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Lengua castellana. 2º ESO ! !


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La gran presentación
4 UNITAT
DIDÀCTICA
DIGITAL
CONTINGUTS
DIGITALS

Lectura
Un cadáver con sorpresa

¿Has asistido alguna vez a un entierro?

¿Sabes qué es la tanatopraxia?

¿Qué harías si te encontraras mucho dinero? ¿Buscarías a su


dueño o te lo quedarías?

La protagonista de esta historia de humor negro nos explica sus experiencias


en el trabajo, una funeraria, en la que tiene que preparar el cuerpo de don
Joaquín Amaya, un anciano patriarca gitano que ha fallecido aquella noche.
Durante la preparación, se encuentra con una inesperada sorpresa y un
importante dilema ético.

Una vez [mi hermana] Bely me preguntó que cómo embalsamábamos a los
muertos el señor Oriol y yo. Le contesté que era una operación lenta que
debía ser ejecutada con mucha delicadeza y que consistía básicamente en
introducir en el cuerpo del finado una mezcla debidamente ajustada en
distintas partes proporcionales de azufre vivo, tártaro, picole, sarcocola, sal
común recocida, petróleo y flor de caléndula, hervidos con una espátula de
hierro e introducidos a alta temperatura por varios orificios naturales del
cuerpo, que después debía ser envuelto en hojas de laurel con un par de
dientes de lobo. Que también se le ponía un emplasto en los ojos fabricado a
partir de dos onzas de cardamomo, igual cantidad de granos de paraíso y tres
gramos de ámbar gris mezclados con azúcar moreno, y que más tarde se
dejaba macerar el cadáver tres horas a temperatura ambiente.
Mi hermana pequeña se lo creyó todo, aunque por supuesto no era más que
una simple broma para no tener que confesarle que el acto de embalsamar se
parece mucho al de fabricar encurtidos, y que yo soy una mera ayudante del
señor Oriol y la mayor parte del tiempo mi tarea consiste en lavarle la cara,
maquillar y vestir al fiambre, enseñar a la familia varios catálogos para que
elijan ataúd y demás accesorios del servicio, y ocuparme de cobrar las facturas.
Cuando tuve ante mí a don Joaquín Amaya, imaginé que lo mejor sería no
despertar al jefe a aquellas horas, porque pronto amanecería y haría acto de
presencia oliendo a chocolate con churros y perfume Chanel y mirándome
como si en realidad todavía no hubiese desayunado. No, lo más conveniente
sería ir desnudando al viejo, para ir adelantando faena y poder largarme en
cuanto don Juan Manuel apareciera por la puerta; así tendría tiempo de echar
un sueñecito por la mañana hasta que, por la tarde, volviera de nuevo a
completar el trabajo.
Cuando le quité el sombrero, después de tirar de él con fuerzas, descubrí una
hermosa mata de pelo negro, a pesar de que su propietario ya debía rondar los
ochenta.
–Venga, abuelo, que te voy a dejar como un pimpollo –le dije; me gusta, a
pesar de la indiferencia con que me tratan mis clientes, darles un poco de
charla; me parece que están verdaderamente solos, y tengo un alma compasiva
y un superávit de asuntos de conversación al que dar salida.
A don Joaquinico, que ahora pintaba en la vida lo que un perro en misa, creo
que le daba igual si parecía un pimpollo o no, o si lo vestían de fraile o de
dragqueen, estaba ya tirando millas. Empecé a desnudarlo y me di cuenta de
que el bastón entorpecería la operación, por no decir que la haría imposible.
Por las mangas de la bata de la Seguridad Social cabría, pero no por el traje
que habría que ponerle luego; lo mejor sería quitárselo y colocarlo después
entre sus manos, cuando estuviera vestido. Era un bonito bastón; bajo la
empuñadura, el cristal esmerilado dejaba traslucir la blancura perfecta del
agua. Me recordaba a esas bolas de nieve que tanto me gustaban de pequeña.
[...]
Agarré los dedos del señor Joaquinico y traté de abrirle la mano para
amputarle aquella pieza de artesanía que ya era parte de su cuerpo.
–No te preocupes, compadre –le susurraba mientras tiraba con fuerza–. No te
la voy a quitar, solo pretendo ponerte guapo. Vamos, suéltalo. Te lo volveré a
dar en cuanto te desnude. Te lo llevarás a tu nuevo barrio contigo. No hay
problema, amigo.
Forcejeé con él desde distintos ángulos sin más resultado que un
enrojecimiento de mis nudillos y un golpe que recibí en el codo con la
esquina de la mesa sobre la que estaba tumbado el viejo gitano. Don
Joaquinico era reacio a soltar la prenda. Cuando empezara a ponerse tieso de
verdad sería difícil sacarle de la mano derecha su trofeo aun usando una
camioneta de vaselina y unos fórceps.
–Te estás pasando un gramo, colega. ¡Que sueltes, te digo, Joaquín, hombre! –
Insistí y tiré y tiré sin desmayo. [...]
Como me resultó imposible desasirle los dedos del bastón, lo que no es raro si
tenemos en cuenta que soy bastante floja, empecé a pensar que quizá habría
alguna manera de desmontar el chisme, dejarle entre los dedos la
empuñadura, que parecía de plata, y eliminar el resto del artefacto
contundente. Si solo sostenía el mango en la mano podría sacarle el camisón,
vestirlo con facilidad y ahorrarme así tener que ir a trabajar por la tarde. De
todos modos, su esposa no quería que lo embalsamaran. [...] Empezaba a
estar de mal humor. [...] Examiné cuidadosamente el bastón, parecía que se
atornillaba en la base del puño de plata y relucía con una pátina suave
adquirida con el uso.
–¡Ajá!, ¡eso es, chaval! En esto hay truco, pero...
Había que presionar un engarce, como los que tienen algunas piezas de
joyería, lo que liberaba una especie de interruptor que, hundiéndose un
milímetro, permitía girar la empuñadura hasta desenroscarla del resto del
bastón; yo giré el resto del bastón, como es obvio, dado que el puño lo
sostenía mi querido amigo y se negaba a colaborar. Cuando ambas partes
estuvieron separadas, el agua chorreó el pecho del Joaquinico.
–¡Vaya, vaya, vaya toalla! ¡No te me vayas a mojar, o luego tendré que secarte!
[...]
Me dirigí hacia el fregadero de aluminio dispuesta a tirar el agua del bastón
por el desagüe. Lo sostenía boca arriba, y cuando llegué le di la vuelta y arrojé
el líquido. De repente el bastón se alivió de peso más de lo que cabía esperar,
y cayeron uno tras otros... [...] Diamantes. Eran diamantes. [...]
¿Debía devolvérselos al propietario? Miré al propietario y me dije que al
propietario le importaba tanto que yo le devolviera los diamantes como que le
diera una patada en el cuello. ¿Debía devolvérselos a la familia?
Probablemente la familia ni siquiera sospechaba lo que el viejo ocultaba en el
bastón. [...]
Me encogí de hombros, después de refl exionar unos minutos y me dije que,
si los devolvía, demostraría que soy de ese tipo de personas que se cortan los
pies con tal de no tener que usar zapatos.

ÁNGELA VALLVEY, A la caza del último hombre salvaje

Comprensión lectora
1 Contesta a las siguientes preguntas sobre el texto: Ver más »

Estructura
2 Localiza los siguientes motivos en el texto. Después, clasifícalos según
pertenezcan al planteamiento, al nudo o al desenlace. Ver más »

​La narradora comprende que el bastón dificultará el trabajo.

Explicación del trabajo habitual de la narradora en la funeraria.

La narradora descubre los diamantes.

La narradora intenta sacarle el bastón a don Joaquín, pero no puede.

La narradora se plantea el dilema ético: si debe devolver los


diamantes, o no.

La narradora decide preparar el cuerpo para avanzar trabajo.

Le quita el sombrero a don Joaquín.

La narradora vacía el líquido de la empuñadura en el fregadero.

Receta para embalsamar un cadáver.

La narradora descubre el engarce para abrir la empuñadura.

Léxico
3 Busca un antónimo para las siguientes palabras del texto. Después,
escribe una oración con cada una de ellas. Ver más »

4 Observa la siguiente lista de formas verbales que aparecen en el texto.


Escribe un sustantivo con su mismo lexema. Después, haz una oración
con cada uno de los sustantivos. Fíjate en el ejemplo:

preguntó pregunta

consistía ~ introducir ~ creyó ~ confesar ~ oliendo ~ pintaba ~ recordaba


susurraba ~ desmontar ~ sostenía

Expresión escrita
5 ¿Qué harías tú en la situación de la protagonista? Escribe un texto en el
que defiendas tu decisión. Para ello, puedes seguir las indicaciones
siguientes: Ver más »

Expresión oral

El embalsamamiento
6 El embalsamamiento de los muertos es un ritual que se
remonta a miles de años: desde las famosas momias de Egipto
a las de las civilizaciones americanas precolombinas. Haz una
exposición en clase sobre estas prácticas: dónde se llevaban a
cabo, por qué y de qué manera. Para ello, puedes seguir las
siguientes indicaciones:

Escoge una civilización


antigua.

¿Por qué momificaban a


sus muertos?

¿Qué motivos religiosos


tenían? ¿Qué creían que
sucedía después de la
muerte?

¿Cómo se realizaba la momificación? ¿Era un proceso largo o


corto?

¿Cómo se producía el entierro?

¿Cuándo se han hallado sus restos? ¿Quién los encontró?


¿Dónde se conservan en la actualidad?

Puedes utilizar un programa de proyección de diapositivas


para apoyar tu explicación.

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