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Durante la década del 70, reinaba en Québec, ciudad natal de Robert Lepage
(1957), una plena efervescencia marcada por las agudas reflexiones políticas ligadas a la
expresión del movimiento soberanista, a los partidos marxistas florecientes y a la crisis
de octubre de 1970. Entre la represión gubernamental y las revueltas del Front de
Libération de Québec, el joven Lepage ingresa al Conservatorio Nacional de Arte
Dramático en 1975.
En los años que antecedieron su formación en el Conservatorio, se había impuesto en
Québec el teatro callejero y de fuerte contenido político donde la lengua quebequense
ocupaba un lugar importante, de reivindicación. Más adelante, en los años 80’, el teatro
canadiense se volvió ciertamente más visual, más inclinado a lo performático, menos
centrado en el texto. Tanto el ambiente creativo y militante de los 70’, donde el teatro y
el lenguaje jugaban un rol clave en el activismo político, como el recurso a la estética de
la imagen y la preponderancia de la creación colectiva de los 80’ o su formación en
París con Jacques Lecoq, acompañarán a Lepage a lo largo de su multifacético y muy
prolífico recorrido artístico y signarán su obra.
Como sus contemporáneos Bob Wilson, Heiner Goebbels, Jan Fabre, Simon
McBurney, Angélica Liddel, o el propio Rodrigo García, ha afirmado la existencia de
lo que podría considerarse un teatro de la imagen que siembra para recoger una
reinvención del teatro de texto más acabado como el producido por Wadji Mouawad,
quien reconoce en Lepage a un maestro.
Cuando algunos apocalípticos auguran una vez más el fin del teatro frente a la
arrolladora presencia de las nuevas tecnologías, de la red y sus infinitas posibilidades de
conectividad y desarrollo, Robert Lepage se afirma y anuncia como un trovador
posmoderno: vengan a vernos, es aquí y ahora, único, irrepetible y humano.