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EN EL REINO DE LA MANTIS

"¡Mierda, carajo! —protesta el juez Ci-


fuentes al ver pasar al sargento por la casa de
la niña Ana Leonor rastrillando contra la pared
la culata de su fusil— ¿es que ya no puede
reunirse uno ni pa' estudiar? Compa, ahora sí
empiezo a entender lo que decíamos anteayer
sobre García Olano y los Comuneros: eran
subversivos con razón... ¡Señor alcalde, res-
peto a las ideas! ¡Señor sargento, respeto a la
Constitución! No amenacen con las armas,
porque ellas nunca vencen el espíritu. ¡No
resucitemos la violencia, que el que siembra
vientos cosecha tempestades!".

—Historia doble de la Costa: Mompox y Loba


(Tomo I), pág. 166A.

Irritados por la actitud amenazante de las autoridades del


pueblo ante nuestra mesa redonda sobre la cultura anfibia y el
modo de ser costeños, los cinco participantes salimos de la casa
de la niña Ana Leonor y nos fuimos a rumiar la situación en los
sardineles de don Adolfo Mier Serpa, al pie de la gran piedra
Palacín.
Varias preocupaciones nos tenían aturdidos desde aquella
mesa redonda: ¿Cómo somos realmente los costeños? ¿Qué es
la costeñidad? ¿A qué se debe la tolerante fluidez de nuestra
sociedad? Ahora acabábamos de enfrentarnos a las autoridades
del lugar con cierta sensación de triunfo, lo que podía confirmar
aquello que habíamos dicho en la reunión: "el costeño aprende
a tolerar al superior, no a soportarlo''.
VIOLENCIA Y CAPITALISMO

El despliegue de represión realizado por las autoridades del


pueblo por el hecho de la mesa redonda sobre la cultura anfibia
y el modo de ser costeño (tomo I), hace cambiar el tono y el tema
central de la reunión de nuestro grupo de trabajo.
Ahora, sin dejar de pensar en la costeñidad y en lo que pue-
de ser propio del costeño del Caribe, la preocupación pasa al
problema de la violencia política y las formas en que nos afecta
como pueblo y como región. Nuestra atención no se desviará de
allí, por estimar importante estudiar a fondo —en la teoría y en
la práctica del posible departamento del Rio propuesto antes—
el desarrollo del caudillismo y de los partidos políticos en la
Costa atlántica durante el siglo XIX. Porque los partidos polí-
ticos han sido agentes de una nueva violencia que ha marchado
a la par con la expansión capitalista —en la que envolvieron a
las Fuerzas Armadas de la nación—, hecho que afecta el pre-
sente y futuro de los pueblos riberanos de la depresión mompo-
sina. En vista de que estos pueblos costeños han sido, en
general, pacíficos y no tan dados a la descomposición violenta
como en otras partes, es necesario examinar desde ahora el
impacto que el belicismo y la violencia puedan tener sobre sus
actitudes vitales y su tradición social.

¿Qué queremos decir con violencial Violencia es el uso


[A] intencional de la fuerza con el fin de cambiar una situación
dada. Para ello se emplean elementos coercitivos produci-
dos exprofesamente por el hombre, que van desde el garrote
hasta el hipnotismo. Este factor volitivo, propio del hombre,
17A ENELREINODELAMANTIS

No obstante, sentíamos que en nuestras vidas incidía la vio-


lencia, sabíamos que ella no era cosa nueva entre nosotros. Pero
era una violencia probablemente distinta de aquella del interior
del país, menos cruenta quizás, con un poquito de yodo de mar,
arrullada por el canto del sinsonte. ¿Aporte de la costeñidad?
¿O escape natural del alma hacia los recovecos de la paz selváti-
ca que todavía impera en los caños de la depresión momposina?
El juez Cifuentes expresa con franqueza nuestra preocupa-
ción del momento: "Será que la violencia quiere arreciar otra
vez en nuestras tierras. ¡Adiós por ahora a la idea del departa-
mento del Río, adiós a los planes de progreso que discutíamos!
Ahora corran a armarse y defenderse, que vienen las tropas y
los chusmeros..." [A].
Esta es la triste carga violenta de nuestra historia republi-
cana, replico filosófico. ¡Cuántos recursos, lágrimas y sangre
nos habríamos ahorrado si hubiéramos seguido la política civi-
lista de Manuel María Mallarino y otros presidentes demócratas
del siglo pasado! Nos habríamos convertido en otra Costa Rica,
país que prospera sin el lastre de las grandes armadas.
Al "mascachochas" de Tomás Cipriano de Mosquera, el
caudillo caucano, le debemos el derrumbe de aquella tradición
civilista y la imposición de las bayonetas y las balas como argu-
mento político. Desde entonces —la guerra que hizo en 1861—
el campesino, el pescador, el indígena y el obrero lo han venido
pagando duro, miren cómo viven, miren cómo son atacados y
muertos a la primera voz de su justa protesta.
"Casi todo ahora se resuelve por la fuerza, rara vez por la
razón, el entendimiento, la discusión, o la moral: hasta un peo
de mariposa se ve como subversivo por el gobierno. No le dejan,
pues, a uno salida distinta de la violencia, si uno aspira a algo
mejor. ¿Será que ya no podemos aprender de la historia?",
grita con fuerza Cifuentes como para respirar profundo y cam-
biar de sangre, en dirección al cerro de doña María que enmarca
al pueblo por el sur.
Un rumor de voces en crescendo le responde desde allí:
"¡Libros sí, fusiles no!". Parecen venir de los destartalados
colegios municipales y arruinados puestos de salud de las lade-
ras y caseríos miserables de la depresión momposina. Y a la
oleada de esas voces iracundas se añade como catarata otro coro
estentóreo que viene de las quemadas selvas del Norosí, de los
campos de concentración y tortura de Guaranda, de los ensan-
VIOLENCIA Y CAPITALISMO 17B

distingue la violencia de los procesos de transformación y muer-


te que corren por canales evolutivos naturales y biológicos, a los
cuales se transfiere a veces, por analogía, el carácter de violen-
tos. La violencia es exclusivamente humana.
Nos interesa, en especial, la violencia que se realiza en el
campo político, cuyo objetivo, según Federico Engels (Antt-
Dührtng sección II, cap. II) es imponer por la fuerza (física o
simbólica) la voluntad de una clase o grupo social sobre otro
para obtener ventajas económicas, y cuya carta de as y argu-
mento final es el empleo de las armas. Este problema es una de
las preocupaciones capitales contemporáneas, en vista del
desarrollo del poder nuclear y de la competencia entre naciones
que llevan a acelerar la carrera armamentista sin resolver las
cuestiones sociales y económicas de fondo en el mundo.
La conquista española ofrece muchos ejemplos de violencia
política, por la imposición coercitiva y armada de un modo de
vida y de producción (señorial), desarrollado en Europa en
procesos regionales de violencia ancestral a todo nivel, sobre
otro indígena (primitivo) que no ofrecía el mismo historial de
violencia que en el Viejo Mundo. Como lo vimos en el tomo
anterior sobre la depresión momposina, la formación social
colonial nació en un paroxismo de violencia que condicionó
desarrollos posteriores, no siempre de manera positiva para el
progreso de los pueblos.
La violencia política desaforada y aniquilante parecía ser
cosa nueva en el contexto americano. Se derivaba de dos hechos:
1) de la superioridad del armamento europeo —índice elocuente
en sí mismo del tipo de sociedad especializada en la violencia
donde se desarrolló, aquella que tuvo el genio maléfico de
transformar la pirotecnia china en pólvora letal—; y 2) del
desarrollo espontáneo de las perspectivas de violencia personal,
familiar, clanil y feudal que eran características de la vida so-
cial, política y religiosa durante la Edad Media. (Los análisis de
medievalistas profundos como J o h a n Huizinga, J . R. Hole,
Norbert Elias y Barrington Moore demuestran suficientemente
esta tesis, y permiten sugerir que los estados nacionales euro-
peos surgieron precisamente para ir monopolizando y controlan-
do aquella generalizada violencia latente y actuante, tan peli-
grosa para la sociedad europea y su supervivencia. Sólo que
pasaron luego a otro nivel de violencia: el de las guerras inter-
nacionales y revolucionarias).
San Martín de Loba. Una participante en la tradicional Danza de la
Conquista hace una amarga evocación de la contraviolencia indígena
malibú.
VIOLENCIA Y CAPITALISMO I8B

Esas perspectivas de violencia descontrolada o espontánea


no eran parte de la cultura indígena americana —por lo menos
la de la región momposina— cuyos exponentes quedaron, por
eso mismo, sorprendidos e inermes ante la avalancha de los
conquistadores. Pero luego de la primera y natural reacción de
contraviolencia incitada por los invasores, muchos indios vol-
vieron a su natural pacífico y recurrieron a tácticas de acomoda-
ción. En la región costeña ésta fue la regla entre los indios más
avanzados (zenúes, taironas, malibúes). Otros más primitivos,
como los chimilas, motilones, cunas, catíos y guajiros respon-
dieron con contraviolencia a sucesivas oleadas de la violencia de
conquista.
Los chimilas fueron exterminados en un cruento proceso
durante el siglo XVIII (tomo I). Los motilones y catíos se refugia-
ron en serranías inaccesibles donde han llevado una vida
pacífica sólo desarreglada por invasiones de colonos y otros
extraños a sus territorios. Los cunas y guajiros se defendieron
mucho mejor, gracias al armamento avanzado (de mosquetes y
pólvora) que recibieron de ingleses y franceses enemigos de
España para fomentar revueltas locales en las colonias ameri-
canas, mercenarios que enseñaron a los indígenas los trucos de
la defensa personal armada y el arte de la guerra moderna. Es
decir, a estos indios los blancos "civilizados" los convirtieron
en tan violentos como ellos. Esta fue la única forma como los
guajiros y cunas pudieron sobrevivir, y la herencia y transmi-
sión de la cultura blanca violenta tuvo que ser asimilada y adop-
tada por estos indígenas como exigencia vital. Por eso han se-
guido siendo respetados y temidos por la sociedad dominante
hasta el día de hoy.
Pero es obvio que no todo fue violencia en la colonia y, como
lo vimos en el tomo anterior, hubo variaciones en la aplicación
de las soluciones de fuerza por parte de los grupos dominantes
a los vecinos libres, indios, esclavos y cimarrones. Al ethos
(característica cultural dominante de un pueblo) de conquista de
los españoles, muchas tribus y comunidades costeñas contes-
taron con su peculiar ethos de acomodación, a veces exitoso,
como acabo de señalar. Además, es posible que de algunos
grupos negros africanos se hubieran recibido ciertas disposicio-
nes atávicas a lo lúdico, la euforia y la informalidad que reforza-
rían el naciente ethos costeño no violento. Debemos por esto
preguntarnos qué ocurrió concretamente en la colonia, y sobre
Carlos Darwin

Federico E n g e l s

Teóricos de la violencia
VIOLENCIA Y CAPITALISMO 19B

la función real de la violencia en el desarrollo histórico de las


sociedades. ¿Es la violencia el motor fundamental de este desa-
rrollo, como lo han postulado muchos pensadores desde Gum-
plowicz hasta Marx? ¿Es ella la única o principal partera de la
historia? (Elcapital, libro I, cap. 24, 6).
Con base en la discusión de Loba, cabe reflexionar sobre
algunas limitaciones a estas tesis totalistas. Recordemos que
Marx mismo recapacitó sobre el alcance de ellas cuando criticó
los extremismos irracionales y contrarrevolucionarios de los
blanquistas y anarquistas en Europa. Estas reflexiones resultan
necesarias para el caso colombiano y la expresión política coste-
ña, porque llevan a comprender mejor las relaciones que existen
entre revolución, violencia y contraviolencia, tema muy traji-
nado entre nosotros.
El primer aspecto por reconsiderar se refiere a la agresivi-
dad'humana básica. Conocidas son las creencias sobre la maldi-
ción de Caín y las tesis de Thomas Hobbes (inspiradas en Plau-
to) sobre el "estado de naturaleza" en el cual el hombre es un
lobo del prójimo y donde existe una caótica "ley de la selva"
que sólo la civilización a la inglesa logra corregir. A esto se han
añadido las teorías sobre la supervivencia biológica del más ap-
to tomadas por Herbert Spencer de Carlos Darwin para adaptar-
las, sin mucho rigor lógico, al ámbito social.
Ni aquellas creencias ni estas tesis sobre la agresividad
humana han logrado demostrarse científicamente. No se
encuentran confirmaciones adecuadas en la experiencia históri-
ca costeña, ni de otras partes. Una buena corriente de sociobió-
logos explica, por el contrario, que la agresividad humana
—como la de muchos animales— es adaptable (no genética) y
que se expresa básicamente en la competencia por recursos
limitados de comida o de espacio vital, o de ambos, que, en
otras circunstancias, pueden negociarse o conciliarse; es decir,
esta competencia queda en el plano de la razón y la voluntad, a
nivel cultural, y sujeta a determinadas reglas de conducta. No
hay agresividad descontrolada totalmente.
Hay tendencias naturales y sociales contrarias a la agresi-
vidad. Ocurren en muchas partes —en la selva del Norosí,
como en las ciudades del río Magdalena— procesos exitosos de
filantropía, ajuste, simbiosis y parasitismo que se alternan con
el uso de la fuerza bruta como elemento de supervivencia. Como
se sabe desde los clásicos escritos de Juvenal y las observado-
20A EN EL REINO DE LA MANTIS

grentados playones de Tómala: "¡Tierra sí, plomo no!". Rechi-


nan los gemidos y las voces como en tumulto de trueno sobre la
piedra Palacín, y dan el salto de dos cuadras para golpear a las
puertas de la Casa Municipal y hacerla temblar hasta los
cimientos.
Asombrado y conmovido ante la avalancha de las voces del
pueblo, el juez Cifuentes recula, da un manoteo a su sombrero
vueltiao de 19 bandas, y elabora una crítica propia desde el pun-
to de vista regional: ' 'La historia reciente del sur de Bolívar nos
muestra el canibalismo político y el uso de la fuerza como última
razón sobre el pueblo y sus intereses. Han sido conflictos traí-
dos de fuera, conectados con intereses extraños a nosotros,
dirigidos muchas veces por cachacos y paisas ambiciosos que
aprendieron a matar en sus montañas, a usar el cuchillo más
que la patada, el revólver antes que el puño o el grito.
"No es una historia muy pacífica que digamos. El río Mag-
dalena, precisamente en la porción de la isla de Mompox y sus
cercanías, ha sido de los sitios más ensangrentados del país. Por
ahí han pasado los ejércitos de los partidos, las fuerzas 'sutiles',
los bongos de guerra, los barcos blindados. ¿Recuerdan la co-
lumna que se levanta frente al río aquí cerca, en El Banco, en
honor de los muertos liberales del combate de la Humareda (El
Jobo) en 1885? Allí están esculpidas las siguientes palabras del
escritor bogotano José María Vargas Vila. Oigan:
" ¡El Banco, puerto inmortal! Tú guardas las cenizas del más
tremendo incendio, los despojos de la más recia borrasca. Tú
eres para la patria un altar de recuerdos y de gloria y de ense-
ñanzas sublimes. A ti vendrán las generaciones futuras para
retemplar el patriotismo, y cuando quieran aprender que sólo
se es esclavo si se quiere y si falta valor para morir".
"¡Romanticismo vacío de los cachacos!", atacan a la vez
Luis Murallas, el dirigente de Usuarios Campesinos de Loba, y
el profesor Alvaro Mier. ' 'En ese momento de lucha fratricida
no se retiempla ningún patriotismo sino el sectarismo partidis-
ta más violento. Por eso el río Magdalena sigue siendo teatro de
luchas entre hermanos. Ahora lo recorren los guardacostas
antigucrrilleros, los aviones de bombardeo y los helicópteros de
reconocimiento de la contrainsurgencia inspirada en Norteamé-
rica. No hay gran distancia entre la osamenta y hierros retorci-
dos que todavía se ven medio hundidos en la Humareda y el
pueblo de Morales que ocupó el Ejército de Liberación Nacional
VIOLENCIA Y CAPITALISMO 20B

nes de Hugo Grocio, hasta en los animales hay expresiones de


altruismo. Se observan en los himenópteros del Cesar, por
ejemplo; entre los peces que se "limpian" unos a otros en los
caños de la Mojana y Majagual; o entre el caimán y su pajarillo
mondadientes. (Cf. Michael Ruse, Sociobiology, Londres, 1979,
146, 148, 152). De modo que las teorías hobbesianas que tanto
han calado, especialmente entre racistas y belicistas, no en-
cuentran firme asidero en la realidad.
En segundo lugar, al contrario de lo que piensan general-
mente los spencerianos y evolucionistas, los pueblos rurales y
primitivos no tienden a ser violentos, sino todo lo contrario
(hasta la antropofagia tiene una justificación adecuada). Gran
parte del éxito militar de los conquistadores —como lo vimos al
avance de Santa Cruz y de Quesada por la depresión mompo-
sina— se debió precisamente a actitudes de receptividad,
admiración y veneración en pueblos indígenas no muy dados a
soluciones violentas, que en su historia pasada, según los
arqueólogos, habían dirimido conflictos de manera diferente.
Las tribus costeñas se reunían todas en Zambrano para hacer
intercambio pacífico de productos, y así por el estilo.
En los casos de los malibúes y chimilas, éstos reaccionaron
violentamente ante los conquistadores sólo en respuesta a las
crueles devastaciones de Ambrosio Alfinger y otros. Aún asi,
hubo instantes de reconciliación tanto en Mompox como en
Tamalameque, para los malibúes, y en Sitionuevo para los
chimilas.
En fin, estas indicaciones llevan a explicar que el peculiar
ethos no violento de la Costa caribe colombiana, ya señalado en
el tomo I, puede tener raíces antiguas y profundas en pacíficas
culturas indígenas locales, reforzadas por factores ambientales
y naturales propios, aparte de la posible influencia de elementos
convergentes de culturas africanas importados con la esclavi-
tud. Este ethos no violento ha persistido en la región costeña en
diversas formas, y se expresa en el antimilitarismo básico, la
campechanía, el dejamiento indisciplinado y el sentido del
humor ("si es pa pelea, a corre"...). Como lo veremos también
en este tomo, la Costa caribe no se ha distinguido en el país por
el talento bélico de sus caudillos y generales; más bien, hasta
épocas recientes, por la cordura y el carácter eficazmente tole-
rante de sus políticos.
De manera similar, un buen número de sociedades primiti-
El Banco. Monumento a los caídos en la batalla de la Humareda (1885),
con inscripción de Vargas Vila.
VIOLENCIA Y CAPITALISMO 21B

vas contemporáneas, como la de los esquimales, evitan la


agresividad de manera consciente. Hasta la tribu amazónica de
los mundurucus —considerada como la más aguerrida del mun-
do— ejecuta actos de finta y amenaza previos a cualquier
decisión de violencia frontal. Lo cual demuestra la amplia flexi-
bilidad de la conducta h u m a n a en el campo de la solución de
conflictos como ocurren en la práctica. El problema de las rela-
ciones entre revolución, violencia y contraviolencia, por lo tanto,
debe plantearse primordialmente en el campo de lo táctico.

Hay dos factores intervinientes que afectan el desarrollo


[B] táctico de la violencia en la sociedad y que llevan a su per-
sistencia en Colombia, conduciendo en su tren a aquella
gente de la Costa que p u e d a ser esencial y tradicionalmente no
violenta.
El primer factor es el de la contraviolencia, es decir, la
tendencia sentida de contestar a un acto violento con otro igual o
m á s intenso. En política esta tendencia ha llevado a la temible
"espiral de la violencia", para convocar a la defensa colectiva e
invocar la guerra justa, la revolución y el conflicto civil. Lo vere-
mos aquí en el recorrido de los caudillos regionales J u a n J o s é
Nieto y Francisco Javier Carmona, que estudiaremos enseguida;
y como fue el caso de los muchos combates fluviales que ensan-
grentaron el río Magdalena a su paso por la depresión mom-
posina.
La contraviolencia de este tipo surge como una necesidad
vital cuando la dosis de violencia que se aplica a grupos, socie-
d a d e s o clases sociales dominadas amenaza con extinguirlas o
dejarlas totalmente a merced de fuerzas opresoras y explota-
doras. Esa es una de las lecciones derivadas de la Conquista
española: que muchos indios tuvieron que resistir con las armas
en la mano para sobrevivir. O aplicaban diversas modalidades
de contraviolencia, o sucumbían. Lo mismo se observa hoy en el
proceso histórico-natural de nuestra formación social nacional
—la persistencia de la lucha de clases— en tal forma que la vio-
lencia clasista va dosificando la reacción opuesta. Es una forma
de asegurar la supervivencia física a la cual las gentes explota-
das tienen derecho, en las condiciones de goce integral de la
economía y la cultura a que aspiran.
Una expresión importante de esta contraviolencia de clases
es la guerrilla (no es igual a terrorismo). Tiene una vieja e
ÜEJX1 Thomas Hobbe

Nicolás Maquiuvelo

Teóricos de la violencia
impresionante tradición en la depresión momposina y en la
Costa caribe, aunque no resulte tan sanguinaria como la de la
zona andina. Así lo vimos en las guerras de los palenques
cimarrones en el siglo XVII y en las de la Independencia contra
los realistas; como lo estudiaremos pronto en la guerrilla de
Lorenzo Betancourt contra el general J u a n J o s é Nieto, con todo
y sus fallas ideológicas; durante la violencia del siglo XX y,
actualmente, con la presencia activa de varios grupos guerrille-
ros en la región estudiada.
Ello implica que, en este momento, el nacimiento de una
nueva formación social por la cual se está trabajando revolucio-
nariamente en Colombia esté ya condicionado por la contravio-
lencia a que lleva la fuerza empleada en m a n t e n e r a todo trance
la formación social vigente con todos sus defectos e injusticias.
La espiral de la violencia se quiebra entonces por arriba, con la
explosión popular, con la acción colectiva y masiva de un pueblo
que ya no aguanta más, como lo vemos actualmente en varios
países del hemisferio americano y del m u n d o . Por eso sigue
habiendo profetas armados costeños en lucha por la justicia en
las selvas del sur de Bolívar, en San Lucas, en el San J o r g e , en
las praderas del Cesar y en tantos otros sitios que reclaman o
preparan la explosión popular.
Por eso también se encuentran costeños en movimientos
guerrilleros urbanos y rurales de otras partes, a veces como diri-
gentes. Significativo que en éstos los jefes costeños se hayan
distinguido por el uso del cerebro tanto o más que por el del
gatillo, aportando a la guerrilla prácticas variadas que han
estremecido al sistema tanto o más que ningún foco o toma
armada de pueblos. Han sido capaces de entender los proble-
mas de la táctica revolucionaria y articular salidas políticas no
preferidas por líderes del interior formados en la escuela de
Régis Debray, más inclinados a la violencia frontal, exclusiva y
sectaria, contra el sistema dominante. Por estas razones, la
guerrilla colombiana ha adquirido hoy una fisonomía distinta de
la que tenía en años pasados.
Claro que hasta los costeños así comprometidos son capaces
de aplicar la violencia total a la cual les lleva la dosis represiva
de la reacción. Esto también se ha visto a través de la historia.
Porque la espiral de la violencia, al seguir subiendo, va envol-
viendo a todos: a los culpables e inocentes, a los violentos y no
violentos, a los amantes de la paz y a los que quieren la guerra.
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La violencia en Colombia. (Grabado de Rengifo. 1963).


El segundo factor interviniente en la violencia contemporá-
nea es el armamentismo, es decir, la invención y producción de
armas por gobiernos, particulares e industriales bélicos y su
consiguiente distribución y monopolio en ejércitos profesiona-
les. Para estas instituciones y personas, la guerra ha dejado de
ser un medio para convertirse en un fin, aún m á s , en una forma
peculiar de vivir. Los profesionales e industriales de la guerra
han sufrido grandes transformaciones desde el siglo pasado:
por ejemplo, ya no necesitan demostrar valentía o gallardía
personal, si no una simple disposición mental a tocar botones
automáticos o lejanos gatillos, para producir la destrucción del
enemigo. Esta tendencia a la automatización impersonal permi-
te concebir " e s c e n a r i o s " escalofriantes caracterizados por la
destrucción masiva y total.
Algunos teóricos creen que esta posibilidad de automatiza-
ción bélica (incluyendo el empleo de armas atómicas) es progreso
porque nos acerca al dominio tecnológico sobre la naturaleza.
Las mismas instituciones y empresas que viven de las guerras
se han encargado de propagar la idea de que éstas son saltos
positivos en el desarrollo de la civilización. Nada es más falso, y
un simple estudio de la historia y de la ecología lo demuestra. Se
trata de un mito que busca justificar los negociados y la carrera
armamentista. Esta alienación mortal se expresa en militares
afectuosos en su hogar que no tendrían reparo en oprimir aquel
botón apocalíptico; en empresarios corteses que viven de la
producción de napalm y gases letales; en obreros europeos que
se enfurecen cuando los tanques que fabrican no llegan a su
destino en países pobres; en científicos " n e u t r a l e s " que se
encierran a calcular y diseñar medios técnicos más eficaces de
matar; en universidades que se pelean contratos con ministerios
de guerra y defensa; en angélicos capellanes militares.
"Las guerras empiezan en las mentes de los h o m b r e s " ,
dicen los estatutos de la Unesco. Pero es en la mente de los
hombres, en los reclutas y oficiales jóvenes, y en muchos civiles
donde se siembra la semilla inhumana de la justificación de las
guerras. Es la semilla ideológica de violencia que prolifera
luego en los campos y en las ciudades colombianas, que se lleva
a la Costa caribe como un reto a su ethos tradicional.
Estos factores materiales y míticos, inducidos y promovidos
desde hace mucho tiempo a nivel mundial por los intereses
internacionales del complejo militar-industrial (hoy en el poder
24A ENELRE1N0DELAMANTIS

el 30 de julio de 1978. Así como existe aquí la cultura anfibia de


que hablábamos en la mesa redonda, también se puede desarro-
llar plenamente la guerra anfibia del p u e b l o ' ' . [B]
No hay duda de que ha sido éste un desarrollo canceroso
nacional, como si guerreasen los leucocitos con los fagocitos en
las propias venas de los pueblos. Los leucocitos son los godos:
los azules; los fagocitos son los mochorocos: los rojos. ¿Cómo se
endureció y aceleró por aquí la violencia que, en otras formas,
venía de la colonia? ¿Cómo se crearon las lealtades a nuestros
dos belicosos partidos tradicionales —liberal y conservador— y
por qué terminaron en graves conflictos civiles apelando al uso
de las armas? ¿Y cómo fueron mediados esos conflictos por
nuestra especial manera de ser y actuar como costeños, por
nuestra costeñidad anfibia, alérgica a lo castrense y a la disci-
plina incomprensible?
Hay muchas muestras de tales conflictos por aquí: al sólo
escarbar la historia de la Costa, aparecen los conservadores de
Chambacú en Cartagena enfrentados t e m p r a n a m e n t e con los
liberales de El Pozo; los rojos de Santa Ana a los azules de Piji-
ño; los de Ciénaga a los de Santa Marta; los de Guamal a los de
Mompox; los de Menchiquejo a los de Tamalamequito; los de
San Martín de Loba a los de Papayal. Hasta los caseríos y ciu-
dades costeñas se han dividido también según la política, como
en el propio Mompox los godos del barrio abajo y los liberales
del barrio arriba, separados por una línea imaginaria, muchas
veces infranqueable, que corría por la plaza de la Libertad.
Conviene entender en detalle cómo se realizaban esas guerras,
combates y trifulcas en nuestros playones y barriadas, en las
ciénagas y sabanas con la gente de entonces, para ver si eran
tan endiabladas como ahora, tan crueles como a veces se les
presenta.
Lentamente, por el artritismo de sus piernas chupadas de
sanguijuelas, se nos va acercando don Adolfo Mier Serpa, el
abuelo de Alvaro. Trae en la palma de la mano un insecto muer-
to muy parecido a la " p r o f e t i s a " de los griegos que, por llevar
sus dos páticas delanteras recogidas como en actitud suplicante,
la han llamado también mantis religiosa.
¿Por qué será que ha habido y sigue habiendo tanta violen-
cia por aquí y en el resto del p a í s ? " , pregunta también don
Adolfo. " A pesar de que somos ricos en recursos que, bien ad-
ministrados, darían para todos, no nos cansamos de matar por
su control.
VIOLENCIA Y CAPITALISMO 24B

en países avanzados), tienden a perpetuar y extender las solu-


ciones de violencia. En esto Engels (cap. III) tenía razón: "La
violencia se llama hoy ejército y escuadra de guerra''.
En el caso histórico colombiano, se acogió esta fórmula de
violencia armada a partir del momento en que se introdujo entre
nosotros (a través de Chile) el concepto de ejército territorial
profesional (con servicio militar obligatorio) iniciado por los
prusianos a mediados del siglo pasado. Así se acabaron los
caudillos y militares-civiles formados en el trajín directo de las
guerras incidentales, personas que, mal que bien, al concluir su
función bélica volvían a la civilidad. Los militares profesionales
colombianos que siguieron han sido, en general, respetuosos de
la ideología democrática y se han acogido, con pocas excepcio-
nes, al espíritu civilista tradicional. Por ello han recibido a su
vez el respeto y admiración de la población civil, respeto y admi-
ración puestos en cuarentena sólo cuando los políticos antipa-
triotas que representan intereses personales o de grupo han
pretendido convertir a las fuerzas armadas en ejército de ocupa-
ción nacional.
Al establecerse el ejército profesional en Colombia en esta
forma, se confirió al Estado una función única como agente de
violencia institucional (la misma que Max Weber llamaba "le-
gítima"). Pero (como lo quieren otros teóricos) cuando la violen-
cia legítima institucional no responde a los verdaderos intereses
de las mayorías gobernadas —especialmente las gentes trabaja-
doras y productoras de la riqueza nacional—, ella se convierte
en violencia reaccionaria o autoritaria. Por regla general, ésta
no ha durado sino lo suficiente para provocar la reacción en
contrario. Contra ella se han levantado sucesivamente los pue-
blos desde épocas antiguas, con caudillos o sin ellos, en paros,
guerras, guerrillas y otros movimientos justos que los gobiernos
y ejércitos hoy definen erróneamente como "subversión"
criminal (véase capítulo 6B, tomo I).
La costa caribe no es excepción. Asi ha ocurrido y sigue ocu-
rriendo en la depresión momposina (el último incidente grave
fue el paro cívico de Mompox en agosto de 1977, que precedió
por un mes la conocida explosión de ira popular en Bogotá).
Esta es una de las características históricas importantes que nos
distinguen como colombianos de los países militarizados del
cono sur del hemisferio —característica que ha impedido e
impide el arraigue de golpes de estado dictatoriales o fascistas
en Colombia, aunque quieran intentarse a veces— y que no nos
25A EN EL REINO DE LA MANT1S

•¡HE:

Las dos especies principales de mariapalito de la costa caribe.

"Miren lo que traigo: éste es el ser que más se asemeja a


nuestra situación como país abatido por tanta violencia irracio-
nal. Mírenlo, reducido a un palito demacrado, que por eso le
decimos la mariapalito. Pero observen también que lleva el
gesto hipócrita de santurrona, muy dedicada al Sagrado Cora-
zón de Jesús, como si fuera incapaz de hacer nada malo.
"¡Embustes!", sonríe picaronamente don Adolfo. "La ma-
riapalito es una feroz caníbal que se va comiendo cuanto insecto
encuentra, hasta al macho que la apareó. Además, es carnívora
y, si uno se descuida, lo muerde con sus dientecitos de ametra-
lladora dejando un veneno que sólo se combate aplicándole a la
mordedura una contra de serpiente o barro de puerco. Por des-
cuidarse de esto, se murió mi comadre Regina: una mariapalito
la mordió en el seno y se le fue gangrenando que no hubo ya
forma de salvarla''.
Ramón Pupo, el herrero momposino experto en la poesía de
Candelario Obeso, toma la mantis por una pata y le examina la
cabezoncilla redonda y brillante con sus dos pupilas saltonas
como de soldado marciano. "Está viva todavía la condenada",
explica incrédulo mientras la aplasta contra el suelo con ve-
hemencia.
"¿Y saben qué más hace ese bicho tan endiablado?" con-
dejan convertir tampoco en otra "república bananera" (aunque
estuvimos cerca de ello en varias ocasiones).
Desgraciadamente, al ponerse al servicio del Estado auto-
ritario, bajo la orientación ideológica de aquellos políticos
comprometidos con la situación injusta, las armas y ejércitos se
convierten en factores de descomposición social y en agentes
antipopulares y, por lo mismo, en elementos antipatrióticos. El
"patriotismo", en tales circunstancias ambiguas de política, no
logra disfrazarse con paradas diarias en honor de la bandera
nacional. Como se sugirió antes, este "patriotismo" se contra-
dice con actos que se acercan a cierto tipo de terrorismo estatal,
como son: la ocupación bélica del propio territorio nacional y de
las patrias chicas regionales; la persecución a intelectuales
críticos, labriegos, obreros y líderes sindicales que piensan
distinto o caminan sin las muletas ideológicas del sistema; los
bombardeos y ataques a regiones campesinas y resguardos
indígenas donde la gente se encuentra mayormente inerme, y
cuyos problemas no se resuelven a bala. Así se ha comprobado
en la región estudiada. Por eso resulta difícil ahora equiparar
servicio militar con patriotismo o con la defensa de las fronteras,
como pudo haber sido en otras épocas o circunstancias.
El sostener con las armas un Estado impopular y autoritario
se vuelve así el esfuerzo más violento de que se tenga noticia
nunca, y también de los más costosos. Es el caso actual de
muchos países, entre ellos Colombia. Así, en la Costa atlántica
aparecen cada vez más soldados, lanchas patrulleras y retenes
con ánimo puramente represivo. Eventualmente, esta costosa
fórmula reaccionaria resulta contraproducente y antihistórica,
porque ni paz ni la justicia, y menos aún el progreso, nacen de
las armas. Por fortuna hay en el Ejército Nacional una corriente
de oficiales inteligentes y pundonorosos que piensan así. Saben
que la represión desaforada y terrorista contra una "subver-
sión" mal entendida e interesadamente interpretada lleva más
bien al derrumbe del propio Estado, cuando no por causas
externas, por el peso de su propio lastre, por el prohibitivo costo
social y económico de esa represión infundada, que impide el
desarrollo real de un país y el avance de su pueblo.
Porque la disponibilidad y uso de las armas dependen del
proceso general de producción y del desarrollo económico de la
respectiva sociedad: no es un proceso autónomo ni es descon-
trolado, y tiene su límite. Con excepción del empleo marginal
26A EN EL REINO DE LA MANTIS

tinúa don Adolfo. "Cuando algún animal se lo traga por equivo-


cación —por no distinguirlo en la hojarasca— la víctima se infla
y le empieza a doler la barriga. Así, la mariapalito nunca pierde.
Es tan brava que, poco antes de morir, expulsa de la cola,
envuelta en mierda, una culebra viva que la castrea y le hace el
amor. Díganme si la mantis mariapalito no es como la personifi-
cación de la maldad, de la violencia misma que devora a sus
amantes y a sus propios hijos y que renace en cada muerte". [D]
¡Una santurrona violenta! ¿Será esto Colombia? ¿Podemos
llamar progreso a esas transformaciones sucesivas de mariapa-
lito en culebra y de serpiente en mantis que no logran romper la
endemoniada espiral de la violencia heredada del siglo pasado?
Porque, aunque nos hemos desarrollado materialmente (podría
ser mucho más, en vista de nuestras riquezas), no ha habido
una real prosperidad económica ni mayor justicia social ni certi-
tud política desde entonces. Lo peor es que esa espiral violenta
parece irse acelerando. Y que mientras más capitalistas y ricos,
más violentos nos volvemos. [C]
"La violencia va subiendo", sostiene don Adolfo. "Miren
que mi abuelo Adolfo —el tatarabuelo de Alvaro— pudo huir al
principio de las persecuciones de! doctor Pantaleón Germán
Ribón en las Tierras de Loba (de las que éste se creía dueño)
como también se escapó de las guerras civiles. Logró refugiarse
en la medicina popular, la minería y la música. Pero ya de la
Guerra de los Mil Días (1899-1901) no se pudo escurrir. Tuvo que
aceptar que a su hijo Pablo Emilio lo reclutaran como alférez en
El Banco y, por eso, se vieron ambos envueltos en el terrible
combate fluvial de Los Obispos. Mi abuelo, que vivía entonces
en Puerto Nacional, atendió en su casa a los heridos de ese
combate, que le llegaron en el vapor "Colombia". Finalmente
el viejo, dejando otra vez el río de las guerras, se vino adentro, a
San Martín de Loba. Pero aquí poco después lo machetearon a
muerte unos liberales de Papayal que vinieron a atacarnos''.
La "niña" Benita Vidales, la de la pepa'e erica, se acerca al
grupo saltando. Desde cuando los jóvenes estudiantes del Cole-
gio Cooperativo le fueron a consultar sobre la historia del pue-
blo, se siente crecida y orgullosa. "Ya moriré tranquila", dice,
aunque nadie en el pueblo espera que esto vaya a ocurrir pronto.
Las últimas palabras de don Adolfo Mier, escuchadas desde la
cerca de su casa, le animan a hacer una rectificación:
"Señor Adolfo, recuerde que los conservadores de aquí
fueron primero a Papayal a atacar a los de allá. Era una guerra
VIOLENCIA Y CAPITALISMO 2bB

generado por las industrias bélicas y servicios conexos, la


violencia militar institucional no crea riqueza, antes gasta y
aprovecha la que existe, para fines no productivos e impide que
estos recursos se dirijan a resolver los problemas fundamen-
tales del desequilibrio ecológico, la pobreza, el hambre, la
enfermedad y la ignorancia que están en las raíces de la llamada
"subversión". Otra cosa sería si, con esos mismos dineros que
se gastan en armas y ejércitos, se hiciera la guerra a estos pro-
blemas seculares. A la corta o a la larga, la humanidad no podrá
negarse a confrontarlos con todo lo que puede porque irá en ello
su propia supervivencia.
De allí que pueda decirse que la violencia autoritaria y el
militarismo antipopular y antidemocrático llevan en sí el ger-
men de su propia desaparición, que puede ser cuando su gigan-
tismo los haga insoportables hasta para aquellos que se benefi-
cian de la reacción y el belicismo.

El fomento del negocio de las armas y la violencia reaccio-


[C] naria en Colombia y en la Costa han corrido parejos con la
expansión capitalista mundial. El capital va necesitando
y exigiendo la protección de las armas cuando sus fórmulas de
control político (inspiradas en el liberalismo clásico) le fallan
sucesivamente. Así, en la historia de la Costa se observa que la
violencia misma de los conflictos civiles se ha ido incrementan-
do en ferocidad, desde las tragicómicas y ceremoniosas aventu-
ras de los caudillos de principios y mediados del siglo XIX,
cuando aún seguía dominando el modo de producción señorial,
hasta la ofensiva de los terratenientes contra los ocupantes de
las Tierras de Loba en 1881; la destructiva explosión de la Gue-
rra de los Mil Días (1899-1901) —con un segundo pico, más
agudo, en la violencia de 1947 a 1958—; la intervención nortea-
mericana en Loba por el dominio de la tierra (1913-1922); y la
formación de ligas campesinas, sindicatos agrarios y comités
de Usuarios Campesinos, capítulos que veremos en sucesivas
entregas de esta serie. Las últimas organizaciones mencionadas
son ya expresiones regionales claramente vinculadas a la expan-
sión del capital en el país. Y su establecimiento ha llenado cár-
celes y cementerios en todas partes. (Cf. Fernando Guillen
Martínez, El poder político en Colombia, Bogotá, 1979, 366).
Además, la expansión capitalista ha producido un tipo de
violencia patológica —especialmente en las ciudades— que se
expresa en escuadrones sueltos de la muerte, "pájaros" (mato-
27A EN EL REINO DE LA MANTIS

de nunca acabar. Claro que el abuelo suyo no tenía que ver con
esa pelea, que de pronto al que buscaban aquí era al coronel
Falencia, el de las cincuenta mujeres, que peleó en El Banco a
órdenes del general Mayorca. Eso era todos contra todos. El
general Mayorca se soplaba con un pañuelo cada vez que pasa-
ba frente a la casa de un liberal, para decirle hediondo. De allí
le provino después que las narices se le fueron estirando y se le
volvieron como una trompa de elefante que goteaba sin cesar.
Tuvieron que ponerle una palangana al pie. ¡Qué tiempos esos!
Se sentía el odio en el aire..
"Como después, cuando llegó Mister Cannon y la compañía
americana para sacarnos de nuestras tierras, hacia 1920. Mi
padre y muchos otros lobanos se organizaron y lucharon contra
C a n n o n " , recuerda don Adolfo meciéndose en la hamaca, luego
de despedir gentilmente a un vecino que venía a peluquearse.
" P e r o fue peor durante la Violencia grande que siguió a la
m u e r t e de Gaitán en 1948. Por aquí pasó un cabo de apellido
Lozano que quiso sembrarnos la semilla de la maldad por órde-
nes que traía de los mandones cachacos de Bogotá. F u e mucho
el daño que hizo cuando la elección de Laureano Gómez para
presidente, tanto que al fin hubo protesta de conservadores y
liberales y al fin Lozano se fue del p u e b l o " .
" E s a fue, sin duda, una solución c o s t e ñ a " , observa Mura-
llas. " P e r o no dejaron de quedar los retoños de esa mala semi-
lla. Un conflicto violento resultó por aquí cerca, a causa del
asesinato de Gaitán, Hubo casi guerra entre Pinillos (liberal) y
Palomino (conservador). Se metieron entonces los hacendados
de allí para aprovechar y quedarse con los playones de los ríos.
Nos opusimos los campesinos, que organizamos ligas y sindica-
tos para defendernos. La tierra, antes libre y común, empezó a
ensangrentarse por la lucha contra los que pretendían monopo-
lizarla. Ni la llegada del Instituto Colombiano de la Reforma
Agraria (Incora) resolvió el problema del monopolio de la tierra.
Los ricos querían hacerse más ricos y explotar cada vez más a
los pobres. Respondimos al fin con los Usuarios Campesinos,
formando comités, fundando cooperativas y baluartes, y recu-
peramos algunas tierras. Pero entonces llegaron las tropas a
sacarnos a la fuerza, pues se pusieron de parte de los ricos. Les
hicimos frente a como dio lugar. La situación sigue así, en ten-
sión violenta, sin resolverse quién sabe hasta cuándo..
Mucho depende de los que retienen el poder, trato de expli-
VIOLENCIA Y CAPITALISMO 27B

nes a sueldo y a traición), pandillas juveniles armadas, motoci-


clistas de cruz gamada, secuestradores, atracadores y extorsio-
nadores varios, todo de manera e intensidad sólo experimenta-
das antes en la Edad Media. (E. J. Hobsbawm, Revolutionari.es,
Londres, 1973, 209-215). De modo que no sólo se crea violencia
política (de partidos y naciones), sino violencia individualizada,
atomizada y alienada a nivel personal y grupal, aparentemente
inmotivada.
No es difícil explicar teóricamente el desarrollo de la violen-
cia capitalista y de sus acompañantes patológicos o aparen-
temente inmotivados, así en la ciudad como en el campo. El
empeoramiento observado en este sentido en la región mompo-
sina y en Colombia —como en el resto del mundo— ocurre por
dos tipos de contradicciones que van incorporadas a los proce-
sos de acumulación de capital: la competencia por la posición
de clase y la competencia por el consumo. (Cf. William J.
Chambliss, "Toward a Political Economy of Crime", Theory
andSociety, II, No. 2, 1975, 149-170). Estos dos tipos de compe-
tencia enardecen la agresividad —como en los financistas y
empresarios, en la mafia y las pandillas, y en algunos políticos
ambiciosos—, estimulan el egoísmo y el afán de lucro, y llevan
a aplicar indiscriminadamente tácticas maquiavélicas o inmora-
les en el manejo de la cosa pública. De allí la perplejidad de
líderes cívicos colombianos alimentados en la tradición liberal,
por ejemplo, que encuentran rotos los niveles morales del
control social y destruidas las formas de explicación de la violen-
cia actual, y sólo hallan factible, como solución, resucitar los
métodos de terrorismo estatal que los mismos liberales habían
proscrito y grandemente eliminado en el siglo pasado.
Por eso, al extenderse por la región costeña, el capitalismo
ha llevado a la gente a abandonar parcialmente su tradición no
violenta para conformar, ahora sí, una jungla de pasiones
desenfrenadas. De allí la guerra de la mariguana en la Guajira,
la violencia urbana de Barranquilla, la mafia en alza en Santa
Marta y la incipiente contaminación criminal de sitios aislados,
como Mompox. Además de los ya frecuentes casos de corrup-
ción administrativa y sevicia que llevan allí a la violencia
patológica, la persecución ideológica, la tortura y los campos de
concentración.
Tales conflictos y contradicciones del capitalismo liberal
contemporáneo implican una situación creciente de desequili-
28A EN EL REINO DE LA MANTIS

car con el fin de volver la atención del grupo hacia el tema cen-
tral del nuevo encuentro. Todo lo que aquí se ha dicho lo estu-
diaremos a fondo más adelante, si nos lo proponemos.
El juez Cifuentes también lo entiende así: ' 'Para responder a
estas inquietudes sobre la violencia y la costeñidad tenemos que
estudiar el aspecto político de nuestra historia local. Hagamos
como cuando analizamos el señorío: comencemos por el princi-
pio. Algo importante ocurrió en 1810: se quebraron las formas
usuales del poder y se creó un vacío en el estado que no pudo
llenarse sino con una clase política que tomó el lugar de los
burócratas peninsulares y de los nobles. Esta nueva clase polí-
tica era la de los gamonales de pueblo y caudillos regionales.
¿Quiénes fueron los gamonales que suplantaron en la provincia
de Cartagena de Indias y en Mompox a los antiguos gobernado-
res y sus agentes? ¿Qué representaban esos caudillos y cómo
surgieron a la vida pública ?".
Todas nuestras miradas se dirigen entonces a los más ancia-
nos: la niña Benita y don Adolfo. " S i g a n a la cocina antes de
que vuelvan las mantis mariapalitos", replica don Adolfo, "y
les cuento lo que refería mi abuelo Adolfo a mi padre Pablo
Emilio, que éste a su vez me repetía cuando yo ya estaba en
capacidad de entender las cosas. En esto me podrá ayudar
Benita, pues ya se le dio por creerse profesora. Claro que mi
abuelo no fue gamonal, ni general, ni cabo, sino, como dije,
simple curandero, músico y minero. Pero su vida ocupó casi
todo el siglo pasado, vio las guerras civiles y sintió sus efectos, y
conoció al principal caudillo costeño de esa época, el general
Juan José Nieto".
Nieto, ¿el que fue presidente del Estado Soberano de Boli-

Adolfo Mier Serpa, nieto del músico, minero y curandero Adolfo


Mier Arias, en San Martín de Loba (1981).
VIOI.EM IA V CAPITALISMO 2*B

brio interno de recursos (problemas de distribución de riqueza)


que no puede sostenerse sino sobreexplotando a la clase traba-
jadora de la región. Esta condición política de sobreexplotación
genera la violencia estructural, aquella que se expresa en la
pobreza, el hambre, la ignorancia y la enfermedad de las
mayorías nacionales y regionales, como se palpa en las laderas
y caseríos miserables de la depresión momposina y de la Costa,
y en todas las ciudades del Caribe. Es la misma condición que
lleva a la justificada revolución social y política violenta en
busca de alternativas a d e c u a d a s , a u n q u e los personeros del
sistema dominante, hipócritamente, nieguen que aquella pueda
ser justa.
Algunos caudillos del pasado, como J u a n J o s é Nieto en la
Costa, lucharon a su manera contra esta violencia estructural,
a la cual llamaron " t i r a n í a " . Aquí estudiaremos en detalle cómo
se luchaba en esa época contra los defectos y fallas estructurales
de la formación social. Hoy aparecen otras clases de dirigentes
populares —como lo exige el proceso histórico-natural que
sigue su marcha inevitable— de quienes se requiere mayor
claridad ideológica y mayor eficacia en la conducción de las
masas que son víctimas del capitalismo r a m p a n t e (capítulo 6B).

En la cultura anfibia que estudiamos en el tomo anterior


[D] se destacó el mito del hombre-caimán como personifica-
ción global de la misma. En el presente trabajo, por razón
del foco conceptual de la nueva investigación, surge otro ele-
mento popular mítico en la superestructura ideológica: el de la
mariapalito (ponemesa) o mantis religiosa, como símbolo de la
violencia.

San Martín de Loba. Casa de Adolfo Mier Serpa, sitio de la dis-


cusión sobre violencia y capitalismo en la costa.
29A EN EL REINO DE LA MANTIS

var?, pregunto curioso. "El mismo", contesta don Adolfo. "Se


conoció con mi abuelo porque ambos eran masones. Y por allí
creció el respeto y admiración que éste le tenía al general".
¿Cómo sería ese general y caudillo costeño? Intrigante
pregunta. ¿Sería sanguinario como el mascachochas Mosquera,
cruel como Morillo, en fin, violento y disciplinado, o más bien
dejao como el coronel Obeso de Mompox y jovial como los gene-
rales loriqueros Lugo y Zarante?
El trabajo investigativo sobre este asunto me parece compli-
cado, informo a mi vez. Que sepa, casi no hay nada escrito sobre
Nieto, y habrá que comenzar por revisar el gran archivo de baúl
que el coronel antioqueño Anselmo Pineda, contemporáneo de
Nieto, formó y conservó y tuvo la generosidad patriótica de
donar a la Biblioteca Nacional. Y habrá que visitar la región,
entrevistar ancianos lúcidos e intelectuales e historiadores
amantes de lo propio, y buscar en los otros archivos de baúl que
quedan vivos por ahí.
"No parece mala idea", sentencia el juez Cifuentes. "Así
veremos la historia política regional doblemente, por arriba con
los caudillos y por abajo con las masas populares. Esto nos
permitirá también comparar a los gamonales de ayer con los de
hoy. Lo cual es útil: en efecto, un departamento del Río sin jefes
adecuados tampoco resultaría; y nuestros dirigentes han sido y
siguen siendo muy especiales'',
Este puede ser el comienzo de la nueva tarea del grupo de
trabajo de Loba, que habremos de ampliar con compañeros de
Bogotá, Cartagena, Mompox y otras partes de la región, según
las necesidades que experimentemos. Procedamos entonces a
organizamos para obtener la información necesaria.
Don Adolfo nos impulsa en esta convocatoria, y anticipa la
presentación del informe sobre el caudillo costeño: "Si ustedes
averiguan lo de Juan José Nieto, como dicen, yo les voy contan-
do, al mismo tiempo, lo del tatarabuelo de Alvaro: mi abuelo''.
Y así lo hicimos.
VIOLENCIA Y CAPITALISMO 29B

En la Costa colombiana, la mariapalito tiene dos variedades:


la del insecto delgado como un palito seco (de allí su nombre
común), de color marrón, que puede mimetizarse con ramas y
hojarascas, clasificable entre los fasmópteros originarios de
España y la Europa mediterránea; y la del insecto un poco más
grande de color verde, también capaz de mimetismo, que desa-
rrolla alas y una cola medio abultada, clasificable entre los
mantoides de probable origen asiático, que es la mantis propia-
mente dicha. Tiene hábitos diurnos o nocturnos según la espe-
cie. Cuando no se reproduce sola (por partenogénesis), la
hembra devora al macho después del apareamiento. Aunque
come hojas, este canibalismo la lleva a comerse también otros
insectos que no alcanzan a distinguirla.
El pueblo riberano de la depresión momposina le ha añadido
elementos míticos a la mariapalito, todos los cuales se relacio-
nan con la crueldad, la maldad y la violencia. Se cree que de la
mariapalito verde sale una culebra que luego la envuelve para
copular con ella (como hace la iguana con la serpiente); que es
venenosa y muerde a hombres y animales. A primera vista no
se le teme mucho, quizás por su pequenez, pero la mariapalito
no deja de producir rechazo y tensión dondequiera que aparece.
Ha llevado incluso a desarrollar una serie de conjuros para
evitar su acción malévola, como los que reza el general Carmona
en Mompox (capítulo 2A). Esta es apenas una de las variaciones
de conjuros contra la mariapalito existentes en la región.
De manera coincidente —y esta coincidencia no deja de
tener significación— el maestro caucano Luis Ángel Rengifo
también concibió la violencia desatada en Colombia entre 1947 y
1958 como una mantis con garras, a veces bicéfala. Así lo expre-
só en una serie de trece extraordinarios grabados hechos por él
en 1963 (con textos del Popol Vuh) cuando era profesor de bellas
artes en la Universidad Nacional. De ellos he tomado dos con el
fin de ilustrar el planteamiento del presente tomo.

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