy tocando el cielo con las manos. Tan feliz, de hecho, que apenas
puedo hablar. Tengo pánico y estoy petrificada, pero total y completamente
enamorada de todo ello. Es como si tuviera mi corazón frío abierto de par en par.
—Diablos, sí. He estado bebiendo así desde los 21. Estoy bien. Así que
ponte el cinturón de seguridad, preciosa. Es hora de ver si el NuvaRing te falló o
no.
Nos marchamos, bajamos por la larga y sinuosa entrada vehicular de sus
padres y pasamos volando hacia un White Hen cercano.
—¿Qué harás si lo estás? —pregunta, con las manos a las nueve y a las tres.
Mira mi estómago. Casi instintivamente, mi mano va a mi vientre.
—Yo…
—¡No importa! —acelera—. No tiene sentido preocuparse hasta que lo
sepamos con seguridad.
Dentro, el White Hen es sorprendentemente brillante y hace que mis ojos
hinchados duelan.
Bridget marcha primero, con mi mano en la suya. El sujeto del mostrador
salta cuando atravesamos el sonido, despertándose con un resoplido.
—¡Buenas noches! —dice.
Bridget toma el completo control de la situación, enredando su brazo con el
mío y arrastrándome por el pasillo de primero auxilios. Allí, al fondo, hay una 297
prueba de Primera Respuesta jactándose de ser la ¡ÚNICA MARCA QUE PUEDE
DECIRTE SEIS DÍAS ANTES!
—¿Antes de qué? —pregunto, mirándola, intentando ver la
sospechosamente letra pequeña de la esquina.
—¡No importa! no aplica contigo. —La saca y abre la caja, sacando una de
las pruebas envueltas en plástico y poniéndola en mi mano junto con la hoja de
instrucciones prolijamente doblada impresa en un papel súper delgado.
—Oh, Dios mío, no puedo hacerlo aquí, ¿o sí? —Miro hacia la ventana, al
costado del fondo con un cartel parpadeando que dice ABIERTO 24 HORAS en
la ventana.
—¿Qué, deseas a mi madre acechándonos, preguntando si quieres más vino
caliente? ¡Vamos! —dice, y me empuja hacia el baño mientras se dirige al
mostrador para pagar.
El pequeño baño es demasiado brillante, y huele apabullantemente a
ambientador de manzana y canela. Mis manos están temblando con tanta fuerza
que tengo que usar mis dientes para abrir la funda. Me bajo los leggins y mi ropa
interior e intento leer las instrucciones. Primero intento leerlas en inglés, por un
vergonzoso largo rato, antes de darme cuenta de que no es español, no es español
para nada, y doy vuelta la hoja. Pongo las instrucciones en mi pierna y bajo, paso
a paso, con mi dedo moviéndose a lo largo de cada línea.
Comienza a orina y meto el extremo de la vara en el chorro. Cuento hasta
cinco Mississippis, y luego paro de orinar. Sostengo el palo hacia abajo y pongo
la tapa exactamente como dice.
Y ahora me preparo a esperar por tres minutos.
Tres minutos.
Agarro mi teléfono del bolso y miro la hora. 10:51 p.m.
Una parte de mí sabe que debería llamarlo. Tengo que llamarlo. Tiene que
saber. Pero otra parte está tan abrumada que ni siquiera sé que estoy pensando, o
qué hacer, o dónde estoy.
Pero sí sé esto: estoy tan feliz, tan eufórica, tan emocionada, que tengo que
parpadear para contener una nueva oleada de lágrimas.
10:52 p.m. dice mi teléfono. No me levanto del retrete. Miro a la prueba,
pero nada parece suceder todavía. Así que cierro los ojos. Y espero. Pienso en
Jimmy en ese sofá con Annie, esa dulzura de niña que debió tener el peor y mejor 298
día de su vida, aunque ni siquiera lo sepa. Porque tiene suerte, una suerte increíble,
de haber terminado con Jimmy. Que es amable, cariñoso y nunca jamás dejaría
que nada malo le volviera a pasar. O a mí.
O a nuestro bebé.
Como si se tratara de un libro animado, todo está desplegado frente a mí.
Cada momento, cada cita, su mano en la mía. Él, demasiado grande a mi lado en
las salas de espera; él, levantando la voz en el centro de la sala de partos, usando
una bata quirúrgica.
Vuelvo a abrir los ojos. Siguen siendo las 10:52. Agarro un puñado de papel
higiénico del dispensador industrial y la hora pasa a las 10:53.
Pero entonces, cuando busco entre mis piernas para limpiarme, mi corazón
se detiene. Siento una sensación familiar. Miro al papel.
Y veo una mancha diminuta y leve de sangre.
El sollozo de decepción sale de mi boca antes de poder detenerlo y Bridget
entra de inmediato.
—¿Lo estás?
Con la mano en la boca, todavía en el retrete, niego y dejo de ver detrás de
las lágrimas. Estoy repentina, inesperada y completamente destrozada por lo que
pensé por un momento que tenía, y que no me daba cuenta cuánto había querido
todo el tiempo. No le había tenido miedo en lo absoluto, pero lo había deseado con
una necesidad tan profunda, que lo había malinterpretado completamente.
—No —digo sollozando—. No lo estoy. Pero, oh, Dios, Bridge. Deseé tanto
estarlo. Arrojo la prueba al suelo y aprieto las instrucciones en mi mano. Y
entonces las lágrimas comienzan a desbordarse.
Siento a mis piernas deslizarse a un lado del retrete, y a mi izquierda, los
vaqueros de Bridget se rozan contra mi piel desnuda. Sus brazos me rodean y dejo
que mi rostro húmedo caiga contra sus perfectos rizos sueltos.
52 299

Jimmy
Según mi recuento, he jugado en casi mil partidos, si regresas a los días en
Odessa cuando tenía cinco años y mi casco se sentía tan pesado en mi cabeza que
pensaba que podría caerme como un dispensador de pez. Pero sin lugar a duda,
este juego, este comenzando ahora mismo, probablemente sea el más grande e
importante de todos.
Y ella no está aquí.
Pero puedo sentirla conmigo. Me vendé la pierna tal y como ella la vendaba.
En los laterales se encuentra Curtis, no Mary, pero puedo escuchar su voz en mis
oídos cuando me agacho en el corrillo. Te amo, Jimmy. Y lo siento.
Estamos enfrentando a los Colts, que tienen una línea defensiva tan
amistosa como un pabellón en Ática. No sé de dónde sacan a estos sujetos, pero es
insólito. La mitad de ellos tienen tatuajes de telarañas en sus codos, y la otra mitad
parece lo bastante mala como para haber asesinado al artista de tatuajes antes de
siquiera haber preparado la tinta en la pistola.
Al principio del cuarto parte cuarta, estamos empatados, 7-7. Hasta ahora,
ha salido bien. Algunas llamadas de mierda y algunas jugadas egoístas. Sin
embargo, el mayor problema es la jodida catástrofe que se está derramando del
cielo. Lo que los meteorólogos llaman una «mezcla invernal» y lo que nosotros
llamamos una «mierda».
Es todo o nada. Y Valdez, usando una camiseta ajustada térmica debajo de
su jersey, se frota las manos.
—¿Estás listo?
Maldita sea, sí. Listo como jamás lo estaré.
—Sí.
Juntos, trotamos al campo.
El snap (pase que da inicio al juego) va al balón.
Hago un pase hacia Martins, que suelta el balón, pero lo atrapa antes de
salirse de los límites. Es un juego yarda por yarda, así que avanzamos lento por el
campo. 300
Pero en el tercer down, se me cae, y uno de los defensores lo levanta justo
frente a mis ojos y comienza a correr, sus pisadas la única señal de que estuvo aquí
mientras corre por la nieve. Hay un momento allí, en los cincuenta, cuando apenas
puedo verlo, cuando casi pierde el equilibrio. Pero tiene el impulso, y la sorpresa,
y toda la adrenalina de un tiro ganador alimentándolo. No han pasado ni diez
segundos que la multitud estalla en hurras.
Alzo la mirada al cielo, a la nieve en el cielo, iluminado brevemente por las
luces.
—¿Qué, estás rezando? —dice Valdez.
Y me doy cuenta de que sí, maldita sea, estoy rezando.
—No sé qué más hacer.
Se ríe y se pone sobre una rodilla, haciendo la señal de la cruz hacia las
luces.
—Haremos un guatemalteco de ti. Espera y verás.
Pero sea lo que sea, la Virgen de Guadalupe, o Dios, o Joe Namath, o
esperanza, suerte y todo lo demás, funciona. Erran la patada del punto adicional,
solo apenas, y rebota en el campo, arrojándose hacia arriba.
Regresamos al campo otra vez y le echo un vistazo al reloj del juego.
Consigo el primer down en el primer intento, pero luego la defensa cierra sus filas.
En los siguientes dos downs, hacemos un total de dos yardas negativas.
El reloj del juego avanza, avanza, avanza. 20. 19. 18. Y Radovic pide una
pausa.
Nos apresuramos al lateral mientras el equipo del campo despeja la nieve
desde los laterales con pequeñas palas de plástico demasiado ligeras para cavar
hasta el césped.
En el corrillo no decimos mucho. Es evidente lo que tenemos que hacer.
Correr está casi fuera de cuestión, está muy resbaladizo. El único pase que
sé que puedo hacer si las condiciones son perfectas.
El Hail Mary.
Nos ponemos en formación. A través de la nieve, la multitud nos ruge,
intentando hacer que no podamos escucharnos pensar. Pero la mezcla invernal está
de nuestra parte, y amortigua los gritos y los jódete y los silbidos que retumban a
nuestro alrededor, sin llegar a nuestros oídos.
Cuando nos ponemos en posición, el mundo queda muy extraño y muy 301
perfectamente en silencio. Es el mismo sonido de cuando la besé esa primera
noche, hace no mucho tiempo, en la calle.
Por un largo momento, antes del snap, me encuentro en cada juego invernal
que he jugado. Está la nieve, está el equipo, está el hielo. Está los gruñidos en
unicidad de la línea ofensiva, una masa de músculos a cada uno de mis lados. Los
corredores de poder charlotean como pájaros. Las alas cerradas están serios. Y los
ojos de Valdez están fijos en mí.
Nos desplegamos, el viejo correr y lanzar, y mi receptor abierto sale
corriendo.
Retrocedo. Lanzo en falso. Y luego lo suelto con un pase largo y que sea lo
que Dios quiera.
Hail Mary.
Lleno de gracia…
Mi receptor abierto salta, con los brazos extendidos. El balón aterriza entre
sus palmas, y cuando lo lleva a su pecho, una nube de vaho rodea su rostro.
Lo hicimos. Santo cielo.
Pero entonces me encuentro en el aire.
Y todo se vuelve oscuro. Y silencioso.
53 302

Mary
La atrapada es buena, y entonces los Bears se retiran con un pase Hail Mary
tan magnífico que le quita el aliento incluso al locutor. Lo he estado mirando tan
detenidamente que mis ojos duelen por no parpadear. Así que finalmente,
parpadeo. Solo una vez. Es cuando Bridget grita como si hubiera sido apuñalada.
Abro los ojos y veo a Jimmy yaciendo en el campo.
Inmóvil.
Los grupos de los Bears y Colts también, se unen a su alrededor, de pronto
unidos por algo terrible, algo horrendo, algo impensable, que le ha sucedido a mi
Jimmy Falconi. Repiten el golpe, una y otra vez, en una asquerosa cámara lenta.
Jimmy suelta el balón, y desde su derecha, uno de los Colts lo golpea bajo y duro,
tan fuerte que sus pies salen volando del suelo y queda volando en el aire como
una muñeca de trapo.
Los locutores están en completo silencio, la multitud silenciada. Muestran
los rostros fríos y amontonados de los fanáticos, arropados con abrigos de tela
gruesa, bufandas y gorras, todos viéndose aterrados. Hacen un acercamiento al
entrenador principal de los Colts, con la mano cerrada en un puño, presionada
contra su nariz. Los ojos cerrados.
Rezando.
—Oh Dios, Bridget, por favor, dime que esto es normal… —digo con el
rostro en mis manos, de rodillas en la alfombra frente a la televisión—. Por favor,
dime que esto sucede todo el tiempo…
No dice nada, salvo por un:
—Oh Dios, oh Dios, oh Dios —una y otra vez en un hilillo de voz.
Un grupo de paramédicos sale corriendo desde ambos lados del campo. El
círculo de jugadores alrededor de él se abre. Se quitan los cascos. Valdez, a su
lado, se pone sobre una rodilla y se hace la señal de la cruz.
Aun así, Jimmy sigue sin moverse.
—Estará bien —me dice Bridget—. Los mariscales de campo reciben
golpes duros todo el tiempo. 303
Pasa un minuto. Quizás más. Los locutores dicen palabras sombrías sobre
estadísticas de traumatismos y heridas de mariscales de este año. Todo en lo que
puedo pensar es que él no es un número, no es un nuevo caso en una fila de muchos.
Es Jimmy Falconi. El hombre que amo. Y no se está moviendo.
Pero cuando la gente reunida en el campo hace señales no por un carrito de
golf sino por una ambulancia, y cuando los médicos lo deslizan a través del campo
helado sobre una camilla, sé que lo que dijo Bridget no es cierto. Esto no se trata
de un golpe duro. Esta es la pesadilla que nunca imaginé.
Automáticamente, me pongo las botas y agarro mi chaqueta. Bridget está
hecha una bola en el sofá con las rodillas contra su pecho. Doblándose de dolor.
Cuando el locutor dice:
—La familia de NBC Sports quiere decir que estamos rezando por Jimmy
Falconi y sus seres queridos. Los mantendremos informados… —Estoy agarrando
mis llaves y bajando corriendo las escaleras. Para llegar a Indianápolis tan pronto
como pueda.

En el Hospital de la Universidad de Indiana, encuentro a Radovic en la sala


de espera. Sus ojos están hinchados y está caminando de un lado a otro.
Lo tomo por los hombros.
—¿Dónde está?
Extiende la mano frente a su boca y cierra los ojos. Veo un sollozo subiendo
detrás de sus labios.
—Por favor, dime que no ha muerto —digo, sintiéndome tan lejos, tan
perdida. Rota y vacía.
Radovic niega violentamente y señala al corredor, todavía sin hablar. En la
enfermería, encuentro a una enfermera con las batas púrpuras sujetando un
portapapeles.
—Estoy buscando a Jimmy Falconi.
La mujer me fulmina con la mirada.
—Cariño. Tú y la mitad de América.
304
—No, en serio, tengo que verlo —le digo, sujetando su antebrazo.
Entrecierra los ojos, sus pestañas falsas agitándose.
—¿Eres familia?
Odio mentir. Pero a veces, tiene que fingir un poco.
—Soy su prometida. —Me quito el guante y le muestro mi anillo
Claddagh—. Somos irlandeses.
La enfermera evidentemente está cansada de palabras suaves, o anillos, o
preguntar por qué el anillo está en mi mano derecha. En cambio, dice:
—Muy bien, ven conmigo. —Me lleva por un largo corredor y atravesamos
la enfermería. Veo rayos X de huesos rotos en las pantallas. Resonancias. Doctores
paseándose en silencio. En alguna parte, escucho el sonido de un respirador
encendiéndose y apagándose.
—¿Qué le pasó? —le pregunto a la enfermera. Me mira sobre su hombro,
sus trenzas largas y negras moviéndose por su espalda.
—Es un traumatismo. Está inconsciente.
—¿Está paralizado? —digo, apartándome para un médico del equipo
pasando con alguien en camilla.
—Es demasiado temprano para saberlo. —Abre la puerta de su
habitación—. No despierta.

Lo tienen en un artilugio para mantener su cuello inmóvil. Me aferro a las


barras de metal frío rodeando su cama y me obligo, completamente me obligo, a
permanecer en calma.
—Jimmy —susurro.
Su rostro está inmóvil y estoico. Tiene su pintura artística en las mejillas y
un sonrojo por la irritación del viento en su nariz. Me acerco y tomo su mano
inmóvil en la mía.
—Jimmy, estoy aquí.
Las máquinas pitan su respuesta deprimente y desgarradora. Miro de
pantalla en pantalla para tener alguna idea de sus signos vitales. Todo es normal,
parece. Su latido es fuerte, su pulso de oxígeno está bien. Pero no está aquí. No 305
está conmigo.
Cuando la enfermera nos abandona, agarro su historia médica y la repaso,
intentando darle sentido. Pero como ella dijo, es demasiado pronto para saber algo.
Así que regreso la historia médica al gancho y me muevo a su lado.
Mojándome el pulgar en mi boca, le froto el maquillaje. Solo hace que
empeore, manchándolo peor y dejando mi pulgar negro y pegajoso. De mi bolso,
saco un pomo de loción para manos y pongo un poco en un pañuelo. Con caricias
suaves y cuidadosas, froto todo lo negro de debajo de sus ojos.
—Creo que deberías despertar ahora —le digo, luego de un largo minuto o
dos de nada más que las máquinas pitando, pitando, pitando, durante las cuales me
quedo atrapada en el bucle que es el peor escenario posible. ¿Qué pasará con
Annie? ¿Él tiene más familia? No importa. Me la llevaré, por supuesto que lo haré.
Haremos que funcione.
Pero las lágrimas comienzan a venir. Porque no creo que pueda hacerlo, no
sin él.
Escucho pisadas acercándose y me giro para ver a Valdez llenando el
umbral. Me mira con preocupación y luego a Jimmy.
—¿Cuál es la historia? —pregunta.
Susurro un:
—No lo sé. —Agarro la mano de Jimmy con fuerza en las mías.
Valdez entra al cuarto, poniendo con cuidado un pie frente al otro, como
intentando hacer tanto silencio como sea posible. Pone el bolso de lona en el suelo
con FALCONI impreso en el exterior.
—Son sus cosas. No sé qué más… —dice Valdez, moviendo sus ojos de mí
hacia Jimmy, abrumado por la tristeza.
—Está bien —susurro, alargando una de mis manos buscando la de él—.
Está bien. Estará bien.
—No lo sabes. —Lágrimas caen de sus profundos ojos. Su mano es áspera
y fría en la mía, para nada como la de Jimmy.
La respiración de Jimmy es inquietante y regular. Llevo sus nudillos a mis
labios y me permito unos segundos de completo, profundo y desgarrador terror
antes de obligarme a permanecer en calma otra vez.
Valdez suelta mi mano y se gira para marcharse. Fuera de la habitación, se
encuentra con Radovic. Los observo reunirse sin palabras, abrazándose con tanta
fuerza que desacomoda la camisa de Radovic. A la derecha, Curtis me observa 306
preocupado, sus brazos cruzados y la mandíbula apretada.
Usando mi pie, acerco el bolso, lo tomo de las manijas y lo pongo en mi
regazo. Sé que no debería fisgonear, pero no sé qué más hacer. Si no mantengo a
mi mente ocupada, me caeré en pedazos. Y sé suficiente sobre heridas graves de
la cabeza para saber que puede escucharme, entiende, no está durmiendo. Está allí.
En alguna parte.
Mantengo su mano en una de las mías, pero con la otra, bajo lentamente la
cremallera del bolso. Dentro hay uno de los libros que conseguí para él en Barnes
& Noble, La Mente del Campeón.
Mirando alrededor, me doy cuenta de que a menos que planee leerle Better
Homes and Gardens, esta es la mejor manera de mantenerme ocupada por el
momento. Si comienzo a balbucear, sé que perderé la compostura. Y no dejaré que
pase. Así que va a tener que ser esto.
—De acuerdo, entonces, veamos —digo, abriendo la sobrecubierta.
Lo primero que veo son diagramas. Diagramas de tantra.
—¿Qué…?
Miro debajo de la sobrecubierta para ver Tantra para amantes.
—Oh, tú —susurro, sonriendo completamente a pesar de mí misma.
Con una mirada sobre mi hombro para asegurarme de que la costa está
despejada, hojeo las páginas hasta la que ha marcado con una esquina doblada y
una pequeña línea de bolígrafo junto a uno de los párrafos.
Si existe tal cosa como el amor verdadero, confía en ti mismo para saberlo.
No dudes cuando lo sientas, en tu corazón, que has encontrado a quien puede
sanarte, y reír contigo, y enseñarte. Cree en lo que sientes, primero y siempre.
Deja que la luz de los ojos de tu amante te guie a casa.
Me limpio las lágrimas y entonces algo más en su bolso llama mi atención.
Una caja de terciopelo rojo.
Con la punta de mi dedo, trazo la tapa, y luego el borde donde las dos
mitades se encuentran, las bisagras superfinas de latón que lo mantienen unido.
Bajo mi cabeza contra el borde frío de la cama.
—Por favor, por favor, despierta, Jimmy. Por favor. Anoche, no te lo conté,
pero pensé que estaba embarazada. —Sollozo en su regazo. Veo a mis lágrimas
golpetear contra mis vaqueros. Entonces tomo la caja del anillo y toco el terciopelo 307
fino y suave con las yemas de mis dedos otra vez. Lo pongo en mi pierna y dejo
que su bolso se deslice hacia el suelo a mis pies—. Incluso me hice una prueba.
Nunca me he hecho una prueba de embarazo. —Comienzo a llorar de nuevo,
porque soy fuerte, pero no lo bastante para esto. Mi voz se hace chillona y cambia
de tono cuando mi nariz se tapa y una lágrima aterriza en la caja—. Lamento tanto
no habértelo dicho. Lamento no haberte llamado…
Es entonces que siento un apretón en mi mano. Es tan débil al principio que
pienso que lo imaginé. Pienso que no puede ser real. Pero poco a poco, se hace
más firme y sólido. Se me queda el aliento atrapado en la garganta y levanto la
cabeza. Lo miro fijamente.
—¿Puedes escucharme? —susurro—. Jimmy. ¿Puedes escucharme?
Su boca se mueve en esa sonrisa hermosa y típicamente americana.
—No lo lamentes —dice roncamente, abriendo un ojo.
—Oh Dios mío. Jimmy —jadeo, buscando más señales de movimiento.
Aparto mis ojos de su rostro y miro a sus pies. Comienzan a moverse, sus pies se
mueven, estira las piernas. Entrelaza sus dedos con los míos y pone su otra mano
sobre mi palma.
—¿Estás embarazada?
Niego hacia él. Ni siquiera puedo hablar. Estoy tan feliz que ni siquiera
puedo moverme. Pero de alguna manera, detrás de los sollozos y jadeos, consigo
decir:
—Deseé estarlo.
Su gran pecho se alza y cae, y el monitor cardíaco se acelera levemente.
—Demonios. También yo. —Sonríe más y se endereza en la cama—. ¿Me
haces un favor?
—Lo que sea, déjame llamar a la enfermera… —Busco la pequeña caja de
llamadas colgando de un cable reforzado desde su cama.
—Todavía no. —Me aprieta la mano y me mira a los ojos. Alarga su mano
a través de su cuerpo y toma la caja del anillo de mi pierna. Entonces la abre,
revelando el más bonito, más encantador y más grande diamante que he visto en
mi vida.
Toma el anillo de su almohadilla de terciopelo y lo sostiene hacia mí entre
su pulgar e índice. El anillo baja por mi dedo como si hubiera sido hecho para mí.
Es demasiado precioso, demasiado costoso, es demasiado todo. Es demasiado 308
perfecto para expresarlo.
—Tienes que dejar de llorar antes de poder preguntártelo. —Hay una risita
en su voz.
Pero no puedo. La dicha, la felicidad, el alivio. La gratitud pura y simple
por él, y este momento, y todo lo que nos espera. Suelto un sollozo y me pongo la
mano en la boca.
—¿Esas son lágrimas de alegría o de tristeza?
De alguna manera, logro pronunciar detrás de mi palma un entrecortado:
—Felicidad.
—Entonces, cásate conmigo, Mary Monahan. Déjame hacerte tan feliz que
llores todos los días, a partir de ahora hasta siempre.
54 309

Jimmy
Tres meses después

Cuando atravieso la puerta giratoria del ayuntamiento de Chicago, me quito


mi anillo de la Super Bowl y se lo entrego a Valdez.
—¿Los tienes? —dice Valdez, tomando mi anillo y poniéndolo en su
bolsillo a la vez que se ajusta la corbata.
Palmeo el bolsillo de mi propia chaqueta, donde bajo mi palma se
encuentran dos pequeños círculos, su anillo diminuto comparado con el mío. El de
ella en oro rosa, el mío en oro blanco. El de ella fino y el mío grueso. Pero fueron
hechos por el mismo joyero, grabados en el interior con nuestras iniciales, y esa
cita de Rumi, modificada.
Tú me has desenvuelto.
Un par sin igual.
—Todo listo.
Valdez me toma por los hombros, endereza mis solapas y alisa el cuello de
mi camisa. Este es el mismo traje que estuve usando esa noche que la llevé a
Alinea. La nota que dejó en mi puerta diciendo que se encontraría conmigo sigue
en mi bolsillo, junto con el Certificado de Adopción final de Annie del estado de
Illinois. Cuando Valdez arregla la rosa sujeta en mi chaqueta, arreglo la de él.
Nuestros ojos se encuentran en esa vieja manera familiar que lo hicieron cuando
me había mirado antes del snap. Serio. Centrado. E intenso. Este momento se siente
tan importante como el último snap del último juego, cuando los Bears se volvieron
campeones mundiales al final.
—¿Estás listo? —pregunta Valdez.
Es entonces cuando la veo de pie en los escalones. A su izquierda está
Manny, quien la estará entregando y está usando un traje informal azul bebé que
habría puesto orgulloso a Elvis. A su derecha, el Coronel Curtis con el uniforme 310
completo, con su cabello extra alto y tenso. Frente a ella está Bridget, retocando el
maquillaje de Mary. En una mano, Mary sostiene un ramo de rosas blancas. En la
otra, está sosteniendo la mano de Annie, que la está mirando y hablando. Mary
sonríe, riendo de algo que dijo Annie. Ella mira hacia abajo, sin inclinar la cabeza
y le responde algo. Annie asiente tanto que su cabello de maíz brillante rebota
arriba y abajo a lo largo de la espalda de su vestido. Manny se agacha y pone un
diminuto ramillete de muñeca en la mano de Annie, una sola rosa rosada tan grande
como una magdalena.
—Estoy listo —digo, justo cuando Mary me ve y me muestra esa grande,
perfecta, hermosa y sensacional sonrisa. La sonrisa que me dio cuando desperté en
el hospital. La sonrisa que me dio desde los laterales cuando el confeti cayó del
techo del Superdomo. La sonrisa que me da cada mañana cuando despierta. La
sonrisa que me dio en el ring ese día cuando mi vida cambió para siempre con un
solo puñetazo.
Alza un dedo para decir un segundo y saca el celular de su bolso diminuto.
Se ve tan jodidamente hermosa; que me quita el aliento. Y la manera en que es con
Annie es como algo salido de un sueño.
Sus ojos se encuentran con los míos cuando aparta el teléfono. Comienzo a
caminar a través del vestíbulo abarrotado hacia ella, Valdez a mi lado.
Pero entonces mi teléfono zumba en mi chaqueta.
Mary sonríe otra vez y alza las cejas. Hay algo allí que tienes que ver.
Lo saco. Lo abro. Y encuentro una foto. De una prueba de embarazo.
Con dos perfectas y hermosas líneas.
No sé si cuelgo el teléfono o lo dejo caer, porque antes de poder tener otra
idea, ella se encuentra en mis brazos.
—¿Lo estás? —digo contra su cabello, en la curva de su cuello.
—¡Sí! —chilla mientras la bajo de los escalones—. Lo estoy.
—¿Te parece bien? —le pregunto, sin habla y sin siquiera intentando
mantener la compostura ya, porque santo cielo, la alegría.
Se ríe contra mi mejilla y se aparta para mirarme a los ojos. En los escalones
detrás de ella, Annie extiende su mano hacia nosotros y la alzo en mis brazos.
Los ojos de Mary brillan mirándome, reflejando la luz de los candelabros
que cuelgan en el techo. Mira de mí hacia Annie y regresa a mí.
—Nunca supe que lo deseaba hasta ti, Jimmy. Pero ahora no puedo pensar 311
en nada más.
Y en un abrir y cerrar de ojos, me hace el hombre más feliz que haya
existido.
Sobre la autora 312

A la autora superventas Nicola Rendell le encanta escribir comedias


románticas traviesas. Después de recibir un puñado de títulos de un puñado de
lugares, ahora trabaja como profesora en Nueva Inglaterra. El trabajo de Nicola ha
aparecido en Happy Ever After de USA Today y en el Huffington Post. Le encanta
cocinar, coser y tocar el piano. Sus pasatiempos pueden hacer que suene como una
anciana, pero está totalmente de acuerdo con eso. Para obtener más información y
actualizaciones, visita www.NicolaRendell.com.
Créditos 313

Moderación
Bella’ y Flochi

Traducción
Bella’
Flochi
Tolola

Corrección
Bella’
Cherrykeane
Taywong
Tolola
Vickyra

Recopilación y revisión final


LizC

Diseño
Bruja_Luna_
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