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EL PODER DEL PERRO

Purgatorio perpetuo

El desierto

El secreto

La incertidumbre

El desespero

El abandono

Libra mi alma de la espada, protégela del poder del perro. Sálvame de la boca del león y de los
cuernos del búfalo.

La nueva película de jane Campion esta repleta de misterio, del mismo misterioso mensaje del
salmo 22 que se alimenta su título. El poder perro, es un llamado desesperado de seres solitarios
que viven en medio de la nada, repletos de ilusiones, de recuerdos, de nostalgias y de deseos que
vagabundean entre lo correcto y el pecado.

No es de extrañarse que, a pesar de no tener un argumento explicito, deje una huella profunda en
aquellos que se atreven a mirarla, a contemplarla y a sentirse reflejados en alguno de los
personajes de su metraje.

La película está llena de silencios, de incertidumbres, de pesares ocultos, de valentía expuesta


sobre la arena seca. Como buena obra de arte, su creadora no nos explica lo que esta pasando. No
tiene por que hacerlo, es su sentimiento, el reflejo de sus pensamientos, de sus propias
conclusiones que disfrazadas de claras pueden llegar a ser muy oscuras. Como buena obra de arte,
es el espectador quien decide lo que está pasando. Ella, su directora, solo nos ofrece el lienzo y los
colores para que nosotros cubramos con nuestros propios matices la realidad que queremos ver.
Que sintamos el temor, el desespero, la melancolía o la tranquilidad de un paisaje que mas que
desértico, parece apocalíptico.

Un escenario que mas que real parece el purgatorio, en donde nada pasa frente a los ojos, en
donde el tiempo no corre, en donde solo las meditaciones de cada personaje desarrollan sus
propias tragedias. Nadie obliga a nada, todo es voluntario, sin embargo, todos saben que tiene un
papel fundamental en la existencia en la escena, en la propia vida de los demás.

El poder del perro, lejos de ser un western convencional del corte de John Wayne o de Sergio
Leone, es un thriller psicológico en donde cada uno de sus personajes carga con su propia cruz, a
la vez que trata de ayudar con el peso de la conciencia de quien tiene a su lado. A veces, esa ayuda
servirá para suavizar la carga, mientras otras veces, servirá para hacerla más pesada y cruel.

Curiosamente, en lugar de parecer un western parece mas un vals preparado del siglo XVIII o un
juego de ajedrez transcendental en donde lo único que importa es sobrevivir a la partida. Vemos a
los personajes luchando contra sus recuerdos, contra sus defectos, contra sus debilidades
mientras aparentan ser los dueños y señores de sus universos. Un juego de apariencias cuyo único
resultado es el silencio cómplice del ambiente y la decepción al despertar de esa ilusión en un
cuarto vacío, apenas decorado con lo indispensable para simular comodidad.

De las intenciones verdaderas de cada personaje no sabemos, tal vez ni siquiera tengan
intenciones. Lo que sabemos es que cada uno vaga entre paredes como espíritus perdidos en
busca de una luz acogedora que los arrope de forma perpetua. De sus oficios, poco sabemos,
sabemos que trabajan, que tienen aspiraciones y que luchan de sol a sol por no perder el objetivo,
aunque tampoco sabemos el objetivo material de tanta lucha. Solo vemos la búsqueda de sus
respuestas, aunque tampoco sabemos a ciencia cierta el motivo de la pregunta.

Almas que vagan rezando entre añoranzas que el sufrimiento se detenga y que el paraíso
prometido detenga tanta vaguedad. Que el sol detenga su marcha y que abrace con su calor el
deseo de sentirse cobijado, que arrope la piel que parece huérfana.

Como buen purgatorio, no existe la sonrisa indiscreta de un niño ni la infantil felicidad que
sostenga una existencia plana, en cambio, sí existe la reverencia plena hacia la vejez, hacia el
inevitable destino de cualquier creyente.

La lucha solo se detendrá cuando el deseo deje de existir, cuando se satisfaga la necesidad de
llenar ese vacío y cuando la cuerda que se tiempla y se entrelaza con paciencia y voluntad, esté
terminada. Cuando se le hayan dado las mil vueltas esa cuerda, cuando se le hayan dado las mil
vueltas a cada circulo condenatorio, cuando ya se haya pagado la condena. Ahora sí, se podrá
morir en paz.

Una película fantástica, que es tan sutil, que ni siquiera uno se da cuenta de lo que está viendo.
Queda uno maravillado por sus espacios, por sus momentos, por su misterioso proceder y por la
curiosidad de descubrir las verdaderas intenciones de cada uno de los personajes, que se le pasa el
todo absoluto.

Una obra muy bien dirigida, por una de las mejores cineastas de la historia del cine. Jane Campion
demuestra que sabe lo que hace, que tiene el instinto del artista. Que revuelve, confronta, golpea,
hiere y contempla desde su obra las intenciones del mundo. El poder del perro, aunque transcurra
en un escenario pasado (también podía haber ocurrido en el futuro o en el presente, en marte o
en la bolsa de valores), nos refleja como sociedad, una sociedad que vaga entre los muros sin
delatar las verdaderas intenciones. Una sociedad que vive de ilusiones, de evocaciones, de días
enteros esperando un milagro que lo rescate todo. La película es un reflejo de nuestra sociedad
débil, del mundo en donde desapareció la risa y la repetición se convirtió en credo.

Esta película tiene un montón de matices y de texturas mucho mas fuertes que sus películas
anteriores como Humo sagrado del 99, retrato de una dama del 96 y, la calmada, el piano del 93,
con la que ganó un Oscar al mejor guion original, además, de la Palma de oro en Cannes. Todas
ellas películas maravillosas que van mucho más allá de las apariencias explícitas de sus personajes.
Jane Campion le da matices, les da profundidad, les ofrece la posibilidad tanto a sus personajes
como a sus intérpretes que desarrollen un espíritu, que transciendan no solo en la pantalla sino en
la vida de los espectadores.

Aquí el casting es perfecto. Kirsten Dunst que desde hace mucho demuestra que una actriz fuera
de toda etiqueta y que puede con cualquiera, desde el papel más sencillo hasta contra Lars Von
Trier, y siempre triunfa. Jesse Plemons —esposo en la vida real de Kirsten Dunst— aquí como el
antagonista pasivo de la voracidad y la furia. Kodi Smit-McPhee, uno de esos actores
pertenecientes aun nueva generación que promete interpretaciones memorables. Y Benedict
Cumberbatch que pesa a que no tiene pinta de cuatrero, de acento de cuatrero, ni cabello de
cuatrero, si logra llevarnos hasta su espacio y hacernos sentir cada uno de los nudos con los que
enreda su cuerda vital, su tesoro más importante. Todos y cada uno de los personajes deambulan
entre esas preguntas sin respuesta. Dudan de las intenciones del otro y confrontan sus propios
temores sin llegar a resolverlos.

Ninguno es malo, tampoco ninguno es bueno. Solo son seres que caminan por donde les toca
caminar y, nosotros, curiosos consumidores de morbo, estamos allí para presenciar sus destinos
hasta que concluyan en una única verdad.

Como la vida misma. Sálvame de la boca del león. Sálvame de los cuernos de búfalo. Libra mi alma
de la espada y protégeme del poder del perro.

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