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GutMar

Historia de la Filosofía Política

3º Grado en Filosofía

Facultad de Filosofía
Universidad de Sevilla

Reservados todos los derechos.


No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
TEXTOS - IMPRIMIR (PLATAFORMA):

No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
- Volumen I de Vallespín: Introducción (7-14 / 19-52).
- Pablo Badillo sobre Strauss (147-170).
- Ideología de Eagleton.

Vallespín: parte introductoria


La historia de la filosofía política es un objeto de estudio esquivo. El pensamiento
político es absolutamente inconcebible sin su historia. El que la historia de la filosofía
política presente este rasgo esquivo le confiere una primera dificultad, su propio nombre.
Así, podemos dividirla en tres formas de nombrarla: historia del pensamiento político

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(Inglaterra), ideas políticas (Francia) y teoría política (Alemania). Estas son convenciones
propias de los diferentes países más que ideológicas; de hecho, no existen diferencias
reales (de contenido o metodología) entre ellas.
¿Por qué para Vallespín el pensamiento político es inconcebible sin su historia?
Porque la historia incide en nuestro presente, siendo necesario el diálogo con aquellos
que pensaron los problemas de nuestra disciplina. Hay que reflexionar y dialogar con
nuestros predecesores (teniendo esto relación con Gadamer y la hermenéutica). Nos
constituimos en ese diálogo. El diálogo se da con el pasado, siendo hecho desde el
presente para mantener viva la conversación que somos (diálogo que ha pretendido
interrumpir el positivismo). Vallespín se posiciona contra el cientificismo; cada cosa ha
de tener su método, siendo muy aristotélico en este sentido (por un lado, lo teórico y, por
el otro, lo práctico).
Por otro lado, podemos encontrar en los distintos enfoques la segunda dificultad.
Estos pueden ser de tipo empírico (ciencias políticas, lo que es; cientificismo,
positivismo), normativo (lo que debe ser) o histórico (el desarrollo de lo que ha sucedido
→ las conclusiones de lo empírico vendrán a raíz de esto).
Vallespín está a favor de la rehabilitación de la filosofía práctica (el
cientificismo ha traído muchos neo- y post-). Este debate se da en torno a la Modernidad
(reunión y reinterpretación para encontrar algo que nos pueda aportar en nuestro
presente). Así, el objetivo es esclarecer la historicidad desde el presente. No es una
filosofía de la historia, tampoco le interesa la lógica de la historia, en sentido lineal
(Hegel, Marx, Toynbee).
El pasado no se entiende como preliminar del presente, que se consume en nuestro
tiempo, sino como un diálogo que constituye lo que somos.
1

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Así, se ha de ver qué hay en el pasado que puede servirnos (sin mitificar). Por
ejemplo, Strauss, Arendt y Voegelin realizan una mitificación de los griegos,
sobrevalorando sus ‘ideas imperecederas’ (distinción verdad / opinión). Pero tampoco se
ha de consagrar el pasado, como en el historicismo, ni desvalorizarlo, como en el
cientificismo. Se ha de recomponer la disciplina desde el momento actual1.

Leo Strauss

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Strauss tenía interés tanto en filosofía como en matemáticas y en ciencia natural,
siguiendo estudios de Husserl y de Heidegger. Fue investigador de estudios judaicos,
hasta que emigra por el auge del nazismo.
Strauss nos habla del giro hacia la historia de la filosofía política. Ese giro que
propone no está motivado por una base de tendencia a lo antiguo, sino que ese giro
proviene del diagnóstico que realiza respecto a la situación que está viviendo. Nos
hace un diagnóstico de la situación de Occidente en su época (habla de la crisis de
Occidente y de la Modernidad). El signo más llamativo de esta crisis de la Modernidad

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es la amenaza que sufre para la supervivencia de Occidente. Hay rasgos que nos hablan
de una cierta expresión, en esa contemporaneidad, de tiranías del pasado, que es lo que
pone en peligro esa supervivencia. También se daba el problema de que las autoridades
(de índole intelectual) de Occidente habían dejado de creer en sí mismos, en sus
propósitos, es decir, la falta de confianza en el proyecto de Occidente.
Strauss entiende el Occidente moderno como una finalidad con un proyecto
específico, siendo relevante, por tanto, ese propósito. El propósito no es otro que la
construcción de una sociedad universal de naciones libres e iguales, con hombres y
mujeres también libres e iguales, que disfruten de una riqueza universal de justicia
y felicidad mediante la ciencia como conquista de la naturaleza al servicio del poder
humano. Este proyecto, que caracterizaría a Occidente a partir de la Modernidad 2, es
diferente a la búsqueda de la virtud y la salvación, evitando el lujo y las posibles
corrupciones, de la pre-Modernidad.
La conclusión de Strauss de todo esto consiste en afirmar que la crisis general de
Occidente era la crisis de una disciplina particular, la filosofía política. Y no concibe
esa falta de certeza, de orientación, en el propósito de Occidente como un defecto

1
Se ha de dar importancia a la ideología en las acciones prácticas (políticas), ya que entrañan un
gran peligro.
2
En la pre-Modernidad en propósito sería otro. Ahí se asumen las particularidades de la pluralidad,
aceptando sus desigualdades, tantos naturales como convencionales.

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psicológico, de voluntad, ni consiste tampoco en un defecto moral, sino que es resultado
de dificultades teóricas. Esas dificultades teóricas venían en parte dadas por dudas que se
planteaban respecto a premisas del proyecto de la Modernidad, como son la valía de la
universalidad, dudas respecto a las relaciones entre abundancia, justicia y felicidad, y
dudas también respecto a la ciencia como conquista de la naturaleza.
Principalmente, es fundamental la duda que se funda en doctrinas modernas

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respecto a la posibilidad del conocimiento racional, la validez universal de cualquier
propósito o principio como finalidad. Las doctrinas que niegan ese conocimiento racional
y ese conocimiento de los fines que podían guiarnos serían las siguientes: la ciencia social,
el historicismo y el relativismo. La ciencia social, por su parte, limita el ámbito de estudio
e interés a los hechos, como contraposición a los principios morales. La ciencia social, al
privilegiar los hechos y considerar a los valores como irracional, se está decantando por
poner en duda ese aspecto de una universalidad como finalidad. Por otro lado, el
historicismo afirmaba que todo es el resultado de situaciones históricas, cuya secuencia,

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cuando lo observamos, no muestra ningún sentido racional. En tercer lugar, el relativismo
defiende que los absolutos son aparecen, es decir, no existen; los ideales son relativos a
los marcos de referencia particulares en los que surgen.
Todas estas doctrinas rechazan la filosofía política en su forma original, y la llevan
a sus presuposiciones que hemos estado analizando, sobre la historia y la naturaleza de la
filosofía política. Esto es lo que lleva a la crisis de la disciplina, que coincide con la crisis
occidental, que viene aparejada con una crisis práctica, que se traduce en la dificultad, o
imposibilidad, de la defensa incondicional de Occidente. Esto supone que, si defendemos
el proyecto que propone Strauss, podemos ser acusados de fanáticos. Paradójicamente,
Strauss basa su proyecto en una lucha contra las tiranías, pero a quienes sigan estos
principios se les acusan de fanatismo.
En la práctica, se expone, desde esta perspectiva teórica, Occidente desde la
vulnerabilidad. Y no solo a la vulnerabilidad, sino a un exceso de conformismo. Esto
radicaría en esa falta de racionalidad en sus propósitos y en sus criterios; en suma, el
problema no sería la propia democracia (simpatiza con ella), sino la posible-imposible
(por acusarnos de fanatismo) defensa de peligros internos y externos.
Ahora bien, la necesidad de buscar una solución no prueba la verdad del remedio
concreto. Es esa diferencia entre utilidad y verdad la que genera una confusión. Lo que
me resuelve y es útil no conlleva que sea la solución verdadera. Así, Strauss propone,
frente a la crisis de la Modernidad, un estudio de la filosofía política antigua.

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Lo que está buscando con este estudio es encontrar las premisas anteriores, como
forma de salvarnos de la crisis de la Modernidad. Muchos estudiosos han intentado buscar
en esa filosofía política de la antigüedad una doctrina verdadera de las que tomar los
principios, como huida de las crisis ‘actuales’. En tanto que esas doctrinas antiguas están
estigmatizadas por su compromiso con la racionalidad, servirán como oposición a esas
doctrinas actuales que la niegan. Así, proponen que sean investigaciones de tipo históricos

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las que se fomenten y emprendan, que no presupongan la ‘verdad’ de la concepción
imperante ni la ‘falsedad’ de las pasadas. Propone, por tanto, una investigación tanto
histórica, investigando las concepciones originales de los autores, como filosófica,
incidiendo en su ‘verdad’ o valía.
Este doble carácter encierra una paradoja: si nos ceñimos al historicismo, al no
tener en cuenta la posibilidad de ‘verdad’ del pensamiento del pasado3, la filosofía no
historicista que busca Strauss toma la historia sin la superioridad historicista en relación
con los planteamientos anteriores.

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Para Strauss hace falta una investigación histórica de la filosofía política por las
circunstancias, no porque considere lo actual superior, sino porque los principios pasados
pueden aportar cierta ‘verdad’ en la resolución de la crisis actual4.
Era una cuestión de problemática teórica la que hacía surgir esa crisis de la
modernidad, proponiendo una solución desde esa misma problemática. Emplear la
investigación histórica se ha de llevar a cabo por vivir en circunstancias desfavorables en
la actualidad, y no por pensar que nos encontramos en una situación por encima de los
autores anteriores. Mientras la filosofía política comienza, de manera natural, en el
análisis directo respecto a este ámbito de problemáticas, las opiniones de la modernidad
necesitan de una comprensión histórica (que tenga que ver con las transformaciones de
las opiniones anteriores – no son transformaciones accidentales).
Todo esto inunda la atmósfera intelectual de nuestra época, de la que no somos
consciente la mayoría de las veces, ni el carácter histórico que nos rodea. Sin embargo,
en una época dominada por el historicismo, Strauss propone una nueva forma de afrontar
los estudios históricos.

3
Strauss no considera que haya una superioridad en lo actual frente a lo pasado. La historicidad
no toma la racionalidad y la valía de los principios pasados.
4
A la que asocia con la filosofía política. Con problemas que tenemos en lo que sería un ámbito
de conocimiento (la filosofía política) y en la forma de afrontar su estudio histórico (cuestión
metodológica). Es importante la forma de abordarlo porque una de las causas de esta crisis viene por el
modo de mirar hacia atrás.

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El historicismo, según piensa Strauss, desencadena la crisis de occidente; de esta

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forma, este historicismo se ha de confrontar con una filosofía no historicista del
pasado (mediante estudios históricos no historicistas). Para el historicismo, la filosofía
se encontraría supeditada a la historia.
En segundo lugar, la historia pretende fundarse en la experiencia de la historia,, lo
que supone la incapacidad de la filosofía política no histórica para resolver problemas no
históricos, y sus problemas dependen de sus situaciones históricas. Si nos acercamos a
una filosofía política sin pretensión de ser histórica, a la hora de resolver problemas que
no sean históricos, no encontramos con que el historicismo insiste en que ahí debería
haber ideas históricas cuando no las hay. ¿Habría lugar para aspectos no puramente

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históricos dentro de la filosofía política? Para el historicismo, la idea es claramente que
no.
Si la historia atiende a la experiencia de la historia únicamente, la filosofía política
no histórica estaría criticando la forma de enfocar los problemas del historicismo. Así, la
filosofía política no histórica se encontraría con la crítica de que, por el historicismo
imperante, los problemas pueden abordarse de modo histórico.
Y, en tercer lugar, tendríamos la ‘crítica historicista al historicismo’. Para que el
historicismo sea congruente, debe aplicarse a sí miso su crítica. Todo pensamiento
humano depende de situaciones históricas muy concretas, que se han de tener en cuenta.
Por tanto, el historicismo es fruto de una situación histórica concreta, por lo que el
planteamiento de que todo es histórico y sin una razón está circunscrito a una época
concreta.
Lo que está mostrando Strauss es que hay una contradicción en el historicismo,
que nos llevaría a tener que buscar un horizonte de estudio histórico que nos permita salir
de ella. Podríamos pensar que hay que buscar una interpretación no historicista de la
génesis del historicismo. De alguna manera, parece que, la auténtica comprensión
histórica, conduce a la autodestrucción del historicismo5.
Como conclusión, señala Strauss que, en general, los estudios históricos tienen
importancia filosófica solo en época de decadencia intelectual, cuando nos encontramos
en época de crisis. Siendo una de sus razones la creencia de que podemos aprender algo
importante del pasado, que no puede ser tomado mirando solo a la contemporaneidad.

5
No nos servirá como herramienta para interpretar todo ni para seguir con ello, pues otro momento
histórico traerá consigo otro método.

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La filosofía recurre, de este modo, a la historia como adjunta, cuando necesita su
mirada al pasado para reinterpretar los problemas de la época actual. Entonces, el estudio
de la filosofía política constituye una insatisfacción con el pensamiento contemporáneo,
por lo que se vuelve a períodos anteriores a la modernidad para ver qué puede tomarse de
allí.
Así, la insatisfacción de la contemporaneidad, con la propia contemporaneidad

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por la crisis de la modernidad, es la que nos lleva a buscar estudios históricos de filosofía
política anteriores a la crisis. Así, la verdadera comprensión del pensamiento del
pasado nos lleva a dejar de lado nuestras preguntas, para tomar las preguntas que
aquellos se hicieron. Es decir, si volvemos la mirada al pasado, no podemos introducir
nuestras preguntas contemporáneas en esos momentos, sino que se ha de respetar las
preguntas planteadas con sus premisas y respuestas. Nuestro bagaje de la
contemporaneidad y de la modernidad es ajeno al de la antigüedad a la que se remite.
Hay una vuelta a ese pasado tomándose en serio la ‘verdad’ de ese pensamiento,

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lo que contrastaría con una historia de la filosofía política que se basase en el
progreso. Esto nos indicaría una diferencia con una perspectiva de la historia de la
filosofía política marcada por una idea teleológica de progreso (esto conllevaría que
estaríamos agrupando las experiencias históricas, conllevando una devaluación de lo
anterior) y con una perspectiva historicista propia del relativismo.

Vallespín – Metodología
Las dificultades metodológicas están suscitando bastante atención por parte de
quienes practican hacer esta disciplina. Tenemos, por tanto, un método inseguro, siendo
algo bastante afín al desarrollo de las ciencias humanas. Pero lo que más sorprende es el
interés que despierta ese problema metodológico en la actualidad6.
Skinner desarrolla varios escritos sobre metodología en torno a esta cuestión. Por
su parte, Pocock calificó la aparición de la obra de Skinner como la transformación del
pensamiento político. Dentro de esta tendencia también encontramos a Dunn. Lo que hace
esta New History, según plantea Vallespín, es intencionalismo. En Skinner se da gran
importancia del vocabulario político, con especial relevancia de la intención.
La intención, dice Skinner, sería lo que quiso decir ese texto, en esa época y en
ese contexto lingüístico. Pero no se refiere a la intención última del porqué.

6
New History o Escuela de Cambridge.

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El aspecto que quiere rescatar los autores de la New History es la intención en
relación al contexto político (relacionado con aparición del giro lingüístico de la
filosofía).
Por otro lado, se menciona el enfoque textualista, que solo tiene que ver con
aquello que aparece en los textos. En concreto, a Pocock le interesa estudiar la historia
del discurso político; es decir, pone al textualismo en contexto. Le interesan los lenguajes

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específicos del pensamiento político. En último lugar, encontramos a Dunn, quien se
centra en el estudio de la biografía. Dentro de esta New History, encontramos también a
Pitkin.
El origen de este giro a la preocupación por la metodología se encuentra en
Skinner, defendiendo una transformación del estudio del pensamiento político. De esta
forma, se propone el abandono de la disciplina tradicional, para orientarse más al
contexto lingüístico de las obras. Se trata de alejarse del énfasis sobre el pensamiento,
sobre las ideas, para aproximarse a la historia del habla o del discurso político.

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Interesa subrayar, siguiendo a Vallespín, cómo la historia del pensamiento político
sufre un desafío teórico que amenaza con provocar una crisis de identidad. Los autores
que nos proponen este nuevo método son los primeros que ven las insuficiencias al
método presentado. Estas dificultades seguramente sean porque el trabajo de
investigación presenta más logro que lo que sería la investigación que se ha hecho sobre
la metodología. La metodología está peor hecha en contraposición a los logros que ha
logrado el propio método.
Vallespín defiende un enfoque más didáctico, frente a un método puramente
informativo. El problema básico no sería otro que el propio del conocimiento histórico y
de la hermenéutica. Consiste en permanecer en los límites de la discusión contemporánea,
con la presencia de los presupuestos de esta metodología que posibilita la práctica de la
investigación.
El punto de arranque podría ser la exposición del tipo ideal de investigación en la
historia del pensamiento político, lo que la New History denomina como enfoque
tradicional. Mostrará Skinner lo que estas nuevas aportaciones, en las que se incluye su
pensamiento, aporta y corrige a ese enfoque. En este tipo ideal de investigación se llevaría
a cabo una interpretación de textos, es decir, una hermenéutica en sentido amplio. Se
busca la coherencia interna de los textos que se analizan. Por tanto, habría una cierta
labor de contextualización, pero sería algo complementario, de segundo orden.

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En segundo lugar, se centra en el estudio de autores. Es decir, se canonizan a
ciertos autores y textos como clásicos. Estas corrientes están sacando autores que, a pesar
de ser relevantes en las discusiones de su época, no habían llegado a nosotros cuando
pueden llegar a aportarnos.
Quienes no utilizan el análisis meramente historicista también buscan una
interpretación que actualice los clásicos del pasado. Los clásicos son clásicos porque

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tienen ideas perennes que pueden ser utilizadas y actualizadas en nuestras circunstancias.
Retomando lo anterior, estamos con la cuestión del enfoque tradicional con
relación a la metodología en la historia de la filosofía política. Los rasgos principales, de
forma resumida, se centraría en la interpretación de textos, la existencia de unos autores
clásicos y la actualización del pensamiento de estos. En la interpretación de textos
veremos el problema de la relación entre texto y contexto; en segundo lugar,
encontramos el problema del objeto estudiado en la disciplina y, en tercer lugar, hará
Vallespín una reflexión conclusiva sobre el estudio.

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La relación entre texto y contexto puede que sea la cuestión metodológica
central. Esta será la que marcará la pauta para diferenciar los distintos enfoques
metodológicos; la cuestión de fondo es el problema de la delimitación de los factores del
contexto (y sus factores). Nos podríamos encontrar con que, por poca importancia que se
le diera el contexto, tendría que ver cuáles de sus aspectos deben ser tenidos en cuenta a
la hora de realizar una investigación en historia de la filosofía política.
En relación con los diferentes métodos señalados en torno al estudio de Skinner,
podríamos señalar tres propuestas en cuanto a la interpretación: textualismo,
contextualismo e intencionalismo (esta última es una propuesta del propio Skinner,
siendo una variante del contextualismo).
En el textualismo se defiende que se dan problemas perennes en el pensamiento;
ideas universales que autores del pasado ponen en relieve en sus textos (entonces, estos
autores se elevan sobre su época, brindándonos algo que va más allá del contexto). Había
una serie de vocabulario o conceptos estables con los que es posible explicar y
comprender esos textos sin mayor problema en dejar de lado esos factores externos. El
contextualismo surge para corregir la tendencia del textualismo, mostrando que es
definitorio del hombre la historia. En el textualismo, el contexto había sido devaluado,
por ello intenta recuperar su repercusión con este contextualismo.
En la idea de fondo del textualismo se encuentra la convicción en que hay un
diálogo ininterrumpido entre los grandes teóricos del pasado, encontrando una cadena de

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significado que es reconstruible, que nos llevaría a una determinada idea de tradición.

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Trazaríamos una línea continua que enlazaría la reflexión, y que nos llevaría a tratar esa
tradición respecto a autores relevante en torno a la noción tratada. Esta idea de tradición,
según Vallespín, nos puede brindar un cierto contexto, pero, entonces, entraríamos
en un enfoque más contextualista (sería un enfoque diferente al plenamente
contextualista). No son metodologías puras y rígidas. Los que ven fallos en la
metodología del textualismo, se aferran al error de no tan buenos críticos textualistas para
argumentar en favor del contextualismo (normalmente, esos errores vienen de los
textualistas más ortodoxos).
El contextualismo se desliga de esas ideas perennes, para centrarse en el

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contexto en que aparecen las obras analizadas. Este enfoque contextualista percibiría
el texto como un reflejo de las fuerzas subyacentes. Skinner tendría simpatía por este
enfoque; sin embargo, no le presta suficiente atención por parecerle un componente muy
marcadamente determinista. Esta crítica determinista se basa en que, si nos centramos
en los valores contextuales objetivos, derivándose el pensamiento y los textos de ahí, ¿por
qué existen autores que presentan opiniones discrepantes a otros de su mismo contexto?
No es lo mismo influir que determinar.
Por otra parte, nos encontraríamos con el problema de la ideología. Es decir, el
encubrimiento u ocultación de intereses particulares bajo la cobertura de una supuesta
generalidad. Nos pone un ejemplo sobre Hobbes para explicarlo. Hay diferencia en
considerar la cuestión como histórica o ideológica. El análisis marxista estricto intentaría
llevar a este punto de la ideología su visión y su crítica del autor, pero no parece este
análisis ser el que caracterice el tipo de enfoque dominante dentro del contextualismo
actual. Lo que uniría a estos distintos enfoques sería la evolución estructural de esas
condiciones sociales y la repercusión sobre el pensamiento, pero no concibiéndolo de
ese modo determinista (no se concibe como un nexo causa-efecto).
Volvemos a la conclusión de la que hablábamos antes: no habría un enfoque
estrictamente dominante y claro. Lo que sí uniría a los que se mueven dentro de esta
propuesta es la renuncia a este tipo de explicación lineal y restrictiva del enfoque causa-
efecto del contextualismo. En cualquier caso, lo que no parece compatible es el enfoque
contextualista con el textualismo. Pasaríamos, entonces, ahora a la propuesta del
intencionalismo, siendo una línea que se puede adquirir a la contextualista, pero con un
punto de originalidad. La New History, representada por Skinner, son quienes se adhieren
a ese nuevo enfoque de la filosofía política.

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Los autores de la New History presentan un espíritu de confrontación frente al
enfoque más tradicional. La peculiaridad de esta escuela, y de la obra de Skinner, se
encuentra en la importancia del contexto con su impronta materialista, pasando a
asumir que el contexto estaría dándole importancia a la urdimbre lingüística; es decir, a
ese entrelazamiento que vincula a partir del lenguaje. Lo que interesa a Skinner es ver las
complejas intenciones del autor al escribir ese texto. Acercarse a las complejas

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intenciones del autor sería la clave para la comprensión del significado histórico del texto.
Para recuperar esas intenciones, hemos de prescindir de intenciones como la
influencia subsiguiente que tenga el texto, sin interesar lo que hoy representa el texto para
nosotros ni el valor de congruencia filosófica que tenga. Es muy importante conocer la
variedad de conceptos y convenciones de la época a disposición de quienes
intervinieron en ese diálogo político (de la época).
Dunn propone cerrar los contextos, es decir, eliminar las lecturas alternativas de
un mismo contexto. Parece que la reflexión metodológica está más en pañales que los

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logros de la misma imaginación. Sería importante ver la situación general del momento
en el que se compone el texto que se estudia; en segundo lugar, se han de analizar el
tipo de discusiones. Por otro lado, habría que ver el género de literatura política que
predominaba en ese momento. Y, por último, sería importante ver los temas tratados
en esta época.
Estos serían los aspectos de relevantes para el análisis intencionalista, acotando lo
que se quiere decir y lo que se quiere hacer; esto es, la intención de la obra así, tendríamos
que alcanzar el tipo de mensaje para determinados oyentes en esas clases de textos. Para
Skinner, los textos fueron escritos bajo la influencia de la política práctica
(posibilidad de encontrar diversas tradiciones de discursos políticos). Los distintos
argumentos que muestra Skinner dentro de su análisis del discurso es la función
ideológica de la filosofía política, que deriva en racionalizaciones subjetivas de acciones
intencionales, que no se corresponde con el sentido marxista estricto.
Para entender esto último, remite a la teoría de los actos de habla de Austin. Para
Austin, el lenguaje no es solo describir, sino actuar. Esto significaría que no se trata solo
de captar el sentido locucionario del texto, sino, sobre todo, la fuerza ilocucionaria7. Lo
relevante entonces, para Skinner, no son los motivos, sino la intención primaria.

7
El sentido perlocucionario no interesaría tanto. No piensa en lo que se consigue con el discurso
que se emite, sino la intención que hay tras de sí.

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Al utilizar determinados vocablos, determinados tipos de forma de expresarse, se
expresa una intención. Y eso es lo que interesa al intencionalismo de la New History.
Skinner sostiene también que la teoría de la fuerza ilocucionaria del lenguaje debe ser
entendida también a aquello que no se dice; debe ser capaz de captarse incluso aquello
que no se dice de modo explícito. Este planteamiento anti-naturalista o hermenéutico se
centra en comprender a un autor, frente a una explicación natural o causal propia del

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contextualismo. El enfoque tradicional nos llevaba a los siguientes problemas: a) texto-
contexto; b) objeto de estudio – relevancia de los clásicos; c) filosofía, historia e
ideología.
El problema del objeto y la relevancia de los clásicos podría parecer un problema
retórico. Si abordamos los textos de esta manera, ¿cuáles son los relevantes? Para
determinar el objeto de estudio propone comenzar por los ‘clásicos’, aunque como simple
cuestión pragmática (ver qué sale de ahí y cómo se recolocan con este nuevo enfoque).
La metodología que proponen marca el aspecto más diferencial en el cómo y no en el qué,

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por lo que esta cuestión puede ser tomada como retórica. La metodología vale para todos,
para clásicos y no clásicos, siendo, por tanto, una elección por razones diferentes del
estudio tradicional, lo que nos llevaría a un ‘reajuste’ (desde el clásico concreto a esos
presupuestos del enfoque tradicional).
Otra versión a la hora de interpretar los clásicos (siendo una idea de Vallespín)
sería entenderlos como alguien cuya obra estuvo en el centro de las ideas y discusiones
políticas de su época; en segundo lugar, veríamos que esos textos eran representativos de
su época. También habría la posibilidad de considerar un cierto rasgo de universalidad,
es decir, el tener cierto tipo de influencia en la historia. No deja de lado su importancia
y trascendencia, sino que lo reconsidera dentro de la importancia que mantuvo en
su época. La obra es el centro, pero las discusiones son de la época propia. ¿Habría que
considerar todos los aspectos para entender una obra o un autor como clásicos? ¿Cuándo
decimos que un autor representa a su momento histórico?
Para el enfoque intencionalista, también sería importante la coherencia del
sistema de pensamiento elaborado en el sentido del texto y de su discurso. El objeto,
cuando es común, significa algo, pese a que el modo de abordarlo sea distinto. Se supone
que se distinguen los ‘grandes’ por la elección de los problemas y los temas que abordan,
junto con la forma de hacerlo. Estaríamos incidiendo más en la línea del enfoque
tradicional, de esta forma.

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El enfoque contextualista, considerando estas cuestiones, incidiría más en la
historicidad. Cómo esos autores revelan las condiciones contextuales en su pensamiento.
La conclusión provisional que propone Vallespín se corresponde con la idea de que,
aunque coincidan quiénes deben calificarse como clásicos, las razones para catalogar a
los clásicos varían. Habría que tener en cuenta que la elección se da por razones
distintas.

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Pasaríamos ahora a la cuestión de la filosofía, historia e ideología. Strauss, cuando
critica el historicismo, se estaría decantando por un enfoque donde la filosofía tiene un
peso. La reflexión sobre los clásicos lleva a un argumento circular: que el método
condiciona al objeto; mientras que la naturaleza del objeto incide en las condiciones
metodológicas. Por ello, el purismo de los métodos no pueden darse8. Vallespín sigue la
explicación del purismo e impurismo en la línea de Kuhn y Rorty, en la línea de los
paradigmas y de la cuestión en torno a verdades determinadas por el marco de referencia.
El autor y su obra se desvanecen en este nuevo enfoque. Primando, dentro de este

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enfoque, la constelación de significados que radica en el lenguaje que configura el
contexto. Hay posibilidad de confusión metodológica, denunciando la falacia del
presentismo (cuestión de extensión histórica mezclada con la actualización): enjuiciar con
categorías presentes lo que solo puede ser enjuiciado desde su propio contexto. La
aportación metodológica principal de los autores del intencionalismo sería que amplían
el objeto de estudio de nuestro campo.
Las críticas se realizan a los excesos del enfoque tradicional, al defenderse que el
textualismo sería un enfoque que eliminar, por parte de los contextualistas. La historia es
un instrumento para entender los conceptos filosóficos de la disciplina; estando, por tanto,
la historia al servicio de la filosofía. Vallespín irá, entonces, analizando los pros y los
contras de cada cuestión. Pero faltaría el contraste con el mundo vital que anima ese
enfoque contextualista duro, que nos hablaba de las causas, encontrándose ahí la cuestión
de la ideología.
La virtud que tiene el enfoque que atendiese más a ese ‘mundo de la vida’, a esos
motivos e intereses que están ahí de fondo, es la insistencia en el aspecto conflictual de
la política. Se estaría subrayando, sin embargo, que, cuando se reconoce el aspecto
ideológico de la política, se tomaría a la política como ese ámbito de ocultación de
poderes enfrentados.

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En torno a esto, en el texto sale la idea del purismo histórico y el impurismo histórico (le da
importancia al que comentar la historia).

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De esta forma, saldría propuestas relacionadas con dejar de lado estos intereses

No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
dentro de la práctica política. Para Vallespín, lo mejor sería integrar lo mejor de cada
enfoque (la incompletitud de cada uno de ellos es lo que nos llevaría a buscar un modo
de paliar esas lagunas de los métodos puros).

Ideología – Eagleton
Insiste en esta cuestión de la ideología. Ahí nos dice que la ideología es, realmente,
un potente artefacto político. Puede orientarnos, pero, al involucrar tantos planos (no
solo filosóficos), también nos puede arrastrar. Hay una serie de conceptos que son

Reservados todos los derechos.


difíciles de conciliar entre ellos, hablándonos de esos conflictos que la complejidad lleva
aparejado. La ideología sería una articulación de estos conceptos difíciles de conciliar,
casi a modo de un sistema (planetario). En cada ideología, el centro será diferente,
intentando orientar nuestro comportamiento político (no remite a un ámbito particular).

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