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– Área Sociológica –
Octavio Groppa
Departamento de Investigación Institucional
– Área Sociológica –
1. Introducción .............................................................................................................................. 1
Preguntas iniciales........................................................................................................................................................ 1
Contexto......................................................................................................................................................................... 1
Esquema del trabajo..................................................................................................................................................... 2
6. Bibliografía..............................................................................................................................39
1. INTRODUCCIÓN
Preguntas iniciales
La cuestión de la pobreza y la desigualdad tienen quizá más vigencia que nunca en
nuestro país. Las múltiples aristas que presenta el problema obligan a abordarlo desde variados
enfoques y disciplinas. Una de las dimensiones de la pobreza es, evidentemente, la económica.
La economía nos enseña a comprender la realidad como un sistema, a reconocer que no existen
decisiones aisladas del contexto económico. De aquí que debamos plantearnos la cuestión bási-
ca de la ética cuando el sistema se muestra ineficaz frente a la pobreza. Tal como fue estudiado
por Amartya Sen, entre otros, estamos frente a un claro problema de raíz relacional. La pregun-
ta por la ética en la ciencia, lejos de ser una preocupación meramente especulativa, se vuelve
crucial para abordar el problema.
La práctica del diálogo multidisciplinar, por otra parte, la búsqueda de un mayor acer-
camiento entre las distintas disciplinas, nos ha conducido por sí sola a retrotraernos a los fun-
damentos primeros en los que se apoya cada una, a explicitar -y aun poner en cuestión- su epis-
temología, su ética, su teoría del conocimiento implícita. Ésta fue la experiencia vivida en el se-
no del equipo de investigación y la necesidad de superar las dificultades encontradas a la tarea
de acometer un estudio interdisciplinar –a veces, producto de la diferencia de lenguaje entre las
distintas disciplinas; otras, de visiones diferentes– es lo que motiva un escrito como el presente
en una investigación de corte más práctico. De aquí su ubicación hacia el final de la presenta-
ción en vez de al comienzo, como parecería más lógico a un trabajo de nivel fundamental. En
este sentido, el objetivo es el de ofrecer algunos aportes –de carácter provisional– para favorecer
la tarea interdisciplinar. Esto explica también la alusión a o aclaración de algunas cuestiones
que pueden parecer obvias o básicas para especialistas en alguna de las disciplinas aludidas.
La mencionada experiencia de diálogo despertó preguntas como las siguientes: ¿es pen-
sable una integración de saberes tan distintos como pueden ser la teología y las “ciencias”?
¿Tiene algo para decirle aquélla a éstas?¿Cuál es la vinculación –si es que existe- entre la ética y
la ciencia en general? ¿Se trata aquélla simplemente de un añadido que debe soportar el investi-
gador, o se reduce acaso al plano personal, pero sin ningún tipo de vinculación intrínseca con el
conocimiento científico? Son cuestiones cuya irresolución volvería inútil el esfuerzo de em-
prender cualquier tarea de integración entre las disciplinas mencionadas. El no ensayar una
respuesta significaría desterrar de antemano la posibilidad de una integración entre cualquier
disciplina y la teología, pues ésta se mueve en marcos totalizantes. Por el contrario, si aposta-
mos por la integración debemos pensar de qué modo ésta será posible, dado que existen epis-
temologías que cierran desde sus premisas la posibilidad de todo diálogo.
Contexto
El paradigma de la “neutralidad valorativa de la ciencia” continúa –en buena medida, si
bien no siempre de modo conciente– vigente y esto –parafraseando a Sen– es un límite para la
ética y para la ciencia. La cuestión es equivalente a seguir creyendo que existe el “vacío” moral
donde puede moverse la ciencia. En el campo de la economía sería considerar que existen deci-
siones económicas que no tienen vinculación alguna con la pobreza y la injusticia. Como si
hubiera un “espacio neutral” en donde es posible actuar sin responsabilidad al respecto. Sin
embargo, ya soplan vientos de cambio a partir del desarrollo de la hermenéutica en el último
siglo. La superación de la metafísica moderna y la incorporación de la historicidad en el pen-
samiento occidental produjo radicales modificaciones en la filosofía y las ciencias en el siglo XX
y la hermenéutica es uno de sus frutos.
POBREZA URBANA EN LA ARGENTINA
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Departamento de Investigación Institucional
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Podemos reconocer en esas líneas dos formas polares entre las que se movió el pensa-
miento en occidente a lo largo de los siglos. Por un lado, el discurso metafísico tiende a ser uni-
ficador, homogeneizador, objetivista, formal, con pretensión de universalidad. El histórico, por
el contrario, plural, heterogéneo, revalorizador de lo subjetivo y cultural, material. Si el riesgo
de la primera tendencia es simplificar en demasía y reducir la realidad (y, por tanto, no
comprenderla), el de la segunda es que el abandono de todo parámetro o fundamento objetivo
y universal termine haciéndola perderse en el mar infinito de lo múltiple y disperso, incapaz de
hallar un sentido, lo cual significa no asumir la gravedad ética de la libertad humana.
La separación entre metafísica e historia trae –en el límite- variadas consecuencias. La
unidad que busca la metafísica se vuelve uniformidad; la objetividad, ideología; la universali-
dad, etnocentrismo impuesto por la fuerza. Del lado contrario, el pluralismo multicultural sin el
diálogo que une puede ser pasividad conservadora del status quo; la subjetividad, individua-
lismo irresponsable; la materialidad, quedarse en el momento analítico del conocimiento, parti-
cular, casuista, renunciando a la integración o síntesis complejas. En definitiva, al conocimiento
mismo.
El nivel de especialización alcanzado por las ciencias y la reaparición de la preocupación
ética (manifestada en diversos ámbitos, como la pobreza, la dominación de género o el proble-
ma ecológico) reclaman como condición para el conocimiento una interdisciplina, un nuevo
diálogo entre la filosofía –la ética en particular– y las ciencias, entre ontología y situación histó-
rica, estructura y acción (Giddens), hermenéutica y crítica (Scannone, 1990), pertenencia y dis-
tanciación (Ricoeur), tradición y utopía.
Hoy –después de la revolución cuántica en física y del “giro lingüístico” en f ilosofía– ya
no es posible pensar la verdad como lo hacía el positivismo (o como lo siguen haciendo aún
hoy algunas formas más matizadas, pero igualmente tributarias de un realismo ingenuo). Hasta
las afirmaciones de las ciencias “duras” –sus intereses, sus medios de prueba– nacen en un con-
texto histórico cultural (lingüístico) que les sirve de soporte y es su condición de posibilidad.
Por esta razón, aun las afirmaciones “verificadas” abren lugar a la hermenéutica. 1 El tema fue
desarrollado sobre todo desde H. G. Gadamer en adelante, siguiendo una línea que tiene como
otros “hitos” a Schleiermacher, Dilthey y He idegger.
Esquema del trabajo
A partir de estas consideraciones, presento una marco que puede servir para compren-
der e integrar las distintas líneas del proyecto, aunque lo excede. En este sentido, el objetivo no
es insertarnos en los debates de los temas tratados, sino hacer una presentación de algunas pos-
turas que nos permitan explicitar un esquema fundamental de referencia. De aquí que no nos
adentremos en otros autores que podrían ser citados también aquí.
Vertebran este trabajo los aportes de Bernard Lonergan, en lo que hace al conocimiento
y el método, y Enrique Dussel, en la ética. Lonergan (1904-1984) es filósofo y teólogo jesuita ca-
nadiense que investigó sobre el conocimiento humano, sobre un “comprender la compre nsión”,
1 Como puede verse en la siguiente pregunta: la cosmología griega, que creía la existencia de diversas esferas celestes, ¿respondía
al pensamiento platónico (con su doctrina del “mundo de la s ideas”) o un pensamiento como el platónico había de surgir en una
cultura con dicha cosmología? O de otro modo: ¿habría sido posible que un Einstein hubiese sido contemporáneo de Newton?
¿qué habría pasado si algún “delirante” hubiese defendido en el con texto de la Modernidad una teoría como la de la relatividad?
Sin embargo, más tarde, un momento histórico cultural permitió dos cosas: el desarrollo de tales ideas y su recepción, lo que coad-
yuvó a poner fin a un modo de comprender el espacio y el tiempo por siglos.
2. EPISTEMOLOGÍA Y ÉTICA
peruranós platónico- para certificar la verdad de las proposiciones. Desde aquí dirige su prédica
contra la epistemología abogando por asumir una postura pragmática. Rorty representa una lí-
nea de pensamiento que, si bien puede parecer extrema, nos ayudará a pensar el problema de la
ética y el conocimiento.
Una de las consecuencias lógicas que se derivan de su postura pragmática es, por ejem-
plo, la afirmación acerca de que no existen diferencias “sustanciales” entre las “cuestiones de
valor” y las “cuestiones de h echo” (Rorty, 1996a), lo cual equivale a abolir la llamada “ley de
Hume”, es decir, aquella que afirma la imposibilidad de derivar juicios de valor a partir de los
juicios de hecho. De tal planteo se sigue que tampoco habrá tales diferencias entre los distintos
saberes, los “más empíricos” y los “más teóricos”, de manera que exista un hiato insalvable e n-
tre ellos y que debamos renunciar a priori a todo intento por incorporar a la “ciencia racional” –
que busca “ve rdades objetivas”, “empíricamente comprobable s” – la dimensión ética (o aun la
estética o la religiosa). En otras palabras, todos los tipos de lenguaje buscan asegurar, aprehen-
der –de algún modo–, la vida en el mundo entorno. Son creencias:
Consideramos las creencias como instrumentos para manejar la realidad, determinacio-
nes de la forma de actuar en respuesta a ciertas contingencias, en vez de como represen-
taciones de la realidad. De acuerdo con esta concepción, no tenemos ya que preocupar-
nos acerca de, por ejemplo, cuestiones como ésta: «¿Corresponde la física a la estructura
del mundo como es, o meramente a la estructura del mundo como se nos aparece?»; y
ello porque hemos dejado de concebir que la física corresponda a algo. La cuestión de si
los cielos están realmente diseñados con el sol en el medio se convierte en equivalente a
la cuestión de si Ptolomeo o Copérnico nos proporcionan mejores instrumentos para
hacer frente al mundo. (Rorty, 1996c, 164)
Vale preguntarse, ¿si no existen parámetros, cómo definir los “ mejores instrumentos”?
En primer lugar, debe considerarse que nuestra concepción de “mundo” –que nos impulsa a es-
tudiarlo y que sirve de sostén a las afirmaciones científicas– depende de nuestro lenguaje y éste,
a su vez, de una comunidad que intenta asegurar la reproducción y desarrollo de la vida. Es el
“mundo de la vida” que se media lingüísticamente. Si nos remontáramos en las raíces bi ológi-
cas de esta conservación y desarrollo de la vida daríamos en último término con el sistema eva-
luativo afectivo del cerebro, que de forma autoorganizada determina qué es lo conveniente pa-
ra la vida del organismo y qué no (Dussel, 1998, 95-96).
En un sentido diverso, Bernard Lonergan también llama la atención acerca de que la
mayor parte de nuestros saberes son “creencias”, por cuanto no los hemos invest igado nosotros
mismos, sino que creemos en la responsabilidad y clarividencia de quien lo hizo. Para él “apr o-
piarse de la herencia social, cultural y religiosa de uno mismo es, en gran parte, un asunto que
implica la creencia” (Lonergan, 1988, 46). Compara el conocimiento con la confección de los
mapas (en la época en que no había satélites): eran la unión de mapas menores, cada uno dise-
ñado por un cartógrafo diferente.
“¿Es exacto el mapa? Eso no lo sabe uno, sino que lo cree. N i lo sabe quien hizo el mapa
(...) El saber acerca de la exactitud del mapa está dividido: una parte está en la mente de
cada cartógrafo, pero la exactitud del conjunto es asunto, no del conocimiento sino de la
creencia: de los cartógrafos que se creyeron unos a otros, y del resto, de nosotros, que
creemos a los cartógrafos.” (Lone rgan, 1988, 47)
Para Rorty, entonces, las afirmaciones que realiza la física o la química, por ejemplo, no
se vuelven “verdaderas” por la prueba, pues no existe un criterio exterior contra el cual contras-
tarlas. Tales proposiciones lo que hacen es facilitar el despliegue de la vida. Lo que no es posi-
ble afirmar es que exista un procedimiento, al que se denomina “ver ificación”, que vuelva “más
verdadera” la afirmación que surge a partir de la aplicación de dicho método que otra que pro-
venga de un ámbito diferente, como la ética o la religión. En otras palabras: comprendemos la
realidad de un determinado modo a partir de nuestro “mundo de vida”; construimos t eorías y
medios de “prueba” a partir de esas mismas concepciones y finalmente “verificamos” los resu l-
tados obtenidos. El razonamiento es circular.
De esta manera, las ciencias “exactas” pierden ese “carácter sacerdotal” del cual las r e-
vistió el positivismo. Desde este punto de vista, quien sostuviera que las afirmaciones sobre la
naturaleza tienen mayor contenido de verdad que el resto debería justificar por qué les da más
valor que, por ejemplo, a las éticas.4 La cuestión de base es la noción de conocimiento. Si no es
posible conocer la verdad, aduce este filósofo, entonces la pregunta que debemos hacernos no
es “qué es la verdad”, sino “qué autoimagen debería tener nuestra sociedad de sí misma” (Ro r-
ty, 1996a, 48). Esta postura parece a muchos relativista (por ejemplo, a Apel, 1998). Pero “el
pragmatista no tiene una teoría de la verdad, y mucho menos una teoría relativista. Como par-
tidario de la solidaridad, su explicación del valor de la indagación humana en cooperación sólo
tiene una base ética, y no epistemológica o metafísica” (Rorty, 1996a, 43).
Rorty da un paso más al afirmar que sólo podemos pretender alcanzar “acuerdos no
forzados” (Rorty, 1996b). Este parece ser el extremo opuesto de la teoría de la verdad como
correspondencia o adecuación con la realidad (donde se fundamenta el representacionalismo). Su
postura lo llevará a asumir como “inevitable” el etnocentrismo, pues al no haber un criterio de
verdad, sólo podremos realizar afirmaciones sobre el mundo desde nuestro horizonte cultural y
no habrá afirmación que podamos hacer por fuera de dicho horizonte. Mejor sería hablar –con
Lonergan– de perspectivismo. La pregunta a hacer es: ¿por qué es más fácil alcanzar un
“acuerdo no forzado” en determinadas afirmaciones que en otras? Rorty da un paso en aras a
re-unir ética y ciencia a base de borrar las fronteras que las diferenciaban, pero al no incorporar
la reflexión sobre el sujeto cognoscente como ser que se autotrasciende se encierra en el forma-
lismo lingüístico.
4 Bunge contestaría que es porque las afirmaciones éticas no pueden justificarse desde la lógica formal ni tampoco pueden ser
cuestionadas, por lo que serían no científicas y autoritarias. Desde una antropología trascendental, como la que propone Lonergan
la lógica sola no da garantías de objetividad. Su carácter comunicativo le impediría incluso ser autoritaria. Véase Bunge, 1960. Pro-
fundizaremos en el planteo de Lonergan en los puntos 1.2.2 y 1.4.
5 Esto es, la autotrascendencia, descubierta a partir de condiciones no objetivables –y, por tanto, no controlables–, como el sentido
común, “desarrollo espontáneo de la compre nsión, que puede ser objetivado en sus resultados pero no en el momento en que real-
mente se produce” (Lonergan, 1988, 211.232).
6 La distinción de fases en el acto del conocimiento (“especializaciones funcionales”, en el lenguaje de Lonergan) es vital para ubi-
car adecuadamente el lugar de la ética en relación con las otras dimensiones, como el método. Retomaremos este punto más ade-
lante.
cia. En este sentido, puede distinguirse una subjetividad auténtica y una inauténtica. La prime-
ra es condición de posibilidad para el conocimiento objetivo; la segunda, su obstáculo.
[El conflicto entre lo objetivo y lo subjetivo] perdura solamente mientras perduran las
ambigüedades subyacentes al realismo ingenuo, al idealismo ingenuo, al empirismo, al
idealismo crítico y al idealismo absoluto. En cuanto se eliminan dichas ambigüedades,
en cuanto se realiza una adecuada autoapropiación, en cuanto se distingue entre objeto
y objetividad en el mundo de la inmediatez, y objeto y objetividad en el mundo mediado
por la significación y el valor, surge entonces un contexto completamente diferente. Por-
que se hace manifiesto, entonces, que en el mundo mediado por la significación y moti-
vado por el valor, la objetividad es simplemente la consecuencia de la auténtica subjeti-
vidad, es decir de la genuina atención, inteligencia, razonabilidad y responsabilidad. La
matemática, la ciencia, la filosofía, la ética y la teología difieren entre sí de muchas ma-
neras; pero tienen en común la característica de que su objetividad es el fruto de la aten-
ción, la inteligencia, la razonabilidad y la responsabilidad. (Lonergan, 1988, 257-258)
10 Una epistemología que fundamenta la necesidad de dar lugar en los estudios sobre los pobres y la pobreza a la palabra del po-
bre mismo es desarrollada en Vasilachis (1999) y puesta en práctica en MACRI, María Raquel (2002). “Estrategias para enfrentar la
pobreza desde el Estado”, en este mismo proyecto.
11 Subrayado nuestro.
12 Para la construcción de los valores desde una base fisiológica véase punto 1.3.1.
Lonergan, 1988, 226). Los segundos se dan cuando tal autotrascendencia fracasa y el hombre se
cierra en la inautenticidad, negando su dimensión relacional constitutiva.
Es sabido que en las ciencias sociales el campo de la hermenéutica es muy amplio (Gid-
dens, 1997, 23). Sin embargo, este punto no siempre es reconocido, por ejemplo, en algunas
corrientes de la economía, que a menudo operan todavía con esquemas o métodos que
obedecen a una epistemología de tipo positivista (que busca “leyes” predictivas), más cercana
al modelo de la física de la Modernidad que de la contemporánea. Por estas razones, y dado el
carácter performativo de las conceptualizaciones científicas, es necesario realizar una revisión
crítica de estos conceptos utilizados a la hora de hablar de las personas pobres y la pobreza.
Algunos autores han señalado que frecuentemente investigaciones con pretensión de
“cientificidad” –por atenerse a un método– utilizan en realidad conceptualizaciones
discriminatorias (Vasilachis, 1999) que encubren el sostenimiento y perpetuación de una
configuración social excluyente. En este sentido, la misma ciencia sería –en parte– fuente de
pobreza.13
3. ÉTICA FUNDAMENTAL
La incorporación de la responsabilidad y la autenticidad como dimensión del
conocimiento humano nos centra en la cuestión de la ética. Pero entonces hemos de discernir
qué ética hemos de adoptar o qué moral. Como expresamos en la introducción, en esta sección
seguimos el esquema que plantea Enrique Dussel para la ética fundamental.
En su Ética de la liberación este autor propone –inspirándose, en parte, en J. Habermas y
K. O. Apel– un esquema integral para pensar la ética fundamental, con distintos momentos que
van siendo subsumidos progresivamente, de modo que no se trata de compartimentos estancos
(véase Esquema 1). Al contrario, si es posible distinguir dichos momentos, no es posible sepa-
rarlos. Típicamente se trata de tres niveles, que él denomina material, formal y de factibilidad, in-
corporando éste último la dimensión histórica, estratégica o pragmática. Reproducimos el cua-
dro que ofrece Dussel, donde sintetiza esto.
13 Véase LABOURDETTE, Sergio (2002). “Pobreza y distribución de bienes”, documento de trabajo, mimeo.
Reservamos, con Dussel, el término “ética” para el nivel material y “moral” para el fo r-
mal. Lo “recto” supone conformidad con los valores culturales vigentes. El “bien” –siempre si-
guiendo a Dussel- es realización de la “verdad práctica” y la “validez intersubjetiva”. Esta i n-
terpretación difiere, por ejemplo, de las “concepciones de bien” de Rawls, que para él son las
doctrinas comprehensivas del mundo, condicionadas culturalmente y que, según su interpreta-
ción, no ofrecen base sobre la cual arraigar una teoría universal de la justicia.14
Nos detenemos en cada uno de estos momentos, ubicando el aporte de algunos autores
significativos para la ética, pero que han trabajado además temáticas ligadas con la cuestión y
las disciplinas que nos ocupan. Me refiero a Apel, Rawls, Sen y Dussel y apoyándonos en buena
medida en los trabajos de Juan Carlos Scannone.
Génesis 4,10
14 Como veremos, sin embargo, en su segunda obra se define por una concepción política –no universal racional- de la justicia
(Rawls, 1995b)
15 MATURANA, Humberto. (1985). El árbol del conocimiento. Las bases biológicas del entendimiento humano. Ed. Universitaria, Santiago.
16 Dussel, 1998, 621-622, explica la diferencia marcada en el alemán entre material y materiell: mientras el primer término indica el
principio material, en cuanto contenido, opuesto al formal, el segundo se refiere a la materia física, como opuesto a espiritual o
mental. Aquí hablamos, entonces, de material con “a”.
17 Contra la ley de Hume (v. pág. 4 y Dussel, 1998, 108.136-137). Véase también Bunge, 1960. Para este filósofo, la ética de la cien-
cia se funda en la ciencia misma, y no al revés. Crea valores, no responde a valores previamente constituidos. En términos del
Esquema 1, diríamos que sitúa el nivel 4 (analítico o instrumental) como 1, seguido del 3 (axiológico). La ética de Dussel, con todo,
parte de los avances de la neurobiología. Desde un análisis más formal, Sen, 1998, también se pronuncia contra la validez de la “ley
de Hume” al señalar que es la conclusión que se sigue del aceptar la necesidad de establecer juicios de valor idénticos frente a cir-
cunstancias fácticas idénticas. Es la cuestión de la “invarianza d e autoría” al evaluar las decisiones morales. Véase punto 1.3.3.1.
El Pecado tomó los mandamientos como medio, produciendo en mí toda clase de codicia.
Porque el Pecado sin la ley está muerto.
Pues viví yo en un tiempo sin ley.
Pero cuando vino el mandamiento, el Pecado revivió.
En efecto, yo morí y fue hallado que el mandamiento que era para vida,
en mí fue para muerte.
Porque el Pecado, tomando como medio el mandamiento,
“me sedujo” y por medio de él me mató.
Romanos 7,8-11
18 Para un análisis crítico de este concepto, véase Scannone, 1990a. Una crítica a la interpretación que hace Dussel del planteo de
Habermas puede verse en BARBER, Michael (1998). “La autorreflexión y los niveles de la arquitectónica de Dussel”, en Intersticios 8,
89-107.
19 No tanto a la verdad.
pantes en el discurso respecto del planteamiento y la solución de los problemas que pue-
dan ser resueltos por medio de argumentos. (Apel, 1994, 224-225)
El hecho mismo del lenguaje habla ya de una solidaridad básica previa. Este a priori de
la ética del discurso podríamos ubicarlo –en el esquema propuesto por Dussel- en el nivel mate-
rial, si bien aquí sólo permanece como el noúmeno kantiano.
Si la comunidad se comunica, luego hay autenticidad. Este razonamiento sirve para fun-
damentar –según Apel– una ética universal no dogmática o metafísica ni culturalmente
condicionada (contra Rorty y el “segundo” Rawls; Apel, 1998). A partir de aquí, el consenso re-
al debe buscarse incorporando a los afectados. En palabras de Apel: “toda solución justa de
problemas en caso de conflictos moralmente relevantes debería ser sujeta a consenso, no sólo
para todos lo participantes, sino también para todos aquellos que son afectados por las conse-
cuencias” (Apel, 1998, 33). La distinción entre participantes y afectados se debe a que los consen-
sos reales se toman a nivel político institucional. Aquel que argumenta “s eriamente” no puede
negar la participación de otros en la argumentación sin caer en una “contradicción performat i-
va”. Hasta aquí ll ega este filósofo.
Sin embargo, si el argumento es válido como fundamento, para encontrar una realiza-
ción en el campo de las situaciones intermedias –históricas–, en donde existe mentira parcial y
asimetría de información, necesitará de alguna factibilidad. En la medida en que no exista una
estrategia que trace un camino hacia la comunidad de comunicación simétrica, el planteo po-
dría quedar ahogado en su propia inverificabilidad. Sin un horizonte universal y sin una estra-
tegia de factibilidad para la validez intersubjetiva, los excluidos de la comunidad discursiva real
podrán permanecer en tal condición para siempre. Es el problema de la “encarnación” de dicha
comunidad en el “nosotros ético -histórico” (Scann one, 1990a y 1990c).
En la línea abordada, Juan Carlos Scannone (1995, 270-271), comenta respecto de la obra
de Peter Ulrich, Transformación de la razón económica, trabajo que intenta incorporar la racionali-
dad comunicativa a la economía:
[La teoría de la acción y racionalidad comunicativas] no tiene suficientemente en cuenta
los aspectos negativos de la política, en cuanto conflictos de intereses y de poder que de
hecho distorsionan la comunicación y la comunidad. Tanto el marxismo como la teoría
de la dependencia estuvieron, en cambio, muy atentos a esos momentos irracionales que
inciden fuertemente en la práctica y la teoría de una (seudo-) “racionalidad” ec onómica
ideologizada, así como en la creación de encuadramientos institucionales inequitativos e
injustos, no en último lugar con referencia a la posición de cada cual en el mercado...
Con respecto a la ética económica comunicativa, sus teóricos están mucho más atentos a
los procedimientos formales que a los contenidos antropológicos (que sospechan de “met afísi-
cos”). Sin embargo, pienso que tanto la afirmación de la dignidad del hombre (...), como
las de la comunidad, la comunicación y la comunidad de comunicación, implican una
antropología filosófica20, que no es sino la otra cara de la ética comunicativa, aun eco-
nómica. Por lo tanto se trata de contenidos éticos (también ético-económicos) y no sólo
de un nuevo formalismo “procedimental” democrático. Claro está que esos cont enidos
no son ahistóricos, fijos, unívocos y abstractos, sino contenidos histórica- y culturalmen-
te analógicos: los mismos en cada hombre y en cada pueblo, aunque en la irreductible
diferencia entre ellos. Dichos contenidos exigen por su parte las correspondientes for-
mas y procedimientos democráticos –aun de la democracia económica–, aunque no se
reducen a los mismos.
20 En este punto podría incluso estar de acuerdo Rorty. Cf. Rorty, 1996d, 261.
21 Para más detalle, véase Rawls, 1971 y 1995a. Éste último es un artículo en el que corrige algunos aspectos criticados de su obra.
Sus ideas serán incorporadas en Rawls, 1995b.
tema (...) La libertad en tanto libertad equitativa es la misma para todos; no se presenta
la cuestión de compensar por tener menos. Sin embargo, el valor de la libertad no es el
mismo para todos (...) No obstante, el menor valor de la libertad está compensado, ya
que la capacidad que tienen los miembros menos afortunados de la sociedad para alcan-
zar sus objetivos sería aún menor si no aceptasen las desigualdades inexistentes en to-
dos los casos en que se satisface el principio de la diferencia. No obstante, compensar
por el menor valor de la libertad no ha de confundirse con compensar una libertad des-
igual. Tomando conjuntamente los dos principios, la estructura básica habrá de configu-
rarse de modo que maximice, para los menos aventajados, el valor que tiene el esquema
total de libertad equitativa compartida por todos. Esto define el objetivo de la justicia so-
cial. (Rawls, 1993, 237)22
Su respuesta será negativa, pues toda racionalidad –aun la que funda el procedimiento–
parte de una precomprensión.23
Además, Dussel razona que al pensar Rawls que la desigualdad es “inevitable” –y aquí
lo acusa de naturalismo acrítico– no distingue entre los distintos tipos de desigualdad (si es de-
22 Subrayado nuestro. El razonamiento es idéntico a un caso escuchado en una clase de teoría de las decisiones: un hombre
promete entregar un millón de pesos a otros dos con la condición de que en cinco minutos definan cómo repartirlo; de otro modo,
no se los regala. El primero de los dos le dice al otro: “90% para mí y 10% para ti”, y se va. El profesor enseñaba que es mejor para
el segundo aceptar y no protestar, porque si no quedaría sin nada. Una forma lógica y racional de justificar la dominación.
23 Retomamos este tema en nota 28.
bida, por ejemplo, a la fortuna o a estructuras históricas injustas) y por eso cree que es suficiente
la propuesta de una estructura básica formal compensatoria para alcanzar la justicia social.
Por un lado, Rawls –en su obra fundamental- propone unos criterios de decisión racio-
nal universales –en sentido kantiano–, establecidos por los individuos representativos bajo el
“velo de ignorancia”. Pero, por otro, se advierte en el autor un afán por ser “realista”, en el se n-
tido de que el esquema sea realizable... ¡dadas las estructuras sociales capitalistas (en las que
vive el propio Rawls)! Varios autores han criticado esta cuestión24, lo cual lo condujo a expresar
en su obra posterior con más claridad sus principios pragmáticos o políticos (Rawls, 1995b y
Rorty, 1996d) y su apuesta por la política sin apelar a “éticas” que son –para él– siempre deudo-
ras de alguna doctrina comprensiva y, por tanto, imposibles de ensamblar acabadamente con
visiones diferentes en un contexto pluralista. Desde un punto de vista ético-material, sin em-
bargo, parece difícil sostener la validez de que alguien pueda aceptar ejercer una libertad me-
nor. Esto supone “soportar” las relaciones de poder vigentes “porque de otro modo se est aría
peor”. En el fondo del razonamien to sobreviven resabios utilitaristas. El velo no es lo suficien-
temente opaco.
En la sociedad bien ordenada de Rawls todo es convergente. Las personas tienen autoes-
tima y, por lo tanto, no son envidiosas. Como respetan las normas básicas, es posible que haya
diferencias sociales relativas crecientes incluso respetando el principio de diferencia. En defini-
tiva, supongamos unas personas con tales características y con unos cambios formales tendre-
mos una sociedad y un estado justos.
Fiel a la tradición liberal, Rawls no especifica el modo concreto –una estrategia factible–
de igualar dicho valor de la libertad. Lo que intenta es formular un principio que, por un lado,
no invada las libertades individuales, y por otro, posibilite a los “desaventajados” la obten ción
de los medios para mejorar su posición. Éstos son las libertades fundamentales y la participa-
ción en el proceso político. Una frase de Rawls lo resume con claridad:
La historia de las constituciones que han tenido resultados positivos indica que los prin-
cipios que regulan las desigualdades económicas y sociales, y los demás principios dis-
tributivos no suelen ser aptos como restricciones constitucionales. Para lograr una legis-
lación justa, lo que hay que hacer es, más bien, garantizar la igualdad de la representa-
ción y emplear otros recursos constitucionales. (Rawls, 1995a, 53-54)
24 Originalmente, HART, H. (1975). “Rawls on Liberty an Its Priority”, en DANIELS, Norman (ed.) (1975). Reading Rawls. Basic
Books, Nueva York. Asimismo la crítica de los comunitaristas (que Rawls nunca consideró válida) como Walzer, Sandel o Taylor.
Entre nosotros, véase, por ejemplo, Vidiella, 1993 y Dussel, 1996.
Respecto de la suficiencia del enfoque desde la formalidad, se podría agregar que per-
sonas excluidas de un sistema y con falta de iniciativa –en términos de la lógica del sistema
dominante, por ejemplo, por vivir en otro horizonte cultural, como ocurre con muchas minorí-
as– podrían nunca terminar de hacer efectivas las posibilidades que el sistema les brinda, a me-
nos que se les abra un espacio para la propia lógica cultural de organización social.25 Para
Rawls, esta situación no sería más que la aparición de distintas “concepciones de bien”. Sen
aclara que, para Rawls, “esta desigualdad no tiene por qué ser injusta”, porque “una persona ha
de asumir la responsabilidad de sus propias preferencias” (Sen, 2000, 97). Se advierte que su
concepción de “preferencias” es formal y abstracta. Con todo, Rawls aceptaría que perman ecie-
ran aquellos rasgos “r azonables” para una concepción democrática de la organización social,
dándose lo que él llama un “co nsenso superpuesto” e ntre diversas visiones comprensivas. 26
El “co nsenso superpuesto”, entonces, no es una solución, sino tan sólo una descripción
acerca de cómo pueden convivir visiones diferentes del mundo. No va contra las concepciones
de bien. Al contrario, las valora, siempre que respeten los principios del liberalismo democráti-
co. En efecto, la sociedad democrática liberal no se aferra a ninguna concepción de bien más
que al respeto a la libertad de las personas. Ese es el criterio de discernimiento para reconocer
qué concepciones son admisibles y cuáles no. Ahora, si existen concepciones no incompatibles
con dichos principios, entonces ya estarán conviviendo pacíficamente.
25 ¿Cómo acercar, por ejemplo, instituciones concebidas desde la lógica republicana o liberal a comunidades aborígenes donde,
por poner sólo un caso, la noción de individuo o de “propiedad privada” tal como la concibe el p ensamiento occidental simple-
mente no existe? Es necesaria la incorporación de los distintos “saberes” a la comunidad discursiva. Rápidamente se olvida que el
“progr eso” y los “derechos” de la sociedad occidental se asientan en el colonialismo, la expropiac ión, la expulsión de comunidades
de sus tierras, la exacción de minerales preciosos y la devastación de la naturaleza.
26 Para rebatir la propuesta rawlsiana del “consenso superpuesto” –mediante la cual este autor quiso asumir las críticas vertidas
contra su fundamentación racional de una justicia procedimental con pretensión universal)- utilizará Apel un argumento recogido
de sus encuentros con Dussel, al explicar que en el famoso debate del siglo XVI entre Sepúlveda y Bartolomé de las Casas el prime-
ro “pud o apoyarse en el «overlapping consensus» del mundo antiguo (especialmente en los argumentos de Aristóteles) a favor de
la esclavitud” (Apel, 1998, 29).
A modo de balance
Una diferencia fundamental que existe entre los planteos de Apel y Rawls es que mien-
tras aquél fundamenta el consenso en una filosofía moral partiendo del lenguaje, la propuesta
del último es puramente procedimental o procesal27 (Apel, 1998, 23), a partir de las reglas ra-
cionales establecidas en la comunidad representativa, siguiendo el proceso de selección de la
teoría de los juegos conocido como maximin.28 En este sentido se acerca más a “principios del
derecho” que a una ética.
Rorty, por supuesto, aplaude esta postura por no apoyarse en ningún discurso metafísi-
co (Rorty, 1996d). En este sentido, los únicos “principios” a partir de los cuales se “fundame n-
ta” la postura pragmática son el de la tolerancia junto con el afán de alcanzar “acuerdos no for-
zados” entre los seres humanos, lo cual supone “encuentros libres y abiertos”. Por eso se pr e-
gunta si “el tipo de comunidad que permite y estimula estos encuentros van en pos de la ve r-
dad y la bondad, o si «la búsqueda de la verdad y la bondad» es simplemente la búsqueda de
ese tipo de comunidad“ (Rorty, 1996b, 67). Esta es una sociedad solidaria. La solidaridad “abre”
–de algún modo– un etnocentrismo inevitable. No obstante, al no poder ser exigible, por carecer
de fundamentos éticos, se trata –según mi parecer– de una solidaridad “débil”. Lo que le inte r-
esa es construir una sociedad –la liberal– donde cada uno pueda seguir sus propios intereses en
un clima de tolerancia (Rorty, 1996d). Ahora, ¿qué ocurrirá en los casos donde no es posible al-
canzar “acuerdos no forzados”? No quedará otra alternativa que tratar de “locos” a nuestros in-
terlocutores, en términos de lo que nuestra sociedad considera “salud mental”, “po rque no hay
manera de considerarlos conciudadanos de nuestra democracia constitucional” 29 (Rorty, 1996d,
256). Supongamos, entonces, que el punto de desacuerdo fuese la consideración de que la liber-
tad de unos impide el desarrollo de la libertad de otros, como podría darse, por ejemplo, en la
“libe rtad” de tener gustos cada vez más caros y exclusivos... 30 El pragmatismo de Rorty, al no
apoyarse en una ética universal, termina presa del formalismo lingüístico.
Por otra parte, desde una actitud meramente pragmática debería parecer inútil la pre-
gunta acerca de “qué sociedad queremos construir”. Tal pregunta ya está respondida: es la que
tenemos. Será difícil encontrar alguna apelación al mero pragmatismo en una sociedad insatis-
fecha. La tolerancia tiene significados muy distintos según a quién se le predique.
Estas consideraciones dan paso al tercer momento de la ética.
27 Es curioso que la traducción del título de la primera obra de Rawls haya sido “Teoría de la justicia” y no como reza el original:
“ Una teoría de la justicia” ( A theory of justice). Para quien desea abandonar concepciones “metafísicas” la sutileza no es menor.
28 Ricoeur expresa también aquí la crítica señalada más arriba. La elección del maximin no obedece a una racionalidad pura, sino a
una precomprensión que intenta desterrar el “principio sacrificial” –siguiendo a J. P. Dupuy, discípulo de René Girard- inherente
al utilitarismo, esto es, que una porción de la sociedad deba sacrificarse por el mayor bienestar del resto. Véase Ricoeur, 1999a.
29 Subrayado nuestro.
30 Es la cuestión de los “bienes posicionales” introducida por Fred Hirsch. Estos bienes son bienes sólo en cuanto aseguran una
diferencia de posición respecto del resto de la sociedad que no puede acceder a ellos. Véase HIRSCH, Fred (1984) Los límites sociales
al crecimiento. Fondo de Cultura Económica, México. De esta manera, a medida que más personas van accediendo al bien en
cuestión éste pierde sus cualidades, pero para entonces ya se habrán creado nuevas necesidades para continuar con la espiral de la
insatisfacción.
Lucas 14,28
La factibilidad –y aquí Dussel sigue a Franz Hinkelammert31– se apoya en los dos mo-
mentos anteriores. Recién en este momento hacen su aparición la racionalidad instrumental (à
la Weber), que busca la eficacia medios-fines, y el pensamiento estratégico.
Este momento es de suma importancia y es usualmente olvidado en las éticas formales.
Rawls lo ha tenido en cuenta al hablar del “valor de la libertad”, pero sin poder resolverlo ac a-
badamente. Nociones como la de “igual dad de oportunidades” o “libertad” pueden ser sum a-
mente estériles sin las condiciones reales (y no solamente de posibilidad, que son garantizadas
por el esquema rawlsiano) que permitan a quienes fueron desposeídos (deprived) tender hacia la
igualdad.
31 HINKELAMMERT, Franz (1984). Crítica de la razón utópica. CEI, San José de Costa Rica. Hinkelammert es filósofo y economista ger-
mano-chileno.
El utilitarismo sostiene que las decisiones económicas revelan las preferencias indivi-
duales. Cada individuo tendría, en consecuencia, un ordenamiento de sus preferencias en fun-
ción de las utilidades que asigna a los distintos bienes. Sen, en cambio, critica esta concepción al
considerar la situación real de las personas y señalar la dificultad de las comparaciones inter-
personales, que el utilitarismo da por obvias.
A la hora de considerar las decisiones morales de los individuos –cuya evaluación será
la que fundamente una determinada teoría económica– Sen llama la atención respecto de la ne-
cesidad de incorporar en la evaluación moral de un estado la situación del evaluador en cuanto
agente de dicho estado. Esto es, una postura pluralista –pero no por ello relativista– en materia
moral debe considerar la posición del evaluador. Es lo que él llama “relat ividad de posición” de
un sistema moral (Sen, 1998, 58). Este principio, sin embargo, se relaciona con la “invarianza de
autoría”. En otras p alabras:
La valoración moral puede depender de la posición del mismo modo que los enunciados
del tipo “El sol se está poniendo”. La verdad de ese enunciado v aría con la posición de
la persona, pero no puede variar de persona a persona entre aquellos que están en la
misma posición. (Sen, 1998, 58-59)
Si el ser humano tiene diversas dimensiones, entonces las morales que obtienen su in-
formación de una única fuente (monismos) son reduccionistas e incompletas. Será el espacio de
capacidades, -que supone la libertad de ser agente- lo que deba ser evaluado a la hora de hablar de
la igualdad. Sen llama funcionamientos o funciones (functionings) a las capacidades que una per-
sona puede alcanzar en la práctica.32
Este tipo de razonamiento trae consecuencias importantes para la economía: a la hora de
medir la desigualdad, entonces, deben estudiarse los funcionamientos, y no tanto los recursos,
pues son aquéllos los que revelan (de modo indirecto) la estructura de capacidades de las per-
sonas.
Si nos interesamos en la libertad de elegir, entonces debemos mirar a las opciones que
una persona tiene de hecho, y no debemos suponer que se obtendrían los mismos resul-
tados si miráramos los recursos que él o ella dispone. (Sen, 1992, 38)
32 Esto nos recuerda la distinción establecida por Rawls entre libertad y valor de la libertad. Sen le preguntaría a aquél: ¿cómo pensar
que hay “libertad” igual si el “valor de la libertad” no es el mism o? ¿Hasta qué punto existe “igualdad de oportunidades” si alg u-
nos no pueden ejercerla?
33 Una aplicación de este criterio culminará siendo el “Índice de Desarrollo Humano” del PNUD, que es un promedio simple de
indicadores de logro en materia de salud (esperanza de vida al nacer), educación (alfabetismo, matrícula escolar) y producto. Otra,
menos conocida, es el Índice de Desarrollo Social, desarrollado por su discípulo M. Desai, indicador del cual propongo una
metodología de medición para la Argentina, en este proyecto. Sin embargo, para Sen cualquier fórmula de agregación de la
información debe haber sido aceptada por los otros, pues se trata de un ejercicio de elección social (Sen, 2000, 104).
34 Si bien Dussel no utiliza este término, lo que quiere señalar es lo mismo a que se refiere Sen.
y construir una sociedad más solidaria para que los “indicadores” cambien, esto es, para que
todos los seres humanos sean respetados. Esta es la diferencia de enfoque que puede establecer-
se entre nociones como las de desarrollo de las capacidades (o del “valor de la libertad”) y de libe-
ración. En términos del Esquema 1, ubicaríamos la primera noción en los momentos 4 y 5 (aun-
que con arraigo ético), mientras que la segunda categoría plantea la crítica en un nivel mayor de
generalidad –comprensivo, a nivel de sistema– que asociamos al momento de validez intersub-
jetiva.35 No obstante, considero que ambas perspectivas son perfectamente conciliables, pues
parten de criterios ético materiales.
Por lo tanto, lejos de pensar en una noción abstracta y estática de la justicia –como ocu-
rre, por ejemplo, si la comprendemos simplemente como justicia distributiva– Dussel preconiza
el compromiso con los excluidos (quienes van variando en las distintas épocas) como la forma
factible (nivel de la pragmática) de integración dinámica de la sociedad, mediante la ruptura con
el sistema autorreferente y la creación de un nuevo sistema abierto36, inclusivo, respetando el
principio moral de validez intersubjetiva –pero entendido ahora como crítica antihegemónica
de la comunidad de víctimas–, para asegurar la producción, reproducción y desarrollo de la vi-
da (principio ético material universal, soslayado el cual todo lo demás pierde su fundamento).
Esto es, la validez intersubjetiva se da ahora en la comunidad de víctimas, arraigada en la mate-
rialidad de su vida amenazada.
Este punto es quizá uno de los más discutibles en el esquema de Dussel, pues no queda
del todo claro cómo se establecen los límites de dicha “comunidad de víctimas” y, por tanto, su
grado de homogeneidad. En algunos casos, esto puede ser más evidente, como se da, por ejem-
plo, en las comunidades aborígenes. En otros, empero, puede caerse en simplificaciones o en ca-
tegorizaciones abstractas, que es lo que se criticaba a la “comunidad discursiva” a priori de
Apel. La crítica antihegemónica puede ser válida, pero la validez intersubjetiva ha de ser uni-
versal además de ser coherente con el nivel ético material. Si el grupo de los “incluidos” en el
sistema no se “convierte” a las víctimas, que son los falsadores vivientes del sistema –
menospreciando, por tanto, la ética-, el asegurar el respeto al principio ético material no da “vía
libre” en materia moral a la “comunidad de víctimas”. Si bastara dicha comunidad para resp e-
tar el nivel formal intersubjetivo de la ética, podría volverse a caer en una falta contra el princi-
pio material de la vida de los (entonces previos) incluidos. Volvemos al conflicto que se da en-
tre “aventajados” y “desaventajados” del que parte el razonamiento de Rawls. 37 Es necesario
mantener siempre integrados los momentos de la ética –el contenido, la formalidad, la pragmá-
tica–, porque lo están de hecho, intrínsecamente.
El esquema de razonamiento de Dussel se inspira en buena medida en la antropología
ética de Emmanuel Levinas.38 En efecto, el pensador lituano-francés critica las ontologías hege-
liana y heideggeriana por moverse en el horizonte de la Totalidad (ser-no ser). En cambio, él
35 Más específicamente, no se trataría de una moral formal simplemente, sino de una moral-crítica formal que realiza la comuni-
dad excluida de víctimas. Dussel desarrolla, además del presentado, un cuadro análogo (Dussel, , 303) donde esquematiza la se-
gunda parte de su obra y que consiste en los momentos de la ética fundamental, pero desde la negatividad de las víctimas que cri-
tican el sistema que las excluye.
36 Dussel ironiza que lo que él llama “sociedad cerrada” en su horizonte cultural (sistema autopoiético, autorreferente y entróp i-
co), es para Popper la “sociedad abierta” (Dussel, 1998, 306).
37 Como veremos más adelante, la cuestión de los derechos de unos y otros, documentados los primeros, sólo garantizados por la
Constitución los segundos.
38 Para una excelente síntesis de su pensamiento, véase Scannone, 1997.
propone una metafísica no ontológica, que coincide con la ética y se resume en el “cara a cara”:
el deseo del Otro, quien tiene primacía sobre el Mismo (me: yo, en acusativo), porque lo instau-
ra, más allá del gozo de sí. El Otro es un Tú que me interpela y me reclama desde su altura y su
desnudez. Rostro. Irreductible al concepto, el cual será una forma de violencia. La trascenden-
cia del Mismo al Otro es lo que Levinas llama “dese o metafísico”: el Infinito. Dussel aplica esta
antropología a las comunidades como todo. Si el prius está en el Otro, y el Otro es “el pobre, el
huérfano, la viuda”, luego, la “víctima” tiene la palabra. Lo que quizá no subraya suficient e-
mente es que para el “Otro”, el “Mismo” es su Otro.
Analéctica: de la igualdad fundamental a la igualdad histórica
En una sociedad plural, no existe un modelo predefinido de lo que sea la igualdad. La
noción misma de “igualdad” (así como la de “bien común” o tantas otras) es una abstracción
que, si no es criticada, puede ser instrumentalizada ideológicamente, esto es, usada para legiti-
mar el ordenamiento moral y normativo de la cultura dominante. De hecho, dicho concepto es
entendido en variados sentidos según distintas tradiciones, por lo cual debemos aclarar bien a
qué nos referimos con él (Sen, 1992). En otras palabras, ¿desde qué situación se define el “bien
común”? ¿Desde la de las mayorías?
Scannone (1994, 160-161) habla de un “poder en común” (Arendt), un “tener en común”
(que sería la noción patrística del destino universal de los bienes) y un “valer en común” (que
emerge “de la dignidad propia de la comunidad interpersonal en la cual las pe rsonas trascien-
den éticamente la (mera) comunidad, y ésta a las (meras) personas individuales”). Esto no s u-
pone un retorno a una metafísica ingenua mientras dichos conceptos no sean entendidos de
manera estática y ahistórica. Al contrario, son la condición de posibilidad de todo reclamo por
justicia e igualdad (en esto coincide con Apel). Estamos en el plano ético originario, universal.
En esta misma línea debería pensarse la noción de “bien común”, si no se desea que quede re s-
tringida culturalmente. No se trata de un bien definido específicamente, sino que es la condi-
ción de posibilidad para perseguir la realización múltiple y diversa del bien de cada uno. Aho-
ra, desde el plano histórico o pragmático, ¿por dónde comenzar si no por la situación aquellos
que falsan la realización de ese bien común? En este sentido, nociones como las de “opción por
los pobres” (en teología) o de la “comunidad de víctimas” (en el lenguaje de Dussel) no serían
más que la concreción histórica de la idea de “bien común”, su camino práxico, pues se parte de
la igualdad ontológica (común), pero no verificada históricamente (es decir, no realizada como
bien; véase Esquema 1). Desde una pragmática, la “comunidad discursiva simétrica” ha de p o-
nerse adelante, no detrás.
Apelando al “poder en común”, es posible desde las víctimas excluidas de la comun idad
discursiva histórica y de la imposibilidad real de asegurar la vida –desde su materialidad– criti-
car las instituciones morales de los “incluidos” y superar el hori zonte etnocéntrico en el cual se
fundamentan. Es el momento negativo o dialéctico.39 Cuando los excluidos irrumpen en el sis-
tema buscando su promoción (liberación) se da el momento positivo o analéctico.40 A la igual-
dad se tiende política y éticamente.
Este momento analéctico es parte de la acción ética. Supondrá una escucha (aunque crí-
tica, desde el saber científico) de la sabiduría popular (Scannone) que puede entroncarse en la
revalorización del “sentido común”, así como una incorporación a la racionalidad económica
39 En el punto siguiente introduciremos una forma diversa de interpretar este término, siguiendo el planteo de B. Lonergan.
40 Scannone, 1994, 164, también habla de una analéctica o anadialéctica.
del factor comunitario 41 42, disputándole al capital el puesto de poder que detenta como factor
predominante sobre los otros en la lógica de la organización económica (Razeto, 1994). Una
“conversi ón” desde la propia ciencia (del individuo o comunidad cognoscente) al saber com u-
nicativo que concluye en una acción práctica que modifica la realidad, pero también al sujeto
cognoscente (Lonergan, 1988 y Scannone, 1987).
La analéctica subsume a la dialéctica y la supera. No queda entrampada en el conflicto
(dialéctica) –aunque lo asume–, sino que abre la comunicación. Más aún: es condición de posi-
bilidad de la comunicación real, porque apunta a una transformación de las condiciones o es-
tructuras que impiden la comunicación. Su fundamento –y su meta– es una verdadera “co nver-
sión”: de los “aventajados” para consigo mismos y hacia los “desaventajados” (para usar las c a-
tegorías “asé pticas” rawlsianas); y de los “desaventajados” en el mismo sentido, en cuanto la
transformación supone la justicia, pero no la acción reivindicativa o revanchista, generadora de
nueva violencia. La analéctica es una ontología para una sociedad solidaria. Para un nosotros
universal, no etnocéntrico.
41 La necesidad de ampliar la noción de racionalidad económica incorporando dimensiones de valor fue analizada en SEN,
Amartya (1999b).
42 Algunos desarrollos en este sentido son el factor “C”, de José Luis Razeto, que es la conside ración de la comunidad de trabajo
como un factor más de la producción o la “Economía de comunión”. Véase Razeto, 1994, y BRUNI, Luigino (comp.) (2000). Huma-
nizar la Economía. Ciudad Nueva, Buenos Aires. Lo mismo podría decirse de otras experiencias de economía solidaria.
43 Ricoeur –a quien Lonergan cita a menudo– tiene una comprensión consonante con la de Lonergan. Véase una breve exposición
al respecto en Azcuy, 2002.
De aquí que distinguirá cuatro operaciones básicas del proceso de conocimiento, a saber:
experimentar, entender, juzgar y decidir. Estas operaciones son trascendentales en el sentido
kantiano y, por tanto, a priori, aplicables a todo conocimiento, sin importar su objeto. En efecto,
el ser humano conoce elementos externos a él, pero también conoce que conoce. Así descubre
su trascendentalidad. Se experimenta, por tanto, el mismo experimentar, entender, juzgar y de-
cidir. La segunda operación supone “entender la unidad y las relacion es entre el experimentar,
el entender, el juzgar y el decidir que experimentamos y entendemos”. Anál ogamente con las
restantes operaciones (Lonergan, 1988, 22).
Este proceso que va de la realidad al sujeto que la comprende, al ser asumido responsa-
blemente lo abre a la comunicación y la acción. Por tanto, la segunda fase del conocimiento será
la mediación del ser humano que se abre en la acción responsable. Las operaciones básicas se
darán inversamente: decide los fundamentos de su obrar, juzga para establecer teorías, doctrinas
o políticas, entiende sistematizando el conocimiento y las experimenta al comunicarlas (enten-
diendo la comunicación en ambos sentidos, no unidireccionalmente).
De este modo quedan conformadas dos fases: la primera es la fase “mediada” en cuanto
el acto de conocimiento opera desde los datos; la segunda es “mediadora”: el sujeto objetiva lo
conocido y puede hacerlo en la medida en que es responsable.44 En el paso entre una y otra se
da una modificación en el sujeto cognoscente, una verdadera “conversión”, que podrá ser int e-
lectual, moral y hasta religiosa.
Pueden distinguirse, entonces, ocho “especializaciones funcionales” que surgen de la
combinación de las cuatro operaciones básicas y las dos fases, a saber: investigación, interpreta-
ción, historia, dialéctica, explicitación de fundamentos, establecimiento de doctrinas (teorías),
sistematización y comunicación.
Todo conocimiento pasa por estas etapas, aunque las distintas ciencias tenderán a mo-
verse más en el ámbito de alguna de estas especializaciones.45
Este proceso no es lineal, sino que todas las operaciones o “especializaciones funcion a-
les” se interrelacionan. Cada paso, entonces, subsume a los anteriores, pero a la vez los revisa y
resignifica. Por eso los resultados son “acumulativos y progresivos”. Remitimos a la obra de
Lonergan para profundizar en el método, limitándonos a presentar un esquema que resume es-
tas relaciones. El Esquema 2 presenta las ocho especializaciones funcionales interrelacionadas.
Dadas las operaciones básicas mencionadas, designémoslas con letras de la a a la d, de manera
que las operaciones en la segunda fase irán de d’ a a’. Designemos también las operaciones en
las filas (a modo de variable dependiente u operadores) con minúsculas y el nivel del proceso
operado (experimentado, entendido, juzgado o decidido) en las columnas con mayúsculas. De
tal forma que en la diagonal a-A, b-B, c-C, etc. se ubican las operaciones “puras”. Análogame n-
te, el proceso de conocimiento entendido linealmente tendrá lugar recorriendo la diagonal de
combinaciones entre m – (M-1), donde m es cualquier operador en las filas y M-1 corresponde al
nivel operado anterior en las columnas. Así, por ejemplo, b-A es el cuadro correspondiente a la
segunda fila, primera columna, referido a la interpretación (segunda operación) de los datos
(nivel empírico). El proceso de conocimiento, pues, a lo largo de la diagonal m – (M-1) es el si-
guiente: los datos son interpretados (b-A), las interpretaciones juzgadas a la luz de otras y de su
contexto (c-B), la historia proporciona estructuras heurísticas para comprender las tensiones o
dualidades (d-C), esta distinción conduce a la acción responsable de explicitar fundamentos (d’-
D) que serán formalizados (c’-D’), sistematizados para su mejor comprensión (b’-C’) y final-
mente compartidos comunitariamente (a’-B’), culminando en la comunidad el proceso de cono-
cimiento.
En otras palabras: el científico parte del nivel empírico, interpretando los datos según un
método propio. Luego compara su interpretación con otras perspectivas, reconociendo el carác-
ter situado (histórico) de todas ellas. En todos los pasos pueden irse generando nuevas pregun-
tas que obligarán a recomenzar el proceso o revisar los pasos anteriores. De la confrontación
surgen dualidades o polos a los cuales pueden ser reducidas las diversas posturas. De este mo-
do se objetivan las diferencias propias y ajenas. Tales tensiones pueden deberse al pluralismo
de la expresión, de modo que puedan ser complementarias, u obedecer a presupuestos funda-
mentales, obstaculizando el posible acuerdo. A su vez, pueden surgir del orden intelectual (teo-
ría de la verdad), moral o religioso. Aquí no existen criterios absolutos de discernimiento, sino
que el sujeto cognoscente sólo tiene la propia autenticidad para decidir. Cuando por la objetiva-
ción dialéctica opta por uno de los polos de la tensión se da la “conversión” de que habla L o-
nergan. Este acto supone un ceder en la propia posición cuando lo exige la autenticidad respon-
sable. Según el caso, dicha conversión será intelectual (cuando requiere un abandono de un rea-
lismo ingenuo o una postura idealista para asumir un realismo crítico), moral (cuando se aban-
dona el nivel de la satisfacción para jugarse por el valor) o religiosa (cuando se da una entrega
al amor como fin último de la propia existencia). La objetivación dialéctica permite pasar de la
polémica al diálogo.
Por supuesto, la opción por el valor puede llegar a cambiar la interpretación inicial que
se había hecho de los datos (y aun el método utilizado), asumiendo una nueva, más libremente.
En este punto, entonces, se reconocen con claridad los fundamentos éticos del conoci-
miento y se está en condiciones de explicitarlos para, en el paso siguiente, fundar doctrinas o
teorías coherentes con ellos. La formulación racional revela las interrelaciones de los elementos
investigados y ofrece, además, un criterio fundamental que permita su sistematización en or-
den al valor asumido, para una comprensión integral. De este modo, el conocimiento sistemati-
zado es comunicado, procedimiento mediante el cual la comunidad se realiza como tal, esto es,
da un paso en el camino de su autoconstitución libre al ir alcanzando progresivamente un gra-
do mayor de “diferenc iación de conciencia”. Este crecimiento desde el sentido común va f acili-
tando la superación de los conflictos comunicativos desde el valor compartido, creando una
mayor comunión. El “sentido común” es la autocomprensión que la comunidad tiene de sí y
que responde a una tradición valórica y lingüística no objetivada. Trascenderlo no supone
abandonar el ethos cultural, sino asumirlo responsablemente, aceptando su relatividad contex-
tual y expresiva. Para ello es necesario que la comunidad se reconozca en el nuevo “conoc i-
miento”. En otras palabras, un saber acerca de un grupo humano que excluya la autocompre n-
sión que dicho grupo tiene adolecerá de una carencia comunicativa, por lo cual no creará co-
munión, sino diferencia, y no podremos tenerlo, desde la perspectiva asumida, como conoci-
miento objetivo. Dicho “conocimiento” partirá de una subjetividad inauténtica (por estar cerr a-
da al diálogo) y su supuesta “objetividad” (que puede estar muy bien apoyada en “evidencias”
estadísticas) no será más que ideología.
Reúne los Investiga las diversas interpreta- Investigación de la historia Investigación o conside- Investigación de Investigación de las Investigación de Investigación sobre
Investigación
datos que se ciones como datos ración de todos los datos los fundamentos doctrinas / teorías las variadas sis- el acto comunicati-
estiman per- (aun los aparentemente tematizaciones vo, sus términos y
tinentes contradictorios) , recono- sus formas.
ciendo lo excluido. La comunidad como
tema.
Establece una Reglas hermenéuticas (de acuerdo Interpretación de la historia (y sus Comprensión de los va- Comprensión de Interpretación de las Intelección sis- Comprensión de la
Interpreta-
significación
a la realidad estudiada). interpretaciones), autores, contex- lores y respuesta inten- los variados hori- teorías en sus hori- temática del ob- significación común
de los datos
ción
Método específico de cada ciencia tos cional zontes de sentido zontes jeto de estudio. de la experiencia es-
tablecida por una
comunidad
Da el contex- Interpretaciones situadas en el Método de la investigación histó- Juzga las polaridades o Juzga la tradición, Historia de las doctri- Juzga la siste- Comprensión de la
to y perspec- tiempo y el espacio. rica tensiones a la luz de otras puntos de vista, nas/ teorías (supone matización significación común
tivas en las investigaciones a lo largo intereses, preocu- su conocimiento cien- comparándola contextualizada (et-
c - -juzgar
que funciona frontándola con el contexto y las del tiempo. paciones y pre- tífico) con otras hos cultural).
la investiga- diversas perspectivas (historia o Descubre los valores sub- comprensiones
ción genética de las interpretaciones). yacentes. propios.
Interroga lo que no entiende (vuel-
ta al paso anterior)
Selección de Estimación de los valores; crítica Proporciona estructuras heurísti- Autotrascendencia: Su- Descubrimiento y Opción por una teoría Objetivación de Discierne el grado
los datos vá- de sus defectos. cas (dualidades, polos, tensiones) peración de los propios opción por los o doctrina las sistematiza- de diferenciación de
lidos. Pone a prueba la autocompren- para objetivar las diferencias sub- conflictos para ser más fundamentos que ciones diversas conciencia de la
sión. jetivas (propias y ajenas; intelec- imparcial. Conversión al sostienen la con- y elucidación de comunidad, sus re-
Dialéctica
d - Decidir
tuales, morales y religiosas). Dife- realismo crítico (intelec- versión. la raíz y nivel de cursos y conflictos
renciación de los niveles de con- tual); de las satisfaccio- Tránsito de la po- sus divergen- comunicativos
ciencia (sentido común, teórica, in- nes a los valores (moral); lémica al diálogo, cias.
terioridad o trascendente). entrega total sin reservas de la inautentici-
Las sucesivas interrogaciones- al amor, fin último dad a una mayor
respuestas delimitan el tema. Se (religiosa) autenticidad
logra una forma o figura
-27-
LECTURA - FASE MEDIADORA U “ OBLICUA” ACCIÓN - FASE MEDIADA O “ RECTA”
Nivel A-Empírico B - Intelectual C - Racional D - Responsable D’ - Responsable C’ - Racional B’ - Intelectual A’ - Empírico
respecto al Pasado Presente- futuro
Establecimiento Sistematización Comunicación
Ac- Explicitación de
Investigación Interpretación Historia Dialéctica de doctrinas /
ción fundamentos (planificación) (ejecución)
teorías (políticas)
Nueva mirada a los Opción por una inter- Fundamentos Conversión. Toma de posición Principios para la Decide un tipo de sis- Conversión a la comu-
Explicitación de fundamen-
datos desde su li- pretación (o método) para una de- personal. selección tematización de la in- nicación como autotras-
gamen al nivel fun- propia, discernida terminada Establecimiento de principios para formación, a partir de cendencia mutua o au-
damental responsable y comprensión comprender las ambigüedades y Elaboración de cate- las categorías adopta- toconstitución comuni-
dialéctica de la historia, mediante gorías generales y
d’ – Decidir
conciencia.
Desarrollo de lo auténtico (posi-
ción) y retroceso de lo inauténtico
(contraposición). Distinción entre
el pluralismo de la expresión y la
oposición fundamental.
Los datos son com- Crítica de las interpreta- Situación his- Juzga la autenticidad o inautenti- Selección de doctri- Formulación de la Emplea conceptos sis- Consideración del as-
de doctrinas
Establecim.
c’ – Juzgar
prendidos y eva- ciones a la luz de las tórica de las cidad de los autores, a partir de la nas / teorías a partir doctrina / teoría tematizados en la for- pecto comunicativo-
luados desde la doctrinas / teorías doctrinas/ propia autenticidad del criterio estableci- mulación. comunitario en la for-
doctrina / teoría teorías do en los fundamen- mulación de la doctrina
tos / teoría
Sistematización de Comprensión integral Sistematiza- Sistematización de los distintos Sistematización de Elaboración de la Visión de conjunto y de Focalización del núcleo
Sistematización
b’ – Entender
los datos compren- de una interpretación ción de los sa- planos y ámbitos de tensión los fundamentos, en significación últi- las interrelaciones de del mensaje a comuni-
didos (no organiza- (p.e., pensamiento de beres en su función de sistemas ma y coherencia. los diversos elementos. car
ciones “metafís i- autor) o de las diversas contexto de valores Comprensión inte-
cas”) interpretaciones sobre el gral.
tema. La sistematización
revisa la interpretación.
Hace disponibles Comunicación de las in- Comunicación Comunicación de los distintos ni- Comparte los fun- Comunicación o Sólo lo comprendido Comunicación-
los datos e investi- terpretaciones com- de la historia veles de tensión comprendidos. La damentos acorde a la apertura dialógica puede ser comunicado. comunión.
a’ - Experimentar
Comunicación
gaciones prendidas sistemática- sistematizada. dialéctica experimentada genera cultura y nivel de di- de las doctrinas /
mente. La comunidad se nuevas preguntas. ferenciación de la teorías (pluralismo Da sentido al proceso Realización de la signi-
reconoce en la interpre- La comunidad conciencia comunita- comunicativo). de conocimiento. ficación cognoscitiva,
tación. valida desde Comunicación de la conversión rio (pluralismo co- constitutiva, comunica-
su situación la para una conversión común o con- municativo). tiva y efectiva.
comprensión. senso (reconciliación).
Autoconciencia de la
autoconstitución
-28 -
Departamento de Investigación Institucional
– Área Sociológica –
Gráfico 1
Objetividad
Comunidad
Experimentar
Interpretar
Juzgar
Decidir
Subjetividad
Experimentar
Interpretar
Decidir
Juzgar
propia vida para «pagar rescate» por la vida de un esclavo. Es el tema de la «redención» del
Otro ante el Poder del sistema” (Dussel, 1998 , 365). De forma semejante, Irene Vasilachis plan-
tea la necesidad de incorporar la palabra del sujeto conocido como dimensión esencial al proce-
so de conocimiento en su “epistemología del sujeto conocido” (Vasilac his, 1999). Es el momento
comunicativo del conocimiento, que entonces ya deja de ser monopolio de un “científico” que
cuenta con un “método” que le permite conocer la “real idad tal cual es”. El reconocimiento de
la vincularidad radical humana lleva al científico a abandonar la posición del “supuesto s aber”
para asumir la del “saber mutuo”. 46
Cuando falta uno de estos planos o niveles –pero muy especialmente si el que falta es el
nivel responsable– el conocimiento no será completo ni objetivo en el sentido explicado, no re-
alista ingenuo. Estaremos entonces en presencia de la ideología, de la subjetividad inauténtica,
aunque se presente bajo el manto de la objetividad.
46 Expresión introducida por Giddens y que funda el método que él llama “doble hermenéutica”. Véase una síntesis en A zcuy,
2002.
47 No en el sentido de contenido, sino como opuesto a lo físico. Sería el materiell (con “e”) de la nota 16. Es la noción dualista del
alma propia de la cultura helénica y que los pensadores cristianos –aun cuando asuman la categoría- intentarán corregir en sus
formulaciones, siendo quizá la más lograda la de Tomás de Aquino. Para un excelente desarrollo, véase DUSSEL, Enrique (1974). El
dualismo en la antropología de la cristiandad. Guadalupe, Buenos Aires.
48 Véase la celda d’-A’ en el Esquema 2.
49 Varios trabajos en este sentido pueden verse en SEN, Amartya (1999). Choice, welfare and measurement. Harvard UP, Cambridge,
Massachussets.
50 Momento de la exégesis bíblica que estudia las fuentes originales, como manuscritos, no sólo a la luz de reglas literarias, sino
también de consideraciones materiales ofrecidas por la arqueología y la historia.
época o “fase recta” (la segunda). 51 El método propuesto por Lonergan obliga a la teología a
someterse a la “diferenciación de conciencia”, esto es, a objetivar sus enu nciados de manera de
poder distinguir el contenido de una experiencia religiosa de las formas expresivas que asume
en un determinado contexto.52
Podríamos continuar con el conflicto aparente entre “comprensión” y “explicación” en
sociología o con las distintas escuelas en psicología.
El problema, sin embargo, surge cuando una disciplina o teoría se desprende de la otra
fase del conocimiento. La Modernidad –fiel al dualismo occidental– así lo hizo y por ello no es
casual que haya excluido dimensiones de la realidad generando una falsa sensación de dominio
sobre lo menos controlable: la naturaleza (creando el problema ecológico), la sexualidad (domi-
nación de la mujer) y la relación con los otros semejantes (la cuestión ética de la injusticia). En
este contexto tampoco es extraño que haya arrojado a la religión –a Dios– al ámbito íntimo y
privado. La cuestión básica, entonces, no es la ecología, el género o la pobreza: es el ser humano
y su forma de conocer. Los tres problemas no son sino variadas manifestaciones del mismo. La
integración es exigencia no sólo ética, sino del conocimiento en general.
51 El conflicto entre lo “permanente” (la tradición) y lo “variable” (la cultura) o, en otros términos, el problema de la “evolución
del dogma” –expresión que puede parecer ininteligible al neófito– es tema de discernimiento constante en la teología cristiana. La
cuestión acerca de la posibilidad de la coexistencia entre “hermenéutica” y “dogma” no es otra que aquella acerca de la posibilidad
de una verdad definitiva a la vez que histórica, y que sirva de fundamento a otras “verdades” (para que el círculo hermenéuti co no
“gire” en el infinito y, por tanto, sin dire cción) y sin la cual habría que desterrar absolutamente el discurso sobre la verdad, como
con suma coherencia propone Rorty. Para un desarrollo del tema, véase Ferrara, 1997. Allí cita el documento de la Comisión Teo-
lógica Internacional Sobre la interpretación de los dogmas, en el que se reconoce la existencia de verdades definitivas de orden ético.
52 Por no atravesar esta “conversión”, que supone un desprenderse de concepciones férreamente (acríticamente) s ostenidas para
volver a recuperarlas de un modo nuevo, se ha hecho a lo largo de la historia un uso ideológico y totalitario de la religión. Baste
mencionar el caso típico de Galileo. De esta forma puede admitirse un pluralismo de la expresión (la cual depende de la cultura),
base del diálogo ecuménico e interreligioso. Véase celdas a’-D’ y a’ -C’ en el Esquema 2. En ausencia de un ejercicio como éste es
imposible, además, el diálogo entre ciencia y fe.
53 Con una razón no ética, es decir, formal. Con todo, como ya fue expresado, Ricoeur piensa que no lo consigue, pues toda
racionalidad –también la de Rawls y sus individuos representativos supuestamente ignorantes- parte de una precomprensión.
5. COMENTARIOS FINALES
separado al sujeto, entendiéndolo como individuo solo, que desde un no-lugar observa neu-
tralmente la realidad.
En cambio, el método trascendental comprende las realidades subjetiva y objetiva -la
persona y el mundo- de manera inconfusa e indivisa; distinguiéndolos, pero sin separar su mu-
tua imbricación. Esto nos obliga a considerar permanentemente el todo, aunque se esté enfo-
cando una parte. En otras palabras, ver cómo está el todo en la parte, procurando una consis-
tencia última.58 59
La objetividad no se opone a la subjetividad, sino a la ideología. Del método propuesto
por Lonergan surge que la verdadera objetividad sigue a una subjetividad auténtica que se co-
munica. En cambio, la subjetividad inauténtica, la que no está dispuesta a reconocer, poner a
prueba y resignificar sus preconceptos (cerrada a la comunicación), funda la ideología.
58 Véase una breve descripción de la interpretación de P. Ricoeur en torno a la comprensión y la explicación en Azcuy, 2002.
59 Un ejemplo de una medida concreta que vino a “solucionar” un problema sin considerar el todo puede ser la creación en nue s-
tro país del sistema previsional de capitalización privado. Las mejores intenciones pueden hallar obstáculos en su implementación
que ignoren los condicionamientos que el corto plazo puede provocar en el éxito de una solución planteada para el mediano y lar-
go plazo. Así, por ejemplo, el desfinanciamiento presupuestario originado a partir de la creación de dicho régimen no pudo ser re-
suelto por otras medidas de carácter fiscal. De lo que se trató, en esencia, es de la sustitución de un pasivo contingente a largo pla-
zo, en pesos, y que no generaba interés, por deuda a corto y mediano plazo, en dólares, y que generaba interés, lo cual aceleró los
tiempos de la crisis. “ Ceteris paribus” el sistema podría haber “solucionado” la crisis previsional por dos vías: asegurando la jubil a-
ción futura a los aportantes (cerca de 4 millones) y reduciendo la esperanza de vida (por la escasez de recursos del Estado para la
atención) de los trabajadores no aportantes (unos 8 millones ¿de evasores irresponsables?). El tema deberá ser objeto de una futura
investigación.
manera de oponerlos –tarea de la dialéctica– para decidir responsablemente. Creer que la cien-
cia debe realizar todo lo que puede (desde la fundamentación de cualquier tipo de política has-
ta la clonación humana o el servicio a la carrera armamentista), sea por concebirla como fun-
damento de todo o por estimar que la complejidad de la realidad –y de los saberes especializa-
dos– es tal que es imposible, ilusoria o aun peligrosa la búsqueda del “punto fijo” que sirva
como criterio en torno al cual ensayar una integración, es caer en un espontaneísmo irresponsa-
ble o ser deudor de alguna concepción objetivista ingenua del conocimiento. El siglo XX ha sido
un buen testigo de lo que es posible llevar a cabo con fundamentos “científ icos”.
60 Otro ejemplo donde se da una situación de conflicto entre los elementos dinámicos y los estáticos es el caso de la devaluación en
nuestro país. La medida significó, al menos en el corto plazo, un empeoramiento de la situación de los desaventajados: de los tra-
bajadores, por contar con ingresos fijos en pesos -de modo que la devaluación opera como una transferencia hacia los tenedores de
activos e ingresos dolarizados-, y de los desempleados, porque la devaluación no se tradujo en una salida de la recesión, dado que
la inestabilidad política, jurídica y económica consecuente atenta contra cualquier decisión de inversión. El supuesto en el que se
basan sus defensores es que la política cambiaria sigue siendo un instrumento eficaz para mejorar la competitividad de la econo-
mía. Sin embargo, hay contextos que establecen fuertes condicionantes a la utilización de este instrumento para manejar el tipo de
cambio real. Consecuentemente, su principal efecto puede ser una simple transferencia regresiva del ingreso. En cuanto al largo
plazo, la pregunta que debería formularse es qué grado de factibilidad tiene el hecho de que los argentinos con capacidad de deci-
sión económica volvamos a usar la moneda propia como unidad de cuenta. La respuesta debería ser evaluada por los afectados. Si
esta probabilidad fuese baja, desde un marco rawlsiano la decisión de la devaluación habrá sido claramente injusta. En tal caso,
pareciera que –una vez más- lo “factible” es asegurar apenas el trabajo a los desaventajados con ingresos de subsistencia. Sin e m-
bargo, tal situación sólo podría subsistir sin mayor tensión social mientras continuara la depresión. Si se lograra un crecimiento tal
que desapareciera el “ejérc ito de reserva”, enseguida surgirían las presiones, llevando a una nueva cr isis y reanudando el ciclo. En
cambio, si la probabilidad fuese alta, la sociedad argentina habrá resuelto la raíz de la crisis. El tema tiene varias aristas y la hipó-
tesis deberá ser objeto de una futura investigación.
mún cuando el sistema es causa de injusticia. Una especie de profeta o, como señala Dussel
usando una categoría de Levinas, un “rehén” que busca redimir al Otro frente al Poder del Si s-
tema.
61 Esto no impide que ciencia y teología puedan coexistir sin integrarse, como puede darse en el “consenso super puesto” de Rawls,
que coincide con un mínimo moral común.
62 Es el problema de la sostenibilidad y los límites de una esperanza inmanente, meramente histórica, à la Bloch, frente a la espe-
ranza escatológica cristiana, cuyo valor para el creyente se funda en la realidad trascendente de Jesucristo. Véase RUIZ DE LA PEÑA,
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El tema de la atracción es, en rigor, resorte de la estética, punto clave de la estética teológica de H. U. von Balthasar.
63 SÖLLE, D. (1972). Teología política, Salamanca, 102-103, citado por González Faus y Vidal, 1992, 415-416.
La ciencia debe responder primero qué mundo desea construir, qué sociedad humana
(en esto coincidimos con Rorty), para luego hacerse las preguntas acerca de qué estudiar y có-
mo hacerlo. El método propuesto por Lonergan, al integrar el plano empírico, la reflexión sobre
el lenguaje pero también sobre la responsabilidad parece un punto de partida sumamente váli-
do y útil, establecido el cual deja el camino más allanado para el diálogo de los métodos especí-
ficos de investigación de cada disciplina, lo cual deberá redundar en una apertura de la comu-
nidad discursiva, una transformación solidaria, que no es otra cosa que el incluirnos en un pro-
yecto común. Porque toda exclusión supone una autoexclusión, y empieza en las mentes.
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