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Juan 4:1-7
Jesús está ofreciendo un agua diferente, está hablando del agua de vida
eterna. Un agua que no solo quita la sed temporal, sino un agua que nos quitará la
sed de:
1. La sed de felicidad: se puede decir que ésta es la sed más común y normal.
Si algún hombre tiene sed de ser feliz, dejadle venir al Señor Jesucristo y
beber. Puede venir sin nada, sólo con un ardiente deseo de felicidad. Al
principio no es un deseo espiritual, pero al venir a Cristo lo será.
2. La sed de justicia: el hombre que viene a Cristo comienza teniendo sed por
una rectitud personal, por una conformidad de corazón, de hábitos y de vida en
general en conformidad a la voluntad de Dios. Dios envió a Jesucristo para
salvarnos. Su justicia es un principio en nuestro corazón, y un manto sobre
nuestra persona.
3. La sed de amor: el deseo puede caer sobre sí mismo y así sucede; o puede
reducirse y quedar suspirando en el corazón solitario, que no puede ser
satisfecho a menos que halle la fuente de toda plenitud y amor en Él. Su amor
santifica, ennoblece, y da cumplimiento a lo demás.
Puesto que la hora en que Jesús tuviera que sufrir en la cruz aún no había
llegado, él se apartó cuando se dio cuenta de que los fariseos sabían que había
bautizado a más discípulos que Juan (v. 1). La popularidad de Jesús, que iba
aumentando, traería mayor oposición de los fariseos debido a celos. El autor
clarificó quién estaba bautizando al señalar que no era Jesús sino sus discípulos
(v. 2).
La ruta más directa de Judea a Galilea era a través de Samaria (vv. 3, 4).
Aunque existía odio entre los judíos y samaritanos, los judíos podían pasar por
aquella tierra cuando iban de Galilea a una fiesta en Jerusalén y al hacerlo el viaje
se podía cubrir en tres días. Tanto Samaria como Judea estaban bajo el gobierno
romano.
“mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el
agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”
(Juan 4:13-14).
Cuando la mujer contestó que sabía que el Mesías habría de venir, Jesús le
dijo: “… Yo soy, el que habla contigo” (Juan 4:26). El demostró Su poder de
discernimiento profético mencionándole detalles personales en cuanto a la vida de
ella que solamente alguien que tuviera percepción divina podría haber sabido.
Estos últimos días son un tiempo de gran sed espiritual. Hay muchas
personas en el mundo que buscan intensamente una fuente refrescante que
pueda satisfacer su anhelo de encontrar significado y dirección en su vida; ansían
una fresca y satisfactoria bebida de percepción y conocimiento que de alivio a su
alma sedienta; su espíritu implora experiencias de paz y tranquilidad para nutrir y
vivificar su corazón marchito.
Juan menciona de que Jesús estuvo en Samaria y que dos días después
salió de allí y se fue a Galilea. Galilea era una región estratégica, preparada por
Dios, para el ministerio de Jesús, lugar donde llevó a cabo la mayor parte de su
ministerio.
La fama de Jesús estaba comenzando a extenderse y un noble que era un
oficial romano, que vivía Capernaúm cuando escuchó hablar de Jesús fue a
buscarlo. Jesús estaba aproximadamente a treinta y dos kilómetros de donde se
encontraba este noble pero no le importó caminar esa distancia porque su hijo
estaba mal. Estaba desesperado pidiendo a Jesús que vaya hasta su casa para
poder sanar a su hijo. Quizás después de tanta insistencia del hombre Jesús le
dice unas simples palabras “Ve, tu hijo vive”, sin más nada que decir el oficial
regresa a su casa confiando en las palabras que nuestro Salvador le dijo.
La fe del oficial romano estaba en un nivel más alto que la de los galileos y
samaritanos porque creía sin ver una señal. Para el niño que estaba enfermo y a
punto de morir, Jesús era la fuente de vida.
En los vers. 19-23 Cristo presenta pruebas de lo que dijo en el vers. 18. El
no afirma que el Hijo imita al Padre, sino que la voluntad y acciones del Hijo y la
voluntad y acciones del Padre son idénticas. Para probar o ilustrar esta verdad
introduce cuatro afirmaciones con la palabra “porque”: porque todo lo que el Padre
hace, también lo hace el Hijo igualmente, porque el Hijo es amado por el Padre,
porque el Hijo tiene autoridad para levantar a los muertos, y porque el Hijo juzgará
al mundo.
Si Jesús hubiera afirmado ser el Hijo de Dios sin más apoyo que su propia
palabra, habría razón para dudar de su testimonio (v. 31). Sin embargo, a sus
aseveraciones no les faltaba apoyo. Jesús no dependía únicamente del testimonio
de Juan de que era el Hijo de Dios (v. 34). Recordó el testimonio de Juan porque
mucha gente tenía confianza en él y responderían a su palabra confiando en quien
Juan había señalado.
NUCLEO GUAYANA
ASIGNATURA: JUAN
PROFESOR:
LINO HERRERA
INTEGRANTES:
SILVIA PESCE
MARGARITA DE VÁSQUEZ
ANYS ZAPATA
MARITZA RODRIGUEZ
KENDRICK VELIZ