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PASTORES DE PUNA: UYWAMICHIQ PUNARUNAKUNA

José Juan Pacheco Ramos


Los primeros pobladores de los Andes crearon una de las seis llamadas civilizaciones madre
(Mesopotamia, Egipto, India, China, México y los Andes), que surgieron sin influencias externas
y que están al origen de todas las demás civilizaciones del mundo. Nuestros ancestros andinos
han hecho infinidad de aportes a otros pueblos en muchos ámbitos de la vida, iniciando la
domesticación de animales hacia los años 6 000 a.C. y la agricultura hacia los años 8 500 a.C.,
domesticando hasta 3000 variedades de papa, maíz, yuca, quina, ají, quinua, kiwicha, cañigua,
zapallo, caihuas, frutas.

Asimismo, supieron domesticar seis formas de animales silvestres, incorporándolos a su vida


cotidiana: “la alpaca, forma doméstica de la vicuña (Lama vicugna) y cruzada con llama; la
llama, forma doméstica del guanaco (Lama guanicoe); el cuy, forma doméstica del poronccoy
(Cavia tschudii); el pato criollo, forma doméstica del pato amazónico (Cairina moschata); y la
cochinilla (Dactilopius costae) asociada al cultivo de la tuna. También es propio de nuestro país
el perro conocido como “chino“ (Canis ingae), llamado allcco en quechua y anokaro en
aimara”. (Hugo Vallenas Málaga: “El aporte de los antiguos pueblos andinos y amazónicos a la
civilización mundial”, https://visionhistoricadelperu.files.wordpress.com).

Hace ya 53 años que el antropólogo cusqueño Jorge Flores Ochoa llamó la atención sobre los
pastores de la puna en su libro “Los pastores de Paratía (1968), reforzado en 1977 con la
publicación de “Pastores de puna: Uywamichiq punarunakuna” en las que resaltaba la
importancia de investigar a los pastores de puna como fuente primigenia de la cultura andina:
“El Perú oficial ignora a los pastores de llamas y alpacas. El Perú oficial sigue creyendo que la
puna es la zona más pobre del Perú, pero lo cierto es que está empobrecida por un sistema
económico y educativo que no la entiende” (La República, 30/8/2020). La destrucción del
Tawantinsuyo y del mundo andino por la barbarie de los invasores españoles se manifestó
también en este ámbito con la penetración de la ganadería bovina y ovina, en detrimento de
nuestros auquénidos, empujados paulatinamente a las inhóspitas alturas de las punas.

El Perú virreinal y republicano ignoró siempre la estrecha relación existente entre los
pastores de puna con el Tawantinsuyo: “Enqa es el espíritu benefactor de los pastores, trae
felicidad, bienestar, protección. De allí viene el término ‘inca’ y rebaños de hasta 40.000 llamas
posibilitaron la expansión territorial del Tawantinsuyo”, explicó Flores años después en su
ensayo “Enqa, Enqayllchu, Illa y Khuya Rumi/ Aspectos Mágicos Religiosos entre Pastores”.
Antiguas ceremonias altoandinas como el Qoyllurit´i, una de las peregrinaciones más antiguas
de América, declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad y, de lejos, la más espectacular
por su escenario sobre los 4800 msnm, está íntimamente vinculada con los pastores de puna y
el sagrado apu nevado.

El pastoreo de alpacas y llamas en la puna alta es una de las estrategias desarrolladas por el
hombre andino para relacionarse con la naturaleza, pero su actividad ha sido más bien
estudiada por biólogos, zootécnicos y veterinarios, dejando de lado el papel fundamental de
los seres humanos que la han dirigido, es decir los pastores. Hay mucha ignorancia sobre la
vida de los pastores de puna como demuestra, por ejemplo, la creencia generalizada de que
sólo las llamas pueden llevar carga y no las alpacas. En realidad, no se ha estudiado ni siquiera
el origen de nuestros camélidos, ya que la arqueología ha evitado hasta ahora las alturas de la
puna, aunque podemos partir de la base de qué existieron en mayor concentración en la
cuenca del lago Titicaca, en donde fueron cazados por los habitantes del altiplano hace unos 9
mil o 10 mil años hasta que se inició su domesticación. Es entonces que los antiguos
pobladores pasaron de la caza al pastoreo intensivo, lo que conllevó el desarrollo de refinadas
técnicas de irrigación, para contar con los pastizales necesarios a la alimentación de los
rebaños. Estos animales proporcionaban su carne y su lana, mejorándose las especies
domesticadas e intensificándose la selección e hibridación que produjeron las variedades que
conocemos en la actualidad. La expansión política del Tawantinsuyo en los siglos XV y XVI fue
en gran parte posible gracias a los ingentes recursos energéticos proporcionados por las
reservas en carne de los animales y, también, por el transporte asegurado por su control del
altiplano, en donde los gobernantes incas tuvieron la colaboración de lupaqas y qollas, dueños
de inmensos rebaños que aseguraban el transporte permanente de productos entre la sierra,
la yunga costeña y los valles transandinos. Los inmensos rebaños fueron siempre bienes de
reserva para las épocas difíciles como carestías, heladas y otras calamidades. Tras la llegada de
los invasores españoles la actividad ganadera autóctona decreció rápidamente, ya que los
conquistadores obligaban a los pastores a venderles sus llamas y alpacas a menor precio del
que realmente valía y les obligaban a comprar ovejas con sobre precio. Por otro lado, los
ominosos impuestos que se hacía pagar a los propietarios de rebaños, les obligaban cada vez
más a vender sus animales, para tener dinero con qué pagarlos. La introducción de ganado
bovino y ovino en detrimento de los auquénidos autóctonos, es un proceso negativo que
lamentablemente no ha terminado hasta la actualidad, en que se sigue ignorando el papel
económico de los pastores y su existencia como comunidad dedicada al pastoreo y con muy
poca actividad de cultivos, a pesar de que características típicas del pastoreo como la
trashumancia, la ausencia de centros poblados y la organización social a base de vínculos
familiares definen a este grupo humano como una colectividad muy específica dentro de la
población andina.

A nivel de la economía se da la utilización directa de los animales en la alimentación con el


consumo de la carne fresca o en forma de charqui; seguida por la utilización de la fibra para
confeccionar vestidos, aperos, costales, telas, ponchos, sogas; luego está la utilización de los
excrementos como el único combustible en la puna y, por último, el papel fundamental, sobre
todo de las llamas, como animales de carga.

Hay que recordar que la fibra de alpaca se exporta a Europa desde inicios del siglo XX,
poniendo a los productores en contacto directo con el sistema monetario y el dinero, pero
también sometiéndolo a los vaivenes de la oferta y la demanda en los mercados
internacionales, que los han reducido a la condición de meros productores de materia prima
que reciben en la actualidad la mísera cantidad de 9 soles por libra de fibra de alpaca, al granel
y sin clasificar, como denuncia el veterinario sanmarquino Rodolfo Olivera en su página de
Facebook, quien nos ha cedido gentilmente las fotos que ilustran este artículo. Si bien es cierto
que del total de algo más de 4 millones de alpacas, unos 3 millones 600 mil cabezas viven en el
Perú, y que en ningún otro lugar del mundo se dan las condiciones ecológicas necesarias para
su crianza intensiva ni existen los recursos humanos que conozcan las técnicas de su crianza,
no debemos olvidar que países como Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda y Canadá están
abocados desde los años 80 a desarrollar su propia ganadería alpaquera, según datos del
Ministerio de Desarrollo Agrario y Rigo (2015) y con un total de casi 62 mil cabezas ya se han
convertido en productores y exportadores de prendas de vestir basadas en la fina fibra de
nuestros camélidos.

Por eso es imprescindible promover y proteger la ganadería tradicional ya que las llamas y
alpacas no necesitan aclimatarse al clima de la puna, como sí es el caso de bovinos y ovinos,
que fueron importados desde los años 70 haciendo inversiones absurdas ya que estos
animales, especies ecológicamente intrusas en el altiplano, no lograban aclimatarse y perdían
sus cualidades en producción de lana y carne, además de necesitar pastos importados al no
poder consumir los pastos de puna, encareciendo su mantenimiento. Sólo un cambio radical
en este aspecto y un retorno a la ganadería ancestral de estas zonas permitirá la incorporación
de los territorios por encima de los 4000 msnm. a la actividad económica del país y, con una
legislación apropiada a través de una Constitución verdaderamente nueva, al mejoramiento de
las condiciones paupérrimas de vida que sufren nuestros hermanos campesinos actualmente.

Autor: José Juan Pacheco Ramos

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