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Contra el progreso

(7 obritas burlescas)

Esteve Soler
FRAGMENTOS DE LAS CRÍTICAS APARECIDAS EN LA PRENSA DE BERLÍN

«Esteve Soler escribe con un lenguaje incisivo, poético. En sus escenas burlescas
desenmascara las monstruosidades generadas por los tiempos en que vivimos.
Las exageraciones de Soler y su humor negro incitan a la risa, pero ésta siempre
queda congelada por su crudeza.»

Hinrike Gronewold, Weltexpress

«...la manera de romper las capas de la realidad del dramaturgo Esteve Soler,
nacido en 1976, con recursos cercanos al cómic, tiene un gran atractivo.»

Esther Slevogt, Nachtkritik

«Muerte y comedia, humor y horror caminan de la mano en las fantásticas


escenas de Soler, mientras luce la contemporaneidad de su contenido. (...) La
obra está cargada de una dimensión existencial. (...) Las escenas tienen lugar
una tras otra como si fueran pequeños cuentos de hadas. Simples, extraños,
arquetípicos y memorables, generan una fuerte atracción. (...) El diálogo de
Esteve Soler conduce el conjunto hacia la universalidad. Uno puede imaginarse
Contra el progreso en el escenario de cualquier sitio y con interpretaciones muy
diferentes...»

Ilona Goyeneche, Berliner Zeitung

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«Las siete extrañas escenas del texto son como pequeños retratos en miniatura
con un contenido enormemente perturbador que estalla en medio de una
situación cotidiana. Esta explosión se encuentra conectada con la muerte o lo
desconocido, y fuerza a los personajes a afrontar la pregunta de quién o qué
quieren ser cuando se enfrentan a decisiones sobre el destino, la vida y la
muerte. Una recopilación de ingenios llena de imágenes contundentes que
empuja los límites de la realidad más lejos a cada nueva escena,
aproximándose con una sutileza irónica al concepto de progreso. ¿A quién
pertenece el progreso que tenemos? ¿A quién beneficia? ¿Existe realmente? ¿Es
un triunfo para la humanidad? ¿Nos hará mejorar o deberíamos detenerlo? El
tono de Contra el progreso es lacónico hasta el extremo, y nos proporciona un
inteligente y malicioso pronóstico de aquello que estamos a punto de
encontrarnos al girar la esquina.»

Viola Hasselberg, directora del Theater Freiburg. Fragmento del programa del
Festival de Teatro de Berlín – Theatertreffen 2008.

FRAGMENTOS DE LAS CRÍTICAS APARECIDAS EN LA PRENSA DE BARCELONA


«…un fresco contemporáneo bajo el cristal ahumado del humor más oscuro,
explosivo mosaico de contundentes contrastes que petrifica la sonrisa justo
después de hacerte tronchar de risa. Son siete micropiezas con un cáustico
humorismo que refulgen como un cuchillo afilado que corta la vida sin piedad.»

Francesc Massip, Avui

«Son siete cuentos escénicos que cuestionan los beneficios del progreso en la
vida moderna, cuentos que mezclan comedia y horror en dosis idénticas y
añaden a la mezcla unas gotas de surrealismo. (…) Esteve Soler dispara contra
esta sociedad supuestamente progresista y convierte la obra en un delicioso
espectáculo que divierte a la vez que hace pensar.»

Carme Tierz, Guía del Ocio BCN

«Contra el progreso muestra siete historias reales con un humor amargo y sin
juicios, ni prejuicios, ni demagogias, ni intencionalidades. Es una particular
visión y escisión de la realidad. El texto de Soler es mordaz e incisivo, sin
adquirir ninguna doble intencionalidad, ésta la tiene el espectador. El auténtico
juego y curiosidad de Contra el progreso es el contexto: momentos de crueldad,
de dureza suscitan la risa, pero como son lejanos y no son demagógicos,
generan aún más controversia. Las siete historias están muy bien construidas y
dejan una sensación de desasosiego en el espectador.»

Assumpta Pérez, Regió 7


«Estoy harto de la simetría.»

Luis Buñuel
El fantasma de la libertad

1.
Un comedor con una mesa. Una pareja de mediana edad come mientras
mira la televisión.

HOMBRE: Nunca dan nada bueno en la tele.

Pausa.

MUJER: Sí, sí...

HOMBRE: Nada bueno.

HOMBRE va cambiando de canal con el mando a distancia, mientras MUJER


ni se lo mira.

MUJER: Claro...

HOMBRE: Antes la tele estaba bien, no había tantos canales, pero estaba
bien, ahora parece que...

Por sorpresa, uno de los canales no cambia. Se trata de un espacio que


muestra imágenes del Tercer Mundo, especialmente de niños que pasan
hambre. La imagen se va deteniendo progresivamente.

HOMBRE: ...parece que, que las, que...

HOMBRE persiste con inquietud en intentar cambiar el canal.

HOMBRE: Lo que faltaba.

Se levanta y da golpes al televisor. MUJER ni se inmuta.

HOMBRE: Maldita tele.

Vuelve a sentarse y mira las pilas del mando a distancia, por si están
bien. Mientras, uno de los niños del programa sale desde debajo de la
mesa y se sienta a su lado, ante el televisor. HOMBRE levanta la cabeza y
lo mira. HOMBRE toca a MUJER, que no le hace caso. Insiste. Ella mira a
HOMBRE, que le indica la presencia del niño, y también lo observa,
perpleja. Poco a poco, HOMBRE coge el mando, comprueba exactamente
qué botón debe apretar y apunta al niño. Intenta repetidamente cambiar
de canal, pero no lo consigue. MUJER le arrebata el mando y también
intenta cambiar el canal, sin conseguirlo. Se miran sorprendidos.

MUJER: Quizá le falten pilas.


HOMBRE: ¿Tú crees?

MUJER se levanta sin dejar de mirar al niño y busca pilas.

MUJER: Hace tiempo que no las cambiamos.

HOMBRE: A mí me parece que no son las pilas.

MUJER: ¿No? ¿Por qué?

HOMBRE: No lo sé, me parece.

MUJER le trae pilas nuevas. HOMBRE pone pilas nuevas, sin dejar de mirar
al niño. De nuevo, apunta meticulosamente a su cara e intenta sacárselo
de encima.

HOMBRE: Quizá es un programa de aquellos de pago.

MUJER: ¿De cuáles?

HOMBRE: Uno del satélite.

MUJER: Nosotros no tenemos satélite.

HOMBRE: Sí, claro.

Pausa breve.

HOMBRE: A veces hacen ofertas y regalan programas...

MUJER: No es eso.

HOMBRE: Claro.

Pausa breve.

MUJER: Ya sé qué debemos hacer.

MUJER se acerca un poco al niño.

HOMBRE: ¿Qué?

MUJER: Llama al técnico.

HOMBRE: ¿A qué técnico?


MUJER: Al técnico de la televisión.

HOMBRE busca el teléfono.

HOMBRE: ¿Dónde estaba el móvil?

MUJER: Lo he dejado encima de la mesita.

HOMBRE encuentra el móvil y se dispone a llamar, pero antes MUJER se


acerca a él.

MUJER: No somos racistas.

HOMBRE: No.

MUJER: Pero hay que hacer alguna cosa, ¿no?

HOMBRE: Sí.

HOMBRE llama por el móvil y se dispone a hablar.

HOMBRE: ¿Hola? ¿Son los de la tele? Sí, hola, tenemos un problema con...
con la tele.

HOMBRE habla por teléfono, mientras MUJER se acerca al niño con


precaución, temor y curiosidad.

HOMBRE: Sí. ¿Cuál? Pues... Sí, sí que se ve, pero... No lo sé, ¿pueden
pasar para echarle un vistazo? Sí, es que queremos ver otras cadenas.
No es que seamos racistas, ¿eh? Bueno, no sé qué tiene que ver, pero...
pero... Sí, de acuerdo. Sí. Gracias. Gracias.

MUJER: ¿Qué dice?

HOMBRE: Dice que vendrá mañana.

MUJER: ¿Mañana?

HOMBRE: Sí.

MUJER: ¿Y qué haremos así hasta mañana... ¿Sin tele...?

HOMBRE: No sé, podemos jugar a cartas o...

MUJER: ¿Jugar a cartas?


HOMBRE: Sí.

MUJER: ¡A mí no me gusta jugar a cartas!

HOMBRE: Muy bien, muy bien...

MUJER: ¡Sabes perfectamente que no me gusta jugar a cartas!

HOMBRE: Perdona, perdona... Y qué quieres hacer entonces...

MUJER: No lo sé, podrías intentar...

HOMBRE: ¿Qué?

MUJER: A apagar el televisor.

HOMBRE: ¿Apagar el televisor?

Los dos miran al niño.

HOMBRE: ¿Y cómo se apaga... el televisor?

MUJER: No lo sé, tu mismo... Tú lo apagas cada día antes de ir a dormir,


¿no?

HOMBRE: Sí, pero hoy no es lo mismo.

MUJER: No lo sé, eso es cosa tuya.

HOMBRE mira al niño.

HOMBRE: Yo no entiendo de televisores.

MUJER: Pero antes lo has encendido. Si lo has encendido antes, ahora lo


apagas.

HOMBRE: No lo veo muy claro.

MUJER: Yo no me voy a dormir hasta que no tengas apagado el televisor.

Pausa breve.

HOMBRE: No me hagas esto...

MUJER: Yo no voy a dormir si no has desconectado de alguna manera


esto...
HOMBRE: Pero si mañana lo van a arreglar...

MUJER: ¿Y qué? ¿Se quedará toda la noche encendido?

HOMBRE: Es que yo no entiendo de...

MUJER: ¡Quiero que lo apagues ahora mismo!

HOMBRE: Bueno, bueno...

HOMBRE se acerca al televisor.

HOMBRE: Quizá si les volvemos a llamar podrían…

MUJER: Apágalo, hombre...

HOMBRE: Está bien...

HOMBRE se acerca al niño y al televisor con precaución. Apaga el televisor,


que, efectivamente, deja de funcionar, pero el niño sigue sentado como
antes en la mesa.

MUJER: No se va.

HOMBRE: Espera, a veces le cuesta desconectarse.

MUJER: No, no se va, no se va.

HOMBRE: ¿Ves? ¡Te he dicho que no teníamos que apagarlo!

MUJER: ¿Y ahora qué hacemos? ¿Esto quiere decir que no va a irse


nunca?

HOMBRE: No lo sé...

MUJER: No podemos estar así siempre.

HOMBRE: ¿Y qué quieres que haga?

MUJER: A mí no me cuentes nada. Ese es tu problema. Es culpa tuya.

MUJER se va.

HOMBRE: ¿Culpa mía? Sí, menuda gracia. Te crees que yo me dedico a...
a... ¿eh?
MUJER vuelve con una bolsa de la basura.

MUJER: Aquí tienes.

HOMBRE: ¿Qué es esto?

MUJER: Ábrela.

HOMBRE lo hace.

HOMBRE: ¿Una bolsa de la basura? No querrás que...

MUJER: En esta casa nadie se irá a dormir hasta que no hayas apagado
esto.

HOMBRE: Mujer, no seas así...

MUJER: Ni así, ni asá. ¡Hazlo!

HOMBRE: ¿Y qué hago? Lo meto dentro y... ¿luego?

MUJER: Tú mismo...

HOMBRE: Yo mismo, ¿qué?

MUJER: Pues lo dejas fuera.

HOMBRE: ¿Fuera dónde?

MUJER: ¿Dónde dejas tú este tipo de bolsas? ¿En el armario de la


entrada? ¿En la salita? ¿En el dormitorio?

HOMBRE: Ya lo he entendido, ya.

HOMBRE mira al niño y resopla.

HOMBRE: ¿Y si no quiere entrar dentro de la bolsa?

MUJER: Tú eres más fuerte que él, ¿no?

Pausa breve.

MUJER: ¿Sí o no?

HOMBRE: Sí, pero...


MUJER: Además, ¿de quién es esta casa? ¡Quieres echarlo de una puta
vez!

HOMBRE: Bueno, bueno...

HOMBRE se acerca al niño, pero retrocede y vuelve a dirigirse a MUJER.

HOMBRE: Y si...

MUJER: ¡No vuelvas a dirigirte a mí hasta que lo hayas echado!

MUJER sale dando un portazo.

HOMBRE mira al niño y luego la bolsa de basura. La deja en el suelo. Con


precaución y lentamente se aproxima a NIÑO, y queda más cerca de lo
que ha estado hasta ahora.

NIÑO abre la boca. Podemos escuchar que se expresa con una


perturbadora voz de adulto.

NIÑO: Estáis muertos.

Oscuro.
2.

Noche. Un hombre tendido en la calle, quejándose. Acaba de ser


envestido por un tranvía y está gravemente herido y confundido. Llega
una chica, que le observa. Lleva un vestido clásico, incluso un poco
pasado de moda, y un bolso. Pausa larga.

HERIDO: Avise a una ambulancia. Por favor.

CHICA sigue mirándolo sin hacer nada.

HERIDO: Una ambulancia.

Pausa.

HERIDO: Avise a una ambulancia. Necesito ir al hospital.

CHICA se acerca. Pausa larga.

HERIDO: Necesito ir...

CHICA: No se preocupe, esto que tiene es grave.

HERIDO la mira sin poder comprenderla.

HERIDO: Necesito...

CHICA: Quiero decir que es realmente grave. No se preocupe por nada.

CHICA se acerca más a él e intenta consolarle acariciándolo.

HERIDO: ¿Qué quiere decir «que no me preocupe»?

CHICA: Que usted no sale vivo de aquí ni loco.

Pausa.

HERIDO: Pero qué... ¿qué está haciendo? Avise a una...

CHICA: ¿...una ambulancia? Tardan demasiado. Siempre llegan tarde. A


mí se me han muerto dos familiares esperando ambulancias, se lo digo
yo.

Pausa.

HERIDO: Avise a...


CHICA: ¡Quiere dejar de insistir de una puta vez! Será pesado... «Una
ambulancia, una ambulancia.» ¿Cree que soy tonta?

CHICA abre su bolso, coge una cajetilla de cigarrillos y se fuma uno.


HERIDO mira a su alrededor, como si estuviera esperando a que alguien le
viera.

CHICA: ¿Quiere fumar?

CHICA le deja su cigarrillo en los labios, pero HERIDO lo rechaza.

CHICA: Usted mismo. Fumar relaja.

CHICA fuma.

HERIDO: ¿Por qué lo haces?

CHICA: ¿Y usted por qué cruza la calle cuando pasa el tranvía? ¿Acaso es
tonto? Seguro que el conductor ni se ha parado porque ha pensado que
había dado un golpe a un perro. Les pasa constantemente y no se trata
de llegar tarde a la siguiente estación por un perro muerto, ¿verdad?

HERIDO: Yo no soy un perro.

CHICA: ¿Se ha ofendido? Vaya, el Sr. «en diez minutos seré un cadáver»
se ha ofendido. Disculpe.

HERIDO: ¡Socorro! ¡Ayuda!

CHICA tira el cigarrillo e intenta hacerle callar.

CHICA: Pero, ¿se puede saber qué intenta hacer? Es tarde. Hay gente que
quiere dormir a esta hora. ¿Cómo puede ser que demuestre una falta tan
grande de respeto?

HERIDO: ¡Por favor, ayuda!

CHICA le tapa la boca.

CHICA: ¿No ve todavía el túnel de luz? De hecho, empieza a tocarle.

HERIDO se rinde.

CHICA: Así está mejor. La gente no debería morir traumáticamente.


CHICA le quita la mano de la boca.

HERIDO: Coge todo mi dinero. Acabo de sacar dinero del cajero. Por favor
avisa a alguien.

CHICA le coge la cartera y mira el carné de identidad.

CHICA: ¿Acaso es tonto Sr. García?

CHICA le devuelve la cartera al bolsillo.

CHICA: Ay, García, García... ¿Si ve a la muerte me avisará? Cuénteme si


lleva una guadaña o si le confunde con un perro, también. ¿Se imagina
que se equivoca y le lleva al cielo de los perros? Vaya, qué putada...
Toda la eternidad rodeado de pulgas y oliendo los culos de sus
compañeros... Está perdiendo ya el sentido, ¿verdad García? Me lo
imaginaba. ¿Me permite que le lea una cosita?

CHICA saca un libro de su bolso y lee.

CHICA: «Arthur Koestler...» Yo tampoco sé quien es García, pero no


importa demasiado, no sea tiquismiquis. «Arthur Koestler asistió a un
congreso de escritores comunistas durante la década de 1930, donde una
pregunta provocó un silencio de lo más incómodo. Después de aburrirse
con los elogios al mundo perfecto que nos traería el socialismo científico,
André Malroux preguntó en voz alta “¿Y qué pasa con el hombre
embestido por el tranvía?”». ¿Verdad que ahora le interesa el libro?
Repito: «... preguntó en voz alta “¿Y qué pasa con el hombre embestido
por el tranvía?”. Todo el mundo quedó callado, hasta que un camarada
atrevido encontró la respuesta: “En un sistema socialista de transportes
perfectos, no habrá ningún accidente.”».

CHICA cierra el libro y lo esconde de nuevo.

CHICA: ¿Qué le parece García? ¿Le explicará la anécdota a Dios cuando


llegue? Bueno, quizá se la explica al diablo, no lo sé. ¿Se ha portado bien
en esta vida, Sr. García?

HERIDO intenta reunir fuerzas y lanza un grito.

HERIDO: ¡¡¡Socorro!!!

CHICA: Sí, hombre, sí, despertemos a todo el vecindario.

HERIDO, casi sin fuerzas, insiste.


HERIDO: Socorro.

HERIDO está exhausto por su sufrimiento.

CHICA: No me mire con esta carita, yo no le he lanzado bajo el tranvía.

Llega un vecino que se ha levantado expresamente.

VECINO: ¿Es un hombre herido?

CHICA: Sí.

VECINO: ¡Qué fuerte!

CHICA: Acabo de encontrármelo.

VECINO: ¿Ha llamado a una ambulancia?

CHICA se saca el teléfono móvil del bolsillo.

CHICA: Acabo de hacerlo.

HERIDO todavía puede decir unas últimas palabras.

HERIDO: No, no, no, no...

CHICA: Pobre hombre.

VECINO: El tranvía, ¿verdad?

CHICA: Supongo.

VECINO: Los basureros del barrio están hartos de recoger perros a los que
ha pillado el tranvía.

CHICA: Es triste.

VECINO: ¿Quiere que vuelva a llamar?

CHICA: Yo acabo de hacerlo.

VECINO: Vaya... Me ha pasado una cosa muy fuerte. Estaba en casa, no


podía dormir, leía un cuento que... No sé, es que... es mucha casualidad.
Era un cuento sobre un hombre herido que pedía ayuda y otro que se lo
quedaba mirando sin hacer nada. Qué fuerte. He oído un grito y he
pensado: ¿Te imaginas que hay un hombre herido y tú no estás haciendo
nada?

CHICA: Qué fuerte.

VECINO: He bajado corriendo por si estuviera pasando precisamente esto.


Y mira... Me encuentro... ¡con un hombre herido! ¿No te parece increíble?

CHICA: Es brutal.

VECINO: A veces estas cosas pasan, ¿no?

CHICA: Supongo.

VECINO: ¡Qué fuerte! Cuando se lo explique a mi hijo no se lo va a creer.

CHICA: Qué casualidad.

VECINO mira al hombre herido.

VECINO: Me parece que ha perdido la conciencia.

CHICA se acerca de nuevo al hombre herido y comprueba su pulso.

CHICA: Acaba de morir.

VECINO: Qué triste.

CHICA: Sí.

VECINO: Pobre hombre.

CHICA: Sí. Oye, ya he llamado yo a la ambulancia, no es necesario que te


quedes. Tú has hecho todo lo que has podido.

VECINO: ¿Seguro? No es ningún problema.

CHICA: No, tranquilo, además, es tarde y nos harán rellenar algún tipo de
documentación por la llamada.

VECINO: Como quieras.

VECINO se va, mientras mira al hombre herido.

VECINO: ¡Qué fuerte! ¡Qué casualidad!

CHICA: Buenas noches.


VECINO: Buenas noches. ¡Todavía no me lo creo!

CHICA: Yo tampoco.

VECINO: Mi hijo no se lo va a creer. Buenas noches.

CHICA: Buenas noches.

CHICA se queda de nuevo sola junto al hombre herido. Pausa. CHICA se


va, incrédula, mientras ríe.

Oscuro.
3.

Dos amigos empresarios están tomando un café y unas galletas en el


despacho de uno de ellos. Silencio. AMIGO 2 coge una galleta y se la
come.

AMIGO 1: Por cierto... acabo de fundar una nueva religión.

AMIGO 2: ¿De verdad?

AMIGO 1: Sí.

AMIGO 1 da un sorbo a su café. Pausa breve.

AMIGO 1: Tienes un trocito de galleta...

AMIGO 2: ¿Dónde?

AMIGO 1 le indica que el trocito de galleta se encuentra cerca del labio.


AMIGO 2 se lo quita.

AMIGO 2: Gracias.

Pausa breve.

AMIGO 2: ¿Y qué es esto que dices de una nueva religión?

AMIGO 1: No, que... acabo de fundar una nueva religión.

AMIGO 2: ¿Y hace mucho de eso?

AMIGO 1: Un par de meses.

AMIGO 2: ¿Y qué tal?

AMIGO 1: Justo estoy empezando, pero va bastante bien.

AMIGO 2: ¿Cuánta gente sois?

AMIGO 1: De momento yo y mis trabajadores.

AMIGO 2: No sois muchos.

AMIGO 1: El cristianismo también empezó así.

AMIGO 2: ¿Y tu mujer qué dice?


AMIGO 1: Mientras crea que es más guapa y más rica que sus amigas, a
ella no le importa lo que yo haga.

AMIGO 2: ¿Y tú qué eres exactamente en esta religión? Eres Dios o eres...

AMIGO 1: Al principio intenté convencer a todo el mundo de que era Dios,


pero me seguían enviando las facturas del teléfono.

AMIGO 2: Ya no hay respecto ni para Dios.

AMIGO 2 da otro sorbo al café.

AMIGO 1: No creas, les amenacé con provocar una plaga de langostas en


sus oficinas.

AMIGO 2: Por lo tanto, has pensado que lo mejor es convertirte en...

AMIGO 1: En el enviado de Dios.

AMIGO 1 coge una galleta.

AMIGO 2: Está bien. Sí, ser el enviado de Dios está mejor. ¿Y cómo se te
ocurrió la idea de la religión?

AMIGO 1: Fue durante una reunión de la patronal. Un idiota propuso un


brainstorming con ideas para mejorar las condiciones de trabajo y, harto
de tonterías, pensé «yo en lo que creo es en la productividad». Cuando
llegué a casa, esta creencia ya era media religión.

AMIGO 2: ¿Y qué te han dicho los de la empresa?

AMIGO 1: El comité está considerando el asunto. Al principio, cuando les


dije que era el enviado de Dios, les resultó chocante. Así de entrada
cuesta asumirlo, pero ahora algunos creen que podemos sacar
rendimiento económico al hecho de tener un director con conexión
divina.

AMIGO 2: Debe tener muchas ventajas.

AMIGO 1: Sí, por supuesto... Piénsalo. ¿Que alguien me lleva la contraria?


Quien sea... Ningún problema: yo soy el elegido por Dios, yo tengo la
razón. ¿Que los suministradores se declaran en huelga? La huelga es
pecado.

AMIGO 2: Interesante. Pero, ¿no te asusta que los trabajadores no crean


en tu Dios?

AMIGO 1: Les prometo un mínimo de seis meses en el cielo y el seguro


dental gratuito para el alma de sus hijos.

AMIGO 2: Sorprendente.

AMIGO 1: Teniendo en cuenta como está el mundo, no es ninguna


tontería.

AMIGO 2: A la gente no le importa lo que cobra si sabe que hay alguien


más desgraciado que ellos. Nosotros siempre felicitamos las Navidades
con postales de Unicef.

AMIGO 1: Si les damos lo que es justo, después serian capaces de pedir


cualquier cosa.

AMIGO 2: ¿Y cómo es este cielo que decías?

AMIGO 1: Es como aquí, pero pagamos las horas extras. Discúlpame un


segundo.

AMIGO 1 habla con su secretaria por el interfono.

AMIGO 1: Sonia, por favor, ¿puedes traerme uno de los sacos que hay en
el almacén?

SONIA (En off.): ¿Los que han llegado hoy?

AMIGO 1: Sí, gracias.

SONIA (En off.): Gracias a usted, Santidad.

AMIGO 1 se dirige de nuevo a AMIGO 2.

AMIGO 1: Además, ¿sabes? Desde que entré en la empresa, quizá lo


encontrarás, no sé, exótico, pero desde entonces siempre me viene a la
cabeza la idea de ofrecersacrificios humanos a un Dios...

AMIGO 2: ¿Y hace muchos años que piensas eso?

AMIGO 1: Te sorprenderías... Les das la paga extra de Navidad a los


trabajadores y... no sé... no parecen motivarse... Lo encuentran ya tan
normal... Es como si no les hiciera ninguna gracia...

AMIGO 2: En cambio...
AMIGO 1: ¡Claro! Si a la persona que trabaja menos la mandas sacrificar
delante de todo el mundo... 1. Te libras de un mal trabajador, y 2. La
motivación de los demás...

AMIGO 2: ...mejora.

AMIGO 1: ¡Mejora muchísimo! Como enviado de Dios puedo organizar


todos los sacrificios humanos que quiera, ¿no? Soy el enviado de Dios.

AMIGO 2: ¿Y no se podría quejar alguien de la familia?

AMIGO 1: En el mundo de hoy en día, todo el mundo sabe que la vida no


es rentable.

AMIGO 2: Eso que estás diciendo es ilegal, inmoral y criminal.

AMIGO 1: Y lo he pensado yo solito. ¿Qué te parece?

AMIGO 2: He de felicitarte profundamente.

Pausa breve.

AMIGO 2: ¿Y tú crees que yo lo podría aplicar a mi nueva empresa?

AMIGO 1: Estoy pensando en hacer franquicias. Entre mis planes de


expansión se encuentra la posibilidad de comprar parroquias, que están
abandonadísimas, y convertirlas en sucursales.

AMIGO 2: ¡Eres un innovador, un genio!

AMIGO 1: Nada de eso. Soy un humilde continuador de los padres del


capitalismo moderno. Las empresas ya somos más poderosas que los
estados, incluso marcamos las leyes de los países más importantes.
Convertirnos en una religión es sólo una evolución natural. La gente
necesita creer en alguna cosa. (Pausa breve.) ¿Sabes? A veces cuando
digo estas cosas delante del espejo me emociono.

AMIGO 2: ¿Podría ser yo también un emisario de Dios o una cosa así?

AMIGO 1: Podrías ser... un sacerdote o un cardenal o...

AMIGO 2: ¿Un papa? Hace muchos años que nos conocemos y, además, el
blanco es un color que me sienta muy bien.

AMIGO 1: Déjamelo pensar. En este momento estamos empezando, hay


que hacerse con los mejores cargos... Ese era el problema si me quería
convertir al budismo o a otras religiones: no puedes llegar y decir: «hola,
yo soy el nuevo Dalai Lama» o «yo hablo con Dios». No se lo creen,
porque eso ya lo hizo alguien tiempo atrás.

AMIGO 2: Tienen patentada la idea.

AMIGO 1: Tú lo has dicho.

AMIGO 2: Parece evidente. ¿Y tu mujer de todo esto qué piensa?

AMIGO 1: Prefiero no comentarle el tema de los sacrificios humanos.


Cuesta mucho encontrar buen personal de la limpieza y si le doy ideas no
me durarían ni una semana.

Llaman a la puerta de la oficina.

AMIGO 1: ¿Sonia?

SONIA: ¿Santidad?

AMIGO 1: Sí, adelante.

SONIA entra con un saco enorme y le hace una reverencia. AMIGO 1 abre
el saco y le enseña a AMIGO 2 un crucifijo que hay dentro.

AMIGO 1: Todos los crucifijos que están tirando en las iglesias que cierran
los reciclamos. Quitamos la figurita del otro y añadimos la mía.

AMIGO 2: Has quedado muy favorecido.

AMIGO 1: No queríamos caer en los problemas de imagen que tenía el


cristianismo.

AMIGO 2: ¿Y tienes muchos de éstos?

AMIGO 1: Acabo de fundar una religión, hay que pensar en grande.


Gracias Sonia, déjalo donde estaba.

SONIA: Gracias a usted, Santidad.

SONIA se lleva de nuevo el saco.

AMIGO 2: Me dejas boquiabierto.

AMIGO 1: Esto será más grande que la Coca-cola.


AMIGO 2: ¿Quién hubiera dicho que mi compañero de escuela acabaría
convertido en todo un representante de Dios ante los hombres?

AMIGO 1: La gente no tiene tiempo para preguntarse cuál es el sentido de


la vida, porque está trabajando, pero desea que alguien en el mundo
sepa que hay un sentido de la vida. Y ese alguien soy yo.

AMIGO 2: ¿Y cuál es el sentido de la vida?

AMIGO 1: Parece mentira que no conozcas el sentido de la vida, creía que


tú habías pasado por la facultad de económicas.

AMIGO 2: Pero, entonces, ¿cuál es el sentido de la vida para aquellos que


no han pasado por ella?

AMIGO 1: Eso es lo que hay que evitar que se pregunten, no queremos


que se desesperen haciéndose este tipo de preguntas. No nos podemos
resignar a que, por ejemplo, los contratos basura provoquen depresión
en los trabajadores. Necesitamos que los acepten con entusiasmo. Por
eso cualquier contrato será considerado como un contrato con Dios, un
contrato con la divinidad.

AMIGO 2: Parece difícil resistirse.

AMIGO 1: El contrato basura con Dios será como una eucaristía, pero esta
vez se le podrá sacar algún provecho. ¿Recuerdas aquello de «El trabajo
os hará libres»? Pues una cosa parecida.

AMIGO 2: ¿Eso no aparecía en la entrada de los campos de concentración


nazis?

AMIGO 1: Hay que copiar a los mejores. Hitler fue el principal progresista
del siglo pasado.

AMIGO 2: Oye... ¿Y tu Dios cómo es?

AMIGO 1: Es la típica conciencia universal con apariencia de hombre


blanco con barba, que es lo que funciona.

AMIGO 2: Quiero decir... ¿es buena persona? Sabrá perdonar un par o


tres de infidelidades, ¿no?

AMIGO 1: En todo caso, contigo y conmigo seguro.

AMIGO 2: Con nosotros se portará bien, ¿no?


AMIGO 1: No nos putearía ahora. Estamos empezando, le estamos
haciendo un favor. ¿Por qué lo dices?

AMIGO 2: Estaba pensando en tu secretaria...

AMIGO 1: Un momento... ¡es MI secretaria! ¡Si la escogí para trabajar


para mí fue para follármela yo!

AMIGO 2: ¿Y eso lo dice tu religión?

AMIGO 1: Tirarte a tu secretaria no solo está regulado por mi religión, sino


también por cualquier tipo de lógica empresarial.

AMIGO 2: ¿Y no le podríamos decir a Dios...?

AMIGO 1: ¡Yo soy quien habla con Dios! ¡Y si hay un elegido por Dios
debes seguirle a él, no a la secretaria del elegido por Dios!

AMIGO 2: Los caminos de Dios deberían ser inescrutables.

AMIGO 1: Pero es mi Dios, no tu Dios.

AMIGO 2: ¡Si he de creer en un Dios, quiero que me favorezca a mí!

AMIGO 1: ¡Pero yo soy el enviado! ¡Dios habla exclusivamente a través de


mí!

AMIGO 2: Pues no sé si me gusta demasiado tu religión.

AMIGO 1: ¡Eres un sacrílego!

AMIGO 2: Pues... Te copiaré la idea y te haré la competencia.

AMIGO 1: No te atrevas.

AMIGO 2: Seremos como los musulmanes, pero podremos comer todo el


cerdo que queramos y vestiremos con buen gusto.

AMIGO 1: ¡Enviaré a mis trabajadores a putear a los tuyos como si fuera


una cruzada contra los infieles!

AMIGO 2: Pues yo me inventaré a un Dios mejor y más poderoso que os


castigue.

AMIGO 2 se va.
AMIGO 2: ¡A partir de ahora serás mi diablo!

Oscuro.
4.

Un hombre entra en el comedor de su casa con una bolsa llena de


naranjas. Va vestido con poca ropa. Inmediatamente se da cuenta de
que dentro del comedor hay una manzana gigantesca que ocupa
prácticamente toda la habitación. Asustado, grita.

PADRE: ¡Mamá!

Vuelve a mirar la manzana, sorprendido.

PADRE: ¡Mamá! ¡Ven, corre!

Entra una mujer, su compañera, de su misma edad.

MADRE (En off.): ¿Qué quieres? Me estoy vistiendo. Ya has...

Entra MADRE en el comedor, medio desnuda.

MADRE: ¡Hostia! Pero, ¿qué es esto?

PADRE: Es un manzana.

MADRE: Ya lo veo, ya, que es una manzana...

PADRE: Y muy grande.

MADRE: Madre mía... Pero... ¿Cómo ha llegado esta manzana aquí?

PADRE: No lo sé.

MADRE: Pero... Es que es...

PADRE: ¿Increíble?

MADRE: No será una broma, ¿verdad?

PADRE: Te juro que estoy tan sorprendido como tú.

MADRE: Pero... ¿Cómo...?

PADRE: Por la puerta no la han entrado, porque es demasiado grande.

MADRE: Yo esta noche no he oído ningún ruido. ¿Y tú?

PADRE: Nada de nada.


PADRE se acerca y la toca.

MADRE: Es brutal.

PADRE ¿Cuánto debe pesar?

MADRE: No lo sé... Una barbaridad.

PADRE: ¿Una tonelada?

MADRE la contempla desde lejos.

MADRE: Es que casi toca el techo.

PADRE: Huele bien. Es una manzana golden.

MADRE: Las manzanas golden no miden tres metros de alto.

PADRE: ¿Y qué quieres que sea?

MADRE se acerca y la toca.

MADRE: No lo sé. Debes admitir que no es normal.

PADRE: ¿Pero es una manzana golden o no es una manzana golden?

MADRE: Vamos a ver… Yo nunca me he levantando por la mañana y me


he encontrado por sorpresa con una cosa que ocupa todo el comedor,
sea una manzana golden o sea lo que sea.

PADRE da saltitos.

PADRE: Arriba tiene colita.

MADRE: Para empezar, ¿dónde se hacen estas manzanas?

PADRE: ¿Qué quieres decir?

MADRE: Que dónde crecen. ¿Hay árboles equivalentes a estas manzanas?


¿Dónde?

PADRE: Deben ser árboles muy grandes, también.

MADRE: Por supuesto, por eso lo digo.


PADRE: Debe ser un árbol de aquellos de la ciencia. ¿No hacen sandías
cuadradas? Pues mira… ésta es una manzana gigante.

MADRE: Pero habría salido en el periódico, no sé...

PADRE: ¿Quizá la han traído los del supermercado?

MADRE: ¿Qué supermercado?

PADRE: Ayer les hicimos un encargo y hace un rato lo han dejado en la


entrada. Ahora justo estaba entrando las bolsas.

PADRE señala la bolsa con las naranjas.

MADRE: Yo ayer no encargué ninguna manzana, sólo naranjas.

PADRE: A veces se equivocan con las entregas. No sería la primera vez


que te ha pasado.

MADRE: Los del supermercado no tienen camiones tan grandes para traer
esta manzana. Además, ¿cómo quieres que coloquen esta manzana aquí
dentro, eh? Tú lo has dicho, la puerta es demasiado pequeña y por las
ventanas todavía entra menos.

PADRE examina minuciosamente la piel de la manzana.

PADRE: Y tampoco creo que la hayan cortado a pedazos y la hayan


reconstruido aquí dentro. Se notaría.

MADRE: ¿Lo saben los niños?

PADRE: Lo acabo de descubrir.

MADRE: No les digas nada, no quiero que se asusten.

PADRE: Seguro que les hará mucha gracia.

MADRE: Pero esto no puede ser... No es normal. Tenemos que llamar al


ayuntamiento o a los bomberos o a alguien.

PADRE: ¿Y qué les digo?

MADRE: Pues que nos hemos levantado y que nos hemos encontrado con
una manzana gigante que ocupa todo el comedor.

PADRE: Dirán que hemos tenido suerte.


MADRE: ¿Suerte?

PADRE: Sí, suerte. No tendremos que comprar manzanas en muchos


meses.

MADRE: ¿Y cómo sacas tú esta manzana de aquí?

PADRE: Nos la podemos comer. Poco a poco, claro.

MADRE mira las zonas ocultas de la manzana.

MADRE: Quizá tiene la etiqueta de la fábrica. A veces la traen, ¿no?

PADRE: ¿Y qué harías? ¿Devolverías la manzana?

MADRE: No lo sé, pero les preguntaría si tienen constancia de una


manzana así.

PADRE: Pero si se la han dejado aquí, ahora ya es nuestra.

MADRE: En el fondo a ti te ha gustado encontrártela, ¿verdad?

PADRE: Bueno, no lo sé, normalmente la gente se puede encontrar en


casa por sorpresa con un ratoncito o un ladrón, pero una manzana...
Encontrarse una manzana no está mal.

MADRE: Quizá es una señal.

PADRE: ¿Una señal?

MADRE: Sí.

PADRE: ¿Una señal de qué?

MADRE: No lo sé. En todo caso, no sabemos si es una señal buena o mala.

PADRE: No será mala...

MADRE: No lo sé...

PADRE: ¿Qué quieres decir?

MADRE: Creo que...

PADRE: ¿Has hecho alguna cosa o...?


MADRE: No, nada, pero...

PADRE: ¿Qué?

MADRE: No lo sé, pero... estoy tan harta...

PADRE: ¿De qué?

MADRE: De tener de todo.

PADRE: «De tener de todo». ¿Qué quieres decir?

MADRE: Cuando he visto la manzana gigante he pensado: «Sí, hombre,


sólo nos faltaba ahora una manzana gigante».

PADRE: Ya...

MADRE: Quiero decir que... ¿Tú no lo has pensado, verdad?

PADRE: No, yo no.

MADRE: Pero yo sí, yo sí lo he pensado. Y no es la primera vez,


precisamente.

PADRE: No te entiendo.

MADRE: Déjalo.

Pausa.

PADRE: Si quieres llamo a la policía y les digo que se la lleven.

Pausa.

MADRE: No, no hará falta. Tienes razón, aprovechémosla.

PADRE: Podemos hacer compota.

MADRE: O mermelada.

PADRE: ¡Sí, sí, mermelada!

MADRE: Tendremos que cortarla a pedazos y...

PADRE: Espero que no esté podrida por dentro.


PADRE golpea ligeramente la manzana.

PADRE: Podemos avisar a tu familia para que vengan a comer y, de


hecho, también se pueden quedar a cenar.

MADRE: Sí.

PADRE: ¿A tu sobrina no le gustaba la manzana al horno?

MADRE: Ahora la llamaré para que vengan mañana.

PADRE: Nos espera un trabajo...

MADRE: Sí.

PADRE: Pero todo el comedor olerá a manzana.

MADRE: Nunca más volveremos a utilizar aquel ambientador artificial.

PADRE: Voy a buscar la sierra mecánica al garaje. Así iremos más rápido.

MADRE: Muy bien.

PADRE: Pero antes avisaré a los niños, esto tienen que verlo.

PADRE se va, entusiasmado, mientras MADRE sigue mirando la manzana.

PADRE: Caín, Abel... ¡Mirad qué tenemos para comer!

Oscuro.
5.

Una maestra lee un cuento a su clase, un grupo de niños y niñas que


siguen la lectura con su libro desde sus respectivas mesas y sillas,
ordenadas en filas.

MAESTRA: «Había una vez una niña pequeña con el pelo rubio y los ojos
azules que vivía sola con su madre en un pueblecito en el bosque. Cada
día, antes de ir a trabajar, la madre abrigaba a su hija con una caperuza
roja. De esta manera, todo el pueblo conocía a la niña con el nombre de
Caperucita Roja.»

El niño de la última fila, ENRIQUE, levanta la cabeza y toma la palabra.

ENRIQUE: Señorita, me he perdido.

MAESTRA: Ahora empiezo el segundo parágrafo. «Fue un día alegre y


soleado cuando la madre de Caperucita Roja le hizo a su hija un encargo
muy especial. Como ella tenía demasiado trabajo y no podía ir, le pidió a
la niña que llevara un gran tarro de miel y unas galletitas a su abuela
enferma, que vivía al otro lado del bosque. Pero antes de que se
marchara le advirtió de que en el bosque había un lobo muy peligroso y
que si se lo encontraba debía salir corriendo.»

ENRIQUE se queja de nuevo.

ENRIQUE: Señorita, me he perdido de nuevo.

MAESTRA: Si te pierdes, no es necesario que leas, escúchame y ya es


suficiente. «Cuando emprendió su camino, Caperucita vio la sombra de
un niño que la seguía, pero como no era el lobo, no le hizo caso y siguió
cantando y saltando mientras se acercaba a casa de su abuela, a quien
añoraba mucho porque hacía muchos días que no la había visto.»

La iluminación ha hecho desaparecer la última fila de mesas y sillas y,


con ellas, a ENRIQUE.

MAESTRA: «Pero, justo cuando quedaban pocos metros para llegar,


Caperucita escuchó como el lobo, que estaba famélico, aullaba sin parar.
Caperucita se escondió tras un árbol, temiendo que el lobo hubiera olido
las galletitas.»

Una de las alumnas, sentada inmediatamente delante de ENRIQUE,


interrumpe nuevamente el relato.

NIÑA: Señorita, creo que Enrique se ha perdido.


MAESTRA le responde sin alzar los ojos del libro.

MAESTRA: Ya le he dicho, Marga, que escuche como todos. No me


interrumpáis, por favor. «En aquel momento, el lobo se acercó a
Caperucita sigilosamente, pero en el último momento descubrió a un niño
que estaba perdido en el bosque. Su nombre era Enrique.»

MAESTRA levanta la cabeza del libro, sorprendida, y busca a ENRIQUE en la


clase.

MAESTRA: ¿Dónde está Enrique?

Nadie en la clase responde. Sigue leyendo el cuento, con interés.

MAESTRA: «Enrique era un niño tímido que no se sentía querido ni por sus
padres, ni por su profesora, ni por nadie en el mundo. Era el típico niño
que nadie echaría en falta si un lobo negro se lo zampara después de
masticar un rato sus tiernas carnes.»

MAESTRA cierra el libro y mira la portada. Después busca por toda la clase
a ENRIQUE. Asustada, da la espalda a sus alumnos y sigue leyendo el
relato, en voz baja.

MAESTRA: «Lentamente, paso tras paso, el lobo se iba acercando a


Enrique, que estaba acorralado contra un árbol. El pobre niño lloraba
aterrorizado, ya que sabía a la perfección cuál sería su destino: los
dientes afilados del asesino salvaje que se estaba acercando. El lobo le
dijo a Enrique que gritara y que pidiera ayuda al leñador del bosque,
porque eso todavía excitaba más sus ansias homicidas.»

La iluminación hace desaparecer progresivamente al resto de los


alumnos.

MAESTRA: «Mientras, Caperucita fue a pedir ayuda a su abuela, pero


descubrió que llevaba meses muerta por la enfermedad en el suelo de su
casita y que nadie se había dado cuenta. El lobo no se resistió más y
empezó a devorar a mordiscos a Enrique, que veía como el bosque se
teñía de color rojo, mientras suplicaba socorro al leñador.»

La luz que ilumina a MAESTRA se vuelve roja.

MAESTRA: «Tristemente, el leñador del bosque acababa de ser despedido


y estaba en su casa, apenado, sin saber qué hacer, pegando a su hijo."

MAESTRA descubre que está sola.


MAESTRA: «Entonces, Caperucita sintió un extraño interés por la carnicería
que estaba cometiendo el lobo, se subió a un árbol y, mientras se comía
las galletitas y el gran tarro de miel, se quedó a ver como el asesino
hacía crujir los huesos de Enrique con su enorme mandíbula.»

Se oyen los rugidos de varios lobos.

MAESTRA: ¿Hay alguien ahí?

Oscuro.

MAESTRA empieza a gritar, mientras los lobos la devoran en la oscuridad.


6.

El bar de una estación de tren. Una pareja, CAROLINA y DAVID. En el suelo


hay un par de maletas.

DAVID: Nos quedan cinco minutos.

CAROLINA: Quiero que seas feliz, ¿me oyes?

Pausa.

DAVID: ¿Qué harás después?

CAROLINA: ¿Qué quieres decir con «después»?

DAVID: Cuando todo haya acabado.

CAROLINA: Empezar de nuevo. No tenemos más remedio.

DAVID: Yo nunca te olvidaré.

CAROLINA: Yo tampoco.

DAVID: Te quiero.

CAROLINA: Te quiero tanto…

DAVID vuelve la cabeza, afectado.

DAVID: No, no lo digas. Por favor.

CAROLINA: Es verdad, no puedo mentirme…

Pausa. CAROLINA mira a DAVID con la cara llena de lágrimas.

DAVID: Pasamos buenos momentos juntos, ¿verdad?

CAROLINA: Muy buenos. Estábamos hechos el uno para el otro, pero ahora
no es el momento de recordar.

David: Sí, nos haríamos demasiado daño.

CAROLINA: No lo podría soportar.

DAVID: Ninguno de los dos lo podría soportar.


CAROLINA: ¡Maldito contrato!

DAVID: ¡El mundo es tan injusto!

CAROLINA: ¿Por qué firmamos ese contrato? Dímelo.

DAVID: Es la norma. Todo el mundo hace lo mismo.

CAROLINA: Pero nuestro amor no es como el de los demás.

DAVID: Tienes tanta razón...

CAROLINA: Pero, ¿quién hubiera pensado que podíamos durar juntos más
de un año?

DAVID: Nadie. Casi no hacen contractos de matrimonio de más de un año.

CAROLINA: Ahora ya sólo faltan tres minutos y el contrato habrá


finalizado.

DAVID: Todo habrá acabado para siempre.

CAROLINA: Es injusto.

DAVID: ¿Recuerdas cuando los contratos de matrimonio eran indefinidos?

CAROLINA: Seguro que la gente era tan feliz...

DAVID: Sin la presión del tiempo.

CAROLINA: Con la certeza de que pasarías toda tu vida con la misma


persona...

DAVID: A su lado...

CAROLINA: Queriéndola como el primer día...

DAVID: ...pese a sus costumbres extrañas...

CAROLINA: ...y a sus chantajes emocionales...

DAVID: El mundo actual no está hecho para nuestro amor.

CAROLINA: Nuestro amor hubiera durado para siempre. Y mucho más.

DAVID: Si, y mucho más.


CAROLINA se levanta y coge las maletas.

CAROLINA: Debo irme. Nuestro matrimonio está a punto de acabar.

DAVID: No puede ser. Todavía podríamos encontrar una solución.

CAROLINA: Es imposible.

CAROLINA se va, DAVID se levanta.

DAVID: ¿Y si hiciéramos como que todavía estemos casados?

CAROLINA: Sería ilegal y eso nos convertiría en unos fugitivos.

DAVID: Por ti estaría dispuesto a hacerlo.

CAROLINA: Nuestros amigos nos odiarían si vieran a una pareja que está
enamorada indefinidamente. No podría vivir viendo como nuestro amor
se deteriora.

DAVID: ¿Sabes una cosa? Te admiro.

CAROLINA: Yo también a ti.

Se abrazan.

CAROLINA: Debo irme.

DAVID: No podré vivir sin ti.

CAROLINA: Yo tampoco.

Entra un revisor con una campana que anuncia la salida inmediata del
tren.

REVISOR: ¡Pasajeros al tren!

REVISOR sale de escena.

DAVID: ¿Puedo decirte una última cosa?

CAROLINA: Adelante.

DAVID: Debo decirte que... hace unas semanas adquirí un contrato para
tener un hijo contigo.
CAROLINA: ¿Cómo? ¿Un contrato para tener un hijo entre tú y yo?

DAVID: Sí.

CAROLINA deja las maletas en el suelo.

CAROLINA: David, pero...

DAVID: Lo sé, lo sé...

CAROLINA: Tú sabías que el contrato de nuestro matrimonio se acababa


hoy.

DAVID: No pude resistirme.

CAROLINA: ¿Y ahora qué haremos?

DAVID: Se llamará José, como tu padre.

CAROLINA: ¿José?

DAVID: Y tendrá los ojos verdes, como tú.

CAROLINA: David, ¿qué has hecho...?

DAVID: Cuando sonría se le formarán las mismas arrugas en la cara que


tenía tu madre.

CAROLINA: Pero no puede ser... No estoy preparada para ser madre.

DAVID: No pude resistirme.

CAROLINA: ¿Y cuántos años son el contrato con el niño?

DAVID: Hasta que se marche de casa de uno de los dos. Unos treinta y
tres.

CAROLINA: ¿Treinta y tres años?

DAVID: Es lo más normal.

CAROLINA: Te das cuenta de lo que supone para mí esta situación, ¿no?

DAVID: Perdóname.
REVISOR vuelve a pasar.

REVISOR: ¡Último aviso! ¡Pasajeros al tren!

CAROLINA: El tren está a punto de salir.

DAVID: No lo hagas por mí, hazlo por el contrato de nuestro Joselito.

CAROLINA: Quizá podrías cambiar el contrato y que el hijo fuera de otra,


¿no?

DAVID: Lo siento. Es un contacto cerrado.

CAROLINA mira el reloj.

CAROLINA: David, nosotros no podemos tener un hijo, hace un minuto que


ya no somos pareja.

DAVID: Pero, lo dice el contrato...

CAROLINA: No intentes hacerme chantaje con un contrato para tener


ahora un hijo.

DAVID: Lo siento, no lo pude evitar... Pasó... y ya está.

CAROLINA: La gente no debería tener un hijo con un contrato de relación


limitado. Es monstruoso.

DAVID: Piénsatelo, por favor.

CAROLINA: David, no te lo quería decir, pero... ¡Tengo un contrato con


otro hombre!

DAVID: ¿Cómo?

CAROLINA: No fue por amor, fue una relación administrativa convencional


y rutinaria.

DAVID: Pero, ¿cómo has podido?

CAROLINA: Son cosas que pasan.

DAVID: ¿Y por qué lo aceptaste?

CAROLINA: No me imaginaba que lo nuestro duraría más de un año, ¡qué


quieres que te diga! Le conocí y he ido atrasando el inicio de nuestra
relación hasta mañana, cuando empieza el nuevo contrato.

DAVID: Pero tú lo has dicho. Esto nuestro ha durado más de un año.

CAROLINA: Hemos cumplido íntegramente nuestro año de matrimonio.


¿Qué más quieres?

DAVID: Te quiero a ti.

CAROLINA: Y me has tenido. He sido un año legalmente tuya. Nadie puede


estar indefinidamente con otro, sería antinatural.

DAVID: Entonces es que nuestro amor es antinatural.

CAROLINA: El amor es pura química y no dura más de tres meses. El resto


del tiempo que se mantiene una relación tiene que ver con les
deficiencias afectivas de los individuos que integran la pareja. ¿Qué tipo
de persona enferma haría resistir eso hasta el aburrimiento?

DAVID: Tú. Y yo.

CAROLINA: Muy bien, sí. Le hemos llamado amor a nuestra amistad, pero
no lo convirtamos en un drama.

DAVID: ¿Ahora es una amistad?

CAROLINA: Con el tiempo terminarás acostumbrándote y tendrás muchos


otros contratos matrimoniales con otras mujeres. Quizá tan largos como
el nuestro.

DAVID: ¿Y cuánto durará tu contrato con ese hombre?

CAROLINA: No seas tonto.

DAVID: Dime. ¿Cuánto?

CAROLINA: David...

DAVID: ¿Cuánto?

CAROLINA: Catorce meses.

DAVID: ¿Catorce meses? ¡Tiene el contrato más largo que yo!

CAROLINA: No te pongas celoso.


DAVID: ¡Cómo has podido!

CAROLINA: Lo siento.

DAVID: Catorce meses es una eternidad, no lo conseguiréis.

CAROLINA: Lo siento, tengo que dejarte o perderé el tren.

DAVID: ¿Y qué haré con Joselito?

CAROLINA: No lo sé, cuando lo tengas envíame una foto.

CAROLINA camina con prisa en dirección al tren y se encuentra con


REVISOR.

REVISOR: Lo siento, hace tres minutos que he visto marchar al tren.

CAROLINA: No puede ser.

CAROLINA le muestra el billete.

CAROLINA: Tengo un contrato con el tren.

REVISOR: Ah, entonces quizá está allí todavía.

CAROLINA sale corriendo. DAVID se pone a llorar, REVISOR le coloca el brazo


en la espalda y lo acompaña fuera.

Oscuro.
7.

Un hombre encapuchado golpea con un palo a un niño malherido, de


unos nueve meses, que intenta huir arrastrándose. Una vez parece que
ha acabado con él, agotado, el hombre se quita la capucha y vemos que,
pese a su apariencia humana, posee el rostro de una foca. Mientras se
retira el sudor de la cara, se acerca al público para dirigirse a él.

Lo sé, lo sé... Pero alguien debe hacerlo, ¿no? Cada año nos toca vivir las
mismas imágenes por televisión. Es macabro, despiadado, sí, lo sé. Sería
mejor que nadie viera esto, pero alguien debe hacerlo. Creedme. Mi
gobierno nos deja matar a unos 500.000 niños humanos cada año para
controlar la población. Fue una decisión dura porque... no es popular, en
fin... dan pena.... Se te quedan mirando con unos ojitos... Debo
confesaros que yo, a veces, hago la vista gorda cuando algún bebé se me
pone de esta manera. Le arrastro a patadas hasta el agua y dejo que se
ahogue o que escape nadando. Este trabajo me hace sentir miserable, de
verdad... Pero no hay más remedio. Recuerdo cuando todavía no había
demasiados, pero en el año 2050 llegaron a los 8.000 millones en todo el
planeta. No es posible mantener a 8.000 millones de humanos sin
desolar la Tierra.

Deja el palo y se sienta.

Es verdad que entre ellos ya se iban matando —siempre lo han hecho,


tienen una tendencia natural a las guerras—, pero no era suficiente. Si
no eliminamos el exceso de humanos de esta manera, podrían acabar
con la biodiversidad terrestre. Es muy serio. Talaron todas las selvas
tropicales, estos bichos.

Se levanta y se acerca al niño moribundo.

Según nuestras leyes, a los bebés se les debe dar muerte de un solo
golpe en la cabeza, pero está claro que a veces no es suficiente. Es un
problema práctico, simplemente. Al bebé de aquí detrás, por ejemplo, he
intentado darle un golpe en la cabeza, pero sólo le he hundido un
hombro y hasta la segunda vez no lo he logrado. Dicen que a un 40% de
los bebés se les arranca la piel para hacer abrigos y otras cosas terribles
que les llevan a agonizar de mala manera, pero os aseguro que yo eso ni
lo he llegado a pensar. Algunos colegas —pocos— se llevan la carne para
alimentar las familias, pero a mí, no sé, me da asco.

Se acerca de nuevo al público.

La historia de estos animales es muy triste. ¿La conocéis? Estas pobres


bestias se creyeron que estaban por encima de las demás especies, que
poseían un conocimiento que las convertía en superiores... Pero, ¿qué es
el conocimiento? Decídmelo. ¿Saber de álgebra? ¿Reconocer la simetría?
¿Es eso el conocimiento? Y pensaron que eso les haría mejores. Creyeron
que el conocimiento les haría libres de la naturaleza y que eso, con el
tiempo, podría evitar sus miserias como humanos. Que podrían dejar de
ser humanos. Creyeron que la tecnología podía reconstruir el mundo y
que si pasaba bastante tiempo, ésta acabaría con las desigualdades, la
corrupción, el hambre, la pobreza…

Ríe.

No sé si estáis familiarizados con las costumbres de los hombres, pero...


Es curioso porque... al principio creyeron que les salvaría Dios de sus
problemas —se inventaron un Dios—, después creyeron que lo harían las
ideas —hablaban de comunismo sin saber qué era la comunidad— y al
final, cuando lo fastidiaron todo, confiaron en el conocimiento, en la
ciencia.

De hecho, cuando veo a un grupo de estos bebés, cuando veo a un grupo


de esta carne menuda huir de los cazadores, me pregunto por qué esta
raza llegó a confiarlo todo en el conocimiento, en la nada.

Porque el conocimiento nunca cambió su condición de humanos, pero les


hizo más peligrosos. Acumularon suficiente armamento como para hacer
estallar el planeta 1000 veces, mientras seguían creando las mismas
desigualdades de siempre y siendo tan irresponsables y egoístas como
siempre. No estoy diciendo que nosotros seamos mejores, entendedme,
quizá no somos perfectas, las focas, pero, como mínimo, no nos
maltratamos entre nosotras y, por ejemplo, no revolvemos las entrañas
del mundo buscando petróleo para después lanzar al aire más y más
polución.

Creían que la conciencia que les diferenciaba, no sé, de un león o de un


caracol, que ese entendimiento les hacía mejores, cuando realmente era
sólo una complicación para comunicarse entre ellos. Daba mucha risa. La
vida de cada uno de estos humanos se puede definir por el tipo de
confusión que provoca al comunicarse con los otros y por el sufrimiento
que se genera a él mismo y a las personas de su entorno.

Ríe.

Sólo hay que ver un ejemplar maduro de humano para darse cuenta. No
se entienden entre ellos. En vez de hacerlos mejores, la naturaleza les
dejó solos y ciegos para que no se comunicasen con su propia especie.
La conciencia individual que creían que les haría superiores a los
animales era como un estado de celo que les ponía calientes, que les
excitaba, simplemente para favorecer su expansión y acabar con su
entorno. Pobres... Aunque algunos de mis colegas que vienen aquí a
eliminar el exceso de bebés no tienen ningún tipo de remordimientos.
Nuestro gobierno no pretende que los matemos a todos, pero mis
mejores amigos dicen que el mundo es mucho más tranquilo sin los
humanos y que cuantos menos queden... pues mejor. Dicen que los
hombres están carcomidos, que no son buenos, que están podridos por
dentro, por eso casi nadie se quiere comer los quilos y quilos de bebé
que dejamos por aquí cada día.

Yo tengo un hijo, un hijo a quien quiero, y cuando crezca le explicaré


cómo eran los humanos. Le explicaré qué hacían con sus semejantes, los
horrores que no quisieron evitar y el legado que nos han dejado. A mi
querido hijo le diré que...

Podemos escuchar como el bebé lloriquea con fragilidad. La foca observa


que el niño intenta huir de nuevo. Pausa.

Ya os lo he dicho antes, a veces con un solo golpe no basta. No miréis.

La foca se dirige al niño, pero en el último momento se da la vuelta.

Bueno, y si queréis mirar, pensad que, como mínimo, no es una pobre


foca.

La foca se acerca al niño y lo remata.

He de irme. Mi hijo me está esperando. Buenas noches.

Oscuro.

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