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BUENOS AIRES
1871
MIGUEL ANGEL
SCENNA
Gerencia de Ediciones; M aría Eugenia Pons
Coordinación del Á rea de Literatura: Salvador Gargmlo
Coordinación de A rte y Diseño: Lucas Frontera Schállibauin
D iagrajnación: Estudio falgioneobregon [ Comunicación Visual
D iseño de tapa: M ariana Sissia, sobre acuarela de Ju an Manuel Blanes "E pisodio
de la liebre amarilla” ( 1 8 7 8 ).
D e esta edición:
© 2009 PUERTO DE PALOS S. A. Casa de Ediciones
Blanco Encalada 104 (B1609ERO ). Boulognc - San Isidro. Argentina-Tel./Fax: (011) 4708-8000.
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nico, electrónico, fotoquímico, magnético, informático o electro óptico. Cualquier reproducción no autorizada
por los editores viola derechos reservados, es ilegal y constituye un delito.
Primera edición.
lista obra se terminó de imprimir en abril de 2009, en los talleres Gráfica Guadalupe. Avda. San Martín 3773,
Rafael Caíaada, provincia de Buenos Aires, Argentina.
ÍNDICE
PRÓLOGO ....................................................................................................... 15
ADVERTENCIA ................................................... ............ 21
Ííj
E l escenario del dram a ........................................................................................... 27
I. La c iu d a d ............................................... 29
IV La ribera ........ 35
V I, El Riachuelo ..................................................... 69
CAPÍTULO 5 : CO M U N !C A C IO N ES EN CA M BIO . F E ET E R N A .... 7 1
V IL Policías y se re n o s ............................. 91
C A P ÍT U L O 13 : E N SA Y O G E N E R A L D E U N A T R A G E D IA ............. 1 7 9
I. U na consecuencia de la guerra ................................... ...................... 17 9
II. El estallido de la epidemia ....................... ....... 182
IIL C orrientes bajo el colapso ...................... 184
IV . La C om isión C entral de Salud Pública ....................... 185
V. C orrientes en acefalía ...................... 186
V I. E l final del calvario ..................................... . ................ 1 8 7
l IV J
E l d r a m a ................................................................................................................191
C A P ÍT U L O 15: S E O R G A N IZ A LA D E F E N S A .........................................208
I. Las primeras víctimas ilustres........................ ........... 208
II. Polémica en torno de la peste ......... 211
III. Carnaval funesto ......................... 213
IV. Recién llegados .............................. 216
V. La Sociedad de Beneficencia y su presidenta ............... 2.17
V I. Instrucciones del Consejo de Higiene Pública .......... 219
CAPÍTULO 1 6 : LA CO M ISIÓ N PO PU LA R ........ 22 1
C A P ÍT U L O 21: E L T E R R O R IN T E R M IN A B L E .....................................313
I. Dificultades en la atención médica ....................... ,......................313
II. El problema de los m uertos................. 314
III. Explicación de un contrasentido ..... 317
IV. El atentado al coronel M ansilla.............................. 319
V. La agonía de Semana S a n ta ........................................ 321
VI. El colapso se extiende .................................................. .............................. 321
V II. Francisco lavier Muñiz .................... .............................. ..........323
C A P ÍT U L O 2 5 : LA CO M ISIÓ N POPULAR
EN D EC A D EN C IA ..................................................................................................... 37 1
l’V ]
Epílogo en C u b a .......................................................................................................4 3 3
APÉNDICE
F é lix Luna
A C atalina A 7nestoy, mi bisabu ela , en ferm era voluntar
durante la Gran E p id em ia,y a Nicolás Sprovieri,
mi bisabuelo , que padeció de fie b r e am arilla en 18 7 1 .
E n respetuoso homenaje.
A D V ER T E N C I A
[1] L a prim era edición de esta obra data de 1.974, a poco más de d e n años de esta tragedia
[N . del E .],
diario donde sentaba, jornada por jornada, los rasgos sobresalientes a
través de notas breves, lapidarias, que suman un documento de gran
valor, fiel reflejo de lo ocurrido entonces en Buenos Aíres. Lo publicó
por la imprenta del diario L a República, acompañado de un cuadro ilus
trativo de las cifras de mortalidad, por mes y por nacionalidades, cuadro
que desde entonces se ha usado copiosamente, aunque no siempre
mencionando la fuente. Desconocemos el tiraje de la edición, pero debió
de ser corto, ya que a la vuelta de pocos años era una pieza rara, de la que
quedaban pocos ejemplares.
Al año siguiente de la Gran Epidemia, 1872, tres practicantes que
prestaron servicios durante la misma, al graduarse de médicos, ba
saron su tesis en aquella catástrofe que conocieron de primera mano.
Fueron éstas: Esíwciío* sobre la fiebre am arilla del año 1871, por Jacobo
Scherrer, Imprenta Coni, Buenos Aires, 1872; Fiebre amarilla del año
1871, por Miguel Echegaray, Buenos A res, 1872, y L a fiebre amarilla
de 1871 observada en el Lazareto Municipal de San Roque, por Salvador
Doncel, Buenos Aires, 1872. Podemos agregar la tesis de un cuarto
practicante durante la Gran Epidemia, Jacob de Tezanos Pinto, que
versó sobre Infección y contagio, Imprenta de La Unión, 1872. Todas
ellas pueden consultarse en la biblioteca de la Facultad de Medicina de
Buenos Aires. Es indudable que la más valiosa científicamente es la
de Salvador Doncel.
Casi un cuarto de siglo debía pasar antes de que un nuevo autor
dirigiera su atención al tema. Más de dos decenios de olvido o indiferen
cia antes de que José Penna llevara a cabo sus importantes estudios
sobre la fiebre amarilla, que actualizaron la epidemia de 1871, Fue en el
n° 1, año v, correspondiente al mes de noviembre de 1895 de los Anales
del Departamento Nacional de Higiene donde Penna publicó un trabajo
fundamental para nuestro tema, su Estudio sobre las epidemias de fiebre
am arilla en el Río de la Plata, trabajo todavía no superado. Previamente,
la misma publicación había dado a luz en su n° 15, año iv, de abril
de 1894, a una parte del diario de Mardoqueo Navarro, con el título
Fiebre amarilla, 10 de abril de 1871. ,
El conjunto de trabajos de José Penna consultados comprende:
Consideraciones sobre los casos de fiebre am arilla importados, Imprenta
de la Universidad, Buenos Aires, 1883. "Lecciones clínicas sobre la fie
bre amarilla" La Semana Médica, año vi, n° 28, del 13 de julio de 1899.
"L ecciones clínicas sobre la fiebre am arilla. Segunda lección”, La
Semana Médica, año vi, n° 33, del 17 de agosto de 1899. "Lecciones
clínicas sobre la fiebre amarilla. Tercera lección", La Semana Médica,
año vi, n° 43, del 26 de octubre de 1899. "El microbio y el mosquito
en la patogenia y transmisión de la fiebre amarilla" trabajo presenta-
do en el Segundo Congreso Médico Latinoamericano y reproducido en
La Semana Médica, 1904. “Lecciones clínicas sobre la fiebre amarilla.
Cuarta lección", La Semana Médica, año vil, n° 2, enero de 1900. Este
trabajo es especialmente importante por las referencias a la pequeña
epidemia de fiebre amarilla acontecida en Belgrano en 1899. Las mo
nografías señaladas pueden consultarse en la biblioteca de la Facultad
de Medicina, así como la importante publicación Revista M édico'Q ui
rúrgica, órgano quincenal de la Asociación Médica Bonaerense. Hemos
consultado los ejemplares correspondientes a los años 1870 y 1871,
Después de la notable obra de Penna vuelve a entrarse en un vacío
de publicaciones, un largo silencio sobre la Gran Epidemia, a no ser
alguna que otra referencia circunstancial y sin mayor importancia. En
1928 aparece el tomo n i de la Historia de la Medicina en el Río de la
Plata del doctor Elíseo Cantón. La obra apareció en Madrid y en lo
referente a la Gran Epidemia no hace más que seguir a Penna, sin agregar
nuevos datos. En 1932 aparece en Buenos Aires el primer libro dedi
cado específicamente al desastre de 1871, Su autor fue Ismael Bucich
Escobar y se titula Bajo el horror de la Epidem ia. La obra no ha sido
reimpresa, por lo que su adquisición deja de ser fácil. Tiene el mérito de
ser el primer trabajo que abordó el tema con cierta amplitud, pero poco
más. El mismo autor lo subtituló Escenas de la fiebre am arilla de 1871
en Buenos Aires y en realidad no va más allá de presentar flashes del se
mestre fatal, bocetos, una rápida pintura de tono periodístico. Estamos
lejos, por cierto, de la profundidad de Penna. Es un libro ameno, pero
superficial, no exento de errores y datos falsos. Lamentablemente, el
autor prescindió de citar las fuentes bibliográficas o de otro orden,
por lo cual ignoramos de dónde extrajo sus apuntes previos.
En 1940 aparecen dos importantes trabajos en las “Publicaciones
de la Cátedra de Historia de la Medicina" Universidad de Buenos Aires,
tomo n i; en primer lugar una Historia de las epidemias de Buenos Aires.
Estudio demográfico estadístico, del ingeniero Nicolás Besio Moreno, obra
de consulta imprescindible, y L a epidemia de fiebre amarilla de 1871, del
entonces profesor de Enfermedades Infecciosas, doctor Carlos Fonso
Gandolfo, monografía elaborada sobre la base del diario ya conocido de
Mardoqueo Navarro.
En 1949 Leandro Ruiz Moreno publica el segundo libro dedicado
a la Gran Epidemia, La Peste histórica de 1871, subtitulado Fiebre am a
rilla en Buenos Aires y Corrientes (apareció en Paraná por la editorial
Nueva Impresora). Es sin disputa el mejor y más completo trabafo sobre
el tema, con abundancia de datos y una extensa bibliografía. Lamenta-
blemente, el desorden con que han sido compaginados los datos, sin un
hiío rector de narración, atenta contra el logro de la obra, por lo cual
su lectura no es siempre fácil, Pero repetimos que es una obra de gran
mérito y de consulta insoslayable.
Con lo anterior y algunas cortas notas, se agota la bibliografía dedi
cada específicamente a la Gran Epidemia. Podemos agregar el excelente
resumen que José Luís Molinarí publicó en su Historia de la Medicina
desde la presidencia de Mitre hasta la revolución de 1930, cap. v m del vol.
ii, I a sec,; “Historia de las Instituciones y la Cultura", de la H istoria
Argentina Contemporánea, publicada por la Academia Nacional de la
H istoria (Bs. As., Ed. El Ateneo, 19 6 4 ). Por nuestra parte, hemos
tenido oportunidad de presentar un bosquejo de la Gran Epidemia
sobre la base del diario de Mardoqueo Navarro, que titulamos “Diario
de la Gran Epidemia. Fiebre amarilla en Buenos Aíres” aparecido en el
n° 8 de la revísta Todo es Historia, diciembre de 1968.
Es ocioso señalar que para captar el ambiente directo del primer
semestre de 1871 es imprescindible consultar las colecciones de los
diarios de la época, en especial L a Prensa, L a N ación, L a Tribuna y
L a República. Muy importante también, aunque mucho más difícil de
encontrar, es la colección del Boletín de la Epidemia.
M ig u el A ngel Scenna
E l escenario del drama.
E l escaparate ciudadano
I. L a ciudad
Allá por 1869 las cifras del primer censo nacional arrojaron para la
ciudad de Buenos Aires la suma de 177,787 habitantes, dentro de un
total de 1,830,214 almas repartidas en toda la extensión de la República,
Presidía la nación el fiero sanjuanino Domingo Faustino Sarmiento
en plena robustez otoñal, dirigiendo el flamante gobierno que el 12 de
octubre de 1868 le entregara el general Bartolomé Mitre, A cincuenta
y ocho años de la Revolución de Mayo - c a s i los mismos que con-
taba Sarmiento— apenas se estaba arañando la creación de un poder
institucional concreto, válido para todo el país.
El macizo luchador don Domingo estaba resuelto a atornillar esos
logros y convertir a la Argentina en un país civilizado de acuerdo con la
antinomia civilización-barbarie que fue el leitmotiv de su vida pelea
dora y voluntariosa. Estaba decidido a sellar su mandato con el signo del
progreso, metiendo a la nación dentro de esos moldes de civilización
occidental en los que permanentemente soñaba. Había que “hacer” la
República, y por hacer entendía europeizarla, a través del aporte extran
jero en hombres, bienes y capitales.
Menuda tarea en un país que trabajosamente asomaba después de
más de cincuenta años de guerras internas y externas, desórdenes y
convulsiones de toda índole, y donde poco había de estable y definido.
Partiendo del hecho sustancial de que del millón ochocientos mil habi
tantes, la inmensa mayoría eran analfabetos:
“Sabían leer solamente entre varones y mujeres, 3 6 0 ,6 8 3 , y 312.011 sabían
escribir. U na fecunda misión tendría que desempeñar la escuela; el analfabetis
mo se presentaba con guarismos desoladores. Sin contar los niños de seis años,
1 .3 8 2 .6 6 9 habitantes no sabían leer, y 1.431.321 no sabían escribir. Sobre una
población escolar comprendida entre los seis y catorce años, que estaba represen
tada por 413.465 niños, aprendían solamente 82.671, y quedaban sin instrucción
más de 3 3 0 .0 0 0 niños”
[1] Piccirilli, Ricardo, “Evolución social y censos nacionales^ H istoria A rgentina C on tem porán ea,
de la Academ ia N acional de la H istoria, Bs. A s., Ed. E l Ateneo, 1 .9 6 4 , 1 . 1, cap.v, p. 23 3 .
[3] Bucich, Escobar, B uenos A ires ciudad, Bs. A s,, pd. M oro,T eIlo y C ía., 19 2 1 , p. 118,
IV . L a ribera
"La mayor parte de las casas tenían techos planos, aunque acá y acullá se
erguía alguna horrenda manzana de edificios modernos sobrecargados de deta
lles, que empequeñecía a las casas vecinas y parecía un inmenso lurte de estuco
sobre un mar de ladrillos. Acababan de ser construidas algunas casas, corno la de
los A nchorena y los Lumbs, de estilo semíitalíano, con patíos de mármol llenos de
palm eras, con fuentes y con una gran esfera de vidrio opaco de m onstruosas
proporciones balanceada o sostenida por una columna de mármol../'.
[7] L o s sótanos de este ed ificio sub sisten convertidos en p arte del M useo de la C asa de
G ob iern o.
allá anduviese el aguatero recogiendo agua para la población, y a éste no
parecía preocuparle que en las inmediaciones contaminaran el agua des
tinada a consumo. Tal vez alguien se haya preguntado si era razonable
recoger ese líquido espléndidamente sucio por el lavado de ropas más el
sudor y deyecciones de cientos de caballos —sin contar los sedimentos
que traía por su cuenta—, pero lo habrán tranquilizado alegando que el
agua del río es corriente y además, antes de ofrecerla en venta, los agua-
teros la decantaban, claro que adentro mismo de los roñosos barriles en
que la recogían.
[7] La C onfitería La H elvética funciona hoy, com pletam ente refaccionada, en avenida S an Juan.
2 3 0 1 ( N .d e lE .) .
calle de tangos de cincuenta años después, a la rumbosa avenida que se
acerca por el tiempo.
Volvamos a la plaza 25 de Mayo por Reconquista. En esta calle,
como en la vecina 25 de Mayo, abundan caballerizas, fábricas de coches,
agencias marítimas, almacenes, restaurantes, hoteles. Entre éstos se
destaca el de la Paz, uno de los mejores de entonces, ubicado en la
esquina de Reconquista y Cangallo. La manzana de Reconquista, Cuyo
(Sarmiento), Cangallo y 25 de Mayo parece destinada a la vida espiri-
tuah Allí está la iglesia de La M erced, el Colegio de Huérfanas y el
llamado Templo de los Ingleses, donde sigue estando -desde los tiempos
de R o sas- la catedral anglicana. Enfrente de La Merced, por Cangallo,
el Templo Norteamericano completa el oasis de religión en medio del
océano de materialidades.
En Reconquista y Cangallo estuvo hasta 1873 el Coliseo, que no
era sino la vieja Casa de Comedias del virrey Vértiz, la misma donde se
llevó un susto Sobremonte allá por 1806 mientras contemplaba El sí de
las niñas; la misma casa donde surgió el chispazo del Himno Nacional
en la mente de Vicente López. Y al llegar a Rivadavia es bueno recordar
que en la esquina nordeste del cruce estuvo, eres siglos atrás, la casa del
íundador de la ciudad, don. Juan de. Gáray. en el mismo lugar donde
hoy se encuentra el Banco de la Nación, Siempre por Reconquista nos
llamará la atención un pequeño negocio, abierto a mediados de la déca
da del sesenta y ya muy activo, el taller tipográfico donde trepidan las
máquinas de don Guillermo Krafd10l
De la plaza de la Victoria sigamos por Rivadavia al oeste. Pasamos
junto al Cabildo, dejamos atrás la calle San Martín y llegamos a Florida.
Todo índica pujanza comercial. Almacenes mayoristas, depósitos,
agencias, escribanías. Ya Florida comienza a ser la calle “de tono" escapa
rate ciudadano donde la ‘gente bien" sale a pasear por las tardes en sus
coches de caballos, todavía no tan presuntuosos como lo serían veinte
años después. De acuerdo con ello, la calle mostraba pujos de elegancia,
"Doblaron por fin por la calle Florida, viendo en la esquina la botica Im pe-
ríale y algunas tiendas y almacenes de cierta im portancia y hasta de cierto lujo:
la joyería Fabre, la cuchillería de Chapón, el basar de Pedarrieu, la paragüería de
Jacod, la sombrerería de M anigot; más allá la de Bazille, la tienda de Iturriaga y
varias más, la mayor parte establecida por franceses".
[11] D espués de ciento ocho años de tarea ininterrumpida, en 2 0 0 4 la Farm acia Franco-Inglesa
cerró sus puertas al público. Los intentos para reabrirla fueron muchos, pero hasta ahora no
dieron resultado (N , del E .), ¡
taban los muros del parque de artillería que se haría famoso veinte años
después como reducto revolucionario del 90, en el mismo lugar que hoy
ocupa el palacio de Tribunales, Señal de que los tiempos cambiaban
vertiginosamente, el otrora potrero orillero adquiría tonos de elegancia
y a su vera se alzaba el ostentoso palacio Miró, uno de los más fastuosos
de la época, que inauguró la arquitectura rimbombante que padecería
Buenos Aires a fines de siglo,
¡Zanjón de Matorras! ¡Quién recuerda hoy, al pasar por la calle
Paraguay, que por donde cruzan modernos automóviles y se alzan
magníficos edificios pasaban ayer las oscuras aguas entre sombríos
cañaverales! Mirémoslo con los ojos del recuerdo, ya que está a punto de
desaparecer. En 1870 comenzaron los trabajos de relleno que darían fin
al tercero e inaugurarían otra calle para la ciudad.
IV . D e la R ecoleta a Palermo
V. L a Calera j L a Blanqueada
V I. Pueblo de Belgrano
I. E l foco de la ciudad
“La calle que prosperó con mayor rapidez fue la del Buen O rd en ..., lite
ralm ente poblada por pequeños com ercios de talabartería, platerías y tiendas
para gauchos, como se las llamaba despectivamente en contraposición a los lujosos
locales de la calle V ictoria -entonces ésta tenía la jerarquía de la actual Florida-,
especializada en venta de artículos para ios habitantes de la campaña. La calle
Buen Orden se veía concurrida hasta muy entrada la noche y los vehículos más
variados se veían en ella, Troperos emponchados, gauchos de a caballo que hacían
sonar sobre las losas sus enormes espuelas de plata, adquirían en esos estableci
m ientos: tiradores, recados, caronas, frenos, facones, cinturones con monedas
de plata y oro, ponchos, monturas y demás utensilios de estilo” ^14l
¿Por qué Buen Orden? Dicen que cuando Juan Manuel de Rosas
entró en la ciudad con sus colorados del Monte, allá por 1820, para
sostener el gobierno de Martín Rodríguez, dio una voz de orden: “M ar
chen en buen orden”. Y tan bien se comportaron las tropas, hecho
excepcional para la época, que la agradecida y asombrada población
bautizó espontáneamente a la calle con la voz de mando.
Detengámonos un momento en la esquina de Rívadavia y Artes.
Estas calles delimitan junto con la del Parque (Lavalle) y el Paseo de Julio
(Leandro Alem) el cuadrilátero vital de la expansiva fuerza comercial y
financiera de Buenos Aíres. El rectángulo rebosa de almacenes, depósitos,
comercios mayoristas y minoristas, bancos, hoteles, escribanías, perió
dicos, agencias de toda clase. Es el foco, el corazón de una pujanza
creciente, del nuevo Buenos Aíres que emerge, Por ello también es la
porción más agitada, activa y moderna de la ciudad y, si bien los edificios
[14] Rivero A stengo, A gustín, M ig u el N a v a rro V iola, Bs. A s., Ed. K raft, 1 947, p. 29 .
no han sufrido grandes modificaciones y persisten, cantidad de caserones
coloniales de anchísimos patios e infinitas habitaciones, ya no encua
dran el mesurado y lento ritmo de antaño, pausadamente aldeano,
sino una agitación febril que preocupa y desagrada, a los viejos porteños,
desubicados ante ía invasión de inmigrantes que se establecen, prospe
ran, juntan dinero, alteran las costumbres y hablan extraños cocoliches.
de la tropa e Lnnguenay.
T en g o tina c h ata con cola
[1 5 ] L:i C onfitería del M olino perm anece cerrada desde el 23 de febrero de 1 9 9 7 [N. deL E,]
plaza que hoy forman las calles Ecuador y Bartolomé Mitre, mientras
los talleres daban frente a la calle Centroamérica (Pueyrredón), entre
Corrientes y Lavalle. Donde ahora se levanta la estación había una charca
con aires de laguna, pestilente centro de miasmas que daban origen a un
tercero, el arroyo Manso, que se dirigía al norte»
Aquella primitiva estación no era terminal como ahora, Los rieles
venían de más adentro de la ciudad, de la plaza del Parque, donde
los andenes ocupaban el lugar que hoy cubren las butacas del Teatro
Colón. De allí las vías seguían por la calle del Parque (Lavalle), doblaban
hacia Corrientes -e sta curva dio origen a la extraña calle Rauch,l6]- y
llegaba a Centroamérica (Pueyrredón) y Piedad (Bartolomé Mitre)» Este
tramo se levantó bajo la intendencia de Torcuato de Alvear para urba
nizar plaza Once»
Aquí terminaba la edificación ciudadana y se entraba en el descam
pado. Hacía el oeste seguían las vías del ferrocarril y el trazo de la calle
Rivadavia se convertía en camino polvoriento, sucesor del antiquísimo
camino de los Reinos Arriba, ruta que llegaba al Alto Perú, Más modes
tamente, en los años sesenta era conocido como camino a Flores. A su
vera seguían los rieles del Ferrocarril Oeste, cuya siguiente estación
era Almagro, otro nombre añejo, como que viene de Juan de Almagro
y de la Torre, auditor general del Virreinato, que fue primer propieta
rio de la zona. La estación era un galponcito entre quintas modestas
y laboriosas donde predominaban los vascos, lo que significa que
abundaban los tambos y también, recién introducidos al país, los
frontones de pelota.
56
III. D e plaza Once a San José de Flores
L L a calle Balcarce
[1 3 ] San gu in etti, H oracio j, , ñreiT h istoria del C olegio N a c io n a l de B u eno* A ires, Bs. A s,,
E d ición de la A sociación C ooperad ora “Am adeo ]acques", 1963, p. 36.
Si bien el Colegio Nacional tenía salida hacia la calle Moreno, su
frente por Bolívar no llegaba hasta esa calle y la cuadra era completada
por algunas propiedades particulares ocupadas por comercios, una li
brería, una casa de música con venta de pianos y una peluquería.
Doblando por Moreno, a pocos pasos se abrían las oficinas del
diario L a Prensa, fundado por José C. Paz en 1869. Después seguía
la puerta lateral del Colegio y más allá, en la esquina de la calle Perú, Jas
Cámaras Legislativas de la provincia, en el mismo edificio donde se
reunió el Congreso General Constituyente de 1824 y donde leyó su pri
mer mensaje el presidente Rivadavia. Por Perú se alineaban las oficinas
del juzgado de Comercio, el Departamento Topográfico, el Departa
mento de Escuelas, y al llegar a la esquina de Potosí se alzaba el edificio
cargado de años y de gloría de la Universidad de Buenos Aires, funda
do por Rivadavia en 182.L
Hemos completado la Manzana de las .Luces* El amplio y hermoso
edificio del nuevo Colegio Nacional de Buenos Aíres, inaugurado en
1938, se tragaría después las fincas de la esquina de Bolívar y Moreno,
englobando a las que fueran librería, peluquería, casa de música y ofici
nas de L a Prensa, y ése fue el cambio más significativo de la manzana.
El resto sigue poco más o menos igual, uno de los pocos retazos de
Buenos Aires pretérito, testigo de horas heroicas de la nacionalidad,
V. L a Venecia genovesa
Los tranvías unían los centros neurálgicos de la ciudad con las ter
minales ferroviarias. Ya Buenos Aires poseía una no desdeñable cantidad
de ferrocarriles que lentamente la iban uniendo con el vasto, inmenso
interior, del país. Hacia 1870 ninguno llegaba muy lejos, pero ya se bos
quejaba el embudo que a la vuelta de pocos años sería la más importante
y distorsionados red ferroviaria del continente, señalando el principio
del fin de las líneas de larga distancia a cargo de diligencias y mensajerías,
que todavía recorrían al galope los caminos que convergían desde el
interior a la capital, 1
La silueta de las diligencias, con el postillón sentado allá arriba, en
la cúspide del alto vehículo arrastrado hasta por doce caballos, era todavía
familiar y corriente, aunque en lo que a comodidades respecta seguían
corno medio siglo atrás:
76
Las locomotoras pioneras fueron la archifamosa'Ta Porteña” y la injus
tamente olvidada "La Argentina’.
El segundo ferrocarril fue el Norte de Buenos Aires, convertido años
después en Central Argentino y hoy llamado Bartolomé Mitre; inaugu
rado en 1864, un año después unía Retiro con el Tigre. El 14 de agosto
de 1865 se inauguró el Ferrocarril del Sud -actual General R o ca - que
partiendo de plaza Constitución pronto alcanzó Chascomús.
En 1870 existía otra línea férrea: el Ferrocarril de La Boca. Esta
extraña línea, que los porteños han perdido de la memoria, partía de
la estación Venezuela, a la altura de dicha calle y con el río casi lamién
dole los andenes. Esta vecindad obligó a levantar los rieles sobre un
alto y largo andamiaje de hierro y madera, que bordeando la ciudad por
sobre las toscas del río seguía por el actual Paseo Colón. Este tren elevado
ofrecía a los pasajeros un interesante paisaje a vuelo de pájaro y a su vez
todos los chicos de San Telmo y otras barriadas sureñas aprovechaban
las vigas del armatoste para trepar por ellas o jugar a su sombra, entre
charcos del inmediato río y bajo el trepidar de los trenes que pasaban
por arriba.
Al llegar a la Vuelta de Rocha el ferrocarril se bifurcaba. Un ramal
cruzaba el Riachuelo a la altura de la actual calle Vieytes y llegaba a
Ensenada; el segundo, menos importante, concluía en La Boca. Al trans
currir el tiempo este ferrocarril fue englobado en la empresa del Sud.
También los ferrocarriles tuvieron problemas con la población que
los recibió con desconfianza. Dejando de lado el primer viaje de prueba
del Ferrocarril Oeste, que culminó en un magnífico descarrilamiento
que se mantuvo en el mayor secreto, no faltaron las profecías sobre terri
bles accidentes que ocurrirían y la espantosa mortalidad que sería su
consecuencia. Sin embargo, y pese a los agoreros, pasaron tres felices
años en que los trenes rodaron tranquilamente sin provocar bajas en la
población. Lamentablemente, aquella serenidad idílica no podía durar
por siempre y por fuerza de las cosas algún día tenía que ocurrir un acci
dente. Ese día fue el 3 de mayo de 1860. A las tres de la tarde un tren
arrolló a Josefa Rodríguez, a la altura de la calle Ombú, ocasionándole
la muerte. Fue la primera víctima de un accidente ferroviario en nues
tro país[2]l En su momento hubo bastante jaleo en torno del triste
suceso, pero los trenes siguieron marchando, los rieles siguieron
tendiéndose y al cabo todo el mundo se acostumbró a ese fatalismo
que reconoce una cierta cuota de vidas humanas al extraño dios Baal que
se suele llamar Progreso.
Una cosa es el tren como arma de la fatalidad y otra como medio
para la auto eliminación. Tres años después se tiró bajo las ruedas de un
tren el primer suicida que eligió ese medio para abandonar el mundo
Era un joven inmigrante francés de 35 años. Ocurrió en la estación
Retiro el 23 de enero de 1863 a las cuatro de la tarde. Murió mstantá'
neamente bajo la locomotora.
[2 1 ] Piccirilli, Rom ay y G íanello, “Ferrocarriles", en D ic cion ario H istórico A rgen tin o, B s. As.,
Ediciones H istóricas Argentinas, t. in , 1 9 5 4 , p. 6 5 1 .
[22] ídem.
Si meditamos un poco, el Centro actual engloba casi por completo
a la Buenos Aires de 1870, lo que demuestra hasta qué punto la ciu
dad aumentó su tamaño en un siglo. El Centro de 1870, mucho más
modesto de acuerdo con las dimensiones urbanas de entonces, com
prendía el área limitada por la calle Piedad (Bartolomé Mitre) hacia el
n o rte y Potosí (Alsina) por el sur, cerrándolo tierra adentro las calles
Esmeralda y Piedras, vale decir la actual plaza de Mayo y sus aleda
ños inmediatos.
En cuanto a las primeras divisiones que conoció Buenos Aires
fueron las parroquiales. H asta 1769 toda la ciudad y pueblos veci
nos fueron una sola y única parroquia con cabecera en la Catedral,
funcionando las otras iglesias como “ayudas de parroquia". Desde el año
citado muchas de ellas fueron elevadas de categoría y la zona urbana se
fragmentó en torno de las iglesias existentes y de las que se fueron eri
giendo a impulsos de una población creciente. A su vez estas parroquias
dieron origen - y muchas veces nom bre- a los barrios porteños, que en
adelante fueron una constante de la capital.
La Catedral, templo decano, levantó sus torres hacia mediados del
siglo xv m , dos espléndidas torres que dieron nombre a la calle que nacía
a su vera, Pero en 1752 esas torres se vinieron estrepitosamente abajo;
quedó mocha la Catedral, pero persistió la calle de las Torres, luego
Federación y ahora Rivadavia, Después se cambiaron los planos de la
Catedral, se desecharon las torres, se discutió mucho y pasó un siglo
antes de que volviera a tener fachada, esta vez con columnas.
La calle Rivadavia dividió las parroquias Catedral al norte (o la
Merced) de Catedral al sur (o San Ignacio), Ambas tenían por vecinas,
hacia el norte, a tres parroquias: San Miguel en el centro, San Nicolás de
Barí al norte y Nuestra Señora de Monserrat al sur. San Nicolás, cuya
historia puede rastrearse hasta 1736, perdió su tradicional iglesia pese a
que era un templo verdaderamente histórico: sobre su campanario on
deó por primera vez la bandera argentina en Buenos Aires, y en su pila
fueron bautizados Mariano Moreno y Bartolomé Mitre. Pero ciudad
nueva es mal estuche de reliquias y en la cuarta década del presente siglo
la demolieron por remodelación urbana. Donde se alzó su silueta colo
nial se levanta hoy el obelisco, en medio de la descongestiva amplitud
de la avenida 9 de Julio.
La iglesia de Monserrat tuvo origen en la devoción de un vasco,
Pedro Juan Sierra, próspero dueño de una chacra allá por el siglo x v m ,
en la cual erigió una modesta capilla a Nuestra Señora de Monserrat,
que fue recibida con beneplácito por aquellas vecindades abundantes en
vascos y catalanes. El templo se construyó en 1750 y pronto dio nombre
al barrio, que también alcanzó fama por las corridas de toros que en esos
tiempos tuvieron lugar por los andurriales.
Más allá de San Nicolás y Catedral al norte llegando a Retiro, estaba
la parroquia del Socorro, donde se veneraba - y se venera- la imagen del
Señor de los Milagros, Templo de origen humilde surgido a mediados
del siglo x v m , fue al principio modesta capilla para que oyeran misa
los pobladores del apartado lugar, especialmente en días de lluvia, cuando
quedaban anegados, intransitables, los caminos que llevaban a la ciudad
¡apenas a unas cuadras de distancia!
Aun más allá, por Recoleta y Palermo, se extendía la parroquia del
Pilar hasta el arroyo Maldonado (avenida Juan B. Justo), lindando con
Belgrano. La iglesia del Pilar comenzó a levantarse en 1766 y demandó
largos años el poder verla terminada.
El oeste de San Miguel era dominio parroquial de La Piedad, y más
al oeste la extensísima parroquia de Balvanera, que llegaba hasta los lí
mites con San José de Flores. La iglesia de Nuestra Señora de Balvanera
se levantó a fines del siglo x v m , en la actual esquina de Bartolomé
Mitre y Azcuénaga. Era un templo modesto, sin pretensiones, elevado
a sede parroquial en 1833.
Al sur de Monserrat seguía la parroquia de la Concepción y, más
pegada al río que ninguna otra, la de San Telmo. La primera capilla que
se erigió en esta zona estuvo consagrada a Nuestra Señora de Belén,
pero posteriormente la consagración cambió de destino y pasó a San Pedro
González Telmo, parroquia cuyos orígenes pueden rastrearse hasta
1735,
Tales eran las parroquias, once en total, que se contaron hasta 1869*
En ese año se agregaron otras dos: San Cristóbal, cuyo primitivo templo
estaba en la calle San Juan, entre Pichincha y Matheu, y Santa Lucía,
vieja iglesia sureña que se alzaba solitaria en la calle Larga de Barracas*
El perímetro de esta parroquia se delimitó en terrenos antes pertene
cientes a la de Balvanera y San Telmo, y abarcaba el sector comprendido
entre las actuales calles Defensa, Caseros, Boedo y el Riachuelo, que la
separaba de Barracas al sur.
I Y . Problemas de la inmigración
V. Signos de progreso
De noche había que andar con cuidado por las veredas, ya que la
mala iluminación arriesgaba que el ciudadano cayera al precipicio y se
rompiera la crisma. Sin embargo se progresaba: desde 185 6 la ciudad
se alumbraba con gas hidrógeno, que reemplazó a los faroles públicos de
aceite de nabo, sucesores a la vez de los de aceite de potro y las velas
de sebo. Hacia 1853 se fundó la Compañía Primitiva de Gas, con gasó
metro en Retiro, y cuando se libró al público la notable modernización
lo hizo con 500 picos ubicados en el sector inaugural, que comprendía
de la calle 25 de Mayo a la de Artes (Carlos Pellegrini), y de la calle
Victoria (H , Yrigoyen) ala del Temple (Viamonte), Pero aclaremos que
no todo el sector disfrutaba homogéneamente de la novedad, puesto
que sólo las calles 25 de Mayo, Reconquista, San M artín y Florida
gozaron de mecheros en todo el trayecto prescripto. El resto debió con
formarse con bastante menos, pero tan sólo un año después, en 1857,
ya eran 1.027 los faroles públicos que ofrecían luz nocturna, cifra que
siguió en aumento y se incrementó aun más cuando en 1869 se fundó la
Compañía de Gas Argentino, cuyo gasómetro, en Corrales, persistió
hasta tiempos recientes.
La introducción del servicio de luz de gas trajo consigo un nuevo
personaje de las calles por teñas: el empleado que al caer la tarde iba
caminando pacientemente de farol,en farol con una larga pértiga al
hombro, encendiendo uno a uno los mecheros. Allá quedaba enjaulada
una mísera llamita, que arrojaba en torno un pálido resplandor desvaído.
No era mucho lo que podía verse a la luz de ios faroles, pero al menos
permitían distinguir el trayecto de la calle, línea de puntos luminosos en
fila india perdiéndose en la distancia.
Hubo inconvenientes y no faltaron accidentes graves. Com o no
podía ser de otro modo, aparecieron investigadores aficionados que
quisieron profundizar el misterio de los faroles. Apagaban la llama, ma
nipulaban los mecheros y alguno salió de la experiencia medio asfixiado,
mientras en otros casos el afán inquisidor acabó en soberbia explosión,
Pero incluso los accidentes eran signo de progreso»
Desde 1852 se repartía la correspondencia a domicilio, nacían de
ese modo a la vida ciudadana los fatigados carteros; además la adminis
tración de Correos -q u e desde 1858 estaba en manos de Gervasio
Posadas (h )— impuso el uso de sellos postales para el franqueo de las
cartas dentro del territorio nacional. Para enviar correspondencia al
exterior el interesado debió molestarse hasta la legación del país de
destino para comprar allí la respectiva estampilla.
En 1860 se inauguraron las primeras líneas telegráficas y el 30 de
noviembre de 1866 se transmitió emocionadamente el primer telegrama
a Montevideo. ¿Cómo no iba a estar orgullosa una ciudad que en ese
mismo año 66 aclamaba a las primeras cantantes extranjeras?
V I. E l empedrado a bola
[2 3 ] Romay, F rancisco L-, “Sín tesis histórica de la in stitución policial", H isto ria A rgen tin a
C o n tem p o rá n ea , de la A cadem ia N acional de la H istoria, Bs. A s., Ed, El Ateneo, 1 9 6 7 , t. ii,
vol. iv , cap, n , p. 1 1 0 .
No era mucha la seguridad ciudadana cuando O ’Gorman se hizo
cargo de la jefatura. Pero al asumir el mando lo hizo con el firme propó-
sito de cambiar las cosas y convertir a ese cuerpo escasamente eficiente
en una policía disciplinada y eficaz. Desde el primer día se entregó a la
tarea de reformarlo de cabo a rabo. Suprimió de la cárcel los cepos y
todo artefacto de castigo o tortura, iniciando una medida de huma'
nización que algunos de sus sucesores del siglo siguiente prefirieron
reconsiderar.
El año 1868 fue histórico para la policía de la capital. En su trans-
curso O'Gorman puso en vigor el primer reglamento del cuerpo, que
redactó personalmente; publicó un M anual del vigilante para uso e ins
trucción de sus agentes, reafirmó la disciplina, mejoró el reclutamiento,
cuidó el aspecto y vestimenta y creó el cuerpo de bomberos de Buenos
Aires, cuya base fueron diez agentes dedicados a su servicio y dos pri
mitivas bombas accionadas a mano, cuya eficacia era más psicológica
que efectiva, ya que en los incendios igual debían acudir los vecinos
a colaborar a baldazos con los bomberos.
Más tarde dividió a la ciudad en 18 secciones policiales y colocó un
comisario al frente de cada una, aumentando de esa manera la eficacia
de la vigilancia. El problema de los serenos le demandó más tiempo.
Recién el I o de diciembre de 1872 estuvo en condiciones de suprimir
ese cuerpo arisco e indisciplinado, al que reemplazó con el de los
vigilantes de noche.
CAPÍTULO 7
L a ciudad en espíritu
"La entrada era cosa ardua; no eneraba cualquiera: era necesario ser crema
batida de la mejor burguesía social y política para hollar las mullidas alfombras
del gran salón o sentarse a jugar un partido de whist en el clásico salón de los re
tratos que ocupa el frente de la calle Victoria.
"En esta última sala, larga y Iría como un zaguán, que ha sido empapelada
cien veces por lo menos de verde o celeste claro y que ha consum ido cin cu en
ta distintas partidas de tripe de lo de Iturriaga, ha nacido una generación de la
cual van quedando muy escasos representantes. Allí ha mordido la maledicencia
urbana a los jugadores trasnochadores, a los maridos calaveras, a la juventud
disoluta y disipada, y cada mordisco de mamá indignada ha hecho los estragos de
la viruela en el retrato moral de las víctim as, La m aledicencia de la gran aldea
es como la calumnia del Barbero de Sevilla-, del venticello pasa al huracán y ¡ay
de aquel que se encuentre envuelto en la ráfaga!
"El Club del Progreso ha sido la pepínera de muchos hom bres públicos
que han estudiado en sus salones el derecho constitucional; literatura fácil que se
aprende sin libros, trasnochando sobre una mesa de ajedrez...
"H asta hace muy poco, ía biblioteca no era muy copiosa que digamos.
M ucha Memoria, mucho Registro Oficial pero a condición de no encontrarse nun
ca cuando se pedían; y en la mesa de lectura, todos los diarios porteños, vacíos y
estériles corno sábana de monja, luciendo el artículo editorial al frente, extenso
riel de plomo en que, para valerme de una figura bíblica, se fatigan los caballos de
la imaginación, En la mesa de lectura el Illustrated London News y ¡a Revue (casi
sería inútil agregar des Deux Mondes, si no habláramos en el club)... y algunos
diarios franceses que casi siempre sirven de adorno, como esos ramos secos que se
pudren en las salas por olvido de los sirvientes. A pesar de esto, cualquiera creería
que allí se le e.,, -¡nada de eso! Allí se conversa; en el grupo de m uchachos alegres
y espirituales, que entra a las 12 de la noche repitiendo la última nota de Ta-
Así y todo, ningún salón podía rayar a la altura del Club del
Progreso, cuya fama impar lo llevó a ser conocido como El Club por
antonomasia. En él se tejían candidaturas, se manipulaban listas de le
gisladores, se presionaba sobre ministerios, se digitaban senadurías, se
discutía incansablemente en un medio apasionadamente entregado a las
justas políticas que venía reemplazando a las guerras civiles de antaño,
Entonces Buenos Aires estaba irremediablemente dividido en dos cam
pos antagónicos, ferozmente enemistados, que disputaban con calor y
fraude el escaso electorado: estaban los autonomistas acaudillados por
Adolfo Alsina y los nacionalistas apadrinados por Bartolomé M itre.
La ciudad entera estaba escindida y ningún ambiente se sustraía a las
broncas entre alsinístas y mitristas. Inevitablemente, la disensión subió
las escaleras del Club del Progreso y se infiltró entre los socios.
Resultado: que un grupo de éstos se enojó más de la cuenta y se
fueron de un portazo, limpiando de sus zapatos el polvo del Club.
Esa fue la génesis del Club del Plata, Aventino donde se reunieron en
1860 los sulfurados disidentes, acaudillados por Bernardo de Irigoyen y
Roque Pérez. El segundo club se fundó con la púdica intención de
permanecer alejado de la política, intención que no pasó de expresión
de deseos. Con sede en Rívadavía y Chacabuco, inició una dura lucha
competitiva con el Progreso, que llevó perdida desde el comienzo. Al
parecer sus acaudalados miembros mantenían estrechamente ajustada
la bolsa, ya que a duras penas se consiguió un moblaje mínimo indis
pensable para presentarse en sociedad decorosamente, y cada vez que se
organizaba un rumboso baile de gala debía recurrirse a la generosidad
de protectores como Bernardo de Irigoyen o Luís Sáenz Peña, que
prestaban platería, vajilla y ornamentos para la velada. El Club del.
Plata nunca alcanzó las alturas del Club del Progreso, y Lucio V.
López consigna para la posteridad que mientras el último era el chic,
el primero jam ás superó la categoría de cursi con que fue tachado des
de el comienzo.
[25] "E l periodism o entre los años 1 8 6 0 y 1 9 3 0 ”, Hi.sfo-ria A rgen tin a C o n tem p o rán ea, Bs. As,,
Ed . El A teneo, 1 9 6 6 , n , p. 1 95.
En 1870 el decano de la prensa porteña era El Nacional, fundado
por Dalm acio Vélez Sársfield el I o de mayo de 1 8 5 2 , Fue un diario
im portante e influyente que contó con un excelente manojo de plu
mas colaboradoras, tanto nacionales como extranjeras, A lo largo de
sus cuarenta años de vida -d ejó de aparecer en 1 8 9 3 - insertó en sus
páginas notas de firmas inolvidables: Magariños Cervantes, Sarmiento,
Edmundo de Amicis, Emilio Zola, Estanislao Zeballos, etcétera.
L a Tribuna, aparecida el 7 de agosto de 1853, también gozaba de
amplio predicamento* Fundada por Héctor Florencio Varela y Mariano
Varela, miembros de la numerosa familia cuyo tronco fue Florencio Varela
y Justa Cañé, esta hoja fue denodadamente alsinista desde su primer
número y, cuando el caudillo porteño rompió con Mitre, pasó a ser el
más vehemente vocero del autonomismo. En 1870 Adolfo Alsina era
vicepresidente de la República, Mariano Varela, ministro de Relaciones
Exteriores, su hermano Luis V, Varela, subsecretario del Interior, y el
otro hermano, Héctor F. Varela, apoyaba desde L a Tribuna al gobierno
del presidente Sarmiento, donde contaba con tantos consanguíneos y
amigos incondicionales. No es de extrañar entonces que los suspicaces
consideraran al clan Varela como una tribu cerrada y llamaran a su
diario "La Tribuna de los Varela',
Otros diarios de la época eran L a Verdad, aparecido el 2 de marzo
de 1869; apoyó a Emilio Castro en su candidatura a la gobernación de
Buenos Aíres y era enemiga jurada de L a Tribuna, a la que atacaba im
placablemente, y de L a República de Manuel Bilbao, también oficialista,
fundado el I o de enero de 1867, Todos eran diarios peleadores, muy
dados a la injuria, bordeaban permanentemente la calumnia y repre
sentaban en letras de molde la tónica belicosa de la política porteña,
encarnizada y montonera.
El 18 de octubre de 1869 apareció un nuevo diario que, sin abando
nar posiciones políticas, inauguró otro estilo, más moderado. Fue La
Prensa, fundado por José C. Paz, antioficíalista. Otro diario sufrió pol
en tonces una transición: L a Nación Argentina, fundado el 13 de setiembre
de 1862, fue en su momento el órgano oficial de la gestión de Mitre y duró
lo que su presidencia, sustentado por José María Gutiérrez. El último nú
mero apareció el 31 de diciembre de 1869, anunciando la aparición de un
sucesor, que estuvo en la calle el 4 de enero siguiente con el nombre de
L a Nación. El principal dueño y director era Bartolomé Mitre, de allí
que pasara a ser el principal Órgano de la oposición a Sarmiento.
La gran cantidad de extranjeros radicados en Buenos Aires impul
só a la creación de periódicos dedicados a esas colectividades. El más
antiguo era T h e Standard and Argentine News, más conocido como
T he Standard, que fundado por Eduardo T, Mulhall en 1860 duró
hasta tiempos recientes. Los franceses contaron fugazmente con Le
Republicain y a partir del I o de julio de 1865 con Le Courrier de L a Plata,
que sobreviviría hasta 1941. En cuanto a los alemanes, para ellos se edi
taba Freie Presse y el célebre Deutsche L a Plata Zeitung, fundado en
1861, mientras la populosa colectividad italiana podía leer en su lengua
L a Patria degli Italiani y el Eco d'Jtalia.
[27] En sus páginas publicó E strada sus L ec cion es sob re la historia de la R ep ú b lica A rgen tin a.
IV . L a ciudad y las profesiones
V. Las librerías
"El local de la. Imprenta y Librería de Mayo -prim ero en la calle Moreno,
luego en la de Perú, siempre vecino a San Ign acio- era punto de reunión vesperal,
como otros similares de aquel mismo barrio 'de las luces', Don Carlos, modesto y
afable, no interrumpía su labor mientras las tertulias, de tono familiar, de tesitura
académica o de arrebato polémico se entretejía ante sus barbas -digam os mejor
ante sus patillas que continuaban la ampulosidad cabelluda del casco y se exten
dían a la sotabarba dejando libre el mentón bajo el ancho b igote-. Pero abstraído
en la corrección de una galerada o el examen de una factura, no perdía palabra, y
en memoria infalible solía acudir en auxilio de la fecha o título alterado por los
historiadores, mientras sus ojos suaves y mansos solicitaban indulgencia”.
I. Posibilidades de esparcimiento
Los que opinan que en 1870 Buenos Aires era una ciudad tranquila,
apacible y serena añoran en falso. La verdad es que era un conglomerado
estrepitoso y bullanguero, lleno de ruidos disonantes, presentes a cual
quier hora del día. Al sonoro paso callejero de coches y carros trepidando
sobre el empedrado y el rechinar metálico de los tranvías escoltados por
el cornetín del conductor se sumaban los estridentes pregones de los
lecheros a caballo, los panaderos en carritos, los aguateros, verduleros,
pescadores, mazamorreros e infinidad de pululantes minoristas que
proclamaban a voz en cuello las bondades de su mercancía, desde el
amanecer hasta bien caída la noche. Además, en la zona céntrica abun
daban las casas de remate, donde los virtuosos del martillo proclamaban
estentóreamente las maravillas que subastaban, y si a ello agregamos
que había muchas salas de tiro al blanco cuyos estampidos repercutían
hasta muy lejos se tendrá una pálida idea de lo que debió ser la Buenos
Aires de 1870 en lo que a serenidad respecta. No faltaron extranjeros He
gados de ciudades populosas y movidas de Europa que encontraron
duro adaptarse al eterno ruido porteño, que les trituraba los nervios y
les negaba el reposo.
Además la ciudad ofrecía un aspecto abigarrado con su extenso
muestrario de tipos humanos, procedentes de las razas, países y capas
sociales más diversos. Junto al atildado porteño afrancesado con su
elegancia segundo imperio, pasaba el criollazo de las pampas, poncho al
hombro y rastra rutilante de plata en la cintura. El italiano recién
desembarcado se cruzaba con el negro mota descendiente de esclavos;
los duros vascos de cerrada estampa compartían la acera con el rubio
inglés acriollado. Gallegos y sáltenos, mulatos y franceses, compadritos
y señorones compartían la ciudad, cada tipo vestido a su modo, cada
modo representando una moda. Junto al chiripá del gaucho el gabán
de los doctores, las detonantes faldas de las negras, la gama intermina
ble de los inmigrantes que conservaban mucho de su atuendo aldeano y,
para redondear el conjunto, desde 1866 en adelante era frecuente ver
por las calles a Ips heridos y mutilados de la guerra del Paraguay que,
semiprotegidos por el Cuerpo de Inválidos, paseaban sus uniformes
por la ciudad.
Tamaña variedad era propia de las calles céntricas. Más allá los
diversos barrios presentaban mayor homogeneidad por concentrar, cada
uno de ellos, a determinado tipo de habitante. Aún vivían muchos
negros en Buenos Aires, y si bien el apogeo que conocieron en tiempo de
don Juan Manuel había declinado ostensiblemente todavía mantenían
cohesión y popularidad. De muy antiguo estaban divididos en “nacio
nes” o tribus, persistencia del origen geográfico o racial africano. Buena
parte de las parroquias de Concepción, Santa Lucía y Monserrat ha
bían constituido otrora el Barrio del M ondongo o del Tambor, barriada
negra por excelencia, cuyos retazos se conservaban en 1870, El aumento
constante de la inmigración y la disminución numérica de los negros
desplazaron y fracturaron al viejo barrio del Mondongo, hacia el 7 0 casi
totalmente ocupado por los llegados de allende el mar.
También los candombes decayeron vertiginosamente tras la caída
de Rosas, hasta desaparecer por completo. De acuerdo con Vicente
Rossi, los últimos se habrían escuchado en la actual plaza Lavalle, cuan
do aún era el hueco de doña Engracia. Sin embargo el ritmo vivaz, el
contoneo candombero de los negros persistía en el anillo suburbano de
la ciudad, y aún había negras que en tanto lavaban la ropa en el. río can
turreaban -co n el recuerdo délos tambores como fondo m usical- aquel
popular
Cum tango
Caram - cum tango
Cum tango
Caram - cum - tam
En el sur los negros fueron desplazados por los italianos que llena
ron los conventillos del barrio. Constitución y Barracas eran sectores de
criollos medio apaisanados, medio aporteñados, que tenían por vecinos
a los genoveses de La Boca. Estas vecindades de límites imprecisos,
pobladas por elementos dispares, tenían que resultar explosivos en cier
tas oportunidades, creando mutuas antipatías que más de una vez
culminaron en grescas imponentes entre negros, criollos e italianos.
Tierra adentro los arrabales eran criollos, pasando por los M atade
ros del Sur -luego Corrales Viejos, ahora Parque Patricios—hasta llegar
a plaza Once, En Monserrat y Concepción se agrupaban españoles, espe
cialmente vascos, catalanes y navarros, que también tenían un feudo pro
pio más allá de Once, en Almagro. Los ingleses, franceses y alemanes
prefirieron la tranquila población de Beigrano. Entre plaza Once y las
vecindades de Retiro se escalonaban arrabales de aspecto dudoso, abun
dantes en pulperías y bodegones de baja estofa, frecuentados por gente
de mal vivir. Entre esos barrios fronterizos despuntaba uno que alcanza
ría larga fama, ubicado entre la Recoleta y la Penitenciaría Nacional que
se empezó a construir en 1870 y fue demolida en 1956, Por allí se levan
taba el barrio de las cuarteleras de Palermo y años después vio aumenta
da su densidad con la clientela que era recluida dentro de los muros de la
cárcel. Cuando en Ushuaia se levantó el famoso presidio, por combina
ción de ideas la barriada de la penitenciaría fue llamada Tierra del Fuego.
Región de siniestro aspecto, poblada de maleances y malevos, donde ra
rísima vez se aventuraba la policía, fue descrita por Jorge Luis Borges^:
[2 9 ] D e acuerdo con Jo sé G obello la palabra deriva del gcnovés p erig crd in , que proviene de un
antiguo baile del Perigord. V ieja y nueva Iunfardía, Bs. A s., Ed, Freeland, 1 9 6 3 , p. 179,
a abrir locales especialmente destinados a ello, con mujeres fáciles,
bebidas costosas y trío de músicos, conservando el ambiente arrabalero
a precio más elevado. Vicente Rossi cita una de esas casas, que alcanzó
mucho renombre en su tiempo: estaba situada en la plaza Lorea y lo re
genteaba una tal Carmen Varela, antepasada espiritual de Laura y María
la Vasca de treinta años después.
Cuando el baile se efectuaba en público debía morigerarse la vehe-
mencia orillera de sus figuras, muy mal consideradas fuera del ambiente
de arrabal. Desaparecían el corte y la quebrada para quedar un estilo
"liso", parodia del original.
"En todos los bailes públicos porteños se cultivó únicam ente el repertorio
exótico, más apretadito que de costumbre, y de allí no se pasaba. La calaverada
más grande era bailar la habanera confidencial, pero limpio y derecho”
[30] V icente Rossi, Costw d e negros, Bs. As. Ed., H achette, 19 5 8 , p, 192.
[31] Ju lio de C aro, evidente autoridad en la materia, identifica al queco con el tango al decir:
“D ebió, en verdad, clasificarse ya com o tango-canción. Éste es mi concepto, que se afirma en
bases técnicas, com o así tam bién en su expresión musical. El queco se canta, más bien en tiempo
lento. E s la antesala del tango’ por su estructura, a la que le falta agregar para trocarse en danza,
el ritm o adecuado". Ver E l tango en mis recuerdos, Bs. As., Ed. C enturión, 1 9 6 4 , p. 14 0 .
Tocado en flauta, guitarra y acordeón, aún no había hecho irrupción
el bandoneón, que sería instrumento angular del tango. Sin embargo
ya era conocido en Buenos Aires ese artefacto inventado por Heinrich
Band en 1835 en Alemania.
Dice la tradición que allá por 1865 poseía uno Domingo Santa
Cruz, que lo llevó consigo al marchar a la guerra del Paraguay, tocándolo
en los fogones de los campamentos. Al concluir la contienda Santa Cruz
fue empleado del Ferrocarril Oeste, donde llegó a ser jefe. Al inaugurarse
la línea telefónica ferroviaria entre las estaciones de Once y Moreno,
a él le correspondió probarla con su instrumento y fueron los graves
sones del bandoneón pionero los primeros en atravesar la distancia sur
cada por el progresoí32l
Pero eso no pasaba de curiosidades. Es prematuro hablar de tango
en 1870. Por las calles porteñas correteaba entonces un niño de seis
años llamado Angel Villoldo y en ese año nació Rosendo Mendizábal,
que sería el primer pianista dedicado al tango y autor de El mtrerriano,
para algunos el primer tango estructuralmente completo. Todos los
otros grandes compositores y ejecutantes de la primera época de la danza
porteña nacieron con posterioridad a esa fecha, y del tango mismo recién
se puede empezar a hablar una década después, tal como lo afirma
Miguel A. Caminos;
[ 2 7 j E ste c u rio so dato ¿p a reció en "L ib r e r ía de viejo”, firm ad o con las siglas E . J. M, en
L a N a c ió n del 4 de setiem b re de 1 9 6 0 .
Los protagonistas.
L a fie b r e am arilla
I. U n hermoso insecto
"Com o habernos visto en los que fueron por cierra a descobrir que los
más cayeron dolientes después de vueltos y aun algunos se hobieron de volver
del cam ino...''.
[35] L a lucha contra las e n ferm ed a d es, Bs. As., E d . A ntonio Z am o ra, 1949, p. 21 3 .
territorio de Luisiana a los Estados Unidos, la fiebre amarilla adquirió
carta de ciudadanía, ya que era endémica en Nueva Orleans, capital de
la ex colonia francesa.
Durante el siglo x ix hubo epidemias de vómito negro en Europa,
donde la enfermedad dejó señalado su paso por Saínt-N azaire en
Francia, Southam pton en Inglaterra, Liorna en Italia y Barcelona
en España, esta última dos veces, en 1821 y luego en 1870, meses antes de
que tocara a Buenos Aíres pasar las horas más amargas de su historia.
C A P ÍT U L O 1 0
[3 8 ] O b . citada,
"La fiebre amarilla había provocado una horrible epidemia en La Habana,
transportada desde las costas de M éjico, pero nuestro contacto con las Antillas
era escasísimo, si acaso existía. Las naves que llegaban a Buenos Aires procedían
de Europa y sólo tocaban en Africa y en las costas meridionales del Brasil; los
viajes eran larguísimos por mar y en las naves no habían de traerse muchos mos-
quitos capaces de transmitir el morbo; finalmente la epidemia se mantuvo un in
vierno íntegro, y como en tales tiem pos en Buenos A ires no se conocía la
calefacción, y la temperatura debió descender - s in duda alguna- a menos de 5 o
Celsius, es evidente que la tiebre amarilla no hubiera podido subsistir”.
[4 0 ] Tardó m ucho en desaparecer la viruela de Buenos Aires, com o lo dem uestran los brotes
de 1 8 3 6 , 1 8 4 3 , 1 8 4 7 , 1 8 5 2 , 1 8 7 1 , 1 8 7 2 , 1880, 1 8 9 0 y 1 9 0 1 . H a sta bien entrado el presente
siglo era frecuente encontrar personas - y no necesariam ente de las clases b a ja s - con el rostro
marcado por las huellas indelebles de la enfermedad.
[42] Gálvez, M anuel, José H er n á n d e z , Bs. A s., Ed, H uem ul, 2a ed,, 19 5 6 , p. 57. Gálvez enumera
los bienes que dejó el poeta: dos estancias, un campo, mil novillos, dos casas, dos conventillos
en la ciudad, una quinta en Belgrano y dos terrenos en Rosario.
Españoles 1 4 .6 0 9
Franceses 1 4 .1 8 0
Uruguayos 6 .1 1 7
Ingleses 3 .1 7 4
Alem anes 2 .0 7 0
Suizos 1 .4 0 1
Portugueses 798
Brasileños 73 3
N orteam ericanos 611
Paraguayos 606
A ustríacos 544
C hilenos 471
Belgas 1 63
Bolivianos 88
Peruanos 63
Varios 2 .2 9 7
[4 3 ] “E n Fran cia la jo r n a d a de trabajo para los ob reros de las m an ufactu ras de algodón y de
lana es de 15 a 15 horas y media. E n la hilandería mecánica, la duración de la jornada, en todos
los lagares donde se puede trabajar a la luz de las lámparas, es para ambos sexos y para todas las
edades, de 14 a 15 horas, según las estaciones; de las cuales se dedica una o dos horas a la com ida
y el descanso, lo que reduce el trabajo efectivo i trece horas por día, Pero, para muchos obreros
que viven a m edia legua e inclusive a una legua y hasta algo más de una legua de la fábrica,
es m enester agregar cada día el tiempo necesario para ir al taller y regresar a su casa,
"E n las ciudades de A Isacia, donde la carestía de los alquileres y el nivel de los salarios no
p erm iten a los obreros del algodón alojarse cerca de sus talleres, las hilanderías y tejedurías
mecánicas se abren generalm ente a las cinco de la mañana y se cierran a las ocho de la noche,
algunas veces a las nueve. A sí, la jorn ad a de trabajo es, por lo menos, de 15 horas con media hora
para el desayuno y una ho ra para la com ida, Por consiguiente los trabajadores no rinden nunca
menos de trece horas y medía de trabajo por día. En los talleres en que se teje a mano, la duración
del trabajo es más larga, porque m uchos tejedores llevan a su casa hilos que cejen con su familia.
L a jo rn a d a com ienza a menudo con el día, a veces antes, y se prolonga hasta bien entrada la
noche, hasta las 1 0 o las 11". D olléans, Edouard, H isto ria d?l m o v im ien to ob rero , Bs. A s„
E udeba, 1 9 6 0 , 1 . 1 , p. 19.
Europa|44] y si a ello agregamos la abundancia y baratura casi m ila
grosa del alimento en la Argentina, tendremos las razones por las
cuales el panorama que se abría ante el inmigrante -q u e a nosotros
nos parece, aquí y ahora, infam e- a ellos se les ocurriera muchas veces
satisfactorio. Además, en este país nuevo las clases sociales no estaban
cerradas, aherrojadas, cristalizadas, lo que daba un nuevo sentido de
dignidad al recién llegado, muchos de los cuales a costa de sacrificios
ciertos escalaron posiciones o sentaron las bases para que lo hicieran
sus hijos.
Buenos Aires, ciudad sin callejones oscuros, con el sol enseñoreado
de su planta, ciudad sin hambre, se pobló rápidamente y desde el primer
momento las autoridades dieron muestras de querer colocarla sanita-
riamente a la altura de las exigencias modernas para que siguiera siendo
siempre la ciudad de los buenos aires. A este respecto debe destacarse la
labor de la primera Comisión Municipal que rigió los destinos porteños
en 1856. Ese cuerpo tomó una serie de disposiciones que le han ganado
un lugar en la historia de la ciudad. Estableció los mercados para el
expendio de alimentos, reglamentó la venta del pan y la carne, prohibió
el estacionamiento de carretas en las plazas, reglamentó la construcción
ue veredas, fundó el asilo de mendigos, estableció el servicio de barrido
[4 5 ] M éjico, 1 9 6 4 , t. vix, p, 5 4 4 .
enfermedad miasmática. Así lo afirma claramente Miguel Echegaray en
su tesis doctoral, escrita con posterioridad a la Gran E p id em ia ^ ;
“Las miasmas son el resultado de las emanaciones del cuerpo vivo, sano o
enfermo, o de materias orgánicas en estado de putrefacción. A los primeros se
ha dado especialmente el nombre de miasmas y a los últimos el de emanaciones
pútridas. La naturaleza de las miasmas nos es tan desconocida como la de algunos
principios contagiosos. Sabemos que existen porque los efectos que producen son
incontestables".
[48] E studios sobre la fie b r e a m a rilla del añ o 1871. T esis. Im prenta C oai, Bs. As., 18 7 2 .
"sabemos tan poco en medicina sobre las relaciones enere causas y enferm e
dades que tanto valdría que no supiéramos nada".
"N o hay flor, ni luz, ni astro con que com pararla ni palabras con que
describirla; ella es el depósito de todas las pasiones ajenas y la dueña de todas
las delicias humanas.
“El hombre más rico, en el país más hermoso del mundo y bajo el clima más
sano, comete forzosamente cien mil pecados higiénicos por día.
"N i el tiempo ni los recursos alcanzan para verificar lo que manda la h i
giene y el desgraciado m ortal que se propusiera hacer en rodo lo que la higiene
aconseja, sería el hombre más atormentado del mundo y la miserable víctima de
sus escrupulosos cuidados.
"D e manera que se puede decir que la higiene ha sido hecha expresamente
para no ser obedecida en conjunto, por causa de imposibilidad".
C A P ÍT U L O I I
“Nuestras graneles ciudades son cuevas sin luz y sin aire, antros húmedos
y hediondos en donde el sol que ha podido romper la espesa capa de nubes de
carbón y vapores mefíticos, penetra sólo para acelerar las fermentaciones de los
detritus que no podemos arrojar lejos”.
IV . Los hospitales
[51] "H istoria d élas Universidades y de la cultura superior” en H istoria A rgentina C ontem porán ea,
Bs. As., Ed . E l Ateneo, 19 6 4 , vol. 1 1 , 1 . 1, p. 177.
a u t o r id a d e s
Nosología Quirúrgica, Dr, Juan José Montes de Oca Dr. Leopoldo Montes de Oca
Operaciones,..
[52] E stu d io sobre las ep id em ia s de fie b r e am a rilla en el R ío de la P lata, A n a les del D epartam ento
N acional de H igiene, ano V, n° 1, noviembre de 1895.
De los primeros cuatro enfermos -todos marineros— murió uno
el 2 de febrero, otro el 28 y finalmente un tercero, sobrevivió solamente
uno. Los enfermos a su vez sirvieron de centro de propagación de la
fiebre amarilla, en primer lugar dentro de sus propias familias y de allí
se extendió hasta afectar un tercio de la población montevideana. Una
de las primeras víctimas, según Penna, fue el sacerdote Federico Ferreti,
fallecido el 7 de marzo.
Además de “Le Courrier" el doctor García W ick señaló otros dos
buques como portadores de pasajeros infectados, que llegaron por
esos días a Montevideo, Eran el“Warp” y eL'Prince” procedentes de Río
de Janeiro, Las dos naves cumplieron un período de cuarentena, pero es
muy posible que hubiera filtraciones, como en el caso de "Le Courrier",
La epidemia se prolongó hasta junio, y de una población de .1.5,000
almas murieron 888, El pánico cundió por Montevideo ante la morbili
dad y mortalidad del flagelo, y buena parte de los habitantes huyeron de
la ciudad en busca de lugares más seguros. Muchos cruzaron el río y
arribaron a Buenos Aires, y por lo menos cinco enfermaron y murieron
en la capital porteña sin transmitir el mal a la población argentina.
Debemos al doctor José Penna un cuadro elaborado sobre la base
de la mortalidad de aquella epidemia, discriminada por nacionalida
d e s^ :
[53) ídem, p. 5.
160
M ig u e l Á n g e l S c e n n a
Españoles 28 91 18 6 143
Uruguayos 33 88 38 4 163
ingleses 3 5 1 - 9
Brasileños 1 2 - - 3
Portugueses 2 3 - - 5
Argentinos 2 2 - - 4
Polacos 1 - - - 1
Suizos _ 1 - - 1
Rusos - ]. - - 1
A ustríacos _ 1 _ - 1
Paraguayos _ 1 - _ 1
N orteam ericanos - 1 _ - 1
A fricanos - 1 - - 1
M al teses - 3 _ - 1
A lem anes - _ _ 2 2
Varios 19 17 2 - 38
Tan sólo un año más tarde, 1858, surge otro brote de fiebre ama
rilla - e l tercero— con caracteres más severos que en las oportunidades
anteriores. El 16 de marzo se produce el primer caso en una casa de la
calle Balcarce 242, en el barrio de San Telmo. El enfermo fallece tres
días después, el 19.
No era entonces fácil diagnosticar eficazmente una enfermedad
exótica, normalmente ausente de Buenos Aires, por eso hubo dudas y
titubeos, las mismas dudas y titubeos que surgirían cada vez que se
iniciara una epidemia de fiebre amarilla en el Plata. En esta oportunidad
varios médicos examinaron el caso e hicieron consulta entre sí. Eran
los doctores Salustiano Cuenca, José María Bosch, Bruno y Juan José
Montes de Oca, Especialmente el diagnóstico definitivo corrió por
cuenta del último, que conocía bien la enfermedad por haber residido en
Río de Janeiro. La enferma era una antigua vecina del barrio, de modo
que no pudo ser ella la introductora de la enfermedad, pero estaba casada
con un marinero empleado en el puerto, que días antes había descarga
do bultos de un buque procedente de Brasil. Y en esa nave se habían
dado casos de fiebre amarilla. En una palabra, el esposo de la víctima,
sin enfermar, fue el portador de la afección.
El 25 de marzo aparece el segundo caso, pariente del anterior que
vivía en la misma casa y que falleció tres días después. En el mismo do
micilio hubo aun un tercer caso, siendo la víctima una niña de dos años
y medio, hija de la primera enferma, que logró sobrevivir. El 26 apareció
otro enfermo en la misma cuadra, Balcarce 250, sin relación aparente
con los anteriores, si bien en la misma casa vivía el doctor García W ick,
que había atendido aquellos casos. El 30 enfermó otra persona en la
cuadra siguiente, Balcarce 327, también sin contacto con los otros. El
único lazo de unión que encuentra Penna —recordemos que escribió
cuando aún estaba demostrado el factor mosquito en la transm isión-
era que había sido atendido por un practicante que examinara a los
anteriores casos. El enfermo falleció el I o de abril, día en que aparecen
dos casos más en una finca situada al lado de aquella donde empezara
el proceso, es decir, Balcarce 244. El 9 de abril sucumbe otra víctima,
que había vivido en la casa de Balcarce 242 y de la que huyera al produ
cirse los primeros casos. A partir de entonces la enfermedad se propaga
siguiendo la calle Balcarce con algunos casos en las laterales, con aprecia-
ble índice de mortalidad y sin obedecer aparentemente a ningún ritmo.
Así, un caso en la calle Europa (hoy Carlos Calvo) el 26 de marzo, El 31
de marzo enferma un niño en Balcarce 210; el 2 de abril cae otra perso
na en Balcarce 240, que fallece el 5, y ese día muere de fiebre amarilla en
la calle Cuyo (Sarmiento) otra persona que huyera de la vecindad donde
empezara el brote. El día anterior, 4 de abril, era diagnosticado otro caso
de fiebre amarilla en Defensa 3 1 7 , que fallece el 6. Y así se suceden
los casos.
El brote epidémico duró todo el mes de abril, centrado en San Telmo
hasta mediados de mes, para expandirse a partir del 18 hacia otros barrios.
Se extinguió en mayo en la misma forma solapada en que empezara. Las
autoridades establecieron un lazareto especial en la quinta de Lezamapara
atender a los enfermos. No hay estadísticas seguras sobre el número de
víctimas que dejó a su paso. Se calculan, según los autores, entre 150 y 300
los muertos, y se estima en el doble el número de enfermos, lo que demos-
traría la elevada mortalidad del azote, que oscilaría entre un 25 y un 30%.
Entre las víctimas hubo que lamentar la pérdida del doctor Lorenzo
Salustiano Cuenca, muerto de fiebre amarilla el 27 de abril a los cuarenta
años de edad en el cumplimiento de su deber.
Es conveniente atenerse a los datos del doctor José Penna por lo
minucioso y serio de sus estudios. Buenos Aires tenía entonces unos
120.000 habitantes, de los cuales -según ese autor- habrían enfermado
250 y de los que habrían muerto 150, lo que elevaría sensiblemente el
índice de mortalidad, Esto fue más que suficiente para crear un estado
de alarma general en la población, parte de la cual se alejó de la ciudad
para perm anecer en las quintas o pueblos de los alrededores hasta
que pasó el peligro. Señala Penna que no apareció ningún caso fuera de
la planta urbana de Buenos Aires.
Después, y durante algunos años, la capital argentina vivió tranquila,
sin recibir la temible visita de enfermedades exóticas^ Hubo epidemias, sí,
de las enfermedades que eran viejas conocidas de los porteños, brotes de
viruela, sarampión, fiebre tifoidea, que no alcanzaron proporciones alar
mantes. Mucho más sacudió la imaginación de los porteños el terrible
terremoto que el 20 de marzo de 1861 destruyó la ciudad de Mendoza.
II. L a gran epidemia de cólera de 1867
Y el día 18:
[54] A rchivos del G en era l M itre, B s. As., L a N ación, 19 1 1 , t. v i, p. 3 3 7 . E ste volum en es muy
ilustrativo sobre algunos porm enores cíe la epidemia de cólera de 1 8 6 7 -6 8 .
volveremos a encontrar más adelante, y que se mantuvo en campaña
desde diciembre de 186 7 hasta febrero de 1868 en medio de la marca
creciente de la epidemia, que se extendía por todo el país. En Rosario
recrudeció al punto de obligar al gobernador Nicasio Oroño a pedir
auxilio al gobierno nacional, y estalló furiosamente en Córdoba, donde
provocó miles de víctimas.
En Buenos Aires el cólera arrasó el Hospital de Mujeres, se propa
gó por los barrios hasta colmar la capacidad hospitalaria. La Sociedad
de Beneficencia estableció un lazareto provisorio en Garay y Tacuarí,
muy mal provisto, con apenas 18 camas, que-tan pronto como fue habi
litado quedó colmado de pacientes mucho más allá de su capacidad. El
gobierno debió arrendar el Hospital Italiano para enfrentar la emergen
cia sin precedentes. El 20 de diciembre Marcos Paz informa a Mitre de
una ligera disminución del cólera y agrega:“La opinión médica es que el
descenso continuará, si causas atmosféricas que no se esperan no hacen
recrudecer el mal” Y el 24 del mismo mes:
"¡Haced, Señor, que vuelva a estas comarcas el aire vivificante y salubre que
les dio nombre en otros tiempos; que salvemos, sobre todo, para la República, el
lustre de nuestra bandera, que es la bandera de la justicia!"
"Esta enferm edad (el cólera) recorre los mismos cam inos que recorren
los hombres y no va nunca más aprisa sino más lentamente de lo que lo hacen los
hombres. Al desencadenarse en una isla o en un continente, aparece siempre por
primera vez en un puerto”
[5 5 ] E sto s d atos y las citas respectivas las tom am os de la obra de C h arles E. A . W in slow ,
L a lucha contra las en ferm ed a d es, B s. A s,, Ed. A ntonio Z am o ra, 19 4 9 , p. 29 4 .
Snow determinó que los excrementos humanos eran portadores
del germen de la enfermedad y señaló a la suciedad y falta de higiene
como causantes primordiales de su propagación, pero agregó con seña
lada agudeza:
“Si el cólera 110 tuviera otros medios de propagarse que aquellos ya exami-
nados, estaría obligado a confiarse principalmente en los barrios superpoblados
de los pobres; pero las cosas no ocurren así y la enfermedad se amplía y alcanza
a los barrios y a los hogares más cómodos y suntuosos. Creo que esto proviene
de la mezcla de las evacuaciones del cólera con el agua que se bebe, hecho que se
realiza por las infiltraciones que llegan a los pozos o hasta los canales que van a
las ciudades y aldeas".
[56J A ráo 2; Alfaro, G regorio, S em b la n z a s y ap ologías de gran d es m édicos, Bs. A s., Ed. El Ateneo,
19 5 2 , p. 127 .
la medicina le dieron la razón, no faltaron -m ás bien abundaron- los
investigadores, médicos y divulgadores no hispanohablantes que se
dieron a retacear sus méritos y a demostrar que sus intuiciones y obser-
vaciones sólo habían sido fruto de la casualidad. Entonces fueron los
médicos latinoamericanos los que salieron en defensa de su par cubano,
dando a Carlos Finlay el espectable lugar que merece no sólo en la
medicina americana sino en la mundial.
N A C IO N A L ID A D M EN O S MÁS TO TAL
D E 10 A Ñ O S D E 10 A Ñ O S
Argentinos .39.200 5 9 .6 0 0 9 8 .8 0 0
Españoles 600 14 ,7 0 0 1 5 .3 0 0
Ingleses 130 3 .1 0 0 3 .2 3 0
Italianos 3 .2 0 0 4 6 .7 0 0 4 9 .9 0 0
O tros 1 .3 0 5 15 .5 0 0 1 6 .8 0 5
TO TA L 4 4 .4 3 5 1 3 9 .6 0 0 18 4 .0 3 5
De lo que se deduce que la población infantil global abarcaba un
tercio de la total, que en esa masa infantil predominaban los niños ar
gentinos (39.200 frente a 5,880), lo que se explica por ser la Argentina
un país de inmigración abierta que recibía oleadas de extranjeros adul
tos. En cambio en los adultos sé daba el caso inverso, pues ios 59,600
argentinos se veían francamente superados por los 94,000 extranjeros
establecidos en Buenos Aires. Es decir que ya se había roto el equilibrio
señalado en las cifras del Primer Censo Nacional, a favor de los inmi
grantes, ya que en cifras totales, al comenzar la Gran Epidemia, frente a
98.000 argentinos se contaban 99,880 extranjeros.
En aquella población fallecían por año entre 5.600 y 5.900 per
sonas, salvo casos de graves epidemias, lo que significa un índice del
28,5%o, inferior al índice de natalidad, que alcanzaba al 38% o, en un
medio donde el índice de nupcialidad era del 10%o^7].
El año 1870 fue un perfecto preludio de lo que pasaría doce meses
después, se preparaba el escenario con copiosas lluvias que convirtieron
la ciudad en una charca.
“En los años 1868 y 1869, por ejemplo, la altura del agua caída era de 1.416
y 1.171 mm - 2 5 0 más que la media anual, o sea, 35 por cie n to -; y en el año 1870
el 31 de marzo, una sola lluvia de pocos minutos dio 145 mm de caída, cerca del
20 por ciento de la media anual, Esta lluvia determ inó una tal inundación en
el sur de la ciudad, que el gobierno de la provincia debió dictar un decreto de
auxilios, de fecha 4 de abril de 1870. Todos los bajos de la ciudad se llenaron
de pantanos y la parte alta de lodazales, con inundación de los pozos ciegos
y desborde de materias fecales” ^5Sl
[57] Besio M oreno, N icolás, de lai epid em ias de B u enos A ires. E stu dio dem ográfico
estad ístico, "P ub licacion es de la C átedra de H isto ria de la M edicina" Universidad N acional
de Buenos A ires, Bs. A s., 1 9 4 0 , t. m .
[5 9 J O b. c it„ p . 2 1 ,
Lo cierto y evidente es que estas peligrosas epidemias venían del
exterior y era menester poner una valla en el puerto para trabar las en-
tradas de esos males exóticos. En 1869, después del violento asalto del
cólera y a raíz del mismo, el gobierno nacional nombró un médico
adjunto a la Capitanía General del puerto, pero pronto se demostró que
un solo facultativo era insuficiente para cubrir tan amplia misión y en
1870 se elevó a dos el número de médicos adscriptos a la Capitanía,
con el nombre de Junta Médica. En la fecha de nuestra narración los
titulares eran los doctores Pedro Mallo y Eduardo Wilde, que cumplieron
cabalmente su deber aunque no siempre la autoridad siguió los consejos
que adelantaron sobre la base de la experiencia. Dice Pennaf60J:
[6 0 ] O b . cit., p. 2 3,
174
enfermedad con fuerte genio epidémico y arrasara con los habitantes
de esa ciudad desguarnecida. Y así ocurrió en 1871 para triste recuerdo de
los porteños. Un virus proveniente de las selvas tropicales llegó en alas
de un mosquito insignificante y pintoresco que provocó el desastre que
por muchos años sería recordado como L a Gran Peste o L a Peste por
antonomasia.
Preludio en Corrientes.
[63] Idem , p. 3 6 2 .
Ante la magnitud de la epidemia, el gobierno nacional dispuso
el envío de un miembro de la Junta Médica de la Capitanía General del
puerto de Buenos Aires. La elección recayó en el doctor Pedro Mallo,
joven profesional de 31 años, pero ya destacado veterano de sanidad
militar en la reciente guerra. Impuesto de la gravedad del brote, Mallo
aconsejó al gobierno nacional la aplicación de medidas sanitarias pre
ventivas en los puertos de Santa Fe y Paraná para evitar su propagación.
Además organizó un lazareto en una isla vecina y dispuso una serie de
precauciones de acuerdo con sus colegas correntinos, para delimitar y
contener la extensión del m al
La tarea que encaraba el doctor Mallo estaba más allá de sus posi
bilidades, pese a las notables cualidades profesionales, el innegable valor
y la capacidad de trabajo que poseía. En medio de lluvias torrenciales
que por entonces azotaron a la castigada capital provinciana, la fiebre
amarilla siguió expandiéndose vorazmente, dejando un tendal de cadáve
res a su paso. Hubo muchos conciliábulos entre el gobernador delegado,
don Pedro Irrazábal, la Corporación Municipal, el doctor Mallo y los
médicos locales, pero desgraciadamente las condiciones de la provincia
impedían tomar medidas de gran envergadura. Faltaban medicamentos
de manera alarmante, no había camas suficientes, se carecía de personal
y elementos sanitarios y para colmo el tesoro provincial estaba práctica
mente agotado a raíz de la sublevación entrerriana de López Jordán,
que obligaba a mantener tropas en campaña para contener la amenaza
de una invasión a Corrientes.
La misión de Pedro Mallo fue breve. A raíz de crecientes diferen
cias con el cuerpo médico correntíno regresó a Buenos Aires el 31 de
diciembre de 1870^64\ donde al cabo de pocos días lo esperaba una tarea
más tremenda y peligrosa.
[64 ] ídem , p, 3 6 3 .
III. Corrientes bajo el colapso
[65] Sus apuntes al respecto fueron publicados por W enceslao N éstor D om ínguez, en L a tom a
d e C orrien tes el 2 5 de m ayo de 1 8 6 5 , Bs. As., 1 9 6 5 .
IV . L a Comisión Central de Salud Pública
V. Corrientes en acefalía
[66] Según Federico Palm a en "C orrientes ( 1 8 6 2 - 1 9 3 0 )”, H isto ria A rgen tin a C o n tem p o rá n ea ,
de la A cadem ia N acional de la H istoria, B s. A s., Ed. El Ateneo, 1 9 6 7 , 1 .1, vol. iv , cap. v.
Carlos Fossati, doctor José María Mendía, practicante Carlos Harvey
y practicante Luis Baibiene,(í7i, como un permanente llamado a la poste
ridad hacia las horas de amargura y dolor que vivieron un puñado de
hombres, hijos de una tierra de hidalgos.
I. En ero de 18 7 1
[7 3 ] Idem , p. 4 0 .
[7 4 ] L as circunstancias del episodio están narradas por Ism ael Bucich Escobar en B a jo el terror
d e la ep id e m ia , B s. A s., 1 9 3 2 , p. 17.
retardaron la esperada contestación. En tanto, y con fecha justamente
del 27 de enero, un ciudadano anotaba escrupulosamente:
[7 5 ] E s la p rim era vez en este trabajo que nos referim os al curioso diario de M ard oqueo
Navarro, ciudadano que vivió íntegram ente el paso de la G ran Epidem ia por Buenos Aires,
anotando día tras día, con frases breves, lapidarias, ios caracteres más llamativos de cuanto veía
desarrollarse en torno. E ste diario, de gran valor com plementario, fue publicado con cuadros y
cifras por el diario L a R ep ú b lica una vez pasado el flagelo. E n cuanto a M ardoqueo N avarro, era
natural de C atam arca y prim o del general O ctaviano N avarro. En C hile fue m iem bro del Club
Constitucionalisca fundado por A lberdí después de Caseros. U rquiza lo llamó para que fuera
adm inistrador de su saladero S a n ta C ándida. Estuvo allí un tiempo hasta que se peleó con
el general, a raíz de ello publicó un violento opúsculo contra el enrrerriano, titulado El G en eral
Ju s to J o s é d e U rquiza y el ciu d a d a n o M a rd o q u eo N avarro, o sea, el explotador y el explotado.
Radicado en la ciudad de Buenos A ires, fue más tarde, durante la presidencia de Roca, director
de T ierras. D eb o estos datos biográficos a la gentileza del D r. Félix Luna.
de la comisión parroquial de San Telmo, carta que se hizo pública, con
pasajes como el siguiente:
"...sería muy ridículo decir que existe una epidemia en una ciudad la cual
con arreglo a su población muere hoy el mismo número de gente que ha m uer
to toda la vida... me perm itiría probar que la presente peste es muy m ansa.
C iertam en te no vale tanta bulla, que las defunciones registradas no exceden ac
tualmente con notabilidad a las de otros años en la misma fecha y en las mismas
condiciones de estación. Eso no importa decir que la enfermedad no existe y que
no deben tomarse medidas precaucionales que ia prudencia aconseje" í76l
198
periodistas, que discutieron con enorme suficiencia médica y total po
breza de criterio sobre si la epidemia era o no de fiebre amarilla. Al
respecto se destacó Manuel Bilbao, director de L a República, que pontificó
desde su difundida hoja afirmando rotundamente que no era fiebre
amarilla lo que amenazaba a Buenos Aires. La base sobre la que susten
taba su parecer era que la fiebre porteña se parecía poco al vómito negro
que él había visto en Perú años atrás. Veamos sus propias palabras tal
como las imprimió en un editorial sugestivamente llamado “¿Existe
entre nosotros la fiebre amarilla?'^77*:
“Para los que hemos viajado por las Antillas, donde es estable; para los que
hemos residido en Lim a en 1853, donde la fiebre arrasó la ciudad, arrebatan
do hasta 3 0 0 personas en un día, en una población de 1 0 0 .0 0 0 almas; para los que
hemos estado en Guayaquil en esa época, en donde la epidemia arrebató 8 .0 0 0
individuos de 2 0 .0 0 0 que com ponían la población, la fiebre amarilla que se
dice haber aparecido en Buenos Aires, no es de ese género, no es aquella fiebre
am arilla... A nuestro entender, estudiando los síntomas de los enfermos que hay,
ellos no responden a los de la fiebre amarilla que hemos conocido".
[78] E s interesante señalar el rastreo de los orígenes de la G ran Epidem ia que realizó el doctor
Jo sé Penna un cuarto de siglo después. H ab ría seguido este trayecto, de acuerdo con la antigua
numeración de las calles (ob. cit., p. 2 9 ): los primeros casos ocurrieron en la calle Bolívar, números
2 9 2 y 3 4 5 , E n adelante y por orden cronológico, siguió por Bolívar 3 4 7 , 4 1 2 , 4 7 2 , 3 3 9 , 4 8 5 ,
Perú 4 9 7 , 4 6 2 , 4 5 3 , San Juan 5 5 , Brasil 59, Piedras 3 1 2 , C hacabuco 4 4 5 , C ochabam ba 18 4 ,
1 1 2 , 1 1 9 , 8 4 , 1 2 3 , 9 5 , etc., etc. R eiteram os que esas num eraciones no son las actuales. D ice
T au llard (Los p la n o s m á s an tig u o s d e B u en os A ir e s , p. 1 7 2 ) en referen cia a este p u n to : la
num eración 'era corrida y no de 1 0 0 en 1 0 0 por cuadra corno ahora, pues en aquella época el
que edificaba, por ejemplo al lado del n° 180, tenia que adoptar com o número el 1 8 0 A , y as!
sucesivamente los demás hasta agotar el alfabeto. E n 1 8 8 7 se sancionó una ordenanza dispo
niendo que todas las casas debían numerarse de nuevo, a razón de 1 0 0 números por cuadra,
disposición muy acertada que aún rige”.
El escenario del drama ofreció un suculento modelo de anécdota. Se
trata de un conventillo que funcionaba en un edificio con capacidad para
cincuenta personas pero que albergaba a 320 desdichados. El dueño, por
alguna ignota razón, se negaba a que la basura de la casa - y debía produ-
cirse en cantidad ya que convivían tres centenares de personas- fuera
sacada a la calle, por lo cual los inquilinos debían apilarla en los fondos,
donde formaba una imponente montaña de desperdicios que en aquel
tórrido verano debió fermentar estupendamente dando origen, alimento
y asilo a muchas generaciones de moscas y mosquitos.
Dice La Nación -narradora del hecho—que el primero en enfermar de
fiebre amarilla fue el propio dueño de casa, por justiciera disposición
del destino. Tras él cayó la esposa y después los hijos. Todos murieron y
cuando las autoridades municipales despertaron y decidieron por fin
tomar cartas en el asunto, los aterrorizados inquilinos que no habían to
mado las de Villadiego fueron desalojados a ía fuerza para proceder
a desinfectar el mortífero caserón. Se requirieron diez carros de basura
para eliminar la montaña que, como monumento a la miseria y la infamia,
se alzaba en los fondos de la casa. Orgullosamente L a Nación consigna que
desde entonces no apareció ningún otro caso de fiebre amarilla en el
conventillo, pero ya para entonces eso carecía de importancia. La enfer
medad se expandía rápidamente por toda la ciudad hasta los barrios más
alejados y saltaba hacia La Boca, sin perdonar clases sociales o diferen
ciar mansiones residencíales de miserables conventillos.
Todavía no se había generalizado la alarma cuando el Consejo de
Higiene Pública denunció oficialmente la presencia de la epidemia y
emitió las primeras disposiciones sanitarias. El Consejo era una entidad
flamante, fundada por decreto del 27 de julio de 1870 por el gobernador
Emilio Castro; estaba compuesto por “cuatro profesores en medicina,
un farmacéutico y un veterinario" de acuerdo con el artículo I o, nombrados
por el Poder Ejecutivo provincial. Cada miembro duraba dos años en el
cargo, renovándose anualmente por mitades, con derecho a la reelección.
El artículo 9 o era terminante:
"Los miembros titulares del Consejo no podrán ausentarse de la Capital de
la Provincia en momentos de pronunciarse una epidemia o durante ésta domi
ne, sin previo permiso del Poder Ejecutivo. El infractor de esta disposición será
destituido de su empleo, quedando inhabilitado en adelante de formar parte del
Consejo".
IV . L a epidemia se extiende
[7 9 ] V éase R u iz M oreno, Leand ro, ob. cit., donde en la p. 1 3 2 reproduce el texto de la ley
corresp ond iente, n° 6 4 8 .
[80] Idem , p. 133, donde figura el texto del acta de instalación del C onsejo de H igien e Pública
el 5 de agosto de 1 8 7 0 .
-q ue luego sería injusta e implacablemente atacado- lo demuestra el
hecho de que a partir del 8 de febrero sesionó a diario. Más aun, el 5
de febrero, y siguiendo sus indicaciones, el presidente de la Comisión
Municipal, Narciso Martínez de Hoz, elevó una nota al gobernador de
la provincia en la que pedía autorización para recurrir a la fuerza pública
para desalojar las manzanas infectadas de San Telmo, cosa que se hizo,
asi como el aislamiento de la manzana original señalada por el doctor
Tamini. Se ordenó también el riego de las calles que la circunvalaban
-todas sin pavimentar- para evitar las polvaredas que levantaban los
carruajes de paso; se nombró al doctor Eduardo Wilde médico de la
parroquia de San Telmo para atender gratuitamente a los no pudientes
y se cursó una orden a las comisiones parroquiales para que designaran
inspectores con la misión de vigilar el cumplimiento de las ordenanzas
del Consejo de Higiene Pública,
Pese a lo anterior, se viene transmitiendo de generación en gene
ración, avalado por el testimonio más o menos interesado de algunos
contemporáneos, que el Consejo de Higiene Pública fue un organismo
ineficaz que no sirvió de nada en la emergencia de 1871. Es una falsedad
que debe desaparecer definitivamente. En su momento obraron, para
esa falaz afirmación, motivaciones políticas e intereses de toldería que
ya no cuentan ni interesan, pero cuenta e interesa hacer justicia a un
organismo que en todo momento supo cumplir con su cometido y que
para el estudioso de la epidemia aparece como el más eficaz organismo
de defensa sanitaria con que contó Buenos Aires en aquellos días. Inclu
so en cierto momento obró extremando medidas hasta la exageración.
Dice José P en n a^ que el 17 de febrero dispuso que:
[8 1 ] O b. de., p. 30.
Esta tremenda medida, indudablemente demasiado severa, pro
dujo tal revuelo que debió ser anulada poco menos que de inmediato
debido a la indignación general
Durante el mes de febrero los casos aumentaron sin que las medidas
oficiales demostraran eficacia alguna para detener el avance de la epide
m ia ^ . En buena parte la momentánea incertidumbre gubernamental
se debió al cambio de autoridades municipales que debía efectuarse por
entonces pero que sólo se llevó a cabo a medias y de manera irregular.
La Com isión M unicipal se renovaba por mitades, pero como no se
cumplieron las elecciones correspondientes, al cesar los mandatos
de los miembros salientes sin ser reemplazados, la Comisión quedó coja
e incompleta en el peor momento. El gobernador Castro dispuso en
ía emergencia una suerte de interinato para los miembros salientes,
que eran Narciso M artínez de Hoz, el doctor Luis Tamini, Federico
Sassenberg, Pablo Núñez, Guillermo Livingston y Julio Arditi, quedan
do como presidente de la Comisión el nombrado en primer término.
Ya no cabían dudas de que la epidemia era de fiebre amarilla, la
plaga más temida y temible. Su curso breve, a veces fulminante, el co
mienzo rápido y el desenlace tantas veces fatal despertaron natural terror
en la población, Pero lo peor de la fiebre amarilla o tifus ícteroíde, como
también se la llamaba, era la aparente anarquía de su propagación y
la falta de todo tratamiento más o menos certero. Afección extraña,
ya Eduardo Wilde había señalado en su tesis doctoral:
“En la fiebre amarilla, por ejemplo, se observa que ni es una razón para
contraería el hallarse enferm o de otras dolencias, ni es un escudo el hallarse en
el goce de la salud más perfecta. Ella ataca y hiere de muerte al trabajador robusto
y sano, en el curso de las ocupaciones de ía vida, cuando ninguna preocupación o
temor han predispuesto al organismo y cuando no ha tenido lugar la menor con
travención a las leyes de la higiene".
[82] Solam en te en 2 4 horas, del 2 2 al 23 de febrero, se declararon diez nuevos casos en una
m anzana, la de A rtes (C arlos Pellegrini), C crrito, Paraguay y C harcas. Véase Penna, E stu dio
so b re las e p id e m ia s ...
Y así como de pronto un hombre sano y metódico, libre de todo
contacto infeccioso, caía enfermo y moría en un par de días, otras per-
sonas a veces ni sanas ni robustas convivían con enfermos de fiebre
amarilla tocando sus manos febriles, respirando en ambientes saturados
con el hedor de los vómitos y atravesaban una epidemia mortífera sin el
menor signo de malestar.
No quedaba reducida tampoco a los barrios de conventillos, al
pobrerío donde la suciedad, la miseria y la promiscuidad justificaban
cualquier peste. Lejos de eso, se metía en lujosas residencias al perforar
las capas sociales sin que bastara para frenarla los hábitos, la proceden-
cia, la fortuna, taza o casta de las víctimas. Y para colmar el todo solía
seguir ios trayectos más absurdos en su camino de propagación. Empe
zaba en una casa, mataba a dos o tres personas, saltaba a la vereda de
enfrente, daba vuelta a la esquina, golpeaba a dos o tres casas seguidas,
perdonaba inexplicablemente a una y caía en la siguiente; seguía por
una calle, daba vuelta por otra, volvía atrás y cuando ya nadie se acor
daba del comienzo aparecía otra vez en la casa donde empezara. Este
trayecto de locura, propio de itn diablo borracho, desorientaba a los
médicos y aterrorizaba al vecindario y tanto unos como otros eran im
potentes para prevenir o detener la propagación del peligroso flagelo.
En la fatal ignorancia de la causa del mal, todo se reducía a consejos
generales, a medidas globales, a veces arbitrarias, siempre empíricas,
a golpes de ciego contra un fantasma ubicuo y resbaladizo.
Muchas conclusiones se intentaban arrancar del misterioso proceder
de la enfermedad, en busca de explicaciones razonables. En un editorial de
L a P ren sa ^ se culpa específicamente a los terceros y zanjones que bor
deaban la ciudad, no sin algo de verdad, y él cronista demuestra haber
observado agudamente ciertas características al señalar:
En muchas partes hay pantanos y no en todas ellas hay fiebres interm iten
te s... en muchas partes hay una temperatura, un suelo y una vegetación iguales
a los de las Antillas y no en todas esas partes hay fiebre amarilla. Luego, pues, a
más de lo que vemos, de lo que tocamos y de lo que sabemos, hay una entidad
que se nos escapa’’
[86] Las fum igaciones nitrosas se obtenían echando ácido nítrico sobre cobre,
No faltaban casos llamativos, víctimas prominentes, incluso ver-
daderos dramas. No se morían sólo los pobres, no se trataba ya del falle
cimiento de algún desdichado e insignificante inmigrante italiano; gente
de nota se moría también de fiebre amarilla, familias enteras empeza-
ban a sucumbir, lo que componía cuadros capaces de conmover a 1a
mentalidad más callosa. Veamos; el 6 de febrero falleció de fiebre ama
rilla el doctor Ventura Bosch, distinguido professional, antiguo médi-
co de Rosas, padre de los hospitales psiquiátricos argentinos y creador del
Hospicio de las Mercedes* Muerto en San Isidro, su cadáver era trasla
dado a la Recoleta cuando una repentina ordenanza municipal impi
dió al cortejo la entrada en la ciudad. Después de algunas discusiones
desagradables, el ataúd debió ser devuelto a San Isidro, en cuyo cemen
terio halló sepultura. Este fallecimiento dio pie a una ridicula suposi
ción de Manuel Bilbao, estampada en el editorial del 9 de febrero de su
diario L a República, al que hemos hecho referencia^87':
"El respetable Dr. D. Ventura Bosch que acaba de morir en San Isidro y
cuya enfermedad ha sido clasificada de fiebre amarilla, nos parece que más fuese
de una parálisis que de la epidemia, El síntoma primero fue el de una parálisis en
la pierna derecha; después la fiebre voraz'’.
[89] Fue publicada por k üet'iíC iJ M éd ico-Q u irú rgica, año v m , n° 6, del 23 de ju n io de 1 8 7 1 .
“No nos sorprendió tanto que el redactor de La República pusiera en duda la
existencia de la peste por las razones que hemos dicho, pero sí nos ha sorprendido
hasta el extremo recibir la patente de ignorantes que todos los médicos de Buenos
Aires hemos recibido por el Dr. Garbiso, habitante de Montevideo y médico del
pueblo de aquel punto.
"El Dr. Garbiso desde allí, ha dejado publicar como suya la opinión de que
lo que teníamos aquí no era fiebre amarilla, sino otra fiebre. Cualquiera pensaría
que el Dr. Garbiso había venido a Buenos Aires, visto muchos enfermos o uno al
menos, tomado informes fidedignos y hecho cuanto tiene que hacer un médico
para hablar con ciencia y conciencia.
"Pero nada de eso ha sucedido; el D r, G arb iso no se ha movido de
Montevideo, en esta época, no ha visto uno solo de nuestros enferm os,.. Y lo más
particular es que en el mismo Buenos Aires la opinión del Dr. Garbiso ha tenido
gran boga, precisam ente porque era sin fundam ento y por amor a lo m aravi
lloso que tienen nuestras gentes.
"Naturalmente, un médico de otra parte que no ve los enfermos de Buenos
Aires, debe saber más de lo que se trate, que el mismo médico que los asiste.*. Sin
embargo parece que las ideas de nuestro colega de la otra orilla se han modificado
algún tanto y que ha comenzado a verle un ligero tinte amarillento a la peste de
San Telmo, cuando impone a las procedencias de nuestro puerto una cuarentena
de doce días.
"Después del Dr. Garbiso, un Sr. W els, a quien el mismo Dr, Garbiso tuvo
en cuarentena durante tres días, apenas fueron puestos en libre práctica él y sus
ideas, se dio el placer de publicar éstas, negando la existencia de la fiebre amarilla
en Buenos Aires.
"A un hombre que está en cuarentena se le puede perdonar todo; nada hay
que trastorne tanto las ideas y que ponga de peor humor que el hacer cuarentena.
D e modo que para nosotros el Dr. W els no ha pecado,.. Cuando ya las dudas
comenzaban a disiparse, han aparecido de nuevo. Un médico homeópata ha co~
municado al Sr.V de La República que no hay tal fiebre amarilla. Realm ente un
homeópata hacía falta en la discusión, un homeópata que pusiera las cosas en
claro y el Sr.V tuvo a bien inventarlo con tanta facilidad, como la que el mismo
homeópata ha inventado una nomenclatura aá hoc.
"D e modo que si la fiebre amarilla no ha ganado en extensión, ha ganado a
lo menos en nombres.
"Ahora se llama, según todos ios que no quieren reconocerla, la fiebre biliosa
maligna, fiebre remitente biliosa, fiebre intermitente biliosa, gastroenteritis bilio
sa, y por último fiebre de aclimatación biliosa, y cuanto hay de bilioso y menos de
amarillo en eí mundo, por más que la bilis tenga un bello color amarillo verdoso.,.
Cada uno puede ahora elegir el nombre que más le guste; en cuanto a mí me que
do con ei nombre fiebre de aclimatación biliosa por ser el más chusco, y porque esta
fiebre de aclimatación ofrece la notable particularidad de atacar precisamente a
los más aclimatados y atacarlos violentamente, como el Sr, García, hombre de
ochenta años, que no se ha movido nunca de aquí y que según parece no pudo
aclimatarse en los ochenta años en que vivió en su propia tierra".
fiebre amarilla”
"Las fiestas arrecian y la fiebre se olvida. Los excesos rendirán sus frutos".
[90] Sáen z H ayes, Ricardo, Aligue! C a ñ é y su tiem po, Bs, As., Ed. K raft, 1 9 5 5 , p. 73.
combativo órgano semioficialista, y desde allí practicó el ideal de su
director de que los periodistas debían ser los últimos en abandonar la
trinchera en esas horas de tribulación.
218
doctor Seftorans y el practicante Roberts, para repartir un poco de
consuelo entre tanta desdicha.
Otra disposición de la Sociedad de Beneficencia consistió en tras-
ladar el Colegio de Huérfanas de la Merced a Lomas de Zamora, para
proteger a las pupilas del contagio. Bien puede decirse que la Sociedad
supo cumplir con sus propósitos humanitarios durante la epidemia y
ello en buena parte gracias al valeroso tesón y el ejemplo personal de su
presidencia, doña María Antonia Beláustegui de Cazón, modesta heroí
na a la que no se le ha hecho justicia. Mientras muchos hombres de pelo
en pecho huían de la ciudad, en tanto muchos distinguidos caballeros
de club y café buscaban otros aires para pasear su elegancia varonil, la
señora de Cazón, lejos de ausentarse de la ciudad azotada por el flagelo
o de buscar excusas para ampararse, se mantuvo firme en su puesto y en
las semanas trágicas que siguieron su presencia fue segura, sin abandonar
las riendas de la Sociedad que presidía, prestando cuanta colaboración
pudo prestar, acudiendo donde era menester un socorro. Su familia se
había retirado a las afueras pero esta notable mujer todas las mañanas
se trasladaba a Buenos Aíres, muchas veces única pasajera en los desier
tos trenes que entraban en la ciudad. La figura solitaria de esta dama
mañanera que se dirigía a un lugar de donde huían los hombres, es un
ejemplo de imponderable valor,
L a comisión popular
I. Asoma el terror
[92] "U n a alca tem peratura, mucha humedad, que im pedía se evaporase librem ente la transpira
ción, una fuerte tensión eléctrica y algunas lluvias precedidas de algo parecido a lo que antecede
a una tem pestad, son los fenóm enos atm osféricos más notables de esta última quincena”. Señala
la R e v is ta M é d ic o -Q u ir ú r g ica en su n° 2 3 , del 8 de marzo de 1 8 7 1 , al tiem po que aplaude a
L a N a ció n por su campaña y expresa serios tem ores de que la fiebre amarilla se establezca defi
nitivamente en Buenos A ires, endémicam ente, tem or que era com partido por muchos médicos
en vísta d éla experiencia brasileña, U n día antes, el 7 de marzo, Mardoqueo Navarro consignaba en
su estilo lapidario: "T od o es contra los focos y todo ahora es un foco. La población huye..,"
que atravesaban terrenos bajos que fácilmente se convertían en panta
nos, Quedaba descartado, pues, todo medio de comunicación basado
en tales senderos. Era menester terraplenar y tender rieles. Se pensó en
un primer momento encargar la tarea a una empresa de tranvías, pero
pasados los presupuestos resultaron demasiado elevados. Finalmente el
gobierno provincial se decidió por el proyecto del ingeniero Rínguelet,
que proponía prolongar el Ferrocarril Oeste a partir de la esquina de
Centroamérica (Pueyrredón) y Corrientes, mediante un ramal que lle
vara directamente a la Chacarita de los Colegiales, El 12 de marzo
fue firmado el decreto respectivo y aceleradamente comenzaron a ten
derse los ríeles, trabajaban incesantemente entre 600 y 70 0 obreros a
toda prisa bajo la dirección de Rínguelet.
Comenzaban a faltar coches fúnebres, ya que los cuarenta entonces
en uso en Buenos Aires no daban abasto para cubrir la macabra demanda.
También se resentían los servicios religiosos, que en esas horas de tribu
lación eran exigidos por muchas almas piadosas para novenas, funerales,
misas y extremaunción, y así como faltaban médicos para acudir a la
cabecera de todos los enfermos tampoco los sacerdotes podían cubrir
los llamados de una feligresía angustiada. Al cabo de pocos días, y así
como se fue evidenciando el deterioro creciente déla vida normal porte-
ña, cuando todos pudieron palpar claramente que la epidemia incidía
hasta en los hechos más rutinarios y los servicios más imprescindibles,
el terror se agigantó desmesuradamente y desembocó en la negra laguna
del pánico. Ya no eran solamente los ricos los que se iban, Muchos, in
cluso personas humildes que dependían de un jornal para vivir y dar de
comer a sus familias, abandonaron sus trabajos —a veces abandonaron
también a la fam ilia- y se fueron con los pocos pesos disponibles a
ponerse a salvo fuera la ciudad. Lo asienta Mardoqueo Navarro el 4
de marzo: "Focos, Ataque de la prensa a los mercados. La población
huye. La inmigración se embarca".
Donde vemos señalado el creciente éxodo de inmigrantes que ate
rrorizados regresaban a sus patrias de origen, movimiento que luego
alcanzaría respetable envergadura. Otros no se atrevían a salir de sus
casas, temían entrar en contacto con un semejante y se acurrucaban es
pantados, temiendo hasta la locura la posibilidad del contagio. El ácido
Mardoqueo Navarro seguía con su diario: “M arzo 9. Los gobiernos:
sin senado el uno, sin autoridad el otro, no responden a la situación.
Huyen jueces y curiales y aun médicos".
El acelerado despoblamiento de la ciudad se destaca claramente
en el cuadro demográfico publicado por el doctor Diego de la Fuente el
15 de marzo en L a República y que corresponde a cálculos que sólo
llegan al 8 de ese mes. Compáreselo con el otro cuadro del mismo autor
correspondiente a la población antes de la Gran Epidemia, que hemos
reproducido en el capítulo x n .
N A C IO N A L ID A D M EN OS MÁS TO TA L
D E 10 A Ñ O S D E 10 A Ñ O S
Argentinos 1 9 .3 0 0 31 .1 0 0 5 0 .4 0 0
Españoles 570 1 3 .9 5 0 1 4 .5 2 0
Ingleses 123 2 .9 0 0 3 .0 2 3
Italianos 3 .0 7 0 4 4 .3 5 0 4 7 .4 2 0
O tros 1 .2 8 2 1 4 .7 4 0 1 6 .0 2 2
TO TALES 2 4 .9 1 5 1 2 0 .3 4 0 1 4 5 .2 5 5
[9 4 ] ídem .
Había que hacer algo, organizar una defensa, preparar un plan de
acción que llevara un poco de esperanza a la gente. En buena parte la
iniciativa partió de la masonería y fue prestamente propalada por el
periodismo entero, en el que se contaban muchos masones. Y uno de
los primeros en llamar directamente al pueblo a través de su diario
fue Héctor Florencio Varela, el popular "O rion’, desde las páginas de
La Tribuna- Rápidamente apoyado por Evaristo Carriego, pronto
se le sumó La República de Manuel Bilbao, encendiendo una campana
excepcionalmente vigorosa. El pueblo debía tomar en sus manos su
salvación y, como en los grandes momentos del pasado, luchar denoda
damente por la vida. El impulso llegaba de varios lados y así lo consigna
el Diario de Mardoqueo Navarro:
"N o tengo millones que dar a los pobres, pero tengo un corazón que sabe
asociarse siempre a todos los infortunios. Inicie usted, que puede disponer de un
órgano de publicidad, la idea de fundar una asociación humanitaria cuyo fin sea
prestar asistencia y medios de curación a las personas indigentes atacadas por la
epidemia reinante y cuénteme desde ya como miembro de ella '.
236
plazados por camas y el gran maestro pasó a ser arriesgado enfermero.
Este magnífico ejemplo de quien sería padre de Raúl Scalabrini Ortiz
fue poco seguido, pese a que Buenos Aires abundaba en grandes man-
siones vacías, de salones desiertos, de habitaciones abandonadas por sus
dueños en fuga, que en ningún momento pensaron ceder los inmue
bles para cobijar a los centenares de desdichados sin atención médica.
Nuevas medidas del Consejo de Higiene Pública se fueron suman
do a las ya tomadas. El organismo, además de mantener una inspección
lo más perfecta posible dentro de la escasez de medios, para que sus
órdenes fueran cumplidas en edificios públicos y casas privadas, prescri
bió que en los cementerios se cavaran fosas profundas; se desterró la
abominable costumbre de cubrir los ataúdes con una delgada capa de
tierra. Ordenó que los cadáveres fueran cubiertos con cal y cuando el
número de muertos ascendió vertiginosamente hasta plantear el proble
ma de su sepultamiento, aconsejó cremar los cadáveres para evitar el
peligro de su descomposición a la intemperie. Motivos religiosos y sen
timentales impidieron que se llevara a cabo esta medida, por lo demás,
bien racional. También destinó lugares en diversos puntos de la ciudad
donde se proveía de agua hervida a la población y dispuso una inspección
de los carros aguateros en circulación, cuya mugre total ya conocemos.
Otra importante medida consistió en extremar la vigilancia de nuevos
casos de fiebre amarilla. Al respecto publicó la siguiente resolución:
[9 7 ] L a N ación , 31 de m arzo de 1 8 7 1 .
238
contra el gobernador Emilio Castro, mientras sonaban bombos y platillos
a favor de Sarmiento y Alsina, presidente y vice del gobierno nacional
donde dos de sus hermanos ocupaban altos cargos.
La sospecha era pública y el gobernador Castro se apresuró a cu
brirse con la proclama del 13 de marzo, pero los mismos componentes
de la Comisión no ignoraban tales rumores y temores. Era menester
disipar dudas con la elección de una personalidad irreprochable, que
inspirara confianza a todos y estuviera por encima de cualquier sospecha,
para presidir la Comisión.
El 14 de marzo tuvo lugar la primera reunión en la casa particular
de Héctor F. Varela, calle Suipacha 39, con la presencia de 30 de los 32
miembros. La asamblea fue presidida por Mariano Billinghurst para
proceder a elegir la mesa directiva titular. Las anteriores consideraciones
incidieron fundamentalmente para que fuera proclamado presidente el
doctor Roque Pérez, bien conocido por su dedicación y valor personal
en anteriores epidemias, a lo que unía las ventajas de una personalidad
mesurada, lejos de los manoseos políticos. Héctor Varela hubiera prefe
rido que el elevado cargo lo ocupara su amigo Adolfo Alsina, pero el
caudillo porteño no sólo se abstuvo de concurrir al acto del 13 sino que
fue de los primeros en alejarse de la ciudad. De esa manera Alsina sólo
pudo obtener -siempre gracias a Varela—un modesto título de presidente
honorario, lo que abrió las puertas para que otros miembros dejaran valer
también sus simpatías políticas. Así fueron elegidos presidentes honora
rios a la par de Aisina, el general Mitre y Bernardo de Irigoyen.
José Roque Pérez aceptó la responsabilidad de presidir el organis
mo popular. Días atrás había enviado a su familia fuera de la ciudad,
dispuesto él a permanecer en ella. Sus hijos pidieron quedarse a su lado
y aceptó que asumieran esa actitud de hombres cabales los dos menores,
Carlos Miguel de 20 años y Eduardo Melchor de 19, pero se negó a que el
mayor permaneciera en Buenos Aires por ser padre de niños de corta
edad y llevar la carga de un hogar joven. El 3 de marzo, ya decidido
a prestar su concurso como lo hiciera durante las epidemias de cólera,
este cordobés de más de medio siglo de vida, viudo, honesto a carta cabal
y valiente, pareció estremecerse con un presentimiento y redactó testa-
mento, "seguro de la muerte en un momento incierto", de acuerdo con sus
propias palabras. Después salió a pelear por la vida de los demás.
Vicepresidente de la Comisión fue designado Héctor Varela, con
ello se le reconocía el mérito de haber sido uno de los más poderosos mo
tores del organismo. El cargo de tesorero recayó en Mariano Billinghurst
y secretarios fueron elegidos Matías Behety y Emilio Onrubia. Consti-
tuida la mesa directiva, la Comisión Popular entró de lleno en tareas.
Leemos en L a Nación del 15 de marzo:
"Hay que decir, sin embargo, que la Comisión Popular procedió por su
cuenta propia, desligada de la C om isión M unicipal, la cual, convenientemen
te integrada y con un cuerpo médico parroquial perfectamente distribuido por
[ 10 0 ] L a N a c ió n , 1 6 de marzo de 1 8 7 1 .
[1 0 2 ] L ii P ren sa cita equivocadam ente el nom bre de este m édico com o N , G allarin i. S e
trata en realidad de C arlos G a lla ra n i, profesion al italiano graduado en T u rín , que revalidó
su títu lo en 1 8 6 9 ,
Posteriormente se agregaron a los servicios médicos de la Comí-
sión Popular los doctores Degroud, Pérez, Ortiz Herrera, Barbati y
García Fernández, este último negándose a recibir cualquier tipo de
remuneración. El 16 de marzo, para mejorar la prestación de servicios,
la asamblea de la Comisión decidió poner un coche a disposición de
cada médico bajo su dependencia.
La Comisión Popular no reconoció en ningún momento que esta
ba creando una superposición de funciones con el Consejo de Higiene
Pública y con las comisiones parroquiales y, como el puñado de médicos
a sus órdenes era claramente insuficiente, aceptó ios servicios de los si
guientes profesionales que carecían de título revalidado o autorizado:
Bruzzaca, Poyet, Cádano, Gaicerán, Muzio, Hiron, Rousseau, Kolhk
y Zinzaniíl03], lo que provocó nuevos y más serios desacuerdos con las
autoridades municipales.
Desde un comienzo la Comisión Popular aspiró a ser representativa,
no sujeta a ningún grupo de intereses o de personas sino que trataba de
abarcarlos a todos, incluía representantes de las diversas actividades ciu
dadanas: comercio, industria, profesiones. Políticamente había en ella
nacionalistas de M itre y autonomistas de Alsina, sarmientistas como
Mansilla y Mariño, rosistas como Irigoyen, sin faltar los apolíticos. Había
porteños y provincianos y, si el presidente, el vice y buena parte de los
miembros eran masones, había también en ella representantes del clero.
En parte con el deseo de ganar representatívidad y también porque
algunas personas manifestaron su anhelo de incorporarse a la Comisión
Popular, se decidió aumentar el número de miembros, sumando nuevos
elementos a los 32 fundadores del mitin del 13 de marzo. Algunos qui
sieron pertenecer a la Comisión por un real afán de servicio; otros, en
busca de prestigio que íes vendría muy bien para ulteriores fines perso
nales. Hubo ciertas resistencias, ya que algunos miembros consideraron
que la Comisión Popular debería limitarse a los 32 aclamados por el
pueblo en plaza de la Victoria, pero al cabo triunfó la otra tesis y así
P A R R O Q U IA M É D IC O
El Pilar D r. Aubain
P A R R O Q U IA M É D IC O
D r. Pililiano Boado
P A R R O Q U IA M É D IC O
D r. Antonio J. Argerich
Si se compara esta lista con las anteriores se verá que es una suerte
de compromiso entre los nombramientos de las comisiones parroquiales
y los del gobierno en su decreto del día 13, es evidente que la Comisión
Municipal dejó pesar su opinión. Naturalmente, el decreto del 21 tam-
bien produjo disgustos, ya que dejó a varios médicos fuera del cuadro
de los servicios oficiales. Se prescindió de sus trabajos mediante una
nota muy escueta, en términos secos que no hacían justicia al valor de
la tarea cumplida. Tal fue el caso del doctor Pedro Mallo -u n o de los
médicos más valiosos- separado de la parroquia de San Telmo por el
decreto del 13 y de la parroquia de Catedral al sur por el del 21, En
adelante este activo y eficiente profesional ofreció sus servicios a ia
Comisión Popular, de la que dependió hasta el fin de la epidemia.
Por el decreto del 13 de marzo, los médicos parroquiales dependían
directamente del Consejo de Higiene Pública. La disposición fue cuestio
nada por la Comisión Municipal y en el decreto del 21 se dispuso que
los médicos dependerían de las diversas comisiones de higiene parro
quiales. Naturalmente, todas ellas eran supervisadas por el Consejo de
Higiene Pública. Excepción era la parroquia de San Telmo, cuyo cuerpo
médico dependía directamente de la Comisión Municipal, los componen
tes del mismo fueron llamados Com isión Médica y puestos bajo la
dirección de Santiago Larrosa, que ya sabemos eligió como colaborado
res a un grupo de estudiantes y practicantes de reconocida capacidad.
Sin embargo esta reorganización no terminó de ser satisfactoria y la
experiencia aconsejó algunas modificaciones. Además la presencia de un
cuerpo médico independiente -e l de la Comisión Popular- acarreaba una
superposición de servicios con evidentes pérdidas de tiempo y eficacia.
En los últimos días de marzo, ya arreciaba la epidemia, hubo
consultas entre el gobernador Castro y representantes de la Comisión
Municipal, el Consejo de Higiene Pública, la Facultad de Medicina y la
Comisión Popular. Resultado de estas consultas fue el tercer y definiti
vo decreto sobre la organización de los servicios médicos, firmado por
Castro el 31 de marzo. De acuerdo con su articulado todos los médicos
de la ciudad, dependientes de las comisiones parroquiales, del munici
pio o de la Comisión Popular, quedaban en adelante subordinados al
Consejo de Higiene Pública, que nombraría un director. Asimismo se
tomó la novedosa medida -previo acuerdo con el obispo monseñor
Aneiros— que los médicos residieran en las casas parroquiales, por ser
lugares bien conocidos por la población y de fácil ubicación. Los médicos
residirían en las iglesias y a su vez las comisiones parroquiales nombrarían
a una persona con la obligación de establecerse permanentemente en la
casa parroquial junto al médico para tomar los llamados en su ausencia.
Mediante afiches colocados en las esquinas y avisos publicados en
los diarios se comunicarían a la población los lugares respectivos para
acudir en busca de rápida asistencia médica. Finalmente, el Consejo de
Higiene Pública quedó facultado para aumentar el cuerpo médico
de acuerdo con las necesidades, sujetándose a las disposiciones del de
creto del 13 de marzo. De acuerdo con el decreto del 31, el Consejo
procedió a nombrar director de los servicios médicos, la elección recayó
en el doctor Juan J. Montes de Oca, viejo médico de 65 años de edad, ex
decano de la Facultad de Medicina que declinó el ofrecimiento, fue
entonces nombrado el doctor Santiago Larrosa, facultativo de 35 años,
profesor de fisiología en la Facultad, que fuera de los primeros en dar la
voz de alarma ante la aparición de la fiebre amarilla.
El nombramiento del doctor Larrosa no pasó sin resistencias. Las
hubo y enconadas por parte de algunos de sus colegas, que observaron
con abierto disgusto su designación. Tampoco agradó la resolución del
doctor Larrosa de integrar la Comisión Médica con sus colaboradores
estudiantes, excluyendo médicos graduados. Lo cierto es que la mayor
parte de aquellos practicantes llegaron a ser notables profesionales,
de fama y prestigio: Lucio Meléndez, que contaba 26 años, Miguel
Echegaray, Jacob de Tezanos Pintos, chileno también de 26 años,
Ignacio Pirovano de 29 y Párides Pietranera. En cuanto a las otras dis-
posiciones del decreto del 13 de marzo, remuneración de los médicos
fijada en $ 10.000 mensuales, pensión en caso de fallecimiento igual a
$ 5.000 mensuales, obligación de residir en la parroquia donde se ejer
cía, publicación de nombres de los médicos en diarios, presentación de
informes diarios sobre el número de enfermos y fallecidos, etc., fueron
mantenidas en el decreto del 31, que también respetó la lista de farma
cias afectadas al servicio permanente en las diversas parroquias, que era
la siguiente:
P A R R O Q U IA F A R M A C IA
en Florida y Tucunián
en Lim a y V ictoria
y Buen O rden
en la calle Rivadavia al 6 0 0
en la plaza L ibertad
en la calle Rivadavia
“Eso no es todo lo que puede hacerse, pero es lo bastante para probar que es-
tas autoridades locales no han desamparado al pueblo en sus horas de calamidad ni
abandonado a la muerte a los que, sin recursos ni abrigo, llegan a nuestras playas.
"Hemos renido ya ocasión de hacer un justo elogio de las medidas tomadas
por el gobierno, suspendiendo las faenas de los saladeros, mandando construir un
nuevo cementerio y un ferrocarril que conduzca hasta allí.
"N o es esto todo; pero no todo puede hacerse en un día, ni las grandes obras
que necesitamos pueden improvisarse cuando la epidemia nos ha sorprendido sin
ellas.
"E stas palabras nos la dicta el deseo de que estos m om entos que deben
consagrarse a la reparación y el alivio de los desgraciados, no se pierdan en recri
m inaciones que engendrando las prevenciones recíprocas debilitan la energía
com ún que nos reclam a el cum plim iento de deberes sagrados.
"En medio de las desgracias públicas suena mejor la voz de la caridad fecun
da que el acento de la recriminación estéril, mucho más cuando estas desgracias
nos señalan a todos como culpables.
"Si alguna voz se escuche, que no sea la que invite a la obra de la hum a
nidad, deseamos que ella sirva más bien para estim ular a los obreros que para
desalentarlos y condenar su contingente de trabajo.
''El tiempo que se consagra hoy a la acusación, es tiempo perdido para la
humanidad”.
C A P ÍT U L O 18
L a am en aza se extiende
La explosión del periodista, que tenía su razón de ser, sólo fue una
expresión más en la oleada de críticas que acompañó al presidente al
retirarse de la ciudad. Sarmiento se instaló en Mercedes, aparentemente
dispuesto a esperar que la epidemia menguara, pero el desprestigio que
le acarreó su equívoca actitud lo indujo a regresar a Buenos Aires cuatro
días después, pero no asomó la nariz por las calles ni hizo acto de presencia
ante ninguna de las múltiples comisiones que trabajaban en la ciudad.
El asunto se trató en el seno de la Comisión Popular^1095, donde
Héctor Varela, Guido y Spano y Argerich mocionaron para que el or
ganismo manifestara "públicamente su desaprobación por la conducta del
Presidente de la República al ausentarse de la capital en las actuales circuns
tancias”. Hecho notable a destacar: Héctor Varela, inconmovible pilar de
Sarmiento, fue el primero en alzar la voz para reprobar al sanjuanino, y
quienes lo apoyaron en la moción también eran partidarios de don D o
mingo en la vida política, Y quienes se opusieron de plano a toda ma
nifestación pública contra el presidente fueron sus adversarios en la
puja partidaria, entre ellos Bartolito Mitre, director del máximo diario
opositor e hijo del jefe de la oposición.
Q uien zanjó el desacuerdo fue el principal moderador de la Comi
sión Popular, José Roque Pérez, que manifestó que la ausencia del señor
Sarmiento era sólo por las noches, lo cual resultaba muy problemático.
Lo cierto es que la moción fue retirada por los proponentes y el pre
sidente de la República se salvó de ser repudiado públicamente por la
Comisión Popular.
Después de aguantar unos días en la entristecida Buenos Aires,
Sarmiento se volvió a ir, esta vez más calladamente. En adelante, y hasta
el hn de la epidemia, se lo pasó revoloteando por los pueblos aledaños,
de donde regresaba tímida y fugazmente dos veces por semana para
sumarse a las oficinas de la Casa Rosada y volver a tomar el portan
te inmediatamente. Para colmo, un donativo que dispuso el gobierno
nacional para la Comisión Popular fue rabiosamente rechazado en los
siguientes términos:
[ 1 10] L a N a c ió n , 1 4 de mayo de 1 8 7 1 .
sabiamente digitada por “O rion"- en razón de ser considerado el primer
líder de las multitudes porteñas.
Implacablemente, Mardoqueo Navarro anotaba el 19 de marzo
con variada caligrafía:
I. Mortalidad en ascenso
"Antes de ayer fue conducida a la policía una pobre mujer que había perdido el
juicio debido a la muerte de cuatro hijas que tenía”.
F IE B R E A M A R IL L A O T R A S CA U SA S
M arzo 17 195 23
M arzo 18 204 17
M arzo 19 15 0 16
M arzo 2 0 165 19
M arzo 21 152 26
M arzo 2 2 160 19
M arzo 23 150 19
M arzo 2 5 2.19 23
M arzo 2 6 231 29
M arzo 2 7 310 41
M arzo 28 337 31
M arzo 31 226 16
A bril 1 258 6
A bril 2 318 17
A bril 3 345 21
A bril 4 400 20
A bril 5 314 16
A bril 6 324 20
A b ril 7 380 16
A bril 8 340 10
A bril 9 501 23
282
Se pensó que al ceder los fuertes calores del verano desaparecería
la epidemia y precisamente llovió torrencialmente en esos días. Llovió
copiosamente y siguió lloviendo de manera intermitente día tras día.
Una semana entera diluvió sobre Buenos Aires. Los 150 mm de preci-
pitación desbordaron los terrenos, se inundaron barrios enteros, zanjas
y calles se convirtieron en peligrosos torrentes. Una de esas jornadas,
Paul Groussac, cumpliendo sus tareas en una comisión parroquial, bus
có reparo en la esquina de México y Piedras. Desde allí, y tras la cortina
de agua, vio la calle convertida en río, que en medio de correntada y
remolinos arrastraba "maderajes, muebles, detritus de toda clase, hasta ca
dáveres". En esos días fatales los médicos, que ya carecían de coches por
falta de cocheros, debieron acudir en auxilio de los enfermos chapalean
do barro, sorteando pantanos, eludiendo las profundas y traicioneras
zanjas, empapados y agotados en esa lucha que no tenía fin. Para colmo
de males y como si lo pasado y sufrido no fuera suficiente, apareció un
inesperado brote de viruela que mató a más de 1.600 personas, aumen
tando la desolación y el terror.
[1 1 4 ] A ño v iiii, n° 1, 8 de abril de 1 8 7 1 .
que quieren que el médico se duplique o triplique para atender a todo el que
lo llam a.
"Si desgraciadamente esta situación se prolonga, y el cuerpo médico sigue
pagando el enorm e tributo de vidas que ya cuenta, relativamente a su número,
la situación de esta capital llegará a ser desesperada,.. La asistencia a domicilio
del modo que se hace costará ingentes sumas de dinero y no corresponderá a los
buenos deseos de las Comisiones, porque carecemos de asistentes habituados a
cuidar enfermos, y hay que valerse de hombres ineptos que cometen descuidos y
errores que comprometen a cada paso la vida de los enferm os... La Comisión Po-
pular, que es independiente de las demás, haría un valioso servicio, con resultados
inmediatos más positivos, si se concretara exclusivamente a fundar un lazareto
y a tomar bajo su protección a las familias de los desgraciados que fueran allí a
ocupar un lecho.”
[1 1 7 ] L a P rensa, 3 de abril de 1 8 7 1 .
V. Choques entre la Comisión Médica
y la Comisión Popular
D ÍA EN FERM O S A LTA S D E F U N C IO N E S
V IS IT A D O S
M arzo 22 251 27 3
M arzo 23 198 10 3
M arzo 2 4 245 30 4
M arzo 25 262 21 3
M arzo 26 242 26 9
M arzo 27 266 36 20
,
[1 1 8 ] A no v i i i n° 2, 2 3 de abril de 1 8 7 1 .
"Parece que el D r. Larrosa encontró mucha oposición en la Com isión Po-
pular, de la cual tuvo que prescindir al fin; pues esa Comisión quería hacer una
distribución desordenada que hacía difícil la asistencia inmediata y regular de Los
enfermos. Al mismo tiempo encontró el Dr. Larrosa otra dificultad más difícil de
allanar, y era la de no haber en la Comisión Popular más que dos o tres médicos
con diploma, siendo los demás médicos desconocidos, y aunque entre ellos figu
ran algunos sujetos que hace largos años que habitan este país, no han acudido
hasta ahora a la Facultad de M edicina para probar su idoneidad.
"Sin embargo el doctor Larrosa cuenta hoy con cuarenta m édicos... N o
siendo ahora tan necesarios los auxilios de la Com isión Popular, por tener to
das las parroquias una Com isión de Higiene, y suficiente servicio médico, haría
ésta un inmenso servicio a la capital, si reuniendo todos sus elementos fundara un
lazareto en el norte de la ciudad.”
[1 1 9 ] L a N ación, 2 1 de marzo de 1 8 7 1 .
C A P ÍT U L O 20
I. E l Boletín de la Epidemia
“Cuando un diario nace, desea una larga vida y los colegas se apresuran a
ser corteses con los cum plidos en ese sentido. N osotro s, al contrario, lo de
cimos con sinceridad, deseamos una muerte temprana porque siendo éste un
diario de circunstancias, su muerte indicará la conclusión de la epidemia.
"Desde ya contamos con la buena voluntad de la Com isión Popular para
suministrarnos los datos y resoluciones que tomen sobre la epidemia, y esperamos
que las comisiones parroquiales nos ayuden en este servicio público.
”Esta publicación llenará una necesidad sentida; dará publicidad y circula
ción a toda disposición de la autoridad que se relacione con la epidemia.
”A las personas que se kan ausentado de la ciudad, les llevará una n oti
cia diaria de sus deudos y amigos que han quedado en ella, porque se registrará
diariamente y con toda regularidad las defunciones, los casos nuevos y el estado de
los enfermos,
"Tales son los objetos que nos proponemos dar a esta hoja impresa.
"Cerram os aquí nuestro programa convencidos que se nos juzgará más por
nuestras obras que por el anuncio,”
“El tratamiento que más ha sido empleado y con algún suceso por muchos
facultativos, ha sido durante el primer período: evacuantes suaves, quinina en al
tas dosis en lavativas, algunos diaforéticos, frío a la cabeza, bebidas gaseosas y
revulsivos cutáneos. En el segundo período, continuación de las bebidas gaseosas
alcalinas, y si el estómago se manifestaba muy susceptible, revulsivos al epigastrio.
En el tercer período los tónicos amargos y los hemostáticos contra las hemorra
gias, combatiendo aí mismo tiempo las complicaciones".
,
[1 2 0 ] A ño v i i i n° 3, 8 de mayo de 1 8 7 1 .
[ 1 2 1 ] E stud io sobre la fie b r e a m a rilla del año 1871, tesis de doctorado, Bs. As,, 18 7 2 ,
Más efectivo debió ser el empleo de la ergotina, que Sherrer aplicó para
combatir las hemorragias.
Por su parte el Consejo de Higiene Pública publicó en todas partes
y difundió ampliamente un método tratativo de emergencia señalando
que debía aplicarse a los primeros síntomas y en tanto no llegara el mé
dico. Consistía en lo siguiente: meterse en cama de inmediato, abrigarse
bien y tratar de sudar copiosamente con la ingestión de bebidas calien
tes. En caso de haber comido poco antes, tomar un vomitivo (30 granos
de ipecacuana disueltos en dos cucharítas de agua). A las dos horas in
gerir un purgante (aceite de ricino o limonada Rogé). Aplicar sobre el
estómago y la espalda paños mojados en aguarrás o alcohol alcanforado.
Los medicamentos citados debían ser repartidos gratuitamente a domi
cilio por las comisiones parroquiales, cuando les lucran requeridos.
Se podrá alegar con razón que poco de eso podía ser útil para comba
tir la fiebre amarilla, pero la culpa no era de los médicos ni de la medicina
sino de las limitaciones del conocimiento humano en ese momento.
Pensemos en las muchas y graves limitaciones que hoy cercan a la medi
cina y le impiden dominar tantas afecciones que matan a diario miles
de personas y no juzguemos a nuestros mayores por esas limitaciones síno
por el valor y el denuedo con que supieron enfrentarlas y superarlas.
Esa orfandad de la medicina, patéticamente desprovista de ele
mentos, dio pie para que muchos charlatanes hicieran un buen negocio
con el ofrecimiento de terapéuticas “infalibles” con “absoluta seguridad
de curación” a cambio de dinero contante y sonante. Los diarios de la
época abundan en atrayentes avisos al respecto, sobre la base de trata
mientos homeopáticos, hidropáticos y de otras variadas tonalidades, en
los que se afirma su rotunda eficacia no sólo para la fiebre amarilla sino
también para el cólera, el dolor de cabeza, el sarampión, la viruela, etc.
Vaya como muestra este aviso de los diarios:
“N os perm itim os poner en conocim iento de las personas que sufren este
terrible flagelo y otros males, que D. A ntonio U rraco, por el sistem a H idro-
pático, es decir, con agua fría puramente, ha curado con nosotros un número
crecido de enferm os, habiendo estado varios de éstos con la fiebre completa-
mente desarrollada".
S IS T E M A C U R A T IV O D E J O S E G O R R IS
Sí te sientes abatido
Con dolor en la cintura
Con el vientre descompuesto
Y en lafrente calentura
Y . L a persecución al inmigrante
’’Se culpó por la epidemia a los inmigrantes italianos. S e los expulsó de sus
empleos. Recorrían las calles sin trabajo, ni hogar; algunos incluso murieron en
el pavimento, donde sus cadáveres quedaban con frecuencia sin recoger durante
■m
lo pasaron a otro organismo. Como suena: la benemérita asamblea de la
Comisión Popular resolvió trasladar el asunto a la Comisión Municipal
con esta notíta:
"Por centenares sucumbían los enfermos, sin médico en su dolencia, sin sa
cerdote en su agonía, sin plegaria en su féretro".
V I. E l colapso se extiende
"En tal situación, la Comisión Popular aconseja a todos los que puedan
abandonar la ciudad que se alejen de ella ¡o más pronta posible, para salvarse a sí y
salvar a los suyos”.
“En estos últimos días ha tenido lugar un suceso bastante triste en uno de
los barrios más centrales de esta ciudad. H abíase enfermado uno de los hi
jos de la familia. Esto era a las 2 de la tarde. A las 8 de la noche emprendían su
marcha para el campo todos los de la casa, incluso el padre y la madre. El enfermo
quedaba solo con un sirviente español, Al día siguiente a la noche eran conducidos
al cementerio el enfermo desamparado y su asistente”.
[1.28] E l 9 de abril ¿notaba M ardoqueo Navarro en su diario: "Los negocios cerrados. Calles-
desiertas. Faltan médicos. M uertos sin asistencia. Huye el que puede. H eroísm o de la C om isión
Popular”. Y el 1 1 del mism o m es:“Reina, el espanto".
sus puertas, atendiendo solamente los asuntos más urgentes dos días
por semana, los lunes y viernes. El 12 dejó de aparecer el Boletín Oficial
y el mismo día la Corte Suprema decidió entrar en receso hasta el 19 de
mayo. La Casa Rosada quedó desierta.
Este último detalle reavivó polémicas y disidencias políticas que
nunca cedieron, ni aún en lo peor de la epidemia. El éxodo del presi
dente contrastaba con la actitud del gobernador Castro, que si bien se
retiraba todas las tardes a las afueras de la ciudad, diariamente regresa
ba para ocupar su puesto. Aunque se repitiera hasta el cansancio que el
presidente no tenía jurisdicción alguna sobre la ciudad de Buenos Aires,
no por eso dejaba de ser poco elegante la posición de Sarmiento, al que los
opositores consideraban en fuga* Los defensores del presidente -q u e
en buena parte eran enemigos políticos del gobernador- no encontra
ron mejor defensa que atacar a Castro despiadadamente, criticando
acerbamente y con la peor voluntad todos sus actos de gobierno. Principal
vocero de la campaña era L a Tribuna, y el Deus ex machina de los viru
lentos ataques era por supuesto Héctor Varela. Lo cierto es que Varela,
irreconciliable adversario de Castro, venía socavando de tiempo atrás la
situación del gobernador, moviendo hilos para desgastarlo políticamente.
La puja llegó incluso al seno de la Comisión Popular y tuvo graves
consecuencias, como veremos.
En tanto, los ataques a Castro provenientes de L a Tribuna eran
contestados con andanadas contra Sarmiento por los diarios opositores,
entre ellos L a Prensa que el 5 de abril comentaba;
“El Dr. Gorostiaga es uno de los pocos funcionarios sin sueldo que se han
mantenido firmes, sin que la fiebre amarilla los haya aterrorizado a punto de
abandonar todo, honor, posición y gratitud al pueblo que deposita su confianza
en su energía y en su virilidad cívica.
"R aro con traste entre el Presidente del B an co y el Presid en te de la
Repú blica.
"El uno ocupando un puesto gratuito: el otro un puesto perfectamente ren
tado, el uno firme aquí en Buenos Aires, lleno de obligaciones personales y de
familia que le empujaban a salvarse en la derrota general de la población, mientras
el otro ocupa su tiempo en viajes de recreo sin oír el llanto ni los ayes de los que
mueren".
F A M IL IA S A L O JA D A S LUGAR
119 M oreno
181 Morón
69 M erlo
T O T A L : 1 .0 3 9
Entre la marea de fugitivos algunos ni perdieron tiempo en saludar
a nadie, y de tal manera los diarios de esos días publicaron este insó
lito anuncio:
“H asta ayer hemos estado sin maquinistas correctores, con dos noticieros
menos, sin adm inistrador y sin el contingente de trece operarios, todos los que,
o se hallaban enferm os o asistiendo a personas de su fam ilia.”
"L a p r e n s a . S u p l e m e n t o d i a r i o a c o n s e c u e n c i a d e l a e p id e m ia .”
"H ijos a quienes faltan sus padres, niños pobres a quienes les falta trabajo,
esposas indigentes que han perdido sus esposos y con ellos el pan del obrero,
H e aquí el fondo lastimoso del cuadro que diseña con mano invisible la implaca
ble muerte. Llevemos entonces nuestra mirada allí. N o nos con ten tem os con
asistir enfermos y sepultar cadáveres, es preciso proporcionar pan y trabajo (si es
posible) a esos desgraciados que la muerte ha dejado en la miseria. La Com isión
Popular, previsora en su acción general hace distribuir dinero por parroquias. Ya
es mucho, pero dudamos que sea cuanto es necesario para curar la honda llaga de
la miseria que lleva por cortejo el flagelo".
[131] N i aun con ésas cedía el hum or de las sesiones alegres de los diarios. E l hum orista que en
L a Pr¿7isa firmaba Teseo, com entaba por esos días el asueto decretado por el gobierno, con estos
versos ¡ “E stam os de grandes fiestas / C on estos días feriados / Q ue han llovido de los cielos /
Cuando menos se ha pensado, / M as a mi juicio, lector, / Q uien perderá la partida / Será la
fiebre feroz / A m arilla maldecida. / En efecto, cuando salga / La gente de la ciudad / C on un
palmo de narices / L a fiebre se va a quedar".
a veces cuando ya lo estaban depositando en la fosa|132l Pero no pode
mos menos que preguntarnos, ¿cuántos casos se habrán dado en que las
paladas de tierra cayeron antes de que pudiera descubrirse el trágico
error? El mismo Mardoqueo Navarro lo consigna:
[1 3 2 ] “U n vivo, cornado por m uerto, se sale del cajón”, apuntaba M ardoqueo N avarro el 16
de marzo.
[ 1 3 5 ] ‘‘Los cuatro gatos de m i padre" incluido en fínírc N o s. C au series de los ju ev es, Bs. As.,
E d . H a ch ette, 1 9 6 3 .
"El viejo murió bajo tristísimos auspicios.
"Buenos Aires se moría, también, flagelado por la fiebre amarilla, sus calles
eran, en aquella hora de luto, la imagen de las silenciosas ruinas de Pompeya,
"Pocas familias no habían huido al campo.
"El viejo estaba enfermo en su casa, yo en la mía. (N i el uno ni el otro de
fiebre amarilla). Mas era necesario ocultarle mi estado y se lo o cu lta ro n ^ 6'.
"Primero creyó, dudó después, se apensionó y murió en brazos de Carlitos,
mi hermano (...).
"M e vestí, salí, me fui a casa de mi padre.
"Entro, subo,... era de noche; no había más luz en la casa que la de los cirios,
que iluminaban la sala, en la que yacían sus despojos (.,.).
"M i padre tenía en aquel entonces, cuatro gatos blancos,
"L os cuatros estaban agrupados alrededor del féretro , m ustios, ta c i
turnos, inconsolables, destacándose como campo de nieve sobre el negro
sudario (...).
"M e arrodillé y lloré
"L ector que cruzáis el piélago tempestuoso, luchando por la vida, y que
habéis hecho algún bien, yo os deseo que después de m uerto, tengáis cuatro ga
tos, siquiera, que lloren sobre vuestra tumba solitaria... en días de egoísm o...
de espanto".
344
Popular y tuvo la suerte de encontrar de guardia a un. gran caballero,
Carlos Guido y Spano.
Ante él expuso la situación, sin sospechar que hablaba al hijo de un
enemigo del general Lamadrid, pero que no dudó en tomar el asunto
por su cuenta. Decididamente, no iba a permitir que la esposa de un
héroe,, la hermana del general Díaz Vélez, quedara abandonada o conde-
nada a la fosa común. De inmediato salió a la calle dispuesto a dar digna
sepultura a la desaparecida señora. Nadie ha narrado la historia con
más belleza que Ismael Bucich E s c o b a r^ :
[1 3 7 ] B a jo el h o rro r de la ep id em ia , p. 97.
’’ -B ie n - m e dice golpeándose la fren te-, a la madrugada le daré sepultura;
hoy no ha habido tiempo para enterrar todos los muertos; muchos, más de dos
cientos, han quedado insepultos. La dejaremos depositada en la capilla.
" ’-N o ; ahora mismo la hemos de enterrar; no puedo, no debo abandonar
estos restos.
” Sólo hay cuatro sepulturas abiertas de las que ha mandado reservar
la M unicipalidad para los que sucumban de sus miembros. Esta m añana han
traído a V itón; aquí está.
” '-P u es bien, en la mejor de ellas, bajo mi responsabilidad, depositaremos
esta muerta'.
“M unilla accede y entre ambos, a la luz de un farol, dan sepultura a la
ilustre dama.
” 'Cuando hube echado la última palada de tierra sobre aquellas reliquias
venerables -suspira G u id o - me pareció que mi madre me daba un beso en las
tinieblas'.
"La claridad de un relámpago en medio de las lobregueces de esa noche es-
pantosa permite contemplar ese cuadro sublime en su patética sencillez, ¡Cuántos
otros igualmente nobles y heroicos quedaron sumidos en las sombras!”.
346
"¡Ah, mi querido Adolfo, no pensaste, sin duda, que en medio de esta co-
rriente de la muerte, hasta la tierra en que hemos de dormir el sueño postrero
está despedazada, teniendo que aceptar la tumba que la suerte o el destino nos
depara!".
"El último de los atacados pOr el flagelo, a quien tu ciencia y tus cuidados
levantaron del lecho de dolor, viene al borde de tu tumba con el alma transida de
amargura a darte el postrer adiós".
[1 3 9 ] íd em , p. 1 17.
[1 4 0 ] 12 de abril de 1 871.
"Estamos en una batalla* N o hay tiempo para contar y casi ni para sentir núes-
tros muertos”.
Y el 15 insistía:
"AVISO DE POLICÍA
"Por disposición del señor Gefe, se previene al público que toda vez que
algún vecino tenga, necesidad de trasladar muebles de un punto a otro, debe ve
rificarlo muniéndose previamente de un certificado de la sección respectiva
con el fin de que ponga impedimento alguno por los agentes encargados de la
vigilancia.
"Al mismo tiempo se previene que queda absolutamente prohibida hacer
aquella operación durante las horas de la noche,
"Buenos Aires. Abril 12 de 1871”.
A rgentinos 225
Italianos 1.75
Españoles 101
Uruguayos 44
Franceses 44
Ingleses 36
B rasileños 12
Alem anes 11
N orteam ericanos 9
Paraguayos 8
Chilenos 5
[1 4 2 ] ídem,
354
El incendiario llamado no tuvo consecuencias y los conventillos
sobrevivieron a la epidemia, prolongándose indefinidamente en el tiem-
po. Empero, la idea de pasarlos a fuego parece que germinó en varias
cabezas, como se desprende de la anotación de Mardoqueo Navarro co
rrespondiente al 2 de abril:
L a epidem ia en el cénit
I. E l ferrocarril de la muerte
“Pongo en conocim iento de Ud. que desde el 14 del corriente, queda ha-
bilitado el C em enterio de la Chacarita, debiendo los carros fúnebres dirigirse
a la estación del ramal del Ferrocarril Oeste contigua a la Recoleta.
"Por consiguiente se servirá Ud. tomar las medidas conducentes a evitar que
desde dicho día se manden más cadáveres al Cementerio del Sud, O p ortunam en
te se avisará a Ud. de la apertura de una nueva estación que llene m ejor las
necesidades de la población de la parte Sud de la Ciudad".
"El estudio clínico de la epidemia de fiebre amarilla del año 1871 no fue
hecho de modo regular,
”A pesar del gran número de enfermos que la epidemia produjo, de la exis
tencia de un hospital como el lazareto de San Roque que por sí solo trató 2 .0 0 0
casos, los observadores de aquella época no nos han dejado un análisis completo
de esa enfermedad, de sus formas clínicas habituales...".
[14 5 ] Aparee de la de D oncel, son: Sherrer, Jacobo, Estu dio sobre la fiebre am a rilla del añ o 1871,
y Echegaray, M iguel $ ., F ie b r e a m a rilla del añ o 1871, Bs. As., Im prenta C oni, 1 8 7 2 .
La enfermedad comenzaba luego con una brusca sensación de frío
intenso con estremecimientos, agudos dolores de cabeza asentados pre
ferentemente en las sienes y en la frente, proyectándose hacia las órbitas y
los ojos, cuyos movimientos se tornan dolorosos, con fuerza a veces
insoportable. Los ojos aparecen inyectados, con aspecto vidrioso y mar
cada fotofobia que convertía en suplicio para el enfermo la presencia
de cualquier fuente luminosa.
Hasta aquí puede afirmarse que Doncel está describiendo el co-
míenzo clásico de la fiebre amarilla, a no ser esos pródromos de sequedad
de mucosas, pero a continuación señala otro detalle peculiar al que con
sidera patognomóníco, es decir, puro y exclusivo de la fiebre amarilla y
cuya sola presencia permitía diagnosticar el mal:
"Así la coloración roja (de los ojos) suele llegar a ser sumamente intensa y
con mucha frecuencia, que es el caso a que me refiero, se destaca dicha coloración
sobre un fondo amarillo muy marcado”.
[ 1 46] D ice M iguel Echegaray: "L a orina es escasa, oscura, y cuando se mueve el vaso parece que
se adhiere a sus paredes”.
“Sucede en algunos casos que falta uno o más, o que se manifiestan en una
época distinta a lo que se observa en la generalidad, invirtíéndose de esta ma
nera en algo el orden natural de aparición; otras veces faltan la mayor parte de
ellos, constituyendo un estado sumamente grave y las más veces fatal.
"Por último, igual irregularidad se nota en la duración de los mismos,
llegando a veces a iniciarse únicamente para desaparecer en seguida, pudiendo
decirse con razón que entonces siguen una marcha galopante".
"... los vómitos y la diarrea se suceden con más frecuencia y con una. colora
ción de brea o de sangre venosa, aparecen síntomas bien manifiestos de hiperemia
pulmonar y cerebral, nótase frialdad creciente en todo el cuerpo, sobresalto en las
extremidades, hipo, delirio comatoso; y por último de repente en medio de con
vulsiones generales viene la m uerte, o entre este conjunto de síntom as más o
menos com pletos, la vida se extingue como una lámpara que se apaga".
P A R R O Q U IA M É D IC O
P A R R O Q U IA M É D IC O
M onserrat D r, N. Zavaleca.
A uxiliares: Sres. Reparctz y N ew FCisk, ambos sin reválida.
El resto de las parroquias sin modificaciones.
A principios de abril, el ministro de Guerra dispuso se alejaran las
tropas acuarteladas cerca de la ciudad y las trasladaran a lugares distan-
tes para evitar el contagio. Ordenó al coronel Czetz, director del Colegio
Militar, el inmediato licénciamiento de los cadetes y el envío de los mis
mos a sus domicilios, por lo tanto quedó cerrado el Colegio.
C A P ÍT U L O 25
FEC H A M U ERTO S PO R PO R
F I E B R E A M A R IL L A O T R A S C A U SA S
A bril 10 543 17
Abril 11 361 23
A bril 12 427 11
F I E B R E A M A R IL L A O T R A S C A U SA S
Abril 14 276 30
A bril 16 249 9
A bril 17 228 7
Abril 18 203 13
Y finalmente llegó el 19 de abril, en que las víctimas no alcanzaron
a 200: 171 contra 13 de otras afecciones. Las cifras mejoran al día si
guiente (153 y 22), siguen disminuyendo el 22 (129 y 10), y el 23 bajan,
por primera vez en mucho tiempo, de 100: 89 y 12. Ya el 14 de abril
L a Prensa anunciaba tímidamente la disminución, como si temiera ten
tar a la suerte, pero el 20 titula abiertamente su edítorial"La epidemia
declina", al tiempo que comienzan a reaparecer en Buenos Aires los ha
bitantes refugiados por los contornos. Entonces ocurre lo inesperado,
capaz de desalentar al más optimista: la epidemia pega un salto repun
tando a partir del 24:
FEC H A M U ERTO S PO R PO R
F I E B R E A M A R IL L A O T R A S CA U SA S
A bril 2 4 95 16
A bril 2 5 104 17
Abril 26 130 18
A bril 2 7 1.53 22
A bril 2 8 161 14
F IE B R E A M A R IL L A O T R A S C A U SA S
A bril 2 9 116 14
A bril 30 85 .19
FEC H A M UERTO S PO R PO R
F I E B R E A M A R IL L A O T R A S C A U SA S
M ayo 1 116 14
M ayo 2 79 7
M ayo 3 66 20
Mayo 4 47 15
M ayo 5 38 5
M ayo 7 33 21
Mayo 8 32 14
"En el seno de la Comisicw Popular hubo el sábado una discusión tem pestuo'
sa en la que no se discutía filantropía sino nombres propios.
"H abía de por medio ideas políticas, entrelazadas con la organización de
esa sociedad, la más importante de benef ¿cencía, que se ha levantado en medio del
terrible escenario en que vivimos. Hubo exigencias para hacer volver al seno de la
comisión, a miembros de ella ha poco expulsados.
"Se negó a la Comisión el derecho de exonerar a ninguno de sus miembros y
sólo se trabajó en el sentido de reincorporar a unos, olvidando a los demás.
"H ubo protestas contra el falso disfraz de que se creía ver cubiertos a
algunos de sus miembros.
"S e aludió a pretendidas entidades y a falsos apóstoles de la religión de la
beneficencia,
"Hubo, en fin, renuncias indeclinables, cambios de comisiones y altercados
que habiéndose oído desde la calle no nos vemos obligados a reservarlos.
"Por el contrario, sin usar de nombres propios, como exige la cultura, hay
conveniencia en que la opinión pública sepa que, en el seno de esa Comisión Po~
putar, hasta hoy santuario el más respetable de la caridad, se ha manifestado el
[ 148] N úm ero de! 1 7 de abril de 1 8 7 1 . E l editorial se titula “Tem ores que se confirman".
germen de un pensamiento ulterior que no responde al noble objetivo de Ja salva
ción pública.
"No censuramos a la Comisión toda el que haya perdido su tiempo en dis
cusiones contrarias al móvil generoso de la beneficencia. Sabemos que hay miem
bros, tal vez la mayor parte de ellos, que ya por su carácter de extranjeros, o ya por
sus hábitos modestos o sentimientos humanitarios, no los lleva al seno de dicha
Comisión sino el propósito grandioso de sacrificarse en alivio de sus semejantes.
"Pero censuraremos siempre a aquellos que disfrazados con la túnica de V i
cente de Paula no son otra cosa que am biciosos políticos que buscan por ese
medio hacerse de prosélitos.
"Sabemos de antemano que la obra de los hombres es imperfecta, pero
cuando en momentos tan solemnes como éstos, hay tiempo para distraerse en
combinaciones de otro orden, los que así proceden no son, pues, los obreros
abnegados de la caridad simplemente, son sólo hombres resueltos y audaces que
van a su fin hasta por encima de las desgracias públicas.
"No es nuestro ánimo entrar en la cuestión de si la Comisión Popular tenía
o no derecho para expulsar o despedir a los miembros de ella nombrados por el
pueblo en un meeiing,
"Lo cierto es que se ha hecho.
“Unos se han callado la boca, porque creyeron tal vez en estas circunstan
cias interrumpir la solemnidad de los momentos con cuestiones personales de
susceptibilidad, pero otros, más interesados en no callarse, han procurado
levantar directa o indirectamente su exoneración, trayendo al seno de la Comisión
la discusión de su individualidad.,.
"Las exoneraciones hechas hasta hoy no respondían tal vez a un pensam ien
to de justicia.
"Una o dos faltas de asistencia a la Comisión no daban derecho para decir a
una persona honorable, que podría tener motivos muy legítimos para faltar, está,
usted exonerado, sin requerirle directamente el cumplimiento de su deber o sin
pruebas más claras de su mala voluntad en el desempeño de sus obligaciones.
"Una persona que no quiere servir se excusa pues, o renuncia, como lo han
hecho algunos.
"Nunca falta pretexto serio para excusarse de una carga.
”Es por esto que la exoneración de algunos ha servido de tema para comen
tarios políticos; lo ocurrido en la sesión del sábado viene por desgracia a justificar
los referidos comentarios y las sospechas que se abrigaron al principio."
V. E l desacuerdo se agrava
Una nueva arbitrariedad del grupo dirigido por Varela empeoró las
cosas. El 15 de abril resolvió reorganizar las comisiones internas, se des
plazó a Evaristo Carriego de la comisión médica en beneficio de Juan
Carlos Gómez y se dispuso el cese de las reuniones diarias. En adelante
la Comisión Popular se reuniría sólo los sábados a las dos de la tarde y
el resto de la semana, las funciones las llenaría un consejo formado por el
presidente Varela, los dos secretarios —Onrubia y Behety— y cuatro
miembros renovables semanalmente que para los primeros ocho días
fueron: Juan Carlos Gómez, Argerich, Manuel Bilbao y Bartolomé Mitre
y Vedia. No deja de llamar la atención la última designación, ya que el
representante de L a Nación no debía encontrarse muy bien de salud
con su reciente ataque de fiebre amarilla. Para cubrir los cargos de los
renunciantes, Varela nombró a Cantilo en reemplazo de Mansilla, pero
tuvo problemas para encontrar tesorero en cambio de Billinghurst.
En gesto conciliador ofreció el cargo al recién reincorporado Quintana,
que lo rechazó. Se le ofreció entonces a Pedro Gowland, que también
declinó, y finalmente designó a Manuel Bilbao, firme aliado suyo dentro
de la Comisión Popular, En suma, las disposiciones del 15 de abril con
formaban un pequeño golpe de estado que aumentaba el predominio del
grupo de Varela y dejaba al presidente de la Comisión como dueño poco
menos que absoluto de la misma.
No tardaron en saltar chispas por todos lados, Evaristo Carriego,
injustamente removido de la comisión médica, publicó una carta abierta
en L a Prensa del 18 de abril, en la que manifestaba:
“La Com isión Popular en el concepto de algunos fue una inspiración, cuyo
exclusivo objeto debía ser salvar de la fiebre amarilla a los pobres.
"En la intención de otros, fue una fuerza social que se organizó con el objeto
de derribar ía Com isión M unicipal, al mismo gobierno del señor Castro, si la
oportunidad se presentaba",
"La Comisión que deliberaba, no pudo como era natural, hacerle al Señor
Presidente el desaire de aceptarle la renuncia sobre tablas. M as éste debió
persuadirse según las exploraciones que hemos hecho de las opiniones de
Com isión Popular, que nos cuenta con el sufragio unánime de sus colegas,
"N osotros no formulamos un solo cargo contra el señor Varela; creemos que
ha cumplido sus deberes celosamente, aunque pudiéramos decir que no siempre
ha procedido con la prudencia e imparcialidad debidas; y conceptuam os que en
lugar de un mal, sería un bien para la C om isión Popular que se renovara su
presidencia, confundiéndose entre los vocales el que hoy está al frente de ella,
para que así pudiera apreciar cuánto tacto se necesita para regentear una co r
poración en la que figuran hombres de todas las opiniones, de todas las naciona
lidades, de todas las condiciones y de todas las profesiones sociales../',
P A R R O Q U IA M É D IC O
P A R R O Q U IA M É D IC O
"Cesa la Com isión Popular. Tuvo entradas por $ 3.7 7 4 .3 4 3 y salidas por
$ 3.657.304"
El mismo autor señal que los gastos del gobierno provincial por
la epidemia habían sido, hasta el 26 de abril precedente, de $
5.965.83 1 y los de la Municipalidad alcanzaron hasta el 2 de junio $
5.645.665.
Así concluyó su efímera existencia la más extraña, la más pecu
liar de las comisiones populares que jamás vieran los anales de Buenos
Aires. Durante más de dos meses peleó sin tregua por organizar una
defensa, por auxiliar a los enfermos, por aliviar el alud de penurias que
cayó sobre la ciudad. Supo galvanizar voluntades cuando el desaliento y
la desorientación amenazaban con desembocar en el caos. Hizo de todo
y estuvo en todo. No todo lo hizo bien, pero el balance final es favorable*
Fue un dique contra el pánico más que contra la fiebre amarilla. Llevó
a muchos desesperados el convencimiento de que la solidaridad no es
una entelequia y que en medio de la estampida general había un grupo
de hombres cabales que se quedaban, sin ninguna obligación y con el
simple propósito de ayudar al prójimo. Allí reside su mayor mérito. Los
intereses subalternos y las ambiciones personales, que en su momento
tanto la dañaron, no desmerecieron a la Comisión Popular en el recuer
do ni afectan la verdad de que su obra positiva fue superior a la menuda
politiquería en la que algunos de sus miembros quisieron medrar. Junto a
los hombres minúsculos que intentaron llevar agua a su molino hubo
hombres sinceros que dieron mucho de sí, con arrojo, entereza y
desinterés. Esto último es lo que cuenta y esos hombres son los que
redimen a la Comisión Popular ante la historia.
Estudiando aquel semestre fatal de 1871 se llega a ver que la fama
de la Comisión Popular, si bien merecida, se ha hipertrofiado hasta bo
rrar los méritos iguales y la eficiencia muchas veces mayor de otras
instituciones. La Comisión Médica desarrolló una actividad tenaz,
persistente y por momentos heroica, y los mejores logros de aquellas
semanas se deben a sus componentes y a jo s médicos subordinados
a ella que trabajaban en las parroquias. Cierto que la Comisión Médica
era un organismo técnico, pero allá está el Consejo de Higiene Pública,
cuyos miembros fueron diezmados por la epidemia, que tomó los
primeros recaudos y dirigió en todo momento la lucha de manera idó
nea, pese a los ataques que recibió por razones políticas y no sanita
rias. Empero en el recuerdo sólo cuenta la Comisión Popular, que tuvo
en su momento a favor a toda la prensa porteña, explicándose tal vez
por ello el injusto olvido en que cayeron las otras instituciones. Sin
desmedro para la Comisión Popular sino como acto de justicia, las
otras comisiones, incluso las parroquiales, deben pesar tanto como
aquélla en la historia de la epidemia de 1871.
Cuando los miembros de la extinguida Comisión Popular salieron
a la calle tras la última reunión, los esperaba un racimo de público que
los ovacionó largamente. Héctor Varela fue acompañado en triunfo has
ta la redacción de L a Tribuna, su trinchera, donde volvió a la función de
periodista, En el aire de la ciudad porteña quedaron flotando las pala
bras del último manifiesto de la Comisión Popular al pueblo de Buenos
A ires:“¡Hermanos todos! ¡Nuestra misión está concluida!".
C A P ÍT U L O 27
Vuelve la esperanza
[151] B a jo el h o r r o r de la ep id em ia , p. 142.
“Habló también Guido, poniendo el pensamiento en la divinidad, al. decir
como los antiguos que era amado de los dioses aquel que moría joven. Habló M a
tías Behety, en nombre de la juventud, 'de esa juventud que veía en ti uno de sus
iluminados, esa juventud que guardaba en ei fondo de su corazón la cifra misterio
sa de tu nombre como la palabra de las grandes esperanzas'. Habló el creyente por
la boca del doctor A lberto Larroque, para decir con acento entrecortado: ‘Estoy
consternado. N ecesito recoger toda mi fe de cristiano para resignarme a do
blar la rodilla ante los decretos inexorables del Hacedor Supremo’. Habló C arrie
go, habló M ansilla, habló Bartolito; muchos otros hablaron y algunos sustitu
yeron la oración por el llanto sincero e incontenible, como Carlos Paz, el amigo
inseparable de los grandes días del tribuno”.
Enero 200
Febrero 1,000
M arzo 11.0 0 0
A bril 1 4 .0 0 0
Total 2 6 .2 0 0
C em enterio de la C hacarita 3 .4 2 3
T otal 1 4 .4 6 7
Vale decir, 853 muertos más que los denunciados por Mardoqueo
Navarro. Señala también Penna que existe una disparidad entre el nú
mero de entierros diarios asentados en los libros de los cementerios y
las cifras del cuadro de Navarro. Sin embargo, y con ejemplar probidad,
el gran médico agrega:
[1 5 3 ] íd em , p. 67.
402
Cifra que hacemos nuestra por considerarla más acorde con la rea
lidad que la bosquejada por Mardoqueo Navarro.
Si recordamos que en 1866 las bajas de la batalla de Curupaity -
una de las más sangrientas de la ép o ca- arrojaron para el ejército
argentino 588 muertos (2.050 sumando los heridos) y 408 (1.950 agre
gando los heridos), es decir, un total de 995 sobre una masa de 20,000
hombres, y que esas cifras levantaron oleadas de indignación por lo ele
vadas, nos daremos una idea más cabal de la magnitud de la catástrofe.
En el decenio anterior la guerra de Secesión, que aún hoy figura
como una de las contiendas más mortíferas de la historia, con porcentaje
de bajas en el ejército norteamericano superiores a las de la Segunda
Guerra Mundial, también resultan expresivas las cifras: en la batalla de
Fredericksburg, que fue una verdadera carnicería, los unionistas per
dieron 1 2 .6 5 3 hombres, y en el decisivo encuentro de Gettysburg
-verdadero récord- los norteños contaron 23.049 bajas sobre 93.500
hombres y los confederados 28,063 sobre 70,000. Pero ésas eran excep
ciones fuera de toda regla, verdaderas hecatombes. Simultáneamente con
la fiebre amarilla de Buenos Aíres, la guerra franco-prusiana, desarrollada
entre julio de 1870 y mayo de 1871 nos ofrece otro ejemplo. En ella se
movilizaron ejércitos formidables, superiores a la población argentina,
como que los franceses tuvieron sobre las armas a 1.900.000 hombres y
los alemanes 1.350.000. Y bien, en la batalla de Saint-Privat los france
ses perdieron 12.800 hombres y los alemanes 19.700, se la señala como
modelo de batalla mortífera.
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298 628 4 .8 9 5 7 2 4 ; 7 .5 3 5
Los anteriores ejemplos tienden a destacar que la epidemia de
1871 en nuestro país tuvo los efectos de una devastadora batalla librada
entre grandes potencias. Sólo que la Argentina estaba muy lejos de ser
gran potencia, por lo que tamañas cifras sólo pueden calificarse de cala-
mitosas. Empero, el número de 13.000 a 14,000 muertos debe tomarse
con ciertos reparos, ya que no hay una certeza absoluta de que se con'
signaran todas las víctimas. En los momentos más dramáticos de la
epidemia, con la ciudad semiabandonada, los servicios públicos y sanL
tarios desarticulados, con aguda escasez de servidores de todo tipo,
es difícil por no decir imposible que se llevara una cuenta cabal de los
desaparecidos. Lo hemos dicho ya, y lo repetímos ahora, que muchas
personas murieron en un total abandono y sus cadáveres fueron re^
tirados mucho después, es decir que debe sospecharse un número
mayor de decesos, ya que las cifras oficiales se elaboraron sobre la base
de las defunciones certificadas por los médicos y sabemos que gran
cantidad de gente no recibió ningún tipo de asistencia médica.
[1 5 4 ] A ño v m , n° 1.
"Resulta que sobre un total de 1.998 enfermos han curado 713 y fallecido
1.285, lo que corresponde a una mortalidad de 64,3% ”.
[1 5 7 ] O b . citada.
1863 4 .5 3 9
1864 4 .3 7 8
1865 5.857-
1866 5 .1 1 1
1869 5 .9 8 2
1870 5 .8 8 6
1871 2 0 .7 4 8
[1 6 0 ] E s curioso, pero en Caballito no se registró ningún caso de fiebre amarilla. Leandro Ruiz
M oreno (ob. cit.) refiere que un inmigrante italiano allí radicado, prom etió que, si la pequeña
población se salvaba del azote, donaría una imagen de N uestra Señ ora de la M isericordia, que
traería de su Savona natal. Pasado el peligro, el piadoso inm igrante cum plió su prom esa, viajó
a Italia y regresó con la imagen, desde entonces venerada1en C aballito. La pequeña capilla donde
se instaló prim eram ente es hoy la iglesia de San ta Julia.
C A P ÍT U L O 28
L a cruz de hierro
I. Un escándalo innecesario
m a d e h o n o r d is c e r n id o p o r l a C o m is ió n P o p u l a r d e B u e n o s A i r e s .
IV . Tomás Salvini
T r ib u t o de g r a t it u d .
[1 6 5 ] Salviní murió a la avanzada edad de 86 años, en 19 1 5 , y en su época fue uno de los más
destacados intérpretes de Shakespeare.
CAPÍTULO 19
(1 6 6 ) Bajo el h o rro r de l a ep id em ia , p. 6 3.
426
Reproducimos el parte, tal como aparece en la importante obra del
autor citado11671:
[1 6 8 ] E l nom bre del profeta pam peano era G erónim o G . de Solané. Véase Aguirre, Aureliano,
"L os crím enes de Tandil. Un 1° de enero sangriento”, en L a N ación deí 5 de febrero de 19 6 7 .
El autor es nieto de don M artín Aguirre, que actuó com o defensor de los sublevados. Véase
tam bién “Los crím enes de T ata D ios, el M esías gaucho” en la revista T od o es H isto ria , n° 4,
agosto de 19 6 7 .
el exterminio de los extranjeros y los masones. En la noche de Año
Nuevo se reunieron los creyentes del gaucho en una chacra cercana
a Tandil y al amanecer partieron hacia la ciudad. Se iluminaban los
primeros destellos del I o de enero de 1872 cuando comenzó la masacre.
La partida asesinó sin piedad a cuarenta personas, entre extranjeros,
argentinos, hombres, mujeres y niños.
De esa manera se dispersó en los tiempos el año 1871 y bien puede
afirmarse que en ese año de prueba se bebieron todas las amarguras y
sinsabores.
Epílogo en Cuba.
436
agresivas entre los años 1886 y 1893, y allá por 1889 hubo un brote de
peste bubónica, pero ninguno de estos sobresaltos alcanzó ni remota
mente la excepcional morbilidad y los pavorosos índices de mortalidad
de 1871 y en consecuencia no alteraron la vida normal de Buenos Aires.
El 14 de junio de 1873 se abrieron en Montevideo las sesiones del
Primer Congreso Sanitario Internacional y la delegación argentina fue.
encabezada por dos veteranos de la Gran Epidemia, los doctores Pedro
Mallo y Eduardo Wilde. En 1876, al reunirse el Congreso Internacional
de Medicina en Filadelha, el doctor Guillermo Rawson, nuestro primer
higienista, presentó su trabajo Estadística vital de Buenos Aires, donde
desarrollaba un sólido estudio sanitario sobre la capital argentina.
Pasaron los años, Buenos Aires progresó aceleradamente y un dece
nio después de la calamidad de 1871 era Capital Federal de la República
Argentina, englobaba en su ejido a los viejos municipios de Belgrano y
San José de Flores. A raíz de ello se modificó el régimen municipal, se
abolió la antigua Comisión y al frente de la comuna quedó un Intendente,
encargado del gobierno ciudadano en su faz ejecutiva. El primer hombre
que ocupó el cargo dejó tan marcada su personalidad en la historia de la
ciudad, que se convirtió en paradigma de la función. No sólo cambió el
aspecto físico de la ciudad de modo asombroso, sino que su voluntad de
hierro le impuso características que aún conserva.
La intendencia de Torcuato de Alvear -h ijo de un guerrero de la
Independencia y padre de un presidente de la República- es un verda
dero gozne en la historia porteña, un giro tan marcado que bien pudiera
referirse el pasado de Buenos Aires a su persona: antes de Alvear,
después de Alvear. A partir de su gobierno cambiaron o desaparecieron
muchas cosas que recordaban a la Gran Epidemia. En 1883 el Hospital
de Hombres pasó a depender de la Facultad de Medicina y tomó su
nombre actual: Hospital Nacional de Clínicas, En 1887 el Hospital de
Mujeres, siempre dependiendo de la Sociedad de Beneficencia, abandonó
el viejo local de la calle Esmeralda y se trasladó a la avenida Las Heras,
dejando en la mudanza el nombre, reemplazado por el que aún lleva:
Hospital Rivadavia. En cuanto al antiguo edificio del Hospital de
Mujeres, donde tantas enfermas fueran atendidas en 1871, fue demolido
en 1897, en su lugar se levantó la sede de la Asistencia Pública reciente
mente desaparecida para dejar lugar a la plaza Roberto Arlt.
El lazareto de San Roque, aquella dependencia del Hospital de
Hombres que el gobierno provincial creó con premura ante el alarman
te aumento de casos de fiebre amarilla, se convirtió en el Hospital San
Roque en 1883, En los altos del edificio funcionó por primera vez
la Asistencia Pública de Buenos Aíres, fundada por el doctor José María
Ramos Mejía, Precisamente en homenaje a este destacado médico, el
nosocomio fue rebautizado en 1914, pasó a llamarse Hospital Ramos
Mejía, mientras el primitivo Hospital de Inválidos, cercano a plaza
Constitución, estaba destinado a llevar con el tiempo el nombre de otro
grande de la medicina argentina: Hospital Rawson,
Bajo la intendencia de Torcuato de Alvear se fundó un hospital de
aislamiento destinado a separar a los enfermos contagiosos para su
mejor tratamiento y sin riesgos para el resto de la población. Se destinó
para ese fin un terreno situado enfrente del clausurado cementerio del
Sur. Aquella Casa de Aislamiento fundada en 1882 pasó luego a ser
Hospital Muñiz, en homenaje al doctor Francisco Javier Muñiz, una de
las víctimas de la fiebre amarilla de 1871. Cuando se urbanizó la zona y
se decidió convertir en parque público el área del antiguo cementerio,
éste dejó sentir su presencia aunque ya no quedaran cruces que recorda
ran dónde yacían los caídos. Al abrirse las calles laterales que circundan
el actual parque Ameghino, las palas de los obreros dejaron al descu
bierto cantidad de esqueletos humanos, ante el asombro temeroso de
los muchos curiosos que se agolpaban para ver el tétrico espectáculo.
Posiblemente aquellos huesos fueran los restos de los desdichados
sepultados en fosas comunes en la periferia del cementerio, ju nto a
los paredones ya desaparecidos.
Trazadas las calles, habilitado el parque, quedó y quedará para
siempre señalado en él el triste recuerdo de la Gran Epidemia. En el
centro del mismo, en el lugar que ocupó el edificio administrativo de
la necrópolis, se levanta hoy el Monumento a los Caídos en 1871, obra
del escultor Juan Ferrari, construido en 1889 y cuya sencilla inscripción
central reza:
ron v íc tim a s d e l d e b e r en la e p i d e m i a d e f i e b r e a m a r i l l a d e 1 8 7 1 ,
N A C IO N A L ID A D CURADOS F A L L E C ID O S TO TAL
Italianos 8 10 1.8
A rgentinos 6 ü 6
Franceses 3 3 6
Españoles 1 1 2
Ingleses 0 1 1
Belgas 0 1 1
TO TA LES 18 16 34
[1.72] Penna, José, "L ecciones clínicas sobre la fiebre amarilla. Prim era lección”, L a S em a n a
M c d k a , año v i, n° 2 8 , 13 de ju lio de 18 99.
Puede decirse en cambio que las observaciones sobre las caracte-
rísticas epidemiológicas se precisaban en comparación con lo ocurrido
un cuarto de siglo atrás. Penna, que por aquellos años fue uno de los
más brillantes estudiosos de esta enfermedad, anotó en uno de sus tra
bajos
Y ésa fue la última vez que la fiebre amarilla pasó por Buenos Aires.
Jamás volvió a presentarse en la capital argentina. En 1896, en plena era
bacteriana, el vómito negro seguía siendo tan misterioso e inescrutable
como en las horas de la Gran Epidemia, ni un solo paso se había adelan
tado en veinticinco años, pero ya estaba cercana la hora en que el fantasma
inasible fuera finalmente cercado, gracias a un talentoso y obstinado
médico cubano.
[17 3 ] Penna J o s é , “El m icrobio 7 el m osquito en la patogenia y transm isión de la fiebre amarilla".
T ra b a jo presentad o en el Seg u nd o C ongreso M édico L atin oam erican o y reproducido en
L a S e m a n a M é d ic a , 1 9 0 4 .
Tras la pista de un 'mosquito
Pues bien, hacia 1870 Finlay entró de lleno en el estudio del vómi
to negro, dispuesto a descorrer el velo. Se compró un microscopio en
Europa y se dio a mover tornillos macro y micrométricos, acumulando
portaobjetos usados y gastando su vista en busca de un posible germen,
pero a la inversa de otros investigadores, no se empecinó en encontrarlo
[1 7 4 ] S em b la n z a s y a p olog ías de g ran d es m édicos, Bs. A s., Ed. El A teneo, Segunda Serie, 1 9 5 2 .
En adelante nos basamos en este interesante y com pleto trabajo para historiar la obra y las
teorías de Carlos Finlay.
contra viento y marea. Al sumarse resultados negativos buscó otros
caminos que lo llevaran a la verdad.. Supo obrar con talento. No se obs
tinó en hallar la solución de la enfermedad en el campo del microscopio,
sino que la abarcó como un todo, sin desdeñar punto de vista ni elemen
to de observación, teniendo siempre en cuenta los factores clínicos e
incluso los físicos,
Precisamente el no perder contacto con el todo mientras analizaba
los detalles le dieron la clave que lo condujo al éxito.
Al principio dio importancia a los factores ambientales, se detuvo
en la alcalinidad del medio, una especie de resurrección de las viejas
teorías miasmáticas y perdió allí varios años sin ningún resultado. Fue
el necesario impuesto al error, pagado para llegar a la verdad. Llevaba
casi un decenio dando vueltas en el vacío y sin salir del laberinto, cuan
do en 1879 los Estados Unidos enviaron a Cuba una comisión médica
para colaborar en el estudio de la fiebre amarilla, que seguía siendo el
máximo problema sanitario del Caribe. El gobernador general de Cuba
nombró a Finlay adjunto a esa comisión, como delegado cubano.
Cuenta el doctor Aráoz Alfaro que el presidente de la comisión mé
dica, doctor Chaillé, examinó los trabajos y teorías de Finlay, señaló
sus desacuerdos con ellas y criticó con tal autoridad científica que el mé
dico cubano, convencido de su error y demostrando una altura moral
e intelectual excepcional, las abandonó de inmediato sin insistir más.
Con esa crítica Chaillé le hizo a Finlay y a la ciencia el mayor favor
imaginable.
Desechados los factores físicos ambientales, Finlay observó la abun
dancia de mosquitos en los lugares donde florecía la fiebre amarilla en
todo su tétrico esplendor. Se convirtió entonces en cazador y estudioso
de mosquitos. Esto era absolutamente revolucionario y novedoso para la
medicina, pues hasta el momento nadie había demostrado que un insecto
pudiera transmitir una enfermedad, Finlay lo intuyó y aun individuali
zó al tipo especial de mosquito que para él era máximo responsable del
vómito negro. Tenía 4 7 años de edad cuando dio el primer campanazo,
que en aquella oportunidad no fue escuchado por nadie. En ese entonces,
año 1881, fue nombrado delegado a la Conferencia Sanitaria Interna-
cional que se reuniría en Washington, y el día 18 de febrero dio lectura
a su primer trabajo fundamental sobre la fiebre amarilla sobre la base de
sus observaciones. En esa comunicación denunciaba que 'las medidas
sanitarias empleadas para combatir a la fiebre amarilla se apoyaban sobre
una base falsa”^ ; rechazaba por igual a las tesis de los contagíonistas y
anticontagionistas y denunciaba por primera vez la presencia de un
tercer factor en la transmisión de la enfermedad.
"Sostenía, en suma, que para que la Hebre amarilla pudiera producirse era
preciso:
"1.- La existencia previa de un caso de fiebre amarilla en un período deter
minado de la enfermedad.
”2.- La presencia de un sujeto apto para contraer la enfermedad.
”3.- La presencia de un agente cuya existencia era completamente inde
pendíente de la enfermedad y del enfermo, pero necesaria para transm itir la
enfermedad del individuo enferm o al hombre sano”.
“Lo que afirmaba estaba tan lejos de las ideas corrientes, era tan distinto de
lo que en esa época, de reciente advenimiento de la teoría microbiana, se admitía
o aun se pensaba respecto de las transmisión de las enfermedades, que a pesar de
la buena voluntad que sus colegas le tenían, nadie tomó en serio su com unica
ción. Nadie habló. El Secretario pidió que el trabajo quedara, sobre la mesa del
Com ité, lo que constitu ía, según un cubano em inente, una fórm ula piadosa
de olvido. Salido él, m iráronse unos a otros los académicos y varios dijéronse
que Finlay divagaba...
"Nada había entonces en obra científica alguna que constituyera un preceden
te que Finlay hubiera podido utilizar. Todo era original, no sólo en la relación de
mosquito, fiebre amarilla, enfermo y sujeto sano susceptible de contagiarse, sino
también en el ensayo experimental de transmisión por picadura de insecto, el pri
mero que se realizara en el mundo’^177l
[1 7 8 ] Transcripto por Penna, José, "E l microbio y el m osquito en la patogenia y transm isión de
la fiebre amarilla” L a S em a n a JVlédica, Bs. As., 1 904.
inofensivo, con una condescendencia protectora y burlona. Algunos de
talles externos de su persona favorecían el apodo y afirmaban la creencia
de que lo iba rodeando como una aureola. Ensimismado, distraído,
absorto, se paseaba por doquier con algo de poseído. De sus bolsillos
asomaban eternamente tubos de ensayo llenos de mosquitos zumbadores,
enloquecidos en el encierro, y para colmo este extraño investigador tenía
desde joven cierta dificultad en la articulación de la palabra, que acen-
tuaba la impresión de anormalidad que se desprendía de su persona.
Años clamando en el desierto. Fue envejeciendo mientras blandía
en los puños una verdad salvadora, con escaso eco dentro y fuera de
Cuba. Además, su nacionalidad atentaba contra la difusión de su teoría.
Sí bien era de sangre británica, había estudiado en los Estados Unidos y
dominaba la lengua inglesa a la par de la española, Finlay era un cubano
de la cabeza a los pies, que en sus años mozos se negara a radicarse
y ejercer en los Estados Unidos por cariño a su tierra, cerrándose así
los caminos de mayor resonancia científica. Cuba era apenas una colo-
nia, pero una colonia del país menos brillante científicamente de la
época. España era mirada por los europeos como algo ajeno a su propio
continente y desde el punto de vista científico nadie la tenía en cuenta
para nada. Los hombres de ciencia ingleses, alemanes, franceses y nor
teamericanos jamás se tomaban el trabajo de leer las comunicaciones
presentadas en otras lenguas y apenas se dignaban repasar las de
los extranjeros. Una suerte de chauvinismo científico, un minúsculo
nacionalismo del microscopio reinaba entonces, alentado por las riva
lidades entre la escuela francesa y la alemana desde los tiempos de la
guerra franco-prusiana.
Empero, Finlay y su teoría no fueron tan absolutamente descono
cidos como se afirma en algunos trabajos. Su obra y sus experimentos
eran conocidos en el mundo de habla española y había encontrado cierto
eco favorable en algunos círculos hispanoparlantes. Los médicos argen
tinos estaban al tanto de la tesis de Finlay y un hombre de la talla de José
Penna se sintió atraído por ella en cierto momento de su carrera, tal
como se deduce de éstas, sus palabras1179';
"Finlay ha puesto de relieve hechos tan sugestivos que merecen ser confir
mados. H a demostrado que el culcx mosquito de La H abana vive y prospera en
la misma zona donde reina la pirexia; ha probado que el grado de frío que necesita
para morir el animal es sensiblemente el mismo en que la epidemia se extingue y
en fin, ha visto la reproducción de la enfermedad a consecuencia de picaduras de
mosquitos que habían picado antes enfermos de fiebre amarilla"
[1 7 9 ] "Lecciones clínicas sobre la. fiebre amarilla. Prim era lección” L a S em an a M éd ic a , Bs. As.,
año v i, n n 28, 13 de julio de 1 8 9 9 .
[1 8 0 ] Párente, A bel, "L a fiebre amarilla", L a S em a n a M éd ic a , año v i, 2 9 , 2 0 de ju lio de
1899.
la transmisora de la temible enfermedad del sueño. Más aún, Yersin y
Kitasato aislaron en Hong Kong el bacilo de la peste bubónica y en
1897 Simond probó que el transmisor de la enfermedad es una pulga.
Vale decir que finalizando el siglo x ix se sabía ya con certeza que la
garrapata, la mosca y la pulga podían ser vehículos de enfermedades
humanas. ¿Por qué no podía el mosquito, a su vez, transmitir la fiebre
amarilla? ¿Por qué razón no podía estar en lo cierto el loco Finlay? Lo
que él denunciara en 1881, la presencia de un tercer factor, que en su mo
mento pareciera una audacia, estaba ahora demostrado científicamente,
Y dando un campanazo capaz de despertar al más dormido, en 1898
Juan Bautista Grassi probó terminantemente en Italia que el paludismo
es transmitido por un mosquito, el anofeles, aportaba así indirectamente
un valiosísimo aval a Carlos Finlay, Probado el papel de los insectos en
la transmisión de las enfermedades y demostrado que los mosquitos
andaban metidos en el asunto ¿no era hora de escuchar a Finlay? Nadie
recordó lo que el loco de los mosquitos venía pregonando desde casi
veinte años atrás. Siguió sumergido en el olvido, aferrado a sus ideas,
viéndolas negadas mientras en todas partes surgían investigadores que
probaban por vía indirecta que estaba en lo cierto.
Claro que logró convencer a algunos médicos norteamericanos, que
descreídos al principio lo escucharon luego con atención y acabaron por
plegarse a las cortas huestes de sus seguidores, pero esas conversiones
personales no tuvieron el alcance suficiente. Entonces estalló la guerra
entre los Estados Unidos y España. Cuba dejó de ser colonia hispana, se
fueron los últimos soldados peninsulares y llegaron los norteamerica
nos. De inmediato los recién llegados fueron arrasados por la fiebre
amarilla, que cobró una pesada cuota de vidas a las fuerzas vencedoras.
Con grave preocupación las autoridades militares vieron morir a mon
tones a los soldados, jefes y oficiales, presa del vómito negro. Había que
hacer algo.
Naturalmente, lo primero que hicieron fue poner al día la parte
sanitaria. La Habana era una ciudad sucia, desguarnecida sanitariamen
te, y los norteamericanos volcaron sobre ella todo el peso de la higiene
moderna, de acuerdo con los últimos y más científicos preceptos, esta
bleciendo una verdadera dictadura del jabón y el cepillo. Pues bien,
aquel año, en una ciudad reluciente de limpia, desinfectada a fondo y
pulida hasta el desenfreno, la fiebre amarilla subió en pico y mató mu
cha más gente que en las sucias épocas del pasado.
Ante el violento cataclismo se decidió encarar un programa de
fondo y movilizar los elementos necesarios para hallar las causas reales
de la fiebre amarilla. Se nombró una comisión destinada a indagar los
orígenes de la enfermedad, compuesta por tres médicos militares espe
cializados en bacteriología. La corta expedición estaba al mando del
comandante médico Walter Reed, de 49 años, discípulo nada menos
que de Roberto Koch, y la completaban los doctores james Carroll de
46 años y Jesse Lazear de 35, En el año 1900 estaban en La Habana,
donde se les sumó un médico cubano, el doctor Arístides Agramonte, a
cuyo cargo correrían los estudios anatomopatológicos. Este profesional
de 32 años ya había padecido la fiebre amarilla y en consecuencia se
encontraba inmunizado contra la enfermedad. Al parecer nadie pensó
en Carlos Finlay que, cerca ya de los setenta años, era un anciano poco
menos que radiado de servicio por las autoridades médicas, aunque se
guía tan dispuesto como siempre a entregar todo cuanto investigara en
largos años de estudio.
Como era de esperar, la comisión médica empezó mal. Desenfun
daron microscopios y se pusieron a buscar un bacilo de la fiebre amarilla.
En vano Finlay les informaba que buscaban en balde y que perdían el
tiempo. Todas las investigaciones sobre el vómito negro iniciadas por
ese camino habían llevado al error o a callejones sin salida. Tuvo razón.
La comisión se perdió en observaciones que no llevaban a ninguna parte
y pronto fue evidente que el más rotundo fracaso coronaría la labor de los
cuatro médicos.
Aplastado por los resultados negativos, Walter Reed se decidió
entonces a escuchar a Carlos Finlay. Perdido por perdido, nada costaba
probar. Entonces llegó el momento del "loco de los mosquitos” Puso
a disposición de Reed cuanto sabía y todo lo que dedujera sobre la fiebre
amarilla. Con esos antecedentes en mano, el investigador norteamerica
no se puso vigorosamente en marcha* Walter Reed repitió uno por uno
los experimentos de Finlay; ajustándolos a un rigor científico admirable,
desechando las posibilidades de error que pudiesen deslizarse en los
trabajos de su predecesor, llevándolos á una precisión fría, despersonali
zada, perfecta, y al cabo obtuvo los resultados esperados* Finlay quedó
justificado en todos los puntos. El aedes aegypti era el agente trasmisor
de la fiebre amarilla y el ciclo biológico de esta enfermedad era tal como
la presentara Carlos Finlay veinte años atrás*
Las experiencias de Walter Reed forman en sí mismas una aventu
ra apasionante y terrorífica* Usó en ellas toda la eficiencia germana que
aprendiera en los laboratorios de Roberto Koch y tal como lo enseñara
el exigente maestro no dejó puertas abiertas al error. Éste no es lugar
para dar una versión detallada de las m ism a s^ ; basta decir que son
un modelo de trabajo rigurosamente científico. Durante ellos, falleció
Jesse Lazear, picado accidentalmente por un mosquito suelto en la sala*
Observó en sí mismo los progresos de la fiebre amarilla y puntualmente
los fue anotando casi hasta el momento de sucumbir. Fue la última gran
víctima de un azote que durante siglos matara a un número incalculable
de hombres.
Walter Reed apenas sobrevivió a su triunfo. Falleció en 1902 a
consecuencia de una apendicitis, y tan sólo cuatro años después, en
1907, dejó de existir James Carroll, que durante las experiencias se
dejara picar adrede por un aedes, enfermara de fiebre amarilla y sobre
viviera. De esa manera desaparecieron con escaso intervalo los tres
componentes norteamericanos de la comisión médica. Más suerte cupo
al médico cubano Agramonte, que vivió hasta 1931, pero lo que ocurrió
en el intervalo deslució en buena parte el brillo maravilloso de aquel
gran triunfo de la ciencia al dominar totalmente un mal de la enverga
dura de la fiebre amarilla.
“La mortalidad por esta causa, que había sido de 2,35 por 10 .0 0 0 habitantes
en Cuba, en el año 1900, bajó a 0,21 en 1901; a 0,0 0 5 en 1902; a 0 en 1903, 1904
y en adelante.
“Pocos años después, la enfermedad había desaparecido de Panamá y del
Brasil...".
E N T R E E L 2 7 DE E N E R O Y E L 3 I DE MAYO D E I 87I
M ES D E EN ERO
D ía 2 7 3 D ía 30 1
D ía 2 8 0 D ía 31. 1
D ía 2 9 1
Total 6
M ES DE FEBRERO
D ía 2 4 D ía 16 8
D ía 3 2 D ía 17 16
D ía 4 3 D ía i x 13
D ía 5 1 D ía 19 9
D ía 6 4 D ía 20 12
D ía 7 2 D ía 21 12
D ía 8 3 D ía 22 11
D ía 9 6 D ía 23 20
D ía lO 7 D ía 24 24
D ía 11 7 D ía 25 30
D ía 12 7 D ía 26 27
D ía 13 9 D ía 27 29
D ía 1 4 8 D ía 28 31
D ía 15 13
T otal 318
M ES DE M ARZO
D ia l 44 D ía 16 193
D ía 2 40 D ía 17 .195
D ía 3 38 D ía 18 204
D ía 4 44 D ía 19 1 50
D ía 5 47 D ía 2 0 165
D ía 6 102 D ía 21 1 52
D ía 7 112 D ía 22 160
D ía 8 112 D ía 23 150
D ía 9 12£ D ía 2 4 170
D ía 10 128 D ía 25 219
D ía 11 139 D ía 26 231
D ía 12 137 D ía 27 310
D ía 13 153 D ía 28 337
D ía 14 16 1 D ía 2 9 280
D ía 15 170 D ía 3 0 301
D ía 31 222
Total 4 .9 9 2
M E S D E A B R IL
D ía 1 258 D ía 16 249
D ía 2 318 D ía 17 228
D ía 3 345 D ía 18 203
D ía 4 400 D ía 19 171
D ía 5 314 D ía 20 153
D ía 6 324 D ía 21 105
D ía 7 380 D ía 22 129
D ía 8 430 D ía 23 89
D ía 9 5 01 D ía 2 4 95
D ía lO 503 D ía 25 104
D ía 12 427 D ía 27 153
D ía 13 293 D ía 28 161
D ía 14 276 D ía 29 116
D ía 15 263 D ía 30 85
Total 7 .5 6 4
M ES D E M AYO
D ía .1 117 D ía 16 13
D ía 2 71 D ía 17 17
D ía 3 66 D ía 18 21
D ía 4 47 D ía 19 .1 7
D ía 5 38 D ía 20 25
D ía 6 42 D ía 21 15
D ía 7 33 D ía 22 25
D ía 8 27 D ía 23 21
D ía 9 32 D ía 2 4 20
D ía 10 23 D ía 25 15
D ía 11 25 D ía 26 10
D ía 12 18 D ía 27 4
D ía 13 31 D ía 28 16
D ía 14 21 D ía 29 6
D ía 15 21 Din 3 0 6
D ía 31 2
Total 845
T O T A L H A ST A EL 31 D E M AYO
M es de enero 6 M es de abril 7 .5 6 4
M es de marzo 4 ,9 9 2
Toral 1 3 ,7 2 5
A P E N DI C E
DIARIO D E MARDOQ UEO NAVARRO
Enero 27. -Segú n las listas primitivas Febrero ó. -Prim er acto de comisiones
de la Municipalidad 4 de otras fiebres, parroquiales en la de Montsterrat. Mué-
ninguna de la amarilla, re el Dr. Bosch,
Enero 31» —La fiebre no es asunto aún. Febrero 8» -L a prensa diaria aumenta
Los municipales, ni palabra a su respecto sus denuncias. Propaganda contra los
en su sesión de boy que es de clausura. conventillos, los cuarteles y el Riachuelo.
Febrero 1. -Segú n las listas mueren dos Febrero 9. -M ueren 4 de fiebres, lla
de tifus icteroide. madas después "amarillas''. Los diarios
dicen ‘ya declinan”.
Febrero 3. -L a municipalidad por boca
de ganso dice: Son casos de fiebre icte- Febrero 11. -"N o hay tal fiebre” (Garvi-
roide. Primeras circulares de medidas so). Las aguas del Riachuelo en ler man a
precaucionaos. Revy, que las examina.
[1 j El editor quiere expresar su agradecimiento al doctor Federico Pérgola, que hizo posible la
publicación de este valioso docum ento, prácticam ente inhallable en las bibliotecas porteñas,
Febrero 14. -D ecreto paliativo contra Febrero 2 6 . - E L Consejo dicta medidas
los saladeros. "La República” dice ../'de que no se observan. "La República” pre-
bemos resignarnos a soportar cuanto vio examen, denuncia al Riachuelo, los
venga". "Aereación y agua pura” (Albare- Corrales, etc.
Ilos). “Aguas pútridas son salubres”
(M irlo Blanco). "La República” pide Febrero 27. - Chacarita. El Gobierno ges
creación de coinisiones activas y enérgi tiona la apertura de este cementerio. Las
cas; clama la inercia de las autoridades. cifras hablan y el pánico se pronuncia.
Febrero 18, - “La cosa no merece tanta M arzo 1. -Proyecto Irigoyen. Multi-
bulla” (Golfaríni), Se levanta la incomu plícanse las denuncias de los focos, El
nicación con el foco de infección. Las Obispo dispensa el ayuno al que dé
miasmáticas de Cervetto. plata. La fiebre en La Boca.
M arzo 11. -"L a República" pide mee- Marzo 22. -L a muerte. El espanto. La
ting. "La Nación” grita: Revolución. El soledad. Los salteadores. 300 toneladas
Dr. French murió el 10. El clero hace de basura diaria.
rogativas y la peste, víctimas.
Marzo 25. ~La mostaza a 60 pesos. Los
M arzo 13. ¡Gran meeting del pueblo! El conventillos de Esnaola... ¿Cuánto cris
Gobierno proclama el orden. Todos hu tiano muerto sin confesión?
yen menos íos focos vivientes.
Marzo 2 6. -M uere Roque Pérez. C ó
M arzo 15. - ‘'La Nación” aconseja las lera un caso. Ciérrense ios puertos para
comisiones de manzana. La Comisión buques del Paraguay. El pavor crece y
inicia bienn sus trabajos. Las autoridades vence el deber. Despoblación.
tienen celos. Pasaje gratis,
M arzo 27. -N ace ei Boletín de la Epi
M arzo 16. —La palabra de la comisión al demia. Conjuros eclesiásticos contra la
pueblo. Suscripciones. Acción popular. fiebre. Despensarías de la Popular,
Acción gubernativa. Un vivo, tomado
por muerto, se sale del cajón. M arzo 29. -M uere el Dr. Gascón. Se
entierran vivos. Muere un 70 %de enfer-
Marzo 18. -L o s abogados piden huelga. mos sin asistencia. La C. de San Nicolás
La Comisión hace el bien y obliga a todos clama, la municipalidad no oye.
a hacerlo, por emulación. La envidia gru
ñe; el pueblo respira. M arzo 30, -Alojamientos listos. La ca
ridad explotada por ladrones disfrazados
de pobres. Un millonario vende su boleto
de abono y pide otro gratis.
Marzo 31* -Prohíbense funciones de Abril 1 2 . - E l Consejo aconseja el 8 (a los
iglesia. "LA República' pide fogatas. 75 días) un tratamiento y la fuga. Asesi
Surge la idea de suspender términos co natos. Salteos.
merciales.
Abril 13* -C o rtejo de la epidemia: C rí
Abril 2. -L a Comisión pide el incendio menes, vicios, negocios, conexiones “sui
de los conventillos. 72 muertos en uno, generis” denuncia la prensa. La oficina de
La epidemia desocupa los conventillos, telégrafos huye a Flores.
que respeta la autoridad.
A bril 14. - Gobierno provincial en su
Abril 3. -3 5 0 sepultureros respetados puesto. El Dr. Ríva murió el 10. La
por la fiebre. Surge la idea de desocupar Suprema Corte, en receso. Robos, P o
la ciudad. Muere el Dr. Lucena. Herma blación flotante en las islas. La policía
nas de Caridad, ¡Santas mujeres..,! se refuerza.
A bril 4 . ~La Comisión aumenta los Abril 15» —A la Chacarita desde el 14.
médicos. Muere Pietranera. En los con Muere el Dr. Señorans. Ladrones con
ventillos mueren los vivos, esperando carros. Numerosos huérfanos.
heredar o robar a los muertos.
Abril 16. -Y a declina. La explotación de
A bril 5- —Ciérrame las oficinas nacio la Caridad. Robos. Mueren sin asistencia
nales, La Comisión organiza su cuerpo por falta de carruajes. Regresan algunas
médico. familias.
A bril 7, - E l Cementerio del Sud rebosa. Ábrii 18. —Murió el Dr, Argerich,
Entierros por abreviatura. Suscripciones
de la campaña. Todos amarillos: de fie A bril 2 4 . Muere el Dr. Caupolicán M o
bre los muertos, de miedo los vivos. lina y el Dr. Amoedo. Comisión Popular:
su manifiesto. Brasil*, noticias tocantes
Abril 9. -L o s negocios cerrados. Calles de su actitud generosa.
desiertas. Faltan médicos. Muertos sin
asistencia. Huye el que puede. Heroísmo A bril 25. —Montevideo: Resolución de
de la Comisión Popular. la Comisión Popular a su respecto. Cha
carita: su habilitación cuesta 3,000.000.
A bril 1 0 , - 5 6 3 defunciones. Terror. Las erogaciones crecen,
Feria. Fuga.
Abril 2 6 . -G astos del Gobierno en la
Abril 11* -R eina el espanto. epidemia hasta el 24: 5.965-831 pesos.
Las familias regresan. La fiebre aumenta.
Abril 27. —Sacerdotes: 49 muertos hasta Mayo 2 8 . -Llegan socorros de Chile y
la fecha. noticias de otros más. Muere el diario
“La Marcha de la Epidemia”.
Abril 2 8 . —Comisión Popular: su acción
es normal, extensa, eficaz: Aconseja al Mayo 31. “ Suspéndense los boletos de
pueblo no volver a la ciudad aún. El Con pasajes gratis. El 30 había enfermos: 66.
sejo apoya. Casos nuevos, 8. San Nicolás: Abrese el
puerto. Frías Garrido: Reformas higié
A bril 30» - E l Standard mata de un nicas. Calumnia ruin contra la caridad
soplo a 2 6 .2 0 0 personas. bien probada del pueblo chileno.
Mayo 6 . -Anchorena eroga 500 $ mone Junio 2. -Enferm os 66; casos nuevos 7.
da corriente. Municipalidad: Sus gastos en la epide
mia 5.645.665 $. Junta popular, resuelve
Mayo 7. —8.300 personas reciben aloja cerrar su época. "La República” pide el
miento gratis del Gobierno. Más socorros cese de las cuarentenas. "La Nación” so
en Montevideo, La población crece por bre plazo de junio y julio. Rosario: Abrese
horas. el puerto.
Mayo 10. -Llegan socorros de Tucumán. Junio 19, -Enferm os 51; casos nuevos 4.
Se reduce a 6 el número de médicos de la Fallecidos sin herederos: 177 propieta
Comisión, El comercio entra en actividad. rios de casas, depósitos, etcétera.
LAUS DEO.