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METODOS PARTICIPATIVOS DE PREVENCION Y GESTION DE CONFLICTOS EN MALA PRAXIS

MÉDICA

Mapa del Conflicto en Salud en la Argentina.

Según ha definido la Organización Mundial de la Salud, se entiende por Sistema de Salud al


conjunto de las organizaciones, instituciones y recursos que tienen como objetivo mejorar la
salud de la población proporcionando tratamientos y servicios que atiendan sus necesidades y
sean financieramente justos. Para su correcto funcionamiento el Sistema de Salud requiere de
personal, financiación, información, suministros, transportes y comunicaciones, con una
orientación y una dirección generales en cabeza del gobierno, pero con la necesaria
intervención de las regiones, los municipios y cada una de las organizaciones sanitarias.

Podemos inferir entonces que no basta la sumatoria de organizaciones, instituciones y


recursos para hablar de Sistema, si no que es necesario, además, que exista cierta interacción
entre las “partes” y que las mismas persigan un objetivo común.

Como sabemos el Sistema de Salud Argentino es un conjunto fragmentado, conformado por


tres subsistemas: el público, el de seguridad social y el privado, los que a su vez se desintegran
hacia adentro de cada uno de ellos en distintos niveles. Estás circunstancias no constituyen por
sí mismas óbice para la interacción de la que hablamos y menos aún para el logro de objetivos
sanitarios comunes, sin embargo, en este caso impactan negativamente en el Sistema de
Salud, propiciando el surgimiento de un sinnúmero de conflictos.

En efecto, el Sistema muestra la acción desarticulada de los distintos actores y una clara
indefinición de roles y responsabilidades que redunda en la producción de desiguales:
coberturas, modelos de financiamiento, estándares de calidad e incentivos. Las consecuencias
negativas de la fragmentación en el Sistema de Salud Argentino, también se patentizan con la
existencia de objetivos poblacionales que se corresponden con estratos específicos, que se
segmentan según el poder adquisitivo de sus integrantes, su ubicación geográfica, inserción
laboral o no, tipo de ocupación etc., que no tienen en cuenta objetivos sanitarios
compartidos, sino que por el contrario legitiman desigualdades en el ejercicio del derecho a la
salud.

Como dijimos, el Sistema de Salud argentino posee además la particularidad de reproducir esa
fragmentación, también hacia adentro de cada subsistema. El subsistema público tiene un alto
nivel de desarticulación entre sus distintos niveles nacional, provincial y municipal.

El subsistema de seguridad social y el privado, conformados por un gran número de


organizaciones y efectores, resultan heterogéneos en cuanto cobertura, población,
financiación y modalidades de operación etc., vgr. obras sociales provinciales, nacionales,
seguros privados, servicios de medicina prepaga locales, regionales, nacionales, de cobertura
integral o parcial.-

Un Sistema que genera distinciones en el acceso a prestaciones y en el producto resultante de


las mismas, que promueve la duplicidad de uso y el uso irracional de productos y servicios, con
el consecuente incremento de costos, vulnera principios de universalidad y equidad e
indudablemente constituye un campo fértil para la proliferación de una mayor cantidad de
controversias.

No acceso universal, no equidad, uso irracional, duplicación de prestaciones, aumento de


costos, desarticulación, indefinición de roles, en conjunto o cada uno de ellos individualmente,
estos caracteres tienen entidad suficiente para impactar directa o indirectamente en el grado
de conflictiva que ocurre en torno a la práctica médica.

Para minimizar estos efectos negativos es necesario llevar adelante un arduo trabajo de
coordinación y armonización entre los distintos subsistemas, un rol de rectoría expreso y
dinámico, que además establezca metas claras.

No podemos ignorar las dificultades que esta tarea conlleva en un país federal, en el cual las
provincias dictan su constitución y se reservan las facultades no delegadas expresamente al
gobierno nacional, entre ellas las que tienen que ver con la protección de la salud de sus
habitantes y la regulación en la materia.

Si bien el gobierno nacional conserva para sí la función de rectoría que lo faculta para
armonizar normas, administrar, coordinar políticas, direccionar el financiamiento, gestionar el
modelo asistencial, el modelo de atención y el modelo de financiación; ejercer esta función,
inexorablemente exige la obtención de consensos federales.

Para ello resulta imprescindible, el compromiso de los actores involucrados, el desarrollo de


una cultura empresaria de responsabilidad social y una política gubernamental de consenso,
coordinación y planificación conjunta.

Las dificultades en la obtención de estos, han quedado plasmadas en el marco regulatorio


vigente, que si bien resulta profuso, sigue constituyendo un fiel reflejo del sistema:
fragmentado, con superposiciones, vacíos legales, desarticulaciones y contradicciones que
inciden a diario en los niveles de conflictiva.

Con un plexo normativo heterogéneo e incluso discordante, sumado a objetivos sanitarios


poco claros para la población en general e incluso para el propio Sistema Judicial, la
judicialización de los conflictos pareciera no constituir, en la mayoría de los casos, la
herramienta más eficaz para la resolución de conflictos en el ámbito de la salud.

A pesar del escenario hasta aquí relatado, la judicialización de los conflictos en salud, suele ser
el único camino conocido por los ciudadanos para la solución de sus controversias en este
ámbito.
Ello quizás, explique el crecimiento de la judicialización de estos conflictos en la Argentina,
cuyo impacto económico no sólo va en aumento, sino que según se estima superará incluso el
ritmo del crecimiento del gasto en salud.

El aumento de la litigiosidad y su impacto económico se vincula también a las dificultades


resultantes de la transformación de la relación clínica entre médico y paciente-usuario, cambio
de paradigma, que ni el Sistema de Salud, ni los propios profesionales han podido asimilar
totalmente.

La transformación de un modelo paternalista en el que el paciente era un sujeto pasivo que de


manera sumisa cumplía con la indicación del médico, a un modelo de relación basada en el
principio de autonomía de la voluntad, en la que el médico resulta prácticamente un asesor
técnico al que no sólo se le exige trate la enfermedad, sino que garantice la salud; sin ninguna
duda genera fricciones capaces de coadyuvar en la producción de controversias y deteriorar la
relación y/o condicionar el ejercicio de la profesión.

La innovación es constante y la oferta de nuevas tecnologías genera el aumento de las


expectativas de los usuarios y sus familiares. Sin embargo poseer la información sobre nuevos
procesos diagnostico o tratamientos, no es suficiente.

Cuando esa información es tan técnica resulta imprescindible el acompañamiento del


profesional de la salud para orientar, para mostrar las opciones reales, trabajar respetando
parámetros de medicina basada en la evidencia y filtrar los intereses económicos de
laboratorios y empresas de tecnología médica. La ausencia de este acompañamiento también
favorece la aparición del conflicto.

A este contexto debemos sumar diversos elementos que intervienen sobre la propia conducta
del profesional en el desempeño de su actividad, facilitando la generación de controversias,
entre ellos podemos mencionar: condiciones laborales, factores económicos, exigencias
académicas, sobreocupación, subocupación, ámbito socioeconómico cultural, etc.

Resulta de claridad meridiana entonces, que no hay un único y preciso determinante de la


conflictiva en salud y que todo ellos deben contemplarse al momento de intentar la
prevención o gestión del conflicto.

El conflicto.

El conflicto es parte de la vida humana, se da cotidianamente en distintos ámbitos de nuestra


vida personal y profesional, con matices que van desde un simple intercambio de opiniones
hasta controversias con mayor violencia, inconciliables, beligerantes.

No hay consensos en una única definición de conflicto, pero si pueden encontrarse elementos
comunes. Las distintas disciplinas analizan y clasifican los conflictos desde su propio enfoque,
observando diferentes elementos a los que otorgan mayor o menor preponderancia,
arribando a conclusiones que si bien muchas veces se complementan, devienen disimiles.
Más allá de las definiciones objetivas que puedan arrojar los diccionarios sobre el término, el
componente subjetivo termina siendo el más relevante, ya que en definitiva y aún cuando
resulten tangibles las diferencias respecto de recursos, necesidades, verdades o valores entre
individuos o grupos, conflicto es aquello que los individuos perciben como tal.

Diferentes autores marcan el elemento percepción como sustancial, destacando que el


conflicto no tiene un origen objetivo, ni viene de la mano de una única verdad, sino que está
en la mente de las personas y se relaciona con sus impresiones.

Vista la complejidad que lo rodea, podemos concluir que el conflicto no es en sí mismo algo
malo, que debemos intentar hacer desaparecer, si no que es necesario saber “leerlo”, conocer
las percepciones que del mismo tengan las partes y gestionarlo para evitar que sea
destructivo.

El conflicto, se ha dicho en numerosas ocasiones, nos muestra oportunidades para analizar y


mejorar.

Cuando hablamos de gestión del conflicto las posibilidades son infinitas. Se puede gestionar
por la fuerza, confrontando, atacando; se puede gestionar evitando, eludiendo, excusando,
cediendo o se puede gestionar negociando, integrando, colaborando y cooperando. El estilo
elegido por los individuos y/o las organizaciones depende a su vez de factores tales como:
visión de los involucrados; ingresos y poder de decisión; grado de profesionalidad
(conocimiento); capacitación en el uso de herramientas comunicacionales y/o de prevención y
gestión de conflictos; urgencias en la búsqueda de una solución; contexto social, económico,
político y cultural en el que se produce el conflicto.

El conflicto es un proceso “vivo, dinámico, sometido a constantes transformaciones, en el que


podríamos diferenciar sucesivos ciclos o fases: a) escalada o progresión de intensidad del
conflicto, b) atascamiento o meseta en que se advierte la imposibilidad de imponerse sobre al
otro y c) desescalada. Estos ciclos se dan en distintos planos del conflicto; emoción, razón y
voluntad intervienen en cada una de ellos y no siempre van a la par, saber leer éstas
circunstancias nos permite enfocar o gestionar más adecuadamente una controversia, detener
su progresión o salir de una meseta o atascamiento

Los conflictos en general pueden clasificarse de numerosas formas: según las personas
involucradas; la relación de poder o jerarquía entre estas; su funcionalidad; su grado de
visibilidad; su intensidad, etc.

Los conflictos pueden también clasificarse según sus causas y sus contenidos y en este sentido
en salud los conflictos pueden producirse por el alto nivel de exposición emocional; la falta de
información y/o la mala comunicación; por cuestiones estructurales externas a la relación
entré médico y paciente, como la falta de definición de roles en el sistema sanitario o
cuestiones organizativas de la organización de salud; pueden también ocurrir como
consecuencia de un intento de una de las partes de imponer valores diferentes a la otra parte;
o ser provocados por la falta de satisfacción de expectativas o tras un cambio no esperado.
Ejemplos: el médico que atendía al paciente no está más en el servicio, la sustitución o falta de
cobertura de un medicamento en el tratamiento de enfermedades crónicas, estado de salud
post cirugía diferente al esperado, cambios en los horarios de atención, cambios de
empleados administrativos – paramédicos - o enfermeros, entre otros.

El conflicto en la práctica de la medicina.

Tradicionalmente, la actividad profesional del médico ha tenido un calificativo humanista, en


virtud de que sus acciones están orientadas hacia el mejoramiento del bienestar biopsicosocial
del individuo, tutelando la salud y la vida, dos de los valores de mayor importancia para el ser
humano.

La formación profesional del médico no sólo toma en cuenta los avances científicos, sino
también la dimensión ética de sus aplicaciones, de tal forma que el principio de beneficencia,
característico de su profesión, adquiere relevancia en un doble plano.

Bajo dicho principio, el médico ha puesto al servicio de su paciente los conocimientos que
posee, así como las habilidades y destrezas adquiridas en el transcurso de su ejercicio
profesional. También, y en forma determinante, ha dispuesto de sus cualidades personales, de
su naturaleza racional y su deseo de aliviar la situación desafortunada del paciente, fundando
su actuar en principios éticos de aplicación universal. Es imprescindible comprender, que todo
ello ha constituido la piedra basal de la relación médico-paciente, permitiendo que el lugar
ostentado por los profesionales resultara poco menos que sagrado.

Es así que a través de la historia, al establecer un diagnóstico, y definir un tratamiento y un


pronóstico sobre la evolución del estado de salud del paciente, genera en éste determinadas
expectativas, por lo general positivas, cuando el profesionista ha sabido conjugar
favorablemente el aspecto técnico con el interpersonal; se habla entonces de una atención
adecuada, que el paciente califica incluso como una atención con calidad.

Debe recordarse que el paciente siempre ha buscado atención médica para aliviar sus
malestares físicos, pero también demanda, por su estado emocional, que el médico
comprenda su forma de ser y de sentir; que entienda sus características personales; su modo
de vida, miedos y aspiraciones, así como sus creencias, temores y satisfacciones.

Comprender este conjunto de necesidades del paciente, para favorecer su estado de salud, le
ha dado al médico un estatus que pocas profesiones han logrado en el devenir de la
humanidad.
La confianza del paciente ha significado para el médico el reconocimiento a su calidad
profesional y ética, al depositar en él sus esperanzas para recuperar su salud, preservar la vida
e incluso tener una muerte digna, pues en muchas ocasiones sus afecciones rebasan el estado
físico para ubicarse en el plano espiritual.

De esta manera, la historia ha registrado que la actividad profesional del médico se sustenta en
una relación de confianza, prestigio y reconocimiento al benefactor, en la cual, la ciencia y la
ética se conjugan para satisfacer diversas necesidades.

Con el tiempo los avances científicos y tecnológicos han contribuido, en el campo de la ciencia
médica, a superar añejos rezagos en el ámbito social. Ello trajo prestigio y respeto para
quienes hicieron de la medicina su profesión, encumbrándolos aún más en una relación de
carácter paternalista cuyo sentido humanitario se hacía evidente al ejercer la medicina en
beneficio del paciente, no obstante que su actuar excluía, por lo regular, el punto de vista y la
voluntad del enfermo.

La aparición de formas distintas de apreciar la realidad desde otras perspectivas ideológicas y


la propia dinámica de las relaciones sociales que han originado un vuelco en el sistema de
valores y convicciones sociales, sumado a la influencia de los medios de comunicación y el
acceso a la información han transformado la relación del paciente con el médico y en general
con el equipo de salud, haciéndolo más crítico, más consciente de su derecho a la
autodeterminación al afirmar su individualismo.

A lo anterior, se agregan los incontrovertibles avances en la ciencia y la tecnología, que a la vez


que magnifican las posibilidades de ofrecer mejorías sustanciales para abatir las
enfermedades, también limitan la actuación del médico y obligan a una atención
multidisciplinaria del paciente en razón de la gran especialización de la ciencia médica.

De algún modo, el margen de aparición de una contingencia desfavorable para la salud del
paciente es mayor, pues no obstante que no ha variado el sentido humanitario de la profesión,
los errores pueden suceder en cualquier momento en virtud de que el médico, aún con la alta
precisión que puede ofrecer el uso de la tecnología, sigue y seguirá siendo un ser humano, en
tanto que la medicina se desarrolla en un ámbito de incertidumbre tal, que la posibilidad de
errar no es totalmente evitable, como sucede en cualquier otra actividad profesional.

Adicionalmente, cuando por diversas circunstancias en el transcurso de la atención médica no


se obtienen los resultados esperados, factores como la desinformación, la falta de
comunicación con su médico e inclusive la intervención de terceros ajenos a esta relación,
pueden distorsionar la apreciación del acto médico, originando que el paciente atribuya estos
resultados desfavorables más a un acto de mala práctica que a la simple y llana evolución
natural de la enfermedad.
La actitud del médico, por otra parte, contribuye en muchas ocasiones a la existencia de una
comunicación deficiente, de tal suerte que no obstante contar con los conocimientos y
habilidades suficientes para actuar con bases científicas, con pericia y diligencia, sus
desatenciones generan desconfianza y con ello una respuesta del paciente contraria a sus
expectativas. No hay que olvidar que por su estado afectivo, el paciente es más receptivo a las
atenciones pero también a las descortesías, lo que constituye en muchas ocasiones
parámetros sobre la calidad del servicio.

De ahí que las demandas por mala práctica tengan un origen multifactorial, aunque su
aumento es un hecho que no pasa desapercibido, como tampoco lo es su vinculación con el
concepto de medicina defensiva, tan arraigado en algunos países desarrollados de Europa, así
como en los Estados Unidos de Norteamérica.

Es conocido el incremento de costos resultantes de la aplicación de criterios de “medicina


defensiva” en países con una cultura altamente litigiosa en materia de controversias médicas.

En un contexto de práctica habitual de medicina defensiva, médicos y pacientes responden de


manera distinta, aunque en ambos casos con efectos negativos. Los primeros, entre otras
cosas, ejerciendo de manera cautelosa su profesión, haciendo un uso excesivo de recursos de
diagnóstico, en detrimento cada vez más de las bases clínicas y abusando de la interconsulta
para eliminar pacientes de alto riesgo, conducta ésta definida como “medicina evasiva”.

Por su parte el paciente ha adoptado una actitud altamente litigiosa, incentivada por la
participación de terceros ajenos, lo que a su vez orilla a los médicos a buscar protección legal
contratando costosos seguros de responsabilidad profesional.

Así las cosas, al tiempo que aumenta la desconfianza en la relación entre médico-paciente,
crecen los costos de la atención médica.

La judicialización de estos conflictos, usualmente acentúa la desconfianza, debilitando la


relación entre las partes y si bien no puede desconocerse que aporta soluciones, estas se
producen tras largos procesos y muchas veces resultan temporarias. Estas soluciones han sido
establecidas por terceros cuyo objetivo ha sido garantizar el imperio de la Ley y no satisfacer
los intereses reales de las partes, permitiendo que eventualmente el conflicto resurja y/o
repercuta sobre otros actores del Sistema.

La escasa flexibilidad del proceso judicial aplicada a conflictos entre médicos y pacientes,
termina por deteriorar la relación entre las partes, así como la imagen de los profesionales
demandados y las organizaciones involucradas.
Como si fuera poco, hemos visto que no resulta costo efectiva, es decir es más onerosa para el
Sistema.

Procesos Adversariales y no Adversariales en la Resolución y/o Gestión del Conflicto en el


sector salud

Hemos destacado que la judicialización de los conflictos en salud, suele ser el único camino
conocido por los ciudadanos para la resolución de sus conflictos en este ámbito, sin embargo
existen otras herramientas, quizás incluso más efectivas por su rapidez, confidencialidad,
flexibilidad y menor costo, que podrían ser utilizadas en beneficio de todos los involucrados.

Los métodos de resolución de conflictos pueden clasificarse como adversariales o no


adversariales.

Adversariales: se los denomina así por su heterocomposición, es decir son aquellos métodos
de resolución de conflictos en los que un tercero neutral, juez o arbitro, determina cual es la
solución, o pone fin, al conflicto que le es sometido a su decisión.

No adversariales: son los que se caracterizan por priorizar la autocomposición de las partes, es
decir son aquellos en los que impera la autonomía de la voluntad y cooperación de las partes y
sólo ellas deciden cual es la solución para el conflicto que las enfrenta. En ellos puede o no
intervenir un tercero neutral.

Entre estos últimos se incluye la Transacción, que consiste en una negociación extrajudicial
directa sin la intervención de un tercero; la Conciliación, y la Mediación cuyos procesos
consisten en una negociación asistida por un tercero neutral, el Conciliador y el Mediador
respectivamente.

En los procesos adversariales el juez o bien el árbitro resuelven el conflicto al dictar su


sentencia o laudo, en cambio en los procesos no adversariales como la mediación, el mediador
asiste a las partes facilitando la comunicación entre ellas para que mediante la negociación
intenten resolverlo y llegando a un acuerdo que sea satisfactorio para ambas.

En ambos casos el conflicto llega a un desenlace, lo que cambia es el modo, el proceso que se
desarrolla para llegar a él. En el proceso judicial encontramos absolutamente cristalizados los
intereses y las posiciones asumidas por las partes; por el contrario, en la mediación
observamos una negociación permanente y flexibilización continua de las posiciones iniciales,
en una búsqueda incesante de los intereses recíprocos que las partes intentan satisfacer, hasta
lograr el acuerdo.

Los procedimientos adversariales constituyeron la forma tradicional de dirimir conflictos, pero


profundizan la disputa que les da origen porque se apoyan en la confrontación. Por otra parte
la complejidad técnica y ciertas incongruencias del plexo normativo, sumadas al cúmulo de
causas en trámite, tienden a dificultar el acceso a la justicia, favoreciendo muchas veces a
quienes se lanzan a una “aventura jurídica y dejando desprotegidos a quienes ostentan
derechos.

En los procedimientos no adversariales y sobre todo en la mediación, el campo de aplicación


es mucho más amplio, la burocracia es menor, el ámbito de discreción, comprensión y
confidencialidad más certero, las posibilidades para arribar a soluciones entonces resultan ser
más creativas y equitativas.

Pese a que estamos habituados a someter nuestros conflictos a la decisión judicial, debe
tomarse conciencia que existen distintos niveles de conflictos y que no todos ellos requieren
de su judicialización para ser resueltos. Como dijimos antes, la gestión de conflictos utilizando
medios participativos da muestras del grado de civismo de una sociedad capaz de llegar a los
Tribunales como última instancia, luego de haber intentado caminos más flexibles y adecuados
y menos costosos en procura de un entendimiento.

Por ello, los Métodos participativos de resolución de conflictos no adversariales, constituyen


quizás el modo más idóneo de resolver las controversias entre quienes tradicionalmente han
establecido una relación de confianza y colaboración para prevenir la enfermedad, proteger y
restaurar la salud.

Si la relación médico-paciente gira en torno al principio fundamental de beneficencia en el cual


se objetiva el imperativo moral de no causar daño, los errores cometidos de manera
involuntaria, sin la intención de dañar, deben, de igual manera, tener una salida distinta a la
disputa judicial, de tal forma que su solución no rompa este equilibrio ancestral, sino que por
el contrario, lo fortalezca.

Empero, esta relación no puede fortalecerse si las controversias derivadas de la atención


médica se someten a un proceso legal que enfrenta a las partes y polariza sus posiciones, pues
habrá que recordar que en muchos casos la decisión jurisdiccional otorga la razón a uno de los
contendientes, y por regla general la otra parte se siente insatisfecha.

Por el contrario, la aplicación de Métodos Participativos de resolución de controversias no


adversariales a los conflictos médicos promueve el entendimiento entre las partes y favorece
la participación directa de los involucrados.

Arbitraje
Dentro de los métodos adversariales de resolución de conflictos se diferencia el arbitraje,
herramienta que constituye sin duda una opción viable para resolver aquellos conflictos en
que las partes no han podido llegar a un acuerdo a través de la mediación. A diferencia del
judicial, resulta un proceso más flexible, que bajo la modalidad de un juicio de expertos,
garantiza un pronunciamiento objetivo e imparcial.

Otra de las particularidades del arbitraje, se refiere a la manera libre y voluntaria por el cual las
partes deciden someter sus diferencias al conocimiento de un tercero, al que le reconocen
capacidad y especialización en la materia de la controversia, dándole facultades para resolver
el conflicto. En definitiva, con el compromiso de cumplir su decisión en forma voluntaria en
virtud de la buena fe expresada en el compromiso arbitral.

En algunas mediaciones las partes convienen antes de su inicio, la inclusión de la denominada


cláusula med-arb, mediante la cual se estipula que para el caso que no se arribe a un acuerdo,
se designará como árbitro/s –dada su especialización- al/los mediador/es que haya/n
intervenido en el proceso.

El arbitraje es una figura jurídica ampliamente reconocida en nuestro derecho positivo por las
ventajas que tiene respecto de los juicios que se desahogan ante los órganos de impartición de
justicia, pues sin pretender sustituirlos, otorga a las partes la posibilidad de resolver sus
diferencias en un tiempo más corto que el que usualmente se lleva en los tribunales, lo que
además es acorde con la tendencia internacional de hacer efectivo el principio universal a
cargo del estado de brindar justicia pronta y expedita.

América Latina no es ajena a esta tendencia que está llevando a las sociedades modernas a la
adopción de la mediación y el arbitraje como vías alternas para resolver las diferencias que
surgen de cualquier interacción humana como es la que se perfecciona entre médico y
paciente, es criterio común entre los tratadistas que los Métodos Participativos para la
Solución de Conflictos implican una voluntad de transigir y esta voluntad es precisamente
concordante con los principios que orientan la práctica médica.

Como ejemplo de lo expuesto vale el módelo de arbitraje médico vigente en México. La


Comisión Nacional de Arbitraje Médico (CONAMED) es una institución gubernamental que
orgánicamente depende de la Secretaría de Salud, autoridad sanitaria federal cuya función
principal consiste en coordinar las acciones del Sistema Nacional de Salud orientadas, de
manera general, a proporcionar servicios de salud a toda la población y mejorar la calidad de
los mismos, atendiendo a los problemas sanitarios prioritarios y a los factores que condicionen
y causen daños a la salud, con especial interés en las acciones preventivas, como lo dictan las
disposiciones jurídicas correspondientes.

La CONAMED fue creada en 1996, y no obstante ser un órgano desconcentrado de la


Secretaría de Salud, cuenta con autonomía técnica —derivada de las disposiciones del Decreto
del Ejecutivo Federal por el cual fue creada—, lo que le permite cumplir sus finalidades: tutelar
el derecho a la protección de la salud y coadyuvar a la mejoría de la práctica médica, por
medio de la atención de inconformidades ante presuntos actos de mala práctica médica por
parte de las instituciones públicas y privadas que prestan este tipo de servicios, así como por
aquellos que ejercen su actividad profesional en forma independiente.

Al efecto, se le dotó, entre otras, de las siguientes atribuciones:

• Brindar asesoría e información a los pacientes, sus familiares, y prestadores de


servicios médicos, e intervenir a través de la gestoría y la conciliación en la resolución
de conflictos derivados de aquéllos.

• Fungir como árbitro y emitir laudos.

• Elaborar dictámenes médicos a petición de los órganos y las autoridades de


procuración y administración de justicia.

• Emitir Recomendaciones para mejorar la práctica de la medicina.

• Intervenir de oficio en cualquier asunto de interés general en materia de prestación de


servicios médicos.

• Asesorar a los gobiernos estatales para la constitución de instituciones análogas.

Para el cumplimiento de sus atribuciones ofrece diversas alternativas extrajudiciales para la


atención de las inconformidades derivadas de presuntos actos de mala práctica médica, como
son la gestoría para una mejor atención; conciliación y arbitraje. Todos los procedimientos
tienen como característica común ser gratuitos, ágiles, expeditos y confidenciales.

Los procedimientos de mediación y arbitraje realizados día con día constituyen una alternativa
extrajudicial válida para la resolución de los conflictos que lleguen a acaecer, con claras
ventajas sobre los juicios ordinarios que están a cargo de la autoridad de administración de
justicia, como lo son: la evaluación del caso por expertos en la materia, la rapidez en la
conclusión, la imparcialidad, y la gratuidad, entre otras.

Si las partes no llegan a un acuerdo en la etapa de mediación se les ofrece el arbitraje de la


Institución misma que se desarrolla, si existe la voluntad de ambas, mediante dos
procedimientos: el arbitraje en conciencia, en términos de las reglas fijadas por las propias
partes, y el arbitraje de estricto derecho, sujetándose a la legislación civil vigente en la
República. No obstante que la CONAMED privilegia la aplicación de la primera modalidad, en
ambos la Resolución se emite mediante un laudo que por lo general se cumple de manera
voluntaria, aunque es posible hacerlo en forma coercitiva una vez homologado ante un
tribunal judicial.

De igual forma, coadyuva con los órganos internos de control de las instituciones públicas y
con las instancias de procuración y administración de justicia en el desarrollo de procesos y
procedimientos ventilados ante ellos, a través de la elaboración de dictámenes médicos, cuyo
fin es ilustrar a la autoridad en una materia tan especializada para que cuente con elementos
que le permitan convicción sobre la situación legal o administrativa de los prestadores de
servicios involucrados en probables responsabilidades derivadas del acto médico, en sus
diversas manifestaciones y modalidades.

Es importante destacar que los dictámenes se elaboran “al leal saber y entender” de la
CONAMED en ejercicio de su autonomía técnica, siendo en la práctica de carácter institucional
y, por tanto, no emitidos por perito persona física.

También se le ha facultado para emitir Opiniones Técnicas o Recomendaciones sobre aspectos


médicos en lo particular o en lo general, donde la CONAMED actúa con el carácter de Gestor
de Calidad en materia de salud, a fin de contribuir a mejorar la calidad de la atención médica
brindada en establecimientos hospitalarios tanto públicos como privadas del país.

El análisis de los motivos de inconformidad y la evaluación del acto médico en cada uno de los
asuntos desahogados en la CONAMED genera un conocimiento importante del
comportamiento de la práctica médica por especialidad, lo que permite a la institución
plantear y sugerir acciones encaminadas a corregir los errores detectados en el ejercicio de su
profesión, como medida preventiva para mejorar la calidad de los servicios que se ofrecen a la
población.

Estas Recomendaciones se dirigen a las diversas asociaciones médicas, así como a las
instituciones prestadoras de servicios e inclusive a la autoridad sanitaria, como vía para
retroalimentar al Sistema Nacional de Salud e inducir el cambio que requiere una práctica
médica de calidad.

No menos importante es la participación de oficio que tiene la CONAMED en el conocimiento


de casos de deficiencias en los servicios médicos cuando se trata de cuestiones que exceden
intereses de tipo particular, es decir, de tipo general en materia de salubridad general de la
República.

Finalmente, una tarea fundamental para lograr un modelo nacional, es la responsabilidad que
tiene para fomentar la creación de instituciones análogas para la resolución de controversias
en el interior de la República.

Desde su creación ha apoyado la instalación de instituciones similares a la CONAMED en 17


estados de la República, mismas que coadyuvan en la atención de inconformidades vinculadas
con el acto médico, cuando se trata de probables irregularidades en la prestación de servicios
públicos y privados de naturaleza estatal.
A este conjunto de funciones le hemos denominado de manera genérica modelo de arbitraje
médico, cuya finalidad pretende estandarizar los procedimientos que se desarrollan en la
CONAMED y el resto de las comisiones que se han establecido en las entidades federativas, de
tal manera que la población reciba servicios homogéneos, y las Recomendaciones sobre la
práctica de la medicina tengan una cobertura nacional.

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