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Terapia de Ordalia

Parafraseando a Haley (1984), voy a comenzar este post anticipando


que trata «…de los dilemas absurdos en que suelen encontrarse las
personas y de las soluciones no menos absurdas que en terapia se les
proponen»

Dicho esto, es fácil llegar a entender que modificar nuestros


comportamientos nos resulta más fácil cuando los significados
de esos comportamientos cambian para nosotros.

Cambiar el significado de los problemas que el paciente trae a


consulta, también conocido como reencuadre, es un concepto central
en la práctica diaria de las psicoterapias que hoy conocemos en su
conjunto como psicoterapias estratégicas.

En general, los terapeutas estratégicos no se afanan en promover la


comprensión de sus pacientes, ya que consideran que esta
comprensión no es algo que pueda ser considerado relevante para la
solución de sus problemas.

En su lugar, intentan cambiar los patrones de comportamiento del


paciente, normalmente empleando sugestiones, parábolas, directrices
y tareas, muchas de ellas fuera de la consulta, y tan peculiares a veces
como efectivas.

Una de esas tareas o estrategias que he tenido la ocasión de utilizar en


consulta es la llamada ordalía, extensamente descrita por el conocido
terapeuta estratégico Jay Haley, y que él mismo califica, en una obra
que puede ser considerada un manual práctico de esta técnica,
como «un modo inusual de cambiar el comportamiento».

Pero, ¿qué es la ordalía?


En castellano, la ordalía es definida como «un medio o prueba que se
utilizaba en la Edad Media para comprobar si una persona era culpable
o inocente o si decía la verdad».

Cuando nos referimos a ella en el ámbito terapéutico, estamos


hablando de vincular la aparición de un determinado síntoma a la
realización de alguna otra actividad que, resultando gravosa, molesta
o incómoda para el paciente, resulte al mismo tiempo beneficiosa par
él.

A menudo, en lugar de la aparición del síntoma, vinculamos la ordalía a


la superación de un determinado umbral de intensidad o de
frecuencia de la conducta que pretendemos reducir o eliminar.

En cierto modo se trata de una técnica operante, con la que se


pretende extinguir un comportamiento inadaptado, introduciendo a
continuación de la conducta problema (de manera contingente) una
actividad que resulte más molesta que el comportamiento
problemático.

De este modo, mediante un ritual prescrito por el terapeuta bajo el que


se esconde un mecanismo de condicionamiento simple,
disminuiremos la frecuencia y la gravedad de la conducta no deseada.
Cómo aplicar la ordalía
Algunos ejemplos extraídos de la práctica clínica y/o aparecidos en la
literatura nos pueden dar una idea de las aplicaciones de esta técnica:

 A una persona con problemas para conciliar el sueño,


podemos indicarle que si después de media hora en la cama no
ha conseguido dormirse tendrá que levantarse y leer durante
una hora.
 En un caso de bulimia con atracones, se acuerda con la
paciente que, cada vez que se produzca un atracón, deberá
levantarse esa misma noche a las 3 de la madrugada para hacer
ejercicios abdominales durante treinta minutos.
 Un paciente procrastinador y con síntomas de ansiedad
social, deberá invitar a un café a cualquiera de sus compañeros
siempre que no cumpla con la tarea que se haya propuesto al
comienzo del día.
Con este tipo de intervenciones, el terapeuta vincula la futura aparición
de síntomas o comportamientos problemáticos con otros
comportamientos que el paciente lleva a cabo deliberadamente.
La anticipación de la amenaza de castigo prescrita cambiará el
significado del problema a uno que es incompatible con la
continuación del problema.

Así, en el caso de la paciente bulímica, la perspectiva de los ejercicios


va trasladando el significado de los atracones desde un indeseable, al
mismo tiempo que gratificante síntoma, a una desagradable pero al
mismo tiempo beneficiosa conducta.

Cuándo es útil prescribirla


En general, este tipo de tareas basadas en «castigar el síntoma», es
adaptable a una amplia gama de problemas, ya sean personales,
familiares o de pareja, con la única limitación de la propia creatividad
del terapeuta y del grado de compromiso que podamos obtener del
paciente.

Además de su aplicación en el ámbito clínico es una estrategia


especialmente útil para el control de hábitos, y en particular está
indicada en aquellos casos en que el paciente presenta más de un
síntoma o comportamiento problemático que podamos vincular
mediante algún tipo de relación, aprovechando de este modo toda la
potencia terapéutica de la técnica.

En lo que respecta al compromiso tan necesario del paciente (a mi


entender, principal obstáculo para el éxito), se recomienda establecer
un pacto previo, sin que el paciente conozca de qué se trata hasta
haber obtenido su consentimiento.

Normalmente se le habla de una tarea muy eficaz, virtualmente


infalible si se ejecuta al píe de la letra, y que no supondrá ningún tipo
de comportamiento peligroso, inmoral o ilegal. Una vez obtenido su
consentimiento firme, se prescribe la tarea.

Como ya hemos comentado, Haley (1984) convirtió está técnica en


todo un arte, dedicándole una obra eminentemente práctica y muy
recomendable, en la que no deja lugar a dudas sobre la misión de la
tarea: “Así como un castigo debe adecuarse al crimen que pena,
del mismo modo el requisito principal de una ordalía es que
provoque una zozobra igual o mayor que la ocasionada por el
síntoma”.

La ordalía paradójica
En la línea de esos dilemas y soluciones absurdas, Haley
(1984) va un paso más allá en el desarrollo y aplicaciones de
la técnica, llegando a proponer una prescripción paradójica
de la ordalía.

Por ejemplo, a un paciente con depresión se le puede indicar


que la programe para una determinada hora del día.

Por supuesto se le propondrá deprimirse (concentrarse en su


estado depresivo) justo en un momento en el que querría estar
haciendo algo agradable, como dar un paseo o ver la televisión
con sus hijos.

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