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Lucía Sáez. Hª de España.

Bloque 1
3. Conquista y romanización (etapas de la conquista, elementos
de romanización: organización político-administrativa del
territorio, lengua y cultura, obras públicas).
La conquista romana de la península ibérica se inició a finales del
siglo III y terminó en el I a.C. Este proceso de conquista fue
paralelo a la romanización o asimilación de la cultura y modo de
vida romano por los pueblos habitantes de la península.
La llegada de los romanos a la Península Ibérica tenemos que
enmarcarla en el conflicto bélico que enfrentó a Roma con Cartago
a) Etapas de la conquista romana de Hispania (218-19 a.C).
1. EL DOMINIO DEL ESTE Y EL SUR (218-205 A.C.). ― Entre
264 y 146 a.C. tuvieron lugar las llamadas Guerras Púnicas,
tres conflictos que enfrentaron a Roma y Cartago por el
dominio del Mediterráneo. Derrotada Cartago en la primera y
obligada a pagar una fuerte indemnización a Roma, buscó
adueñarse de las fuentes de riqueza de la península ibérica
(plata, sobre todo), ocupando el sur con un ejército dirigido por
Aníbal Barca. Esto alarmó a Roma, que veía la amenaza de
una posible alianza de los cartagineses con los galos del N. de
Italia, por lo que acordó con Cartago el llamado Tratado del
Ebro (225 a.C.), que fijaba en ese río el límite de la expansión
cartaginesa. Buscando el enfrentamiento, el propio Senado
romano lo incumple al hacer una alianza con Sagunto. La toma
de esta ciudad por los cartagineses iniciaría la Segunda
Guerra Púnica (218–201 a.C.), un conflicto complejo con
escenarios en Italia, N. de África y la Península Ibérica. Con
el objetivo estratégico de privar a los cartagineses de bases de
aprovisionamiento de hombres y recursos, los romanos
desembarcan en la Península en el año 218 a.C. Las tropas
romanas toman Cartago Nova (209 a.C.) y Gades (206 a.C.).
Aunque la derrota final del cartaginés Aníbal en el norte de
África (batalla de Zama, en 202 a.C.) pone fin a esta guerra, la

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presencia romana en la península ibérica será permanente, y,
pese a algunas rebeliones iberas un tercio de la Península, el
más desarrollado, pasa a ser un territorio en el que Roma busca
recaudar tributos y explotar sus recursos (minerales, cultivos,
víveres, plata, tropas auxilies).
2. EL SOMETIMIENTO DEL INTERIOR PENINSULAR (154-133
A.C.). ― A diferencia de las tribus del valle del Ebro,
sometidas a Roma de forma más o menos pacífica a principios
del siglo II a.C., otros pueblos del interior peninsular ―celtas
o celtíberos― fueron objeto de duras campañas que buscaban
contener sus habituales incursiones de saqueo sobre las áreas
limítrofes más ricas, ahora bajo control romano, así como
obtener oro, plata y esclavos. En este proceso de dominación
del interior peninsular aparecen las guerras lusitanas (155-
136 a.C.), en la parte occidental, y las guerras celtibéricas
(153-133 a.C.), en la zona centro-oriental, que, aunque
coinciden en el tiempo no forman parte de ningún plan común
de resistencia indígena. En las primeras sobresale la lucha
conducida por Viriato, un caudillo lusitano buen conocedor de
la guerra de guerrillas, cuya muerte por la traición de sus
propios compañeros sobornados por Roma, pone fin a la
resistencia lusitana. De la aún más dura lucha de los celtíberos
frente a Roma destaca la mítica resistencia ofrecida por la
ciudad fortificada de Numancia (Soria), donde, tras un
prolongado asedio de los romanos, estos tomaron esclavos
entre los derrotados.
3. LA CONQUISTA DEL NORTE Y NOROESTE (27-19 A.C.).―
Controlado por Roma tras las guerras lusitanas y celtibéricas
todo el territorio peninsular al sur de la línea marcada por el
río Duero y el alto Ebro, las conquistas se detienen un tiempo
(salvo la toma de Mallorca en el año 123 a.C., destinada a
acabar con la piratería), en gran parte por la grave crisis
política que vive la República romana, con las guerras civiles
que marcan su final y que también llegan a Hispania en el siglo
I a.C. El triunfo final de Octavio, hijo adoptivo de Julio César,
que desde el 31 a.C. concentra el poder en sus manos,
recibiendo el sobrenombre de Augusto, da paso al Imperio.

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Buscando el control de las minas de oro del noroeste y también
la exaltación de su imagen, el propio Augusto inicia las
guerras cántabras contra galaicos, astures y cántabros que,
tras fuerte resistencia, especialmente de los últimos, dará por
concluidas el general Agripa en el año 19 a.C.
Desde el desembarco de Escipión en Ampurias, que inició la
conquista romana de Hispania sin un plan preconcebido,
habían transcurrido 200 años.
b) La romanización de la península ibérica.
A partir de la conquista del territorio comienza la romanización:
el largo proceso histórico por el cual la población indígena asimila
los modos de vida romanos en diversas facetas (la organización
administrativa, las estructuras económicas y sociales, el derecho, la
lengua, la religión…). Este proceso de aculturación de los
indígenas no es igual en el tiempo ni en el espacio: es más intenso
a partir del siglo I a.C., tanto en el este como en el sur e islas
Baleares, mientras pierde fuerza hacia las zonas menos
desarrolladas del interior, norte y noroeste de la Península.
Para LA ADMINISTRACIÓN TERRITORIAL de Hispania, Roma
crea una división en provincias que experimenta cambios a lo largo
de los siglos:
*Durante la República (desde 197 a.C. hasta el siglo I a.C)
el territorio se divide en dos provincias, al este la Citerior
(con capital en Tarraco) y en el sur la Ulterior (Corduba es
su capital), gobernadas cada una por un pretor con mando
militar.
*En el Alto Imperio (siglos I a.C. al III d.C.) con Octavio
Augusto, la antigua Ulterior pasa a denominarse Baetica
(Corduba) y el resto del territorio es repartido entre la
enorme Tarraconensis (Tarraco) y la Lusitania (capital en
Emerita Augusta) al oeste.
*Con la reorganización territorial hecha por Diocleciano en
el Bajo Imperio (siglos III al V d.C.), Hispania pasa a ser
una diócesis dependiente de la prefectura de las Galias con
siete provincias: Bética y Lusitania permanecen como

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estaban, pero la Tarraconense se reduce al crearse, en el NO.
de ella, la Gallaecia (capital en Bracara Augusta ―Braga―)
y, en el SE. e interior, la Carthaginensis (Cartago Nova es
su capital), mientras se añaden dos fuera de la Península: la
Balearica (Palma es la capital) y la norteafricana de
Mauretania Tingitana (con capital en Tingis, ―Tánger―);
Internamente, a efectos judiciales y quizá fiscales, las provincias
se subdividen en conventus iuridici.
CIVITAS (CIUDADES) es un elemento administrativo y
económico básico del mundo romano y el principal instrumento
para romanizar los territorios conquistados. Una parte de las
ciudades romanas son de nueva creación, las colonias, donde se
asientan ciudadanos procedentes de Roma o de Italia y soldados
licenciados para que sirvan de modelo al resto de habitantes del
entorno. Otra gran parte son ciudades indígenas ya existentes que,
al colaborar con Roma durante la conquista, o al residir inmigrantes
romanos, pasan a ser municipios, con una organización y un
régimen legal similar al de la propia Roma. Las demás ciudades
indígenas son estipendiarias, pues pagan un estipendio o impuesto
a Roma a cambio de respetar su administración propia, pero incluso
en estas se van adoptando las costumbres romanas, de forma que
en el 72 d.C. (Edicto de Vespasiano) todas las ciudades hispánicas
recibieron el estatuto de municipios latinos, paso legal intermedio
a adquirir la ciudadanía romana, que ya tenían desde la época de
Augusto muchas de las ciudades de la Bética y del área
mediterránea y que en 212 d.C. (Edicto de Caracalla) llegaría a
todos los hombres libres del Imperio.
Las ciudades nuevas siguen el modelo de Roma, en su gobierno
interno y en su estructura. En la ordenación de una ciudad se
combina lo funcional con lo monumental, con un plano en
cuadrícula típico de los pueblos colonizadores, con dos grandes
ejes perpendiculares, el cardo (eje norte-sur) y el decumanus (de
este a oeste) que se cruzan en el foro o centro urbano, donde se
sitúan sus edificios públicos más representativos (basílica, archivo,
templos, tiendas), cerca de las termas, mientras en la zona exterior
están las necrópolis y edificios para el ocio (teatros, anfiteatros,
circos). Rodeada de una muralla, dispone también de

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infraestructuras de comunicación (puentes, calzadas, puertos y
faros) y sanitarias (red de cloacas, acueductos, cisternas) y de
monumentos conmemorativos (arcos de triunfo) en los accesos.
Además de los numerosos restos materiales que se conservan
(construcciones, pinturas, esculturas), EL LEGADO CULTURAL
romano suma otros elementos inmateriales, igualmente valiosos
para la cultura occidental, como son el derecho, la religión, la
ciencia y una lengua común. El latín, la lengua utilizada en el
derecho, la ciencia y la cultura, empezó extendiéndose entre las
élites (desde el siglo I d.C. hay grandes aportaciones hispánicas a
la literatura clásica: Séneca, si bien pervivirá algún sustrato
lingüístico prerromano en zonas poco romanizadas (como el
euskera, en el norte). Con el latín penetró también el derecho
romano, en cuyos principios se basa aún la mayor parte del derecho
occidental. Respecto a la religión, los romanos implantaron sus
cultos, pero mediante una forma de sincretismo que identificaba las
creencias religiosas locales con las romanas, permitían a los
pueblos sometidos el culto simultáneo a los dioses indígenas,
siempre que no fueran en contra de los intereses de Roma. Durante
el Imperio se impone el culto al emperador, como una forma de
culto cívico a quien encarna al Estado romano, y también desde el
siglo I d.C. llegan cultos religiosos «exóticos» de oriente (a Mitra,
a Isis, …) y, con ellos, pronto, el cristianismo.

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