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Basado en: Carr, R. (2017), Historia de España, Península; Fusi Aizpurúa, J. P. (2012), Historia mínima
de España, Turner; Nuñez Seixas, X. M. (2018), Historia mundial de España, Destino; Tuñón de Lara, M.,
Valdeón Baruque, J., Domínguez Ortiz, A., Serrano, S. (1999), Historia de España, Ámbito.
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llegó a amenazar Roma misma. Roma respondió con el envío de tropas a Ampurias (218
a. de C.), una operación contra las bases peninsulares del poder cartaginés (cuya
liquidación llevó a los ejercitos romanos varios años, hasta el 205 a. de C.).
Esto es lo que importa: sin Roma no habría habido España. La presencia romana en
Hispania, un territorio que los romanos conocían mal y sobre el que en principio no tenían
proyecto alguno, surgió, pues, como una mera intervención militar. Derivó enseguida en
conquista (197-19 a. de C.), y esta, en la romanización de la Península, en la plena
integración de España en el sistema romano, hasta el fin de este ya en el siglo V de la era
cristiana.
La conquista, que incluyó las Baleares, respondió básicamente a tres tipos de razones:
1) estratégicas: controlar y estabilizar la Península, y por tanto, el extremo occidental del
Mediterráneo; 2) económicas: explotación de los recursos mineros de Hispania (plata,
oro, cobre, piritas, plomo) e incorporación de la economía agrícola hispana –cereales,
aceite, vino…– a la economía romana; 3) políticas: extensión a Hispania de las guerras
civiles romanas, carrera militar en Hispania como factor de prestigio en la propia Roma.
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onomástica nuevas, idea de ciudadanía, nuevo orden social, cultura romana, nuevos
sistemas religiosos (incluido, ya en el siglo III de nuestra era, el cristianismo).
La conquista se solapó además con las guerras civiles romanas. Primero con la guerra
de Sertorio (83-73 a. de C.), el general y político romano que, enfrentado a Sila, construyó
en Hispania, tras atraerse el apoyo de distintos pueblos hispanos, la base militar y
territorial de un posible camino independiente de Roma (y que venció a las legiones
romanas en numerosas ocasiones, hasta su asesinato en Osca, Huesca, y la posterior
derrota de sus tropas por Pompeyo); y enseguida, con la guerra civil entre Pompeyo y
Julio César (49-44 a. de C.), que César extendió a Hispania a la vista de los importantes
apoyos militares que Pompeyo tenía en la Península, y que concluyó con la victoria de
César sobre los pompeyanos en Munda, cerca de Córdoba, en el año 44 a. de C. La
conquista concluyó, finalmente, con la pacificación del noroeste peninsular por el ya
emperador Augusto (26-16 a. de C.), tras una guerra complicada y dura por la belicosidad
de los cántabros.
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Imágenes. Provincias de la Península bajo la dominación romana
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–dos en el 197 a. de C. (Hispania Citerior al norte e Hispania Ulterior al sur),
(197 a. de C.)
(15 a. de C.)
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–y seis en el año 288 de nuestra era, tras la reforma del imperio por Diocleciano:
Tarraconense, Cartaginense, Gallecia, Lusitania, Bética y Mauritania Tingitana (norte de
África), incluidas en la diócesis Hispaniarum (nueva división imperial regida por un
vicario y dependiente de la prefectura de las Galias).
(288 d. C.)
Por otro lado, Roma implantó un complejo sistema de administración local sobre la
base de colonias y municipios romanos –con plenos derechos de ciudadanía romana–,
municipios de derecho “latino” (escalón previo a la ciudadanía romana), civitates o
ciudades indígenas sin derechos especiales (pero o federadas o libres o estipendiarias de
Roma) y, por último, poblados o pueblos (populi) y vicus o pagus, esto es, aldeas, todos
ellos regulados por las leyes, el derecho y las ordenanzas municipales romanas, y regidos
también por magistrados y cargos propios.
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La amplia red viaria de calzadas construida (Vía Augusta, Vía de la Plata…) y las
obras de infraestructura complementarias (puentes, como los de Córdoba y Alcántara,
puertos) vertebraron la Península;
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Roma creó una sociedad nueva en la Península. La incorporación al sistema económico
romano –explotación de recursos naturales, exacciones fiscales, moneda romana– reguló
y potenció la economía peninsular que, al margen de las economías locales y aisladas se
subsistencias, pareció incluso configurarse como un modelo –obviamente, no
planificado– de economía regional especializada. Con tres pilares básicos: explotación
masiva de las minas (cobre de Riotinto, en Huelva; oro en el norte y noroeste, como en
Las Médulas, León; plata y plomo en los enclaves mineros de Jaén, Almería y Cartagena);
amplia producción agropecuaria (cereal y sobre todo trigo, aceite, vino, productos
hortofrutícolas, cría de caballos, lana, esparto, salazón como el garum o caballa de
Cartagena…) sobre el sistema de villae trabajadas por colonos y siervos; exportaciones
de aceite y también de vino a Roma y otros puntos del imperio mediante comercio
marítimo (Hispania importaba productos manufacturados, tejidos, productos de
alimentación, metales, cerámica, mármoles, etcétera).
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y del orden encuestre romanos) y las elites urbanas y familias poderosas que detentaban
las magistraturas y la burocracia de las ciudades peninsulares; por otro, la plebe (urbana
y rústica), los peregrini o extranjeros, los libertos y los esclavos. A nivel jurídico:
ciudadanos y no ciudadanos –pero todos ellos hombres libres– y, frente a ellos, los
esclavos o siervos (públicos o privados, que trabajaban en el servicio doméstico o en la
minería y la agricultura, o como gladiadores o en oficios diversos) y los libertos, esclavos
manumitidos (que podían llegar a tener buena posición económica, pero que solo
excepcionalmente alcanzaban la ciudadanía y, por tanto, los cargos públicos). Los
romanos no impusieron sus cultos (Diana, Júpiter, Juno, Minerva, Hércules, Ceres, Marte,
y a partir de Augusto, el culto al emperador) a la Península: sencillamente estos se
extendieron por ella, y coexistieron con los cultos prerromanos autóctonos de carácter por
lo general local, y con los cultos orientales que en su día habían introducido los fenicios,
cartagineses y griegos (Astarté, Melqart, Esculapio…).
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éxito, desprendimiento personal…) y a vivir en conformidad con la realidad y la
naturaleza, un pensamiento que revelaba ya las preocupaciones morales que empezaban
(siglo I de nuestra era) a agitarse en la conciencia del mundo romano. Lucano (39-65)
escribió La Farsalia, un gran poema épico sobre Pompeyo. Pomponio Mela y Columela
(De re rustica, doce volúmenes), nacidos en la Bética, fueron geógrafos. Marcial (40-103
de nuestra era), nacido en la Tarraconense, en Bilbilis (Calatayud) y autor de los
Epigramas, fue sobre todo un escritor satírico, y Quintiliano, su contemporáneo, nacido
en Calagurris (Calahorra), un retórico, un pedagogo, cuyas ideas ensalzaban las viejas
virtudes morales romanas.
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Entre los siglos I y V, por tanto, la historia de Hispania fue parte de la historia de
Roma. Aunque la realidad de los pueblos prerromanos no desapareciera totalmente –el
caso de la lengua vasca, por ejemplo–, la romanización dio a la Península su primera
identidad en la historia: una identidad estrictamente romana, ni siquiera hispano-romana.
Terminada la conquista en el año 19 a. de C., Hispania no planteó problemas especiales
al imperio. Hispania fue así una parte del universo romano occidental. Hispania fue así
una parte del universo romano occidental. Los hechos de Roma repercutieron en
Hispania, y no al revés.
Aun comparativamente estable, Hispania se vio arrastrada por la crisis final del
imperio romano, un proceso largo que se inició con la anarquía militar de los años 235-
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270 y con el propio ascenso del cristianismo a partir del siglo III –un serio desafío al culto
imperial romano–, y que en los siglos IV y V escaló hasta una verdadera desestructuración
del sistema que llevó a la desaparición institucional del imperio romano de occidente en
el año 476 entre problemas ya incontrolables: desintegración administrativa,
deslegitimación del poder (autoritarismo imperial, usurpaciones, continuas crisis
sucesorias, permanente intervencionismo militar, eclipse de las viejas instituciones
romanas), tensiones fronterizas y presión de los pueblos germánicos, guerras y revueltas
sociales, crisis económica y social, decadencia de la vida urbana, ruralización.
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3. 2. LA ROMANIZACIÓN. EL CONCEPTO DE ROMANIZACIÓN3
–La cultura romana tuvo un carácter eminentemente práctico y por ello fueron
grandes ingenieros y grandes constructores de obras públicas.
–La dominación de Roma dejó en Hispania una tupida red urbana (Tarraco, Caesar
Augusta Emerita, Toletum…) ligada por un complejo sistema de calzadas y otras
infraestructuras públicas.
3
Basado en: Baldinger, K. (1971): La formación de los dominios lingüísticos en la Península Ibérica,
Gredos; Cano Aguilar, R. (1988): El español a través de los tiempos, Arco/Libros; Cano Aguilar, R.
(coord.) (2004): Historia de la lengua española, Ariel; Coseriu, E. (1977): “El problema de la influencia
griega sobre el latín vulgar”, en Estudios de Lingüística Románica, Gredos, 264-280; Díaz y Díaz, M.
(1974): Antología del latín vulgar, Gredos; Echenique, M.ª T. y Sánchez J.(2005): Las lenguas de un reino.
Historia Lingüística Hispánica, Gredos; Fernández Jaén, J. (2006): “La romanización de la Península
Ibérica. El latín vulgar. Particularidades del latín hispánico”. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, en
línea: <https://bit.ly/2JOcESO>; Lapesa, R. (1999): Historia de la lengua española, Gredos (10.ª reimp.
De la 9.ª ed. corr. y aum. 1981; 1.ª ed. 1942); Medina López, J. (1999): Historia de la lengua española I.
Español medieval, Arco/Libros; Posner, R. (1996): Las lenguas romances, Madrid, Cátedra; Väänänen, V.
(1971): Introducción al latín vulgar, Gredos; Wright, R. (1982): Latín tardío y romance temprano en
España y la Francia Carolingia, Gredos.
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excepciones en el norte peninsular, con exclusividad; se mantuvieron variantes dialectales
—al igual que costumbres y tradiciones culturales—, pero no alteraron la unidad
alcanzada. Destaca la capacidad romana de adoptar creencias y costumbres de los pueblos
conquistados, asumiéndolas como propias e integrándolas en un todo común. Los factores
que hicieron posible este proceso fueron los siguientes:
II. La fundación de las colonias y el régimen municipal: cada colonia era un centro
de romanización, ya que estaba integrada por ciudadanos romanos que se
organizaban y vivían como si estuvieran en la propia Roma y por indígenas que
estaban en contacto con ellos, por lo cual el pensamiento y la civilización eran
asimilados por los nativos.
IV. La lengua latina logró imponerse a las demás lenguas (excepto al vasco) por
medio de los funcionarios, del ejercito, de la enseñanza y del culto religioso, y,
sobre todo, a través de las relaciones comerciales, ya que era la lengua universal
en los países del Mediterráneo.
Como ya ha sido señalado, a finales del siglo III a.C., Roma y Cartago luchan por
hacerse con el control militar y económico de la mitad occidental del Mediterráneo
(Córcega, Cerdeña, sur de Francia y este de España). En estas guerras Hispania es un
simple campo de batalla de intereses expansionistas ajenos.
Dentro de este proceso de formación de lo que después será el Imperio Romano, Cneo
Cornelio Escipión desembarca con sus ejércitos en la costa de Tarragona el año 218 a.C.
y con él y tras él, además de los soldados y jefes militares, llegarán agricultores, artesanos,
artistas, burócratas, jueces, ricos jubilados, etc. Todos ellos usan una misma lengua: el
latín.
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Inicialmente, este desembarco romano debería haber sido pasajero. Se trataba de
ayudar militarmente a los pueblos indígenas de la costa de Levante enfrentados con los
cartagineses. No obstante, una vez expulsados los cartagineses de las costas españolas,
los ejércitos romanos no volvieron a Roma sino que continuaron avanzando hacia el
interior por el sur, centro y norte.
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determinante las clases dominantes indígenas, la aristocracia local, que obtienen favores
y privilegios de los conquistadores a cambio de la reeducación del pueblo, pero allí donde
la aristocracia como estrato social no era fuerte –centro y norte– tampoco pudo ser fuerte
la romanización.
Recibe el nombre de romanización el proceso a través del cual el Imperio Romano fue
conquistando, sometiendo e integrando a su sistema político, lingüístico y social a todos
los pueblos y territorios que fue encontrando a su paso. El fenómeno de la romanización
es de una importancia histórica absolutamente fundamental puesto que gracias a él un
amplio territorio de la antigua Europa pudo compartir una misma base social, cultural,
administrativa y lingüística.
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la romanización y la latinización fueron totales, la provincia Bética se convirtió
rápidamente en una provincia romana latinoparlante; en cambio, las regiones montañosas
del norte –País Vasco y Cantabria– tuvieron un contacto mucho menor con el pueblo
invasor y, por lo tanto, no asimilaron tan profundamente la nueva cultura y la nueva
lengua.
Este primer germen de diferenciación en el latín hispano (aparte de los sustratos, que
en estas dos provincias no parecen haber actuado) se propagó al resto de la Península a
medida que se producía su conquista: el latín de la Bética ascendería por el Oeste y
llegaría hasta las zonas galaicas, astures, incluso cántabras; de esta forma, el
conservadurismo de los dialectos románicos nacidos en estas zonas heredaría el carácter
conservador del latín bético. Por el contrario, el latín popular de la Tarraconense se
difundiría por el Centro, hasta chocar con la corriente anterior en la zona donde,
precisamente, al cabo de los siglos brotaría el romance castellano, que, por tanto, tomaría
elementos de ambas4.
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Esta tesis, desarrollada por Harri Neier, aceptada por Menéndez Pidal y la mayoría de los hispanistas,
presenta, sin embargo, algunos inconvenientes. Aparte de fiar en exceso los caracteres de los dialectos
románicos a la situación latina (y prelatina), no parece que algunas de esas características, de las utilizadas
como apoyo para esta imagen de la latinización hispánica, encajen adecuadamente en ella. Uno de los
rasgos diferenciales señalados era el carácter dialectal del latín importado a la Tarraconense, con
evoluciones que luego pasarían al catalán, aragonés o castellano, pero no al portugués o a los dialectos
occidentales.
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Por lo que respecta a la latinización (adopción del latín como lengua por parte de los
pueblos colonizados en detrimento de sus lenguas autóctonas), hay que decir que no fue
un proceso agresivo ni forzado: bastó el peso de las circunstancias. Los habitantes
colonizados vieron rápidamente las ventajas de hablar la misma lengua que los invasores
puesto que de ese modo podían tener un acceso más eficaz a las nuevas leyes y estructuras
culturales impuestas por la metrópoli. Además, los nuevos habitantes del Imperio sentían
de forma casi unánime que la lengua latina era más rica y elevada que sus lenguas
vernáculas, por lo que la situación de bilingüismo inicial acabó convirtiéndose en una
diglosia que terminó por eliminar las lenguas prerromanas. Por tanto, fueron los hablantes
mismos, sin recibir coacciones por parte de los colonos, quienes decidieron sustituir sus
lenguas maternas por el latín. No obstante, hubo en Hispania una excepción a este
respecto, ya que los hablantes de la lengua vasca nunca dejaron de utilizarla, lo que
permitió que sobreviviera, fenómeno de lealtad lingüística que se dio en varias partes del
Imperio, como en Grecia, que nunca perdió el griego pese a su fuerte romanización.
Recordemos también que en la zona andaluza, la Bética, habían habitado los tartesios,
los fenicios, los griegos y los cartagineses. Es decir, estaba acostumbrada a
organizaciones y sistematizaciones, ya fueren éstas militares, políticas, comerciales o
lingüísticas; por eso, la adquisición de una nueva cultura y su lengua no presentaría para
ellos gran dificultad.
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3.3. EL LATÍN DE HISPANIA
La presencia romana en Hispania data del 218 a. C., cuando fue grabado en Tarraco
el documento latino más antiguo de la Península Ibérica, y la fragmentación del latín
medieval en diversos idiomas romances, según todos los indicios, debe fecharse con
posterioridad a la conquista musulmana (711 d. C.).
Los rasgos típicos del latín de Hispania vendría a resumirlos Mariner: “presencia de
arcaísmos, tendencia al conservadurismo, coincidencias básicas dentro de la Romania
occidental, y ello pese a la variedad manifiesta entre los resultados de dicho latín”. Como
la documentación antigua controlable, sean inscripciones o textos literarios, no confirma
la existencia de un latín diferenciado en Hispania, sino que, por el contrario, refleja una
lengua sustancialmente idéntica a la atestiguada en Italia y otros lugares del occidente
romano, y con pautas evolutivas semejantes, la existencia de un latín característico de
Hispania cabría deducirla del latín hablado, del que no se conservan testimonios,
observando las coincidencias que ofrecen los romances peninsulares entre sí y de sus
divergencias con los restantes idiomas de la Romania, a través de un planteamiento
metodológico similar al empleado por los lingüistas para reconstruir la primigenia lengua
indoeuropea5. La cuestión consiste, por un lado, en precisar cuánto diferían las
modalidades coloquiales del latín cultivado −y todo induce a pensar que la distancia no
era grande−, y, por otro, en situarlo en el tiempo. Por último, cabría descubrir si existía
un latín no sólo peculiar de Hispania, sino además diferenciado regionalmente en
variantes que prefiguraran las lenguas romances antes del final del reino visigodo.
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El lenguaje epigráfico se ajusta básicamente a los parámetros del latín literario. En el mundo romano,
incluso en los momentos de máxima alfabetización, es poco probable que fueran más del 20% los que
supieran leer y escribir, si bien la familiaridad con la escritura estaba muy difundida: debía de haber un
elevado porcentaje de semiletrados y muchos iletrados que poseían documentos escritos o se hacían colocar
un epitafio sobre su tumba y que, al menos en las ciudades de las primeras centurias de nuestra era, vivían
inmersos en un ambiente intensamente alfabetizado. No debe subestimarse, por tanto, la influencia que el
latín culto pudiera ejercer sobre la lengua de la población iletrada. Siendo una sociedad en la que la cultura
oral era predominante, los discursos, los rituales religiosos, las representaciones teatrales y otras muchas
manifestaciones públicas facilitaban la familiarización de la población iletrada con la lengua culta. A esto
hay que añadir los indicios más que consistentes de que la comunicación vertical entre letrados e iletrados
fue fluida hasta el final de la antigüedad, y que hasta el siglo VII no comienza a crecer ese distanciamiento.
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3.3.2. DIVERSIDAD, UNIDAD, FRAGMENTACIÓN
Si centramos la trayectoria del latín entre el 218 a. C. y el 711 d. C., cabría distinguir
cuatro etapas: las dos primeras están marcadas por la diversidad lingüística. En un
primer momento, el idioma de Roma coexistió, en una posición subalterna, con no menos
de siete lenguas, antes de pasar, en un plazo relativamente breve de tiempo, a imponerse
sobre ellas y desempeñar un papel hegemónico. La tercera etapa se define por la unidad.
El latín en este momento es prácticamente la única lengua de Hispania, e Hispania una
parte de la vasta comunidad latino-parlante. La cuarta muestra los primeros síntomas de
diferenciación dentro de este amplio espacio lingüístico, cuya definitiva fragmentación
se produjo, como se ha antedicho, como consecuencia de la irrupción musulmana del 711.
Naturalmente, los fenómenos que acaban de ser descritos se desarrollan con ritmos e
intensidades diferentes según las regiones, y cuentan también con excepciones: las
lenguas vernáculas se extinguieron mucho antes en el sur y en el este de Hispania que en
las regiones occidentales. En resumen, el latín se expandió junto con el imperio de Roma
en un proceso que conocemos como romanización, y mantuvo una unidad substancial
mientras se conservaron los vínculos políticos y culturales que lo vertebraban. Después
se fragmentó, al compás de la disolución del viejo mundo romano, y sólo sobrevivió en
su versión literaria y eclesiástica, reformada en época carolingia, que es el latín medieval.
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no consiguió desplazar como lengua de comunicación general al griego. En Occidente,
en cambio, aunque el griego se usaba como lengua de cultura entre las élites urbanas, y
en el sur de Italia y Sicilia su uso se prolongó hasta la antigüedad tardía, el latín se impuso
de forma mucho más clara, con matices en función del territorio.
3.3.4. PERIODIZACIÓN
Cuando a finales del s. III Roma entra en contacto con ella, Hispania era un mosaico
de culturas, cuyo grado de desarrollo técnico y complejidad social variaba de forma
notable. En esta variedad influían factores geográficos como la peninsularidad, el carácter
abrupto y compartimentado del relieve o la existencia de dos amplias fachadas marítimas
muy contrapuestas, la una orientada hacia el Mediterráneo, cuna y vía de difusión de las
culturas más sofisticadas de la época, y la otra hacia el Atlántico, que desempeñaba un
papel más bien marginal. En consecuencia, la escritura o las formas de vida urbana se
difunden mucho antes en el Sur o en la costa mediterránea (VII a. C.) que en el centro de
la Península (II a. C.) o en las regiones atlánticas (I d. C.). Por esta razón también, la
conquista se prolongó durante doscientos años (218-19 a. C.), cuando en las Galias no
duró ni cien. A estas guerras de conquista hay que sumar dos contiendas civiles que se
desarrollaron durante el siglo I a. C., en parte sobre suelo peninsular, y en las que se
implicaron activamente las comunidades hispanas: la protagonizada por Sertorio en los
años 70 y la disputada por cesarianos y pompeyanos a mediados de los 40. Dadas estas
condiciones bélicas, el grueso de la presencia romana durante este período corresponde
al ejército. Aun así, se implantan novedades de calado: se introduce la moneda, se difunde
el uso de la escritura, se desarrollan la arquitectura y el urbanismo, cambian la dieta y los
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hábitos culinarios, se fortalece el comercio a larga distancia… La economía se transforma
y se dislocan las estructuras sociales.
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El Principado (ss. I-III d. C.): hegemonía del latín
El gobierno de César (49-44 a. C.) y, sobre todo, el largo mandato de Augusto (27-14
a. C.), marcan un punto de inflexión en el proceso que estamos siguiendo: Hispania se
pacifica definitivamente en el 19 a. C., tras las guerras cántabras; decenas de miles de
romanos se asientan en una veintena de colonias; se concede colectivamente la ciudadanía
a más de setenta comunidades indígenas; se acuartelan fuerzas militares en el recién
conquistado noroeste peninsular, y se instaura un nuevo régimen político, el Principado,
con el que cristaliza la “cultura romana imperial”, caracterizada, gracias al patronazgo
imperial (que emplea todos los medios a su alcance para difundir los valores sobre los
que se asienta el nuevo régimen y para reforzar la autoridad del príncipe), por su mayor
homogeneidad y capacidad de penetración. Las provincias pacificadas dejan de ser así un
mero espacio de acción militar y aprovechamiento económico para convertirse en
apéndices del territorio cívico romano. Las regiones meridionales y orientales
protagonizan una frenética actividad urbanística por la que se dotan de infraestructuras y
monumentos, produciéndose una “explosión epigráfica”, reforzándose la administración,
difundiéndose la instrucción escolar y floreciendo las letras. Naturalmente, el vehículo
lingüístico de todas estas transformaciones es el latín, lengua materna de muchos
indígenas promocionados a ciudadanos y de soldados acuartelados.
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el latín como lengua culta escrita conviviendo con un uso coloquial-ritual y, por tanto,
ágrafo, de las lenguas vernáculas persistiera a lo largo de todo el siglo II y aun en el III,
pero para entonces el latín era ya la lengua indiscutida de Hispania. Después, sólo
sobrevive el vascónico. El ascenso al trono de los Severos (193-235 d. C.) pone punto
final al Principado, subrayando el creciente peso en el imperio de África y de Oriente, de
los que eran nativos los nuevos emperadores.
Tras la dinastía de los Severos, el imperio se enfrenta a un período convulso del que
solo pudo recuperarse a costa de profundas transformaciones. El cristianismo progresó de
la ilegalidad a la oficialidad primero, y a la exclusividad después. La vida municipal y
urbana se retrae, menos profundamente en oriente, donde se funda una nueva Roma en
Bizancio: Constantinopla. El emperador refuerza su autoridad incrementando el peso
específico de la administración y el ejército a costa del aumento de la presión fiscal: las
diferencias de riqueza tienden a polarizarse, mientras los intercambios a larga distancia y
la producción orientada a la comercialización decrece paulatinamente.
Hispania fue, no obstante, de todas las provincias occidentales, una de las que disfrutó
de mayor estabilidad durante el s. IV. Durante este siglo, la mayor parte de los textos
conservados tienen que ver con el cristianismo (epitafios, actas conciliares e incluso
poemas). La Iglesia usa exclusivamente el latín como lengua litúrgica y pastoral –en
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oriente el griego sí cede ante el copto, el armenio o el georgiano−, probablemente porque,
como hemos visto, los idiomas locales ya no juegan un papel relevante en la
comunicación. Desde comienzos del s. V, la estabilidad disfrutada por Hispania durante
la centuria anterior se quiebra con la penetración de vándalos y de alanos, pronto
diezmados o emigrados, y de los suevos, hasta que a mediados de siglo ascienden los
visigodos, primero como brazo armado de Roma y, después, tras la deposición del último
emperador romano de occidente, en beneficio propio.
Todo cambia con la invasión musulmana a partir del 711, que divide la Península en
dos: al norte, cristiana y románica, y en el resto crecientemente islámica y arabizada. En
la Córdoba del s. IX, algunos eruditos empleaban todavía el latín, pero la mayor parte de
la población hablaba una lengua muy diferenciada. La vigencia del latín como lengua de
comunicación general se agotaba. Cuando los reyes cristianos de Asturias busquen un
referente ideológico del que mostrarse continuadores, éste ya no será Roma, sino su
epígono, el reino visigodo. La Edad Media había comenzado.
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3.3.5. EL LATÍN HABLADO EN HISPANIA HASTA EL S. V
No interesan aquí las formas de expresión del latín literarias, expresadas con
corrección y calidad artística conforme a las normas clásicas, sino orales. El latín alcanza
su mayor y más profunda difusión en el s. III d. C., hasta que en el s. V se ve afectado por
la invasión de los pueblos germánicos. Conviene recordar que es un latín en sentido pleno
e idéntico al del resto de la Romania, ya que la comunicación vertical (la capacidad de
comprender con un mínimo de solvencia por parte de los hablantes menos instruidos
manifestaciones lingüísticas elaboradas) no tendrá lugar antes del s. IX.
Fuentes
En cuanto a los autores literarios de origen hispano, aunque hasta el s. IV casi todos
desarrollaron su obra en Roma, resultan muy significativos como jalones cronológicos y
geográficos de la plena integración de las diferentes regiones hispanas en la latinidad.
Desde el siglo V, casi todos los autores escriben en Hispania y reflejan en sus obras, en
mayor o menor medida, el ambiente cultural que los rodeaba.
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Corpus Inscriptionum Latinarum (citado en bibliografía y recopilaciones de fuentes como CIL) es una
recopilación exhaustiva de inscripciones latinas, y algunas griegas, del mundo romano. Representa la
fuente que proporciona autoridad en la documentación de la epigrafía legada por la Antigüedad clásica. Al
acoger todo tipo de inscripciones, públicas y privadas, arroja luz sobre todos los aspectos de la vida y
la historia de Roma.
El CIL recoge todo tipo de inscripciones latinas de todo el territorio del Imperio romano, ordenándolas
geográfica y sistemáticamente. Los primeros volúmenes recopilaron y publicaron versiones autorizadas de
todas las inscripciones previamente publicadas. El Corpus continúa siendo actualizado con nuevas
ediciones y suplementos.
En 1847 se creó un comité en Berlín para publicar y organizar tal colección, sobre la base del trabajo
de cientos de eruditos de los siglos precedentes. La principal figura del comité fue Theodor Mommsen,
quien escribió varios de los volúmenes correspondientes a Italia, seguido por Emil Hübner, dedicado a la
epigrafía latina de Hispania. Gran parte del trabajo suponía inspecciones personales de lugares y
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su principal característica (estas fuentes empiezan a aparecer ya en el s. III a. C.) es su
pertenencia mayoritaria a grupos temáticos reducidos (funerarias, monumentales,
jurídicas…), y que su latín con frecuencia sea formulario y anquilosado, de léxico
relativamente escaso, y con poca variedad en las estructuras de las oraciones, sobre todo
en las complejas. Su estudio, que ha ser por esta razón cauteloso, es más productivo en el
terreno de la fonética o de la morfología que en el de la sintaxis o en el del léxico.
El latín que llega a Hispania es un latín anterior a la lengua de la época clásica latina,
un latín antiguo, por lo que muchas de las formas utilizadas en Hispania desaparecerán o
caerán en desuso en el latín de la metrópoli, en Roma, en el latín clásico. La temprana
ocupación de amplias zonas peninsulares o su situación geográficamente marginal han
condicionado la historia del desarrollo del latín en Hispania, marcándolo con una serie de
rasgos peculiares.
Se entiende por arcaísmos los que eran considerados tales por los propios romanos,
tomando como referencia la literatura desarrollada entre los siglos I a. y d. C. Se ha de
hacer asimismo una distinción entre los intencionados, empleados con afán efectista, y
los espontáneos, integrados ya en el acervo lingüístico de toda la comunidad. Se ha
aducido para justificar el latín en Hispania principalmente: 1) la circunstancia histórica
monumentos, con el empeño por recuperar lo más posible la información original. En los casos en que una
inscripción previamente citada no se conseguía encontrar, los autores intentaban lograr una versión ajustada
comparando las versiones publicadas por los que hubieran visto el original. El primer volumen apareció en
1853.
Actualmente, el CIL consta de 17 volúmenes, con 70 partes, que recogen aproximadamente 180.000
(ciento ochenta mil) inscripciones. Trece volúmenes suplementarios incluyen índices especiales. El primer
volumen, en dos secciones, cubre las inscripciones más antiguas, hasta el fin de la República Romana; los
volúmenes II al XIV están divididos geográficamente, según la zona donde se encontraron las inscripciones.
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de su temprana y profunda romanización, que provocó la generalización de una lengua
“preclásica”, y 2) su alejamiento físico de Roma, que ralentizó la llegada de las
innovaciones, haciéndola coincidir en ocasiones con las zonas situadas al otro extremo
del imperio, con la actual Rumanía, pero las lenguas más alejadas de Roma no presentan
un mayor número de arcaísmos que las centrales, por lo que la posición geográfica no
parece determinante7. Donde resultan más evidentes es en el léxico.
3) Occidentalidad. Wartbug traza una línea ideal Spezia-Rimini8 en 1971, que separa
el latín de la parte occidental de la Romania de la oriental. Algunos de los rasgos
lingüísticos del latín occidental, en el que quedaría enmarcado el de Hispania, son:
mantenimiento de la /-s/ final, sonorización de las oclusivas sordas intervocálicas,
evolución del grupo /ct/. La sonorización y la evolución del grupo /ct/ estaría vinculado,
7
Este carácter arcaico se ha relacionado con el hecho de que Hispania era una zona alejada, “lateral”, e
incluso “marginal”, del Imperio. Según la “teoría de las ondas”, la intensidad de las ondas producidas por
una palabra nueva al caer sobre el agua-territorio es menor cuanto más alejada del centro esté la onda. Esto
explicaría las numerosas coincidencias, de orden léxico sobre todo, entre los romances hispánicos y el
rumano. Los elementos arcaicos de la península Ibérica guardan cierta semejanza con los del rumano, los
del sur de Italia, y los de las islas del Mediterráneo occidental, mientras el francés y el italiano, más cercanos
al “centro” tienen un carácter más innovador.
8
La línea La Spezia-Rímini (por las localidades de La Spezia y Rímini) o línea Massa-Senigallia (por
las localidades de Massa y Senigallia) es un límite lingüístico que separa las lenguas galoitalianas del norte
y las lenguas italianas centromeridionales. La propia línea está definida por un haz de isoglosas que
diferencian ambos grupos lingüísticos.
28
teóricamente, con un sustrato céltico. Tales rasgos no son suficientes para marcar
diferencias sustanciales.
29
existencia de grandes focos de latinidad en la Península, y el origen hispano de algunos
emperadores romanos. Pero la mayor prueba es que con el tiempo el latín se convirtió en
la única lengua empleada hasta en los escritos más humildes. Y es de ese latín hablado
por todos, el “popular” o “vulgar” (frente a la modalidad literaria más fija), de donde
surgieron las lenguas romances y, entre ellas, el castellano.
3. 4. EL «LATÍN VULGAR»
Con el nombre de latín vulgar se viene denominando esa forma lingüística no literaria,
madre de todas las lenguas románicas. Sin embargo, varios lingüistas actuales consideran
que la rígida dicotomía entre latín clásico y latín vulgar responde a una visión superada
del funcionamiento y el cambio de las lenguas, que no tiene en cuenta la heterogeneidad
y variación existentes en toda comunidad lingüística. En realidad, latín vulgar es un
concepto negativo: indica todo lo que no pertenece a la lengua codificada para uso de la
escritura literaria desde el s. I a.C. De ahí la diversidad de sus sentidos, que pueden
agruparse según las siguientes perspectivas:
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3) Desde el punto de vista diacrónico, como ‘latín vulgar’ se entiende una realidad
coetánea al clásico, diferenciada de él según los parámetros anteriores; o bien el latín
tardío, propio del fin del Imperio: aunque hay divergencias en los autores, suele
considerarse que en el s. III d.C. termina la época “clásica” de1 latín, después de la cual
éste se degrada continuamente, acogiendo vulgarismos, extranjerismos, innovaciones
disgregadoras, etc. Este latín, sin embargo, tendrá también una modalidad más cultivada,
de la que se desarrollará luego el bajo latín o latín medieval. Hay, además, otra dimensión
dentro de esta perspectiva histórica: en el «latín vulgar reaparecen, o continúan,
tendencias evolutivas, formas, etc., que se daban en la época arcaica, “preclásica”, del
latín; de este modo, la lengua vulgar parece suponer una continuidad de desarrollo en la
que el llamado “latín clásico” supondría un cierto paréntesis o una forma aparte.
4) Por último, el ‘latín vulgar’ puede ser también obtenido por reconstrucción a
partir de lo que nos ofrecen las lenguas románicas. La técnica de la reconstrucción,
tanto por comparación entre lenguas afines (la más frecuente) como la interna en una
lengua, fue uno de los grandes logros de la Lingüística histórica del s. XIX. En el caso de
la familia neolatina su actuación es más fácil, ya que se conocen el punto de partida y las
fases intermedias, si bien éstas de forma muy fragmentaria en ocasiones. La necesidad de
reconstrucción es clara cuando encontramos muchas formas romances que no pueden
explicarse a partir de las formas documentadas en cualquiera de las variantes del latín.
Sin embargo, esa lengua reconstruida, abstracta e intemporal, no tiene por qué coincidir
con el supuesto “latín vulgar” hablado por la población del Imperio Romano: muchas
formas “vulgares” documentadas en las fuentes conocidas (inscripciones, textos de
gramáticos, obras técnicas, latín cristiano, etc.) no han tenido ninguna herencia en las
lenguas románicas; la reconstrucción a partir del romance tampoco nos proporciona
sistemas lingüísticos coherentes en un tiempo histórico. Por ello, muchos lingüistas
llaman a ese sistema, construido a partir de elementos diversos en el tiempo y el espacio,
románico común o protorrománico, punto de partida ideal sobre cuyo tipo de existencia
real no hay por qué pronunciarse.
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podría situarse incluso en el s. I (o II) a.C.; otros, por el contrario, han llegado a afirmar
que la unidad lingüística latina llega hasta el s. VIII. Por otra parte, en el problema de la
“unidad” latina hay dos cuestiones: ¿hasta cuándo latín “clásico” y “vulgar” son formas
de una única lengua?; y ¿hasta cuándo los hablantes de latín siguieron compartiendo una
misma forma lingüística, y desde cuándo hay “varias” lenguas románicas? Si bien tales
preguntas se refieren a hechos que no tienen por qué coincidir, es habitual pensar que
ambos procesos de diferenciación son paralelos: incluso, suelen presentarse como las dos
caras de un mismo fenómeno.
Ciertamente, no tenemos “textos” en latín vulgar (ni puede haber tal cosa): sólo
tenemos textos latinos con vulgarismos o innovaciones, fenómeno que se va haciendo
cada vez más usual desde el s. III d.C.; no obstante, la presión de los moldes clásicos no
dejó nunca de actuar, incluso entre los escritores cristianos, que, en un principio, habían
preferido emplear la lengua corriente. Ahora bien, la lengua literaria va siendo cada vez
más diferente de la coloquial (Coseriu señala los siglos III y IV d.C. como punto de
partida). Para ello fue decisiva la ruptura de la unidad cultural del mundo romano, paralela
a la ruptura de su unidad política (primero, con la separación entre el Imperio de
Occidente y el de Oriente (395), y luego con la desaparición de aquél en 476).
Esta ruptura, no sólo incrementó el número y ritmo de los cambios que separaban la
lengua de sus moldes previos, sino que además permitió el desarrollo, cada vez con menor
freno, de los rasgos diferenciales de las distintas zonas del Imperio. Sabemos que el latín
conocía variación dialectal interna, aunque no podamos trazar fronteras claras ni esas
diferencias se perpetúen en las lenguas romances; pero los centros locales de poder y
cultura mantenían una notable unidad: al final del Imperio, sin embargo, empiezan a
surgir otros centros (las futuras capitales medievales: París, León), menos apegados a la
tradición culta latina, y que, por ello, van a dejar campo libre a formas vulgares, rústicas
(a veces, fruto del bilingüismo), a particularismos locales, etc. Frente a ello, la lengua
escrita permanece fijada en un estado que corresponde a una situación ya superada (de
ahí las numerosas “incorrecciones” de los textos e inscripciones, que muestran esa falta
de correspondencia). Parece iniciarse así una clara diglosia latino-románica, que, sin
embargo, aún no es sentida como tal.
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zona: en esta época se hacen mayontaritarios los elementos diferenciales entre el latín
escrito codificado y el habla espontánea, así como entre el habla espontánea de cada
región.
Los cambios, sin embargo, eran tantos y tan profundos en la lengua hablada que la
conciencia de la diversidad hubo de imponerse. Los romanistas sitúan este momento en
el reinado de Carlomagno (768-814), época de revitalización cultural, en la que sus sabios
(en especial Alcuino de York) crearon un nuevo modo de leer, atenido a la literalidad de
lo escrito y distinto ya al habla espontánea (es lo que algunos llaman la “invención del
latín medieval”); hay que tener en cuenta además que los cambios lingüísticos del Norte
de Francia eran mucho más radicales que los de otros lugares. Esa separación se muestra
expresamente en los Cánones del Concilio de Tours (813), donde, frente a esa
pronunciación “latina”, se señala que los sermones han de llevarse a la rustica Romana
lingua (o a la Thiotisca –germánica–, la otra lengua hablada del Imperio carolingio). En
842 el habla espontánea adquiere su propia forma escrita en los Juramentos de
Estrasburgo; y la Secuencia de Eulalia, de ese mismo siglo, muestra que la división era
ya irreversible.
En otras zonas el desarrollo fue más tardío: tanto en Italia como la Península Ibérica
no hubo nada parecido a la reforma carolingia (quizá porque no hubo una decadencia
cultural como la de la Francia merovingia de los siglos Vl- VIII); por otro lado, al ser
menos “avanzadas” en su evolución lingüística, la conciencia de la diversidad no se
presenta hasta, al menos, el s. X (o el XI): en España son las Glosas Emilianenses y las
Silenses la primera muestra en este sentido.
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cultura y la lengua ritual, pero ya no sólo en aquellos países donde ha generado nuevas
lenguas, sino en todos los de la Europa occidental; su actuación sobre las lenguas
“neolatinas” será, en principio idéntica a la de otra lengua (aunque en la realidad su
influencia haya sido muy superior a la de cualquier otra): suministrará préstamos léxicos
(los cultismos), y como lengua de cultura elevada será modelo digno de imitar en muchos
aspectos gramaticales y estilísticos.
En resumen, el latín, al igual que todas las demás lenguas, tenía variedades
lingüísticas relacionadas con factores dialectales (variedades diatópicas), con factores
socioculturales (variedades diastráticas), con factores históricos y evolutivos
(variedades diacrónicas) y con factores relacionados con los distintos registros
expresivos (variedades diafásicas); pues bien, en definitiva, el latín vulgar (también
llamado latín popular, latín familiar, latín cotidiano o latín nuevo) era la variante oral del
latín, es decir, el latín que utilizaban los romanos (fueran cultos, semicultos o analfabetos)
en la calle, con la familia y, en general, en los contextos relajados. Se trata, por tanto, de
un latín que se aleja del latín clásico y normativo debido a la espontaneidad y viveza que
le otorga su naturaleza oral y cotidiana. Esta variante diafásica de la lengua latina es de
vital importancia puesto que es de ella (y no del latín culto de la literatura y los registros
formales) de donde van a proceder las lenguas romances o románicas, y más en concreto
del latín vulgar del período tardío (S. II-VI).
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puede extraer información? Los filólogos que se han ocupado de este asunto han sido
capaces, con el tiempo, de hallar algunos materiales muy valiosos.
Dado que el latín vulgar era oral y evanescente y que sólo se empleaba en contextos
relajados, ¿de dónde podemos obtener información acerca de sus características? Es
evidente que no existe ningún texto escrito en latín vulgar; a lo sumo, tenemos textos en
los que se encuentran algunos vulgarismos dispersos, perdidos entre el estilo lujoso y
cuidado que caracteriza a la literatura latina. No obstante, gracias a los vulgarismos que
se pueden rescatar de algunas obras cultas (incluidos en ellas por razones muy variadas)
y a algunos textos escritos por personas no demasiado cultivadas, la filología ha podido
reunir un conjunto de materiales relativamente amplio. Veamos a continuación cuáles son
las principales fuentes para conocer el latín vulgar.
a) Obras de gramáticos latinos. Son muchos los autores latinos que, en su afán de
purismo, reprenden y denuncian determinadas pronunciaciones incorrectas. El primero
de los autores que censuró estos errores fue Apio Claudio (hacia el 300 a. C.), seguido
por muchos otros, como Virgilio Marón de Tolosa (S. VII) o el historiador lombardo
Pablo Diácono (740-801). Con todo, las correcciones expresivas que señalan estos autores
hay que tomarlas con prudencia, ya que muchas de ellas son arbitrarias e incluso
abiertamente irreales.
La obra más importante de este conjunto es, sin ninguna duda, el llamado Appendix
Probi, llamado así porque se conserva en el mismo manuscrito que un tratado del
gramático Probo. Fue probablemente compilado en África –posiblemente– en el siglo III
(¿o IV?) d.C., no por Probo, sino por algún gramático posterior y cuyo texto fue añadido
al manuscrito de la obra de Probo como “apéndice”. Lo relevante es que gracias a este
texto se ha podido constatar que muchas palabras de las lenguas románicas han
evolucionado a partir de la forma vulgar y no de la normativa.
– “calida non calda, masculus non masclus, tabula non tabla, oculus non
oclus” (caldo, macho, tabla, ojo), lo cual significa que en el s. III el acento
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de intensidad había empezado a minar la estabilidad de la vocales
postónicas (y pretónicas);
– “vinea non vinia, lancea non lancia” nos indica que la vocal e en
contacto con a se estaba transformando en [semi]consonante y [j] que
resultaría en la palatalización de la consonante con la que estaba en
contacto (viña, lanza);
– “auris non oricla” nos dice que se habían reducido los diptongos (au >
o) y que el vulgar prefería los diminutivos (-cl) (oreja);
c) Inscripciones latinas. Las inscripciones son una fuente muy interesante para
conocer variantes poco cuidadas del latín. Conservamos en la actualidad inscripciones
muy variadas, en las que pueden leerse todo tipo de textos: dedicatorias a divinidades,
proclamas públicas, anuncios privados, textos honoríficos, etc. La mayoría de ellas están
grabadas, aunque también las hay pintadas e incluso trazadas a punzón.
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curiosa, sobre todo si el protagonista de la misma pertenece a una baja clase social (como
se ve en las obras de Horacio, Juvenal, Persio o Marcial). Por último, merece una especial
atención El satiricón (60 a. C.) de Petronio, especie de novela picaresca repleta de
charlatanes vulgares y obscenos.
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actitud utilitaria que justificaba emplear un latín desmañado siempre que fuera preciso.
Fue S. Jerónimo quien, aun conservando numerosas expresiones populares, hizo una
versión más pulida y literaria de la Biblia, conocida como la Vulgata. También se pueden
encontrar muchos datos interesantes en la poesía cristiana del S. IV, en los himnos
religiosos de la alta Edad Media (especialmente útiles para conocer detalles acerca de la
pronunciación del latín de la época baja) o en las obras hagiográficas o de vida de santos,
como las que escribió Gregorio de Tours, hombre más piadoso que literato.
Gracias a todas estas fuentes, los filólogos han reunido muchos datos relativos a la
forma del latín hablado en la época imperial. Sin embargo, los datos aislados no permiten
obtener una visión global de cómo era el latín vulgar, por lo que, en última instancia, debe
ser la gramática comparada de las lenguas romances la que revele cómo era ese latín
hablado y cómo evolucionó. Hay que recordar que las lenguas evolucionadas a partir de
la latina asumieron propiedades que ya se encontraban cifradas en las últimas etapas
evolutivas del latín. Por ello, teniendo en cuenta cuáles son los principales rasgos de las
lenguas romances (desde un punto de vista tipológico) y cuáles son las características del
latín vulgar recuperadas gracias a las fuentes antes descritas, se puede reconstruir de un
modo bastante fiable un modelo que explique cómo era el latín que sirvió de base para
que surgieran las lenguas románicas.
Sabemos, por ejemplo, que ferus (en el conocido latín clásico) dio en español y en
italiano “fiero” y en francés “fier”; sabemos también que pedem dio esp. “pie”, fr.
“pied”, it. “piede”. Estos y otros ejemplos no permiten llegar a la conclusión de que la e
breve acentuada se pronunciaba en latín vulgar como un sonido abierto que
posteriormente se diptongaba en ie ya que en la mayor parte de la Romania así ocurre.
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3.4.2. CARACTERÍSTICAS DEL LATÍN VULGAR
c) Las declinaciones. El latín era una lengua causal, con cinco declinaciones, en la que
las funciones sintácticas estaban determinadas por la morfología de cada palabra. Sin
embargo, ya desde el latín arcaico se constata la desestima de este modelo y se advierte
que empieza a ser reemplazado por un sistema de preposiciones. El latín vulgar propició
de forma definitiva este nuevo modelo, y generó nuevas preposiciones, ya que las
existentes hasta ese momento eran insuficientes para cubrir todas las necesidades
gramaticales. Así, se crearon muchas preposiciones nuevas, fusionando muchas veces dos
preposiciones que ya existían previamente, como es el caso de detrás (de + trans), dentro
(de + intro), etc. Además, la pérdida de las desinencias causales provocó importantes
transformaciones en el latín vulgar, simplificando los paradigmas léxicos hasta oponer
únicamente una forma singular a otra forma plural, simplificación que fue adoptada por
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las lenguas romances. De hecho, sólo el francés y el occitano antiguo conservaron una
declinación bicausal con formas distintas para el nominativo y el llamado caso oblicuo,
declinación que desapareció antes del S. XV mediante la supresión de las formas de
nominativo.
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del tipo cantare habeo y dicere habeo, origen de los futuros románicos. Por otra parte,
también va a ser en latín vulgar donde surja un nuevo tiempo que no existía en latín
clásico: el condicional. A partir de formas perifrásticas como cantare habebam se va a ir
formando este nuevo tiempo, que pasará después a todas las lenguas románicas
(cantaría).
i) El léxico. El vocabulario del latín vulgar olvidó muchos términos del latín clásico,
con lo que se borraron diferencias de matiz que la lengua culta expresaba con palabras
distintas. Así, grandis indicaba fundamentalmente tamaño en latín clásico, mientras que
magnus aludía a las cualidades morales; sin embargo, el latín vulgar sólo conservó
grandis, empleándolo para los dos valores. Pero además de todos los reajustes léxicos, el
latín vulgar privilegió mucho el fenómeno de la derivación morfológica, por lo que
empezaron a utilizarse muchos sufijos para expresar todo tipo de valores semánticos,
como por ejemplo valores afectivos gracias a los diminutivos.
Como se puede ver, en los rasgos gramaticales del latín vulgar están presentes ya las
principales señas de identidad de las lenguas románicas; en el S. VI, un latín fuertemente
vulgarizado morirá como lengua (quedando sólo como herramienta culta para la ciencia)
y de él empezarán a surgir variantes que, con el tiempo, se convertirán en las diferentes
lenguas románicas. ¿Cómo se produjo esa fragmentación del latín? ¿Qué es lo que marca
las diferencias entre las distintas lenguas que surgieron de él?
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3.4.3. LA FRAGMENTACIÓN DEL LATÍN Y EL SURGIMIENTO DE LAS LENGUAS ROMANCES
c) El nivel social y cultural de los hablantes. Los factores diastráticos también pudieron
tener su importancia en la evolución del latín y en su fragmentación.
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Sea como fuere, el latín, la poderosa lengua del imperio más grande de la Historia de
la Humanidad terminó por extinguirse definitivamente como lengua viva, dejando como
herencia diversas lenguas hijas que, pasados los siglos, habían de ser tan relevantes para
la ciencia y la cultura universales como lo fue su lengua madre.
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