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LA PRÁCTICA DE LA RELACIÓN EDUCATIVA

Universidad de Barcelona. Educación Social. 19 de marzo de 2004 i


Por Lupe García Rodríguez, educadora social.
Publicat a: GARCIA, Lupe ( 2004) La práctica de la relación educativa en DUODA Revista
d’estudis feministes, núm 27 pp143,153.
Primero de todo, quiero agradecer a Remei Arnaus y a Marta Caramés su invitación a
participar en esta mesa redonda porque me ha permitido parar a pensar, reflexionar y
escribir sobre mi práctica educativa, desde mi experiencia, algo de vital importancia y
que hacemos poco.
He de confesaros que cuando Marta y Remei me propusieron venir aquí a explicar mi
experiencia, me produjo miedo, temor, ¿sabré hacerlo?, ¿lo haré correctamente?, ¿les
interesará lo que pueda yo decirles? pero también me produjo emoción y
agradecimiento porque pensé: “si ellas me lo han pedido por algo será”.
Cuando acogí su propuesta, pude vivir su petición como un regalo; amo el trabajo que
hago y disfruto enormemente con ello y por eso, -pensé- es importante que algo bello
circule en estos tiempos donde la violencia y destrucción desgraciadamente ocupan
demasiado espacio.
Mi primer trabajo fue hace 7 años en el Instituto de la Mujer, en un Centro de
Información de los Derechos de la Mujer. A los pocos días de entrar comencé a
atender a mujeres. Acababa de terminar la carrera y os podéis imaginar mi
desconcierto. Dado el desencanto que fui adquiriendo a lo largo de 3 años de carrera, la
confianza y seguridad en mis conocimientos dejaban bastante que desear. Ante mi
inseguridad y falta de experiencia intenté protegerme con las técnicas y teorías que
me habían remarcado en la universidad, que si bien, eran válidas para tenerlas en
cuenta, -siempre podría encontrarlas en los libros-, ceñirme a ellas me restaba libertad
y no me daban más seguridad.
Durante mi formación académica, una parte del profesorado me había hecho sentir
pequeña; en las clases dejaban claro que ell@s tenían el saber y que nosotr@s no
teníamos nada, se limitaban a enseñarnos lo que ya estaba escrito en los libros, su
manera de enseñar no me tocaba, no hacía germinar nada nuevo en mí.
Y eso mismo intenté hacer yo cuando empecé a trabajar. Pensaba que aplicar esta
misma teoría con las mujeres me serviría y me decía a mi misma: -“no te preocupes
Lupe, ellas saben menos que tú, tú eres la profesional, tú eres la que sabes, ellas no”-.
Por suerte, colocarme en este sitio me sirvió de poco; no me creía lo que estaba
haciendo, me resultaba falso, de mentira, ¡no lo sentía! Los 2 primeros meses de
trabajo me los pasé haciendo cursillos, asistiendo a seminarios, cursos y charlas sobre
temas de educación. Pero en vez de coger seguridad, la iba perdiendo, me creía muy
pocas cosas de las que escuchaba, en vez de hacerme más grande, los discursos que
allí escuchaba cada vez me hacían sentir más pequeña, me aplastaba el supuesto
“saber científico” que allí se daba.
Pronto entré en contacto con mi deseo, con lo que quería hacer y con lo que estaba
pasando por delante de mis ojos: el saber de las mujeres que allí acudían.
Yo, lo que de verdad quería era relacionarme con ellas, impregnarme de lo que ellas
tenían que decirme. Y así me dejé guiar por estas ganas de relación e intercambio con
las mujeres y me puse a observarlas, a dejar de lado las creencias, los pre-juicios y los
estereotipos de quienes creemos que son ellas “las usuarias”, frente a nosotras “las
profesionales” para poder aprender de y con ellas.
Cuando comienzas a trabajar como educadora, te encuentras con todo tipo de
problemáticas: problemas de violencia, abuso sexual, absentismo escolar, maltrato

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hacia las mujeres, precariedad laboral, escasez de recursos económicos etc. Te
encuentras con situaciones realmente duras y a veces la angustia que te provocan nos
hace entrar en un activismo compulsivo que hace situarte fuera de ti y que intentes
rápidamente “solucionar” el problema derivando el caso, activando algún recurso para
intentar “arreglar” el problema o quitándote el problema de encima.
A veces, con nuestra práctica, tapamos el problema, no le damos espacio, no dejamos
que la persona protagonista, tenga un espacio para reflexionar y decidir por si misma y
a veces, la suplantamos y decidimos por ellas.
Por poner un ejemplo: las mujeres maltratadas por sus maridos y compañeros,
cuando hacen un intento de explicar lo que les pasa y se acercan a un servicio a pedir
ayuda y desde allí rápidamente se les dice lo que tienen que hacer y cómo lo tienen
que hacer, que denuncien, casa de acogida etc…, muchas se marchan y no vuelven
más, cuando esto ocurre, hemos perdido una mujer porque hemos pretendido decidir
por ellas.Se propone mucho y se escucha poco, se parte de lo que a nosotras nos
gustaría y no de lo que la mujer necesita o está dispuesta a hacer.
Me parece importante contar esta experiencia porque cuando sales de la universidad
“te agarras” a fórmulas encorsetadas que reducen la realidad a unos pocos
esquemas, nos llenamos de falsa objetividad, diagnósticos, fórmulas y etiquetas que
reducen a la chica/o, mujer/hombre, niña/o a “caso” como si estas personas, por el
hecho de estar en una situación vulnerable, las despojáramos de vida y dignidad y
tuviésemos “el derecho” a decidir cómo tienen que vivir.
Desde hace casi 3 años trabajo en Servicios Sociales de atención primaria en el barrio
de La Mina. Es un barrio que todas y todos conoceréis pero no por el buen hacer de
sus gentes y las buenas cosas que allí suceden, casi seguro que lo conoceréis por la
“mala fama” que han creado de él, que predispone, limita y prejuzga a sus habitantes,
sin conocerlos.
Comencé a trabajar en La Mina con entusiasmo, con muchas ganas de dar y dejarme
dar, de impregnarme de la realidad viva y cotidiana que el barrio me ofrecía. Pero al
poco tiempo de estar allí, me vi envuelta en una maraña de ruido y de un quehacer
desmedido y a veces sin sentido, de mogollón de burocracia, reuniones, comisiones,
subcomisiones y subcomisiones de las subcomisiones. Me encontré dejándome llevar
por lo que otras y otros habían hecho hasta entonces, aquello que yo llamaba rellenar
el expediente, actuar en masa dando muy poco espacio a la relación.
Me dejé llevar por lo que se esperaba de mi: continuar con el rol de educadora
establecido, pero a mi, ese rol, se me quedaba pequeño, porque cualquier rol reduce y
encorseta la experiencia humana.
Cuando pude desprenderme de lo que debería ser y pude ver lo que realmente es,
algo cambió para mi.
Empecé por preguntarme cual era mi deseo y si podía contar con algún apoyo dentro
del equipo. Tenía claro que lo que más me apetecía era trabajar con chicas jóvenes,
era donde podía dar más de mí.
Deseaba trabajar con ese montón de chicas jóvenes que pasan desapercibidas en el
barrio de La Mina. Esas chicas que están fuera del sistema escolar, chicas en busca
de su primer trabajo, chicas tranquilas que están en sus casas, ayudando, limpiando y
cuidando de los más pequeños, buenas chicas, chicas apáticas, chicas serias, que no
hacen ruido, que no molestan.
Sabía que tenía que continuar haciendo las tareas encargadas desde dirección:
reuniones, coordinaciones, temas burocráticos etc, pero procuraba hacerlo cuanto
antes, bien pero rápido, para poder dedicarme el mayor tiempo posible a lo que más
me gusta hacer.

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Para trabajar con estas chicas me busqué alianzas con otras mujeres educadoras,
Françina y Antonia, a ellas también les encanta el trabajo con mujeres.
Cuando tuve claro el deseo de intercambio con estas chicas y las ganas de construir
"algo “con ellas, pude plantearme una manera propia de trabajar, cómo acercarme a
ellas, cómo conectar, cómo ir creando vínculo y relación con cada una de ellas
A algunas de estas chicas las conocí en un principio por obligación, otras venían
derivadas de los institutos de secundaria por problemas de absentismo y a otras las
conocí de estar en la calle.
Crear vínculos con aquellas chicas que se relacionaban conmigo en un principio por
obligación, no ha sido fácil. Son hijas de familias beneficiarias PIRMI y como
contraprestación por recibir esta ayuda, la Generalitat exige que las niñas y niños
menores de 16 años asistan a la escuela y las chicas y chicos mayores de 16 que
realicen algún tipo de medidas: curso de motivación, formación o inserción laboral.
Cuando media el dinero, -“si no haces este curso te suspenderán el PIRMI”- el inicio
de la relación se hace difícil, se cierran a la acogida, y más si ya vienen de una
experiencia con otra educadora o educador que jamás les preguntó por sus gustos y
apetencias y con quien no se generó vinculo alguno.
Cuando te encuentras con situaciones así cabe preguntarte, ¿qué puedo hacer yo
para que esta chica pierda el miedo, se relaje y vuelva confiar? Y cuando escuchas
con el corazón lo que la otra o el otro tienen que decir, algo grande sucede.
Porque tras aparente fachada de dureza y apatía que muestran algunas chicas, la
mayoría de ellas están deseando relacionarse entre si y compartir sus intereses,
miedos y deseos.
También los chicos están deseando relacionarse y expresarse de forma profunda y
sincera aunque todavía no sean capaces de reconocérselo a ellos mismos. Ya se está
empezando a hacer trabajo educativo con chicos. Es más costoso porque a ellos les
cuesta más conectar con sus emociones pero es un primer acercamiento.

A partir del trabajo que están realizando dos educadores hombres, están empezando a
a reunirse de manera informal con un grupito de chicos para hablar sobre sexualidad
y sobre la masculinidad, qué se les pide a ellos por ser hombres y gitanos, qué están
dispuestos a hacer y qué no etc.
Quiero contaros la relación educativa que Marta y yo tenemos. Marta, (nombre ficticio)
de 18 años se “vinculó” conmigo en un principio por obligación, su familia es
beneficiaria PIRMI. Su expediente familiar me lo traspasó una educadora diciéndome
que era “un horror y que con esta chica no había nada que hacer”.
En las 2 primeras entrevistas Marta apenas abrió la boca y yo tampoco pregunté
demasiado. Cuando empezó a soltarse a hablar, lo primero que Marta expresó fue su
negativa a hacer un curso de limpieza industrial, (le había enviado la otra educadora),
con mujeres de la edad su madre. Nadie le había preguntado a esta chica qué
deseaba y qué le gustaba hacer.

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1. Son las relaciones con algunas mujeres de Sofías las que me han ayudado a no perder el
hilo al sentido de mi práctica educativa, son estas relaciones las que me sostienen y me dan la
medida para no dejarme arrastrar por el caos, para ellas, mi más sincero agradecimiento.

2. Milagros Rivera, Mujeres en relación. Barcelona: Icaria, 2001


3. DIOTIMA, El perfume de la maestra. Barcelona: Icaria, 2002

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A Marta no le dejaban de llegar cartas de diferentes recursos de formación nada
adecuados ni para sus gustos ni para su edad. Le llegaban avisos de suspensión de
PIRMI y cuando esto sucedía, Marta asqueada iba de mala gana pero intentaba hacer
lo imposible para salir de allí.
Lo primero que hice fue hacerme cargo de la burocracia que ensucia y entorpece lo
realmente importante. Hablé con Generalitat y pedí tiempo para poder ir descubriendo
con Marta qué quería y qué podía hacer dentro de sus posibilidades. Es importante
apuntar que Marta tiene 8 hermanos, 3 más pequeños que ella, un montón de sobrinos
pequeños, una madre con leucemia y un padre que se dedica a la venta ambulante y
ella es la única que no está casada y quien se hace cargo de la casa .
Recuerdo un día, al principio que fui a verla a su casa y estaba llena de mujeres
jóvenes como ella y un montón de crios pequeños, ella y su sobrina eran las únicas
que arreglaban la casa y hacían cosas, las demás no hacían nada. Cuando tuve
ocasión de hablar con ella le expresé mi deseo de justicia y que entre todas las
mujeres que estaban en la casa pudieran repartirse el trabajo, ella me dijo que eran
muy vagas y añadió - “yo lo hago por mi madre, porque ella me parió y me dio este
cuerpo, si no estuviera ella no lo haría pero mientras esté lo seguiré haciendo, a ella
se lo debo”- me quedé sin palabras.
Para mí, este es un ejemplo claro de cómo Marta, con sus 18 años, y muchas mujeres
hoy en día, con sus cuidados y su saber estar hacen trabajo civilizador sosteniendo la
vida y las relaciones.
Algunas profesionales no dan ningún valor a lo que hace Marta y se sitúan en lo que
ellas creen que debería hacer pero no ven lo que ya es.
Marta empezó a coger confianza conmigo, nos encontrábamos fuera del despacho,
tomábamos un café, paseábamos. Poco a poco, Marta empezó a expresar sus
deseos, sus necesidades, sus gustos, sus prioridades, sus dudas. Le costó confiar en
mí porque nadie hasta ahora había confiado en ella. Buscó apoyo en su sobrina Maria
de 17 años para relacionarse conmigo, (Marta es muy seria y bastante tímida), María
por el contrario es una chica encantadora, de total confianza para Marta, divertida y
muy sociable. María sin darse cuenta medió entre Marta y yo haciéndonos la relación
más fácil y también más rica.
Y ha sido así como me he convertido en una referente para ella y ella para mí porque
para mí, Marta es una chica que me ha demostrado que no hay nada más vivo que la
relación y que es mucho lo que todavía puede suceder. Solo estando a su lado,
reconociéndola un más, reconociendo su capacidad para cuidar de su madre enferma,
hermanos y sobrinos pude acogerla y quererla.
Hoy día, junto con Francina y Antonia, llevamos a cabo un taller para chicas que bajo
la excusa de hacer bisutería nos relacionamos y hablamos de temas que ellas
proponen y les interesan y es mucho lo que vivimos en este espacio; es algo que no
para de crecer y de circular.
Marta, no suele perderse ningún día y viene a todas las salidas que organizamos a
Barcelona y ahora además, siempre viene pintada y arreglada. No tiene una vida fácil
pero estar ahí, ya es mucho.
Cuando la otra educadora me contó la historia de Marta me dijo: -“no hay nada que
hacer, no tiene interés por nada”- Este “no hay nada que hacer”, por desgracia lo he
escuchado de boca de demasiados profesionales, es como si los profesionales a
veces intentáramos encontrar algo en lo que Marta fallara para así poder confirmar
nuestros prejuicios. Y es con este tipo de actitudes cuando te das cuenta del poco
espacio que concedemos a la relación, de lo poco que miramos con ojos limpios a la
persona que tenemos delante como a una persona singular, diferente, con una vida
propia, unas necesidades, unos intereses, unos deseos, también con dificultades pero

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sobre todo con libertad y dignidad para decidir sobre su vida. Nosotros, los
profesionales, somos un medio y no podemos decidir la vida de nadie.
Qué pocas veces se escucha y qué honesto y sabio sería decir por parte de
profesionales educadoras y educadores, trabajadoras y trabajadores sociales, -mira
con esta chica no puedo, me supera, tiene un carácter que no va conmigo no me
vincularé con ella en la vida y ¿si pruebas a hablar tú con ella?, estaríamos hablando
desde la verdad y nos haríamos mucho bien.
Por qué, ¿qué nos pasa cuando vemos a la otra o al otro limitado, carente, sin
posibilidades, un desastre? que lo victimizamos, lo inutilizamos, dejamos de verlo
como ser humano para asignarle un número: número de caso, número de
expedientes, tipo de diagnóstico y así lo aplastamos ante nuestra imposibilidad de
apertura a lo nuevo y a lo que puede suceder.
En la facultad de Salamanca, donde estudié, hablaban de “la distancia profesional”,
“no implicarse en exceso”, “cuidar los espacios” “la objetividad” ell@s y tú, no mezclar
sentimientos. Le daban importancia a la mente mientras el cuerpo, los sentimientos,
teníamos que dejarlos fuera. Con el tiempo aprendí que a mí este modelo no me
servía, porque mi cuerpo y mi mente van unidos y si me dejo fuera el cuerpo me dejo
fuera la vida y yo sólo sé trabajar desde el amor y desde la implicación personal que
nada tiene que ver con trabajar desde la omnipotencia y la desmesura.
Y, ¿cómo se puede trabajar desde los deseos, cuando te dan unas directrices desde
arriba? Se puede trabajar desde el deseo buscando apoyos, mediaciones, alianzas,
buscar a otra mujer o a otro hombre que comparta tu deseo de crear en relación,
despertando la imaginación y la creatividad y poniéndonos manos a la obra.
Trabajar en equipo no es fácil, más si es un equipo grande como en el que yo trabajo
pero cuando se está abierto a lo que la otra o el otro tienen que decir, sin prejuzgar y
sin utilizar la violencia, cuando no se tiene miedo a abrir los conflictos y a expresar los
desacuerdos que se puedan tener dentro del equipo, cuando existe un intercambio de
verdad entre profesionales, el trabajo interdisciplinar resulta de lo más enriquecedor. Y
si planteáis un proyecto que os guste con cara y ojos lo más seguro es que lo podáis
llevar a cabo, siempre que creáis en ello.
Hasta ahora no se habían planteado dar charlas de sexualidad en los IES de Sant
Adrià de Besós, el pueblo donde yo trabajo. Por la experiencia que tengo veo que es
una necesidad imperiosa que las chicas y chicos adolescentes tengan un espacio para
expresar sus dudas y compartir sus inquietudes sobre temas de afectividad y
sexualidad. Necesidad de un espacio para ellas solas, necesidad de un espacio para
que pudieran hablar chicos solos y después poner sus inquietudes en común chicos y
chicas. Sabía que el CIOD, Centre d’Informació i Orientació a la Dona ofrecía estos
talleres y buscaba profesionales de fuera para realizarlos en todos los IES de Sant
Adrià. Pensé que sería una idea extraordinaria poderlos realizar nosotros como
educadoras y educadores porque además nos daría una entrada estupenda para
conectar con gran parte de la juventud de Sant Adrià. Lo hablamos y preparamos entre
educas, lo comentamos con el equipo y al CIOD le pareció estupendo y a nuestra
coordinadora también.
Todo esta parte chula que os he contado sobre “La práctica de la relación educativa”
tiene otra parte más gris que aparece cuando las cosas no salen como una se espera.
A veces se viven situaciones de verdadero dolor y sufro y me siento triste,
desilusionada, insatisfecha.
Pero ahora puedo aceptarlo como una parte de la vida más y sólo si soy capaz de
reconocerlo y aceptar que esto de vez en cuando me pasa, porque estoy viva, la
desesperanza, no lo invade todo y me permite continuar por el camino que me gusta.

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Y ya para terminar, deciros que las relaciones que establezco con estas chicas son las
que me sostienen, por las que cada día me levanto feliz para ir a trabajar. Son
relaciones de autoridad que nos permiten a ellas y a mi relacionarnos con libertad.
Ellas con su alegría me enseñan otra forma de estar en el mundo y yo estoy ahí, como
dice Milagros Rivera1 “por el gusto de estar en relación”, más allá de que encuentren
o no trabajo, se casen o no, continúen estudiando o en casa cuidando de su gente.
Estas relaciones son las que me salvan de la miseria, del paternalismo, de lo
asistencial, de la caridad y del poder que aplasta.
Comencé a trabajar pensando cambiar el mundo, hacer la revolución. Hoy veo que
con mi hacer cotidiano, con mis pequeños pasos y sobre todo con los pasos de ellas,
nuestros pasos se convierten en ALGO GRANDE.
Me gustaría terminar con un párrafo de un libro que a mi me maravilló El perfume de la
maestra2, dice así Luigina Gortari cuando habla del saber del cuidado…”no es verdad
que dejarse tocar por el otro, ser copartícipe de su sentir, cree desorden e impida una
acción eficaz; al contrario, es una condición necesaria de aquel “pensar del alma” que
introduce un principio de orden diverso, el orden de una razón encarnada y sensible,
que construye saber, no trabajando según conceptos y procedimientos predefinidos,
sino a partir de la interpretación de la mirada del otro, de sus gestos, de su modo de
entrar en relación o de sustraerse a ella”.

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