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San Cristóbal Venezuela Abril Diciembre de 1.970

BQI ri n
DEL
CENTRO DE HISTORIA
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FACHIKA
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COMISION EDITORA

Horacio Gárdenas
Aurelio Forrero Tamayo
J. J. \?illarnizar WLolina

NUMERO 21 SEGUNDA ETAPA

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DEL
d© Historia d®l TácHra
No. 21 - San Cristóbal, Abril - Diciembre de 1969 -• Segunda Epoca

Filosofas y Teológos Jesuítas


en la Caracas Colonial
Por: P. Dr. José del Rey, S. J.
Discurso leído el día 23 de mayo de 1970,
• en el Centro de Historia del Táchira con motivo
de incorporarse como Miembro correspondiente.

No deja de ser llamativo el planteamiento histórico


cultural que queremos formular en este trabajo, ya que por
una parte el paso de los jesuítas por la Caracas colonial
se puede calificar de apresurado y efímero, y por otra par­
te el cultivo de estas disciplinas universitarias -filosofía y
teología- se institucionaliza con la creación de la Universi-
sidad. de Caracas.
Ha sido el descubrimiento de un fenómeno persis­
tente en la actitud de los jesuítas dieciochescos que labo­
raron en la capital venezolana, el que ños ha llevado a plan­
tear una hipótesis que juzgamos de interés para una mejor
intelección e interpretación de la Historia de nuestra cul­
tura. ' ‘ _■ ’ • .
< El, fenómeno se traduce en. la presencia pertinaz y
—5—

I.
variada de jesuítas profesores de filosofía y teología en el
intento fundacional caraqueño. La hipótesis cabría formu­
larla: qué ambiente de posibilidades culturales y de pro­
yección atisbaron los jesuítas en Caracas para cerrarse en
una posición no propia de su modo ordinario de actuar?
¿Concibieron entonces la idea de crear un alto centro de
estudios al modo como habían hecho en Bogotá, Quito y
las principales ciudades del nuevo continente?
La historia caraqueña de la Compañía de Jesús se
inicia propiamente en el siglo XV1I1 (1) con una duración
aproximada de un cuarto de siglo y dividida en tres etapas:
i) Los intentos del Obispo Baños y Sotomayon
1704.
2) El ensayo fallido del P. Ignacio Ferrer (1736-
1746).
3) El arraigamiento definitivo ( 751-1767).
Esta estructuración de la historia local jesuítica en
la ciudad del Avila en modo alguno pretende ignorar ni
la labor sexquicentenaria del colegio de Mérida (2), ni
la tradición de una filosofía social iniciada en el Nuevo
Reyno por los PP. Funes y Alonso de Sandoval en tor-
no al negro (3), ni el germinar de las ideas cartesia­
nas en tierras americanas gracias a su evangelista el P.
Denis Mesland que consagró 10 años de vida misionera
a la Guayana (4), ni mucho menos la influencia y atrac­
ción ejercida por la Universidad Javeriana a selectos ve­
nezolanos que pudieron coronar en ella sus estudios. (5).
El problema fundamental que enfrenta nuestro es­
tudio radica en una actitud metodológica difícil: al histo­
riar la presencia jesuítica en la Caracas colonial debemos
reflexionar sobre todo acerca de los hombres que inten­
taron una empresa, para acercarnos a través de ellos a
los planteamientos auténticos que la Institución como tal
re­
no pudo realizar. Nuestra posición debería sintetizarse
de la siguiente manera: Cuáles fueron las intenciones de
la Compañía de Jesús en la capital venezolana a juzgar
por los hombres que destacó en nuestra ciudad?
Caracas era el polo capitalino más abandonado en
la Provincia del Nuevo Reyno de Granada. Esta demar­
cación jesuítica comprendía las actuales naciones de Co­
lombia, Ecuador, Republica Dominicana y Venezuela. La
política fundacional de la Compañía se centraba en la
promoción de los estudios superiores en las diversas ca­
pitales coloniales con el fin de integrarse en la nueva
cultura y sociedad americanas. De esta suerte conocie­
ron pronto Bogotá y Quito la presencia y la influencia de
la Universidad Javeriana y de la Universidad de San Gre­
gorio. Y en los albores del siglo XVIII la isla de Santo
Domingo entregaba a la Compañía de jesús la Universi­
dad de Santiago de la Paz y de Gorjón.
Pero lo que podríamos señalar como la «intuición
caraqueña» se atisba ya en pleno siglo XVII. En 1650
escribía el P. Andrés de Solís desde Santo Domingo:
« .... y si quando lo ofrecieron en Truxillo y Caracas
se ubiera admitido, oy tuviera la provincia esos dos cole­
gios en mui buen estado: quiza se deshizo entonces por­
que lo guardaba Dios para ese tiempo. Caracas es tierra
rica, de temple fresco y regalada, y muy a propósito pa­
ra fundar en ella estudios mayores, a que acudirán de toda
la provincia de Venezuela (....) También en dicho lu­
gar de Caracas se puede fundar un Colegio Seminario,
porque es Iglesia rica y necesita mucho deste socorro». (6).
Mas fue en el siglo XVIII cuando la Provincia del
Nuevo Reyno inició su expansión hacia su área oriental,
como es Venezuela y la isla de Santo Domingo. En 1701
se instala la Universidad de Santiago de la Paz en la isla
(7) y para 1704 descubrimos idénticos propósitos acadé-
— 7—
micos en la correspondencia entre el obispo caraqueño
Baños y Sotomayor y el provincial neogranadino P. Pedro
Calderón (8).
Con todo, hemos topado con el mutismo más ab­
soluto en lo que respecta a las fuentes jesuítas -tanto do­
cumentales como bibliográficas en relación a este intento
de 1704. Sólo el singular y aventurero P. Miguel Alejo
Schabel nos ha dejado una nota interesante en su relación
histórica (9): «Por toda la Providencia de Venezuela donde
pasé era la voz del pueblo que su obispo esperaba a los
Padres de la Compañía en su residencia y diócesis ... y
muchos me vieron y consideraron como el Precursor y
enviado con anticipación a esa Provincia y al Ilustrísimo
y Reverendísimo Obispo ruyo, para tomar posesión del
colegio y de esas misiones en nombre de la Compañía».
Las escuetas noticias de que disponemos proce­
den de dos Reales Cédulas: en la primera (17) de
junio de 1706) el Rey solicita del Deán y Cabildo Metro­
politano las informaciones necesarias a fin de satisfacer los
deseos del Obispo para entregar el Seminario de Santa
Rosa de Lima a los Padres de la Compañía de Jesús (10).
Y en vista del silencio guardado por el Cabildo, el 24 de
febrero de 1715 volvía a insistir el monarca español en la
demanda de las mismas informaciones, dejando constancia
del beneplácito y deseo del Gobernador de la Provincia (11).
Desafortunadamente la muerte del Obispo de Baños
y Sotomayor, la lentitud de las tramitaciones burocráticas,
las demoras del Cabildo metropolitano y otras causas para
nosotros desconocidas motivaron el paulatino olvido de un
intento que hubiera significado el momento más propicio
para vincularse la Compañía de Jesús a la historia cultu­
ral caraqueña.
Menos oscura y más compleja se nos presenta la
segunda etapa que abarca el decenio 1736-1746. Propia-
—8 —
mente las tramitaciones habían recomenzado en 1731
gracias a los inmejorables deseos del Gobernador Sebas­
tián García de la Torre y a los servicios del Rector del
Colegio de Mérida, P. Francisco González.
García de la Torre comunicó el proyecto a los ca­
bildos secular y eclesiástico en términos demasiado elogio­
sos para los jesuítas «luego que se presentaren en esta
ciudad con las licencias necesarias para dicha fundación,
es a saber, la de su majestad que Dios guarde, y la del
R.P. Propósito General de la Compañía de Jesús> (13).
Pero conviene resaltar que para estas fechas Caracas
había sido revalorada dentro de las categorías de proyec­
ción de la Compañía de Jesús. Paulatinamente se afirma un
deseo de desplazar cierto núcleo de actividades centraliza­
das en Santafé hacia la ciudad venezolana; e incluso se le
llega a concebir como el polo de desarrollo de una gran área
que debiera favorecer las incipientes misiones del Orinoco,
consolidar las aspiraciones fundacionales de Maracaibo,
entablar mejores relaciones con la isla de Santo Domingo
y establecer una misión en las Islas del Caribe fundamen­
talmente en Curazao (14).
Pero el General de los Jesuítas no participaba de
la euforia de las informaciones americanas, y así, en car­
ta del 15 de septiembre de 1736 escribía al Provincial del
Nuevo Reyno: «La fundación de Caracas, aunque por lo
que hay para ella es muy buena y sería, mejor a efectuarse
lo que diseña el señor obispo de hacer en ella un gran co­
legio para noviciado y estudios, ni eso lo veo muy asequible,
ni aun como presentemente se nos ofrece esta fundación
carece de dificultad el admitirla. No dudo que la ciudad
es opulenta y rica, bueno el temperamento y buena la do­
tación de 40.000 pesos que están en poder del señor
obispo sobre dar nos iglesia y casa hecha; pero ni para
dar mi licencia tengo los informes necesarios, ni jamás
—9—
la daré sin que se satisfaga primero algunas dificultades
nacidas de la distancia que hay desde Caracas al resto de
la provincia. Consultada poco ha, en tiempo del Padre
Francisco Antonio González, provincial de esa provincia,
esta fundación, fueron de parecer los consultores no se
admitiese, por la gran distancia de 200 leguas que hay
de camino desde Caracas a Santafé, por la falda de co­
mercio y correspondencia entre estas partes, y por los
gastos de los tráficos que no son menos de 400 pe­
sos ( . . . ) Al señor obispo de Caracas escribo muy
agradecido, pero suspendiendo toda determinación hasta
tener nuevos informes en esta materia». (15).
Cuando llegó esta carta al nuevo Reyno ya hacía
tiempo que se había iniciado la presentación en Caracas
de un equipo de hombres que nos hace pensar en un
plan de acción más basto y premeditado que el de hacer
misiones circulares o establecer un simple colegio. Dos
filósofos: los P. P. Ignacio Ferrer y Carlos Nigri; un mo­
ralista: el P. Matías Liñán; un escriturista: el P. José Be-
navente; un humanista brillante: el P. Miguel Monroy y un
hombre con experiencia continuada de Rector: el P. Ma-
nuel Zapata nos indicen a reflexionar sobre la posibili­
dad real de nuestra hipótesis.
La figura clave más destacada de esta segunda
etapa es la del P. Ignacio Ferrer (1694-1759). Su biogra­
fía jesuítica no puede ser más densa: ocupó todos los car­
gos de más relevancia en la provincia del Nuevo Reyno.
De sus actividades académicas comenzamos a tener noti­
cia a partir del año 1728, fecha en que se inició como ca­
tedrático de filosofía en la Javeriana para regentar más
tarde la Teología Moral y la Dirección de Estudios de la
Universidad. Ocupó el Rectorado del colegio de San
Bartolomé de 1734 a 1736. De esta época bogotana da­
tan tres manuscritos que reposan en la Biblioteca del Co­
legio de San Bartolomé la Merced y que recogen su cur-
—to­
so filosófico dictado entre 1728 y 1731. El primero, In
Legicam', el Segundo: ‘Disputationes in libros de Melhaphisica; y
el tercero- Disputationes scholasticae in Arislolelis Libros de anima.
A lo largo de sus 566 páginas se nos descubre el esco­
lástico intuitivo, fiel a la escuela tradicional y dotado de
un gran sentido de la claridad sistemática. No es un pen­
sador original pero sí un profesor que domina su sistema
filosófico.
Este fué el primer Jesuíta que se presentó en Cara­
cas en 1736 con intentos fundacionales y en ellos trabajó no
sólo durante un decenio de permanencia en nuestra capital
sino durante su provincialato que se inicia en 1751 con la
ansiada fundación caraqueña (16).
En relación al resto de los integrantes de esta
segunda etapa histórica de los Jesuítas en Caracas, tenemos
que confesar que no hemos encontrado todavía ningún
manuscrito filosófico-teológico ni tampoco ninguna referen­
cia directa que pueda facilitar nuestra búsqueda muy posi­
blemente reposen en archivos particulares colombianos, o
quizá yazcan sepultados en alguna biblioteca o hayan desa­
parecido para siempre.
Colega de docencia en Bogotá y sucesor del P.
Ferrer en el curso filosófico en 1731 fué el italiano P. Car­
los Nigri (1698-1742). Las frecuentes referencias con que
nos hemos tropezado al estudiar la documentación javeríana
nos inducen a perfilar al P. Nigri como un profesor popular
en las aulas santafereñas. Sirva de ejemplo una oda sáfica
elegida al azar y escrita por un alumno que se iniciaba en
1731 en el estudio de la Filosofía con el jesuíta italiano.
Eia Clio, nunc hilaris coturnis
Prome versus et fidibus canoris
Assonent cuñete cytaras sonoras
Pectine tactas (17).
—1.1—
Para réemplazar al P. Nlgri fallecido prematuramen­
te en Caracas el 1 de noviembre de 1742 viajó de Bogotá
un español, jesuíta joven experto en Sagrada Escritura y
quien más tarde dictaría la cátedra de Exégesis en la
sabana bogotana; nos referimos al P. José Benavente
(1714-?). Una mención especial ameritan dos beneméritos
jesuítas criollos: el cartagenero Matías Liñán (1708-1768)
quien de la ciudad del Avila pasó a la isla de Santo Domin­
go a desempeñar la cátedra de Teología Escolástica y Mo­
ral; y el santafereño Miguel Monroy «de ingenio muy
florido» y versado «en poesía y latinidad» al decir del
ilustre humanista colonial bogotano José Ortiz y Morales.
Sus nombres han quedado vinculados no sólo al colegio
caraqueño sino también al frustrado colegio de Maracaibo.
Pero el 11 de noviembre de 1746 el P. Ignacio
Ferrer presentaba un Memorial al Obispo de Caracas re­
nunciando a la fundación «por la poca esperanza de que
pueda juntarse tan en breve y sin que pase mucho tiempo,
como la experiencia lo tiene demostrado en los muchos
años que ha me hallo en dicha ciudad sólo a este fin, y más
cuando debe de ser cuantiosa la expresa donación ... por
ser precisos en esta ciudad mayor número de sujetos y estar
muy distante de Santafé» (18).
Una conciencia más dura y realista se transparenta
en todos los artífices de la fundación definitiva que se ini­
cia en 1751. Sin lugar a dudas el punto de partida de
esta nueva etapa histórica comienza con la erección de
un colegio jesuítico, pero con una espectativa abierta hacia
los ideales que hemos calificado de «intuición caraqueña».
La Provincia del Nuevo Reyno, reunida en 1750
en Santafé para la Congregación Provincial escribía al
General de la Compañía de Jesús que «se digne aprobar
benigmante esta fundación y permitir que en Madrid se
hagan las diligencias para conseguir el permiso real (19)
Pero lo que más nos ' sorprende es la evolución que se
había operado en Roma en tan pocos años con relación a
los objetivos manifestados por los jesuítas neogranadinos
en torno a Caracas: envíenme las informaciones -contesta
el P. General Ignacio Visconti- sobre rentas, casa y cons­
trucción de la Iglesia, y se proveerá sobre un colegio no
ya incoado sino perfecto» (20).
Para 1752 el Procurador General de las Provincias
de Indias en Madrid, P. Ignacio Altamirano había conse­
guido de Fernando VI el permiso ansiado a lo largo de
toda la primera mitad del siglo XVIII por Real Cédula del
20 de diciembre de ese mismo año. (21)
Dos actitudes creemos descubrir a lo largo . de la
cronología de este intento de arraigamiento: la primera
abarcaría de 1751 a 1763, y aunque los proyectos auténti­
cos parecen centrarse fundamentalmente en la instalación
del colegio, sin embargo, la presencia de dos fuertes per­
sonalidades desborden el esquema de un mero centro
humanístico: el P. Jaime de Torres, profesor de Teología y
más tarde Procurador General de las Provincias de Indias
en Madrid, y el P. Antonio Julián, simbiosis curiosa de
orador popular y profesor universitario. La segunda acti­
tud se ubica en los años precedentes a la expulsión 1763-
1767 y lo plantea el esquema de la comunidad jesuítica
caraqueña en la que observamos una transformación verti­
cal hacia las preocupaciones intelectuales, concretamente
filosóficas y teológicas. ■
No es fácil descubrir la política de ía Compañía de
Jesús a través de los documentos de qué disponemos. Si
testificamos que en los orígenes de este intento definitivo
intervienen preferentemente humanistas como los P.P., Ra­
fael García, Manuel Morelo o Francisco Javier Otero, es
para confirmar que las autoridades .jesuíticas estaban di$-
—15—
puestas a caminar por el sendero más largo que condujera
a la realización de sus ideales.
Un enorme interrogante nos abre la excepcional
personalidad del P. Jaime de Torres (1711-?) que había
venido a América en la expedición del P. -José Gumilla en
1743.
b De sus años de Profesor de Teología en la Jave-
riana de Bogotá nos ha dejado esta síntesis el que fuera su
discípulo, el P. Felipe Salvador Gilij: «De esta noticia soy
deudor reciente a dos sabios españoles, al primero de los
cuales tuve como profesor en mis estudios teológicos en
Santafé en el Nuevo Reyno, y al cual por muchos motivos
guardo eterna gratitud. Hablo del P. Jaime de Torres muy
conocido por sagran talento . . . . »
De esta época datan sus 6 tomos De re theologica
tractatus üarii que quedaron en el colegio de Santafé al tiem­
po de la expulsión. Pero con anterioridad a la docencia
teológica había dictado su curso filosófico probablemente
en España, a juzgar por la ubicación del manuscrito^ Totius
Jesuitico-Arislotelicae Logicae sioe Philosophiae ■raliónalis compen-
dium. 'J'
Pero la estancia del P. Torres, en Caracas fue breve.
En 1756 se encontraba en Madrid como Procurador Gene­
ral para los asüntos de las Provincias de Nuevo Reyno y
Quito, ..\ . ......, .... '
Antes de seguir adelante quisiéramos dejar sentados
una serie de presupuestos que califiquen el valor de nues­
tras aseveraciones antes de seguir haciendo referencias
concretas a los filósofos y teólogos jesuítas que se esfor­
zaron por vincular la Compañía de Jesús a la Caracas Co­
lonial. * *' J'
• . * *. *• *• • í

I). Todavía no se ha escrito la Historia de la Filosofía y


^Teología colonial neogranadina; por lo tanto en ningún
momento queremos estampar juicios definitivos sobre
las. obras de los autores que estudiamos... (22).;
2). -La mayoría; de los manuscritos bogotanos que hemos
/ consultado " proceden de la labor copística de los alun>
■T" nos y rara vez se.tropieza con originales pertenecíen-
‘ tes . a Jos mismos profesores. ¿; ¿ t
?). Cuando un profesor regentaba la .cátedra de. Filosofía
su magisterio .abarcaba un trienio. (23) - Prescindien­
do ahora de los inconvenientes ocasionados a los
• alumnos, desde el punto dé -vista profesoral suponía
• el dominio y la explicación de toda la filosofía. Y al
r. examinar los curricula de ciertos -catedráticos jáveria-
" nos observamos que a-veces se iniciaban después con
un ciclo similar en la docencia de-la Teología. -
•Y
4). Somos conscientes de que en la labor de rescaté: dé
' manuscritos filosóficos y teológicos los investigadores
' deben consagrar parte de ?sus esfuerzos a la búsqueda
••'de originales a punto de desaparecer; en manos de
. particulares y a evitar todo comercio y '■•especulación
con estos tesoros nacionales. = • - •
Una personalidad singular y atrayente es la del P.
Antonio Julián (1722-1790)/autor de ía obra ya-consa-
grada La (perla de ¿/Imérica. En Caracas \ y su . provincia
debió ser conocido sobre todo^como orador religioso’ y
misionéro popular? De 1764 y 1765 datan sus dos .pri­
meros manuscritos ¿teológicos que hemos revisado:- De
perfectionibus Christi el ejas Mátris 'y De Deo ifrip el trino' De SUS
lecciones de Sagrada Escritura y-de otros tratados teoló­
gicos no tenemos sino referencias. En ? su destierró; de
Italia preparaba úna obra monumental cuando le sorpren­
dió-la muerte en 1790:. - -Schola noüissima ab occidente veniens
in sinum Ecclesiae, síve theologia christiano-dogmaticq, polémica et

—15—
scholastica ad formam iuris canocici . . . in partes VII distri-
bula.
Una transformación, no significativa a primera vis­
ta, se opera a parttr de 1763. El equipo jesuítico que co­
menzó a actuar directamente sobre el colegio incoado re­
vela dos actitudes definidas hacia la relevancia académica
y hacia una fuerte autonomía personal. Esta comunidad
nos traslada de inmediato al planteamiento inicial, a saber,
el deseo inquebrantable de implantar una casa de Estu­
dios Superiores en la capital venezolana.
El P. Manuel Parada (1735-1802) fue un hombre de
sobresalientes dotes humanas y al decir del P. Luengo
«hombre feliz y de buena estrella-. En el destierro de
1767 llegó a ser Monseñor y Camarero Secreto del Papa
Braschi, en momentos en que ser jesuíta era símbolo de
segregación política y social. Nos consta de dos manus­
critos suyos todavía no localizados: . Disertaciones varias teo­
lógicas sobre las materias más discutidas de dogma y moral; y Tra­
ducían de la obra del Dr, Bolgeni sobre, la caridad o amor de
Dios, .con correcciones y añadiduras. Como Una muestra de SUS
excepcionales dotes humanas se podría citar su corres­
pondencia con el sabio José Celestino Mutis. Ninguna no­
ticia nos ha llegado de su gestión caraqueña.
Una biografía oscura para nosotros pero dedicada
de lleno a los, fervores teológicos la constituye la del P.
Demetrio1 Sanna (I729-?) con las. siguientes obras: El pe-
cato in Religione, ed in Lógica degli jhli, e Decreti. del Conci­
lio Diocesano di Pistola (1791). Secunda parle, o sia appendice
delCopera inlitolalo il pecato in religione ed in lógica, (¡792). Den­
tro de su especialidad poléfñica conviene citar los Manuscri­
tos varios contra los Jansenistas de. Italia, especialmente los de Pis'
toya; y una elegía. In insanientem-Theologum ‘Pisloriensem.
Pero quizá pueda surgir una duda de-tipo minus-
valorativo en torno a los escritores que redactaron sus
—16—
manuscritos en tierras neogranadinas. En el inventario de
que se hizo de la Biblioteca de la Javeriana en 1767 nos
encontramos conque la librería general comprendía 4182
volúmenes distribuidos de la siguiente forma: Santos Pa­
dres 272; Expositores, 432; Teólogos, 438; Filósofos, 146;
Predicadores, 573; Canonistas, 564; Matemáticos, 83; Gra­
máticos, ¿29; históricos, 597; Espirituales 424; Médicos 39
y Moralistas, 385/24. -•
Concluye nuestra lista de filósofos y teólogos jesuí­
tas en Caracas con la actividad de su último Rector el P.
José Pagés (1709-?) Llegado, al Nuevo Reyno pronto de­
sempeñó ios más variados cargos académicos en la Univer­
sidad Javeriana: Catedrático de. Vísperas, Catedrático de
Prima, profesor de Sagrada Escritura y de Instituciones Ju­
rídicas. También su docencia abarcó el área de las huma­
nidades sobre todo con los jóvenes jesuítas que se prepara­
ban para el estudio de las Artes Entre sus escritos se han
logrado recuperar 2 manuscritos: De Inslificatione Impiorum ac,
de luslorum meritis (175/) y 7)e perfeclionibus Christi (1748). En
la primera de las obras citadas alude a otro manuscrito no
localizado hasta el presente: el tratado 7)e Incarnatione.
No hemos hecho referencia a los Jesuítas venezola­
nos porque ellos trabajaron o en el exilio o fuera de Ve­
nezuela.
Este es a breves rasgos, Señores un esbozo de la
labor cultural-académica que desarrollaron los Jesuítas en
Caracas. Una página todavía inédita dentro de la Historia
de la Filosofía y Teología venezolanas; y un reto para los
que investigan nuestra historia colonial.
Antes de concluir esta disertación, Señores Aca­
démicos, quiero testimoniar mi gratitud por el alto honor
que hoy me conferís. Soy consciente de que más que a
mi persona es un homenaje a la labor investigativa que
—17—
viene realizando el Instituto de Investigaciones Históricas
que la Universidad Católica ha puesto: en mis manos, v ••
:l A'n.’t’fv.i:?'* £.v’O‘. \ en."'-; i*;
’ Y aquella intuición,’ caraqueña que frustraron “ los
tiempos coloniales ha-venido a ser realidad en la «intui­
ción tachirense». Si los jesuítas coloniales, trajinaron mu­
chas veces de paso por esta egregia ciudad con el ideal
puesto en Caracas, hoy se puede afirmar que han fijado
aquí su residencia y que junto a vosotros seguirán labo­
rando por la creación de un nuevo' humanismo, de una
sociedad más i justa y. por una nación donde • la. cultura
sana y plurivalente sea el ideal ' de todos los venezolanos. •
< Señores-Académicos.. - •j ’ :

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—18—
(1) En dos ocasiones, durante el siglo XVII, estuvieron los Jesuítas en Ca­
racas: En 1614 los PP. Bernabé Rojas y Vicente Imperial (Cfr. Archi­
vo de la Academia de Historia (Madrid).- Carta Annua 1619 a 1621.
Tomo 129, fols. 257-289. Mercado.- Historia de la Provincia del
Nuevo Reyno y Quito de la Compañía de Jesús. Bogotá (1957) II,
23-43. Juan Manuel Pacheco.- Los Jesuítas en Colombia. I (Bogotá,
1959), 337. En 1629 fueron los PP. Pedro de Varáiz y Juan Cabrera
los que visitaron la ciudad del Avila. (Pacheco. Ob. Cit. I, 538).
(2) Manuel Aguirre.- La Compañía de Jesús en Venezuela. Caracas
(1941), 95-122. -
Juan Manuel Pacheco. Los colegios coloniales de la Compañía de
Jesús en Venezuela. En «Boletín de la Academia Nacional de la
Historia». III (Caracas, 1969) 239-242.
(3) Para este tema nos remitimos a: Juan Manuel Pacheco.- Los Jesuítas
en Colombia. I, 245-269.
(4) José del Rey.- Denís Mesland, introductor del cartesianismo en Amé­
rica. En «Latinoamérica». México 10 (1958), 102-104. Venezuela,
Descartes y Denis Mesland. En «SIC». Caracas (1963), 473-465.
(5) • Daniel Restrepo-Guillermo y Alfonso Hernández de Alba.- El Colegio
de San Bartolomé. Bogotá, 1928.
(6) ARSI. Novi Regni et Quiti Provincia. 17: Informe sobre la fundación
déla Compañía de Jesús en la ciudad de Santo Domingo de la Isla
'• * ‘Española. ' - •. • • • • -

(7) Antonio Valle Llano.- La Compañía de Jesús en Santo Domingo


durante el período hispánico: Ciudad Trujillo (1950), 161-192.

(8) Miguel Alejo Shabel.- Relación histórica que de su viaje a Cocorote,


Barquisimeto, Araure, Guanare, Tucupío, Barinas y el Real hace el
misionero jesuíta Miguel Alejo Schabel. En «Boletín del Centro His­
tórico Larense» Barquisimeto n. 6 (1943), 33-46; No. 9 (1944), 32-51.

(9) Shabel.- art. cit. 41.

— 19—
(10) Caracciolo Parra.- La instrucción en Caracas 1567-1725. Caracas
(1952) 20 (Ahí cita como lugar original: Archivo Arzobispal’ Reales
Cédulas, t. II, n. 67. Archivo Universitario: Libro 1 de Reales Cédu­
las, Ordenes y despachos).
(11) Caracciolo Parra.- Ob. cit. 22* (Archivo Universitario. Libro I de
Reales Cédulas).
(12) Nicolás E. Navarro.- Los Jesuítas en Venezuela. Caracas (1940) 59-
60. - .

. (13) Archivo Nacional de Chile. Jesuítas. Bogotá, 211.


(14) APT. Leg. 132. Carta de Retz al Provincial del Nuevo Reyno, 15 de
septiembre, 1736.
(15) APT. Leg. 132. ibidem.
. (16) Cfr. Apéndice: Artículo sobre el P. Ignacio Ferrer.

(17)- Nota: Para la documentación correspondiente a cada uno de los Jesuí­


tas que se citan hay que recurrir al apéndice.
(18) Archivo Nacional de Chile. Jesuítas. Bogotá, 211

(19) ARSI. Congregationes Provinciales, t. 90, fol. 166.


(20) ARSI. Congregationes Provinciales, t. 90, fol. 170.
(21) Mons. Nicolás E. Navarro.- Ob. cit. 62-63..
(22) J. F. Franco Quijano.- Historia de la Filosofía Colombiana. En «Re
vista del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario», Bogotá XIII
(1917) 356-364; 492-496.

José. Abel Salazar.- Suárez el eximio en Colombia. Ibidem, 587-593.


Los Estudios Eclesiásticos Superiores en el Nuevo Reino de Granada
1563-1810. Madrid, 1916.
Francisco Quecedo.- Manuscritos teológicos-filosóficos coloniales san-
tafereños. En «Eclesiástica Xaveriana» 2 (1952) 191-294 José M.
Rivas Sacconi. El Latín en Colombia. Bogotá (1949), 89-121.
(23) Moreno y Escandón. Método provisional e interino de los estudios que
han de observar los colegios de Santafé, por ahora, y hasta se erig e
Universidad pública, o su Majetad dispone otra cosa. En Boletín de
Historia y Antigüedades XXIII (Bogotá, 1936), 644-673.

.(24) Rivas Sacconi.- El Latín en Colombia. 81, nota 103..

t—
I

CAMPANA DE NUEVA GRANADA o


CAMPANA DE LA JUVENTUD 1819
Profesor JOSE GARCIA RODRIGUEZ
Miembro de Número del
Centro de Historia del Táchira

Motivación y Justificación

Celebran Venezuela y Colombia, con ferviente y ardoroso


patriotismo, el Sesquicentenario dé una gloriosa acción de guerra
que dio como resultado la libertad de Nueva. Granada y como con­
secuencia la Libertad de Venezuela, del Ecuador y del Perú. Bo-
yacá es la «Cuna de la Libertad de América»; allí se preparó el
camino para Carabobo, Bomboná, Pichincha, Junín y Ayacucho.
• Yo quisiera en esta conferencia,' hablarles del hecho más
portentoso en la Historia militar del mundo en los siglos pasados:
el Paso de los Andes y de la gloriosa Campaña Libertadora.
Queremos apartarnos en nuestra exposición, de la posición
indigna de quienes con determinado y torcido criterio han desfigu-

—21 —
rado la verdad histórica, callando deliberadamente nombres y he-
chos.
Ilustraremos nuestras exposiciones e interpretaciones con la
exhibición de algunas armas usadas en esta época de la lucha eman­
cipadora y con cartas topográficas y planos sobre la organización,
marchas y maniobras de las tropas patriotas en el desarrollo de su
plan operativo.
Nuestro vocabulario será sobrio y sencillo, sin alardes retó­
ricos, pues como dice Cervantes por boca del bachiller Sansón Ca­
rrasco: «Uno es escribir como poeta y otro como historiador».
Señores: Todos con fervor patriótico, vamos a recorrer esta
noche una de las rutas más luminosas de la Libertad Americana.

Concepción de la Campaña Libertadora

«Nueva Granada es el Corazón de América», había dicho


Bolívar en Jamaica, y esta idea se va convirtiendo en ideal constan­
te de todas sus acciones a partir del mes de agosto de 1818, mes en
que el Libertador hace a Páez la primera confidencia respecto a
esta magna y colosal empresa de Liberar a Nueva Granada.
El 25 de Agosto de este mismo año, Bolívar despacha para
los Llanos de Casanare al General de Brigada Dn. Francisco de
Paula Santander a fin de que organizase aquella provincia que, en
sus inmensidades había dado refugio a los patriotas que habían lo­
grado escapar de las garras del Régimen de terror implantado por
el último Virrey, allende los Andes.
Santander era portador de uua Proclama que Bolívar diri-
gia a los neogranadinos y fechada con anterioridad el 15 de agosto:
«El Sol no completará el curso de su actual período sin ver en
todo nuestro Territorio altares levantados a la Libertad».

Santander cumplió a cabalidad la misión que Bolívar le en­



comendara: ordenó un aislamiento general; redujo a obediencia a
los guerrilleros: Juan Moreno, Antonio Arredondo, Ramón Pérez y
Juan Galea; distribuyó acertadamente el material de guerra; orga­
nizó el Gobierno civil de aquella provincia; disciplinó a los nuevos
reclutas; creó servicios hospitalarios y se preocupó del abastecimien­
to de víveres, y, señores, hasta algún historiador sostiene que acuñó
moneda. Estos servicios le valieron el título de «Organizador de
la Victoria».
Bolívar sigue estimulando a Santander con frecuentes misi-
vas y hasta despacha un alto oficial de su confianza, Jacinto Lara
para que observe su conducta y actuación.
Por su parte Santander le envía numerosa correspondencia
al Libertador en la que le informa sobre sus triunfos en los llanos y
es también ahora el propio Jacinto Lara el emisario que invita a
Bolívar, en nombre de Santander, a venir a Casanare y emprender
la Campaña que, según dice el General Mitre «debía asegurarle la
inmortalidad y decidir los destinos de la América, produciendo en
el Norte del Continente la catástrofe de las armas españolas».
La llegada de Jacinto Lara fue muy celebrada en Rincón
Hondo, donde había acampado el Ejército de Bolívar, buscando el
pasto abundante para los caballos y la carne para los soldados. Las
noticias que contenían los pliegos del Coronel Lara no podían ser
más halagadoras. Un hecho fue muy comentado en el campa­
mento: Lara traía de Casanare una importante remesa de sal, y
todos trataban de hacer las conquistas consiguientes, pero el coronel
aceptó el alojamiento y la mesa de Anzoátegui. k
El 18 de inayo Bolívar contesta a Santander:

«He celebrado infinito las ventajas que ha alcanzado Us- sobre


la división enemiga que amenazaba esa provincia .... Doy a Us- las
gracias por todos esos sucesos, que aunque pequeños, son preliminares
seguros de otros más completos y decisivos»•

El 20 de mayo, de nuevo estimula a Santander y le previe­


ne que esté listo «para ejecutar una operación que medito sobre la
Nueva Granada, y le encarga «con el último encarecimiento el secre­
to, sin el cual nada podrá hacerse- Vuestra Señoría solo, solo debe
saberlo»-

—25—
De Rincón Hondo (La Estacada) subieron al Manteca!, y
allí se encendió en Bolívar la llama de organizar y realizar con la
máxima urgencia aquella empresa audaz y por demás temeraria,
porque Nueva Granada estaba guarnecida .por siete mil soldados
veteranos y además estaba defendida por las majestuosas montañas
de los Andes.
Un ideal esperanzador justificaba la empresa: libertada
Nueva Granada podrían iniciarse las operaciones contra Panamá,
Venezuela, Ecuador y Perú.
Bolívar trataba de hermanar a Venezolanos y Neogranadi-
nos para realizar esta Campaña Libertadora. El comprendía que si
para liberar a Venezuela en 1813 había sido necesaria e imprescin­
dible la colaboración de las armas colombianas, ahora, en 1819,
Venezuela tenía que responder con generosidad.

Plan Operativo

Un día, 23 de mayo, se decidió la invasión y el acto histó­


rico tuvo lugar en una abandonada choza en la antigua aldea Seten­
ta (hoy hato), a orillas del río Apure. Sentados sobre calaveras de
toros, un grupo de «caballeros de la imprudencia, «hombres de
hierro», hijos legítimos de Don Quijote, se juramentan para em­
prender la libertad de sus hermanos. Un viento huracanado fue el
único testigo de la decisión de aquel pequeño areópago. Aquí de­
biera la Patria grabar con letras de oro los nombres de aquellos
paladines de la libertad americana.
¿Quiénes fueron los conjurados en este Consejo de Güeña?.
' 1.. Bolívar, General en Jefe
2. - Carlos Soublette, General y Jefe del Estado Mayor
3. - José Antonio Anzoátegui, General, Comandante de
División .
4. - Pedro Briceño Méndez, Coronel
5. - Ambrosio Plaza, Coronel . * * •.
6. - Jaime Roock, Coronel • - ,
7. - Cruz Carrillo, Coronel

__ 24__
8. - Juan José Rondón, Coronel
9. - R. Iribarren, Coronel
10. - Manuel Marique, Coronel
11.- Antonio Rangel, Coronel
12.- Jacinto Lara, Coronel
13- Bartolomé Salón, Coronel

Uno solo de los asistentes reprobó el proyecto por conside­


rarlo descomunal aventura y éste fué Iribarren quien, la víspera
de la marcha o salida de Mantecal, desertó con el escuadrón
«Húsares». (1) Los resrantes conjurados dieron el voto de confian­
za a cuanto Bolívar había expuesto. Había algunos indecisos pero,
como afirma Páez, «los ojos del Libertador eran irresistibles», y así
todos puestos en pie pronunciaron decidida y solemnemente el
«Alea Jacta est».
Bolívar, desde Mantecal, el 26 de mayo, escribió a Zea,
Vice-Presidente de la República:

«Hace mucho tiempo que estoy meditando esta empresa y


espero que sorprenderá a todos, porque nadie está preparado para
oponérsele** Después de las más serias meditaciones me he determina­
do, habiendo consultado antes a los jejes del ejército, a ejecutar la
más importante operación que en nuestro presente estado puede . em­
prenderse»'
Al mismo tiempo envió emisarios a Santander, para que
éste fuera disponiendo del mayor número de efectivos militares
para iniciar aquella arriesgada empresa; y a Páez para comunicarle
el plan de operaciones. El portador de los pliegos fué el Coronel
- - —
Rangel, acompañado por su <edecán Juan José Flores quien con el
tiempo llegó a ser el primer Presidente del Ecuador. ,
•: El 27 de mayo, bajo la tarde amarilla, fue «cuando la lia-,
nura empezó a sentir y aprendió a caminar. El ejército .¿expedicio­
nario emprendió la marcha hacia Guasdualito. Todos sus hombres
eran jóvenes; por eso, llamo a esta Campaña Libertadora, la «Cam­
paña de la Juventud».
Sus efectivos eran: 1000 hombres de infantería y 800 de

—25—
caballería, distribuidos según indica el gráfico (No. 2). La Unidad
táctica era el BATALLON, con una compañía de Cazadores, una
de Granaderos y varios de Fusileros. Cuatro batallones formaban
una Brigado y dos Brigadas una División.
Las armas que utilizaron los expedicionarios eran variadas:
los voluntarios ingleses debieron usar el rifle BAKER, modelo 1 02,
empleado con éxito por el ejército inglés durante las guerras napo­
leónicas. La bayoneta era de tipo triangular. Estos voluntarios
procedían de Alemania y, así, podemos asegurar que traerían tam­
bién el rifle de la época, o sea, el Jaeger. Los soldados criollos de­
bieron usar el fusil de piedra, de alcance de 290 m. con balas de a
1 9 en libra. Este fusil era de escaso efecto en las épocas lluviosas.
Abundaban las clásicas puyas y los machetes legendarios que eran
amigos inseparables de los llaneros.

La caballería estaba organizada en escuadrones, constando


cada uno de tres compañías. El arma típica era la lanza con asta
de 2 varas y media de longitud, llamada de cuchara o santacalina,
y algunos cuerpos usaban pistolas y carabinas, reconstruidas con
fusiles recortados.
Si imprescindible fué el caballo en la Conquista, no menos
lo fué en la guerra de independencia en nuestros llanos infinitos.
La Independencia se logró cabalgando. En el cuadro de J. M.
Zamora sobre la marcha por los llanos hacia los Andes, aparecen
jinetes encabezando la caballería y montados en briosos caballos.
Bolívar cabalga un potro moro, cariblanco, de linda alzada y finas
orejas castellanas. Santander en un hermoso caballo negro. Tras
de ellos, otro jinete en caballo negro y así otro y cientos más. . •
Cuando Bolívar pasó los Andes lo hizo en el caballo goajiro
llamado MUCHACHO. Henao y Arrubla dicen en su «Historia
Patria»^ que Bolívar dirigió los últimos combates de la Campaña
Libertadora en un caballo negro, tal como está en el cuadro de
Andrés Santamaría.
Y es en «Pantano de Vargas» donde recibe de la bruja india
Casilda el sorprendente regalo del PALOMO BLANCO, y en ca­
ballo cervuno entra triunfante Bolívar en Santa Fe. • •

—26—
Junto a estos caballos de los héroes máximos de la Campaña
reclaman el recuerdo los caballos de la heroica caballería de Ron­
dón y de tantos soldados anónimos que se inmortalizaron en de­
fensa de la LIBERTAD, sobre las monturas de sus potros cerriles.
Muchas mujeres acompañaron al ejército. Estas «Juanas»,
como se les llamaba, ejercieron oficios de enfermeras y hasta en
ocasiones, empuñaron las armas.
El Itinerario seguido por Bolívar desde Mantecal a Guas-
dualito es el siguiente:
El 27 de mayo salió de Mantecal y acampó en Hato Diero
o de los Díaz (cerca del Yagual).
El 28 acampó en Hato Bezcanzero.
El 29, en el Hato Avileño.
El 30, en el Hato Guerrereño.
El 31, en Mata de Valentín.
El 2 de junio, entraron las tropas en Guasdualito.
En Guasdualito hacen entrega a Bolívar, en nombre de
Páez, de cien yeguas sarnosas en vez de los trescientos caballos so­
licitados. •

Marcha de Guasdualito - Tame

Aunque Bolívar había propalado la noticia de que el Ejér-


cito se dirigía a Cúcuta, el día 3 de junio escribió de nuevo a Zea
ex plicándole el verdadero plan de operaciones:
«Aunque la empresa es fácil del modo que la anuncié a V- E-,
para asegurar más el resultado, he variado las operaciones- En lugar
de ir a Cúcuta me dirijo a Casanare con la infantería- Reunido allí
con el Sr- General Santander ocuparé a Chita que es la mejor entra­
da a Nueva Granada-»
El día 5 de junio, día de ardiente sol tropical, la columna
patriota sale de Guadualito, en busca de la «Gran Aventura».

-—27—
Las lluvias eran ya torrenciales y hasta los ríos más insigni­
ficantes se habían convertido en verdaderos ríos navegables. La
travesía de los ríos fué ardua y difícil. Con la piel reseca de las
reses se construyeron botes para trasladar a los que no sabían na­
dar y preservar el armamento. En la noche del 5, las tropas des-
cansaron en la población que entonces, según las afirmaciones de
J. M. Restrepo y Rivas Vicuña, se llamaba «Arauca Grande», en
territorio ya colombiano para distinguirla de la «Arauca Chiquita»,
que no tenía sino unas tres casas, en un potrero, a la orilla izquier­
da del Arauca y que servían de refugio a los viajeros que llegaban
con intenciones de internarse en los llanos de Casanare. Después
de descansar en Cuatro Matas el 6 y 7 atravesaron el peligro estero
Cachicamo; el 8 vadearon el Caño de la Bendición y el río Lipa.
El día 9 atravesaron el río Ele, empleando de nuevo botes o espe­
cie de ingeniosos zurrones. El día 10 pasaron junto al pueblo de
Guiloto y después de vadear el río del mismo nombre, acamparon
en el sitio denominado Chaparro Negro. ■ .
El 11 tuvieron que luchar para el paso del río Cravo Norte.
En la margen derecha descansaron en la sabana Macolla de Guar-
duas. En ésta región, sin poder yo determinar el lugar exacto, fué
donde el célebre guerrillero Ramón Nonato Pérez ofreció a Bolívar
y demás jefes patriotas un típico banquete: carne de novilla a estilo
llanero y abundante guarapo. Allí hizo gala de su anacrónico tra­
buco y de su lanza cucharona. En las cachas del trabuco tenía
grabado este reto: SOY DE RAMON NONATO, PARA MATAR
REALISTAS.
Desde la Macolla de Guarduas se adelantó Bolívar para en­
trevistarse con Santander. El 12 de junio acampó el ejército en el
Hato Santo Domingo.. El 13 pasó por Betoyes . y el 14 llegaron a
TAME, después de recorrer 180 Km. Las sabanas bajas, que no se
secan ni en verano sé llaman esteros y los bancos de sabanas son
unos 30. cm. más altas y no se inundan. Los bancos eran los luga--
res utilizados por las tropas para el descanso.

Marcha de Tame a Nunchía

En Tame estaba la División de Vanguardia al mando de

—28—.
I

Santander. Hubo unos días de descanso y de recuperación. Los


soldados pudieron ya comer abundante carne sazonadacon sal y
gustar los sabrosos plátanos de aquella región.
El 18 de junio se reanudó la marcha. A-la cabeza la Divi­
sión de Vanguardia de Santander Qon la Bandera de las Provincias
Unidas de la Nueva Granada (La Bandera Mirandina fue aprobada
en el Congreso de Angostura el 17 de diciembre de 1819). Esta
bandera, según la Ley III de 1815, constaba de tres bandas horizon­
tales de igual anchura: de oro amarillo, la superior; de sinople o
verde, la central y de gules o rojo la inferior. La División de
Vanguardia llevaba como General en Jefe a Santander; a Fortoul
como J. de E. M. . . . ..
• 1 r. . . * • * . .. . .

Organización de la División de Vanguardia

COMANDANTE CENERAL: General de Brigada Fran-


cisco de Paula Santander. . '
Jefe del E. M. Coronel Pedro Fortoul.
Sub-Jefe de E. M. Tcnel. Antonio Morales.
Comandante General de Artillería: Tcnel. José Ma. Cancino.
Ayudantes Generales: Tcnel. Vicente González y Capitán
Pedro A. Galindo.- ‘
Adjuntos al E. M. Capitán Vicente Almeida y Francisco
Montaña. .... ••
Secretario: Dr. Francisco Soto. • - •
Comisario General: Capitán Antonio M. Ramírez.
Tesorero General: Capitán José Sebastián Soler.
Contador: Capitán Remigio Cañarete. .. ,
Conductor de Equipajes: Capitán Santos Rodríguez.
Capellán General Fray Ignacio Mariño O. P.
Capellán de Cazadores: Fray Miguel I. Díaz O. S. A.
Capellán lo. de Línea: Fray Joaquín Marín F. M.
Capellán de Caballería: P. Cayetano, Reyes. .¡i • ,
Batallón de Cazadoras:.
Primer Jefe: Tcnel, Antonio Arredondo.
: Sargento Mayor: Joaquín París. ' ■ • j

Abanderado: Eusebio Carvallo. • *

—29—
Primer Ayudante: Fernando Vargas.
Segundo Ayudante: Capitán Custodio Gutiérrez.
Batallón Primero de Línea:
Primer Jefe: Tcnel. Antonio Obando.
Sargento Mayor: Ramón R. Guerra.
Primer Ayudante: León Galindo.
Segundo Ayudante: Capitán Ambrosio Almeida.
Compañía de Zapadores:
Sargento Mayor: José María Villate.
Compañía de Carabineros: Tcnel. Francisco Rodríguez.
Escuadrón de Dragones-Guías del General: Tcnel. Santiago
Bejar.
Regimiento de Lanceros lo.:
Tcnel. Manuel Ortega y Capitán Juan José Reyes.
Regimiento de Lanceros 2o.
Tcnel. Antonio Durán.
Escuadrón Invictos de Arauca: Tcnel. Juan José Manzaneda.
Escuadrón lo. del Meta: Capitán Luciano Buitón.

Una advertencia de importancia queremos hacer aquí: El


día 26 de junio la División de Vanguardia acampó en la Meseta de
Chitacoba o Páramo de los Llaneros. En esta labor y fecha se retiró
el Coronel Juan Galea, por quebrantos de salud, y desertaron el Coro­
nel Juan Nepomuceno Moreno, Jefe de la Caballería de Casanare y el
Tcnel. Ortega Rodríguez y otros.
A continuación iban las tropas de Bolívar con el Pabellón
Mirandino.

Organización del Estado Mayor General

Jefe de Operaciones: Capitán General Simón Bolívar.


Jefe de E. M.: General Carlos Soublette.
Sub-Jefe: Coronel Jacinto Lara.
Secretario de Guerra: Coronel Pedro Briceño Méndez.
Secretario General: José Rafael Revenga.
Ayudantes Generales: Coronel Manuel Manriq ue y Sargen-
to mayor José Gabriel Pérez.

—50—
Ayudantes del Libertador: Capitanes Felipe Alvarez Eraso,
D. F. O’Leary y Diego Ibarra.
Médico Cirujano: Dr. Thomas Foley.
Asistente: Sargento José Palacios.

Organización de la División de Retaguardia

Comandante General: José Antonio Anzoátegni.


Jefe de E. M.: Coronel José María Córdoba.
Ayudante General: Capitán Vicente Andarra.
Adjunto al General: Coronel Justo Briceño.
Sub-Jefe de E. M.: Comandante José Gabriel Lugo.
Cuerpo de Artillería: Tcnel. Bartolomé Salón.

Primera Brigada

Comandante Jefe: Coronel Francisco de Paula Alcántara.


Batallón Rifles: Tcnel. Arturo Sandes.
Batallón Barcelona: Coronel Ambrosio Plaza.
Regimiento Guias de Apure: Tcnel Hermenegildo Mujica.
Escuadrón de Carabineros: Sargento Mayor: Juan Mellao.

Segunda Brigada

Comandante Jefe: Coronel Jaime Rooke.


Batallón Bravos de Páez, Coronel Cruz Carrillo.
Legión Británica: Sargento Mayor Juan Machintosh.
Escuadrón lo. de Llano Arriba: Tcnel. Juan José Rondón.
Escuadrón 2o. de Llano Arriba: Tcnel. Leonardo Infante.

Á continuación iban las tropas de Bolívar con el pabellón


mirandino. De Tame a Lope tuvieron que atravezar el río Casana-
re en cuyo paso se perdió importante material de guerra. Bolívar
ordenó a Santander que se construyeran puentes volantes para faci­
litar la marcha y evitar pérdidas irreparables. El puente llamado
vulgarmente «tarabita» está formado por varios lazos anudados de
manera que forman una fuerte cuerda atada por sus dos extremos

—31—
a unos árboles. De esta tarabita se cuelga una especie de cesto de
mimbres o de piel de vaca capaz de sostener dos personas. Los ca­
ñones y caballos eran pasados amarrados con resistentes cinchas de
cuero.
Pasó la tropa por Chire, Cordero y Pore, llegando el día 23
a Nunchía. Ya se habían recorrido desde Mantecal unos 350 Km.
No creemos en el mito de «el eclipse militar de Bolívar».
No hubo dudas ni en la imaginación ni en la voluntad de Bolívar
como nos tratan de insinuar Antonio Obando, José María Baraya y
Manuel Antonio López.
Que Bolívar analizó con pormenores el desarrollo de la pró­
xima Campaña es indubitable, pero el que el Libertador reuniera,
como siempre Jo hacía en situaciones graves -para comprometer las
responsabilidades de sus subalternos, no puede interpretarse tan
absurdamente.
Dos testimonios aportamos para negar de plano las torcidas
intenciones de aquellos que nos hablan de la desesperación que lo­
gró doblegar la intrepidez del héroe y quebró la voluntad del
«Genio de la Guerra».
Es el primero la carta que escribió a Páez a fines de junio:
«Sólo una constancia que supera toda experiencia y nuestra deter­
minación de no detener un plan que encontró la aprobación uni­
versal me ha permitido conquistar estos caminos».
(0‘Leary: Doc., vol. XVI - Cartas Santander: Vol. I.)

El segundo es un testimonio de Restrepo: «Para acallar a


los quejosos con la opinión de los jetes principales, como Jo practicó
Bolívar en distintas ocasiones en el curso de la revolución; y no
porque tuviera la menor duda acerca de la necesidad imperiosa de
seguir adelante.»
La «Junta de Guerra» se reunió en el llano de San Miguel
el 29 de junio y a ella asintieron Bolívar, Santander, Lara, Souble-
tte, Anzoátegui, Freites, Salom y aquel capellán del ejército, Fray
Ignacio Marino, mezcla de incienso y de pólvora, que según cuen­
tan las viejas crónicas, hacía llevar a los realistas prisioneros en sa-
eos cerrados para arrojarlos a los ríos y ahorrarse la pólvora de los
fusilamientos. . . • '
Para efectuar el paso de los Andes existían tres caminos:
1. - Por el sendero que pasando por Sacama, La Salina, Chita,
y Socotá para llegar a Socha.
2. - Por el camino de Paya, Labranza Grande, Vado Hondo,'
Páramo de Tortilla a caer a la Laguna de Tota.
3. - Por Paya, Páramo de Pisba a salir a Socha y al valle de
Chicamocha.

Paso de los Andes

Comienza ahora la segunda etapa de esta Campaña durante


la cual se dan cinco encuentros de armas: Paya, Gámeza, Tópaga,
Pantano de Vargas y Boyacá.
Los primeros en explorar la empinada Cordillera fueron los
hombres de la Vanguardia de Santander. Las tropas mandadas por
Bolívar llegaron al caserío de Morcóte el día 27 de junio, mientras
las tropas granadinas arremetían contra las barricadas levantadas
por Tolrá en Paya para defender el desfiladero de Pisba.
El caserío de Paya está ubicado en una estrecha garganta
por la que corre el río Payerero. En él confluían tres caminos:
el que descendía de Pisba, el del Llano y el de Labranza Grande.
La fortaleza, en forma de estrella y con foso, fue construida
a unos mil metros de altura, el año 1782 para defenderse de los
indios tamaras y convertirse militarmente en el vigía defensivo de
las incursiones organizadas desde los Llanos de Casanare.
En 1819, trescientos hombres del «Primero de Numancia»
guarnecían aquellas trincheras al parecer inexpugnables.

Arredondo, antiguo defensor de los ideales realistas y ahora


Comandante Jefe del Batallón «Cazadores», de la División de Van­
guardia, conocía perfectamente esta posición y todos sus alrededores,
defendidos ahora por el Sargento Mayor Juan de Figueroa.

—33—
Santander dispuso el ataque en la siguiente forma: el Co­
ronel Arredondo, Comandante del Batallón «Cazadores», atacó por
el flanco; el Comandante Reyes, con una compañía de «Guías»,
sorprendió al enemigo por la retaguardia, mientras Santander con
el resto de la tropa se enfrentó por el camino que daba entrada al
pueblo desde los Llanos de Casanare. La Victoria no se hizo es­
perar y Figueroa se vid obligado a salvarse por el camino más tran­
sitable de Labranza Grande.
El triunfo fue principalmente psicológico pues aquellos
hombres victoriosos reforzaron su moral al abrir en el Trincherón
de Paya el camino para que las tropas do la Libertad comenzaran a
escribir la Historia gloriosa de la Libertad de un Heroisierio.
Figueroa en su precipitada huida, destruyó el puente sobre
el río Paya para dificultar la persecución patriota.
Bolívar, seguro de que el enemigo le esperaría por la vía
de Labranza Grande, decidió continuar por el camino sorpresivo
del desfiladero de Pisba, por el camino que se convirtió en el «Via
Crucis» del Ejército Libertador. El 30 de junio se inicia la lla­
mada «MARCHA DE LA MUERTE». A la cabeza van Santan­
der y Anzoátegui. Detrás Sublette, con la columna inglesa y par­
te de la caballería que escoltaba el parque.
Indescriptibles obstáculos se opusieron a esta empresa de
gigantes: agua y ventisca, precipicios insondables y hambre, frío y
desolación; pero todo se venció y en cuatro jornadas, aquel ejérci-
to calificado de «menesteroso» por Barreiro, había franqueado las
alturas del desfiladero. El primero en llegar a las Quebradas fué
Santander y al día siguiente, 6 de julio, lo hacen Bolívar y Anzóa-
tegui. Entre las Quebradas y Socha la vanguardia patriota se tro­
pezó con una extraña y rara procesión. Una recua de jumentos
cargados con canastos y costales iba dirigida por el buen Cura de
Socha, Tomás José Romero: llevaban vestuario para las tropas de
Bolívar.
Un cronista de la época nos narra la anécdota:
«El buen cura de Socha encerró a las campesinas en su
pequeña iglesia parroquial bajo el pretexto de celebrar una fiesta

—34—
extraordinaria y la sorpresa fué grande cuando el cura patriota
obligó a hacer un donativo de sus faldas, blusas y sombreros para
los soldados de Bolívar, y también expropiaron pantalones a los que
conocían el uso de interiores.
Ejército peregrino aquél que presentó a las tropas realistas
unos lanceros « fusileros ataviados a estilo de las doncellas boyacen-
ses. Los vecinos de Socha organizaron toda clase de ayudas a los
soldados de la Libertad: les proporcionaron pan, tabaco y chicha y
fabricaron con urgencia alpargatas hechas de las fibras del magüey.
Jacinto Lara fue el encargado de recuperar el parque perdido en el
ascenso de la cordillera.
Los últimos en llegar fueron Soublette y Roock. La briga­
da de Roock se había quedado en Paya guardando la retaguardia.
A su llegada, Bolívar le invitó a desayunar: carne asada, pan y cho­
colate, y Roock hizo los elogios con estas palabras: «Es el mejor
desayuno que he tomado en mi vida».
Barreiro al enterarse de la llegada de los patriotas hizo nue­
vos alardes de superioridad y organización: «Estos mendigos, dijo,
nunca nos arrebatan Nueva Granada». «Ni Dios me arrebata la
victoria».
Bolívar reorganizó el ejército y ordenó un reclutamiento de
todos los hombres comprendido.-, entre los 15 y 45 años. Estudió
después las posiciones enemigas y comenzó las exploraciones de
tanteo y entrenamiento, es decir, comenzó a foguear a sus tropas.

Primeras exploraciones

Una primera línea de resistencia tenía tendida Barreiro des­


de Tensa al Socorro.
En Sogamoso tenía Barreiro su cuartel general; los demás
lugares bien guarnecidos eran: Tensa, Soatá, Duitama, el Socorro,
Tunja, Chocontá y Ubaté. Para una primera exploración el Liber­
tador dispuso el día 7 de julio.
lo.—Destacar en dirección a Corrales al Teniente Coronel Durán
con un piquete de Guías.

—35—
2o.—Destacar al Capitán Juan Reyes, con 20 combatientes, por la
vía de Gámeza.,
En esta primeras escaramuzas el Capitán Reyes derrotó a
una fuerzas realistas que iban de Socha a Gámeza. El Ejercito
Libertador avanzó sobre Gámeza. Actuaron las tropas del Coronel
Justo Briceño, apoyados por las de los tenientes Ascanio. y Mateo
Franco. Las consecuencias del choque fueron desastrosas. Los
realistas se. retiraron a la fortificación de la Peña de Pópaga y los
patriotas se replegaron al campamento de Tasco.

Acción de Tópaga

El día 11 de julio, ante la presencia de Gámeza de las tro­


pas de Santander, Barreiro ordenó el repliegue a Tópaga de las
tropas de Tolrá. Al perseguir los patriotas a las fuerzas realistas
sucedió un hecho curioso en la historia militar: Los patriotas de­
bían atrevesar el río Gámeza por un estrecho puente que no per­
mitía el paso más que de una persona.
. . Un oficial español, en medio del puente, desafiaba airada­
mente a los patriotas y allá se presentó aceptando el reto, Juan Jo­
sé Reyes. Ante dos ejércitos se libró un sangriento combate entre
esos dos valerosos soldados. El Oficial patriota cubierto de sangre
atacó con saña a su contrario y logró darle muerte lanzando des­
pués su cadáver al río en medio del asombro de los enemigos y de
la admiración de los patriotas. ' • ■ ’ • • -• •
Bolívar premió al valeroso oficial diciéndole: «Usted no
llevará más ese apellido que significa esclavitud. En adelante se
llamará PATRIA». Y así fue: en adelante el apellido de Juan
José Reyes fue PATRIA.
Barreiro se atrincheró en la Peña de Tópaga de donde fue
desalojado hacia los Molinos de Tópaga. En la'ácción de los Mo­
linos murieron varios oficiales patriotas: Arredonde, Barrantes y
Aldereté y el General Santander fue herido, aunque sin graves
consecuencias. Bolívar se movilizó después con Soubletté hacia los
fértiles valles de Cerinza, pero mientras .el Libertador se - detuvo
haciendo balsas para pasar el río Chicamocha, Barreiro se situó en

—36—
el Pantano dé Vargas. En estos momentos se incorporaron a los
patriotas 400 voluntarios que habían reclutado en el Socorro y
Pamplona los coroneles Antonio Morales y Pedro Fortoul.

Pantano de Vargas

El encuentro del «Pantano de Vargas» fue de proporciones


dramáticas. Este lugar se encuentra al SE. y cerca de Paipa. En
sus proximidades se hallaba la Hacienda de Vargas. En el plano
pueden observarse los cerros denominados Cruz de Murcia, El Pi­
cacho y El Cangrejo. Estos cerros son ocupados por Barreiro el
día 25 a las once de la mañana. Con el número 4 hemos marca­
do el lugar por donde Bolívar atravesó con 14 balsas de junco, cons­
truidas por los hermanos Villate, el río Chicamocha, a las cuatro de
la mañana.
PLAN DE COMBATE DISPUESTO POR BOLIVAR
a) A Santander le propuso como objetivo tomar el PICACHO.
b) A Anzoátegui, tomar el cerro del Cangrejo.
c) Al batallón «Cazadores», al mando del Coronel París, le orde­
nó el ataque por el flanco izquierdo.
d) Al batallón «Rifles», a las órdenes de Santander, lo utilizó
por el flanco derecho.
■ ■ ' • • • —

e) En el centro debía operar el Batallón «Barcelona», al mando


del Coronel Plaza.

Los otros batallones: «lo. de Línea», «Bravos de Páez» y


«Legión Británica» estaban en la reserva, y ai las órdenes directas
Rondón, Infante, Mujica y
de Bolívar se quedó la Caballería con 7
Carvajal.
El primer intento de avance patriota tuvo poco éxito y
nuestros hombres tuvieron que replegarse a la Quebrada Varguitas.
Reforzó Bolívar su Vanguardia con los Batallones Rifles y
Barcelona, pero nuevamente fueron rechazados por Jiménez y Ló­
pez, apoyados por el fiero Tolrá.

—57—
I

Ante el nuevo descalabro las tropas patriotas fueron refor­


zadas con el apoyo de la Legión Británica y «Bravos de Páez».
Ahora la lucha fue encarnizada y Barreiro intentó encerrar a los
patriotas en los lugares cenagosos de la Hacienda de Vargas al ata­
carlos con su caballería por un camino que bordeaba el Pantano e
intentando cortar la retirada de Santander y Anzoátegui por el ca­
mino de Tibasosa.
Bolívar que observaba la operación desde un cerro junto a
los corrales de la Hacienda de Vargas, se sintió perdido al ver el
movimiento arrollador de la caballería realista.
«Se nos vino la caballería y se perdió la batalla», gritó Bo­
lívar en un momento de terror. El Coronel Rondón, (2) terri­
ble lancero que había velado sus armas junto al «León de Payara»,
que oyó a su Jefe le replicó al instante: «No se afane tanto mi Ge.
neral, que ni mis muchachos ni yo hemos peleado». Y de inme­
diato se oyó la orden acongojada pero esperanzadora de Bolívar:
«CORONEL, SALVE USTED LA PATRIA».
Y al mismo tiempo invocó la protección de la Virgen de
Tutasá, pero al no recordar el nombre de este pueblo, gritó: ¡Virgen
de los tiestos, Sal va nos!
«Camaradas, gritó entonces Rondón; los que sean valientes
síganme, que en este momento triunfamos», y se lanzaron contra
las posiciones enemigas como un huracán y seguidos por Mujica,
Infante y Carvajal decidieron la victoria- En este momento en que
Bolívar ordenó «a la carga, a la carga» apareció ante él el antiguo
guía que le condujo a Santa Rosa de Viterbo, cuando venía de
Nueva Granada después del fracaso con Bóves.
-—Mi general, aquí tiene usted el potro; se lo manda Casilda
le dijo.
En este día «Palomo Blanco» entra en la Historia de la
I ibertad Americana, en los momentos en que Barreiro tiene que
ordenar retirada a «paso de trote».
Dos hombres dieron su vida generosa y heróicamente en
esta acción del Pantano de Vargas:

—38—
El lancero Sargento Chinea quien después de rematar la
famoso capitán realista Bedoya muere en Tibasoa y en el delirio de
la fiebre no cesaba de repetir: «Bedoya me pringó, pero él también
se fue».
El otro fué el Coronel Roock que antes de expirar y con un
brezo amputado en alto exclamó:
TODO POR LA PATRIA

Acciones en Boyacá

La situación de los ejércitos contendientes, el día 26 de


julio, era la siguiente: los patriotas pernoctaron en Corrales de
Bonza y Duitama; los realistas pasaron a Molinos de Bonza y Paipa.
Hasta el tres de agosto no hubo sino ligeras escaramuzas de
tanteo y exploración. El día 3, Bolívar ordenó al Comandante Me-
llao para que atacara los campamentos enemigos. A las tres de la
mañana, un escuadrón de Carabineros, al mando del capitán Valen­
tín García, se apoderó por sorpresa del cuartel realista de Bonza.
Barreiro, sabedor de la llegada de Bolívar abandonó con rapidez
Paipa y buscó posiciones ventajosas en la Loma Bonita, en el cami­
no de Paipa a Gámbita.
Bolívar dejó vigilando a Barreiro una guerrilla a las órdenes
de Félix Pabón. El Libertador organizó el ataque por sorpresa y por
retaguardia de las tropas realistas. Con el mayor secreto abandonó
Paipa, pasó el puente del Salitre, y se dirigió a Tunja, utilizando la
vía que pasa por Toca y Chivatá.
A las once de la mañana del 4, Mellao entró en la antigua
capital de los Chibchas y persiguió a las tropas comandadas por
Loño, Gobernador de la Provincia de Tunja. Bolívar entró en Tun­
ja a las dos de la tarde del día 5.
Barreiro preparó la retirada ante las noticias alarman­
tes y pasando por el Alto de Paja y el Páramo de Gámbita
llegó a Motavita. De aquí se aventuró a tomar el camino
a Santa Fé por Tunja y por- Samacá, el día 7, sábado al ama­
necer.

—39—
En las proximidades a la casa de Teja el capitán Iba-
rra luchó duramente contra Tolrá a las dos de la tarde.
Santander ordenó al Batallón «Cazadores» apoyar la ac­
ción de Ibarra y los realistas se vieron obligados a retirarse por
el puente y a establecer la línea de combate al S. del río Tea-
tinos.
Bolívar, desde la actualmente llamada Piedra de Bolívar,
dirigía el fuego en todos los frentes, impartiendo órdenes precisas.
Anzoátegui impidió el avance de Barreiro hacia el puente,
mientras Santander con la Vanguardia forzaba el paso para caer
sobre Jiménez.
Anzoátegui acentuó sus ataques con toda la división y arro­
lló por completo a las fuerzas de Barreiro.
Santander, en una atrevida maniobra, forzó el paso del
puente, mientras la caballería atravesó el río Teatinos por un vado
existente unos 500 m. más abajo, para cortarle la retirada a Tolrá
ya Jiménez.
Jiménez se rindió; Tolrá y Salazar murieron con gloria en la
lucha; Loño y Sierra huyeron vergonzosamente.
Barreiro fué hecho prisionero por Pedro Pascasio Martínez,
ordenanza del Libertador y soldado del Batallón «Rifles».
Así terminó esta gloriosa Campaña que eclipsó para siempre
el poderío español en América. Este Puente de Boyacá encierra
desde esta fecha inolvidable, una extraña paradoja: es puente que
no une, pues en la Historia de América es un hito luminoso que
iluminó los caminos de gloria y de triunfo del Padre de 5 nacio­
nes; es un puente que separa dos edades y dos mundos.

V i Bolívar, Santander, Anzoátegui y Rondón fneron los colosos


de esta grandiosa epopeya.

El Clero en La Campaña Libertadora


En una proclama del 17 de marzo de 1819 decía el General
Santander: «El militar, el labrador, el eclesiástico, todos han coope­
rado con el mayor interés a la creación de tropas, a su organización,

—40—
a su subsistencia, al restablecimiento del orden y pública tranqui­
lidad» (Archivo de Sant. V. 2o).
El Dr. Justiniano Gutiérrez, cura de Guaduas, hizo desde
el pulpito importante propaganda en favor del sistema revolucio­
nario. Encargó al pintor Marcos Mejía un cuadro que represen­
taba al Rey derribado de su trono, con el cetro a un lado y al otro
la corona caída por el suelo.
El Dr. Jorge de Mendoza, cura de Pore, hizo donación de
una valiosa alhaja de la iglesia para ayudar a los revolucionarios.
El Dr. Francisco Javier Uribe entregó a los patriotas alhajas
sagradas de la Parroquia de Cerinza, contribuyó con donaciones
personales y hasta recogió limosnas entre los fieles para ayudar a la
causa patriota.
Juan Antonio Balcárcel escribe a Santander: «El ardiente
deseo que posee mi corazón de servir al pueblo donde vi la primera
luz me tiene en el desesperado conflicto de verme tan destituido
de los bienes de fortuna, porque como mi curato, el pueblo de So-
cotá, es la entrada y salida para la vereda del Páramo de Pisba,
para los Llanos Orientales, sufrí continuamente una dura desola­
ción de las tropas del Sátrapa Morillo, así es que no me ha quedado
otra cosa que el estipendio que resulte adeudárseme de aquella
doctrina, el que gustoso y lleno de complacencia cedo a beneficio
del Estado». (Roberto Jaramillo «El Clero en la Indepenpencia»
Medellín 1946).
Para no citar tantos miembros del clero que con su propa­
ganda político-religiosa y con ayudas económicas patrocinaban la
causa patriota me limitaré a transcribir unas líneas del Oficio No.
189 fechado en Paipa el 19 de julio de 1819 en el que Barreiro
contestaba al Brigadier Sámano sobre informes de la colaboración
del Clero a la causa patriota por los que él llamaba «Infames re­
beldes»:
«Puedo asegurar a V. E. que por lo que respecta a los Sa­
cerdotes la mayor parte son sospechosos .... de modo que obli­
gándolos a presentarse a V. E. podría asegurarle que en toda la
provincia de Tunja no hubiera quedado media docena de sacer­
dotes». .

—41—
NOTAS

(1) Es conveniente hacer una aclaración con respecto a la supuesta


oposición de Juan Guillermo Iribarren a los planes expuestos
por Bolívar en la Junta de la Aldea Setenta y a su posterior
deserción, a la que hacen alusión numerosos historiógrafos.
Iribarren no era entonces un oficial desconocido ni había
sido anteriormente un combatiente mediocre. Después del
combate de Banco Largo, el 20 de febrero de 1817, recibió la
única CONDECORACION otorgada por Páez en su larga
carrera de soldado: Medalla de Oro, con el lema ARROJO
ASOMBROSO*
i
Bolívar reconoció en todo momento la valiosa participación
de Iribarren en pro de la Libertad, y en el Despacho de Ascen­
so a General, firmado conjuntamente con Santander, le reco­
noce la antigüedad en este Grado desde 1821.

(Para mas detalles consultar: Lie- Jesús Ma- Morales Mar-


cano}-
(2) El problema del lugar de nacimiento de Juan José Rondón
ha sido muy debatido y en torno a él vamos a anotar los ex­
tremos siguientes:
Se ha afirmado que era de Caracas, de Chaguaramas o Neo-
granadino.
Cayo Leónidas Peñuela, Canónigo de la Catedral de Tunja,
en carta dirigida a don Enrique Naranjo, Cónsul de Venezuela
en Bóston, con fecha de 20 de febrero de 1920, le participa
que Rondón es neogranadino como consta en el J\cta de Bau-
tismo por él hallada en el pueblo de Soatá, junta a la de Fray
Miguel Díaz, Capellán muerto en Boyacá. Dicha Acta dice
así:
•En la Parroquia de Suatá en veinte de abril de 1778 el
infrasquito cura bauticé, puse óleo y chrisma a Juan José, hijo
legítimo de Manuel Rondón y Paula Sánchez- Padrinos José de
Rojas y María de Ruiz. Doy fe- José Elzeario Calvo*-
En el Archivo de la Academia de la Historia, papeles de
Manuel Landaeta Rosales, Tomo IX, 6, encontramos la siguien­
te información:

•El 22 de agosto de 1822 otorgó Testamento en Valencia ante


el escribano público Miguel Meleán y los testigos Vicente Lan­
daeta, Lino Martínez y Manuel Morales- En este documento
expresa que es hijo legítimo de Bernardo Rondón y Luisa Delga-
dillo: es casado con Juana Ramona Martínez y que de ese matri­
monio tuvo los siguientes hijos: Juana Agustina, Victoria y An­
gela*-
Como apreciamos en estos documentos no concuerdan los
apellidos maternos, lo que nos induce a pensar que la Partida
de Bautismo del Rondón de Suata corresponde a un homóni­
mo de nuestro héroe.
Por otra parte los defensores de su nacionalidad venezolana
se basan en el testimonio del propio Rondón.
Páez, en su «Autobiografía», al referirse a la acción de las
Queseras del medio, anota la siguiente conversación con Ron- •
dón:
•Cuando vi a Rondón recoger tantes laureles en el campo de
batalla, no pude menos que exclamar: Bravo, bravísimo, coman­
dante General, -me contestó él- aludiendo a una reprensión que
yo le había dado después de la carga que dieron los López pocos
días antes, General, así se baren los HIJOS DEL ALTO LLANO*
BIBLIOGRAFIA

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5. Centenario de Boyacá. L. Vallenilla Lanz. Caracas. 1919.
6. Libro de Ordenes Militares del General Santander en las campañas de
1819. Boletín de la H. Bogotá. XXVIII.
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8. Simón Bolívar. Juan de Dios Arias. Bucaramanga. 1964.
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10. Bolívar visto por sus contemporáneos. José Luis Busaniche. México.
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Terán. Madrid. Editorial América.
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15. Pan, Revista de Bogotá. No. 29.
16. El Tiempo. Diario de Bogotá. 29 de febrero de 1936 y 20 de junio
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18. Así se hizo la Independencia. Tcnel. Alberto Lozano Cleves.
18. Memorial del Ejército de Colombia. No. 86. Agosto de 1919.
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25. Las guerras de Bolívar. Francisco Rivas Vicuña.
1934.
..
26. Proclamas y Discursos del Libertador. Vicente Lecuna. Caracas 1939.
27. Nuevos Documentos sobre la Campaña de Boyacá. Rafael Salamanca
Aguilera. Bol. de la Acad. de Ha. y Antigüedades Vol. No. 570 y 72.
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29. El Clero en la Independencia. Jaramillo.
30. La Independencia de las Colonias Hispano-Americana L. Cuervo Már-

44-
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52. Anzoátegui. Mayor Esteban Chalbaud Cardona.
55. Historia de la Gran Colombia. José Manuel Groott.
54. De Arauca a Nunchía, Campaña Libertadora de 1819. Cortés Vargas.
Bogotá. 1919.
35. Campaña del Ejército Libertador Colombiano en 1819. M. París.
Bogotá. 1.919.
36. Trayectoria Militar de Santander. P. J. Dousdebes. Bogotá. 1940.
57. The Journal of an Expedition across Venezuela and Colombia. H. Bir-
ghham New Haven. 1909.
58. Boletín de Historia. T. E. Wright. Caracas. Vol. XX. No. 79.
59. Historia de la Revolución de la República de Colombia. J. M. Restre­
po. 1858.
• 40. Cuadros de Historia Patria. Lino Duarte Level.
41 Campañas Bolivarianas de la Libertad. G. Porras Troconis;
42. Revista del Ejército, Marina y Aviación. No. 28. General López Con
treras.
45. Puntadas de la Historia. Enrique Naranjo Martínez.
44. Héroes de la Campaña de Boyacá. Cayo Leónidas Peñuela.
45. Album de Boyacá. Cayo Leónidas Peñuela.
46. El Momento Estelar en la Campaña de Boyacá. H. Rodríguez Plata.
47. Invasión a la Nueva Granada. Adolfo Díaz Rust. Artículos. Univer­
sal. Caracas. 1967 — 68.
48. La presencia de Bolívar en la Batalla de Boyacá. Miguel Aguilera.
Bogotá. 1956.
49. El Libertador y la Batalla de Boyacá, una prueba irrefutable. José
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50. El itinerario del Ejército Libertador en la Campaña de Boyacá. Car­
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51. De Nunchía al Páramo de Pisba. Bingham Hiram Bol. Academia de
la Ha. No. 90. 1940.
52. Bolívar. Florian Kienl. Edit. Arturo Reiter. Caracas. 1967.
55. Fray Ignacio Mariño y la Campaña de 1819. El Paso de los Andes.
Revista de la Sociedad Bolivariana de Colombia. Bogotá 1962. No.
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54. Rondón Venezolano. Manuel Landaeta Rosales. Papeles del Archivo
de la Academia de la Historia. El Universal. Caracas. 11 de no­
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55. Almuerzo en Boyacá. Mons. Nicolás Navarro. Bol. de la Acad. de la
Historia No. 90.1940.
56. La Campaña Libertadora de 1819. Academia Nacional de la Historia.
Caracas. 1.919.
57. Memorias del General Tomás Carlos Wright. Bol. de la Academia de
la Historia. No. 79.

—45—

J
4

58. Batalla de Boyacá. Mayor Camilo Riaño. Rev. de las Fuerzas Arma­
das. Bogotá. Abril. 1963.
59. Centenario de Boyacá. 1819—1919. Escuela Tipográfica Salesiana.
Bogotá 1919.
60. La Campaña Libertadora. El Tiempo Departamento de Circulación
Nacional. Bogotá. 1969.
61. El General Bolívar en la Campaña de la Nueva Granada. Obra escrita
por un ciudadano de la Nueva Granada. Lima. 1822.
62. La Campaña de Casanare. P. A. Medina. Bogotá 1916’
63. La Batalla de Boyacá. L. L. Pérez Díaz. Caracas 1919.
64. Título de dos Estancias en Territorio de Casanare. Repertorio de Bo-
yacense. No. 175 y No. 176. Tunja 1954.
65. Historia de la primera ermita de Belén. Boletín de Historia y Anti­
güedades. Tomo XLI. No. 471 y 472. Vargas Marco Tulio. Bogotá.
1954.
66. La Arquitectura del Renacimiento en Tunja. Hojas de Cultura Popu-
lar. Colombia No. 81. Bogotá 1957.
67. Historia Civil y Militar de Colombia. General Vergara y Velasco. 1908.

—46—

i
I
1

La Campaña Libertadora en el Arte

Consejo de Guerra en la Aldea Setenta. Iconografía del


Libertador. E. Uribe White.
Paso de los Llanos. Oleo de J. M. Zamora.
Paso de los Andes. Santiago Martínez Delgado.
Paso de los Andes. Tito Salas.
Bolívar en el Paso de los Andes. Luis Angel Rengifo.
Páramo de Pisba. Oleo de Francisco A. Cano.
Vista del terreno en donde se libró la Batalla de Boyacá.
Hojas de Cultura. No. 43.
Batalla de Boyacá. José María Espinosa.
Bolívar marcha hacia Boyacá.Beato de Andrés de Santallaría
Batalla de Boyacá. Martín Tovar y Tovar.
Batalla de Boyacá. Eduardo Santos. Grabado. Museo Na­
cional de Bogotá.
Batalla de Boyacá. Oleo de Ricardo Moro.
Pasando por la Sabana en dirección de Bogotá el Ejército
Libertador después del triunfo de Boyacá. Francisco de P.
Alvarez.
Anzóategui en la Batalla de Boyacá. Carlos Rivero Sana-
bria. Palacio de Gobierno de la ciudad de Barcelona.
Entrada de Bolívar en Bogotá. Oleo de Ignacio Castillo
Cervantes.
Altorrelieve en el pedestal de la Estatua de Bolívar, de Te-
nerani. en Bogotá.

—47—
-

Mapoteca Antigua

De extraordinario interés para el estudio de los escenarios en los que


se libraron los principales COMBATES de la CAMPAÑA LIBERTADORA.

1. Mapa de la Provincia de Casanare. 1845 Arch. Nac. Col.


2. Mapa de la Provincia de Casanare. 1843. Arch. Nac. Col.
3. Mapa de la Provincia de los Llanos, con la ciudad de Pore. 1701.
Arch. Nacional Col.
4. Pore. 1825. Mapa de los afluentes de la margen izquierda del Meta.
Arcb. Nac. Col.
5. Mapa de la Iglesia de Pore. 1805. Are. Nac. Col.
6. Plano de la Iglesia de Pore. 1805. Arch. Nac. Col.
7. Mapa de la Salina de Chita. 1798. Arch. Nac. Col.
8. Plano de la Salina de Chita. 1806. Arch, Nac. Col.
9. Mapa del Partido de Gámeza. 1777. Arch. Nac. Col.
10. Mapa del Partido de Gámeza. 1791. Arch. Nac. Col.
11. Mapa de la población de Paipa. 1602. Arch. Nac. Col.
12. Mapa del pueblo de Paipa y sus alrededores. 1787. Arch. Nac. Col.
15. Mapa del pueblo de Sogamoso y sus alrededores. 1625. Arch. Nac.
Col.
14. Mapa del Valle del Magdalena, entre los pueblos de Sogamoso, Dui-
tama y Tibasca. 1655. Aruh. Nac. Col.
15. Mapa del Partido de Bonza y sus aledaños. Corresponde a la Zona
entre el río Surba y el pueblo de Paipa. 1770. Arch. Nac. Col.
16. Mapa del pueblo de Modeca y su partido. 1776. Arch. Nac. Col.
17. Mapa del Partido de Soatá. 1777. Arch. Nac. Col.
18. Mapa topográfico del cantón de Soatá. 1825. Arch. Nac- Col.
19. Mapa del Partido de Soatá Zona comprendida entre los ríos Chicamo-
cha y Gelisco. 1796. Arch. Nac. Col.
. 20. Mapa del pueblo de Chámeza hasta Sogamoso y Tópaga. 1780. Arch.
Nac. Col.
21. Mapa del pueblo Viejo y la Laguna de Tota. 1799. Arch. Nac. Col.
22. Carta geográfica del cantón del centro de la Provincia de Tunja. 1825.
Arch. Nac. Col.
23. Carta topográfica de la Provincia de Tunja. 1845. Arch. Nac. Col.
. 24. Mapa corográfíco de la Provincia de Tunja. 1850. Arch. Nac. Col.

—48—

Ha Muerto el Qeneral
Brigadier General Alvaro Valencia Tovar

Palabras en la casa donde falleció


José Antonio Anzoátegui en Pamplona, al
cumplirse el sesquincentenario de su
muerte.

Cómo duele vuestra ausencia prematura, señor Gene­


ral de División José Antonio Anzoátegui! Cómo se encoge
el espíritu al pensar en vuestra brillante trayectoria, partida
en pleno ascenso hacia las nubes! Os aguardaba un dilatar
do panorama de hazañas, cuando todo terminó en el silen­
cio, y a vuestro alrededor se acallaron las dianas de bron­
ce!
Están solas las estancias que escucharon el recio
andar del General y el eco de su voz templada en la bata­
lla. Su voz, como un clarín, como un eco, como un fragor,
como un grito de guerra acostumbrado a dominar el es­
truendo de las armas!
Todo está en silencio. El pasado es tan solo evo­
cación conmovida. Llamear de horizontes donde se baten
entre tempestades los ejércitos. Desfile de formaciones des­
dibujadas por la bruma. Rostros que se hicieron polvo
—49—
heróico. Banderas desgarradas. Humo de tiempo y de com­
bate!
Como debieron pasar nombres borrosos e imágenes
dispersas por la mente febril del General que libraba en
este sitio, donde la grandeza quedó flotando en los siglos,
su última y desigual batalla con las sombras ... Mosquite­
ros! Bocachico! Araure! Carabobo! San Mateo! Nombres
venezolanos donde el múrice de sangre colombiana no se
borra aún en las viejas cicatrices de la tierra herida. El paso
de los Andes! Peñón deTópaga! Gámeza! Molinos de Bon-
za! Pantano de Vargas! Puente de Boyacá! Nombres co­
lombianos donde el resplandor de aceros venezolanos aún
I ilumina de gloria los recuerdos.
Aquí están vuestros dos pueblos, señor General.
Unidos en la historia como lo estuvieron bajo la inspira­
ción de vuestro acero en los días heróicos. Bajo esta co­
lonial techumbre que recogió vuestro postrer aliento se
congregan hombres de armas de las dos naciones, como
ayer bajo la bóveda profunda del cielo llanero, al viento
de las lanzas desnudas y la revuelta crin de sus caballos!
Vuestro nombre llenó de fugaz período de la juven­
tud de nuestras patrias, que vió con asombro las lanzas
dibujadas por vuestra espada guerrera, en el lienzo eterno
de la historia.
Aquí están vuestros combatientes de otros días, se­
ñor General! Hermanados por vuestra memoria y por
vuestro aliento. Alineados ante la vida sobre un mismo
mar, en nna misma faja de geografía tropical y ardiente.
Con un origen compartido de triunfo y sufrimiento! Con
idéntico porvenir vislumbrado por el genio de Bolívar!
La potencia evocadora de los lugares hace tomar
cuerpo a las sombras. Arranca del silencio las palabras
y del vacío los sueños. Dibuja en paleta imaginaria obje-
—5.0—
tos, siluetas y figuras. Y, sobre todo, construye con el aire
voces y palabras. Flotan ellas por estos salones donde la
soledad general fuerzas misteriosas que acaban por hacer­
nos sentir la innegable presencia del pasado, oid si no, di­
luidos en el aire, los nombres de camaradas que escolta­
ron al General de División en su segura marcha hacia la
gloria! Escuchad como es la gloria misma la que se hace
sentir en el aliento telúrico de los lugares que fueron esce­
narios de las grandes victorias
BOYACA! El nombre indígena golpea nuestra me­
moria, como debió golpear la mente del General Anzoáte-
gui en su lecho de agonía, víctima de su último delirio.
BOYACA! Ya Santander con la Vanguardia se ha
empeñado sobre la hendidura del Teatinos. Truena el
combate en las márgenes del río, abruptas como acantila-
dos.
BOYACA! El grueso del Ejército irrumpe en el
campo en ansiona columna impulsada por el joven Gene­
ral. Rifles! Barcelona! Bravos de Páez! Legión Británica!
Lanceros de Llano Arriba! División de Retaguardia, al
ataque!
BOYACA! Cuán reciamente cargó la Infantería! Qué
enjambre formidable dibujaron bajo el sol las cucharas lla­
neras, al enristrarse para la carga final! Qué tremendo va­
lor derrochó allí el Comandante Divisionario.
BOYACA! Trepan los batallones la ladera a paso
de carga. Flotan al viento las viejas banderas en girones.
Humo! Estampidos! Voces! .... Arriba se derriba un
imperio, General! Trepida el duro suelo de América al
compás de los infantes y al sordo tropel de la caballería al
galope!
Yerto sudor empapa la frente del héroe en su lecho
—51 —
I

de agonía .... No cayó en la guerra que fue por diez


años su diario, su densa existencia. El destino decidió
otra cosa para el hombre que en cada combate desafió la
muerte con la decisión de un recio carácter. Su vida se
extinguió bajo este mismo techo que ahora cubre nuestro
conmovido homenaje a un gran soldado. Era el delirio
lo que revivía en la mente carbonizada por la fiebre,
aquel formidable episodio del Teatinos, como un trozo de
la vida que se escapaba, carbonizada por el asalto del
mal homicida.
BOYACA! Eso fue ayer, señor General. Hoy sois
Comandante del Ejército del Norte. Es el Libertador quien
os ha investido de tan honroso cargo. Vais a retornar a
Venezuela. Vuestra gloria a penas comienza, señor Gene­
ral. No podéis morir aquí, en el frío de la montaña,
f
cuando allá en la llanura riela el sol de Carabobo! Cuan­
do han de brillar nuevamente los aceros en el campo
bendito, mientras la Patria ansia libertad.
Seguirá el Sur. Bomboná, Pichincha, Junio, Ayacucho.
Vuestro brazo ayudará a forjar en realidad el sueño de Bo­
lívar, y las charreteras de Gran Mariscal campearán sobre
vuestros hombros victoriosos!
Se apaga en los ojos el fuego del delirio, y en el
alma la llama de la vida! Se silencian los ecos de las ba­
tallas de ayer. Languidece .el clarín en un largo lamento, y
cae sobre la luz un pesado telón de tinieblas. Es como si
el sol de la gloria descendiese tras una densa montaña de
eternidad.
• Doblan en la altura-las campanas pamplonesas, con
tañidos que son como lágrimas de bronce. Está inmóvil en
su lecho el héroe de tantas victorias, de tantas horas
grandes en el reloj de la historia. Han terminado para él
todas las fatigas. No trepidará más sobre sus batallones
—52—

i
silenciosos la recia voz que los lanzaba al triunfo. El
tricolor que tremoló a los vientos se orla de fúnebre
crespón y cae en despliegues desmayados sobre el cuerpo
inerte. Ha muerto el General!
í
Pamplona, 15 de noviembre de 1966.
i

Sesquicentenario de la muerte del General de.. Di­


visión José Antonio Anzoátegui. •

—53 —
I

La Colonia Tdchirense en
Mérida en 1884
Horacio Cárdenas

No era aventura cómoda el viaje de varios días


que por los encorvados caminos de la cordillera, reali­
zaban aquellos jóvenes tachirenses que a fines del siglo
XIX se dirigían a la cindad de Mérida para iniciar sus
estudios de medicina o derecho. Lo largo y penoso de la
ruta donde se barajaban los climas más extremos, desde
los helados páramos hasta las secas y calcinadas tierras
de las laderas de San Pablo donde el Chama lavó la tie­
rra, constituía ya una primera experiencia de la patria
desolada y muda en el rostro de algunos pueblos mon­
tañeses, o plena de vicisitudes como la cinta del camino.
Para los jóvenes nacidos en las tierras del Táchira la
continuación de los estudios universitarios se polarizaba
generalmente en dos direcciones: hacia la culta pero le­
jana Santa Fé de Bogotá, o hacia Mérida que por su vi­
da más provinciana ofrecía menos tentaciones a los ene­
migos del alma y un viaje menos riesgoso comparable al
de Bogotá. Y muchos años antes, sobre todo en los si­
glos XVIII y XIX, a la capital del Nuevo Reino siempre se
f dirigieron varios tachirenses como el héroe civil Juan
í

Francisco García de Hevia quien murió fusilado por orden ¡ -I


del vehemente pacificador Morillo en 1816, junto con otros ii
6 !
personajes como Camilo Torres y el sabio Caldas.
Ya por los años de 1860 la riqueza cafetera inicia­
ba su desarrollo y prosperidad en los suaves climas ta- .1

chirenses. Muchas familias dispusieron entonces de más


I
abundosos recursos económicos para enviar sus hijos a
estudiar las tan prestigiosas carreras universitarias y ob-
tener luego el mitológico título de «doctor». Nuevos pue­
blos se fundan en los sombreados valles o en las faldas F
i1
de los cerros como Santa Ana y ya comienza a ser pro­ í
verbial el progreso económico de Rubio. Gente extran­ I

jera, alemanes y corsos, vienen a radicarse en nuestros


pueblos y valles y el comercio tachirente con Alemania por
intermedio de casas como Van Dysel y Breuer inicia sus
años de crecimiento y desarrollo. Las reservas biológicas
del Táchira acumuladas durante años de convivencia y la­
borioso esfuerzo, buscan distintos horizontes y contactos
con otras tierras y sus hombres. El mismo ferrocarril
del Táchira construido en esos años es un síntoma reve­
lador del impulso incontenible que brotaba de la tierra y
de la voluntad de los tachirenses en las últimas décadas
del siglo X1X. Con el ferrocarril, el tráfico y comercio con i
los ríos navegables y con las zonas del sur del lago, En­
contrados y Maracaibo mismo, brindarán más ricas posi­
bilidades de trabajo y movimiento a los hombres de las
montañas que se aventurarán a conocer otras tierras y a
ensayar otras actividades. I
I
Pero ninguna ciudad fué escenario de tan entu­
siastas actividades culturales realizadas por jóvenes tachi-
renses como Mérida por los años de 1883 hasta el 86 y
siguientes. Allí, con el propósito de cursar sus estudios
universitarios, se reunieron varios jóvenes que constituye­
ron una nueva y brillante generación denominada «la
—55—
colonia tachirense». Escritores merídeños como * Ulises
Picón Rivas y Mariano Picón Salas, han dedicado frases
de elogio a ese grupo de estudiantes que publicaron tam-,
bién un periódico denominado «La Madrépora». El am­
biente estudiantil merideño se vió estimulado por esos ta-
chirenses que además de sus labores universitarias dicta­
ban conferencias; escribían versos, quizás muy románticos,
editaban su periódico, o también se sentían inevitable­
mente inconformes o revolucionarios. El periódico «La
Madrépora» fué publicado entre los años 1884 y 1886 y
en sus páginas podemos encontrar los nombres de sus
principales integrantes como Pedro María Morantes, Arís-
tides Garbiras Guzmán, Abel Santos, Manuel Pulido R.,
Pedro Antonio Cárdenas, Tito Sánchez, Elíseo Vivas, Me-,
dardo Vivas, Horacio Castro, etc. Casi todos vivían en
pensiones de humilde condición, como aconteció a Pedro
María Morantes, quien quizás desde esos días de privacio­
nes comenzó a sentir la amargura que años después inun­
dará su vida y su pluma de panfletista.
Entre sus compañeros de la colonia tachirense se
distinguía Morantes por su atildado comportamiento y la
voluntad de estudioso. En su habitación pasaba largas
horas encorvado sobre los códigos o leyendo también
libros de literatura o historia. Poco amigo del jolgorio
estudiantil, encerrado en sus propios pensamientos, la
vida era para él algo dura y poco amable con sus ilusio­
nes. Para poder memorizar datos, fechas o definiciones en
sus estudios, había cubierto las paredes con papeles donde
estaba escrito lo que quería retener, Pocas veces se dió
tiempo para participar en las trasnochadoras serenatas
estudiantiles dedicadas a alguna bella muchacha merideña
o concertadas solamente por el mero gozo de reunirse en­
tre amigos y charlar sin preocupaciones y esperar el alba
blanca asomada tras los cristales de la Sierra Nevada. Por
eso, en 1890, cuando en la Universidad de Caracas va a
—56—

recibir, por fin, su título de abogado, dirá en el Paraninfo


estas goncisas y amargas frases...» En este momento
están condensados los esfuerzos: de muchos, años: es el
término de una lucha que me cuesta sacrificios que nadie
conoce, sufrimientos cuya amargura he saboreado yo solo
y lágrimas que han rodado, silenciosas como mi vida. Al
rendirme el desaliento y el cansansio, pocas, muy pocas
veces sentí una mano amiga que me sostuviera o una voz
cariñosa queme confortara...» Pero para la época de la
colonia tachirense en 1884, en Mérida, faltan todavía varios
años antes de que el rostro oculte la mirada con la som­
bra de unos lentes oscuros y su nombre se transforme en
el á ido seudónimo de Pío Gil.
El periódico «La Madrépora» circulaba quincenal­
mente y era editado en la «imprenta Centenario» de Méri­
da. Versos románticos de Morantes o de Horacio Castro,
artículos de prensa sobre variados temas de historia o de
algunas criticas literarias y discretas alusiones a la política
del momento constituyen el material que durante dos años
informó el citado periódico de la colonia tachirense, El
primer número apareció el primero de diciembre de 1884;
el valor de cada ejemplar era de un centavo de fuerte, co­
mo lo establecen textualmente en la portada y como admi­
nistrador figura Pedro Antonio Cárdenas. Poemas de Me­
dardo Vivas, de Julio H. Sánchez y también del conocido
poeta trujillano Inocente J. Quevedo y en el número 6
reciben los integrantes de la colonia una carta de simpatía
y estímulo de Carlos González Bona desde San Cristóbal.
Abel Santos publica sus «Pensamientos» en el número 7
junto con Morantes y como los jóvenes de este grupo
eran gentes de ideas modernas, o por lo menos así lo
manifestaban, las colaboraciones femeninas ya se encuen­
tran en las páginas de la «Madrépora». El número 9 del
lo. de abril de 1885 trae la manifestación de duelo por
la inesperada muerte de Arístides Garbiras Guzmán, com-
—57—

I
pañero de los miembros de la colonia tachirense. Con el
título de «Apersonémonos», el lo. de mayo de 1885 pu­
blican nna airada protesta contra la arbitraria posesión de
Inglaterra de una isla venezolana en la boca del Orinoco,
y en uno de los números siguientes de fecha 15 de ma­
yo, Tulio Febres Cordero publica un artículo titulado «Los
muchachos». En el número 14 de fecha 18 de junio apa­
rece una nota que dice *el crítico literario entre nosotros
necesita ser arqueólogo y tener suma perspicacia para con­
seguir en tanto que se escribe, una idea grande a un pen­
samiento sublime». El último número de «La Madrépora»
parece ser de fecha 29 de enero de 1886, o por lo menos,
el que se encuentra en la colección lamentablemente un
poco estropeada que existió en la hemeroteca de la So­
ciedad Salón de Lectura.
Concluidos sus estudios universitarios en Mérida
la vida y el destino profesional o político aventó hacia las
más opuestas direcciones y actividades a los integrantes de
la Colonia Tachirense, Morantes irá a Caracas a aquila­
tar su resentimiento político durante el gobierno de Castro
yen 1908 se marchará al destierro voluntario; Abel San­
tos va a intercalar los azares de la política con una im­
portante labor cultural al convertirse en uno de los pro­
motores y fundadores del Salón de Lectura en 1907. En­
tre las faenas profesionales o políticas transcurrirán para
todos los integrantes de la Colonia Tachirense los años y
los días hasta el momento en que uno a uno los fué sor­
prendiendo la muerte. Pero en la historia del Táchira y
también en Mérida siempre se recordará ese hito singu­
lar marcado por el entusiasmo y actividad inteligente de
esos jóvenes tachirenses que supieron ser hombres de su
tiempo.

—58—
I

Las Siete Hermanas Vargas


Por CÉSAR GONZALEZ
I

La escasez de documentación histórica en el Táchira es,


para el investigador, obstáculo de gran magnitud; pero en cambio,
la tradición familiar oral, es de una ayuda invalorable, Asombra
constatar la exactitud de esas tradiciones familiares, trasmitidas de
generación en generación.
Existe en mis familias - -González y Cárdenas— una vieja
tradición, repetida de padres a hijos, que hasta ahora no había ha-,
bido la curiosidad de corroborarla con documentación. He logrado
comprobarla plenamente, en mis investigaciones por los archivos
tachirenses.
Don Manuel Antonio Díaz Cárdenas, casado con doña Ana
Clotilde González Cárdenas —mi tía carnal y mi pariente consan­
guíneo— vivieron y murieron en su hacienda Peribeca, donde Do­
ña Ana Clotilde dió a luz diez y ocho hijos, de ellos 16 varones.
Esta hacienda Peribeca tiene como origen remoto las estancias que
allí estableció, alrededor de 1572, Don Alvaro Martín de Cárde­
nas, el fundador del apellido Cárdenas en el Táchira. Es decir,
son casi cuatro siglos de tradición, en la propiedad de la tierra.
Don Manuel Antonio cuidó de trasmitir no sólo a sus hijos sino a
muchos de sus parientes, la tradición de las «Siete Hermanas Var­
gas». Decía Don Manuel Antonio que de esas siete hermanas
Vargas —todas muertas jóvenes— provenían numerosas familias

—59—

tachirenses y que fueron como las matrices de núcleos humanos


predominantes en la región. Aseguraba que una Vargas había ca­
I sado con un Cárdenas y otra con un González.
El resultado de mis investigaciones en los archivos parro­
quiales del Táchira, es el siguiente:
Don Antonio Francisco de Vargas Machuca, natural de
Utrera, España, que fue Alcalde de San Cristóbal en 1767, casó en
dicha Villa el 26 de julio de 1728, con doña María Francisca Ra­
mírez de Arellano y Santander, hija de Don José Ramírez de Are-
llano y de Da. Felipa Santander. Murió Doña María Francisca el
25 de mayo de 1768 y Don Antonio Francisco falleció el 26 de
enero de 1773, siendo sepultado en el Convento de San Agustín,
de la Villa de San Caistóbal.
Del enlace Vargas Machuca—Ramírez de Arellano, nacie-
ron las siguientes hijas:
I.—Doña Micaela de Vargas Machuca y Ramírez de Are-
llano, que casó en San Cristóbal el 14 de septiembre de 1752
con don Carlos Rubio, natural de Córdoba, España. Fue Don
Carlos Alcalde Ordinario de San Cristóbal en 1780 y miembro
del Cabildo de la Villa en 1784. El matrimonio Rubio Vargas
Machuca tuvo los siguientes hijos:

1753 que ca­


1. —Don Pedro José Rubio-Vargas, nacido en 1755,
só en San Cristóbal con Da. María de Jesús Sánchez Osorio y Ba­
rrete, hija del Gobernador Eugenio Sánchez Osorio y María Josefa
Barreto. Fue don Pedro José Alcalde de la Santa Hermandad en
San Cristóbal.
2. —Doña Teresa Brígida Rubio Vargas, nacida en 1756, que
casó en 1795 con Don Diego José de Reina.
3. —Don Antonio Rubio Vargas, que era vecino de San
Cristóbal en 1795 y casó con Da. Marina Maldonado y Omaña.
4. —Doña María Clemencia Rubio Vargas, nacida en 1759.
5. —Doña Bárbara Rubio Vargas, que casó con el Goberna­
dor Pedro Luis Villet.

—60—
6. —Doña Jacinta Rubio Vargas, que casó con Don Nicolás
Jácome Omaña.
7. —Doña Ana Josefa Rubio Vargas, que casó con Don Juan
Antonio Briceño y Uzcátegui.
8. —Don Gervasio Rubio Vargas, que casó primero con Da.
Bárbara Maldonado y Omaña y después, ya viudo, con la hermana
de ésta, Da. María Josefa Maldonado y Omaña.
Don Gervasio, hombre de múltiples actividades, fundador
de la población de Rubio, fue elemento de firmes convicciones,
siendo realista hasta su muerte, acaecida en Coro en 1820. Dejó I
i
cuantiosa fortuna que, al ser confiscada por los patriotas y diluida
en las gestiones de algún nieto que fue apoderado cuando les fue
devuelta a los sucesores de Don Gervasio, jamás llegó a las poder­
dantes, las hijas ancianas de Don Gervasio, que murieron en la mi­
seria en Mérida.
De su matrimonio con Da. Bárbara Maldonado, Don Ger­
vasio tuvo:
1. —Ramón Rubio Maldonado, que casó con Trinidad Vi-
llafañe.
2. —Luis María Rubio Maldonado.
3. —Carlos Rubio Maldonado, ordenado sacerdote en 1810.
Cantó su primera misa en la Capilla de la hacienda La Yegüera,
propiedad de su padre, en cuyos terrenos se asentó más tarde la
ciudad de Rubio. Don Carlos llegó a ser Secretario de los señores
Hernández Milanés y Lasso de la Vega, sucesivamente Obispos de
Mérida. Murió en la ciudad dicha, a edad avanzada, en 1870.
4. —Josefa Antonia Rubio Maldonado, que casó con Don
José Juan Briceño Juárez, quien fue Alcalde Ordinario de San An­
tonio en 1824. El matrimonio se efectuó en 1803 en la Capilla
de la hacienda La Yegüera. Tuvieron numerosa descendencia. En­
tre sus hijos están:
1.— Luis Ignacio Briceño Rubio, que tuvo actuación polí­
tica y murió soltero en Cúcuta en 1849.

—61—
I
í
! 2. — María del Carmen Briceño Rubio, nacida en 1809, sin
i
noticias.
3. — José Juan Briceño Rubio, nacido en 1811.
4. — José Gervasio Ramón Briceño Rubio, nacido en 1813.
! 5. — Juan Evangelista Briceño Rubio, nacido en 1818.
I
6. — Joaquín Briceño Rubio, nacido en 1820, que casó en
San Antonio en 1849 con María Paula Bustamante.
7.— Demetrio Briceño Rubio, nacido en 1822, ordenado
sacerdote. Tuvo una vida intensa, altas dotes intelectuales y figu-
guración importante, tanto en sus actividades sacerdotales como
sociales y políticas.
5. — Juan Nepomuceno Rubio Maldonado.
6.— Marco Antonio Rubio Maldonado.
7. — Sebastián Rubio Maldonado, que emigró a Puerto
Rico cuando la Revolución de Independencia, allí se estableció con
i
su familia y no volvió más a Venezuela.
Con Doña María Josefa Maldonado, procreó Don Gervasio a
8. — Trinidad Rubio Maldonado, que casó con Manuel An­
tonio Pulido, con lo que se funda la rama de los barineses Pulido
en el Táchira.
9. — Bárbara Rubio Maldonado.
II.— Doña Bárbara de Vargas Machuca y Ramírez de Are-
llano, que casó en San Cristóbal el 7 de enero de 1755, con Don
Miguel José de Cárdenas de Castro, con la siguiente sucesión:
1.— Don Miguel José de Cárdenas y Vargas Machuca, que
casó con Da. Gertrudis Ramírez de Arellano, con numerosos hijos
varones, de donde vienen todas las ramas Cárdenas de Capacho y
Peribeca. Don Nicolás María Cárdenas Ramírez -hijo de Don Mi­
guel José- es el abuelo paterno del doctor Román Cárdenas Silva, el
eminente hacendista y el bisabuelo materno de mi padre, el doctor
Rubén González Cárdenas.
I

2. — Don José Andrés de Cárdenas y Vargas Machuca, que


casó con Da. Hermenegilda de Contreras, de La Grita. Don José

Andrés es, junto con Don Juan José García de Hevia, de los máxi­
mos dirigentes de la Revolución de los Comuneros de Occidente,
que vino al Táchira desde el Nuevo Reino de Granada en 1781. De
él descienden las ramas Cárdenas de Táriba, y en línea recta por
el lado materno, Don Manuel Antonio Díaz Cárdenas.
3. —Don Fernando de Cárdenas y Vargas Machuca, que ca-
só con Da. Antonia Becerra.

4. —Don Pedro José de Cárdenas y Vargas Machuca, que


casó con Da. Juana de Useche.
5. —Don Joaquín de Cárdenas y Vargas Machuca, que casó
con Da. Ana Josefa Bustamante.
6. —Doña Micaela de Cárdenas y Vargas Machuca, sin no-
i
ticias.
7. — Doña Luciana de Cárdenas y Vargas Machuca, que ca-
só con Don Salvador Romero.
8. —Doña Rosaura de Cárdenas y Vargas Machuca, que
casó con José Ignacio Vareta.
9. —Doña María Toribia de Cárdenas y Vargas Machuca,
que casó con Don José Narciso de Santander y Colmenares.
III. —Doña María Antonia de Vargas Machuca y Ramírez
de Arellano, que casó en San Cristóbal, con Don Diego de A venda- I
ño, el mismo día que su hermana Doña Bárbara. Son el origen
de la familia Avendaño y sus alianzas en el Táchira. Murió Da.
María Antonia el 29 de mayo de 1789.
IV. —Doña Mariana de Vargas Machuca y Ramírez de Are-
llano, que casó en San Cristóbal en 1758 con el español Don Mateo
González, quien fué Alcalde de la Villa en 1779 y, para 1794, Te­
niente Justicia Mayor de San Cristóbal. De Don Mateo y de Da.
Mariana descienden los González de Capacho, Palmira, Peribeca y
San Antonio. Tuvieron los siguientes hijos:
1.—Don Juan Antonio Silvestre González Vargas, nacido en
1759 y, que fue Alcalde de San Cristóbal en 1794 y murió en 1844.
Casó sucesivamente con Da. Rita de Huertas y con Da. Bárba-

—63—

I
I
ra Rita Contreras y Belén de Araque. Del matrimonio González
Vargas—Contreras Belén, desciendo, en línea recta, tanto mi padre
como mi madre.
2. —Don José Emigdio González Vargas.
3. —Don Manuel González Vargas, de actuación en San
Cristóbal, así: Intendente en 1785$ Procurador y Síndico en 1799
y Alcalde Ordinario en 1801. Casó en la misma Villa con Da.
Juana de la Cruz Pérez del Real y son el tronco de los González de
San Antonio del Táchira.
4. —Doña María Teresa González Vargas, que falleció sin
tomar estado.
V. — Doña Paula Petronila de Vargas Machuca y Ramírez
de Arellano, que fue la primera esposa de Don Juan Agustín San­
tander y Colmenares, padre del General Francisco de Paula San­
tander en su tercer enlace con Da. Manuela Antonia de Omaña
Rivadeneyra. Don Juan Agnstín, oriundo de Cúcuta, fue Alcalde
de San Cristóbal en 1769; actuó cuando el movimiento de los Co­
muneros y fue Gobernador de San Faustino en 1790. Tuvo en su
enlace con Da. Paula Petronila, los siguientes hijos:
1. —Juan Nepomuceno Santander y Vargas, que pretendió
el empleo de Alcalde de la Santa Hermandad en San Faustino.
2. — Antonio Ignacio Santander y Vargas, muerto célibe.
3. — Antonio María Santander y Vargas, también fallecido
soltero.
4. — José Eugenio Santander y Vargas, que fué Teniente
de las Fuerzas Republicanas. En la importantísima obra «La Fami­
lia de Santander», del historiador tachirense Don Luis Eduardo
Pacheco, están estudiados estos personajes con lujo de pormenores.
VI. — Doña María Inés de Vargas Machuca y Ramírez de
Arellano, que murió soltera en 1762.
VII. — Doña María Francisca de Vargas Machuca y Ramí-
rez de Arellano, también fallecida célibe en el mismo año de 1763.
Caracas, octubre de 1969.
CESAR GONZALEZ

—64—
!

íl

Bolívar en San Cristóbal


i
¡'

Armisticio Rafael María Rosales


í

i
1

El patrimonio de la patria lo forjamos en la convivencia del habi­


tante ungido con la plenitud del paisaje donde no cabe el rencor ni la mez­
quindad, y en la arquitectura espiritual de los hechos que son goce y fuerza de
ser uno mismo en el instante imperecedero de la fraternidad humana. Y el
hombre —genio y figura en el quehacer cósmico— es el rumbo vital para la
filosofía y la realidad de la historia que recoge el aliento y la influencia de
aquel patrimonio.
La intransigencia humana descolora y objeta la contemporaneidad de
las parábolas del inducir a la búsqueda del mensaje futuro, y algunas actitudes
oscurecen la verdad siempre buscada aún en las nebulosas, las morbosidades o
las pasiones de esa vida intensa o frustrada de las circunstaucias. Son los án­
gulos para la visión y la emoción, y mayormente para captar la alegría y la
angustia de las generaciones que antes, en y después de la formación de la na­
cionalidad se acercan o se dan empellones en épocas de apacibilidad, rebelión o
revolución. Pero la patria perdura así los ríos se hagan riachuelos o mares en
los momentos de gestar el gentilicio con el dolor de la ingenuidad, la incom­
prensión, la crueldad, la violencia y la torpeza de una cultura de hacha y ar­
cabuz.
Y América no es sino una gracia fragmentada en la prolesía
profesía de sus
aguas, sus valles y sus selvas. Más acá del Caribe hay una idea en la herra­
mienta vegetal y en el temple aborigen de la expectativa. Esa idea se con­
vierte en pueblo, y pueblo es el que se desborda un 19 de abril y rebasa sus
propios límites hasta alcanzar la gloria de seis airosas banderas para el fervor de
la democracia universal. Antes, claro está, cada Villa tiene el asiento, pa­
sajero pero definitivo en la hónra, del Genio criollo que escribe los himnos y
labra las astas para la izada de aquellas seis banderas.
Al Táchira, y particularmente a la ciudad de San Cristóbal, el len­
guaje heroico de la primera y de la segunda República, lo integra al drama
de la independencia americana y a la grandeza bolivariana. Ya antes San An­
tonio y La Grita han medido los pasos del más grande de los Libertadores .
continentales —y la misma San Cristóbal en el primigenio alborozo de Filisco
el 16 de abril de 1813—, en el azar de la segunda República pero a la vez en •

—65—
I

I
la ponderación del sacrificio que hilará la gloria admirable con el merecido
título de Libertador, en la Iglesia caraqueña de San Francisco.
Pero es 1820 el año para la memoria universal de la Villa erigida en
ciudad, en 1810, por la Junta Suprema de Mérida. Es porque en ese año de
1820 la revolución venezolana y neogranadina tiene su Cuartel General en San
Cristóbal y es a la vez capital de la Colombia creada el 17 de diciembre de
1819 por el Congreso de Angostura, pues su Presidente fija en élla su peregri­
naje incansable. Por ello la capital tachirense es rutilante oscilar de los des­
tellos de un hombre pequeño, más bien una llama alimentando los pebeteros de

su fama ya inmortal. San Cristóbal, entonces, es la capital temporal de
una República que va del Golfo de Paria al Pacífico y se adentra en los do­
í
minios de los antiguos caras, y, aquí mismo, en el valle de los tororos. zimara-
I cas y cuites, el imponderable Simón Bolívar traduce la gloria de su visión revo­
lucionaria para el salto al altiplano sureño. Es porque la después llamada
Gran Colombia ha de tener dos hijas más al prolongarse el cordón umbilical
de la Caracas—madre.
♦♦♦

Para el propósito de este recuerdo nuestro queremos retrotraernos al


instante en que se producen las condiciones para que la República sea tomada
en cuenta como tal, por el representante de la Corona y del Estado españoles,
General Pablo Morillo -cuando éste ha sentido, en actos heroicos y decisivos,
la garra de un pueblo valeroso y digno-, al invitar al Congreso y al Presidente
de Colombia a un armisticio «cu} o objeto parecía ser la paz de América»,
según lo dice el mismo Bolívar en carta fechada en San Cristóbal el 21 de sep­
tiembre de 1820 al invitante.
El Gobierno peninsular quería sostener su poder en sus ya perdidos
dominios hemisféricos y da despacho de Comandante General de las Fuerzas
Expedicionarias, en 1815, al General Pablo Morillo, con la expectativa de un
título que, por lo irritante de su revés y la frustración de la nobleza de la
madre lejana, margina todo sentimiento civilizado: el Pacificador.
Ríos de sangre rebasan el empeño y la realidad de la revolución.
Lactantes de un mismo pecho encienden las fogatas de la guerra civil, pues el
Estado absolutista no quiere dejar la prerrogativa de la soberanía al pueblo
existente en la distancia americana, que debe ejercerla naturalmente, después
de conquistarla con el sacrificio de bienes y vidas. La guerra a muerte ha
dado templanza a la razón de la República, aunque los huesos blanqueen los
tonos de la incomprensión. Correspondía a España advertir una actitud con-
temporadizadora y sagaz en la problemática americana, porque ya la emancipa­
ción no es un simple accidente sino la fuerza misma de la libertad y muchos
esfuerzos han sido hechos para imponer la ideología republicana. No es cosa
aislada la nueva fisonomía neogranadina y venezolana sino la autoridad y la
vigencia del Estado representativo y democrático. Es porque el mal llamado
Pacificador construye el maderamen de la crueldad y ejecuta sobre él, a lo largo

—66—
de Venezuela y la Nueva Granada, a los varones que al rebelarse al Reino aun
sienten respeto a la Corona que, según el concepto del historiador Angel
César Rivas, ha querido hacer de América una prolongación de Castilla. Por
eso dos hechos de sangre perfilan la conciencia de la guerra civil: el de 1813
y el de 1816, o sea la revolución frente al Reino Español sangrientamente
representado En el último hecho es el tachirense Francisco Javier García de
Hevia, quien en los predios del Humilladero bogotano abona la semilla de la
necesaria Colombia, abierta como una flor de esperanza en el pecho del caballe­
ro que en 1820 hace de San Cristóbal el oásis de su visionaria fe, pues aquí
piensa cómo debe agregar al Ecuador al sueño de su vida y dá validez a los
primeros hitos para triunfar en Carabobo. Quedémonos, entonces, en el año t
de la luz bolivariana sancristobalense: 1820. Quedémonos en esa recordación,
pues el resplandor de nuestra antigua Villa alcanza la plenitud del enalteci­
miento de la América Meridional, cuando por diez veces viene a San Cristóbal
y permanece en ella como en treguas de emoción histórica, para irradiar en la
lumbre de sus lomas el mensaje de las vivencias honrosas y el pensamiento que
es filosofía de integración por la verdad de sus afanes colectivos y la profunda
influencia en la geografía física y humana del Hemisferio. Por eso fue siempre
un héroe universal y un enamorado de la Colombia que le saltaba en el pecho
como un volcán de realizaciones cívicas. Precisameate en la capital tachirense
conmemora los diez años del glorioso acontecer del 19 de abril. A su recuer­
do consagra una proclama en la cual expresa su fe al ejército que convive con
él en el vivac y en el fragor, al decirle: «¡Soldados! El 19 de abril nació Co­
lombia, desde entonces contáis diez años de vida».
El valle oyó la voz y la recogió en el augurio de su cielo, y por eso
cada día la renueva en la canción de su Torbes redimido, Bolívar y sus gen-
tes son tachirenses en la imagen proyectada en los caminos del remanso y de
la turbulencia del alma liberada y en acción de rebeldía de la América meztiza
en el hacer de historia.
♦♦♦

La revolución cunde en España. Es como un aleteo de sombras en


el destierro de la Corona. Penetran los aires de la nueva esperanza en la
dura conciencia de un Estado rígido y dejan entreabrir la claraboya por donde
se cuela el clamor de las lejanas tierras descubiertas por Colón. Colombia se
robustece en esos momentos y su personalidad republicana se vigoriza con Bo-
yacá y el pensamiento y la Ley de Angostura. La nación anglosajona la reco­
noce como República y es el mismo Bolívar, tan agudo y acertado en sus apre­
ciaciones, quien escribe el 25 de mayo al General Santander para comentarle
lo de la revolución en la Madre Patria y lo del reconocimiento que de Colom­
bia hacen los Estados Unidos de Norteamérica.
Morillo comprende la situación. Su crueldad anterior, cesa su sed de
sangre por acallar lo que es ya decisión permanente por la libertad, pretenden
modificarle por una política donde el cálculo y la diplomacia, con el ofrecí-

—67—
I
miento de la paz, pueden darle ventaja para reimponer el poder ultramarino.
Entiende que a España le conviene mantener el calor de su poder espiritual y
que no prospere esa leyenda negra que la exaltación o la pasión quieren afirmar
adelantadamente. Morillo es, entonces, el serenísimo mentor de la idea insti­
tucional para un «acomodamiento generoso», pues considera qu* el restable­
cimiento de la «constitución de la Monarquía Española sancionada en Cádiz el
año de 1812 debe reunir á toda la familia a disfrutar de las ventajas de nuestra
regeneración política y haga cesar los funestos efectos de la división nacida
del deseo de redimirse de la opresión que, por falso cálculo se ha creído pe­
culiar de estos países, siendo como ha sido trascendental a todo el imperio». Así
piensa el fefe peninsular cuando el 17 de junio de 1820, desde su Cuartel
General de Caracas, se dirige al Congreso de Guayana para posponer una
suspensión de hostilidades, hasta lograr la reconciliación y encarga de tal pro­
pósito al Brigadier Tomás de Cires, Gobernador de la Provincia de Cumaná,
y José Domingo Duarte, Intendente de Ejército y Superintendente General
de Hacienda Pública. Afirma la existencia de «una constitución conciliadora»
que según él «iguala a la representación nacional de todos los pueblos:
ninguna depende de otra, son por consecuencia libres e independientes»; y
concluye aludiendo al sufragio que consigna la autoridad de hacer las leyes.
Ahondando en el pensamiento de Morillo, al dirigirse al Congreso reunido en
Guayana y proponer el cese del hostigar de los ejércitos contendientes, creemos
I tropezar con el civilista que defiende y sostiene las instituciones democráticas
y con el Pacificador que cuelga la espada fanática y toma el timón de la revolu­
ción, y lo vemos en las aguas tranquilas del Orinoco pomo -él mismo se intuye
asi- «un pacifico ciudadano español concurriendo a los regocijos públicos
a celebrar el triunfo mutuo conseguido contra nuestras pasiones» ¿Verdad que
es un Morillo distinto al de 1816? Lástima que no hubiese pensado y actuado
con tal criterio los cinco años anteriores.
El mismo 17 de junio se dirige al General José Antonio Páez y le
comenta «los grandiosos y felices acontecimientos de marzo en la España euro­
pea, cuando S. M. siempre atento al bien de sus queridos pueblos, se desprendió
espontáneamente del poder que habían gozado sus predecesores por tres siglos
y juró la observancia de la Constitución política de la Monarquía, que sanciona­
ron las Cortes el 18 de marzo de 1812 y que era el voto universal de la nación.
Jamás el Rey dió pruebas tan positivas de la sinceridad y rectitud de sus deseos,
ni hizo un sacrificio tan heroico por la felicidad de sus súbditos». Le comunica,
además, la orden dada a sus fuerzas para el cese de las hostilidades. Es un dar­
se al bien nacional y al logro de hacer desaparecer «la funesta memoria de los
sucesos pasados», como si fuese tan fácil olvidar el dolor y las exacciones. No
obstante, España se salva del odio y América sigue reconociéndola como la
madre distanie y próxima.

El 22 de junio es a Bolívar a quien escribe Morillo: Le manifiesta


-como lo dice Francisco Javier Yanez- la voluntad nacional y del Rey constitu­
cional, al solicitarle la suspensión de las hostilidades y decirle que ha comisio-

—68—
!
I
nado a Francisco Linares y Juan Rodríguez del Toro, a fin de tratar acerca del
término de los males de estas provincias.
No hay duda que los sucesos «en la España europea» han influido en
Morillo de un modo decisivo en su pensamiento y en su acción. Le preocupa
ahora el destino «de la España Americana», y quiere darle mayor resonancia
al vocablo constitución- Es como si con su nueva actitud quisiera cerrar la
herida profunda de los errores de su pacificación en los años inmediatamente
anteriores. La constatamos también al leer la correspondencia que el Brigadier
Francisco Tomás Morales envía a Páez desde Calabozo el 5 de julio siguiendo
instrucciones de Morillo, y conforme a las cuales da comisión a los Capitanes
de Ingenieros Juan Jaldón y Andrés María Alvarez, para ofrecer un contrato
del cese de hostilidades por un mes.
Páez siempre fue un baluarte invulnerable en los llanos venezolanos y
si la historia le señala lunares -qué humano no los tiene?-, el peso de la gloria
de sus imcomparables hazañas los hace menos ostentibles. Por lo mismo, valió
mucho su acción y su opinión. El 7 de julio es el Ministro de la Guerra, Pedro
Briceño Méndez, quien la escribe para incluirle copia de la carta del
General La Torre sobre la solicitud del General Morillo para «una suspensión
de armas con treinta días». Como puede observarse, Morillo llevó a cabo
diferentes contactos con el fin de lograr interés a su propósito de firmar un
armisticio. Claro está con el mismo se proponía la recuperación del poder po­
lítico, o al menos, un descanso para obviar la manera de rehacer sus efectivos y
su estrategia a un fin ulterior, al marchar a España.
El Libertador está en El Rosario. Desde allí, el 25 de julio, respon'
de a Morillo su carta del mes anterior y le significa que sus comisionados se­
rán recibidos con respeto. Le advierte, eso sí, que el armisticio propuesto —lo
dice Yanes— no puede ser concedido en su totalidad sino cuando se conozca la
naturaleza de la negociación. Es porque Bolívar desea conocer las razones del
jefe español, quien anda buscando una retirada discreta del escenario americano
a base de un armisticio que dé garantía al ejército realista aún en posesión de
flancos estratégicos en Venezuela. Es como si quisiese paralizar el brazo tendido
a través de la cordillera andina y las sabanas ’y ríos sureños, firmes como una
muralla y como la perspectiva en los arrecifes del Caribe y del Pacífico.
*♦*

San Cristóbal va a ser testigo y actor de un acontecer histórico cuyas


dimensiones dan vigencia a la autonomía republicana, y el cual no se ha co­
nocido suficientemente, pues ensayistas e historiadores no lo destacan cuando
narran el desarrollo del quehacer de nuestra independencia, así como los maes­
tros nativos soslayan la divulgación de nuestra participación emancipista. Es
porque en la capital tachirense, sede del Gobierno de Colombia en 1820, se
ventila oficial y concretamente la primera discusión del armisticio de los ejér­
citos patriotas y realista, y aquí mismo se impone la influencia y la razón de

— 69—
Estado representativo fundado para privilegio y provecho del hombre conti­
nental.
i Pero continuemos el orden cronológico de esta recordación nuestra. En
I
correspondencia del jefe peninsular al Ministro de la Gobernación de España
fechada el 26 de julio, señala el conocimiento del ánimo de los disidentes ve­
nezolanos y «de la ineficacia» de sus «pasos de conciliación y fraternidad».
A la vez informa al mismo funcionario no haber obtenido respuesta del Con­
greso de Guayana a su proposición de armisticio, con el cual, no hay duda,
desea dar ocasión al Gobierno de su Majestad de recoger las bridas de un pue­
blo ya con personalidad y pujanza propias; y le incluye la carta que el «gene­
ral disidente D. Simón Bolívar», «quien manifiesta al general «La Torre, que
sin que se reconozca por la nación la República colombiana como un Estado in­
dependiente, libre y soberano, está decidido á no recibir los comisionados que
se le envían y ya han marchado á su cuartel general, ni aun á oir nin­
guna otra proposición que no tenga por base aquel principio». Este es el pen­
samiento de Morillo al dirigirse a su superior, muy distinto al expresado al di­
rigirse al Congreso de Colombia, al Libertador y a Páez. Observando, a dis­
tancia, la correspondencia bolivariana a la cual se refiere Morillo, no encon­
tramos arrogancia en la actitud de Bolívar sino la convicción y la fe en el
principio de la dignidad del Gobierno democrático de la Colombia salida del
sueño a la realidad de la libertad.
Vuelve Morillo a dirigirse al Ministro de la Gobernación,por medio del
de la Guerra, en oficio del 6 de agosto, y le incluye las respuestas del Congre­
so colombianos, reunido en Guayana, y de Bolívar, en las cuales consta que la
República no acepta otra condición distinta a la posibilidad de un armisticio
que no sea el reconocimiento formal de Colombia libre y soberana. Mencio­
na al mismo tiempo el envío de «ejemplares del Correo del Orinoco, que es
el periódico oficial de los disidentes, contienen la insolencia y odiosa impugna­
ción que han hecho del elocuente manifiesto que el Rey se dignó dirigir á los
habitantes de Ultramar, donde los insultos, las alusiones injustas y el espíritu
de rebelión contra la Madre Patria que fue el carácter que distinguió en todos
los tiempos á los insurgentes de estos países, comprueban del modo más termi­
nante la resolución que proclamaron desde el principio, manifestando ahora
con más entusiasmo que nunca y repitiendo que nada tienen que elegir, si no
la independencia o la muerte».
Para Morillo es insolente y odiosa la templanza y la sinceridad del pa­
triotismo de los redactores del «Correo del Orinoco»; y llama rebelión a la
Madre Patria lo que es emancipación del Estado absolutista y afirmación del
Estado de derecho; donde el hombre es ciudadano y no súbdito, sin que por ello
se rompa la relación filial con la España a la cual debemos religión, lengua y
civilización. De ahí el que venezolanos y granadinos confirmen su aguerrida
lucidez de independencia o muerte.
La sola presunción del armisticio ofrece posibilidades al gobierno re-

—70—
publicano en el sentido de solidificar su condición moral Es porque el Go­
bierno de Colombia es ya invulnerable en su seriedad, en su influencia y en su
realidad, como consecuencia del pensamiento y la acción del caraqueño in­
conmensurable y los años de lucha ejemplar.
El General Rafael Urdaneta tiene su Cuartel General en Táriba.
Desde allí informa el quebrantamiento de la División del General La Torre, al
pasársele partidas de su caballería y dar por recluida la tregua de paz conve­
nida —por no cumplirse sus términos— con el dicho oficial realista en la mis­
ma ciudad de la Virgen de la Consolación. Sin embargo, el estudio de un ar­
misticio entre patriotas y realistas, va adelante, pues Morillo, no obstante su
rencor interior y su rechazo a la idea del Estado libre, insiste en una suspen­
sión de hostilidades, seguramente porque aspira a reconcentrar sus efectivos y
a tener tiempo y comodidad para planificar nuevas y exitosas operaciones an­
tes de volver sobre sus pasos y llegar con el azúcar del triunfo. Su empeño
estriba en el reconocimiento de «la ley fundamental de la Monarquía españo­
la», tal como lo escribe La Torre a Bolívar en carta posterior a la reunión de
los represeutantes venezolanos y españoles en San Cristóbal.

*♦*

Y San Cristóbal abre su cortina de niebla para aposentar en su valle el


día histórico: 20 de agosto de 1820. Es este un día extraordinario para la ca­
pital del Táchira y para la historia de la República de Colombia. Es porque
en ese día se reunen en el Valle de Santiago los parlamentarios del armisticio y
se cruzan los pliegos oficiales con las bases para la discusión del mismo.
Como dijimos antes, comisionados de Morillo habían estado en Guaya-
na y Apure, o sea ante el Congreso de Angostura y el General Páez, en sondeos
del armisticio, sin resultado alguno. Corresponde a San Cristóbal, por lo tanto,
el asiento oficial primigenio de tan importante enfrentamiento del Estado es­
pañol al colombiano, en momentos de convulsión en Europa y propicios, desde
luego, a la concepción de una americanidad sin las trabas monárquicas.
Han llegado los emisarios de Morillo a San Cristóbal y aquí mismo
están los representantes de Bolívar, ese recordado 20 de agosto. Representan al
Libertador y a Colombia -en ese momento la unión de Venezuela y la Nueva
Granada- el imponderable Rafael Urdaneta y Pedro Briceño Méndez, Ministro
de la Guerra, y a España y el Jefe Expedicionario el Coronel venezola no José
María Herrera, en reemplazo de Rodríguez del Toro, y el español Francisco
González de Linares, los cuales consideran, en el instante de discutir con los
delegados del Estado autónomo y democrático, que no cabe sino la sumisión de
súbditos a una monarquía deteriorada pero jaquetona en la petulancia de unos
emisarios equivocados. Es porque éstos insisten en que para llevar a cabo el
armisticio propuesto por Morillo, es indispensable reconocer a la Monarquía
como razón esencial de su perdurabilidad extraterritorial, olvidando que más
acá del océano lo único que tiene vigencia es la República y que el Gobierno

—71 —
I

de Colombia no solamente se ha formado con el sacrificio de venezolanos y


neogranadinos sino que está organizado jurídicamente con sus poderes repre­
sentativos conforme al sistema democrático. Para un entendimiento no cabía la
discusión sino de poder a poder, máxime cuando la mayor parte del territorio
colombiano es ya independiente.
En consecuencia, los poderdantes del país libre envían a los españoles
una elocuente y digna comunicación, cuyo texto es el siguiente:
«Los defensores de la justicia y de la libertad, lejos de ser halagados
con ofertas de un mando ilimitado, reciben un verdadero ultraje al verse
confundidos con las almas groseras que anteponen la opresión y el poder a la
sublime gloria de ser Libertadores de su Patria.
San Cristóbal, 20 de agosto de 1820.
RAFAEL URDANETA - PEDRO BRICEÑO MENDEZ

Estos dos extraordinarios venezolanos a más de ser beneméritos servi­


dores de la Patria y su inconfundible lealtad al Libertador, han contribuido
a forjar la libertad americana con el desprendimiento no solamente de sus
i ambiciones personales sino de sus vidas. De ahí el que el halago o la compo­
i nenda para traicionar la trayectoria de su dedicación al bien de esa Patria
libre y el esfuerzo constante de su glorioso Padre, no alcance nunca el destino
de su honestidad patriótica. La dignidad venezolana, que es la de Colombia y
la de América, queda ratificada en esa respuesta decorosa, pues el estado sobera­
no creado en Angostura se afinca en el «alegre cielo» de San Cristóbal, y se
proyecta de una vez hacia Quito y el altiplano, así como su Presidente asoma
la primera idea planificadora de la batalla decisiva que el año inmediato tendrá
realización en el campo de Carabobo.
Las conversaciones para discutir la suspensión de hostilidades entre
monárquicos y republicanos, y que se verifican durante los días 20 y 21 de
agosto, quedan suspendidas por la ofensa y la altanería española al no reconocer
a Colombia como independiente y la provocación a la honradez de dos puntales
de la heroicidad criolla.
Bolívar ha sido muy franco con relación al deseo de Morillo por un
armisticio que regule un entendimiento para paralizar la actividad de los ejér­
citos, y lo cual ofrece ventajas recíprocas. Precisamente Bolívar, al regresar
del Magdalena, desde San Cristóbal ha escrito al jefe español, el mes anterior
o sea el 21 de septiembre, para expresarle —como lo decimos eu nuestro libro
«El Táchira en la Emancipación»— su deseo por la paz siempre que éste lle­
gue con las ventajas políticas de un reconocimiento pleno del Gobierno repu­
blicano. Es porque la guerra se hace para librar al pueblo del absolutismo y
no para sostener la coyunda que lo inhabilite para la democracia.
San Cristóbal, pues, ha proporcionado la consolidación del régimen
republicano y ha visto partir a los emisarios realistas con un claro concepto de
la conciencia del hombre libre.
♦♦♦

A Morillo interesa mucho el armisticio. Por eso el 20 de octubre, da


nuevas instrucciones a sus comisionados González Linares y Herrera y les ad­
vierte no ir a San Fernando de Apure a proseguir las conversaciones, pues
Bolívar le ha informado no poder ir a dicha ciudad. A la vez el Libertador
le ha dado «la última prueba de la franqueza del Gobierno de Colombia», al
decirle que la reanudación de hostilidades promueve en favor de la República
«la ocupación del resto de Venezuela y Quito» y tiene un alcance singular por
cuanto compromete nuevamente á «toda la nación española que prefiere la
paz á la guerra, aun á su propia costa». Por lo tanto es sincero Bolívar cuan­
do le dice a Morillo ha de «transigir las dificultades que ocurran sobre el armis­
ticio con que le ha convocado, siempre que en calidad de indemnización se le
den a Colombia las seguridades y garantía que ella exija, como gaje de este
empeño».
El Jefe Expedicionario recalca a sus emisarios proceder conforme a la
Real orden instructiva del Ministro de la Gobernación de Ultramar que les
anexa. También les enfatiza que «El Armisticio general por el tiempo que
VV. SS. conceptúen ventajoso, deberá acordarse y convenirse preliminarmente,
extendiéndose a todos los Cuerpos y fuerzas que operan en estas provincias y
Nuevo Reino de Granada, señalando los límites que hayan de ocupar», y aún
añade: «Las tropas de ambos Ejércitos, y el terreno de donde deban extraer
las subsistencias, de un modo definitivo y claro que no dé lugar a equivocacio­
nes ni dudas. Por último les advierte, en caso de que Bolívar niegue el reco­
nocimiento de la Constitución política de la Monarquía y la unión de Colombia
a la Madre Patria, que debe exigirse la prolongación del armisticio mientras los
delegados del «Gobierno disidente» van a la Península a exponer sus aspiracio­
nes al Congreso, del cual dependerá la resolución de continuar o cesar las hosti­
lidades. Morillo, a pesar de conocer la situación, sigue pensando con criterio
estrictamente monárquico y cree que Bolívar debe enviar delegados suyos a
España a suplir el armisticio y ofrecer sumisión a la Corona. También quiere
ser constitucionalista y analiza la circunstancia americana como la que antes
fue: una prolongación política y territorial del Reino. Olvida que está enfren­
tado a otro poder, que ya no es un ensayo ni menos una, utopía pues su acción y
su contextura es la permanencia de un derecho alcanzado con la fuerza del
sacrificio y la moral de la dignidad.

Si en verdad don Emilio Castelar llama al Pacificador chispero y


manolOt acaso por el origen de su cuna y su crueldad en América, no debe
olvidarse la influencia y la posición alcanzada por sus servicios militares y de
su valor y capacidad, todo lo cual lo lleva a ostentar los títulos de Primer Conde
de Cartagena y Marquéz de la Puerta, aún cuando su recuerdo duela en el exá-
men venezolano y granadino por los huesos que hincaron el dolor de la Repú­
blica. En el caso que tiene la representación del Estado español en tierras

—75—
americanas, con la marcada filosofía de su sectarismo político frente a la historia
de jóvenes y rebeldes pueblos, y lo que, por supuesto, no le da derecho a esperar
una confiada entrega de la ya adquirida libertad.

Desde La Victoria dan cuenta a Morillo sus comisionados, el 25 de


octubre, de salir para Calabozo e entrevistarse con el Libertador. Dejan cons­
tancia de las dudas que les asisten sobre la Real orden, pues consideran que a
los jefes «disidentes» deben darse «las seguridades que pidan y sean posibles»
e igualmente lo relativo a que «se tengan en consideración las posiciones de los
respectivos ejércitos, las ventajas que hayan podido adquirir las armas naciona­
les, la seguridad de las provincias quietas, y el no aventurar los resultados de
una nueva campaña en caso de que por desgracia haya de continuarse la guerra».

Fácil es convenir en una modificación del criterio realista, si recorda­


mos la actitud de los delegados de Morillo en San Cristóbal. Comprenden
ahora estos delegados que su misión es la de conciliar y no la de imponer, a la
vez que dar seguridades y no pedir la relajación de la voluntad o la complacen­
cia por los favores que por otra parte, ni se solicitan ni se ofrecen; Lo de la
proposición del armisticio deben ser conversaciones de quien a quien. Y en
todo caso cuentan con el aval moral de una República salida del alma popular
-por la desnudez y la pobreza del sacrificio- y del metal heroico de un hombre
que hizo de su abolengo la llama de la revolución.

* * *

El General Rafrel Urdaneta, por enfermedad, se separa del mando


del ejército en el occidente venezolano. Bolívar lo toma temporalmente y can­
cela su viaje a Apure. El 26 de octubre está en Trujillo y de alh escribe tal
día al General Morillo. Le manifiesta que al no recibir respuesta a su
correspondencia de San Cristóbal, le «ha parecido conveniente dar ahora este
paso á fin de abreviar el término de esta negociación» o sea la del armisticio.
Al mismo tiempo fija las bases para la discusión y le exige el envío de sus de­
legados a su cuartel General. Las bases están comprendidas en el siguiente
articulado:

«lo. Habrá un armisticio general por cuatro ó seis meses en todos


los departamentos de Colombia. 2o. Este cuerpo de Ejército ocupará las
posiciones en que se encuentra el acto de la ratificación del tratado. 3o. La
división de la costa tomará posesión de las ciudades de Santa Marta, Río Hacha
y Maracaibo, sobre las cuales está en marcha y probablemente deba rendirlas.
4o. La división de Apure tendrá por línea divisoria todo el curso de la Portu­
guesa, desde donde le entra el río Vircucui hasta el Apure, cuyas aguas también
la dividirá del territorio español; por consiguiente, toda la provincia de Barinas
y el territorio de Guanare, abandonado ya por los españoles, será ocupado

—74—
por nuestras armas.—5o. La división de Oriente conservará el territorio que
ocupe al acto de la notificación del tratado.—6o. La división de Cartagena
conservará las posiciones que ocupe al acto de la notificación del tratado. 7o.
La división del Sur conservará el territorio que halla (sic) dejado á su es­
palda en su marcha á Quito, y conservará las posiciones en que se encuentre
al acto de la notificación del tratado: (Hacemos constar que este articulado co­
mo las referencias relativas al General Morillo, se toman de la biografía «El
Teniente General don Pablo Morillo, Primer Conde de - Cartagena, Marqués
de la Puerta», por Antonio Rodríguez Villa, Tomo IV).
El Libertador argumenta, asimismo, que si alguno de los artículos
precedentes es «contrario á los intereses de España, puede suprimirse «dejando
por aquella parte abiertas las hostilidades». Bolívar es categórico en la de­
fensa del Estado establecido con el poder moral de la tierra y el hombre en su
afán de dejar la obscuridad y los grillos por la luz y la libertad.
Morillo responde a Bolívar desde Barquisimeto, el 29 de octubre y le
manifiesta que sus emisarios, el Brigadier Ramón Correa, Jefe Superior político
de las provincias centrales; Juan del Toro, Alcalde lo. de Caracas, y Francisco
de Linares, están en Calabozo y marchan a San Fernando, en concordancia con
su correspondencia de San Cristóbal. Y con relación a las proposiciones formula­
das en el articulado antes transcrito, le significa que «no pueden algunas conve­
nir á los intereses de la nación española» ni se considera «autorizado para admi­
tirlas», pero que, sin embargo, sus comisionados vendrán a su Cuartel General y
luego irán al suyo, para directamente reiniciar las negociaciones, conforme a los
Poderes que llevan, y convenir definitivamente «sobre las bases en que deba
fundarse el armisticio».
Algunos oficiales realistas no confían en la buena fe del Libertador so­
bre la realidad del armisticio, pues al contrario consideran que el retardo en
concretarlo es manera de ganar tiempo para perjudicar los intereses del ejército
al servicio de España. Esta es la conclusión a que llegamos al leer la carta que
Correa envía a Morillo al comentarle la noticia del permiso Real dado a este
último para retornar a la Península y darle sus impresiones con relación a la
falta de palabra de Bolívar al no acudir a San Fernando, por encima de toda
contingencia, como lo anunció desde San Cristóbal. Desde luego es posible que
Correa no conociese la excusa de Bolíyar, por la enfermedad de Urdaneta, y
ser permanente la arrogancia del monárquico con el republicano. Es porque
se olvidaba que en el nuevo Estado ya estaba establecida la igualdad ciudadana
y que quien dirigía los negocios de ese Estado no era un simple oficial subalter­
no sino precisamente su Presidente y a la vez su forjador.
Desde Carache escribe el Libertador otra vez a Morillo y se refiere a
sus oficios del 20 y el 29 de octubre. El tono de esta correspondencia boliva-
riana —son dos cartas fechadas el 3 de noviembre—adquiere contornos de sen­
tido humanitario y anhelo de paz. Habla de un tratado «que regularice la
guerra de horrores y crímenes que hasta ahora ha inundado de lágrimas y san-

—76—
gre a Colombia». Esto con respecto ala primera carta, pues en la segunda
del mismo día se refiere a las pretensiones del Gobierno español y a «los asertos
ultrajantes del reconocimiento de la ley fundamental de la monarquía
española, al olvidar que Colombia ya es una nación libre y en ningún caso
puede estar sumisa a las pretensiones de las cuales Morillo sigue siendo órgano.
Se considera que ambas cartas de Bolíyar tienen texto semejante, aún cuando
una nota de don Vicente Lecuna —el devoto cumplidor de las Obras Comple­
tas de Bolívar— deja la interrogante de una posible mutilación, en la primera,
de José Domingo Díaz; y advierte, con relación a la segunda que no existe el
borrador original, lo cual hace presumir que fue enviado a su destino.
En tal correspondencia, además, aclara al Libertador que el Presidente
del Congreso de Angostura es Fernando Peñalver, pues él lo es de Colombia.
Concluye pidiendo a Morillo inducir a sus delegados a su Cuartel General, a los
fines de las negociaciones que permitan la paz;
*♦♦

Antonio José de Sucre y Ambrosio Plaza han ido a verse con el General
Pablo Morillo. Tienen con él conversaciones interesantes y en cierto modo
cordiales. Ya es sabido el tacto y la discreción de Sucre, así como es conocida su
bonhomía. Era lógico esperar buenos resultados de esta entrevista de los dos
I proceres venezolanos con el Jefe Expedicionario. Por consiguiente, el 9 de
noviembre escribe Morillo a sus comisionados y les envía copia de la carta de
Bolívar y de su contestación por medio de los dichos Sucre y Plaza. Les dice,
igualmente, deben acelerar su marcha a fin de dar comienzo a las negociaciones
del armisticio, pues operando él sobre Carache y proteger a Carora, le interesa
no perder las defensas de Maracaibo, que pueden ser vulneradas, pues así lo ha
conocido a través de sus conversaciones con el futuro Mariscal y Plaza.
El mismo 9 de noviembre Bolívar, desde Trujillo, escribe a los Comi­
sionados Correa, Rodríguez del Toro y González de Linares, cuyo borrador es
letra de Sucre -según Lecuna-, j les expresa su satisfacción al saber que son
ellos los electos para hacer posible «la felicidad de los pueblos de Colombia y
España». Les adelanta su pensamiento con relación al armisticio, pues la legíti­
ma aspiración republicana es extender su acción a «toda la América», tal como
en su nombre lo explicarán Sucre y Plaza. La concepción integralmente conti­
nental y democrática del Libertador es lúcida, así como franco es su deseo por
llegar a un entendimiento sin menoscabo de la majestad del Estado colombiano,
cuya proyección tiene calor de americanidad.
Por su parte Morillo también escribe a sus delegados el 10 de noviem­
bre. Les avisa el recibo de su correspondencia del 3 del mismo mes y les orde­
na venir a su Cuartel General para «convenir y acordar con presencia de las
circunstancias en que nos hallamos, lo que fuere más ventajoso al interesante
objeto de la comisión» dada a los mismos.
El General La Torre, de cuyas memorias la historia espera conocer y

—76—
aclarar muchas cosas importantes, sabe la noticia del relevo del General Mori­
llo. Le escribe desde San Carlos, el 12 de noviembre, y al responderle su carta
del 8 del mismo mes, le dice que le parece «muy bien el movimiento» que
efectúa con el General Bolívar, «pues su ignación (sic) indica el que no trata de
operar y sí cubrir alguna otra operación». Considera su* regreso a España como
«la mayor fatalidad que podía caer sobre esté país en las actuales circunstancias,
bien que yo estoy persuadido que aun cuando sea cierto, usted no dejará esto
en las circunstancias críticas en que nos hallamos, sin que se decida la suerte de
esta campaña». Termina informándole que los comisionados del armisticio están
allí, en San Carlos, esperando su correspondencia.
Naturalmente que la separación del General Pablo Morillo involucra­
ba una baja singular en la moral del ejército realista y de quienes lo comanda­
ban. Lo de Boyacá y el rechazo de La Torre por Soublette, en San Antonio
del Táchira, al no dejarlo entrar a’la Nueva Granada en septiembre de 1819, es
definitivo para la derrota del poder español en América, y sólo falta el empellón
final en Venezuela. Bolívar tiene en sus manos, aún mejor, en su mente de
guerrero ejemplar, los instrumentos decisivos para ese empellón.

El General Morillo es sensato en aceptar la realidad. Ya en su parte al


Ministro de la Guerra sobre la derrota de Barreiro, el 7 de agosto del año ante­
rior, describe cómo «Bolívar en un solo día acaba con el fruto de cinco años de
campaña, y en una sola batalla reconquista lo que las tropas del Rey ganaron en
muchos combates», y refuerza su concepto leal de la realidad americana cuando
en el mismo y patético parte expresa: «Esta desgraciada acción entrega a los
rebeldes, además del Nuevo Reino de Granada, muchos puertos en la mar del
Sur, donde se acogerán sus piratas; Popayán, Quito, Pasto y todo el interior de
este continente hasta el Perú, en que no hay ni un soldado, quedará a la merced
del que domina en Santa Fé, á quien al mismo tiempo se abren ’ las Casas de
Moneda, arsenales, fábricas de armas, talleres y cuanto poseía el Rey nuestro
señor en todo el virreinato. Tres mil venezolanos aguerridos que formaban le
tercera división, muy buenos oficiales y cuatro o cinco mil fusiles aumentan ya
el Ejército de Bolívar, que con los ingleses que le acompañan y los hombres que
sacará de las vastas y pobladas provincias del reino, tendrá más que suficiente
para acabar de dominar en pocos meses á todo Venezuela». La apreciación de
Morillo es exacta y comprueba cómo esos tres mil venezolanos perdidos por los
realistas, serán ahora punto de apoyo para acabar la guerra civil ya larga en el
tiempo y en sus consecuencias. ■

• - E» lógico, pues, que La Torre sea pesimista y vea el relevo de su supe­


rior como la arriada de una bandera eñ un atardecer de tormenta. Y esa tormen-
ta: es el presentimiento de la derrota finar.' Es porque América ya es una estrella
en el ancho cielo de la democracia universal. '
•. . ■ . i: >•

_ ...... e. . . .•
'. 'i . . . . . .. t . ■- i 1 .

Sucre y Plaza, desde‘Agua Obispo; escriben “el 10 de noviembre á los

—77 —
Comisionados de Morillo y les expresan que como el Libertador considera que
ellos podrían llegar en tal fecha al lugar citado, los envía a su encuentro a fin de
aligerar la negociación del armisticio. Al mismo tiempo advierten no juzgar
conveniente acercarse a las avanzadas del ejército español y por ello les pregun-
tan si pueden ir a Humocaro, donde les será dado el pliego bolivariano del cual
son portadores.
El mismo 10 de noviembre es Bolívar quién escribe, desde Trujillo, a
Santander, y entre otras cosas le dice que Sucre ha ido a Agua de Obispos a
encontrarse con los Comisionados españoles, para «si no traen facultades para
«si no traen facultades para concluir el armisticio» como él lo aceptaría, regre­
sen a solicitar nuevos poderes; y con relación al mismo armisticio le comenta:
«Nuestras operaciones militares están pendientes de la negociación y también de
nuestros propios movimientos, pero si no hay armisticio, en diciembre nos vere­
mos las caras». En consecuencia, y contrariamente a lo que pensaba y decía
Correa, si tenía interés Bolívar en realizar el armisticio y no en demorarlo,
pues así convenía al nuevo Estado. Por otra.parte su estrategia no era la de la
contemplación o el estatismo, puesto que le urgía dedicar tiempo a la revisión
de sus planes para un embate definitivo en Venezuela y la invasión al alto Perú.
Lógicamente, también, para él estaba primero la dignidad del Estado colombia­
no, donde el ciudadano tenía el pleno derecho a ser hombre libre y no súbdito,
y no la concesión del respeto a la monarquía ya expirando en el contrafuerte del
espíritu y del esfuerzo de la República. Otra prueba del interés por el armisti­
cio queda en el oficio que tres días antes -el 7 de noviembre- ha enviado el Mi­
nistro de la Guerra Pedro Briceño Méndez, a Páez, al informarle que el movi­
miento sobre el Tocuyo no se ha llevado a cabo -como sé lo había anunciado-
porqué al marchar las tropas hacia Carache, «se recibió la contestación . del
General Morillo, que parece concederá las condiciones que se le han exigido
para el armisticio».
Hay un gesto de Morillo que, por supuesto, no podemos dejar inadver­
tido, por cuanto el mismo señala dos cosas importantes del honor republicano:
la primera el valor y la responsabilidad del ejército patriota, y la segunda la
disposición a un entendimiento cada vez más firme de los jefes contendientes y
la galantería recíproca en instantes de cesar en una guerra a muerte, cuando las
disidencias pueden tener el rescoldo del rencor. Tal gesto tiene efecto cuando
Mellao y Gómez en actitud heroica se repliegan en la cuesta de Higuerote -se­
gún lo dice Baralt- hacia las vegas de Carache y un jinete queda solo por
muerte de su caballo, en el embravecido escollo del enemigo, y en vez de ren­
dirse mata a dos contrincantes, y cuando va a concluir su vida, Morillo grita
para salvarlo. Al adelantarse las conversaciones del armisticio, el mismo Jefe
Expedicionario ordena enviarlo, sin canje, al Cuartel General de Bolívar, quien
asimismo, elegantemente, corresponde al gesto devolviendo al noble adversario
ocho soldados del regimiento de Barbastro.
El dia 13 de noviembre escribe el Libertador desde Trujillo -tan memo­
rable en la historia venezolana- al General Morillo, y le avisa el recibo de la

—78—
nota enviada desde Humocaro Bajo, donde conferenciaron con el mismo Jefe
español Sucre y Plaza, dos héroes para el recuerdo permanente. En tal corres­
pondencia Bolívar, como siempre es categórico al dejar constancia de que el
«Gobierno de Colombia no ha tenido miras de conquista; ha tenido, sí, las del
restablecimiento del gobierno de su patria, destruido y hollado por nuestros
invasores», y a la vez le expresa que el armisticio no se ha llevado a efecto «por
las circunstancias del tiempo y el retardo de los negociadores» peninsulares. Es
porque éstos son demasiado discretos y en cada ocasión están pidiendo instruc­
ciones o igualmente pensando en que el tiempo dé la República no ha llegado
plenamente.
Nuevamente se dirige a Morillo el Libertador, el 16 de noviembre
desde Mocoy, y le comenta, con relación al «armisticio general tanto en Vene­
zuela como en Cundinamarca» del cual le habla en su nota, que su intención
es la de negociar un armisticio general -pues no puede parcelar la resonancia
continental de su obra-, y le sugiere el envío de oficiales autorizados para ir con
sus edecanes a los lugares distantes con órdenes precisas a los jefes o coman­
dantes de esos lugares, a fin de evitar choques de los cuerpos de ambos ejér­
citos, contrarios a las negociaciones. Al día siguiente, desde Trujillo, le respon­
de al mismo Morillo su nota del día anterior, y conviene en «un armisticio
provisorio, mientras se entabla y concluye el definitivo». Esta aceptación es el
arma psicológica para elevar el prestigio de la República en el trazo de la pose­
sión de su destino histórico ante la conmoción americana. Y vuelve Bolívar a
hacer énfasis de ese destino y de la seguridad de la poseción cuando le dice que
no puede retirar las tropas republicanas de la costa maracaibera, por cuanto no
ha ofrecido ni ofrecerá «retirar las fuerzas de Colombia del territorio que
ocupan». (Véase nota al respecto en las Obras Completas de Bolívar).
El 17 de noviembre es Morillo quien escribe a sus Comisionados, des­
de su Cuartel General en Carache. Les incluye las últimas notas del Liberta­
dor y les encarece su pronta movilidad «porque importa mucho aprovechar los
momentos para evitar que algún accidente imprevisto haga desaparecer esta
buena disposición de los enemigos, y por si fuese maliciosa, no suspender mis
operaciones que tanto les han impuesto aun sin llegar á las manos». Se define
en el interés del Jefe Expedicionario el debilitamiento de los valores políticos
y militares del Reino lejano y en cierto modo el reconocimiento tácito del nue­
vo Estado representativo y democrático. En esa correspondencia ya habla
Morillo, del Gobierno nacional, y si recordamos su parte de Boyacá donde
menciona a 3.000 venezolanos pasados, por razones de guerra, al ejército pa­
triota, podemos y debemos aceptar que la hora del cese de la guerra civil, con
sello y calor americanos, ya llega para bien de la esencia del nacionalismo.

El armisticio, prácticamente, es ya un hecho cumplido por el carácter


provisorio convenido entre Bolívar y Morillo. Por lo tanto, el Conde de Car­
tagena y Marqués de la Puerta, da poder al Teniente Coronel Domingo Ante­

—79—
nip Pita para ir.a Popayán o donde esté el Coronel Sebastián de Calzada o el
jefe español que comanda el ejército en el sur granadino, y le comunique . la
suspensión de hostilidades Este poder lo firma Morillo en Carache, el 19 de
noviembre. En esta misma fecha y en el mismo lugar se reune el jefe español
con el Mariscal de Campo Miguel de la Torre, quien es Jefe de su Estado Ma­
yor General, y los Comisionados Correa, Rodríguez Toro y González Linares,
a fin de acordar las bases del armisticio, conforme a la Real Orden, y las fijan
en ocho puntos generales, entre los cuales puntualizan la buena fe; la durabili­
dad de un año; la permanencia de los ejércitos en el terreno que ocupan en el
momento de la ratificación del armisticio; de la autorización de oficiales para
el establecimiento de las líneas de demarcación sobre las bases de: el Apure co­
mo línea divisoria, el Manapire como línea en el Llano hasta el nacimiento
del Guanapé y de aquí al Onare, quedando Barcelona en poder de las tropas
que la ocupan al comunicarse el armisticio; Maracaibo quedará libre,en el Nue­
vo Reino de Granada quedarán las posiciones ocupadas para el momento de
anunciar el armisticio; la devolución de una y otra parte de los desertores y
pasados; la restitución a sus hogares de los emigrados; el cese de las hostilida­
des de mar a los treinta días del tratado en América y noventa en Europa, y la
alteración o variación del articulado por los Comisionados.
Escribe al Jefe español, de Trujillo, el Libertador el 20 de noviembre.
Le comunica haber recibido del Teniente Coronel Pita el despacho que pro­
porciona el aligeramiento del aviso de la suspensión de las hostilidades, y cele­
bra la pronta llegada de sus Comisionados. A la vez le expresa su indignación
por la imprudencia del mismo Pita, quien le ha dicho que el pensamiento es­
pañol es el de que él (Bolívar) evacúe el territorio libre de Venzeuela y vuelva
a sus posiciones de Cúcuta, lo que, naturalmente, sería una provocación y la
rotunda negativa para un entendimiento, a la vez que una razón más para pro­
seguir la guerra a muerte. En consecuencia, el Libertador concluye dicien­
do que «Ño es el gobierno español el que puede dictar condiciones ultrajantes y
altamente ofensivas a los intereses de la república de Colombia, que hemos
elevado sobre las ruinas arrancadas de las manos del ejército expedicionario».
No podía ser más digna la actitud del creador de Colombia! •
Ese mismo día 20 los Comisionados de Morillo escriben a éste acerca
de su desagrado por la conducta de Pita, a quien han hecho volver sobre sus
pasos. A la vez le piden la designación de otro oficial de confianza para ir a
Popayán, y le adelantan su concepto con respecto al Capitán Ramón Méndez,
por «su poca precaución en hablar». Asimismo informan que adelantan su
marcha, de Santa Ana, con el Edecán del General Bolívar Diego.. Ibarra.
El ejército patriota ha tomado posición en Sabana Larga y de allí es­
cribe el Libertador, el 21 de noviembre, a su amigo Juan Rodríguez del Toro,
uno de los delegados del Jefe español. Le significa su «emoción tiernamente
agradable» al recibir su correspondencia y le manifiesta que. al saberlo al al­
cance de su vista ha olvidado que viene empleado por el enemigo, y le hace
saber su «irritación» por la infeliz actitud de Pita. No hay duda, entonces,

—8,0—
del acierto de Morillo al incluir en su delegación a este buen amigo de Bolívar.
El lenguaraz Pita es reemplazado por el Teniente Coronel José Moles.
Así lo hace saber Morillo al Brigadier Correa en carta del 21 de noviembre,
desde Carache, en la cual le expresa además, una aclaratoria necesaria «para no
dar al público siniestras interpretaciones cuando llegue el caso de enterarlo del
pormenor de estas negociaciones». El guerrero peninsular también tiene claro
sentido diplomático y responsabilidad histórica. Por otra parte hace hincapié
en su sinceridad y en su empeño por obtener la paz y el anhelo de regresar a
España dejando las cosas en buen plan de entendimiento. Es un comenzar
tardío de rectificación a una política de exterminio y rencor cuando el alma ve­
nezolana y neogranadina protestaba por la opresión y la sangre derramada en
los quemantes o gélidos caminos de su angustia. Sin embargo, tal comenzar
—que es el fin de los realistas—tiene sus ventajas por el reconocimiento total
a la República.
El 22 de noviembre los delegados del Gobierno de Colombia establecen
sus pautas a los delegados del Estado español, en respuesta a las suyas, y deter­
minan tres artículos esenciales, modificados, según el concepto del interés repu­
blicano, y agregan diez como parte dispositiva a la posición de los ejércitos de
ambos bandos, y en siete artículos más formulan adiciones y aclaraciones, todo
lo cual alcanza, por parte de Correa, una asequible comprensión. Es porque
éste razona al Jefe Expedicionario que al pedir los Comisionados bolivarianos
«la línea de Santo Domingo en lugar de la del río Canagua no sólo tiene por
objeto la más fácil introducción de los ganados de Apure sino la de situarse en
Barinas, pues del otro modo dicen que perderían casi toda la conducción». Igual
le comunica Correa que ha dispuesto la retirada de su destacamento a Santa
Ana «á efecto de obviar todo disgusto con estos señores (los delegados republica­
nos) que se han presentado bastante afables y deseosos del armisticio».
Los delegados realistas están Trujillo. Allí no está el Libertador pero,
en ausencia de éste, son recibidos por el General Antonio José de Sucre, Coronel
Pedro Briceño Méndez y el Teniente Coronel José Gabriel Pérez, con quienes
abren las discusiones de pacificación y con los cuales han «canjeado los respecti­
vos poderes», a la vez que les han entregado la nota contentiva de las bases para
las conversaciones. En la nota que despachan a Morillo, dejan entrever la impo­
sibilidad del armisticio, acaso por la firme conducta republicana en no dejar
escoriar la personalidad del Estado democrático. Por lo mismo le piden autori­
zación para llevar a cabo, entonces, el tratado regularizador de la guerra, en
concordancia con el Artículo 10 de la nota oficial que sirve de orientación en las
discusiones. v

• >" t ■- • í • .1

•El motivo de no estar el Libertador en Trujillo, cuando llegan los


Comisionados realistas, es por'la actitud deslenguada de Pita,' la cual incomodó
verdaderamente a quien -lo sacrificaba-todo por alcanzar la realidad ' de la vida

—81 —
institucional de un Estado con todas las prerrogativas del sistema democrático,
cuyo territorio abarcaba casi toda la Nueva Granada y parte de Venezuela y
estaba en ventaja de penetración y alcance de triunfo en la liberación de la
geografía nativa. Así lo hace saber al General Francisco de Paula Santander, al
escribirle el 22 de noviembre de Sabana Larga, a tres horas de Trujillo. Le
explica que «Las condiciones son la cesión de Maracaibo y el resto de Barinas;
ofreceremos el Oriente de Caracas por indemnización después que se haya per­
dido la esperanza de conseguir esta cesión. Morillo dice que a él lo ahorcarían
si cediese tal territorio». No obstante, es optimista sobre el resultado de las
negociaciones, así sea un armisticio provisorio, por cuanto Europa está en la
mejor disposición con respecto a América. Es cuestión de saber negociar con
habilidad la ventaja para Colombia.
El día 23 de noviembre escribe Bolívar a sus delegados Sucre, Briceño
y Pérez. Les avisa el recibo de las notas de Jas comisiones de los dos gobiernos
y aprueba la respuesta de los mismos a los negociadores realistas. Igualmente se
refiere a los artículos dudosos y les concreta que el armisticio solamente
debe ser por seis meses y los limites deben ser los de la provin­
cia de Caracas. Rechaza el Artículo 5o y concede los números 6o, 7o y
8o. El 9o lo «acepta con placer»; y con relación al 10o. los autoriza
«para que, conforme al derecho de gentes más lato, entablen y concluyan
un tratado con los negociadores del gobierno español». Bolívar, además de es­
tadista y guerrero, es también sociólogo y tiene una visión adelantada del futuro
de la Colombia que tanto ama. Le da carácter de guerra civil a la contienda
americana y por esto indica a sus delegados que deben proponer el canje de to­
dos los prisioneros, incluyendo «espías, conspiradores y desafectos; porque en las
guerras civiles es donde el derecho de gentes debe ser más estricto y vigoroso,
a pesar de las prácticas bárbaras de las naciones antiguas»,
Cuatro horas sesionan los Comisionados el día 23 de noviembre. Gon­
zález de Linares da cuenta al General Morillo de esta circunstancia y le pide su
consentimiento para aceptar la línea de Barinas, pues se considera no existir
«cuerpo considerable ni guarnición del mismo modo que se exige para Carache».
Las negociaciones han tomado un rumbo favorable a la República. Los
delegados realistas juzgan, ahora sí, existir probabilidades de éxito. Al menos
así lo demuestran al informar a Morillo el curso de las conversaciones en Tru­
jillo. El día 23 en la noche llega Moles, quien ha de ir a la Nueva Granada
a comunicar el cese de las hostilidades a los jefes españoles. Por otra parte los
mismos delegados dejan constancia de las concesiones recíprocas en lo que res­
pecta a las líneas de demarcación y a la posición de ambos ejércitos. Se ob­
serva, por lo tanto, que ya llega a los detalles finales.
Bolívar se dirige a sus delegados para ratificarles su resolución de hacer
todos los sacrificios para obtener la paz. Por consiguiente, en esa breve corres-
pendencia del 25 de noviembre, los autoriza a concluir el armisticio, en los tér-
minos que determinan ambas delegaciones. Les adelanta que al siguiente día
>

irá a Trujillo —estaba en Sabana Larga, como dijimos antes— y que le será sa­
tisfactorio seguir para Santa Ana y verse con el General Morillo, como éste lo
desea. Por su parte el Brigadier Ramón Correa escribe al Jefe Expedicionario
y le dice que con el Teniente Coronel José Moles le envía el pliego como «ga­
rante de los trabajos que acabamos de practicar en obsequio de nuestra comi­
sión discutida y reflexionada hasta el último punto». En la misma fecha del
25 de noviembre los tres Comisionados españoles le remiten oficialmente, al
nombrado General Morillo, el tratado del armisticio para su ratificación y le
expresan que lo han firmado a las diez de la noche. El día 26 lo devuelve
al Jefe realista «aprobada y ratificado». En el eetudio biográfico del General
Pablo Morillo, por Antonio Rodríguez Villa, que tan útil nos ha sido para este
modesto ensayo nuestro, están las bases acordadas y explicado el celo de dos Es­
tados enfrentados a una guerra sin cuartel y luego serenados para entender que
el respeto mutuo conviene al que ceda en el mito de su absolutismo en una
tierra hecha para la libertad, y al que vigoriza su fisonomía en el servicio de
la independencia a todo el Continente.

El 27 de noviembre de 1820, pues, dos hombres van hacia Santa Ana


de Trujillo. Son dos rumbos para una coincidencia temporal, en la cual una
madre y una hija se reconcilian en el umbral del afecto definitivo, por cuanto
el tiempo sellará más tarde ese afecto con la cordialidad de unas relaciones
permanentes. Simón Bolívar marcha con algunos de sus marciales héroes y Pablo
Morillo sale a recibirlo con su comitiva. Ambos echan pié a tierra y se confun-;
den en el abrazo que da regocijo al cielo abierto de Colombia la grande. Son
dos pueblos, Colombia y España, fundidos en el calor de una comprensión anhe­
lada y esperada. Monarquía y democracia concillan, en un hecho histórico, la
realidad del poder soberano y el poder popular. Morillo es el absolutismo y
Bolívar la república. Ambos proyectan, en ese abrazo, el final de la guerra a
muerte. El fiiror y la persecución, fantasmas letales de una agresividad recípro­
ca. culminan en la razón del reconocimiento de una América libre. Toda la
angustia que cabe en los años 13 y 16, y toda la tormenta de los últimos cuatro
años de guerra civil en los cuales el Pacificador es el ciclón que troncha viri­
les arrestos en Venezuela y la Nueva Granada, quedan señalados como vivida
enseñanza para el hombre del hemisferio del lado acá del Caribe, cuando dos
pueblos en coherente familiaridad fijan la huella perdurable del respeto solida­
rio y el amor unifícador del recuerdo civilizador y la permanencia de las rela­
ciones entre ambos Estados.

El año de 1820, entonces, es la naturaleza misma de la salud ameri­


cana, pues ya queda relativamente poco por hacer en la búsqueda del auténtico
carácter del sistema republicano. San Cristóbal, la querida capital tachirense,
ha sido en ese año de luz y de victoria el instrumento propicio en las últimas
decisiones colombianas. Es porque Bolívar piensa en el Valle de Santiago cómo
ha de invadir el alto Perú y cómo ha de llevar a cabo el golpe final de la libe­
ración en el campo de Carabobo, al año siguiente. Por otra parte sus delegados
Urdaneta y Briceño dan una lección influyente y previsiva, en esta ciudad del

^83-t
sueño y de la niebla, a los Comisionados de Morillo. De esta manera España
comprende que ya no puede amedrentar al Estado fundado con sangre y espí­
ritu sino tomarlo como vaso comunicante para el estímulo de relación entre dos
pueblos con habla y religión semejantes. Es el camino recomendable para
afirmar la cultura que anduvo a saltos y bajo el anatema del miedo, cuando
algunos quisieron -y aún quieren- signar con la sombra de la leyenda negra-
1820. San Cristóbal es la luz de la unidad colombiana obtenida en
Angostura, y es el oásis para la emoción y la visión bolivariana. Es el camino
hacia Trujillo y la nobleza de la realidad del abrazo de Santa Ana.

San Antonio del Táchira, 1970

BIBLIOGRAFIA

Archivo del General José Antonio Páez, Tomo Primero


Rafael María Baralt, Historia de Venezuela.
Vicente Lecuna, Obras Completas de Bolívar..
Antonio Rodríguez Villa, El Teniente General Don Pablo Morillo.
Rafael María Rosales, El Táchira en la Emancipación.
• . 11

i —.

J
•n
N O
Centenario del Nacimiento de Samuel Darío
Maldonado, 1870 - 1970,


. .....

- • ■/

' .

2 ‘

Samuel Darío Maldonado

Hombre de fronteras fue siempre Samuel Darío Maldonado


escritor y científico tachirense de quien se festeja este año el cen-

—85—
tenario de su nacimiento con un homenaje de proyección nacional.
Nacido en Ureña, Estado Táchira, pueblo fronterizo con Colombia,
la acción ejecutiva de Maldonado y sus inquietudes intelectuales
irán al alumbrar desvelos en las más apartadas regiones de la fron-
tera con el Brasil, en la frontera entre la civilización y el mundo
desconocido de la selva orinoquense. También en sus ideas Samuel
Darío Maldonado estuvo siempre caminando en el límite de sus
concepciones científicas y positivistas con el deslumbrante mundo
mágico de las creencias primitivas. Pocos escritores venezolanos
presentan una personalidad tan singular y a veces contradictoria
como Samuel Darío Maldonado. La verdad es que también pocos
escritores supieron resumir una síntesis de lo venezolano como la
que ejemplifica Maldonado con su intrincada novela Tierra Nues­
tra, su poesía a ratos de una belleza lograda por pocos poetas de
su generación y a ratos también farragosa y desmesurada en sus
proporciones métricas. No se puede encontrar en él el tipo tradicio­
nal del intelectual dedicado a su faena creadora desde el tranquilo
recinto de su bufete capitalino; para Maldonado la creación de su
obra de poeta y de pensamiento se combinaba con las experiencias
de su constante caminar y recorrer toda la tierra venezolana, desde
su seca y soleada aldea ureñense hasta las húmedas y vegetales
regiones del Caura y del Orinoco.

Médico, poeta, novelista y antropólogo, Samuel Darío Mal-


donado por lo rico y sugerente de su personalidad merece un repo­
sado estudio crítico que trace un balance de sus aportes positivos en
cada una de esas facetas de su personalidad. De especial interés son
sus estudios de antropología, escritos con premeditada intención
polémica y que recogen además los saldos de sus experiencia de
investigar de los hechos en el propio escenario donde ocurrieron.
Si bien es verdad que su polémica sobre cuestiones antropológicas
y su influencia en la historia mantenida con el doctor Gil Fortoul
adquiere a veces el tono de un lenguaje un tanto agresivo y tajante,
sin embargo toda esa controversia estuvo presidida por un sincero
espíritu científico de buscar la verdad. Sus estudios sobre los Cari­
bes, como el realizado en los pobladores del río Caris, tienen induda­
ble mérito en cuanto a sus ideas y a documentación y no deja de
extrañar que antropólogos profesionales como Miguel Acosta Saig-

—86—
nes se hayan casi obstinado en ignorar las contribuciones que en
este terreno realizó Samuel Darío Maldonado.
El Centro de Historia del Estado Táchira se suma al home­
naje que en toda Venezuela se le ha venido rindiendo a este excep­
cional escritor tachirense con motivo del centenario de su nacimien­
to.

Nuevos colaboradores:

Nuestro Boletín registra con especial complacencia la publi­


cación en el presente número de importantes trabajos que suscriben
nuevos colaboradores. Ellos son:
General Alvaro Valencia Tovar: De manera brillante ha
sabido combinar el General Valencia Tovar las responsabilidades de
su profesión castrense con el ejercicio acertado del intelectual e
historiador. Académico, novelista y escritor de logrado estilo el
General Valencia Tovar publica en nuestro Boletín una hermosa
oración fúnebre pronunciada en Pamplona el 15 de noviembre de
1969 con motivo del Secquicentenario de la muerte del General
José Antonio Anzoátegui.
José del Rey S-J-; Un trabajo de especial interés para los
estudiosos de la evolución del pensamiento filosófico venezolano en
los siglos XVII y XVIII, lo constituye el publicado en este número
por el Reverendo Padre José del Rey S. I. sobre las obras de algu­
nos filósofos jesuítas en los mencionados siglos y que hasta ahora
permanecían ignoradas en lo que respecta a su contribución al de­
sarrollo de la filosofía colonial venezolana. El trabajo del Padre Rey
fué leído en el Instituto de Cultura Hispánica de esta ciudad para
su incorporación como miembro de dicho Instituto. La continua­
í
ción de este trabajo será publicado en el próximo número.
r
Dr. César González: Abogado y político de conocida labor,
! ahora el Dr. César González nos entrega los resultados de sus inves­
i
tigaciones sobre genealogías tachirenses, producto de su acuciosa e
inteligente pesquiza en los archivos y registros del Estado. Esta
labor de filiar e] desarrollo de apellidos tachirenses que han venido
i

—87-^

1
fecundando con sus actuaciones la historia nativa es una obra de
sumo interés que el doctor César González está realizando desde
hace varios años a través de sus estudios de los cuales publicamos en
este número uno referente a los cruces de varios apellidos tachiren-
ses.

•í

—88—
Centro de Historia del Táchira
San Cristóbal — Venezuela
—0—
Nómina de sus dieciocho individuos de número
I Rafael María Rosales
II Monseñor José Edmundo Vivas
III Luis Eduardo Pacheco
IV Aurelio Ferrero Tamayo
José Quintero García
VI Félix María Rivera
VII Amenodoro Rangel Lamus
VIII Ramón José Velásquez
IX Pío Bello, S. J.
X Horacio Cárdenas
XI Mons. Carlos Sánchez Espejó.
XII Pedro Pablo Paredes
XIII José García Rodríguez
XIV José Antonio González C.
XV Ilia Cira Rivas de Pacheco
XVI Xuan Tomás García Tamayo
XVII Emiro Duque Sánchez
XVIII José Joaquín Villamizar Molina
—0—
Funcionarios para el Período 1.970-1971
Director Aurelio Ferrero Tamayo
Sub-Director Pedro Pablo Paredes
Secretario José Antonio González
Tesorero José García Rodríguez
—0—
Comisión Editora del Boletín
Horacio Cárdenas
Aurelio Ferrero Tamayo
J. J. Vfllamizar Molina
TE NUMERO
del Boletín del Centro de Historia del Táchira,
fue impreso en los Talleres Tipográficos del Ejecuti­
vo del Estado, por gentil disposición del Primer Ma­
gistrado Regional. . ’

Por eso nosotros le decimos: MUCHAS GRA­


CIAS! DR. RAD RACHED! y para el acucioso
personal de la Imprenta del Estado, también agra­
decimiento. . -

i :• ' í . • •
• El Centro de Historia del Táchira. .

J ■

: "'y' .
Contenido

I Filosófos y Teológos Jesuitas en la Cara­


cas Colonial, por P- Dr. José del Rey, SJ- Pag. 5

II Campaña de Nueva Granada o Cam­


paña de la Juventud 1810, Prof José
García Rodríguez 21

III Ha Muerto el General, Brigadier Ge­


neral Alvaro Valencia Tovar « 49

IV La Colonia Tachirense’en Mérida, por


Horacio Cárdenas « 54

V Las Siete Hermanas Vargas, por César


González « 59

VI Armisticio, por Rafael Ma- Rosales « 65

VII Notas « 85
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