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MÉDICA
En efecto, el Sistema muestra la acción desarticulada de los distintos actores y una clara
indefinición de roles y responsabilidades que redunda en la producción de desiguales:
coberturas, modelos de financiamiento, estándares de calidad e incentivos. Las consecuencias
negativas de la fragmentación en el Sistema de Salud Argentino, también se patentizan con la
existencia de objetivos poblacionales que se corresponden con estratos específicos, que se
segmentan según el poder adquisitivo de sus integrantes, su ubicación geográfica, inserción
laboral o no, tipo de ocupación etc., que no tienen en cuenta objetivos sanitarios
compartidos, sino que por el contrario legitiman desigualdades en el ejercicio del derecho a la
salud.
Como dijimos, el Sistema de Salud argentino posee además la particularidad de reproducir esa
fragmentación, también hacia adentro de cada subsistema. El subsistema público tiene un alto
nivel de desarticulación entre sus distintos niveles nacional, provincial y municipal.
Para minimizar estos efectos negativos es necesario llevar adelante un arduo trabajo de
coordinación y armonización entre los distintos subsistemas, un rol de rectoría expreso y
dinámico, que además establezca metas claras.
No podemos ignorar las dificultades que esta tarea conlleva en un país federal, en el cual las
provincias dictan su constitución y se reservan las facultades no delegadas expresamente al
gobierno nacional, entre ellas las que tienen que ver con la protección de la salud de sus
habitantes y la regulación en la materia.
Si bien el gobierno nacional conserva para sí la función de rectoría que lo faculta para
armonizar normas, administrar, coordinar políticas, direccionar el financiamiento, gestionar el
modelo asistencial, el modelo de atención y el modelo de financiación; ejercer esta función,
inexorablemente exige la obtención de consensos federales.
A pesar del escenario hasta aquí relatado, la judicialización de los conflictos en salud, suele ser
el único camino conocido por los ciudadanos para la solución de sus controversias en este
ámbito.
Ello quizás, explique el crecimiento de la judicialización de estos conflictos en la Argentina,
cuyo impacto económico no sólo va en aumento, sino que según se estima superará incluso el
ritmo del crecimiento del gasto en salud.
A este contexto debemos sumar diversos elementos que intervienen sobre la propia conducta
del profesional en el desempeño de su actividad, facilitando la generación de controversias,
entre ellos podemos mencionar: condiciones laborales, factores económicos, exigencias
académicas, sobreocupación, subocupación, ámbito socioeconómico cultural, etc.
El conflicto.
No hay consensos en una única definición de conflicto, pero si pueden encontrarse elementos
comunes. Las distintas disciplinas analizan y clasifican los conflictos desde su propio enfoque,
observando diferentes elementos a los que otorgan mayor o menor preponderancia,
arribando a conclusiones que si bien muchas veces se complementan, devienen disimiles.
Más allá de las definiciones objetivas que puedan arrojar los diccionarios sobre el término, el
componente subjetivo termina siendo el más relevante, ya que en definitiva y aún cuando
resulten tangibles las diferencias respecto de recursos, necesidades, verdades o valores entre
individuos o grupos, conflicto es aquello que los individuos perciben como tal.
Vista la complejidad que lo rodea, podemos concluir que el conflicto no es en sí mismo algo
malo, que debemos intentar hacer desaparecer, si no que es necesario saber “leerlo”, conocer
las percepciones que del mismo tengan las partes y gestionarlo para evitar que sea
destructivo.
Cuando hablamos de gestión del conflicto las posibilidades son infinitas. Se puede gestionar
por la fuerza, confrontando, atacando; se puede gestionar evitando, eludiendo, excusando,
cediendo o se puede gestionar negociando, integrando, colaborando y cooperando. El estilo
elegido por los individuos y/o las organizaciones depende a su vez de factores tales como:
visión de los involucrados; ingresos y poder de decisión; grado de profesionalidad
(conocimiento); capacitación en el uso de herramientas comunicacionales y/o de prevención y
gestión de conflictos; urgencias en la búsqueda de una solución; contexto social, económico,
político y cultural en el que se produce el conflicto.
Los conflictos en general pueden clasificarse de numerosas formas: según las personas
involucradas; la relación de poder o jerarquía entre estas; su funcionalidad; su grado de
visibilidad; su intensidad, etc.
Los conflictos pueden también clasificarse según sus causas y sus contenidos y en este sentido
en salud los conflictos pueden producirse por el alto nivel de exposición emocional; la falta de
información y/o la mala comunicación; por cuestiones estructurales externas a la relación
entré médico y paciente, como la falta de definición de roles en el sistema sanitario o
cuestiones organizativas de la organización de salud; pueden también ocurrir como
consecuencia de un intento de una de las partes de imponer valores diferentes a la otra parte;
o ser provocados por la falta de satisfacción de expectativas o tras un cambio no esperado.
Ejemplos: el médico que atendía al paciente no está más en el servicio, la sustitución o falta de
cobertura de un medicamento en el tratamiento de enfermedades crónicas, estado de salud
post cirugía diferente al esperado, cambios en los horarios de atención, cambios de
empleados administrativos – paramédicos - o enfermeros, entre otros.
La formación profesional del médico no sólo toma en cuenta los avances científicos, sino
también la dimensión ética de sus aplicaciones, de tal forma que el principio de beneficencia,
característico de su profesión, adquiere relevancia en un doble plano.
Bajo dicho principio, el médico ha puesto al servicio de su paciente los conocimientos que
posee, así como las habilidades y destrezas adquiridas en el transcurso de su ejercicio
profesional. También, y en forma determinante, ha dispuesto de sus cualidades personales, de
su naturaleza racional y su deseo de aliviar la situación desafortunada del paciente, fundando
su actuar en principios éticos de aplicación universal. Es imprescindible comprender, que todo
ello ha constituido la piedra basal de la relación médico-paciente, permitiendo que el lugar
ostentado por los profesionales resultara poco menos que sagrado.
Debe recordarse que el paciente siempre ha buscado atención médica para aliviar sus
malestares físicos, pero también demanda, por su estado emocional, que el médico
comprenda su forma de ser y de sentir; que entienda sus características personales; su modo
de vida, miedos y aspiraciones, así como sus creencias, temores y satisfacciones.
Comprender este conjunto de necesidades del paciente, para favorecer su estado de salud, le
ha dado al médico un estatus que pocas profesiones han logrado en el devenir de la
humanidad.
La confianza del paciente ha significado para el médico el reconocimiento a su calidad
profesional y ética, al depositar en él sus esperanzas para recuperar su salud, preservar la vida
e incluso tener una muerte digna, pues en muchas ocasiones sus afecciones rebasan el estado
físico para ubicarse en el plano espiritual.
De esta manera, la historia ha registrado que la actividad profesional del médico se sustenta en
una relación de confianza, prestigio y reconocimiento al benefactor, en la cual, la ciencia y la
ética se conjugan para satisfacer diversas necesidades.
Con el tiempo los avances científicos y tecnológicos han contribuido, en el campo de la ciencia
médica, a superar añejos rezagos en el ámbito social. Ello trajo prestigio y respeto para
quienes hicieron de la medicina su profesión, encumbrándolos aún más en una relación de
carácter paternalista cuyo sentido humanitario se hacía evidente al ejercer la medicina en
beneficio del paciente, no obstante que su actuar excluía, por lo regular, el punto de vista y la
voluntad del enfermo.
De algún modo, el margen de aparición de una contingencia desfavorable para la salud del
paciente es mayor, pues no obstante que no ha variado el sentido humanitario de la profesión,
los errores pueden suceder en cualquier momento en virtud de que el médico, aún con la alta
precisión que puede ofrecer el uso de la tecnología, sigue y seguirá siendo un ser humano, en
tanto que la medicina se desarrolla en un ámbito de incertidumbre tal, que la posibilidad de
errar no es totalmente evitable, como sucede en cualquier otra actividad profesional.
De ahí que las demandas por mala práctica tengan un origen multifactorial, aunque su
aumento es un hecho que no pasa desapercibido, como tampoco lo es su vinculación con el
concepto de medicina defensiva, tan arraigado en algunos países desarrollados de Europa, así
como en los Estados Unidos de Norteamérica.
Por su parte el paciente ha adoptado una actitud altamente litigiosa, incentivada por la
participación de terceros ajenos, lo que a su vez orilla a los médicos a buscar protección legal
contratando costosos seguros de responsabilidad profesional.
Así las cosas, al tiempo que aumenta la desconfianza en la relación entre médico-paciente,
crecen los costos de la atención médica.
La escasa flexibilidad del proceso judicial aplicada a conflictos entre médicos y pacientes,
termina por deteriorar la relación entre las partes, así como la imagen de los profesionales
demandados y las organizaciones involucradas.
Como si fuera poco, hemos visto que no resulta costo efectiva, es decir es más onerosa para el
Sistema.
Hemos destacado que la judicialización de los conflictos en salud, suele ser el único camino
conocido por los ciudadanos para la resolución de sus conflictos en este ámbito, sin embargo
existen otras herramientas, quizás incluso más efectivas por su rapidez, confidencialidad,
flexibilidad y menor costo, que podrían ser utilizadas en beneficio de todos los involucrados.
Adversariales: se los denomina así por su heterocomposición, es decir son aquellos métodos
de resolución de conflictos en los que un tercero neutral, juez o arbitro, determina cual es la
solución, o pone fin, al conflicto que le es sometido a su decisión.
No adversariales: son los que se caracterizan por priorizar la autocomposición de las partes, es
decir son aquellos en los que impera la autonomía de la voluntad y cooperación de las partes y
sólo ellas deciden cual es la solución para el conflicto que las enfrenta. En ellos puede o no
intervenir un tercero neutral.
Entre estos últimos se incluye la Transacción, que consiste en una negociación extrajudicial
directa sin la intervención de un tercero; la Conciliación, y la Mediación cuyos procesos
consisten en una negociación asistida por un tercero neutral, el Conciliador y el Mediador
respectivamente.
En ambos casos el conflicto llega a un desenlace, lo que cambia es el modo, el proceso que se
desarrolla para llegar a él. En el proceso judicial encontramos absolutamente cristalizados los
intereses y las posiciones asumidas por las partes; por el contrario, en la mediación
observamos una negociación permanente y flexibilización continua de las posiciones iniciales,
en una búsqueda incesante de los intereses recíprocos que las partes intentan satisfacer, hasta
lograr el acuerdo.
Pese a que estamos habituados a someter nuestros conflictos a la decisión judicial, debe
tomarse conciencia que existen distintos niveles de conflictos y que no todos ellos requieren
de su judicialización para ser resueltos. Como dijimos antes, la gestión de conflictos utilizando
medios participativos da muestras del grado de civismo de una sociedad capaz de llegar a los
Tribunales como última instancia, luego de haber intentado caminos más flexibles y adecuados
y menos costosos en procura de un entendimiento.
Arbitraje
Dentro de los métodos adversariales de resolución de conflictos se diferencia el arbitraje,
herramienta que constituye sin duda una opción viable para resolver aquellos conflictos en
que las partes no han podido llegar a un acuerdo a través de la mediación. A diferencia del
judicial, resulta un proceso más flexible, que bajo la modalidad de un juicio de expertos,
garantiza un pronunciamiento objetivo e imparcial.
Otra de las particularidades del arbitraje, se refiere a la manera libre y voluntaria por el cual las
partes deciden someter sus diferencias al conocimiento de un tercero, al que le reconocen
capacidad y especialización en la materia de la controversia, dándole facultades para resolver
el conflicto. En definitiva, con el compromiso de cumplir su decisión en forma voluntaria en
virtud de la buena fe expresada en el compromiso arbitral.
El arbitraje es una figura jurídica ampliamente reconocida en nuestro derecho positivo por las
ventajas que tiene respecto de los juicios que se desahogan ante los órganos de impartición de
justicia, pues sin pretender sustituirlos, otorga a las partes la posibilidad de resolver sus
diferencias en un tiempo más corto que el que usualmente se lleva en los tribunales, lo que
además es acorde con la tendencia internacional de hacer efectivo el principio universal a
cargo del estado de brindar justicia pronta y expedita.
América Latina no es ajena a esta tendencia que está llevando a las sociedades modernas a la
adopción de la mediación y el arbitraje como vías alternas para resolver las diferencias que
surgen de cualquier interacción humana como es la que se perfecciona entre médico y
paciente, es criterio común entre los tratadistas que los Métodos Participativos para la
Solución de Conflictos implican una voluntad de transigir y esta voluntad es precisamente
concordante con los principios que orientan la práctica médica.
Los procedimientos de mediación y arbitraje realizados día con día constituyen una alternativa
extrajudicial válida para la resolución de los conflictos que lleguen a acaecer, con claras
ventajas sobre los juicios ordinarios que están a cargo de la autoridad de administración de
justicia, como lo son: la evaluación del caso por expertos en la materia, la rapidez en la
conclusión, la imparcialidad, y la gratuidad, entre otras.
De igual forma, coadyuva con los órganos internos de control de las instituciones públicas y
con las instancias de procuración y administración de justicia en el desarrollo de procesos y
procedimientos ventilados ante ellos, a través de la elaboración de dictámenes médicos, cuyo
fin es ilustrar a la autoridad en una materia tan especializada para que cuente con elementos
que le permitan convicción sobre la situación legal o administrativa de los prestadores de
servicios involucrados en probables responsabilidades derivadas del acto médico, en sus
diversas manifestaciones y modalidades.
Es importante destacar que los dictámenes se elaboran “al leal saber y entender” de la
CONAMED en ejercicio de su autonomía técnica, siendo en la práctica de carácter institucional
y, por tanto, no emitidos por perito persona física.
El análisis de los motivos de inconformidad y la evaluación del acto médico en cada uno de los
asuntos desahogados en la CONAMED genera un conocimiento importante del
comportamiento de la práctica médica por especialidad, lo que permite a la institución
plantear y sugerir acciones encaminadas a corregir los errores detectados en el ejercicio de su
profesión, como medida preventiva para mejorar la calidad de los servicios que se ofrecen a la
población.
Estas Recomendaciones se dirigen a las diversas asociaciones médicas, así como a las
instituciones prestadoras de servicios e inclusive a la autoridad sanitaria, como vía para
retroalimentar al Sistema Nacional de Salud e inducir el cambio que requiere una práctica
médica de calidad.
Finalmente, una tarea fundamental para lograr un modelo nacional, es la responsabilidad que
tiene para fomentar la creación de instituciones análogas para la resolución de controversias
en el interior de la República.