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Algunas ideas sobre la política y lo político.

Jaime Cordero C.

Para poder hablar sobre cómo interactúan el deporte y la política, primero tenemos
que asimilar algunos conceptos (básicos) sobre política.

La política es tan antigua como la humanidad. Desde el primer momento en que el ser
humano se organizó en grupos, surgió la necesidad de asignar responsabilidades y
roles a las personas. Y se generaron relaciones jerárquicas entre ellas. Eventualmente,
se establecieron liderazgos sobre la base de ciertas fuentes de autoridad, como
podrían ser el conocimiento, la experiencia, la fuerza bruta o una supuesta capacidad
para relacionarse con lo sobrenatural, entre otras.

Siendo como es, un concepto antiguo, la política y los asuntos políticos han sido
extensamente analizados y ‘filosofados’. Existen, entonces, numerosas definiciones de
“política” y de “lo político”. No obstante, en este curso nos manejaremos con una
definición relativamente sencilla, del sociólogo alemán Max Weber (1864-1920), que
entiende la política como el conjunto de esfuerzos para participar en el poder, o
influir en la distribución del mismo.

La política, en la concepción weberiana, es esencialmente lucha, pugna. Quien hace


política aspira al poder. Ya sea obtener una cuota de poder (transferencia,
adquisición), conservar el poder que ya tiene, o participar en el reparto del poder.
¿Con qué objetivo? Esa es otra historia. Las personas pueden ambicionar el poder con
fines ideales (‘hacer el bien’) o egoístas (por ejemplo, el enriquecimiento personal, o
simplemente la satisfacción del propio ego). Pero ese no es un tema sobre el que
vayamos a profundizar en este curso.

Más bien, si la política es la lucha por el poder, nos interesa comprender qué es el
poder. Y sobre esto, desde luego, también hay abundante literatura.

Una definición útil para nosotros es la que plantea el sociólogo español Manuel
Castells en su libro Comunicación y poder: el poder es la capacidad relacional que
permite a un actor social influir de manera asimétrica en las decisiones de otros
actores sociales.

Respecto a esta definición, es importante resaltar algunas cosas:

- “Capacidad relacional”: el poder no existe en el vacío, existe como parte de las


relaciones entre los actores sociales (personas o colectivos). Existe en la medida
en que los actores sociales se relacionan entre ellos.
- “Influir de manera asimétrica”: todos los actores sociales con poder se
relacionan y tratan de influir en las decisiones de otros. Sin embargo, algunos
(aquellos que tienen más poder) pueden ejercer más influencia, eventualmente
llevar a los demás actores sociales a actuar en línea con sus intereses.
Para ponerlo en términos simples: un actor social demuestra su poder en la medida en
que puede conseguir que otros actores actúen como ese actor poderoso quiere.
Incluso, cuando esa actuación va contra la voluntad o contra la conveniencia de esos
actores.

El poder, como ya hemos mencionado, puede emanar de diversas fuentes. Por


ejemplo, los líderes religiosos (el Papa, los obispos, los pastores evangélicos, los
imanes, los rabinos, etc.) tienen poder, pues ejercen influencia sobre los fieles de sus
respectivas religiones o cultas en la medida en que estos les reconocen una conexión
‘especial’ con lo divino. En cambio, el cabecilla de una organización criminal (p. ej. un
cartel de la droga) sustentar su poder en su capacidad de ejercer la violencia contra
quienes no accedan a sus deseos. De manera análoga, otros actores sociales pueden
sustentar su poder en el carisma, la capacidad económica y, por supuesto, la ley.

El poder se convierte en dominación cuando se forman estructuras de control estables


y durables que permiten ejercerlo. El ejemplo por excelencia de esto es el estado: una
estructura compleja de organizaciones, instituciones y normas que regulan el ejercicio
del poder en un territorio determinado que goza de soberanía (hablaremos más del
Estado más adelante en el curso).

Poder no es lo mismo que autoridad, aunque en algunos contextos estos conceptos


pueden parecerse mucho. Podemos definir la autoridad como una forma de poder
institucionalizada de alguna manera. Por ejemplo: un policía o un juez gozan de
autoridad porque existe un marco legal que les confiere poder para hacer cosas. Fuera
de ese marco legal, son personas como cualquier otra. Y un organismo gubernamental
puede obligar a los ciudadanos a hacer cosas que de buena gana seguramente no
harían (como pagar impuestos) porque existe una base institucional y legal que le
otorga el poder para hacerlo.

¿Cómo se ejerce el poder?

Suele decirse que el poder que el poder no se acumula, se ejerce o se pierde.


Efectivamente, el poder no es un activo que se pueda cuantificar, ni mucho menos
atesorar como quien guarda sus ahorros en un banco. El poder no es absoluto: existe
(y se ejerce) en un espacio y un tiempo determinados. Y no olvidemos nunca que la
política es, en esencia, la pugna constante por el poder. Los distintos actores políticos
están constantemente maniobrando y actuando para incrementar su poder y reducir el
poder de sus adversarios.

Por ejemplo: el poder/autoridad de un alcalde distrital solo se puede ejercer en el


territorio de su distrito. Y se extingue en el preciso instante en el que concluye el
mandato del alcalde. De la misma forma, el poder de un presidente puede ser grande,
pero fuera del territorio del país que gobierna es mucho menor.

El poder se ejerce de diversas formas, en función a los instrumentos y bases de


legitimidad que tengan los actores sociales. En su libro El fin del poder, Moisés Naim
identifica cuatro ‘canales’ a través de los cuales el poder normalmente se ejerce:
1- La coacción: es quizás el más sencillo de entender. Consiste en recurrir a la
violencia o al castigo, o la amenaza de recurrir a ellos. Es el poder que puede
ejercer, por ejemplo, la policía para hacer cumplir la ley. También es el poder
que puede ejercer un extorsionador para lograr que las personas le paguen un
cupo.
2- La recompensa: Estriba en la posibilidad de retribuir (económicamente o de
cualquier otra manera). Se suele decir que ‘todas las personas tienen un
precio’. Al margen de si esto es cierto o no, podemos coincidir en señalar que la
posibilidad de una recompensa puede convencer a las personas de hacer cosas
que normalmente no harían. En gran medida, esta es la razón por la cual las
personas con mucho dinero son consideradas personas poderosas.
3- La persuasión: Es la herramienta del convencimiento. Un actor con mucho
carisma, gran capacidad argumentativa y ‘llegada a la gente’, puede convencer
a las personas de actuar en determinado sentido. Este es el terreno de la
comunicación: de la propaganda y la publicidad. También es la razón por la cual
los poderosos suelen estar pendientes y tratan de controlar al periodismo y en
general a los medios de comunicación.
4- El código moral: Alude a los sistemas de creencias y valores de una sociedad.
Quien represente esos valores tiene poder y lo puede ejercer sobre quienes se
adhieran a esos sistemas de creencias. El ejemplo más claro, quizás, es la
religión. Los sacerdotes pueden influir en sus fieles en la medida que estos ven
en sus líderes religiosos a los guardianes e intérpretes de sus creencias. Pero el
código moral también es el canal por el cual los padres de familia muchas veces
ejercen el poder sobre sus hijos: siempre que convengamos que el respeto a los
padres es un valor instalado en la sociedad (lo cual no descarta que dentro de
casa se puede recurrir a otros canales, como la recompensa, la persuasión o
incluso la coacción o la violencia física). De manera análoga, muchas
organizaciones criminales y mafias se organizan a través de códigos morales
que privilegian y premian valores como el silencio o la lealtad.

El uso de estos canales no es excluyente. De hecho, normalmente el poder se ejerce


usando varios de estos canales en simultáneo. Un actor social que solamente puede
recurrir a uno de los canales para ejercer su poder normalmente es un actor débil y
corre mucho riesgo de ser desplazado.

Por ejemplo, un gobierno que solamente cuenta con la persuasión para convencer a
sus ciudadanos de actuar en determinado sentido, difícilmente logrará sus objetivos,
pues puede darse por descontado que mucha gente hará caso omiso a sus mensajes o
no se dejará convencer. De manera similar, un gobierno que solo puede apoyarse en la
violencia puede verse rápidamente desbordado por el descontento popular. Muy
probablemente termine convertido en un régimen represivo y dictatorial, y
eventualmente será desplazado.

Política y políticas (politics vs. policy)


A lo largo de este curso hablaremos mucho de política, pero también de políticas. En
castellano, ambas ideas se expresan con una misma palabra, lo cual puede llevar a
confusión. Por ‘política’ entendemos lo que ya hemos abordado: la pugna por el poder.
En inglés, a esto se le llama politics. En cambio, cuando hablamos de ‘políticas’ (en
inglés, policy) nos referimos a un conjunto de medidas o acciones que adopta un actor
político con poder, con la finalidad de lograr un objetivo.

Lo más común es hablar de ‘políticas públicas’: acciones y medidas que se adoptan


desde el sector público (léase, el Estado) con la finalidad de lograr objetivos que
impacten en la sociedad. El Estado suele expresar estas políticas en normas (leyes,
decretos, directivas, resoluciones…) e implementarlas a través de los organismos que
lo componen.

Por ejemplo: el Estado se puede trazar como objetivo eliminar el analfabetismo. Para
ello, diseña una política pública que contiene lineamientos, asigna recursos y establece
una serie de medidas. De la misma manera, los estados pueden desarrollar e
implementar políticas públicas para diversos fines: asegurar la vacunación universal de
la población, combatir la violencia de género, reducir la delincuencia, estimular el
consumo privado, reducir la evasión tributaria, y un largo etcétera.

A lo largo de este curso seguramente hablaremos más de una vez de ‘políticas


deportivas’, un término que generalmente alude a las medidas que un Estado adopta
para promover el deporte (aunque primero deberíamos preguntarnos cuál es el
objetivo que quiere lograrse con esta promoción). No obstante, es muy probable que
hablemos con más frecuencia de otro tipo de políticas: la política exterior, por
ejemplo. En ese caso, lo que nos interesará mirar con detalle es que papel puede jugar
el deporte como un instrumento más dentro de un juego político de mayor
envergadura, con objetivos más ambiciosos.

Por ejemplo: ¿Qué objetivo persiguen países como Brasil, Rusia o Qatar, al invertir
miles de millones de dólares para organizar la fase final de un Mundial de Fútbol? ¿Se
trata únicamente de ‘promover el deporte’ o hay otros intereses detrás?

De manera similar: ¿Qué objetivo puede tener un estado cuando dispone boicotear las
competencias deportivas que organizan otros estados?

Muchas veces el deporte es utilizado por los políticos para diversos fines. Algunos son
fines políticos de corto plazo: como una herramienta más en la permanente pugna por
el poder en la que están envueltos. Pero también encontraremos casos en los que el
deporte forma parte de políticas públicas de largo aliento, con diversos fines.
Finalmente, encontremos muchas situaciones en las que actores paraestatales (es
decir, que no forman parte del estado o del gobierno) se sirven del deporte para
impulsar cambios sociales (a esto se le suele llamar ‘activismo’) y, utilizando la
visibilidad que otorga el deporte, participar también en la pugna por el poder.

***
Semana 2.
El deporte moderno y su naturaleza

Aunque existen varias definiciones, normalmente cuando hablamos de deporte nos


referimos a una actividad que involucra lo siguiente:

a) Esfuerzo físico.
b) Competencia.
c) Reglas claramente establecidas.

Podríamos decir que estos tres elementos constituyen una base mínima del concepto
del deporte, y lo diferencian del simple ‘juego’. Aunque incluso aquí hay espacio para
cierta controversia. Hay quienes discuten que actividades como el ajedrez o el billar,
que en principio no parecen tan demandantes en términos físicos, sean reconocidas
como deportes. ¿Lo son? ¿Y que hay del póker, que en los últimos años ha cobrado
relevancia en los medios? ¿Y de los e-sports?

Recientemente se celebró el primer ‘Mundial’ de ‘Globo’ 1: un juego que consiste en


que dos competidores intentan a toda costa mantener en el aire un globo inflado con
aire en medio de un entorno de objetos domésticos que asemeja el interior de una
casa. Los contendores tienen que alternarse en tocar el globo, impidiendo que toque el
piso y a la vez tratando de hacerle difícil a su rival hacer lo mismo. ¿Califica el ‘Globo’
como un deporte?

Similares dudas surgen si retrocedemos en el tiempo y miramos la historia de eso que


ahora conocemos como deporte. Los antecedentes, es bien conocido, se remontan a
las primeras grandes civilizaciones del mundo. Tanto en el Viejo mundo (Egipto, Medio
oriente, Grecia, Roma) como en el Nuevo mundo se pueden encontrar registros de
actividades que se asemejan mucho al deporte. Varias culturas antiguas practicaron
juegos con pelota que –algunos dicen– serían los primeros antecedentes de ese
fenómeno de masas que llamamos fútbol. Sabemos perfectamente, también, que en la
Grecia clásica se llevaron a cabo los Juegos Olímpicos, que consistían en pruebas
atléticas y de lucha, y sabemos que esos megaeventos deportivos que actualmente
celebramos cada cuatro años en diferentes ciudades del mundo llevan el mismo
nombre en honor y homenaje a las reuniones deportivas que los antiguos griegos
celebraban en la ciudad de Olimpia, en homenaje a sus dioses. No obstante, cabe
preguntarse si esas actividades físicas de la antigüedad son totalmente homologables
con los deportes que practicamos en la actualidad.

Las cosas se complican un poco más si nos preguntamos acerca de los propósitos:
¿Qué se quiere conseguir con la práctica del ‘deporte’? ¿Cuál es el objetivo? ¿La
‘esencia’ del deporte es indiferente al propósito que se pretenda conseguir con él?
¿Alguna vez nos hemos preguntado para qué hacemos deporte (si es que lo hacemos)?

Algunas posibles respuestas:


1
https://www.youtube.com/watch?v=NCJzfyvCiLE
a) Para rendir homenaje a una divinidad.
b) Para celebrar algún festividad o efeméride importante, o recordar algún hito de
nuestra historia.
c) Para demostrar que somos mejores que nuestros adversarios.
d) Para mejorar nuestra salud y nuestra condición física.
e) Para ‘sentirnos mejor’, cuidar nuestra salud mental.
f) Para tener algo que hacer en nuestros ratos de ocio.
g) Para inculcarnos valores que consideramos ‘positivos’ (por ejemplo, el ‘fair
play’ o ‘saber perder’).
h) Para ganar dinero.
i) Para obtener prestigio.
j) Para hacer amigos.

Las respuestas nos dan una idea de cómo ha evolucionado el concepto de deporte. Por
ejemplo, muchas de las expresiones primigenias del deporte eran rituales en honor a
alguna divinidad, es decir, eran asuntos religiosos. Y durante mucho tiempo se
consideró que el deporte debía ser exclusivamente amateur, con lo que se consideraba
prohibido el profesionalismo (algo que empezó a cambiar a mediados del siglo XX).
Pensar en el deporte como una forma mejorar nuestra condición física es algo que
siempre ha estado presente, pero con matices: antes se pensaba en ello en función a la
necesidad de tener mano de obra apta para trabajar en las industrias y para ser
reclutada en los ejércitos. Actualmente el enfoque está más centrado en la salud
pública y en el mindfullness (sentirnos mejor con nosotros mismos, más ‘plenos’).

Esta reflexión nos lleva a una primera conclusión relevante: el deporte no se desarrolla
al margen del contexto social, cultural e histórico. Todo lo contrario, es una expresión
más dentro de ese contexto, y sus dinámicas reflejan las dinámicas de las sociedades
en las que se desarrolla.

Lo que en la actualidad conocemos como deporte –lo llamaremos ‘deporte moderno’,


para diferenciarlo mejor de las expresiones que lo anteceden– es una forma de cultura
física que surgió a inicios del siglo XIX en las islas británicas, en un contexto social e
histórico específico: industrialización avanzada, creciente urbanización, mejoras en la
infraestructura de transporte y el nacimiento de los medios de comunicación masivos.

Las industrias demandaban mano de obra: hombres (sobre todo) en buena condición
física para trabajar en ellas. En torno a ellas se desarrollaron nuevos centros urbanos
que crecieron rápidamente. Mucha gente dejó el campo para buscar trabajo en las
ciudades. Con el trabajo fabril apareció y se fue consolidando la idea de tener horarios,
tiempo para trabajar, pero también para descansar, y así nació un nuevo concepto: el
ocio. La gente, además de trabajo, también requería actividades para sus llenar el
tiempo que no dedicaba a trabajar. El deporte podía ocupar ese espacio, y pronto se
constató que podría ofrecer otros beneficios.

Es en este contexto que se produce el momento fundacional de los deportes


modernos: la codificación, primero, y casi inmediatamente la burocratización. Los
juegos ya existían, pero se practicaban de distintas formas. Cada colegio, asociación o
grupo de amigos tenía sus propias reglas y las administraba de manera autónoma. Para
que el deporte se masifique era necesario estandarizar las reglas de cada disciplina, de
modo que todos las practiquen de la misma manera. Solo así es concebible la
realización de competencias. Nacieron así, luego de un periodo de discusión,
generación de consensos y uno que otro cisma –el football por un lado, el rugby por
otro…– los primeros reglamentos. Y con ellos, el cuerpo de autoridades que se
encargaría de velar por el cumplimiento de esas reglas, que aprobaría cualquier
modificación de las mismas y, un poco después, se encargarían de organizar las
competiciones y administrar todo lo que se genera en torno a ellas.

Así, el deporte moderno adquirió características particulares, que lo diferenciaron


claramente de otras formas de cultura física. Una tipología comúnmente aceptada es
la de Allen Guttmann, que identifica siete rasgos distintivos:

1) El deporte moderno es secular. Es decir, está desvinculado de los cultos


religiosos.
2) Igualdad. Las reglas se instituyen con la finalidad de que todos los
contendientes se rijan por ellas, las respeten y por lo tanto, sean iguales. “En la
cancha son 11 contra 11”, se suele decir. “Que gane el mejor”, es otro tópico
que resume esta característica. De esa igualdad, nace un orden meritocrático.
3) Burocratización. El deporte moderno da pie a que se formen organismos que
establecen las reglas y las administran. Luego, estos organismos también se
encargarán de organizar las competiciones.
4) Especialización. El desarrollo de los deportes modernos exige creciente
diferenciación. Cada disciplina tiene sus propias reglas y prácticas. Y, por otro
lado, también surgen especialidades entre quienes practican cada deporte:
posiciones en el campo de juego, posiciones en el comando técnico, roles de
apoyo, dirigenciales, etc.
5) Racionalización. Los deportes modernos están sujetos a organizaciones y
regulaciones estrictamente racionales. Esta racionalidad está, sobre todo,
orientada al respeto de los reglamentos y el principio de igualdad entre los
competidores. Pero también hay una racionalidad orientada a la obtención de
beneficios económicos que es cada vez más fuerte. El deporte es negocio, hoy
más que ayer, pero menos que mañana.
6) Cuantificación. Todo lo que puede ser medido o cuantificado en el deporte, se
cuantifica. Con estos números se elaboran tablas de posiciones, rankings, se
establecen marcas y récords. Esto también es parte de la racionalización (por
eso siempre gana el que anota más goles, criterio cuantificable, no el que
“juega mejor”) y está profundamente arraigado en la esencia del deporte
moderno.
7) Obsesión por los récords. La racionalidad de los números deriva en la
búsqueda de superar lo ya registrado. Batir récords es intrínseco al deporte
moderno.

Todo esto, como ya hemos mencionado, se empezó a desarrollar a mediados del siglo
XIX. Eran tiempos de creciente preocupación por la cultura física en general. En su libro
Globalizing Sport, la historiadora Barbara Keys señala que esta preocupación estaba
enmarcada por otras mayores, justamente derivadas de la industrialización,
urbanización y modernización de las sociedades. Muchos pensadores de la época
temían que las condiciones de la ‘vida moderna’ que estaban empezando a surgir
podían llevar a la degeneración y declive de la humanidad. Se creía que el trabajo
repetitivo y mayormente soso de las fábricas debilitaría a las personas, tanto en lo
físico como en lo moral. Esas personas, se temía, podían caer en vicios considerados
indeseables, como el alcohol, el sexo, la masturbación o las apuestas. Con estas
personas ‘degeneradas’, física y moralmente deprimidas, difícilmente se podría
mantener la productividad industrial, mucho menos conformar un ejército poderoso.
Todo esto sintonizaba bien con los principios básicos del Darwinismo social, que
entiende la historia como una lucha entre razas y naciones, con la sobrevivencia del
más apto como argumento central. Bajo esta óptica, la fuerza y la debilidad en
términos físicos de una población se convertían en indicadores clave. En última
instancia, el futuro de la patria y la nación estaban en juego.

Todos estos temores encontraron eco en la doctrina del higienismo, que ponía la salud
y el bienestar de las personas en un lugar central de las prioridades de la sociedad. El
ejercicio físico, efectivamente, podía ser parte de los esfuerzos por mejorar la salud de
las poblaciones de las ciudades hacinadas y tugurizadas que produjo la acelerada
industrialización. La extendida idea de que “deporte es salud” nace en esas épocas.

Paulatinamente, la ‘cultura física’ (hacer ejercicio, a fin de cuentas), se convirtió en un


asunto de prioridad para los estados. Así se empezó a promover la práctica en diversos
espacios, entre ellos la escuela, que jugaría un papel determinante, como iremos
descubriendo a lo largo del curso.

***
Semana 3
El deporte moderno se hace global

El siglo XIX fue la época de la codificación, es decir, del nacimiento del deporte
moderno.

El siglo XX es la época de la internacionalización y globalización: a lo largo de estos


años el deporte moderno pasa de ser un pasatiempo como cualquier otro a un
auténtico fenómeno de masas, que se expande y gana adeptos progresivamente en
todo el mundo, hasta convertirse en una fuerza global, lo que es hoy.

Una sencilla evidencia de la creciente importancia del deporte en el mundo es el


nacimiento del movimiento olímpico, impulsado por el francés Pierre de Coubertin.
Esta iniciativa se materializó en la celebración de los primeros Juegos Olímpicos, en
1896. A partir de entonces, los JJOO se realizarían cada cuatro años, con pocas
interrupciones provocadas por las guerras mundiales y –más recientemente– con una
postergación de un año debido a la pandemia de la covid-19. Más allá de esos pocos
baches, la celebración de las olimpiadas –y todo el ciclo olímpico que suponen– se
convirtió en una regularidad dentro del calendario mundial.

Un par de datos llamativos: el principal impulsor de las olimpiadas fue un francés. Y el


primer lugar donde se celebraron fue Grecia. Ya para entonces el deporte moderno –
made in England– ya había ‘cruzado el charco’; ya estaba en plena expansión, no
solamente en Europa continental, también en América y en ciertas regiones del resto
del mundo. Y no es casualidad, desde luego, que el mapa de dicha expansión coincida
en buena medida con el mapa de los intereses comerciales y coloniales del imperio
británico. El deporte también viajaba en los barcos y en los equipajes.

El deporte moderno se impone

Es importante anotar que parte del proceso de inicial de internacionalización del


deporte moderno fue su victoria por encima de otras formas de cultura física que se
desarrollaron y alcanzaron cierta popularidad, también impulsadas por las
preocupaciones derivadas de la industrialización, la modernización y los reclamos
higienistas. Algunas de esas expresiones eran la gimnasia sueca (sistema Ling), el
Turnen alemán y el deporte obrero soviético.

Todas estas expresiones buscaban más o menos lo mismo: fortalecer la moral y el


sentimiento patriótico a través del ejercicio físico. En algunos casos (Francia,
Alemania), su popularización fue consecuencia de procesos de ‘reconstrucción
nacional’ luego de derrotas militares. La necesidad de ‘fortalecer’ a la patria, tener
soldados aptos y ciudadanos con elevados estándares morales vio en la promoción del
ejercicio un camino hacia la deseada recuperación del poderío y la autoestima
nacionales.
Sin embargo, estas actividades se diferenciaban del deporte moderno en muchos
aspectos. En general eran actividades no competitivas, que valoraban más el esfuerzo
grupal que los logros individuales y no contemplaban mayormente la cuantificación de
los logros. El arribo del deporte moderno, con sus características que lo hacían muy
atractivo para las masas (no hay que perder de vista el papel importantísimo que
jugaron en esto los medios de comunicación: con la popularización del deporte nace
también la prensa deportiva), hizo que las otras expresiones de la cultura física que se
desarrollaban en Europa pierdan interés de manera paulatina.

Y así, con el arrastre popular y el convencimiento generalizado de que era una


actividad que daba muchos beneficios en términos sociales, llegó la apropiación
política del deporte. Ya en las primeras décadas del siglo XX el deporte (en su versión
‘moderna’, de origen británico) se había establecido como una práctica esencial para
los estados modernos. Dicho de otra forma: los políticos y los gobiernos cayeron en la
cuenta de que el deporte podía ser una interesante herramienta en su constante lucha
por el poder, tanto en el ámbito internacional como en la gestión de los asuntos
domésticos.

Actualmente, es bien sabido que organismos deportivos internacionales como el


Comité Olímpico Internacional (COI) y la Federación Internacional de Fútbol Asociado
(FIFA) tienen más países afiliados que otros organismos internacionales que se abocan
a objetivos más ‘serios’ e ‘importantes’, como la Organización de Naciones Unidas
(ONU). Hay varias razones que explican esta realidad, pero acá solo incidiremos en
una: tener presencia en el ámbito deportivo se ha convertido en una forma de decir
‘presente’ en el ámbito internacional.

El deporte como una forma de decir ‘presente’

Sudán del Sur es uno de los países más jóvenes del mundo. Nació en 2011. ¿Qué
hicieron los sudaneses del sur inmediatamente después de obtener su
independencia? Organizaron un partido de fútbol para hacer debutar a su selección.

Tener un seleccionado de fútbol, una camiseta, poder jugar contra otros equipos y
especialmente contra otras selecciones, es una marca de identidad nacional tan
importante como tener un himno nacional y una bandera. Es una manera de adquirir
legitimidad y hacerle saber al mundo que existes. Y es una forma, también, de
construir y fortalecer el sentimiento de pertenencia y lealtad a un colectivo, a esa
entidad abstracta que llamamos ‘nación’.

Los políticos y los gobiernos cayeron en la cuenta de esto pronto, y empezaron a


estimular la actividad deportiva ya no solo para mejorar la condición física de su gente;
también para hacer competir a sus mejores deportistas contra los representantes de
otros países. Para las grandes potencias, ganar, obtener trofeos y medallas se convirtió
en una medida de poderío nacional, una forma de demostrar superioridad sobre sus
pares. Para el resto de naciones (lo que en relaciones internacionales se suele llamar
‘potencias intermedias’ o ‘potencias menores’), ganar no es tan crucial, pero sí lo es
decir ‘aquí estamos’ y demostrar al menos cierta capacidad, competir con dignidad.
Por extensión, la organización de los grandes eventos deportivos se convirtió en otra
oportunidad de demostrar poderío, de hacerle saber al mundo –y especialmente a tus
antagonistas– que eres capaz de organizar algo grandioso y complejo. Los estadios se
convirtieron así en monumentos, más que simples lugares para la práctica del deporte.
No solo tienen que ser grandes, también tienen que ser bellos, fastuosos y
vanguardistas. Organizar unos juegos olímpicos, un mundial de fútbol o cualquier gran
reunión deportiva demanda muchos recursos económicos, ejecución, logística,
seguridad, capacidad organizativa, en resumidas cuentas. No cualquier país puede
enfrentar semejante reto.

La apoteosis de este enfoque se dio en Berlín 1936, los Juegos Olímpicos organizados
por la Alemania nazi. Pero todo lo que vino después responde a una lógica similar: los
megaeventos deportivos se convierten en una oportunidad de demostrar desarrollo,
de gritarle al mundo que eres capaz, ‘jugar en la liga de los grandes’, etc.

El deporte como otra forma de hacer la guerra

En resumidas cuentas, los estados abrazaron la cultura física (en general) como una
manera de ‘hacerse más fuertes’ y –entre otras cosas– prepararse para la guerra. Pero
paulatinamente se dieron cuenta de que sus deportistas eran también una suerte de
soldados, que podían ser enviados a enfrentarse con los deportistas de otros países
para dirimir así qué nación es superior. El deporte se convirtió en un sucedáneo
incruento de la guerra como una forma (entre varias) de reafirmar el poder nacional
en el ámbito de las relaciones internacionales.

Esta manera de concebir el deporte quedó claramente plasmada durante la Guerra


Fría, cuando Estados Unidos y sus aliados midieron fuerzas con el bloque comunista
liderado por la Unión Soviética. Ante la imposibilidad práctica de dirimir la superioridad
en una guerra abierta (pues esta hubiera terminado inevitablemente en la destrucción
mutua), ambos bloques se enfrentaron en diferentes escenarios menos cruentos. Uno
de ellos fue la competencia deportiva. La rivalidad entre los deportistas de ambos
bloques (el capitalismo democrático vs. el socialismo autoritario) marcó en gran
medida la historia de las competencias deportivas a partir de la década de 1950 hasta
la caída del muro de Berlín, en 1990.

Un apunte para nada menor en esta etapa de la historia es que, para entrar en esta
contienda, la URSS tuvo que aceptar (seguramente de mala gana) la superioridad del
deporte moderno, un producto originado en el occidente capitalista . De hecho, la
URSS se afilió al Comité Olímpico Internacional recién en 1951, y compitió por primera
vez en los JJOO en 1952. Antes de la segunda guerra mundial, los jerarcas soviéticos
apostaban por el deporte obrero, una interpretación del deporte más acorde con sus
posturas ideológicas.

El deporte ‘inglés’, con su intrínseca glorificación del individualismo, la competencia y


su entonces todavía naciente vena comercial, no podría estar más lejos del sueño
colectivista soviético (y además era un invento del enemigo capitalista y burgués). El
deporte obrero (o proletario) de los soviets pretendía ser todo lo contrario:
despreciaba los récords, reivindicaba el logro colectivo y renegaba de las ‘estrellas’
individuales. Era, por así decirlo, un deporte socialista. Pero el intento no funcionó, y
para la década de 1930 la Unión Soviética ya empezaba a abrazar los deportes
occidentales, y especialmente el fútbol2.

Esto es, desde luego, una evidencia de la inmensa capacidad que tiene el deporte
moderno de convertirse en un fenómeno popular, incluso arrollador. Pero tampoco se
puede dejar de señalar un propósito político. A fin de cuentas, la racionalidad del
deporte, su afán por cuantificarlo todo y su obsesión intrínseca por los récords son
elementos que lo convierten en un espacio donde se puede dirimir las superioridades
de manera ‘objetiva’.

Así, podría decirse que mediados de la década de 1930 la Unión Soviética ‘se rindió’
ante la superioridad del deporte ‘burgués’, pero también puede afirmarse que los
soviéticos aceptaron este deporte con el ánimo de superar a los burgueses en sus
propios juegos y en sus propias reglas. Y a eso se abocaron, con mucho esfuerzo y éxito
solo relativo, después de la Segunda Guerra Mundial.

La globalización del deporte

La confrontación ideológica entre el capitalismo democrático occidental y el socialismo


terminó, para todos los efectos prácticos, con la desaparición de la URSS a inicios de la
década de 1990. Empezó, entonces, una nueva etapa del proceso de globalización. Con
la caída de las barreras ideológicas y el triunfo del capitalismo en casi todo el mundo,
el deporte tuvo pista libre para seguir expandiéndose a un ritmo más acelerado, pero
ya no era el mismo deporte que se empezó a codificar en el siglo XIX y empezó a ganar
popularidad a inicios del siglo XX.

El deporte contemporáneo ya no es entretenimiento o pasatiempo sino sobre todo


producto, industria, negocio. La expansión del deporte, ya desde antes, pero
especialmente a partir de la década de 1990, respondió principalmente a
consideraciones comerciales, y en menor medida a intereses geopolíticos y
estratégicos. De la mano con la modernización de los medios de comunicación, el
deporte se expandió a todos los rincones del mundo con la consigna de crear y abrir
mercados, especialmente Asia. Es así como en los últimos años hemos empezado a ver
cambios en los horarios de muchos partidos de fútbol europeos (para hacerlos
coincidir con el prime time televisivo en lugares como China), solo por mencionar un
ejemplo.

El deporte contemporáneo, además, está hiperprofesionalizado. El amateurismo, que


era considerado una cualidad fundamental para los inventores del deporte, ya ha sido
casi totalmente abandonado. Los deportistas son profesionales, más que de sus
propias disciplinas, del entretenimiento. Como los actores, se deben a su público, pero

2
El fútbol ya se practicaba en la Rusia zarista, pero luego de la revolución de 1917 empezó a ser visto
con malos ojos por el nuevo stablishment e incluso perseguido y prohibido en ciertos lugares. Empezó a
ser ‘recuperado’ a mediados de la década de 1930 (Keys 2013: 160-166).
también a sus promotores, a sus auspiciadores, a los organizadores de las
competencias y, en general, a la gran industria que se ha desarrollado en torno a ellos.
Como demuestra de manera concluyente la organización del Mundial de Fútbol en
Qatar –solo por citar un ejemplo reciente–, las decisiones sobre cómo, cuándo y dónde
se lleva a cabo la competencia deportiva se toman siguiendo consideraciones que
están muy lejos del interés de los deportistas o, incluso, de los espectadores.

La racionalización orientada a la búsqueda del beneficio económico, una de las


características distintivas del deporte moderno que ya hemos repasado, ha llegado a
un punto tal que los nuevos deportes nacen como franquicias operadas por empresas,
ya no como un conjunto de reglas codificado por asociaciones que luego cualquiera
puede practicar libremente. Esto se puede apreciar claramente en los e-sports, pero
también las artes marciales mixtas (UFC) o el Crossfit encajan en esta categoría. Y los
grandes clubes de fútbol del mundo también son conscientes de las ventajas
económicas que puede traerles un modelo así. De allí, y de ningún otro lado, es que
surgió su iniciativa de retar a la FIFA y a la UEFA y proponer una Superliga que reúna a
los mejores equipos del mundo.

La evolución del deporte y su transformación en una industria multimillonaria es,


claramente, un rasgo determinante de esta época de globalización. No obstante, ello
no implica en absoluto que el deporte haya perdido sus vínculos con la política, o que
deje de tener un importante componente político. De hecho, los políticos se sirven del
deporte tanto o más que antes. Y también los deportistas se sirven de su posición para
hacer política, como veremos en numerosos ejemplos a lo largo de este curso.

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