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El gran mago: Robert Lepage

por Laura Pouso

“Los antiguos sabían muchas cosas que hemos olvidado”


Federico García Lorca

El autor-director-actor canadiense sigue encantando y sorprendiendo la escena


desde hace de 35 años. Encarna tal vez la figura del “artista total”, concibiendo
espectáculos de fuerte contenido visual donde lo lúdico y lo transdisciplinario
encuadran un universo profundo, de extrema sensibilidad y sutileza. Poco
conocido por el público uruguayo, se revela sin duda como uno de los grandes
creadores e inspiradores del teatro contemporáneo.

Durante la década del 70, reinaba en Québec, ciudad natal de Robert Lepage
(1957), una plena efervescencia marcada por las agudas reflexiones políticas ligadas a la
expresión del movimiento soberanista, a los partidos marxistas florecientes y a la crisis
de octubre de 1970. Entre la represión gubernamental y las revueltas del Front de
Libération de Québec, el joven Lepage ingresa al Conservatorio Nacional de Arte
Dramático en 1975.
En los años que antecedieron su formación en el Conservatorio, se había impuesto en
Québec el teatro callejero y de fuerte contenido político donde la lengua quebequense
ocupaba un lugar importante, de reivindicación. Más adelante, en los años 80’, el teatro
canadiense se volvió ciertamente más visual, más inclinado a lo performático, menos
centrado en el texto. Tanto el ambiente creativo y militante de los 70’, donde el teatro y
el lenguaje jugaban un rol clave en el activismo político, como el recurso a la estética de
la imagen y la preponderancia de la creación colectiva de los 80’ o su formación en
París con Jacques Lecoq, acompañarán a Lepage a lo largo de su multifacético y muy
prolífico recorrido artístico y signarán su obra.

El teatro de Robert Lepage, definido por algunos como un “renacentista


posmoderno”, resulta emblemático y ejemplificador del fenómeno del desplazamiento
de la figura del autor teatral, de la redefinición de su rol en el proceso de creación y de
la transformación radical del acto de escritura teatral en la segunda mitad del siglo XX.
Una transformación que podría definirse como cíclica y no como absoluta, en la medida
en que lo que este, en apariencia, nuevo modelo de autor propone había sido antes
transitado, de diferente forma, tanto en el teatro medieval, como en el isabelino o en la
Commedia de ll Arte.

Ya las primeras puestas en escena de Lepage llaman la atención por su virtuosa


maquinaria escenográfica y por el vínculo de complicidad establecido entre el público y
la escena. Ha reinventado una manera de contar, difícilmente pase ya inadvertido.
Pronto se sucederán la Trilogía de los dragones (1985) y la conquista definitiva de la
escena europea. Escritor para la escena, produce obras abiertas en las que se entrecruzan
historias, firma como autor y director una larga lista de creaciones donde lo espectacular
y lo intimista se alternan y potencian, moviéndose con soltura y originalidad de la esfera
privada a la reflexión sobre el mundo. “La geopolítica, el choque de culturas, las
migraciones y el racismo son los grandes temas del mundo de hoy. Como en pleno auge
del existencialismo hoy seguimos buscándole un sentido a la vida. No solo a la
existencia, sino a las relaciones sociales y a los conflictos que pueblan el planeta.
Intentamos entender cosas tan difíciles de entender como el terrorismo.”

En 1994, funda su compañía Ex Machina, en su Québec natal. Claramente Dios


ha desaparecido. Defensor a ultranza del carácter colectivo y multidisciplinario de la
creación teatral así como de la necesaria noción de permanencia de los equipos
artísticos, su compañía cuenta con actores, matemáticos, acróbatas, autores, músicos,
ingenieros, diseñadores, informáticos. “Trabajo muy mal sin mi compañía, ellos son mis
colaboradores pero también una herramienta de trabajo muy importante para mí, porque
mi teatro tiene sentido de familia, al igual que la necesidad de unirnos en una especie de
convención religiosa, la religión del teatro, donde confiamos en los que cuentan
historias y les pedimos que den luz a nuestro camino, porque el teatro es una forma de
comunión.”

Desde su descubrimiento Robert Lepage siempre ha sido considerado un autor y


director extraño, aunque lejos de convertirlo en un outsider su peculiaridad le ha
permitido insertarse y perdurar en el sistema e instalarse en el epicentro del gran
mercado de circulación de obras y artistas. Dirige con regularidad teatro, cine y ópera
pero también ha sido responsable del diseño arquitectónico de recitales de Peter Gabriel
(The Secret World Tour y Growing Up Tour) o dirigido shows comerciales como los del
Cirque du Soleil en Las Vegas (Ka).

Algunas de sus creaciones teatrales despliegan una dimensión pluridisciplinaria


y espectacular como su reciente tetralogía Juego de cartas y otras, en las que el propio
Lepage sostiene sentirse más cómodo, son de carácter más intimista como El Proyecto
Andersen o su actual obra 887 que tienen al propio autor/actor como protagonista.

A menudo juzgado de manera superficial, se alude con ligereza al uso de las


nuevas tecnologías en sus espectáculos y se asocia su teatro, de manera ciertamente
equívoca, con una fastuosa preponderancia de lo tecnológico por sobre lo humano. Sin
embargo, la maquinaria, toda la tramoya del despliegue escénico (del que participan
muy pocos actores para un sinfín de personajes) se mueve a base de fuerza bruta y la
supuesta tecnología de avanzada funciona con poleas, imanes, cuerdas, precisión e
ingenio. No es otra cosa que el teatro y sus trucos de siempre que por viejos y olvidados
parecen nuevos. Así Lepage y sus compañeros de juego nos devuelven al origen de la
teatralidad y a la dimensión de la extraordinaria capacidad del ser humano.

Como sus contemporáneos Bob Wilson, Heiner Goebbels, Jan Fabre, Simon
McBurney, Angélica Liddel, o el propio Rodrigo García, ha afirmado la existencia de
lo que podría considerarse un teatro de la imagen que siembra para recoger una
reinvención del teatro de texto más acabado como el producido por Wadji Mouawad,
quien reconoce en Lepage a un maestro.

Cuando algunos apocalípticos auguran una vez más el fin del teatro frente a la
arrolladora presencia de las nuevas tecnologías, de la red y sus infinitas posibilidades de
conectividad y desarrollo, Robert Lepage se afirma y anuncia como un trovador
posmoderno: vengan a vernos, es aquí y ahora, único, irrepetible y humano.

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