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DEL
CENTRO DE HISTORIA
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FACHIKA
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COMISION EDITORA
Horacio Gárdenas
Aurelio Forrero Tamayo
J. J. \?illarnizar WLolina
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BOLE
DEL
d© Historia d®l TácHra
No. 21 - San Cristóbal, Abril - Diciembre de 1969 -• Segunda Epoca
I.
variada de jesuítas profesores de filosofía y teología en el
intento fundacional caraqueño. La hipótesis cabría formu
larla: qué ambiente de posibilidades culturales y de pro
yección atisbaron los jesuítas en Caracas para cerrarse en
una posición no propia de su modo ordinario de actuar?
¿Concibieron entonces la idea de crear un alto centro de
estudios al modo como habían hecho en Bogotá, Quito y
las principales ciudades del nuevo continente?
La historia caraqueña de la Compañía de Jesús se
inicia propiamente en el siglo XV1I1 (1) con una duración
aproximada de un cuarto de siglo y dividida en tres etapas:
i) Los intentos del Obispo Baños y Sotomayon
1704.
2) El ensayo fallido del P. Ignacio Ferrer (1736-
1746).
3) El arraigamiento definitivo ( 751-1767).
Esta estructuración de la historia local jesuítica en
la ciudad del Avila en modo alguno pretende ignorar ni
la labor sexquicentenaria del colegio de Mérida (2), ni
la tradición de una filosofía social iniciada en el Nuevo
Reyno por los PP. Funes y Alonso de Sandoval en tor-
no al negro (3), ni el germinar de las ideas cartesia
nas en tierras americanas gracias a su evangelista el P.
Denis Mesland que consagró 10 años de vida misionera
a la Guayana (4), ni mucho menos la influencia y atrac
ción ejercida por la Universidad Javeriana a selectos ve
nezolanos que pudieron coronar en ella sus estudios. (5).
El problema fundamental que enfrenta nuestro es
tudio radica en una actitud metodológica difícil: al histo
riar la presencia jesuítica en la Caracas colonial debemos
reflexionar sobre todo acerca de los hombres que inten
taron una empresa, para acercarnos a través de ellos a
los planteamientos auténticos que la Institución como tal
re
no pudo realizar. Nuestra posición debería sintetizarse
de la siguiente manera: Cuáles fueron las intenciones de
la Compañía de Jesús en la capital venezolana a juzgar
por los hombres que destacó en nuestra ciudad?
Caracas era el polo capitalino más abandonado en
la Provincia del Nuevo Reyno de Granada. Esta demar
cación jesuítica comprendía las actuales naciones de Co
lombia, Ecuador, Republica Dominicana y Venezuela. La
política fundacional de la Compañía se centraba en la
promoción de los estudios superiores en las diversas ca
pitales coloniales con el fin de integrarse en la nueva
cultura y sociedad americanas. De esta suerte conocie
ron pronto Bogotá y Quito la presencia y la influencia de
la Universidad Javeriana y de la Universidad de San Gre
gorio. Y en los albores del siglo XVIII la isla de Santo
Domingo entregaba a la Compañía de jesús la Universi
dad de Santiago de la Paz y de Gorjón.
Pero lo que podríamos señalar como la «intuición
caraqueña» se atisba ya en pleno siglo XVII. En 1650
escribía el P. Andrés de Solís desde Santo Domingo:
« .... y si quando lo ofrecieron en Truxillo y Caracas
se ubiera admitido, oy tuviera la provincia esos dos cole
gios en mui buen estado: quiza se deshizo entonces por
que lo guardaba Dios para ese tiempo. Caracas es tierra
rica, de temple fresco y regalada, y muy a propósito pa
ra fundar en ella estudios mayores, a que acudirán de toda
la provincia de Venezuela (....) También en dicho lu
gar de Caracas se puede fundar un Colegio Seminario,
porque es Iglesia rica y necesita mucho deste socorro». (6).
Mas fue en el siglo XVIII cuando la Provincia del
Nuevo Reyno inició su expansión hacia su área oriental,
como es Venezuela y la isla de Santo Domingo. En 1701
se instala la Universidad de Santiago de la Paz en la isla
(7) y para 1704 descubrimos idénticos propósitos acadé-
— 7—
micos en la correspondencia entre el obispo caraqueño
Baños y Sotomayor y el provincial neogranadino P. Pedro
Calderón (8).
Con todo, hemos topado con el mutismo más ab
soluto en lo que respecta a las fuentes jesuítas -tanto do
cumentales como bibliográficas en relación a este intento
de 1704. Sólo el singular y aventurero P. Miguel Alejo
Schabel nos ha dejado una nota interesante en su relación
histórica (9): «Por toda la Providencia de Venezuela donde
pasé era la voz del pueblo que su obispo esperaba a los
Padres de la Compañía en su residencia y diócesis ... y
muchos me vieron y consideraron como el Precursor y
enviado con anticipación a esa Provincia y al Ilustrísimo
y Reverendísimo Obispo ruyo, para tomar posesión del
colegio y de esas misiones en nombre de la Compañía».
Las escuetas noticias de que disponemos proce
den de dos Reales Cédulas: en la primera (17) de
junio de 1706) el Rey solicita del Deán y Cabildo Metro
politano las informaciones necesarias a fin de satisfacer los
deseos del Obispo para entregar el Seminario de Santa
Rosa de Lima a los Padres de la Compañía de Jesús (10).
Y en vista del silencio guardado por el Cabildo, el 24 de
febrero de 1715 volvía a insistir el monarca español en la
demanda de las mismas informaciones, dejando constancia
del beneplácito y deseo del Gobernador de la Provincia (11).
Desafortunadamente la muerte del Obispo de Baños
y Sotomayor, la lentitud de las tramitaciones burocráticas,
las demoras del Cabildo metropolitano y otras causas para
nosotros desconocidas motivaron el paulatino olvido de un
intento que hubiera significado el momento más propicio
para vincularse la Compañía de Jesús a la historia cultu
ral caraqueña.
Menos oscura y más compleja se nos presenta la
segunda etapa que abarca el decenio 1736-1746. Propia-
—8 —
mente las tramitaciones habían recomenzado en 1731
gracias a los inmejorables deseos del Gobernador Sebas
tián García de la Torre y a los servicios del Rector del
Colegio de Mérida, P. Francisco González.
García de la Torre comunicó el proyecto a los ca
bildos secular y eclesiástico en términos demasiado elogio
sos para los jesuítas «luego que se presentaren en esta
ciudad con las licencias necesarias para dicha fundación,
es a saber, la de su majestad que Dios guarde, y la del
R.P. Propósito General de la Compañía de Jesús> (13).
Pero conviene resaltar que para estas fechas Caracas
había sido revalorada dentro de las categorías de proyec
ción de la Compañía de Jesús. Paulatinamente se afirma un
deseo de desplazar cierto núcleo de actividades centraliza
das en Santafé hacia la ciudad venezolana; e incluso se le
llega a concebir como el polo de desarrollo de una gran área
que debiera favorecer las incipientes misiones del Orinoco,
consolidar las aspiraciones fundacionales de Maracaibo,
entablar mejores relaciones con la isla de Santo Domingo
y establecer una misión en las Islas del Caribe fundamen
talmente en Curazao (14).
Pero el General de los Jesuítas no participaba de
la euforia de las informaciones americanas, y así, en car
ta del 15 de septiembre de 1736 escribía al Provincial del
Nuevo Reyno: «La fundación de Caracas, aunque por lo
que hay para ella es muy buena y sería, mejor a efectuarse
lo que diseña el señor obispo de hacer en ella un gran co
legio para noviciado y estudios, ni eso lo veo muy asequible,
ni aun como presentemente se nos ofrece esta fundación
carece de dificultad el admitirla. No dudo que la ciudad
es opulenta y rica, bueno el temperamento y buena la do
tación de 40.000 pesos que están en poder del señor
obispo sobre dar nos iglesia y casa hecha; pero ni para
dar mi licencia tengo los informes necesarios, ni jamás
—9—
la daré sin que se satisfaga primero algunas dificultades
nacidas de la distancia que hay desde Caracas al resto de
la provincia. Consultada poco ha, en tiempo del Padre
Francisco Antonio González, provincial de esa provincia,
esta fundación, fueron de parecer los consultores no se
admitiese, por la gran distancia de 200 leguas que hay
de camino desde Caracas a Santafé, por la falda de co
mercio y correspondencia entre estas partes, y por los
gastos de los tráficos que no son menos de 400 pe
sos ( . . . ) Al señor obispo de Caracas escribo muy
agradecido, pero suspendiendo toda determinación hasta
tener nuevos informes en esta materia». (15).
Cuando llegó esta carta al nuevo Reyno ya hacía
tiempo que se había iniciado la presentación en Caracas
de un equipo de hombres que nos hace pensar en un
plan de acción más basto y premeditado que el de hacer
misiones circulares o establecer un simple colegio. Dos
filósofos: los P. P. Ignacio Ferrer y Carlos Nigri; un mo
ralista: el P. Matías Liñán; un escriturista: el P. José Be-
navente; un humanista brillante: el P. Miguel Monroy y un
hombre con experiencia continuada de Rector: el P. Ma-
nuel Zapata nos indicen a reflexionar sobre la posibili
dad real de nuestra hipótesis.
La figura clave más destacada de esta segunda
etapa es la del P. Ignacio Ferrer (1694-1759). Su biogra
fía jesuítica no puede ser más densa: ocupó todos los car
gos de más relevancia en la provincia del Nuevo Reyno.
De sus actividades académicas comenzamos a tener noti
cia a partir del año 1728, fecha en que se inició como ca
tedrático de filosofía en la Javeriana para regentar más
tarde la Teología Moral y la Dirección de Estudios de la
Universidad. Ocupó el Rectorado del colegio de San
Bartolomé de 1734 a 1736. De esta época bogotana da
tan tres manuscritos que reposan en la Biblioteca del Co
legio de San Bartolomé la Merced y que recogen su cur-
—to
so filosófico dictado entre 1728 y 1731. El primero, In
Legicam', el Segundo: ‘Disputationes in libros de Melhaphisica; y
el tercero- Disputationes scholasticae in Arislolelis Libros de anima.
A lo largo de sus 566 páginas se nos descubre el esco
lástico intuitivo, fiel a la escuela tradicional y dotado de
un gran sentido de la claridad sistemática. No es un pen
sador original pero sí un profesor que domina su sistema
filosófico.
Este fué el primer Jesuíta que se presentó en Cara
cas en 1736 con intentos fundacionales y en ellos trabajó no
sólo durante un decenio de permanencia en nuestra capital
sino durante su provincialato que se inicia en 1751 con la
ansiada fundación caraqueña (16).
En relación al resto de los integrantes de esta
segunda etapa histórica de los Jesuítas en Caracas, tenemos
que confesar que no hemos encontrado todavía ningún
manuscrito filosófico-teológico ni tampoco ninguna referen
cia directa que pueda facilitar nuestra búsqueda muy posi
blemente reposen en archivos particulares colombianos, o
quizá yazcan sepultados en alguna biblioteca o hayan desa
parecido para siempre.
Colega de docencia en Bogotá y sucesor del P.
Ferrer en el curso filosófico en 1731 fué el italiano P. Car
los Nigri (1698-1742). Las frecuentes referencias con que
nos hemos tropezado al estudiar la documentación javeríana
nos inducen a perfilar al P. Nigri como un profesor popular
en las aulas santafereñas. Sirva de ejemplo una oda sáfica
elegida al azar y escrita por un alumno que se iniciaba en
1731 en el estudio de la Filosofía con el jesuíta italiano.
Eia Clio, nunc hilaris coturnis
Prome versus et fidibus canoris
Assonent cuñete cytaras sonoras
Pectine tactas (17).
—1.1—
Para réemplazar al P. Nlgri fallecido prematuramen
te en Caracas el 1 de noviembre de 1742 viajó de Bogotá
un español, jesuíta joven experto en Sagrada Escritura y
quien más tarde dictaría la cátedra de Exégesis en la
sabana bogotana; nos referimos al P. José Benavente
(1714-?). Una mención especial ameritan dos beneméritos
jesuítas criollos: el cartagenero Matías Liñán (1708-1768)
quien de la ciudad del Avila pasó a la isla de Santo Domin
go a desempeñar la cátedra de Teología Escolástica y Mo
ral; y el santafereño Miguel Monroy «de ingenio muy
florido» y versado «en poesía y latinidad» al decir del
ilustre humanista colonial bogotano José Ortiz y Morales.
Sus nombres han quedado vinculados no sólo al colegio
caraqueño sino también al frustrado colegio de Maracaibo.
Pero el 11 de noviembre de 1746 el P. Ignacio
Ferrer presentaba un Memorial al Obispo de Caracas re
nunciando a la fundación «por la poca esperanza de que
pueda juntarse tan en breve y sin que pase mucho tiempo,
como la experiencia lo tiene demostrado en los muchos
años que ha me hallo en dicha ciudad sólo a este fin, y más
cuando debe de ser cuantiosa la expresa donación ... por
ser precisos en esta ciudad mayor número de sujetos y estar
muy distante de Santafé» (18).
Una conciencia más dura y realista se transparenta
en todos los artífices de la fundación definitiva que se ini
cia en 1751. Sin lugar a dudas el punto de partida de
esta nueva etapa histórica comienza con la erección de
un colegio jesuítico, pero con una espectativa abierta hacia
los ideales que hemos calificado de «intuición caraqueña».
La Provincia del Nuevo Reyno, reunida en 1750
en Santafé para la Congregación Provincial escribía al
General de la Compañía de Jesús que «se digne aprobar
benigmante esta fundación y permitir que en Madrid se
hagan las diligencias para conseguir el permiso real (19)
Pero lo que más nos ' sorprende es la evolución que se
había operado en Roma en tan pocos años con relación a
los objetivos manifestados por los jesuítas neogranadinos
en torno a Caracas: envíenme las informaciones -contesta
el P. General Ignacio Visconti- sobre rentas, casa y cons
trucción de la Iglesia, y se proveerá sobre un colegio no
ya incoado sino perfecto» (20).
Para 1752 el Procurador General de las Provincias
de Indias en Madrid, P. Ignacio Altamirano había conse
guido de Fernando VI el permiso ansiado a lo largo de
toda la primera mitad del siglo XVIII por Real Cédula del
20 de diciembre de ese mismo año. (21)
Dos actitudes creemos descubrir a lo largo . de la
cronología de este intento de arraigamiento: la primera
abarcaría de 1751 a 1763, y aunque los proyectos auténti
cos parecen centrarse fundamentalmente en la instalación
del colegio, sin embargo, la presencia de dos fuertes per
sonalidades desborden el esquema de un mero centro
humanístico: el P. Jaime de Torres, profesor de Teología y
más tarde Procurador General de las Provincias de Indias
en Madrid, y el P. Antonio Julián, simbiosis curiosa de
orador popular y profesor universitario. La segunda acti
tud se ubica en los años precedentes a la expulsión 1763-
1767 y lo plantea el esquema de la comunidad jesuítica
caraqueña en la que observamos una transformación verti
cal hacia las preocupaciones intelectuales, concretamente
filosóficas y teológicas. ■
No es fácil descubrir la política de ía Compañía de
Jesús a través de los documentos de qué disponemos. Si
testificamos que en los orígenes de este intento definitivo
intervienen preferentemente humanistas como los P.P., Ra
fael García, Manuel Morelo o Francisco Javier Otero, es
para confirmar que las autoridades .jesuíticas estaban di$-
—15—
puestas a caminar por el sendero más largo que condujera
a la realización de sus ideales.
Un enorme interrogante nos abre la excepcional
personalidad del P. Jaime de Torres (1711-?) que había
venido a América en la expedición del P. -José Gumilla en
1743.
b De sus años de Profesor de Teología en la Jave-
riana de Bogotá nos ha dejado esta síntesis el que fuera su
discípulo, el P. Felipe Salvador Gilij: «De esta noticia soy
deudor reciente a dos sabios españoles, al primero de los
cuales tuve como profesor en mis estudios teológicos en
Santafé en el Nuevo Reyno, y al cual por muchos motivos
guardo eterna gratitud. Hablo del P. Jaime de Torres muy
conocido por sagran talento . . . . »
De esta época datan sus 6 tomos De re theologica
tractatus üarii que quedaron en el colegio de Santafé al tiem
po de la expulsión. Pero con anterioridad a la docencia
teológica había dictado su curso filosófico probablemente
en España, a juzgar por la ubicación del manuscrito^ Totius
Jesuitico-Arislotelicae Logicae sioe Philosophiae ■raliónalis compen-
dium. 'J'
Pero la estancia del P. Torres, en Caracas fue breve.
En 1756 se encontraba en Madrid como Procurador Gene
ral para los asüntos de las Provincias de Nuevo Reyno y
Quito, ..\ . ......, .... '
Antes de seguir adelante quisiéramos dejar sentados
una serie de presupuestos que califiquen el valor de nues
tras aseveraciones antes de seguir haciendo referencias
concretas a los filósofos y teólogos jesuítas que se esfor
zaron por vincular la Compañía de Jesús a la Caracas Co
lonial. * *' J'
• . * *. *• *• • í
—15—
scholastica ad formam iuris canocici . . . in partes VII distri-
bula.
Una transformación, no significativa a primera vis
ta, se opera a parttr de 1763. El equipo jesuítico que co
menzó a actuar directamente sobre el colegio incoado re
vela dos actitudes definidas hacia la relevancia académica
y hacia una fuerte autonomía personal. Esta comunidad
nos traslada de inmediato al planteamiento inicial, a saber,
el deseo inquebrantable de implantar una casa de Estu
dios Superiores en la capital venezolana.
El P. Manuel Parada (1735-1802) fue un hombre de
sobresalientes dotes humanas y al decir del P. Luengo
«hombre feliz y de buena estrella-. En el destierro de
1767 llegó a ser Monseñor y Camarero Secreto del Papa
Braschi, en momentos en que ser jesuíta era símbolo de
segregación política y social. Nos consta de dos manus
critos suyos todavía no localizados: . Disertaciones varias teo
lógicas sobre las materias más discutidas de dogma y moral; y Tra
ducían de la obra del Dr, Bolgeni sobre, la caridad o amor de
Dios, .con correcciones y añadiduras. Como Una muestra de SUS
excepcionales dotes humanas se podría citar su corres
pondencia con el sabio José Celestino Mutis. Ninguna no
ticia nos ha llegado de su gestión caraqueña.
Una biografía oscura para nosotros pero dedicada
de lleno a los, fervores teológicos la constituye la del P.
Demetrio1 Sanna (I729-?) con las. siguientes obras: El pe-
cato in Religione, ed in Lógica degli jhli, e Decreti. del Conci
lio Diocesano di Pistola (1791). Secunda parle, o sia appendice
delCopera inlitolalo il pecato in religione ed in lógica, (¡792). Den
tro de su especialidad poléfñica conviene citar los Manuscri
tos varios contra los Jansenistas de. Italia, especialmente los de Pis'
toya; y una elegía. In insanientem-Theologum ‘Pisloriensem.
Pero quizá pueda surgir una duda de-tipo minus-
valorativo en torno a los escritores que redactaron sus
—16—
manuscritos en tierras neogranadinas. En el inventario de
que se hizo de la Biblioteca de la Javeriana en 1767 nos
encontramos conque la librería general comprendía 4182
volúmenes distribuidos de la siguiente forma: Santos Pa
dres 272; Expositores, 432; Teólogos, 438; Filósofos, 146;
Predicadores, 573; Canonistas, 564; Matemáticos, 83; Gra
máticos, ¿29; históricos, 597; Espirituales 424; Médicos 39
y Moralistas, 385/24. -•
Concluye nuestra lista de filósofos y teólogos jesuí
tas en Caracas con la actividad de su último Rector el P.
José Pagés (1709-?) Llegado, al Nuevo Reyno pronto de
sempeñó ios más variados cargos académicos en la Univer
sidad Javeriana: Catedrático de. Vísperas, Catedrático de
Prima, profesor de Sagrada Escritura y de Instituciones Ju
rídicas. También su docencia abarcó el área de las huma
nidades sobre todo con los jóvenes jesuítas que se prepara
ban para el estudio de las Artes Entre sus escritos se han
logrado recuperar 2 manuscritos: De Inslificatione Impiorum ac,
de luslorum meritis (175/) y 7)e perfeclionibus Christi (1748). En
la primera de las obras citadas alude a otro manuscrito no
localizado hasta el presente: el tratado 7)e Incarnatione.
No hemos hecho referencia a los Jesuítas venezola
nos porque ellos trabajaron o en el exilio o fuera de Ve
nezuela.
Este es a breves rasgos, Señores un esbozo de la
labor cultural-académica que desarrollaron los Jesuítas en
Caracas. Una página todavía inédita dentro de la Historia
de la Filosofía y Teología venezolanas; y un reto para los
que investigan nuestra historia colonial.
Antes de concluir esta disertación, Señores Aca
démicos, quiero testimoniar mi gratitud por el alto honor
que hoy me conferís. Soy consciente de que más que a
mi persona es un homenaje a la labor investigativa que
—17—
viene realizando el Instituto de Investigaciones Históricas
que la Universidad Católica ha puesto: en mis manos, v ••
:l A'n.’t’fv.i:?'* £.v’O‘. \ en."'-; i*;
’ Y aquella intuición,’ caraqueña que frustraron “ los
tiempos coloniales ha-venido a ser realidad en la «intui
ción tachirense». Si los jesuítas coloniales, trajinaron mu
chas veces de paso por esta egregia ciudad con el ideal
puesto en Caracas, hoy se puede afirmar que han fijado
aquí su residencia y que junto a vosotros seguirán labo
rando por la creación de un nuevo' humanismo, de una
sociedad más i justa y. por una nación donde • la. cultura
sana y plurivalente sea el ideal ' de todos los venezolanos. •
< Señores-Académicos.. - •j ’ :
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—18—
(1) En dos ocasiones, durante el siglo XVII, estuvieron los Jesuítas en Ca
racas: En 1614 los PP. Bernabé Rojas y Vicente Imperial (Cfr. Archi
vo de la Academia de Historia (Madrid).- Carta Annua 1619 a 1621.
Tomo 129, fols. 257-289. Mercado.- Historia de la Provincia del
Nuevo Reyno y Quito de la Compañía de Jesús. Bogotá (1957) II,
23-43. Juan Manuel Pacheco.- Los Jesuítas en Colombia. I (Bogotá,
1959), 337. En 1629 fueron los PP. Pedro de Varáiz y Juan Cabrera
los que visitaron la ciudad del Avila. (Pacheco. Ob. Cit. I, 538).
(2) Manuel Aguirre.- La Compañía de Jesús en Venezuela. Caracas
(1941), 95-122. -
Juan Manuel Pacheco. Los colegios coloniales de la Compañía de
Jesús en Venezuela. En «Boletín de la Academia Nacional de la
Historia». III (Caracas, 1969) 239-242.
(3) Para este tema nos remitimos a: Juan Manuel Pacheco.- Los Jesuítas
en Colombia. I, 245-269.
(4) José del Rey.- Denís Mesland, introductor del cartesianismo en Amé
rica. En «Latinoamérica». México 10 (1958), 102-104. Venezuela,
Descartes y Denis Mesland. En «SIC». Caracas (1963), 473-465.
(5) • Daniel Restrepo-Guillermo y Alfonso Hernández de Alba.- El Colegio
de San Bartolomé. Bogotá, 1928.
(6) ARSI. Novi Regni et Quiti Provincia. 17: Informe sobre la fundación
déla Compañía de Jesús en la ciudad de Santo Domingo de la Isla
'• * ‘Española. ' - •. • • • • -
— 19—
(10) Caracciolo Parra.- La instrucción en Caracas 1567-1725. Caracas
(1952) 20 (Ahí cita como lugar original: Archivo Arzobispal’ Reales
Cédulas, t. II, n. 67. Archivo Universitario: Libro 1 de Reales Cédu
las, Ordenes y despachos).
(11) Caracciolo Parra.- Ob. cit. 22* (Archivo Universitario. Libro I de
Reales Cédulas).
(12) Nicolás E. Navarro.- Los Jesuítas en Venezuela. Caracas (1940) 59-
60. - .
t—
I
Motivación y Justificación
—21 —
rado la verdad histórica, callando deliberadamente nombres y he-
chos.
Ilustraremos nuestras exposiciones e interpretaciones con la
exhibición de algunas armas usadas en esta época de la lucha eman
cipadora y con cartas topográficas y planos sobre la organización,
marchas y maniobras de las tropas patriotas en el desarrollo de su
plan operativo.
Nuestro vocabulario será sobrio y sencillo, sin alardes retó
ricos, pues como dice Cervantes por boca del bachiller Sansón Ca
rrasco: «Uno es escribir como poeta y otro como historiador».
Señores: Todos con fervor patriótico, vamos a recorrer esta
noche una de las rutas más luminosas de la Libertad Americana.
—25—
De Rincón Hondo (La Estacada) subieron al Manteca!, y
allí se encendió en Bolívar la llama de organizar y realizar con la
máxima urgencia aquella empresa audaz y por demás temeraria,
porque Nueva Granada estaba guarnecida .por siete mil soldados
veteranos y además estaba defendida por las majestuosas montañas
de los Andes.
Un ideal esperanzador justificaba la empresa: libertada
Nueva Granada podrían iniciarse las operaciones contra Panamá,
Venezuela, Ecuador y Perú.
Bolívar trataba de hermanar a Venezolanos y Neogranadi-
nos para realizar esta Campaña Libertadora. El comprendía que si
para liberar a Venezuela en 1813 había sido necesaria e imprescin
dible la colaboración de las armas colombianas, ahora, en 1819,
Venezuela tenía que responder con generosidad.
Plan Operativo
__ 24__
8. - Juan José Rondón, Coronel
9. - R. Iribarren, Coronel
10. - Manuel Marique, Coronel
11.- Antonio Rangel, Coronel
12.- Jacinto Lara, Coronel
13- Bartolomé Salón, Coronel
—25—
caballería, distribuidos según indica el gráfico (No. 2). La Unidad
táctica era el BATALLON, con una compañía de Cazadores, una
de Granaderos y varios de Fusileros. Cuatro batallones formaban
una Brigado y dos Brigadas una División.
Las armas que utilizaron los expedicionarios eran variadas:
los voluntarios ingleses debieron usar el rifle BAKER, modelo 1 02,
empleado con éxito por el ejército inglés durante las guerras napo
leónicas. La bayoneta era de tipo triangular. Estos voluntarios
procedían de Alemania y, así, podemos asegurar que traerían tam
bién el rifle de la época, o sea, el Jaeger. Los soldados criollos de
bieron usar el fusil de piedra, de alcance de 290 m. con balas de a
1 9 en libra. Este fusil era de escaso efecto en las épocas lluviosas.
Abundaban las clásicas puyas y los machetes legendarios que eran
amigos inseparables de los llaneros.
—26—
Junto a estos caballos de los héroes máximos de la Campaña
reclaman el recuerdo los caballos de la heroica caballería de Ron
dón y de tantos soldados anónimos que se inmortalizaron en de
fensa de la LIBERTAD, sobre las monturas de sus potros cerriles.
Muchas mujeres acompañaron al ejército. Estas «Juanas»,
como se les llamaba, ejercieron oficios de enfermeras y hasta en
ocasiones, empuñaron las armas.
El Itinerario seguido por Bolívar desde Mantecal a Guas-
dualito es el siguiente:
El 27 de mayo salió de Mantecal y acampó en Hato Diero
o de los Díaz (cerca del Yagual).
El 28 acampó en Hato Bezcanzero.
El 29, en el Hato Avileño.
El 30, en el Hato Guerrereño.
El 31, en Mata de Valentín.
El 2 de junio, entraron las tropas en Guasdualito.
En Guasdualito hacen entrega a Bolívar, en nombre de
Páez, de cien yeguas sarnosas en vez de los trescientos caballos so
licitados. •
-—27—
Las lluvias eran ya torrenciales y hasta los ríos más insigni
ficantes se habían convertido en verdaderos ríos navegables. La
travesía de los ríos fué ardua y difícil. Con la piel reseca de las
reses se construyeron botes para trasladar a los que no sabían na
dar y preservar el armamento. En la noche del 5, las tropas des-
cansaron en la población que entonces, según las afirmaciones de
J. M. Restrepo y Rivas Vicuña, se llamaba «Arauca Grande», en
territorio ya colombiano para distinguirla de la «Arauca Chiquita»,
que no tenía sino unas tres casas, en un potrero, a la orilla izquier
da del Arauca y que servían de refugio a los viajeros que llegaban
con intenciones de internarse en los llanos de Casanare. Después
de descansar en Cuatro Matas el 6 y 7 atravesaron el peligro estero
Cachicamo; el 8 vadearon el Caño de la Bendición y el río Lipa.
El día 9 atravesaron el río Ele, empleando de nuevo botes o espe
cie de ingeniosos zurrones. El día 10 pasaron junto al pueblo de
Guiloto y después de vadear el río del mismo nombre, acamparon
en el sitio denominado Chaparro Negro. ■ .
El 11 tuvieron que luchar para el paso del río Cravo Norte.
En la margen derecha descansaron en la sabana Macolla de Guar-
duas. En ésta región, sin poder yo determinar el lugar exacto, fué
donde el célebre guerrillero Ramón Nonato Pérez ofreció a Bolívar
y demás jefes patriotas un típico banquete: carne de novilla a estilo
llanero y abundante guarapo. Allí hizo gala de su anacrónico tra
buco y de su lanza cucharona. En las cachas del trabuco tenía
grabado este reto: SOY DE RAMON NONATO, PARA MATAR
REALISTAS.
Desde la Macolla de Guarduas se adelantó Bolívar para en
trevistarse con Santander. El 12 de junio acampó el ejército en el
Hato Santo Domingo.. El 13 pasó por Betoyes . y el 14 llegaron a
TAME, después de recorrer 180 Km. Las sabanas bajas, que no se
secan ni en verano sé llaman esteros y los bancos de sabanas son
unos 30. cm. más altas y no se inundan. Los bancos eran los luga--
res utilizados por las tropas para el descanso.
—28—.
I
—29—
Primer Ayudante: Fernando Vargas.
Segundo Ayudante: Capitán Custodio Gutiérrez.
Batallón Primero de Línea:
Primer Jefe: Tcnel. Antonio Obando.
Sargento Mayor: Ramón R. Guerra.
Primer Ayudante: León Galindo.
Segundo Ayudante: Capitán Ambrosio Almeida.
Compañía de Zapadores:
Sargento Mayor: José María Villate.
Compañía de Carabineros: Tcnel. Francisco Rodríguez.
Escuadrón de Dragones-Guías del General: Tcnel. Santiago
Bejar.
Regimiento de Lanceros lo.:
Tcnel. Manuel Ortega y Capitán Juan José Reyes.
Regimiento de Lanceros 2o.
Tcnel. Antonio Durán.
Escuadrón Invictos de Arauca: Tcnel. Juan José Manzaneda.
Escuadrón lo. del Meta: Capitán Luciano Buitón.
—50—
Ayudantes del Libertador: Capitanes Felipe Alvarez Eraso,
D. F. O’Leary y Diego Ibarra.
Médico Cirujano: Dr. Thomas Foley.
Asistente: Sargento José Palacios.
Primera Brigada
Segunda Brigada
—31—
a unos árboles. De esta tarabita se cuelga una especie de cesto de
mimbres o de piel de vaca capaz de sostener dos personas. Los ca
ñones y caballos eran pasados amarrados con resistentes cinchas de
cuero.
Pasó la tropa por Chire, Cordero y Pore, llegando el día 23
a Nunchía. Ya se habían recorrido desde Mantecal unos 350 Km.
No creemos en el mito de «el eclipse militar de Bolívar».
No hubo dudas ni en la imaginación ni en la voluntad de Bolívar
como nos tratan de insinuar Antonio Obando, José María Baraya y
Manuel Antonio López.
Que Bolívar analizó con pormenores el desarrollo de la pró
xima Campaña es indubitable, pero el que el Libertador reuniera,
como siempre Jo hacía en situaciones graves -para comprometer las
responsabilidades de sus subalternos, no puede interpretarse tan
absurdamente.
Dos testimonios aportamos para negar de plano las torcidas
intenciones de aquellos que nos hablan de la desesperación que lo
gró doblegar la intrepidez del héroe y quebró la voluntad del
«Genio de la Guerra».
Es el primero la carta que escribió a Páez a fines de junio:
«Sólo una constancia que supera toda experiencia y nuestra deter
minación de no detener un plan que encontró la aprobación uni
versal me ha permitido conquistar estos caminos».
(0‘Leary: Doc., vol. XVI - Cartas Santander: Vol. I.)
—33—
Santander dispuso el ataque en la siguiente forma: el Co
ronel Arredondo, Comandante del Batallón «Cazadores», atacó por
el flanco; el Comandante Reyes, con una compañía de «Guías»,
sorprendió al enemigo por la retaguardia, mientras Santander con
el resto de la tropa se enfrentó por el camino que daba entrada al
pueblo desde los Llanos de Casanare. La Victoria no se hizo es
perar y Figueroa se vid obligado a salvarse por el camino más tran
sitable de Labranza Grande.
El triunfo fue principalmente psicológico pues aquellos
hombres victoriosos reforzaron su moral al abrir en el Trincherón
de Paya el camino para que las tropas do la Libertad comenzaran a
escribir la Historia gloriosa de la Libertad de un Heroisierio.
Figueroa en su precipitada huida, destruyó el puente sobre
el río Paya para dificultar la persecución patriota.
Bolívar, seguro de que el enemigo le esperaría por la vía
de Labranza Grande, decidió continuar por el camino sorpresivo
del desfiladero de Pisba, por el camino que se convirtió en el «Via
Crucis» del Ejército Libertador. El 30 de junio se inicia la lla
mada «MARCHA DE LA MUERTE». A la cabeza van Santan
der y Anzoátegui. Detrás Sublette, con la columna inglesa y par
te de la caballería que escoltaba el parque.
Indescriptibles obstáculos se opusieron a esta empresa de
gigantes: agua y ventisca, precipicios insondables y hambre, frío y
desolación; pero todo se venció y en cuatro jornadas, aquel ejérci-
to calificado de «menesteroso» por Barreiro, había franqueado las
alturas del desfiladero. El primero en llegar a las Quebradas fué
Santander y al día siguiente, 6 de julio, lo hacen Bolívar y Anzóa-
tegui. Entre las Quebradas y Socha la vanguardia patriota se tro
pezó con una extraña y rara procesión. Una recua de jumentos
cargados con canastos y costales iba dirigida por el buen Cura de
Socha, Tomás José Romero: llevaban vestuario para las tropas de
Bolívar.
Un cronista de la época nos narra la anécdota:
«El buen cura de Socha encerró a las campesinas en su
pequeña iglesia parroquial bajo el pretexto de celebrar una fiesta
—34—
extraordinaria y la sorpresa fué grande cuando el cura patriota
obligó a hacer un donativo de sus faldas, blusas y sombreros para
los soldados de Bolívar, y también expropiaron pantalones a los que
conocían el uso de interiores.
Ejército peregrino aquél que presentó a las tropas realistas
unos lanceros « fusileros ataviados a estilo de las doncellas boyacen-
ses. Los vecinos de Socha organizaron toda clase de ayudas a los
soldados de la Libertad: les proporcionaron pan, tabaco y chicha y
fabricaron con urgencia alpargatas hechas de las fibras del magüey.
Jacinto Lara fue el encargado de recuperar el parque perdido en el
ascenso de la cordillera.
Los últimos en llegar fueron Soublette y Roock. La briga
da de Roock se había quedado en Paya guardando la retaguardia.
A su llegada, Bolívar le invitó a desayunar: carne asada, pan y cho
colate, y Roock hizo los elogios con estas palabras: «Es el mejor
desayuno que he tomado en mi vida».
Barreiro al enterarse de la llegada de los patriotas hizo nue
vos alardes de superioridad y organización: «Estos mendigos, dijo,
nunca nos arrebatan Nueva Granada». «Ni Dios me arrebata la
victoria».
Bolívar reorganizó el ejército y ordenó un reclutamiento de
todos los hombres comprendido.-, entre los 15 y 45 años. Estudió
después las posiciones enemigas y comenzó las exploraciones de
tanteo y entrenamiento, es decir, comenzó a foguear a sus tropas.
Primeras exploraciones
—35—
2o.—Destacar al Capitán Juan Reyes, con 20 combatientes, por la
vía de Gámeza.,
En esta primeras escaramuzas el Capitán Reyes derrotó a
una fuerzas realistas que iban de Socha a Gámeza. El Ejercito
Libertador avanzó sobre Gámeza. Actuaron las tropas del Coronel
Justo Briceño, apoyados por las de los tenientes Ascanio. y Mateo
Franco. Las consecuencias del choque fueron desastrosas. Los
realistas se. retiraron a la fortificación de la Peña de Pópaga y los
patriotas se replegaron al campamento de Tasco.
Acción de Tópaga
—36—
el Pantano dé Vargas. En estos momentos se incorporaron a los
patriotas 400 voluntarios que habían reclutado en el Socorro y
Pamplona los coroneles Antonio Morales y Pedro Fortoul.
Pantano de Vargas
—57—
I
—38—
El lancero Sargento Chinea quien después de rematar la
famoso capitán realista Bedoya muere en Tibasoa y en el delirio de
la fiebre no cesaba de repetir: «Bedoya me pringó, pero él también
se fue».
El otro fué el Coronel Roock que antes de expirar y con un
brezo amputado en alto exclamó:
TODO POR LA PATRIA
Acciones en Boyacá
—39—
En las proximidades a la casa de Teja el capitán Iba-
rra luchó duramente contra Tolrá a las dos de la tarde.
Santander ordenó al Batallón «Cazadores» apoyar la ac
ción de Ibarra y los realistas se vieron obligados a retirarse por
el puente y a establecer la línea de combate al S. del río Tea-
tinos.
Bolívar, desde la actualmente llamada Piedra de Bolívar,
dirigía el fuego en todos los frentes, impartiendo órdenes precisas.
Anzoátegui impidió el avance de Barreiro hacia el puente,
mientras Santander con la Vanguardia forzaba el paso para caer
sobre Jiménez.
Anzoátegui acentuó sus ataques con toda la división y arro
lló por completo a las fuerzas de Barreiro.
Santander, en una atrevida maniobra, forzó el paso del
puente, mientras la caballería atravesó el río Teatinos por un vado
existente unos 500 m. más abajo, para cortarle la retirada a Tolrá
ya Jiménez.
Jiménez se rindió; Tolrá y Salazar murieron con gloria en la
lucha; Loño y Sierra huyeron vergonzosamente.
Barreiro fué hecho prisionero por Pedro Pascasio Martínez,
ordenanza del Libertador y soldado del Batallón «Rifles».
Así terminó esta gloriosa Campaña que eclipsó para siempre
el poderío español en América. Este Puente de Boyacá encierra
desde esta fecha inolvidable, una extraña paradoja: es puente que
no une, pues en la Historia de América es un hito luminoso que
iluminó los caminos de gloria y de triunfo del Padre de 5 nacio
nes; es un puente que separa dos edades y dos mundos.
—40—
a su subsistencia, al restablecimiento del orden y pública tranqui
lidad» (Archivo de Sant. V. 2o).
El Dr. Justiniano Gutiérrez, cura de Guaduas, hizo desde
el pulpito importante propaganda en favor del sistema revolucio
nario. Encargó al pintor Marcos Mejía un cuadro que represen
taba al Rey derribado de su trono, con el cetro a un lado y al otro
la corona caída por el suelo.
El Dr. Jorge de Mendoza, cura de Pore, hizo donación de
una valiosa alhaja de la iglesia para ayudar a los revolucionarios.
El Dr. Francisco Javier Uribe entregó a los patriotas alhajas
sagradas de la Parroquia de Cerinza, contribuyó con donaciones
personales y hasta recogió limosnas entre los fieles para ayudar a la
causa patriota.
Juan Antonio Balcárcel escribe a Santander: «El ardiente
deseo que posee mi corazón de servir al pueblo donde vi la primera
luz me tiene en el desesperado conflicto de verme tan destituido
de los bienes de fortuna, porque como mi curato, el pueblo de So-
cotá, es la entrada y salida para la vereda del Páramo de Pisba,
para los Llanos Orientales, sufrí continuamente una dura desola
ción de las tropas del Sátrapa Morillo, así es que no me ha quedado
otra cosa que el estipendio que resulte adeudárseme de aquella
doctrina, el que gustoso y lleno de complacencia cedo a beneficio
del Estado». (Roberto Jaramillo «El Clero en la Indepenpencia»
Medellín 1946).
Para no citar tantos miembros del clero que con su propa
ganda político-religiosa y con ayudas económicas patrocinaban la
causa patriota me limitaré a transcribir unas líneas del Oficio No.
189 fechado en Paipa el 19 de julio de 1819 en el que Barreiro
contestaba al Brigadier Sámano sobre informes de la colaboración
del Clero a la causa patriota por los que él llamaba «Infames re
beldes»:
«Puedo asegurar a V. E. que por lo que respecta a los Sa
cerdotes la mayor parte son sospechosos .... de modo que obli
gándolos a presentarse a V. E. podría asegurarle que en toda la
provincia de Tunja no hubiera quedado media docena de sacer
dotes». .
—41—
NOTAS
44-
quez. Participación de la Gran Bretaña y de los E. E. U. U. Bogotá
1955.
51. Anzoátegui. F. Lozano y Lozano. Bol. Ha. de Bogotá. Vol. XII.
52. Anzoátegui. Mayor Esteban Chalbaud Cardona.
55. Historia de la Gran Colombia. José Manuel Groott.
54. De Arauca a Nunchía, Campaña Libertadora de 1819. Cortés Vargas.
Bogotá. 1919.
35. Campaña del Ejército Libertador Colombiano en 1819. M. París.
Bogotá. 1.919.
36. Trayectoria Militar de Santander. P. J. Dousdebes. Bogotá. 1940.
57. The Journal of an Expedition across Venezuela and Colombia. H. Bir-
ghham New Haven. 1909.
58. Boletín de Historia. T. E. Wright. Caracas. Vol. XX. No. 79.
59. Historia de la Revolución de la República de Colombia. J. M. Restre
po. 1858.
• 40. Cuadros de Historia Patria. Lino Duarte Level.
41 Campañas Bolivarianas de la Libertad. G. Porras Troconis;
42. Revista del Ejército, Marina y Aviación. No. 28. General López Con
treras.
45. Puntadas de la Historia. Enrique Naranjo Martínez.
44. Héroes de la Campaña de Boyacá. Cayo Leónidas Peñuela.
45. Album de Boyacá. Cayo Leónidas Peñuela.
46. El Momento Estelar en la Campaña de Boyacá. H. Rodríguez Plata.
47. Invasión a la Nueva Granada. Adolfo Díaz Rust. Artículos. Univer
sal. Caracas. 1967 — 68.
48. La presencia de Bolívar en la Batalla de Boyacá. Miguel Aguilera.
Bogotá. 1956.
49. El Libertador y la Batalla de Boyacá, una prueba irrefutable. José
Santiago Rodríguez. Bol. de la Academia Nacional de la Historia No.59.
50. El itinerario del Ejército Libertador en la Campaña de Boyacá. Car
los Cortés Vargas.
51. De Nunchía al Páramo de Pisba. Bingham Hiram Bol. Academia de
la Ha. No. 90. 1940.
52. Bolívar. Florian Kienl. Edit. Arturo Reiter. Caracas. 1967.
55. Fray Ignacio Mariño y la Campaña de 1819. El Paso de los Andes.
Revista de la Sociedad Bolivariana de Colombia. Bogotá 1962. No.
56 y No. 70.
54. Rondón Venezolano. Manuel Landaeta Rosales. Papeles del Archivo
de la Academia de la Historia. El Universal. Caracas. 11 de no
viembre de 1919.
55. Almuerzo en Boyacá. Mons. Nicolás Navarro. Bol. de la Acad. de la
Historia No. 90.1940.
56. La Campaña Libertadora de 1819. Academia Nacional de la Historia.
Caracas. 1.919.
57. Memorias del General Tomás Carlos Wright. Bol. de la Academia de
la Historia. No. 79.
—45—
J
4
58. Batalla de Boyacá. Mayor Camilo Riaño. Rev. de las Fuerzas Arma
das. Bogotá. Abril. 1963.
59. Centenario de Boyacá. 1819—1919. Escuela Tipográfica Salesiana.
Bogotá 1919.
60. La Campaña Libertadora. El Tiempo Departamento de Circulación
Nacional. Bogotá. 1969.
61. El General Bolívar en la Campaña de la Nueva Granada. Obra escrita
por un ciudadano de la Nueva Granada. Lima. 1822.
62. La Campaña de Casanare. P. A. Medina. Bogotá 1916’
63. La Batalla de Boyacá. L. L. Pérez Díaz. Caracas 1919.
64. Título de dos Estancias en Territorio de Casanare. Repertorio de Bo-
yacense. No. 175 y No. 176. Tunja 1954.
65. Historia de la primera ermita de Belén. Boletín de Historia y Anti
güedades. Tomo XLI. No. 471 y 472. Vargas Marco Tulio. Bogotá.
1954.
66. La Arquitectura del Renacimiento en Tunja. Hojas de Cultura Popu-
lar. Colombia No. 81. Bogotá 1957.
67. Historia Civil y Militar de Colombia. General Vergara y Velasco. 1908.
—46—
i
I
1
—47—
-
Mapoteca Antigua
—48—
■
Ha Muerto el Qeneral
Brigadier General Alvaro Valencia Tovar
i
silenciosos la recia voz que los lanzaba al triunfo. El
tricolor que tremoló a los vientos se orla de fúnebre
crespón y cae en despliegues desmayados sobre el cuerpo
inerte. Ha muerto el General!
í
Pamplona, 15 de noviembre de 1966.
i
—53 —
I
La Colonia Tdchirense en
Mérida en 1884
Horacio Cárdenas
I
pañero de los miembros de la colonia tachirense. Con el
título de «Apersonémonos», el lo. de mayo de 1885 pu
blican nna airada protesta contra la arbitraria posesión de
Inglaterra de una isla venezolana en la boca del Orinoco,
y en uno de los números siguientes de fecha 15 de ma
yo, Tulio Febres Cordero publica un artículo titulado «Los
muchachos». En el número 14 de fecha 18 de junio apa
rece una nota que dice *el crítico literario entre nosotros
necesita ser arqueólogo y tener suma perspicacia para con
seguir en tanto que se escribe, una idea grande a un pen
samiento sublime». El último número de «La Madrépora»
parece ser de fecha 29 de enero de 1886, o por lo menos,
el que se encuentra en la colección lamentablemente un
poco estropeada que existió en la hemeroteca de la So
ciedad Salón de Lectura.
Concluidos sus estudios universitarios en Mérida
la vida y el destino profesional o político aventó hacia las
más opuestas direcciones y actividades a los integrantes de
la Colonia Tachirense, Morantes irá a Caracas a aquila
tar su resentimiento político durante el gobierno de Castro
yen 1908 se marchará al destierro voluntario; Abel San
tos va a intercalar los azares de la política con una im
portante labor cultural al convertirse en uno de los pro
motores y fundadores del Salón de Lectura en 1907. En
tre las faenas profesionales o políticas transcurrirán para
todos los integrantes de la Colonia Tachirense los años y
los días hasta el momento en que uno a uno los fué sor
prendiendo la muerte. Pero en la historia del Táchira y
también en Mérida siempre se recordará ese hito singu
lar marcado por el entusiasmo y actividad inteligente de
esos jóvenes tachirenses que supieron ser hombres de su
tiempo.
—58—
I
—59—
■
—60—
6. —Doña Jacinta Rubio Vargas, que casó con Don Nicolás
Jácome Omaña.
7. —Doña Ana Josefa Rubio Vargas, que casó con Don Juan
Antonio Briceño y Uzcátegui.
8. —Don Gervasio Rubio Vargas, que casó primero con Da.
Bárbara Maldonado y Omaña y después, ya viudo, con la hermana
de ésta, Da. María Josefa Maldonado y Omaña.
Don Gervasio, hombre de múltiples actividades, fundador
de la población de Rubio, fue elemento de firmes convicciones,
siendo realista hasta su muerte, acaecida en Coro en 1820. Dejó I
i
cuantiosa fortuna que, al ser confiscada por los patriotas y diluida
en las gestiones de algún nieto que fue apoderado cuando les fue
devuelta a los sucesores de Don Gervasio, jamás llegó a las poder
dantes, las hijas ancianas de Don Gervasio, que murieron en la mi
seria en Mérida.
De su matrimonio con Da. Bárbara Maldonado, Don Ger
vasio tuvo:
1. —Ramón Rubio Maldonado, que casó con Trinidad Vi-
llafañe.
2. —Luis María Rubio Maldonado.
3. —Carlos Rubio Maldonado, ordenado sacerdote en 1810.
Cantó su primera misa en la Capilla de la hacienda La Yegüera,
propiedad de su padre, en cuyos terrenos se asentó más tarde la
ciudad de Rubio. Don Carlos llegó a ser Secretario de los señores
Hernández Milanés y Lasso de la Vega, sucesivamente Obispos de
Mérida. Murió en la ciudad dicha, a edad avanzada, en 1870.
4. —Josefa Antonia Rubio Maldonado, que casó con Don
José Juan Briceño Juárez, quien fue Alcalde Ordinario de San An
tonio en 1824. El matrimonio se efectuó en 1803 en la Capilla
de la hacienda La Yegüera. Tuvieron numerosa descendencia. En
tre sus hijos están:
1.— Luis Ignacio Briceño Rubio, que tuvo actuación polí
tica y murió soltero en Cúcuta en 1849.
—61—
I
í
! 2. — María del Carmen Briceño Rubio, nacida en 1809, sin
i
noticias.
3. — José Juan Briceño Rubio, nacido en 1811.
4. — José Gervasio Ramón Briceño Rubio, nacido en 1813.
! 5. — Juan Evangelista Briceño Rubio, nacido en 1818.
I
6. — Joaquín Briceño Rubio, nacido en 1820, que casó en
San Antonio en 1849 con María Paula Bustamante.
7.— Demetrio Briceño Rubio, nacido en 1822, ordenado
sacerdote. Tuvo una vida intensa, altas dotes intelectuales y figu-
guración importante, tanto en sus actividades sacerdotales como
sociales y políticas.
5. — Juan Nepomuceno Rubio Maldonado.
6.— Marco Antonio Rubio Maldonado.
7. — Sebastián Rubio Maldonado, que emigró a Puerto
Rico cuando la Revolución de Independencia, allí se estableció con
i
su familia y no volvió más a Venezuela.
Con Doña María Josefa Maldonado, procreó Don Gervasio a
8. — Trinidad Rubio Maldonado, que casó con Manuel An
tonio Pulido, con lo que se funda la rama de los barineses Pulido
en el Táchira.
9. — Bárbara Rubio Maldonado.
II.— Doña Bárbara de Vargas Machuca y Ramírez de Are-
llano, que casó en San Cristóbal el 7 de enero de 1755, con Don
Miguel José de Cárdenas de Castro, con la siguiente sucesión:
1.— Don Miguel José de Cárdenas y Vargas Machuca, que
casó con Da. Gertrudis Ramírez de Arellano, con numerosos hijos
varones, de donde vienen todas las ramas Cárdenas de Capacho y
Peribeca. Don Nicolás María Cárdenas Ramírez -hijo de Don Mi
guel José- es el abuelo paterno del doctor Román Cárdenas Silva, el
eminente hacendista y el bisabuelo materno de mi padre, el doctor
Rubén González Cárdenas.
I
—63—
I
I
ra Rita Contreras y Belén de Araque. Del matrimonio González
Vargas—Contreras Belén, desciendo, en línea recta, tanto mi padre
como mi madre.
2. —Don José Emigdio González Vargas.
3. —Don Manuel González Vargas, de actuación en San
Cristóbal, así: Intendente en 1785$ Procurador y Síndico en 1799
y Alcalde Ordinario en 1801. Casó en la misma Villa con Da.
Juana de la Cruz Pérez del Real y son el tronco de los González de
San Antonio del Táchira.
4. —Doña María Teresa González Vargas, que falleció sin
tomar estado.
V. — Doña Paula Petronila de Vargas Machuca y Ramírez
de Arellano, que fue la primera esposa de Don Juan Agustín San
tander y Colmenares, padre del General Francisco de Paula San
tander en su tercer enlace con Da. Manuela Antonia de Omaña
Rivadeneyra. Don Juan Agnstín, oriundo de Cúcuta, fue Alcalde
de San Cristóbal en 1769; actuó cuando el movimiento de los Co
muneros y fue Gobernador de San Faustino en 1790. Tuvo en su
enlace con Da. Paula Petronila, los siguientes hijos:
1. —Juan Nepomuceno Santander y Vargas, que pretendió
el empleo de Alcalde de la Santa Hermandad en San Faustino.
2. — Antonio Ignacio Santander y Vargas, muerto célibe.
3. — Antonio María Santander y Vargas, también fallecido
soltero.
4. — José Eugenio Santander y Vargas, que fué Teniente
de las Fuerzas Republicanas. En la importantísima obra «La Fami
lia de Santander», del historiador tachirense Don Luis Eduardo
Pacheco, están estudiados estos personajes con lujo de pormenores.
VI. — Doña María Inés de Vargas Machuca y Ramírez de
Arellano, que murió soltera en 1762.
VII. — Doña María Francisca de Vargas Machuca y Ramí-
rez de Arellano, también fallecida célibe en el mismo año de 1763.
Caracas, octubre de 1969.
CESAR GONZALEZ
—64—
!
íl
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1
—65—
I
I
la ponderación del sacrificio que hilará la gloria admirable con el merecido
título de Libertador, en la Iglesia caraqueña de San Francisco.
Pero es 1820 el año para la memoria universal de la Villa erigida en
ciudad, en 1810, por la Junta Suprema de Mérida. Es porque en ese año de
1820 la revolución venezolana y neogranadina tiene su Cuartel General en San
Cristóbal y es a la vez capital de la Colombia creada el 17 de diciembre de
1819 por el Congreso de Angostura, pues su Presidente fija en élla su peregri
naje incansable. Por ello la capital tachirense es rutilante oscilar de los des
tellos de un hombre pequeño, más bien una llama alimentando los pebeteros de
■
su fama ya inmortal. San Cristóbal, entonces, es la capital temporal de
una República que va del Golfo de Paria al Pacífico y se adentra en los do
í
minios de los antiguos caras, y, aquí mismo, en el valle de los tororos. zimara-
I cas y cuites, el imponderable Simón Bolívar traduce la gloria de su visión revo
lucionaria para el salto al altiplano sureño. Es porque la después llamada
Gran Colombia ha de tener dos hijas más al prolongarse el cordón umbilical
de la Caracas—madre.
♦♦♦
—66—
de Venezuela y la Nueva Granada, a los varones que al rebelarse al Reino aun
sienten respeto a la Corona que, según el concepto del historiador Angel
César Rivas, ha querido hacer de América una prolongación de Castilla. Por
eso dos hechos de sangre perfilan la conciencia de la guerra civil: el de 1813
y el de 1816, o sea la revolución frente al Reino Español sangrientamente
representado En el último hecho es el tachirense Francisco Javier García de
Hevia, quien en los predios del Humilladero bogotano abona la semilla de la
necesaria Colombia, abierta como una flor de esperanza en el pecho del caballe
ro que en 1820 hace de San Cristóbal el oásis de su visionaria fe, pues aquí
piensa cómo debe agregar al Ecuador al sueño de su vida y dá validez a los
primeros hitos para triunfar en Carabobo. Quedémonos, entonces, en el año t
de la luz bolivariana sancristobalense: 1820. Quedémonos en esa recordación,
pues el resplandor de nuestra antigua Villa alcanza la plenitud del enalteci
miento de la América Meridional, cuando por diez veces viene a San Cristóbal
y permanece en ella como en treguas de emoción histórica, para irradiar en la
lumbre de sus lomas el mensaje de las vivencias honrosas y el pensamiento que
es filosofía de integración por la verdad de sus afanes colectivos y la profunda
influencia en la geografía física y humana del Hemisferio. Por eso fue siempre
un héroe universal y un enamorado de la Colombia que le saltaba en el pecho
como un volcán de realizaciones cívicas. Precisameate en la capital tachirense
conmemora los diez años del glorioso acontecer del 19 de abril. A su recuer
do consagra una proclama en la cual expresa su fe al ejército que convive con
él en el vivac y en el fragor, al decirle: «¡Soldados! El 19 de abril nació Co
lombia, desde entonces contáis diez años de vida».
El valle oyó la voz y la recogió en el augurio de su cielo, y por eso
cada día la renueva en la canción de su Torbes redimido, Bolívar y sus gen-
tes son tachirenses en la imagen proyectada en los caminos del remanso y de
la turbulencia del alma liberada y en acción de rebeldía de la América meztiza
en el hacer de historia.
♦♦♦
—67—
I
miento de la paz, pueden darle ventaja para reimponer el poder ultramarino.
Entiende que a España le conviene mantener el calor de su poder espiritual y
que no prospere esa leyenda negra que la exaltación o la pasión quieren afirmar
adelantadamente. Morillo es, entonces, el serenísimo mentor de la idea insti
tucional para un «acomodamiento generoso», pues considera qu* el restable
cimiento de la «constitución de la Monarquía Española sancionada en Cádiz el
año de 1812 debe reunir á toda la familia a disfrutar de las ventajas de nuestra
regeneración política y haga cesar los funestos efectos de la división nacida
del deseo de redimirse de la opresión que, por falso cálculo se ha creído pe
culiar de estos países, siendo como ha sido trascendental a todo el imperio». Así
piensa el fefe peninsular cuando el 17 de junio de 1820, desde su Cuartel
General de Caracas, se dirige al Congreso de Guayana para posponer una
suspensión de hostilidades, hasta lograr la reconciliación y encarga de tal pro
pósito al Brigadier Tomás de Cires, Gobernador de la Provincia de Cumaná,
y José Domingo Duarte, Intendente de Ejército y Superintendente General
de Hacienda Pública. Afirma la existencia de «una constitución conciliadora»
que según él «iguala a la representación nacional de todos los pueblos:
ninguna depende de otra, son por consecuencia libres e independientes»; y
concluye aludiendo al sufragio que consigna la autoridad de hacer las leyes.
Ahondando en el pensamiento de Morillo, al dirigirse al Congreso reunido en
Guayana y proponer el cese del hostigar de los ejércitos contendientes, creemos
I tropezar con el civilista que defiende y sostiene las instituciones democráticas
y con el Pacificador que cuelga la espada fanática y toma el timón de la revolu
ción, y lo vemos en las aguas tranquilas del Orinoco pomo -él mismo se intuye
asi- «un pacifico ciudadano español concurriendo a los regocijos públicos
a celebrar el triunfo mutuo conseguido contra nuestras pasiones» ¿Verdad que
es un Morillo distinto al de 1816? Lástima que no hubiese pensado y actuado
con tal criterio los cinco años anteriores.
El mismo 17 de junio se dirige al General José Antonio Páez y le
comenta «los grandiosos y felices acontecimientos de marzo en la España euro
pea, cuando S. M. siempre atento al bien de sus queridos pueblos, se desprendió
espontáneamente del poder que habían gozado sus predecesores por tres siglos
y juró la observancia de la Constitución política de la Monarquía, que sanciona
ron las Cortes el 18 de marzo de 1812 y que era el voto universal de la nación.
Jamás el Rey dió pruebas tan positivas de la sinceridad y rectitud de sus deseos,
ni hizo un sacrificio tan heroico por la felicidad de sus súbditos». Le comunica,
además, la orden dada a sus fuerzas para el cese de las hostilidades. Es un dar
se al bien nacional y al logro de hacer desaparecer «la funesta memoria de los
sucesos pasados», como si fuese tan fácil olvidar el dolor y las exacciones. No
obstante, España se salva del odio y América sigue reconociéndola como la
madre distanie y próxima.
—68—
!
I
nado a Francisco Linares y Juan Rodríguez del Toro, a fin de tratar acerca del
término de los males de estas provincias.
No hay duda que los sucesos «en la España europea» han influido en
Morillo de un modo decisivo en su pensamiento y en su acción. Le preocupa
ahora el destino «de la España Americana», y quiere darle mayor resonancia
al vocablo constitución- Es como si con su nueva actitud quisiera cerrar la
herida profunda de los errores de su pacificación en los años inmediatamente
anteriores. La constatamos también al leer la correspondencia que el Brigadier
Francisco Tomás Morales envía a Páez desde Calabozo el 5 de julio siguiendo
instrucciones de Morillo, y conforme a las cuales da comisión a los Capitanes
de Ingenieros Juan Jaldón y Andrés María Alvarez, para ofrecer un contrato
del cese de hostilidades por un mes.
Páez siempre fue un baluarte invulnerable en los llanos venezolanos y
si la historia le señala lunares -qué humano no los tiene?-, el peso de la gloria
de sus imcomparables hazañas los hace menos ostentibles. Por lo mismo, valió
mucho su acción y su opinión. El 7 de julio es el Ministro de la Guerra, Pedro
Briceño Méndez, quien la escribe para incluirle copia de la carta del
General La Torre sobre la solicitud del General Morillo para «una suspensión
de armas con treinta días». Como puede observarse, Morillo llevó a cabo
diferentes contactos con el fin de lograr interés a su propósito de firmar un
armisticio. Claro está con el mismo se proponía la recuperación del poder po
lítico, o al menos, un descanso para obviar la manera de rehacer sus efectivos y
su estrategia a un fin ulterior, al marchar a España.
El Libertador está en El Rosario. Desde allí, el 25 de julio, respon'
de a Morillo su carta del mes anterior y le significa que sus comisionados se
rán recibidos con respeto. Le advierte, eso sí, que el armisticio propuesto —lo
dice Yanes— no puede ser concedido en su totalidad sino cuando se conozca la
naturaleza de la negociación. Es porque Bolívar desea conocer las razones del
jefe español, quien anda buscando una retirada discreta del escenario americano
a base de un armisticio que dé garantía al ejército realista aún en posesión de
flancos estratégicos en Venezuela. Es como si quisiese paralizar el brazo tendido
a través de la cordillera andina y las sabanas ’y ríos sureños, firmes como una
muralla y como la perspectiva en los arrecifes del Caribe y del Pacífico.
*♦*
— 69—
Estado representativo fundado para privilegio y provecho del hombre conti
nental.
i Pero continuemos el orden cronológico de esta recordación nuestra. En
I
correspondencia del jefe peninsular al Ministro de la Gobernación de España
fechada el 26 de julio, señala el conocimiento del ánimo de los disidentes ve
nezolanos y «de la ineficacia» de sus «pasos de conciliación y fraternidad».
A la vez informa al mismo funcionario no haber obtenido respuesta del Con
greso de Guayana a su proposición de armisticio, con el cual, no hay duda,
desea dar ocasión al Gobierno de su Majestad de recoger las bridas de un pue
blo ya con personalidad y pujanza propias; y le incluye la carta que el «gene
ral disidente D. Simón Bolívar», «quien manifiesta al general «La Torre, que
sin que se reconozca por la nación la República colombiana como un Estado in
dependiente, libre y soberano, está decidido á no recibir los comisionados que
se le envían y ya han marchado á su cuartel general, ni aun á oir nin
guna otra proposición que no tenga por base aquel principio». Este es el pen
samiento de Morillo al dirigirse a su superior, muy distinto al expresado al di
rigirse al Congreso de Colombia, al Libertador y a Páez. Observando, a dis
tancia, la correspondencia bolivariana a la cual se refiere Morillo, no encon
tramos arrogancia en la actitud de Bolívar sino la convicción y la fe en el
principio de la dignidad del Gobierno democrático de la Colombia salida del
sueño a la realidad de la libertad.
Vuelve Morillo a dirigirse al Ministro de la Gobernación,por medio del
de la Guerra, en oficio del 6 de agosto, y le incluye las respuestas del Congre
so colombianos, reunido en Guayana, y de Bolívar, en las cuales consta que la
República no acepta otra condición distinta a la posibilidad de un armisticio
que no sea el reconocimiento formal de Colombia libre y soberana. Mencio
na al mismo tiempo el envío de «ejemplares del Correo del Orinoco, que es
el periódico oficial de los disidentes, contienen la insolencia y odiosa impugna
ción que han hecho del elocuente manifiesto que el Rey se dignó dirigir á los
habitantes de Ultramar, donde los insultos, las alusiones injustas y el espíritu
de rebelión contra la Madre Patria que fue el carácter que distinguió en todos
los tiempos á los insurgentes de estos países, comprueban del modo más termi
nante la resolución que proclamaron desde el principio, manifestando ahora
con más entusiasmo que nunca y repitiendo que nada tienen que elegir, si no
la independencia o la muerte».
Para Morillo es insolente y odiosa la templanza y la sinceridad del pa
triotismo de los redactores del «Correo del Orinoco»; y llama rebelión a la
Madre Patria lo que es emancipación del Estado absolutista y afirmación del
Estado de derecho; donde el hombre es ciudadano y no súbdito, sin que por ello
se rompa la relación filial con la España a la cual debemos religión, lengua y
civilización. De ahí el que venezolanos y granadinos confirmen su aguerrida
lucidez de independencia o muerte.
La sola presunción del armisticio ofrece posibilidades al gobierno re-
—70—
publicano en el sentido de solidificar su condición moral Es porque el Go
bierno de Colombia es ya invulnerable en su seriedad, en su influencia y en su
realidad, como consecuencia del pensamiento y la acción del caraqueño in
conmensurable y los años de lucha ejemplar.
El General Rafael Urdaneta tiene su Cuartel General en Táriba.
Desde allí informa el quebrantamiento de la División del General La Torre, al
pasársele partidas de su caballería y dar por recluida la tregua de paz conve
nida —por no cumplirse sus términos— con el dicho oficial realista en la mis
ma ciudad de la Virgen de la Consolación. Sin embargo, el estudio de un ar
misticio entre patriotas y realistas, va adelante, pues Morillo, no obstante su
rencor interior y su rechazo a la idea del Estado libre, insiste en una suspen
sión de hostilidades, seguramente porque aspira a reconcentrar sus efectivos y
a tener tiempo y comodidad para planificar nuevas y exitosas operaciones an
tes de volver sobre sus pasos y llegar con el azúcar del triunfo. Su empeño
estriba en el reconocimiento de «la ley fundamental de la Monarquía españo
la», tal como lo escribe La Torre a Bolívar en carta posterior a la reunión de
los represeutantes venezolanos y españoles en San Cristóbal.
*♦*
—71 —
I
—75—
americanas, con la marcada filosofía de su sectarismo político frente a la historia
de jóvenes y rebeldes pueblos, y lo que, por supuesto, no le da derecho a esperar
una confiada entrega de la ya adquirida libertad.
* * *
—74—
por nuestras armas.—5o. La división de Oriente conservará el territorio que
ocupe al acto de la notificación del tratado.—6o. La división de Cartagena
conservará las posiciones que ocupe al acto de la notificación del tratado. 7o.
La división del Sur conservará el territorio que halla (sic) dejado á su es
palda en su marcha á Quito, y conservará las posiciones en que se encuentre
al acto de la notificación del tratado: (Hacemos constar que este articulado co
mo las referencias relativas al General Morillo, se toman de la biografía «El
Teniente General don Pablo Morillo, Primer Conde de - Cartagena, Marqués
de la Puerta», por Antonio Rodríguez Villa, Tomo IV).
El Libertador argumenta, asimismo, que si alguno de los artículos
precedentes es «contrario á los intereses de España, puede suprimirse «dejando
por aquella parte abiertas las hostilidades». Bolívar es categórico en la de
fensa del Estado establecido con el poder moral de la tierra y el hombre en su
afán de dejar la obscuridad y los grillos por la luz y la libertad.
Morillo responde a Bolívar desde Barquisimeto, el 29 de octubre y le
manifiesta que sus emisarios, el Brigadier Ramón Correa, Jefe Superior político
de las provincias centrales; Juan del Toro, Alcalde lo. de Caracas, y Francisco
de Linares, están en Calabozo y marchan a San Fernando, en concordancia con
su correspondencia de San Cristóbal. Y con relación a las proposiciones formula
das en el articulado antes transcrito, le significa que «no pueden algunas conve
nir á los intereses de la nación española» ni se considera «autorizado para admi
tirlas», pero que, sin embargo, sus comisionados vendrán a su Cuartel General y
luego irán al suyo, para directamente reiniciar las negociaciones, conforme a los
Poderes que llevan, y convenir definitivamente «sobre las bases en que deba
fundarse el armisticio».
Algunos oficiales realistas no confían en la buena fe del Libertador so
bre la realidad del armisticio, pues al contrario consideran que el retardo en
concretarlo es manera de ganar tiempo para perjudicar los intereses del ejército
al servicio de España. Esta es la conclusión a que llegamos al leer la carta que
Correa envía a Morillo al comentarle la noticia del permiso Real dado a este
último para retornar a la Península y darle sus impresiones con relación a la
falta de palabra de Bolívar al no acudir a San Fernando, por encima de toda
contingencia, como lo anunció desde San Cristóbal. Desde luego es posible que
Correa no conociese la excusa de Bolíyar, por la enfermedad de Urdaneta, y
ser permanente la arrogancia del monárquico con el republicano. Es porque
se olvidaba que en el nuevo Estado ya estaba establecida la igualdad ciudadana
y que quien dirigía los negocios de ese Estado no era un simple oficial subalter
no sino precisamente su Presidente y a la vez su forjador.
Desde Carache escribe el Libertador otra vez a Morillo y se refiere a
sus oficios del 20 y el 29 de octubre. El tono de esta correspondencia boliva-
riana —son dos cartas fechadas el 3 de noviembre—adquiere contornos de sen
tido humanitario y anhelo de paz. Habla de un tratado «que regularice la
guerra de horrores y crímenes que hasta ahora ha inundado de lágrimas y san-
—76—
gre a Colombia». Esto con respecto ala primera carta, pues en la segunda
del mismo día se refiere a las pretensiones del Gobierno español y a «los asertos
ultrajantes del reconocimiento de la ley fundamental de la monarquía
española, al olvidar que Colombia ya es una nación libre y en ningún caso
puede estar sumisa a las pretensiones de las cuales Morillo sigue siendo órgano.
Se considera que ambas cartas de Bolíyar tienen texto semejante, aún cuando
una nota de don Vicente Lecuna —el devoto cumplidor de las Obras Comple
tas de Bolívar— deja la interrogante de una posible mutilación, en la primera,
de José Domingo Díaz; y advierte, con relación a la segunda que no existe el
borrador original, lo cual hace presumir que fue enviado a su destino.
En tal correspondencia, además, aclara al Libertador que el Presidente
del Congreso de Angostura es Fernando Peñalver, pues él lo es de Colombia.
Concluye pidiendo a Morillo inducir a sus delegados a su Cuartel General, a los
fines de las negociaciones que permitan la paz;
*♦♦
Antonio José de Sucre y Ambrosio Plaza han ido a verse con el General
Pablo Morillo. Tienen con él conversaciones interesantes y en cierto modo
cordiales. Ya es sabido el tacto y la discreción de Sucre, así como es conocida su
bonhomía. Era lógico esperar buenos resultados de esta entrevista de los dos
I proceres venezolanos con el Jefe Expedicionario. Por consiguiente, el 9 de
noviembre escribe Morillo a sus comisionados y les envía copia de la carta de
Bolívar y de su contestación por medio de los dichos Sucre y Plaza. Les dice,
igualmente, deben acelerar su marcha a fin de dar comienzo a las negociaciones
del armisticio, pues operando él sobre Carache y proteger a Carora, le interesa
no perder las defensas de Maracaibo, que pueden ser vulneradas, pues así lo ha
conocido a través de sus conversaciones con el futuro Mariscal y Plaza.
El mismo 9 de noviembre Bolívar, desde Trujillo, escribe a los Comi
sionados Correa, Rodríguez del Toro y González de Linares, cuyo borrador es
letra de Sucre -según Lecuna-, j les expresa su satisfacción al saber que son
ellos los electos para hacer posible «la felicidad de los pueblos de Colombia y
España». Les adelanta su pensamiento con relación al armisticio, pues la legíti
ma aspiración republicana es extender su acción a «toda la América», tal como
en su nombre lo explicarán Sucre y Plaza. La concepción integralmente conti
nental y democrática del Libertador es lúcida, así como franco es su deseo por
llegar a un entendimiento sin menoscabo de la majestad del Estado colombiano,
cuya proyección tiene calor de americanidad.
Por su parte Morillo también escribe a sus delegados el 10 de noviem
bre. Les avisa el recibo de su correspondencia del 3 del mismo mes y les orde
na venir a su Cuartel General para «convenir y acordar con presencia de las
circunstancias en que nos hallamos, lo que fuere más ventajoso al interesante
objeto de la comisión» dada a los mismos.
El General La Torre, de cuyas memorias la historia espera conocer y
—76—
aclarar muchas cosas importantes, sabe la noticia del relevo del General Mori
llo. Le escribe desde San Carlos, el 12 de noviembre, y al responderle su carta
del 8 del mismo mes, le dice que le parece «muy bien el movimiento» que
efectúa con el General Bolívar, «pues su ignación (sic) indica el que no trata de
operar y sí cubrir alguna otra operación». Considera su* regreso a España como
«la mayor fatalidad que podía caer sobre esté país en las actuales circunstancias,
bien que yo estoy persuadido que aun cuando sea cierto, usted no dejará esto
en las circunstancias críticas en que nos hallamos, sin que se decida la suerte de
esta campaña». Termina informándole que los comisionados del armisticio están
allí, en San Carlos, esperando su correspondencia.
Naturalmente que la separación del General Pablo Morillo involucra
ba una baja singular en la moral del ejército realista y de quienes lo comanda
ban. Lo de Boyacá y el rechazo de La Torre por Soublette, en San Antonio
del Táchira, al no dejarlo entrar a’la Nueva Granada en septiembre de 1819, es
definitivo para la derrota del poder español en América, y sólo falta el empellón
final en Venezuela. Bolívar tiene en sus manos, aún mejor, en su mente de
guerrero ejemplar, los instrumentos decisivos para ese empellón.
_ ...... e. . . .•
'. 'i . . . . . .. t . ■- i 1 .
—77 —
Comisionados de Morillo y les expresan que como el Libertador considera que
ellos podrían llegar en tal fecha al lugar citado, los envía a su encuentro a fin de
aligerar la negociación del armisticio. Al mismo tiempo advierten no juzgar
conveniente acercarse a las avanzadas del ejército español y por ello les pregun-
tan si pueden ir a Humocaro, donde les será dado el pliego bolivariano del cual
son portadores.
El mismo 10 de noviembre es Bolívar quién escribe, desde Trujillo, a
Santander, y entre otras cosas le dice que Sucre ha ido a Agua de Obispos a
encontrarse con los Comisionados españoles, para «si no traen facultades para
«si no traen facultades para concluir el armisticio» como él lo aceptaría, regre
sen a solicitar nuevos poderes; y con relación al mismo armisticio le comenta:
«Nuestras operaciones militares están pendientes de la negociación y también de
nuestros propios movimientos, pero si no hay armisticio, en diciembre nos vere
mos las caras». En consecuencia, y contrariamente a lo que pensaba y decía
Correa, si tenía interés Bolívar en realizar el armisticio y no en demorarlo,
pues así convenía al nuevo Estado. Por otra.parte su estrategia no era la de la
contemplación o el estatismo, puesto que le urgía dedicar tiempo a la revisión
de sus planes para un embate definitivo en Venezuela y la invasión al alto Perú.
Lógicamente, también, para él estaba primero la dignidad del Estado colombia
no, donde el ciudadano tenía el pleno derecho a ser hombre libre y no súbdito,
y no la concesión del respeto a la monarquía ya expirando en el contrafuerte del
espíritu y del esfuerzo de la República. Otra prueba del interés por el armisti
cio queda en el oficio que tres días antes -el 7 de noviembre- ha enviado el Mi
nistro de la Guerra Pedro Briceño Méndez, a Páez, al informarle que el movi
miento sobre el Tocuyo no se ha llevado a cabo -como sé lo había anunciado-
porqué al marchar las tropas hacia Carache, «se recibió la contestación . del
General Morillo, que parece concederá las condiciones que se le han exigido
para el armisticio».
Hay un gesto de Morillo que, por supuesto, no podemos dejar inadver
tido, por cuanto el mismo señala dos cosas importantes del honor republicano:
la primera el valor y la responsabilidad del ejército patriota, y la segunda la
disposición a un entendimiento cada vez más firme de los jefes contendientes y
la galantería recíproca en instantes de cesar en una guerra a muerte, cuando las
disidencias pueden tener el rescoldo del rencor. Tal gesto tiene efecto cuando
Mellao y Gómez en actitud heroica se repliegan en la cuesta de Higuerote -se
gún lo dice Baralt- hacia las vegas de Carache y un jinete queda solo por
muerte de su caballo, en el embravecido escollo del enemigo, y en vez de ren
dirse mata a dos contrincantes, y cuando va a concluir su vida, Morillo grita
para salvarlo. Al adelantarse las conversaciones del armisticio, el mismo Jefe
Expedicionario ordena enviarlo, sin canje, al Cuartel General de Bolívar, quien
asimismo, elegantemente, corresponde al gesto devolviendo al noble adversario
ocho soldados del regimiento de Barbastro.
El dia 13 de noviembre escribe el Libertador desde Trujillo -tan memo
rable en la historia venezolana- al General Morillo, y le avisa el recibo de la
—78—
nota enviada desde Humocaro Bajo, donde conferenciaron con el mismo Jefe
español Sucre y Plaza, dos héroes para el recuerdo permanente. En tal corres
pondencia Bolívar, como siempre es categórico al dejar constancia de que el
«Gobierno de Colombia no ha tenido miras de conquista; ha tenido, sí, las del
restablecimiento del gobierno de su patria, destruido y hollado por nuestros
invasores», y a la vez le expresa que el armisticio no se ha llevado a efecto «por
las circunstancias del tiempo y el retardo de los negociadores» peninsulares. Es
porque éstos son demasiado discretos y en cada ocasión están pidiendo instruc
ciones o igualmente pensando en que el tiempo dé la República no ha llegado
plenamente.
Nuevamente se dirige a Morillo el Libertador, el 16 de noviembre
desde Mocoy, y le comenta, con relación al «armisticio general tanto en Vene
zuela como en Cundinamarca» del cual le habla en su nota, que su intención
es la de negociar un armisticio general -pues no puede parcelar la resonancia
continental de su obra-, y le sugiere el envío de oficiales autorizados para ir con
sus edecanes a los lugares distantes con órdenes precisas a los jefes o coman
dantes de esos lugares, a fin de evitar choques de los cuerpos de ambos ejér
citos, contrarios a las negociaciones. Al día siguiente, desde Trujillo, le respon
de al mismo Morillo su nota del día anterior, y conviene en «un armisticio
provisorio, mientras se entabla y concluye el definitivo». Esta aceptación es el
arma psicológica para elevar el prestigio de la República en el trazo de la pose
sión de su destino histórico ante la conmoción americana. Y vuelve Bolívar a
hacer énfasis de ese destino y de la seguridad de la poseción cuando le dice que
no puede retirar las tropas republicanas de la costa maracaibera, por cuanto no
ha ofrecido ni ofrecerá «retirar las fuerzas de Colombia del territorio que
ocupan». (Véase nota al respecto en las Obras Completas de Bolívar).
El 17 de noviembre es Morillo quien escribe a sus Comisionados, des
de su Cuartel General en Carache. Les incluye las últimas notas del Liberta
dor y les encarece su pronta movilidad «porque importa mucho aprovechar los
momentos para evitar que algún accidente imprevisto haga desaparecer esta
buena disposición de los enemigos, y por si fuese maliciosa, no suspender mis
operaciones que tanto les han impuesto aun sin llegar á las manos». Se define
en el interés del Jefe Expedicionario el debilitamiento de los valores políticos
y militares del Reino lejano y en cierto modo el reconocimiento tácito del nue
vo Estado representativo y democrático. En esa correspondencia ya habla
Morillo, del Gobierno nacional, y si recordamos su parte de Boyacá donde
menciona a 3.000 venezolanos pasados, por razones de guerra, al ejército pa
triota, podemos y debemos aceptar que la hora del cese de la guerra civil, con
sello y calor americanos, ya llega para bien de la esencia del nacionalismo.
—79—
nip Pita para ir.a Popayán o donde esté el Coronel Sebastián de Calzada o el
jefe español que comanda el ejército en el sur granadino, y le comunique . la
suspensión de hostilidades Este poder lo firma Morillo en Carache, el 19 de
noviembre. En esta misma fecha y en el mismo lugar se reune el jefe español
con el Mariscal de Campo Miguel de la Torre, quien es Jefe de su Estado Ma
yor General, y los Comisionados Correa, Rodríguez Toro y González Linares,
a fin de acordar las bases del armisticio, conforme a la Real Orden, y las fijan
en ocho puntos generales, entre los cuales puntualizan la buena fe; la durabili
dad de un año; la permanencia de los ejércitos en el terreno que ocupan en el
momento de la ratificación del armisticio; de la autorización de oficiales para
el establecimiento de las líneas de demarcación sobre las bases de: el Apure co
mo línea divisoria, el Manapire como línea en el Llano hasta el nacimiento
del Guanapé y de aquí al Onare, quedando Barcelona en poder de las tropas
que la ocupan al comunicarse el armisticio; Maracaibo quedará libre,en el Nue
vo Reino de Granada quedarán las posiciones ocupadas para el momento de
anunciar el armisticio; la devolución de una y otra parte de los desertores y
pasados; la restitución a sus hogares de los emigrados; el cese de las hostilida
des de mar a los treinta días del tratado en América y noventa en Europa, y la
alteración o variación del articulado por los Comisionados.
Escribe al Jefe español, de Trujillo, el Libertador el 20 de noviembre.
Le comunica haber recibido del Teniente Coronel Pita el despacho que pro
porciona el aligeramiento del aviso de la suspensión de las hostilidades, y cele
bra la pronta llegada de sus Comisionados. A la vez le expresa su indignación
por la imprudencia del mismo Pita, quien le ha dicho que el pensamiento es
pañol es el de que él (Bolívar) evacúe el territorio libre de Venzeuela y vuelva
a sus posiciones de Cúcuta, lo que, naturalmente, sería una provocación y la
rotunda negativa para un entendimiento, a la vez que una razón más para pro
seguir la guerra a muerte. En consecuencia, el Libertador concluye dicien
do que «Ño es el gobierno español el que puede dictar condiciones ultrajantes y
altamente ofensivas a los intereses de la república de Colombia, que hemos
elevado sobre las ruinas arrancadas de las manos del ejército expedicionario».
No podía ser más digna la actitud del creador de Colombia! •
Ese mismo día 20 los Comisionados de Morillo escriben a éste acerca
de su desagrado por la conducta de Pita, a quien han hecho volver sobre sus
pasos. A la vez le piden la designación de otro oficial de confianza para ir a
Popayán, y le adelantan su concepto con respecto al Capitán Ramón Méndez,
por «su poca precaución en hablar». Asimismo informan que adelantan su
marcha, de Santa Ana, con el Edecán del General Bolívar Diego.. Ibarra.
El ejército patriota ha tomado posición en Sabana Larga y de allí es
cribe el Libertador, el 21 de noviembre, a su amigo Juan Rodríguez del Toro,
uno de los delegados del Jefe español. Le significa su «emoción tiernamente
agradable» al recibir su correspondencia y le manifiesta que. al saberlo al al
cance de su vista ha olvidado que viene empleado por el enemigo, y le hace
saber su «irritación» por la infeliz actitud de Pita. No hay duda, entonces,
—8,0—
del acierto de Morillo al incluir en su delegación a este buen amigo de Bolívar.
El lenguaraz Pita es reemplazado por el Teniente Coronel José Moles.
Así lo hace saber Morillo al Brigadier Correa en carta del 21 de noviembre,
desde Carache, en la cual le expresa además, una aclaratoria necesaria «para no
dar al público siniestras interpretaciones cuando llegue el caso de enterarlo del
pormenor de estas negociaciones». El guerrero peninsular también tiene claro
sentido diplomático y responsabilidad histórica. Por otra parte hace hincapié
en su sinceridad y en su empeño por obtener la paz y el anhelo de regresar a
España dejando las cosas en buen plan de entendimiento. Es un comenzar
tardío de rectificación a una política de exterminio y rencor cuando el alma ve
nezolana y neogranadina protestaba por la opresión y la sangre derramada en
los quemantes o gélidos caminos de su angustia. Sin embargo, tal comenzar
—que es el fin de los realistas—tiene sus ventajas por el reconocimiento total
a la República.
El 22 de noviembre los delegados del Gobierno de Colombia establecen
sus pautas a los delegados del Estado español, en respuesta a las suyas, y deter
minan tres artículos esenciales, modificados, según el concepto del interés repu
blicano, y agregan diez como parte dispositiva a la posición de los ejércitos de
ambos bandos, y en siete artículos más formulan adiciones y aclaraciones, todo
lo cual alcanza, por parte de Correa, una asequible comprensión. Es porque
éste razona al Jefe Expedicionario que al pedir los Comisionados bolivarianos
«la línea de Santo Domingo en lugar de la del río Canagua no sólo tiene por
objeto la más fácil introducción de los ganados de Apure sino la de situarse en
Barinas, pues del otro modo dicen que perderían casi toda la conducción». Igual
le comunica Correa que ha dispuesto la retirada de su destacamento a Santa
Ana «á efecto de obviar todo disgusto con estos señores (los delegados republica
nos) que se han presentado bastante afables y deseosos del armisticio».
Los delegados realistas están Trujillo. Allí no está el Libertador pero,
en ausencia de éste, son recibidos por el General Antonio José de Sucre, Coronel
Pedro Briceño Méndez y el Teniente Coronel José Gabriel Pérez, con quienes
abren las discusiones de pacificación y con los cuales han «canjeado los respecti
vos poderes», a la vez que les han entregado la nota contentiva de las bases para
las conversaciones. En la nota que despachan a Morillo, dejan entrever la impo
sibilidad del armisticio, acaso por la firme conducta republicana en no dejar
escoriar la personalidad del Estado democrático. Por lo mismo le piden autori
zación para llevar a cabo, entonces, el tratado regularizador de la guerra, en
concordancia con el Artículo 10 de la nota oficial que sirve de orientación en las
discusiones. v
• >" t ■- • í • .1
—81 —
institucional de un Estado con todas las prerrogativas del sistema democrático,
cuyo territorio abarcaba casi toda la Nueva Granada y parte de Venezuela y
estaba en ventaja de penetración y alcance de triunfo en la liberación de la
geografía nativa. Así lo hace saber al General Francisco de Paula Santander, al
escribirle el 22 de noviembre de Sabana Larga, a tres horas de Trujillo. Le
explica que «Las condiciones son la cesión de Maracaibo y el resto de Barinas;
ofreceremos el Oriente de Caracas por indemnización después que se haya per
dido la esperanza de conseguir esta cesión. Morillo dice que a él lo ahorcarían
si cediese tal territorio». No obstante, es optimista sobre el resultado de las
negociaciones, así sea un armisticio provisorio, por cuanto Europa está en la
mejor disposición con respecto a América. Es cuestión de saber negociar con
habilidad la ventaja para Colombia.
El día 23 de noviembre escribe Bolívar a sus delegados Sucre, Briceño
y Pérez. Les avisa el recibo de las notas de Jas comisiones de los dos gobiernos
y aprueba la respuesta de los mismos a los negociadores realistas. Igualmente se
refiere a los artículos dudosos y les concreta que el armisticio solamente
debe ser por seis meses y los limites deben ser los de la provin
cia de Caracas. Rechaza el Artículo 5o y concede los números 6o, 7o y
8o. El 9o lo «acepta con placer»; y con relación al 10o. los autoriza
«para que, conforme al derecho de gentes más lato, entablen y concluyan
un tratado con los negociadores del gobierno español». Bolívar, además de es
tadista y guerrero, es también sociólogo y tiene una visión adelantada del futuro
de la Colombia que tanto ama. Le da carácter de guerra civil a la contienda
americana y por esto indica a sus delegados que deben proponer el canje de to
dos los prisioneros, incluyendo «espías, conspiradores y desafectos; porque en las
guerras civiles es donde el derecho de gentes debe ser más estricto y vigoroso,
a pesar de las prácticas bárbaras de las naciones antiguas»,
Cuatro horas sesionan los Comisionados el día 23 de noviembre. Gon
zález de Linares da cuenta al General Morillo de esta circunstancia y le pide su
consentimiento para aceptar la línea de Barinas, pues se considera no existir
«cuerpo considerable ni guarnición del mismo modo que se exige para Carache».
Las negociaciones han tomado un rumbo favorable a la República. Los
delegados realistas juzgan, ahora sí, existir probabilidades de éxito. Al menos
así lo demuestran al informar a Morillo el curso de las conversaciones en Tru
jillo. El día 23 en la noche llega Moles, quien ha de ir a la Nueva Granada
a comunicar el cese de las hostilidades a los jefes españoles. Por otra parte los
mismos delegados dejan constancia de las concesiones recíprocas en lo que res
pecta a las líneas de demarcación y a la posición de ambos ejércitos. Se ob
serva, por lo tanto, que ya llega a los detalles finales.
Bolívar se dirige a sus delegados para ratificarles su resolución de hacer
todos los sacrificios para obtener la paz. Por consiguiente, en esa breve corres-
pendencia del 25 de noviembre, los autoriza a concluir el armisticio, en los tér-
minos que determinan ambas delegaciones. Les adelanta que al siguiente día
>
irá a Trujillo —estaba en Sabana Larga, como dijimos antes— y que le será sa
tisfactorio seguir para Santa Ana y verse con el General Morillo, como éste lo
desea. Por su parte el Brigadier Ramón Correa escribe al Jefe Expedicionario
y le dice que con el Teniente Coronel José Moles le envía el pliego como «ga
rante de los trabajos que acabamos de practicar en obsequio de nuestra comi
sión discutida y reflexionada hasta el último punto». En la misma fecha del
25 de noviembre los tres Comisionados españoles le remiten oficialmente, al
nombrado General Morillo, el tratado del armisticio para su ratificación y le
expresan que lo han firmado a las diez de la noche. El día 26 lo devuelve
al Jefe realista «aprobada y ratificado». En el eetudio biográfico del General
Pablo Morillo, por Antonio Rodríguez Villa, que tan útil nos ha sido para este
modesto ensayo nuestro, están las bases acordadas y explicado el celo de dos Es
tados enfrentados a una guerra sin cuartel y luego serenados para entender que
el respeto mutuo conviene al que ceda en el mito de su absolutismo en una
tierra hecha para la libertad, y al que vigoriza su fisonomía en el servicio de
la independencia a todo el Continente.
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sueño y de la niebla, a los Comisionados de Morillo. De esta manera España
comprende que ya no puede amedrentar al Estado fundado con sangre y espí
ritu sino tomarlo como vaso comunicante para el estímulo de relación entre dos
pueblos con habla y religión semejantes. Es el camino recomendable para
afirmar la cultura que anduvo a saltos y bajo el anatema del miedo, cuando
algunos quisieron -y aún quieren- signar con la sombra de la leyenda negra-
1820. San Cristóbal es la luz de la unidad colombiana obtenida en
Angostura, y es el oásis para la emoción y la visión bolivariana. Es el camino
hacia Trujillo y la nobleza de la realidad del abrazo de Santa Ana.
BIBLIOGRAFIA
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Centenario del Nacimiento de Samuel Darío
Maldonado, 1870 - 1970,
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tenario de su nacimiento con un homenaje de proyección nacional.
Nacido en Ureña, Estado Táchira, pueblo fronterizo con Colombia,
la acción ejecutiva de Maldonado y sus inquietudes intelectuales
irán al alumbrar desvelos en las más apartadas regiones de la fron-
tera con el Brasil, en la frontera entre la civilización y el mundo
desconocido de la selva orinoquense. También en sus ideas Samuel
Darío Maldonado estuvo siempre caminando en el límite de sus
concepciones científicas y positivistas con el deslumbrante mundo
mágico de las creencias primitivas. Pocos escritores venezolanos
presentan una personalidad tan singular y a veces contradictoria
como Samuel Darío Maldonado. La verdad es que también pocos
escritores supieron resumir una síntesis de lo venezolano como la
que ejemplifica Maldonado con su intrincada novela Tierra Nues
tra, su poesía a ratos de una belleza lograda por pocos poetas de
su generación y a ratos también farragosa y desmesurada en sus
proporciones métricas. No se puede encontrar en él el tipo tradicio
nal del intelectual dedicado a su faena creadora desde el tranquilo
recinto de su bufete capitalino; para Maldonado la creación de su
obra de poeta y de pensamiento se combinaba con las experiencias
de su constante caminar y recorrer toda la tierra venezolana, desde
su seca y soleada aldea ureñense hasta las húmedas y vegetales
regiones del Caura y del Orinoco.
—86—
nes se hayan casi obstinado en ignorar las contribuciones que en
este terreno realizó Samuel Darío Maldonado.
El Centro de Historia del Estado Táchira se suma al home
naje que en toda Venezuela se le ha venido rindiendo a este excep
cional escritor tachirense con motivo del centenario de su nacimien
to.
Nuevos colaboradores:
—87-^
■
1
fecundando con sus actuaciones la historia nativa es una obra de
sumo interés que el doctor César González está realizando desde
hace varios años a través de sus estudios de los cuales publicamos en
este número uno referente a los cruces de varios apellidos tachiren-
ses.
•í
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Centro de Historia del Táchira
San Cristóbal — Venezuela
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Nómina de sus dieciocho individuos de número
I Rafael María Rosales
II Monseñor José Edmundo Vivas
III Luis Eduardo Pacheco
IV Aurelio Ferrero Tamayo
José Quintero García
VI Félix María Rivera
VII Amenodoro Rangel Lamus
VIII Ramón José Velásquez
IX Pío Bello, S. J.
X Horacio Cárdenas
XI Mons. Carlos Sánchez Espejó.
XII Pedro Pablo Paredes
XIII José García Rodríguez
XIV José Antonio González C.
XV Ilia Cira Rivas de Pacheco
XVI Xuan Tomás García Tamayo
XVII Emiro Duque Sánchez
XVIII José Joaquín Villamizar Molina
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Funcionarios para el Período 1.970-1971
Director Aurelio Ferrero Tamayo
Sub-Director Pedro Pablo Paredes
Secretario José Antonio González
Tesorero José García Rodríguez
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Comisión Editora del Boletín
Horacio Cárdenas
Aurelio Ferrero Tamayo
J. J. Vfllamizar Molina
TE NUMERO
del Boletín del Centro de Historia del Táchira,
fue impreso en los Talleres Tipográficos del Ejecuti
vo del Estado, por gentil disposición del Primer Ma
gistrado Regional. . ’
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• El Centro de Historia del Táchira. .
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Contenido
VII Notas « 85
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