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HISTORIA DE LA LENGUA ESPAÑOLA I

SEGUNDA LENGUA IV: LENGUA ESPAÑOLA

TEMA 2

2. PREHISTORIA PENINSULAR

2.1. Contexto histórico

2.2. Las lenguas de la Hispania prerromana

2.3. Lenguas no-indoeuropeas: el ibérico, el tartesio y el ligur

2.4. Lenguas no-indoeuropeas: el vasco

2.5. Lenguas indoeuropeas: el celta

2.6. Lenguas de colonización

2.7. El influjo de las lenguas prerromanas

2. PREHISTORIA PENINSULAR (LA FORMACIÓN DE HISPANIA)

2.1. CONTEXTO HISTÓRICO1

La Prehistoria2, según la definición clásica, corresponde al período de la Historia que


antecede a la invención de la escritura (evento que marca el comienzo de los tiempos

1
Basado en: Carr, R. (2017), Historia de España, Península; Fusi Aizpurúa, J. P. (2012), Historia mínima
de España, Turner; Nuñez Seixas, X. M. (2018), Historia mundial de España, Destino; Tuñón de Lara, M.,
Valdeón Baruque, J., Domínguez Ortiz, A., Serrano, S. (1999), Historia de España, Ámbito.
2
Tradicionalmente entendemos por prehistoria al período de tiempo que va desde la aparición de los
primeros homínidos en la Tierra, es decir, las especies humanas antecesoras del Homo sapiens, hasta la
aparición de las primeras sociedades complejas y, sobre todo, a la invención de la escritura, evento que
ocurrió en primer lugar en el Oriente Próximo, alrededor del año 3300 a.C. Sin embargo, desde un punto
de vista académico, el concepto de prehistoria ha sido muy discutido debido a sus imprecisiones: el ser
humano no apareció al mismo tiempo en todos los lugares, ni tampoco descubrió la escritura a la vez, por
lo que sus límites cronológicos son, cuando menos, arbitrarios. En todo caso, puede considerarse
la prehistoria como una categoría de trabajo, para organizar todas aquellas sociedades primitivas cuya
existencia es previa a la Historia Antigua y que carecen de las condiciones mínimas con que
comprendemos la civilización humana, que en líneas generales son:

–Socialización compleja y jerarquizada, con estructuras administrativas y algún tipo de intercambio


económico.
–Capacidad de modificación sustancial de su hábitat para hacerlo más propicio.
históricos registrados), que ocurrió aproximadamente en el año 4000 a. n. e. La
prehistoria es la etapa de la historia de la humanidad donde se inician las relaciones
sociales para satisfacer las necesidades más elementales de supervivencia con actividades
productivas de trabajo colectivo. Es conocida a nivel científico como el primer modo de
producción –“comunidad primitiva”–, que se inicia con la evolución humana hasta la
invención de la escritura y los metales. Según otros autores, la prehistoria terminaría en
algunas regiones del mundo antes, con la aparición de las sociedades complejas que
dieron lugar a los primeros estados y civilizaciones.

La transición para la historia propiamente dicha se da por un período llamado


protohistoria, que es el período de la humanidad en tránsito hacia la historia y está
caracterizado por la aparición de los primeros signos escriturarios. El término
“prehistoria” muestra, por lo tanto, la importancia de la escritura para la civilización
occidental. Dado que no existen documentos de ese tiempo de la evolución humana, su
estudio depende del trabajo de los arqueólogos y antropólogos, como por otros
científicos, que analizan restos humanos y utensilios preservados para determinar lo que
aconteció.

También puede ser contextualizada a un determinado pueblo o nación como el período


de su historia en la que no existían documentos escritos. Así, en Egipto la prehistoria
terminó alrededor del año 3500 a. n. e. Para muchos historiadores el propio término
“prehistoria” es erróneo, porque sin la escritura no hubo posibilidad de registrar ninguna
historia previa.

La división o clasificación de la prehistoria se inicia por el trabajo del arqueólogo y


museólogo danés Christian Thomsen (1788-1865) a mediados del siglo XIX, según la
materia esencial que sirvió para fabricar las herramientas: piedra, cobre, bronce y hierro.
Posteriormente, las edades fueron divididas en épocas y estas a su vez en períodos y en
estadíos o civilizaciones, caracterizadas por tal o cual conjunto de vestigios materiales y

–Aglomeración de la vida humana en ciudades y domesticación de animales.

El fin de la prehistoria y el inicio de la Historia es, así, materia de debate, ya que civilizaciones muy
antiguas, como los incas y mexicas en América, o en África el Gran Zimbabue o el Imperio de Ghana, o
los Jemeres del sudeste asiático, solían ser considerados parte de la prehistoria por no haber conocido la
escritura, pero sus modos de vida eminentemente urbana y sociedades complejas son más característicos
de la Historia antigua.

2
cuyo nombre se deriva, generalmente, del lugar de hallazgo de sus objetos típicos o
representativos.

Para facilitar su estudio, la prehistoria se divide en dos grandes etapas: la Edad de


Piedra y la Edad de los Metales3. Dependiendo de si se le asigna o no la Edad de los
metales (por oposición a la Edad de piedra, a la prehistoria o a la protohistoria, esto
depende de los prehistoriadores), se añade o no: la Edad del Cobre, la Edad del Bronce y
la Edad del Hierro.

Las etapas antes mencionadas son las empleadas generalmente a nivel europeo,
asiático y africano. Sin embargo, las etapas de la prehistoria variaron enormemente en
otras regiones del mundo. Un ejemplo es la prehistoria que vivieron los pueblos nativos
americanos. Estos pueblos no empezaron a usar el hierro hasta que fueron invadidos por
los pueblos procedentes de Europa. La escritura como tal se corresponde con los últimos

3
La prehistoria se comprende en diversos períodos, cuya inexactitud cronológica obliga más bien a
considerar como etapas progresivas en la evolución de las capacidades humanas de manejar los materiales
y producir herramientas. Así, hablamos de dos grandes períodos:

Edad de piedra. Es el período durante el cual el ser humano manejó en su mayoría herramientas hechas
de piedra y madera, o materiales simples. Esta etapa a su vez comprende tres períodos, que son:

Paleolítico. Es el período más largo de la edad de piedra, que se inicia con la creación de las primeras
herramientas de piedra creadas por homínidos. En ella existían, junto a la nuestra, especies de seres
humanos ya extintas, como el Homo habilis o el Homo neardenthalensis, que eran principalmente
cazadores-recolectores. A finales de este período el Homo sapiens se esparció por la Tierra, e inició
la domesticación de los primeros animales.
Mesolítico. Corresponde más o menos con el fin de la última Edad de Hielo, es decir, en ella se
presenció el calentamiento de la tierra hasta más o menos los estándares actuales. La humanidad
seguía siendo esencialmente nómada, aunque hacia finales del período aparecen los primeros
asentamientos, y con ellos, los primeros cementerios.
Neolítico. Durante este período se produce una verdadera revolución tecnológica, a partir de la
invención de la agricultura y la ganadería. El pastoreo, el cultivo y, por ende, el intercambio,
empiezan a surgir en el seno de las comunidades que, mucho después, serán las primeras
poblaciones humanas.

Edad de los metales. Como su nombre indica, se trata de un período en el que el ser humano conquistó el
saber de la metalurgia y el manejo de los metales, construyendo así herramientas más poderosas y versátiles.
Las primeras civilizaciones y culturas humanas corresponden a este período, que se divide en:

Edad de cobre. El cobre fue el primer metal en ser empleado por la humanidad, primero crudo y
luego fundido, dando nacimiento a la metalurgia, para crear herramientas más cortantes y versátiles.
Edad de bronce. El conocimiento del cobre permite su mezcla (aleación) con otros metales y así
nace el bronce, que marcará un hito en la humanidad en la fabricación de armas, escudos, objetos
ornamentales, etc. También el vidrio se descubrirá en este período, lo cual da pie a las primeras
cerámicas ceremoniales, que se usaban sobre todo para recibir las cenizas de los cuerpos cremados.
Edad de hierro. Algunas de las principales civilizaciones antiguas ya habían aparecido para la edad
de hierro, y su dominio de este metal exigió y propició nuevas técnicas y nuevos métodos de manejo
de los materiales, aunque la popularización del hierro no ocurriría hasta ya entrado en años el
Imperio Romano.

3
momentos de los olmecas4, de los cuales no se tiene mucha información precisamente por
este hecho.

La prehistoria ibérica es inseparable de la prehistoria europea. Según los


conocimientos de la primera década del siglo XXI, los restos del llamado Homo antecesor
hallados en Atapuerca, Burgos, en 1997 (780.000 a. de C.) podrían ser en efecto los restos
humanos más antiguos de Europa. Los yacimientos del Paleolítico inferior (700.000 a
200.000 a. de C.), serían ya apreciables y su distribución significativa. Restos del hombre
de Neandertal, que se extendió por Europa, Oriente medio y Asia central entre 100.000 y
35.000 a. de C., se hallaron en varios puntos peninsulares; y yacimientos con aquella
misma datación se encuentran en prácticamente todas las regiones de la península ibérica.
Esos serían, por tanto, los primeros pobladores, las primeras culturas humanas de la
Península.

La Península “entró” en la historia –esto es, apareció en fuentes escritas– hacia el siglo
IX a. de C. La Tarsis del Libro de los Reyes bíblico, fechado en torno a 961-922 a. de C.,
podría ser Tartessos, la ciudad-estado o región ubicada en el bajo Guadalquivir (Huelva,
Sevilla) –que por la arqueología se sabe que existió entre el 900 y el 550 a. de C.–, aludida
también en leyendas y mitos griegos; como los mitos de Gerión, de los trabajos de
Hércules, de Gárgoris y Habis, de la Atlántida, y en relatos y comentarios históricos
(Anacreonte, Herodoto, Estrabón) que hicieron referencia, por ejemplo, a Argantonio, el
longevo rey de Tartessos, y a la abundancia de plata y a la riqueza general del territorio.
Fuentes griegas y romanas, de exactitud sin duda problemática, dieron igualmente noticia
de hechos o tradiciones ya claramente históricos, como la fundación de Gadir (Cádiz) por
los fenicios hacia el 1.100 a. de C. –ochenta años después de la caída de Troya–, o el
establecimiento, trescientos o cuatrocientos años después, de varias colonias griegas
(Rosas, Ampurias) en la costa mediterránea. Los griegos (Polibio, Estrabón…) llamaron
a la Península Iberia y los romanos, desde aproximadamente el año 200 a. de C.,
Hispania, nombres que se usarán en adelante indistintamente.

4
Los olmecas una cultura que se desarrolló durante el periodo Preclásico de Mesoamérica. Aunque se han
encontrado vestigios de su presencia en amplias zonas de Mesoamérica, se considera que el área cultural
olmeca —zona metropolitana— abarca la parte sureste del estado de Veracruz y el oeste de Tabasco. En
ese sentido, es necesario hacer la aclaración de que el etnónimo olmeca les fue impuesto por los
arqueólogos del siglo XX, y no debe ser confundido con el de los olmeca-xicalancas, que fueron un grupo
que floreció en el epiclásico en sitios del centro de México, como Cacaxtla.

4
La Iberia o Hispania prerromana se configuró, en efectto, a lo largo de la Edad del
Bronce final (1.500-800 a. de C.) y de la Edad del Hierro (800-200 a. de C.), un largo
pero continuado proceso de cambios y transformaciones culturales, demográficas,
tecnológicas, socales y económicas –consecuencia bien del desarrollo interno de las
culturas protohistóricas peninsulares, bien de influencias exteriores– de intensidad y
complejidad comparativamente superiores.

El Bronce final supuso movimientos de población indoeuropea hacia la Península,


pleno desarrollo metalúrgico (para vajillas, hoces, armas, instrumentos de trabajo y
artesanía), nuevos rituales funerarios (cremación), creciente peso de la agricultura
cerealista, ganadería progresivamente más diversificada, inicios de vida urbana, nuevas
formas de cerámica, poblados más complejos, viviendas menos simples, y estructuras
espaciales y formas de poder jerarquizadas (acumulación de riquezas, elites guerreras…).
La Edad de Hierro trajo nuevos aumentos de población, las primeras colonizaciones
fenicias y griegas, los celtas, el policultivo mediterráneo (olivo, vid, cereales), la alfarería,
la metalurgia del hierro, las primeras ciudades y castros, el inicio de la escritura y las
primeras monedas.

2.1.1. DE LA PREHISTORIA A LA HISTORIA

La secuencia cronológica de hechos y culturas, con interpretaciones cuestionables y


debatidas, queda establecida del siguiente modo:

–hacia 1.200 a. de C., primeros pueblos indoeuropeos en la Península y cultura de


campos de urnas.

–1.100 a. de C., la supuesta fundación de Gadir (Cádiz) por los fenicios;

–1.300-650 a. de C., cultura talayótica balear, defenida por los los talayot, torres
fortificadas de piedra;

–900-550 a. de C., Tartessos; Desaparecieron

–siglo VIII a. de C., inicio de la Edad del Hierro en la Península;

–800-600 a. de C., migraciones célticas;

–siglos VIII-VI a. de C., asentamientos fenicios;

5
–575 a. de C., fundación de Emporion (Ampurias, Girona), por griegos de Marsella;

–siglos VII-III a. de C., colonización cartaginesa (con fundación de Ebyssus, Ibiza,

en el 654 a. de C.);

–siglos VI-V, plenitud de las sociedades y pueblos prerromanos;

–228 a. de C., fundación de Cartago Nova;

–218 a. de C., desambarco de tropas romanas en Emporion.

Los “campos de urnas” (incineración y enterramiento de cenizas en recipientes),


localizados en Cataluña, el valle del Ebro y el norte del País Valenciano, probaban, de
forma muy característica, la penetración de los pueblos indoeuropeos por el Pirineo
oriental a partir de 1.200-1.000 a. de C., penetración que fue haciéndose sucesivamente
más intensa y que se tradujo en poblados estables y fortificados en cerros o lugares
estratégicos, de casas rectangulares y abundante cultura material (urnas, cerámicas,
armas, broches, utensilios y objetos, ya de hierro desde el siglo VIII), esto es, en los
poblados que con el tiempo entrarían en contacto con las colonizaciones fenicia y griega
y que serían así el sustrato inmediato a ala cultura ibérica.

Tartessos (siglo IX a 550 a. de C.), seguramente una región (no una ciudad) extendida
por zonas de Huelva y Sevilla originada a partir de enclaves del Bronce final, de economía

6
agrícola y ganadera y minería de cobre y plata (situada además en la ruta del estaño),
conoció etapas de desarroollo y prosperidad. Tartessos, así, estableció relaciones
privilegiadas con las colonias fenicias de la Península (como Gadir), razón de su paulatina
transformación en un estado o reino, el “primer” stado ibérico, de base urbana y guerrera
cuya influencia económica y comercial se extendió por todo el sureste penínsular. Solo
el agotamiento de las minas y el auge de cartago, que desplazó el foco de la economía del
sur peninsular hacia Levante, provocaron, ya hacia el siglo VI a. de C., su eclipsamiento
definitivo.

Las colonizaciones mediterráneas, esto es, la colonización fenicia de los siglos VIII a
VI a. de C., la griega de los siglos VII a V y la cartaginesa o púnica de los siglos VII a III
a. de C., todas ellas de carácter o comercial-económico (casos de fenicios y griegos) o
económico-estratégico (la colonizacón cartaginesa), incorporaron el área de la costa
mediterránea y del sur peninsular al mundo fenicio y griego, un mundo orientalizante: los
cartagineses hicieron de la región, ya en el siglo III a. de C., una pieza militar importante
en su pugna con Roma por el control del Mediterráneo.

Hacia los siglos V-IV a. de C., la Península prerromana estaba, así, definitivamente
formada: dos grandes áreas lingüísticas –ibérica y céltica (o indoeuropea)– y varias
subáreas étnico-culturales; etnias, pueblos y comunidades –en total, en torno a tres
millones de habitantes– conocidos por fuentes romanas muy posteriores.

7
El área céltica, resultado de las migraciones lentas y discontinuas a lo largo de los
siglos (a partir del siglo VIII a. de C.) de los celtas, pueblos indo-europeos, incluía:

a) los pueblos del norte penínsular (galaicos, astures, cántabros, várdulos, caristios
y ¿¿vascones??: pequeñas comunidades asentadas en poblados y zonas
montañosas); y

b) los celtíberos, tal vez “celtas de Iberia” , en torno al valle del Ebro y el sistema
ibérico, los vacceos en Castilla-León, vetones (Ávila-Salamanca), carpetanos (La
mancha) y lusitanos (fachada atlántica), todo lo cual integraba una amplia región
en el centro de la Península, no muy poblada (en torno a 300.000 habitantes) y con
economía agrícola y ganadera –por eso, la presencia de esculturas zoomorfas o
“verracos”, como los toros de Guisando en Ávila, del 400 a. de C.–, con abundancia
de castros o poblados fortificados (por ejemplo en el noroeste y en Soria) y algunas
ciudades u oppida tan fortificadas en las áreas celtibéricas (Numancia, por
ejemplo), con aristocracias guerreras y jefaturas militares.

El área ibérica, la región costera mediterránea y suroriental andaluza, con


penetraciones hacia el interior, la región que coexistía con las colonizaciones fenicia,
griega y cartaginesa, incluía a su vez:

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1) pueblos como los laietanos, ilergetes, jacetanos o sedetanos en la zona
septentrional (Cataluña, norte de Aragón);

2) ilercavones, edetanos y contestanos (región valenciana); y

3) oretanos, bástulos, turdetanos y otros, en la zona meridional andaluza (por


iberización de lo que había sido Tartessos).

En total, unos 2,5 millones de habitantes, unas sociedadess, una civilización ibérica –
si se quiere– en proceso de urbanización, con economías basadas en la agricultura, la
minería, la ganadería y el comercio, y estructuras sociales jerarquizadas (con aristocracias
guerreras) y regidas por reguli o reyezuelos locales. Una civilización cuya expresión más
llamativa fueron las esculturas femeninas sedentes o damas (de Elche, Baza, Cerro de los
Santos…), lujosamente ataviadas, fechadas en torno a 40-400 a. de C., que serían
divinidades o sacerdotisas, o simplemente, damas oferentes.

9
2.2. LAS LENGUAS DE LA HISPANIA PRERROMANA5

Como no disponemos de una imagen clara y precisa de la situación lingüística prelatina


en la Península, por haber desaparecido todas las lenguas salvo el vasco, el principal
interés que tienen para nosotros estas lenguas paleohispánicas es su función de posible
sustrato6 de la nueva lengua.

Los romanos invasores (soldados, colonos, comerciantes, magistrados, etc.)


impusieron el latín a todos los hispanos, lo cual se logró tras una larga etapa de
bilingüismo. Latín y lengua prerromana se utilizan paralelamente durante esta etapa lo
suficientemente larga como para que penetraran en el habla latina, triunfante al final,
muchos de esos rasgos prerromanos. El grado de influencia que tuvo el sustrato en la
formación de la nueva lengua dependió de varios factores:

1. La mayor o menor prontitud con que las distintas zonas se integran en el mundo
romano: a mayor prontitud de integración, menor influencia del sustrato.

2. El tipo de latín que se difunde debido al tipo de gentes romanas que se instalan
en cada zona: un habla más vulgarizante o coloquial estará más abierta a influencias
de las lenguas indígenas (el sustrato) que otra de carácter más culto.

3. El nivel social y cultural de las poblaciones romanizadas: la latinización7 fue


mucho más intensa en las provincias que tenían un alto grado de desarrollo cultural,
mientras que sería sólo superficial en las menos desarrolladas (que coincidían, por
cierto, con las más tarde conquistadas, es decir, con las que más tardaron en
integrarse a la cultura romana).

Para facilitar la visualización de la distribución territorial de estas lenguas, dividiremos


la Península en dos grandes zonas más o menos compactas: una no–indoeuropea y otra
indoeuropea8. (Véase mapa 4)

5
Lenguas de la Hispania prerromana: incluimos en este grupo tanto las lenguas paleohispánicas, lenguas
más o menos autóctonas habladas en la Península a la llegada de los romanos, y las lenguas prerromanas,
término que incluye las anteriores y las lenguas de los colonizadores fenicios y griegos.
6
Por sustrato se entiende la lengua hablada en un territorio sobre la cual se implanta otra lengua que provoca
la desaparición de la primera. Ésta suele legar algunos rasgos a la nueva lengua. Lo más importante de este
legado suele ser el léxico y tal vez algunos hábitos articulatorios. Recuérdese cómo algunas características
fonéticas del vasco pasan al latín de Castilla, al castellano.
7
Latinización: difusión y adopción del latín y la cultura latina.
8
Lenguas indoeuropeas: con este nombre se conoce a la mayor familia de lenguas del mundo que incluye
la práctica totalidad de las lenguas europeas y las del Asia occidental. Las semejanzas en la estructura
gramatical y en el léxico han hecho pensar que proceden de una lengua común. Esta posible lengua “madre
“ empezó a difundirse por Europa procedente del Asia occidental hacia el año 3000 a.n.e. Esta familia está

10
2.3. LENGUAS NO–INDOEUROPEAS: EL IBÉRICO, EL TARTESIO Y EL LIGUR9

Toda la franja del Sureste, desde Andalucía hasta Cataluña (desde Málaga hasta más
allá de los Pirineos de Lérida), penetrando por el Valle del Ebro, constituía la zona ibérica,
de cultura elevada, como muestran sus abundantes inscripciones y las referencias que de
esta cultura nos hacen los historiadores antiguos.

Aunque a la lengua utilizada en esta franja la llamamos hoy ibérico, no sabemos si era
realmente una sola lengua o si se trataba de varias que compartían algunas características.
Puede ser que el ibérico fuese sólo una lengua vehicular, una lengua franca utilizada por
todos los pueblos sin ser exclusiva de ninguno de ellos. El ibérico disponía de un sistema

formada por las siguientes subfamilias: albanesa, armenia, báltica, céltica, eslava, germánica, griega,
indoirania e itálica (que incluye las lenguas románicas y el latín). Lenguas no–indoeuropeas actualmente
habladas en Europa son: el vasco, el finés, el estonio y el turco.
9
Basado en: Cano Aguilar, R. (1988): El español a través de los tiempos, Madrid, Arco/Libros; Caro Baroja,
J. (1954): “La escritura en la España prerromana”, en Historia de España, I, 3, pp. 677-812; De la Torre,
S. (2012). Aproximación a la historia de la lengua española. Universidad de Jyväskylä, en línea:
https://bit.ly/2TIAOhn; Lapesa, R. (1942), Historia de la lengua española, Gredos, 1988 (9.º ed. marzo de
1981); Martínez, M. J. y Echenique, M. (2000): Diacronía y gramática histórica de la lengua española,
Tirant lo Blanch; Martínez Egido, J. J. “Las lenguas prerromanas en Hispania”, en línea:
<https://bit.ly/2UhN7Wh>; Michelena, L. (1945): “El ibérico -en”, en Actas del I Coloquio, pp. 353-62;
Roldán, J. M. (2005): “Los pueblos prerromanos”, en Liceus; Padilla García, X. Á. “Escrituras y lenguas
en la Hispania prerromana”, en línea: https://bit.ly/2FKeoZh.

11
de escritura de procedencia fenicia. De esta lengua conocemos hoy en día los signos que
utilizaba, pero seguimos ignorando el significado de ellos.

Al sur, aproximadamente en el Bajo Guadalquivir, encontramos el tartesio, lengua de


los tartesios (llamados también túrdulos o turdetanos), que no se cree que fuera de tipo
ibérico, pero tampoco indoeuropeo. De los tartesios sabemos que eran un pueblo rico y
bien organizado que hizo que fuesen objetivo de conquista interesante para las potencias
militares y económicas de la época: fenicios y griegos. Algunos investigadores relacionan
a estos tartesos con los tirrenos del Asia Menor.

Sobre el ligur, al igual que sobre las otras lenguas paleohispánicas, no disponemos de
mucha información. Tal es la situación que sólo hace unas décadas dejó de ser
considerada indoeuropea para pasar al grupo de las no–indoeuropeas. Se utilizaba en el
norte y oeste de la Península. De procedencia ligur es el sufijo –sco, frecuente en la
toponimia del Norte peninsular (Amusco, Velasco, Biosca, Benasque, etc.). También se
consideran de origen ligur: *borb– *borm– *born–10 en: Borbén, Bormate, Bormela
(Portugal), Bormujos, Bornos; *karau– (piedra) en Carabanzo, Carabanchel, Caravantes,
Caravia. El sufijo –ona que podemos encontrar en Barcelona, Tarazona, etc., parece ser
igualmente de origen ligur. Prueba de la presencia ligur en la Península podrían ser
también las semejanzas entre los Langa, Berganza y Toledo españoles, y los Langa,
Bergenza y Toleto italianos.

2.4. LENGUAS NO–INDOEUROPEAS: EL VASCO

El vasco se hablaba a ambos lados de los Pirineos. Parece que era propio no sólo de
los vascones (habitantes de la actual Navarra) sino también de otros pueblos más
occidentales, situados en los actuales País Vasco, Cantabria y norte de Castilla–León, así
como en la franja suroeste de la Francia actual.

¿Era una lengua ibérica? ¿Era “la” lengua ibérica? Por mucho que algunos han
intentado responder a esas preguntas, nada puede afirmarse al respecto. Pero podemos
constatar muchos rasgos comunes entre ambos grupos, vasco e ibérico, tanto de tipo
fónico como morfológico o léxico, tal vez debidos a una base común primitiva a la que

10
*: El asterisco ante la palabra indica que no ha sido encontrada en ningún documento, pero por deducción,
se supone la existencia de la misma.

12
se añadieron elementos posteriores muy diferentes. Parece ser que el mismo término ibero
puede tener raíz vasca, si se admite que se les dio tal nombre por el río Iberus (> Ebro),
del vasco ibai, ibar 'río' (¿pero era esta palabra originariamente vasca?).

Las reliquias de las lenguas paleohispánicas no–indoeuropeas conservadas en


castellano son pocas: algunas palabras y algún que otro sufijo. Entre las primeras,
predominan, como es usual, los nombres de lugares. Los topónimos, por su fijeza, han
sido utilizados para delimitar las áreas étnico–lingüísticas; sin embargo, se ha de recordar
que no necesariamente reflejan la lengua hablada en esa zona (pueden responder, por
ejemplo, a estratos anteriores o posteriores).

En las obras de varios escritores romanos encontramos palabras ibéricas, hispánicas,


pero en realidad son palabras latinas que los autores de estos textos desconocen, porque
el latín que llega a la Península en el 218 a.n.e., es un latín, un vocabulario, que ha dejado
de utilizarse y que ya resulta extraño a los escritores clásicos: sería el caso de cusculus >
«coscojo», cuniculus > «conejo», gurdus 'necio, estúpido' > «gordo», plumbus >
«plomo», etc.

Pocos son los elementos léxicos procedentes “directamente” del vasco, y menos aún
aquellos que puedan considerarse primitivos. Entre el léxico de origen vasco más antiguo
en español suelen citarse: izquierda, cencerro y pizarra.

Vocabulario no–indoeuropeo

–accidentes geográficos: barranco, alud, barro, arroyo, charco, balsa.

–plantas: chaparro 'mata de encina o roble', mata 'conjunto de árboles o arbustos'.

–animales: sapo, becerro.

–otras: abarca, cama, legaña, sarna y, quizá, sobaco.

Se ha escrito también que algunas de las palabras del recuadro anterior proceden del
vasco, al existir también en el vasco actual. Pero ¿cómo diferenciar ahora los vasquismos
primitivos, los que entraron en el latín peninsular en la época romana, de aquéllos que
entraron en el castellano durante los siglos de bilingüismo vascorrománico (800–1200),
al comienzo de la Reconquista y la formación de Castilla, cuando aquella zona de Amaya
se encontraba en parte en zona vascoparlante y en cuya construcción y expansión
participaron activamente soldados, agricultores y artesanos vascos? ¿Cómo diferenciar
los vasquismos primitivos de los vasquismos medievales?

13
En cambio, la toponimia peninsular explicable a través del vasco es abundantísima.
Así, no sólo hallamos abundante toponimia de tipo vasco a lo largo de todo el Pirineo
hasta el Mediterráneo y comarcas francesas vecinas, sino también por todo el Centro y
Sur de la Península. Naturalmente esto no indica que el vasco se hablara en todos estos
lugares, pero si nos dice que el vasco tenía elementos comunes con las demás lenguas
ibéricas, ya fuere por préstamos recíprocos o por haber tenido todos ellos sustratos previos
comunes: noreste: Arán ('valle'), Esterri> ('lugar cercado') o Segarra (< sagar 'manzana')
centro: Aranz ('espino'): Aranjuez, Aranzueque, etc.; oeste del actual País Vasco: Selaya,
en Cantabria, Iria Flavia, en Galicia. Un sufijo muy abundante en casi toda la toponimia
peninsular, sobre todo en el Levante, Sur y Portugal es –én, –ena, quizá ibérico y casi
idéntico al actual derivativo vasco de posesión. Suele aparecer unido a nombres latinos,
indicando probablemente el primer poseedor del lugar: Leciñena (deLicinius), Villena (de
Bellius), Lucainena (de Lucanius), Mairenah> (de Marius), Galiena (de Gallius), etc.
Otro sufijo, éste ya más claramente vasco, también muy vivo en época latina, es –urri, –
uri ('ciudad'): Gracchurris (Rioja), Crescenturi (Cataluña), etc.

2.5. LENGUAS INDOEUROPEAS: EL CELTA

El celta se utilizaba en toda la zona central y occidental al Norte de los ríos Guadiana
y Tajo. Los celtas del borde oriental de la Meseta, muy relacionados con la cultura ibérica
(utilizaron la escritura ibérica para sus inscripciones), recibieron la denominación de
celtíberos. Del léxico celta peninsular parecen proceder unas pocas palabras: álamo,
huelga 'huerta a la orilla de un río' (hoy sólo subsiste en el topónimo Las Huelgas),
colmena y gancho.

La toponimia céltica es abundante, y delimita bastante bien la zona indoeuropea


peninsular: así, los nombres con –briga ('fortaleza') abundan en todo el oeste (aún
llegaron a formarse en época romana: Juliobriga, Flaviobriga, etc., todos en el área
occidental); los nombres con Seg– ('victoria') se hallan también en el Centro y oeste:
Segovia, Sigüenza. Algunos celtismos pasaron al castellano a través del latín: abedul,
camisa, carpintero, carro, cerveza, legua, salmón, etc. (Véase mapa 5)

14
2.6. LENGUAS DE COLONIZACIÓN

Por último, no hay que olvidar las lenguas de las colonias orientales establecidas en
las costas mediterráneas de la Península. Las más antiguas son las fenicias, en general
factorías comerciales; del mismo tipo lingüístico, aunque ya de carácter militar, son los
enclaves púnicos o cartagineses. A éstas se han de añadir las colonias griegas, dedicadas
principalmente al comercio con los indígenas. Las colonias fenicias y griegas dejaron sólo
unos pocos topónimos.

De origen fenicio parece ser el primer nombre de la Península, el adoptado por los
romanos (frente a la Iberia de los griegos): Hispania procede de *isephan–im 'isla (costa)
de conejos11'; tienen la misma procedencia fenicia: Cádiz (fuerte, recinto amurallado),
Málaga (factoría), Medina Sidonia (como el Sidón fenicio), etc.

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La palabra «Hispania» servía a la civilización romana para denominar al conjunto de la Península
Ibérica. Los escritores latinos, entre ellos Plinio el Viejo, Catón el Viejo y Catulo, creían que el
significado de esta palabra era «tierra de conejos» porque, según ellos, las tierras ibéricas eran un
lugar repleto de estos animales, más concretamente de damanes (unos mamíferos parecidos al conejo
y extendidos en África). De hecho, en algunas representaciones y monedas acuñadas en «Hispania»
suele aparecer una dama con un conejo a sus pies.
En contra de esta creencia, los historiadores actuales defienden que la palabra «Hispania»
procede de la fenicia «I-span-ya». Según expuso Cándido María Trigueros en 1767, el término
podría significar la «tierra del norte», aduciendo que los fenicios habían descubierto la costa de
«Hispania» bordeando la costa africana, y ésta les quedaba al norte. No en vano, la teoría más
aceptada en la actualidad sugiere que «I-span-ya» se traduce como tierra donde se forjan metales,
ya que «spy» en fenicio (raíz de la palabra «span») significa batir metales. Detrás de esta hipótesis
de reciente creación se encuentra Jesús Luis Cunchillos y José Ángel Zamora, expertos en filología

15
La cultura fenicia deja su huella también a través de Cartago, territorio en el norte de
África donde se instalan los fenicios que han sido expulsados de Tiro por Nabuconodosor
en el 587. De origen cartaginés son Cartagena (con el ¿ibérico? ¿vasco? –ena añadido),
Mahón e Ibiza (isla de los pinos).

De los nombres que los griegos dieron a sus enclaves costeros quedaron: Alicante,
Ampurias, Rosas, etc. Los helenismos del español actual no pertenecen a este primer
contacto del mundo griego con la Península.

Ciertamente, el vocabulario español de origen griego es mucho más amplio, pero nos
ha llegado principalmente a través del latín en épocas posteriores.

–A través del latín inicial: bodega, cesta, cuchara, lámpara, sábana, saco, etc.

–A través del latín eclesiástico: apóstol, bautismo, católico, cementerio, Biblia, etc.

–Antes del 1300: ballena, búfalo, cocodrilo, dragón, elefante, etc.

–Siglo XV: academia, alfabeto, biblioteca, diptongo, ortografía, sintaxis, etc.

–Siglos XVI–XVII: anarquía, aristocracia, democracia, déspota, monarca, etc.

–Siglo XVIII: autonomía, base, crisis, dinastía, etc.

–Siglos XIX–XX: anemia, anestesia, clínico, neumonía, psiquiatría, quirófano, etc.

2.7. EL INFLUJO DE LAS LENGUAS PRERROMANAS

El primer aspecto que debemos señalar sobre la situación lingüística de la Hispania


prerromana es que, como señalaron las fuentes clásicas (Estrabón, Herodoto, Polibio,
etc.), no se hablaba una única lengua sino varias. El segundo aspecto importante tiene que
ver con la diferencia entre lenguas y escrituras.

En realidad, el repaso de las lenguas prerromanas peninsulares es el estudio de los


restos epigráficos (bronces, exvotos, monedas, plomos, vasijas, etc.) que se escriben en
varios alfabetos durante un periodo dilatado en el tiempo y en el espacio.

semita del CSIC, quienes realizaron un estudio filológico comparativo entre varias lenguas semitas
y determinaron que el nombre tiene su origen en la fama de las minas de oro de la Península Ibérica
(César Cervera, “Diez errores históricos sobre España que (casi) todo el mundo comete a diario”, ABC
Historia, 29/02/2010).

16
Por lo tanto, toda afirmación que hagamos sobre las lenguas realmente habladas es una
hipótesis, más o menos cercana a la realidad, que se fundamenta en lo escrito, sea por los
habitantes originarios de la P. I., sea por fenicios, griegos y romanos.

2.7.1. LAS ESCRITURAS PENINSULARES

Las escrituras autóctonas llegan en su origen del Mediterráneo, y es lógico que esto
sea así, pues al oeste sólo estaban el mar y las Islas Británicas (en donde la escritura es
muy posterior). Esto explica que sean los iberos los que trasmitan su escritura a los
celtiberos, pueblo indoeuropeo fronterizo con su territorio; y que los lusitanos, pueblo
también indoeuropeo, pero precelta, sólo escriban su lengua en el siglo II a. C., y ya en
caracteres latinos.

Existen diversas teorías sobre el número de lenguas y escrituras prerromanas y, hasta


el momento, a pesar de los intentos de varios autores no hemos podido traducir ninguna
(a excepción de parte del celtibero).

2.7.2. LA ESCRITURA Y EL COMERCIO

Las grandes potencias de la época (fenicios y griegos, primero; púnicos y romanos,


después) arribaron a las costas de la Península para obtener materias primas
(principalmente oro y plata) y mercenarios para sus contiendas. Este hecho determinó que
los primeros documentos hispánicos que se conservan fueran en realidad inscripciones
foráneas escritas en babilónico y egipcio (jeroglíficos) en objetos traídos por los fenicios.

La inscripción más antigua señalada por Estrabón en el Templo de Melkart en Gadir


(Cádiz) se remontaría nada menos al siglo XI a. C. Que la escritura hispánica fue
importada por estos colonos parece estar fuera de toda duda.

Un dato importante es que no hemos hallado en la P. I. (al menos hasta la fecha) las
etapas primitivas de la escritura que se encuentran en otros lugares, como un estadio
pictográfico primitivo o una escritura jeroglífica propia. La escritura nace, pues, como
consecuencia del contacto entre los nativos y los comerciantes.

Las tribus preindoeuropeas peninsulares debieron de aprender los primeros signos en


estos intercambios, y, pronto, los utilizaron de forma generalizada, como muestran los
documentos encontrados. El propósito de esta primera escritura pudo ser anotar albaranes

17
derivados de las transacciones comerciales, pero es posible proponer también que su
origen -complementario del anterior- fuera mágico o religioso.

2.7.3. LOS ALFABETOS AUTÓCTONOS

Del contacto entre comerciantes y nativos surgió, pues, un alfabeto que se adaptó a las
lenguas de los pueblos prehispánicos. Aunque las muestras de escritura peninsular son de
fecha muy temprana, no debemos pensar, sin embargo, en un único alfabeto común y
normalizado, sino en fases sucesivas -a veces simultáneas- que muestran una importante
evolución. Podemos señalar cuatro escrituras que, dependiendo del investigador, reciben
nombres diferentes:

–Escritura del sudoeste.

–Escritura meridional (o del sureste o tartésica o bastulo-turdetana).

–Escritura greco-ibérica (o jónica).

–Escritura ibérica (o nororiental o ibérica valenciana o ibérica propiamente dicha).

2.7.4. ¿CÓMO SE RELACIONAN LAS ESCRITURAS PENINSULARES ENTRE SÍ?

La escritura del suroeste y la meridional parecen ser una adaptación de la escritura


fenicia (o púnica), y las escrituras greco-ibérica e ibérica propiamente dicha proceden del
alfabeto griego primitivo con influencia fenicia.

En realidad, las diferentes escrituras ibéricas pueden considerarse como un conjunto


de etapas en orden cronológico de las cuales la escritura ibérica valenciana es su
desarrollo final. No obstante, no debemos pensar en formas de escritura completamente
diferenciadas, sino en un mundo mucho menos definido que el nuestro en el que la
escritura, como el resto de las costumbres en general, eran permeables a muchas
influencias. Recordemos, además, que la mayor parte de los restos encontrados (figuras,
lápidas, téseras, vasijas) tienen como soporte la piedra y el metal (plomo o bronce), y que,
por lo tanto, es normal que los signos no estuviesen completamente normalizados y que
fluctuasen incluso en manos de un mismo artesano.

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2.7.5. EN QUÉ MUNDO NACIÓ LA ESCRITURA IBÉRICA

Aventurar lo que sucedió en una época tan lejana a la nuestra partiendo de datos
dispersos es un poco arriesgado, pero, las informaciones que poseemos apuntan a que la
expansión de la escritura ibérica, y de la lengua que notaba, sucedió tras la decadencia de
la cultura tartésica. En ese periodo de crecimiento económico, cultural y demográfico del
mundo ibérico, la escritura de los iberos no sólo se extendió hacia el norte y hacia el sur,
sino que fue adoptada, como hemos dicho, por pueblos indoeuropeos vecinos como los
celtiberos, que la conservaron hasta el siglo I a. C.

Los contactos de los iberos con el mundo griego de las colonias de Rhodes y Emporión
(> Ampurias y Rodes) explican una cierta helenización ibérica posterior, tanto en la
escritura como en el arte, no obstante, la cultura ibera presenta personalidad suficiente
para que cualquiera de sus productos pueda ser identificado con facilidad. Los siglos V a
III a. C. son, además, la cumbre del arte ibérico y en esas fechas se datan, por ejemplo,
las damas de Baza (Granada) y Elche (Alicante) o el conocido guerrero de Moixent
(Valencia).

Aparte del florecimiento cultural autóctono postartésico, las condiciones políticas


posteriores y las luchas entre romanos y cartagineses (las guerras púnicas), ayudaron a la
expansión de la escritura y cultura ibéricas en sus últimos siglos de vigencia.

Partiendo de las fuentes clásicas, sabemos que los romanos desembarcaron en las
costas ibéricas en el siglo III a. C. con el pretexto de ayudar a Sagunto, ciudad que se
encontraba bajo la fides de Roma. La excusa que dan los romanos para la acción bélica
es que los púnicos habían invadido su zona de influencia, señalada por el río Iberus, que
servía de frontera (el Tratado del Ebro de 226 a. C.). El nombre de este río ha sido
identificado por los historiadores como el río Ebro, partiendo de las reglas evolutivas del
castellano. Ahora bien, si tenemos en cuenta la posición geográfica que ocupa el río Ebro
actual y el lugar en el que se sitúa Sagunto (la Arse ibérica), llegaremos a la conclusión
de que o bien la excusa de los romanos no era tal excusa, o bien el río o la ciudad saguntina
han cambiado de sitio.

19
2.7.6. ¿QUÉ LENGUAS ANOTAN ESTAS ESCRITURAS?

La existencia de varias notaciones, a las que debemos sumar algunas variantes y/o
etapas diferentes, nos podría llevar a pensar que nos encontramos ante dos o tres lenguas
distintas; pero de nuevo no hay acuerdo entre los especialistas.

La escritura meridional, que se escribe de derecha a izquierda (como el fenicio), y que


desaparece relativamente pronto, parece señalar una lengua no indoeuropea que algunos
han hecho coincidir con la lengua de la antigua Tartessos (la supuesta Tarsis bíblica). Las
escrituras greco-ibérica e ibérica (con sus variantes) parecen anotar una nueva lengua,
también no indoeuropea, a la que se denomina tradicionalmente ibérico. Las similitudes
–cuando las hay– apuntan al vocabulario, pero esto no hace más que aumentar las dudas,
pues el vocabulario es la parte más permeable de la lengua a las influencias extranjeras.

2.7.7. ¿CUÁL ES EL ORIGEN DE LA LENGUA IBÉRICA?

Estrabón (XI, 2, 19) llamó a toda la Península 'Ibhria (Hiberia) porque sus habitantes
(en este caso los pueblos de la zona mediterránea) tenían una cierta semejanza con los
habitantes de una zona del Cáucaso (actual Georgia) del mismo nombre. Todo ello es un
error en el que convergen los mitos y los conocimientos geográficos que los griegos tenían
en ese momento del mundo conocido. Independientemente de lo anterior, esta conexión
casual o anecdótica ha dado pie a relacionar el ibero con las lenguas caucásicas y más
tarde con las lenguas camíticas (como el bereber actual) o con la lengua vasca.

Más allá de los datos que nos proporcionan las fuentes clásicas o de la misma leyenda,
lo que sí está claro es que de momento los textos notados en escritura ibérica no pueden
traducirse utilizando ninguna lengua actual. A pesar de las dificultades, autores como
Siles (1976) o de Hoz (1983) proponen traducciones viables para ciertas palabras y
elementos morfosintácticos. Conocemos, pues, algunas palabras (seltar, tumba; salir,
plata; etc.) y podemos deducir algunos elementos morfológicos -sken, -etar, -ite, -ko,
etc.), pero los verbos y el léxico en general son todavía un misterio.

20
2.7.8. EL VASCO-IBERISMO (NO EVALUABLE)

La tesis más polémica de todas las que se manejan sobre la filiación del ibero es la que
lo emparenta con el vasco. Según Tovar (1980), la palabra ibero procede del hidrónimo
iberus flumen (río ibero > río Ebro) que se explica, como veíamos antes, a partir del vasco
ibar (ría, estuario) o ibai (río). El apelativo ibar en boca de los marineros y comerciantes
jonios pudo convertirse en iberus (> ibero, río) y los habitantes de la zona en iberos, que
podríamos traducir algo así como «los del río». Este tipo de coincidencias y muchas otras
ya propiamente intralingüísticas, como que ambas lenguas compartan una fonética
parecida (por ejemplo, las cinco vocales); que topónimos valencianos actuales puedan ser
explicados acudiendo a la lengua vasca (Arriola de harri, piedra; Ibi de ibi, vado; Ondara
de ondar, arena; Sorita de zuri, blanco, etc.); o que ambas tengan el mismo orden de
palabras (SOV), llevó a varios investigadores a proponer no sólo su parentesco, sino su
equivalencia.

Estrabón en el siglo I a. C. (es decir, cuando todavía se hablaba íbero en la Península)


afirmaba que los íberos y los aquitanos eran similares físicamente y que hablaban lenguas
“parecidas”, si bien se ha intentado discutir el alcance exacto del aserto de Estrabón, dado
que en la actualidad se considera probado que el aquitano sería una forma antigua de
vasco.

El vascoiberismo propiamente dicho empieza en el siglo XVI. Autores como el


siciliano Lucio Marineo Sículo (Opus de rebus Hispaniae mirabilibus 1533) habían
indicado la idea de que los antiguos pobladores de España hablaban vasco, pero
consideraban que los íberos no eran parte de esa población originaria, sino advenedizos.
Julio Caro Baroja considera que el primer vascoiberista fue Esteban de Garibay, quien en
1571 fue el primero en publicar algunas de las etimologías vascoibéricas que
posteriormente recogería von Humboldt, por más que su trabajo fuera poco riguroso.
Posteriormente la idea es recogida por otros autores, como en el De la antigua lengua,
poblaciones y comarcas de las Españas de 1587 del apologista vasco Andrés de Poça. En
1607 se publicó en México el libro “Discursos de la antigüedad de la lengua cantabra
Bascongada” escrito por el pintor Balthasar de Echave. Durante siglos fue una obra
vascoiberista de referencia. Existe una copia manuscrita por Manuel Larramendi en
Loiola. Arnaud Oihenart (1592-1667), en su Notitia utriusque Vasconiae (1638),
introduce la idea (todavía defendida en la actualidad) de que la forma antigua 'ilia'

21
significa “ciudad”. En 1674, José de Moret (Annales del Reyno de Navarra) considera
que hay por toda España un gran número de topónimos “vascónicos”, lo que indicaría
que el vasco era la lengua común de toda España.

En el siglo XVIII se debatió la idea, aunque, en opinión de Caro Baroja, más como
propuestas novelescas que como una discusión científica. Entre los defensores de la teoría
destaca Manuel Larramendi en su De la antigüedad y universalidad del Bascuence en
España (1728) y entre los detractores el padre Flórez o el padre Traggia.

A principios del siglo XIX se publicaron dos trabajos vascoiberistas: el Apología de la


lengua Bascongada (1803), de Pedro Pablo de Astarloa, y el fantasioso Alfabeto de la
lengua primitiva de España y explicación de sus más antiguos monumentos y medallas
(1806), de Juan Bautista Erro y Azpiroz, a quien le cabe el dudoso honor de ser el primero
en inventarse traducciones vascas de las inscripciones paleohispánicas. Más rigor
científico tuvo, en cambio, el estudio de Lorenzo Hervás (Catálogo de las lenguas de las
naciones conocidas 1804), también defensor de la propuesta vascoiberista. Juan Antonio
Moguel en su Historia y geografía de España ilustrada por el idioma Vascuence (1804)
presentó diversos estudios sobre el origen de la lengua vasca y su relación con otras
lenguas prerrománicas y románicas y posteriormente consideró que el euskara podría
estar emparentado con idiomas antiguos de otros lugares de Europa. Wilhelm von
Humboldt, considerado en Europa padre de la teoría, fue quien más contribuyó a su
popularización en la comunidad científica de la teoría vascoiberista con su obra Prüfung
der Untersuchungen über die Urbewohner Hispaniens vermittelst der Vaskischen
Sprache (1821). Afirmaba que el íbero era la lengua madre del vascuence, es decir, el
vascuence sería un descendiente directo del íbero. Debe tenerse en cuenta que entonces
se consideraba que básicamente en toda la Hispania indígena prerromana se hablaba la
lengua íbera (no se consideraba ni siquiera probable la presencia de hablantes de lenguas
celtas en Hispania). Este tipo de afirmaciones derivó enseguida en la idea de que los
vascos serían los habitantes originales de la península mientras que los celtas y romanos
serían invasores posteriores. Posteriormente, los trabajos sobre el vascoiberismo se
fueron desarrollando en paralelo con los del desciframiento de la escritura íbera (que tuvo
grandes avances en el siglo XIX).

En 1907, Hugo Schuchardt (Die iberische Deklination), gran conocedor de la


lingüística vasca, en reacción a un estudio de Philipon (quien proponía que las
inscripciones paleohispánicas estaban en una lengua indoeuropea), intentó establecer un

22
paralelismo entre diversas supuestas terminaciones que se encontraban en las
inscripciones ibéricas y la declinación vasca. Sin embargo, la práctica totalidad de estos
estudios se quedaron obsoletos cuando en los años 20 Manuel Gómez-Moreno inició el
desciframiento de la escritura íbera, mostrando que las lecturas previas tenían muchos
errores. El trabajo revisado de Gómez-Moreno fue publicado en 1949. Este trabajo
permitió leer de forma aproximada los textos, que siguen siendo ininteligibles en la
actualidad, aunque puedan ser pronunciados aproximadamente. Fonológicamente el
ibérico y el euskera tienen una cierta semejanza y paralelos de alternancia morfológica
llamativos.

Muchos autores trataron de interpretar los textos ibéricos a partir de raíces vascas a lo
largo del siglo XX, pero sin demasiado rigor y con manipulaciones poco rigurosas. Por
esa razón, la hipótesis vascoiberista cayó en descrédito, principalmente a causa de la
imposibilidad de avanzar en la traducción de los textos íberos basándose en el euskera.
Antonio Tovar y Koldo Mitxelena, que prestaron atención a la teoría y apuntaron la
posibilidad de ciertos cognados, acabaron desechando la hipótesis. Tovar en una larga
serie de publicaciones (1949, 1951, 1954, 1959, 1961) probó que muchas de las
semejanzas encontradas eran superficiales, que el ibérico y el euskera diferían
notablemente en muchos aspectos y, lo que es más importante, el ibérico no podía
entenderse directamente a partir del euskera. Koldo Mitxelena en una serie de trabajos
(1955, 1958, 1973, 1976, 1979) llegó a exactamente a las mismas conclusiones de manera
independiente, aunque los dos reconocieron que existían semejanzas y posibles préstamos
que podrían ser el resultado de un Sprachbund reflejado en los nombres propios. El
trabajo de Koldo Mitxelena fue importante porque revelaba que el euskera antiguo había
sufrido importantes cambios respecto al moderno y que cualquier comparación válida
debía hacerse con el proto-vasco reconstruido o con el aquitano. Posteriormente, Juan
Luis Román del Cerro, anunció haber logrado traducir varias inscripciones ibéricas a
partir del euskera. Este trabajo fue revisado y fue ampliamente rechazado a pesar del
entusiasmo inicial que despertó. Larry Trask (1997) analiza varios ejemplos del
decepcionante trabajo de Román del Cerro y concluye con comentarios muy duros hacia
este trabajo y el vascoiberismo en general.

Los últimos avances en el conocimiento de la lengua íbera, partiendo de estudios


meramente internos, han inducido algunos significados y semejanzas entre la lengua
vasca y la íbera, sin llegar a tratar de pretender traducir la una a partir de la otra. La

23
mayoría de los lingüistas se han mostrado prudentes y Joaquín Gorrochategui, por
ejemplo, denomina “un cierto aire de familia” a esta relación, lo que en un lenguaje más
científico se llama Sprachbund.

Otros lingüistas como Rodríguez Ramos van más allá y sugieren la posibilidad de que,
aunque el protovasco y el protoíbero provendrían de un mismo grupo de lenguas
emparentadas, no tendrían una relación genética directa y los hablantes de ambas
protolenguas habrían llegado a la zona de los Pirineos y a la península ibérica hace unos
3000 años con la cultura de los campos de urnas. De manera que, aunque el íbero no era
el protovasco, ambos sí serían parte de la misma familia lingüística.

La teoría del sustrato vascónico propuesta por el lingüista alemán Theo Vennemann
defiende que muchos idiomas de Europa occidental contienen restos de una antigua
familia lingüística, de la cual el euskera es la única sobreviviente. Según esa hipótesis no
solamente el protovasco y el íbero, sino otras lenguas de Europa occidental surgieron de
un mismo estrato de población que se dispersó después de terminar la pasada glaciación
desde de la península ibérica y que, de acuerdo con los análisis genéticos, llegó hasta
Gran Bretaña e Irlanda. La época de la difusión de este último haplogrupo por Europa
occidental ocurrió partir del Neolítico medio, hace aproximadamente 6.100 a 5.500 años,
en tanto el incremento de su frecuencia y diversidad coincidió con la expansión de la
cultura del vaso campaniforme desde la península ibérica en el Neolítico Tardío, hace
unos 4.800 años.

El análisis de los numerales en ambos idiomas ha vuelto a poner en juego la posibilidad


de una relación familiar entre ellos. En el año 2005, Eduardo Orduña publicó un estudio
en el que interpretaba algunos compuestos ibéricos como numerales, tanto por su parecido
con numerales vascos, como por los datos contextuales. Este estudio ha sido expandido
por Joan Ferrer (2007 y 2009), de acuerdo con los términos presentes en monedas, que
indican su valor, y con nuevos argumentos combinatorios y contextuales. Orduña no
reclamaba en ese primer trabajo que la relación fuera una prueba de parentesco entre
ibérico y vasco, sino consecuencia de un préstamo del ibérico al vasco. Por su parte,
Ferrer considera que los parecidos detectados podrían ser debidos tanto al parentesco
como al préstamo, aunque indica que el préstamo de todo el sistema de numerales es un
hecho infrecuente.

Joseba Lakarra (2010) ha rechazado ambas hipótesis: préstamo o relación genética.


Los argumentos de Lakarra se centran prácticamente en exclusiva en el campo de la

24
gramática histórica vasca, pero también argumenta, siguiendo la hipótesis de Hoz (1993),
que el préstamo ya resultaba inverosímil, debido a la extensión limitada y remota del
territorio en el sureste de España, donde según esta hipótesis el ibérico se hablaba como
primera lengua. Javier de Hoz (2011) está de acuerdo con Lakarra (2010) en que las
formas documentadas en ibérico no encajan con las formas reconstruidas en protovasco.
Finalmente, considera que la mayor dificultad para aceptar esta hipótesis es
paradójicamente su extensión y carácter sistemático, ya que de ser correcta conllevaría
un parentesco cercano entre ibérico y vasco, lo que debería permitir identificar otros
subsistemas tan claros como este, subsistemas que ningún investigador con argumentos
lingüísticos razonables ha sido capaz de identificar.

A raíz de estos trabajos, Eduardo Orduña (2011) concluye que la hipótesis más
económica para explicar las coincidencias entre el sistema de numerales ibérico y el
sistema de numerales vasco es la del parentesco genético. Francisco Villar (2014, 259)
constata que estas coincidencias son del mismo orden que las documentadas entre las
lenguas indoeuropeas y consecuentemente defiende que la única hipótesis sostenible en
este momento es la del parentesco genético entre ibérico y vasco. Para Padilla García, la
teoría vascoiberista no es tan descabellada “si combinamos informaciones lingüísticas,
geográficas e históricas”:

–Los datos que tenemos sobre los movimientos de poblaciones en el periodo


conocido como de los Campos de Urnas señalan que la indoeuropeización de la P.
I. se produjo entre los siglos XI a V a. C.

–Las fuentes clásicas (Estrabón, Livio, Plinio, Diodoro, Polibio, etc.) indican, por
su parte, una distribución de las poblaciones prerromanas en la que los vascones
están aislados en terrero aparentemente indoeuropeo.

–Y el análisis de los datos lingüísticos, por último, permite afirmar, como hemos
visto, que entre el ibero (o los dialectos que lo forman) y el vasco actual hay ciertas
semejanzas de familia.

Combinando todos estos factores, es posible proponer que, antes de la


indoeuropeización de la Península, pudo haber continuidad (al menos isoglósica) entre
las lenguas que ocupaban la zona pirenaico-mediterránea, en la que incluiríamos el
tartesio, el ibero (o sus dialectos), el vasco, y otras lenguas y dialectos de los que no

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tenemos noticias. Esto no significaría, por supuesto, uniformidad lingüística (una sola
lengua), pero sí, como decimos, una posible relación de familia.

2.7.9. EL IBERO COMO KOINÉ

Algunos autores consideran que el ibérico no es una lengua en el sentido estricto del
término, sino una koiné (oral o escrita) utilizada por los comerciantes (no sólo iberos sino
también fenicios y griegos) como forma de intercambio en una zona muy rica en materias
primas y un fuerte crecimiento político-cultural. Esta interpretación en realidad no
invalida las anteriores, pues, no habla de la filiación lingüística sino del uso real. El ibero,
o el conjunto de dialectos a los que llamamos ibero, sería una especie de lingua franca
que, manteniendo su carácter independiente, bebería de varias fuentes, especialmente, en
el léxico.

2.7.10. LAS LENGUAS INDOEUROPEAS PENINSULARES

Las lenguas indoeuropeas peninsulares entroncan con las vecinas lenguas del
continente europeo. La zona indoeuropea corresponde a varios pueblos llegados a través
de los Pirineos cuyos asentamientos o ciudades utilizaban el sufijo -briga (ciudad) en una
primera etapa y -dunum /-acum (fortaleza) en una segunda. Los pueblos indoeuropeos no
tenían unidad lingüística. Por su número, y por el vasto territorio que ocupaban (dos
terceras partes de la P. I.): o bien hablaban lenguas distintas, pero relacionadas entre sí, o
bien había gran diversidad dialectal.

Sólo el celtíbero y el lusitano dejaron documentos escritos. Del estudio de estos


documentos se deduce que eran dos lenguas distintas. Por lo que respecta a la escritura:
el lusitano se escribió en el siglo II a. C. y utilizó para ello el alfabeto latino; el celtibero,
por el contrario, se empezó a escribir ya antes de la llegada de los romanos y empleó el
alfabeto ibérico.

Los documentos celtiberos escritos en ibérico llegan hasta el siglo I a. C., por lo tanto,
los celtiberos siguieron utilizando el alfabeto ibérico incluso cuando los iberos ya habían
dejado de usarlo por la presión cultural romana (época de Augusto). Los celtiberos,
aunque fuesen una nación autónoma (situada más o menos en el Aragón central actual),
estuvieron fuertemente influidos por los iberos, que tenían una cultura más rica y

26
prestigiosa. El estudio de los bronces celtiberos (por ejemplo, el de Botorrita, Zaragoza)
nos muestra, por otra parte, una lengua céltica muy antigua, diferente de la lengua gala y
emparentada al parecer con las lenguas célticas de las Islas Británicas e Irlanda. Los
últimos documentos escritos en lengua celtibera utilizan ya caracteres latinos.

2.7.11. ¿QUÉ QUEDA DE TODO AQUELLO EN EL ESPAÑOL DEL SIGLO XXI?

En el proceso de formación de las lenguas peninsulares influyeron, como es natural,


factores sociolingüísticos que contribuyen a la evolución de las lenguas: el cambio de
lugar geográfico de una lengua que da origen a los llamados estratos lingüísticos y los
fenómenos surgidos del bilingüismo y las lenguas en contacto. Los estratos lingüísticos
son: sustrato, superestrato y adstrato.

El sustrato es la introducción de una lengua por pueblos advenedizos, lengua que


desplaza a la lengua nativa o indígena, cuyas manifestaciones prevalecen o inciden en el
uso de la lengua impuesta por parte de hablantes nativos. Por lo tanto, podemos definir el
“sustrato” como la influencia ejercida por una lengua nativa o indígena sobre otra lengua
implantada en el mismo territorio.

El fenómeno inverso es el superestrato, es decir, la influencia que ejerce la lengua de


un pueblo dominante sobre la lengua o lenguas nativas del dominado con la particularidad
de que la lengua del conquistador desaparece adoptando la del conquistado, pero
influyendo en la evolución posterior de la lengua nativa. Por ejemplo, la lengua latina
influida por los visigodos, los dialectos mozárabes de la Península influidos por el árabe,
etc.

El término “adstrato” queda referido para algunos lingüistas a la influencia de lenguas


vecinas; para otros consiste en el influjo entre dos lenguas que, habiendo convivido un
tiempo en un mismo territorio, luego viven en territorios vecinos. El ejemplo del vasco
sirve, según cita Amado Alonso, como ejemplo de sustrato del latín y luego del castellano,
y en la actualidad como adstrato del castellano.

Cuando el latín inicia su entrada en la Península –año 218 a. C.– va anulando


paulatinamente todas las culturas y lenguas que existían. Estas lenguas dejaron sentir su
influencia en el latín hispánico.

27
RASGOS FÓNICOS

Sustrato (o influencia) vasco

1. Aspiración de F-: el vasco no tiene /f/ originaria. Prueba de ello es que en los
latinismos la omite o sustituye por /b/ o /p/: FILU>iru; FESTA>pesta;
FAGUS>bago

2. Ausencia de /v/ labiodental en la mayor parte de España y en gascón.

3. Sistema de cinco fonemas vocálicos con tres grados de abertura.

4. En inicial ante /r/ el vasco antepone una prótesis. Ello puede estar en la base de
dobletes como rebato/ arrebato, topónimos como Arriondas o antropónimos como
Arredondo.

5.Conservación de oclusivas sordas sin sonorizar en el Alto Aragón: lacuna. En


cambio, en algunos valles de la región sonorizan tras nasal o líquida: cambo, aldo,
suarde. Este es el tratamiento que el vasco da a los latinismos: CEPULLA> típula;
TEMPORA>dembora; ALTARE>aldare.

Sustrato céltico

1. En zonas célticas no se distinguen sordas/sonoras. Este fenómeno pudo estar en


la base de la sonorización de sordas intervocálicas, extendida entre los siglos IX-
XI, especialmente en Galicia, Portugal, León y Asturias.

2. Evolución del grupo /kt/ a /it/ o /ĉ/.

3. Inflexión de una vocal por acción de otra vocal: ANCETUS (nom.)/ANGEITI


(gen.). Esto puede ser un anticipo de la posterior metafonía castellana del tipo
FECI> fize, fiz

INFLUENCIAS MORFOLÓGICAS

Sustrato céltico

1. Las lenguas célticas de Hispania tenían un nom. pl. en -os en la declinación


temática. Ello hace que en latín hispánico se elimine el nom. pl. en -i.

2. Sufijo -AIKO, -AECU > -IEGO: palaciego, labriego, mujeriego, andariego...

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Sustrato prerromano peninsular

1. Sufijos derivativos nominales: -ARRO, -ORRO, -URRO (despectivos): buharro,


machorra, baturro, cazurro; -ECCU, -OCCU: muñeca, morueco, Batuecas; -
ASCO (ligur): peñasco, borrasca, nevasca

LÉXICO

Sustrato céltico

berrueco, légamo, serna, abedul, aliso, álamo, beleño, belesa, berro, garza,
puerco, toro, busto 'cercado para bueyes', amelga, colmena, gancho, gorar
'incubar', güero, huero, baranda, basca, berrendo, cantiga, tarugo, estancar,
tranzar, virar… BRACA 'calzón'> braga ; OLCA 'terreno cercado frente a la casa'>
huelga

Sustrato prerromano peninsular

1.Palabras exclusivas de la Península, sin procedencia conocida: abarca, aliaga,


barda, barraca, barro, cueto, charco, galápago, manteca, perro, silo, sima...

2. Palabras hispanas según autores latinos: Varrón: LANCEA> lança; Plinio:


ARRUGIA>arroyo, CUSCULEUM>coscojo, CUNICULUM>conejo; Quintiliano:
GURDUM 'necio’ > gordo; San Isidoro: CAMBA> gamba, cama; SARNA;
STIPPA> estepa.

Sustrato ibérico

barranco, carrasca, gándara 'pedregal', lama...

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