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vientosur.info /clase-obrera-mundial-crecimiento-cambio-y-rebelion/
La clase obrera del siglo XXI es una clase en formación, como era de esperar en un mundo
en que el capitalismo solo se ha vuelto universal recientemente. Al mismo tiempo, el propio
Marx nos grabó hace mucho, al hablar del desarrollo de las clases en Inglaterra, donde “se
desarrollaron de la forma más clásica”, que “ni siquiera allí, a pesar de todo, esta
articulación de clases emerge de forma pura” 1/. La clase trabajadora, por supuesto, es
mucho más amplia que las personas que están empleadas en un momento dado. Guiarse
tan solo por las estadísticas de la fuerza de trabajo escamotea aspectos importantes de la
vida obrera en sentido amplio, incluida su reproducción. No obstante, quienes entran y salen
del empleo constituyen el núcleo de la clase obrera, antaño considerado un dominio de los
hombres, pero hoy compuesto también, casi a partes iguales, por mujeres. Además, tanto el
espacio disponible como las limitaciones de la investigación me obligan a centrar este
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artículo en los sectores ocupados o semiocupados de esta clase global. Con estas reservas
en mente, examinaremos primero el crecimiento de la fuerza de trabajo obrera mundial en el
siglo XXI.
Las fuerzas motrices contemporáneas que subyacen a esta dinámica han sido la
globalización desigual del capitalismo en general y el ascenso simultáneo de empresas
multinacionales tras la segunda guerra mundial; la caída de la tasa de beneficio que
comenzó a finales de la década de 1960 hizo que el capital saliera de sus antiguas
fronteras, provocando crisis recurrentes, así como la apertura al capitalismo de las antiguas
economías comunistasburocráticas y, más recientemente, la profundización de las cadenas
de valor globales (CVG). Estas últimas han estado desarrollándose durante cierto tiempo,
pero en las dos últimas décadas han determinado el crecimiento y el cambio económico en
muchas economías en desarrollo al incorporar el trabajo de reproducción doméstico antes
no remunerado, la pequeña producción de mercancías y las cadenas de suministros
domésticos preexistentes en la esfera de las cadenas de producción de valor del capital
multinacional. Esto ha dislocado algunos sectores y puestos de trabajo en las economías
desarrolladas, pero sobre ha dado lugar a una expansión a nuevas zonas. Así, por ejemplo,
pese a que el peso de los países desarrollados en la producción mundial ha disminuido, EE
UU y la UE producen hoy más valor añadido que 20 o 30 años antes.
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la fuerza de trabajo mundial creció
un 25 % entre 2000 y 2019. El número de personas empleadas a cambio de un ingreso
aumentó de 2.600 millones a 3.300 millones durante estas dos primeras décadas del siglo
XXI, también un 25 %. De estas personas empleadas , en términos de la OIT, el 53 % son
personas que percibieron un salario o un sueldo, cuando en 1996 constituían el 43 %; el 34
% se considera trabajadores por cuenta propia , subiendo del 31 % en 1996; el 11 % son
familiares colaboradores , menos de la mitad del 23 % que representaban en 1996; y un 2
%, empresarios, que aquel año sumaban un 3,4 % 2/ .
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trabajo por cuenta propia o autónomo es a menudo un truco que utilizan los empleados para
ahorrarse impuestos, prestaciones y responsabilidades sobre estas personas. Las mujeres
tienen muchas probabilidades de que los hombres de ser empleadas informalmente.
Ahora bien, esta informalidad es una definición jurídica de trabajadores situados fuera de la
mayoría de las formas de regulación oficial del empleo. Con esta definición, la mayoría de la
clase trabajadora en tiempos de Marx sería informal . Como dice Ursula Huws con respecto
a varias formas de trabajo reproductivo no remunerado o de prestación de servicios
individuales no productivos (de plusvalía), “la historia del capitalismo puede contemplarse
sinópticamente como la historia de la transformación dinámica de esta clase de trabajos en
otras, con el efecto general (como predijo Marx) de trasladar una proporción cada vez mayor
de trabajo humano a la categoría productiva , donde queda sometido a la disciplina de los
capitalistas, para los que producen valor” 3/ .
Así, el Banco Mundial señala que las personas que trabajan en casa , que son
desproporcionadamente mujeres, constituyen una parte considerable del extremo inferior de
las cadenas de valor (de suministro) empresariales mundiales. Además, los estudios sobre
el impacto de estas cadenas de suministro muestran que un número enorme de
trabajadoras del sector informal , clasificadas en las categorías de empleadas por cuenta
propia o familiares colaboradoras en Asia meridional, África y en todo el mundo en
desarrollo, se incorporan comúnmente en las CVG 4/ .
Estas cadenas de suministro dominadas por las empresas no solo conectan las economías
en desarrollo con las empresas multinacionales, sino que también reconfiguran la economía
local y la fuerza de trabajo para adaptarlas a las necesidades empresariales. Aunque la
mayoría de la clase trabajadora de un país no está conectada directamente a una cadena
de valor empresarial, el grado de informalidad, los niveles salariales, los ritmos de trabajo y
las proporciones de género las fijan en la mayoría de los casos la dinámica y la velocidad de
las cadenas de suministro justo a tiempode las multinacionales. Como señalan Bhattacharya
y Kesar, el crecimiento de fabricación de la capitalista en India ha hecho que aumente el
sector informal porque es más barato recurrir a quienes antes eran pequeños productores
de mercancías y tratar con trabajadoras domésticas, siendo las mujeres quienes aportan
trabajo (escasamente) remunerado y trabajo reproductivo no remunerado que reduce el
coste de cada trabajador. Lejos de ser precapitalista , este empleo informal es un producto
del capitalismo universalizado 5/ .
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todo a trabajadores masculinos. No obstante, un resultado importante de la expansión de las
CVG ha sido el aumento de la proporción de mujeres, del 40 % de la fuerza de trabajo
empleada en 2000 a casi la mitad (49 %) en 2019, mientras que en la fabricación que
depende de estas cadenas de valor, el porcentaje de mujeres ha pedido del 41 % al 44 % en
2019 7/ .
Además, cada vez más trabajadoras y trabajadores también han quedado atrapados en el
nudo de las relaciones de producción sociales del capital, como dice Huws, a través de la
mercantilización creciente de los servicios públicos y del trabajo de reproducción social
antes no remunerado, es decir , a través de la organización capitalista de servicios
anteriormente prestados por el Estado mediante un trabajo asalariado, o en el hogar o en la
comunidad sin remuneración. Una parte desproporcionada de estos sectores está
compuesta por mujeres, que constituyen dos tercios de la fuerza de trabajo en la educación,
la sanidad y los servicios sociales a escala global 8/ . Un indicio de esta tendencia es el
aumento rapido de los servicios de mercado, que han pasado del 20 % del empleo en la
definición de la OIT en 1991 al 31 % en 2018. Otro es el descenso a menos del 10 % del
capital público y de los activos públicos en proporción a la riqueza nacional en la mayoría de
los principales países industriales 9/ .
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minería) ha crecido de 536 millones a 755 millones en el mismo periodo. Esta cifra no
incluye a los trabajadores y trabajadoras del transporte, las comunicaciones y los servicios
urbanos, que también son esenciales para la producción de bienes y que emplean a otros
226 millones de personas en 2019, cuando dos décadas antes eran 116 millones. En
conjunto, estenúcleo industrial representó en 2019 el 41 % de la fuerza de trabajo no agraria
mundial 11/ . En otras palabras, las y los trabajadores industriales del mundo , para tomar
prestada una expresión, siguen siendo un núcleo masivo de producción de valor y de la
población trabajadora. Sin embargo, su distribución geográfica ha cambiado.
Por lo menos 500 millones de personas recibieron estas remesas, que contribuyeron
significativamente a la reproducción social de la clase trabajadora mundial y de este modo a
la reducción de los costos del trabajo para el capital internacional. Como han señalado
Ferguson y McNally, obviar el papel del trabajo migrante es “no ver los procesos
internacionales de desposesión y acumulación primitiva, que entre otras cosas generan
reservas globales de fuerza de trabajo cuyos movimientos transfronterizos se hallan en el
corazón de la producción y reproducción del capital y trabajo en el mundo”. Así, 111 millones
más de trabajadores entran y salen de los estáticos números de empleo de la OIT y de los
procesos de formación de la clase, particularmente en centros de producción importantes
como EE UU, Europa y Oriente Medio 14 /.
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El capital en general ha jugado muy bien sus cartas con los cambios geográficos, los
avances tecnológicos, la reorganización de la producción e incluso las crisis del sistema en
su conjunto. Globalmente, en la mayoría de economías desarrolladas y en las economías en
desarrollo, tanto si los salarios reales han subido como si han bajado, la parte de las rentas
del trabajo en el PIB ha menguado desde mediados de la década de 1970, con altibajos,
hasta 2019. Por tanto, la de las rentas del capital ha advertido. Fruto de esto, la parte del 10
% más rico en la renta nacional de todas las economías importantes ha aumentado,
mientras que la del 50 % más pobre ha disminuido 15/ .
La pobreza sigue siendo un rasgo central del trabajo en los países en desarrollo, a pesar de
las afirmaciones de que ha disminuido, en gran medida a resultados de la manipulación de
la definición de pobreza. Incluso en Europa, antaño el pináculo del estado de bienestar,
según el teórico socialdemócrata Wolfgang Streeck, “seguidamente se analizará la
trayectoria de la política social europea a largo plazo a medida que ha mutado de un
previsto estado federal socialdemócrata a un programa de ajustes competitivos a los
mercados mundiales” 16/ . En pocas palabras, la clase obrera ha perdido la partida en todas
partes.
Gran parte de esta mayor desigualdad se debe al declive relativo de los sindicatos y el
consiguiente estancamiento de los salarios en las economías desarrolladas, al aumento
continuo de la productividad industrial en todo el mundo ya la creciente incorporación de los
sectores formales e informales de bajos salarios a los sistemas de produccion mundiales.
Estas tendencias han contribuido al aumento generalizado de las tasas de explotación.
Como señala el economista político Anwar Shaikh, “el nivel global de desigualdad de rentas
se basa a fin de cuentas en la relación entre ganancias y salarios, o sea, en el reparto de la
plusvalía” 17 /. Esta relación se ha inclinado a favor del capital con métodos avanzados de
supervisión, medición, cuantificación y estandarización del trabajo, que finalmente surgirá a
la clase trabajadora en todas partes.
Lo que más ha cambiado en la naturaleza del trabajo en las dos últimas décadas es el
grado, penetración y aplicación de tecnologías digitales que controlan, cuantifican,
estandarizan, modulan, trazan e instruyen el trabajo de individuos y grupos 18 / . Estas se
basan, aunque trascienden, los esfuerzos del taylorismo y de la producción ajustada para
cuantificar, fragmentar, estandarizar y de este modo controlar el trabajo individual y
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colectivo, independientemente del producto o servicio que produzca. La digitalización de
gran parte de la tecnología relacionada con el trabajo puede medirse y secuenciarse hasta
los nanosegundos, frente a los minutos y segundos de Taylor, necesitará una precisión de la
que carece la simple eliminación del desperdiciode la producción ajustada por medio de la
gestión por el estrés . También significa que todos los aspectos del trabajo quedan
cuantificados. La simplificación a través de la cuantificación permite la velocidad, y la
velocidad requiere cuantificación. El estrés se puede medir, pero no así la emoción, los
efectos de la formación profesional o las habilidades tácitas de toda persona.
Amazon es el ejemplo más citado de personal dirigido digitalmente, y con razón. Un estudio
reciente de un centro logístico de Amazon en California describe el contexto en que trabaja
el personal: “Para coreografiar el baile brutal que se desata tan pronto un cliente clica envía
tu pedido para entregar al día siguiente en Amazon Prime, la empresa hace uso de su
poderío algorítmico y técnico dentro de su red masiva de tecnología digital y de
comunicación, sus instalaciones de almacenamiento y su maquinaria, al tiempo que
flexionanuméricamente su mano de obra arriba y abajo de forma sincronizada con la
demanda fluctuante de su clientela.” En centros idénticos en todo el mundo, el trabajo
propiamente dicho está dirigido por escáneres y computadoras de mano o de pulsera que
siguen, cronometran y guían al personal al producto en cuestión. El personal tiene 30
minutos por turno de tiempo sin tarea , es decir, tiempo en el que no están en movimiento.
Además, se ven empujados por robots Kiva, que también localizan y recogen productos 20/ .
Este es el prototipo del trabajo en todas partes, a menos que la resistencia de la clase
trabajadora lo impida.
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Rara vez se menciona otra dimensión de la tecnología actual en los lugares de trabajo:
como ocurre con la propia fuerza de trabajo global, la del almacén de Amazon es multirracial
y multinacional. Como subrayó la revuelta internacional de Black Lives Matter en 2020, la
raza y el racismo, aunque están especialmente atrincherados en EE UU, tienen arraigo en
todo el mundo desde los tiempos de la esclavitud y del colonialismo. El racismo bajo el
capitalismo no solo es un medio para dividir a la clase trabajadora, sino también de imponer
la condición de clase obrera a los grupos raciales o étnicos cuyas oportunidades en la
vidaestán limitadas por barreras raciales o étnicas. Es una fuerza en la formacion de la
clase. De ahí que la población afroamericana sea desproporcionadamente de clase obrera y
pobre. Mientras que el capitalismo puede haber heredado el racismo de la época de la
esclavitud y la conquista colonial, ha repartido el trabajo y la fuerza de trabajo sobre bases
raciales, étnicas, de género y nacionales desiguales durante generaciones 21 / . Al igual que
las prácticas de gestión en general, la tecnología que clasifica al personal según ocupación,
rango, cualificación, actitud, etc. lleva la marca de esta herencia.
La inteligencia artificial (IA) y los algoritmos los programan seres humanos que se han
criado en este contexto histórico, que más a menudo que menos mantienen muchos de sus
supuestos ancestrales, en general inconscientemente, mientras que el mismo tiempo utiliza
datos no obstante basados en el pasado. Como dijo un analista, “el pasado es un lugar muy
racista. Y solo tenemos datos del pasado para formar la inteligencia artificial” 22/ . El
argumento de un matematico en referencia a los resultados raciales de los programas de IA
utilizados por la policia para predecirlas zonas de alta criminalidad se aplican a todos los
aspectos de la vida: los datos racialmente sesgados “crean un pernicioso bucle de
realimentación que refuerza los tópicos raciales y por tanto la exhibición del personal y las
oportunidades raciales en la vida 23/ . ”
La tecnología, los patrones de empleo y los flujos de bienes, servicios y capitales que
caracterizan la producción nacional y configuran el mundo del trabajo, se apoyan a su vez
en una infraestructura material internacional cada vez más profunda para el transporte de
los productos y del valor por todo el mundo. Estas rutas materiales del capital consisten
principalmente en carreteras, ferrocarriles, rutas de navegación, puertos, tuberías,
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aeropuertos y almacenes tradicionales. Ahora también incluyen grandes conglomerados
logísticos de base urbana con sus instalaciones y su mano de obra, kilómetros de cables de
fibra óptica, que solo se utilizan desde finales de la década de 1990, centros de datos cuya
aplicación es todavía más reciente y almacenes diseñados más para el trasiego que para el
almacenamiento y reconvertidos tecnológicamente.
Esto es tan cierto con respecto a quienes trabajan en el movimiento de datos, información y
dinero como en relación con quienes conducen un camión, manejan las máquinas de un
buque de contenedores, mantienen un oleoducto o trabajan en una fábrica, es decir, todas
aquellas personas que combinan fuerza de trabajo vivo con trabajo muerto acumulado para
producir valor. Ninguna parte de esta infraestructura, como tampoco los bienes de equipo
que pasan por ella, funciona sin la mano y la mente de la persona que trabaja. Hasta el
sistema más automatizado requiere un mantenimiento y una reparación constante. Por
ejemplo, a comienzos de 2020, los 39 centros de datos supuestamente automatizados al
100 % en EE UU e Irlanda emplearon a 10.000 personas para que continúen con su
zumbido 28/ .
Lo que se llama la nube o ciberespacio es nada más que un extenso complejo material de
cables de fibra óptica, centros de datos, transmisores y ordenadores. Como señala un
artículo del New York Times , “la gente piensa que los datos están en la nube, pero no.
Están en el océano.” De hecho, también se encuentran encima y debajo de tierra firme, al
igual que bajo el mar, siguiendo los trazados fijados originalmente a mediados del siglo XIX
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para los cables de telégrafo. Los cables de fibra óptica actuales transportan el 95 % del
tráfico de internet. El conjunto del sistema material conectado y sus partes son
extremadamente vulnerables y abundan las interrupciones y disrupciones 29/ .
El sistema lo despliega y repara la gente que trabaja en barcos cableros, en las estaciones
de transmisión de todo el mundo, las personas empleadas por las empresas de
telecomunicaciones nacionales y el número cada vez mayor de grandes centros de datos
que, como dijo James Bridle , “generan enormes cantidades de calor residual y requieren las
correspondientes cantidades de refrigeración de millas de sistemas de aire acondicionado”
30/
. Todo esto, a su vez, necesita trabajo humano para funcionar. En todos los puntos de
este movimiento aparentemente inmaterial de datos y dinero hay trabajadores y
trabajadores de diversas categorías y diferentes cualificaciones sin quienes nada se
movería. No hay digitalización sin manipulación humana.
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Todo esto ha ocurrido en un periodo de turbulencia económica y de crisis recurrentes, una
crisis climática que ya no se puede negar y ahora la pandemia de covid-19. Cada uno de
estos factores ha contribuido, de una manera u otra, a un incremento drástico del activismo
social, del número de huelgas y de la movilización masiva en oposición a la situación
imperante. En casi todas partes, estas huelgas, manifestaciones masivas y movilizaciones
se han producido a raíz de cambios económicos, disrupciones y estados de angustia a
veces ocasionados por guerras. Pero han sido de carácter político por el hecho de que en
su mayor parte se han dirigido contra los gobiernos y las políticas neoliberales y la
corrupción concomitante, que han causado sufrimiento a la mayor parte de la población de
todo el globo. La revuelta internacional que comenzó con la primavera árabe en 2011 y ha
continuado e incluso se ha acelerado durante la pandemia de 2020, es demasiado masiva
para describirla aquí en detalle. En vez de ello, trataré de analizar algunas de sus
principales características y el papel de la clase obrera en esta revuelta general.
A lo largo de la década transcurrida desde la Gran Recesión, hemos asistido a una serie de
enormes huelgas generales (Guadalupe y Martinica, India, Brasil, Sudáfrica, Colombia,
Chile, Argelia, Sudán, Corea del Sur, Francia y muchas más), así como oleadas
huelguísticas que han contribuido a derribar a jefes de Estado (Túnez, Egipto, Puerto Rico,
Sudán, Líbano, Argelia, Iraq) 39/ .
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Algunas de las huelgas de masas, señala, se han producido en medio de movilizaciones
más amplias en las calles y plazas del mundo entero, como en Hong Kong, Chile, Tailandia,
Ucrania, Líbano e Iraq 40/.
Sabemos que los sindicatos han desempeñado un papel importante en muchas de las
luchas recientes, incluso en los casos en que fueron líderes de clase media quienes se
colocaron al frente de las masas. En Bielorrusia, por ejemplo, una entrevista de la BBC con
un dirigente sindical reveló que él había sido uno de los principales líderes de la rebelión. Es
más, participantes informan de que las manifestaciones “estaban convirtiéndose en un
movimiento más amplio de la clase trabajadora, con la implicación de movilizaciones en los
lugares de trabajo” 44/. En un análisis pormenorizado de la Primavera Árabe, Anand Gopal
señala que mientras la clase obrera sindicada desempeñó un papel clave en la mayoría de
las revueltas árabes, en las fases iniciales del levantamiento sirio, las masas obreras
fragmentadas se alzaron primero en los poblados de chabolas y que “la base del
movimiento estuvo formada por trabajadores precarios, semiempleados, que simplemente
carecían del poder estructural suficiente para amenazar a la elite siria” 45/.
En otras palabras, buena parte de la base de masas de 2011 provino de la clase obrera
organizada y de sectores obreros informales en la mayoría de los países árabes, y muchas
de estas personas, como hemos visto antes, se habrán visto involucradas en las CVG del
capital multinacional, trabajando en campos petrolíferos, en el mantenimiento de oleoductos,
en el canal de Suez o en los numerosos puertos de Oriente Medio y del norte de África.
Gopal afirma que su misma precariedad y su empleo informal implican que su poder era
escaso. Ahora bien, en muchos países en desarrollo, estos sectores obreros se han
organizado en sus barrios y en sindicatos nacionales, asociaciones de trabajadores y
trabajadoras informales o migrantes y cooperativas, así como en lugares de trabajo, para
tomar las calles y plazas como ha hecho la clase trabajadora durante generaciones 46/.
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La apariencia interclasista de muchas de las personas que protagonizaban las huelgas y
manifestaciones también se debe a la proletarización de sectores educados, como maestras
y enfermeras, cuyos puestos de trabajo estaban estandarizados y sometidos a una gestión
empresarial más estricta, de acuerdo con los procesos antes descritos, así como la
incorporación de muchos y muchas millennials a empleos de clase obrera. En estos casos,
las divisorias de clase aparecen borrosas, pero el destino social de la mayoría de esta
generación y la siguiente es sin duda la clase trabajadora. Muchas de estas personas
participan en huelgas de trabajadores de plataforma o repartidores u otras trabajadoras que
acaban de descubrirse como esenciales para la reproducción social en el contexto de la
pandemia, que probablemente acelerará esta transformación social.
Lo que parece claro es que tanto si fueron los y las estudiantes quienes encendieron la
mecha como si no, o si profesionales y políticos de clase media ocuparon el liderazgo, la
base de masas de la mayoría de revueltas de la última década fue de composición obrera, y
que en una medida considerable utilizaron el arma tradicional de la huelga de masas. Esto
ocurrió tanto si estaban afiliados a un sindicato o tenían un empleo fijo como si no, en gran
medida del mismo modo que las masas que analizó Rosa Luxemburg en la revolución rusa
de 1905, cuyas huelgas “muestran tal multiplicidad de las formas de acción más variadas”
47/
. Todo este periodo ha sido un ejemplo de autoactividad de la clase obrera con
reivindicaciones tanto económicas como políticas.
Ahora bien, en ninguno de los casos las huelgas o movilizaciones de masas aspiraron a
tomar el poder para la propia clase trabajadora o a aplicar un programa de instauración del
socialismo. En ningún país se organizaron la clase obrera o las clases mixtas en transición
para alcanzar tales objetivos. En algunos casos no pareció que hubiera líderes reconocibles.
Los y las participantes se articularon en una “multiplicidad de las formas de acción [y
organización] más variadas”, a menudo mediante el uso de las redes sociales.
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Original publicado en el nº 70 de la revista New Politics, invierno de 2021.
https://newpol.org/issue_post/workers-of-the-world-%E2%80%A8growth-change-and-
rebellion/
Kim Moody fue uno de los fundadores de Labor Notes y es autor de varios libros sobre el
movimiento obrero y la política. Actualmente es profesor visitante en la Universidad de
Westminster en Londres.
Notas
4/ Banco Mundial, Informe anual 2020, 88; Snehashish Bhattacharya y Surbhi Kesar,
“Precarity and Development: Production and Labor Process in the Informal Economy in
India”, Review of Radical Political Economics (vol. 52, nº 3, 2020), 387-408; Kate Maegher,
“Working in chains: African informal workers and global value chains”, Agrarian South:
Journal of Political Economy (vol. 8, nº 1-2, 2019), 64-92; OIT, Interacciones de las
organizaciones de trabajadores con la economía informal: Compendio de Prácticas (ILO, 2-
19), 13-14.
8/ Ursula Huws, “Labor in the Digital Economy: The Cybertariat Comes of Age”, Monthly
Review, 2014, 149-181; OIT, Estimaciones y proyecciones basadas en modelos.
9/ World Inequality Lab, World Inequality Report 2018, Executive Summary (World Inequality
Lab, 2017), 11; OIT, Perspectivas Sociales y del Empleo en el Mundo: Tendencias 2019
(OIT, 2019), 14.
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10/ Banco Mundial, Empleos en la industria (% del total de empleos) (estimaciones basadas
en modelos de la OIT); Banco Mundial, Empleos en servicios (% del total de empleos)
(estimaciones basadas en modelos de la OIT).
11/ Banco Mundial, Industria, valor agregado (US$ a precios constantes); Banco Mundial,
Informe sobre el desarrollo mundial, 27; UNIDO, Industrial Development Report 2020
(United Nations Industrial Development Organization, 2019), 150; OIT, Estimaciones
basadas en modelos de la OIT.
12/ UNIDO, Report 2020, 144-149; BDI, Global Power Shift, 11/11/2019.
13/ Organización Internacional para las Migraciones, Informe sobre las Migraciones en el
Mundo 2020 (OIM, 2019), 3, 21.
14/ Susan Ferguson y David McNally, “Precarious Migrants: Gender, Race and the Social
Reproduction of a Global Working Class”, en Leo Panitch y Greg Albo, eds., Socialist
Register 2015 (Merlin Press, 2014), 1. 3.
15/ Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, Informe sobre el
Comercio y el Desarrollo 2020 (UNCTAD, 2020), 6; World Inequality Lab, Report 2018, 5-8.
17/ Anwar Shaikh, Capitalism: Competition, Conflict, Crises (Oxford, 2016), 755, resaltado
en el original.
19/ Institute for Health and Socio-Economic Policy, Health Information Basics (Institute for
Health and Socio-Economic Policy, 2009), 4-7; Lois Weiner, “Walkouts Teach U.S. Labor a
New Grammar for Struggle”, New Politics (n.º 65, verano de 2018), 3-13; Will Johnson,
“Lean Production”, en Shawn Gude y Bhaskar Sunkara, eds., Class Action: An Activist
Teacher’s Handbook (Jacobin Foundation, 2014), 11-31; Huws, Digital Economy, 34-41.
20/ Jason Struna y Ellen Reese, “Automation and the Surveillance-Driven Warehouse in
Inland Southern California”, en Jake Alimahomed-Wilson y Ellen Reese, eds., The Cost of
Free Shipping: Amazon in the Global Economy (Pluto Press, 2020), 90-92; James Bridle,
New Dark Age: Technology and the End of the Future (Verso, 2018), 114-116.
21/ Véase por ejemplo David R. Roediger y Elizabeth D. Esch, The Production of Difference:
Race and the Management of Labor in U.S. History (Oxford, 2012).
15/17
23/ Cathy O’Neil, Weapons of Math Destruction: How Big Data Increases Inequality and
Threatens Democracy (Penguin, 2016), 87.
26/ Karl Marx, Grundrisse: Introducción a la crítica de la economía política; Karl Marx, El
Capital, vol. II.
29/ Alan Satariano, “How the Internet Travels Across Oceans”, New York Times, 10/03/2019.
Nicole Starosielski, The Undersea Network (Duke University Press, 2015).
31/ PwC, Global Infrastructure Investment: The role of private capital in the delivery of
essential assets and services (Price Waterhouse Coopers, 2017), 5.
32/ Véanse ejemplos de dragado y construcción de puertos y canales, sobre todo en Oriente
Medio, en Laleh Khalili, Sinews of War and Trade: Shipping and Capitalism in the Arabian
Peninsula (Verso, 2020).
33/ Akhil Gupta, “The Future in Ruins: Thoughts on the Temporality of Infrastructure”, en
Nikhil Anand et al., eds., The Promise of Infrastructure (Duke University Press, 2018), 72.
34/ Peter Frankopan, The New Silk Roads: The Present and Future of the World
(Bloomsbury, 2018), 89-114.
35/ Daniel Yergin, The New Map: Energy, Climate, and the Clash of Nations (Allen Lane,
2020), 181.
36/ Miha Hribernik y Sam Haynes, “47 countries witness surge in civil unrest – trend to
continue in 2020”, Maplecroft, 16/01/2020; Saceed Kamali Dehghan, “One in four countries
beset by civil strife as global unrest soars”, The Guardian, 16/01/2020.
37/ Rafael Bernabe, “The Puerto Rican Summer”, New Politics (n.º 68, invierno de 2020), 3-
10.
38/ Dera Menra Sijabat y Richard C. Paddock, “Protests Spread Across Indonesia Over Job
Law”, New York Times, 08/10/2020.
16/17
39/39/ David McNally, “The Return of the Mass Strike: Teachers, Students, Feminists, and
the New Wave of Popular Upheavals”, Spectre (vol. 1, n.º 1, primavera de 2020), 20.
42/ Rosina Gammarano, “At least 44,000 work stoppages since 2010”, OIT, 04/11/2019.
43/ Yu Chunsen, “All Workers Are Precarious: The ‘Dangerous Class’ in China’s Labour
Regime”, en Panitch y Albo, eds., Socialist Register 2020, 156.
44/ Ksenia Kunitskaya y Vitaly Shkurin, “In Belarus, the Left Is Fighting to Put Social
Demands at the Heart of the Protests”, Jacobin, 17/08/2020 [publicado en castellano en
viento sur: https://vientosur.info/la-izquierda-lucha-por-introducir-demandas-sociales-en-la-
revuelta/]
45/ Anand Gopal, “The Arab Thermidor”, Catalyst (vol. 4, n.º 2, verano de 2020), 125-126.
47/ Rosa Luxemburg, “The Mass Strike, the Political Party and the Trade Unions”, en Mary-
Alice Waters, ed., Rosa Luxemburg Speaks (Pathfinder Press, 1970), 163, 153-218
[publicado en castellano por la Fundación Federico Engels en:
https://proletarios.org/books/Luxemburgo-Huelga_de_masas_partido_y_sindicato.pdf ].
49/ Mark Meinster, “No perdamos más oportunidades”, Labor Notes (n.º 500, noviembre de
2020), 3.
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