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CATERINA LLORET . Nos altres. Revista Clip. IME. Ajuntament de Badalona.


Monografic diversitat, 1994.

Nos- otros

Hablar de la diversidad significa enfrentarse a una evidencia más conocida que


respetada. Negar las diferencias es como negar la vida misma, la propia y la de los
demás. Cada persona tiene una identidad única que es resultado de la combinación
interrelacionada en la propia experiencia biológica, psicológica y social de los
elementos genéticos, ambientales y culturales que la configuran, en el sentido del
presente y de la memoria individual y colectiva.

Sin embargo, en el ámbito de la vida cotidiana, de la organización económica, política,


social y en la organización del conocimiento, las diferencias individuales y de grupo son
objeto de una violencia implícita o explícita. Violencia a la cual estamos acostumbrados
a partir de las diferencias de poder entre los diferentes, hombres y mujeres, adultos y
criaturas, normales y anormales, mayorías y minorías, ricos y pobres, expertos e
ignorantes, propios y extraños. Sólo cuando los conflictos rompen la falacia de la
igualdad y las prácticas discriminatorias y/o las respuestas de los y las diferentes
sobrepasan los límites del malestar cotidiano tolerado, es cuando el estupor ante los
hechos provoca el escándalo (hipócrita o de buena fe) o la consideración (cínica o
defensiva) de que los antagonismos tienen su razón de ser en las características
diferenciales de las personas, grupos, culturas, que les impiden adaptarse a los modelos
dominantes.

Hemos de esperar a que las contradicciones del doble discurso oficial (lo que se dice y
lo que se hace) que vivimos diariamente sean lo suficientemente agudas para herir
sensibilidades y malas conciencias, para despertar el temor o la culpa o para situarnos
en el núcleo del conflicto; hemos de esperar a que la diversidad supere nuestros
lamentables instrumentos teóricos y prácticos que se han ido estableciendo para
dominarla para que empecemos a buscar explicaciones y remedios. Si nuestra
implicación personal no nos permite acogernos a la máxima de Buster Keaton , “ yo era
tonto y lo que he visto me ha hecho dos veces tonto”, ni aceptar que las diferencias se
resuelvan en la injusticia del dominio establecido sobre ellas, entonces y sólo entonces
es cuando vemos la necesidad urgente de abordar el problema.

Hablémoslo. Suele decirse que lo que hay que hacer es aumentar el conocimiento y la
información, pero ¿ sobre quién? Se pretende opinar con conocimiento de causa, pero,
bajo que concepto de autoridad hay que abordar la cuestión? Resulta difícil encontrar
una disciplina científica en la cual la complejidad de lo real no supere los paradigmas de
sus casi inevitables categorizaciones. Estamos acostumbrados a abordar el problema de
la diversidad desde los límites de un enfoque en el que las diversas categorías de los y
las demás estudiados se conviertan en objetos parcializados de una mirada
supuestamente imparcial. Es precisamente en este punto donde el mismo conocimiento
empieza a violentar la realidad. Al tratar de explicar una diferencia individual o de
grupo ¿qué atributo hay que destacar? ¿en qué categoría lo o los situaremos? ¿Son
objetivables porque son hombre o mujer, ocupado o desocupado, legal o ilegal, negro,
blanco, gitano, extranjero o nacional, joven o viejo, sano o tarado, experto, ignorante,
más o menos inteligente, miembro de una familia bien avenida o conflictiva, musulmán
o cristiano? Pero, ¿dónde estoy yo? ¿En qué categoría me sitúo cuando hago de ti el
objeto de mi mirada ?

En la objetivación científica tu y yo desaparecemos en tanto que sujetos y evitamos así


la angustia de la alteridad que marca la primordial diferencia entre un tu y un yo. Yo me
refugio en un nosotros (¿científico?) que oculta mi diferencia individual en un sujeto
supuestamente neutral e impersonal mientras que a ti te sitúo en un “ellos”, en un
objeto colectivo o genérico en el que puedo desprenderme de las diferencias. No ha de
ser extraño entonces que, desde esta perspectiva, utilicemos planteamientos
psicológicos, pedagógicos, antropológicos, sociales, históricos, a partir de una
metodología en la que no se tiene en cuenta el sujeto diverso, ni en ellos ni en nosotros,
que no pueda evitarse, tampoco, una visión marcada por el androcentrismo,
etnocentrismo, pedagogismo… y otros muchos reduccionismos. (Cuántas veces no
hemos ecuchado, por ejemplo, que “tal tribu vive como en la edad de piedra” pero se les
mata con armas contemporáneas y son sobrevoladas por nuestros aviones… que una
adolescente con deficiencia psíquica “tiene una edad mental de niña” pero hay que
controlarle su sexualidad de adulta…)

Desde los reduccionismos que quieren ordenar las diferencias para hacer de ellas un
objeto de estudio y delimitar su campo, desde la parcialización de la diversidad, resulta
fácil pasar a la despersonalización de los diversos, es decir, situar la categoría o el
atributo por encima de su persona o grupo de personas. Si no miramos el problema de
las diferencias y las semejanzas reconociendo que son y han sido situadas en un
entramado de relaciones y prácticas sociales marcadas por la aceptación y el rechazo,
por la atribución jerárquica de valor, por la conveniencia de asimilarlas o de eliminarlas,
para hacer de ellas, en definitiva, objetos de dominio o de sumisión política y social, nos
será difícil llegar a una auténtica comprensión de cuáles son los mecanismos que
conducen inexorablemente al conflicto.

Cuando las diferencias provocan conflicto e injusticia y el malestar se hace insoportable


decimos que las cosas deben cambiar, que hay que poner remedio a la discriminación y
a los antagonismos. De acuerdo; pero, ¿quién debe cambiar? ¿ellos, ellas o nosotros y
nosotras? Si queremos comprender, aceptar y respetar a los y las demás es necesario ver
cómo vivimos nosotros mismos y nosotras mismas la diversidad (Y el obstáculo de
acabar con esos os/as que la economía androcéntrica del lenguaje impone sería un buen
ejemplo de ello). Cuando se pide un trato y una consideración igualitarios hacia los
miembros de otra cultura, etnia, país , grupo, lo que habría que analizar en primer lugar
es sobre qué experiencia de consideración y de trato igualitario entre nosotros mismos
se podría apoyar dicha práctica. Porque si les hemos de tratar según los conceptos y
prácticas que dominan las relaciones supuestamente igualitarias entre nosotros… si el
igualitarismo de la enseñanza, por ejemplo, consiste en incorporar a los y las alumnas
diferentes en el sistema uniformizador y discriminatorio que utilizamos con los
normales, el conflicto está servido.

Sólo en un ambiente cotidiano que nos permita aceptar y poder expresar la propia
diferencia individual sin sentirnos mal o rechazados se puede dar la primera condición y
la experiencia que nos hace posible aceptar la identidad y diversa expresión de los y las
demás. Es desde el ámbito de las relaciones familiares, escolares, de vecindad, del
trabajo, desde el grupo de pertenencia, desde donde podríamos sentir y entender que la
diversidad es un hecho tan cercano, incluso dentro de un grupo de semejantes, que
empieza en cada uno o en cada una de nosotras mismas. En efecto, empezamos siendo
niño o niña (hombre o mujer) pero no soy todas las mujeres en el sentido de ser un
elemento intercambiable ( o eso pretendo) de una serie de unidades o identidades
iguales, tampoco soy la Mujer como extensión genérica de un modelo patrón. Dentro de
esta primera diferencia cada uno es una persona con una singularidad, con unas
características más o menos alejadas del modelo y , sobre todo, con unas experiencias
propias que la distinguen de los y las demás.

A partir de esta identidad diversa podemos presentar o asumir aspectos en el modo de


ser o de actuar que nos hagan más o menos próximos o próximas a los atributos de
genero o grupo que se supone debería configurar nuestras semejanzas. Porque la
posibilidad de ser “el otro” también está en mi (Nuria Pérez de Lara) y por ello la
pertenencia de grupo o de género no es un elemento estático en la vida de una persona.

Ahora bien, dentro del marco relacional ofrecido por las instituciones cotidianas que
marcan nuestro proceso de socialización y la posibilidad de ser entre los demás es donde
se sancionan las semejanzas y las diferencias. No se trata de que desde pequeños o
desde mayores imitemos sencillamente comportamientos o modelos, sino que a través y
desde los modelos se nos impone el imperativo, el reclamo o la seducción de las
semejanzas que puede entrar en contradicción con el propio deseo o realidad de lo que
somos. El poder sancionador de las semejanzas y las diferencias marca el espacio que
nos será dado para vivir adaptadamente o conflictivamente con los demás y nos sitúa en
bandos opuestos o en niveles de mayor o menor validez respecto a los modelos
(androcéntricos, culturales, escolares, familiares…)

De este modo, más que convertirnos en sujetos diversos somos seres sujetados (o
rebeldes) para la adscripción a determinadas diferencias y semejanzas.Y bajo esta lógica
que jerarquiza, parcializa y sanciona nuestra pertenencia o impertinencia de ser de un
determinado modo, recibimos toda una serie de respuestas e interacciones que
condicionarán el modo de ser tratados, valorados, estimados, rechazados por parte de
propios y extraños, y, lo que es más grave todavía, condicionarán también nuestra
“autestima”: el riesgo y el sufrimiento de no ser como hay que ser.

El miedo de la alteridad, un miedo ciertamente nada infundado, nos lleva a buscar un


refugio en un “nosotros” protector y los protectores, como es bien sabido, determinan el
precio a pagar: el peaje de las semejanzas. Unas semejanzas que, más allá de ser vividas
de grado o por fuerza, nos vienen socialmente impuestas. Al mismo tiempo, también se
puede hablar del precio que pagan “los protegidos” por sus diferencias (reservas de
indios, centros asistenciales, campos de refugiados) o los “castigados” por ellas
(cárceles, campos de concentración, manicomios).

Si el sentimiento de identificación o empatía hacia otra persona, grupo o cultura no


fuera aparejado al miedo de perder el propio lugar dentro del grupo de los más
semejantes, la aceptación de la diversidad en uno o en una misma y en los demás no nos
resultaría tan conflictiva. Desgraciadamente, reivindicar el derecho a la propia
diferencia o acercarnos y/o reivindicar los derechos no formales sino reales de las
personas o grupos inferiorizados, suele suponer un peligro de aislamiento, antagonismo
o rechazo por parte de nuestros semejantes. Los y las profesionales que trabajan en el
campo de la marginación, por ejemplo, saben muy bien con cuánta facilidad pueden ser
ellos y ellas mismas marginadas, si se atreven a ponerse decididamente de parte de las
personas asistidas para denunciar la injusticia de la situación que viven o la
inadecuación de los recursos que la sociedad de los satisfechos proporciona a los y las
consideradas diferentes. También hay que tener en cuenta hasta qué punto algunas
personas son sospechosas ellas mismas de tara (o de idealismo) por el hecho de situarse
en una relación de alteridad positiva (amistad, vecindad, convivencia) con los tarados o
marginales.La diferencia marginada sigue ocupando el lugar de la lepra, por lo visto
bajo otras denominaciones –sida, pobreza, extranjeria- todavía es contagiosa.(¡!).

La amenaza vivida en la diferencia reprobable de los y las demás procede, en definitiva,


del hecho de pensar o sentir , o bien que si nos acercamos demasiado a ellos, también
nosotros seremos menospreciados o bien que nosotros pasaremos a ser los perdedores,
si siguiendo la misma lógica perversa del rechazo y la marginación, son ellos y ellas
quienes se nos acercan para hacer valer su diferencia. En el segundo caso se hace
evidente que la mala conciencia de menospreciar o atacar lo que es diverso nos retorna
en forma de boomerang. Se justifican las barreras jerárquicas y las acciones
discriminatorias proyectando la culpa en los demás. Se piensa que, si no se mantiene la
actitud defensiva, los demás nos pagarán con la misma moneda –cosa que no es de
extrañar si los demás, extranjeros, colonizados o sometidos aprender a aceptar que la
lógica del dominio jerárquico constituye un imponderable de las relaciones entre los
diferentes. Des de esta perspectiva siempre alguien llevará la peor parte…. En cambio,
si nos atreviéramos a salir de este círculo vicioso, podríamos comprender que la
diversidad, dentro y fuera de nosotros mismos, en sus manifestaciones, incluso las
conflictivas, es una respuesta viva a las contradicciones de unos modelos uniformes y de
unas identidades parcializadas en su definición, dominio o subordinación que no
pueden, por mucho que se quiera, contener la complejidad de lo real.

La complejidad de lo real no se resuelve sino que se vuelve tanto o más conflictiva si no


se adopta una actitud abierta. Una actitud que no se consigue sólo con lecciones morales
o demostraciones científicas sino con una práctica reflexiva que nos permita superar
críticamente los mecanismos psíquicos y sociales que nos impiden aceptar,
interrelacionar y gozar con las diferencias. Una reflexión que nos permita constatar y
denunciar que el vestido nuevo o viejo del emperador, de cualquier emperador, es el
espejismo con el cual el poder de los gestores sociales intenta cubrir la propia desnudez
y nos obliga a cubrirnos a los unos, las unas o los otros con el esplendor o los harapos
de las condiciones de vida que ocultan la radical diversidad del ser y del derecho a ser
entre y no fuera de los demás sin miedo a la alteridad.

Sin embargo, es precisamente sobre la inseguridad y el riesgo de vivir diversos y


contrapuestos en la mutua desconfianza, donde se establecen los mecanismos de
control social. Desde el poder se nos presentan unos modelos que nos dicen cómo
hemos de ser y qué hemos de valorar. Nos quieren hacer iguales o semejantes en un
sentido uniformador porque así es más fácil dominar y gestionar nuestras necesidades,
deseos y obligaciones y, en consecuencia, conformar conductas que obedezcan a
determinados patones – en el doble sentido de la palabra- y orientar la producción,
distribución y consumo de determinados servicios y bienes materiales y culturales.

Por ejemplo, vemos continuamente aparecer en los medios de comunicación estadísticas


que nos dicen cómo somos, qué pensamos o qué queremos la mayoría de los catalanes,
de los españoles, de los europeos o de los occidentales (¿incluidos los japoneses?) Ello
supone una medida que sitúa a una minoría más o menos amplia de nosotros mismos
como disidentes, gente que están o estamos fuera de lugar porque no nos acercamos a la
normalidad (mediocridad) dominante, ni tampoco al modelo ideal, o sencillamente
gente que constituyen o constituimos un valor numérico despreciable a la hora de contar
votos o de garantizar rentabilidad económica. Y no sólo esto, también se consigue que
se internalice personalmente la falta de valor cuantitativo como una diferencia
cualitativa menospreciable que sitúa a los y las disidentes en la impotencia dentro del
propio colectivo. Si se trata de escolarización basta con mirar los esfuerzos que los y las
maestras deben hacer para encubrir la diversidad de los y las alumnas en la pretendida
homogeneidad de las aulas….

Una vez convencidos de que debemos minimizar las diferencias dentro de la propia
identidad o categorización colectiva - restringida o dilatada según necesidades del
momento_ se fomentan las excelencias del modelo y se ocultan sus limitaciones o
contradicciones internas. De este modo resultan mucho más fáciles de delimitar los
antagonismos con otras personas o grupos y se justifican prácticas legítimas y
defensivas dentro y fuera del espacio de dominio del propio modelo patrón. Incluso ha
llegado a resultar política y económicamente rentable armar, no sólo ideológica sino
también literalmente, las diferencias y fomentar directa o indirectamente los
antagonismos. Llegan entonces los expertos para delimitar lo que son guerras civiles,
guerras de países o de bloques, guerras interétnicas, guerras económicas, guerras de
religión, “intervenciones armadas”, “conflictos internos”, pero ¿quién nos explica con
claridad en qué consiste el negocio de las armas? ¿cuándo y por qué convienen los
pactos y las alianzas, el dominio o la “convivencia”? En ocasiones, se ve conveniente
distinguir entre agresión o asesinato y reacción xenófoba o racista. En ocasiones, la
solidaridad puede encubrir negocios o intereses económicos. En ocasiones, se les quiere
hacer distinguir a los jueces entre acusados propios y ajenos (Véase “La fiscalía pide
que los inmigrantes que delinquen sean expulsados sin juicio” La Vanguardia, 24/7/93
pg.21)

Del mismo modo que no conviene eliminar las fronteras de los dominios políticos,
económicos y culturales, tampoco conviene eliminar la frontera de la marginalidad.
Marginalidad categorizada e inferiorizada dentro y fuera de nuestras fronteras para
justificar un control que priva de derechos a las personas o grupos o para determinar el
imperativo de su forzada asimilación. Cuando, al mismo tiempo que persisten las
medidas represivas que refuerzan la imagen negativa de los marginados (inadecuación,
ilegalidad, peligrosidad, estorbo…) coexisten un cierto tipo de medidas consideradas
proteccionistas que perpetúan su situación como ciudadanos de segunda o tercera
categoría, precisamente entonces se preconizan las políticas de integración por encima
de toda una realidad de disposiciones y prácticas discriminatorias. ¿Es posible resolver
así de modo positivo la convivencia con la diversidad?

Se pide a los y las profesionales dedicados al control y/o asistencia, a la salud o a la


educación de los y las diferentes, que asuman unos objetivos y unas tareas integradoras
y que se conviertan o nos convirtamos en expertos en integración. Pero es necesario ver
en qué condiciones y recursos y cuáles son y cómo funcionan las instancias o
instituciones socializadoras (sanitarias, educativas, laborales, de vida cotidiana…) que
pueden configurarse como auténticos grupos receptores de la diversidad. Si se trata
precisamente de las mismas instancias que siguen sancionando y jerarquizando las
diferencias entre los supuestamente iguales o semejantes ¿cómo será posible la
integración de los y las que ya de entrada están situados en inferioridad de condiciones?
¿Habrá que integrarlos al fracaso escolar, al paro, a la explotación de la economía
sumergida, a los barrios más problemáticos, a una sanidad pública masificada e
impotente?

Se exige un trabajo que compense los déficits, que disminuya, en la medida de lo


posible la diversidad de los y las diferentes para situarlos ordenada y jerárquicamente
distribuidos en la supuesta igualdad que nos discrimina a nosotras y nosotros mismos
Y que intenta encubrir la injusticia y el maltrato a nuestra propia diversidad. Es decir, la
cuadratura del círculo.

De hecho muchos de los y las profesionales que trabajaban o trabajan con – y no por
encima de – las personas marcadas por una diferencia que socialmente les inferioriza,
piden desde hace tiempo, desde antes de que salieran las nuevas leyes, decretos,
ordenaciones y disposiciones sobre integración, no tato convertirse en expertos sino
poder basar e incluir las prácticas de integración en un auténtico proceso de
transformación de las instancias y grupos receptores de la diversidad, incluidos nosotros
mismos.Pero esto no se podrá hacer si no va acompañado de un proceso, teórico y
práctico, en el que queden en evidencia cuáles son y de dónde proceden las reales
dificultades de integración y cuáles son los cambios que se requieren para establecer
unos ambientes cotidianos interactivos que la hagan posible y deseable.

De no ser así, los y las diferentes, además de seguir discriminados por su diferencia o
deficiencia, quedarán doblemente marcados por el estigma de su resistencia o
impotencia ante las medidas integradoras. Si no se analizan críticamente estas medidas
en el lugar de su práctica, si no se contextualizan y se organizan desde la diversidad
marginada más allá y más acá de los intereses de los gestores que sólo buscan
contenerla, nos quedaremos en el reino del simulacro. Los y las profesionales tendrán
que acabar haciendo la tarea de clasificar o seleccionar, entre integrables y no
integrables y/o entre más o menos integrables. Al mismo tiempo, los y las profesionales
dedicados a la normalidad seguirán trabajando, por ejemplo en la escuela, en función de
las evaluaciones clasificadoras y seleccionadoras entre los bunos y los malos alumnos.
Eso í, con todas las categorías intermedias que se crean pertinentes y con todos los
eufemismos pedagógicos y técnicos que sirvan para objetivar el hecho.

Referencias bibliográficas

.Buber, M. ¿Qué es el hombre? Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1986


.Elias, N., Compromiso y distanciamiento, B arcelona, Península 1990
.Galbraith J.K., La cultura de la satisfacción Barcelona, Ariel 1992
.García, R. El proceso de marginación o la dialéctica entre el “dentro” y el “fuera”,
IV Universitat d’Estiu de Gandia. Juliol 1987 y “Solidaridad-insolaridad de las
poblaciones ante la diferencia” en Historia de una ruptura, Barcelona, Editorial Virus,
1995
.Jacquard, A. Yo y los demás.Iniciación a la genética, Barcelona, Paidós 1998
.Pérz de Lara, N. Les relacions en el marc de l’escola de la diversitat, V Jornades
Interncionals de la S. De Down, Barcelona, 1993

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